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A
llá donde la vista humana jamás llegará a posar siquiera los ojos de su
imaginación, existe un lugar donde las estrellas que lo circundan nunca
mostrarán sus brillos al cielo que nosotros podamos observar con los más
potentes artilugios. Tan alejado, que ni las leyes de la vida o la muerte se asemejan a las
que aquí rigen nuestros destinos. Tan apartado, que la distancia que nos separa de él
sólo se cuenta por cifras imposibles e inexistentes y produce vértigo siquiera llegar a
comprender tales límites. Allá se halla flotando en el vacío un asteroide, orbitando
alrededor de un débil sol anaranjado que lo baña con su tenue luz de eterno atardecer.
Su razón de ser es un misterio tan grande como el nuestro, y sus orígenes tal vez sean
tan remotos como el mismísimo tiempo. Y allí plantada habita la criatura que tan
alejada está del cielo o del infierno y de sus códigos, como la roca que es su hogar está
separada de nuestro mundo.
Y ese ojo contempla paciente el espacio y busca las estrellas que lo iluminan,
para descubrir nuevas, cada vez más lejanas. Reconoce y asimila su ubicación, y su
inteligencia crece con cada nuevo lucero creando nuevas y desconocidas constelaciones
todavía más lejanas que su diminuta parcela de cosmos.
Y su poder aumenta con su magnificencia, cada año más, cada siglo más…
El afán de la criatura por buscar y aprender, discerniendo la luz de aquella
profunda oscuridad, se afianzaba con su tremendo poder y alcance, digno de una deidad.
Y ello le hizo descubrir pequeños seres, que a grandes distancias de donde ella estaba,
se desplazaban por la negrura de una estrella a otra. Su ansia por averiguar de ellos
aumentó de tal modo que al fin quiso conocerlos, porque entendió que no existía
solitaria y que el universo no sólo estaba concebido para su exclusiva contemplación.
Como el espacio no contempla las prisas, hubieron de pasar siglos para ver que
su roca era un objetivo por descubrir y descifrar. Pero la criatura tenía tiempo y
paciencia de sobra para esperar respuestas mientras continuaba esparciendo su mensaje.
Y allí donde la vista humana jamás llegará a posar ni siquiera los ojos de su
imaginación, habita una criatura que, con su enorme ojo, busca sin cesar en las
profundidades del cielo. Y entre estrellas y nebulosas encentra a las pequeñas y curiosas
formas que navegan entre ellas, y las atrae hacia sí para mantenerlas cautivas
eternamente y aprender todo lo que se puede aprender de ellas.
Y a pesar de sus millares de capturas siempre sabe hallar entre los espacios
siderales criaturas nuevas de las que aprender.
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