El vuelo. El vuelo comienza en un momento y termina en otro, describiendo una
delgada línea libre, incapturable. Una cuerda que oscila en crecidas dimensiones, de una orilla a la otra. Dentro de un horno se ve esto más seco. Ya con la forma dada, la arcilla era un modelo casi estático. Un coloso del fuego lento. Si uno quisiera trazar con una pluma la parábola que un pájaro dibuja sobre el aire, podría salir mal, pero al instante probaría de nuevo. Con arcilla, en cambio, podría corregir cuantas veces quisiera sobre el primero. Pero no sería ya un pájaro, sino quizás un momento. Aquel momento de resumir cuentas. De envolver un montón de sueños con papel de regalo opaco. Como una serie de fotos de postal, y en cada una, habría un pájaro, volando un poquito delante del anterior. Sergio era artesano, hacia ya una vida, y las últimas décadas se había dedicado, más que nada, al vuelo de los pájaros. Había tallado vuelos en madera de pino chileno y brasilero, en roble, en caoba y en cedro. También había probado con alambre cubierto de yeso, con bronce, con hierro, y más suave, con aluminio. Pero sin duda su favorita era la arcilla. - ¿Cuanto sale este rascador?- pregunto una turista de muslos quemados, que no había notado la etiqueta artesanal con el dibujo de un pájaro y la leyenda: Vuelo de un aguilucho. - ¡Ah! ¡Ese no es un rascador!- dijo Sergio, levantando una sonrisa- Ese es un aguilucho joven planeando rápido de una copa a otra, con una pequeña vueltita antes de aterrizar. Esta hecho de arcilla- - Ah… si… pero ¿Cuánto cuesta?- - Cinco pesitos- Asintió el artesano. - Acá tiene- dijo simpática estirando un billete, y se fue frotando el vuelo de arcilla contra su espalda. La hija grande de Sergio guardo el billete, lo miro a su papá contenta y dijo- ¡Los de arcilla se van volando!-