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Instituto Mora

Doctorado en Historia Moderna y Contemporánea


Teoría de la Historia
Ensayo final
Diego Antonio Franco de los Reyes

En este ensayo me propongo reflexionar sobre lo que los elementos básicos que
componen a la disciplina de la historia desde mi mirada personal. Con ello no aspiro
a indicar una forma de concebir la historia que se pueda declarar absoluta y
universal, por el contrario, solo deseo poner en claro mis ideas y señalar qué forma
de concebir a la historia, dentro de las visiones ya existentes, resulta valiosa y útil
para mí y mi futura labor como historiador. Así pues, este conjunto de reflexiones
parten del reconocimiento de que existen diversas formas de pensar la historia y de
que todas pueden tener cierta validez, aunque también reconozco que se puede
señalar que algunas tienen propuestas más convincentes que otras.

I
La primera toma de postura que creo pertinente realizar es la relacionada con la
distinción entre la historia y la escritura de la historia. Como señala Carlos Mendiola,
existe una diferencia entre la historia pensada aquí como disciplina y la
historiografía. De entrada, es útil reconocer a la historia como una actividad práctica,
esto es, como una disciplina científica producida en un contexto institucional desde
el cual los historiadores producen conocimiento sobre el pasado que es validado
por los pares. Historiografía, por su parte, se refiere a la escritura de la historia y a
la forma en que ésta ha sido escrita, dependiendo siempre de las coyunturas del
presente, los enfoques teóricos y la subjetividad de quien escribe.1
Sin embargo, asumir que la historia existe como disciplina y como escritura
de la historia, no me hace aceptar de forma tajante la negación de que la historia
también son los acontecimientos y hechos del pasado. El pasado existió ya que
sucedió en el tiempo y quedó registrados en diversos soportes. Por ello, no puedo

1 Carlos Mendiola Mejía, “Distinción y relación entre la teoría de la historia, la historiografía y la


historia”, en Historia y Grafía, núm. 6, 1996, pp. 171-182.

1
aceptar que la historia sea sólo lo que los historiadores escriben sobre ella, creo
que ésta tiene una existencia propia aunque evanescente y que lo que producimos
los historiadores son interpretaciones de la misma. Pero no acepto que la historia y
los acontecimientos se reduzcan a lo que se escribe de ellos, puesto que tuvieron
una existencia independiente de las interpretaciones, aunque sea difícil o imposible
de asir fuera de dichas interpretaciones, solamente se le puede indicar, más no
mostrar.
Así pues, aceptando esta distinción entre la existencia autónoma de los
acontecimientos históricos y de la historia, creo que existe una relación entre ambas
en la que la mediación que la hace posible es la narración. Narrar los
acontecimientos del pasado es la forma en que la historia puede interpretar,
argumentar, comunicar y difundir el pasado. Y la forma de construir estas
narraciones es a partir de las oraciones históricas que son tejidas en una trama que
compone a la narración. Entrando ahora a la discusión sobre narración e historia,
si, como propone Hayden White, la narrativización de los acontecimientos históricos
es lo que da sentido a la historia, se torna necesario comprender qué es una
narración.
Aquello que define a una narración, según este autor, es su estructura de
relato, es decir, que tiene un inicio, una trama y un desenlace, al mismo tiempo trata
un tema central y una voz narrativa identificable.2 Esto es, como un conjunto de
frases organizadas que explican a través del lenguaje el desarrollo del pasado.
Siguiendo a Danto, las oraciones históricas que utiliza quien narra los
acontecimientos solo pueden existir como tal, es decir, como frases que señalan la
historicidad de los procesos, porque se escriben desde el presente y por qué se
conocen en mayor o menor medida el desenlace de los procesos.3
De esta manera, White aproxima la escritura de la historia a la escritura
ficcional. Aquí yo no estoy de acuerdo. Si bien puedo aceptar que la escritura
ficcional puede ser tan compleja como la escritura producida desde una disciplina

2 Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona,


Paidós, 1992 [1987], pp. 17-39.
3 Arthur C. Danto, Historia y narración. Ensayos de filosofía analítica de la historia, Barcelona,

Paidós/ICE-UAB, 1989, pp. 99-155.

2
científica que relata acontecimientos pasados reales, no acepto, como hace este
autor, junto con Paul Veyne4 y otros, que la única diferencia entre ambas escrituras
sea solo que la historia trata de hechos reales y que la escritura literaria trata
ficciones. Me parece que la escritura histórica se enfrenta a problemas
metodológicos de naturaleza cualitativamente diferente con respecto a los propios
de la escritura ficcional y esto es lo que las vuelve diferentes.
Para comenzar con esta discusión, creo que la escritura de la historia se
diferencia de la escritura ficcional por el hecho de que la primera, o por lo menos la
forma de hacer historia por la que yo abogaría, aspira a ser un saber científico,
mientras que la segunda sólo se propone crear un relato que no aspira a producir
un contenido verosímil o que pretenda abordar los acontecimientos. En el caso del
realismo, aun cuando esta literatura toma a la realidad como inspiración, no deja de
producir relatos ficcionales.
Es decir, la historia, como disciplina científica, debe aspirar a producir un
conocimiento basado en metodologías rigurosas que buscan acercarse a la realidad
pasada y producir argumentos coherentes y respaldados en el análisis de
testimonios (fuentes) que dan un sustento a estas afirmaciones. Si bien la escritura
de ficción también utiliza métodos, su objetivo no es producir conocimiento sino un
relato, un objeto que busca entretener al intelecto pero que no aspira a crear un
conocimiento verisímil sobre la realidad pasada.
Para seguir con la distinción, las metodologías son cualitativamente
diferentes. En el caso de la historia, la utilización de documentos, la crítica de
fuentes, la comparación de testimonios y la argumentación con base en este
respaldo conforman un aparato crítico necesario para cualquier texto de historia ya
que le otorga la rigurosidad y coherencia necesarias en el momento de ser validada
por los pares. En el caso de la escritura ficcional, no se precisa de un aparato crítico
para dar coherencia al relato; lo que es necesario es la habilidad creativa para
componer una trama y encontrar la mejor forma de exponerlo y comunicarlo. No
precisa de un aparato de validación de su rigurosidad.

4 Paul Veyne, Cómo se escribe la historia: Foucault revoluciona la historia, Madrid, Alianza, 1984
[1971].

3
Para cerrar esta discusión, a diferencia de White, que encuentra en la
composición del relato la forma en que la escritura de la historia crea su
argumentación, creo que ésta vas más allá de la composición de una narración y
del uso de figuras literarias puesto que necesita de una serie de herramientas y
especificaciones de carácter científico para que pueda ser reconocida por los pares
través de procesos específicos como las recensiones, las revisiones, las citas y las
críticas. En ello reside la especificidad y la diferencia de un texto de historia en
relación a una novela o a la escritura ficcional.

II
Ahora bien, otro punto interesante que creo necesario esclarecer es la cuestión de
los poderes que se entretejen tanto en los contextos de producción como en el
contenido mismo de las historias que se escriben. El poder, la legalidad y el Estado,
pero también los subalternos, las víctimas y la memoria como un ejercicio de
empoderamiento son los temas que ahora quiero tratar. Hayden White lo señala en
el texto citado con anterioridad, desde los antiguos y simples anales hasta la historia
actual, con sus complejos métodos y recursos analíticos trata siempre de una
legalidad, ya sea para afirmarla, para cuestionarla o para explicarla, para observar
cómo era afirmada, transgredida o explicada en el pasado, pero siempre hay una
entidad de poder y un régimen de legitimidad sobre el que se estructuran los
contenidos de los relatos del pasado.5
Ante esta situación, emerge el cuestionamiento de si es posible escribir una
historia en la que no se presente una entidad que ejerza un poder. Parece poco
probable. Aun cuando la historiografía ha dejado de estar centrada desde hace
varias décadas en la historia política de los acontecimientos y se ha desplazado
hacia la historia social y cultural de la cotidianidad y las mentalidades, por mencionar
sólo algunas vertientes, la referencia a alguna legalidad, o a un conjunto de
regulaciones sociales, o a una serie de leyes para organizar la convivencia, o a un

5Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona,


Paidós, 1992 [1987], pp. 24-27.

4
grupo de políticas públicas que enmarcan los procesos sociales, o incluso al
conjunto de prácticas transgresoras, siempre emerge un poder.
Sea este el del Estado y sus leyes, el del Rey y sus cortes, el del gremio y
sus asociados, el de la empresa y sus empleados, o incluso el de los subalternos o
el que ejerce la dominación masculina sobre las mujeres. Pero siempre se vislumbra
un poder y una legalidad, tradicionalmente la del Estado, pero ahora sabemos que
más bien se trata de un conjunto de poderes de diferentes alcances que están
presentes y crean a los dominantes y a los dominados.
De hecho, pareciera que sin tener en cuenta estas relaciones de poder y sus
derivaciones (dominación, negociación y resistencia) no se podrían comprender el
pasado y la historia. Así pues, el Estado y los poderes económicos, políticos, de
género, de etnicidad, están presentes en el pasado, incluso en el más remoto, por
lo que la historia aunque se haya alejado de los acontecimientos y de las grandes
figuras de la política institucional, siempre estará referida a un entramado de
poderes que no pueden ser ignorados.
Pero así como existen estos poderes, están las víctimas que produce la
dominación. Como apunta Georg Eickhoff cuando comenta la tesis del Angelus
Novus de Walter Benjamin, el progreso, la modernidad, el capitalismo, el desarrollo
del Estado, han producido víctimas. La historia necesita incluir a las víctimas de la
catástrofe del progreso en el espacio de la memoria para restituirles su historia, su
identidad y su dignidad.6 Esto quiere decir que ha habido rechazo, negociación y
resistencia de esos poderes. Y aunque este autor esté más centrado en las víctimas
mortales y en su rememoración, es bien sabido que la historia está llena de prácticas
minúsculas y cotidianas de negociación y resistencia. Son las tácticas de las que
habla Michel De Certeau.7
Pero a pesar de la reflexión sobre la violencia del progreso y el ejercicio de
la memoria parece que nuestras sociedades no pueden dejar ser der violentas. Eric
Hobsbawm señala que la comprensión del pasado puede ayudar a ubicar el

6 Georg Eickhoff, La historia como arte de la memoria. Acosta vuelve de América, México, UIA, 1996,
pp. 27-37.
7 Michel De Certeau, La invención de lo cotidiano 1 Artes de hacer, UIA/ITESO, México, 2010, pp. 1-

24.

5
presente, reconocer similitudes en el pasado y comprender como se relacionan los
poderes con el pasado y cómo lo usan de acuerdo a determinados fines. Es decir,
el reconocimiento de los poderes pasados y de sus estrategias de dominación
puede ser comprendido por el historiador y, según Hobsbawm, la difusión de este
conocimiento ayudaría a evitar su repetición.8
Pero parece que el gremio de los historiadores no ha logrado evitar que se
repitan las catástrofes de todo tipo. Las guerras, la desigualdad, la explotación, la
devastación y la muerte se repiten en casi todas las épocas y en casi todas las
regiones del mundo. Según se observa, la tribuna de los centros universitarios no
ha provisto del alcance necesario a la difusión del conocimiento del pasado.
Mientras los historiadores no tengan un mayor poder de comunicación y difusión de
los procesos que nos han llevado a la catástrofe, la historia se seguirá repitiendo, o
al menos eso en eso consiste el alegato del historiador inglés.
Pero a mi juicio, la historia no tiene esa capacidad de redimir a la sociedad,
a sus poderes y a sus violencias. Se puede conocer bien el pasado de los Estados
totalitarios, de las dictaduras y aun así parece que estamos destinados a repetir la
destrucción, la enemistad y la preeminencia de la autoconservación a costa de los
demás. Hobsbawm no da respuestas en este sentido, como él mismo dice, prefiere
tomar al camino fácil y hacer preguntas. Si no podemos evitar las catástrofes, la
violencia y la desmemoria, ¿qué nos queda entonces? Tal vez no nos queda más
que aceptar que el conocimiento de la historia no tiene que salvar al mundo, y
resignarnos con la humilde pero noble tarea de comprender el pasado de toda
expresión humana que dignifique a nuestra especie.
Para terminar este subconjunto de reflexiones, quiero agregar que incluso los
contextos de producción historiográfica están marcados por las relaciones de poder,
la legalidad del Estado e, incluso, por las violencias cotidianas de las instituciones
burocráticas. El historiador está inserto en relaciones de poder, en una distribución
de capacidades asignada por un orden específico que le posibilita escribir sobre el
pasado. Parece, entonces, que toda historiografía sólo es posible si existe un poder
y un orden institucional que le provea su contexto de escritura.

8 Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 1998 [1997], pp. 23-33.

6
Como ha señalado De Certeau, la historia se escribe desde un contexto
institucional. Actualmente son las universidades, sean públicas o privadas, aunque
en el caso mexicano son más las primeras que las segundas, los entramados
institucionales desde los que se escribe mayoritariamente sobre el pasado. Y
aunque ahora se goza de relativa autonomía al momento de elegir los temas, las
perspectivas y los sujetos que son estudiados, la historia surgió para legitimar
regímenes de dominación en los que se establecía una relación desde las entidades
de poder con el pasado que buscaban la legitimación de su dominio.
Esta relación con el pasado surgió como una de legitimación del presente de
la entidad de poder a partir de la explicación de su pasado. Por ejemplo, aquellos
encargados de inventar el pasado buscaban las genealogías de las familias para
legitimar alianzas entre nobles o buscaban el pasado de la burguesía, de las
ciudades y de la nación para demostrar la necesidad de su existencia y la
justificación de pertenecer a ellas.9
En la actualidad, a pesar de la apertura y de que la historia ya no es la fuente
privilegiada de la legitimidad de los poderes, los lugares de producción de la historia
siguen determinando las interpretaciones del pasado.10 Ahora contamos con una
mayor capacidad de elección de los temas y no se pretende legitimar a un régimen
o a otro, pero aun dependemos del Estado para poder enunciar esas historias. Aun
así, sigue habiendo temas velados, archivos no liberados y temas censurados que
quedan pendientes por ser historiados, lo que sigue mostrando que la promoción
pública de la historia no resulta para nada aséptica y abierta.

III
Finalmente, me gustaría acabar este ensayo abordando un conjunto de temáticas
relacionadas con las fuentes de la historia, esto es, con los documentos entendidos
en sentido amplio. Se ha dicho cientos, si no es que miles de veces, que los
documentos son el sustento de las argumentaciones de la escritura de la historia,
son los que permiten tener una aspiración de verosimilitud y afirmar que una

9Jacques Le Goff, Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso, Barcelona, Paidós, 1991
[1977], pp. 31-36.
10 Michel De Certeau, La escritura de la historia, México, UIA, 1978 [1993], pp. 69-83.

7
investigación cuenta con un conjunto de referencias al pasado que está estudiando.
Sin embargo, se ha comentado menos veces que los documentos puedes ser de la
más diversa índole y que también ellos están sujetos a disputas por su preservación,
difusión, apertura e interpretación.
Ya Marc Bloch hablaba desde los años cuarenta de la diversidad de las
fuentes: archivos, memorias, cartas, testimonios, diarios, prensa, caricaturas,
fotografías, publicidad, mapas, obras literarias, arte, filmes, objetos, edificaciones,
antigüedades, paisajes, etc. En sus palabras, “La diversidad de los testimonios
históricos es casi infinita. Todo cuanto el hombre dice o escribe, todo cuanto fabrica,
cuanto toca puede y debe informarnos acerca de él.”11 Por ello, las fuentes para la
historia no pueden restringirse a los documentos producidos por instituciones y
resguardados en archivos públicos o privados, como afirman los historiadores de
algunas instituciones consagradas en México, pero conservadoras en este sentido.
Y no estoy negando que este tipo de fuentes sean fundamentales.
Con el avance de las tecnologías y con la diversificación de la historiografía
que ahora se aboca al estudio de periodos de tiempo cada vez más cercanos a
nuestro presente, nuevas fuentes han surgido y son aprovechadas por quienes
escriben sobre el pasado. Los testimonios orales son ya un ejemplo bastante
conocido y reconocido para atrapar información histórica que otro tipo de fuentes no
puede registrar. El acceso a la subjetividad, a las emociones y a la experimentación
individual o comunitaria de los acontecimientos históricos son algunas de las vías
de información que ofrecen estas fuentes.
La producción cada vez más abundante de imágenes, fotografías, películas
e incluso de caricaturas y series animadas ha creado un acervo de testimonios que
la historia puede utilizar. Se han producido ya muchos libros utilizando este tipo de
fuentes, sin embargo, la forma de mirarlas y las preguntas que se les hacen buscan
cada vez menos corroborar el pasado o la veracidad de lo que registran y se centran
cada vez más en lo que estas fuentes dicen de quienes las produjeron y del público
que las acogió.

11 Marc Bloch, Introducción a la historia, México, FCE, 1984, p. 55.

8
Incluso el espacio mismo puede ser una fuente para la historia. Para el caso
del espacio urbano, las edificaciones, las calles, la disposición del entramado de las
calles y las edificaciones; las huellas de las catástrofes, tales como las marcas de
las inundaciones, los edificios caídos, las grietas en las calles; los registros sonoros
de la vida cotidiana en las calles o en sus representaciones fílmicas; incluso los
recorridos de las personas pueden ser considerados como fuentes. Todos estos
elementos del espacio se encuentran fijados en su materialidad y se conservan con
relativa estabilidad durante periodos de tiempo considerables. La historia del tiempo
presente ha subestimado estos registros, quizás por el mismo hecho de que son tan
cotidianos que quedan fuera de nuestras consideraciones.
Ahora bien, este conjunto cada vez más profuso de fuentes implica varias
dificultades. Para empezar, no existe un solo tipo de fuentes que hablen de temas
particulares, varias fuentes pueden servir para analizar un mismo proceso, pero a
la vez hay que reconocer los límites y arbitrariedades de cada tipo de registro. La
cuestión consiste en poder distinguir quién las produjo, con qué objetivos, a quiénes
estaban dirigidas, qué mensajes contienen y cómo se pueden contrastar con otro
tipo de fuentes.
Hay que decir que las fuentes de la historia son producciones arbitrarias y
que no existe un registro que resguarde lo que realmente aconteció. Incluso los
documentos de archivo son productos de instituciones que respondían a un fin
específico, a un poder estatal. Asimismo, las entrevistas de historia oral responden
al objetivo del entrevistador o del investigador. Pero este punto de producción
arbitrario se confronta con otro momento de producción arbitraria que consiste en el
proceso de reunión, transcripción, clasificación y revisión que hacen los
investigadores. Se aísla un conjunto de testimonios para clasificarlo y confrontar
estas clasificaciones.
Así pues, las fuentes son construcciones arbitrarias formuladas y
reformuladas varias veces, pero siguen siendo nuestra conexión con el pasado. A
través de un conjunto de prácticas y de contextos de enunciación, se producen
como nuevas colecciones de testimonios, con un sentido de interpretación ya
enunciado que las resignifica y pone en función de las hipótesis del investigador.

9
Este conjunto de quehaceres, técnicos si se quiere, implican una apropiación de los
documentos por parte de sujetos específicos con el objetivo de darles una
interpretación específica.
Y en este conjunto de prácticas hay ya un proceso de disputa de los
documentos ya que estos pueden ser consultados ya que pasaron por un proceso
de apertura, difusión y uso. Sabemos que hay archivos que se encuentran cerrados
para su consulta o que solo son accesibles para determinados personajes del poder
o de los historiadores apegados a las interpretaciones oficiales del pasado. La
información que estos documentos resguarda, lo que pueden decir sobre las
víctimas del pasado, de la modernización, del progreso, es resultado de disputas,
presiones y negociaciones, en las que los historiadores deberíamos tener una voz
más presente y no dejar esta tarea a las coyunturas políticas como la alternancia
gubernamental.
Como menciona Georg Eickhoff,

También los sacerdotes del progreso se van apoderando de los documentos.


Siempre que no cueste mucho, sacan los cuerpos para exhibir los suyos al lado de
aquéllos, en medio de la pompa fúnebre. Bajo sus manos cada documento de cultura
se convierte en un monumento de barbarie. El buen historiador, sin embargo, se
pone a la búsqueda de los documentos para rescatarlos y apoderarse de ellos antes
que los otros. Su arte de la memoria consiste en reconvertir los monumentos en
documentos.12

Así pues, en nuestro trabajo de agentes dobles, como historiadores


apoyados por los poderes, pero que ejercitan en arte de la rememoración, tenemos
que esforzarnos por apropiarnos de los documentos y restablecer la dignidad de las
víctimas de la historia. De revisar las rememoraciones oficiales del pasado, de
señalar los equívocos en el establecimientos de monumentos e interpretaciones. En
esta labor reside, desde mi perspectiva, el valor y función de la historia como

12 Georg Eickhoff, La historia como arte, México, UIA, 1996, p. 59.

10
disciplina científica, pero también como práctica no ajena a la política entendida en
sentido amplio.

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