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1. El mundo.

1780-1790

I. La consecuencia más importante de la doble revolución (francesa, de carácter político, e inglesa, de


carácter industrial, fue el establecimiento del dominio del globo por parte de unos cuantos regímenes
occidentales sin paralelo en la historia. Los viejos imperio y civilizaciones del mundo se derrumbaban y
capitulaban. La India se convirtió en una provincia administrada por procónsules británicos, los estados
islámicos fueron sacudidos por terribles crisis, África quedó vierta a la conquista directa. Incluso el gran
Imperio chino se vio obligado, en 1839-1842,a abrir sus fronteras a la explotación occidental. En 1848 nada
se oponía a la conquista occidental e los territorios. El progreso de la empresa capitalista occidental sólo era
cuestión de tiempo. Pero en el seno de la sociedad burguesa nace una nueva ideología, contradicción de la
doble revolución. La sociedad comunista que comenzó como un fantasma, recorrió Europa y se apoderó de
gran parte de ella tiempo después.

El mundo cambió “demasiado rápido”. Entre 1760 y final de siglos, el viaje entre Glasgow y Londres se
acortó de diez días a 62 horas… aunque esto solo sucedía en zonas contadas. El resto del globo estaba
masivamente incomunicado. Las carretas eran usadas tanto para el transporte de personas como para el de
mercancías (especialmente el correos). Vivir cerca del mar era vivir cerca del mundo: Sevilla era más
accesible desde Vera Cruz que desde Valladolid. De todos los empleados del Estado, quizá sólo los militares
de carrera podían esperar vivir una vida un poco errante, de la que sólo les consolaba la variedad e vinos,
mujeres y caballos de su país.

II. El problema agrario era por eso fundamental en el mundo de 1789, y es fácil comprender por qué los
fisiócratas consideraron indiscutible que la tierra, y la renta de la tierra, eran la única fuente de ingresos. Y
que el eje del problema agrario era la relación entre quienes poseen la tierra y quienes la cultivan, entre los
que producen su riqueza y los que la acumulan.

Las relaciones de la propiedad se pueden dividir dependiendo la zona del globo donde estemos.

-América: destaca la importación de minerales y otras extracciones, así como esclavos, mucho más que
productos agrarios. En este período el algodón es más preciado, en detrimento del azúcar.

-Al este del Elba, el cultivador típico no era libre, sino que realmente estaba ahogado en la marea de la
servidumbre, creciente casi sin interrupción desde finales del siglo XV o principios del XVI. La zona de los
Balcanes surgió como países campesinos, pero en ellos no había una propiedad agrícola concentrada.
Muchos estaban sometidos a límites cercanos a la esclavitud o eran criados domésticos. En el ámbito de la
producción, eran casi independientes de Europa, en todo tipo de alimentos y materias primas.

En general esto hacía que los aristócratas explotaran cada vez más su posición económica inalienable y los
privilegios de su nacimiento y condición. Solo unas pocas comarcas habían impulsado el desarrollo agrario
dando un paso adelante hacia una agricultura puramente capitalista, principalmente en Inglaterra. La gran
propiedad estaba muy concentrada, pero el típico cultivador era un comerciante de tipo medio, granjero-
arrendatario que operaba con trabajo alquilado. Una gran cantidad e pequeños propietarios, habitantes en
chozas, embrollaba la situación. Con el cambio, entre 1760-1830, lo que surgió fue una agricultura de
empresarios agrícolas –granjeros- y un gran proletariado agrario.
El siglo XVIII no supuso un estancamiento agrícola. Por el contrario, si bien seguía siendo regional, una
gran era de expansión demográfica, de amento de urbanización, comercio y manufactura, impulsó y hasta
exigió el desarrollo agrario. La segunda mitad del siglo vio el principio del tremendo aumento de población.

III. La clase media de abogados, administradores de grandes fincas, cerveceros, tenderos e incluso el
industrial parecía poco más que un pariente pobre. Era el mercader el verdadero director del desarrollo (en
tanto el señor feudal lo era en Europa oriental). Por eso el sistema más conocido era el putting-out system,
por el cual un mercader compraba todos los productos del artesano o del trabajo no agrícola de los
campesinos para venderlo luego en los grandes mercados; temprano capitalismo industrial.

El siglo XVIII debió toda su fuerza de desarrollo al progreso de la producción y el comercio, y al


racionalismo económico y científico, que se creía asociado a ellos de manera inevitable. Las logias masónicas,
donde no existía una diferencia de clases propagaron las ideas inglesas bajo un tupido velo francés: la
igualdad y la libertad (después la fraternidad) fueron la bandera de su revolución. El objetivo principal de los
ilustrados no fue el capitalismo, sino, a través del humanismo y las ideas racionalistas-progresistas, la libertad
de todos los ciudadanos. Las monarquías absolutas del despotismo ilustrado encendieron la llama de la
revolución intelectual y luego de la revolución práctica.

IV. Los reyes que se llamaron “ilustrados” lo hicieron movidos menos por un interés en las ideas generales
que para la sociedad suponía la “ilustración” o la “planificación”, que por las ventajas prácticas que la
adopción de tales métodos suponía para el aumento de sus ingresos y bienestar. La monarquía absoluta
pertenecía a la feudalidad, que estaba dispuesta a utilizar todos los recursos posibles para reforzar su
autoridad y sus rentas dentro de sus fronteras. Las únicas liberaciones del campesinado, anteriores a 1789,
fueron en pequeños países como Dinamarca y Saboya, a pesar de que todos los grandes ministros tenían en
su mente, como única solución, la abolición de la servidumbre. Las colonias rompieron el hielo, en este caso
Irlanda y Estados Unidos, por vía pacífica o revolucionaria.

El enfrentamiento entre Francia e Inglaterra significó la confrontación de dos sistemas políticos


antagónicos. Los ingleses no sólo vencieron más o menos decisivamente en todas esas guerras excepto en
una, sino que soportaron el esfuerzo de su organización, sostenimiento y consecuencias con relativa
facilidad. La doble revolución iba a hacer irresistible la expansión europea, aunque también iba a
proporcionar al mundo no europeo las condiciones y el equipo para lanzarse al contraataque.

2. La Revolución Industrial

I. Si bien este acontecimiento da sus primeros pasos a principios del siglo XVIII, no será hasta 1830 cuando
la literatura de Balzac y los manifiestos de Engels y Marx se hagan cargo del proletario y la clase trabajadora
hija del capitalismo. La Revolución Industrial supone que un día entre 1780-1790, y por primera vez en la
historia humana, se liberó de sus cadenas al poder productivo de las sociedades humanas, que desde
entonces se hicieron capaces de una constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de
hombres, bienes y servicios. Esto es lo que ahora se denomina técnicamente por los economistas take-off, el
crecimiento autosostenido. Ninguna sociedad anterior había sido capaz de romper los muros de una
estructura en la que el hambre y la muerte se imponían periódicamente. Preguntar cuándo se completó es
absurdo, pues su esencia era que, en adelante, nuevos cambios revolucionarios constituyeran su norma. Y así
sigue siendo.

Que el estallido se diera en Inglaterra no quiere decir que fuese superior científica y técnicamente
hablando. En las ciencias naturales Francia era, con mucho, el baluarte de Europa. Las lecturas de los
economistas ingleses eran tanto Adam Smith como Dupont, Quenay Turgot, Lavoisier y los italianos. La
educación palmaria no estaba en Oxford o Cambridge, sino en Escocia, de donde surgieron los genios de esta
revolución, como Watt, Telford, McAdam, James Mill. Hasta que Lancaster impusiera sus medidas, la
educación inglesa no despegó. Además, los inventos de estos no requerían más conocimiento que el que se
tenía a principio de siglo (excepto en química), y su aplicación fue muy posterior (unos 40 años).

Las condiciones legales eran la gran ventaja. Un puñado de terratenientes de mentalidad comercial
monopolizaba casi la tierra, que era cultivada por arrendatarios que a su vez empelaban a gentes sin tierras o
propietarios de pequeñísimas parcelas. La agricultura estaba preparada para cumplir sus cuatro funciones
fundamentales en una era de industrialización:

-aumentar la producción y la productividad para alimentar a una población no agraria

-proporcionar un vasto y ascendente cupo de potenciales reclutar para las ciudades

– suministrar un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores más modernos de la
economía

-así como la creación de excedente para exportar material e importar capital.

El dinero no solo hablaba, sino que gobernaba. Pero hay zonas que, aunque en 1850 producían mucho
más que en 1750 no habían disfrutado del salto cualitativo de Manchester o Birmingham. Empresarios e
inversores cruzaron sus actividades. Había algo que alzaba a Gran Bretaña sobre el resto de naciones, que
además tras las guerras napoleónicas quedaron sometidas: la industria algodonera y la expansión colonial.

II. Los esclavos y el algodón fueron en paralelo. Liverpool, Bristol y Glasgow crecieron al amparo de este
tráfico de mercancías. La Revolución industrial puede considerarse, salvo en unos cuantos años iníciales,
hacia 1780-1790, como el triunfo del mercado exterior sobre el interior: en 1814 Inglaterra exportaba cuatro
yardas de tela de algodón por cada tres consumidas en ella; en 1850, trece por cada ocho. Las guerras
napoleónicas cerraron Europa a este comercio, algo que volvió a reanudarse en 1820. Pero en las colonias, la
industria británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros países y su
propio gobierno imperial. Inglaterra dominó financieramente al continente sudamericano. India se convirtió
en la (forzada) clientela de Lancashire. El comercio del opio, por su parte, lanzó los intercambios con China
desde 1820-1830. Los suministros ultramarinos de lana ganaron en importancia a partir de 1870.

La gran industria del algodón se llevó por delante el trabajo manufacturero, de gran antigüedad. Muchos
se rebelaron ante la pérdida de sus puestos de trabajo cuando y ala industria no los necesitaba para nada.
Comenzaba la tiranía de las máquinas.

III. La industria como tal tiene su nacimiento en base al algodón. El textil es posterior y el vapor no se usaba
mucho fuera de la minería. Con ella arrastró a otros sectores; por eso influyó en el progreso económico de
Gran Bretaña. Se pasó de importar 11 millones de libras de algodón bruto en 1780 a 588 millones en 1850
(su producción suponía casi el 50% del total). La pequeña crisis entre 1830-1840 sacudió levemente el
mercado del algodón y tambaleó toda la economía británica: queremos con esto mostrar lo importante que
era el algodón para su estabilidad.

La desviación de las rentas hacia el arrendatario, supuso levantamientos cartistas y otros en 1848 contra
las máquinas, vistas como la raíz de los problemas. No solo proletariado, sino granjeros fueron los
protagonistas. Por eso los pequeños burgueses y los obreros se unieron a los radicales ingleses, republicanos
franceses o jacksonianos norteamericanos, dependiendo la localización.

A los capitalistas solo les preocupaba el cómputo de sus ganancias; mientras tanto les daba igual las
acciones proletarias. Los tres fallos del sistema fueron: el ciclo comercial de alza-baja, la tendencia de la
ganancia a declinar y la disminución de las oportunidades de inversiones provechosas. Inicialmente la
industria del algodón tenía muchas ventajas. Su mecanización aumentó mucho la productividad de los
trabajadores, muy mal pagados en todo caso, y en gran parte mujeres y niños. La inflación que suponía la
diferencia entre el coste de la materia prima y el beneficio que suponía la venta de la manufactura, quedó
neutralizada (e incluso en descenso) en 1815.

En los momentos de crisis había se ajustaba el presupuesto reduciendo los salarios de los trabajadores: se
podía comprimir directamente los jornales, sustituir los caros obreros expertos por mecánicos más baratos o
introducir máquinas en el lugar de un grupo. La medida más racional era introducir maquinaria. Entre 1800-
1820 hubo 39 patentes nuevas, 51 entre 1820-1830, 86 en 1830-1840 y 156 en 1840-1850. Si bien la
industria se estabilizó tecnológicamente en 1830, no sería hasta la 2/2 de siglo cuando la producción tuviera
un aumento revolucionario.

IV. El problema de las producciones masivas es que necesitan un buen mercado de consumo. La industria
militar, tras Waterloo, entró en decadencia y la de productos primarios no era excesivamente grande. Nunca
falló, sin embargo, la industria del carbón: 10 millones de toneladas (90% de producción mundial) frente a 1
millón de los franceses) en 1800. El ferrocarril es el hijo de las minas del norte de Inglaterra: una gran
producción requería una excelente movilización de producto.

El ferrocarril constituía el triunfo del hombre mediante la técnica. Que requiriese de una gran inversión en
hierro, acero, carbón y maquinaria pesado, de trabajo e inversión de capital, supuso que el ferrocarril
impulsó, como ningún otro invento, el desarrollo de la segunda industrialización. Carbón y acero triplicaron
su producción. La sociedad inglesa invertía sus riquezas y obtenía beneficios, la aristocracia y la sociedad
feudal se lanzó a malgastar una gran parte de sus rentas en actividades improductivas. Esa fue la diferencia.

Cuando el capital acumulado fue tanto que no lo pudo absorber el propio país, se decidió invertir en el
extranjero, especialmente desde la década de 1820. Pero solían ser empresas fracasadas porque no se
cumplían las expectativas: o terminaban por cobrar menos interés o el pago de este se retrasaba unos 40
años (como el caso de los griegos).

V. El factor más crucial que hubo de movilizarse y desplegarse, fue el trabajo, pues una economía industrial
significa menos población agrícola, más urbana y un aumento general de la población, luego también se
necesita mayor suministro de alimentos: una revolución agrícola. Para eso se hubo de terminar con los
comunales medievales y las caducas actitudes comerciales del feudalismo. En 1846 se abolieron las Corn
laws que retrasaban la entrada del capitalismo en el campo.

Para que la industrialización urbana triunfara, había que hacer dos cosas: mecanizar el campo para liberar
a muchos campesinos de su actividad tradicional y tentarlos a la industria y, después, formarlos para que
estuviesen capacitados en sus puestos. En un principio, se contrataron mayoritariamente niños y mujeres
(que resultaban más rentables).

Si bien sus ciudades pronto se contaminaron y llenaron de niebla (recordad Oliver Twist!), los ingleses
supieron utilizar muy bien sus recursos. A la altura de 1780 su consumo de algodó era dos veces el de los
EE.UU y cuatro el de Francia; producía más de la mitad de lingotes de hierro del mundo; recibía dividendos
de todas sus inversiones por el mundo. Gran Bretaña era el taller del mundo.

3. La revolución francesa

I. Si Inglaterra proporcionó la base de la Rev. Industrial, Francia lo hizo en la política. Entre 1789-1917, las
políticas de todo el mundo lucharon ardorosamente en pro o en contra de los principios e 1789 o los más
radicales de 1793. Proporcionó los programas de los partidos liberales, radicales y democráticos de la mayor
parte del globo.

Ya entre 1776 y 1790 se produjo una serie de revoluciones democráticas, en EE.UU. Bélgica, Holanda; pero
fue la francesa la que más consecuencias tuvo. Fue la única verdadera revolución de masas (hemos de saber
que 1/5 europeos era francés…) y radical (tanto que los extranjeros revolucionarios que se le unieron fueron
luego moderados en Francia). Al contrario que la Revolución americana, la francesa influyó en ámbitos
geográficos muy distantes: afectó en Sudamérica y fue el primer gran movimiento de ideas en la cristiandad
occidental que produjo algún efecto real sobre el mundo islámico –caso de la India y Turquía-.

En Francia, al contrario que en Inglaterra, el conflicto entre los intereses de antiguo régimen y la ascensión
de las nuevas fuerzas sociales era peligrosamente agudo. Una monarquía absoluta, como la de Luis XVI, no
aceptaría pequeñas dosis reformistas como las propuestas de Turgot. Hacía falta un gran cambio. La
monarquía absoluta, no obstante, introdujo, por iniciativa propia a una serie de financieros y administrativos
en la alta aristocracia, quienes fundían los descontentos de nobles y burgueses en los tribunales.

La nobleza se granjeó numerosos enemigos: no solo ocupaba los puestos más importantes del Estado, sino
que tenía una creciente inclinación a apoderarse de la administración central y provincial. La mayoría de la
gente eran gentes pobres o con recursos insuficientes, deficiencia ésta aumentada por el atraso técnico
reinante. La miseria general se intensificaba por el aumento de la población. Diezmos y gabelas también
contribuían a ello.

La revolución americana terminó con victoria para Francia, pero el precio fue demasiado alto: una
bancarrota total. Aunque muchas veces se ha echado la culpa de la crisis a las extravagancias de Versalles,
hay que decir que los gastos de la corte sólo suponían el 6% del presupuesto total en 1788. La guerra, la
escuadra y la diplomacia consumían un 25% y la deuda existente un 50%. Guerra y deuda –la guerra
norteamericana y su deuda- rompieron el espinazo de la monarquía.

La Revolución comenzó con la “Asamblea de notables” de 1787 y la convocatoria a Estados Generales de


1789. Todo comenzó como un intento aristocrático de retomar el control, pero fue un error subestimar al
“tercer estado” con una crisis económica tan profunda, dejándolo a un lado en los órganos representativos.
La Declaración de derechos del hombre y del ciudadano es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los
privilegios, pero no a favor de una sociedad democrática. No se pedía el fin de los reyes ni la conformación
de una asamblea representativa (podía haber intermediarios. Pero eso sí: la soberanía residiría en la
“Nación” (vocablo importante). Esta identificación iba más allá del programa burgués, tenía un acento mucho
más radical y peligroso para el orden social.

La crisis del trigo, que el pan duplicara su precio, el bandolerismo y los motines, hicieron de la Asamblea “
del juego de pelota”, algo más revolucionario y crítico de lo que cabría esperar. La contrarrevolución hico a
las masas de París una potencia efectiva de choque. La toma de la Bastilla fue el símbolo del final del Antiguo
Régimen en Francia: 14-7-1789.

La revolución fue burguesa y liberal-conservadora. El tercer estado fue liberal-radical. Por momentos esta
dicotomía oscilaba hasta que finalmente quebró. Algunos burgueses dieron un paso más hacia el
conservadurismo, al ver que los “jacobinos” llevaron la revolución demasiado lejos para sus ideales. El tercer
estado no quería una sociedad burguesa, que progresivamente adquiría tintes aristocráticos.

De los jacobinos, solo los sans-culottes tenían cierta iniciativa política. El resto, desarrapados y
hambrientos eran incultos y seguían a líderes bien formados. Marta y Hébert defendían los interesas de la
gran masa de proletarios, el trabajo, la igualdad social y la seguridad del pobre: igualdad, y libertad directa.
Pero su utopía fue irrealizable y más fruto de la desesperación que de un plan bien trazado. Su memoria
queda unida al jacobinismo, del que no siempre fue partidario.

II. Entre 1789 pocas concesiones se hicieron a la plebe, pero sus reformas fueron las más duraderas. Desde
el punto de vista económico, las perspectivas de la Asamblea Constituyente eran completamente liberales: su
política respecto al campesinado fue el cercado de las tierras comunales y el estímulo a los empresarios
rurales; respecto a la clase trabajadora, la proscripción de los gremios; respecto a los artesanos, la abolición
de las corporaciones.

La Constitución Civil del clero fue un mal intento, no de destruir el clero, sino de alejarlo del absolutismo
romano.

El rey sabía que la única opción de reconquistar el absolutismo sería con una intervención desde el
exterior, pero esto sería difícil debido a la buena situación del resto de países. Pero Europa se dio cuenta de
que corría peligro su derecho al trono y se pusieron en marcha. La Asamble Legislativa pronosticaba la guerra
y así fue desde 4-1792. Sin embargo fueron derrotados y las masas se radicalizaron. Los altos mandos fueron
encarcelados, incluido el rey y la República fue instaurada.

La Convención Girondina se percató de que o vencían rotundamente o eran eliminados del tablero de
juego. Para ello movilizó el país como nunca se había hecho: economía de guerra, reclutamiento en masa,
racionamiento, y abolición virtual de la distinción entre soldados y civiles. Por último, reclamaba sus
fronteras naturales con dos propósitos: tumbar la contrarrevolución y conseguir más territorios con los que
hacer la guerra económica a Gran Bretaña. En este clima, los jacobinos fueron ganando terreno palmo a
palmo. Esto derivó en la toma de poder por los sans-culottesel 2-6-1793.

III. La Convención jacobina se recuerda por el almidonado Robespierre, el gigante Danton, el elegante Saint-
Just, el tosco Marat y el Comité de Salud Pública –Comité de guerra-, el tribunal revolucionario y la guillotina.
Hubo 17.000 ejecuciones en 14 meses. El terror, a pesar de lo que se dice, fue mucho menor que el de las
matanzas contra la Comuna de París en 1871 o las del siglo XX. Pero el caso es que tras ese tiempo de
muerte, Francia se estaba desintegrando por los ataque extranjeros en todos los frentes. El resultado: la
contrarrevolución vencida, un ejército mejor formado y más barato una moneda más estable (ya casi toda en
papel) y un gobierno estable (aunque con otro color) que iba a comenzar una racha de casi veinte años de
victorias militares ininterrumpidas.
El fin del programa jacobino era un Estado fuerte y centralizado –le grande nation-, las levas en masa y
una Constitución radical que prometía el sufragio universal, alimento, trabajo y derecho a la rebelión. Se
procuraría el bien común con unos derechos operantes para el pueblo (lo que implicaba el fin total de todo lo
concerniente al sistema y los privilegios feudales).

El rígido Robespierre venció al pícaro Danton, que acaudilló a numerosos delincuentes, especuladores,
estraperlistas y otros elementos viciosos y amorales de la sociedad. La guillotina recordaba que nadie estaba
seguro. Los procesos de descristianización disgustaron a algunos. El 27-7-1794, con la victoria en Fleurus y la
ocupación de Bélgica, se dio paso a una revolución termidoriana que terminó con los andrajosos sans-
culottes y los gorros frigios. Robespierre, Saint Just y Couthon, junto con otros 87 miembros, fueron
ejecutados.

IV. Termidor se encontraba con el problema de enfrentarse la clase media francesa para la permanencia de
lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-1799). Tenían que conseguir una estabilidad
política y un progreso económico sobre las bases del programa liberal original de 1789-1791. Los sucesivos
regímenes hasta 1870 (Directorio, Consulado, Imperio, monarquía borbónica restaurada, monarquía
constitucional, República e Imperio de Napoleón III, no fueron más que el intento de mantener una sociedad
burguesa intermedia entre dos sistemas antagónicos: la república democrática jacobina y del antiguo
régimen.

El régimen civil era débil. Su constitución no fructificó como se esperaba. Precariamente, los políticos
oscilaron entre la derecha y la izquierda y tenían que hacer uso frecuente del ejército tanto contra los
agentes exteriores como contra las rebeliones internas. En este contexto, es normal que Napoleón brotara en
este clima de ambigüedad en el que los militares tenían más poder que los gobernadores. Poco a poco el
ejército fue abandonando su carácter revolucionario y adquirió tintes de ejército tradicional y nacional,
propiamente bonapartista.

La escala se configuraba por las dotes personales y la capacidad de mando. La rigidez castrense aún no
estaba definida. El ejército no contaba con un abundante armamento, respaldado por una industria pesada
efectiva. Contaba más la efectividad de actuación. Con estos Napoleón conquistó Europa, no solo porque
pudo, sino porque tenía que hacerlo. Con él el mundo tuvo su primer mito secular: de cónsul pasó a
Emperador, estableció un código civil, un concordato con la Iglesia y hasta un Banco nacional. El Corso hizo
de la revolución liberal un régimen liberal asentado.

Napoleón fue mito y realidad. Era el hombre civilizado del siglo XVIII, racionalista, curioso, ilustrado, pero
lo suficientemente discípulo de Rousseau para ser también el hombre romántico del XIX. Si bien construyó
las estructuras de la universidad, la legislación, el gobierno, la economía, destruyó el sueño jacobino de la
libertad, igualdad y fraternidad: ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión… Este mito
revolucionario sobreviviría a la muerte de Napoleón.

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