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Psicología y capitalismo en América Latina

Publicado en mayo 20, 2014


Conferencia en la Universidad La Salle. Morelia, Michoacán, martes 20 de mayo 2014.
David Pavón-Cuéllar

Estamos en el sistema capitalista. Vivimos además al sur del Río Bravo. Es aquí, en
Latinoamérica y en el capitalismo, en donde estudiamos, enseñamos o practicamos la
psicología.

Nuestra profesión de psicólogos, nos guste o no, se desarrolla en un contexto capitalista y


latinoamericano. Este contexto es decisivo para nuestra psicología, la determina y la moldea,
le da la forma que tiene para nosotros, le impone sus límites, métodos, perspectivas y
objetos. Estudiamos el psiquismo creado por el capitalismo en Latinoamérica. Y tendemos
a estudiarlo de un modo predominantemente capitalista y latinoamericano. En este sentido,
nuestra psicología es también latinoamericana y capitalista.

Por más que pretenda ser neutral y estrictamente científica, nuestra psicología es parcial y
tendenciosamente capitalista, cumple una función en el capitalismo, sirve al capital, gira en
torno al dinero capitalizado, se relaciona estrechamente con la explotación de la fuerza de
trabajo, se rentabiliza y circula, se compra con dinero para venderse a cambio de más dinero,
se negocia y se regatea en el mercado, pasa de mano en mano, se desgasta y se prostituye,
puede subsistir porque tiene un precio, porque puede pagarse y porque produce un beneficio
económico. De igual manera, por más que aspire a ser estadunidense o europea, nuestra
psicología es latinoamericana, latina, meridional, tropical, mestiza, tercermundista,
subdesarrollada, pobre, ignorada, periférica, dependiente, acomplejada, heredera del
colonialismo hispanoportugués y del neocolonialismo angloamericano.

Capitalismo en Latinoamérica

En realidad, cuando nos referimos al carácter latinoamericano de nuestra psicología, estamos


refiriéndonos también a su naturaleza capitalista. Quiero decir que el capitalismo resulta
indisociable de aquello que actualmente significa Latinoamérica para nosotros. La historia
moderna de Latinoamérica se inserta en la historia del capitalismo. La conquista española del
Nuevo Mundo fue la conquista de un botín de guerra para el mercantilismo capitalista del
siglo XVI. Los banqueros de los Países Bajos, el centro del capitalismo en los siglos XVI y
XVII, fueron los principales beneficiarios de la colonización de América.

El colonialismo, tal como lo conocimos en Latinoamérica, fue un momento del capitalismo


global. Los ávidos conquistadores vinieron fundamentalmente a enriquecerse, a hacer
negocios, a explotar minas de oro y plata, cañaverales, cultivos de café y chocolate, maderas
preciosas y especialmente fuerza de trabajo. Y de paso violaron a las mujeres indígenas, a las
tatatarabuelas de muchos de nosotros. El mestizaje que nos hace ser lo que somos, esa
violación masiva y sistemática de la que provenimos, no fue más que un efecto colateral del
saqueo de nuestras riquezas naturales por el ávido colonialismo capitalista europeo. El
capitalismo está entonces en el origen mismo de lo que somos, en el núcleo de nuestra vida
psíquica, en el centro de nuestra identidad y personalidad. Podemos vernos como criaturas
del capitalismo, a veces residuos o escorias desechadas por la producción capitalista, otras
veces productos explotables como trabajadores o consumidores.

Después de los tiempos coloniales, el capitalismo siguió moldeando nuestra historia, nuestra
sociedad y nuestra individualidad. Tan sólo nos liberamos del capitalismo colonial
hispanoportugués, el de los conquistadores y encomenderos, para caer en el capitalismo
neocolonial angloamericano, el de los piratas y los empresarios, las franquicias y las
maquiladoras. Aprendimos a ser país tercermundista, colonia del capitalismo industrial y
financiero, después de haber aprendido a ser colonia del mercantilismo capitalista. Tras la
explotación en las encomiendas, tuvimos que resignarnos a la explotación en las
transnacionales.

Evidentemente hubo países que no quisieron aceptar su condición de esclavos del capitalismo
neocolonial, como Guatemala en los años cincuenta, Brasil en los sesenta, o Chile en los
setenta, por citar los casos más conocidos. Sin embargo, como bien sabemos, esos países
fueron duramente castigados por haberse atrevido a liberar a sus poblaciones de la
explotación capitalista. Guatemala en 1954, Brasil en 1964 y Chile en 1973, sufrieron
sangrientos golpes de estado con los que se instauraron dictaduras apoyadas por un
capitalismo salvaje y sumamente violento que ahora tenía su centro de gravedad en los
Estados Unidos y en Wall Street. Una compañía estadunidense, la United Fruit Company,
acaba con la democracia, la libertad y la justicia en Guatemala, y sume a este país en una
interminable guerra civil que lo ensangrienta y empobrece. Otra empresa de Estados Unidos,
la Hanna Mining Corporation, acaba con el régimen social y popular brasileño que no le
quiere entregar las reservas de hierro en bandeja de plata. Otras empresas mineras de nuestro
vecino del norte, apoyadas teóricamente por el profesor Milton Friedman de la Universidad
de Chicago, se ocuparán de acabar con el pacífico socialismo chileno e instaurar un violento
capitalismo neoliberal que asesina y tortura sin piedad a miles de personas.

Psiquismo y capitalismo

Tanto en las dictaduras del siglo XX como en el colonialismo de los siglos anteriores, el
capitalismo nos ha dominado mediante el terror, con baños de sangre, con torturas y
violaciones, con las armas, primero con espadas y arcabuces, luego con granadas y
metralletas. Esta violencia inherente al capitalismo es la misma que vemos operar en el
crimen organizado, en el cual, lo mismo que en cualquier otro sector de la economía
capitalista, lo importante es la ganancia y el enriquecimiento. Es por dinero, siempre por
dinero, que se mata, se tortura y se mutila. Y toda esta violencia capitalista, sobra decirlo,
tiene efectos decisivos en nuestro psiquismo.
Todo lo que somos y hacemos en el plano psíquico, todo lo que estudiamos en la psicología,
todo esto ha sido influido por la violencia capitalista del crimen organizado que nos rodea en
la actualidad, así como también por la pasada violencia colonial o dictatorial del mismo
capitalismo. Pero el sistema capitalista no sólo ha incidido en nuestro psiquismo a través de
la violencia directa, sino también a través de la violencia indirecta, estructural, que se ejerce
constantemente a través de la explotación en el trabajo, la manipulación en la publicidad, la
enajenación que nos hace buscar nuestro propio ser en el tener, la prostitución de las
relaciones interhumanas reducidas a relaciones económicas interesadas, la humillación de los
pobres y tercermundistas como nosotros los latinoamericanos, y evidentemente la
degradación humana en todos los sentidos, la miseria material y espiritual del hombre, la
pobreza y la ignorancia en la que nos hunde el capitalismo para poder abaratar nuestra fuerza
de trabajo y así pagarnos menos y explotarnos mejor. Todo esto nos constituye
psicológicamente. Nuestro psiquismo es efecto de la violencia capitalista que nos degrada,
nos humilla, nos prostituye, nos enajena, nos manipula y nos explota de un modo específico
en nuestra particular condición de latinoamericanos.

La experiencia latinoamericana del capitalismo incide en todo aquello que encontramos en


la psicología, en el comportamiento que estudian los conductistas, en la mente y el
procesamiento de la información que enfatizan los cognitivistas, en el inconsciente de los
psicoanalistas, y en las interacciones, los estilos relacionales y los patrones de comunicación
de los psicólogos sociales y sistémicos. Nuestra psicología indaga y trata los efectos del
capitalismo en el psiquismo de los latinoamericanos. En cierto modo, al igual que los
economistas, estudiamos el capitalismo, pero no lo estudiamos en su funcionamiento
económico externo, sino en los sujetos, en su alma, en la interioridad de sus pensamientos y
sentimientos, aunque también en la exterioridad de sus comportamientos, de sus relaciones e
interacciones, y del mundo social en el que habitan. En todos los casos, nos ocupamos del
sistema capitalista. Casi podemos decir que el capitalismo es el objeto de la psicología, que
la psicología es una capitología, lo mismo que la economía, la sociología, la pedagogía o
cualquier otra ciencia humana y social que se desarrolla en el capitalismo y que sólo puede
estudiar fracciones de un sistema capitalista que lo absorbe todo, lo abarca todo, lo es todo.

Conciencia y eficacia

Lo extraño no es que los psicólogos estudien el capitalismo en Latinoamérica, sino que


desconozcan u olviden que lo estudian. ¿Cómo explicar esta ignorancia o inconsciencia o
falta de memoria o lo que sea? ¿Cómo entender que el capitalismo, que impregna y
constituye todo nuestro psiquismo, les pase desapercibido a los psicólogos? ¿Cómo puede
ser posible que no consigan ver lo que no dejan de estudiar?

Pienso que la ceguera de los psicólogos se explica por dos circunstancias fundamentales. En
primer lugar, como el capitalismo lo empapa todo, lo colorea y lo conforma todo en el
psiquismo, termina confundiéndose con todo hasta el punto de camuflarse, volverse invisible,
resultando prácticamente imposible discernirlo al diferenciarlo de lo que no es él. En segundo
lugar, debemos considerar que la psicología, tal como la conocemos, también forma parte del
capitalismo, es una pieza del sistema capitalista, y por lo tanto, estando adentro del
capitalismo, no puede verlo desde afuera. Podemos recurrir a la conocida metáfora del bosque
y decir que la psicología está dentro del bosque, pero no puede ver el bosque, no puede ver
el capitalismo, sino solamente los árboles del bosque, las piezas del sistema capitalista.

Sería más exacto decir que la psicología no suele ver el capitalismo porque verlo significa
verse a sí misma, relacionarse reflexivamente consigo misma, ser autoconsciente, y esto,
como ustedes bien lo saben, es un grado superior de conocimiento que sólo se alcanza con el
tiempo, ya que resulta muy difícil y requiere de un gran esfuerzo, el de encorvarse, arquearse
al volverse hacia uno mismo. Este ejercicio acrobático no es habitual en los psicólogos y
mucho menos en los de Latinoamérica. Sin embargo, cuando los psicólogos se molestan en
pensar un poco en lo que hacen y se ubican así en lo que ahora se llama la “psicología teórica”
o “crítica”, entonces, de pronto, como era de esperar, descubren el capitalismo en toda su
psicología: en sus teorías y sus conceptos, en sus métodos y sus objetos, en su mirada y en lo
que miran. Y se percatan simultáneamente de algo muy importante que podría explicar
también la invisibilidad del capitalismo para los psicólogos. Se dan cuenta de que el
capitalismo funciona mejor cuando pasa desapercibido, cuando la psicología y sus demás
dispositivos no toman conciencia de él, no se distraen con él, sino que se concentran en
cumplir su función dentro del sistema. Esto es crucial para el capitalismo y tiene que ver con
la división del trabajo. El proceso total se descompone en una infinidad de pequeñas tareas
encomendadas a pequeños individuos que hacen tanto mejor lo que hacen cuanto menos
saben lo que hacen.

La psicología más eficaz es también la más ciega, la más inconsciente de la totalidad, la más
concentrada en sus tareas específicas: aplicar pruebas, hacer diagnósticos, diseñar
tratamientos eficaces, intervenciones eficaces, dinámicas eficaces. ¿Pero eficaces para qué o
con qué propósito? Las respuestas que podamos dar a esta pregunta nos pueden servir para
distinguir las diferentes funciones de la psicología en el sistema capitalista.

Tres funciones de la psicología en el capitalismo: el caso latinoamericano

Al ser eficaz para llenar de dinero los bolsillos del psicólogo, la psicología es una mercancía
que se vende para producir una ganancia. El psicólogo vende el valor de uso de su saber y
de su fuerza de trabajo, y obtiene a cambio el importe pagado por el paciente, es decir, el
valor de cambio de su psicología. Con su valor de cambio y su valor de uso, con su precio y
su utilidad, la psicología es una mercancía como cualquier otra y debe publicitarse como
cualquier otra. Obedece a las reglas de la oferta y la demanda, se le publicita y se le consume,
y prospera gracias a al consumismo generalizado. En Latinoamérica, este consumismo suele
ser un lujo que no pueden ofrecerse las mayorías populares. Los más pobres deben privarse
de muchas mercancías relativamente superfluas, como es el caso de la psicología. Nuestra
profesión, en tanto que mercancía, es un lujo que sólo pueden ofrecerse quienes pueden
pagarlo.

Nuestra psicología es entonces una mercancía y cumple con la función lucrativa de cualquier
otra mercancía en el sistema capitalista. Sin embargo, como prácticamente cualquier otra
mercancía, la psicología tiene una composición ideológica por la que puede cumplir otras
funciones en el sistema. Una de estas funciones es la cegadora, mistificadora,
individualizadora, psicologizadora. Digamos que la mencionada ceguera de la psicología, su
inconsciencia con respecto al capitalismo, tiene que ser compartida por los sujetos que
reciben un tratamiento psicológico o psicoterapéutico. Para pagarle al psicólogo, estos
sujetos deben ignorar el sustrato capitalista de lo que les ocurre, la causalidad
socioeconómica de sus problemas, y deben imaginar que estos problemas son estrictamente
psíquicos, individuales, personales, mentales o emocionales. Tan sólo así, a través de esta
mistificación y psicologización, puede justificarse que los consumidores gasten su dinero
para comprar una mercancía como la psicología, la cual, si tiene un valor de uso, es
principalmente el de solucionar problemas estrictamente psíquicos. Y es verdad que la
psicología puede llegar a dar una cierta solución de estos problemas, pero al hacerlo, sobra
decirlo, no soluciona el mal capitalista, sino sólo algunas de sus manifestaciones
sintomáticas. Esto no sólo permite que el sujeto pueda seguir soportando el capitalismo, sino
que verifique o confirme el carácter psíquico de sus problemas. Si la psicología los resolvió,
esto quiere decir que se trataba efectivamente de problemas psíquicos. El sujeto se los
atribuye y se acusa de aquello de lo que es responsable el capitalismo.

La psicología servirá para que muchos latinoamericanos, por ejemplo, se responsabilicen a


sí mismos de un sentimiento de inferioridad e incapacidad producido y reproducido por
cinco siglos de humillación capitalista colonial y neocolonial. En lugar de luchar contra el
capitalismo que los ha humillado, rebajado y degradado, nuestros latinoamericanos, gracias
al psicólogo, creerán confirmar que son los únicos responsables de todo lo que les ocurre y
se convencerán de que hacen lo correcto al seguir luchando contra sí mismos, como lo han
hecho desde hace quinientos años. Continuarán intentando cambiarse a sí mismos en lugar
de cambiar al mundo que los desprecia y los oprime. En lugar de sublevarse contra los
verdaderos responsables de su sentimiento de inferioridad e incapacidad, habrán de
sublevarse contra sí mismos e intentarán transformarse a sí mismos, tal como se los
recomienda la psicología.

Con el apoyo del psicólogo, los sujetos aceptarán lo inaceptable, se adaptarán a lo que no
deberían adaptarse, al capitalismo que los ha rebajado y degradado para convertirlos en
fuerza de trabajo dócil y barata. Llegamos aquí a una tercera función de la psicología en el
capitalismo. Además de su función lucrativa como mercancía y de su función mistificadora
como ideología, la psicología tiene también, como disciplina, la función disciplinaria de
subyugarnos, amansarnos, domarnos, domesticarnos y volvernos dóciles y tolerantes. La
disciplina psicológica puede cumplir así también con el propósito colonial y neocolonial de
mantener a los latinoamericanos sometidos e impedir su liberación.

Desde luego que nuestra psicología podría ser diferente y contribuir a nuestra liberación en
lugar de hacer todo para impedirla. Sin embargo, para que esto fuera posible, la psicología
debería ser muy diferente de lo que es actualmente. Ignacio Martín-Baró tenía mucha razón
al decir que nuestra psicología debería liberarse de sí misma, de todo lo que ha sido hasta
ahora, para poder convertirse en una psicología de la liberación, una psicología liberadora y
no esclavizadora, subversiva y no adaptativa, emancipadora y no colonizadora.

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