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Deseo
contratarlo para que escriba un libro explicando como usted ha llegado
tan lejos en esta vida sin tener aunque sea una sola persona que este
en contra suya. Su libro seguramente ha de ser un éxito editorial.
No deseo ser frívolo o sarcástico. Pero, el hecho es, que estas cosas son
las que hacen que alguien sea su enemigo y cada uno de nosotros
hemos tenido por lo menos una de estas experiencias.
Sin embargo, Jesús lo dice bien claro que no tenemos porque temer al
diablo. Nuestro Señor nos ha dado todo poder y autoridad sobre
Satanás y sus fuerzas demoníacas: “He aquí, les doy poder para hollar
serpientes y escorpiones, y todo poder sobre el enemigo; y nada les
hará daño” (Lucas 10:19). Cristo declara que la batalla con Satanás ya
ha sido ganada. Tenemos poder dentro de nosotros mismos para resistir
cualquier treta del diablo para devorarnos.
La ley del Antiguo Testamento pide venganza – ojo por ojo, diente por
diente. Este mensaje parece ser “Tú viste lo que mi enemigo me hizo,
Señor. Ahora, persíguelo.”
Es fácil para nosotros entender esta actitud según aprendemos sobre los
enemigos horribles de Israel. El grito de guerra de los egipcios era “Yo
perseguiré, lo venceré y dividiré su tesoro; mi venganza será satisfecha
sobre ellos; sacaré mi espada, mi mano los destruirá.” (Éxodo 15:9). Y
Dios era fiel para vengar a Israel de sus enemigos: “Soplaste con tu
viento; los cubrió el mar; se hundieron como plomo en las impetuosas
aguas (15:10). “Extendiste tu diestra; la tierra los tragó.” (15:12).
Sin embargo, este mismo Ahitofel – que parecía tan sabio y espiritual,
sin engaño tan dedicado a David y a su causa – de repente fue en
contra del rey, y se hizo su enemigo. De hecho, Ahitofel se puso tan
amargamente en contra de David que trató de poner personas en contra
de él. Tanto así, que reclutó a Absalón, el propio hijo de David, en un
plan para matarlo.
Esa terrible traición hizo que David siempre estuviera mirando por
encima de su hombro. Él dijo: “Todos los días ellos pervierten mi causa;
contra mí son todos sus pensamientos para mal. Se reúnen, se
esconden, miran atentamente mis pasos como quienes acechan a mi
alma.” (Salmo 56:5-6). David gemía, “Ellos velan cada movimiento mío,
esperando para engañarme.”
De ese dolor terrible, depresión e ira, David clamó impetuosamente:
“Deja que la muerte los acose, y deja que ellos bajen hasta el Seol:
porque su maldad esta en sus aposentos, y entre ellos” (55:15). Él
decía, en otras palabras, “Mata a este traidor, Señor. No dejes que viva
sus días. Envíalo al infierno por lo que me ha hecho.”
Estas son las palabras del mismo rey santo que lloró cuando su enemigo
asesino, Saúl, fue muerto en batalla. David desgarró sus vestidos en
tristeza y llamó a sus amigos para que ayunaran y oraran, llorando, “Un
gigante de Israel ha caído. Saúl era un hombre precioso de Dios.” Sin
embargo, ahora, David, dijo de Ahitofel, su amigo previo, “Mátalo Dios y
mándalo al infierno rápido.” Entonces justifico su actitud diciendo, “Soy
un hombre de oración. Estoy siempre de rodillas”
Quizás conozca a alguien que una vez le dijo a todo el mundo cuanto le amaba a
usted. Pero entonces, zing – ese amigo le entierra un puñal en la espalda. Él se fue en
su contra y ahora busca herirle a usted.
Puede que usted este separado o divorciado de su pareja y ahora su cónyuge esta
apuñalándolo. En un tiempo usted estaba convencido que su cónyuge le amaba y
respetaba. Estuvo a su lado en el altar, jurando ser suyo(a) por el resto de sus vidas.
En esos primeros días, sus palabras eran tiernas y amorosas, y usted pensó, “Estamos
tan unidos. Él (ella) es mi mejor amigo(a).”
Pero ahora, él (ella) le ha abandonado, quizás por otra persona. Y ahora le reprocha –
le habla palabras suaves mientras que a espaldas suyas, trata de destruirle. Usted se
duerme llorando, pensando, “Yo pensé que le conocía. ¿Cómo pudo cambiar de esta
forma?”
A lo mejor, su enemigo es un amigo íntimo y personal – quizás un asociado en el
ministerio o un compañero de trabajo cristiano. En un tiempo, este amigo parecía
santo y sincero; y usted confiaba en él. Pero, de repente, sin ninguna razón aparente,
se volvió en contra de usted. Usted no hizo nada para que se volviera en su contra. De
hecho, aunque él le sigue haciendo daño, usted se ha mantenido amistoso. Todavía,
usted no puede creer el veneno que él le inflige a otros sobre usted – mentiras,
palabras hirientes, manipulaciones. Y la herida duele aun más profundamente porque
esa persona era su amiga.
Le digo que es imposible ser verdaderamente santo sin una obediencia total a lo que el
Señor nos ordena que nos amemos unos a los otros. Jesús les dijo: “Toda la ley se
cumple en esto -- Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón y a tu prójimo como a
ti mismo.” (Ver Mateo 22:37-40). Ciertamente, Dios prueba nuestro amor por él por el
amor que mostramos a nuestros hermanos y hermanas cristianas. “Si alguno dice: Yo
amo a Dios y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano
a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1 Juan 4:20).
Usted puede cantar alabanzas a Dios en la iglesia, puede servir comida a los
desamparados – pero si usted carga un solo resentimiento contra cualquiera, su amor
por Dios es en vano. La escritura dice que si usted guarda mal en su corazón hacia
otra persona, usted es un verdadero hipócrita en los ojos de Dios.
Amar a aquellos que nos han herido no es una opción, sino una orden. “Y este es su
mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a
los otros, como nos lo ha mandado.” (1 Juan 3:23). “Esto os mando: Que os améis
unos a otros” (Juan 15:17).
No – esta dentro de su habilidad de poder hacerlo. Jesús dice que él nos ha dado poder
a todos sobre el enemigo. Su Santo Espíritu nos da el poder para perdonar, aun
cuando hemos sido profundamente heridos.
Usted ve, como miembros del cuerpo de Cristo, debemos reaccionar de acuerdo a las
directrices que nos ha dado nuestra cabeza, Jesús. Piense en esto: ni un solo dedo de
su mano se mueve, ni su párpado pestañea, sin que sea dirigido por su cerebro. Así,
que si Cristo es nuestra cabeza, entonces todos sus miembros deben moverse de
acuerdo a sus pensamientos. Y él ha expresado claramente su pensamiento sobre este
asunto: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a
otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Efesios 4:32).
Jesús establece claramente: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás
a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os
persiguen;” (Mateo 5:43-44).
Bajo la ley de Moisés, cualquiera que causara un daño debía ser compensado en la
misma manera – herida por herida, golpe por golpe. Sin embargo, esto no podía ser
así bajo el ministerio de gracia de Cristo. Verdaderamente, la orden de Jesús que
amáramos a nuestros semejantes también incluía aun a nuestros enemigos.
Esteban tuvo todo el derecho de resistir a los que le apedrearon. Él pudo haber
apuntado el dedo a aquellos líderes corruptos y pudo haber dicho: “Los veré el día del
juicio. Ustedes no se saldrán con esto. Dios va a castigarles por este pecado.” Pero, en
vez de eso, Esteban siguió el ejemplo de Jesús. Él oró, “Señor, no les tomes en cuenta
este pecado.” (Hechos 7:60).
Pablo fue halagado por hipócritas quienes luego le insultaron, abusaron, y vituperaron.
Gente de todos lo espectros opusieron a Pablo – políticos perversos, sociedades
enteras, y sodomitas romanos, que le odiaban por oponerse a sus practicas
homosexuales. Hasta iglesias se levantaron en contra de él. Maestros airados, celosos
de las revelaciones que recibía Pablo, se burlaban y le citaban equivocadamente. Otros
le acusaban de manejar mal el dinero.
Podemos odiar las acciones inmorales de aquellos que están en el gobierno. Podemos
odiar los pecados de los homosexuales, los abortistas y todos los que odian a Cristo.
Pero el Señor nos manda a amarles como personas – personas por las cuales Jesús
murió. Y él nos manda a que oremos por ellos.
¿Cómo debemos reaccionar hacia cristianos que se han hecho enemigos nuestros?
Jesús nos manda a amarlos, haciendo tres cosas: 1. Bendiciéndolos. 2. Haciéndoles
bien. 3. Orando por ellos. “…Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os ultrajan y os
persiguen;” (Mat. 5:44).
Revisemos nuestras vidas a la luz de estas tres cosas para ver si estamos siendo
obedientes a Cristo, nuestra cabeza:
Un día una pareja muy querida en el ministerio nos invitó a mi esposa, Gwen y a mí a
almorzar. Tan pronto nos sentamos, comencé a desahogar mi pena y carga sobre
ellos. Les conté cada detalle de mi dolor – cada mentira que fue dicha, y todas las
heridas que habían sido infligidas. Esa pareja nunca supo lo que les había tocado. Una
hora más tarde se fueron aturdidos. Cuando mire a Gwen, vi desaliento en sus ojos.
Ahí fue cuando me di cuenta – yo había hablado todo el tiempo.
Supe después que esta pareja querida estaba sufriendo – y esa era la razón por la cual
estaban desesperados por reunirse con nosotros. Sin embargo, yo nunca les pregunte
como estaban. Ellos no pudieron decir ni una palabra – y se fueron vacíos, secos y sin
edificar. Si tan solo yo hubiera obedecido el mandamiento de Jesús de bendecir a mis
perseguidores hablando bien de ellos, esta pareja pudo haber sido bendecida. Al
contrario, se fueron entristecidos en su espíritu.
“Haz bien a aquellos que te odian.” ¿Qué quiere decir que hagas bien a aquellos que se
nos oponen? El significado en griego implica “honestidad mas recuperación.” Jesús esta
diciendo en esencia, “Haz todo en tu poder para conseguir la sanidad de tu enemigo y
su recuperación de la trampa de Satanás. Sabes que lo que esta persona te está
haciendo es maligno. Pero tu enfoque no debe estar en tu propio dolor sino en el
engaño del alma de tu enemigo.”
Jesús prometió, “A quienes remitieres los pecados, le son remitidos; y a quienes se los
retuviereis, les son retenidos.” (Juan 20:23). “Remitir” significa olvidar totalmente,
renunciar, poner a un lado. Claro que nadie puede remitir los pecados de alguien
contra Dios. Solo Cristo puede hacer esto, a través de su obra en la cruz. Pero
podemos remitir aquellos pecados que han sido cometidos contra nosotros. Jesús esta
diciendo, “Si tú remites ese pecado contra ti, yo lo remitiré en el cielo. Perdonare a tu
enemigo por ti.”
“Ora por los que te usan y te afrentan.” Vemos esta orden ilustrada en las
responsabilidades del sumo sacerdote. Primero, la ley requirió que un sacerdote hiciera
el sacrificio y lo pusiera en el altar, para tratar con el pecado de la gente. Y segundo, el
sacerdote debía orar por la congregación y actuar como intercesor de ellos.
Este trabajo sacerdotal fue demostrado en la cruz. Jesús hizo ambas cosas: Primero,
hizo un sacrificio por el pecado con su propio cuerpo. Luego, oró por el perdón de la
gente, incluyendo a sus propios perseguidores.
Y ahora mismo, Cristo esta intercediendo por sus enemigos. “Si alguno hubiere
pecado, abogado tenemos para con el Padre, Jesucristo el justo.” (1 Juan 2:1). Jesús
es un abogado aun para aquellos que te han perseguido y abusado. Así, que si él esta
intercediendo por sus almas, ¿cómo puedes seguir siendo su enemigo? Es simplemente
imposible.
Pablo escribe, “Dejad lugar a la ira de Dios” (Ro. 12:19). En resumen, él esta diciendo,
“Sufre lo malo que te hagan. Ríndelo y sigue adelante. Ten vida en el Espíritu.” Pero si
rehusamos perdonar las heridas que nos han hecho, tenemos que encarar las
siguientes consecuencias:
El escritor de los Proverbios aconseja, “La cordura del hombre detiene su furor, y su
honra es pasar por alto la ofensa.” (Prov. 19:11). En otras palabras, debemos hacer
nada hasta que nuestra ira haya pasado. No debemos hacer una decisión o dar
seguimiento a cualquier acción mientras estamos airados.
Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os aborrecen. (Lucas 6:27)
Hay dos razones principales por las que los cristianos debemos amar
a nuestros enemigos y hacerles bien.
«Él hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos»
(Mateo 5:45).
«No nos ha tratado según nuestros pecados, ni nos ha pagado conforme a
nuestras iniquidades» (Salmos 103:10).
«Sed más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a
otros, así como también Dios os perdonó en Cristo» (Efesios 4:32).
Por lo tanto, cuando los cristianos vivimos de este modo, mostramos una parte
del carácter de Dios.
Dios se ha convertido en nuestro tesoro que todo lo satisface, y es por eso que no
tratamos a nuestros adversarios conforme a nuestras propias necesidades e
inseguridades, sino conforme a nuestra plenitud en la gloria de Dios, que todo lo
satisface.
Hebreos 10:34 dice: «Aceptasteis con gozo el despojo de vuestros bienes [es
decir, sin tomar represalias], sabiendo que tenéis para vosotros mismos una mejor
y más duradera posesión». Lo que nos libra del impulso de tomar venganza es la
confianza profunda en que este mundo no es nuestro hogar, y que Dios es nuestra
recompensa, absolutamente segura y suficiente.
Por lo tanto, podemos apreciar que ambas razones para amar a nuestros enemigos
producen un resultado fundamental: Dios se muestra como realmente es, es decir,
como un Dios misericordioso y gloriosamente suficiente para nosotros.
Abraham Lincoln