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POLITICIDIO: CHILE, Y SU PERCEPCIÓN DE AMENAZA ORIGINAL.

Cristian Leyton Salas

Abstract
Chile ha experimentado, desde el nacimiento mismo como república independiente y
hasta muy avanzado su desarrollo como nación, un sentimiento de “politicidio”, es decir, una
percepción de naturaleza política que denotaba ser objeto y sujeto de una amenaza vital y
existencial para su seguridad. En torno a dicha postura, tenderá a edificarse, de manera lenta pero
progresiva, una sensación psicopolítica en cuanto a que Chile constituye un “Estado-fortaleza”:
Una entidad que es política y militarmente asediada por entidades vecinales, postura que tenderá
a dominar la mayor parte de su vida política, influenciando y dictando su posicionamiento de
seguridad y defensa. Hoy, frente a las sucesivas transformaciones políticas, sociales, económicas y
estratégicas que afectan al espacio sudamericano, se hace necesario revalorar teóricamente la
fuente original de dicha percepción de amenaza a fin de poder comprender la naturaleza del
desafío que Chile debe emprender al pensar y repensar su planeamiento político-estratégico en la
región.

Key words: Politicidio-amenaza-percepción-Chile-defensa-traumas-historia-Perú-hostilidad

Chile, la necesidad de repensar su posicionamiento regional de seguridad.

La vulnerabilidad del territorio nacional sigue siendo hoy estructural. En este


contexto, los factores de amenaza nunca desaparecen completamente, éstos pueden
transitar desde una amenaza real, inminente, a otra potencial.
Chile ha experimentado, desde su nacimiento como república, hasta muy avanzado
su desarrollo como nación, un sentimiento de “politicidio”, es decir, una percepción
política de amenaza vital y existencial para su seguridad. Desde esa postura, se edifica,
lenta pero progresivamente, una percepción de “Estado-fortaleza”, posicionamiento que
tenderá a dominar la mayor parte de su vida política, pero que hoy pareciera verse
sobrepasada.
El fin de la URSS transformará las percepciones de amenaza de toda la estructura
política y político-estratégica mundial, incluida la sudamericana. El modelo de distribución
de las rivalidades, muy bien descritas por Jack Child en su obra Geopolitics and Conflict in
South America,1 debutará una fase de cambio estructural, pasando esta parte del
continente desde una en la cual dos Estados postulaban a la hegemonía –Brasil y
Argentina-, hacia otra en donde sólo un poder busca prevalecer. En torno a cada uno de
ellos, un séquito de países que les orbitaban buscando su protección, o buscando formar
parte de sus respectivas embrionarias zonas de influencia. Esta fase de transformación
acelerada de la distribución del poder en Sudamérica se tradujo en la aparición de vacíos
de poder, ya sea de tipo Estatales –unos adquieren preponderancia, otros decadencia- ya
sea de naturaleza territoriales –zonas o espacios sin ley.

1
Child, Jack., The American Souther Cone: Geopolitics and Conflict, Proceedings of the Conference of Latin
Americanist Geographers, Vol. 9, Contemporary Issues in Latin American Geography (1983), pp. 200-213.
Frente a dicho nuevo escenario, Chile, parece observar cómo su tradicional y
dominante postura de “Estado-fortaleza” se desvanece. Las fuentes de amenaza estatales
tienden, en una primera fase (1990-2001), a diluirse, generándose una tendencia a
repensar la postura geoestratégica y geopolítica que alimentó por décadas una visión
militarizada de la paz entre Chile y sus vecinos. En una segunda fase, desde el 2001 hasta
la fecha, se aprecia una cohabitación entre la postura de apaciguamiento o detente, con
otra tradicional. La percepción de politicidio, en estas últimas fases, deja de predominar y
determinar la postura de defensa chilena.
Hoy, frente a este los nuevos escenarios que se levantan y las nuevas fuentes de
riesgos y amenazas, es necesario retrotraernos a los orígenes más básicos de la
percepción de inseguridad chilena, en especial aquella que encuentra su origen en el
espacio vecinal y regional.

El fin de la Guerra fría, el comienzo de una inestabilidad estructural.

¿Por qué los Estados se temen? ¿Qué y cómo se genera una percepción de
amenaza estatal? ¿Qué factores influyen y determinan la generación de una determinada
percepción de inseguridad?
No cabe duda alguna que revolucionarios cambios sistémicos han sacudido los
equilibrios de fuerza y de intereses mundiales como consecuencia del desmantelamiento
de la URSS hace ya más de veintidós años. Transformaciones globales remecieron hasta
los más profundos cimentos de un orden internacional fundado en la polarización
ideológica así como en el duopolio de los destinos políticos, económicos y militares del
conjunto del planeta.
Si el advenimiento del siglo XXI es para muchos la señal de un nuevo período en el
desarrollo social humano, no cabe duda alguna que el año 1989 inaugura un cambio
medular en los pilares que sostenían el sistema internacional: el siglo XXI comenzó,
efectivamente, once años antes.
No cabe duda alguna tampoco que la transformación anterior trajo consigo dos
cambios cardinales en los pilares que sostenían las relaciones de estabilidad estratégica
del sistema internacional, aquel de naturaleza bipolar: por un lado, la difusión de la
potencia y, por el otro, lo que podríamos calificar como el “estallido de la amenaza”.
Ambos fenómenos introdujeron importantes cambios en el ámbito de la percepción de
amenaza del conjunto de los entes estatales en la escena mundial. La búsqueda de los
nuevos intereses nacionales presuponía, de manera clara, la identificación de los nuevos
factores de riesgo para el alcance de dichos mismos nuevos objetivos.
Hoy el sistema internacional aún se encuentra en proceso de transición
permanente.
A diferencia del período de Guerra fría, lo único previsible hoy es que el sistema
internacional, aún no ha encontrado un punto de equilibrio que garantice niveles de
estabilidad del sistema en su conjunto. La contracción política de algunas potencias
medianas y otras no tanto, ha generado la irrupción de amplios espacios vacíos que
buscan ser llenados, ya sea por otras entidades estatales en busca de estatus o de actores
subnacionales con tintes neopatrimoniales o con vínculos hacia el crimen transnacional. La
transición del sistema internacional dice relación de manera clara con la relación entre
potencia, contracción política y espacios vacíos.
En función de lo anterior, la tarea fundamental del Estado, como es aquella
asociada a proyectar un sentimiento de protección de los individuos bajo su tutela es
puesta en jaque. La percepción de amenaza estatal, es decir aquella “sensación interior
que resulta de una impresión material hecha en nuestros sentidos»2 se encuentra, hoy,
sometida a cambios constantes lo que tiende a imposibilitar el surgimiento de un régimen
de estabilidad estratégico capaz de disminuir, a un nivel predecible, las orientaciones del
comportamiento estatal vecinal, regional e incluso mundial.

Chile, frente a una nueva geopolítica regional sudamericana.

La apertura de Chile al mundo, a comienzos de la década de los 90, inauguró un


cambio estructural de los fundamentos que han centralizado durante cerca de un siglo, la
percepción de amenaza externa chilena, vale decir su condición de Estado-fortaleza.
De esta forma la representación de peligro evoluciona, desde una eminentemente
político-estratégica y vecinal, hacia otra más amplia, vale decir, socio-económica y extra-
regional. En otras palabras, los intereses nacionales en su lectura político-estratégica
dejan de ser únicamente continentales y enfocados a la promoción y defensa de la
soberanía nacional así como de la integridad territorial para adquirir, también, un carácter
extra-continental y regional.
Aquella percepción de Estado-fortaleza otorgaba a Chile una mayor certeza de las
acciones y comportamientos de sus vecinos. Las conductas en política exterior y de
defensa, de los mismos, era, por lejos, más previsible. No obstante que los riesgos eran
absolutos, en caso de una conflagración generalizada, el escenario garantizaba una
relativa estabilidad estratégica. El fin de la rígida estructura de la Guerra fría, a finales del
año 1991, y en la cual Chile desempeñaba un rol, marca el debut de un cambio mayor en
la estructura geopolítica y geoestratégica sudamericana.
La percepción de amenaza chilena atraviesa, así como el sistema internacional, un
período de profundos cambios. Si entre 19023 y 1989 las fuentes primarias de amenaza
para la seguridad exterior chilena eran claras, reconocibles y por ende, globalmente
proyectables, esto no puede aplicarse a la fase inaugurada a partir del año 1990, menos
aún luego del debut del siglo XXI.
En función de lo anterior, el Cono Sur latinoamericano ha conocido, a partir del
último decenio del siglo pasado y comienzos de este nuevo milenio, un fenómeno que le
es particular: la disuasión cohabita con un avanzado proceso de cooperación. Fenómenos
contradictorios emergieron. Mientras por un lado se inauguraban programas de
modernizaciones bélicos y nuevas alianzas extra-regionales se instauraban, por otro lado,
se buscaba la asociación económica y la implementación de medidas de confianza mutua

2
Rae.es.
3
Fecha en que se firman los Pactos de Mayo.
avanzadas. Nuevos organismos de seguridad regional hacían ingreso en el concierto de
Estados sudamericanos, demostrando que las amenazas de tipo regulares comenzaban a
coexistir con otras de tipo no convencionales. Los flujos de poder se transforman, asi
como sus fuentes.

Un fenómeno de “difusión de la potencia” se instala.

La concentración polar del poder de influencia mundial se desmantela, junto con el


Muro de Berlín.
El modelo geopolítico y geoestratégico propio de las superpotencias conoce un
lento, pero progresivo proceso de deconstrucción. La concentración del monopolio del
poderío mundial en torno a la dominación política, económica, tecnológica y militar
mundial se fragmenta. Diversos actores del sistema internacional absorben parte de
dichas capacidades de influencia, ya sea porque ven su estatura política enaltecida, ya sea
porque las mismas superpotencias o grandes potencias ceden, voluntariamnete, parte de
dichas capacidades de influencia al no poder o no querer seguir concentrándolas.
Producto de lo anterior, somos testigos de la irrupción de otro fenómeno.

El estallido o fragmentación de las fuentes de amenaza y riesgos se cristaliza.

La primacía de las fuentes de amenaza y riesgos políticos, político-estratégicos y


militares regulares tiende a cohabitar con amenazas de naturaleza sociopolíticas y
socioeconómicas.
La criminalidad transnacional ya no se somete a la política sino que la desborda y
busca mecanismos a fin de tomar el control de facto de ésta. Una compleja coexistencia
de amenazas de diferente índole y naturaleza irrumpe en la escena internacional y
nacional. Los límites entre riesgos de naturaleza militar y no-militar se diluyen. Las mismas
amenazas criminales transnacionales tienden a cambiar su estructura, militarizándose.
La criminalidad internacional transfronteriza, por ejemplo, tiende a transformarse
y desplazarse hacia espacios vacíos, adquiriendo nuevas formas de expresión ilícita. Lo
anterior se traduce en que las capacidades tradicionales de lucha en contra de dichos
flagelos se ven sobrepasadas y la pregunta en cuanto a la participación de fuerzas
regulares en su contención y lucha se hace escuchar.

Un “desplazamiento de los polos de poder”.

Nuevos actores estatales buscan acumular parcelas de poder, otros ceden parte de
éstas, otros simplemente las reniegan. Lo anterior genera un reordenamiento del mapa de
poder regional y subcontinental.
Bajo el prisma anterior, la percepción de amenaza chilena, vale decir, la proyección
de los factores que alimentan, influencian y determinan nuestro posicionamiento
estratégico en el Cono Sur, conocen un cambio mayor con respecto al ciclo precedente
(1902-1989). La capacidad de proyectar escenarios de conflicto y paz, de crisis y de
conciliación de intereses, es menos precisa pero a su vez más compleja.
El tradicional modelo sudamericano de equilibrio geopolítico se trasforma. De la
misma forma lo hace –o debería hacerlo- la percepción de amenaza y riesgos de Chile.

La percepción de amenaza “vital” del Estado chileno se forjó en momentos en que


la guerra constituía un medio legítimo de resolución de conflictos internacionales. En
dicho marco, el umbral entre aquellas guerras de agresión y defensivas no era nítido, ni
estaban sometidas al ojo escrutador de algún organismo internacional. Los conflictos
bélicos por regla general eran totales y tenían la particularidad que modificaban, manu
militari, los mapas mundiales.

LAS FUENTES ORIGINALES DEL ESCENARIO DE HOY: POLITICIDIO CHILENO.

Toda percepción de amenaza tiende a expresarse ya sea en términos «absolutos»


o «limitados».

Por amenaza absoluta se hace referencia a la eventualidad de ver, no solo limitada


la soberanía de un Estado sobre determinadas competencias estatales -pérdida de
poderío defensivo u ofensivo, por ejemplo-, o sobre ciertas zonas geográficas, sino que de
manera específica verse despojado de todo poder soberano tanto sobre su población o el
espacio geográfico sobre el cual dicha entidad materializó su poder político inicial.

La idea, según la cual, conflictos de naturaleza externos al cuerpo social tienden a


generar y renforzar las imagenes negativas que una entidad tienen de la «otra», está
profundamente arraigada en la teoria psicosocial y en la percepción psicopolítica. Tomkins
e Izard4, por ejemplo, definen este proceso como « circular de
magnificación incremental». Dicho proceso implicaría y se desencadenaría en momentos
en que una secuencia amenaza-defensa-amenaza se desarrollaría entre dos entidades. En
otras palabras, a cada postura defensiva que es adoptada por una entidad a fin de
neutralizar las fuentes del riesgo y de amenazas percibidas, ésta sería sobrepasada por
otra amenaza, más fuerte y vigorosa. Cada quiebre de la relación de neutralización de la
postura de defensa implicaría un incremento de la imagen sociopolítica de animadversión
que una entidad tiene de la otra. La lógica tradicional de acción-reacción de Barry Buzan
se instala. En este sentido, a cada acción o inacción de la entidad percibida amenaza, una
reacción opuesta es generada. Un cíclo de hostilidad se instala, desarrolla y se proyecta en
el tiempo, dando lugar a diversos y complejos escenarios de Rivalidades Duraderas.5
Ejemplos de relaciones de hostilidad institucionalizadas en el sistema internacional
abundan, las relaciones Greco-turcas, las peruano-chilenas, la israelo-árabe, la franco-
alemana, la sino-nipona, entre otras.

4
Tomkins, Silvan S. and Carroll E. Izard (1965), Affect, Cognition, and Personality: Empirical Studies New
York: Springer.
5
Ver, Ciclo del factor de Hostilidad. Leyton.
En el Medio Oriente, específicamente, la percepción de amenaza israelí es
«absoluta», es una de politicidio.
Desde la perspectiva de Seliktar, plasmada en su obra « New Sionism and Foreign
Policy System of Israel», la amenaza observada por la entidad hebrea sería «física» y no
meramente declaratoria y subjetiva. Dos factores producirían tal percepción. En un primer
momento, los árabes habrían, de forma reiterativa, indicado su intención de destruir
fisicamente el Estado de Israel a través de una Guerra Santa (yihad), entidad considerada
como un agente cultural externo y extraño al concierto de entidades musulmanas del
Medio Oriente.
En este sentido, el «politicidio» debe ser comprendido como el deseo de aniquilar
materialmente al embrionario y naciente Estado de Israel, ya sea mediante una guerra
prolongada en el tiempo; a través de un conflicto generalizado y total; o por medio de una
negación cultural y política sistemática del derecho a existir del Estado hebreo. Un
segundo factor estaría asociado, según este mismo autor, al apego histórico-religioso de
los judios a Eretz Ysrael, la tierra sagrada de Israel que coincide con el extinto Reino de
David -el cual integraba a todo el actual Estado de Israel, incluyendo a Gaza, Cisjordania, el
sur de El Libano, parte de Siria, y todo el Desierto del Sinaí.
Según esta perspectiva, el Politicidio implicaría entonces dos grandes enfoques.
Por un lado, el deseo de otra entidad estatal o paraestatal de destruir físicamente
a una entidad considerada como geopolíticamente extraña en el marco de una
determinada distribución del poder político en un espacio determinado, o en su defecto,
la absorbción de espacios territoriales esenciales para el mantenimiento de la autonomía
política de un Estado cualquiera. Un ejemplo claro son los países monoproductores de
materias primas para quienes la amputación de territorios ricos en determinados recursos
estratégicos implicarían consecuencias vitales para su desempeño político interno y su
seguridad externa.
La postura anterior implica considerar a una entidad política cualquiera como una
fuente de riesgo político para el alcance de ciertos objetivos nacionales permanentes de
un Estado o un conjunto de Estados, como es la supremacía sobre un espacio geopolítico
dado o un proceso de expansión territorial destinado a alcanzar el primer objetivo (caso
Prusia versus la Francia Imperial Napoleonica). De la misma manera, una postura de este
tipo podría estar asociada a reivindicar espacios territoriales considerados como
formando parte de una herencia política anterior (Alemania hitleriana vis-a-vis de Austria)
y que se desea reconstituir mediante una proyección de poder fáctico o el desplazamiento
de fronteras de seguridad o políticas.
Por otro lado, el Politicidio puede tomar una forma menos objetiva o física y más
subjetiva y política. En este sentido, ideologías de naturaleza irredentistas materializan
políticamente un enfoque que busca crear las condiciones necesarias para cristalizar un
fenómeno de politicidio. El objetivo del enfoque déjà de ser una aniquilación física del
Estado en cuestión, optando por favorecer un control político del aparato estatal, de su
clases política.
LAS CONDICIONES DEL POLITICIDIO

El politicidio, bajo cualquiera de los dos enfoques, antes expuestos, se desarrolla al


amparo de ciertas condiciones psicopolíticas, es decir, conductas políticas inspiradas,
estimuladas y materialmente desarrolladas en función y relación a percepciones sociales y
culturales de animadversión hacia otra entidad. Decisiones que son de naturaleza
estatales generadas, planificadas y adoptadas por imagenes mentales que denotan
intenciones negativas y que tienden a plasmarse en ideologías irredentistas asi como
políticas de corte hegemónicas.

El irredentismo, es decir aquel cuerpo ideológico que pregona la recuperación de


espacios territoriales percibidos como perdidos, emana y se alimenta, politicamente
hablando, de hechos y acontecimientos identificados como socialmente traumáticos.
Vamik Volkian ha desarrollado una profusa y profunda teorización en torno a lo
que él denomina el Chosen Trauma o Trauma Elegido, hecho que condicionaría el
surgimiento de ideologías irredentistas. Ideologías que tienden a buscar materializar
acciones de politicidio.

Para Volkian, el Trauma Elegido6 constituye la imagen de un evento pasado vivido


por un grupo humano, habiendo sufrido, en el trascurso del mismo, sentimientos o
percepciones de indefensión, de humillación y de pérdidas individuales o colectivas en
manos de otro grupo humano. Este tipo de “traumas psicopoliticos” poseería la
característica de generar y regenerar, constantemente, a través del tiempo, imágenes y
representaciones colectivas compartidas de naturaleza traumáticas, es decir que
evidencien una lesión o daño psicológico negativo y duradero por un grupo humano.

Un aspecto central de estos “traumas socio-políticos” dice relación con la


transmisión transgeneracional del mismo hacia las venideras generaciones de
connacionales, depositando, en ellos, la misión inconclusa de “hacer justicia”, “lavar la
afrenta” o “recuperar lo usurpado”. En este sentido, una característica de las sociedades
traumatizadas es que, usualmente, existe un desfase entre la generación que evidenció los
hechos y fue objeto, sujeto y testigo de los mismos y aquella generación que hoy ha sido o
es “encargada” de asumir y “resolver” las percepciones de “humillación, pérdida y
vergüenza”. En esta instancia, las Élites desempeñan un rol central: elegir el trauma que
cohesionará psicológicamente a la sociedad, reactivándolo, dadas ciertas condiciones, y
luego, transformándolo en posturas de “victimización” o de “venganza”.

El trauma elegido, por la élite dominante, debe poseer, además, la característica


de poder ser internalizado en el recuerdo social a fin que éste forme parte de la identidad
nacional del país autopercibido como “víctima”. De la misma forma, dicha élite está
llamada a aislar y elegir un “vehículo transmisor” del trauma. Un vector histórico, cultural,

6
Volkian, Vamik., Chosen Trauma, the political ideology of entitlement and violence, Junio, 2004.
territorial, social, político, económico o incluso militar capaz de articular una movilización
colectiva en torno y función de intereses de corte nacionalistas cuando ello se perciba
como necesario. El trauma elegido se insertan al interior de un Síndrome post traumático.

Todo Síndrome Post Traumático (SPT) se genera por dos condiciones basales, entre
las que encontramos, por un lado, la experimentación de una amenaza a la integridad
física de la entidad (muerte o amenazas). Por el otro lado, se evidencian reacciones de
aprensión intensos frente a hechos sobre los cuales no se tiene la capacidad de influir en
su inicio o término. En este mismo sentido, el SPT tiene la característica a reeditarse, a
revivirse de manera permanente. Todo recuerdo o símbolo que materialice la
remembranza del proceso traumático no hace sino que reeditar un proceso de ansiedad.
El sentimiento de una pérdida territorial, de una ocupación militar o una percepción de
humillación.

Se observa que una de las expresiones políticas más claras y objetivas asociadas a
dichos traumas psicopolíticos dice relación con el surgimiento de ideologías irredentistas
(inspiradas del fascismo italiano ¡Italia irredenta!), en otras palabras un cuerpo de ideas
articuladas en torno a aspiraciones políticas concretas, físicas y reales destinadas a
“recuperar algo perdido”, como territorios, límites o grupos humanos, absorbiéndolos
mediante el desplazamiento de límites fronterizos. En este sentido, el irredentismo tiene
la característica de declarar la no-renuncia a recuperar determinados espacios con una
alta valoración simbólica, económica o militar, todo ello en función de alimentar
ideológicamente y sostener políticamente, en el tiempo, a sociedades con clara tendencia
hacia la fragmentación. La ideología irredentista, no puede tomar forma en ausencia de
liderazgos políticos que directa o indirectamente no elijan un trauma ni decidan explotarlo
sociopolíticamente. Volkian avanza en su obra, Blind Trust: Large Groups and Their
Leaders in Times of Crisis and Terror, (Volkan, 2004), la existencia de dos tipos de
liderazgos, uno de ellos “reparativo”, cuyo accionar busca solidificar la identidad del grupo
sin que ello implique devaluar o criminalizar al otro grupo “victimario”. Identifica, sin
embargo, a otro liderazgo, el “destructivo”, el cual se da como objetivo el solidificar el
sentimiento de amenaza de su propio grupo, de animadversión hacia el victimario, incluso
de venganza.

Un efecto claro de esta inyección de un nacionalismo negativo en un grupo


humano no solo posee la capacidad de generar intencionalidades revanchistas en él, sino
que tiende a generar el efecto opuesto en el grupo-objetivo.

LIDERAZGOS, PERCEPCIONES DE AMENAZA Y TRAUMAS HISTÓRICOS


La elección del Trauma a instrumentalizar y los mecanismos sociopolíticos y
socioculturales a transmitir transgeneracionalmente serán asumidos por un liderazgo, que
éste sea individualizado o en su defecto, asumido por agrupamientos políticos de elite.

Vamik Volkian señala que en tiempos de estrés colectivo, tales como crisis
económicas, cambios políticos drásticos, movimientos sociales o guerras, los grupos
humanos socializados, tienden a buscar la protección y adoptar posturas de defensa de
sus propias identidades. En este sentido Erikson7 avanza el concepto de “core identity”
describiéndolo como “un persistente (sentido de) semejanza al interior de uno mismo…un
persistente sentido de compartir un tipo de carácter esencial con otros”.8 Todas las
sociedades poseen ese core identity, una identidad nuclear, la cual se expresa a través de
relaciones y vínculos sociales subjetivos tales como sentimientos de unificidad étnica,
religiosa o nacional. Kernbergs es claro en señalar que “siempre existe un implícito
liderazgo primitivo en la fantasía de pequeños así como de grandes grupos humanos, un
liderazgo cercano al ideal primitivo de ego maternal…el cual pareciera siempre estar
defendiéndose de las amenazas a su propia identidad y de la violencia de grandes
grupos”.9 En ese sentido, la sumatoria de los sentimientos de identidad individuales se
erige como la identidad nuclear general compartida por grandes grupos humanos. Es así
como cualquier acción percibida como atentatoria a esa unificidad nacional por dichos
grandes grupos (sociedad nacional que comparte un territorio especifico) desde otro, es
considerada como un acto de animadversión u hostil.

Anzieu10 hace referencia a la existencia de un “ego ideal primitivo maternal” en


cada grupo humano, un liderazgo que se erige como el promotor de la defensa de dicha
core identity del conjunto del grupo. Desde esta perspectiva, el Trauma Elegido,
constituye una vivencia representada, simbólicamente, bajo la forma de una imagen social
compartida de un choque emocional evidenciado por todo el grupo humano. Tratándose
de una lesión en el inconsciente colectivo, dicha tiene la característica de haber sido
producida como resultado de eventos generados por “otro grupo nacional”. Los efectos
de dicho trauma se cristalizaron en el surgimiento de diversos sentimientos, reales o no,
de indefensa y de humillación.

El trauma elegido se materializa, mentalmente, por medio de una “elección


inconsciente” del evento traumático y se proyecta como resultado de la imposibilidad del
grupo-víctima de revertir la herida-narcisista y la humillación infringida. Desde este
enfoque, dicho evento traumático es “depositado”, como lo avanza Volkian, en la
autorepresentación individual de las nuevas generaciones, transmitiéndose de manera
permanente y sistemática de un grupo humano hacia otro. De una generación a otra.

7
Erikson, E.H., (1956), The Problem of Ego Identification. Journal of the American Psychoanalytic
Association, 4:56-121.
8
Ibid,. Pp.57
9
Kernberg O.F., (1989), Mass Psychology Through the Analytic Lens, Paper presented to The Looking Glass.
10
Anzieu, D. (1984), L´illusion Groupale, Nouevelle Revue de Psychanalyse, 4:73-93.
Señalemos que el liderazgo, bajo este enfoque, desempeñará un rol central en la
movilización mental del evento traumático y su materialización en acciones concretas. El
liderazgo desempeñará la tarea de “reactivarlo” sobre la base de lo que podríamos
calificar como “hitos históricos trasformadores”, eventos propios a la evolución social de
los grupos humanos, organizados en torno a entidades estatales o políticas, los que
despiertan sentimientos de revanchismo, de venganza o de revictimización social. El
liderazgo asume el rol de magnificar y estructurar los “hitos” en torno a ideas políticas e
ideologías políticas de corte irredentistas. Volkian identifica siete características del
accionar social del líder. Siete características que, sí puestas en práctica juntas, crean un
liderazgo constructivo o negativo:

a) Reconocimiento de un sentimiento de “We-ness”, o de falta de identidad, hecho


establecido desde la infancia misma, y que el líder se encarga de “despertar”.
b) Identificación de los niños con los padres y figuras significantes del grupo humano
nacional.
c) Proyecciones simbólicas y subjetivas que definen al grupo en términos de “otro”.
d) Glorias elegidas.
e) Traumas Elegidos.
f) Influencia del líder y la generación de una ideología.
g) Símbolos.11

Este tipo de liderazgo negativo se caracterizará, según la visión de Volkian, por poner en
práctica una planificación política destinada a:

1. Incrementar el sentimiento de victimización de un gran grupo humano de


connacionales.
2. Reactivar el “trauma elegido”.
3. Incrementar el sentimiento de “nosotros”. (we ness)
4. Devaluar al enemigo hasta un nivel de deshumanización.
5. Crear una actitud de revancha o reactivar una ideología irredentista dormida.

Chile, en la fase de cristalización de su percepción de amenaza de base y dominante,


deberá lidiar con el fenómeno antes descrito, especificamente el peruano.

Establezcamos que el Perú, su sociedad y su clase política parecen haber sido


expuestos a través de la historia a hechos que han generado un síndrome de esta
naturaleza. Traumas psicopolíticos que, como ya lo habíamos señalado anteriormente,
han desencadenado un proceso de transmisión transgeneracional de traumas, los que,
podrían haber sido instrumentalizados por su elite.

11
Vamik D. Volkian., Transgenerational Transmission and Chosen Traumas, paper presentado en XIII
International Congress, International Association of Group Psychotherapy, Agosto 1998.
Lo interesante aquí es que dicho “trauma psicopolítico” se evidenció en función de
dos supuestos axiomas, todos ellos erróneamente planteados: Primero, la idea según la
cual el conflicto y Chile frenaron una fase de reorganización política y económica peruana.
Todo indica que la decadencia post-independentista peruana fue consistente en el
“tiempo político” del país del norte, no se detuvo. El caudillismo limeño gobernó la fase
que va desde 1826 –nacimiento mismo del protoestado peruano- hasta el comienzo
mismo de la Guerra con Chile. Un trauma interno, es decir la incapacidad de las clases
dirigentes en orden a frenar el fenómeno caudillista y la fragmentación político-étnica del
espacio peruano parecen haber impedido la estabilización del proceso de afirmación de la
institucionalidad peruana, fenómeno que incluso parece extenderse hasta hoy en día.

Segundo, y en función de la idea precedente, la guerra impuesta por Chile obstruyó


el “normal” desarrollo político peruano e impuso una fase de “reconstrucción nacional”
peruana. Falso: Académicos peruanos del renombre de Julio Cotler se han cuestionado la
existencia misma de una “nación peruana” en la fase anterior a la Guerra del Pacífico. No
pudo haber “reconstrucción nacional” cuando no se había hecho visible ni materializado
una “Nación peruana”, en la excepción moderna del término. Luego del fin del conflicto
trinacional, no hubo una “reconstrucción” del espacio peruano sino que debuta, por fin, el
proceso de “construcción” de una embrionaria entidad estatal peruana. Chile no frena el
normal desarrollo político peruano, sino que todo lo contrario, lo acelera.

Los axiomas antes señalados no son más que dos ejemplos, y no hacen sino que
desnudar los síndromes post traumáticos que evidencia la sociedad peruana en función de
la imagen de Chile. No cabe la menor duda que las dos condiciones necesarias para el
surgimiento del SPT en la sociedad peruana están presentes. La amenaza a la integridad
física, bajo la forma de un conflicto que se saldó por una larga ocupación de su capital por
una potencia externa, por la pérdida de territorios y la amenaza de desmembramiento.
Desde un plano interno, la amenaza a la integridad física del espacio peruano en manos de
sus propios habitantes, como es el caso de la amenaza indigenista y el estallido étnico y
social producto del sistema económico esclavista que se mantenía vigente hasta antes de
la guerra con Chile, sin olvidar las guerras civiles secesionistas internas.

Finalmente, queda claro que el temor a una reedición de las mismas condiciones
que gatillaron la conflagración trinacional aún están presentes, tal es el caso de la
asimilación de los capitales “chilenos” en Perú a las condiciones antecedentes al mismo
conflicto. Si todo recuerdo o símbolo reactiva el síndrome en cuestión, Arica es un
recuerdo permanente en la conciencia psicopolítica peruana.

Por las razones precedentes, la lógica de naturaleza “revanchista”, es decir la idea


socializada y politizada en cuanto a la necesidad de “reintegrar lo perdido” o “restaurar la
pérdida”,12 sigue presente en importantes segmentos de la intelectualidad peruana, así
como parece estar fuertemente incrustada en sectores castrenses y políticos tradicionales

12
Acepción encontrada en el Diccionario de la Real Lengua Española. www.rae.es.
limeños. La pregunta medular queda planteada ¿Cómo solucionamos, definitivamente, las
relaciones de animosidad histórica con Perú? ¿Existe una solución conciliatoria o sólo la
disuasiva y coercitiva? ¿Existe una "tercera vía"? ¿Cómo solucionar la cuestión peruana?

Se entiende el concepto de “Cuestión peruana” como aquella predisposición permanente


del conjunto del sistema político peruano en orden a instrumentalizar y utilizar de
manera sistemática la imagen de Chile a fin de generar una cohesión social, política y
cultural interna. Se trata de una “cuestión” por cuanto, con el tiempo y a través de la
historia reciente, dicha predisposición se ha erigido en una Política de Estado, con
estrategias de corto, mediano y largo plazo, asociadas a un desborde hacia el conjunto de
la población. Una característica es que dicha postura parece ser cíclica. En otras palabras,
si bien es permanente, la predisposición al hostigamiento conoce fases de mayor o de
menor presión, no obstante que ésta nunca decae, sólo cambia de naturaleza. Dicha
postura permanente podemos claramente asociarla a la idea del we-ness y del trauma
elegido. Tanto así que la sistematización del recuerdo de eventos pasados producidos
hace más de un siglo, en el marco de la Guerra del Pacífico, pero cuyos efectos se hacen
sentir hasta el día de hoy, recuerdan un concepto utilizado en los estudios psicopoliticos
como es el de “transmisión transgeneracional de traumas”. Este término, lo habíamos
avanzado, nos describe el proceso que viven algunas sociedades expuestas a traumas
sociales e históricos severos en el transcurso de su vida en comunidad. La idea es
identificar de qué manera ciertos liderazgos instrumentalizan dichos “Traumas elegidos”, y
por qué razón eligen sólo algunos y no todos.

La “transmisión transgeneracional” implica que ciertos eventos generan efectos


emocionales de impresión negativa y duradera. Según este mismo enfoque, dichos
eventos traumáticos poseen características que les son únicas: Un sentimiento conjunto
de humillación, indefensa, vergüenza y deshumanización. El Perú, su sociedad y clase
política, evidenciaron tales sentimientos en la fase posterior al conflicto del Pacífico. La
ocupación militar de Lima, capital del Perú, constituye un hito, de la misma forma que la
absorbción territorial soberana de Arica. El primer trauma forma parte de los libros de
historia, el segundo está presente en la vida diaria de Tacna. Otra característica de este
fenómeno, absorbido plenamente por la sociedad peruana y su sistema político en
respuesta a la Guerra de 1879 y sus consecuencias, concsientes o inconscientes, es la
transmisión de una generación a otra la representación del “enemigo chileno”.

Una generación deposita en la otra los traumas no evidenciados por la última a fin que sea
ésta la que a su vez transmita imágenes deshumanizadas del “otro”. La próxima
generación tiene la tarea inconclusa de “limpiar” el “honor vapuleado”, revalorizar el
orgullo lesionado o reintegrar el espacio físico perdido. El caso peruano es uno de
naturaleza y alcance psicopolítico. Los efectos traumáticos en la sociedad peruana aún
están frescos en su memoria histórica, pero lo más complejo de todo es que el sistema
político limeño tiende a alimentarse de éste.13

Una condición fundamental para el surgimiento y cristalización política de una


autopercepción de politicidio, bajo sus dos formas, es el reconocimiento de la entidad
generadora del trauma psicopolítico. El reconocimiento de la existencia de un liderazgo
destructivo, en el sentido avanzado por Volkian, es decir un liderazgo, unificado o
fragmentado, que se nutre de un nacionalismo negativo transmitiendo
trasngeneracionalmente el trauma. La entidad traumatizada psicosocialmente teme la
reedición del evento traumático. La entidad victimaria, a su vez, se reconoce como la
entidad fuente del trauma y adopta una postura de asedio.

PERCEPCION DE POLITICIDIO CHILENA


La hostilidad, tal y como ya lo hemos graficado, se encuentra a la base de la
rivalidad interestatal.
En este sentido, y desde un punto de vista histórico, ¿cómo y en qué momento
emerge tal sentimiento entre Chile y sus entes vecinales? ¿Qué tipo de percepción de
amenaza domina la relación entre Chile y sus entes vecinales? Finalmente, ¿Qué factores
son explicativos de la transformación de la percepción de amenaza chilena a partir de
1990 y cómo podemos extrapolar escenarios futuros?
La respuesta a estas preguntas es fundamental por cuanto nos permite identificar
los factores determinantes que han generado una percepción de inseguridad negativa
entre Chile, Perú, Argentina y Bolivia, Estados a los cuales el Estado chileno ha asociado
históricamente con su inseguridad político-militar.
Generalmente, la evaluación que un ente estatal produce de su posicionamiento
estratégico en función de su entorno vecinal, regional o mundial, está íntimamente ligado
a la identificación de las fuentes de amenaza para el alcance de sus intereses nacionales,
tal y como éste les percibe. En este sentido, por ejemplo, la falta o inexistencia de una
determinada profundidad estratégica está sujeta al tipo de percepción de amenaza
adoptada e institucionalizada por el Estado en cuestión14. En otras palabras, es la
percepción de amenaza la que determina, finalmente, si existe o no la profundidad
estratégica y no viceversa.
Se podría argumentar que, actualmente, ningún país cuenta con profundidad de
repliegue como resultado del alcance intercontinental de determinados sistemas de
armas, especialmente de los mísiles balísticos intercontinentales y de los aviones
bombarderos de largo alcance. Esta aseveración encierra algún grado de verdad por
cuanto ningún punto del planeta está fuera del alcance de los sistemas de expedición
letales existentes, sin embargo, y regresamos al punto precedente, tal afirmación es
relativa por cuanto ésta depende íntimamente de la identificación de la amenaza y de las
capacidades bélicas propias a cada estado.

13
Leyton, Salas., Cristian. Chile y Perú: Una Rivalidad Duradera. Ediciones Akihllleus, 2011.
14
Esta puede ser real o potencial, general o específica, limitada o absoluta.
La evaluación de las capacidades letales, el emplazamiento geoestratégico de la
fuente de amenaza y la existencia misma de algún grado de hostilidad determinan, en
conjunto, la existencia o no de profundidad estratégica. Esta evolución es fundamental en
la elaboración, no solo de políticas militares sino que además de las políticas de defensa
de los estados. El grado de inseguridad que la adquisición de una determinada capacidad
bélica puede despertar en un estado cualquiera está sometida a la apreciación que los
órganos de decisión y de planificación político-estratégicas elaboran a partir de su propio
emplazamiento geográfico así como del emplazamiento de sus zonas vitales. En este
sentido, la evaluación de las capacidades letales del estado A y B tienen una incidencia
central en la valoración de una profundidad estratégica cualquiera.
Siendo el factor geográfico casi inmutable en el tiempo, será el factor tecnológico
y su difusión los que influenciarán la percepción de peligro o de seguridad de los Estados.

EVOLUCIÓN HISTORICA DE LA PERCEPCIÓN DE AMENAZA CHILENA.

El primer Libro Blanco de la Defensa elaborado por las autoridades chilenas, en su


historia, nos muestra de manera bastante substancial y explícita lo que constituyó, a
partir de comienzos del siglo XX y, hasta los albores de la década de los 90, la tendencia
dominante en la planificación político-estratégica de la postura de defensa chilena.
En efecto, la explicitación de las llamadas perspectivas geoestratégicas15 y
aéreoestratégicas16, particularmente, no es más que la afirmación oficial del Estado
chileno y de sus instituciones armadas en cuanto a considerar que las principales fuentes
de amenaza militar para el país en su conjunto se originan en su entorno vecinal próximo.
En este sentido, el primer Libro Blanco de la Defensa cumple un papel fundamental
al demostrar que es la percepción de amenaza o el grado de esta la que, finalmente,
determinará si existe o no profundidad estratégica y no vis-et-verse. La determinación de
la existencia o no de algún grado de profundidad estratégica, como en el caso de Israel,
determinan normalmente la postura de defensa de los Estados. En el caso chileno tal
relación de causa efecto no se dio durante el período de los años 70-80, como es la
adopción de una postura de defensa activa de preemción o preventiva, postura que si fue
adoptada durante los primeros decenios de la vida republicana nacional.
A la luz de lo anterior, abordemos a continuación los principales hitos históricos
que han formado la percepción de amenaza chilena.

ETAPAS DE LA PERCEPCION DE INSEGURIDAD.

En términos generales, la percepción de amenaza chilena ha estado marcada a lo


largo de su historia por un sentimiento de inseguridad fundado, esencialmente, en el
politicidio.
Vacuums demográficos en los extremos, concentración en su zona central, y la
existencia de una percepción de encierro estratégico asociada a un grado de hostilidad

15
Libro de la Defensa Nacional de Chile, Capitulo 2 Territorio y Defensa, pp. 120-121.
16
Ibid., pp. 1122-123.
intervecinal sostenido en el tiempo, marcaron por décadas dicha percepción.
Cuando hacemos referencia al término de politicidio, buscamos ilustrar algunas
formas a través de las cuales la percepción de inseguridad chilena se ha expresado a lo
largo de nuestra historia.
a. En un primer momento, y de la forma más explícita, el temor a un
politicidio del Estado-nación en su conjunto emerge como respuesta y
consecuencia de la formación de la Confederación Perú-Boliviana en 1836.
La guerra de naturaleza defensiva que el Estado chileno entabla en contra
de esta amenaza percibida como determinante y decisiva, utilizando el
concepto avanzado por Diego Portales, para la sobrevivencia nacional en
los primeros años de nuestra vida republicana, ilustra la idea
precedentemente avanzada.
b. Subsecuentemente, la Guerra del Pacífico también parece darse como
objetivo garantizar la sobrevivencia del Estado-nación chileno. Transitamos,
así, desde la problemática de un politicidio absoluto hacia la pérdida lenta
pero progresiva de la capacidad de influencia chilena en el Pacífico, de allí,
al aumento en las capacidades bélicas del vecino peruano y boliviano como
consecuencia de los ingresos que los yacimientos de guano, primero, y de
salitre luego, podrían aportar. La Guerra del Pacífico, siendo un conflicto
bélico defensivo en términos políticos, pero ofensivo en términos
doctrinarios, permitirá a Chile garantizar una relativa pero activa influencia
en las costas del Pacífico. La percepción de amenaza de inseguridad, en
este caso, se acelera. Si bien es cierto la entidad estatal chilena acrecienta
sus arcas fiscales y de allí sus capacidades bélicas, aumenta la percepción
de amenaza por parte de los Estados vecinales. Las tres entidades
identifican un “enemigo” común. En este caso, la percepción de amenaza
chilena, velada, de un politicidio futuro se ve reflejada en la nueva postura
internacional del país al retrotraer su pasada intención de proyección de
potencia política y militar en el ámbito regional hacia una postura
eminentemente continental.
c. Las consecuencias políticas, militares y económicas de la Guerra del Pacífico
marcarán la percepción de amenaza chilena hasta el año 1989. Un sistema
de paz armada se instaurará entre Chile y sus vecinos. El temor de un
politicidio ya no recae en una destrucción de la convivencia nacional y luego
de una absorción de nuestro país por una potencia vecinal, sino que en la
perdida de ambos extremos del territorio nacional, fundamentalmente del
norte, pulmón del sistema económico chileno.
d. La fase inaugurada por el fin del régimen militar y el regreso del
democrático inauguran otra realidad político-estratégica, esta vez, de
transición en donde la disuasión cohabitará con la cooperación. En este
caso, la percepción de amenaza chilena es una de transición. Las
capacidades militares en adquisición demuestran que la percepción de
politicidio aún está latente, sin embargo, la coyuntura internacional parece
dictar otro sentido.
¿Cómo evoluciona dicha percepción en el tiempo?

EVOLUCION HISTÓRICA DE LA PERCEPCIÓN DE POLITICIDIO

Cabe señalar que el sentimiento original de politicidio del Estado chileno


acompaña a la clase política chilena desde su propio nacimiento como ente soberano.
El fin de la Patria Vieja (2 octubre 1814) y la campaña de Reconquista (1844- 5- abril
1817) que le siguió si bien es cierto introdujo lo que Francisco Frías Valenzuela denomina
como "el desenvolvimiento de una idea revolucionaria ligada íntimamente al alcance de la
más completa independencia", forja, además, un profundo sentimiento de inseguridad en
cuanto a la conservación del Estado chileno a lo largo de toda su historia.
La Reconquista Española del territorio nacional demuestra el carácter regional y no
solo nacional de la empresa libertadora. La independencia de Chile no podía hacerse sin
lograr la de las Provincias del Río de la Plata, estas no podían asegurarse sin liberar al
Virreinato del Perú. En otras palabras, la existencia misma del naciente Estado chileno era
dependiente de la voluntad española, canalizada y evacuada en los hechos a través del
Perú en orden a constituirse en un factor de riesgo extremo no sólo para la independencia
de los Estados hispanoamericanos si no que, además en cuanto a lo que significaba
mantenerse en un estado de guerra prolongada.
De manera ilustrativa, el aporte chileno a la empresa libertadora del Perú, esto es
la creación de la Expedición Libertadora (1820) conformada en su mayoría por efectivos
chilenos, subvencionada por los erarios chilenos y apoyada por una escuadra de marina
chilena, demuestran la importancia que significaba para la dirección política nacional la
libertad del Perú. El fin de la amenaza en el norte permitió a Freire focalizar la atención en
el último reducto Realista en territorio chileno. Chiloé será incorporado, finalmente, a la
república por medio del tratado de Tantauco en 1826.
Diez años después, Chile se verá confrontado a lo que Diego Portales denominará
en su momento "la Segunda independencia de Chile"17, derrotar militarmente y, destruir
con ello, el germen de un megaestado en las puertas de norte de Chile.

LA CONFEDERACIÓN PERÚ-BOLIVIANA.

Capacidades e intenciones son factores que, adhiriendo a la lógica avanzada por


David Singer, ayudan a determinar la emergencia de algún tipo de percepción de
inseguridad.
Establezcamos que el nacimiento de un Estado producto de la fusión de dos
entidades soberanas no genera, por sí sola, inseguridad. La inseguridad en el caso del
nacimiento de la Confederación Perú-Boliviana18 emerge como consecuencia del riesgo

17
Carta a Manuel Blanco encalada, 10 de septiembre de 1836, " …Va Ud., en realidad, a conseguir con el
triunfo de las armas la segunda independencia de Chile".
18
Para una visión histórica de estos hechos consultar Encina, Francisco A., Resumen de la Historia de Chile,
Tomo II, Editorial Zig-ZagSantiago, Chile, 1954.
que significaba para Chile la suma de las intenciones no declaratorias del Mariscal Santa
Cruz con las capacidades potenciales que se traducían en la unificación de ambos Estados.
La empresa que significaba la creación de esta colosa confederación de Estados se
fundaba, básicamente, en dos estrategias: Por un lado se buscaba debilitar
institucionalmente a los Estados vecinales, mientras que la segunda estrategia radicaba
en la puesta en obra de acciones militares directas. De esta forma, Santa Cruz utiliza la
lógica del tradicional divide et impera. La lucha fratricida entre Gamarra y Salaverry
alimentada por el Mariscal le permitió, en su momento, dividir a la naciente entidad
peruana en dos, Alto y Bajo Perú, luego vencer a uno de ellos, el gobernado por Salaverry,
para luego dar forma, el 28 de octubre de 1836, a la Confederación Perú-Boliviana
reconstituyendo en los hechos al extinto virreinato.
Tal y como es conocido, la amenaza real detrás de los hechos recaían en las
intenciones presumidas y personificadas por Santa Cruz en orden a recrear, en los hechos,
no sólo el virreinato peruano en cuestión, sino que en el mediano plazo el extinto imperio
inca. Para Chile tal escenario significaba el desplazamiento de las fronteras de la
Confederación hasta el Rio Maipo, ésto es, absorbiendo territorialmente Santiago.
La política de desplazamiento progresivo de las fronteras internacionales fundadas
en el utis possidetis ius de 1810, principio que congelaba los límites territoriales de las
antiguas construcciones coloniales, no parecían ser respetadas por el Mariscal boliviano.
La ocupación de la caleta de Cobija por parte del Mariscal, violando de paso la soberanía
chilena en el Desierto de Atacama19, ilustra de alguna forma dicha intención. De esta
manera, se va arraigando en la conciencia política de los más prominentes hombres de
estado chilenos la idea según la cual la independencia de Chile volvía a estar en peligro.

PERCEPCIÓN DE INTENCIONES Y CONSECUENCIAS.

Diego Portales ilustra de manera repetitiva y resuelta en algunas de sus


correspondencias el sentimiento que tal reconstitución significaba para Chile. En una
carta dirigida a Casimiro Olañeta, representante de Santa Cruz en Chile, Portales
sostendrá,
"… Creo que solo me resta responder a las reconvenciones que se hacen a este
gobierno en la nota 7 por los pasos que ha dado para hacer sentir a las Repúblicas
del Río de la Plata y del Ecuador la crisis inminente en que la actitud del General
Santa Cruz ha puesto la independencia de los estados sudamericanos que lindan con
Perú y con Bolivia y que pudiera sin dificultad extenderse a los otros estados sí de

19
Según consta en el "Plano general del Reino de Chile en la América Meridional" realizado en 1793 por
orden del entonces virrey del Perú Don Francisco Gil y Lemos. Carmona, L., Guillermo., Historia de las
Fronteras de Chile, Los Tratados de Limites con Perú, Editorial Andrés Bello, 1981, pp. 24-25 y cartografía 2,
pp. 18-19.
antemano no poniesen a ello una barrera de contención ".20
Luego, en una carta dirigida a don Manuel Blanco Encalada, Diego Portales
sostendrá,
"… En el supuesto que prevaleciera la confederación a su actual organizador y
ella fuera dirigida por un hombre menos capaz que Santa Cruz, la existencia de Chile
se vería comprometida".21
A su vez, el presidente chileno, Prieto Vial en una carta dirigida al mismísimo Santa
Cruz sostendrá,
"La mudanza que Ud. ha creído percibir no es obra de Chile, es obra de sucesos
que no hemos tenido parte; es el efecto de un nuevo orden de cosas que
perturbando el equilibrio de las repúblicas del Sur, ha impuesto a cada una de ellas
la obligación de proveer, no ya a la conservación de bienes y derechos secundarios
sino a su existencia misma. Esta república, en particular, ha visto amenazada a un
tiempo su tranquilidad interior y su independencia, que son toda la vida de las
naciones".22
La fracasada expedición de Freire, entre otras conspiraciones23, desde puertos
peruanos y en barcos de este origen nacional demostrarán a la clase política nacional que
las intenciones de Santa Cruz, en cuanto a introducir puntos de quiebre al interior del
sistema político chileno, constituían un modus operandi propio a una campaña de
debilitamiento interno de las repúblicas vecinas para luego hacerlo, si necesario, por la vía
de la fuerza.
En este sentido, Portales comunicará, de manera directa y franca, a Manuel Blanco
Encalada que,
" Cree el Gobierno, y este es un juicio también personal mío, que Chile sería o
una dependencia de la Confederación como lo es hoy Perú, o bien la repulsa a la
obra ideada con tanta inteligencia por santa Cruz debe ser absoluta ", para luego
agregar, "La conquista de Chile, por Santa Cruz, no se hará por las armas en caso de
ser Chile vencido...todavía le conservará su independencia política, pero intrigara en
los Partidos, avivando los odios de los parciales de O'Higgins y de Freire, echándoles
unos contra otros. Cuando la descomposición social haya llegado a su grado más
culminante, Santa Cruz se hará sentir. Seremos entonces suyos." 24

20
Carta de Diego Portales a Casimiro Olañeta, 10 de diciembre 1836, en Sotomayor Valdés, Ramón, 1830-
1903, Historia de Chile durante los cuarenta años trascurridos desde 1831 hasta 1871 /por Don Ramón
Sotomayor Valdés, Santiago de Chile: Impr. de la Estrella de Chile, 1875.
21
Sotomayor Valdés, Ramón, 1830-1903, Historia de Chile durante los cuarenta años trascurridos desde
1831 hasta 1871 /por Don Ramón Sotomayor Valdés, Santiago de Chile : Impr. de la Estrella de Chile, 1875-
v. ; 24 cm., pp. 236.
22
Carta de Joaquín Prieto a Santa Cruz, 1 septiembre 1836, en Sotomayor Valdés, Ramón, 1830-1903,
Historia de Chile durante los cuarenta años trascurridos desde 1831 hasta 1871 /por Don Ramón Sotomayor
Valdés, Santiago de Chile : Impr. de la Estrella de Chile, pp. 190-195.
23
Sin duda la mayor conspiración fue, desde el punto de vista histórico, el asesinato mismo de Diego
Portales el 6 de junio de 1837 bajo las órdenes del Coronel Vidaurre. Este hecho demostrara al país en
general, reluctante a entrar en guerra con la Confederación el verdadero alcance y sentido de las influencias
políticas de Santa Cruz.
24
Sotomayor Valdés, Ramón, 1830-1903, Historia..., pp. 232.
De esta forma, no solo se expresan los sentimientos de politicidio del Estado
chileno, y ello en términos generales, sino que, además, se explicitan la manera según la
cual dicha amenaza podría materializarse en el futuro próximo.
En términos esquemáticos podemos extrapolar las percepciones de inseguridad
que despertó la Confederación.
El sentimiento de suicidio25 político que significaba una postura de inmovilismo
frente a la ruptura del equilibrio de poder presentes en aquel momento pero que podrían
traducirse en una amenaza de invasión de Chile por parte de las fuerzas unidas del nuevo
ente estatal nortino26. Frente a esta realidad, el Estado chileno sólo objetaría una acción
armada restauradora del statu quo ante sí la independencia de Bolivia y Ecuador, entre
otras peticiones de forma, eran garantizadas27. En otras palabras, la conditio sine qua non
de la paz era la autodisolución de la Confederación. Para ello, Chile busca sino la
conformación orgánica de una alianza con las Provincias de la Plata y Ecuador, al menos
un apoyo político de éstas. Frente a esta posibilidad Casimiro Olañeta levanta su reclamo
oficial a Portales quien le responde,
"¿Qué tendría de ilícito o de menos honroso que el Gobierno de Chile procurase
acarrearse la buena opinión y cooperación de los otros en un objeto que va a cada
uno de ellos nada menos que la existencia?"28
La negativa de Santa Cruz fue considerada un casus belli que justificaba el inicio de
la segunda guerra de independencia.
El 20 de enero de 1837 en Yungay la guerra iniciada el 11 de noviembre de 1836
llega a su fin. Chile disuelve manu militari la Confederación. El 20 de marzo del mismo año
es disuelta oficialmente.
En el ciclo del factor de hostilidad, el conflicto juega un papel central en la
generación de las variables determinantes de la aparición de un grado de hostilidad
interestastal.
El Estado chileno al identificar la amenaza para su seguridad como absoluta y vital
a partir de la enseñanza que su proceso de emancipación le entregó, esto es, 24 años
antes, aplicó la misma lógica hacia lo que podía constituirse y de hecho lo era, un estado
revisionista del orden regional.

25
"La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. No puede ser tolerada ni
por el pueblo ni por el gobierno, porque ello equivaldría a su suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la
mayor alarma la existencia de dos pueblos confederados, y que, a la larga, por la comunidad de origen,
lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán como es natural, un solo núcleo. Unidos estos dos
Estados, aun cuando no más sea que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de
cuestiones y circunstancias"
26
En una carta enviada a un dirigente del exilio peruano en Chile, Portales sostiene, "Estamos cansados de
asegurar y publicar los principios que guían la política del gobierno de Chile en su relación con el Perú libre de
Santa Cruz, pero nada basta a extirpar los recelos que tal vez se fingen con innobles deseos. Por resultados,
se nos amenaza con que la causa de santa Cruz se hará nacional para repeler cualquier invasión de Chile."
27
Las Cámaras reunidas por el Presidente Prieto para votar la declaración de guerra, autorizaron al
Presidente y Gobierno para enviar a Lima, como ministro plenipotenciario a don Mariano Egaña, con seis
exigencias, entre las cuales la más importante encontramos 2. La independencia de Bolivia y de Ecuador,
que Chile mira como absolutamente necesarias para la seguridad de los demás estados sudamericanos. 4.
Limitación de las fuerzas navales del Perú.
28
Sotomayor Valdés, Ramón, 1830-1903, Historia de Chile ..., ibid, pp. 251.
En este caso, la guerra contra la primera alianza Perú-boliviana si bien aparecerá
en los anales históricos como el primer encuentro bélico entre Chile y sus vecinos
nortinos, no generará grandes consecuencias sobre las percepciones de inseguridad
regionales. Las razones parecen simples. Las consecuencias del conflicto no se soldaran
por ganancia o pérdida de territorio para uno u otro estado. El utis possidetis ius es
respetado en su generalidad, salvo para el caso de la caleta de Cobija que introduce el
germen del futuro conflicto regional que se soldará, finalmente, por la generación de un
factor de Hostilidad entre Chile y sus vecinos. En otras palabras, la violación al estatus quo
territorial por parte de Bolivia introducirá la semilla de una hostilidad que ira in crecendo
a lo largo del tiempo.
En términos generales, las consecuencias de la guerra en contra de la
Confederación se expresarán sobre la base de tres grandes efectos:
1. Aparición de un factor embrionario de hostilidad entre Chile y Bolivia como
consecuencia de la ocupación de parte del territorio chileno. La caleta de
Cobija siendo el factor generador de un conflicto territorial futuro que ya
comienza a gestarse,
2. Emergencia de una afinidad de intereses entre Perú y Bolivia. El pasado
histórico común entre ambos estados, así como la comunidad de intereses
y de características nacionales y raciales que existen entre ambos pueblos
les impulsa a adoptar una posición de alianza natural,
3. Aparición de un sentimiento de aprehensión hacia las (potenciales o reales)
capacidades bélicas intervecinales.
Este punto es central. Lentamente el factor fuerza comienza a constituirse
en una variable de desconfianza entre Chile, Perú y Bolivia.

ENTRE LA CONFEDERACIÓN Y LA GUERRA DEL PACIFICO.

El período interimario entre ambas guerras estará caracterizado por un cambio


mayor en la percepción de inseguridad existente entre Chile y sus vecinos.
Mientras con Bolivia la percepción de inseguridad se concentrará en un plano
eminentemente territorial (soberanía sobre el Desierto de Atacama y los yacimientos de
salitre), con Perú tal percepción de amenaza se concentrará en un plano de influencia,
esto es de proyección de potencia hacia el Pacífico. En ambos casos, el leit motiv detrás
de ambas nacientes rivalidades será el desarrollo económico entregado por los
yacimientos de guano, primero, de salitre luego así como del poder de influencia que
generaba el control de las vías marítimas para el comercio en general y el desarrollo de los
puertos chilenos que les estaban asociados.
Para Chile la percepción de amenaza ya no es calculada en el corto plazo, como
podía ser la anexión de parte del territorio o de su totalidad a una confederación, sino que
en el mediano y largo plazo, esto es en la probabilidad de ver su desarrollo económico
sobrepasado y amenazado por los países vecinales nortinos.
La importancia de la explotación minera durante el período de 1840 en adelante
comienza a hacerse sentir. El Desierto de Atacama, olvidado por las autoridades chilenas
adquiere un real valor económico, simultáneamente, el Estrecho de Magallanes es
oficialmente integrado a soberanía chilena. La exportación de otros productos, como la
harina y el trigo, gracias al impulso financiero otorgado por la minería refuerzan aún más
la necesidad de ejercer un dominio sobre las vías marítimas con el fin de asegurar el
comercio chileno, por un lado, y por otro lado, garantizar la soberanía chilena en el
Desierto de Atacama.
En términos generales, durante el período que va desde 1840 a 1879 un factor será
constante en el desarrollo económico chileno y que tendrá repercusiones, incluso hasta
hoy en día: la creciente y vital importancia que la explotación de recursos mineros tiene
para la estructura financiera y económica chilena, y de allí, para su seguridad económica
internacional.
Las crisis económicas que azotan a Chile (1858-1861), las breves fases de relativa
bonanza entre los períodos 1848-1856 y 1870-1873, así como en el etapa 1873-78, están
estrechamente vinculados a los recursos mineros: Por un lado, la variación constante que
obedece el precio de las explotaciones mineras 29(plata, guano y cobre) en el mercado
internacional, así como al agotamiento o descubrimiento de nuevos yacimientos30.
Digamos entonces, que las Fuentes que guiaron la percepción de amenaza chilena y que
justificaron la guerra contra la Confederación cambian de forma, pero no así de
naturaleza.
En efecto, la percepción de inseguridad continuará basándose en un principio de
politicidio, sus grados de aprehensión evolucionarán a través del tiempo y de las
circunstancias coyunturales propias a la evolución histórica nacional e internacional.
Un recordatorio de esta percepción dominante en los círculos de dirección política
del país estará dado por los hechos acaecidos durante 1862, momentos en que España
ocupa la isla Chinchilla bajo soberanía peruana. Tal será la importancia que Chile asignará
a este hecho, y más allá de las discrepancias internas que sucintaba la ocupación en
cuestión entre los diferentes personeros chilenos, que el gobierno bajará el perfil a la
primera gran crisis entre el gobierno chileno y boliviano en torno a cuestiones territoriales
y fronterizas. Conflicto que por segunda vez ponía a Chile ad portas de una segunda crisis
bélica, esta vez sólo con Bolivia.
De esta forma, no obstante lo precedente se llega a un acuerdo y se reconoce a
través del tratado de 1866 la soberanía boliviana sobre parte de territorio chileno31. Chile
sacrifica territorio por su seguridad de corto plazo, que era el peligro de ver

29
La primera crisis del crédito emergerá como consecuencia de dos grandes factores, primero como
resultado de la decadencia del yacimiento de plata de Chanarcillo que producía por si solo el 74% de este
producto y a la perdida delos mercados de California y de Australia. Podríamos sumar a esto dos grandes
factores las guerras civiles de 1851 y de 1859 que desviaron recursos, tanto humanos, materiales como
intelectuales hacia vicisitudes internas.
30
La decadencia del mineral de Chanarcillo a fines de 1858 agudiza la crisis en cuestión, luego en 187º es
descubierto el mineral de plata de Caracoles que entregara a Chile un respiro por algunos a no solamente,
finalmente el papel que juega el cobre en la crisis de 1873-1878 será fundamental como resultado de la baja
de su precio el cual cayo desde 108 libras esterlinas en 1872 a 39libras esterlinas en 1878. Tal y como lo
sostiene Encina, el "golpe de gracia lo dio la baja del cobre".
31
Se reconoce la soberanía chilena hasta el paralelo 24, mientras que toda la producción que se realice
entre los paralelos 23 y 25 se repartirían por mitad entre ambos estados.
desencadenado un proceso de reconquista.
Terminado el conflicto con España, la hostilidad entre Chile y sus vecinos
emergerá. La semilla plantada en el proceso previo y luego de la guerra contra la
Confederación comienza a manifestarse en las relaciones políticas, económicas pero
sobre todo militares entre Chile y sus entes vecinales nortinos.
Podemos decir que el factor de hostilidad se desarrolla, en términos de un proceso
de animosidad interestatal que con llevará a Chile y particularmente Perú al
establecimiento de una activa y creciente rivalidad entre los años 1865 y 1874. Ahora
bien, si la relación de hostilidad entre Chile y Perú estará íntimamente ligada a una
competencia de influencia, la rivalidad con Bolivia será eminentemente territorial.
La Guerra del Pacifico cristalizará, en cuanto a ella, las relaciones de hostilidad.

LA GUERRA DEL PACÍFICO: LA HOSTILIDAD CRISTALIZADA: INTENCIONES Y


CAPACIDADES.

Si la guerra en contra de la confederación fue una eminentemente defensiva, en


cuanto a que el estado chileno no tenía pretensiones territoriales, esta será
operacionalmente ofensiva al contemplar en los objetivos de la guerra en curso la posible
adquisición de territorios más allá de los establecidos por el utis possidetis ius de 1810.
En este sentido Antonio Varas establecerá, una vez debutadas las hostilidades, lo
siguiente,
"No obstante que la extensión del territorio de la Republica con adquisiciones
extranjeras no ha entrado en consideraciones...., este objetivo podría ser
sensiblemente modificado por el transcurso delos eventos.", para agregar más tarde
que, "alteraciones de las fronteras del Perú las cuales asegurarían completamente la
tranquilidad de la Republica, podrían hacer imposible para esta nación constituirse
en una amenaza en contra del equilibrio sudamericano".32
De alguna u otra forma, las autoridades peruanas perciben acertadamente la probabilidad
de verse despojados de algún tipo de territorio como resultado de la extensión de las
actividades de capitales y de mano de obra chilena hacia Tarapacá.
En este sentido la posición del gobierno peruano es clarificadora,
"Perú no puede permanecer como un espectador indiferente, y se sentirá a si
mismo obligado a apoyar a Bolivia en proteger intereses que serán comunes para
nosotros, así como no podemos permitir Chile, al romper el equilibrio americano,
ganar el dominio de un litoral que no le pertenece. Perú ofrecerá su mediación,, y, si
Chile lo rechaza y la intención de ocupar el litoral continua, una alianza con Bolivia
será para nosotros una necesaria e inevitable consecuencia"33
A la luz de lo precedente, podemos inducir un cambio mayor en las percepciones

32
Varas, Antonio, Correspondencia de don Antonio Varas sobre la guerra del Pacífico /con los señores
Eulogio Altamirano ... [et al.]. Actas del Ministerio Varas-Santa María, abril-agosto 1879, Santiago de Chile :
Impr. Universitaria, 1918, pp. 251-252.
33
Bulnes, Gonzalo, Guerra del Pacífico /Gonzalo Bulnes, Santiago : Del Pacífico, 1955-1956, Vol. 1, pp.64.
de amenaza de uno y de otro de los actores en presencia. Mientras que para Perú,
principal actor en el conflicto futuro, Chile constituye una potencia revisionista del orden
sudamericano, y más precisamente del orden de la costa pacífica del Cono sur, Perú deja
ver una postura más bien pro status quo. En otras palabras, Perú adopta una posición
similar a la que el Estado chileno adoptó casi treinta años antes. La firma del tratado
defensivo entre Perú y Bolivia (1873) son muestras claras de esta percepción de amenaza.
La extensión de las actividades chilenas en las salitreras de Tarapacá podría haber jugado
un rol central en la cohesión peruano-boliviana, así mientras para Perú cualquier perdida
por parte de Bolivia del litoral podía repetirse en su contra, para Bolivia el estatus quo le
garantizaba su acceso a un territorio obtenido ilegítimamente.
La identificación que hacen las autoridades peruanas en orden a considerar que
Chile tenía la intención de ocupar un territorio que a los ojos peruanos no le pertenecía y
que por lo tanto actuando de dicha forma pondría en jaque la independencia de un Estado
sudamericano era intolerable.
Para Chile en cambio, se desprende una necesidad imperiosa, y ello a la luz del
imperativo comercial impuesto por la naciente estructura económica chilena fuertemente
dependiente de los recursos mineros, de establecer un presencia, ya no solo de hecho en
territorio peruano y más allá del paralelo 23, sino que hacerlo in ius, en derecho. De esta
forma, la violación del tratado de 1874 justifica y legitima el fin de la vigencia del tratado
del 10 de agosto de 1866 el cual le entregaba a Bolivia un enclave en litoral del Pacífico.
La competencia bélica naval que se desata entre Chile y Perú en el período
inmediato al conflicto con España demuestra que el factor Fuerza comienza a ocupar un
rol preponderante en la rivalidad que hasta ese momento sólo estaba circunscrita a lo
comercial. El gobierno peruano al adquirir dos poderosas plataformas de guerra, el
Huáscar y la Independencia introducen un factor central en la ecuación de seguridad. De
esta forma, el equilibrio naval chileno-peruano se ve seriamente desbalanceado. En el
transcurso del año 1871 la administración de Federico Errázuriz Zañartu decidirá la
compra de dos plataformas navales con el fin de restablecer la paridad perdida34.
La supremacía naval peruana introducía una asimetría entre las potenciales
intenciones chilenas, su voluntad política en llevarla a cabo y sus capacidades materiales
permitiéndole alcanzar su objetivo. La muestra de fuerza realizada por naves peruanas
frente a la bahía de Mejillones a fines de 1872 demostrará, de alguna forma, el poder de
influencia que podría ejercer el estado peruano en caso de manifestar una voluntad
análoga.
El arribo del "Cochrane" en diciembre de 1874 tenderá a nivelar el balance del
principal instrumento de proyección de poder bélico regional, el naval. El poder de fuego
del Cochrane quedará demostrado el 8 de octubre de 1879 en Punta de Angamos al
doblegar al Huáscar. De esta forma, la adquisición de la supremacía naval permitirá a Chile
proyectar no solo una capacidad de fuego a lo largo de la costa, sino que además de
proyectar una capacidad bélica permitiéndole conquistar y ocupar vastos territorios
gracias a la movilidad estratégica que dicha capacidad le entregaba.

34
La autorización es acordada por el congreso el 28 de diciembre de 1871, Sesiones Extraordinarias de 1871,
2, Congreso, cámara de diputados, pp. 511-512.
Las consecuencias políticas y económicas de la Guerra del Pacifico son
ampliamente conocidas.
Una vez absorbidos los territorios del norte (1883 Tratado de Ancón; Tratado de
Paz con Bolivia 1904) Chile adopta una postura pro status quo, mientras que Perú y Bolivia
son identificados como potencias revisionistas. Argentina emerge como la gran la
amenaza, lo cual es representado por la carrera armamentista que ambos Estados
inauguran prontamente. Los Pactos de Mayo (1902), si bien no pondrán fin a esta
competencia bélica, oficializarán el surgimiento de una hostilidad chileno-argentina que se
alimentará a través del tiempo, en particular en la segunda mitad del siglo recién pasado y
que sellará una de las principales características de la percepción de amenaza chilena en
el siglo XX, su virtual encierro geoestratégico. Una asfixia geopolítica y geoestratégica que
dictará su posicionamiento por algo más de un siglo.
Durante la revolución de 1891, un hecho significativo demostrará hasta qué punto
la estructura geopolítica chilena era bicéfala.
La Escuadra Nacional, en aquel momento bajo las ordenes de una de las partes en
pugna, el Congreso, considera que el primer objetivo militar es la ocupación del norte
chileno, más precisamente de sus recursos mineros. Su objetivo era uno solo, "tomar
posesión de la rica zona salitrera, que sería la caja de caudales de la revolución". La
conquista de la zona salitrera debía permitir, por un lado contra con recursos financieros
para organizar su capacidad bélica, mientras que por otro lado, negar tales recursos al
régimen balmacedista.
Algunos años después, Alejandro Garland, intelectual peruano muy influyente en
los medios políticos peruanos en los albores del siglo XX en Perú, sostendrá:
"Argentina…sabe que si Chile no hubiera adquirido los millones de Tarapacá no
habría acumulado los armamentos que hoy día posee, y que ello le hubiera
permitido imponer la fronteras de los Andes...No existe argentino que no comprenda
que sin Tarapacá Chile sería impotente"35

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35
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Industrial, 1900, citada por Burr, Patrick., By Reason or Force, Chile and the Balancing of Power in South
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