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Jorge Vinueza
Introducción
El problema del estatuto de la metafísica es una discusión que se remonta a los primeros
pasos de la filosofía. La cuestión metafísica ha sido importante porque es, nada menos, que
determinar el fundamento de lo real (de donde se derivará todo precepto ontológico, político,
ético, etc.). Dentro de la búsqueda del fundamento hay dos explicaciones que han estado en
pugna por ofrecer la mejor descripción de la realidad: el inmanentismo y el
trascendentalismo, o lo que es lo mismo, el materialismo y el idealismo. La pintura La
escuela de Atenas de Rafael Sanzio retrata esta discusión de fondo con Aristóteles señalando
hacia abajo con el dedo índice (priorizando el mundo material) y Platón señalando hacia
arriba, poniendo el acento en el mundo de las ideas. ¿Cuál de las dos explicaciones ha sido
la más satisfactoria? ¿Con cuál la mente moderna podría sentirse satisfecho por los avances
que ha implicado cada postura? ¿La inmanencia ha terminado siendo una mejor explicación
que la trascendencia o al revés?
La postura que se adopta en este ensayo es contra el proyecto metafísico. Y esto por varias
razones elementales. Max Horkheimer, uno de los fundadores de la Escuela de Frankfurt,
cree que detrás de todos los proyectos metafísicos no hay una simple pretensión de encontrar
el fundamento último de lo real, sino que postular un precepto ético que acompañe a esa
verdad última.
Uno de los autores que toma Horkheimer es Dilthey, que nos dice:
Es evidente que todos los proyectos metafísicos han tenido una impronta común: pretende
extraer de las verdades esenciales que determinan las normas para la actuación correcta en la
sociedad. Tomemos como ejemplo a Aristóteles, su visión de la sociedad estaba fuertemente
influencia por su posición aristocrática de la cual él era beneficiario; por lo tanto, su
cosmovisión terminaba siendo favorable a sus propios intereses, y de esta manera los
estamentos sociales permanecieran intactos. La esclavitud ni siquiera era tomado como
problema, sino como simple destino de algunos hombres. Asimismo, el papel de las mujeres
en el pensamiento aristotélico.
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Max Horkheimer, Materialismo, metafísica y moral. (Madrid: Tecnos, 1999), 47.
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Íbid. 55.
En esta línea podríamos pensar en Heidegger, quien en sus escritos también apela a un sentido
nacionalista que deposita el destino del Ser en Alemania. Y esta debe hacerse cargo de
reconducir a la humanidad por el camino que se perdió en la entificación del ser.
¿No hay en estos dos ejemplos una nula (o al menos débil) posición crítica al “lugar” en que
se filosofa? ¿no son estos intentos los que terminan siendo eternizadores del status quo?
Tengamos en cuenta que todas las grandes gestas metafísicas siempre han intentado definir
los términos de la acción y del conocimiento, dirimir la verdad de la falsedad, el sueño de la
vigilia, etc., que, aunque son problemas gnoseológicos, siempre tienen consecuencias en la
acción individual y/o comunitaria:
“La metafísica cree poder extraer de su preocupación por el ‘enigma’ del ser, por el
‘todo’ del mundo, por la ‘vida’ y el ‘en sí, sea cual sea la forma en que se formulen
estas cuestiones, la posibilidad de consecuencias positivas para la acción”3
Por lo tanto, el punto central al criticar estas gestas metafísicas no son los postulados en sí
mismos, que son tarea, quizás, de una teoría del conocimiento y determinar su verdad o
falsedad, sino las consecuencias reales que conllevan estas elucubraciones, que terminan
convirtiéndose en leyes para la acción. Una teologización al interior de la metafísica. Así
como las ideas de pecado, gracia, perdón, etc., que son centrales en las creencias religiosas,
y que su aceptación implica una forma de vida de acuerdo con esos conceptos, de la misma
manera aceptar, por ejemplo, que la verdad existe sólo en el mundo suprasensible implicaba,
necesariamente, un desprecio por las carencias terrenales o conocimiento recibido por medio
de los sentidos. Consecuencias antropológicas y gnoseológicas.
Ya se ha esbozado cuáles han sido los problemas a los que ha querido contestar los esfuerzos
por fundar un sistema metafísico. Pretensión de universalidad, conocimiento ahistórico,
derivación ética de los postulados esenciales, etc., en este sentido, para Horkheimer esta
postura ante la realidad humana ha desatendido un valor importante subsumiéndola en la
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Íbid. 56.
totalidad explicativa. La dignificación de la humanidad ha sido tomada como problema, en
el mejor de los casos, como secundario. Dignificación aquí no entendida como principio de
validación universal dentro de los esquemas de aprehensión del mundo, sino dignidad en las
condiciones materiales en las que desarrolla su vida consigo mismo y con los demás. Ante
esto, el materialismo busca fundar un conocimiento histórico arraigado en las condiciones
socioeconómicas en las que surge dicha gesta explicativa. Horkheimer apunta este olvido del
humano en los siguientes términos:
¿Se puede ser filósofo/metafísico sin atender las condiciones sociales de aquellos a quienes
pretendemos explicarles el mundo? ¿no es éticamente cuestionable que un proyecto
omniabarcativo no tenga como objetivo fundamental entender las condiciones miserables de
gran parte de la población? Lastimosamente los esfuerzos metafísicos-idealistas han ido por
esta línea siempre. Han desatendido la miseria en la que vive la mayoría de los seres humanos
porque no han tomado en serio que no se puede explicar la sociedad desatendiendo las
estructuras sociales y económicas que producen seres marginales, de los cuales muy poca
relevancia tienen para las disputas metafísico/teológicas.
El materialismo que propone Horkheimer tiene como crítica radical este desapego que ha
tenido la metafísica tradicional a los males persistentes, y en lugar de afrontarlos como
históricos (es decir, producidos por estructuras injustas) se les atiende como males pasajeros
que son simples tránsitos hacia el progreso de la civilización (una extrapolación de la
escatología cristiana):
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Íbid. 64.
“el materialismo considera un engaño a los hombres toda clase de filosofía que bien
pretende justificar la esperanza injustificable o simplemente encubrir la imposibilidad
de su fundamentación”5
Ahora bien, considerando que esta pretensión de universalidad avasalla los anhelos de
libertad de los más vulnerables, Horkheimer también quiere dar cuenta de qué es lo que
provoca estas pretensiones. La respuesta es la forma en la que se ha entendido el proceso
cognitivo en los seres humanos. Hasta Kant se había ponderado la pureza del sujeto en el
acto de aprehender la realidad. Esta se presentaba tal como es, y aquel la aprehendía de forma
pura, es decir, ser y pensar se fundían en virtud de los alcances de la razón. ¿A qué lleva esto?
A la arrogancia de la razón en no prestar atención a que los procesos de conocimiento son
derivados de dinámicas sociales en las cuales surgen.
El gran error de la metafísica ha sido elevar como verdades universales cuestiones que son
secundarias a las problemáticas de los hombres que tienen su vida oprimida por las
estructuras que se ha negado la metafísica ha criticar. El materialismo, no ofrece una pugna
conceptual en esta batalla por lo más universal, sino que se interesa por la concreción
histórica de las ideas. Porque el problema de fondo no es, como se menciono arriba, la
postulación de las ideas en sí mismas, sino las consecuencias que trae su jerarquización como
lo más universal, a saber, lo más importante:
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Íbid. 68-69.
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Íbid. 78.
“no se trata de que el idealismo ponga equivocadamente el espíritu de forma infinita,
sino de que también con ello tilda de secundario la transformación de las condiciones
materiales de la existencia de los hombres al hacer resaltar tan fuertemente estas
diferencias intelectuales”7
Por lo tanto, el materialismo se enfoca en dos cosas, básicamente, por un lado, asumir que
todo conocimiento está condicionado históricamente y que, este conocimiento no puede sino
servir para que los seres humanos aspiren a la realización/dignificación completa viviendo
en sociedad:
Conclusión
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Íbid. 80.
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Íbid. 94.
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Íbid. 97.