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5- EL EGO CRECE Y SE ALIMENTA CON LA IDENTIFICACIÓN Y LA ILUSIÓN DE

PROPIEDAD. Al enseñar el lenguaje materno se enseña la posesión, la ilusión de la propiedad, al


identificarse con los objetos y, a su vez, con los pensamientos y sentimientos que uno experimenta
como si las palabras representaran las cosas y “mis” pensamientos o “mis” sentimientos lo que yo
realmente soy. Y es así como, condicionado por su memoria reciente y por su forma de relacionarse
con las cosas y las personas, el niño llora con profundo desconsuelo porque le han quitado “su”
juguete. Pero el juguete es un contenido intercambiable por cualquier otra forma con el que se
identifique. Condicionado también por el entorno, la educación y la cultura que le rodea, no importa
si es un lápiz o un complejo aparato electrónico: no habrá diferencia en el sufrimiento. El contenido
cambia pero la estructura (“mío”, “mi”) es la misma: la compulsión inconsciente a realzar la
identidad propia mediante la asociación con un objeto, que acaba considerando erróneamente de su
propiedad, parte esencial de su ser. Mi juguete se convertirá en mi cuerpo, mi ropa, mis cosas, mi
casa, mi coche, mi trabajo, mis hijos, mi marido y mi mujer… Al enseñarme a encontrarme en las
cosas del mundo, acabo perdiéndome en ellas pues mi ego nunca se llegará a sentir satisfecho del
todo. ¿Por qué? ¿Y qué pasa cuando pierdo esa cosa o persona con la que me he identificado en “mi
vida” durante tanto tiempo? Bueno, todas las formas son perecederas e impermanentes. Nada, pues,
“me” pertenece: es obvio que cuando muero, nada de todas esas cosas “me” llevo. La pregunta es
obvia: ¿“me” llevo algo cuando muero? Esto es, ¿existe “algo” imperecedero? El opuesto a la
muerte no es la vida sino el nacimiento… Sólo lo que no nace, no puede morir pues. ¿Vida? ¿Ser?

6- EL EGO CREA APEGO Y CON ELLO SUFRIMIENTO: En definitiva, ¿qué significa “poseer”
algo? ¿Hacer algo “mío”? A los nativos norteamericanos les resultaba incomprensible el concepto
de “propiedad privada”. Sentían que ellos pertenecían a la tierra y no al revés. ¿Por qué nos cuesta
tanto asumir que en la medida que posees eres poseído? Parece obvio. Sea como fuere, y aunque la
estructura de identificación sea la misma, el contenido, con qué te identificas, varía según las
personas, la edad, el sexo, los ingresos, la clase social, la cultura y la educación en general. Con la
publicidad compramos cosas que en realidad no necesitamos, a menudo para realzar nuestro sentido
del yo. Con este artículo –paradójicamente- serás más tú mismo y destacarás entre la multitud,
aparentarás ser más joven, más atractivo, etc…. El supuesto previo necesario es: no eres feliz sin
esto. Al comprar ese producto te vuelves como esa persona famosa, te identificas con esa imagen
que te venden, con esa ilusión… La suposición es absurda, pero a nuestro ego no le importa. En
realidad las marcas son como un realzador del “pequeño yo”, identidades colectivas a las que te
incorporas pagando. Cuánto más cara, más exclusiva. Así tu “pequeño yo” crece y se cree “mejor”
pero a costa de acumular más y más, de crear distancia con los otros; en definitiva, de repartir
desproporcionadamente los recursos. La pequeñez de tu ego provoca así más y más sufrimiento.
Vemos así como la idea de tener algo, el concepto de propiedad, es una ficción creada por el ego
para darse solidez y permanencia, para hacerse notar y sentirse diferente, especial: para hacer
soportable su insoportable levedad…El criterio es entonces claro: más y más cosas querrás tener
cuanto más poco seas, o mejor, cuanto más miedo tengas. Podemos valorar y apreciar las cosas,
pero cuando nos aferramos a ellas, ese mismo apego y el miedo a perderlas del ego, de hecho nos
impide disfrutarlas plenamente. Entonces, ¿cómo librarse del apego a las cosas? No se puede, ni lo
intentes. El apego de las cosas desaparece cuando ya no intentas encontrarte a ti mismo en ellas.
Mientras, basta con que seas lo más consciente de ello. Puede que no sepas que estés apegado a
alguna cosa hasta que la pierdes o existe el peligro de perderla. Si entonces te irritas, o sólo ya de
pensarlo te angustias, es que estás apegado. El sufrimiento (psicológico) se adelanta así al dolor
(físico) y lo multiplica… ¿Y por qué no sabemos bien lo que tenemos hasta que lo perdemos?

7- PERO ENTONCES, ¿POR QUÉ EL EGO SE SIENTE SIEMPRE INSATISFECHO? Porque el


ego es codicioso y siempre quiere más. El ego nunca se siente del todo satisfecho y tampoco por
mucho tiempo. Su sensación de insatisfacción es crónica, casi permanente. Si piensa “no es
bastante”, “todavía no tengo suficiente” es porque se agobia pensando de sí mismo "no soy
bastante”, “todavía no soy suficiente”. De hecho, el ego está obsesionado con la idea de escasez,
que es la creencia con la que crece desde su origen. Para el ego dar cualquier cosa significa tener
que privarse de ella. Así que acumula sin parar. Su única medida de progreso, su única forma de
confirmar su existencia es siempre querer más, un crecimiento infinito, como una célula cancerosa,
cuyo único objetivo es multiplicarse, inconsciente de que está provocando su propio fin al destruir
el organismo del que forma parte. En realidad nuestro ego no soporta la levedad de su pequeña
existencia ilusoria, una identidad tan precaria, superficial y efímera. Y así nos va. Acumulamos
objetos que no usamos, compramos artículos que no necesitamos sin darnos cuenta que nuestra
valía es muy poca si depende de lo que tenemos. “Tengo, luego soy” –dice el ego. Pero no es lo que
tengo, es lo que soy. En realidad cuanto más tenemos, menos somos. Aquí más es menos y menos es
más. Si no podemos ser feliz con lo que tenemos ahora, tampoco lo seremos cuando consigamos lo
que nos falta. De hecho, a veces, renunciar a cosas es un acto de mucho más poder que defenderlas
o aferrarse a ellas. Jesús ya dijo: “Si alguien te quita tu camisa, deja que se lleve también tu capa”…
Observa a un moribundo y aprende para cuando seas tú al que le ronde la muerte. En esos
momentos, todo concepto de propiedad se revela como lo que es: absurdo. Entonces, ¿para qué ser
camello, para qué cargar tanto la mochila? ¿Para andar encorvado? ¿No es mejor andar “ligero de
equipaje como los hijos de la mar”? Bueno, ¿y tú cuánta ropa tienes en el armario que no te pones
ya? ¿Y tienes cosas que te hacen sentir superior o importante? ¿Las exhibes o las mencionas como
de pasada? ¿Y qué pasa si las pierdes o alguien te las roba? ¿Montas un drama? ¿Te has sentido
alguna vez resentido o irritado cuando alguien tiene más que tú? ¿Y no te alegras del mal de tu
enemigo? No existe la “envidia sana”. ¿Has usado esta expresión alguna vez?

8- EL EGO QUIERE DESEAR MÁS QUE TENER. El ego jamás puede estar en paz porque
depende de los deseos y éstos son infinitos y, además, cambian constantemente. Algo que una vez
se deseó se puede volver indeseable. Agrandar un ego es aumentar la ansiedad… La obsesión de ir
de compras en nuestra sociedad de consumo se explica en parte porque cada vez nos sentimos más
vacíos por dentro: anhelamos nuestro ser, cada vez más a medida que pasa la vida. Con el tiempo y
la experiencia nos vamos dando cada vez más cuenta que la satisfacción del ego, por su propia
naturaleza y su identificación con el deseo que sólo desea desear y no realmente tener el objeto de
deseo, es siempre parcial y pasajera. La insuficiente satisfacción de tener siempre es sustituida por
más deseos pues desear mantiene vivo al ego mucho más que tener, al ser los deseos infinitos y las
propiedades no. La necesidad psicológica de tener más se convierte con los deseos en un hambre
insaciable, una necesidad adictiva que se superpone a las verdaderas necesidades físicas, como en la
bulimia donde el hambre del ego se pone por encima del hambre del cuerpo. Una especie de deseo
intenso sin objetivo específico se da con frecuencia en el ego en desarrollo de los adolescentes,
muchos de los cuales están como en un estado permanente de insatisfacción y negatividad. Al final
uno ya no sabe ni lo que quiere, excepto que no quiere lo que hay. El resultado de esto: indecisión,
inquietud, insatisfacción, insomnio, angustia, depresión; en definitiva, más y más sufrimiento…

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