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Leyes de la espiritualidad.
La primera dice:
"La persona que llega es la persona correcta",
es decir que nadie llega a nuestras vidas por casualidad, todas las personas que nos rodean, que
interactúan con nosotros, están allí por algo, para hacernos aprender y avanzar en cada situación.
La tercera dice:
"En cualquier momento que comience es el momento correcto".
Todo comienza en el momento indicado, ni antes, ni después. Cuando estamos preparados para
que algo nuevo empiece en nuestras vidas, es allí cuando comenzará.
Y la cuarta y última:
“Búscame cuando te apetezca, cuando notes que me echas de menos, cuando te mueras de ganas
de tenerme, cuando no tengas a nadie que te diga que te quiere, cuando extrañes las risas, las
caricias, las conversaciones, los abrazos y las locuras. Búscame cuando necesites a alguien que te
sorprenda, cuando te des cuenta que nadie tiene esos detalles, cuando necesites que te digan lo
especial que eres, lo bonita que es tu sonrisa y lo bien que te ves cuando te enfadas. Búscame
cuando mires el celular esperando que te hable, cuando salgas y sin darte cuenta me busques con
la mirada entre la gente… cuando inesperadamente alguien te toque la espalda y al girarte esperes
que sea yo.”
“Tus palabras quedaron retumbando un largo rato en mi mente. Te odie un instante, me dieron
ganas de lanzarme contra ti y golpearte con fuerza. Se me estaba quebrando la ilusión, la
esperanza estaba agonizando. Abriste la boca y pronunciaste las palabras precisas para dejarme
en claro que este juego sólo lo estaba jugando yo.
En ese instante no entendí, me moleste y comencé a llorar. Noche tras noche me repetía lo que
me habías dicho, cucharadas masoquistas de amarga realidad para matar las dudas. Todavía
llegaba a pensar, a imaginar que no querías lastimarme y por eso me pedías de manera sutil que
no te amara, que no me enamorara de ti, que tú no podías, ni sabias quererme. Creí que eras
injusto y malo, que aun sabiendo lo que sentía por ti, me arrojabas al desierto, al desamparo.
Pero no, hoy entendí que estaba lastimada y mi mente me hacía sentir víctima. Me estabas
liberando, me estabas dando libertad. Quitabas las cadenas que tontamente até a tus huellas, a tus
pasos. Liberabas la esperanza que había enjaulado por ti. Me regalabas paz, ahora no me
comerían las ansias por pensarte lejos y ajeno mío. Me regalabas autonomía y amor. Al pronunciar
esas palabras desatabas los nudos de mi mente. Llore al darme cuenta que habías sido bueno,
muy bueno conmigo. Que me arrojabas al universo, al infinito para que el sol me cubriera y el
viento acariciara los lugares que me dolían. Me habías liberado, me habías regalado el amor a
manos llenas.”