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“TÍTULO”

Desde sus inicios y durante la historia de la evolución de la humanidad, la mujer ha tenido


que luchar por tener un papel relevante en la sociedad, por tener igualdad de oportunidades
y derecho a expresarse. Esto debido a que el hombre, se ha antepuesto a las necesidades y
derechos de su sexo opuesto, lo ha subyugado y denigrado, otorgándose a sí mismo, un
nivel de supremacía y poder que lo han llevado a tal punto de juzgar a las mujeres como
inferiores, incapaces y completamente dependientes de ellos, lo que por medio de dos
palabras podría resumirse en, el sustantivo: sexo y el adjetivo: débil.

Según la Real Academia Española (RAE), la expresión sexo fuerte, aparece como
“conjunto de los hombres” y la expresión sexo débil, que inicialmente tuvo como
significado “conjunto de mujeres” y que incluso, posteriormente en el año 2017, tuvo que
modificarse en la primera actualización de la 23ª edición del diccionario, debido a que era
uno de los términos que generaba polémica en la sociedad , actualmente es definida como
“conjunto de mujeres, usado con intención despectiva o discriminatoria” y que a su vez es
considerada, una expresión despectiva.

En este orden de ideas, para referirse globalmente a los universos femenino y masculino
respectivamente, es de notar que hasta misma RAE, institución que pretende velar por el
correcto uso de los idiomas en los tiempos que corren, utilice este tipo de significados
discriminatorios para referirse a la mujer. Convirtiéndose así, en el claro ejemplo de que la
misma sociedad, liderada por el género masculino, es la autora y culpable del rol
secundario que siempre se ha visto obligada a ocupar la fémina.

Desde tiempos atrás, y en gran parte, uno de los principales pilares que ha venido
construyendo el entorno machista en el que hoy día nos desenvolvemos como personas, es
la educación sexista, difundida generación tras generación, encargada de crear ese
pensamiento que dice que en su vida, desde el nacimiento, el propósito de una mujer es
vivir en función de un hombre, hacerlo padre, atenderlo y ser “su” mujer, poco más como
su propiedad, pero con título.

Es por esta razón que, las mujeres han estado aparentemente ausentes en la construcción de
la sociedad, siglos enteros de civilizaciones, guerras, hambrunas y epidemias, y ellas
siempre ahí, levemente testigos y partícipes de todo lo que ocurría, reprimidas y obligadas a
guardar silencio, consideradas incapaces de ser criaturas pensantes y con criterio propio.
Destinadas a enfrentar múltiples obstáculos para consolidarse en esencia misma, desarrollar
sus intereses y amoldar su propio yo. No les era permitido tener mayores oportunidades de
acceso a la educación, e incluso, tampoco tenían derecho de obtener reconocimiento alguno
en el ámbito literario, el arte o la ciencia, sus obras y estudios solo podían salir a la luz
siendo anónimas o utilizando como firma algún nombre masculino.
Entre tanto y con el paso de los años, es a mediados del siglo XIX, cuando empieza a
manifestarse una lucha organizada y colectiva, que pretende ser la portavoz y defensora de
la justicia, la libertad y la autonomía de las cuales se les estaba privando, en otras palabras,
el feminismo.

Eventualmente podemos destacar dos mujeres de suma importancia durante este periodo, la
primera, Simone de Beauvoir, profesora y filósofa francesa defensora de los derechos
humanos y además feminista, nacida en el seno de una familia burguesa pero que odiaba su
origen social, creció con la idea de “La libertad como principio en cualquier relación
humana” y fue así como estableció su relación con el también filósofo Jean Paul Sastre, por
medio de la cual, rompió con los patrones de la forma de vida tradicional burguesa. La
segunda, Emma Goldman, anarquista lituana de origen judío, más conocida por sus escritos
y manifestaciones libertarias feministas, luchó durante toda su vida contra el orden
establecido y sus ideas de maternidad, sexualidad y matrimonio revolucionaron la moral de
la época. Dos grandes ejemplos femeninos, capaces e independientes, que impusieron sus
propias reglas y se atrevieron a desafiar a la sociedad y demostrar el verdadero valor que
tiene una mujer.

Es en este punto, que por medio de los hechos anteriormente nombrados, y tomando como
ejemplo algunas de las mujeres más influyentes en la historia del sexo femenino, se llega a
la siguiente pregunta: ¿Por qué el papel que representaba la mujer, no le permitía tomar
decisiones sobre sí misma y a su vez, era juzgada de forma tan despiadada por cada acto
que realizaba, teniendo que vivir en opresión y completo control por parte del hombre
mientras que a este le era permitido gozar de su libre albedrío y sin prejuicio alguno?.

Con todo esto, se llega a la escritora colombiana Marvel Moreno, reconocida por sus relatos
sobre la mujer y la forma en que ésta ha brotado y se ha abierto paso desde la marginalidad.
Su libro “En Noviembre Llegaban las Brisas”, una novela que narra la violencia y represión
que asechaba a las familias elitistas de barranquilla de los años cincuenta y sesenta, y por
medio de la cual se emprende una travesía por los secretos de la sexualidad femenina y las
consecuencias de nacer en un mundo abarrotado por el machismo.

Es así como aparece Lina, los ojos y oídos de la autora, quién además con ayuda de su
abuela Jímena y sus dos tías, Eloísa e Írene, y sus conocimientos universales y existenciales
sobre el hombre, intentará comprender y dar a conocer la historia de tres mujeres que han
tenido que sufrir el abuso y maltrato de los hombres que las rodeaban y decían amarlas.
Dora, Catalina y Beatríz, son tres inocentes jovencitas, que a lo largo de su vida afrontan
una serie de hechos que logran desequilibrarlas emocionalmente por completo, y que
desarrolla en ellas un odio irremediable y sin límites hacia los hombres, se vuelven
desconfiadas, neuróticas y aprenden a manejarlos sin ellos darse cuenta, víctimas de ello
serían Benito Súarez, Álvaro Espinoza y Javier Freisen.
Tal como lo expresa Marvel, la historia se centra en una sociedad que tenía como tradición
educar mujeres dedicadas al hogar y a procrear, vivían en constante encierro y soledad,
desde muy pequeñas se les enseñaba que al cumplir la mayoría de edad, debían buscar un
hombre con quién casarse y que las mantuviera, no buscaban alguien digno de ellas, sino
por el contrario, eran ellas quienes debían hacer méritos para poder aspirar a un marido de
buena familia, con dinero y un puesto de trabajo reconocido, como por ejemplo: “El doctor
Juan Palos Pérez había seguido la trayectoria natural de un hombre decidido a escalar la
jerarquía social a costa de estudios y esfuerzos, y aquel matrimonio debía ser considerado
por él como el coronamiento de su carrera… Partiendo de Usiacurí, había estudiado en la
Javeriana, se había especializado en la clínica de los gringos, consiguiendo una clientela
honorable y se había casado con una solterona de buena familia arreglándoles la vida a
ella y su madre”. (Pág. 46, Párrafo 2).

Es así como el matrimonio, era más una cuestión de intereses y de honor, que de amor, las
reglas decían que la futura esposa debía mantenerse virgen hasta el día de la ceremonia, de
otro modo sería una deshonra y vergüenza su familia, pero al esposo no se le imponía esta
misma condición. Además una vez consumado el matrimonio y pasado algún tiempo, el
consorte solía cometer adulterio, ya fuera por visitar las tan famosas casas de putas o
prostíbulos, o porque se conseguían una “querida” esta podía ser una conocida del club, el
trabajo o una vecina, eso sin mencionar que también sostenían relaciones sexuales ilícitas
con las empleadas, de allí donde nacían los “bastardos” o hijos por fuera del matrimonio,
cosa que se había convertido en algo común y natural ante la sociedad, por parte de ellos.

Sin embargo, este si era un pecado imperdonable en el caso de una mujer, más aún cuando
esta vivía controlada, vigilada y prácticamente sólo tenía contacto con las sirvientas y una
que otra amiga. Acto que incluso, aún es castigado en algunas partes del mundo con mayor
severidad para la mujer que para el hombre, como en Egipto, donde mientras ellas son
castigadas con una pena de dos años de prisión, el marido sólo debe cumplir seis meses tras
los barrotes.

“El sexo era sucio, los hombres innobles; innobles puesto que se empeñaban en conducir a
la mujer al acto por el cual iban a despreciarla, acto que si provocaba su desprecio tenía
evidentemente que ser sucio”. (Pág. 67, Párrafo 2). Era de esta forma como los hombres se
aprovechaban de la ingenuidad de las señoritas a quienes solo veían como un pedazo de
carne fresca del cual solo querían una probada y nada más, les decían un par de cosas
bonitas y esperaban a que estas se enamoraran de ellos para que se entregaran y
posteriormente las desechaban como a cualquier otro par de zapatos rotos y viejos que no
servían más. Tal como lo hizo Andrés Larosca con Dora, antes de que esta contrajera
matrimonio con Benito Súarez, quién de igual forma la golpearía y haría sufrir durante sus
largos 10 años de maldición juntos.
Esta era la forma en que Dora, Catalina y Beatriz veían sus sagradas uniones por la iglesia
con Benito, Álvaro y Javier respectivamente, una completa maldición, una relación
construida a base de abusos, engaños y mentiras que las hacían perder la cordura y dejaban
de ser ellas mismas, extraviaban su esencia y caían por un abismo en el que crecía el
sentimiento de venganza y odio hacia los mismos, los aborrecían tanto a ellos como a todos
los demás y a su salvaje naturaleza. “De allí el tenaz estribillo de tía Eloísa: Puesto que a
las mujeres se les imponía la castidad a fin de dominarlas, volviéndolas infantiles,
dependientes y cobardes, su afirmación en el mundo pasaba necesariamente por la
afirmación de su sexualidad”. (Pág. 233, Párrafo 1). Más que una persona al igual que
ellos, a imagen y semejanza de Dios, estas eran vistas como pecado y tentación.

No obstante, se debe tener muy presente que la estigmatización de la mujer, no solo ha sido
gracias al hombre y la forma de ejecutar su gobierno, sino también se le deben atribuir
ciertos créditos a la iglesia, principalmente porque desde tiempos atrás, durante la época de
la inquisición, cuando estaba la “quema de brujas” era a las mujeres a quienes se acusaba
de ser seres malignos y adoradoras del diablo, y era la misma iglesia la que consentía que
por medio de castigos y torturas se asesinaran cientos de mujeres, por el hecho de que
“debían ser purificadas”. Para años más tarde, continuar dándole el mismo lugar de
siempre, esa imagen asociada a virgen, esposa devota y madre, subordinada al lado de su
marido, y aquella que pretendía algo diferente a lo estipulado, se diría que estaría destinada
a estar condenada.

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