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Uribe, M. T. (2004). Las palabras de la guerra. Estudios Políticos, 25(2), 11-34.

Resumen

La tesis central de la obra muestra cómo la narrativa de la guerra contribuyó a la


construcción de nación, narrativa que aún persiste.

En Colombia se ha institucionalizado la narrativa de la guerra como algo


perpetuo. Esto se apoya en la idea de nación como comunidad imaginada
(Anderson) y en la narrativa como vehículo para mantener a lo largo de la
historia de esta comunidad un discurso coherente, en este caso el de la guerra.
Se tiene en cuenta que el lenguaje no sólo copia la realidad, sino que también la
transforma.

La narrativa de la guerra en Colombia se construyó a partir de retóricas y


poéticas (Aristóteles, Ricoeur), las cuales reconstruyen un orden (configuración)
a partir de una sucesión de hechos caóticos (prefiguración), que tiene como
destinatario un público (refiguración) que en ocasiones reconfigura tales
discursos y relatos, subsumiendo unos sobre otros.

En lo que respecta a las retóricas, emergen los macrolenguajes que contienen


las raíces filosóficas y políticas de los proyectos enfrentados más allá de lo
simplemente electoral (relativo a valores e intereses).

Así, se construye en el siglo XIX el lenguaje de la guerra, paralelo e imbricado


con el de la política. Este lenguaje intenta justificar la guerra y proscribir las
razones del enemigo; de él surgen lenguajes más puntuales como el de la
tiranía, la conspiración y la inconstitucionalidad.

El primer papel de la retórica de la guerra fue justificarla (casus belli), para lo


cual los macrolenguajes de cada bando se desplegaron mediante las
acusaciones de tiranía, conspiración e inconstitucionalidad del enemigo.

El segundo elemento de la retórica es el giro político nacional en los


acontecimientos, que quiere decir que situaciones regionales o particulares eran
transformadas en cuestiones de importancia nacional por obra del lenguaje, de
la retórica.

El tercer elemento de la retórica es el discurso de la paz, que abría el camino a


la negociación, lo que implicaba el reconocimiento del enemigo, los intereses de
la nación por encima de los de cada bando y otras concesiones que antes
parecían imposibles. Los conflictos simplemente se aplazaban hasta una guerra
siguiente, y las retóricas de la paz no trascendieron igual que las de la guerra.

En cuanto a las poéticas, se trata de representar una dramaturgia en la que a los


actores se les asigna un carácter ético, representado en el bien o el mal según el
caso. Se apela al lenguaje poético, a las metáforas y demás figuras retóricas
para construir un relato acomodado a las necesidades e intereses de quienes lo
narran. Se sigue la estructura de la tragedia, en la que el final está
predeterminado, hay unos héroes y unos villanos y el desenlace le da la razón
histórica a un grupo sobre otro.

Las poéticas aparecían tanto en la narración pasada de los acontecimientos


como en la posguerra e incluso durante el conflicto mismo. Uno de estos
elementos son las proclamas y pronunciamientos, discursos de guerra con
contenido político que llaman a la confrontación apelando a la estética y
buscando mover los sentimientos de los destinatarios.

Otros elementos son la gramática y la dramática en la guerra, que se refieren a


los acontecimientos concretos de la confrontación, cuando las razones originales
se desdibujan para dar paso a nuevas y más recientes razones para alimentar la
guerra. De esta forma, la guerra de élites deviene guerra de masas. De la
gramática se pasa a la dramática, al sensacionalismo de los acontecimientos,
pasados y presentes, que tendían un puente entre las violencias de antaño y
hogaño, haciendo de la guerra un conflicto único y sin final. Así, se construye el
relato del futuro si el enemigo triunfara, y se contribuye a recrudecer los odios y
hacer más difíciles los perdones.

La reproducción de estos odios fue posible gracias al aporte de la prensa, pero


sobre todo por el papel jugado por la oralidad. De esta forma la historia se
reescribe permanentemente. Adicional a la apelación a la sangre derramada y
los agravios, aparece el victimismo, la tendencia a aparecer como la víctima de
la violencia.

Estos tres elementos reaparecen durante las negociaciones de paz, y son caldo
de cultivo de nuevas y futuras violencias. Las guerras de hoy, en el plano
narrativo, adolecen de un empobrecimiento retórico y poético, a pesar de que las
palabras aún se utilizan con fines bélicos. A pesar de esto, es posible encontrar
en el registro narrativo lazos de continuidad o discontinuidad entre las guerras
pasadas y presentes.

Comentarios sobre el resumen

Los casos que trae la autora para explicar su tesis son casi todos del siglo XIX,
en el marco de las guerras civiles en Colombia. Sin embargo, esos mismos
elementos pueden llevarse al plano contemporáneo. Como se sabe, las guerras
civiles del siglo XIX dieron paso al bipartidismo del siglo XX y a la época de la
Violencia. Esta época a su vez generó el conflicto armado posterior, toda vez
que la negociación se dio entre élites y no incluyo, más bien excluyó, a los
sectores populares. De allí en adelante, hubo dos bandos enfrentados, con la
diferencia que uno de ellos tuvo una posición privilegiada en cuanto al ejercicio
del poder, mientras que el otro estuvo ausente de estos escenarios. Desde el
control del Estado, uno de los bandos construyó y sigue construyendo un relato
en el que el enemigo es el malo, el culpable de todo lo negativo que ocurre en el
país, y por ende se debe eliminar. La población asume esta retórica y acepta la
poética impuesta por este bando, y su exclusión política resulta siendo definitiva.

El poder de transformación de la realidad que tiene el lenguaje resulta muy


acertado, y recuerda la tesis de Austin sobre el acto de habla performativo, el
cual tan sólo con palabras construye hechos. Lo delicado es que en los casos
que expone la autora se trata de hechos de guerra, de eliminación del enemigo,
de reducción de sus posibilidades políticas, lo que por supuesto reproduce las
manifestaciones de violencia. Si bien entre los sectores políticos que componen
la élite hay diferencias y desacuerdos sobre el conflicto, uno de ellos, con mucho
arraigo popular, mantiene un discurso que encaja con los postulados de la
autora.

María Teresa Uribe también habla de la intención de proscribir las razones del
enemigo, es decir, de anularlo políticamente, de quitarle argumentos para existir
y para expresarse, en síntesis, para eliminarlo, algo que por supuesto recuerda
la tesis de la tensión amigo-enemigo de Carl Schmitt, en la que funda su
concepto de lo político. No hay posibilidad de superar la violencia, de dejar atrás
los odios ni de hacer desaparecer del imaginario popular la latencia de la guerra,
en últimas, de reconciliar al país, cuando hay sectores políticos con poder que
insisten en esta tesis.

Este artículo también permite hacer una conexión teórica con los postulados de
Foucault sobre la manera como el lenguaje desvela unas condiciones históricas
dadas, unas formaciones discursivas que sólo pueden aparecer cuando se
reúnen las condiciones para que se configuren. En este caso, las condiciones
que generan la guerra y hacen que se reproduzca son evidenciadas en
discursos, proclamas, oratorias y demás formas discursivas, todas del siglo XIX.
Para el siglo XX y lo que va del actual, dichas formas discursivas se expresan en
los medios de comunicación, las redes sociales virtuales y desde el Estado, y
demuestran que las condiciones que desencadenaron el conflicto siguen
vigentes.

En lo que respecta al empobrecimiento poético y retórico que menciona la autora


en las guerras presentes, puede haber un punto de disenso, toda vez que las
épocas simplemente son distintas; anteriormente había mayores posibilidades
de dar rienda suelta a discursos encendidos, retóricamente muy bien preparados
y cargados de figuras, también manifestación de la formación académica de
quienes los pronunciaban. No quiere decir que hoy en día esto no pueda
hacerse, sólo que la recepción de discursos semejantes sería muy reducida. El
público contemporáneo está más alejado de las letras y más cercano al
pragmatismo. De igual forma, si como dice MacLuhan, el medio es el mensaje,
los canales actuales se prestan más para el libelo directo, calumnioso y
malintencionado, que para construcciones literarias altamente complejas. Esto
también es manifestación de las rupturas históricas de que habla Foucault, en
este caso en el plano de las formas lingüísticas.

Por último, en cuanto a la pertinencia, este artículo lo es para la investigación


que pretende hacerse en la medida que está teóricamente muy próximo a los
postulados foucaultianos que se han asumido como guía teórica, en relación
principalmente con la consideración del lenguaje como elemento que construye
realidades. También resulta pertinente en cuanto revela situaciones propias de
las guerras del pasado en Colombia que son visibles en los conflictos actuales,
particularmente en lo que respecta al fenómeno y discurso paramilitar; como
puede constatarse, la desmovilización de estas estructuras no pasó de ser un
hecho mediático, mas no fáctico, y por otro lado, el discurso de un sector político
nacional sigue manteniendo con mucha fuerza las tesis de la guerra sucia, la
tensión amigo-enemigo y la eliminación de la insurgencia como excluido
indeseable y villano por antonomasia.

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