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Núm.

78 2014

EL MUNDO SOCIAL
EN GUERRA: 1914
Frédéric Rousseau

TERRITORIALIDAD INDÍGENA
Michael T. Ducey
FIESTA REVOLUCIONARIA
Juan Francisco Fuentes
MEXICANOS NATURALIZADOS
EN EL SIGLO XIX
Erika Pani
EL MITO DE PALESTINA COMO
TIERRA VIRGEN
Jorge Ramos Tolosa
IGLESIA, CREENCIAS Y PODER
Antoine Roullet
Francisco J. Ramón Solans
Gutmaro Gómez Bravo
tolla
ocia]
FUNDACION INSTITUTO DI HISTORIA SOCIAL

EDITA
FUNDACIÓN INSTITUTO DE HISTORIA SOCIAL
en colaboración con el CENTRO ALZIRA - VALENCIA DE LA UNED "FRANCISCO TOMÁS Y
VALIENTE"

DIRECCIÓN
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Barcelona), Ricardo García Cárcel (Universitat Autónoma de Barcelona), Mary Nash
(Universitat de Barcelona), Xosé M. Núñez Seixas (Ludwig-Maximilians Universitát,
München), Javier Paniagua (UNED) y José A. Piqueras (Universitat Jaume I).

SECRETARIA
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Sín (Universidade A Coruña), Diego Caro Cancela (Universidad de Cádiz), Luis CaStellS (Universidad
del País Vasco-EHU), Santiago Castillo (Universidad Complutense de Madrid), Angela Cenarro (Uni-
versidad de Zaragoza), Francisco Chacón (Universidad de Murcia), Javier Donézar (Universidad Autó-
noma de Madrid), Leon Fink (University of Illinois), Manuel González de Molina (Universidad Pablo
de Olavide), Clara E. Lida (El Colegio de México), Marcel van der Linden (Internationaal Instituut voor
Sociale Geschiedenis), Carlos Martínez Shaw (UNED), Conxita Mir CUrCó (Universitat de Lleida),
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ton), Jorge Una (Universidad de Oviedo), Ramón Villares (Universidade de Santiago de Compostela),
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tofia
ocia]
FUNDACIÓN INSTITUTO DE HISTORIA SOCIAL

2014 (I)
N° 78
SUMARIO

ESTUDIOS

Antoine Roullet: Poder y cuerpo en los conventos de carmelitas des-


calzas 3
Michael T. Ducey: La territorialidad indígena y las reformas borbóni-
cas en la tierra caliente mexicana: los tumultos totonacos de Papantla
de 1764-1787 17
Juan Francisco Fuentes: La fiesta revolucionaria en el Trienio Liberal
español (1820-1823) 43
Erika Pani: "Por ser mi voluntad y así convenir a mis intereses". Los
mexicanos naturalizados en el siglo xix 61
Francisco Javier Ramón Solans: Persecución, milagros y profecías en
el discurso católico zaragozano durante la Segunda República 81
Gutmaro Gómez Bravo: Conversión: la Iglesia y la política penitencia-
ria de postguerra
99
Jorge Ramos Tolosa: "Un pais de desolación, sílices y cenizas". El mito
de Palestina como tierra virgen en el discurso sionista 117

PERSPECTIVAS HISTORIOGRÁFICAS

Frédéric Rousseau: Repensar la Gran Guerra (1914-1918). Historia,


testimonios y ciencias sociales - 135

Resúmenes/Abstracts 155

Autores y autoras 159

1 1
LA TERRITORIALIDAD INDÍGENA Y LAS
REFORMAS BORBÓNICAS EN LA TIERRA
CALIENTE MEXICANA: LOS TUMULTOS
TOTONACOS DE PAPANTLA DE 1764-1787
Michael T. Ducey'

EL 17 de octubre de 1767 un explosivo motín sacudió al pueblo de Papantla, una comuni-


dad indígena que también fungía como cabecera de una Alcaldía Mayor en el reino de
Nueva España. Durante dos días turbas de lugareños indígenas se apoderaron de la comu-
nidad y persiguieron al principal funcionario español del distrito, el alcalde mayor Alonso
De la Barga y Segura, obligándolo a esconderse. Los tumultuosos gritaron consignas con
la intención de intimidar a los representantes locales de las autoridades eclesiásticas y las
de la corona, y se aprovecharon de la ausencia de la justicia real para maltratar a los que
fueron considerados como los allegados del alcalde mayor. El comportamiento abusivo de
De la Barga y sus torpes esfuerzos por suprimir la disidencia en la comunidad totonaca
fueron las causas inmediatas de la rebelión. Los revoltosos acusaron al alcalde mayor de
estar implicado en una serie de lucrativas intrigas, incluyendo intentos por monopolizar el
comercio local, exigiendo a los lugareños trabajar sin pago alguno y colectando excesivos
impuestos. De la Barga también se distinguió por fastidiar a la población subordinada con
su proceder abusivo y su interferencia en las elecciones de gobierno del pueblo indígena. 2
Sinlameordu,DBganoficlmezquydoscnierabu
puesto en Papantla como una oportunidad para acrecentar su propia riqueza después de
largos años de servicio a la corona en España.' En los momentos posteriores al motín, fue
evidente que este funcionario sin escrúpulos también había enajenado a los residentes no

' Agradezco la asistencia de Andrea Dabrowski en traducir este artículo.


= Entre las quejas que la investigación judicial posterior reveló en el sentido de que el alcalde mayor realizó
un extenso programa de repartimiento de mercancías, se mostró que él intentaba prohibirle a otros comerciantes
que competían en el mercado comprar vainilla en su jurisdicción. También exigió el uso de los indios para trans-
portar sus bienes. Hay una descripción más minuciosa de estas quejas en Michael Ducey, "Viven sin Ley ni Rey:
Rebeliones coloniales en Papantla 1760-1790", en Victoria Chenaut (ed.), Procesos rurales e historia regional
(Sierra y Costa totonacas de Veracruz), CIESAS, México, 1996, pp. 15-49. El estudio, ya clásico, de William
Taylor, Drinking Homicide and Rebellion in Colonial Mexican Villages, Stanford University Press, Stanford,
1979. pp. 128-143, deja claro que las quejas económicas y políticas de los papantecos no eran extraordinarias.
' Alonso De la Barga y Segura, sin fecha, Archivo General de Indias (de aquí en adelante citado como
AGI), Indiferente, vol. 171, n. 43 contiene su solicitud de un nombramiento en América. En dicho documento
especificaba los servicios que había prestado a la corona, observando que su padre había sido oficial mayor de
contaduría de rentas en Burgos y que él había pasado ocho años y cuatro meses en la contaduría mayor de cuen-
tas, cuatro meses como secretario de comisiones de esta y luego fue oficial mayor de la intendencia del Real Pa-

1
lacio. De la Barga hizo once distintas solicitudes para un puesto como alcalde mayor. En sus peticiones nunca
pidió que se le enviara a Papantla, más bien solicitó puestos en la lucrativa provincia de Oaxaca y en otros dis-
tritos reconocidos por sus posibilidades comerciales.

Historia Social, n.° 78, 2014, pp. 17-41. 17


indios de la región con su comportamiento despótico y su impulso por dominar el comer-
cio local.4 Los residentes locales, españoles y de casta, estaban más que dispuestos a apor-
tar su testimonio incriminatorio de los excesos cometidos por el administrador español.'
Al mismo tiempo no fue una revuelta contra un solo individuo, las divisiones al interior de
la comunidad indígena se hicieron presente y la existencia de nexos políticos entre las fac-
ciones y residentes no-indígenas fueron evidentes, manifestándose en disputas electorales
y violencia entre "bandos".'
En lugar de ahondar en la historia de los abusos o las causas aparentes que conduje-
ron al motín, este artículo utilizará los acontecimientos para explorar algunas de las tensio-
nes que, aunque menos evidentes, fueron centrales para entender los cambios más profun-
dos que enfrentaban a las comunidades indígenas en la segunda mitad del siglo dieciocho.
Mientras estudios anteriores han puesto énfasis en las causas sociales o la lógica política
de los eventos, quisiera tomar esta oportunidad para entender los contextos culturales y los
motivos más viscerales de los actores. Este caso también ofrece una oportunidad para ubi-
car la resistencia popular en el medio ambiente y las redes productivas y sociales enraiza-
das en el espacio ecológico. Una de las principales quejas de los totonacos y residentes no-
indígenas era que De la Barga les había ordenado talar los árboles en el pueblo y sus
alrededores, provocándoles un daño irreparable. A primera vista, es fácil descartar esta
queja como una señal más del comportamiento notoriamente abusivo y arbitrario de De la
Barga, pero aquí había más cosas en juego. Este ensayo explorará porqué el alcalde mayor
y otros funcionarios de la colonia que se comprometieron con su campaña anti forestal
sintieron la necesidad de destruir el monte de Papantla. Las acciones cometidas por estos
administradores apuntan a conflictos que surgieron debido a los esfuerzos de las autorida-
des borbónicas para transformar el paisaje e imponer la vigilancia sobre los territorios re-
motos de las regiones rurales del interior de la Nueva España. Este ensayo explorará cómo
la embestida al monte reflejaba estructuras más profundas tanto en la sociedad indígena
como en la mentalidad de los españoles coloniales.
El asalto al monte adoptó tres formas: los funcionarios españoles locales buscaron
destruir físicamente los árboles que rodeaban el pueblo de Papantla en un esfuerzo por
crear un pueblo que pudiera supervisarse fácilmente. Segundo, el motín reveló la existen-
cia de un gobierno indígena independiente y no ortodoxo que existía junto a la república
de indios sancionada por la corona. A diferencia de la república reconocida por las autori-

° Adicionalmente a la obra anteriormente mencionada, también hay una crónica del motín de Papantla de
1767, escrita por Carlos Rubén Ruiz Medrano, "Rebeliones indígenas en la época colonial: El tumulto indígena
de Papantla de 1767", en Mesoamérica: Revista del Centro de Investigaciones Regionales de Mesoamérica,
vol. 17, núm 32 (1996), pp. 339-353. También contamos con una tesis de lsis Marlene Alvarado Sil, "Reparti-
miento de Mercancías y sublevación en Papantla, siglo xvm", Tesis de licenciatura, Escuela Nacional de Antro-
pología e Historia, 2005, que ofrece una detallada descripción de los eventos y tiene la virtud de hacer un análi-
sis detallado de los conflictos sobre las actividades comerciales del alcalde mayor.
5 Por ejemplo, José Galicia, un comerciante criollo residente en Papantla testificó que De la Barga "es de
tal condición que cuando a alguno de su jurisdicción manda ejecutar algo si no le obedecen le toma sobre ojo, y
queda expuesto a que le haga algún atropellamiento". "Testimonio de Autos fechos por el Sor. Comisionado so-
bre falsificación de la sumaria hecha por el alcalde mayor", Declaración de José Galicia, 30 de enero de 1768,
AGI, México, 1935, f. 27.
6 Mis trabajos anteriores, "Viven sin Ley" y A Nation of Villages: Riot and Rebellion in the Mexican
Huasteca, University of Arizona Press, Tucson Arizona, 2004, pp. 42, 45-46, describen la creación de facciones
que muchas veces duraban por décadas. El trabajo de Jake Frederick, "Pardos Enterados: Unearthing Black Pa-

1
pantla in the Eighteenth Century", Journal of Colonialism and Colonial History, vol. 5, núm. 2 (2004), relata
las íntimas relaciones en este pueblo ya multiétnico en el siglo dieciocho; mientras su otro artículo hace hinca-
pié en las divisiones políticas en el pueblo donde tanto españoles, afro mestizos e indígenas participaban en dis-
putas por el control de los intereses de la comunidad, "A fractured pochgui: Local factionalism in Eighteenth
18 Century Papantla", Ethnoshistory, vol. 58, no. 4 (2011), pp. 561-583.
dades, el gobierno autóctono tenía su centro de poder en los barrios y rancherías de la po-
blación, localizados lejos de la sede "urbano" del pueblo y al descubrirlos, las autoridades
españolas trataron de excluir a estos organismos de gobierno de la comunidad. Por último,
la campaña de De la Barga ocurrió en el contexto de un intento muy ambicioso por parte
del Estado colonial por vigilar las actividades agrícolas de los labradores que se adoptó a
partir de la creación del estanco de tabaco. El establecimiento del monopolio del tabaco
hizo necesario extender el poder y la vigilancia del Estado hasta el monte en un esfuerzo
por impedir el cultivo de la hoja de tabaco de "contrabando".
Las reformas de los Borbones se han estudiado extensamente en cuanto a su impacto
fiscal, económico e incluso cultural sobre la vida popular.' Para las aldeas rurales, espe-
cialmente en las tierras bajas tropicales de las provincias del golfo donde se localizaba Pa-
pantla, los reformadores borbónicos procuraron extender el poder del Estado hacia las zo-
nas rurales del interior que anteriormente habían sido la reserva de la vida indígena. Los
españoles habían regulado los patrones de colonización desde los primeros momentos de
la conquista, y pueblos como Misantla y Papantla fueron producto de políticas de congre-
gación implantadas por los misioneros del siglo dieciséis.' Pero para el siglo dieciocho, el
reordenamiento de la población del inicio de la época colonial era un recuerdo distante, y
los acontecimientos de Papantla no fueron impulsados por un nuevo intento de volver a
colonizar el pueblo, sino más bien hubo un esfuerzo por expandir el poder del Estado espa-
ñol hacia el monte, o hacia los bosques que tradicionalmente habían estado fuera de la mi-
rada de las autoridades españolas. Mientras la política del siglo dieciséis buscaba controlar
los habitantes de los pueblos, la acción de De la Barga y el estanco de tabaco era controlar
el espacio mismo. Es importante señalar que no había un proyecto borbónico claramente
articulado para rehacer las regiones rurales del interior, sino una serie de iniciativas de Es-
tado que en conjunto formaban una invasión gubernamental a las reservas tradicionales
del bosque de los pueblos indios en la costa del golfo. Cabe decir que el asalto al monte de
Papantla no fue el resultado de una instrucción específica de la corona; más bien, fue pro-
ducto del impacto acumulativo de varias iniciativas para aumentar ingresos y obligar a las

Por ejemplo, véase Robert Patch, Maya Revolt and Revolution in the Eighteenth Century, M.E. Sharpe,
Armonok, N.Y., 2002, pp. 210-211, ha señalado recientemente que los Borbones rompieron el pacto entre la co-
rona y sus súbditos indios y sostiene que los desórdenes el Yucatán constituyeron más que una rebelión. Igual-
mente el trabajo de Felipe Castro Gutiérrez, Nueva ley y nuevo rey: Reformas borbónicas y rebelión popular en
Nueva España, Colegio de Michoacán y UNAM, Zamora, 1996, propone que la gran revuelta de la década de
1760 era un movimiento impulsado por un profundo anti-colonialismo. Scarlett O'Phelan Godoy, Un siglo de
rebeliones anticoloniales: Perú y Bolivia 1700-1783, Centro de Estudios Rurales Bartolomé de las Casas, Cuz-
co, 1988, obra que detalla la complicada relación entre las crecientes tensiones sociales y las políticas fiscales
de los Borbones. El estudio clásico de las reformas políticas es Horst Pietschmann, Las reformas borbónicas y
el sistema de intendencias en Nueva España. Un estado político administrativo, Fondo de Cultura Económica,
México, 1996. Sobre asuntos económicos, véase de Pedro Pérez, "El México borbónico: ¿Un éxito fracasado?",
en interpretaciones del Siglo XVII. El impacto de las reformas borbónicas, Nueva Imagen, México, 1992, pp.
109-151; sobre transformaciones culturales, véase de Juan Pedro Viquiera Albán, ¿Relajados o reprimidos? Di-
versiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de luces, Fondo de Cultura Económica,
México, 1998; el mismo autor tiene un trabajo muy llamativo sobre una revuelta indígena en los primeros años
del siglo, Indios rebeldes e idólatras: dos ensayos históricos sobre la rebelión india de Cancuc, Chiapas, acae-
cida en el año de 1712, CIESAS, México, 1998. Para un estudio rico en detalles sobre la vida de los curas en
los pueblos coloniales, William B. Taylor, Magistrates of the Sacred. Priests and Parishioners in Eighteenth
Century Mexico, Stanford University Press, Stanford, 1996; Pamela Voekel, Alone Before God. The Religious
Origins of Modernity in Mexico, Duke University Press, Durham, North Carolina, 2002, también nos ilumina
los cambios en las prácticas devocionales a raíz del impacto de ideas ilustradas.
Véase en David Ramírez una narración sobre la congregación de Misantla por Fray Fuenlabrada en
1564. David Ramírez Lavoignet, Misantla, Editorial Citlatépetl, Xalapa, 1959, p. 139. El mejor estudio de este
proceso en tierras totonacas sigue siendo el de Bernardo García Martínez, Los pueblos de la Sierra. El poder y
el espacio entre los indios del norte de Puebla hasta 1700, El Colegio de México, México, 1987. 19
autoridades locales a acatar las instrucciones reales, los cuales llevaron a los administrado-
res coloniales a la necesidad de controlar el bosque. La historiografía de las reformas bor-
bónicas ha documentado la naturaleza contradictoria y la manera "ad hoc" en que se
implementaron, donde los proyectos modernizadores quedaron truncados ante las necesi-
dades fiscales o las realidades políticas. Los casos que relata este artículo indica que los
funcionarios de la segunda mitad del siglo ilustrado mostraron actitudes tradicionalistas y,
en otros momentos, estuvieron dispuestos a frustrar los proyectos reformistas a cambio de
consolidar sus intereses económicos en sus localidades. El resultado final es que las refor-
mas fueron menos coherentes y menos transformativas de lo que individuos como José de
Gálvez habían soñado.
La dificultosa historia de Papantla nos permite tener un mejor conocimiento de las as-
piraciones del gobierno colonial por intensificar su supervisión de las comunidades indíge-
nas durante el Siglo de las Luces. En su estudio de las rebeliones populares que sacudieron
el virreinato de la Nueva España,en 1767, Felipe Castro observó que el nuevo impulso de
los Borbones por reorganizar el gobierno de forma racional y aumentar la eficiencia de la
recaudación de impuestos, fueron las razones del denominador común de la rebelión en
toda la Colonia. 9 Los disturbios sucedieron mientras los funcionarios de la corona insti-
tuían nuevas políticas en la administración de los pueblos y más significativamente, en la
forma como los funcionarios locales trataban con los súbditos. Los motines de Papantla
revelan las tensiones entre los grupos totonacos y los agentes de la corona, especialmente
los alcaldes mayores, por lograr el control de la república de indios. Los oficiales reales
hasta intentaron transformar el espacio geográfico del pueblo domando el monte, el bos-
que que rodeaba al pueblo, forzando a los lugareños maldispuestos a talar los árboles. Se
ha escrito mucho acerca de la descripción del esfuerzo de los Borbones para aumentar los
mecanismos de control social a disposición de los funcionarios de la corona; en las regio-
nes densamente boscosas de la costa del Golfo, la imposición del control social obligaba a
confrontar el problema del monte. De este modo, Papantla presentaba un problema espe-
cial para los últimos reformadores de la colonia. Un bosque denso e impenetrable a la su-
pervisión de las autoridades rodeaba el pueblo y la mayoría de los lugareños indígenas in-
sistían en vivir en el monte fuera del alcance de los administradores locales. Además,
administradores locales a quienes se les ordenó regularizar los gobiernos locales del pue-
blo, tuvieron que luchar con una singular forma totonaca de gobierno basada en el papel
tradicional de los líderes del barrio, conocidos como mahuinas.* De este modo, mientras
que las acciones arbitrarias y los abusos pecuniarios del alcalde mayor iban más allá de
cualquier proyecto de los Borbones, muchos de sus actos problemáticos se ajustaban al
impulso del estado del fin de la colonia por relegar a los pueblos al papel de apéndices del
gobierno real.
La campaña de los monarcas del siglo dieciocho por reorganizar de forma racional la
administración colonial, secularizar la autoridad e incrementar los ingresos fiscales se dejó
sentir de inmediato en las aldeas. Nuevas imposiciones fiscales, incluyendo el monopolio
del tabaco, se sumaban a las cargas tradicionales del estado colonial. Las reformas de la
Iglesia y del Estado también alteraron las tradicionales relaciones de poder en la Nueva

o Véase de Felipe Castro,Nueva ley y nuevo rey.


* Mahuin, también escrito maguín (pl. mahuinas o maguinas) es un término totonaca que significa "el que
da de comer". Alvarado, "Repartimiento de Mercancías", p. 41, n. 42. Los mahuinas eran los representantes de
Icada uno de los ocho barrios de Papantla que servían como accesorio a la república de indios. El puesto es muy
inusual y no he encontrado referencias a él más allá de Papantla. Es un término que apareció durante una re-
vuelta de Papantla en 1736, donde está escrito como maguina, lo que indica que ya tenía algún tiempo de fun-
cionar como parte de la tradición de autogobierno indígena. Archivo General de la Nación, México. (De ahora
20 en adelante citado como AGN) ramo Criminal, vol. 284, exp. 5.
España rural. Como lo demostró Felipe Castro, el inicio de las reformas provocó un am-
plio descontento político. 1 ° Las reformas fiscales y administrativas de los Borbones no
sólo aumentaron los impuestos, sino que requerían mayor intervención en la vida cotidiana
de los pueblos. Sin embargo los impulsos de racionalizar la dominación de los pueblos en-
contró una resistencia tanto de los vasallos indígenas como de los administradores locales
quienes tenían sus propios objetivos que obraban en contra de la visión de los ilustrados.
El motín estalló en octubre pero fue precedido por varios actos de insubordinación. En
1764 hubo un disturbio durante el establecimiento del monopolio del tabaco, y en 1767 hubo
dos tumultos en la iglesia del pueblo cuando Nicolás de Olmos, un líder indio, interrumpió
los esfuerzos del sacerdote por recaudar impuestos después de la misa. El levantamiento de
octubre comenzó cuando el alcalde mayor Alonso De la Barga trató de mandar a De Olmos
a buen recaudo a la Ciudad de México. El motín duró dos días y sólo se acabó cuando uno
de los sacerdotes del pueblo convenció a los rebeldes a irse a casa. Luego De la Barga con-
vocó a la compañía de milicia de la provincia y mandó un informe espantoso sobre los acon-
tecimientos a la capital virreinal. También comenzó a procesar a todos los supuestos "cabeci-
llas" que pudo encontrar. Su informe hizo que el virrey enviara a un juez comisionado,
Domingo Blas de Basaraz, un oidor que pasaba por México camino a su puesto en la Au-
diencia de Manila. El siguiente análisis se basa en las contradictorias narraciones de los mo-
tines que recogieron el alcalde mayor y el juez. El Juez Basaraz era un hombre concienzudo
a quien le pareció que los informes del alcalde mayor eran engañosos. Procesó a De la Barga
por recoger un testimonio falso; sin embargo, también era un funcionario español ilustrado
que buscó reformar la sociedad local de acuerdo con la visión del Estado de cómo deberían
funcionar los pueblos» Así que aunque sus averiguaciones de los eventos no respaldaron la
posición de De la Barba, tampoco simpatizaron con los participantes indígenas y sus conclu-
siones buscaban imponer un nuevo orden al pueblo.

EL MONTE

Una de las quejas que propició los motines de Papantla fue la campaña del alcalde
mayor para cortar los árboles del pueblo. El lector que no esté familiarizado con la ecolo-
gía histórica del pueblo' 2 podría no entender lo absurdo del esfuerzo. En el siglo dieciocho
el monte rodeaba la aldea. La gente de Papantla dependía de él, aprovechando los produc-
tos forestales y también haciendo sus milpas en medio de éste. Las descripciones econó-
micas del siglo dieciocho resaltan las actividades de recolección de materiales silvestres
en la región, cera, chicle, zarzaparrilla y con creciente importancia conforme avanzaba el
siglo, vainilla. 13 En la agricultura se utilizaba el método de tumba, roza y quema en las
vastas extensiones boscosas de las tierras bajas. Esta forma de uso de la tierra es muy co-

'° Felipe Castro, Nueva ley y nuevo rey, pp. 24, 28 y 106, advierte que cada vez más, los Borbones aban-
donaron los conceptos tradicionales de justicia para favorecer a los administradores inflexibles (y mayores im-
puestos).
" De la Barga sobrevivió la prosecución y regresó a Papantla donde retomó las disputas con sus antiguos
contrincantes en la comunidad indígena. En 1769 formó una causa criminal en contra de Andrés Olarte por haber
sacado indebidamente dinero de la caja de comunidad. AGN, Indiferente Virreinal, Caja 5423, exp. 12, ff. 1-7.
12 Probablemente el estudio de Emilio Kourí, A Pueblo Divided. Business Properly and Land in Papantla
Mexico, Stanford University Press, Stanford, 2004, es la mejor descripción del papel del monte en la produc-
ción agrícola de la región.

1
13 Joseph Antonio de Villa-Señor y Sánchez, Theatro Americano, descripción general de los reynos y pro-
vincias de la Nueva España y sus jurisdicciones, Imprenta de la Viuda de D. Joseph Bernardo de Hogal, Méxi-
co, 1746, p. 318. Enrique Florescano e Isabel Gil Sánchez, Descripciones económicas regionales de Nueva Es-
paña, vol. 2 Provincias del centro, sureste y sur, 1766-1827, Secretaría de Educación Pública e Instituto
Nacional de Antropología e Historia, México, 1976, p. 105. 21
mún en regiones tropicales de baja densidad poblacional donde existe una abundancia de
selva y consiste en abrir espacios de sembradío entre los bosques, tumbando los árboles
grandes, eliminando los arbustos y demás plantas pequeñas para después quemar el terre-
no, dejando las cenizas como fertilizante para la milpa. La parcela era productiva por va-
rios años, dando dos cosechas de maíz al año, hasta que el agricultor la abandonara para
abrir un espacio nuevo en el monte. La parcela abandonada al cabo de varios años regresa-
ba a ser territorio del monte, aunque para finales del periodo colonial los totonacos empe-
zaron a aprovechar estos espacios de milpas abandonados, conocidos como acahtiales,
para sembrar vainilla en los árboles jóvenes que volvían a brotar allí. Aunque los milpas
regresaban a cubrirse de monte con el tiempo, era frecuente que el mismo agricultor, o sus
descendientes inmediatos, volvieran a abrir milpa en el mismo lugar. Era un método eficaz
en términos de mano de obra requerida y tenía la virtud de permitir la recuperación de la
fertilidad de los campos por ser un sistema de rotación, pero al mismo tiempo requería de
una gran extensión de tierra por cada productor. Como veremos más adelante, el estanco
de tabaco tuvo un impacto que redoblaba la tendencia de aprovechar espacios en el monte
lejos del centro administrativo de la cabecera.
Dadas las distancias entre las milpas y el extenso territorio que requería este sistema
de producción, gran parte de la población vivía en el monte. Cuatro de los ocho barrios del
pueblo estaban alejados del centro del pueblo y los lugareños insistían en vivir cerca de sus
milpas. Es evidente que el patrón poblacional disperso correspondía al sistema agrícola, los
totonacos insistían en vivir en el monte, cerca de sus actividades cotidianas haciendo caso
omiso de las exhortaciones de las autoridades de radicar en el poblado. Incluso la geografía
de la zona "urbana" representaba un problema para las autoridades. El sitio donde se ubica-
ba el pueblo consistía de terreno accidentado que dejaba varios cerros arbolados intercala-
dos por todo el poblado hasta tal grado que un oficial de la milicia se quejó de que al pue-
blo le faltaba un espacio abierto llano para que la compañía hiciera sus adiestramientos."
De la Barga afirmó su autoridad como la persona designada por el rey y procedió a
cortar los árboles del pueblo. El vicario del pueblo, Joseph Ortiz, apoyó la exigencia de De
la Barga para que la gente del lugar cortara los matorrales y árboles de un cerro localizado
en el centro del pueblo al lado de la iglesia (conocido como cerro del campanario) con el
propósito de impedir la delincuencia. Según el alcalde mayor, individuos escandalosos
"cometen ofensas contra Dios en las sombras de dichos árboles y ellos [los árboles] son un
obstáculo en la captura de los malhechores". 15 Por su experiencia durante los motines en la
iglesia de Nicolás de Olmos, De la Barga llegó a la conclusión de que el monte alentaba la
desobediencia, ofreciendo fáciles rutas de escape a los alborotadores. La historia de las re-
beliones locales señala que las preocupaciones de De la Barga y Ortiz tenían fundamen-
to. 16 En 1764 y en otras dos ocasiones, meses antes del levantamiento en 1767, después de
los disturbios los "alborotadores" huyeron a refugiarse en la seguridad del monte. El bos-
que era un buen refugio para lugareños que querían escapar de las ofensivas iniciativas del
alcalde mayor.

14 Informe de José Garibay, comandante de milicia, Papantla, abril 5, 1781, AGN, Indiferente de Guerra,
vol. 23A, exp. 2, f. 13r, afirma que el terreno era "tan accidentado y montañoso" que la milicia no podía realizar
sus entrenamientos.
15 AGN, Criminal, vol. 303, exp. 2, f. 243. Plácido Pérez, aunque era un aliado, del alcalde mayor señaló

lo absurdo del intento de eliminar la selva, puesto que había demasiada tierra boscosa en la región ofreciendo
escondites como para talarlo todo, f. 244.
16 James Scott también ha anotado que el bosque era una de las áreas donde los subalternos podían expre-

sar sus propios puntos de vista y como resultado, un área que con frecuencia las elites de todas partes señalaban
como un lugar de peligro. James C. Scott, Domination and the Arrs of Resistance. Hidden Transcripts, Yale
22 University Press, New Haven, 1990, pp. 124-128.
A primera vista la guerra contra el monte cuadraba bien con la emergencia de los es-
tados modernos. La regularización del espacio era uno de los proyectos clave que los go-
biernos del siglo diecinueve buscaban implantar (aunque sin mucho éxito antes de 1876).
Como Raymond Craib ha demostrado, crear una imagen de México, visualizada científica-
mente, era uno de los objetivos del Estado." Para trazar gran parte de la cartografía, era
necesario invadir el monte directamente. James Scott y Peter Sahlins observaron que los
asuntos fiscales del Estado hicieron que éste reglamentara y transformara los bosques. En
el caso del sur de Francia, esto propició no sólo una lucha económica, sino cultural entre
los guardias estatales del bosque, recién creados, y los campesinos locales que buscaban
proteger los usos tradicionales del bosque. 18
Asimismo, los Borbones diseñaron iniciativas para transformar el uso de los bosques.
No obstante, la nueva legislación del siglo dieciocho contrasta claramente con las activida-
des de De la Barga. Los gobiernos españoles estaban cada vez más preocupados por la sa-
lud de los bosques del Imperio y las consecuencias que la escasez de productos forestales
tenía en la industria, especialmente en la construcción naval. Luis Arteaga ofrece detalla-
das iniciativas de los Borbones para conservar los recursos forestales, comenzando con la
Real Ordenanza de Montes promulgada en 1748. Arteaga anota que su aplicación nunca
fue uniforme en todo el imperio español, sin embargo, las nuevas políticas reflejaron el
creciente interés del Estado por preservar reservas estratégicas de madera para suministros
navales y provocaron que lentamente aquél tuviese mayor capacidad para supervisar el
uso de los bosques.' 9 Es significante que desde 1746, Joseph Antonio Villaseñor y Sán-
chez señaló a los bosques de la ribera del río Tecolutla como una fuente de maderas para
la construcción de embarcaciones."
En los últimos años de la época colonial, Lane Simonian ha descubierto varios es-
fuerzos por promover un enfoque racional a la explotación de los bosques de la Nueva Es-
paña. 2 ' En 1803 la corona emitió una orden limitando la extracción de madera de los bos-
ques costeros. Aunque Simonian señala que los nuevos ordenamientos llegaron demasiado
tarde como para tener un impacto en la práctica de la silvicultura en la Colonia, es impor-
tante advertir que la corona solicitó la creación de los guardias forestales para proteger los
bosques e impedir la venta de madera de calidad naval a los rivales internacionales de Es-
paña." El esfuerzo de los Borbones no fue tan sistemático como los esfuerzos posteriores,
ni el bosque se concebía aun como una fuente de ingresos o de recursos aprovechables
para el Estado. Los casos europeos descritos por Sahlins y Scott fueron muy distintos de

Raymond Craib, "A Nationalist Metaphysics: State Fixations, Nation, Maps y Geo-Historical Imagina-
tion in Nineteenth Century Mexico", Hispanic American Historical Review, vol. 82, no. 1 (febrero 2002), pp.
48-56.
" Véase de Peter Sahlins, Forest Rites. The War of the Demoiselle in Nineteenth-Century France. Harvard
University Press, Cambridge, 1998, pp. 11-52. James C. Scott, Seeing Like a State, How Certain Schemes to
improve the Human Condition have Failed, Yale University Press, New Haven, 1999, pp. 11-22, describe los
intentos de manejar "científicamente" los bosques europeos.
19 Luis Arteaga, "La política forestal del Reformismo Borbónico", en El Bosque ilustrado: Estudios sobre
la política forestal española en América, Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza, Madrid,
1991, sobre la irregular aplicación de la ley al nuevo mundo, véase pp. 24-27.
2° Nota que se construyó la Fragata "la tecolutleña" a "poco costo", y otros barcos de menos porte estaban
siendo construidos en aquellos años. Villa-Señor y Sánchez, Theatro Americano, p. 318.
21 Lane Simonian, Defending the Land of the Jaguar. A History of Conservation in Mexico, University of
Texas Press, Austin, 1995, pp. 36-37.
22 lbid., p. 37. No encontré ninguna prueba de que se ordenara la formación de dichos guardias en la re-
gión de Papantla. El trabajo de Simonian en gran parte se ocupa de los esfuerzos de los españoles por la conser-
vación. Es interesante anotar que aquí, la preocupación de los oficiales coloniales locales era eliminar, no con-
servar, el monte. 23
los asuntos más tradicionales de las autoridades locales en Papantla en 1767, y no sería co-
rrecto sugerir que los acontecimientos descritos a continuación fuesen un intento precoz
por lograr la gestión forestal. Lejos de ser parte de una visión ilustrada de manejar el bos-
que, las acciones del alcalde mayor y después del Juez Basaraz reflejan preocupaciones
más tradicionales acerca del peligro de la vida en los bosques.
Buena parte de las actitudes de De la Barga se basaban en la tradición hispánica a fa-
vor de la urbanización por encima de la naturaleza. Lo que uno puede observar en este
caso es cómo los prejuicios tradicionales contra el monte coincidieron con el nuevo impul-
so hacia el orden social y la creación de una población fácilmente supervisada. Los resi-
dentes españoles en el nuevo mundo equiparaban la vida urbana (o al menos en un pueblo)
con la definición de civilización. Como resultado, vivir en el monte era estar fuera de los
límites. Los campesinos que huyeron al monte, se decía, vivían sin rey y sin ley, o en oca-
siones se referían a ellos como aquellos que vivían "como animales en el monte", o como
"monos".23 La línea trazada entre el pueblo civilizado y el monte salvaje también era defi-
nida por la gente que vivía en cada parte. El monte era más que un lugar salvaje, era una
realidad política alternativa que existía al alcance del pueblo. Al irse al bosque, los lugare-
ños podían vivir fuera del alcance de la ley del rey.
Los totonacos criticaron constantemente la política anti-forestal y al lector moderno
la orden le parece extraña. Los nativos presentaron la campaña de tala de árboles como
una carga económicamente irracional que le fue impuesta a la comunidad. Los lugareños
dieron una lista de los árboles cortados, resaltando el valor monetario de los árboles y exi-
gieron la compensación. En lugar de encubrir el comportamiento criminal, las docenas de
árboles cortados, de fruta y sombra, eran una importante fuente de alimento cuando la co-
secha del maíz escaseaba y los pobres dependían de la venta de fruta para ganarse la vida
y pagar sus impuestos. La gente de la aldea describió la política como un ataque a su sub-
sistencia, sin dejar de mencionar el valor inestimable que tienen los árboles de sombra en
el clima tropical de Papantla. Los indios explicaron que el alcalde mayor tenía un incenti-
vo económico para cortar árboles ya que recibía la madera gratuitamente, y luego la usaba
para construir su propio granero y para leña. De este modo, los lugareños querían reclamar
que la tala era meramente la decisión normal de un administrador inescrupuloso para sa-
carle monedas a los "indios miserables".
Los registros incluyen una lista detallada de las víctimas de la campaña de corte
de árboles. En total, 264 individuos registraron pérdidas de más de 1.500 árboles como
resultado de la campaña contra el monte emprendida por el alcalde mayor. La informa-
ción presentada subraya el valor económico de los árboles, y especifica cuáles eran ár-
boles frutales y cuáles eran especies "silvestres". La lista también resalta el favoritismo
practicado durante la tala, notando que dejaron en pie los árboles frutales alrededor del
curato y que fueron conservados los árboles frutales del comerciante Don Andrés Pati-
ño.24

23 Por ejemplo, los nahuas rebeldes de la Huasteca fueron descritos por el magistrado local como "vivien-
do como monos, sin un señor". Subdelegado Ulibarri, Yahualica, AGN, Criminal, vol. 361, exp. 2, f. 56.
24 "Lista de los sugetos a quienes se les cortaron sus árboles, assí frutales, como infructíferos", AGN, Cri-
minal, vol. 303, ff. 245 y 248r, en el caso de Patiño le cortaron dos árboles pero pudo conservar 24 árboles de
24 naranjo chino y uno de aguacate.
CUADRO 1. NÚMERO Y ESPECIE DE ÁRBOLES FRUTALES CORTADOS
POR ÓRDENES DE DE LA BARGA

Especie de árbol Número

Anona 966
Ciruelo 122
Piñón 61
Aguacate 48
Guayabo 36
Jícara 33
Lima 31
Naranjo 29
Jobo 18
Zapote chico 18
Chirimoyo 15
Piñol 14
Zapote 9
Limón 8
Higuera 8
Naranjo chino 8
Moral 5
Zapote prieto 3
Pitaya 3
Chayote 2
Capu I ín 2
Zapote cabello 1
Sacana 1
TOTAL 1.441

Fuente: "Lista de los sugetos a quienes se les cortaron sus árboles, assí frutales, como infructíferos",
AGN Criminal, vol. 303, ff. 245-249.

El número de árboles no frutales mencionado en la lista fue menor, únicamente de


215 árboles, y algunas anotaciones no especificaron el número de árboles silvestres, di-
ciendo simplemente "un corral de palos silvestres" o "una cerca de silvestres". Los silves-
tres enumerados todos tenían usos medicinales, o prácticos en la construcción, lo que indi-
ca que según la utilidad del árbol, se decidía si éste se incluía en la lista o no. 25 La lista
también advertía cuando una de las víctimas era viuda, o viudo, con hijos que mantener.
La relación no especificaba la calidad de los afectados, y mientras destaca muchos nom-
bres de indígenas prominentes y varios de los participantes en los disturbios, incluía tam-
bién a individuos de la comunidad no indígena afectados por la tala de árboles. 26 En breve,
la lista era un detallado argumento económico que especificaba las pérdidas productivas
de los lugareños. Lo llamativo de los argumentos de los testigos indígenas es que presenta-
ron sus críticas en términos que iban más en concordancia con las ideas ilustradas acerca
de la utilidad económica del bosque y la necesidad de limitar la tala de árboles, mientras

25 Se nombraban dos clases de árboles, ya sea silvestres o frutales y en el cuadro presentado aquí solamen-

1
te se enumera los "frutales". En este contexto el término "silvestre indicaba que el árbol no daba fruta, no impli-
ca que no fuera cultivado. La lista incluía 24 jícaras y 3 jobos bajo la columna de silvestres". No aparecen en el
cuadro anterior.
26 Se nota, por ejemplo, que el comerciante español, Joseph Joaquín Suárez y la viuda Casilda Arostegui

aparecen en la lista. "Lista de los sugetos...", AGN, Criminal, vol. 303, ff. 248 y 249. 25
que el cura y alcalde mayor promovieron la tala por razones que bien podrían haber sido
del siglo dieciséis o diecisiete.
Irónicamente, la relación, de alguna manera, socava el argumento económico de los
aldeanos. La gran mayoría de árboles era anonas. La lista sugiere que prácticamente cada
casa en Papantla contaba con al menos un anona; esto sugiere que tratar de vender la fruta
del anona en Papantla hubiese sido algo parecido a llevar carbón a Newcastle. Dado que
los costos de transporte hacían que la exportación de fruta del distrito fuese prohibitiva, to-
dos los clientes potenciales ya contaban con su propio abastecimiento. No existía un mer-
cado urbano cercano para la producción frutal del pueblo y Papantla simplemente no podía
competir en los mercados del altiplano por su lejanía. El otro punto de la enumeración,
que los árboles frutales ayudaban a las familias de las viudas y servían de reserva cuando
las cosechas de maíz fracasaban, tenía más fundamento, pero la destrucción de los árboles
frutales no tenía impacto alguno en la economía monetaria del pueblo.
Las quejas de los lugareños tenían raíces más profundas. Mientras que los españoles
recién llegados pueden haber considerado el monte como un espacio sin valor económico,
la gente papanteca lo veía como el lugar donde se realizaban las más importantes activida-
des productivas. El bosque no era meramente una selva indiferenciada, sino que contenía
tierra donde había habido milpas en el pasado y las habría nuevamente en el futuro. La
agricultura de tala y quema significaba que los agricultores explotaban una determinada
parcela en el bosque como milpa durante dos o tres años, antes de pasar a otra parcela y
dejar que la milpa permaneciera en barbecho durante diez o hasta veinte años. Incluso se
explotaban las milpas anteriores. Los lugareños utilizaban los nuevos árboles que crecían
en las tierras en barbecho para plantar vainilla. El bosque también tenía árboles frutales
que la gente explotaba. Los árboles frutales pueden no haber estado en un huerto pero eso
no significaba que no tuviesen un propietario. Los totonacos coleccionaban una amplia va-
riedad de productos silvestres del bosque que formaban sus "cultivos" comerciales. Los
lugareños tenían un sentido de propiedad sobre el terreno del bosque y los árboles que ex-
plotaban. Según Plácido Pérez, un mercader español, nada amigo de los rebeldes, De la
Barga ordenó el desmonte de al menos dos cerros cerca del pueblo, así como la remoción
de muchos árboles que estaban cerca de las casas de los residentes locales. 27 Los comenta-
rios de Pérez indican que los residentes españoles del pueblo no necesariamente compar-
tían la antipatía oficialista hacia el bosque, y más bien adoptaron las prácticas de mantener
huertas alrededor de sus casas en el pueblo.
Esta cuestión también destaca algunas de las características físicas del pueblo en el
siglo dieciocho. En lugar de ser una comunidad debidamente urbanizada con la cuadrícula
de calles rectas, típica de muchos pueblos en México, en Papantla el monte invadía el cen-
tro del pueblo. Debe haber sido difícil discernir dónde comenzaba la aldea y terminaba el
pueblo. Cada área residencial estaba rodeada de jardines y árboles que daban a la familia
fruta, medicinas y sombra. Cada parcela donde había una casa también era un jardín donde
las familias indias recreaban un pedacito del monte al lado de su choza. El estudio clásico
de la comunidad totonaca de El Tajín, hecho por Isabel Kelly y Ángel Palerm, describe los
huertos irregulares que acompañaban cada casa. 28 A los visitantes del pueblo, como Basa-

27 Testimonio de Plácido Pérez, Dic. 28, 1767, AGN, Criminal, vol. 303, exp. 2, 242r. Pérez era un socio

comercial del alcalde mayor. Él alega que se opuso contra la tala de árboles advirtiendo que éstos disminuían el
riesgo de incendios. Hay que notar que aunque no perdió ningún árbol frutal le cortaron una cerca de chaca, así
que ni los aliados de De la Barga pudieron librarse por completo de su campaña, "Lista de los sugetos...", AGN
Criminal, vol. 303, f. 249.
28 Isabel Kelly y Angel Palerm, The Tajín Totonac. Pan One, History and Material Culture, Smithsonian

Institute, Washington, 1956. Este estudio antropológico se basa en la aldea indígena que existe al lado del fa-
26 moso sitio arqueológico.
raz y De la Barga, les llamó la atención la anomalía y se quejaron de la "irregularidad" y
el desorden del diseño del pueblo. El cerro campanario, donde estaban las campanas del
pueblo debido a la falta de torre en la iglesia, era un buen símbolo de esta jungla urbana.
El cerro boscoso dominaba al pueblo. El hecho de que las campanas del pueblo, el símbo-
lo físico de la identidad de un pueblo, estuviesen en el monte sugiere que para muchos
papantecos la plaza no representaba el centro espiritual del pueblo. Las campanas de Pa- Pa-
pantla, como en muchos pueblos indígenas, eran uno de los emblemas centrales de la
identidad de la comunidad. 29 Las campanas regulaban la rutina diaria del pueblo, se usa-usa-
ban para llamar a la congregación a misa y convocar a la población a las juntas del cabil-
do. En 1767 los rebeldes las usaron para llamar a los lugareños contra el alcalde mayor;
puesto que éstas estaban en el monte, nadie podía decir quién las tocó. Era casi como si el
mismo bosque hubiese convocado a sus hijos a expulsar al abusivo administrador.
El monte tiene profundos significados para el totonaca moderno, con su propia vida y
su propia deidad. El bosque tenía un "dueño" conocido como Quíhui kolu que protege los
campos y los recursos que la gente necesita para sobrevivir. Contamos con poca evidencia
las tradiciones religiosas campesinas en el monte durante el siglo dieciocho. Aunque es
problemático referirse a estudios etnográficos del siglo veinte para comentar acerca de si-si-
glos anteriores, al menos pueden señalar algunos patrones culturales que probablemente
tenían sus antecedentes en la historia de los pueblos. Alain Ichon, el gran etnógrafo del si-
si-
glo veinte, describe el poder del "dueño del monte", a quien los totonacos dirigían sus ora-
ciones cuando salían a cazar o a colectar miel y cera silvestres. 30 De manera significativa,
Ichon anota que el término utilizado en el dialecto de la sierra, Stiku wa kakiwi, significa
literalmente "dueño de todos los árboles". Los dueños, observa Ichon, son "guardianes, los
totonacos los llaman soldados o peones, que han sido delegados por deidades superiores
para representarlos en los distintos elementos de sus dominios". 3 ' El monte era territorio
indígena, un espacio distinto al territorio del pueblo supervisado por los españoles. Un te-te-
rritorio donde, si podemos asumir que los patrones del siglo veinte se pueden aplicar al
dieciocho, los dueños eran ajenos a los dioses y a los reyes europeos. Así, mientras que los
testigos totonacos ponían énfasis en sus intereses económicos racionales al protestar con-
tra la tala del monte decretada por De la Barga, su lenguaje podría ocultar una agenda cul-
tural más profunda.
que el producto de una extraña peculiaridad de personalidad de De la Barga, esta
acción probablemente fue una de las más coherentes, si bien en exceso ambiciosa, em-
prendida por él. El hecho de que haya obtenido el apoyo de Ortiz, el sacerdote del pueblo,

29 La función del cerro campanario era muy antigua, aparece en el informe de la relación geográfica del al-
IlI1Íi calde mayor Juan de Carrión, con fecha de 1581. En el mapa que acompañaba la descripción del distrito, el di-
bujante representa a Papantla con él la imagen de la iglesia con un cerro al lado donde se nota una campana co-
locada en la cima, así desde muy temprana fecha el símbolo de la identidad del pueblo era la campana. Juan de
Carrión, Descripción del pueblo de Guytatlalpan (Zacatlán, Juxupango, Matlaltan y Chila, Papantla) con notas
de José García Payón, Universidad Veracruzana, Xalapa, 1965, p. 68, mapa número 9 (en el siglo dieciséis, la
cabecera de la alcaldía mayor se localizaba en Hueytlalpan).
' José Luis Blanco Rosas, "La muerte de Quihuikolo. Territorialidad de tres municipios totonacos del si-
glo 'cut", en Victoria Chenaut (ed.), Procesos rurales e historia regional, Sierra y costa totonacas de Veracruz,
CIESAS, México, 1996, p. 106; Alain Ichon, La religión de los totonacas de la Sierra, Instituto Nacional Indi-
genista y Secretaría de Educación Pública, México, 1973, pp. 154-155. El estudio antes citado de Peter Sahlins,
de los conflictos ocurridos en el bosque francés, es útil ya que señala cómo una tradición local del pueblo sobre

1
los bosques tenía raíces más profundas que los asuntos meramente económicos formulados por los que protesta-
ban.
" Alain Ichon, La religión de los totonacas, p. 153. Asimismo, Ichon menciona que otro término para Sit-
ku wa kakiwi es Aksanjan, un término que él considera es una alteración de San Juan, el santo cristiano. De este
modo, el dueño funciona en relación a Dios, igual a como lo hace un santo, ibid., p. 154. 27
y posteriormente incluso del Juez Basaraz, también señaló que las autoridades españolas
compartía sus sentimientos sobre la exuberante vegetación que rodeaba al poblado. 32 Las
descripciones de De la Barga del "pueblo rebelde de Papantla" sugieren que el control so-
cial estaba en el centro de la campaña contra el bosque. Según lo que él narra, el bosque
era un refugio de los enemigos de la ley del rey. En su acusación decía que Manuel Gon-
zález, un líder disidente desde tiempo atrás, convocaba a reuniones en el bosque para pla-
near actividades desafiantes» El mensaje era que fuera del alcance de los ojos vigilantes
de la Iglesia y del Rey, los indios tramaban la subversión. De la Barga se refería a los in-
dios como cimarrones, un término usado para ganado y esclavos que se volvían "salvajes",
escapándose de su domesticación para vivir en los cerros sin amo. No es que se hubiera
declarado abiertamente una política borbónica contra los bosques; de hecho el Estado en el
siglo dieciocho veía a los bosques con creciente interés como una fuente de recursos estra-
tégicos para la Armada real. Más bien, la preocupación del juez refleja tanto el impulso
modernizador para ordenar el peligroso espacio tropical de la tierra caliente, como un re-
sentimiento hispánico más tradicional del bosque. Nos recuerda simbólicas batallas por
culturas locales en las que participaban los Estados europeos mientras buscaban moderni-
zar el uso del paisaje.' La proclividad totonaca a vivir en el monte, en poblados dispersos,
fue comentada tanto por administradores coloniales como locales en Papantla. Para las au-
toridades, su negativa a pasar tiempo en el pueblo aportaba mayor evidencia de los rebel-
des que eran los papantecos. 35
Mientras que Basaraz descartó la mayoría de las acciones del bribón alcalde mayor,
ratificó la campaña contra el monte. Como castigo a aquellos que participaron en los baru-
llos, Basaraz ordenó a los mahuinas limpiar toda la vegetación de los cerros alrededor de
Papantla hasta una distancia de una legua en todas las direcciones y, especialmente, el ce-
rro campanario. Pese al evidente desagrado que le causaban los abusos de De la Barga,
Basaraz compartía en esencia su punto de vista sobre los papantecos. Les dijo a los indios
"que no es legal recurrir a dichos medios [amotinarse] para liberarse ustedes mismos del
maltrato y la opresión que pueda cometer su alcalde mayor". 36 Basaraz no toleraba el de-
sorden y, como resultado, sentenció a los líderes a pasar los próximos tres años talando el
bosque. Luego, cuando le contó al Consejo de las Indias sobre los servicios que había
prestado, habló de la "restitución" del pueblo, y declaró con optimismo "que no quedaba
un solo indio en el monte".
Los comentarios de Basaraz mostraron el miedo a la selva que tenían los gobernantes
españoles de los pueblos indios. Basaraz no escribió que los indios se rebelaran, más bien
contó que "desampararon el pueblo y amontonaron los cerros". Para tener un buen gobier-
no había que sacar a los indios del bosque, llevarlos a los pueblos donde se les podía vigi-
lar, contar y cobrar impuestos. Obligar a los indios a talar el monte era, en su opinión, un

32 Hubo varios residentes españoles, el ya citado Plácido Pérez era uno de ellos, que estaba en desacuerdo
con la política. La población española parece estar dividida entre aquellos que habían vivido en el pueblo y se
habían "aclimatado" a la región y funcionarios que solían tener nombramientos temporales en el pueblo.
33 De la Barga al virrey de la Croix, "consulta" 29 Octubre, 1767 Archivo General de Indias. De aquí en
adelante citado como AGI, México, 1934, f. 4.
34 Peter Sahlins, describe cómo el ritual infundía a los campesinos a defender el bosque, un proceso con
claros paralelismos en este caso. Forest Rites, pp. 129-131.
35 Véase de Emilio H. Kourí, The Business of the Land: Agrarian Tenure and Enterprise in Papantla,

1
Mexico, 1800-1910, Ph.D. diss., Harvard University, 1996, pp. 95-101. De Ramón Ramírez Melgarejo, La po-
lítica del Estado mexicano en los procesos agrícolas y agrarios de los totonacos,Universidad Veracruzana, Xa-
lapa, 2003, pp. 96-97, ya que describe cómo la existencia de los totonacas estaba centrada en el monte aun en el
siglo diecinueve.
28 36 De la Barga al virrey de la Croix, "consulta" 29 octubre, 1767 AGI México, 1934, f. 7b.
Ilustración I . Monte de Papantla según Karl Nebel

servicio positivo: "No son más que guaridas de animales salvajes, de plagas y un refugio
cercano durante los desórdenes y cuando huyen los nativos"." Terry Rugeley observó que
la gente de los pueblos mayas también diferenciaba el monte del pueblo, en términos de
una dicotomía entre lo salvaje y lo humano. Cuentos populares sobre el bosque en Yucatán
acentuaban que el monte era un lugar de peligro que desafiaba el orden humano. 38 Sahlins
y Rugeley, ambos, apuntan a la tradición de las comunidades rurales, donde los bosques se
consideraban sitios en que el poder se difundía por todas partes, tal vez señalando concep-
ciones más profundas sobre el orden social compartidas por la gente del campo.
Las opiniones de estos funcionarios reflejaban las actitudes expresadas en el siglo
diecinueve cuando los observadores universalmente hablaban de la tierra como peligrosa-
mente fértil. Las descripciones de la región mencionaban los numerosos tipos de cultivos
que se podían observar y hablaban con anhelo del potencial agrícola contenido en el suelo.
A uno de los fomentadores del área, Eduardo Fages, le preocupaba que "la fertilidad de es-
tas tierras en algunos lugares raya en el vicio... altos árboles, arbustos, plantas pequeñas
que cubren el suelo en el bosque y una multitud de enredaderas forman una densa e impe-
netrable red que... infunde miedo debido a los numerosos insectos y reptiles que oculta". 39
Anteriom,ucpáneodstacim eprtódl"aoce-
cimiento de las plantas en esta tierra"." 9 Karl Nebel, un visitante alemán al principio de la

" "Sentencia", AGI, México, 1934, f. 460.


38 Terry Rugeley, Of Wonders and Wise Men: Religion and Popular Cultures in Southeast, 1880, Univer-
sity of Texas Press, Austin, 2000, p. 187.

1
39 Eduardo Fages, "Noticias estadísticas sobre el Departamento de Tuxpan", Boletín de la Sociedad Mexi-
cana de Geografía y Estadística, 4 (1854), pp. 187-205 y 241-321. Las listas de productos cultivados en el área
véase de Manuel Fernando Soto, Noticias estadísticas de la Huasteca y parte de la Sierra Alta formadas en el
año de 1853, Imprenta del Gobierno, México, 1869, pp. 39 y 64.
AGN, Historia, vol. 578B, exp. 1, f. 84v. 29
década de 1830, representó esta imagen amenazadora del monte en su serie de litografías
de Papantla y del monte virgen de la región (véanse la ilustración 1). 4'
Nebel exagera el tamaño de los árboles, dándoles una escala inhumana, reflejando el
romanticismo de la mirada del extranjero. 42 Administradores tanto coloniales como repu-
blicanos creían que la prolífica tierra creaba una población dificultosa, haciendo la vida
demasiado fácil y que, como resultado, los habitantes se había vueltos flojos. "[Muchos
viven con cualquier cosa que encuentran [holgazanería]; puesto que la ropa y la subsisten-
cia les cuesta muy poco, viven fácilmente sin trabajar". 43 Fomentadores locales con fre-
cuencia se lamentaban de la haraganería de los lugareños." Los gobernantes culpaban a
los residentes por la falta de actividad económica en la región; decían que éstos podrían
hacer más pero "plantan sin habilidad, elaboración, o ningún otro trabajo, meramente
echando la semilla en algunos agujeros". 45
El juez también completó un nuevo conteo tributario, estableciendo un registro de
impuestos más preciso." La máxima, citada frecuentemente, del gobierno español, "go-
bernar es poblar", significaba más que la mera colonización, quería decir que había que
hacer que la población viviera en pueblos que fuesen puestos fronterizos de civilización y
gobierno real. En su informe de sus actividades, Basaraz incluyó un dibujo de Papantla
cargado de significado (Ilustración 2). 47
El dibujo representa un pueblo con las casas ubicadas en líneas rectas llenando la pá-
gina entera y el monte desterrado a los márgenes de un espacio ordenado y numerado.
Pese a la orden judicial, la campaña contra el bosque no parece haber prosperado después
de 1768, ya que el bosque siguió dominando el paisaje hasta bien entrado el siglo veinte.
Posteriormente, los rebeldes siguieron huyendo al bosque; en 1773 rebeldes de Tenampul-
co se escondieron en el monte de Papantla y en 1787 los papantecos se refugiaron allí don-
de solían hacerlo para alejarse del Estado. El bosque era fuerte. Como Plácido Pérez, el
comerciante y comandante de la milicia, señaló cuando criticó la orden original de De la
Barga: el monte estaba en todas partes.

41 Carlos Nebel, Viaje pintoresco y arqueológico sobre la parte más interesante de la República Mexica-

na, en los años transcurridos desde 1829 hasta 1834, Editorial Porrúa, México, 1963, p. XXIII.
42 Nebel parece sentirse tanto fascinado como repelido por el monte. En la descripción de su litografía

afirma que su objetivo era "mostrar el lujo de vegetación... al mismo tiempo cómo [sic] viven y caminan por
ellos los naturales. A la derecha, en el primer plano, se ve una planta de enormes ramas, llamada tarro, especie
de bambú... es muy común en aquellos lugares, y hace el tormento de los caminantes, a causa de sus innumera-
bles espinas las cuales son tan peligrosas por su fuerza que rompen hasta el cuero. A mano izquierda se [n]...
un puente ligero construido de tarro y sostenido en el aire por algunos bejucos que caen de los árboles vecinos,
facilita a los de a pie el paso del arroyo que se ve en medio del cuadro, y por donde toda caballería y animal
grande tiene que pasar, con riesgo de romperse el pescuezo o de ahogarse en el agua o en el lodo, según la esta-
ción". Carlos Nebel, Viaje pintoresco, pp. 18-19, 80 y 140.
43 Esto es en referencia a los habitantes del distrito de Tantoyuca, José María Iglesias: "Estadística del es-

tado libre y soberano de Veracruz que comprende los departamentos de Acayucan, Jalapa, Orizaba y Veracruz",
en Carmen Blázquez Domínguez (coord.), Estado de Veracruz, Informes de sus gobernadores 1826-1986, Go-
bierno del Estado de Veracruz, Xalapa, 1986, p. 305.
44 Fages, "Noticias estadísticas, p. 201. "Porque aunque se da con abundancia siembran poco por ser los

hijos muy flojos y enemigos del trabajo". AGN, Subdelegados vol. 34, exp. 56, f. 383v.
43 AGN, Padrones 3/374. Esto viene de un informe de 1791 sobre Huejutla, el propio autor se quejó de "la

gran holgazanería, indolencia y falta de aplicación de todos los habitantes".


46 El resultado fue de 818 tributarios y un total de 3.134 indígenas de todas las edades y de ambos géneros.

Basaraz hizo alarde de que pudo realizar el censo mientras que "el apoderado fiscal no lo había podido reali-

1
zar". Basaraz, 26 Feb. 1768, AGI, México, 1934, f. lr véase ff. 399-435r para el papel del impuesto. Los toto-
nacas cumplieron de inmediato, para el gran placer del juez; hasta aprovecharon el momento para denunciar a
varios residentes españoles en el pueblo que estaban "escondiendo" a sus sirvientes indios para que no aparecie-
ran en las listas de impuestos. AGI, México, 1934, exp. 1, ff. 435r-36.
47
30 "Dibujo del pueblo cabecera de Santa María Papantla", AGI, MP México, 235.
Ilustración 2. "Disseño del Pueblo Cabezera de Santa Maria de Papantla, Obispado de la Puebla
de los Angeles, en las costas de Barlovento distante de México 70 leguas". Archivo General de In-
dias, MP-MEXICO, 235BIS.

EL TABACO Y LAS REGIONES DEL INTERIOR

Las demandas fiscales de los Borbones tuvieron un fuerte impacto en los pueblos de
América. Los historiadores han citado nuevas formas de tributación y una recaudación
más rigurosa de ingresos tradicionales como una de las principales causas de los frecuen-
tes motines que caracterizaron la segunda mitad del siglo dieciocho." Los Borbones crea-
ron gran variedad de nuevos gravámenes para la población rural de México, pero las pre-
siones fiscales o demográficas no sólo determinaron el momento en que los indios se
amotinaron. Las nuevas cargas económicas provocaron una gran zozobra, dependiendo de
su impacto político en los poblados. El monopolio del tabaco no sólo representó una nueva
carga financiera para los consumidores campesinos, sino también requirió fuertes cambios
en la agricultura. Con el nuevo sistema era necesario vigilar lo que los campesinos cultiva-
ban en sus campos, lejos de las sedes tradicionales de administración local. Por primera

48 Scarlett O'Phelan Godoy, Un siglo de rebeliones anticoloniales, por ejemplo detalla la complicada rela-

ción entre las crecientes tensiones sociales y las políticas fiscales borbónicas. Consulte también John
Coatsworth, "Patterns of Rural Rebellion in Latin America: Mexico in Comparative Perspective", en Rebellion
and Revolution: Rural Social Conflict in Mexico, Princeton University Press, Princeton, N. J., 1988, pp. 21-62. 31
vez la corona española buscaba regular de una manera sostenidamente lo que cultivaban
los campesinos indígenas en sus tierras comunales.
El monopolio fue un excelente ejemplo de las propiedades intrusas de la política bor-
bónica en el campo. Los agricultores mexicanos habían cultivado tabaco desde la época
prehispánica, así que para que el monopolio funcionara, el gobierno tenía que controlar la
cosecha de esta hoja. El gobierno real restringió la producción de tabaco en la región alre-
dedor de Córdoba, Orizaba y Xalapa (en la parte central de Veracruz). Los productores
que contaban con autorización estaban obligados a venderle toda su producción a la coro-
na que luego la comercializaba por toda la Colonia. 49 La corona disfrutó de una bonanza
financiera, pero los aldeanos indígenas perdieron una valiosa cosecha que era parte de sus
mercancías. Papantla era una región apta para la siembra de tabaco y tenía presencia en las
actividades económicas de los pueblos de la zona, pero a partir de la instauración del es-
tanco de repente quedó prohibido este ramo. Para asegurar que el monopolio no tuviera
competencia de los productores tradicionales, el gobierno introdujo en el México rural a
un nuevo actor, el policía. La gente rural no atacó el monopolio directamente, más bien
trasladó sus cultivos de tabaco a zonas lejanas, más allá de la mirada de los funcionarios
españoles. La respuesta de la administración colonial fue establecer el "resguardo del es-
tanco del tabaco", una fuerza policíaca empleada para buscar los cultivos ilegales de taba-
co en el campo, destruirlos y castigar a los productores de este "contrabando".
El trabajo reciente de Georgina Moreno Coello ha demostrado que el estanco tuvo un
impacto profundo sobre Papantla." Esta historiadora coloca al tabaco en el contexto de la
producción agrícola totonaca notando que la hoja, por sus tiempos de cultivo y cosecha,
era fácil de acomodar al trabajo de las milpas dado que los ciclos de siembra y cosecha de
los dos productos no traslapaban. En su estudio demuestra que a pesar de la criminaliza-
ción de esta actividad rutinaria, los agricultores indígenas se negaron a dejar de sembrar
tabaco y que el sentido de la legitimidad guiaba sus acciones más que el apego a la legali-
dad. En tal situación la respuesta de los productores era seguir con sus actividades y bus-
car la protección del monte para sus sembradíos.
Antes del resguardo, los oficiales españoles rara vez penetraban las vastas regiones
alejadas de los pueblos que administraban en tierra caliente. Un ejemplo de cuán poco la
población no indígena conocía el campo son las fabulosas ruinas de El Tajín, que perma-
necieron sin descubrir hasta que una patrulla de resguardo las encontró en 1785. 5 ' Repenti-
namente los espacios alejados de los poblados se convirtieron en un asunto de preocupa-
ción para un mayor número de administradores reales. La policía que protegía el
monopolio quemó todo el tabaco que encontró en manos de los indios en la plaza de Pa-

" Guillennina del Valle Pavón, "El cultivo de tabaco en la transformación de la jurisdicción de Orizaba a
fines del siglo »In", en Jorge Silva Riquer (ed.), Mercados regionales de México en los siglos XVIII y tax, Insti-
tuto Mora Consejo Nacional para las Artes y la Cultura, México, 2003, pp. 9-12, y Susan Dean-Smith, Bureau-
crats, Planters and Workers: the Making of the Tobacco Monopoly in Bourbon México, University of Texas
Press, Austin, 1992.
5° Georgina Moreno Coello, "Alcaldes Mayores y Subdelegados frente a la siembra clandestina de tabaco:
Papantla, 1765-1806", América Latina en la Historia Económica. Revista de Investigación, vol. 19, núm. 3
(2012), pp. 206-234.
51 La visión ilustrada de estos oficiales se revela también por el hecho de que publicaron noticias del "des-
cubrimiento" en la Gazeta de México, el órgano oficial del gobierno borbónico en la colonia. "Como a fines de
mayo del presente año Don Diego Ruiz, cabo de la Ronda del Tabaco de esta jurisdicción andaban cateando los
montes con el fin de exterminar las siembras del tabaco, como es de su obligación: en el paraje llamado en len-
gua totonaca del Tajin [...] halló un edificio de forma piramidal". Agregó la Gazeta: "bien parece que los indios
naturales no lo ignoraban, aunque jamás lo revelaron a Español alguno". Gazeta de México, 12 de julio de
1785, núm. 42, pp. 349-351. La noticia incluyó el primero dibujo del monumento, aunque parece que fue una
32 imagen creada por los editores del periódico y no de un testigo directo del templo.
pantla y recopiló detalladas listas de campos ilegales descubiertos y plantas destruidas.
Mientras que algunos de los campos de tabaco eran pequeños, varios producían mucho
más de lo que los campesinos podían consumir razonablemente en el ámbito local. En
1791 el resguardo de Papantla informó sobre la destrucción de 111 campos de tabaco du-
rante su ronda por el territorio del monte. Andrés Olarte, el líder de la revuelta de 1767, te-
nía 3.129 plantas en su parcela. Otro indio de Papantla, Santiago García, tenía 10.147 ma-
tas de tabaco en sus terrenos, "todas plantadas en hileras, limpias de mala hierba,
perfectamente cuidadas y listas para cosecharse". Encontraron un depósito de tabaco seco
perteneciente a García también, el cual fue llevado a la plaza de Papantla y quemado en
una ceremonia público por el resguardo. 52 Durante los motines, los que participaron jamás
denunciaron al monopolio y abiertamente negaron oponerse a éste. Pero los hechos eran
más contundentes que las palabras y no había duda de que la policía que protegía al mono-
polio del tabaco se volvió objeto de la violencia popular en toda la tierra caliente del golfo.
En 1787 estalló una nueva revuelta en Papantla justo afuera del edificio del monopo-
lio del tabaco, donde se congregaron los indígenas y "dieron voz contra el resguardo de la
Renta de Tabaco". Solamente quedaron a salvo las instalaciones porque otro indígena, Mi-
guel Pérez, intervino e impidió a los rebeldes que prendieran fuego al edificio del mono-
polio diciéndoles que "era casa del Rey, por que allí estaban los bienes de su majestad", 53
perolsbad ignlosfucardegiltbacohurpsvi-
das. Los rebeldes "hirieron de gravedad" al recién nombrado subdelegado (puesto nuevo
que sustituyó al tradicional alcalde mayor), José María Morcillo, y golpearon con rudeza a
otros residentes. 54 Morcillo quedó herido y perdió todo su equipaje mientras rescataba los
archivos de la turba enfurecida. El subdelegado y los funcionarios del tabaco se refugiaron
en la iglesia con algunos milicianos." Los rebeldes sitiaron al subdelegado en el templo,
emplearon armas de fuego, y en un momento dado intentaron incendiar la iglesia; el pue-
blo regresó al orden sólo después de la llegada de un contingente de 180 tropas regulares y
249 milicianos.
La insurrección tuvo múltiples causas y sin duda, la comunidad estaba dividida, los
nativos hirieron a Morcillo cuando se disponía a intervenir en un enfrentamiento entre las
dos "facciones" indígenas." Además, los grupos tenían patrocinadores en la comunidad
española, donde una facción estaba aliado con el subdelegado y la otra se relacionaba con
Manuel Cornejo, ex alcalde mayor que hacía poco había dejado el puesto. Sin embargo, en
este ensayo nos toca profundizar en el papel del estanco en las relaciones sociales del pue-
blo en vez de delinear estas divisiones.
Después de la revuelta las autoridades culparon de los desórdenes al resguardo del ta-

52 AGN, Criminal, vol. 714, exp. 5, ff. 91-129.


53 Juan Macijo, 28 de agosto de 1787, AGN, Indiferente de Guerra, vol. 414a, exp. 8, f. Ir. No queda claro
si se trata del mismo Miguel Pérez que fungió como mahuina en 1767. Macijo escribió en su carta que temía
por su vida: "Esta noticia doy a Vuestra Merced y no lo hace el cabo porque no puede firmar por las avechanjas
[sic] que de sus movimientos hacen los Indios, y aun yo escribo con el riesgo de que sorprendan las valijas y
encuentran esta carta, que no sería nada favorable a mi salud".
54 AGN, Criminal, vol. 315, exp. 2, f. 35v. A diferencia de los disturbios de 1767, los incidentes de 1787

provocaron que los habitantes españoles del pueblo se sintiesen amenazados por la mayoría indígena, y pidieron
que se estableciese un cuartel permanente en Papantla.
55 AGN, Criminal, vol. 315, exp. 2, f. 34. Véase virrey Manuel Antonio Flores, "José María Morcillo, Mé-

1
ritos", 26 de marzo de 1788, AGI Secretaría de Guerra, 6.957, exp. 21, 1788-1789.
ss Macijo, 28 de agosto de 1787, AGN Indiferente de Guerra, vol. 414a, exp. 8, f. Ir. Jake Frederick, "A
fractured pochgui: Local factionalism in Eighteenth Century Papantla", Ethnoshistory, vol. 58, no. 4 (2011), pp.
565, 567-570 presenta la rebelión como una expresión de las divisiones en la región que dividía tanto a los indí-
genas como a los españoles en dos facciones. 33
baco. Los guardias cometieron abusos, y el Comandante de milicias de Tezuitlán, capitán
Rafael Padrés, sugirió a sus superiores que se estableciese una nueva guardia con gente
más "respetable", capaz de frenar la siembra de tabaco por los indígenas." El monte fue
una vez más el centro de la política de Papantla por ser el espacio donde se producía el ta-
baco de contrabando. El objetivo del monopolio de eliminar los plantíos ilegales en el
monte fue un factor que contribuyó a la rebelión, y, como siempre, conforme se desarrolla-
ba, los pobladores se refugiaron en él."
En un trabajo anterior señalé que a partir de la revuelta de 1787 los administradores
reales de Papantla habían cambiado sus tácticas. El nuevo subdelegado Esteban Tizón, que
se mantuvo en este puesto durante la mayor parte de la década de 1790, aprovechó su po-
sición para cultivar alianzas con los indígenas, evitando conflictos sobre la cuestión de ta-
baco." Se hacía de la vista gorda ante las violaciones de la siembra de tabaco por los toto-
nacos. En 1796, el comandante local de los guardias del tabaco, Francisco Zamitis y
Urbina, se quejó amargamente ante sus superiores de que Tizón no cooperaba con sus es-
fuerzos por erradicar el tabaco ilegal. Tizón liberó a los campesinos que los guardias arres-
taron con cargos de contrabando y amonestó en público a Zamitis por azotar a un indíge-
na. Esto no implica que el nuevo subdelegado fuese un servidor público altruista. En su
conflicto con Zamitis aparecieron abundantes pruebas de que efectuaba repartimientos y
que aprovechó la construcción de la nueva Casa Real como excelente oportunidad para ha-
cer chanchullos. 63
Moreno Coello propone que los subdelegados forjaron un pacto con la comunidad in-
dígena en el cual se permitía a los totonacos producir la hoja estancada a cambio de la to-
lerancia de los indios a la continuación de un sistema de repartimiento de efectos, el cual
quedó prohibido a partir de la ordenanza de intendentes de 1786. 6 ' Su proposición es bas-
tante convincente: demuestra que durante los noventa creció la siembra ilegal, hasta el
punto que se puede cuantificar por el número de matas que destruían las rondas del res-
guardo del tabaco. 62
Aunque el tabaco había sido un producto tradicional de Papantla, es interesante que
no fuera una actividad sobresaliente hasta que se estableció el estanco. En 1746, Villase-
ñor y Sánchez, por ejemplo, nota que mientras el producto de la región era de buena cali-
dad, estaba en decadencia por la competencia de las otras jurisdicciones del reino. 63 El es-
tanco irónicamente hizo que el tabaco de Papantla tuviera un renacimiento precisamente
porque eliminó a la competencia de esas otras jurisdicciones. El monte de Papantla jugó

" Rafael Padrés al Virrey Flores, Papantla, 10 de septiembre de 1787, AGN Criminal, vol. 315, exp. 2,
f. 36. Padrés señaló que solamente había dos guardias y un "anciano cabo" y "pues es constante que entre estos
Indios no han cesado las siembres clandestinas desde el Establecimiento de la Renta". Padrés estaba en Papantla
como comandante de las milicias de Tezuitán, enviados para suprimir la revuelta.
58 Bernardo Troncoso, gobernador de Veracruz al Virrey Flores, 19 de Septiembre de 1787, AGN Crimi-
nal, vol. 315, exp. 2, ff. 72-72v relata un informe de Pedro Hernández un "criado" de Francisco Lavarga un ca-
pitán de milicias de Papantla que tanto los rebeldes como los "que estaban de parte del alcalde mayor" huyeron
al monte.
Michael Ducey, A Nation of Villages, pp. 46-47.
60
Sobre los desacuerdos de Tizón con Zamitis, véase AGN Intendentes, vol. 80, exp. 9, f. sin número.
Respecto de las casas reales, véase "Informe de Peritos", 12 de noviembre de 1804, Papantla, Carta de García
Dávila, 8 de noviembre de 1804, Veracruz, AGN, Indiferente de Guerra, vol. 460, exp. 2, ff. 3-3r, 1-1r.
61 Moreno Coello, "Alcaldes Mayores y Subdelegados", pp. 213, 219, 225-227.
62 Ibid., pp. 218-220.
63 Villaseñor y Sánchez, Theatro Americano, p. 319. Hay indicios de que el tabaco se volvió negocio, no
solo para los totonacos y sus aliados como Tizón, en 1790 apareció una queja en contra de tres comerciantes de
Papantla "quienes dicen tienen comprados a los indios el tabaco de su cosecha". Real provisión de 19 de agosto
34 de 1790, AGN, Tierras, vol. 2899, exp. 26, ff. 353-354.
una función importante en este proceso pues, a diferencia de otras regiones, los bosques de
la tierra caliente protegían a los productores del tabaco de contrabando de la supervisión
del estanco y en el nuevo orden de la criminalización, la producción de Papantla ganó una
ventaja competitiva por su relativo aislamiento." Aunque el estanco produjo cierto auge
tabacalero, esto ocurrió en un contexto de incertidumbre donde los productos enfrentaban
la confiscación de los frutos de su trabajo en cualquier momento. Sin el monte, no habría
una industria clandestina de tabaco. La experiencia papanteca revela el carácter contradic-
torio de las iniciativas reformistas: un programa implementado para recaudar recursos fis-
cales por medio de un monopolio creó a su vez la necesidad de establecer vigilancia gu-
bernamental sobre las actividades económicas de la población. La intervención del
resguardo produjo tensiones en la sociedad local, y demuestra que en última instancia la
efectividad de su acción dependía de la voluntad de los funcionarios locales y las disposi-
ciones de los líderes de la comunidad totonaca.
La monarquía disfrutaba de considerable legitimidad política y los rebeldes del pue-
blo tenían que andar con sumo cuidado para expresar su desacuerdo. Esto era cierto inclu-
so en el caso de las innovaciones en el sistema fiscal. El monopolio del tabaco era típico
de las iniciativas borbónicas que desafiaban las antiguas tradiciones de los pueblos indíge-
nas. Más que llevar a la rebelión, la resistencia campesina a la prohibición adoptó el cami-
no de la menor resistencia. De este modo, el cultivo ilegal del tabaco continuó a lo largo
del período y durante el siglo diecinueve se reanudó cada vez que el estado nacional inten-
tó revivir el monopolio borbónico. No obstante, el monopolio cambió el papel que desem-
peñaba el Estado en el campo. Desde entonces el Estado tuvo una presencia militarizada
dedicada a vigilar la actividad económica de los campesinos en el monte.

EL GOBIERNO INDÍGENA DETRÁS DE LA REPÚBLICA DE INDIOS

Como ha señalado Robert Haskett, el imperialismo español nunca pudo imponer del
todo las formas ibéricas de gobierno local en las sociedades indígenas.° Los mahuinas
eran una indicación de cómo los totonacas de las tierras bajas adaptaron el sistema de la
república a su ambiente y a su patrón de residencia disperso. Los mahuinas parecen haber
servido para regular los asuntos entre el pueblo principal y la mayoría de los totonacas que
vivían en el interior. Cada uno de los ocho barrios eligió cuatro de estos funcionarios: un
total de 32.66 Cuatro de los barrios formaban parte de la cabecera del pueblo, los otros es-
taban alejados del pueblo. Las escasas referencias no nos informan sobre el proceso de se-
leccionar estos dirigentes pero parecerían indicar que cada barrio eligió a sus mahuinas in-
dependientemente de los otros, por lo que el proceso no se centraba en el pueblo principal.
El sistema parece haber sido una organización única que se desarrolló al margen de la ins-
titución colonial de la república de indios sin que los administradores españoles estuviesen
plenamente consientes de su importancia. En muchas formas se asemeja al sistema descri-
to por James Lockhart para Tlaxcala: permitía a las subunidades locales del viejo altepetl
compartir el poder. 67 Es posible que los ocho barrios tuvieran su origen en las comunida-

" La observación de Moreno Coello que la otra región importante para la producción de tabaco clandesti-
no era la tierra caliente de Michoacán y Guerrero tiende a confirmar esta observación, "Alcaldes y Subdelega-
dos", p. 2I I .
65 Robert Haskett, Indigenous Rulers: An Ethnohistoty of Town Government in Colonial Cuernavaca,
University of New Mexico Press, Albuquerque, 1991, pp. 5 y ss.
66 "Lista de los maguinas de los ocho barrios" AGN, Criminal, vol. 303, exp. 2, f. 349.
James Lockhart, "Complex Municipalities: Tlaxcala and Tulancingo in the Sixteenth Century", en 35
des que fueron reubicadas a Papantla durante el proceso de congregación del siglo dieci-
séis pero simplemente no sabemos. Hubo informes de al menos quince estancias sujetos a
Papantla en 1548 y el pueblo fue congregado en algún momento antes de 1581. 68 El siste-
ma de mahuinas de Papantla puede que represente la supervivencia de aquellos pueblos
originales o bien pudo haber evolucionado por las necesidades de los totonacos y su pa-
drón de asentamiento tan dispersado.
Mientras los cuatro barrios de la cabecera son fáciles de reconocer, de hecho todavía
existen y en dos casos conservan su nombre colonial, los otros cuatro barrios se han que-
dado en el olvido, probablemente a raíz de la división de tierras comunales en el siglo die-
cinueve." Hay otra posibilidad que se debe considerar para entender la organización del
espacio del pueblo, y es que los barrios no representaban un territorio específico sino un
conjunto de relaciones de parentesco cada una con sus derechos sobre un espacio en el
monte. El estudio del antropólogo Ramón Ramírez Melgarejo describe un sistema de lina-
jes en el siglo diecinueve donde las comunidades al interior de Papantla estaban formadas
por familias extensas dispersas en un territorio "con su organización social que determina-
ba y regulaba el derecho de posesión de cada familia sobre sus milpas y acahuales, de tal
forma que entre los linajes se respetaban las reglas para heredar esos espacios trabajados
que representaban la presencia y legado de las generaciones pasadas..."." En este caso de-
bemos pensar en los mahuinas como líderes de los linajes que llegaban a ocupar sus posi-
ciones por su estatus como jefes de familias extensas. En tal caso serían más parecidos a la
nobleza indígena que a funcionarios elegidos por una población específica. Los mahuinas
estaban íntimamente relacionados con la tenencia de la tierra y los derechos de uso sobre
el monte. El monte virgen no era, entonces, simplemente un espacio sin dueño ni uso, al
contrario, estaba cercado por una compleja red de derechos y propiedades arraigadas en la
memoria de las familias totonacas. En tal caso no es nada sorprendente que una amenaza
al monte despertara el celo de estos líderes comunitarios.
Dado el terreno difícil donde los habitantes ocupaban pequeños nichos en los bosques,
un sistema de autoridades representantes de los "barrios" tenía mucho sentido. Las autorida-
des autónomas de los barrios representaba una solución eficaz en el contexto de una socie-
dad agrícola que practicaba una forma de producción arraigada en los extensos territorios de
los bosques. El mahuin era la expresión política de la dispersión poblacional de los totonacos
de tierra caliente y eran estos funcionarios quienes supervisaban la vida en el monte.
Sin embargo, a ojos de los funcionarios españoles, este sistema era sospechoso por
naturaleza; sus puestos no habían sido aprobados por el Estado y a diferencia de la repú-
blica, ningún español supervisó la selección de mahuinas. Lo que inquietó aún más a los
funcionarios de la corona fue que estos aparentemente ejercían una gran influencia en la
selección de los que servían en el gobierno del pueblo. De hecho, ellos crearon una lista de

Nahuas and Spaniards. Postconquest Mexican History and Philology, Stanford University Press, UCLA Latin
American Center, Stanford y Los Ángeles, 1991, pp. 5-34.
68 Es claro por los documentos que cada barrio tenía una identidad definida, cada uno era conocido por el
nombre de su santo patrón: San Pedro, San Juan, San Joseph, San Antonio, San Nicolás, San Mateo, Santa Cruz y
San Sebastián. "Lista de los maguinas de los ocho banios" AGN, Criminal, vol. 303, exp. 2, f. 349. Sobre el repar-
to y su reorganización del espacio territorial del pueblo en el siglo xix véase Kourí, Pueblo divided, pp. 107-235.
69 En varios ocasiones he entrevistado a residentes indígenas del Papantla rural y no me han podido identi-
ficar los barrios. Actualmente, los papantecos urbanos reconocen cuatro barrios, San Juan, Santa Cruz, El Zapo-

1
te y Naranjos.
" Ramón Ramírez Melgarejo, La política del Estado mexicano y los procesos agrícolas y agrarios de los
totonacos, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2002, pp. 96-97. Kourí encuentra la presencia de estas relaciones
familiares en la tierra comunal, también, lo interesante del trabajo de Ramírez es que nos describe la sobrevi-
36 vencia de estas relaciones desde principios del siglo xix hasta finales del siglo xx.
candidatos sin supervisión real. Los pocos hombres que llevaron a cabo las elecciones
para el gobierno oficial sugerirían que los mahuinas, básicamente, también escogieron a
los oficiales de la república. Es posible que la preocupación por la existencia de los
mahuinas expresada por parte de las autoridades fuera reciente o quizás el resultado de las
ideas de Basaraz porque no era la primera vez que estos representantes de los barrios inter-
venían en una revuelta en Papantla. En 1736 hubo un levantamiento que tuvo algunas ca-
racterísticas muy parecidas al ocurrido treinta años después, y que empezó cuando el cura
del pueblo quiso castigar con azotes a un indígena por haber faltado a la misa. En los dis-
turbios que siguieron, los mahuinas aparecen en la documentación como líderes de la co-
munidad rebelde."
Basaraz y De la Barga se unieron en su rechazo a la influencia mahuina en el gobier-
no de Papantla. Según ellos, ésta era desordenada y los mahuinas no autorizados subver-
tían la república debidamente constituida. Una de las disputas que se hizo evidente en el
motín concernía, precisamente, la forma como se escogía a los oficiales de la república.
Los amotinadores denunciaron el liderazgo del gobierno del pueblo justamente porque no
fueron elegidos de acuerdo con la tradición local. Los aldeanos se quejaron de que el al-
calde mayor, en colusión con cinco gobernadores anteriores, arreglaron que fuese elegido
Nicolás de Nava contra la voluntad del pueblo. Varios testigos indígenas acusaron a Nava
de apropiarse ilícitamente del "real que cada hijo [del pueblo] le da a la tesorería comuni-
taria". Durante el motín, cuando los lugareños golpearon a Nava, gritaron "que él era cul-
pable de no haberlos defendido para que el alcalde mayor dejara de azotarlos tanto". 72 Los
disidentes acusaron a De la Barga de corromper el proceso electoral permitiendo participar
a los aldeanos que no tenían el derecho a votar, favoreciendo así a sus candidatos. Asimis-
mo, hubo una disputa acerca de dónde debía realizarse la elección; los lugareños querían
que se llevaran a cabo en la pochgui (la casa de comunidad), como era costumbre, mien-
tras que De la Barga ordenó que se celebraran en las casas reales (la residencia y la oficina
del alcalde mayor). En por lo menos tres casos el alcalde mayor impidió que mahuinas
elegidos a la república ocupara sus puestos. 73 Obviamente el alcalde mayor buscó crear
una república manejable y, en el proceso, subvirtió la influencia que los mahuinas solían
ejercer en las elecciones.
Basaraz culpó a la organización política totonaca por los problemas electorales. Para
el juez, los mahuinas representaban una aberración peligrosa porque existían fuera del go-
bierno indio autorizado oficialmente. La ley española, mientras que otorgaba autonomía a
las repúblicas de indios, contenía bastantes ordenanzas que permitían a los oficiales espa-
ñoles "supervisar" el gobierno indígena, desde vigilar elecciones a revisar los libros de
contabilidad del pueblo, a tener las llaves a la tesorería del pueblo. En contraste, a los
mahuinas no se les supervisaba para nada. Eran demasiado independientes y podían "mo-
vilizar al pueblo... ya que siempre han presumido ser los representantes de los ocho ba-
rrios, tradicionalmente ellos han obligado al pueblo acatar su voluntad... particularmente
durante las elecciones para la república". Estos líderes indígenas locales podían por tanto
negar el control que la corona y la Iglesia tenía sobre los indios bajo su mando. Los
mahuinas operaban fuera de los ojos vigilantes de los oficiales de la corona adoptando sus
decisiones en "reuniones y consejos privados". 74

71 "Causa de oficio de la real justicia sobre el tumulto de los indios de este Pueblo, su gobernador y de más

en la iglesia parroquial del día 16 de septiembre y la noche de dho. día en las casas reales". Papantla, 16 de oc-
tubre de 1736, AGN, Criminal, vol. 285, exp. 5, ff. 140-141.
72 AGN, Criminal, vol. 308, exp. 3, ff. 75 y 303, exp. 4, f. 353v.

" Petición de los indios de Papantla, 9 de diciembre de 1768, AGN, Indios, vol. 62, exp. 43, f. 6I r.
" AGI, México, 1934, f. 459. 37
En las distintas narraciones de la rebelión, una discusión sobre el destino de las varas
(los bastones de mando de los oficiales de la república) ejemplifica cómo los lugareños
buscaron controlar el ejercicio del poder en el gobierno del pueblo. Estos símbolos de po-
der eran el centro de la disputa en testimonios contrastantes; De la Barga alegaba que los
indios usurpaban la autoridad del Rey al apoderarse de las varas. Los mahuinas no nega-
ron la confiscación ilegal de las varas, insistieron meramente que su intención fue saluda-
ble. En su testimonio ante Basaraz, los papantecos sutilmente replicaron con acusaciones
de que el alcalde mayor socavaba los intereses de la monarquía. Empezaron su testimonio
observando que cada vez que ordenaba a los indios hacer algo que lo beneficiara personal-
mente, incluyendo la tala de árboles, construyéndole una casa o aceptando el repartimiento
de bienes, él sostenía que lo hacía por órdenes del Rey. Cuando se le pidió que explicara
porqué los amotinadores corrieron por el pueblo gritando "¿Adónde se ha ido el Rey? ¿Por
qué ha huido? ¿Por qué se esconde?", los mahuinas contestaban que "lo hacían porque el
alcalde mayor siempre había dicho que él era el Rey". 75 La cita no sólo demuestra el amar-
go humor de los rebeldes sino también que los indios estaban muy consientes de que él ha-
bía excedido su autoridad. Al apoderarse de las varas, los maquines demandaban el dere-
cho a dictar quién debería sentarse en el cabildo. Mientras que en sus testimonios negaban
cualquier intento subversivo y buscaban distraer la atención del juez con testimonios sobre
la usurpación del poder por el propio alcalde mayor, en efecto los mahuinas procuraban
actuar como el repositorio del poder de las varas.
Para conseguir la atención del implacable juez Basaraz, los indios se quejaron de que
las intrigas de este oficial desviaban dinero que la gente del pueblo normalmente deposita-
ría en las arcas reales. De este modo, los lugareños protestaron contra la orden que dio De
la Barga de cortar los árboles, afirmando que destruyó los ingresos que ellos usaban para
pagar sus impuestos. El testimonio de los indígenas asimismo puso énfasis en que las elec-
ciones siempre incluían la participación de "los ocho barrios... para poder recaudar el tri-
buto real", 76 de esta manera convirtiendo la defensa de la autonomía política en una defen-
sa del ingreso real. La estrategia implicaba que el sistema de mahuinas aseguraba que los
residentes del barrio pagaran su tributo con prontitud. Los indios también usaron los recla-
mos de De la Barga, quien afirmaba ser inmune a los canales normales de desagravio,
como una justificación de la rebelión: puesto que el alcalde mayor sostenía que "aquí na-
die me puede tocar", su única alternativa era amotinarse." Los lugareños básicamente ar-
gumentaban que su revuelta era una restauración del orden colonial subvertido por el al-
calde mayor.

75 AGI, México 1934, ff. 453r- 454.


76 Testimonio del cabildo, AGN, Criminal, vol. 303, exp. 4, ff. 352-353. AGN, Criminal, vol. 303, exp. 2,
ff. 250-252. Testimonio de Juan López Pardo, AGI, México, 1935, f. 131 r, éste decía que De la Barga afirmaba
tener órdenes de España cada vez que requería a los milicianos para que prestaran sus servicios. Aquellos que
protestaban contra el reparto de mulas asimismo se encontraban con la respuesta de que el alcalde mayor "tenía
órdenes de realizarlo". Testimonio del mahuin Miguel Pérez, AGI, México, 1934, f. 300 esta narración fue re-
petida por todos los maquines.
77 Esta idea se repite en el testimonio de los rebeldes indios y por su abogado defensor (fiscal protector de

indios). Un testigo indio afirmó que "como inocentes nosotros creíamos todo lo que él [de la Barga] nos decía"
sobre su supuesta influencia e inmunidad de los canales normales de petición, AGN, Criminal, vol. 303, exp. 2,
ff. 250-252. El abogado defensor escribió: "Mal informado por el hecho de que él regularmente declaraba que
como alcalde mayor nombrado por el Rey, ningún juez en este reino podía revisar sus procedimientos, ni mis
clientes ni los indios decidieron presentar sus quejas a Su Excelencia el Virrey, o a la Real Audiencia para desa-
graviar las hostilidades que habían sufrido", Joaquín Antonio Guerrero y Tagle Procurador de naturales, AGI,
México, 1934, f. 454. Este argumento no carecía del todo de fundamento ya que, como se observó con anterio-
38 1 ridad, De la Barga trató de prohibir intentos por contactar los tribunales de mayor instancia.
Su maniobra fracasó. Al sostener que los mahuinas fueron responsables del motín, el
juez "exilió, abolió y abrogó" la "nociva" práctica de "en la República tener mahuinas". 78 El
juez también pidió la reforma de la tesorería comunitaria. Escandalizado de que la caja de la
tesorería ni siquiera tuviese una tapa, lo que mostraba que los oficiales indígenas podían hacer
uso de los fondos del pueblo sin consultar al sacerdote de la parroquia o al alcalde mayor, or-
denó construir una nueva caja fuerte con los tres cerrojos requeridos. Basaraz luchó por hacer
que el pueblo retomara el camino correcto de los procedimientos legales. Basaraz reflejó la
preocupación de los oficiales borbónicos por regularizar los gobiernos indígenas locales en el
fin del período colonial. El estado procuró lograr la estandarización, independientemente de
las condiciones sociales y las tradiciones políticas de gobiernos municipales.
A primera vista, la reacción de los lugareños es algo sorprendente. Los mahuinas,
descritos como los más "salvajes" durante el motín, acompañaron calmadamente al juez a
la Ciudad de México y él alabó su comportamiento humilde durante la marcha. Sus testi-
monios tienden a acentuar su papel de víctimas a las cuales se les obligó amotinarse por-
que no tenían otros medios de desagravio. Los líderes insistieron que ellos no usurparon
ninguna autoridad y que sólo querían plantearle unas cuantas preguntas al alcalde mayor.
Francisco García ofreció una declaración típica de que él no se rebeló "por falta de respe-
to, puesto que siempre ha tenido gran respeto por el Rey y la Justicia Real. Él se vio impe-
lido por el amor que como hijo del pueblo le tenía a Nicolás de Olmos... escuchando sus
súplicas y gritos de que el alcalde mayor lo iba a vender". Cuando se le preguntó cómo
pudo haber sido tan audaz como para quitarle los documentos legales al sargento de la mi-
licia que acompañaba a De Olmos, él contestó que "quería tener el honor de ser el que re-
gresara dichos documentos al alcalde mayor"? Inclusive De Olmos solo dijo que él nunca
desafió la justicia real, que únicamente gritó desesperado cuando lo llevaban de la cárcel,
no con el propósito de incitar a los indígenas a amotinarse contra las justicias reales a las
que siempre ha obedecido". 8° Estas actuaciones evasivas demuestran un claro entendi-
miento de las relaciones de poder que sus actos desafiaban. Buscaban reinterpretar su
comportamiento rebelde afirmando que sólo procuraban restaurar el orden violado por los
actos de De la Barga. En este sentido, el motín era un clásico ejemplo del enfoque de una
"economía moral", aspiraban usar los valores del orden colonial para justificar sus actos.
No protestaban contra las órdenes del tribunal aboliendo a los mahuinas o la ardua la-
bor de talar el monte. Sospecho que simplemente las ignoraron. De la Barga fue procesado
por algunos de los abusos que había cometido y temporalmente removido de su puesto.
Los papantecos tenían fe en que el monte era más fuerte que el juez y el tiempo les daría la
razón. Se fue el juez y los mahuinas sobrevivieron manteniendo intacta su influencia sobre
los asuntos de la comunidad. En las nuevas elecciones de 1768, Andrés Olarte, uno de los
líderes de la rebelión, fue electo gobernador. Cuando De la Barga regresó a su cargo entró
de nuevo en conflicto con Olarte y en diciembre de 1769 lo acusó de haber tomado un ma-
chete para abrir la Caja de Comunidad y así sustraer 125 pesos.'"

78 "Sentencia" AGI, México, 1934, f. 459.


" Apoderarse de los documentos fue un asalto a la justicia real, un delito serio. Testimonio de Francisco
García "Lecuacin", AGI, México, 1934, ff. 339-341.

1
80 Testimonio de Nicolás de Olmos, AGI, México, 1934, f. 271.
81 "Causa formada de oficio de Justicia contra Andrés Olarte, Yndio Gobernador que fue el año próximo
pasado y su República", AGN, Indiferente virreinal, vol. 5423, exp. 12, ff. 1-7. Aunque De la Barga formó la
acusación y procedió a hacer las diligencias de investigación, no lo detuvo y se limitó a esperar "la probidencia
a que la superioridad [...] se digne tomara la más conveniente", f. 16r. 39
CONCLUSIONES

Papantla atestiguó el programa del Estado para reordenar el espacio político en las re-
giones rurales del interior de la Nueva España. Los lugareños recurrieron a la resistencia
violenta así como a juicios y "armas pasivas de los débiles" para socavar el proyecto de
los Borbones. Los papantecos, aún cuando se levantaban en armas, tenían cuidado de ex-
plicar su resistencia racionalmente en términos de los derechos del pueblo dentro del siste-
ma colonial. La administración de De la Barga entró en conflicto directo con la realidad
del monte. El monte era un refugio de los rebeldes y para alcanzar sus propósitos el alcal-
de mayor se vio en la necesidad de controlar el espacio que rodeaba al pueblo.
La errática campaña del Estado colonial por "reorganizar" la administración e incre-
mentar los ingresos fiscales afectó claramente a las comunidades indígenas. Pese a la le-
gitimidad de la corona y el esfuerzo por imponer un nuevo orden, el poder político en los
pueblos coloniales siempre se tuvo que negociar. Para administrar los pueblos indígenas
exitosamente, los funcionarios de la corona tenían que andar con mucho cuidado mien-
tras perseguían sus intereses económicos y llegaban a un acuerdo con líderes de la comu-
nidad sobre un nivel de explotación aceptable. Esta siempre fue una proposición delicada
y conforme los Borbones les imponían más cargas fiscales a los pueblos, se volvió aún
más difícil. La naturaleza negociada del gobierno colonial se vio cuestionada por la mul-
titud de impuestos y reformas administrativas. El gobierno colonial optó, cada vez más,
por la imposición, más que por la negociación. Así, la campaña fiscal del Estado condujo
naturalmente a un esfuerzo por rehacer el territorio alrededor de los pueblos. La supervi-
sión del interior se convirtió en una preocupación del Estado, cada vez mayor en el siglo
diecinueve.
Mientras que la corona emprendió una política de innovación, los actores indígenas
rehusaron abandonar los métodos de resistencia tradicionales. Los lugareños demostraron
gran habilidad para jugar a la política pero mantuvieron sus actos dentro de los límites del
colonialismo español. Los rebeldes del pueblo nunca desafiaron la legitimidad de la mo-
narquía o de la Iglesia. Cuando se les acusó de usurpar prerrogativas reales, tales como
apoderarse de los bastones de mando, los lugareños de inmediato lo negaron. Sin cejar, los
disidentes planteaban sus argumentos en el marco de la ley española. 82 La política del pue-
blo era limitada pero ellos mostraban una tendencia a empujar la legalidad colonial al má-
ximo para promover sus fines. De esta manera, siempre aparentaban ser sujetos de la coro-
na española, aún cuando defendían prácticas políticas indígenas. Los mahuinas buscaron
mantener la república de indios como un amortiguador entre ellos y el Estado español, in-
cluso mientras luchaban por controlarlo. El discurso del pueblo, de muchas formas, era
más "moderno" que el del alcalde mayor. Mientras De la Barga expresaba un odio un tan-
to irracional de la selva, los lugareños describían su resistencia como un esfuerzo por pre-
servar el monte por el bien de sus economías familiares y las arcas de la corona. Esta posi-
ción solo existió en su forma más incipiente en la política forestal de España, aunque en el
siglo diecinueve se volvió una parte central de la gestión forestal europea.
El Estado colonial español aspiró rehacer la Nueva España en un espacio numerado y
vigilado desde los sitios donde estaba presente la administración colonial. Mientras que la
mezcla de innovaciones implantada en la segunda mitad del siglo dieciocho no constituía
un programa coherente para el control político, el objetivo de éstas era lograr una mayor

82 Como lo señala James Scott, la lógica del dominio político con frecuencia servía "como una invitación a

un argumento estructurado". En este caso, el Estado colonial dictó la estructura pero como hemos visto, no dic-
40 tó el resultado. Domnination and the Arts, 1990, 103.
vigilancia política de la vida cotidiana. El proyecto burocrático promulgado enla_Real Or-
denanza de 1786 reflejó las mismas tendencias de intentar uniformar los gobiernos de los
pueblos, con elecciones supervisadas por los subdelegados españoles. 83 Sin embargo, lo
que la resistencia popular y el sabotaje de los funcionarios revelan es que la construcción
del sistema colonial siempre fue cuestionada y la hegemonía de la corona había sido resul-
tado de negociaciones que demuestra una dominación incompleta."
También se puede narrar otra historia sobre los acontecimientos que sucedieron en
Papantla y que subraya las continuidades con tradiciones indígenas e hispánicas más anti-
guas. El monte era un punto de disputa entre los valores españoles tradicionales de la vida
urbana y los patrones de residencia dispersos de los agricultores en las tierras bajas y sus
intensos lazos con el bosque. Por una parte, los totonacos procuraban proteger su tradicio-
nal refugio en el bosque junto con todos sus significados religiosos y sociales. Por otra,
para los funcionarios españoles el bosque era un lugar incómodo que atentaba contra su
idea de cómo debería vivir la gente civilizada. Los acontecimientos de 1767 representan
así un conflicto cultural más profundo, no solamente un conflicto sobre reformas burocrá-
ticas o fiscales. Era una rebelión del bosque contra el dominio de los españoles.

' Véase Real Ordenanza para el establecimiento e instrucción de intendentes de Ejército y provincia en
el reino de la Nueva España, 1786, especialmente artículos 13 y 14. Mientras que la Ordenanza entró en mucho
detalle sobre la administración de los pueblos, había pocas referencias a la silvicultura. La conservación de los

1
bosques se incluye solamente como una de varias obligaciones de los nuevos intendentes, artículo 63.
84 Aquí podemos pensar en las ideas de William Roseberry, "Hegemony and the Language of Conten-
tion", en Gil Joseph y Daniel Nugent, Evetyday forms of State Formation and the Negotiation of Rule in Mo-
dern Mexico, Duke University Press, Durham, 1994, pp. 355-366 para entender los límites de la hegemonía del
estado ante las comunidades rurales. 41

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