Professional Documents
Culture Documents
Son innumerables las ocasiones en las que la Historia ha terminado juzgando mal
a muchos de sus protagonistas, sobre todo cuando han terminado formando parte
de los ejércitos de los vencidos o sus ideas han sido contrarias al involucionismo
que, tarde o temprano, termina contaminando a cualquier sistema con afán de
perpetuar el/su status quo. De igual manera sucede con los personajes literarios,
siendo un caso paradigmático el de Alonso Quijano, y por contraposición el de su
fiel escudero Sancho. ¿Quién era quién en la magistral obra de Cervantes? ¿Quién
era capaz de ver la realidad por detrás de su propia bruma y quién sólo
aparentemente vivía con los pies en la tierra, pues se dejaba engañar por lo sólo
aparente? ¿Era Don Quijote un loco o el más cuerdo de todos en su bendita
locura?
La obra más universal de Cervantes es, en mi opinión y ante todo, una continua
sucesión de metáforas, una gran alegoría, una parodia incisiva y mordaz, incluso
tanto como la de Erasmo en su Moira, de la sociedad de aquella época. Yo sólo
alcanzo a conocer unas pocas de esas metáforas, y, en ningún caso, las he
descubierto por mí mismo, sino apoyándome en textos de grandes y menos
grandes conocedores de la obra de más renombre del Manco de Lepanto. Por
desgracia, el Quijote, a pesar de ser considerado casi por consenso como la obra
más grande de la literatura universal, ha pasado a la historia más que nada por ser
un libro de aventuras que narra las peripecias de un hidalgo loco que, motivado
por esa locura, por ese sinsentido, se enfrentó a pecho descubierto a unos
enormes molinos de viento. Un libro de caballerías más al uso. ¡Ah! si Cervantes
levantara la cabeza, él que tanto criticó ese género. Y, por su parte, Sancho ha
pasado a ser considerado como el cuerdo, como el sensato de la historia. De
nuevo en mi opinión, nada más lejos de la realidad.
Nos dice Rafael de Cózar en “El Quijote, parodia de la ficción y del mundo
real”: “Así realiza Cervantes la gran parodia de los libros de caballería, que habían
sido tan populares, y lo hace desde la óptica del humor, colocando enfrente del
mundo fantástico la realidad más trivial. La fórmula paródica le permite plantear
todo tipo de de cuestiones literarias, sociales, morales y también políticas, con lo
que la obra va más allá de de un ejercicio literario sobre un tipo concreto de
novelas”. Y “Obra de humor, satírica, de entretenimiento, pero que también
permite lecturas de otro calado (…) Todo ello nos permite reflexionar sobre la
España del siglo XVI, que ya ofrece algunos signos evidentes de su decadencia (…)
Por eso nunca entendí al Quijote como un ataque a la caballería, ni tampoco, en el
fondo, a la literatura caballeresca, a no ser por lo que tiene de inverosímil, de
irreal. Más bien me parece una parodia de la España de entonces y su quijotesca
aventura en una época de locura que parece impregnar por igual a reyes y
súbditos, mientras media España se desangra en sus esfuerzos. En este sentido
me da la impresión de que el humor no es puro, y esconde, de algún modo, una
cierta amargura crítica…”
Por su parte, Eduardo García, en su “Don Quijote o la fuerza del deseo” nos
comenta: “Es Don Quijote, ante todo, un buen hombre. Carece de malicia, de
torcidas intenciones. Jamás engaña a nadie, ni urde tretas como aquellas de las
que le hacen objeto sin cesar. Su menos que escaso uso de la fuerza obedece
siempre a las mejores intenciones. Su sueño es hacer el bien, impartir justicia,
expulsar el mal de la vida a golpe de espada, heroicamente. Nos reímos de sus
desventuras, pero no podemos evitar sentir una creciente simpatía por sus
bienintencionados excesos y su candor ante la mezquindad de cuantos le atacan.
Hilarante antihéroe, es también “y por la misma razón” un hombre que merece ser
amado”. Y Juan Antonio González Iglesias, en “Don Quijote en el
horizonte clásico: monosílabos, cine y cordura”: “La belleza moral de Don
Quijote reside en su intención de proteger a los desfavorecidos”. No parece de
justicia que a alguien a quien se le pueda atribuir la virtud de la belleza moral
pueda o deba ser calificado como loco. Aunque sea lo que habitualmente sucede
con los idealistas y los defensores de a utopía. Así es nuestra sociedad y también
era la de entonces.
Así los nuevos molineros de viento pasan a ser grandes gigantes de poder
económico al concentrar el negocio de la molienda, con lo que los pequeños
molineros se quedan algo así como en el puñetero paro. Así que Don Quijote, en
realidad no es, si sabemos y queremos leer entre líneas, un loco que arremete a
cuerpo gentil contra unos enormes ingenios mecánicos, sino un tipo, que
podríamos considerar utópico y de izquierdas, que casi a pecho descubierto se
enfrenta realmente a unos “gigantes”, a esos gigantes de poder económico. Don
Quijote, aunque pueda no parecerlo, estaba viendo la realidad, que eran esos
“gigantes”, en tanto que Sancho, tan cuerdo, no era capaz de ver lo que había
más allá de ese disfraz de molino tras el que se enmascaraban los “gigantes”.
Unos gigantes, esos nuevos molineros, que, a pesar de su poder, sólo pudieron
vencer a Don Quijote gracias al “viento de la Corona” que soplaba a su favor. Más
o menos como ocurre ahora, y es que el Quijote es una obra tan genial que ha
trascendido y seguirá trascendiendo a su época.
NOTA: Salvo la cita relacionada con el episodio de los molinos de viento, que, como
parece evidente, no es textual, los restantes artículos citados, y algunos más, aparecen
recopilados en el libro “Impresiones sobre el Quijote. Lecturas andaluzas en su cuarto
centenario”, editado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía. Un libro,
sinceramente, más que recomendable.
ILUSTRACIÓN: Picasso: Don Quijote, 1955 (Museo de Arte e Historia de Saint Senis)