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Origen y evolución del pensamiento político peruano

El pensamiento político peruano tiene un momento fundacional en el grupo


generacional arielista, es decir, en 1900. A ese grupo generacional perteneció Víctor
Andrés Belaunde, y tuvo como compañeros a intelectuales excepcionales como José de
la Riva Agüero, los hermanos Francisco y Ventura García Calderón y José Gálvez,
principalmente.
El grupo generacional arielista, en tanto núcleo intelectual, surge una generación
después de la derrota en la Guerra del Pacífico (1879-1883). Ello quiere decir que
asumió como propias las deudas pendientes de una república que no había sido capaz
de consolidar sus instituciones, tampoco legitimar la idea de que su sistema legal
funcionaba para todos y sin discriminaciones, expandir la conciencia igualitaria acerca
de sus integrantes y, mucho menos, instituir una clase dirigente que enrumbara los
caminos del país. El Estado nación era aún un proyecto al que había de dar forma.
Todas las carencias adquirieron nuevas dimensiones con la derrota de 1879. Por ello,
Belaunde y sus compañeros generacionales se propusieron como misión emprender
estudios serios y profundamente analíticos sobre los problemas nacionales. Desde esta
introspección de nuestras graves “deficiencias”, se trataron de ubicar como
intelectuales que podían proponer a las clases que dirigían el Estado un camino, una
vía de solución a la crisis nacional. En sus propios términos, se trataba de lograr la
“regeneración nacional” mediante un conjunto de reformas que impidieran ahondar la
fragmentación y el alejamiento de las instituciones de la vida social. El abanderado de
esta propuesta de carácter político fue Belaunde.
Belaunde guarda una singularidad al interior de su grupo generacional, pues se
diferencia del elitismo de Francisco García Calderón, así como del conservadurismo
exacerbado de Riva Agüero; no excluía a las clases populares de sus propuestas, pero
sostenía la necesidad de consolidar un núcleo dirigencial. Desde esta postura,
Belaunde trató de apuntalar un justo medio en el que la palabra clave era “reformas”.
Y estas estaban respaldadas por una visión global del país. Así, socialmente, la llamada
clase media era la más idónea para efectuar el programa reformista; culturalmente, el
mestizo incorporaría las diferentes herencias y, espiritualmente, el catolicismo
constituiría el cemento ideológico en el que todos podrían confluir.
La evolución del pensamiento de Belaunde tuvo tres momentos distinguibles. La
confianza por el positivismo; luego, abandonando la certeza positivista, adopta el
espiritualismo y, finalmente, el afincamiento en el pensamiento socialcristiano desde
el que buscará las razones últimas del espíritu, así como las claves definitivas de la
peruanidad.
La etapa positivista de Belaunde se refleja en sus tesis y artículos. Su primer trabajo
importante, su tesis Filosofía del Derecho y el método positivo, de 1904. Luego
vendrían sus otras tesis, la de 1908, El Perú antiguo y los modernos sociólogos
(Introducción a un ensayo de sociología jurídica), y las de 1911: Los mitos amazónicos y
el Imperio Incaico y Las expediciones de los Incas a la Hoya amazónica. Estos trabajos
ya nos muestran a un Belaunde que trata de entender de manera cabal y global la
realidad nacional. El momento cumbre de su preocupación sería el representado por el
libro de madurez final, titulado precisamente Peruanidad.

La época positivista fue también el tiempo de la mirada optimista por el desarrollo del
Perú (representado por El Perú contemporáneo, de García Calderón, 1907). Pero la
crisis, especialmente política, que vivió nuestro país en la segunda década del siglo XX,
tuvo su impacto en el pensamiento de Belaunde. Aparecieron ante sus ojos con una
claridad que no había percibido antes, los males históricos del Perú. El desencanto y el
escepticismo cubren este nuevo momento político.
La conciencia de la nueva etapa tiene su verificación en el memorable discurso que
Belaunde ofreció en 1914, titulado “La crisis presente”. Es el tiempo de la Gran Guerra
europea y del derrumbe de los paradigmas vigentes. En dicho discurso, Belaunde
expone su preocupación por las inexistentes bases institucionales.
En “La crisis presente”, Belaunde ataca, en páginas formidables que todos debemos
leer, a la “clase dirigente” por su inmoralidad, a los partidos por deambular tras los
caudillos y no tener programas, al gabinete por no cumplir con su función y al
parlamento por no ser eficaz en su papel fiscalizador y legislador. Asimismo, denuncia
la situación de sometimiento de la clase media (atada económicamente y con el lastre
de una educación no apta para las labores técnicas y productivas, debiendo
arrinconarse en la burocracia para sobrevivir), fustiga a la burocracia inútil y corrupta,
pero, sobre todo, protesta y acusa a un régimen que por su incapacidad ha concluido
en el absolutismo presidencial, estableciendo un paralelo siempre citado entre el
virrey y el presidente.
Belaunde también señala lo que a su juicio son los tres grandes males de la república:
la plutocracia costeña que más aspira a irse del país, la burocracia militar inmiscuida en
funciones políticas que no le competen, y el caciquismo parlamentario como cómplice
del feudalismo. Sobre este último explica su presencia gigantesca en el deformado
sistema electoral que, eliminado el sufragio universal consagrado en la Constitución de
1860, la elección se centra en las provincias y no en los departamentos, ocasionando
una terrible desproporción entre electores y elegidos. Así, jurisdicciones poco pobladas
eligen a gran número de representantes con el agravante de que estos caciques
provinciales no cuentan con una cultura superior, independencia de todo interés local,
ni con la aptitud receptiva ante la opinión pública, bases de todo buen parlamento. La
solución la encuentra Belaunde en la emancipación y tecnificación de la clase media,
única capaz de formar el verdadero partido liberal en el Perú.

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