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No hay tarea más difícil que escribir con coherencia, sobre un tema tan complejo, y a la
vez tan fascinante como la filosofía; ciencia, que hace parte imprescindible de todas las
áreas de nuestra vida, especialmente, cuando decidimos adentrarnos en el estudio del
derecho. Vale la pena plantear preguntas a diario e ir en búsqueda de sus respuestas.
Vale la pena pensar, porque como diría Descartes, «cogito, ergo sum» (»pienso, luego
existo»), siendo éste el único camino que nos permitirá alcanzar la mayoría de edad, tan
reclamada por Emmanuel Kant.
Cómo empezar a hablar de filosofía sin tener conocimiento de lo que significa. Pues bien,
la palabra filosofía proviene de dos raíces griegas: philos amigo, amante y sophía
sabiduría, motivo por el cual, usualmente, ha sido traducida como «amor al saber». Y
cuál es su origen, pues podría decirse que surgió como respuesta a la necesidad del
hombre por entender y explicar al ser humano, y su comportamiento individual y social.
Y a la curiosidad del hombre por conocer el sentido último de todo lo que existe.
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Rene Descartes.
Así, en la historia empezaron a aparecer esos hombres curiosos por el saber, esos
hombres obstinados en explicar el sentido de cada acontecimiento natural, y de
solucionar cada uno de sus cuestionamientos. Emergiendo de diferentes clases y grupos
sociales los primeros nombres, que perduran en la historia, Sócrates, Aristóteles, Platón,
Ulpiano, Descartes, Kant, Hegel, Radbruch, Kelsen, Rawis, son apenas unos de esos
ilustrados, a quienes debemos grandes teorías que buscan responder grandes
problemas, con diferentes salidas.
No cabe duda, que aún somos menores de edad, tal vez, por temor a incurrir en errores;
tal vez, por desinterés para buscar una solución original a los problemas que suscitan en
el diario vivir; tal vez, en búsqueda de satisfacer necesidades primarias, sin plantearnos
cuestionamientos serios; y tal vez, y quizás más probable, porque como decía Emmanuel
Kant – es muy cómodo permanecer en la minoría de edad-. Minoría que no pudo
describirse mejor, pues representa, sin duda alguna, -mi incapacidad de valerme de mi
propio entendimiento-, sin requerir la guía de otro. Entendiendo que soy capaz de crear,
de construir, de crecer por mí misma, y de aportar al mundo que se supone, heredara mi
hijo.
Debo admitir con vergüenza, que yo hago parte de ese grupo de personas, que durante
años ha decidido permanecer en la minoría de edad, y sólo hasta ahora, reflexione al
respecto, y vi la necesidad de liberarme, de salir de mi culpable minoría de edad, de
ilustrarme. Dios me dotó de todas y cada una de las cualidades del ser humano, y tengo
las condiciones físicas y mentales para adquirir esa ilustración.
En ese camino, empiezan a tener verdadera importancia temas que han sido y
continuaran siendo, esenciales para la resolución de conflictos, y la búsqueda de normas
estables, capaces de regular las relaciones sociales, y de crear en el hombre la necesidad
de respetar los derechos ajenos, limitando los propios. Entonces aparece la moral, que
más allá del sentido religioso y clasista que la caracterizó en épocas anteriores,
representa el adecuado comportamiento del ser humano, es decir; los actos buenos o
malos del comportamiento según la costumbre, transmitidos en el tiempo, a través de los
diferentes sistemas sociales.
Refulge aquí la importancia de la tesis de Hanna Arendt, quien sostuvo que la ley moral,
es el fruto de la razón, y la construye cada hombre, mediante la autoreflexión y autocrítica.
Para Arendt, la persona con conciencia moral no realiza actos que atentan con su propia
conciencia, ni vive con los criminales, los cuales justamente, carecen de conciencia
moral. Siendo pertinente en este punto hacer referencia al caso de la lectura el «El delator
Rencoroso»; en la media, que todos aquellos que actuaron bajo el régimen de los
camisas moradas, ejecutaron actos ilícitos, bien presionados, o con el propósito de
congraciar los líderes políticos de la época. Es decir, desatendiendo totalmente la moral,
que debió guiar su comportamiento, como en efecto lo hizo la periodista de guerra, quien
terminó enfrentando su propia conciencia, pues en desarrollo de su labor profesional,
decidió darle prevalencia a la noticia, y captar la trágica imagen, en lugar de intentar de
alguna manera evitar el fatal desenlace, o simplemente solidarizarse de con la víctima.
Pero fue esa relación confusa, y conflictiva entre derecho y justicia, la que se dedicaron
a estudiar filósofos como Voltaire, Diderot, Rousseau, entre otros; en cuyas bases
teóricas se cimentó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y a
partir de las cuales además se originaron las Constituciones, en virtud de las que hoy se
piensa y opera el derecho, y todo el conjunto de normas creadas para regular las
relaciones sociales del hombre. He aquí la misión de la filosofía respecto al derecho, que
no es otra que la de permanente enjuiciamiento, de puesta en cuestión de su naturaleza
y legitimidad; en búsqueda del establecimiento de las mejores reglas para la convivencia
social.
El porqué de la guerra.
El autor, deja claro que el Monarca Rex estaba preocupado por llevar
justicia a su pueblo, y su primer acto, derogó todo código existente y asumió
en su persona todos los poderes legislativos y judiciales del reino.
Rex quiso disolver el problema anunciando que todos los años publicaría
un digesto con las decisiones tomadas en los casos del año precedente,
incluyendo sus motivaciones. Con eso esperaba tener la ventaja de la visión
retrospectiva que permite contar con una base mayor de supuestos
particulares. Por la misma razón, dijo que sus decisiones no debían
considerarse como necesariamente aplicables a casos futuros.
Nuevamente sus habitantes se quejaron, y con razón, pues con mucho
respeto le explicaron a Rex que el derecho no podía aplicarse con un criterio
de retroactividad.
Desanimado, Rex publicó el Código, pero cuando lo hizo, se vio que era
muy difícil de entenderlo, lo que generó una nueva protesta de sus súbditos,
pues como atender una Ley que no entendían. El derecho de Rex, carente
en la práctica de comprensibilidad, era ineficaz y no podía ser observado
por la población.
Lo que hizo Rex entonces fue comisionar a un grupo de expertos para que
hicieran una revisión completa al Código y eliminaran sus ambigüedades.
Pero el resultado fue también lamentable, pues a poco que se empezó a
aplicar se advirtió que estaba lleno de contradicciones, que las conductas
eran simultáneamente fomentadas y reprimidas, que no había ninguna regla
que no quedase anulada por alguna otra.
De todo lo anterior, concluí que la creación de una Ley requiere: del análisis
del entorno social, y cultural en el que se va a aplicar, coherencia, claridad,
publicidad, debe ofrecer seguridad jurídica, pero a su turno, debe adaptarse
a los cambios sociales y culturales del grupo humano en el que impera.
El primero de ellos opinó que las conductas ejecutadas por los delatores
rencorosos no podía quedar impunes. Pero a su turo manifestó que no
podía sancionarse a alguien que había actuado en cumplimiento de un
deber jurídico, porque hacerlo, equivaldría a dar aplicación retroactiva a una
norma penal, lo que resulta inaceptable.
No podía estar en una encrucijada peor el Primer Ministro, sin embargo, yo me adhiero a
la posición ofrecida por el Cuarto Comisionado, pues considero que aun cuando es cierto
que los actos cometidos por los Delatores Rencorosos durante el Régimen de los
Camisas Moradas, fueron ejecutados bajo la aprobación de un gobierno vigente; también
lo es que los mismos fueron atroces, y merecen ser sancionados. Máxime cuando durante
su imperio, permanecieron vigentes las normas que regían el pueblo antes de su elección.
Era necesario proferir una Ley para sancionar, de acuerdo a cada caso concreto a
aquellos delatores rencorosos, no solo para sentar un precedente, sino además para
ofrecer una respuesta, a las víctimas del yugo del aludido régimen.