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EL DIVINO NECTAR DE LAS

ENSEÑANZAS
SATSANG
El SAMSARA

Estar vacío significa estar vacío del ego, no tener ningún pensamiento del “yo”.
No en el sentido que se actúe como un vegetal o un animal salvaje o como cosas
vivientes que simplemente procesan agua, comida y luz solar para poder crecer y
reproducirse, sino en el sentido de que “se deja de juzgar” las acciones, las
personas, los lugares, y el entorno en términos de “yo”, de “mí” o de lo “mío”.
Una persona que está “vacía del yo” rara vez tiene ocasión de emplear estos
pronombres.
Una persona que está verdaderamente vacía no posee nada, ni siquiera conciencia
del yo o de sí mismo. Sus intereses no dependen de sus propias necesidades y
deseos, pues en efecto no toma en cuenta estas consideraciones, sino que se
preocupa por los demás. No juzga a la gente por ser simpática o antipática, digna
o indigna, útil o inútil, no aprecia ni desprecia a nadie. Ama profundamente a
todos, comprende simplemente que el señor de la Luz Infinita y la Bondad ilimitada
vive en todos los seres y todo lo invierte solamente en la empresa de servir a los
demás.
En el mundo del Samsara, el Hombre es la mezcla de todas las cosas. Todo es
relativo. Todo cambia. Solo en el mundo real, el mundo espiritual, el mundo del
Nirvana, hay permanencia.
¿Cuál es la esencia del samsara? Es la vacuidad. ¿En qué forma se manifiesta? Como
confusión, ignorancia. ¿Cuál es su característica? Su característica es el
sufrimiento. La esencia del nirvana es la vacuidad. El nirvana se manifiesta como
el fin de toda la confusión, la eliminación de todo el error. La característica del
nirvana es la completa liberación del sufrimiento.
¿Quiénes son los que deambulan en el samsara? Son los seres que habitan en las
tres esferas de la existencia samsárica: la esfera del deseo, la esfera de la forma
y la esfera de la no-forma.
¿Qué es samsara? Un modo de existencia que engloba de manera intensiva y
voluminosa estados mentales y corporales de malestar, frustración, ansiedad,
dolor y miedo; se resume en la insatisfacción y una terrible perturbación mental
con respecto a la realidad. El malestar surge por la sencilla razón de nacer,
envejecer, enfermar y morir; la frustración se origina por no tener lo que se desea;
la ansiedad nace de perder lo que se desea; el dolor aparece por tener lo que no
se desea, y el miedo, por último, se produce por la existencia directa y llana de
sufrir.
El fenómeno de la existencia de los seres sintientes se define como una inmensa
rueda cuyo movimiento central se caracteriza por el sufrimiento. La imperfección
de la existencia psicobiológica y el apego obsesivo a esa existencia, establecen el
universo donde es posible la presencia del sufrimiento como una constante en los
procesos de vida.
Para analizar con mayor serenidad y profundidad el sufrimiento, y así poder
enfrentarlo adecuadamente, resulta vital comprender que existen tres tipos de
sufrimiento: a) El sufrimiento evidente, identificado como dolor físico
principalmente. b) El sufrimiento del cambio, determinado como aquellas
experiencias que son placenteras en un primer momento, pero que de manera
inmediata se vuelven experiencias de sufrimiento y hasta de dolor. c) El
sufrimiento omnipresente y general, que es el factor básico de identidad de una
vida determinada por cientos y miles de causas, condiciones y elementos agregados
en conflicto absolutamente impermanentes.
Lo que hace sufrir a los seres animados son aquellos componentes a los que la
conciencia se aferra. Dado en ese sufrimiento extensivo, los seres humanos
sustentan su reproducción constante y repetitiva debido a que no conocen sus
causas reales; debido a la ignorancia las acciones mentales, verbales y corporales
se convierten en fuente constante del incremento y consolidación del sufrimiento,
que tiende a crecer en la medida en que se ignoran sus verdaderas causas.
En el sendero tarea es discernir no entre lo falso y lo falso, sino entre lo falso y lo
real. Las diferencias en la apariencia externa no tienen ninguna importancia. El
mundo real está en nuestro interior. Para ser más exactos, dentro de nuestra
mente y más allá de esta.
En el mundo real solo hay paz, alegría, amor, y libertad. Cada ser humano posee
dos naturalezas: una aparente y la otra real. La aparente es nuestro pequeño yo,
o ego, que siempre es diferente de los demás pequeños “yoes”; la real es nuestro
Ser real, Yo Búdico o Alma que es en todas partes el mismo. Nuestro pequeño yo
existe en el mundo aparente, el mundo del Samsara. Nuestro verdadero Ser existe
en el mundo real, el mundo del Espíritu.
El Samsara es, pues, un estadio de la existencia que se caracteriza por la presencia
masiva, inevitable y repetitiva de sufrimiento.
Cualquier estado emocional sustentado en la ignorancia se caracteriza por ser
negativo, lo cual crea una serie compleja de respuestas y experiencias. Dos
emociones sensitivas determinan el mundo de las percepciones y de las acciones
humanas que ahí se fijan: el apego o aferramiento (adhesión) y el odio o la
hostilidad (agresión). Cualquier cosa que sea fruto de la ignorancia y del apego
está destinada a producir sufrimiento, ésa es su naturaleza.
Las experiencias y los acontecimientos que surgen de los impulsos derivados tanto
del apego como de la aversión se encuentran contaminados. Tanto las emociones
como los pensamientos nacen marcados por la insatisfacción y el malestar por el
simple hecho de no estar en armonía con la realidad.
La causa sustantiva del samsara, por lo tanto, es la confusión mental que se
produce cuando se malinterpretan los fenómenos de la realidad debido a los
apegos, las aversiones y por la ignorancia de las causas y las condiciones que
producen los fenómenos. Existe una serie de formas mentales engañosas e ilusorias
que obstruyen la capacidad innata de la conciencia para percibir de manera
adecuada la realidad. Las formas mentales que bloquean la claridad de la
conciencia para conocer la realidad provienen de los impulsos del apego, aversión
e indiferencia nos cosifican y endurecen, como resultado realidad dentro de cada
uno de nosotros se vuelve una proyección mental neurótica y absurda.
La mente contaminada, tiene la tendencia habitual a aferrarse a la existencia
intrínseca de todos los fenómenos.
El origen del sufrimiento puede ubicarse no sólo en las fuentes del apego, de la
aversión y de la ignorancia —los tres clásicos venenos mentales—, sino también en
las manifestaciones muy sutiles y complicadas de las proyecciones ilusorias de la
mente que hace de la realidad, sobre todo aquellas derivadas de los prejuicios, las
imputaciones moralistas del “deber ser” y de las comparaciones de las
experiencias presentes con las del pasado y las del futuro.
En términos más generales, se afirma que el sufrimiento surge debido a que el
cuerpo (las enfermedades), las acciones (erróneas y no virtuosas) y los estados
mentales (perturbados y afligidos) se encuentran contaminados. Las personas
estamos sometidas a este tipo de influjos desde un principio de nuestras vidas.
La angustia y la insatisfacción se convierten en estados constantes en las
experiencias dado que tenemos conceptos erróneos de la naturaleza de la realidad.
La única manera de liberarse de los estados mentales de engaño e ilusión es
generando una percepción de la naturaleza fundamental de la realidad, lo cual
implica el cultivo de la sabiduría y de la compasión.
Existen, pues, muchos factores que alteran y nublan la percepción sobre la
realidad. Las pasiones que brotan de los tres venenos (apego, aversión y engaño)
son las que tienen mayor peso en los procesos de desarticulación del reflejo de la
realidad en la mente. Ésta constituye una energía de conciencia que puede reflejar
la realidad tal y como es; pero cuando se experimenta el samsara, la capacidad de
reflejo limpio y claro del espejo/mente disminuye por el apego y la aversión que
corrompen la percepción de la realidad. La falsa percepción es la base sustantiva
del sufrimiento humano.
La corrupción del reflejo natural de la mente en función de la percepción de la
realidad se realiza cuando está ligada a las experiencias de agrado y desagrado de
los sentidos.
Entonces, el sufrimiento se sustenta en los estados mentales y en la manera en
que sus elementos se definen frente a los cientos de estímulos que la mente recibe
por medio de los sentidos. Al calificar como agradable, desagradable o neutra la
calidad de estos estímulos, la mente construye toda una serie de percepciones y
proyecciones valorativas sobre la calidad y características de la realidad reflejada,
las cuales invariablemente no coinciden con los conceptos previos que la
costumbre y los hábitos han estipulado en cada uno de nosotros como cultura
dominante. Por eso, el deseo y la pasión, comprendidos como la búsqueda de la
realización de las percepciones valorativas que tenemos de la realidad,
constituyen el meollo de las perturbaciones y aflicciones.
Nadie de entre nosotros quiere sufrir, lo que todos deseamos naturalmente es ser
felices. Ahora bien, se diría que casi actuamos adrede para crear las causas de
nuestro sufrimiento, lo cual es el efecto de la confusión. Sin esta confusión,
podríamos crear las causas de felicidad a las que aspiramos. Lo que queremos es
ser felices, pero debido a nuestra confusión, actuamos en dirección opuesta de
aquello que causa la felicidad.
La clave del asunto que se está tratando se encuentra en la confusión, o ignorancia,
que todo ser no iluminado tiene: al perseguir la satisfacción y la felicidad se
generan, paradójicamente, las mismas causas del sufrimiento. En otras palabras,
aunque todas las energías mentales, físicas y hasta económicas se encauzan al
logro de la felicidad, dados los niveles de confusión e ignorancia, los resultados
son proporcionalmente inversos a las intenciones: lo que se produce son estados
de dolor, sufrimiento, insatisfacción y angustia. No es de extrañar, por tanto, que,
en la actualidad, las enfermedades más genéricas en las sociedades modernas son
la depresión y el estrés.
Los agregados que forman el cuerpo y la mente se encuentran condicionados por
acciones contaminadas, es decir, por elementos impuros surgidos de experiencias
anteriores; en el presente, la mente y el cuerpo sufren las consecuencias
anteriores, pero también inducen, como una corriente imparable, a la presencia
de sufrimientos futuros.
Ahora bien, si el sufrimiento lo genera la ignorancia sobre la realidad, lo que
determina estados mentales perturbados y emociones afligidas, entonces es
posible su disminución y eventual aniquilación si se redefinen los procesos
mentales que le dan origen.
La posibilidad de liberarse del sufrimiento se basa en un sencillo pero sólido
pensamiento: el apego, la aversión y la ignorancia no son inherentes a la mente,
no son parte de su naturaleza, porque si así fuera, sería imposible superar las
causas del sufrimiento. La insatisfacción y el ansia de los deseos se constituyen en
las principales columnas que reproducen el sufrimiento. La desdicha y la
infelicidad son los principales sentimientos que nos conducen al odio. En
consecuencia, es posible acabar con el sufrimiento, porque existen formas de
lograr la dicha y la felicidad mientras vivimos en este mundo.
Hay cuatro factores por los cuales la mente dormida toma los pensamientos
emociones y sus respectivas historias por el yo, proceso éste también llamado
fijación egoica. El primero de los factores es que sentimos que la vacuidad interna
es el yo. Se establece una firme fijación en el ego; siempre estamos pensando,
diciendo, yo, yo, yo. El segundo es que al tener la fijación egoica luego surge el
apego hacia uno mismo y el deseo egoísta. El tercero es que cuando estos dos
factores se han dado, tomamos a sensaciones por el yo. Aunque las sensaciones
son impermanentes y perecederas las tomamos como una entidad, y de esta forma
surge la fijación egoica sobre ellas. Y el cuarto es una fijación que proviene de no
tomar las cosas por lo que son. Es decir, aunque no hay un yo nos aferramos al yo
como si lo hubiera; aunque no hay un ego hacemos una fijación en él como si lo
hubiera. Eso es no tomar las cosas tal cual son, y debido a esto surge la fijación.
El apego, la aversión y la ignorancia aparecen porque existe una conducta que
determina la existencia del apego al “yo”. Sin lugar a duda, éste es el apego mayor
del cual se derivan todos los demás. La “estimación propia” y el “aferramiento al
yo” parten de que ese yo es una entidad sólida, más valiosa que todas las demás,
que se encuentra situado en el centro de las relaciones sociales y, por lo tanto,
todas las acciones y condiciones existenciales deben estar disponibles para la
realización de sus deseos egocéntricos.
La cesación del sufrimiento implica desmantelar la estructura central del yo en el
desarrollo de la existencia individual y social.
La mayoría de las experiencias indeseables, del samsara, producen agregados de
apego y aversión como efectos de las acciones e ilusiones engañosas, derivadas de
la confusión y de la ignorancia. Por supuesto que existen experiencias
desagradables a causa de acontecimientos externos donde hay poco que hacer, por
ejemplo, los desastres naturales. Pero éstos son excepcionales. En general, los
problemas que experimentamos son creados por los defectos o confusiones
mentales; existe, una carencia interna; de ahí que, con un entrenamiento mental
adecuado y un cambio de actitud del yo hacia la cesación del egoísmo, estos
problemas tienden a desaparecer.
Más aún, habría que comprender que los pensamientos y las emociones negativas
obstruyen la aspiración y el deseo de felicidad y de vencer el sufrimiento. Cuando
actuamos bajo las premisas de la ignorancia y la confusión mental es inevitable
experimentar sufrimiento o, en su caso, producir sufrimiento a los demás. En otras
palabras, cuando se actúa bajo emociones aflictivas, se olvidan fácilmente las
repercusiones de los actos realizados y de sus efectos en las demás personas. El
engaño, la mentira, el homicidio, la violencia y demás acciones destructivas tienen
su origen en los estados mentales perturbados y en las aflicciones emocionales.
En las sociedades altamente materialistas, donde la mayoría de las relaciones
humanas se supeditan a la competitividad agresiva e individualista, los estados
mentales de odio, envidia y codicia suelen sembrar las semillas de la agresión y
considerar el materialismo como la única vía de apropiación y aseguramiento del
patrimonio material y social.
Este ambiente negativo crea el contexto para todo tipo de males, desde la
pobreza, la insalubridad, la falta de capacitación y educación para el trabajo hasta
la falta de vivienda y empleo, creando un masivo estado de dolor y angustia en los
miembros de las comunidades. La codicia y la envidia son los estados
predominantes en las sociedades excesivamente materialistas. Todas estas
perversiones surgen de la falta de contención en las acciones humanas y,
principalmente, porque se carece de caminos convincentes para eliminar las
causas y las condiciones que dan origen al sufrimiento.
En otras palabras, al buscar a los culpables del sufrimiento en el mundo exterior,
ya sea en personas cercanas o en los enemigos históricos de raza, clase o religión,
e intensificar de ese modo la competitividad destructiva y egoísta, los impulsos
negativos se recrean a sí mismos, produciendo sucesivamente mayores volúmenes
de pensamientos y emociones negativos que sustentan, a su vez, las acciones
destructivas productoras de más sufrimiento. Ésta es la cadena del drama del
samsara: un ciclo de problemas, imperfecciones y violencias repetitivas y
constantes.
Así pues, la clave para cesar los estados masivos de dolor y angustia —que implican
desterrar las acciones de codicia y envidia— consiste en un poderoso
entrenamiento mental, bajo la guía del Gurú porque es en el mundo interno donde
tienen su origen. En otras palabras: Lo antes dicho apunta a que el fundamento
del sufrimiento está en nuestro interior, como también lo está el fundamento de
la felicidad.
Por tanto, el grado en que se puede disciplinar la mente, sus emociones y
pensamientos, determina si es posible superar o no las causas del sufrimiento.
Entonces, el karma negativo es un resultado, un efecto, no una causa. Entonces,
si el sufrimiento es un resultado, se puede eliminar cambiando sus causas.
La mayor parte del sufrimiento, identificado como malestar, insatisfacción y
frustración, se deriva de las perturbaciones mentales y de las aflicciones
emocionales que generan la adicción a objetos externos a los cuales se les imputa
la facultad de generar felicidad, seguridad y satisfacción. Pero en el samsara lograr
esto resulta imposible. El descontrol emocional refleja precisamente la violencia
cotidiana; dado que estos estados los produce la mente que ignora cuáles son las
causas y las condiciones para producir sufrimiento o felicidad, sólo la praxis de la
sabiduría y la compasión permiten enfrentar aquellas causas de manera adecuada.
El conocimiento que realiza lo “último”, lo convencional y la compasión aparecen
como el principal mecanismo interno para eliminar las causas y las condiciones del
sufrimiento, lo que requiere desatender las pasiones y los deseos del yo
egocéntrico. La posibilidad de cesar el sufrimiento está en función de tomar
conciencia de que somos nosotros quienes influimos en las “causas y circunstancias
que generan nuestra infelicidad, resistiéndonos a menudo a realizar actividades
que podrían conllevar una felicidad más duradera”.
Ello es posible porque en la cotidianidad, la mayoría de las personas nos dejamos
dominar por pensamientos y emociones negativos nacidos de la estimación propia
y del aferramiento al yo. Por tanto, el mecanismo para deshacer estos círculos
viciosos consiste en reconocer que son necesarios nuevos senderos de vida
encauzados a la sabiduría y la compasión.
En el Sutra del Corazón leemos, "La forma no es diferente del vacío y el vacío no
es diferente de la forma." Todo el mundo se pregunta, "¿Cómo Samsara y Nirvana
pueden ser lo mismo? ¿Cómo puede ser la ilusión lo mismo que la realidad? ¿Cómo
puedo ser yo y Buda a la vez?" Son buenas preguntas. Todo estudiante necesita
conocer su respuesta.
La respuesta se encuentra en la forma en que percibimos la realidad. Si percibimos
la realidad directamente, la vemos en su pureza divina. Si la percibimos
indirectamente – a través de la conciencia de nuestro ego- vemos su distorsión
samsárica. ¿Por qué nuestra visión de la realidad es defectuosa?
El Samsara es el mundo que nuestro pequeño “yo” piensa que ve y percibe con los
sentidos. A veces cometemos errores. Si un hombre está caminando por el bosque,
se encuentra con un rollo de cuerda y piensa que la cuerda es una serpiente, huirá
rápidamente. Para él esta cuerda era una serpiente y actuó de acuerdo con ello.
Cuando él llegue a su casa probablemente le hablaría a todo el mundo sobre la
peligrosa serpiente que casi le muerde en el bosque. Su miedo era legítimo. La
razón por la que estaba asustado, no.
El pequeño yo egoísta también percibe erróneamente la realidad siempre que
impone una opinión o punto de vista arbitrarios, o juicios morales sobre algo. Si
una mujer ve a otra que viste un sombrero verde y dice, "Veo una mujer que lleva
un sombrero verde", no hay problema. Pero si dice, "Veo una mujer que lleva un
sombrero verde y feo ", está cometiendo un juicio samsárico. Alguien podría
encontrar bello a ese sombrero. Pero en realidad, no es bello ni feo, simplemente
es. Asimismo, cuando una zorra mata a una coneja, esto, para los conejitos que se
morirán de hambre porque han matado a su mamá, es un acto muy malo. Pero
para los hambrientos cachorros de zorro que comen la coneja que su madre les ha
traído, esta misma acción es indiscutiblemente buena. En realidad, la acción no
es buena ni mala. Simplemente es. La realidad también es malinterpretada ya que
tanto el observador como lo que está siendo observado se encuentran en continuo
cambio. No hay un momento preciso en que un capullo se convierta en flor, o una
flor en fruto, o un fruto en semilla, o una semilla en un árbol. Todos estos cambios
son sutiles y continuos.
No podemos pisar el mismo río dos veces porque el agua está continuamente en
movimiento. Tampoco nosotros somos la misma persona de un minuto para otro.
Constantemente adquirimos nueva información y nuevas experiencias, y
simultáneamente olvidamos la vieja información y las viejas experiencias. Ayer
podíamos recordar lo que cenamos la noche pasada. Mañana, no tendremos el
privilegio de recordar ese menú, a no ser, quizás, que fuera un suntuoso
banquete... o si siempre comemos lo mismo podemos decir con seguridad, "Fue
arroz y tofú."
La ilusión de la vida es la opuesta a la ilusión del cine. En el cine una serie de
imágenes individuales son proyectadas de manera continua para formar una ilusión
de movimiento continuo. En la vida, cortamos un movimiento continuo, aislando y
congelando una imagen, y entonces la nombramos y etiquetamos como si fuera
una acción u objeto independiente. No siempre etiquetamos el momento en el
acto. ¿Qué es una mujer joven? Si un hombre tiene noventa años, muchas mujeres
serán mujeres jóvenes, pero si este hombre es un niño pequeño, esas mujeres
serán mayor que él. Bien, ahora podemos tener una idea más clara de porqué
nuestro pequeño yo interpreta erróneamente la realidad.
El pequeño yo nos hace conscientes del sentido de identidad continua que nos
permite saber a cada uno de nosotros, “Soy hoy lo que fui ayer y lo que seré
mañana”. Sin él, no podríamos organizar los datos sensoriales que nos asaltan. Sin
él, no tendríamos sentido de pertenencia o de estar conectados a otros. No
tendríamos padres o familia a la que llamar nuestra, ni esposa ni hijos, ni
profesores ni amigos para guiarnos y alentarnos. Nuestro pequeño yo nos da
nuestra naturaleza humana. Nuestro sentido de individualidad.
A medida que crecemos, descubrimos que el hilo de la mente no es una larga hebra
ensartada con cada acción por separada, como, por ejemplo, las cuentas de un
rosario. No. El hilo se entreteje en sí mismo para formar una red, una matriz
interdependiente de nudos. No podemos deshacer un simple nudo sin afectar a los
demás. No podemos sacar una simple línea de nuestra historia sin, quizás, alterar
su curso entero. Esta red de información y experiencia, de acondicionamiento y
asociación, de memoria y malentendidos, se convierte pronto en un laberinto
complicado y desconcertante; y nos vemos confundidos sobre el lugar que
ocupamos en el esquema de las cosas. Cuando somos jóvenes, nos vemos como el
centro del universo, pero cuando nos hacemos mayores, ya no tenemos certeza de
nuestra posición o de nuestra identidad. Pensamos, "No soy la persona que era
cuando tenía diez años, pero tampoco soy alguien diferente." Pronto nos
preguntamos, "¿Quién soy?" Nuestro yo egoísta nos ha conducido a esta confusión.
La confusión conduce a la calamidad, y entonces la vida, como el Buda apuntó en
su Primera Noble Verdad, se hace amarga y dolorosa.
¿Qué hacemos para disipar esta confusión? Cambiamos nuestra consciencia.
Rechazamos el mundo exterior de la complejidad en favor de nuestro mundo
interior de la simplicidad. En vez de intentar ganar poder y gloria para nuestro
pequeño yo egocéntrico y egoísta, volvemos nuestra consciencia hacia el interior
para descubrir la gloria de nuestro Ser Espiritual. En vez de hacernos desdichados
queriendo estar por encima de los demás, encontramos alegría y contento en ser
útiles para los demás desprendiéndonos de la mezquindad.
el propósito del entrenamiento Espiritual es aclarar nuestra visión para así poder
adquirir una nueva percepción de nuestras identidades verdaderas. La sagrada
enseñanza nos permite trascender nuestra naturaleza humana y realizar nuestra
naturaleza Divina. Liberemos a la mente del egoísmo, liberemos a la mente de la
mezquindad, liberemos a la mente de los apegos, liberemos a la mente del sentido
de posesión, liberemos a la mente de la visión errónea, ya que mientras no se haga
esto, no habrá progreso espiritual posible.
La enseñanza se define como el sendero que permite iniciar la superación
definitiva del sufrimiento y el cultivo de una felicidad estable, sensible, sabia y
compasiva.
Dado que el sufrimiento proviene de las ilusiones y engaños producidos por las
falsas concepciones que tenemos sobre los objetos de la realidad, y que se
encuentran profundamente arraigadas como hábitos y costumbres en la
personalidad, se puede establecer que la confusión básica en todo este asunto es
la creencia de que, en toda persona, objeto, hecho o situación existe una
“sustancia permanente” o entidad única e inalterable. Este dogma de percibir
“esencias inmutables” origina una multitud de vicios (en especial, el odio y la
codicia) que “colocan los cimientos para una vida confusa psicológica y
emocionalmente”.
El sufrimiento tiene la característica de estar en una posición “incorrecta”; en
cambio, la felicidad aparece como un “bien”, algo agradable y que es causa de
bienestar.
La consideración de que “el sufrimiento es incorrecto” da luz sobre lo que es
correcto en la valoración genérica de las experiencias humanas. La aversión, por
ejemplo, es un error o un estado emocional erróneo toda vez que se experimenta
un estado de malestar e insatisfacción; hay una visión y una moralidad equivocadas
en la medida en que la cualidad de “aversionalidad” no existe en ningún objeto
como algo dado por sí mismo. Por lo tanto, para evitar la emoción negativa de la
aversión, igual que otras tantas, hay que prevenir que surjan sus causas y
condiciones o, en su caso, ser capaces por medio de la objetividad y la
ecuanimidad de contrarrestar esas sensaciones desagradables.
El sufrimiento tiene sus causas en la confusión y en las ilusiones que nacen del
apego, la aversión y la ignorancia; por eso es importante distinguir el dolor que
percibimos por medio de nuestras respuestas nerviosas y cerebrales, y el
sufrimiento que creamos mediante las emociones y los pensamientos negativos.
La verdad de la cesación de esos estados mentales implica poseer una serie de
herramientas para combatirlos y erradicar el sufrimiento. Ello se logra superando
las condiciones que le dan sustento y que propician su reproducción, es decir,
comprendiendo todas las directrices que implica el sendero del Maestro: recto
entendimiento, recto pensamiento, recto lenguaje, recta acción, recta vida, recto
esfuerzo, recta atención y recta concentración. El sendero se inicia al comprender
correctamente la realidad, penetrando en ella, independientemente de las
creencias y prejuicios que cada yo realiza sobre el mismo mundo.
La falta de entendimiento sobre la realidad hace que la mayoría de las personas
se inflijan sufrimiento a sí mismas y a los demás, a causa de creer que la felicidad
del yo es más importante que la de los demás o que causar daño a los demás
garantiza la felicidad propia. Cualquier provecho inmediato que se obtenga a
expensas de los demás, es efímero.
A pesar de que en el samsara confluyen emociones y pensamientos negativos,
desagradables, de malestar, frustración, ansiedad, dolor y miedo, se encuentra
inmerso en leyes universales irrevocables, pues todo ello es efímero, al igual que
los placeres. Por lo tanto, saber que existe la impermanencia resulta alentador
toda vez que involucra la posibilidad de trascender el sufrimiento, que es la peor
pesadilla para todo ser viviente experimenta.
La ilusión más recurrente en la cotidianidad de las personas es la creencia, muchas
veces inconsciente, de que existen objetos permanentes en el universo. En las
conductas cotidianas resulta muy común que las apariencias den la impresión de
estar siempre igual a través del tiempo y el espacio. Éste es uno de los hábitos
mentales más difíciles de superar porque estamos sumamente familiarizados e
identificados con ellos; de hecho, constituye la base de la identidad personal y
social. Por ende, la creencia en la permanencia nos ofrece un espacio de
certidumbre y seguridad bastante convincente.
Un pensamiento recurrente, produce un hábito mental que genera una acción
consecuente. La repetición incesante de pensamientos crea redes neuronales fijas
que se pueden comparar, de modo muy literal, con canales cerebrales, los cuales
se activan de manera similar frente a diversas realidades. El conglomerado de
redes de pensamientos repetitivos, hábitos mentales, constituye el fundamento de
una personalidad. Alguien enojado presupone que tiene pensamientos de enojo
constantes que se repiten una y otra vez. No es de extrañar, por tanto, que el
hábito genere resultados similares, aunque las circunstancias objetivas sean
distintas. En otras palabras, los hábitos hacen que, frente a condiciones mundanas
muy diferentes, la actitud y las reacciones conductuales sean similares; son las
respuestas que en automático generamos a los diversos estímulos externos.
A la distancia que hay entre los estados mentales habituales y las condiciones de
la realidad se le llama ilusión o engaño; es en este espacio de desencuentro mente-
realidad donde se dan todas las emociones humanas. En la medida en que los
estados mentales tengan una mayor separación con respecto a la realidad, las
perturbaciones mentales y las aflicciones emocionales serán mayores, y por ende
se incrementará el sufrimiento. La base de las ilusiones es el desquiciamiento de
la realidad objetiva a causa de la idea que se tiene de esa misma realidad; se
confunde la imagen en el espejo mental con el objeto mismo.
La conciencia iluminada logra percibir mentalmente la realidad sin ninguna
contaminación ilusoria: la ve tal y como es, sin los elementos que la mente común
incorpora cuando produce pensamientos dependientes de las sensaciones
(agradables, desagradables y neutras) y de las percepciones (buenas, malas e
indiferentes). Dada esta inmensa confusión, no extraña que, bajo la influencia de
las emociones y pensamientos ilusorios, errantes y perturbados, las personas
actúen mal al interactuar con otras, o cuando responden con acciones, la mayoría
de ellas equivocadas, a las diversas circunstancias. Casi siempre los resultados son
dañinos para las personas mismas y para quienes las rodean.
Superar las ilusiones requiere meditar intensa y profundamente para trascender la
mente que a causa de la ignorancia se distorsiona y por lo tanto resulta
incomprensible. Sabiduría es superar las ilusiones de que es víctima la mente al
actuar en lo que imagina es la realidad. El término dharma tiene diversas
implicaciones. La primera definición tiene que ver con las enseñanzas, que incluye
el cuerpo teórico materializado en las escrituras tradicionales. Pero también se
refiere a una mente despierta gracias a que tiene conciencia de la realidad debido
a la aplicación correcta de las enseñanzas. Una tercera interpretación del
concepto se utiliza para definir la verdadera naturaleza de los fenómenos; significa
“la realidad tal y como es”. El significado original sánscrito de dharma es
“sostener” a las personas para protegerlas de los sellos de la realidad
(impermanencia, insatisfacción y vacuidad) y salvaguardarlas así del sufrimiento.
Tenemos que ver cómo es ese yo al cual estamos aferrados. La mayoría de las
personas cuando dicen "yo", lo acompañan con un gesto que identifica su cuerpo
con el yo. Pero el cuerpo no es el yo. ¿Por qué? Porque nosotros decimos mi cabeza,
mi mano, mi boca, mis pies, no decimos "yo cabeza", "yo mano", "yo boca", "yo
pies". Si el yo fuera el cuerpo, entonces si se cortara una mano, el yo debería
disminuir. Pero el yo no disminuye. Y cuando morimos el cuerpo se destruye, pero
esa fijación del yo aún sigue persistiendo. Si examinamos mediante razonamientos
si el cuerpo es o no es el yo, es fácil para cualquiera de nosotros ver que el cuerpo
no es el yo.
Es por eso por lo que, si uno aplica razonamientos para examinar e investigar, le
resulta muy difícil encontrar algo que se pueda identificar, apuntar con el dedo y
decir “esto es el yo”. Aunque utilicemos estos razonamientos y comprendamos
intelectualmente que realmente no hay un yo, igual seguiremos firmemente
aferrados a él, sintiendo que existe.
Entonces, sea que el yo exista realmente o no, al sentir "yo" se genera la fijación
egoica. Basada en ésta surge la fijación en el ego o entidad de las cosas: mi casa,
mi auto, mis cosas, etcétera. Por el contrario, cuando no se origina el yo tampoco
se origina el otro, y no se genera la fijación en la realidad del mundo fenoménico:
las cosas no se toman como reales. Esto es similar a lo que sucede con un bebé
que aún no se ha concebido: nada se puede decir acerca de su tamaño o la forma
de su cara.
Todas las apariencias samsáricas, los fenómenos de la confusión se forman a través
de los sentidos. La ignorancia fundamental es el origen o la raíz de toda esta
cadena. Esta cadena, entonces, se genera al no reconocer la perfección natural.
Esto es otro de los porqués de la generación del samsara o de la experiencia
samsárica de la confusión. la ignorancia, que es la base de toda esta cadena,
consiste en asumir un yo donde no lo hay. En la ignorancia está el yo porque
justamente esa es la ignorancia; en el impulso de crear buen o mal karma también
está el yo porque hay alguien que lo está creando; en las sensaciones sucede lo
mismo, ya que hay alguien que está percibiendo. Y así sucesivamente, si uno
considera todos los eslabones uno por uno, ve que el yo está presente en todos.
De ahí que se parta de que todo fenómeno es efímero, se encuentra contaminado
de insatisfacción y está vacío de entidades internas permanentes, es decir, no
posee elementos eternos, sólidos e inmutables. Las enseñanzas hacen referencia
al hecho de que todas las cosas se componen de elementos agregados, son
impermanentes, y por lo tanto cambian; dado que todas las entidades animadas
están condicionadas en su nacimiento, desarrollo y muerte, son susceptibles de
sufrimiento y todos los fenómenos carecen de existencia aislada porque dependen
totalmente de otros fenómenos.
Todo fenómeno compuesto es transitorio. Todo fenómeno contaminado es
insatisfactorio. Todos los fenómenos carecen de existencia autónoma.
La sabiduría implica darse cuenta de que todo fenómeno mental o físico es
impermanente, que contiene un alto grado de contaminación en la medida en que
no es perfecto, que tiende a su desintegración inevitable y que no posee entidad
propia, única; precisamente esa falta de entidad propia es lo que permite que
exista la impermanencia en los fenómenos, los cambios. Las cosas no duran,
cambian porque no tienen nada en su interior que los haga permanentes, ni
eternas, todo, absolutamente todo es pasajero.
Cuando la impermanencia salta a la vista, como en un accidente, una explosión o
un derrumbe, se dice que es burda. Existen otros fenómenos, como en el caso de
los órganos biológicos, por ejemplo, el cuerpo humano, cuya impermanencia no
resulta muy evidente, pero sí notoria al pasar los años; entonces se dice que es
una impermanencia media. Pero cuando las cosas y los fenómenos tienden a
conservar durablemente sus formas, como las montañas, edificios y objetos de
metal, entonces se está frente a una impermanencia sutil. Con todo, la
impermanencia conduce de manera irremediable a la destrucción en los objetos
inanimados y a la muerte en los animados.
En efecto, todo fenómeno existe porque se conjugan causas y condiciones,
elementos desintegrados que se reintegran en otras formas, el fenómeno puede
ser físico, cuando ocupa un volumen en el espacio, o mental, cuando ocupa un
flujo en la conciencia. La impermanencia, constituye la columna central de la
vacuidad, esto es, de la cualidad de los fenómenos que no pueden existir de modo
autónomo e independiente.
Lo paradójico de la impermanencia es que se accede a ella desde el primer
momento de la existencia; el proceso de desintegración acompaña al proceso de
desarrollo y crecimiento; por eso la vida y la muerte no son contrarios, sino fuerzas
universales que trabajan desde el primer soplo de vida; el mecanismo de la
cesación está incluido en el propio sistema de vida y existencia. Por eso, todo
fenómeno y acontecimiento contienen la semilla de su propia desaparición.
La impermanencia lleva sufrimiento porque en las personas existe la fuerza del
deseo que procura estabilizar lo desestabilizado y eternizar lo impermanente, pues
ese mecanismo solventa los estados de satisfacción y felicidad; son estados del ser
que por su sobrevaloración se procura su permanencia. Pero la impermanencia es
inevitable y no perdona ningún elemento de la existencia. Se sufre porque que se
desea que las cosas sean permanentes, pero en algún momento cada cosa asumirá
el proceso de desgaste natural y sencillamente dejará de existir. En función de los
seres amados, de las cosas queridas y los acontecimientos añorados, la
impermanencia se convierte en una fuente productora del sufrimiento más
profundo y dramático del ser humano. No hay mayor dolor humano que el que
causa la muerte de un ser amado.
El samsara es este mundo lleno de dolor y tristeza tal como lo conocemos. Todos
los seres de este mundo están sujetos a la ley del karma. Karma significa destino.
Todos los actos tienen consecuencias o frutos. La liberación del samsara ocurre
sólo si se llega a la iluminación y la iluminación se alcanza sólo por la gracia del
Maestro.
SATSANG
Preceptos para la práctica espiritual

Mucha gente comienza el entrenamiento Espiritual con el pensamiento, "Bien, ya


que todo es Maya o ilusión samsárica, no importa lo que haga o cómo lo haga. La
única cosa importante es alcanzar el Nirvana, alcanzar la iluminación. Así que
como las cosas no son ni buenas ni malas, haré lo que quiera." Importa lo que
hacemos. Ahora bien, como caminantes del sendero espiritual debemos observar
unos preceptos éticos. Samsara o no Samsara, debemos respetar los Preceptos. Y
en adición a esto, también debemos seguir unas normas estrictas de disciplina que
gobiernan nuestro entrenamiento. Vamos a comenzar con las normas de
entrenamiento:
A pesar de que hay muchos métodos que pueden seguirse, antes de comenzar
cualquiera de ellos, un practicante debe cumplir estos cinco requerimientos
básicos:
Él o ella debe: 1. Comprender la Ley de la Causalidad. 2. Aceptar las normas de
disciplina espiritual. 3. Mantener una fe inquebrantable en la existencia de la
realidad superior. 4. Estar determinado y totalmente comprometido a tener éxito
en el sendero haciendo toda excusa para la práctica a un lado. 5. Obediencia al
Maestro Espiritual.
Primero, la Ley de la Causalidad explica simplemente que el mal produce mal y el
bien produce bien. Un árbol venenoso da un fruto venenoso, mientras que un árbol
sano da uno bueno.
Conceptualmente esto parece simple; pero en realidad es bastante complejo. Los
malos actos son una horrible inversión. Garantizan una ganancia en dolor,
amargura, ansiedad y remordimiento. No hay ganancia para las acciones que nacen
de la codicia, el egoísmo, la cólera, el orgullo, la pereza o la envidia. Todas estas
motivaciones sirven simplemente a las ambiciones del ego. Los actos o acciones
malas nunca pueden desarrollar la realización espiritual. Solo garantizan
sufrimiento espiritual. Por otra parte, están los actos buenos, siempre que no sean
realizados condicionalmente – como una inversión que dará una futura recompensa
– traerán al que los haga paz y realización espiritual.
Un buen acto libre de ego es muy diferente de un buen acto artificial. En
apariencia, el efecto puede parecer el mismo; es prestada la ayuda o atención
necesarias. Pero la persona que ayuda a otra con la esperanza secreta de recibir
algún beneficio futuro hace el mal, no el bien. Hay una historia que ilustra muy
claramente esto:
Hubo una vez en China un príncipe al que le gustaban mucho los pájaros. Siempre
que encontraba un pájaro herido, lo alimentaba y lo cuidaba hasta que recobraba
la salud; y entonces, cuando el pájaro había recobrado su fuerza, lo dejaba en
libertad con mucho regocijo, lo que mas hacia feliz al príncipe era hablar de todo
el bien que hacía a los pájaros. Naturalmente, el príncipe se hizo bastante famoso
debido a su capacidad de sanador amoroso de los pájaros heridos. Siempre que
alguien se encontraba un pájaro herido, en cualquier lugar del reino, rápidamente
se le llevaba, y él expresaba su gratitud a la persona considerada que se había
ocupado de eso.
Pero entonces, para tratar de conseguir el favor del príncipe, la gente comenzó a
atrapar pájaros y a lesionarlos deliberadamente para así poderlos llevar al palacio.
Fueron asesinados tantos pájaros en el curso de la captura y su posterior
mutilación, que el reino se convirtió en un infierno para los pájaros.
Cuando el príncipe vio el daño que estaba causando su bondad, decretó que nunca
más se ayudara a ningún pájaro herido.
Cuando la gente vio que ya no obtenía beneficio por ayudar a los pájaros, dejaron
de dañarlos. A veces sucede que nuestras experiencias son como las de este
príncipe. A veces, cuando pensamos que estamos haciendo lo más adecuado, nos
damos cuenta para nuestro disgusto que en realidad estamos causando el mayor
perjuicio. ¡Realicemos actos en silencio y en el anonimato! Olvidemos el regocijo.
Un buen acto debería tener una vida muy corta, y una vez muerto, debería ser
rápidamente enterrado. No intentemos resucitarlo. Demasiado a menudo
intentamos convertir un buen acto en un fantasma que ronda a la gente, que
recuerda constantemente nuestro maravilloso servicio - solo en caso de que ellos
comenzaran a olvidarlo.
¿Pero qué sucede cuando somos receptores de la bondad de otra persona? Bueno,
entonces debemos permitir que el buen acto alcance la inmortalidad. Dejar vivir
el buen acto de otra persona es mucho más difícil que permitir que nuestro buen
acto muera. Permítanme también que ilustre esto.
Hubo una vez un tendero, un hombre bondadoso y decente que apreciaba a todos
sus clientes. Cuidaba y quería que todos estuviesen sanos y bien alimentados.
Mantenía sus precios tan bajos que no ganaba mucho dinero, ni tan siquiera para
contratar a alguien que lo ayudara en su pequeña tienda. Trabajaba muy duro en
su honesta pobreza, pero era feliz.
Un día vino una clienta y le contó una historia. Su marido se había lesionado y no
podría trabajar en varios meses. No tenía dinero para comprar comida ni para él
ni para sus niños. "Sin comida – lloró – todos morirán."
El tendero se compadeció de ella y acordó extenderle un crédito. "Cada semana te
proporcionaré arroz para siete días y vegetales para cuatro, y esto con seguridad
será suficiente para mantener la salud de tu familia; después, cuando tu marido
vuelva a trabajar, podrás mantener el mismo menú mientras liquidas tu deuda. Y
antes de que te des cuenta, ya estarás comiendo vegetales siete días a la semana."
La mujer se lo agradeció mucho. Cada semana recibía arroz para siete días y
vegetales para cuatro.
Pero cuando su marido volvió a trabajar tuvo que decidir entre liquidar su vieja
deuda, mientras continuaba comiendo vegetales cuatro días a la semana, o
comprar a otro tendero y comer vegetales siete días a la semana. Escogió lo último
y justificó su falta de pago diciendo a la gente que su anterior tendero le había
vendido vegetales podridos. ¿Con cuánta frecuencia, cuando queremos algo con
muchas ganas, prometemos que si se cumplen nuestros deseos dedicaremos
nuestras vidas a demostrar nuestra gratitud? Pero entonces, una vez recibido lo
que tan ardientemente buscábamos, nuestra promesa se debilita y muere casi
automáticamente. La enterramos rápidamente, sin ceremonia. Este no es digno
del camino espiritual.
Y así, como un granjero que siembra fríjoles de soja no espera cosechar melones,
no debemos esperar, cuando cometemos acciones egoístas, inmorales o
perjudiciales, cosechar pureza espiritual. Ni podemos esperar escondernos de
nuestras fechorías mudándonos del lugar en que las hemos cometido, o asumir que
el tiempo borre su recuerdo. Nunca podemos suponer que, si ignoramos nuestras
fechorías durante el tiempo suficiente, la gente a quien hemos perjudicado morirá
oportunamente, llevándose a la tumba nuestra necesidad de expiar el daño que
hemos causado. Son nuestros buenos actos los que debemos enterrar, no nuestras
víctimas o promesas rotas.
No podemos pensar que debido a la falta de testigos no tendremos que responder
de nuestras fechorías. Muchas viejas historias budistas ilustran este principio.
Déjenme que les cuente algunas de mis favoritas: Durante la generación que
precedió a la vida del Buda Shakyamuni en la tierra, muchos de los miembros de
su clan, Shakya, fueron brutalmente masacrados por un malvado Rey de nombre
Virudhaka, también llamado "Rey Cristal". ¿Qué hizo que sucediera esta terrible
acción?
Bueno, también sucedió que cerca de Kapila, la ciudad de los Shakya donde nació
el Buda había un gran estanque, y en la orilla de este estanque una pequeña aldea.
Nadie recuerda su nombre.
Un año hubo una gran sequía. Los cultivos se secaron y a los aldeanos no se les
ocurrió nada mejor que matar y comer los peces que había en el estanque. Los
atraparon a todos menos a uno. Este último pez fue atrapado por un niño que
jugaba con la pobre criatura tirándola sobre su cabeza. Esto es lo que estaba
haciendo cuando los aldeanos se lo quitaron y lo mataron. Entonces volvieron las
lluvias y la normalidad a todo el reino. La gente se casaba y tenía hijos. Uno de
estos niños fue Siddharta, el Buda, que nació en la ciudad de Kapila, cerca de la
aldea y del estanque. Siddharta creció y predicó el Dharma, teniendo muchos
seguidores. Entre los seguidores estaba el rey de Shravasti, el Rey Prasenajit. Este
rey se casó con una chica del clan de los Shakya y tuvieron un hijo: el príncipe
Virudhaka – el anteriormente nombrado "Rey Cristal". La pareja real decidió criar
al príncipe en Kapila, la ciudad del Buda.
Al principio todo iba bien. Virudhaka era un niño sano y poco tiempo después se
hizo un chico guapo y fuerte. Pero antes de estar listo para entrar en la escuela
ocurrió un hecho trascendental.
Ocurrió que un día, durante una ausencia del Buda de Kapila, el joven príncipe
subió a la Honorable Silla del Buda y empezó a jugar allí. El no pretendía
estropearla - solo era un juego de niños. Pero ¡Oh! - cuando los miembros del clan
del Buda vieron al príncipe jugando en este lugar sagrado se enfadaron mucho, le
reprendieron, y le hicieron bajar de la silla, humillándole y maltratándole. ¿Cómo
puede un niño comprender la imbecilidad de los fanáticos? Los adultos no se lo
pueden explicar.
Verdaderamente es bastante misterioso. Su cruel trato solo sirvió para envenenar
al príncipe y hacer que odiara a todos los miembros del clan del Buda. Fue su trato
cruel el que lo inició en su carrera de crueldad y venganza. Finalmente, se dice
que el príncipe mató a su propio padre para poder ascender al trono de Shravasti.
Entonces, como Rey Virudhaka, el Rey Cristal, finalmente pudo tomar venganza
contra el clan Shakya. Conduciendo a sus propios soldados, comenzó a atacar la
ciudad de Kapila.
Cuando los miembros del clan del Buda fueron a contarle la inminente masacre, le
encontraron con un terrible dolor de cabeza. Le suplicaron que interviniera y
rescatara a la gente de Kapila del brutal ataque del Rey Cristal, pero el Buda,
gimiendo de dolor, se negó a ayudar, diciendo, "Un karma establecido no puede
ser cambiado".
Entonces los miembros del clan fueron a Maudgalayayana, uno de los más
poderosos discípulos del Buda, y le suplicaron su ayuda. Los escuchó y se
compadeció, y movido por la compasión decidió ayudar a los sitiados ciudadanos
de Kapila.
Utilizando sus habilidades sobrenaturales, Maudgalyayana alargó su cuenco
maravilloso a los amenazados Shakya y permitió a quinientos de ellos se subieran
al mismo. Entonces levantó el cuenco en el aire, pensando que los alzaba a la
seguridad. Pero cuando lo bajó, los quinientos hombres se habían convertido en un
charco de sangre. El terrible signo alarmó tanto a todos que el Buda decidió revelar
la historia de sus antepasados, aquellos aldeanos que habían matado a todos los
peces durante la sequía. "Este ejército de soldados intrusos que ahora está
atacando Kapila eran aquellos peces – explicó-. La gente de Kapila que ahora está
siendo masacrada fue la gente que asesinó a aquellos peces. El mismo Rey Cristal,
fue ese último gran pez. Y ¿quién piensan -preguntó el Buda manteniendo un paño
frío contra su frente- que era ese chico que tiraba el pez sobre su cabeza?"
Así que, por matar a los peces, la gente padeció la muerte. Y por herir esa cabeza
de pez, el Buda estaba importunado con un tremendo dolor de cabeza.
Y ¿qué paso con Virudhaka, el Rey Cristal? Naturalmente, renació en el infierno.
Con este ejemplo podemos ver que no hay final a la causa y al efecto. Una causa
produce un efecto que se convierte en sí mismo en la causa de otro efecto. Acción
y reacción. Tributo y retribución. Esta es la Ley de la Causalidad. Más tarde o más
temprano nuestros malos actos nos alcanzarán. La única forma de prevenir el
efecto es prevenir la causa.
Debemos aprender a perdonar, soltar, a dejar pasar el daño y el insulto, a no
buscar nunca venganza y ni siquiera albergar ningún rencor. Nunca nos debemos
volver fanáticos santurrones y estar orgullosos de nuestras vanas nociones de
piedad y deber, y, sobre todo, debemos ser siempre benévolos, especialmente con
los ancianos y los niños.
Para el segundo requerimiento, la estricta observación de las normas de conducta
propias del camino espiritual, les diré sinceramente que no puede haber progreso
espiritual sin humanidad y el cumplimiento del deber religioso. La disciplina es el
fundamento sobre el que descansa la iluminación. La disciplina regula nuestro
comportamiento y lo hace estable. La constancia se hace firmeza y esta es la que
produce la sabiduría. Un hombre o una mujer que es diligente en la observación
de la disciplina y el deber religioso es protegido y alentado por seres celestiales y
Ángeles, así como evitado y temido por entidades oscuras astrales.
¿Si alguien sin tener motivo les insultara y les golpea, no sentirían cólera y
resentimiento? ¿Tienen la certeza de que siempre resistirían a compararse con
otros, o que siempre se abstendrían de ser críticos? ¿Pueden estar seguros de que
siempre distinguirían lo correcto de lo erróneo? Sino es así, entonces es bastante
claro por qué debemos mantener la disciplina en nuestra practica y observar los
preceptos del sendero.
En cuanto al tercer requerimiento de tener una firme creencia en la realidad
espiritual, por favor tengamos en cuenta que la fe es la madre, la fuente nutritiva
de nuestra determinación a someternos, a entrenar y a desarrollar nuestros
deberes religiosos.
Si buscamos la liberación de los dolores de este mundo, debemos tener una fe
firme en la promesa de las enseñanzas de que cada ser viviente sobre la tierra
posee una naturaleza divina y, por lo tanto, tiene el potencial de alcanzar la
iluminación. ¿Qué nos impide realizar esta sabiduría y alcanzar esta iluminación?
La respuesta es simplemente que no tenemos fe en su promesa. Preferimos seguir
en la ignorancia en vez de en la verdad, aceptar lo falso como genuino, y dedicar
nuestras vidas a satisfacer nuestros tontos y egoístas deseos.
La ignorancia de la verdad espiritual es una enfermedad. Ahora, como los Maestros
enseñan, el Dharma es como un hospital que tiene muchas puertas. Podemos abrir
una de ellas y entrar en un lugar de curación. Pero debemos tener fe en nuestros
médicos y en la eficacia del tratamiento.
Supongamos que te han herido con una bala y un amigo trae un médico para
ayudarte. ¿Le dirías a tu amigo, “¡No! ¡No! ¡No! ¡No voy a dejar que este
compañero me toque hasta que encuentre al que me disparó! Quiero conocer el
nombre, la dirección y demás datos del delincuente. Esto es importante, ¿no? Y
quiero saber más sobre esta bala. ¿en qué material esta fabricada? ¿y que marca
es el revolver? ¿es legal o con salvoconducto? ¿hizo mucho ruido el disparo? Y, por
cierto, ¿quién es este compañero? ¿Estás seguro de que es un doctor cualificado?
Después de todo, no quiero que me trate un medicucho. Creo que tengo derecho
a saber estas cosas, ¿tú no? Así que, por favor, responde a mis preguntas o no
dejaré que el hombre me toque”. Bueno, antes de que para tu satisfacción sean
contestadas las preguntas, estarías muerto.
Así que, cuando nos encontremos sufriendo los males del mundo, confiemos en El
Gran Médico. Ha curado a millones. ¿Qué creyente ha fallecido nunca a su cuidado?
¿Qué creyente no ha recuperado la vida eterna y la felicidad siguiendo su régimen?
Ninguno. Todos se han beneficiado. Y así lo haremos nosotros si tenemos fe en sus
métodos. La fe es una destreza que podemos desarrollar. Si, por ejemplo,
deseamos hacer tofú, comenzamos hirviendo y moliendo los fríjoles de soja y
después le añadimos zumo de limón a los fríjoles hervidos. Sabemos que podemos
quedarnos ahí, si lo deseamos, y ver formarse el tofú. Tenemos fe en el método
porque siempre funciona.
De esta manera obtenemos un sentimiento de seguridad. Por supuesto, la primera
vez que hicimos tofú, no estábamos familiarizados con su producción, podíamos
haber tenido falta de fe en el método. Podríamos haber dudado que el agua del
limón hiciera que los fríjoles hervidos se transformaran en tofú. Pero una vez que
hemos tenido éxito y vemos con nuestros propios ojos que la receta era correcta,
y que el procedimiento funciona, aceptamos sin reversa el método prescrito. Se
estableció en nosotros la fe en el método.
Por lo tanto, todos debemos tener fe en que poseemos la Naturaleza divina,
Crística o Búdica y que podemos encontrar esta Naturaleza si seguimos
diligentemente un camino adecuado del Dharma. Yong Jia un gran Maestro, se
expresa así de la iluminación: “"En el Mundo Real del Espíritu no existen egos, ni
reglas, ni infiernos. No se puede encontrar allí ningún mal samsárico. Si miento,
puedes sacarme la lengua fuera, y llenar mi boca de arena, y dejarla así por toda
la eternidad”.
En cuanto al cuarto requisito, estar anclados en nuestra determinación por tener
éxito en cualquier camino que escojamos, es ilógico recibir la iniciación y no
comprometernos con la práctica y practicar un día sí y un día no. Esto sinceramente
nunca nos dará el éxito ni con esta actitud lograremos el desarrollo espiritual.
En el sendero siempre contamos historias de todo tipo. Una en particular es muy
adecuada aquí: Un día un hombre estaba paseando por el mercado cuando se
acercó a un puesto que decía, “Se venden Demonios de Primera Clase”. Por
supuesto, el hombre estaba intrigado. “Déjeme ver uno de esos demonios - le dijo
al comerciante”.
El demonio era una pequeña y extraña criatura... bastante parecida a un mono.
“Es bastante inteligente -dijo el comerciante-. Y todo lo que tiene que hacer es
decirle cada mañana lo que quiere que haga ese día, y lo hará”. “¿Cualquier cosa?”
preguntó el hombre. “Sí - dijo el comerciante, cualquier cosa. Todos sus
quehaceres domésticos estarán terminados cuando llegue a casa después del
trabajo”. El hombre se encontraba soltero así que el demonio le pareció una muy
buena inversión. “Me lo quedo” dijo. Y pagó al comerciante. “Una pequeña cosa -
dijo el comerciante” (siempre hay una pequeña cosa, o una letra chiquita, ¿no?)-
debe ser fiel en decirle lo que debe hacer cada día. ¡Nunca se olvide! Dele las
instrucciones cada mañana y todo irá bien. ¡Recuerde mantener esta rutina!” El
hombre aceptó y llevó su diablo a casa. Cada mañana le decía que fregara los
platos, que hiciera la colada, que limpiara la casa y que preparara la cena; y
cuando volvía a casa, todo estaba hecho de la manera más maravillosa. Pero
entonces llegó el cumpleaños del hombre y sus compañeros de trabajo decidieron
darle una fiesta. Bebió mucho y se quedó a pasar la noche en la ciudad, en casa
de un amigo, y a la mañana siguiente fue directamente al trabajo. No volvió a casa
para decirle a su diablo lo que tenía que hacer. Y cuando regresó aquella noche
descubrió que el diablo había quemado la casa y estaba bailando sobre las ruinas
humeantes.
¿Y no es esto lo que sucede siempre? Cuando comenzamos un entrenamiento
juramos con nuestra sangre que nos mantendremos fieles a él. Pero después lo
dejamos y lo descuidamos y este comportamiento nos conduce al fracaso. Sé que
es fácil desalentarnos cuando pensamos que no estamos haciendo progresos. Lo
intentamos una y otra vez, pero cuando no viene la iluminación queremos
abandonar la lucha. La perseverancia es en sí misma un logro. Seamos constantes
y pacientes. No estamos solos en la lucha. De acuerdo a un viejo proverbio, “Nos
entrenamos durante eones, para alcanzar la iluminación que ocurre en un
instante”.
El quinto requisito, es uno de los pilares esenciales en la vida espiritual y en la
vida material ya que la obediencia al Maestro espiritual nos da éxito no solo a nivel
espiritual, sino que también nos da un gran éxito a nivel material. Las escrituras
dicen que la obediencia al Maestro espiritual nos bendice en todos los sentidos.
Uno de los defectos principales de un practicante es pensar: “Yo soy el que
practica, de modo que “yo” seré el que realizará esto y lo otro a través de mi
práctica". Mientras creamos que somos los que practicamos y que cualquier
resultado que obtengamos se deberá a que hicimos el esfuerzo necesario,
estaremos completamente equivocados. De esta actitud no obtendremos nada más
que un mayor apego al ego y una mayor arrogancia.
Deberíamos pensar justamente lo opuesto: todo lo que emerge a través de nuestra
práctica es gracias al Dharma. Todas las cualidades que aparecen lo hacen sólo a
través el Dharma. Únicamente gracias a la calidad, el poder y la pureza del propio
Dharma, puede cambiar algo en nosotros. Ésta es la manera en que todos los
grandes Maestros han practicado.
No hay nada que proceda de nosotros; todo surge debido a la calidad de la
enseñanza. A través de su relación con el Dharma, un practicante ordinario puede
transformarse y convertirse en una gran Alma. Ninguna de las cualidades que
surgen en una gran Alma tienen que ver con la persona individual. Son las mismas
cualidades que se encuentran en todos los seres desarrollados espiritualmente,
porque proceden del mismo Dharma expresando las cualidades de la enseñanza
misma.
Debemos sentirnos contentos y pensar: “He decidido definitivamente practicar el
Dharma; no hay nada que me interese más en esta vida. Quiero dedicarle mi vida
por completo. Todo lo que obtenga a través de mi práctica se lo debo al Dharma;
no tiene nada que ver conmigo. No voy a enorgullecerme de los resultados como
si fueran míos". Cuando nos entregamos de esta manera y simplemente
practicamos el Dharma sin especular sobre el resultado, nos abandonamos
completamente a la práctica. No esperamos nada de ella. Abandonamos todo
apego a las experiencias y resultados de la misma y nos comprometemos a la
actividad del Dharma. De esta manera pueden desarrollarse las verdaderas
experiencias y realizaciones.
Pero primero debemos abandonar por completo este sentimiento de: “Soy yo el
que estoy practicando; soy yo el que estoy obteniendo resultados", en el que
siempre lo atribuimos todo al “yo”. Si no lo hacemos así simplemente estaremos
alimentando el ego, lo cual revela una falta de confianza en la enseñanza. Si
tenemos una confianza completa en el Dharma, abandonaremos todo sentimiento
de “yo”. Simplemente practicaremos y entonces el Dharma empezará a trabajar y
tendrá lugar la verdadera transformación. Ésta es la única forma de desarrollo de
toda experiencia y realización.
De esta manera podemos medir el progreso en nuestra práctica. Si pensamos: “Yo
he estado practicando y “yo” he realizado...", entonces el único resultado de
nuestra práctica es que nuestro sentimiento de “yo” se irá volviendo más y más
preponderante, de manera que nuestra práctica será completamente errónea
puesto que el propósito del Dharma es reducir la influencia del ego. Pero si
pensamos al comprender un poco la magnitud de la enseñanza: “No soy un buen
practicante, no poseo las verdaderas cualidades", eso muestra que nuestro
sentimiento del "yo” está debilitándose y haciéndose más sutil y que estamos
volviéndonos genuinos practicantes. Un verdadero practicante del Dharma es
alguien que constantemente está dejando de lado su propio beneficio y la
preocupación por sí mismo.
Los objetivos de la mente mundana tienen como meta el logro, la consecución de
la ganancia como principal obtención. Sin caer en la cuenta de que aquí está el
obstáculo, se corre tras el logro personal sin poder mirar en otras direcciones o
sentidos, con lo cual las trayectorias entrechocan, se empujan, desvían, en una
debacle competitiva que produce mucho sufrimiento. Cuando esto sucede, la
práctica esta motivada por el egoísmo y no por la devoción.
Se trata de pasar al servicio del Cosmos, no del pequeño ego, de sus deseos
ignorantes y locuras. De vivir al servicio de la nueva consciencia que sigue la
enseñanza de los Budas, su Dharma, más allá de hago esto para obtener esto, doy
esto para tener lo otro. Cuando se obra así, aparece la consciencia primordial,
básica, original, incondicionada. Así se puede ir más allá del egoísmo y fundirnos
con el Todo, la Unidad y desde el Uno que somos, ver lo artificioso del montaje
ignorante del Mundo del ego, como una superestructura ciega que en su egoísmo
tiende a la separatividad, discriminación, destructividad, sufrimiento,
necesariamente como fruto del apego y de una vida que podríamos llamar,
antiuniversal, antinatural, y por ende basada en la irrealidad.
La Práctica debilita poco a poco la tiranía del Yo. Ya que el funcionamiento del
ego tiende a la repetición de su mecánica e inercia, El largo y continuado hábito
no desaparece de una vez. Perseguir esto sería vana ilusión, un error, un
autoengaño del Ego, es “querer estar bien por siempre”.
Esta colonización del mecanismo se va parando sólo con la Práctica. Cuanto más
practicamos, más se debilita la inercia del mecanismo a seguir girando siempre
sobre lo mismo. Cuando esto se ve, hay que dejarlo pasar. Cuando nos asalta un
pensamiento, verlo, reconocerlo, dejarlo pasar y abandonarlo sin luchar, sin
desarrollarle.
Cuando, hay momentos de total concentración, no hay Yo ni sus mecanismos. No
funciona el condicionamiento egocéntrico. Esto es descondicionar lo condicionado,
vez por vez, momento a momento, Así evolucionamos de la dualidad a la Unidad
mediante una Práctica una y otra vez realizada... Muchas veces, por momentos,
en segundos de práctica, el Yo no está. Ahí hay Realidad, Realización, Unidad, no
dos. No es que lo Real excluya lo irreal, es que en la realidad no puede haber
irrealidad. Las variadas cosas reales son la única Realidad. Esto es lo realizable si
practicamos. Si dejamos de practicar vuelve a aparecer “lo dos”, lo contradictorio
e inarmónico, yo y no-yo, lo ilusorio pensado, lo que produce falsa percepción de
la realidad y por ende sufrimiento, no Vida. Esto es sólo lo mental superficial, lo
artificial y destructivo. Si volvemos a nuestro lugar original, el universo, lo Uno,
eso es la Realización: El Uno. Este entendimiento y la dedicación a ello, a la verdad
de la Unidad, es el verdadero camino de la vida.
El sufrimiento, el que sufre, y el que percibe el sufrimiento, son sólo el ego mismo
(que asume estos tres aspectos aparentemente distintos).
El ego asume formas innumerables. Las expresiones básicas de esta energía son la
sensación Yo soy el cuerpo o el cuerpo soy Yo y las emociones de deseo.
El ego tiene una capacidad milagrosa para identificarse con todo creando así
diversos tipos de ilusiones. Con la ayuda de tama guna, la guna que produce
ignorancia y vela la verdad en cada situación, con raja guna (la cualidad que hace
posible las proyecciones mentales el ego crea todas las identificaciones y
proyecciones ilusorias.
El ego debido a su naturaleza oscurece y embota nuestro intelecto y su capacidad
de discernir lo falso y lo verdadero. Sin el correcto funcionamiento de nuestro
Buddhi o intelecto el ego se identifica muy fácilmente con todo.
El ego nos engaña y nos hace sentir que somos el propio ego. Esta es la ilusión
básica y la más fundamental.
El ego debido a su identificación con el cuerpo crea en nosotros la ilusión de que
somos un cuerpo que tiene una mente para pensar y un corazón para sentir.
Además, el ego nos hace considerar nuestro cuerpo como real y nuestra identidad
verdadera (el Alma) que es consciencia pura como algo que es un atributo del
cuerpo.
Real es lo que existe por sí mismo, que es auto-existente y es consciente de sí
mismo. Real además es lo que nunca muere, lo que existe en todos los períodos de
tiempo, pasado, presente y futuro, lo que no se somete a ningún tipo de cambio o
modificación y existe en todos los estados de conciencia, es decir: estado de la
vigilia, del sueño y del sueño profundo.
El cuerpo, la mente y el prana son temporales y subjetivos a cambiar o a morir.
No aparecen en todos los períodos de tiempo ni en los tres estados de conciencia.
Podemos experimentarlos sólo cuando la luz de la consciencia la atención o la
conciencia se enfoca en ellos. No son auto-conscientes ni auto-luminosos por lo
tanto son irreales. Aparecen como reales porque son impregnados y animados por
la consciencia y toman prestada la realidad de la conciencia. Como la luna que no
tiene luz por sí misma y brilla sólo porque la luz del sol se refleja en ella, del
mismo modo el cuerpo, la mente y el prana parecen ser auto-luminosos porque la
luz de la conciencia se refleja en ellos.
El ego se identifica con los pensamientos y proyecta en ellos la realidad de la
conciencia. Por eso experimentamos nuestros pensamientos como reales. Lo
mismo hace con las emociones. Estamos engañados de que nuestras emociones son
reales porque el ego proyecta en ellas la realidad de la conciencia.
El ego se identifica con los pensamientos y las emociones y se proyecta a sí mismo
en ellos. Así los consideramos como una extensión de nosotros mismos.
Otra gran ilusión del ego es proyectar y superponer sobre los objetos externos las
cualidades de felicidad, placer y dolor. A causa de este milagroso engaño el ego
nos hace buscar la felicidad fuera de nosotros mismos. De esta manera estamos
atrapados en la red de los deseos, placeres y sufrimiento.
Es fácil ver que el ego ilusorio crea problemas en nuestras vidas y que es una fuerza
muy destructiva en el mundo. El ego es nuestra identidad relacionada con nuestra
posición, estatus, capacidades, conocimiento, linaje, casta, país, etc. No tiene
nada que ver con mi verdad, sino que tiene que ver con lo que los demás y,
posteriormente, también yo, piensa, imagina y proyecta sobre mí – es el falso yo.
Por lo tanto, el ego está siempre muy preocupado y molesto por lo que los demás
dicen y piensan de mí, porque su misma existencia depende de lo que otros dicen
y piensan. Los otros pueden hacer o deshacer el ego, porque es su creación.
Un niño que viene a este hermoso mundo es ignorante acerca de todo, todo es tan
nuevo. Con su amplia mirada inocente se fija en la gente y en las cosas que le
rodean. El niño es ignorante no sólo del mundo que le rodea, sino también de su
propio ser y existencia, de la que, sin embargo, apenas se preocupa en ese
momento. El niño tiene una pizarra incondicionada y limpia, sin embargo, sus
amplios ojos revelan que él/ella quiere saber. El amor que fluye de su madre, el
cuidado, los abrazos, la atención, la importancia, todo comienza a contribuir en
el proceso de la cristalización de su identidad. Las sonrisas y penas, el amor y el
odio de la gente alrededor, todo poco a poco y de manera constante contribuye a
la formación de una identidad, positiva o negativa. Esta identidad relativa así
formada sobre la base de las experiencias y los conocimientos ajenos, se llama el
ego. El ego es también inevitable, después de todo, me llamarán colombiano
porque nací en Colombia. Todo el sistema jurídico también se cimenta sobre estos
factores externos. Mi familia, la casta, la tradición, etc., todos son un hecho desde
el punto de vista mundano, por lo que, inevitablemente, tendremos una identidad
con respecto a estas cosas.
Lo que otros piensan de mí es una cosa, y esta identidad inevitable, como yo
aparezco a otros, nunca debería ser demasiado un problema, sin embargo, eso es
lo que resulta ser. Casi todas las religiones del mundo nos motivan a ir más allá de
esta existencia egocéntrica, porque la mayoría de las veces este "yo" se convierte
en sinónimo de esclavitud, de sufrimiento, de búsqueda y de dolor. La razón de
esto es que no conocemos nuestro verdadero ser, nos aferramos a esta identidad
relativa, como si fuera nuestro ser real. La ignorancia trae un vacío, y se llena con
lo mejor que hay disponible alrededor. Esta ignorancia y el error posterior es la
causa de todos nuestros sufrimientos y no el ego en sí. Ni siquiera Dios puede
ayudar, si la gente de alrededor te califica como blanco o negro, del norte o del
sur, ateo o creyente, bueno o malo, etc., y te molesta no hay ningún problema
con eso tampoco. Las proyecciones y la imaginación nunca difaman al objeto sobre
el que se están haciendo las proyecciones. La verdad sigue estando incontaminada
y no afectada, pura e impecable. Una cosa es lo que la verdad es, y otra cosa es
lo que yo veo y creo.
Nuestras alegrías y tristezas dependen de nuestras percepciones, por lo tanto, lo
que vemos es más importante que lo que la verdad es. Así que, si nos tomamos a
nosotros mismos por este ego, entonces ciertamente tenemos una de las más
profundas crisis de nuestra vida – la crisis de identidad, que es la causa de toda
búsqueda, envidia, imitación, seguimiento ciego, etc. La identidad creada por el
ego es siempre limitada, está cambiando continuamente, y todo esto es muy
contrario a lo que nuestra verdad es, así que nunca estamos en casa con todas
estas falsedades. Nos esforzamos constantemente para ser más grandes, mejores,
más felices y así sucesivamente, y todo esto sólo porque erróneamente nos hemos
tomado a nosotros mismos por este yo relativo de segunda mano.
Una vez que nos creemos que somos el ego, no se rompe la cáscara de la limitación.
Aunque alcancemos los placeres y alegrías más brillantes, o consigamos
reconocimientos, seguimos siendo lo que creemos ser, un tipo limitado. Ningún
placer o dolor puede nunca ayudarnos a ir más allá de las limitaciones impuestas.
Aunque llevemos a cabo una actividad dinámica o mantengamos a un lado todas
las acciones, no trascenderemos el ego con estos actos. Independientemente de lo
que busquemos, ya sea espiritual o mundano, seguimos siendo un buscador. El ego
no puede nunca ir más allá de su sofocante sentido de búsqueda. La realización
del ego no puede ser nunca la forma de hacer desaparecer o trascender el ego,
más bien hace más firme nuestra permanencia en el ego. Cuanto más buscamos,
más parece que nos alejamos de nuestras metas, y la desesperación y el dolor sigue
aumentando. ¿Cuál es la forma de salir de este lodazal? El Dharma revela que
tenemos que investigar y cuestionar la propia individualidad, en lugar de tomarla
como real, y seguir construyendo el edificio de esta identidad relativa imaginaria.
Es el conocimiento de la verdad del ego lo que nos libera del ego, en lugar de algún
tipo de búsqueda única o especializada de y por el mismo individuo que debe ser
aniquilado. Cualquier búsqueda ocurre sólo después de tomar este ego y todas sus
limitaciones como reales.
Cada "meta" del ego es una proyección de todo lo que el individuo ve que no tiene.
Experimentando una sensación de limitación, mantenemos lo ilimitado como
nuestra meta o ideal, que es visto como algo muy lejano, en algún tiempo diferente
o en un lugar diferente. Experimentando el dolor, proyectamos una meta que es
una realización de alegría o placer. La historia breve es que, primero imaginamos
cosas acerca de nosotros mismos, y luego sobre la base de estas imaginaciones,
nos imaginamos a aquel que está libre de todo esto, y luego seguimos esa
proyección. No es de extrañar que seguiremos siendo un buscador, a pesar de todos
los logros. Ningún efecto nunca elimina su causa, por lo que tampoco ninguna
búsqueda eliminará el ego. Es interesante que el ego visualiza una meta, tiene una
noción y comprensión clara sobre el tema, y luego reza para alcanzar esa meta.
Todo lo que proyectamos podemos experimentarlo, pero todo lo que
experimentamos no es más que nuestra proyección. Todas las proyecciones son
limitadas, son objetivadas y percibidas por la mente. Cuanto más clara es la meta,
más clara es la objetivación, y por lo tanto lo primero que albergamos es a una
noción que conocemos, y luego extrañamente decimos que no conocemos y
también que queremos conocer. Una persona que cree que conoce, no conoce,
porque nuestra esencia real no es algo que se pueda imaginar u objetivar con la
mente. La verdad es eso que el mismo ego encubre con su propia existencia, al
igual que la serpiente imaginaria encubre la cuerda. Quien busca la verdad lejos
de sí mismo está en un viaje ilusorio sin fin, el llamado samsara. Cuando vemos
todo este juego con claridad, y nos damos cuenta de la falta de fundamento de tal
identidad relativa y su búsqueda, entonces esta búsqueda se detiene y cae. No hay
ningún esfuerzo, incluso para detener la búsqueda, se detiene en ese mismo
momento de realización.
Debemos darnos cuenta de que el ego es una identidad ficticia de nosotros mismos,
y así viendo este engaño de la mente, dejamos de asociarnos con el ego. Tenemos
que dejar de preocuparnos demasiado por lo que otros dicen acerca de uno, y
preocuparnos más por lo que yo veo y percibo sobre mi propio ser. En el momento
en que me disocio del ego, en ese mismo momento el ego deja de ser mi identidad,
y en ese mismo momento soy libre de todas sus limitaciones. Cuando las propias
limitaciones no están ahí, no hay necesidad de proyectar ninguna meta mucho más
allá del horizonte, y no se plantea ya ninguna búsqueda. Todas las limitaciones y
la búsqueda terminan de inmediato. Es esta comprensión de ver lo falso como falso
lo que nos libera, y no cualquier esfuerzo del ego por ser libre. Esto es lo que
quieren decir las enseñanzas cuando mencionan que es el conocimiento del ser lo
que nos libera y no cualquier acción del ego.
Con la práctica, puedes descansar en el Ser, tal como ahora respiras o comes. Y,
al igual que respirar o comer, no hay necesidad de pensar en ello antes de
experimentarlo conscientemente. Tanto una piedra como una persona pueden "ser"
inconscientemente. La diferencia es que una persona puede conscientemente
"ser".
Cuando sientes esta sensación de ser, este puro "Yo soy", descubres que no entra
en ninguna categoría. No es tuyo ni no tuyo, no está dividido de las otras personas
ni unido a ellas; simplemente es. Y es pura y simple consciencia. No puedes decir
que eres consciente de ello, porque no hay un tú separado que sea consciente de
ello. Tú eres ello y ello es tú. Además, la experiencia es muy dichosa, libre de
preocupaciones y tristezas. Lo recuerdas solo cuando miras hacia atrás, porque
mientras dure, no te preocupas por tales preguntas. De hecho, al mirar hacia atrás,
te das cuenta de que, mientras duró, no estabas pensando en absoluto, sino
simplemente viendo, escuchando y conociendo, sin que la experiencia te molestara
en absoluto.
Normalmente, te experimentas a ti mismo como un ser individual, separado de
todos los demás, al que le gustan algunas cosas y personas y no le gustan otras. No
necesitas trabajar en esto porque las personas se sienten así normalmente.
Tú no tienes dos yoes diferentes, sino dos formas de experimentar el Ser. Una
conduce a la serenidad y la felicidad; la otra lleva a la ira, a los celos, a la
frustración y a toda clase de sufrimiento. Para resolver este dilema, algunas
religiones enseñan el rechazo del ego. Por eso Cristo dijo que aquellos que
renuncien a su vida por Su causa (por el Espíritu o Yo) lo encontrarán (el Yo),
mientras que aquellos que buscan salvar su vida lo perderán. Otras religiones
enseñan que realmente no hay ningún ego (como en la doctrina budista del no-yo).
Estas dos posiciones no significan ninguna diferencia para un aspirante espiritual
porque ya sea que el ego exista o no, parece existir; este "yo aparente" tiene que
ser visto por lo que realmente es.
La mayoría de las personas viven simplemente como el ego, sin conocer ninguna
otra posibilidad.
Un ser humano viene al mundo con varias facultades, incluida la facultad mental.
Muy temprano en la vida, esta facultad mental comienza a encontrar agradables o
desagradables algunas referencias de otras facultades. Luego se convierte en una
persona ficticia que constantemente reclama las experiencias agradables y
rechaza o trata de rechazar las desagradables. Los Maestros dicen que la mente
de la persona realizada está "muerta", no significa que la facultad mental esté
dañada. Si el Gurú mira un calendario, puede decir la fecha como cualquier otra
persona. La mente del sabio realizado ya no funciona como el gobernante de las
otras facultades y, de hecho, de la vida en sí ― planificando el futuro,
lamentándose del pasado, teniendo esperanzas, temiendo o sintiendo orgullo.
La enseñanza espiritual nos guía y nos anima a buscar la liberación del ego y la
realización del verdadero Yo o Sí mismo. Los dos son iguales. Decir "No hay ego",
"El ego es una ilusión", o que "El Sí mismo ya es", no nos libera de ninguna manera
de la obligación de realizar el Sí mismo. Cada vez que actuamos egoístamente en
pensamiento, palabra o acción, recibimos una gran motivación para buscar la
liberación de la ilusión del ego. No logramos nada cuando decimos que no hay ego,
y sin embargo nos comportamos como si lo hubiera, porque las acciones son más
elocuentes que las palabras. Vivir como si hubiera un ego nos impide darnos cuenta
de que no lo hay. También nos impide obtener su liberación.
La facultad mental está perfectamente dotada para ser un sirviente, pero la mente
se hace a sí misma un gobernante. Es insaciable. Sin importar cuan favorables sean
las circunstancias de alguien, siempre anhela más ― más placer, más admiración,
más éxito. Al mismo tiempo, es eternamente insegura, vulnerable a la
enfermedad, al dolor, a la vejez, a la indigencia y, en última instancia,
inevitablemente, a la muerte. Sin embargo, asolada por este ego-yo, frustrada,
insegura e incluso motivada a considerar la muerte como un escape de él, ¡pocas
personas tienen la comprensión clara y la determinación de renunciar al ego! Ese
es el misterio perpetuo.
Puede surgir la siguiente pregunta: "¿Cómo sé que estaré mejor, menos frustrado
y más contento si rechazo el ego?" Los Maestros nos responden, “¿Quién hace la
pregunta?” Ser libre de ego es el estado natural, lo que yo soy innatamente. Ese
es también el estado libre de preocupaciones y de la muerte. Uno intuye que es
así, y si la evidencia también fuera necesaria, podemos encontrarla en las vidas de
los liberados. Un sabio vive inmerso en la dicha, sean o no favorables las
circunstancias aparentes de la vida. ¿Qué sabio se ha quejado alguna vez?
Pero algunos preguntarán: “¿Hay también ganancias positivas?” ¿Para quién? Las
facultades, liberadas de la tiranía de la mente, son capaces de crecer
naturalmente, ya no se deforman, se atrofian ni se alejan de la luz solar. Además,
la mente, el usurpador, se regodea ante la perspectiva de las ganancias que se
acumularán como recompensa por su muerte ficticia y pregunta si hay ganancias
positivas. Esta táctica representa una de las más grandes líneas de defensa y
contraataque de la mente.
Entonces, si decidimos renunciar al yo aparente por el verdadero Yo, la pregunta
sigue siendo: ¿Cómo lo hacemos?
Como una introducción útil, debemos tener en cuenta la realidad del verdadero
Yo o Sí mismo y la irrealidad del yo aparente, el ego. Lo que entendemos a nivel
mental nunca puede ser más que una introducción. Sri Krishna se la dio a Arjuna
antes de hablar sobre la disciplina de la vida espiritual.
Después de adquirir un entendimiento intelectual, entonces adoptamos una
disciplina de vida. Tal disciplina implicaría vivir cada día tal y como venga basada
en la asumida irrealidad del yo individual. Vivir de esta manera implica una
actividad serena, eficiente e impersonal, como Sri Krishna prescribe en el
Bhagavad Gita, haciendo lo correcto porque es correcto, no por ganancia o placer.
Sin embargo, eso no significa que no deba haber beneficios ni placer en la vida.
Los comerciantes naturalmente venden cosas para obtener una ganancia porque
así es como se ganan la vida; un hombre casado naturalmente espera placer de su
vida familiar. En estos casos, la ganancia y el placer no deben pasar por alto la
responsabilidad y convertirse en los motivos dominantes de la vida.
Sin embargo, incluso una vida de actividad desinteresada no puede disolver el
sentido del ego. Tal enfoque necesita ser reforzado por un fuerte proceso, que
incluya la rendición y la meditación. Sri Krishna en el Gita prescribe la rendición;
Vasishta en el Yoga Vasishta prescribe la Auto-indagación. Cuando se le preguntó
sobre este tema a Ramana Maharshi él dijo: “Hay dos maneras; pregúntate a ti
mismo «¿Quién soy yo?» o «rendirse». La mente, que actúa como si fuera la
soberana y propietaria de las facultades, debe soltar el control y rendirse a sí
misma al Ser puro, Dios. Alternativamente, debería mirar hacia adentro y percibir
la verdadera naturaleza del Yo, el Sí mismo o Ser.
El ego es el pensamiento “yo”. “Yo soy feliz”, “yo estoy triste”, “yo hice eso”, “yo
hice aquello”. El ego es la idea de una entidad individual separada. El ego se
identifica con el cuerpo y con el pensamiento, y llama al cuerpo y al pensamiento
“yo”. El pensamiento llamándose a sí mismo “yo” es un ser impostor. Todos los
pensamientos son opuestos a tu naturaleza real. Sabes que tus pensamientos no
son parte de tu verdadera naturaleza porque tuviste que aprenderlos.
SATSANG
Soltar

Soltar significa que uno debe dejar de ser el títere de sus pensamientos,
emociones, tensiones, apegos, deseos y negaciones.
Soltar es un gesto interior que interfiere con nuestra manera habitual de
reaccionar. Algunos soltar requieren de una gran fuerza de convicción, mientras
que otros son más fáciles. Y hay un momento en el que observamos que el hecho
de soltar se ha hecho permanente. Se podría hasta decir que el soltar se ha vuelto
inútil en cuanto no hay más apego, ninguna apropiación de la realidad.
En lugar de la reacción habitual del ego "esto me gusta, esto no me gusta", aparece
una sensación de apertura del corazón. Los aspectos mentales, emocionales y
fisiológicos están interconectados y, poco a poco, el esfuerzo de "soltar" se
contrapone a la fuerza de inercia de las costumbres que hace que estemos siempre
reaccionando frente a los sucesos. Y, paso a paso, nos dirigimos hacia la
ecuanimidad. Pero es evidente que, durante mucho tiempo, la existencia tendrá
todavía el poder de producir en nosotros algunas reacciones. Reacciones estas de
las que hacemos una cuestión personal. De hecho, tendríamos siempre que
plantearnos la pregunta de cómo nos situamos respecto a estas reacciones físicas,
emocionales y mentales. ¿Cómo logramos "soltar" cuando nos encontramos frente
a estos momentos felices o infelices, o cuando estamos de buen o mal humor? De
hecho, la práctica de soltar pone de inmediato en tela de juicio al egocentrismo.
Lleva a un abandono de nuestro querer personal y este abandono produce una
relajación. Es a partir de esta relajación que se va a realizar nuestra acción, y no
a partir de una reacción epidérmica y mecánica fundada en nuestros viejos
esquemas de funcionamiento. Es la sumisión a lo que es y no la sumisión a lo que
debería ser. Es la célebre expresión: "Que se haga tu voluntad y no la mía". En este
punto ya no hay separación, dualidad, entre la realidad del momento y yo.
Por dentro, activamente pasivo; por fuera, pasivamente activo. Es decir, al interior
de sí mismo tranquilamente atento; al exterior, tranquilamente activo.
Todos los maestros lo dicen: nuestro error consiste en llevar inútilmente sobre los
hombros el peso de nuestra existencia. No podemos siempre ser los más fuertes;
nuestras acciones producen o no producen los efectos deseados; las interacciones
de causas y efectos son independientes de nosotros e interfieren con lo que hemos
intentado, reforzando o, por el contrario, anulando el resultado de nuestros
esfuerzos. Esta separación del yo -mi manera personal de tener miedo o
esperanzas- en el fluir de la realidad se revela como el mayor obstáculo a una vida
desarrollada, serena y pacífica. Por ende, esta separación debe de ser disuelta.
Los hay que son llevados y zarandeados por la corriente, mientras que otros se
hacen unos con ella. Dicho de otra forma: si no suelto, los eventos van a producirse
y me llevarán; si suelto, me adhiero a esos eventos, en una unidad de cuerpo y de
espíritu con ellos. Hemos de tener, una sinceridad y un compromiso interior fuertes
para llegar a contener las constantes y perversas tácticas del ego. Tenemos que
lograr no sólo tomar conciencia para llegar a una verdadera metamorfosis. Como
dicen todos los místicos: hay que morir a uno.
Muchas personas que se sienten atraídas por lo que se define como "espiritual" y
por las diferentes formas de psicoterapia de fondo espiritual no se limitan a curar
tal o tal síntoma patológico preciso, sino que también quieren alcanzar en sí
mismas un espacio más amplio. Pero no buscan los medios para lograrlo. Hay en
esto un malentendido, porque continúan llevando esta información al interior del
sistema y del antiguo entorno, que están delimitados por su egocentrismo.
Entonces hay que comprender que la práctica es el sendero mismo que no está
disociada de la vida cotidiana, pero que debemos tener la atención para que no se
convierta en propiedad del ego, para esto es esencial inclinarse interiormente,
reconociendo lo que es. Siempre hay que actuar en función de lo que es y no en
función de lo que, según nosotros, debería de ser. Pero funcionamos sin parar
según el modelo de "no es justo -él o ella debería de haber hecho o dicho esto o
aquello; tal suceso debería de haber ocurrido de manera diferente, etc.". Pero
soltar frente a esta manera equivocada de funcionar en ningún caso excluye la
acción; sólo que ésta emana sencillamente de una fuente del todo diferente. No
es ya el yo que quiere, sino que es la situación la que requiere una respuesta
oportuna. Cada vez que una preocupación demasiado intensa nos lleva fuera de
nosotros mismos, seguimos siendo nosotros mismos, pero al mismo tiempo ya no
estamos con nosotros mismos; nos perdemos y nos volcamos a las cosas exteriores.
¿Queremos entonces seguir viviendo siempre de una forma egótica, teñida de
deseo, rechazo y tensión, empeorando, así las cosas, o preferimos vivir y actuar
sobre una base de confianza y libertad? Tal vez hemos leído muchos libros, ido a
muchos cursos, viajado a la india, tal vez hemos visto luces o tenido experiencias
místicas de diverso tipo, pero todavía somos este pequeño personaje dispuesto a
inflamarse, reaccionar, rechazar, enfadarse, querer que las cosas ocurran como él
las quería y no como ellas son. Aún después de todo esto somos esclavos del ego y
de sus límites. El ser humano es un títere cuyos hilos son manejados por la vida.
COMPARADO CON EL HÁBITO DE INCONTABLES EONES de estar engañado, nos
hemos estado entrenando en la realización de la naturaleza espiritual tan sólo por
un tiempo breve. Es imposible lograr la estabilidad en unos pocos meses o aún en
unos pocos años, no sucede. Es necesario ser diligente, en el sentido de
persistencia o constancia, una constancia totalmente sin esfuerzo.
la manera de practicar no es esforzarse para reconocer la esencia de la mente y
después soltar; es un asunto de estar relajado profundamente desde adentro y
continuar en la naturalidad sin fabricar.
Debemos acostumbrarnos a la práctica continua; por medio del momento breve
del reconocimiento repetido muchas veces. De lo contrario estaremos sumergidos
siempre en el engaño. Eso significa que cada instante de tiempo es derrochado en
la ilusión, en el enredo dualista con algún objeto. Este es un hábito fuerte, y crea
las circunstancias para que el momento siguiente prosiga de la misma manera. Así
los momentos tercero y cuarto sobrevienen; y antes de que lo sepamos, meses,
años, vidas y eones se han ido mientras continuamos dormidos. Este instante
continuo del engaño es una inclinación profundamente congénita hacia la total
dispersión en el estado de confusión que ha estado funcionando sin cesar por tanto
tiempo. No es que necesitemos entrenarnos en ello – ¡ya lo hemos estado haciendo
así por vidas incalculables! Lo opuesto a esta tendencia es cuando nos entrenamos
en el “instante continuo de la no- fabricación”, que es el estado despierto en sí
mismo. A través de esta naturalidad sin fabricar, sin tratar de hacer cualquier cosa
que sea, contrarrestamos el modo arraigado habitual del instante continuo del
engaño, el creador del estado samsárico. El yogui verdadero no alimenta el enredo
con el pensamiento discursivo, la fijación, o el apego. Su mente es semejante al
espacio mezclándose con el espacio. Cuando no hay pensamiento discursivo no hay
engaño.
La presencia no-dual en el caso de un yogui verdadero es el reconocimiento de la
mente libre sin atributos, es el dharma mismo. Su esencia es vacía, su naturaleza
es pura y su capacidad es ilimitada, profunda presencia. Prescindiendo de si
estamos hablando acerca del confundido o del estado despierto de la mente, el
momento presente es siempre la unidad del conocimiento vacío – no hay
diferencias sobre este asunto.
Pero en el instante continuo del engaño, nunca hay conocimiento alguno de su
naturaleza – está difundido con desconocimiento, con ignorancia. En contraste, el
instante continuo de no-fabricación es un conocimiento de su propia naturaleza.
Por consiguiente, se la llama presencia auto existente – cognición vacua difundida
con conocimiento. Cuando no ocurre el pensamiento discursivo, la distracción o el
engaño, éste es el estado de un Buda.
Nosotros los seres sintientes nos distraemos y nos engañamos a nosotros mismos.
Hemos olvidado nuestra naturaleza y caído bajo el poder del pensamiento
discursivo. Nuestras mentes están fundidas con ignorancia; no conocemos. Para un
yogui verdadero, el sendero de los budas es la indivisible cognición vacua difundida
con presencia.
Una vez que hemos sido introducidos a nuestra naturaleza, habituados a ella y
permanecido sin distraernos a lo largo del día y la noche; descubrimos que dentro
de nosotros también habita un Buda.
No deberíamos cansarnos por reconocer y olvidar alternadamente la naturaleza de
la mente. Lo que es verdaderamente agotador es el estado de la mente engañada
que crea actividad completamente insustancial de un momento al otro. Es un
enredo totalmente inútil que ha estado continuando por incontables vidas, pero es
tan habitual que no nos damos cuenta de cuán agotador es. En el estado de
naturalidad sin fabricar, de ningún modo hay nada de qué estar cansado. Es
totalmente libre y abierto; no es como transportar una carga pesada. ¿Cómo podría
la naturalidad sin fabricar ser agotadora? De modo que en un lado está el
agotamiento de la oscurecida “difusión negra” de la mente, de la actividad del
pensamiento habitual. En el otro lado está el buen hábito de reconocer la
presencia a cada momento y no estar distraído.
Lo que podría ser agotador es el esfuerzo de tratar de reconocer – “Ahora
reconozco. ¡Uy! ¡Ahora me he olvidado! Me distraje y se escabulló.” Esta clase de
estado de alerta puede ser forzosa y muy exigente. Puede abrumarnos, mientras
que no hay manera en que reconocer y permanecer en la naturalidad sin fabricar
pueda ser agotador. El antídoto para el agotamiento es, desde el comienzo mismo,
relajarse profundamente desde adentro, de dejarla ser totalmente. El
entrenamiento en el estado despierto de la mente no es algo que debamos
conservar de una manera deliberada. Al contrario, reconocer la naturalidad sin
fabricar es totalmente sin esfuerzo.
La mejor relajación produce la mejor meditación. Si estamos relajados
profundamente desde adentro, ¿cómo puede ser eso agotador? Lo que es difícil es
estar distraído continuamente; permaneciendo en el estado sin fabricar, no-
meditación sin distracción, es imposible que el cansancio ocurra. Repetimos otra
vez: lo que es agotador es el engaño ordinario ininterrumpido, la mente pensando
en esto o aquello – el giro continuo de la rueda viciosa de la ira, el deseo y
agitación. Nos empeñamos en semejante actividad inútil sin parar, tanto en el día
como en la noche. En la esencia de la presencia que está libre de la fijación
dualista, ¿qué hay para crear? Necesitamos relajarnos; la dificultad viene de no
entender esto. Si esta relajación no viene profundamente desde el interior,
definitivamente nos cansaremos. Lo que se cansa es la mente dualista. La
presencia no-dual es como el espacio – ¿cómo puede el espacio cansarse? La
meditación más excelente es ser estable en la presencia no-dual. Al principio,
cuando empecemos este entrenamiento, el maestro dirá, “¡Mira en tu mente! ¡Mira
en tu mente!” Esta vigilancia es necesaria hasta que estemos habituados a ello.
Una vez que ha sucedido no necesitamos mirar aquí o allá. Habremos capturado el
‘perfume’ de la naturaleza de la mente. En ese punto, no necesitamos forcejear;
la naturaleza de la mente está naturalmente despierta. Recordemos, el estado
desnudo de la presencia ha sido nublado de un extremo a otro por el encuadre
mental dualista, como es expresado por los pensamientos del pasado, el presente
y el futuro. Cuando la presencia está libre de los pensamientos de los tres tiempos,
es similar a estar desnuda. A no ser que miremos en la naturaleza de la mente
nunca la reconoceremos.
La presencia es No-Conceptual. Los fenómenos de la vida pueden semejarse a un
sueño, un fantasma, una burbuja, una sombra, el reluciente rocío, o el brillante
relámpago; y así deben ser contemplados. En la meditación, no tenemos que
establecer división alguna entre la percepción y el campo de percepción.
La práctica cotidiana consiste en cultivar simplemente una plena aceptación
carente de preocupación y una apertura sin límite ante todas las circunstancias.
Debemos comprender que la apertura es el campo de juego de las emociones y
relacionarnos con nuestro prójimo sin artificialidad, manipulación ni estrategias.
Tenemos que experimentarlo todo completamente, sin tratar de escondernos
dentro de nosotros mismos como la marmota que se oculta en su madriguera. Esta
práctica libera una energía tremenda que, por lo general, se ve constreñida porque
intentamos mantener puntos de referencia fijos. Los puntos de referencia son el
proceso que utilizamos para alejarnos de la experiencia directa de la vida
cotidiana. Al principio, el intento de permanecer presentes en el momento puede
provocar cierto temor. Pero, si damos la bienvenida a la sensación de temor con
plena apertura, atravesaremos ese obstáculo creado por nuestras pautas
emocionales habituales.
Cuando llevamos a cabo la práctica de descubrimiento del espacio, debemos
experimentar un sentimiento de plena apertura hacia todo el universo. Tenemos
que abrirnos con absoluta simplicidad y desnudez mental. Ésta es la poderosa,
aunque ordinaria práctica de dejar caer nuestra máscara de autoprotección.
En la meditación, no tenemos que establecer división alguna entre la percepción
y el campo de percepción. No debemos parecernos al gato que acecha a un ratón.
Debemos comprender que el objetivo de la meditación no es sumergirnos
“profundamente” en nuestro interior ni retirarnos del mundo. La práctica es libre,
carente de conceptos, sin introspección ni concentración.
El vasto espacio sin origen de la luminosa sabiduría espontánea es la base del ser
y el principio y el final de la confusión. La presencia de la sabiduría en el estado
primordial carece de predilección por la iluminación o la no-iluminación. La base
del ser también conocida como la mente pura original, es la fuente de la que
emergen todos los fenómenos. También recibe el nombre de la Gran Madre, ya que
es la matriz potencial donde todas las cosas aparecen y se disuelven en su
perfección natural y espontaneidad absoluta.
Todos los fenómenos son completamente claros y lúcidos. El universo es apertura
sin obstrucción. Todas las cosas están interconectadas. Para ver todas las cosas en
su desnudez, con claridad y sin oscurecimientos, no hay nada que alcanzar o
realizar. La naturaleza de los fenómenos aparece naturalmente y se halla
espontáneamente presente en la conciencia que trasciende el tiempo. Todo es
naturalmente perfecto tal como es. Todos los fenómenos emergen, de manera
única, como parte de una pauta en continua transformación. Esa pauta vibra plena
de sentido y significado a cada instante, pero no podemos apegarnos a su
significado más allá del momento en que se presenta.
Ésta es la danza de los elementos donde la materia es un símbolo de la energía, la
energía un símbolo de la vacuidad y nosotros mismos un símbolo de nuestra propia
iluminación. Sin necesidad de esfuerzo ni de práctica en absoluto, la liberación o
la iluminación está ya con nosotros. La práctica es la misma vida cotidiana. Puesto
que no existe un estado inferior, no hay necesidad alguna de comportarse de un
modo especial o ni de alcanzar nada por encima o más allá de lo que ya somos
realmente. No debemos cultivar ningún sentimiento de esfuerzo por lograr alguna
“meta extraordinaria” o un estado “superior”. Esforzarse por alcanzar ese estado
es una neurosis que sólo nos condiciona más y obstruye el libre flujo de la mente.
También debemos evitar pensar en nosotros mismos como personas carentes de
valor, puesto que nuestra verdadera naturaleza es naturalmente libre y no
condicionada. Estamos intrínsecamente iluminados y, en consecuencia, no
carecemos de nada.
Cuando abordamos la práctica de la meditación, tenemos que hacerlo de manera
tan natural como comer, respirar o defecar. No tenemos que convertirla en un
acontecimiento especial o formal, lleno de seriedad y solemnidad. Debemos
comprender que la meditación está más allá del esfuerzo, la práctica, los
objetivos, las metas y la dualidad entre liberación y no-liberación. Nuestra
meditación siempre es perfecta. No hay necesidad alguna de corregir nada. Puesto
que todo lo que surge es el juego de mente, no existe la meditación incorrecta, ni
necesidad alguna de juzgar los pensamientos como buenos o malos
respectivamente. Por lo tanto, debemos sentarnos simplemente, permaneciendo
sencillamente en nuestro propio lugar y en nuestra propia condición tal cual es,
sin pensar que estamos “meditando”. Nuestra práctica debe carecer de esfuerzo,
de tensión, de cualquier intento de control o manipulación para intentar que sea
más “apacible”.
Si descubrimos que estamos alterándonos del modo antes descrito, sencillamente
dejamos de meditar y descansamos y nos relajamos un rato. Luego, reanudamos
nuestra meditación. Si tenemos “experiencias interesantes” durante la meditación
o después de ella, debemos evitar convertirlas en algo especial. Perder el tiempo
pensando en esa clase de experiencias es una mera distracción y un modo infalible
de perder la naturalidad. Esas experiencias sólo son signos de la práctica y deben
ser consideradas como eventos pasajeros. No debemos intentar repetirlas porque
eso sólo sirve para distorsionar la espontaneidad natural de la mente. Todos los
fenómenos son atemporales y completamente nuevos o frescos, absolutamente
únicos y completamente libres de los conceptos de pasado, presente y futuro.
El continuo flujo de nuevos descubrimientos, revelaciones e inspiraciones que
emerge a cada momento es la manifestación de nuestra propia claridad. Debemos
aprender a ver nuestra vida cotidiana como un mandala o como el ornamento
luminoso de las experiencias que irradian espontáneamente de la naturaleza vacía
de nuestro ser. Los elementos que forman nuestro mandala son los objetos
cotidianos de nuestra experiencia moviéndose en la danza o el juego del universo.
Gracias a ese simbolismo, el maestro interior revela el significado profundo y
último del ser. Por lo tanto, debemos ser naturales y espontáneos, aceptándolo
todo y aprendiendo de todo. Eso nos permitirá percibir el lado irónico y divertido
de muchos acontecimientos que, por lo general, nos irritan.
La meditación nos permite ver a través de la ilusión del pasado, el presente y el
futuro, con lo que nuestra experiencia deviene la continuidad del ahora. El pasado
sólo es un recuerdo poco fiable sostenido en el presente. El futuro sólo es la
proyección de nuestras concepciones presentes. El presente mismo se desvanece
tan pronto como tratamos de asirlo. Entonces, ¿por qué molestarnos en tratar de
dar consistencia a la ilusión? Tenemos que liberarnos de nuestros recuerdos y de
todos los prejuicios acerca de qué es la meditación. Cada instante de meditación
es completamente único y pleno de potencialidad. En ese momento, no podemos
juzgar nuestra meditación en términos de experiencia pasada ni de secas teorías
o retóricas vacías. La mera inmersión en la meditación en el momento presente,
con todo nuestro ser, libres de dudas, aburrimiento y excitación, es la iluminación.
En la presencia pura traslúcida cual-espejo, libre de toda intromisión conceptual,
cuando surge de pronto un pensamiento vívido, le llamamos “creatividad”. Esta
creatividad mana de la presencia pura básica. Es la naturaleza constantemente
cambiante de la presencia pura.
Permaneciendo naturalmente en este entendimiento supremo, toda esta
creatividad junto con su despliegue carece de base y de raíz. Cuando despertamos,
como de un sueño, de las ilusiones engañosas; ambos, el campo objetivo y el
conocedor subjetivo se desvanecen en su propio espacio.
No importa cuales sean las características de lo que vemos, ya sea que nos haga
felices o tristes, ya sea que sean apariencias temibles o placenteras, ya sea que la
mente esté activa o pasiva, no debemos inclinar la mente hacia ningún antídoto.
Cualquier cosa que aparezca, mira, con una mirada desnuda, la esencia de la
apariencia conforme esta surge, y, sin modificarla de ninguna manera, solo déjala
ser. Entonces, la presencia pura con todo su resplandor emerge desde adentro.
Cualquiera que sea el campo sensorial, cualquiera que sea el objeto, míralo
directamente, como un niño embelesado ante el altar de un templo. No te aferres
a las sensaciones específicas; mantén la frescura. Déjalo ser en su propio lugar sin
elaborar nada al respecto, sin cambiar su forma o complexión y sin adulterarlo con
fijaciones conceptuales. Entonces, todas las apariencias van a surgir en la
presencia pura como la conciencia primordial desnuda de claridad y vacío.
Para el yogui-principiante, cuando surge el pensamiento, la experiencia es como
la de reconocer a un viejo amigo al encontrarlo en medio del mercado. Así, el
mero surgimiento de un pensamiento ya sea feliz o triste, bueno o malo, es
reconocido como una ilusión subjetiva, como la creatividad de la presencia pura y
por lo tanto es liberado inmediatamente en el momento en el que emerge. Cuando
la meditación ha mejorado, a la mitad de la práctica, el pensamiento se libera a
sí mismo como una serpiente que se desenreda. Cualquier cosa que surja en la
mente, ya sea felicidad o sufrimiento, se libera simultáneamente en la matriz de
la presencia pura, donde la esperanza no viene acompañada de alegría ni el miedo
de tristeza. Finalmente, cuando la meditación es completa, el pensamiento ya no
trae ni beneficio ni detrimento y la experiencia es como la de un ladrón que entra
en una casa vacía; entonces, cualquier situación negativa que surja ya no puede
perturbarnos porque no tiene ningún efecto sobre nosotros y así actuamos como
niños mirando con asombro los murales de un templo. No Escuches a tus
Pensamientos. ¿Qué pasa si simplemente dependemos de la Gran Perfección de la
vida?
No escuches a tus pensamientos ni pongas atención a aquello que surge en la
mente, en cambio, examina de dónde viene el pensamiento o la imagen, dónde
permanece y hacia donde desaparece. Si hacemos esto por un tiempo
considerable, descubriremos que todas las formas de pensamiento son vacías y que
no hay nada sustancial en la mente. Mantén a la mente en su propio lugar, sin
modificarla, sin distracción, en calma en su clara y desnuda vacuidad. No intentes
detener a la mente y tampoco la sigas. De esta manera somos liberados de todo el
sufrimiento de las aflicciones emocionales y estamos en paz.
La felicidad que así se genera, es una calma profunda que llamamos serenidad.
Esto no es lo mismo que el sentimiento placentero que acompaña a un evento
mental materialista, el cual, con un ligero cambio de condiciones, puede
convertirse en tristeza. Esta felicidad es derivada de la conexión al espacio de gran
gozo que es la conciencia primordial –libre de pensamiento. Este “Gran Gozo” es
la conciencia primordial de la no-dualidad de gozo y vacío, y así como un arma no
puede dañar el cielo, del mismo modo, ese gozo no puede ser afectado por las
circunstancias. Por lo contrario, los sentimientos placenteros de felicidad basados
en eventos mentales transitorios se convertirán siempre en sufrimiento a través de
las circunstancias cambiantes. Todos los seres sensibles, incluidos nosotros, poseen
ya la causa primaria para la iluminación.
SATSANG
La transmisión de la mente

La mente no es grande ni pequeña; no está localizada ni dentro, ni fuera. No se


podría pensar sobre ella con la mente, ni discutirla con la boca. Ordinariamente,
se dice que usamos la mente para transmitir la Mente o que usamos la mente como
sello de la Mente. Sin embargo, verdaderamente, en la transmisión de la mente no
hay Mente que recibir u obtener; y en el sello de la Transmisión de Mente a Mente
no hay ningún sello que transmitir. Si este es el caso ¿Entonces la Mente existe o
no? Realmente no se puede decir que la Mente existe o no - existe, esto es una
realidad absoluta. Si abres tu boca, estás equivocado; si haces surgir un
pensamiento, estás en un error. Así que, si puedes acallar tus pensamientos
totalmente, todo permanecerá en el vacío y la quietud.
La Mente es Buda; Buda es la Mente. Todos los seres sintientes y todos los Budas
tienen la misma Mente, la cual es ilimitada, vacía, sin nombre ni forma, e
inmensurable.
Tu rostro original es indiscriminado o imperceptible. El vacío es la realidad antes
de haber surgido un simple pensamiento. Cuando esta mente está iluminada es el
Buda; pero cuando está confusa; permanece, sin más, como la mente de los seres
sintientes.
Todos los Budas y seres sintientes no son diferentes de la Única Mente. En esta
Mente Única no hay surgimiento ni cesación, ni nombre ni forma, ni largo o corto,
ni grande o pequeño, ni tampoco existencia ni no-existencia. Ella transciende
todas las limitaciones de nombre, palabra y relatividad, y es infinita como el gran
vacío. Hacer surgir el pensamiento es erróneo, y cualquier especulación acerca de
ella con nuestras facultades ordinarias, es inaplicable, inapropiada e incorrecta.
Solo la Mente es Buda, y los Budas y los seres sintientes no son diferentes. Todos
los seres sintientes se aferran a la forma y buscan en su exterior. Usar a Buda para
buscar a Buda, así ellos usan la mente para buscar la Mente. Practicando de esta
manera, incluso hasta el final del Kalpa, ellos no obtienen frutos. Sin embargo,
cuando al pensar, la discriminación se detiene súbita o repentinamente, el Buda
aparece.
La Mente es el Buda, y el Buda no es diferente de los seres sintientes. La Mente de
los seres sintientes no disminuye; la Mente de Buda no aumenta. Así que, si uno no
tiene el entendimiento de que nuestra propia Mente es Buda, uno se apegará
simplemente a la forma de la práctica y creará incluso más ilusión. Este
acercamiento es exactamente lo opuesto a la senda de la práctica del Buda. ¡Sólo
esta Mente es el Buda! ¡Nada más lo es!
La mente es transparente, no teniendo contornos ni formas. Hacer surgir los
pensamientos y la discriminación es apegarse y dirigirse en sentido contrario al
Dharma natural. Desde tiempo sin comienzo no ha habido nunca un Buda apegado
o avaricioso. Si alguien no entiende que la mente de uno es el Buda, ningún Dharma
podrá ser obtenido.
Los Budas y los seres sintientes poseen la misma Mente fundamental, que ni mezcla
ni separa la calidad de la verdadera vacuidad. Cuando el sol brilla sobre las cuatros
direcciones, el mundo llega a iluminarse, pero la vacuidad verdadera nunca se
ilumina. Cuando el sol se pone, el mundo se oscurece, pero el vacío nunca es
oscuridad. Las regiones de oscuridad y de luz se destruyen entre ellas, pero la
naturaleza de la vacuidad es clara e imperturbable. La Mente Verdadera de ambos,
los Budas y los seres sintientes gozan de la misma naturaleza.
Si alguien piensa que Buda es puro, brillante y liberado, y que los seres sintientes
son impuros, oscuros y confundidos en el sámsara, es más, si alguien usa ese punto
de vista para practicar, entonces incluso aunque persevere durante Kalpas, como
los numerosos granos de arenas del Ganges, uno no llegará a la iluminación. Sin
embargo, lo que existe para ambos, los Budas y los seres sintientes, es la Mente
incondicional con nada que lograr. Muchos estudiantes no entienden la naturaleza
de esta Mente, y usan la Mente para crear Mente, y por lo tanto se apegan a la
forma y buscan en el exterior de ellos mismos. Sin embargo, esto es solo el
seguimiento del camino del mal y realmente no es la práctica del camino
espiritual.
Hacerle ofrendas a alguien ‘sin mente’ excede en mérito a cientos de ofrendas que
puedan hacerse con la mente. ¿Por qué es esto? Porque sin mente nosotros tenemos
al Buddha incondicionado, que ni tiene movimiento ni impedimentos. Sólo esto es
el vacío verdadero, que ni es activo ni pasivo, que no tiene forma ni lugar, ni
ganancia ni pérdida.
No hay mente que buscar en el exterior de nosotros. ¡Entendiendo que “esto es
así”, las personas despiertan inmediatamente! Muchos estudiantes del Dharma
contemporáneo no investigan sus propias mentes, sino que, en su lugar, buscan en
el exterior y se agarran a la región de las formas. Temiendo el fracaso, ellos no
pueden entrar en la en la región del Dhyana y, por lo tanto, experimentan la
inhabilidad y la frustración, regresando a buscar el entendimiento y el
conocimiento intelectuales. Por esta razón muchos estudiantes luchan por el
entendimiento doctrinal o intelectual, pero solo unos pocos obtienen el estado del
verdadero Despertar. Ellos simplemente proceden, en su error, hacia la dirección
completamente opuesta a la iluminación.
Deberíamos emular la gran tierra. Todos los Budas, Gurús, dioses y seres humanos
caminan sobre ella, pero la tierra no se regocija por eso. Cuando las ovejas, los
búfalos, las hormigas etc. transitan sobre ella, la tierra tampoco se molesta o
enfurece. Adornándola con joyas y raras fragancias, la tierra no se vuelve
avariciosa. Llevando sobre ella excrementos y olores sucios, la tierra no muestra
odio ni disgusto. La Mente incondicionada es sin-mente y está más allá de la forma.
Todos los seres sintientes y Budas no son diferentes; la Mente Perfectamente
Despierta es así. Si los estudiantes del Dharma son incapaces de desprenderse
repentinamente de la mente condicionada, y, en su lugar practican otras formas,
muchos Kalpas podrán pasar, pero todavía no habrán alcanzado la iluminación.
Porque ellos están atados por sus pensamientos, no obtienen la liberación genuina.
Este Dharma es la Mente, y fuera de la Mente no hay Dharma. Esta Mente es
Dharma, y fuera de este Dharma no hay mente. La mente-yo es la “no-mente” y
no es la no “no-mente”. ¡Exactamente eso! Despertar la mente a la “no-mente” y
ganar el entendimiento silente y repentino.
¡Rompe el camino de la palabra y destruye el lugar del pensamiento! Esta Mente
misma es la Fuente última y pura del Buda. No obstante, muchas personas, por la
ilusión y discriminación, crean muchos frutos karmáticos. El Buda original no
contiene nada.
La Verdadera Naturaleza es la Mente; la Mente es Buda, el Buda es Dharma. Uno
no debería usar la Mente para buscar la Mente, ni el Buda para buscar el Buda, ni
el Dharma para buscar el Dharma. Por lo tanto, los estudiantes del Dharma
deberían repentinamente darse cuenta de la no-mente y repentinamente lograr la
quietud y el silencio. Agitar los pensamientos es un error, pero usar la mente para
transmitir la Mente es correcto. Sean cuidadosos de no buscar fuera de ustedes
mismos. Si consideras que la Mente está fuera de ti mismo, eso es igual que
confundir un ladrón con tu propio hijo.
Desde los tiempos sin comienzo, la naturaleza del Despertar de la Mente y la
Vacuidad ha consistido en lo mismo, la no-dualidad absoluta del no-nacimiento y
de la no-muerte, de la no-existencia o la no no-existencia, de la pureza o
impureza, del movimiento o la quietud, de lo joven o lo viejo, del interior o el
exterior, de la noforma, el no-sonido y el no-color. Tampoco lucha ni busca, uno
no debería usar el intelecto para entender ni las palabras para expresar el
Despertar de la Mente. Uno no deberá pensar que esto es un lugar o una cosa, o
nombre o forma. Solo entonces se comprende que todos los Buda y seres sintientes
poseen el mismo estado natural del gran Nirvana.
Durante milenios los humanos han estado atascados en el mismo pozo de problemas
interiores sin resolver.
Todos los problemas del ser humano tienen una causa única.
Hay un secreto, un eslabón perdido, un círculo vicioso, que mantiene a los humanos
atascados en el mismo pozo de problemas sin resolver.
Es posible liberarse de todo pesar y sufrimiento y experimentar la felicidad
perfecta, absoluta, eterna e infinita aquí y ahora, en esta vida. Es posible para
todos los humanos, no solo para algunos humanos.
El problema del ego distorsionando, distrayendo y manteniendo la atención
dirigida hacia fuera, es un problema compartido por todos los humanos, no importa
el camino en el que estén. El ego tiene muchos trucos. Pensar es la herramienta
del ego. Pensar te aleja de la revelación de tu verdadero Ser. No dejes que los
argumentos del ego eviten que veas lo que está siendo enseñado. No dejes al ego
distorsionar lo que está siendo enseñado. No dejes al ego añadir nada a lo que está
siendo enseñado, porque ese es el método que usa el ego para distorsionar.
El ego es el pensamiento-yo. “Yo soy feliz”, “yo estoy triste”, “yo hice eso”, “yo
hice aquello”. Hay muchas frases que pensamos que llevan la palabra “yo” en ellas.
Ese pensamiento “yo” en cada una de esas frases es el ego. El ego es la idea de
una entidad individual separada. El ego se identifica con el cuerpo y con el
pensamiento, y llama al cuerpo y al pensamiento “yo”. El pensamiento llamándose
a sí mismo “yo” es un impostor.
El hecho de que existías antes de aprender las palabras que luego se volvieron tus
pensamientos ayuda a revelar la diferencia entre el Ser verdadero y el impostor.
Dado que existías como consciencia antes de aprender el lenguaje que produce los
pensamientos, así entonces puedes ver claramente que el pensamiento “yo” es un
impostor.
Todos los pensamientos son opuestos a tu naturaleza real.
Sabes que tus pensamientos no son parte de tu verdadera naturaleza porque
tuviste que aprenderlos.
Vivir desde el pensamiento en lugar de desde la Consciencia es la causa de todo el
sufrimiento humano. El impostor es la causa de todos los problemas humanos,
pesar y sufrimiento.
Como un ejemplo para aclararlo, puedes ver el pensamiento y la memoria como
algo parecido a un programa de computador.
Dentro del programa hay un virus. El virus se llama “pensamiento yo”.
El virus controla el programa. El pensamiento “yo” controla todo pensamiento,
también en el sentido de que controla todo el proceso de pensamiento.
El pensamiento “yo” crea un tremendo pesar y sufrimiento.
Lo que se necesita es borrar el virus que pretende ser “yo”. Lo que se necesita es
borrar el ser impostor. Cuando uno intenta borrar el virus, el virus envía multitud
de pensamientos argumentando que borrar el virus no es una buena idea. El virus
tiene muchas estrategias para preservar la ilusión de que es real y continuar con
la ilusión de que es el ser real. El ego es la causa de toda enfermedad, muerte,
guerra, miedo, ira y violencia. Los problemas interiores no pueden ser resueltos
mirando afuera. Los problemas interiores solo pueden ser resueltos mirando
dentro.
El ego sabe que, si la atención se gira al interior, se verá que el ego es un mito,
un impostor, una ilusión. Así que, debido al miedo del ego a acabar, el ego
mantiene la atención dirigida hacia fuera.
Incluso cuando hay un intento de dirigir la atención adentro, normalmente debido
a no entender el significado de “mirar hacia dentro”, la gente aún está mirando
afuera.
Los humanos casi siempre tienen dirigida su atención hacia fuera, hacia los
pensamientos, gente, lugares, cosas, etc.
Cuando un humano retira la atención de los pensamientos, cuerpo, mundo, gente,
lugares, cosas, experiencias, etc. y la lleva hacia su consciencia, en algún
momento experimentará directamente su Ser verdadero.
Crear actividades innecesarias es una forma en que el ego mantiene la atención
dirigida hacia fuera y es otro de los trucos del ego. Dejar todas las actividades
innecesarias, para crear el máximo tiempo posible para la práctica espiritual, es
una clave esencial para llevar al ego a su final definitivo. Pretender que un camino
a través del pensamiento es un camino espiritual auténtico es también uno de los
trucos del ego. Elegir la creencia en lugar de la Experiencia Directa es uno de los
trucos del ego. Malgastar el tiempo es uno de los trucos del ego. Mucha lectura,
discusión y pensamiento sobre enseñanzas espirituales es un truco del ego
también: la mayor parte de las lecturas, discusiones y pensamientos sobre.
El ego crea pensamientos sobre conceptos espirituales para evitar la práctica que
lleve al ego a su final definitivo. El ego mantiene a la gente perdida en un
inacabable laberinto de conceptos. Los conceptos espirituales no conducen a la
libertad. Solo la práctica conduce a la libertad.
El pensamiento es la principal arma que el ego usa para preservar su yo imaginario.

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