Professional Documents
Culture Documents
Ahí estaba yo, un soldado más en una lucha sanguinaria y sin sentido contra los
americanos; nací en España, vine en un barco a América para reforzar este territorio
militarmente. Todo comenzó un día normal, era mercado en Santafé de Bogotá
cuando un grupo de revoltosos prendió la chispa de ese sentimiento revolucionario de
querer ser libres en América; en la revuelta de ese 20 de julio de 1810 perdIeron la
vida dos de mis amigos que hacían guardia conmigo; justamente en mi primer día de
servicio, tuve que huir a España acompañando al Virrey fugitivo, pero en mi corazón
había un sentimiento de querer regresar algún día a cobrar venganza contra esos
americanos.
Al día siguiente cuando buscaba plantas medicinales y vendas para curar a los
heridos, me encontré con una mujer campesina, entablamos una conversación franca
y abierta; le dije que era un oficial del ejército de su Majestad y que debía ayudarme;
me sorprendió su respuesta negativa y su tono altanero; me dijo que no me ayudaría
porque nosotros los españoles les habíamos causado mucho sufrimiento, dolor y
muerte; habíamos invadido sus tierras y nos habíamos apropiado de todo haciéndolos
esclavos de un Rey que no conocian y a quien odiaban; les habiamos impuesto
nuestras costumbres y nuestros dioses y además les habíamos impuesto tributos por
productos que ellos mismos producían; los habíamos vuelto esclavos cuando ellos
3
eran libres en su tierra. Después se dio media vuelta y se alejó. Tanta sinceridad me
dejó sin palabras y con muchas ideas dando vueltas en mi cabeza; por primera vez
sentí en mi corazón que las víctimas eran los americanos y que nosotros los
españoles eramos los invasores. Pero yo había jurado lealtad a su Majestad y
obediencia a mis superiores.
Nos encaminamos por orden de mi General Barreiro hacia Santafé para buscar
refuerzos y para reorganizar las tropas, pero fuimos interceptados por Bolivar en un
sitio llamado puente de Boyacá; allí fuimos sometidos con facilidad; ante la derrota mi
General Barreiro emprendió la huida; yo le grité que no huyera, que él me había
enseñado que primero estaba el honor y que había de llevarlo hasta dar al vida por su
Majestad; pero su respuesta fue que a él no le importaban esas cosas y salió
corriendo y se refugió detrás de unas piedras en la zona. Ante esta respuesta mis
dudas se terminaron de aclarar, comprendí que la guerra era algo inhumano, que la
causa de los patriotas era justa y que mi lealtad a su Majestad no tenía ningún
sentido. Entonces me rendí ante las tropas de Bolivar.
Hoy, gracias al diálogo con esta campesina sincera que me hizo ver que estaba en el
bando equivocado y a este niño que me enseñó el verdadero sentido de la lealtad,
espero en la prisión a que el General Bolivar me otorgue el perdón; deseo una
segunda oportunidad y vivir el resto de mis días en tierras americanas, trabajando por
la causa de los patriotas.