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LA NULIDAD PROCESAL CIVIL, PENAL Y DE DERECHO PÚBLICO

finalmente, es evidente que el acto que adolece de nulidad


ha contravenido una norma jurídica, por lo cual determinar la
existencia o inexistencia del vicio que anula el acto se transforma
en un conflicto de relevancia jurídica que debe ser resuelto por la
jurisdicción a través de un proceso legal. Conforme a las normas
constitucionales, este proceso debe ser conocido por un tribunal
absolutamente competente e imparcial y llevarse a cabo de acuerdo
con la forma que ha determinado la ley para ello, o sea, de confor-
midad con las respectivas normas de procedimiento.
Dado que la existencia del conflicto implica la imputación de una
conducta antinormativa, ésta podrá tener el carácter de civil, penal
o administrativa y, según esta naturaleza, quedará determinado el
tribunal o la autoridad que conozca del conflicto y las normas a las
cuales debe someterse el procedimiento.

títULO SEgUNDO
EL PROCESO

1. CONCEPtO Y RAzóN DE SER

El proceso es el medio o la forma que la ley establece para el ejercicio


de la jurisdicción, según sea la naturaleza, materia, cuantía y calidad
de las partes intervinientes en el conflicto de relevancia jurídica
sometido a su conocimiento y resolución.
El profesor Juan Colombo en la obra La Ciencia del Derecho Procesal
Constitucional, Librotecnia, 2009, página 105, expresa: “Postulo que
jurisdicción y proceso son conceptos indisolublemente unidos y que no pueden
subsistir el uno sin el otro. La jurisdicción sin proceso es inviable y el proceso
sin jurisdicción no es un proceso jurisdiccional”. En la página 133 de su
obra Los Actos Procesales precisa: “El proceso no es un fin, sino un medio;
pero es el medio insuperable de la justicia misma”.
Don giusseppe Chiovenda en su obra Principios de Derecho
Procesal Civil, Editorial Reus, Madrid, 1922, tomo II, página 231, lo
conceptúa como “el conjunto de actos coordinados para la finalidad de
la actuación de la voluntad concreta de la ley por parte de los órganos de la
jurisdicción ordinaria”.
El profesor Couture, en su obra ya citada, página 121, precisa:
“Podemos definir, pues, el proceso judicial, en una primera acepción, como

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LIBRO SEgUNDO

una secuencia o serie de actos que se desenvuelven progresivamente, con el


objeto de resolver, mediante un juicio de la autoridad, el conflicto sometido
a su decisión.
Pero esos actos constituyen en sí mismos una unidad. La simple secuen-
cia, como se verá más adelante, no es proceso, sino procedimiento. La idea
de proceso es teleológica, como se dice reiteradamente en este libro. Lo que la
caracteriza es su fin: la decisión del conflicto mediante un fallo que adquiere
autoridad de cosa juzgada”.
El tratadista italiano Piero Calamandrei, en su obra Instituciones
de Derecho Procesal Civil, Editorial Depalma, Buenos Aires, 1943,
página 241, lo define como “una serie de actividades que se deben llevar
a cabo para obtener la providencia jurisdiccional”.
El profesor francesco Carnelutti, en su obra Instituciones del
Proceso Civil, Editorial EJEA, Buenos Aires, 1959, tomo I, página 22,
lo señala como “un conjunto de actos dirigidos a la formación o a la
aplicación de los mandatos jurídicos cuyo carácter consiste en la colabora-
ción a tal fin de las personas interesadas (partes) con una o más personas
desinteresadas (jueces)”.
El maestro italiano don giusseppe Chiovenda, en su tratado
Instituciones del Derecho Procesal Civil, Editorial Revista de Derecho
Privado, Madrid, España, 1949, tomo 1, página 57, lo considera como
“una unidad no solamente porque los varios actos de que se compone estén
coligados para un fin común … es una unidad jurídica, una organización
jurídica, en otros términos, una relación jurídica”.
El profesor Colombo, en su obra Los Actos Procesales, página 104,
coincide con lo señalado por el profesor Chiovenda y lo define como
“una relación jurídica procesal que avanza y crece a medida que los sujetos
habilitados actúan en él y que se plasma físicamente en hechos y actos que,
encadenados, generan como resultado un acto procesal complejo, autónomo
y distinto de aquellos que lo integran”.
Si bien el proceso es un medio, resulta innegable que el medio
o la forma es para alcanzar un fin. Sin fin no hay medio ni forma.
Por ello, no debe confundirse, en modo alguno, la materialidad del
proceso con la finalidad del mismo. La materialidad del proceso
está constituida por los actos jurídico-procesales que, dentro de un
orden consecutivo legal, realizan el órgano jurisdiccional y cada
una de las partes o intervinientes en el mismo, lo que da origen a
un expediente, que es la expresión física del proceso.
La finalidad del proceso es ser el medio idóneo e imparcial
para conocer y resolver el conflicto de relevancia jurídica, a través
de un “debido proceso”. Es la ley la que determina las normas de

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procedimiento para el conocimiento y solución del caso concreto


sometido a la jurisdicción. Estas normas constituyen la forma en que
debe obrar la jurisdicción y conforman el procedimiento.
Don Mario Casarino Viterbo, en su Manual de Derecho Procesal,
Editorial Jurídica de Chile, 1984, página 11, define el procedimiento
como “la forma racional y metódica en que han de actuar los tribunales para
administrar justicia, y los particulares para solicitarla y obtenerla”.
El tribunal Constitucional, en la sentencia recaída en los autos
rol 478-2006 de 8 de agosto de 2006, distingue el proceso como “una
serie de actos que se desenvuelven progresivamente con el objeto de obtener
la dictación de una sentencia”; y al procedimiento como “el conjunto de
reglas en virtud de las cuales se desarrolla el proceso”.
Cabe reiterar que el procedimiento para ejercer toda facultad
jurisdiccional debe estar establecido por ley y no cabe hacerlo en un
reglamento o en normas dictadas por quien ejerce la jurisdicción.
Así lo dispone expresamente el inciso 5º del Nº 3º del artículo 19
de la Constitución al decretar: “Toda sentencia de un órgano que ejerza
jurisdicción debe fundamentarse en un proceso previo legalmente tramitado.
Corresponderá al legislador establecer siempre las garantías de un procedi-
miento y una investigación racionales y justos”.
De consiguiente, las leyes que otorgan facultades jurisdiccionales
a órganos de la Administración Pública para conocer y sancionar
infracciones a leyes de orden público deben contener las normas
que garanticen el debido proceso, sin lo cual se estaría infringiendo
la norma constitucional antes transcrita.
Lo anterior demuestra que los actos jurisdiccionales de Organis-
mos Administrativos pueden adolecer de nulidad procesal de derecho
público, a menos que la ley haya establecido las normas que garan-
ticen el debido proceso, que quien ejerza la jurisdicción haya sido
debidamente facultado por la ley para ello, que esté legalmente
investido para el ejercicio de la función y que sea imparcial.

2. R EqUISItOS DE ExIStENCIA DEL PROCESO

La cátedra y la jurisprudencia reconocen que existen requisitos o


presupuestos esenciales que deben cumplirse para que exista proceso.
Sin que se reúnan tales requisitos el proceso es inexistente.
En consecuencia, para que exista un debido proceso, deben
cumplirse los presupuestos procesales respectivos, los cuales,
según Couture, obra citada, páginas 376 y 377, son “aquellos

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LIBRO SEgUNDO

antecedentes necesarios para que el juicio tenga existencia jurídica y validez


de forma”.
El concepto de inexistencia se utiliza, pues, para denotar algo que carece
de aquellos elementos que son de la esencia y de la vida misma del acto; un
quid incapaz de todo efecto.
Cuando se trata de determinar los efectos del acto inexistente, se observa
que no sólo carece en absoluto de efectos, sino que sobre él nada puede ser:
quod no est confirmare nequit. “No resulta necesario a su respecto un acto
posterior que le prive de validez, ni es posible que actos posteriores lo confirmen
u homologuen, dándole eficacia”.
El profesor Manuel Serra Domínguez en su obra Estudios de Derecho
Procesal, Ediciones Ariel, Barcelona, págs. 460 y 461, señala: “Una primera
categoría de actos nulos la constituyen aquellos en que faltan los presupuestos
esenciales para el propio nacimiento del acto procesal. El acto propiamente no
es nulo, sino más bien inexistente, en cuanto no llega a nacer.
…La inexistencia de un acto opera por su misma ineficacia. …Sin necesidad
de una declaración expresa en tal sentido, el acto, aunque así se pretendiera,
no producirá fuerza obligatoria alguna, ni en su caso será susceptible de ejecu-
ción. El juez ante quien se formulara pretensión fundada en dicho acto deberá
limitarse a prescindir de ella por absolutamente irrelevante”.
Don francesco Carnelutti, en su obra Instituciones del Proceso Civil,
Ediciones Jurídicas Europea-América, tomo I, página 556, reconoce
la inexistencia al decir: “fuera de los casos de nulidad insubsanable o
inexistencia”.
El profesor Jaime guasp Delgado, en su obra Comentarios a la Ley
de Enjuiciamiento Civil, Madrid, España, tomo 1, página 692, expresa:
“Puede ocurrir que el requisito que falte en el acto sea de tal importancia que
el acto mismo no pueda concebirse sin él; en este caso se trata solamente de
un acto aparente, que en realidad no existe. La nulidad se convierte aquí
en inexistencia…”.
En doctrina y de acuerdo a la jurisprudencia de nuestros tribu-
nales, los requisitos ineludibles de existencia del proceso son: la
existencia de un conflicto de relevancia jurídica; la existencia e
individualización de las partes y la existencia de un tribunal absolu-
tamente competente.
El profesor Colombo, en su obra ya citada, página 85, expresa:
“La inexistencia como sanción procesal puede afectar tanto al proceso mismo,
considerado como acto procesal complejo, como a los actos singulares que lo
integran, que es el tema que ahora interesa. Me explico, la falta de conflicto, de
jurisdicción, como ya se mencionara, o la falta de juez, de proceso o de acción,
en tanto corresponda, puede derivar en la inexistencia del acto procesal”.

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A. Existencia de un conflicto de relevancia jurídica

tal como se señalara anteriormente, debe existir, respecto del


imputado o demandado, en sus respectivos casos, la imputación real
o presunta de una conducta antinormativa. Los conflictos éticos, de
valores o meramente subjetivos no son objeto de la jurisdicción, por
lo cual tampoco pueden ser objeto de un proceso.
La acción de nulidad, sea civil o procesal, conlleva la imputa-
ción que el acto cuya nulidad se reclama ha infringido una norma
constitucional o legal o no cumple con los requisitos que la ley señala
para su procedencia o validez. De aquí que, siempre, la acción de
nulidad dará origen a un conflicto de relevancia jurídica y, en el
proceso o incidente respectivo, deberán acreditarse los hechos que
configuran tal nulidad.
Se ha discutido si la nulidad del acto o contrato puede
plantearse como una excepción a la demanda. Hay opiniones
contradictorias. De un lado se estima que solicitar una nulidad
es ejercer una acción y que, por lo tanto, no puede ser objeto de
una excepción por cuanto se estaría extendiendo el objeto de
la litis planteado en la demanda y, además, en el hecho, estaría
trasformando al demandante en demandado sin que exista una
demanda reconvencional. De aquí que se sostenga que lo que
corresponde es deducirla como demanda reconvencional, si el
procedimiento así lo permite.
Otros sostienen que es procedente plantear la nulidad como
excepción si con ello se enerva la acción deducida y que, de no
admitirse, se estaría violando el derecho al debido proceso. Se funda-
mentan en el Nº 14 del artículo 464 del C. de P. C. que expresamente
permite plantear en el juicio ejecutivo la nulidad de la obligación
como excepción.
En materia procesal, la interposición de una nulidad procesal
es una acción que no dice relación con el objeto de la litis, sino con
aspectos estrictamente procesales y da origen a un incidente. La
regla general es que éste se tramite en cuaderno separado como lo
establece el inciso segundo del artículo 87 del C. de P. C., a menos
que, como lo establece el inciso primero de esta disposición, sea de
aquellos “sin cuya previa resolución no se pueda seguir substanciando la
causa principal, se suspenderá el curso de ésta, y el incidente se tramitará
en la misma pieza de autos”.

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LIBRO SEgUNDO

B. Existencia e individualización de las partes

Esto es, un sujeto activo que deduce la acción que pone en marcha
la actividad jurisdiccional y un sujeto pasivo que es aquel en contra
de quien se dirige la acción, sea para sancionarlo, en el caso de un
proceso penal, sea para colocarlo en la necesidad de dar, hacer o no
hacer una cosa a favor del demandante, en el caso de un proceso
civil.
Es de la esencia de este requisito que las partes estén clara y
precisamente identificadas. Esto es, que no haya duda alguna en
cuanto a quién o quiénes son los actores, quién o quiénes son los
sujetos pasivos de la acción y quién o quiénes están afectos a lo que
resuelva la sentencia.
En materia civil se requiere que una persona o personas deter-
minadas deduzcan la acción que ponga en marcha el accionar
jurisdiccional destinado a satisfacer las pretensiones contenidas en
la acción. Obviamente, individualizar a quién demanda o para quién
demanda, en el caso de una representación, o a quién se demanda,
es un presupuesto procesal esencial sin el cual no puede existir
proceso válido alguno.
Al efecto, el artículo 254 del Código de Procedimiento Civil,
al señalar los requisitos que debe contener la demanda, en sus
números 2º y 3º establece: “2º. El nombre, domicilio y profesión u oficio del
demandante y de las personas que lo representen, y la naturaleza de la repre-
sentación; 3º. El nombre, domicilio y profesión u oficio del demandado”.
Si no se individualiza al titular de la acción, no es posible deter-
minar si éste es o no un legítimo contradictor, si tiene o no derecho
a la acción entablada y tampoco será posible determinar, de tener
éxito la acción deducida, quién es el titular de los derechos que la
sentencia declare o estatuya, lo que imposibilita su cumplimiento.
Lo mismo ocurre respecto de la contraparte, la que debe estar
perfectamente individualizada para saber quién tiene el derecho al
debido proceso, materializar una relación procesal válida, no sólo
en cuanto a la forma sino también a su capacidad civil y procesal
para ser parte, y precisar a quién o quiénes va a afectar la sentencia
para los efectos de ejercer la acción de cosa juzgada o interponer la
excepción de cosa juzgada, según sea el caso.
tanto es así, que el Nº 1º del artículo 170 del C. de P. C., al
establecer los requisitos que deben contener las sentencias definitivas
de primera o de única instancia y las de segunda que modifiquen
o revoquen en su parte dispositiva la de otros tribunales, señala:

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“1º. La designación precisa de las partes litigantes, su domicilio, profesión


u oficio”. Es más, esta omisión constituirá la causal 5ª de procedencia
del recurso de casación que establece el artículo 768: “En haber sido
pronunciada con omisión de cualquiera de los requisitos enumerados en el
artículo 170”.
Ya en febrero de 1893, en el Código de Enjuiciamiento Civil,
se establecía como requisito indispensable de la demanda indivi-
dualizar al demandante y al demandado, al establecer en el Nº 2º
de su artículo 250: “2º. El nombre, domicilio i profesión u oficio del
demandante i de las personas que lo representan i la naturaleza de la
representación”; y, en el Nº 3º, “El nombre, domicilio y profesión u oficio
del demandado”.
Esta norma ha permanecido inalterable hasta la fecha, no obstante
las reformas que dicho Código ha experimentado en el transcurso
de 116 años. Además, fue reproducida expresa y literalmente en el
artículo 439 del C. del t.
El libro de Derecho Procesal de don Hipólito gatica, Juicio
Ordinario y Juicios Especiales, de acuerdo con las explicaciones de
los señores Darío Benavente y fernando Alessandri, en la pág. 28,
consigna: “2º. Tiene gran importancia para el objeto de las notificaciones
del actor y para la cosa juzgada, ya que ésta tiene efectos sólo entre las partes
que litigaron. Alguna jurisprudencia establece que el demandante se halla
debidamente individualizado cuando en la demanda se indica su nombre,
su profesión u oficio y, con respecto al domicilio, la ciudad en que vive, no
siendo, por lo tanto, necesario indicar la calle y el número”.
Don Mario Casarino Viterbo en su obra Manual de Derecho Procesal
Civil, cuarta edición actualizada, tomo IV, pág. 27, expone:
“Debe, en consecuencia, individualizarse en forma precisa al actor, y si
comparece por medio de representante, en igual forma a este último; expre-
sándose, además, en este caso, la naturaleza de la representación, en otros
términos, si es legal o convencional.
La individualización del actor y de su representante se encuentra cumpli-
da mediante la indicación de tres elementos, a saber: nombre, domicilio y
profesión u oficio.
Esta exigencia legal de perfecta individualización del actor y de su
representante, en el escrito de demanda, permite que el demandado sepa, a
ciencia cierta, con quién ha de litigar, y las excepciones o defensas que pueda
oponerles; permite, además, saber quiénes son partes y a quiénes deberán
notificarse las resoluciones que se expidan; y, permite, por último, saber a
quiénes afectará, con la autoridad de cosa juzgada, la sentencia llamada a
resolver el pleito”.

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LIBRO SEgUNDO

“La individualización del demandado es indispensable, al igual que la


del actor, para saber contra quién se dirige la demanda, a quién debe notifi-
carse; para determinar su capacidad y la competencia del tribunal en razón
del territorio y, en fin, para apreciar los efectos de la cosa juzgada”.
Reafirma lo anterior, la norma que contiene el artículo 110 del
Proyecto del Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica, que
señala:
“Salvo disposición expresa en contrario, la demanda deberá presentarse
por escrito y contendrá: … 2ª) el nombre del actor y los datos de su documento
de identidad, su domicilio real, así como el que se constituye para los efectos
del juicio; 3º) el nombre y domicilio del demandado”.

JURISPRUDENCIA :
Sentencia de la I. Corte de Pedro Aguirre Cerda, de 15 de enero de
1985, R. t. 82, sec. 2ª, p. 33. Repertorio de Legislación y Jurispru-
dencia, tomo II, pág. 24, que consigna: “No es posible prescindir de las
exigencias de los tres primeros números del art. 254 de dicho cuerpo legal, que
dicen relación con la designación del Tribunal y la individualización de los
litigantes, toda vez que ellos miran a la formación de una relación procesal
válida y la ligazón de éstas con un determinado tribunal”.
Sentencia de la I. Corte de Apelaciones de Santiago, de 24 de mayo
de 2000, publicada en la RDJ, tomo xCVII, segunda parte, sección
segunda:
“3º. Que son requisitos para que un juicio tenga existencia jurídica,
la existencia de un juez que ejerza jurisdicción, de las partes, y la de un
conflicto o litigio; a ello cabe agregar que haya existido un emplazamiento
válido. La falta de concurrencia de alguno de ellos acarrea necesariamente
la inexistencia del juicio.
En cambio, son requisitos de validez del juicio, el que se litigue ante tribu-
nal competente, que las partes sean capaces y que se cumplan determinadas
formalidades que la ley señala.
4º. Que de lo anterior se infiere que para la existencia de un juicio,
necesariamente debe existir una parte demandante, entendiéndose por tal
aquella que ejerce una acción y formula peticiones al tribunal en consecuen-
cia a ella.
8º. Que si no existe legalmente demandante, no pudo por ende existir
juicio y todo lo obrado en estos antecedentes es sólo aparente, pues no tiene
existencia jurídica. De esta manera, la sentencia dictada en aquellos antece-
dentes tiene la misma característica de aparente y, por lo tanto, no produce
cosa juzgada, puesto que es un requisito para que ésta exista, el que esté en

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LA NULIDAD PROCESAL CIVIL, PENAL Y DE DERECHO PÚBLICO

presencia de un proceso válido, lo que no sucede en este caso por los motivos
anteriormente expuestos.
10º. Que conforme lo expuesto precedentemente, se está en presencia de un
juicio aparente y, por ende, jurídicamente inexistente, por lo que no es posible
exigir a quien se siente afectado que plantee los incidentes de nulidad que le
parezcan pertinentes dentro del plazo a que se refiere el artículo 83 del Código de
Procedimiento Civil, puesto que tal como se ha razonado en el considerando 9º,
este vicio no es posible de ser convalidado mediante la ratificación ni por el simple
transcurso del tiempo, pues es imposible sanear un vicio de inexistencia”.

C. Existencia de un tribunal absolutamente competente

Lo primero es determinar si se está en presencia de un tribunal, o sea,


ante quién tiene jurisdicción conforme a lo establecido por la ley. Sin
jurisdicción no hay proceso. Esto es, el o los jueces que conforman
el tribunal deberán haber sido debida y legalmente investidos como
tales, cumpliendo cabalmente todos y cada uno de los requisitos que
la Constitución y la ley establecen para ello. Si falta alguno de estos
requisitos, el juez, aunque haya sido nominado como tal, carecerá
de jurisdicción, como ser si la Contraloría no ha tomado razón de
su nombramiento o, habiéndolo hecho, el juez no ha prestado el
juramento de rigor o no se cumplen los requisitos para desempeñar
el cargo. Lo mismo ocurre en aquellos casos en que la ley ha otorgado
jurisdicción a una autoridad administrativa.
Establecida la existencia de la jurisdicción, es preciso determinar
qué competencia le ha otorgado la ley y si ésta es absoluta o relativa.
El artículo 108 del Código Orgánico de tribunales establece: “La
competencia es la facultad que tiene cada juez o tribunal para conocer de los
negocios que la ley ha colocado dentro de la esfera de sus atribuciones”.
La jurisdicción le da poder al tribunal para conocer y resolver
conflictos de relevancia jurídica. La competencia determina qué
tribunal en razón de la materia, cuantía, fuero y territorio puede
conocer del determinado conflicto de relevancia jurídica que se
somete a su conocimiento y decisión. Hay una relación de género a
especie. No puede haber competencia sin jurisdicción, pero puede
haber jurisdicción sin competencia.
Dada la importancia de los elementos que configuran la competen-
cia, ésta se divide entre competencia absoluta y competencia relativa.
La diferencia entre una y otra la precisa claramente el profesor Mario
Casarino Viterbo en su obra citada, tomo I, página 242:

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LIBRO SEgUNDO

“a) La competencia absoluta sirve para precisar la jerarquía, clase o


categoría del tribunal que va a conocer de un determinado asunto; en cambio
la relativa sirve para precisar qué tribunal determinado, dentro de una jerar-
quía, clase o categoría de tribunales va a conocer de ese mismo asunto;
b) La competencia absoluta tiene como factores determinantes o puntos
de referencia: la materia, la cuantía y el fuero; en cambio, la relativa tiene
como factor determinante o punto de referencia solamente el territorio;
c) La competencia absoluta ha sido establecida por razones de orden público;
en cambio la relativa ha sido establecida en el solo interés de las partes litigantes:
d) La competencia absoluta no puede ser renunciada por las partes
litigantes, precisamente por su carácter de normas de orden público; en cambio,
la relativa puede ser renunciada por las partes litigantes, desde el momento
en que ha sido establecida en el propio y personal interés de ellas, y
e) La falta de competencia absoluta puede ser declarada de oficio por
el tribunal o representada por las partes litigantes, en cualquier estado del
juicio; en cambio la falta de competencia relativa sólo puede ser representa-
da por las partes litigantes, antes de hacer cualquiera gestión que implique
prorrogar competencia”.
En consecuencia, la falta de jurisdicción y de competencia absoluta
se equiparan en cuanto a requisitos de existencia del proceso. Ello
no obstante, el C. de P. C. en sus artículos 83 y 768 Nº 1, considera
la falta de competencia absoluta como causal de nulidad procesal,
por cuanto a la época de dictación del Código la doctrina no había
incursionado en el campo de la existencia del proceso y distinguido
entre nulidad e inexistencia. Hoy la doctrina es unánime en cuanto a
que la falta de jurisdicción y la incompetencia absoluta son causales
de inexistencia del proceso. Por el contrario, la falta de competencia
relativa no es causal de inexistencia sino de invalidez del proceso.

3. INExIStENCIA PROVISIONAL Y SUBSANABLE

Aparte de los requisitos ineludibles de existencia, existen dos requisitos


formales establecidos en la Ley Nº 18.120. Estos son: la existencia de
debido patrocinio de abogado y la constitución de un mandato judicial en
la primera presentación que hace quien demanda o ejerce la acción:

• Existencia de debido patrocinio de abogado


El artículo primero de la Ley Nº 18.120 sobre comparecencia
en juicio establece: “La primera presentación de cada parte o interesado

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LA NULIDAD PROCESAL CIVIL, PENAL Y DE DERECHO PÚBLICO

en asuntos contenciosos o no contenciosos ante cualquier tribunal de la


República, sea ordinario, arbitral o especial, deberá ser patrocinada por un
abogado habilitado para el ejercicio de la profesión. Esta obligación se enten-
derá cumplida por el hecho de poner el abogado su firma, indicando además,
su nombre, apellidos y domicilio. Sin estos requisitos no podrá ser proveída y
se tendrá por no presentada para todos los efectos legales”.
Ergo, si la acción no es patrocinada por un abogado habilitado
para el ejercicio de la profesión, el escrito que la contiene no puede
ser proveído y, por ello, no puede dar origen al proceso, debido
a que el órgano jurisdiccional queda impedido de dar curso a la
acción y, de oficio, debe tener por no presentada la demanda dado
el texto de la norma legal.

• Constitución de mandato judicial:


El artículo 2º de la Ley Nº 18.120 señala: “Ninguna persona, salvo
en los casos de excepción contemplados en este artículo, o cuando la ley exija la
intervención personal de la parte, podrá comparecer en los asuntos y ante los
tribunales a que se refiere el inciso primero del artículo anterior, sino representada
por un abogado habilitado para el ejercicio de la profesión, por procurador del
número, por estudiante actualmente inscrito en tercero, cuarto o quinto año
de las Escuelas de Derecho de las Facultades de Ciencias Jurídicas y Sociales de
alguna de las universidades autorizadas, o por egresado de esas mismas escuelas
hasta tres años después de haber rendido los exámenes correspondientes.
Si al tiempo de pronunciarse el tribunal sobre el mandato, éste no estuviere
legalmente constituido, el tribunal se limitará a ordenar la debida constitución
de aquél dentro de un plazo de tres días. Extinguido este plazo y sin otro trámite,
se tendrá la solicitud por no presentada para todos los efectos legales”.
Por consiguiente, si el mandato no se constituye en forma legal,
el tribunal deberá apercibir al actor para que, en el plazo máximo de
tres días, solucione la omisión y, de no hacerlo, la solicitud se tendrá
ipso jure, o sea, por el solo ministerio de la ley, como no presentada
para todos los efectos legales, con lo cual no hay proceso.
Ello no obsta a que, salvada la omisión del patrocinio u otorgado
un nuevo poder en forma legal, el órgano jurisdiccional dé curso a
la acción, con lo cual se inicia el proceso.

JURISPRUDENCIA :
Corte Suprema Rol 2.392/99
Tercero: Que el poder con que una persona obra en juicio, constituye un
presupuesto procesal al ser parte integrante de la capacidad, en su aspecto

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LIBRO SEgUNDO

de jus postulandi o derecho de postulación. Es la única forma que permite


comparecer válidamente en un proceso, conforme lo ordena el artículo 6º
del Código de Procedimiento Civil en relación con el artículo 2º de la Ley
Nº 18.120. De la misma manera, según el artículo 1º de la citada ley la
primera presentación deberá ser patrocinada por un abogado habilitado
para el ejercicio de la profesión. En la especie existió, si bien una falsa
representación y patrocinio, ella era aparente y el juzgador de primer grado
la aceptó.
Sin embargo, a requerimiento de la actora el mismo juez posteriormente
tuvo por no presentados todos los escritos en los que constaba la comparecencia
y un principio de defensa de la gran mayoría de los demandados.
Cuarto: Que el poder para litigar se entenderá conferido para todo el
juicio en que se presente, por disponerlo así, como elemento esencial del mismo
el artículo 7º del Código de Procedimiento Civil. Acorde con tal norma tal
representación es continua en el proceso y no puede el representado carecer
de ella, sino bajo sanción de proceder en su rebeldía. De otro lado la defensa
jurídica, que corresponde al patrocinante, derecho esencial de la persona como
lo dispone el artículo 19 Nº 3 de la Constitución Política de la República,
tampoco puede faltar a lo largo de todo el procedimiento como lo prescribe el
inciso 3º del artículo 1º de la Ley Nº 18.120.
Ahora bien, el artículo 9º del Código de Procedimiento Civil
dispone que si durante el curso del juicio termina por cualquier
causa el carácter con que una persona representa por ministerio
de la ley derechos ajenos, continuará no obstante la representación
y serán válidos los actos que ejecute hasta la comparecencia de la
parte representada, o hasta que haya testimonio en el proceso de
haberse notificado a ésta la cesación de la representación y el estado
del proceso. El representante deberá gestionar para que se practique
esta diligencia dentro del plazo que el tribunal designe, bajo pena
de pagar una multa y de abonar los perjuicios que resulten. Siguien-
do con la misma idea el artículo 14 inciso final del mismo Código,
refiriéndose al procurador común, dice que, sea que se acuerde
por las partes, sea que se decrete por el tribunal, la revocación no
comenzará a surtir sus efectos mientras no quede constituido el
nuevo procurador.
Si bien en el caso que se estudia no se trata ni de la representa-
ción por el ministerio de la ley ni de un procurador común, tales
normas contienen los principios que se han venido indicando, en
orden a la continuidad del poder de representación y de la defensa
en un pleito, elementos de un debido proceso, y acerca de los cuales
el juez ha tenido el deber procesal de velar.

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LA NULIDAD PROCESAL CIVIL, PENAL Y DE DERECHO PÚBLICO

Quinto: Que en la situación en examen al no haberse siquiera comunica-


do a los poderdantes que quedaban sin representación ni defensa, falsa pero
aparente y que se había aceptado, han quedado éstos en absoluta indefensión
y se ha incurrido en un vicio procesal que, de acuerdo al artículo 84 del
Código de Procedimiento Civil, debe enmendarse.
Lo que ocurrió fue que quien patrocinó la causa y aceptó el
poder no era abogado ni cumplía los requisitos para representar
en juicio.

4. EL DEBIDO PROCESO

El “Debido Proceso” no ha sido específicamente definido, pero en las


actas de la Comisión Redactora de la Constitución de 1980 quedaron
claramente establecidos los elementos que lo componen: tribunal
absolutamente competente, imparcial y preestablecido por la ley para
conocer del conflicto, bilateralidad de la audiencia, oportunidad
razonable para presentar medios de prueba y acreditar los hechos
que fundamentan la o las acciones y la o las excepciones y decisión
conforme a derecho. En otras palabras, el debido proceso está consti-
tuido por todos aquellos elementos, trámites, oportunidades, plazos
y acciones que permitan a las partes una debida y adecuada defensa
de sus derechos y al tribunal, preestablecido por ley, absolutamente
competente e imparcial, resolver en derecho en base a los hechos
jurídicamente acreditados en el proceso.
Este concepto no nace con la xIV enmienda a la Constitución
de los Estados Unidos de Norteamérica, sino, con mucha anterio-
ridad, en la enmienda quinta, la que en su parte final establece:
“nor be deprived of life, liberty or property without due process of law” (ni
puede ser privado de la vida, libertad o propiedad sin un debido
proceso legal). “Según el profesor Juan Colombo, sus raíces son muy
anteriores y se retrotraen a la Carta Magna inglesa del año 1215 y,
para ello, se basa en la obra “Due process of law in Magna Carta”, del
profesor Mac Ilwain.
El profesor Colombo, en obra ya citada, página 133, concluye: “Se
trata, en resumen, de que nadie puede ser privado de las garantías esenciales que
la Constitución establece, mediante un simple procedimiento, ni por un trámite
administrativo cualquiera que prive del derecho a defenderse y a disponer de la
garantía que constituye el poder judicial para todos los ciudadanos”.
La opinión del profesor Colombo no excluye que sean los propios
tribunales los que no respeten la existencia del debido proceso y, por

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LIBRO SEgUNDO

ello, se incurra en un vicio de nulidad procesal de derecho público,


que llegue a determinar la inexistencia del proceso o la nulidad
del juicio. Esta materia será tratada más extensamente en la parte
correspondiente al Recurso de Casación en la forma.
El profesor Humberto Nogueira Alcalá, en la obra La Ciencia
del Derecho Procesal Constitucional, Librotecnia, 2009, página 251,
señala:
“Nuestro Tribunal Constitucional en la materia ha señalado que el
Constituyente se abstuvo de enunciar las garantías del procedimiento racional y
justo, materia sobre la cual el mismo Tribunal se ha pronunciado ya en varias
oportunidades, en los roles 376, 389 y 481, entre otros, como asimismo la Corte
Suprema en el fallo de 5 de diciembre de 2001 y que: ‘conforme a la doctrina
nacional, el derecho a un proceso previo, legalmente tramitado, racional y
justo, que la Constitución asegura a todas las personas, debe contemplar las
siguientes garantías: la publicidad de los actos jurisdiccionales, el derecho a
la acción, el oportuno conocimiento de ella por la parte contraria, el empla-
zamiento, adecuada asesoría y defensa por abogado, la producción libre de
pruebas conforme a la ley, el examen y objeción de la evidencia rendida, la
bilateralidad de la audiencia, la facultad de interponer recursos para revisar
las sentencias dictadas por tribunales inferiores’.
La enunciación que realiza el Tribunal Constitucional no tiene un
carácter taxativo, pudiendo ser enriquecida con algunos ámbitos adicio-
nales contemplados por los artículos 8º y 25º de la Convención Americana
de Derechos Humanos y la jurisprudencia de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos”.
El propio tribunal Constitucional, en la sentencia dictada en
los autos rol 986/2007, señaló:
“A este respecto, por debido proceso se entiende aquel que cumple integral-
mente la función constitucional de resolver conflictos de intereses de relevancia
jurídica con efecto de cosa juzgada, protegiendo y resguardando, como su
natural consecuencia, la organización del Estado, las garantías constitucio-
nales y, en definitiva, la plena eficacia del Estado de Derecho. A este respecto,
el debido proceso cumple una función dentro del sistema, en cuanto garantía
del orden jurídico, manifestado a través de los derechos fundamentales que
la Constitución les asegura a las personas. Desde esta perspectiva, el imperio
del derecho y la resolución de conflictos mediante el proceso son una garantía
de respeto por el derecho ajeno y la paz social. En síntesis, el debido proceso,
más allá de consagrar los derechos de los litigantes, y el poder deber del juez
en la forma que el constituyente ha establecido para eliminar la fuerza en la
solución de los conflictos, genera un medio idóneo para que cada cual pueda
obtener la solución de sus conflictos a través de su desenvolvimiento”.

53
LA NULIDAD PROCESAL CIVIL, PENAL Y DE DERECHO PÚBLICO

A objeto de garantizar el debido proceso, la ley debe establecer


la forma en que la jurisdicción conocerá y resolverá el conflicto y,
para ello, señalar la oportunidad y los requisitos que debe cumplir
cada acto jurídico procesal que lo integrará.
Conforme a lo antes expuesto, es la ley la que debe establecer
“un procedimiento y una investigación razonables y justos”. Es necesario
recalcar este hecho, por cuanto si la ley omitió hacerlo o lo hizo
imperfectamente, no estaremos frente a una infracción procesal,
sino a un conflicto de orden constitucional que deberá ser resuelto
por el tribunal Constitucional.
Así lo ha declarado éste en otro de los considerandos de la
sentencia recaída en el proceso rol 986/2007, al señalar:
“Finalmente, no obstante que más adelante se volverá sobre la materia, es
preciso referirse al artículo 19 número 3º, inciso quinto, de la Constitución,
en tanto establece las garantías de un racional y justo procedimiento. De su
tenor literal, sin perjuicio de lo que luego se dirá, se desprende que al igual
que en la parte orgánica, la Constitución no contiene una norma expresa
que garantice, señalando con diáfana claridad, lo que la doctrina denomina
‘el debido proceso’, sino que regula dos de sus aspectos, a saber:
a) Que toda sentencia de un órgano que ejerza jurisdicción, en este
caso los tribunales penales competentes, ha de fundarse en un proceso previo
legalmente tramitado. Ha de entenderse que el mismo se encuentra en tal
hipótesis cuando en su etapa jurisdiccional de sustanciación se ajusta a
la ley de procedimiento.
b) Precisa dicha norma que corresponderá al legislador establecer
las garantías de un procedimiento racional y justo. En aplicación de tal
disposición, los poderes colegisladores elaboraron el texto del nuevo Código
Procesal Penal.
Frente a esta realidad, esto es, no contar con una norma categórica que
lo incorpore, este Tribunal Constitucional, en diversas sentencias, ha propor-
cionado elementos para precisar el concepto de debido proceso, que sustenta en
un conjunto de disposiciones de la Constitución, entre las cuales se incluye
el artículo 19 número 3º, donde, por cierto, no fue definido.
Lo anterior se considera especialmente porque resultará trascendente para
calificar la inconstitucionalidad que los requirentes observan en el inciso
segundo del artículo 387 del Código Procesal Penal.
Noveno: Que este Tribunal razonará sólo en torno a la constitucionalidad
de la aplicación de la norma cuestionada en el caso concreto y en el estricto
marco del conflicto de constitucionalidad planteado, no formulando, por
lo tanto, opinión acerca de la constitucionalidad en abstracto del precepto

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LIBRO SEgUNDO

impugnado ni tampoco de otras disposiciones de la normativa de enjuicia-


miento criminal, especialmente la relativa al régimen de recursos.
Décimo: Que, en consecuencia, a esta Magistratura sólo le cabe decidir
si la aplicación en el proceso en cuestión, del inciso segundo del artículo 387
impugnado, genera una inconstitucionalidad cuya fuente esté en la norma
misma, y que haga necesario declararlo inaplicable para evitarla”.
Cabe agregar el requisito de que el juez sea independiente e
imparcial. Hay consenso en ello.
Así lo señaló el tribunal Constitucional en sentencia de 5 de
abril de 1988, en los autos rol 53, al establecer:
H. “La independencia y la imparcialidad no sólo son componentes de
todo proceso justo y racional, sino que, además, son elementos consustanciales
al concepto mismo de juez.
Este Tribunal está de acuerdo en que todo juzgamiento debe emanar de
un órgano objetivamente imparcial, elementos esenciales del debido proceso
que consagra toda la doctrina procesal contemporánea. Es más, a juicio de
este Tribunal, la independencia e imparcialidad del juez no sólo son compo-
nentes de todo proceso justo y racional, sino que, además, son elementos
consustanciales al concepto mismo de tal”.
A su vez, el artículo 8º de la Convención Americana de Derechos
Humanos en su inciso primero establece:
Artículo 8º. Garantías Judiciales: 1. Toda persona tiene derecho a ser
oída, con las debidas garantías y dentro de un plazo razonable, por un juez
o tribunal competente, independiente e imparcial, establecido con anteriori-
dad por la ley, en la sustanciación de cualquier acusación penal formulada
contra ella, o para la determinación de sus derechos y obligaciones de orden
civil, laboral, fiscal o de cualquier otro carácter.
Al respecto, el profesor Humberto Nogueira Alcalá en la obra
ya citada, páginas 252, 253 y 255, expone:
“La autoridad que ejerce jurisdicción debe ser objetivamente independiente
y subjetivamente imparcial. El derecho a un tribunal objetivamente indepen-
diente y a autoridades judiciales subjetivamente imparciales forman parte
de la garantía de protección jurisdiccional de los derechos de las personas en
conformidad con el artículo 8º párrafo 1 de la CADH.
Como dice Murillo, ‘independencia e imparcialidad no obstante ser concep-
tualmente autónomas se interrelacionan, pues la falta de aquéllas obsta, en los
hechos, a la imparcialidad del juicio’. La independencia e imparcialidad se
distinguen porque la primera se conecta con la potestad jurisdiccional, mientras
que la imparcialidad se predica del ejercicio de la función jurisdiccional,
ambas tienen distintos momentos de aplicación, la independencia despliega

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LA NULIDAD PROCESAL CIVIL, PENAL Y DE DERECHO PÚBLICO

su eficacia en un momento previo al ejercicio de la función jurisdiccional,


mientras que la imparcialidad tiene lugar en el momento procesal, vale
decir, en el desarrollo de la función jurisdiccional.
En la misma perspectiva, la Corte Interamericana de Derechos Humanos
ha determinado que ‘la imparcialidad del tribunal implica que sus integrantes
no tengan un interés directo, una posición tomada, una preferencia por alguna
de las partes y que no se encuentren involucrados en la controversia’”.
La Corte Suprema, en sentencia de 30 de enero de 2008, recaí-
da en los autos rol 2377/2007, coincide con lo antes expuesto al
establecer en el considerando quinto:
“Quinto: Que, del debate producido en la Comisión de Estudios de la
Nueva Constitución, y especialmente en la Sesión 101, de 9 de enero de 1975,
en que se oyó al profesor don José Bernales, y en la Sesión 103, de 16 de enero
del mismo año, se desprende que los elementos que constituyen ‘un racional
y justo procedimiento’, de manera sucinta, son los siguientes:
a) Notificación y audiencia del afectado, pudiendo procederse en su
rebeldía si no comparece una vez notificado;
b) Presentación de las pruebas, recepción de ellas y su examen;
c) Sentencia dictada en un plazo razonable;
d) Sentencia dictada por un tribunal u órgano imparcial y objetivo, y
e) Posibilidad de revisión de lo fallado por una instancia superior igual-
mente imparcial y objetiva”. (Enrique Evans de la Cuadra, Los Derechos
Constitucionales, t. II, Editorial Jurídica de Chile, 1986, págs. 28-29).
La falta de imparcialidad pasa a ser una causal de inhabilidad,
ajena a las causales de implicancia y recusación, no sujeta a los plazos
ni requisitos de éstas. Es una violación al debido proceso y, por lo
tanto, pasa a generar una nulidad procesal de derecho público.
Ello puede ocurrir, por ejemplo, si, al examinar la admisibilidad
de un recurso, la mayoría del tribunal lo estima admisible, pero uno
de sus ministros vota por la inadmisibilidad fundando su voto en
consideraciones que se refieren al fondo del recurso. Ya determi-
nó su opinión y, obvia y humanamente, procurará convencer a los
demás miembros del tribunal que tiene razón. Ya no estará juzgando
sobre la materia, sino que estará defendiendo la opinión ya emitida.
quien prejuzga no es imparcial. Al respecto, el diccionario de la Real
Academia Española define “Imparcialidad” como “Falta de designio
anticipado o de prevención a favor o en contra de personas o cosas”.
El debido proceso también rige respecto de las causas de que
conoce el tribunal Constitucional, al cual corresponde precisa-
mente defender la constitucionalidad y, por ello, aplicar la garantía
constitucional del debido proceso. Ello no obstante, basándose en

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LIBRO SEgUNDO

un artículo de la Ley Orgánica del tribunal, rechazó una inhabili-


dad por falta de imparcialidad de un miembro del tribunal, el cual
había emitido un pronunciamiento sobre el fondo, al conocer de
la admisibilidad de un requerimiento en los autos rol 1357-09. Esto
es, dio preferencia a una norma de ley orgánica constitucional por
sobre la garantía constitucional.
En la misma situación de inhabilidad estarán los ministros de
este tribunal que hayan tenido cargos en un gobierno y participa-
do directa y personalmente en los proyectos de ley enviados por el
Ejecutivo durante el ejercicio de su cargo, si se formula una acción
de inaplicabilidad o inconstitucionalidad respecto de alguna ley en
la que ellos hayan intervenido.
El problema en cuanto a la imparcialidad del órgano juris-
diccional cobra especial relieve cuando se trata de una autoridad
pública a la cual se le dan facultades jurisdiccionales para conocer
de infracciones a normas de derecho público. En estos casos, la
autoridad imputa la infracción, realiza un procedimiento para
establecerla y resuelve el conflicto de relevancia jurídica. Esto es,
reúne, en sí mismo, la facultad de imputar, acusar, tramitar y dictar
una resolución que, de ser condenatoria, implica resolver una
materia de carácter administrativa penal. En otras palabras, es juez
y parte simultáneamente, lo que hoy está absolutamente proscrito
de nuestro sistema jurídico.

5. M AtERIALIDAD DEL PROCESO

La materialidad del proceso está constituida por actos jurídicos


procesales consecutivos o concatenados, dentro de una secuencia,
plazos y formalidades preestablecidas por la ley. De aquí que todo
acto jurídico-procesal sea un eslabón de la cadena que se inicia con
la acción que da origen al proceso y termina con la sentencia judicial
ejecutoriada que resuelve el conflicto.
En materia civil, el C. de P. C., en su artículo 29, establece: “Se
formará el proceso con los escritos, documentos y actuaciones de toda especie
que se presenten o verifiquen en el juicio”. Lo anterior da origen a un
expediente que se inicia con la carátula del tribunal, la acción y luego
todas las actuaciones procesales que se van agregando por estricto
orden cronológico y en folios numerados.
En materia penal rigen las normas contenidas en los artículos 39
y 41 del Código Procesal Penal referentes al registro de las actuacio-

57
LA NULIDAD PROCESAL CIVIL, PENAL Y DE DERECHO PÚBLICO

nes judiciales, el cual puede efectuarse por cualquier medio apto


para producir fe.
Cada acto jurídico procesal debe cumplir con los requisitos
propios de todo acto jurídico y con las normas especiales que la
ley procesal establece para su validez, según su propia finalidad. Su
validez o nulidad dependerá del cumplimiento de esta finalidad
y no de su forma. La forma puede estar viciada, pero si el acto ha
cumplido su finalidad o el agravio causado puede ser reparado por
otro medio procesal, la nulidad será improcedente.
Conforme con lo expuesto, si el acto procesal es declarado
nulo y el agravio causado no puede ser reparado de otra forma que
declarando su nulidad, ésta provoca el rompimiento de la cadena
procesal y el orden consecutivo legal, por lo cual todos los actos
procesales realizados posteriormente, aun cuando individualmente
sean válidos, dejan de tener existencia procesal si consecutivamente
estaban directamente ligados al acto declarado nulo.
El inciso final del actual artículo 83 del C. de P. C. establece:
“La declaración de nulidad de un acto no importa la nulidad de todo lo
obrado. El tribunal, al declarar la nulidad, deberá establecer precisamente
cuáles actos quedan nulos en razón de su conexión con el acto anulado”. A
su vez, el inciso segundo del artículo 165 del Código Procesal Penal
establece: “El tribunal, al declarar la nulidad, determinará concretamente
cuáles son los actos a los que ella se extendiere y, siendo posible, ordenará que
se renueven, rectifiquen o ratifiquen”.
Al efecto, el profesor Serra Domínguez, en su obra citada, página 465,
señala: “Habida cuenta la peculiar naturaleza del proceso, integrado por una
sucesión ordenada de actos, viniendo cada uno de ellos determinado por el
anterior y encaminado hacia el que le sigue normalmente, la nulidad de un
acto procesal acarreará la nulidad de los restantes actos procesales que traigan
causa de él. La ineficacia inicial de un acto priva de su eficacia a los actos que
le siguen, pese a haber sido éstos realizados en forma correcta”.
Lo anterior determina, como ya se ha señalado, que no hay que
confundir el proceso en sí con los actos jurídico-procesales que lo
van integrando. El proceso, como tal, tiene requisitos de existencia
y de validez que son distintos de la validez del acto jurídico proce-
sal aisladamente considerado. Ello no obstante, es posible que la
nulidad de un determinado acto jurídico procesal acarree la nulidad
de todo lo obrado, si la existencia válida de dicho acto es requisito
de validez del proceso.
El profesor Couture en su obra citada, página 376, expresa: “La
irregularidad del acto procesal, esto es, el desajuste entre la forma determi-

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LIBRO SEgUNDO

nada en la ley y la forma utilizada en la vida, es en todo caso una cuestión


de matices que corre desde el apartamiento gravísimo, alejado en absoluto de
las formas requeridas, hasta el levísimo, apenas perceptible. En este sentido
se han distinguido siempre tres grados de ineficacia: en un primer grado, de
ineficacia máxima, la inexistencia; en un segundo grado, capaz de producir
determinados efectos en condiciones muy especiales, la nulidad absoluta; en
un tercer grado, con mayores posibilidades de producir efectos jurídicos, la
nulidad relativa”.

títULO tERCERO
LA NULIDAD PROCESAL CIVIL

A diferencia de lo que ocurre con la inexistencia del proceso, éste


existe pero puede ser invalidado por la existencia de vicios que así
lo determinan:
El profesor Eduardo J. Couture en su obra citada, página 107,
precisa: “Si por definición son presupuestos procesales aquellas circuns-
tancias sin las cuales el proceso carece de existencia jurídica o de validez
formal, lo menos que se puede deducir es que un proceso nulo por vicio
de forma cabe dentro de esta definición. Será menester, en consecuencia,
extender el concepto en el sentido de sostener que el juez que al dictar su
fallo halle ante sí un proceso nulo…, queda relevado de dictar sentencia
sobre el mérito, en razón de adolecer la causa de un vicio que impide, por
ausencia del presupuesto procesal de validez de los actos del proceso, exami-
nar el derecho en discusión”.
El profesor Juan Colombo, en su obra ya citada, Los Actos Procesales,
página 85, sostiene: “En cuanto a la nulidad procesal, ella, como sanción
de ineficacia, responde a principios y características diferentes a los contem-
plados por el derecho común para los actos nulos o viciados de nulidad. En
efecto, las nulidades de los actos procesales son nulidades procesales, no siendo
procedente en este caso distinguir entre actos nulos o relativamente nulos. Lo
que sí es preciso diferenciar es la presencia de actos nulos per se anulables y de
actos que siendo nulos, provocan una cadena de nulidades posteriores dentro
del proceso, que pueden invalidarlo íntegramente, atacarlo parcialmente o
afectar sólo a algunos de los actos que lo componen o integran”.
Sin embargo, pueden existir actos jurídico-procesales que incurran
en vicios que acarreen su nulidad, pero si éstos no afectan el debido
proceso o el acto procesal viciado ha cumplido su finalidad o el vicio

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