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INTRODUCCIÓN
Ponto por la cantidad de peces que alberga en su interior, y lo mismo hace con
otros como el Helesponto o el Hilo; también utiliza en ocasiones la expresión «ser
pasto de los peces» para referirse a algunos de los caídos en la Guerra de Troya.
Destaca un pasaje en el que dice que, cuando los peces se percatan de la presencia
de un delfín, huyen atemorizados presa del pánico, como si este mamífero se
tratara del mayor depredador jamás conocido7.
Como cabe suponer, en un texto tan imbuido de lo marítimo como es La Odi-
sea, en el que el mar está en casi todo momento presente, podemos encontrar di-
versas alusiones hacia los pobladores del medio en el que navegan Odiseo/Ulises
y los suyos en su viaje de regreso a Ítaca repartidas entre los distintos cantos que
conforman el poema. Junto a las manidas menciones referentes a que tal o cual
lago, río o mar son muy ricos en peces8, que también aparecen aquí, como no
podía ser de otra forma, a pesar de que resulta especialmente redundante, vemos
cómo en el Canto XII añade un párrafo que resulta especialmente ilustrativo, en
el que se habla de la pesca de la manera en que sigue: «Cual se ve al pescador sobre
un cabo empuñar larga caña y arrojar en el mar, con un cuerno de vaca campera,
el engaño del cebo a los míseros peces que luego palpitantes extrae de las aguas,
así entonces eran por la escarpa sacados mis hombres convulsos de muerte»9.
Hesíodo (siglos VIII-VII a. C.) en su obra Escudo, también conocida como El
escudo de Heracles, nos describe una escena marítima que resulta de lo más signi-
ficativa para nuestro objeto de estudio, que vendría a ser la siguiente:
Allí un puerto, buen refugio contra el embravecido mar, estaba labrado en
círculo, de estaño fundido, igual que si lo bañaran las olas. Muchos delfines en
medio de él saltaban aquí y allá pescando, igual que si nadaran. Dos resoplantes
delfines de plata asustaban a numerosos peces; por debajo huían peces de bronce;
además, en la orilla, había un hombre con las trazas de un pescador; tenía en sus
manos una red con peces, como si de verdad fuera a tirarlos
Como se puede ver, el autor de La Teogonía utiliza una referencia relaciona-
da con las edades del hombre para referirse a estos animales, puesto que, como
bien sabemos según su visión cosmogónica, también había con anterioridad a
nosotros hombres de oro, de plata, de bronce, etc, algo que aplica en este caso a
delfines y peces10.
11 Existen otras versiones posteriores, como la de Valerio Flaco (45-90 d. C.), pero nos hemos
quedado con la de Apolonio por ser la más representativa de todas. Apolonio de Rodas, Las
Argonáuticas, Madrid, Editorial Gredos, 1991.
12 He de decir que tanto en esta obra como en otras que repiten hasta la saciedad el ya
mencionado «mar rico en peces» se observa de vez en cuando una contradicción más que
curiosa, consistente en referirse al mar como «infecundo».
13 Heródoto, Historias (5 vols), Madrid, Editorial Gredos, 1992.
14 Literalmente «escamoso». Aunque la identificación de este pez no es certera, lo más seguro
es que se trate de la carpa de espejuelos o Cyprinus macrolepidotus o del Barbus bynni, puesto
que ambos son muy abundantes en el río Nilo.
15 Así la describe el autor: «Por lo tanto, idee hacer una gran jaula de hierro e introducir dentro
de ella una enorme tinaja de cristal de un espesor de codo y medio. Y mandé hacer en el fondo
de la tinaja un gran agujero , suficiente para que pasara por él la mano de un hombre, porque
quería yo descender y averiguar lo que había en el fondo del mar aquel. Desde dentro podía
tener cerrado el agujero de aquella escotilla en el fondo de la tina, y al bajar abrirla de repente
para sacar la mano a través de la escotilla y coger del fondo arenoso lo que encontrara en el
suelo del mar y de nuevo retirar la mano y taponar el agujero».
podemos rescatar las descripciones que hace de perlas de un tamaño muy supe-
rior a la media, de peces que se devoran entre sí haciendo gala de una voracidad
insólita, de como el peligro acecha a cada paso en un ambiente tan hostil como es
el situado en lo más hondo del océano16, etc. Sin contar esta, entre otras hazañas
dignas de renombre, Alejandro es elevado a los cielos montado en algo parecido
a una gran cesta que llevan consigo una pareja de grifos, por lo que, como pode-
mos ver a simple vista, esta narración no tiene más valor que el literario o el de
exaltación propiamente dicha.
Otro relato que, aunque tampoco puede tomarse como real o fidedigno, nos
aporta información importante. Es el tardío Relatos verídicos o Verdadera Historia
de Luciano de Samósata (120-190 d. C.), en el que nos describe con todo lujo de
detalles cómo él mismo fue tragado por una ballena de gigantescas proporciones,
en cuyo interior permaneció con vida al más puro estilo del Jonás bíblico o del
Geppetto de Las aventuras de Pinocho. En todo momento se deja notar un marca-
do carácter satírico en aquello que se nos está contando17, pero lo que llega a ser
sin lugar a dudas desternillante es cuando comienza a describir, con todo lujo de
detalles, el estómago del cetáceo, en el que habita una fauna marítima específica
fruto de las múltiples especies que han sido ingeridas por el animal, incluyéndose
crustáceos de descomunales proporciones que el autor se ve obligado a combatir,
impregnando el texto de una heroicidad y un marcado carácter aventurero que
tan de agradecer resulta a la hora de encarar narraciones de este estilo. Como no
podía ser de otra manera consigue salir airoso del interior de la ballena, regre-
sando al mundo exterior por el mismo sitio por el que había entrado gracias a
la ayuda de un oportuno bostezo del cetáceo aunque, no contento con eso, dará
muerte al animal a su salida para evitar que otros puedan correr su misma suerte.
En el campo de la filosofía, también podemos hallar algunos aportes dignos
de ser incluidos aquí. Anaximandro de Mileto (610-546 a. C.)18 pensaba que los
peces habían nacido o surgido del agua y de la tierra caliente, así como sucede
con animales que son similares a los peces. Otra afirmación que resulta de lo más
jugosa es cuando asevera que los seres humanos se engendraron al principio en
peces (literalmente, dice que el hombre nace dentro de los peces), alimentándose
de la misma forma que si fuesen pequeños tiburones hasta que, cuando fueron
capaces de actuar por sí mismos con suficiente destreza, emergieron a la superficie
y empezaron a vivir en la tierra; concretamente, dice que: «[…] en éstos los hom-
bres se formaron y mantuvieron interiormente, como fetos, hasta la pubertad, y
sólo entonces aquéllos reventaron y aparecieron varones y mujeres que ya podían
alimentarse por sí mismo». En cierto modo, se trata de una alternativa más que
curiosa a la posterior teoría de la evolución de Darwin, sustituyendo monos por
peces, claro está. Heráclito (535-484 a. C.) llegó a decir por su parte que «El mar
es el agua más pura y más contaminada: para los peces es potable y saludable; para
los hombres, impotable y mortífera».
El matemático Pitágoras (580-495 a. C.) también supone una fuente a te-
ner en cuenta. En uno de sus múltiples experimentos utilizó los peces que unos
pescadores tenían en sus redes para calcular la cantidad exacta de los que habían
recogido de las aguas y, cuando descubrió que el resultado era el esperado, les pagó
a estos una cantidad y se marchó de allí tal y como había llegado, algo que puede
resultar un tanto superfluo, pero que al fin y al cabo nos sirve para el tema que nos
traemos entre manos. Además, dentro de las particularidades propias de la secta
pitagórica, el líder del movimiento impuso varias prohibiciones a sus condiscípu-
los, entre ellas las de ingerir algunos alimentos tabú entre los que encontramos
determinados peces, como el eritrino, el melanura y el salmonete rojo, junto a
otros animales que no incluimos aquí por no estar relacionados con el mar.
Sobre lo que se pensaba en aquel entonces de los animales marinos, nos han
llegado multitud de referencias que, a grandes rasgos, nos permiten hacernos una
ligera idea de lo que los griegos opinaban al respecto, muchas de ellas creencias
sin ningún tipo de fundamento, pero otras con una lógica muy sólida. Pero para
ello nos es de más provecho recurrir a otro tipo de tratados en los que se estudia
el particular desde un punto de vista más, digamos, específico y profesional. El
autor del que vamos a hablar a continuación llevaría esta tendencia a su máximo
exponente.
aquí se expresa20. Su obra clave para el caso que aquí nos ocupa es su Investigación
sobre los animales21 en la que, como cabe esperar, también dedica infinidad de pá-
ginas a los habitantes del medio marino. Si bien es cierto que muchas de sus apre-
ciaciones son erróneas o están basadas en creencias populares no contrastadas, lo
cierto es que hay que saber valorar su trabajo en su justa medida. No podemos
olvidar que los estudios de biología y zoología representan algo más de la quinta
parte de la obra conservada de Aristóteles, por lo que, como podemos ver, estos
conforman una parte sustancial de su legado conservada por la humanidad.
Los animales marítimos estarían divididos según él en peces (ovíparos con
huevos imperfectos)22, cetáceos o mamíferos marinos23, testáceos («equipados»
con una característica concha), cefalópodos (también conocidos con el nombre
de malacodernos, siendo aquellos que tienen invertida la posición de la cabeza,
como el calamar) y crustáceos (o malacostráceos, como el cangrejo o las langos-
tas). Como podemos ver, se trata de una clasificación muy completa que poco o
nada tiene que envidiar a las elaboradas por los biólogos contemporáneos, con
todas las matizaciones que se estimen oportunas para esta afirmación. Han de ser
tenidos en cuenta los siglos de antigüedad de los que estamos hablando para saber
valorar como es debido una ordenación que surgió de él y no de estudios previos,
por lo que la titánica labor que llevó a cabo merece todo el reconocimiento, pese
a sus errores.
Entre los animales acuáticos diferencia aquellos que viven y se alimentan en el
agua, la absorben y posteriormente la expulsan, no pudiendo vivir si son privados
de ella, de los que se alimentan y viven en el agua pero absorben aire, reprodu-
ciéndose a su vez fuera del medio acuoso. Con respecto a cómo estos llevan a
cabo el proceso de respirar, señala que el delfín y la ballena, entre otros, presentan
un espiráculo en vez de branquias (el primero lo tiene en la espalda y la segunda
en la frente), en clara contraposición a otros animales acuáticos que tienen las
branquias al descubierto, como por ejemplo los peces selacios, las lijas y las rayas.
20 Así por ejemplo, encontramos alusiones en autores clásicos como los ya mencionados
Homero o Hesíodo, que habían incluido en sus textos abundantes referencias a animales
marítimos más o menos reales o legendarios, pero en ningún momento se denota en ellos
intención alguna de conocer en profundidad a estos seres desde un prisma biológico.
21 También conocido en castellano como Historia de los animales, en función de la edición que
estemos manejando.
22 Los huevos perfectos son los procedentes de las aves, los reptiles y los anfibios.
23 De hecho, Aristóteles fue el primero en percatarse de la existencia de mamíferos en
ambientes acuáticos e incluirlos en el grupo de los vivíparos, llevando siglos de ventaja a
multitud de eruditos de la Edad Media que eran incapaces de explicar cómo se reproducían
estos seres.
Entre los animales nadadores sin pies destaca que la mayoría poseen aletas, como
los peces, y de estos, unos tienen cuatro aletas, dos en la espalda y dos en el vien-
tre, como la dorada o el lobo de mar; otros solo tienen dos, como la anguila y el
congrio; mientras que otros, en cambio, carecen de ellas, como la morena.
Los peces constituyen numerosas especies y es un género propio de los que
conforman el de los animales acuáticos. Estos disponen de cabeza, así como de las
partes dorsal y ventral, en donde se encuentran tanto el vientre como las vísceras.
Según su opinión, se trata de unas criaturas que necesariamente tienen que dispo-
ner de oído y olfato, puesto que, por ejemplo, estos huyen de los ruidos intensos
(como el producido por el remo de los trirremes). Se llega incluso a afirmar que
los peces son los animales que tienen el oído más fino de todos, opinión que pro-
cede del hecho de que los dedicados a menesteres tales como la pesca o la navega-
ción se encuentran con muchos ejemplos de esta clase. Los peces que disponen de
mayor capacidad auditiva serían el salmonete, la lubina y el berruguete mientras
que, por el contrario, otros tienen el oído menos fino, y es por ese motivo por el
que prefieren vivir en el fondo del mar. Con respecto al sentido del olfato, afirma
que ello queda más que demostrado puesto que los peces rehúsan tocar el cebo si
este no es fresco, algo que solo pueden identificar por el olor.
Él pensaba que ninguna enfermedad contagiosa parecía alcanzar a los peces,
como sí que, en cambio, ocurre a menudo con los hombres y con cuadrúpedos
vivíparos tales como los caballos y los bueyes, así como con algunos animales
domésticos. Pero sí que tiene constancia de que les afectan el resto de las enfer-
medades, basando para ello su opinión en que los pescadores se hacen con ejem-
plares que están lánguidos y presentan un color inusual. Este tipo de comentarios
refleja a las claras que, aún sin saber del todo multitud de aspectos sobre los peces
(tan difíciles de estudiar al encontrarse en un territorio de difícil acceso), sí que
especulaba y establecía posibles hipótesis sobre el comportamiento y la salud del
mundo animal, lo cual con su (para nosotros) escaso nivel de conocimientos y
deficiencias de múltiples tipos es desde luego algo de lo más digno de elogio.
El autor está convencido de que todos los peces se aparean tambaleándose
de lado, vientre contra vientre, a excepción de los selacios que no pueden hacer
eso al ser planos; también lo hacen los delfines y todos los cetáceos, que actúan
de idéntica manera. En efecto, el macho cubriría a la hembra tumbados ambos
de lado, y la duración de su acoplamiento no sería ni corta ni demasiado larga,
abogando por un término medio que a saber cómo calculó el interesado en la
materia. Otra creencia popular firmemente aceptada y que refleja en su obra
es aquella que afirma que los peces carecen de testículos pero, al igual que las
serpientes, poseen canales que se llenan de semen en la época de apareamiento,
emitiendo todos ellos un líquido lechoso. El acoplamiento de los peces ovíparos
es mucho menos conocido, y es por ello por lo que la mayoría de personas cree
que las hembras se quedan preñadas al tragarse la leche de los machos. Ni que de-
cir tiene que existen animales acuáticos cuyo modo de reproducción se desconoce
por completo, en cuyo caso se aboga por afirmar que estos nacen por generación
espontánea o de la espuma marina.
Otro de sus descubrimientos fue el percatarse de la distinción existente entre
los peces cartilaginosos y los óseos, describiéndolos con una exactitud y un lujo
de detalles asombroso para el período en el que redactó sus estudios. Entre sus
múltiples afirmaciones destaca, a modo de dato adicional, el que los peces no tie-
nen voz, puesto que estos carecen tanto de pulmones como de traquea y laringe y,
si bien es cierto que emiten ciertos sonidos y pequeños gritos que algunos llegan
a calificar como voces, por ejemplo los del verrugato, el pez jabalí del Aqueloo o
el pez cuco, ninguno puede considerarse como tal en sentido estricto. La única
excepción a esta máxima vendría a ser representada por el caso del delfín, que
sí posee una suerte de voz, y que puede ser considerada como tal porque posee
pulmón y una tráquea pero, como su lengua no está suelta y no tiene labios, no
puede emitir ningún sonido articulado con su voz, pudiendo pronunciar solo
consonantes pero no vocales.
Desde un punto de vista genérico describe distintos tipos de animales, entre
los que cabe mencionar algunos. Entre los muchos que menciona destacaremos
los más interesantes a mi entender, como la ballena, denominada por Aristóteles
«ratón marino» (desconocemos el motivo que llevó a tal asociación de nombres
entre dos especies tan dispares), grupo que incluye a todos los tipos de ballenas
existentes con excepción de la orca, que vendría a ser definido como «carnero ma-
rino», cuya relación semántica tampoco terminamos de comprender. A grandes
rasgos, dice, entre otras cosas, que se trata de un enorme animal del grupo de los
cetáceos o grandes mamíferos marinos que son vivíparos, que tiene pulmones y
respira aire libre, pudiendo vivir mucho tiempo fuera del agua. De los erizos dice
que hay que diferenciar entre los que son comestibles y los que no; y sobre la exis-
tencia de sus espinas afirma (siempre según su opinión) que se deben a que son
animales fríos, lo que hace que los alimentos que estos toman sean insuficientes,
produciendo en consecuencia una gran cantidad de residuos que se apoderan de
su organismo, de los que provienen tanto los pelos como las escamas y las espinas.
Del «chalais», que es un pescado que aún no hemos identificado (y probable-
mente nunca podremos hacerlo), dice que es un pez unas veces de agua dulce
y otras de salada, que emite una especie de silbido y que vive agrupado con los
otros individuos en bancos, como muchos otros. Padece de un parásito en sus
branquias que se reproduce rápidamente y lo aniquila, por lo que se ve que el
autor también mostraba interés por los pequeños organismos que se nutren de
otros animales. El argonauta o nautilus es un cefalópodo de pequeño tamaño con
concha, que quizás nace por generación espontánea; es un buen navegante, vive
cerca de las orillas marinas. Tiene una especie de concha de gran tamaño adherida
al cuerpo y no sale nunca de ella.
De la actinia o anémona de mar llegar a decir que es uno de los animales
marinos que nacen por generación espontánea, como las conchas y las esponjas,
existiendo dos tipos de ellas: las que viven fijas en las oquedades de las rocas y las
que nadan libremente. Se alimentan de pequeños peces. De la anchoa o boque-
rón también se pensaba que nacía por generación espontánea. Se denominaba
con el nombre de «morralla» a todos los pequeños peces que, como este, nadan
en grandes grupos, al parecer por su carácter insignificante, aunque quizás podía
ser por otro motivo que desconocemos. El anthias o tres colas, también conocido
como cara de flauta, es un pez sobre el que hay serias dudas acerca de si en tiem-
pos del autor era o no un sagrado, aunque sí que se sabía que donde estaba este
pez no aparecían otros que fueran dañinos para los pescadores de esponjas.
El «acharnas», que es un pez desconocido, es un pescado que lo pasa mal en
verano, estación en la que adelgaza muchísimo. Devora a las crías del cabezón.
Del atún dice que es un pez selacio de piel lisa, gran tamaño y carnívoro que suele
vivir unos dos años de media. De la araña de mar, que es de los mayores cangrejos
que existen, que tiene los ojos situados en el centro, muy cerca uno del otro, y
como el resto de cangrejos cambia de caparazón; y del chanquete, que es un tipo
de pez espuma porque nacen millares de la espuma formada al caer sobre el mar
una tromba de agua. Por su parte considera que el esturión es considerado el pez
más noble de toda la Antigüedad, si es que un pez puede tener nobleza, lo cual
ponemos en duda desde estas páginas. Por último, sobre el lenguado dice que vive
y se alimenta en la arena, siendo uno de los peces planos que en sus migraciones
no penetran en el Mar Negro, puesto que no se atreven a ello. Afirma que se
cree que para hibernar se esconde bajo la arena del fondo del mar, y señala que
generalmente en las enfermedades relacionadas con el bazo se aplica un poco de
lenguado sobre el mismo para cuidarlo y hacer que el convaleciente mejore; la
relación entre la aplicación de lenguado y el bazo, así como la dudosa utilidad de
este remedio, siguen siendo un auténtico enigma para nosotros.
De entre todos los animales marinos que describe, resulta especialmente cu-
rioso el caso de la anguila, sobre la que llega a afirmar multitud de detalles y ca-
racterísticas que no solo distan de ser ciertas sino que, en muchos casos, llegan a
ser disparatadas, aunque una vez más insistimos en que hay que saber encuadrar
sus escritos en su contexto y ahí, en pleno siglo IV a. C., es donde su mérito cobra
Los primeros indicios que nos hacen suponer la existencia de una religión
específicamente marinera en el ámbito mediterráneo surgieron, probablemente,
en la civilización del Bronce Antiguo gestada en torno a las islas Cícladas y, por
supuesto, también resultan fundamentales los cultos con claros tintes marítimos
que florecieron tanto en Creta como en la Grecia continental, con deidades y
criaturas míticas intrínsecamente unidas al medio marino y con multitud de fan-
tásticos monstruos, como dijimos con anterioridad. Todo ello tendría, por su-
puesto, su continuidad en el mundo romano, cuando se produjese la inevitable
colisión entre ambos, con el correspondiente proceso de sincretismo que se lleva-
ría a cabo entre la Antigua Grecia y la Antigua Roma, al ser absorbida la cultura
de la primera por la segunda, gestándose tras lo cual ese embrión, al que tanto
debemos los europeos, que se conoce como legado grecorromano.
Por supuesto, debemos mencionar de forma obligada el papel de estos ani-
males en la mitología y religión griegas, empezando como es lógico por el dios
Poseidón, señor de los mares y, en consecuencia, amo de todas aquellas criaturas
que habiten en sus dominios; sin embargo, hay que decir que la representación
simbólica del medio marítimo no se circunscribe en exclusiva a este dios, sino
que existen otros dioses menores tales como Océano, Tritón, Nereo, Proteo, Te-
tis, Glauco o los dioses ríos que, de un modo u otro, acaban acaparando en
24 Se tiene constancia de que en la isla de Creta se adoraba a una especie de divinidad
matriarcal o Gran Madre (que aparece en culturas de ámbitos geográficos y cronológicos muy
dispares) con claros tintes marítimos, hasta el punto de que según algunos estudiosos se trataba
de una Potnia Ichtynon o Señora de los Peces, con lo que se deja de manifiesto ese claro matiz de
dueña de las criaturas oceánicas, como lo será Poseidón con posterioridad, por supuesto en una
vertiente marcadamente masculina. Además, el mar era considerado como terreno sagrado, con
todo lo que ello significa.
mayor o menor grado alguna que otra faceta del inmenso y vasto mar, y también
por supuesto cabe incluir en este grupo a otras criaturas como las nereidas, y
monstruosidades como las sirenas o Escila y Caribdis, entre otros. Resulta es-
pecialmente curioso que uno de los símbolos o atributos más característicos de
Poseidón sea el tridente, puesto que esta era el arma que usaban como norma
general los pescadores griegos, sobre todo en lo referente a la captura de un pez
de la envergadura del atún. Uno de los animales que más aparece representado en
compañía del dios es el delfín25, el cual era, por algún motivo que desconocemos,
el más privilegiado de entre todos sus súbditos, apareciendo la deidad en multi-
tud de representaciones iconográficas en compañía de este simpático mamífero,
fiel compañero y amigo de todos los navegantes, que no duda en ayudar a todo
aquel naufrago que, de no ser por él, perecería irremisiblemente ahogado en mi-
tad de ninguna parte.
Multitud de hechos demuestran la dulzura y familiaridad de los delfines, y
en particular sus manifestaciones de amor y de pasión por sus crías y su lealtad
tanto para con los suyos como para el género humano. Es el más veloz de los
animales tanto acuáticos como terrestres, y es capaz además de saltar por encima
de los mástiles de los grandes navíos sin ninguna dificultad, lo que demuestra su
fortaleza física y su agilidad. Viven agrupados formando parejas y son extrema-
damente inteligentes y leales. En otros mitos, también cabe señalar que el héroe
Palemón es salvado de los delirios de su madre por un delfín, por lo que aquí se
deja de manifiesto una vez más que este cetáceo es una suerte de salvador de todo
hombre que se encuentre en peligro, lo que reafirma aún más si cabe su carácter
de aliado de la humanidad26.
La presencia en el ámbito religioso de los animales marítimos es también sig-
nificativa, y así, por ejemplo, podemos encontrar referencias a peces sagrados que
según algunos autores eran considerado como tal en tiempos antiguos a la época
en la que escriben y que demuestran que, una vez más, se cumple con la regla uni-
versal de otorgar a determinados seres un carácter sacro. A título de curiosidad y
en un período bastante tardío como es el siglo III d. C., el autor de origen egipcio
25 El delfín es uno de los pocos animales marítimos que cuentan con un marcado carácter
positivo en torno a su figura, por lo que, como podrá verse más adelante en el texto, la visión
que se tenía del mismo está exenta del distanciamiento que se aplica en otros casos, siendo
considerado en todo momento como una criatura amistosa y digna de confianza. De hecho,
es muy tradicional en el mundo griego el calificar a estos mamíferos como filántropos, y
buena prueba de ello es que se tiene constancia de que en más de una ocasión (real o ficticia)
intervinieron para salvar la vida de náufragos, como por ejemplo el poeta Arión de Metimna, tal
y como nos lo describe Heródoto en su obra.
26 Rodríguez López, M. I., Arqueología y creencias del mar en la Antigua Grecia, 2008, págs. 3-4.
Ateneo de Naucratis nos informa de una misteriosa lluvia de peces que tuvo lugar
durante tres días en la región de Queronea, siendo este un fenómeno sobrenatu-
ral que se constata en multitud de ocasiones en el mundo antiguo, como si fuese
algo de lo más habitual a pesar de que, por supuesto, se vende como un suceso
extraordinario. Todo ello viene a confirmar que el tema de las criaturas marítimas
estaba rodeado de misterio y misticismo aún en períodos bastante avanzados de
la Antigüedad, y eso es algo que no podemos negar.
CONCLUSIÓN
Estos son, a grandes rasgos, los principales elementos con los que contamos
para el conocimiento y la visión que tenían los habitantes de la Antigua Grecia
de los animales marinos. Por supuesto, no se puede generalizar con lo dicho aquí,
porque, por ejemplo, hemos de barajar la posibilidad de que lo aportado por
Aristóteles se circunscriba tan solo a su autor, o en todo caso a la élite intelectual
del momento, pero también cabe plantearse que, muy posiblemente, este refle-
jara en sus palabras infinidad de pensamientos arraigados con fuerza en la mente
de la inmensa mayoría de la población o gente de a pie, puesto que en no pocas
ocasiones recurre a expresiones como «se dice», «se piensa» o «se cree», que dejan
de manifiesto un claro interés por impregnar su escrito del pensamiento popular,
de las creencias más firmes y sólidas que tenía el ciudadano medio sobre el par-
ticular; y que dejan de manifiesto el marcado peso que la opinión generalizada
(si es que se puede hablar de algo así con absoluta propiedad) tuvo en cuanto él
escribió sobre el tema.
Es cierto que otros autores griegos tratarían con posterioridad a Aristóteles
este tema, destacando por méritos propios algunos estudiosos que, pese a su ori-
gen griego, vivieron en el Imperio romano, como Claudio Eliano (c. 175-235 d.
C.), que recibe una clara herencia aristotélica en lo referente al estudio del reino
animal pero que, y ahí es donde radica el valor de su aportación, supo contribuir
con multitud de datos y anécdotas propias que no podemos encontrar en lo he-
cho por Aristóteles, por lo que su lectura, aunque en algunos aspectos sea redun-
dante si se ha leído con anterioridad el trabajo ya mencionado, merece también
la pena por la infinidad de anotaciones y aportes que son exclusivos de su autoría,
y que, por otra parte, contribuye a arrojar un poco de luz sobre cómo se veía a los
componentes del mundo animal tanto terrestres como aéreos y marítimos, con
varios siglos de posterioridad a lo que pudimos ver en el siglo IV a. C.
Pese a todo, los animales marinos seguirían siendo unos absolutos desconoci-
dos para el género humano hasta bien pasada la Edad Media, en donde se empie-
za a atisbar con la llegada de la Revolución Científica un mínimo de cientificidad