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Julio Cortázar
Por
Alberto Rubín Martín
-Parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas.
-Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede
estar tranquilo.
-Nunca renuncio a nada. Sólo hago lo que esté en mi alcance para que
las cosas renuncien a mí.
-No es que tengamos la obligación de vivir, ya que la vida nos fue dada.
La vida se vive a sí misma, lo queramos o no.
-Las costumbres son formas concretas del ritmo, son la cuota de ritmo
que nos ayuda a vivir.
-En realidad las cosas verdaderamente difíciles son todo lo que la gente
cree poder hacer a cada momento.
-Déjame entrar, déjame ver algún día como ven tus ojos.
-La gente se cree amiga porque coincide algunas horas por semana en
un sofá, una película, a veces una cama, o porque le toca hacer el
mismo trabajo en la oficina.
-La isla lo invadía y lo gozaba con una tal intimidad que no era capaz de
pensar o de elegir.
-Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene
andando cuando todo alrededor es tan insanamente cuerdo.
-Buscás eso que llamas la armonía, pero la buscás justo ahí donde
acabás de decir que no está, entre los amigos, la familia, en la ciudad…
-No te voy a cansar con más poemas. Digamos que te dije nubes,
tijeras, barriletes, lápices, y acaso alguna vez sonreíste.
-Pasa que los cronopios no quieren tener hijos, porque lo primero que
hace un cronopio recién nacido es insultar groseramente a su padre, en
quien oscuramente ve la acumulación de desdichas que un día serán las
suyas.
-Los que valemos algo aquí no estamos ya seguros de nada. Hay que ser
un animal para tener convicciones.
-La realidad está ahí y nosotras en ella, entendiéndola a nuestra
manera, pero en ella.
-Quizás piensen que eligen a una mujer porque la aman, pero yo creo
que es al revés. No puedes escoger a Beatriz. No puedes escoger a
Julieta.
-No puedes escoger la lluvia que te va a mojar y hacer que tengas frío
cuando salgas de un concierto.
-Las personas que planean citas son las mismas que necesitan papel
rayado para poder escribir o que siempre sacan la pasta de dientes
desde el fondo.
-Creo que no te quiero. Creo que sólo quiero la imposibilidad tan obvia
que es quererte. Es como el guante izquierdo que está enamorado de la
mano derecha.
-La memoria es un espejo que miente de forma escandalosa.
-Debo decir que confío plenamente en la casualidad que hizo que nos
conociéramos. Nunca te olvidaré y si lo intento, estoy seguro de que no
lo lograría.
-Me encanta verte y hacerte mío sólo con verte aunque sea de lejos. Me
encantan cada uno de tus lunares y tu pecho es como el paraíso.
-Me miras, me miras de cerca, cada vez más cerca y luego nos volvemos
cíclopes. Nos vemos más cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan.
-Siempre has sido mi espejo. Para poder verme, primero tenía que
mirarte.
-Amor mío, no te quiero por ti o por mí, no te quiero por los dos juntos.
No te quiero porque la sangre me obligue a quererte. Te quiero porque
no eres mía, porque estás en otra parte y me invitas a saltar pero no
puedo hacerlo.
-Toco tu boca. Con uno de mis dedos toco el borde de tu boca. La toco
como si la estuviera dibujando con mi mano, como si fuera la primera
vez que tu boca se entreabriera.
-Basta con que cierre mis ojos para deshacer todo y luego volver a
empezar.
-Te siento temblar contra mi cuerpo como una luna tiembla en el agua.
-Lo que creíamos que era amor era quizás que yo estaba delante de ti
con una flor amarilla en la mano, tú tenías dos velas verdes en la mano
mientras que el tiempo soplaba en nuestras caras una lluvia que
significaba renuncias.
-En algún lugar, debe haber un basurero en el que estén todas las
explicaciones. Sólo queda una cosa inquietante: que algún día a alguien
se le ocurra explicar el basurero también.
-Has visto, verdaderamente has visto, la nieve, los astros, los pasos
afelpados de la brisa. Has tocado, de verdad has tocado, el plato, el pan,
la cara de esa mujer que tanto amas. Has vivido, como un golpe en la
frente, el instante, el jadeo, la caída, la fuga. Has sabido, con cada poro
de la piel sabido, que tus ojos, tus manos, tu sexo, tu blando corazón,
había que tirarlos, había que llorarlos, había que inventarlos otra vez.
-A mí no me bastaba con que me dijeran que eso era una mesa, o que la
palabra «madre» era la palabra «madre» y ahí se acaba todo. Al
contrario, en el objeto mesa y en la palabra madre empezaba para mí un
itinerario misterioso que a veces llegaba a franquear y en el que a veces
me estrellaba.