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Penas, paz y

participación política
Uno de los temas más complejos y divisivos del acuerdo de
paz es la relación entre la responsabilidad penal por crímenes
atroces y la participación política, en especial de los líderes de
las FARC. En esta entrada, redactada conjuntamente con mi
colega de Dejusticia Diana Isabel Güiza, intentamos clarificar
el tema y proponer posibles acercamientos entre posiciones
enfrentadas.

Para lograr ese propósito y basándonos en columnas previas e


intervenciones de Dejusticia ante la Corte Constitucional o el
Congreso, comenzamos por mostrar que (i) la paz negociada
implica aceptar que los líderes de las FARC, incluso si son
responsables de crímenes atroces, puedan en algún momento, y
dadas ciertas condiciones, participar en política; (ii) eso es tan
claro que Uribe Vélez, cuando era presidente, defendió esa
tesis para intentar negociar con las guerrillas; otra cosa es que
después, para oponerse al actual proceso de paz, haya
cambiado de opinión; (iii) la experiencia comparada de
procesos de paz muestra la necesidad y conveniencia de esas
fórmulas que, además, (iv) son compatibles con el derecho
internacional, siempre y cuando esa participación política de
los responsables de crímenes atroces no permita que estas
personas eludan sus deberes frente a la justicia y las
víctimas. Terminamos proponiendo (v) algunos principios y
fórmulas para armonizar la elegibilidad política de los líderes
de las FARC con sus deberes frente a la justicia y a las
víctimas.

1. El problema: ¿Pueden responsables de crímenes atroces participar en política?

Las FARC cometieron crímenes de guerra y de lesa


humanidad, como fue el secuestro extorsivo sistemático. Esos
crímenes no pueden ser amnistiados. Los responsables de esos
crímenes deberán ser juzgados por la JEP. Esto está claro y
muestra que, contrariamente a lo sostenido por sus críticos,
este es un acuerdo de paz sin impunidad para esos crímenes.
Pero surge un primer lío: ¿cuál es la relación entre esas
condenas y la posibilidad de participar en política?

Algunos querían que quien fuera condenado por esos crímenes


no pudiera nunca ser elegido a nada. Es una reacción
comprensible, pero simplemente hacía imposible la paz, pues
impedía que las FARC se volvieran un actor político, que es la
esencia de un acuerdo de paz. Aunque hoy no tenemos certezas
sobre la situación jurídica de los antiguos comandantes de esa
guerrilla, es probable que éstos sean condenados por crímenes
internacionales, pues ordenaron, apoyaron, ejecutaron o
toleraron atrocidades como secuestros, asesinatos,
desplazamientos forzados o reclutamiento de menores. Si los
altos mandos de la guerrilla no pudieran hacer política en
algún momento por haber sido condenados por atrocidades, las
FARC no podrían convertirse en un movimiento político al no
contar con la participación de sus principales dirigentes
quienes, como en cualquier grupo político, cohesionan al
movimiento.

En el Acuerdo Final se pactó entonces que las condenas


impuestas por la JEP no derivarían en ninguna inhabilidad
política (párrafo 36, página 150). Las reglas constitucionales
actuales de los Actos Legislativos 1 y 3 de 2017, que hoy
estudia la Corte Constitucional, desarrollan lo pactado en
reincorporación política. El primero, en su artículo 20
transitorio (incluido en el artículo 1 de la reforma), reproduce
la cláusula del Acuerdo Final, según la cual la imposición de
condenas por la JEP no inhabilitará para la participación en
política. Esa norma agrega que las condenas de la justicia
ordinaria o disciplinaria quedarán suspendidas hasta que sean
revisadas por la JEP. Los excombatientes que hayan sido
condenados por jueces ordinarios no están entonces
inhabilitados para ejercer sus derechos políticos, incluida la
elegibilidad a cargos y corporaciones públicas. Además, el
artículo 4 de esa reforma constitucional deroga el artículo 67
transitorio, que prohibía expresamente la participación política
a quienes fueran condenados por “crímenes de lesa humanidad
y genocidio cometidos de manera sistemática”.

Por su parte, el numeral 5 del artículo 1 del Acto Legislativo 3


de 2017 señala que excombatientes de las FARC “deberá[n],
en el momento de la inscripción de las candidaturas, expresar
formalmente su voluntad de acogerse a los mecanismos y
medidas establecidas en el Sistema Integral de Verdad,
Justicia, Reparación y No Repetición (SIVJRNR)
contemplados en el Acto Legislativo Nº 01 de 2017”.
Por el momento, los excombatientes de las FARC que se
postulen a cargos y corporaciones de elección popular pueden
hacerlo así hayan sido condenados por la justicia ordinaria por
crímenes atroces y, al momento de la inscripción de la
candidatura, deben expresar su compromiso con los derechos
de las víctimas ante el SIVJRNR.

2. Una disgresión: Uribe Vélez y la elegibilidad política de responsables de


atrocidades.

Si queríamos una paz negociada, era lógico entonces que se


acordara, como se pactó, que las condenas por crímenes
atroces no implicarían ninguna inhabilidad política.

Este punto es tan obvio que Uribe Vélez, cuando era


presidente, planteó una reforma constitucional en ese sentido, a
fin de negociar con la guerrilla. En efecto, en enero de 2003,
fue aprobada, por iniciativa del gobierno Uribe, la ley 796 que
convocaba a un referendo para reformar la Constitución. Uno
de los parágrafos de la sexta norma propuesta facultaba al
gobierno no sólo a crear circunscripciones especiales de paz,
sino que le permitía al presidente nombrar directamente “un
número plural de congresistas, diputados y concejales” en
representación de los grupos al margen de la ley que pactaran
la paz. Y el parágrafo precisaba que el presidente podría
ignorar las inhabilidades existentes, lo cual significaba que
responsables de crímenes atroces podrían ser elegidos o
nombrados en esas curules.
Esa reforma constitucional no fue aprobada pero muestra que,
en 2003, Uribe no se oponía a la elegibilidad política de
responsables de crímenes atroces que se desmovilizaran, pues
incluso planteaba la posibilidad de que fueran directamente
nombrados en cargos de elección popular. Varios años
después, en octubre de 2006, Uribe reiteró en declaraciones
públicas que, para negociar con la guerrilla, estaba dispuesto a
proponer una reforma constitucional que eliminara las
inhabilidades que impedían participar en política a los
responsables de crímenes atroces.

Mientras fue presidente, Uribe mantuvo entonces la tesis de


que una paz negociada con las guerrillas implicaba aceptar la
participación política de responsables de crímenes atroces,
pues comprendía que no de otra forma podrían transformarse
en actores políticos unas guerrillas que han cometido
atrocidades. Y de eso se trata la paz: que las guerrillas
abandonen las armas y entren al juego democrático. Otra cosa
es que después, cuando ya no era presidente y para oponerse al
proceso de paz del presidente Santos con las FARC, haya
variado radicalmente su posición.

3. La experiencia comparada

La inclusión política de excombatientes, incluso responsables


de crímenes atroces, ha sido una condición usual en distintos
procesos de paz. Así lo evidencian los acuerdos
de Arusha(donde el gobierno transicional incluyó al Frente
Patriótico Ruandés), Lomé (que estableció un gobierno amplio
de unidad donde tuvo asiento el Frente Revolucionario
Unido), Chapultepec (donde el Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional se convirtió en partido político en El
Salvador), de Madrid (que transformó la Unidad
Revolucionaria Nacional Guatemalteca en partido político) y
la Declaración de Downing Street (permitió que todos los
partidos políticos fueran incluidos en el proceso de
paz, incluidos aquellos con vínculos con grupos armados
como el Progressive Unionist Party y Ulster Democratic
Party).

En nuestra tradición constitucional, las experiencias más


recientes ocurrieron en el momento pre-constituyente y
constituyente del 91, donde guerrillas como el Movimiento 19
de Abril (M19), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y el
Movimiento Armado Quitín Lame (MAQL) entregaron las
armas y se reincorporaron a la sociedad colombiana hasta el
punto de que, algunas de ellas, tuvieron representación en la
Asamblea Nacional Constituyente y, luego, en los distintos
niveles de la democracia colombiana.

Esta experiencia comparada muestra además que la fórmula de


permitir la participación en política de los líderes de los grupos
armados opositores es conveniente y contribuye a la
sostenibilidad de los acuerdos de paz. Autores como Hartzell y
Hoddie resaltan que las transiciones pactadas, a diferencia de
las transiciones donde la parte victoriosa impone el nuevo
régimen, requieren que las nuevas reglas del juego político
sean acordadas por los distintos bandos. Estos acuerdos no son
fáciles de lograr por la desconfianza entre las partes pero son
necesarios para lograr una paz duradera. Más aún, Hartzell y
Hoddie sostienen que entre más inclusivos sean los arreglos de
participación política en los acuerdos de paz, mayor es la
probabilidad de que la paz sea estable en el largo plazo. Estos
autores llegan a esta conclusión luego de analizar 38 pactos de
paz firmados entre 1945 y 1998.

A su vez, Walter muestra que la reincorporación política de


excombatientes y arreglos para incluir a la oposición en la
arena política reducen las probabilidades de volver a la guerra,
si son adoptados con medidas suplementarias como integrar
terceras partes garantes.
4. La compatibilidad con el derecho internacional

La paz con las guerrillas supone aceptar algo que para muchos
colombianos es difícil de avalar, pero que es el precio de la paz
negociada: que líderes guerrilleros responsables de atrocidades
puedan participar en política. Pero surge una pregunta: ¿es eso
jurídicamente posible? ¿O existe alguna prohibición en
derecho internacional que haga inviable esa posibilidad?

La respuesta simple es que esa posibilidad no viola el derecho


internacional, que exige que esos crímenes sean investigados y
sancionados, pero no prohíbe que los responsables de los
mismos puedan en algún momento participar en política.

Mientras que es claro que el derecho internacional restringe la


discrecionalidad de los Estados para conceder indultos o
amnistías por graves violaciones de derechos humanos, no
ocurre lo mismo frente a la posibilidad de participación en
política de excombatientes. En efecto, no hay estándares
internacionales que, en abstracto, prohíban a los Estados
otorgar beneficios políticos en procesos transicionales a
quienes hayan cometido graves violaciones a los derechos
humanos. En particular, ninguna de las obligaciones en materia
de justicia, reparación, verdad o garantía de no repetición es
totalmente incompatible con la concesión de derechos políticos
para quienes hayan cometido graves violaciones de derechos
humanos o graves infracciones al derecho internacional
humanitario.

Con todo, esos beneficios políticos a excombatientes no


pueden derivar en impunidad para éstos ni desconocimiento de
los derechos de las víctimas. Por ejemplo, si se otorgaran
garantías políticas a excombatientes sin que les sea exigible un
proceso de rendición de cuentas y de responsabilidad política y
jurídica, la obligación de satisfacer a las víctimas sería
desconocida. Que se confieran perdones jurídicos y políticos
totales a quienes cometieron graves violaciones a los derechos
humanos y, en cambio, se les otorguen amplias garantías
políticas como la opción de ser congresista de la República,
podría afrentar gravemente la dignidad de las víctimas y, por
ende, sería una violación del núcleo de la obligación
internacional de investigar y juzgar graves violaciones de
derechos humanos. Más aún, beneficios políticos en blanco,
sin ningún tipo de responsabilidad moral, jurídica y política,
pondrían en riesgo la no repetición de los derechos.

En síntesis, el derecho internacional no prohíbe la elección a


cargos públicos de responsables de crímenes atroces, pero
siempre y cuando rindan cuentas ante la justicia. La
elegibilidad política es posible, pero no cualquier fórmula es
viable jurídica y políticamente, ya que debe ser compatibles
con el principio democrático y con el deber de las guerrillas de
rendir cuentas por sus atrocidades ante la JEP.
5. Principio y fórmulas para armonizar elegibilidad política y justicia

Los distintos procesos de paz han coordinado la participación


política y la rendición de cuentas de excombatientes, de
distinta forma. En Suráfrica e Irlanda del Norte, por ejemplo,
se establecieron indultos y amnistías para presos políticos a la
vez que obtuvieron beneficios políticos. Con el auge de los
mecanismos de justicia transicional, estas garantías políticas se
enfrentan al desafío de permitir la apertura democrática y
reincorporación política de excombatientes y, al mismo
tiempo, que estos respondan por los crímenes del pasado.

Hoy, la cuestión es cómo armonizar el deber con la justicia y


la posibilidad de ser elegido. Algunos planteamos que lo mejor
era que hubiera primero justicia y luego elegibilidad política,
esto es, que pudieran ser elegidos quienes ya hubieran
cumplido sus sanciones. O al menos parte de ellas. Pero esa
secuencia no se logró en el primer acuerdo de paz. Durante la
renegociación, desde Dejusticia y otros centros académicos y
de la sociedad civil, propusimos que los responsables de
crímenes internacionales adquirieran derechos políticos a
medida que se verificara el cumplimiento efectivo de las
sanciones impuestas por la JEP. Esa posibilidad no fue
aceptada. El acuerdo de paz habilita a los anteriores dirigentes
de las FARC a aspirar a ser elegidos inclusive antes de que
sean juzgados por la JEP y hayan cumplido sus sanciones.

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