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LA INSÓLITA GUERRA QUE ME HIZO RENACER


JUAN DIEGO CARVAJAL RAMIREZ- COLEGIO SEMINARIO DIOCESANO DE DUITAMA-
CATEGORIA CUENTO INFANTIL Y JUVENIL COMFABOY

Ahí estaba yo, un soldado más en una lucha sanguinaria y sin sentido contra los
americanos; nací en España, vine en un barco a América para reforzar este territorio
militarmente. Todo comenzó un día normal, era mercado en Santafé de Bogotá
cuando un grupo de revoltosos prendió la chispa de ese sentimiento revolucionario de
querer ser libres en América; en la revuelta de ese 20 de julio de 1810 perdIeron la
vida dos de mis amigos que hacían guardia conmigo; justamente en mi primer día de
servicio, tuve que huir a España acompañando al Virrey fugitivo, pero en mi corazón
había un sentimiento de querer regresar algún día a cobrar venganza contra esos
americanos.

A mi regreso a Europa, serví a las tropas de su Majestad luchando contra el ejército


de Napoleón, fui buen combatiente y me gané el aprecio y la confianza de mis
superiores. Mi general Morillo reconquistó la Nueva Granada para España y castigó a
muchos de los insurrectos fusilándolos en el paredón, castigo más que merecido para
los traidores de su Majestad. Una vez consolidado el control del virreinato, fui enviado
nuevamente a Santafé de Bogotá, ahora con el grado de Teniente para apoyar a las
tropas de su Majestad al mando de mi General Barreiro. La misión: exterminar una
nueva chispa revolucionaria comandada por un hombre llamado Simón Bolivar, quien
había iniciado un movimiento en los llanos orientales con un grupo de llaneros y se
encaminaba por la cordillera de los andes hacia Santafé de Bogotá. Había pasado por
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el páramo de Pisba y había llegado a tierras boyacenses con su grupo de bandoleros


totalmente diezmado, muchos murieron por el frio.

Llegaron noticias de que Bolivar estaba reclutando campesinos para dirigirse a


Santafé; así que mi General Barreiro organizó la tropa y nos encaminamos hacia
Boyacá para acabar con ellos. Yo iba al mando de una compañía; sabíamos que los
británicos se habían unido a los rebeldes y los estaban apoyando; por fin tendría la
oportunidad de vengarme de los americanos por la muerte de mis amigos y de tantos
españoles.

Sucedió que en la batalla en el pantano de Vargas los americanos obtuvieron la


victoria; justo cuando los teníamos sometidos vino una arremetida de bandidos sin
camisa con sus caballos; perdimos muchas tropas, otros quedaron heridos, mi
General Barreiro tuvo que dar la orden de retirada. Las tropas y los heridos nos
refugiamos cerca de Tunja, mientras Bolivar lo hizo en Duitama. En esta horrible
guerra sabía que solo habían muertos por parte y parte; un puñado de hombres
desertaron del ejército de su Majestad y fueron capturados y asesinados por traición;
esta decisión de mi General me desconsertó, no entendía como podía fusilar a
quienes se estaban sacrificando por España. Le pregunté la razón a mi General y me
dijo que había que ser cruel para mantener el orden y la disciplina en las tropas y que
si yo estaba pensando en ser traidor también me fusilaría, me dijo que lo primero era
el honor, hasta dar la vida por su Majestad. Con mucho dolor tuve que enterrar los
cuerpos de mis compañeros fusilados.

Al día siguiente cuando buscaba plantas medicinales y vendas para curar a los
heridos, me encontré con una mujer campesina, entablamos una conversación franca
y abierta; le dije que era un oficial del ejército de su Majestad y que debía ayudarme;
me sorprendió su respuesta negativa y su tono altanero; me dijo que no me ayudaría
porque nosotros los españoles les habíamos causado mucho sufrimiento, dolor y
muerte; habíamos invadido sus tierras y nos habíamos apropiado de todo haciéndolos
esclavos de un Rey que no conocian y a quien odiaban; les habiamos impuesto
nuestras costumbres y nuestros dioses y además les habíamos impuesto tributos por
productos que ellos mismos producían; los habíamos vuelto esclavos cuando ellos
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eran libres en su tierra. Después se dio media vuelta y se alejó. Tanta sinceridad me
dejó sin palabras y con muchas ideas dando vueltas en mi cabeza; por primera vez
sentí en mi corazón que las víctimas eran los americanos y que nosotros los
españoles eramos los invasores. Pero yo había jurado lealtad a su Majestad y
obediencia a mis superiores.

Nos encaminamos por orden de mi General Barreiro hacia Santafé para buscar
refuerzos y para reorganizar las tropas, pero fuimos interceptados por Bolivar en un
sitio llamado puente de Boyacá; allí fuimos sometidos con facilidad; ante la derrota mi
General Barreiro emprendió la huida; yo le grité que no huyera, que él me había
enseñado que primero estaba el honor y que había de llevarlo hasta dar al vida por su
Majestad; pero su respuesta fue que a él no le importaban esas cosas y salió
corriendo y se refugió detrás de unas piedras en la zona. Ante esta respuesta mis
dudas se terminaron de aclarar, comprendí que la guerra era algo inhumano, que la
causa de los patriotas era justa y que mi lealtad a su Majestad no tenía ningún
sentido. Entonces me rendí ante las tropas de Bolivar.

Al momento vi cómo un niño con una lanza traía a mi General Barreiro y se lo


presentaba a Bolivar; el niño contó que ese español le había ofrecido una bolsa de
dinero para que lo dejara ir, pero que se había negado; Bolivar comprendió de
inmediato de quién se trataba; escuché cuando Bolivar dijo: “muy bien Pedro
Pascasio, eres un pequeño héroe”, después le prometió una recompensa. Entonces
comprendí que ese pequeño había hecho el gesto más valiente y leal que cualquier
soldado pudiera hacer en batalla; aprendí de este pequeño cuál era la verdadera
lealtad.

Hoy, gracias al diálogo con esta campesina sincera que me hizo ver que estaba en el
bando equivocado y a este niño que me enseñó el verdadero sentido de la lealtad,
espero en la prisión a que el General Bolivar me otorgue el perdón; deseo una
segunda oportunidad y vivir el resto de mis días en tierras americanas, trabajando por
la causa de los patriotas.

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