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Pinto Molina, María. Análisis documental: fundamentos y procedimientos. -- Madrid : EUDEMA, 1991.
-- Pág. 34 - 91.
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DOCUMENTACIÓN Y LINGÜÍSTICA
La importancia estratégica de la Lingüística en apoyo de las tareas documentales está fuera de toda duda,
confirmando su cualidad de ciencia piloto entre las demás ciencias del hombre, reconocida en Francia
durante la década de los cincuenta.
Los profesionales de la Documentación, y en particular del Análisis Documental, concentran gran parte
de sus esfuerzos investigadores en el dominio de la lingüística, con la esperanza de obtener resultados
espectaculares. A pesar de ello, por el momento la ayuda ha sido relativa debido a la gran separación
existente entre dos enfoques caracterizados por su excesivo pragmatismo (es el caso de la
Documentación) y la falta de resultados concretos y eficaces en el caso de la Lingüística.
Más adelante tendremos ocasión de profundizar en algunos aspectos de la Ciencia del Lenguaje. Ahora
nos centraremos en un sector de la Lingüística, la Teoría de la Terminología, cuyas aportaciones son
fundamentales en el camino hacia la normalización y posterior automatización de algunos procesos
analíticos, como la catalogación, la indización y la operación de resumir. Para los principales tratadistas
del tema, como Nedobity[2], Rondeau[3].... hay coincidencia en admitir que la terminología y la
documentación son dos campos indisociables. La conexión entre ambas materias estriba, según
Nedobity, en que la Ciencia de la Documentación se ocupa esencialmente de documentos de diverso tipo,
y estos documentos consisten principalmente en textos orientados temáticamente que son también objeto
de investigación de la terminología[4].
Por tanto, la terminología como teoría explota el significado de los lenguajes artificiales, desarrollando
métodos y principios específicos para ello, derivados la mayor parte de la lógica, y en particular de la
conceptología y epistemología. En el ámbito del Análisis Documental cumple una función primordial,
siendo la base para:
EL PROCESO DOCUMENTAL
Establecido el origen y evolución histórica de la Ciencia de la Documentación, y antes de abordar su
caracterización epistemológica a la luz de las más recientes aportaciones, es necesario recorrer las
corrientes generales definitorias del documento, como objeto propio de la Documentología, pues al decir
de Otlet «es el instrumento acumulador y difusor de la ciencia y como tal debe ser estudiado».
El documento es la materia prima de la Documentación. Es asimismo la célula o unidad básica que
conforma el organismo documental. Puede afirmarse que documento y humanidad han recorrido una
trayectoria paralela, existiendo también el predocumento como estado embrionario que contiene
información potencial.
La noción de documento científico arranca del movimiento capitaneado por Otlet y La Fontaine. El
primero de ellos utilizaba frecuentemente el binomio «livre/document», aunque reconocía que era
necesario construir la terminología de esta nueva Ciencia a partir de la palabra documento. En diversas
páginas de su obra, ofrece una definición general: «un support d'une certaine matiére et dimension,
éventuellement d'un certain pliage ou enroulement sur lequel son portés des signes représentatifs de
certains données intellectuelles»[6]. Es, en definitiva, «la memoria materializada de la humanidad, en la
que día a día se registran los hechos, las ideas, acciones, sentimientos... que han impresionado el espíritu
del hombre.
En suma, da una amplia visión del significante documento como abarcador de todas las especies de
soportes capaces de vehicular y conservar información.
Para Otlet, todo documento debe poseer estos cinco elementos: 1) realidad objetiva; 2) pensamiento
subjetivo o estado de conciencia provocado; 3) pensamiento objetivo; 4) lengua; y 5) soporte material. Y
es precisamente este último el que lo caracteriza desde el punto de vista documentológico.
En esta línea otletiana se manifiesta Sagredo Fernández, al concebir el documento como «un soporte que,
por los signos en él fijados, registra y conserva determinados datos de conciencia referidos al mundo»[7].
depósito legal); conservación; utilización (lectura, creación de nuevos libros por extracto o fusión y
asimilación de otros); destrucción (enfermedad, accidente, muerte y fin del libro)»[8]. De ellas, unas son
estrictamente documentológicas como la descripción, la crítica y la conservación, en tanto que la
utilización engloba operaciones de uso (lectura, consulta) y operaciones documentales, como se pone de
manifiesto en la expresión «creación de nuevos libros... », tarea que sin duda alguna, dirá el profesor
Sagredo «es el sentir de la actual Teoría de la Documentación: producir nuevos documentos (n-arios) a
partir de los n1-arios por extracto, fusión, asimilación... »[9].
Habla también Otlet de proceso para englobar dichas operaciones, cuya totalidad apuntará a un último e
importante objetivo: la recuperación y difusión de la información.
Chaumier[10] utiliza el término cadena documental, entendiendo por tal el conjunto de operaciones
sucesivas, articuladas entre ellas (en el sentido de que las últimas dependen de las que las preceden) y
necesarias para la puesta a punto de los sistemas documentales. A su entender, los diversos elementos de
esa cadena se concretan en las siguientes fases:
Si bien casi todos los autores coinciden en la primera y tercera, no ocurre igual con las divisiones de la
segunda fase, pues mientras unos hablan de tratamiento documental refiriéndose al conjunto de
operaciones de análisis y recuperación, otros se refieren solo al análisis (Amat) y algunos le dan un
enfoque distinto, al vincularlo a la explotación de los fondos documentales, introduciendo el concepto de
almacenamiento como objeto y paso previo a la difusión (Gardin). Pocos identifican tratamiento y
recuperación documental (Couture des Troismonts).
Bajo la rúbrica de entrada en el sistema, o colecta, se engloba la primera operación de dicha cadena, que
a su vez abarcaría las tareas de adquisición, selección y registro. La adquisición permitirá constituir el
fondo documental de cualquier sistema de información. Es, pues, una tarea muy importante que requiere
del documentalista al menos estas destrezas: el conocimiento en profundidad de los objetivos y medios
de la unidad documental, así como de las necesidades actuales y previsibles de los usuarios; la puesta a
punto de un método riguroso para proceder a la selección de los documentos necesarios; y la utilización
regular de instrumentos o fuentes de información bibliográfica destinados a la recuperación de
documentos.
La selección es una operación delicada dentro del proceso documental, pues supone un juicio de valor
respecto al interés y actualidad de los documentos, ya que el documentalista no puede someter a
tratamiento todos los que entran en el sistema. Aunque la práctica es en general la mejor consejera, se
puede decir que los documentos llegados a un Centro de Documentación deben ser seleccionados tras
una previa definición de las necesidades de los usuarios potenciales y en virtud de una delimitación de
disciplinas a cubrir.
En cuanto al registro, es una tarea meramente administrativa con el objetivo de preparar un inventario de
los documentos entrados en el Centro correspondiente.
El tratamiento documental, también llamado por Chaumier «tratamiento de la información», representa
«el conjunto de operaciones efectuadas para la transformación o puesta en forma, la puesta en memoria y
la restitución según las necesidades de las informaciones contenidas en los documentos
seleccionados»[11]. Comprende dos importantes fases interrelacionadas, como son el Análisis y la
Búsqueda. La primera depende de la segunda y está relacionada con la tarea selectiva y con el «input»;
la segunda está más próxima a la difusión y al «output» de las organizaciones documentales, pues una
vez analizados los documentos con el fin de disponer de- la información contenida en ellos, se organizan
en la memoria documental, a partir de la cual se efectuarán los procedimientos de recuperación.
La difusión, considerada como la última fase de la cadena, justifica la existencia del servicio de
documentación. Está orientada hacia los usuarios, a quienes pondrá en contacto con la información que
satisfaga sus objetivos de búsqueda.
López Yepes habla de proceso documental cuando afirma que «el documento, aún siendo información
vehiculada, es de suyo realidad estática si no se arbitran los recursos necesarios para su oportuna
potenciación en la transmisión y difusión. Para que ello tenga lugar debe agilizarse un procedimiento, un
proceso documental que posibilite la dinamización de la información, guardada en el documento, por
medio de su difusión, dándola a conocer de esta forma al usuario».
Si hojeamos el Diccionario ideológico, de Casares, comprobaremos que el vocablo proceso, en una de
sus múltiples acepciones -la más próxima a nuestro objetivo-, viene definido como «serie de las fases
sucesivas de un fenómeno». Se concibe de esta manera como un ciclo operativo divisible funcional y
cronológicamente. Mientras que el término cadena, en su acepción más común, alude a la «serie de
eslabones entrelazados entre sí», pretendiendo reflejar la concatenación existente entre las distintas
operaciones documentales, esto es, en la forma de desarrollarse.
A la hora de decidirnos en pro de una unificación terminológica, optamos por la expresión proceso
documental como aglutinador del conjunto de operaciones o fases que afectan al documento, de forma
que a través de la última de ellas, la difusión, este adquiera la dimensión social que lleva implícita. En
palabras de Courrier, se trata de un proceso de circulación de la información que tiende a establecer un
vínculo de comunicación entre los documentos y los usuario[12].
El proceso documental, debido a su ingrediente comunicativo, necesita de estos tres ejes básicos
insustituibles para ser llevado a término: un emisor o documentalista, que como sujeto cualificado será el
encargado de aplicar las técnicas pertinentes; un mensaje, el documento; y un destinatario o usuario, que
será el beneficiario último de dicho proceso al obtener con rapidez, precisión y garantía la información
demandada.
Como en cualquier labor humana, el proceso documental estará muy condicionado por las coordenadas
sociológicas del entorno; como contenedor de información, no podrá eludir las exigencias del factor
tempo, máxime en una época caracterizada por la vertiginosa evolución científica y tecnológica.
Desde un plano específico y en el marco de la Ciencia de la Documentación, apunta Desantes[13] que el
proceso documental debe concebirse como proceso informativo, generador de nuevos procesos
informativos «en cascada» que incluyen a su vez nuevos procesos documentales. Además, no hay que
olvidar que el mensaje es el núcleo de todo proceso informativo; de ahí que el documento, como portador
de mensaje, condicione su difusión y se constituya en médula del proceso documental.
Aunque los epígrafes anteriores se han ocupado de esbozar brevemente el proceso documental como
proceso informativo, y la situación que en el mismo ocupa la etapa de tratamiento, es evidente que
también han quedado perfilados algunos aspectos de su importancia y naturaleza. Conviene, pues,
insertar ahora en ese contexto la actividad analítico documental, como paso previo a su
conceptualización.
Llegado a este punto, creernos conveniente llamar la atención del lector sobre el proceso de circulación
de la información, y el papel que AD desempeña en dicho proceso. Admitamos que la función esencial
de la documentación es poner a disposición de los usuarios los documentos requeridos, según un
esquema que ya se ha hecho tradicional[20]. El productor crea documentos que son respuestas a posibles
preguntas del usuario. Este, por su parte, formula preguntas dirigidas a un conjunto de documentos.
Para saber qué documentos responden a una pregunta determinada, se interroga al conjunto de
documentos en función de la pregunta. Pero la cantidad de documentos y la diversidad de las preguntas
han obligado a introducir una etapa suplementaria, o intermediaria, que facilita la operación de
interrogación. Esta fase intermediaria es precisamente la de Análisis Documental (AD).
comenzaremos con una aproximación a las fuentes, o raíces científicas, en que se inspira AD, como paso
previo al preceptivo estudio lexicológico del controvertido término Análisis Documental, que nos
permita acometer con rigor terminológico la Teoría de AD. Expondremos las distintas conceptuaciones
(tradicionales, contemporáneas y personal) sobre la materia, poniendo especial énfasis en los aspectos
técnicos de la misma, sistematizados en función de la dicotomía forma-sustancia que caracteriza a la
unidad documental. Finalizaremos reflexionando sobre los objetivos de AD, su actual relevancia
científica y sus perspectivas en la sociedad tecnológica del futuro.
Puesto que hemos ofrecido una panorámica general de la Documentación en apartados anteriores, tan
sólo queremos dejar clara una cuestión elemental: y es la afiliación de AD como disciplina científica, que
no es otra sino la del corpus más amplio de esta joven ciencia, la Documentación, de la cual se sirve y a
la cual apoya con sus aportaciones teórico-prácticas, estableciéndose una enriquecedora relación
paternofilial que debe fundamentar cualquier planteamiento docente o investigador.
Digamos para comenzar que el hecho lingüístico, primario y universal, nos remite al grupo social básico
(clan, tribu, ciudad o etnia), como fenómeno que asegura su coherencia y garantiza su identidad gracias
al sistema simbólico-comunicativo que establece entre los individuos. El lenguaje siempre ha sido la
más importante forma de expresión simbólica, pudiendo ser entendido como el «sistema que media, de
una manera extremadamente compleja, entre el universo del significado y el universo del sonido»[21].
Sus unidades más elementales, o signos lingüísticos, tienen algunas propiedades características, pues son
orales, lineales, arbitrarios y discretos[22]. Como sistema de comunicación, el lenguaje desempeña
múltiples funciones, como la referencial, emotiva, conativa, estética, fática y metalingüística»[23].
Por otra parte, las diversas disciplinas del lenguaje se han constituido por referencia, teniendo que
adaptar a sus necesidades nomenclaturas ya existentes, lo que ha conducido a una proliferación de la
terminología que, irónicamente, en nuestros días, hace del edificio lingüístico una nueva Torre de
Babel[24]. Tan solo añadiremos que la lingüística, o ciencia del lenguaje, basa su indiscutible
complejidad y consiguiente dificultad en que este, el lenguaje, es a su vez el instrumento y el objeto de
estudio.
El primer ámbito científico considerado como fuente de AD, y al que nosotros concedemos la categoría
de fuente principal, es precisamente el de las ciencias del lenguaje, pues, como apunta Greimas[25], «en
comparación con otros conjuntos significantes las lenguas naturales ocupan un puesto privilegiado».
Digamos al respecto que AD «utiliza la Lingüística como universo teórico capaz de subsidiar su
actividad práctica»[26], motivo por el cual algunos estudiosos han cometido el error de considerarla
fuente única y exclusiva. No obstante, esta visión parcial de AD, inmersa en el seno de las ciencias del
lenguaje, que tiene algunos adeptos, no responde en absoluto a la teoría de AD más generalizada, pues
olvida la fundamental participación en las operaciones de Análisis Documental de algunas disciplinas
extralingüísticas.
terreno de estudio: hay que proscribir todo enunciado no directamente verificable, lo que equivale a que
el estudio de los significados quedó prácticamente excluido de la lingüística. Este estructuralismo
antimentalista recibió su formulación clásica gracias a Leonard Bloomfield, en el libro Language,
aparecido en 1933.
Como consecuencia, en 1957 Noam Chomsky publica un extracto de sus vastas investigaciones teóricas
sobre los fundamentos y el sistema de la lingüística, cuya teoría es la gramática generativa, basada en la
idea de que el dominio de una lengua es una capacidad productiva activa, y no meramente el
conocimiento de una nomenclatura. El problema central de esta teoría es la capacidad de toda lengua
para generar un número ilimitado de frases, lo que denomina competencia, a diferencia de la actuación,
que es la realidad lingüística concreta. Distingue además entre las estructuras profundas y las
superficiales de los enunciados. Su gran defecto estriba en la no consideración del plano funcional de la
lengua, al ignorar su eje paradigmático y con ello las oposiciones funcionales, olvidando que «una lengua
no es sólo un conjunto de reglas de constitución sintagmático, inmediata o mediata, sino también, y ante
todo, un sistema de paradigmas funcionales»[29].
Posteriormente, y a la luz de las teorías estructuralista y generativista, han surgido la gramática de casos,
de Fillmore (1977) y los casos conceptuales, de Pottier (1974), que se preocupan por el aislamiento de
los universales lingüísticos. Se interesan no sólo por las unidades mínimas del discurso, sino por el
análisis de la estructura lógicogramatical de la frase[30].
La lingüística actual
De cualquier modo, en la base de todo modelo lingüístico hay dos principios estructurales: el de
contrastividad, según el cual tanto significados como sonidos parecen estar organizados en su mayoría a
base de rasgos contrastantes; y el de estructura constituyente, pues la organización de los lenguajes
obedece siempre a diagramas arbóreos. Estos dos principios vienen a representar el modo en que se
organiza el lenguaje respecto a los ejes paradigmático (o selectivo) y sintagmático (o combinatorio).
Desde el punto de vista de AD, en la actualidad la lingüística se reparte entre las dos corrientes
estructuralistas: la funcional (europea), que demuestra su eficacia en el estudio de la palabra (eje
paradigmático) mediante el análisis componencial y la teoría de los campos léxicos, aunque el estudio
que se hace de estas unidades mínimas de la lengua prescinde del enunciado, apartándose de los
objetivos de AD, que no son otros sino el discurso considerado en su totalidad. Por su parte, la corriente
formal, también conocida como transformacionalista, ha supuesto un verdadero progreso en el análisis
de las frases (de predicados) y sus estructuras más profundas (eje sintagmático). En lugar de un sistema
de elementos, se manipula con un sistema de reglas que, aunque de carácter finito, pueden generar un
número infinito de frases.
Como compendio o conclusión de estas dos corrientes principales, surge en la década de los sesenta una
nueva disciplina, la gramática textual, que pretende ampliar los resultados obtenidos a nivel de palabra o
de frase al texto completo, como unidad gramatical superior, y punto de partida obligado en toda tarea
analítica.
Aludiremos finalmente a un factor fundamental de la conceptuación lingüística que constituye la esencia
funcional de todo lenguaje, cual es el significado, «uno de los términos más ambiguos y controvertidos
en la teoría del lenguaje»[31]. Hasta tal extremo es esto así, que algunos autores como Geoffrey
Leechl[32], lo dividen en siete componentes distintos: el lógico o conceptual, que es el principal, y el
connotativo, estilística, afectivo, reflejo, conlocativo y temático. Conviene distinguir dos aspectos
esenciales del significado: el designador, o referencias, que hace referencia a objetos y situaciones
exteriores al lenguaje; y el formador, o lógico, cuya función es puramente intrínseca al sistema
lingüístico, es decir, lógico[33].
Como colofón a este apartado, digamos que la lingüística ha cambiado radicalmente a partir de las
aportaciones del estructuralismo, adoptando una serie de principios metodológicos que eran exclusivos
de las ciencias naturales, debido a lo cual sus teorías «no pueden ya formularse ni siquiera definirse
directamente con los medios del lenguaje cotidiano». También debemos añadir que la lingüística se ha
visto afectada por el más reciente desarrollo de las teorías científicas, cuyas proposiciones ya no tienen
por qué ser generalizaciones sobre datos de la observación (positivismo), «sino que se construyen como
hipótesis, utilizando incluso unidades inobservables, y luego se contrastan con la realidad»[34]. Estos
nuevos planteamientos de tipo inductivo están contribuyendo a la consolidación científica de la
lingüística.
FUENTES COMPLEMENTARIAS DE AD
4 Lexicología de AD
El estudio de las raíces morfológicas y semánticas de la palabra, o palabras, que identifican formalmente
una materia, es un recurso habitual en los procesos de conceptualización científica. Más aún, la idoneidad
de esta estrategia se ha visto reactivada tras el impulso experimentado por la lingüística (Estructuralismo
y Gramática Generativa), que ha servido para reforzar los fundamentos teóricos de la Ciencia de la
Documentación[35].
No pretendemos sin embargo hacer un estudio pormenorizado y exhaustivo de los contenidos semánticos
inherentes a los términos Análisis y Documento. Tan sólo iniciaremos una aproximación de carácter
general que nos facilite la configuración teórico-práctica del Análisis Documental.
EL TÉRMINO «ANÁLISIS»
En primer lugar, recogemos las definiciones más comunes que de la palabra «Análisis» nos ofrecen
algunos diccionarios al uso. Así, Casares[36], al margen de sus acepciones gramatical, química y
matemática, lo concibe como «distinción y descomposición de las partes de un todo», y en sentido
figurado como «el examen que se hace de una obra». Es esta última definición la que más se aproxima a
nuestros intereses conceptuales.
El Diccionario de la Real Academia Española[37] ofrece dos versiones conceptuales del vocablo
«Análisis»: una, cuyo contenido se asemeja a la primera definición aportada por Casares, concibiendo el
análisis como «toda distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus
principios»; y otra, en sentido figurado, donde el concepto de análisis se acerca más a las posturas
documentales: «es el examen que se hace de alguna obra, discurso o escrito». Como se aprecia, en esta
última acepción se reduce el campo semántica de la expresión análisis; y si en un intento de abstracción
sustituimos el término obra o escrito por el de documento, y entendemos el examen como «todo
reconocimiento o estudio que se hace de una cosa o hecho», concluiremos con un primer intento de
definición de AD como «todo reconocimiento y estudio que se hace de un documento"[38].
Es evidente, pues, que el término Análisis lo utilizaremos desde un punto de vista restrictivo, es decir con
el objetivo del tratamiento para fines documentales.
De entre los diccionarios y léxicos especializados en Documentación, recordemos algunas definiciones
de la palabra Análisis. La FID[39], interesada en lograr una unificación de los términos más empleados
en Documentación, y preocupada a su vez por la consolidación de las acepciones más utilizadas, definía
el análisis desde un doble punto de vista: como término genérico, «es la determinación exacta de los
elementos o componentes de un complejo cualquiera»; y desde una acepción más específica, nos habla
de análisis de contenido, concibiéndolo como «la investigación técnica con el fin de la descripción
objetiva, sistemática y cuantitativa del contenido evidente de una comunicación»[40].
La AFNOR concibe el vocablo «Analyse» como la «operación que consiste en presentar bajo una forma
concisa y precisa los datos que caracterizan la información contenida en un documento o conjunto de
ellos»[41]. De esa manera identifica AD con análisis de contenido.
partes de un todo o complejo cualquiera», y la mayoría de las veces lo identifican con análisis de
contenido. Buenos exponentes son los trabajos de Wersig y Neveling, Clason, etc.[44]. Otros léxicos,
como el glosario de la ALA[45], por ejemplo, no recogen el término Análisis, sino que incluyen otros
relacionados con esa técnica corno Abstract, Abstracting (resumen-resumir), Indexing (indización),
etcétera.
Por consiguiente, y tras esta elemental introducción lexicológica, podemos inferir algunos elementos
fundamentales y característicos de AD. Entre ellos, su significado de examen o reconocimiento, la doble
vertiente de su configuración en el contexto
documental: análisis formal/análisis de contenido,...
EL TÉRMINO «DOCUMENTAL»
Desde la perspectiva etimológica, el documento proviene de la voz latina documentum, término con la
misma raíz que el verbo docere (enseñar) y su terminación de «mens», mente, inteligencia, razón; por
tanto, aquello de lo que se extrae una enseñanza o se adquiere un conocimiento. Significa, pues,
«enseñanza en su más primitivo y genuino sentido, aunque diversificado fundamentalmente en los
órdenes moral, jurídico e histórico»[47]. Ese triple concepto de documento viene reflejado ya en los
diccionarios actuales, como el de Casares y el de la Real Academia Española. En el vocabulario de la
AFNOR, el término document queda definido como: «conjunto de un soporte de información, de los
datos existentes en ese soporte y de su significación»[48]. Para Buonocore, sin embargo, el término
documento tiene distintos significados según el punto de vista desde el que se le considere: jurídico,
Se puede afirmar, pues, que el documento hace de puente o enlace entre el pasado y un futuro cuyo
desarrollo dependerá en gran medida de las aportaciones documentales suministradas.
Por último, esbozaremos otras acepciones modernas del tópico documento, partiendo del estudio de la
documentalista francesa Briet quien, en 1951, tomando como punto de arranque la definición de la Unión
Francesa de Organismos de Documentación (UFOD), escribió que documento es «todo indicio concreto
o simbólico, conservado o registrado con el fin de representar, reconstituir, o probar un fenómeno físico
o intelectual»[55].
En palabras de Mijailov, Chernii y Guiliarevskii[56], documento es cualquier objeto material que registre
o fije algún conocimiento, y pueda ser incluido en una recopilación. Y el documento científico, como
variedad del documento, será «todo objeto material que contenga información científica, a fin de
transmitirla en el tiempo y en el espacio y que sea de uso práctico social»[57].
Couture de Troismonts propone la siguiente definición: «es toda base material de conocimiento
susceptible de emplearse para la consulta, el estudio o como elemento de prueba. Es simultáneamente un
soporte, un conocimiento y un testimonio»[58].
Por su parte, Robert Escarpit, enclavado científicamente en el mundo de la comunicación, nos da una
rigurosa y singular visión del documento, concibiéndolo como «Objeto informativo visible y palpable y
dotado de una doble independencia con relación al tiempo: sincronía, independencia interna del mensaje
que no es una secuencia lineal de acontecimientos, sino tina yuxtaposición multidireccional de rasgos; y
estabilidad, o independencia global del objeto informativo que no es un suceso inscrito en el transcurso
del tiempo, sino un soporte material del rasgo que puede ser conservado, transportado y
reproducido»[59].
Ya en nuestro país, López Yepes concibe el documento como «una forma objetiva de conocimiento
riguroso, fijado y conservado en un soporte y potencialmente apto para ser transmitido»[60]. Currás
afirma que documento es «un objeto físico de carácter probatorio con la finalidad de informar»[61].
Una corriente más innovadora viene representada por la concepción de Sagredo, a quien las modernas
técnicas transmisoras de información le llevan a considerar que el concepto tradicional de documento ha
de sufrir una radical transformación a fin de adecuarse al dinámico mundo de la Documentación e
Información.
García Gutiérrez[62] se interesa por el documento como «continuum ideológico (contenido) con
limitaciones físicas», introduciendo el concepto de texto como «parte esencial del documento en el
contexto general del discurso científico», y preocupándose por la peculiar dicotomía forma-sustancia
inherente a la unidad documental.
Como conclusión hemos de decir que el documento, materia prima o célula base de toda la actividad
documental, cuyo creador y destinatario es el hombre, cuyo objeto es el conocimiento generado por este,
se nos presenta con dos dicotomías importantes.
En primer lugar, el documento tiene dos funciones fundamentales, reflejadas en sendos frentes operativos
que vienen a ser como las dos caras de una misma moneda: el documento es soporte, recipiente,
contenedor,..., del conocimiento (aspecto estático); y al mismo tiempo es difusor, fuente, divulgador,...,
por otro (aspecto dinámico). Estas dos vertientes funcionales del documento son su auténtica razón de
ser, y justifican sobradamente su constante presencia en la escena científica.
En segundo lugar, el documento es sustancia, contenido científico, «continuum ideológico», por un lado;
y forma, aspecto físico, «limitaciones físicas», por otro. Esta estructura doblemente dicotómica que
caracteriza y distingue al documento (contenedor-difusor, sustancia-forma), será el punto de partida
obligado, como tendremos ocasión de comprobar, en toda la configuración teórico-práctica de AD.
De lo expuesto con anterioridad se infieren una serie de propiedades características del documento; de
entre ellas queremos destacar la universalidad, entendida en la más amplia acepción de la palabra, pues
tanto su objeto, el conocimiento, como su creador y destinatario, el hombre, son vocacionalmente
universales.
Aunque no es el momento de sistematizar la enorme tipología documental disponible, sí que queremos
hacer reflexionar sobre los cambios experimentados por el documento en nuestro siglo, en respuesta a su
teleología universalista, y debidos a la vertiginosa evolución tecnológica que tan profundamente ha
afectado a sus formas tradicionales. Sirvan como ejemplo tres conquistas esenciales y casi
contemporáneas: los documentos sonoros (1878), los documentos visuales animados (1895), y la difusión
de la información a distancia sin la mediación de un documento (1897). Resumamos afirmando que la
informática y los medios de comunicación audiovisuales han revolucionado, y es previsible que lo sigan
haciendo, el complejo mundo del documento.
Tras este planteamiento de las principales cuestiones lexicológicas en torno al término Análisis
Documental, estaremos en mejores condiciones de afrontar la necesaria aproximación conceptual a la
Teoría de AD.
5 Parámetros teóricos de AD
La Documentación, y por ende el AD, es una disciplina que revela sin duda el pecado de su edad, y quizá
también el de su origen. En cuanto a la edad, porque es relativamente reciente (medio siglo
aproximadamente), y como toda disciplina joven, debe crear sus conceptos y su vocabulario, definir su
dominio y precisar sus fronteras. En realidad, sus teóricos proceden de otras disciplinas (lingüistas,
matemáticos, químicos... ) y sus técnicos se preocupan sobre todo de los problemas concretos de
organización[63]. Por lo que respecta al origen, hemos de tener en cuenta que su desarrollo ha sido
mayor en los países anglosajones, con lo que ello conlleva de flexibilidad en la creación de vocabulario y
en la relación entre las diversas materias, situación casi opuesta a la que podemos encontrar en España,
definida por su secular tradición biblioteconómica, la indaptación de las estructuras científicas y
académicas, y la rigidez en la terminología empleada.
Consiguientemente, las operaciones de Análisis Documental (AD), eslabón esencial de toda la actividad
documental, se nos presentan en un estado de «extrema anarquía» conceptual. Los continuos problemas
de ambigüedad y falta de precisión se deben al hecho de que nos hallamos en un dominio que jamás ha
sido definido de un modo preciso. Ningún organismo o institución fija para todos los documentos los
procesos y las etapas de AD. Tan solo así se establecería el vocabulario que tanta falta nos hace.
Trataremos de plantear un cuadro en el que cada uno de los elementos que componen estas operaciones
sea individualizado, identificado y jerarquizado. Para ello distinguiremos entre la operación, el resultado
de esta operación, y el producto documental que se obtiene.
ALGUNAS DEFINICIONES DE AD
Desde la óptica de los teóricos de la Documentación científica, fue Paul Otlet a comienzos de siglo
quien, al enumerar el conjunto de operaciones que experimentaba el binomio libro/documento, aludió a
la descripción y análisis de los documentos, refiriéndose tanto a la catalogación como a los estudios
objetivos a que da lugar el documento. Además, cuando habla de la fase de utilización introduce un
elemento de enorme importancia en el conjunto operativo del análisis, como es «la creación de nuevos
libros por extracto o fusión y asimilación de otros libros». De alguna manera se estaba refiriendo a los
productos de AD tales como resúmenes, índices...
Gardin[64], desde una perspectiva lingüístico-documental, nos habla de la extracción del significado de
los documentos escritos. Restringe de esta forma el ámbito de actuación del Análisis; primero en cuanto
En opinión de Couture de Troismonts, AD «es el estudio realizado en el documento con el fin de extraer
las características de su contenido»[70]. Introduce una ligera novedad respecto a Coyaud al señalar que
cualquier documento debe ser analizado conforme a su contenido y a su forma.
Para Courrier, el crecimiento desbordante de la información científica ha conducido a los usuarios e
investigadores a confiar en los profesionales las tareas de búsqueda documental obligándoles a
desarrollar «los instrumentos, técnica y método más complejos para ofrecer mejor calidad en los
servicios y productos»[71]. De entre esa técnicas sobresale el análisis, intermediario eficaz definido
como «operación intelectual difícil y compleja que consiste en representar documentos y preguntas bajo
una forma distinta de la original, generalmente condensada y formalizada»[72].
Un año después de la importante contribución de Courrier, en 1977, Fondin daba a conocer un trabajo
puntual titulado La structure et le vocabulaire de l'analys documentaire .. [73]. Su objetivo prioritario era
unificar el término y concepto de AD.
Partía del hecho de que el análisis, inmerso como técnica en la Ciencia de 1a Documentación, se hacía
eco de una terminología bastante fluida y variable que obstaculizaba la formulación rigurosa de su
concepto. A ello se sumaba la falta de precisión en cuanto a su dominio y fronteras, pues «ninguna
organización de conjunto había fijado para todos los documentalistas los procesos y las etapas del
análisis documental»[74]. En su opinión, en la síntesis de dos operaciones distintas: de una parte, el
análisis de contenido, y de otra, la normalización de la presentación y del vocabulario (análisis formal).
Como resultado de ambas, se desemboca en la realización de una descripción o representación del
documento, que permitirá situarlo de forma única en el conjunto de la producción científica.
Para la ADBS (Asociación francesa de documentalistas y bibliotecarios especializados)[75], todo sistema
documental estará basado en la explotación de documentos en vista de su utilización. El análisis
contribuirá a ello, al ser concebido como «la operación consistente en extraer de un documento sus
elementos característicos».
Chaumier afirma que el análisis «como operación o conjunto de operaciones enfocadas a presentar el
contenido de un documento de una forma distinta de la original, a fin de facilitar su consulta o su
referencia en fase posterior»[76], desempeña un papel clave en la cadena documental, al condicionar
además la calidad del sistema. En este marco operativo, al igual que Gardin, no considera analizable la
forma del documento. De ahí que identifique AD únicamente con análisis de contenido, siendo éste un
método general de aprehensión de la información transportada por un lenguaje o por la imagen.
Sin embargo, la atención preferente de Chaumier se centra en el estudio de los diversos métodos de
análisis recogiendo sus ventajas e inconvenientes. Para ello parte del supuesto de que dos grandes
principios rigen actualmente los sistemas documentales: Uno, consistente en «un tratamiento de datos
extraídos del documento». Un análisis permitirá obtener datos sobre los cuales se efectuará la búsqueda,
distinguiéndose en función del medio empleado el análisis humano y el análisis automático, y éste a su
vez podrá subdividirse según los principios que le guíen en análisis estadístico y análisis lingüístico. El
otro principio «descansa sobre el tratamiento global de las informaciones, es decir, el tratamiento del
texto íntegro sin análisis previo». De esa manera, y en palabras de Chaumier, el enfoque intelectual del
contenido del documento no se efectúa a la entrada sino a la salida, con ocasión de las
interrogaciones[77]. Concluye señalando que el AD es una operación intelectual más o menos
complicada según el grado de elaboración y finura, y su resultado será el nacimiento de un diversificado
producto secundario.
En esta misma línea conceptual se pronuncia la investigadora brasileña Cunha, que define AD como «un
conjunto de procedimientos efectuados con el fin de expresar el contenido de los documentos, bajo
formas destinadas a facilitar la recuperación de la información»[78]. En todo caso, es una operación
semántica, que «no obedece a ninguna regla precisa, y varía en función de cada organismo y del
analista».
Tras este recorrido expositivo de las distintas definiciones y consideraciones en torno al AD, por parte de
teóricos extranjeros, en su mayoría europeos, debemos destacar las importantes contribuciones que al
respecto han aportado los estudiosos y profesionales españoles, entre los cuales fue pionero López
Yepes, para quien el AD es «el conjunto de operaciones que permiten desentrañar del documento la
información en él contenida. El resultado de esta metamorfosis que el documento sufre en manos del
documentalista culmina cuando la información liberada se difunde y se convierte en fuente selectiva de
información. Entonces el mensaje documentado se hace mensaje documental, información
actualizada»[79]. Los dos polos que concretan su campo de actuación son el análisis físico o formal y el
análisis de contenido.
Amat define el AD como «conjunto de operaciones que tienden a representar el contenido de un
documento de una forma distinta a la original, provocando la elaboración de un documento
secundario»[80]. Esta afirmación se centra, más que en las características y objetivos del análisis, en sus
defectos, dejando de lado su papel instrumental al actuar de intermediario y servir de control sobre los
documentos originales.
Para García Gutiérrez, es «aquella técnica documental que permite mediante una operación intelectual
objetiva, la identificación y transformación de los documentos en productos que faciliten la consulta de
los originales en aras del control documental y con el objetivo último de servicio a la comunidad
científica»[81]. Considera, opinión que compartimos, que el AD es, por un lado, fuente de terminología
documental, y por otro, un elemento activo que actúa en la fase de tratamiento documental bajo un
régimen de potencialidad.
En función de las aportaciones anteriores expuestas, y como conclusión, digamos que desde la óptica
operativa-teleológica, el AD está constituido por un conjunto de operaciones (unas de orden intelectual y
otras mecánicas y repetitivas) que afectan al contenido y a la forma de los documentos originales,
reelaborándolos y transformándolos en otros de carácter instrumental o secundario, que faciliten al
usuario la identificación precisa, la recuperación y la difusión de aquellos. No obstante, esa
transformación es el resultado de un proceso general de carácter analítico, aunque con un momento final
sintetizador, o creativo, que permite la conformación definitiva del documento secundario. Es el caso,
por ejemplo, de la operación de resumir, donde, tras la lectura del documento original, análisis de las
partes significativas y síntesis de las ideas fundamentales, se gesta el resumen. Por ello, la denominación
procesamiento analítico-sintético como alternativa a esta técnica tiene su razón de ser, aunque no haya
cristalizado. De todas formas, hay que tener presente que la expresión AD, más asentada e incluso
institucionalizada como disciplina universitaria, va a quedar perfilada al concretarse su campo operativo,
basado en determinados niveles de profundidad.
ORÍGENES DE AD
Si nos remitimos a la realidad actual, hemos de reconocer que las técnicas de AD ocupan un lugar cada
vez más importante en la dinámica operativo de los centros de documentación estimándose que los
profesionales dedican a estas tareas un 80% del tiempo laboral disponible. Sus orígenes nos conducen a
un problema muy elemental, y también universal, cual es la creciente dificultad del usuario para acceder
a los documentos que necesita. En un primer momento, y para saber cuáles respondían a una determinada
PROBLEMÁTICA DE AD
Pero si el apareamiento anteriormente mencionado es una sencilla operación mecánica, la técnica de AD,
por el contrario, es una actividad extremadamente difícil y compleja, pues depende de múltiples factores,
pudiendo mejorar sensiblemente con la ayuda de un útil esencial en el circuito de la información: los
lenguajes documentales, que hacen posible las representaciones formalizadas de los documentos,
asegurando el correcto emparejamiento de estas. Sin lenguajes documentales el circuito no funciona más
que por aproximación, sin rigor y sin eficacia. Estos lenguajes, que son artificiales, tienen su parecido
con los lenguajes naturales, pues se basan en un conjunto de reglas (sintaxis) aplicables sobre unas
unidades que también son simbólicas, lo que en cierto modo justifica el empleo del término lenguaje.
Con la utilización de este «artificio documental» se logran dos importantes objetivos: el control de la
terminología y la simplificación de la sintaxis[82].
Llegados a este punto, y aunque no hemos hecho sino comenzar esta andadura en busca de las
propiedades científico-técnicas de AD, estamos en condiciones de derivar algunas ideas:
- En primer lugar, AD nace con vocación pragmática de servicio al científico, a la que poco le deben
preocupar los aspectos teóricos si no es como apoyo a las aplicaciones inmediatas que lo justifican.
- En segundo lugar, de sus propias raíces ha surgido un auxiliar de inestimable valor, los lenguajes
documentales, que conforman un cuerpo doctrinal con personalidad propia, aunque siempre al servicio
de las necesidades de AD a la hora de determinar las funciones/categorías dentro de un vocabulario
controlado.
Si nos olvidamos momentáneamente del aspecto formal de los documentos y nos centramos
exclusivamente en su contenido, podemos establecer tres categorías de problemas en AD: Por una parte,
y dado que la enorme mayoría de los textos están redactados en alguna lengua natural, el primer
problema que surge cuando se trata de analizar estos textos es, obviamente, de naturaleza lingüística. El
segundo, relacionado también con el contenido documental, es de naturaleza extralingüística (en función
de los «esquemas» del autor y las «creencias evaluadoras» del analista). Y el tercero, puesto que AD
nace con la intención de mejorar la circulación de los documentos, recuperando los que satisfacen ciertas
necesidades documentales, es de índole documental.
FUNCIONES DE AD
En este primer acercamiento conceptual podemos apuntar que los objetivos esenciales de AD giran en
torno a estos extremos:
- Como técnica auxiliar para el desarrollo de la investigación científica, y a través de sus variadas
operaciones permitirá identificar y localizar cualquier documento en el contexto de una colección
determinada, así como contribuir al conocimiento de su contenido (representado mediante unos términos
significativos o un breve resumen).
- Queda patente su capacidad de transformación y reelaboración de los documentos
originales en otros secundarios, meramente informativos.
- Favorecerá la recuperación documental, que sólo será factible si se fundamenta en una
acertada y rigurosa técnica analítica previa.
- El AD no es un fin en sí mismo, sino un medio cuyo resultado final, concretado en una
variedad de productos documentales (catálogo, índice, resumen), irá encaminado a ser utilizado
directamente por la comunidad de usuarios para facilitar la consulta de los documentos originales, y
hacerlos más accesibles. Y para que esto sea sí, es preciso que reúna al menos estos dos requisitos:
objetividad y normalización.
ESTRUCTURA DICOTÓMICA DE AD
Hemos de convenir que AD se caracteriza por las numerosas relaciones duales que le acompañan,
derivadas en su mayoría de las ciencias del documento y del lenguaje. Las encontramos en su propia
designación, en el objeto, en el sujeto, en su dinámica operativo, en sus instrumentos, y en los resultados
y productos; hasta tal extremo es esto así, que concebimos las mencionadas dicotomías como algo
consustancial con AD.
En el objeto de AD, el documento, encontramos un «enfrentamiento» que ya es clásico en la esfera
documental, entre los documentos bibliográficos, mayoritarios por el momento, y los no bibliográficos,
cuyo crecimiento es imprevisible en función de los futuros desarrollos tecnológicos. Pero objeto de AD
es también la pregunta del usuario, lo que provoca una nueva dicotomía entre documento y pregunta,
obligando a AD a un nuevo desdoblamiento operativo.
En relación con el sujeto, surge un apareamiento, en este caso entre el hombre y la máquina, que es
equiparable al anterior, pues si bien las operaciones de análisis formal han alcanzado un alto grado de
automatización, no sucede igual con el análisis de contenido, en el que la presencia del analista todavía
resulta absolutamente imprescindible. Podemos asegurar que en la actualidad el Análisis Documental se
ve necesitado de ambos agentes operativos.
Además, AD emplea dos tipos de lenguaje, el natural en que son presentados los documentos textuales,
como punto de partida obligado; y el documental, que es un lenguaje artificial creado por el analista para
mejorar la eficacia del proceso analítico y del producto resultante. Esta dualidad lingüística contribuye a
enriquecer su horizonte especulativo.
Metidos de lleno en las labores analíticas, encontramos también emparejamientos interesantes, como el
de análisis-síntesis, que también es clásico, pues pese a que se emplee la palabra análisis en la
denominación AD, lo cierto es que las tareas de síntesis adquieren un especial protagonismo sobre todo
cuando nos movemos a nivel del contenido de los documentos.
Resulta evidente que «en la medida en que se procura expresar el contenido de los textos/documentos, el
AD se aproxima a otras realizaciones con fines idénticos"[83]. En virtud de esta coincidencia de
objetivos, vamos a tratar de diferenciar AD con respecto a algunos de estos otros análisis; es el caso de
los análisis de contenido, literarios, semióticos y lingüísticos.
El análisis de contenido tiene como objetivo resaltar ciertos elementos singulares de los textos, de los
cuales se puedan inferir características psico-sociológicas del objeto analizado. En definitiva se trata de
un estudio para esclarecer cuestiones relativas a productores y usuarios, mediante la búsqueda de
indicadores que después se interpretan. Ambos análisis coinciden en que exigen como procedimiento,
«la obtención de un metalenguaje traductor»[84], o sea palabras representativas del texto/documento. La
diferencia es obvia, ya que AD no admite la más mínima dosis de interpretación o inferencia. En opinión
de Bardin[85], «si se priva al análisis de contenido de su función de inferencia, si se limitan sus
posibilidades técnicas sólo al análisis categorial o temático, efectivamente se le puede identificar con el
análisis documental». Pese a esta similitud entre ambos análisis, existen diferencias esenciales en el
objeto a analizar y en los objetivos. Así pues, el AD opera con documentos, en tanto que el análisis de
contenido actúa sobre mensajes (comunicación). En cuanto a los objetivos, AD pretende la
representación simplificada de la información para su almacenamiento y consulta, y el análisis de
contenido irá dirigido al tratamiento de mensajes que permita inferir nuevas realidades informativas.
El análisis de la enunciación, se centra en el enunciado, como parte del discurso, entendido este como un
momento de un proceso de elaboración, con todo lo que esto comporta de contradicciones e
incoherencias. En este análisis, convergen múltiples influencias técnicas y metodológicas, que van desde
la lógica, el psicoanálisis de Lacan, la lingüística estructural, el distribucionalismo y el análisis del
discurso de Harris, el transformacionalismo de Chomsky, a los trabajos de análisis estructural del relato
de Levi-Strauss y Greimas[86].
En este análisis, que es por naturaleza cualitativo, y que tratará de conocer las condiciones de producción
del discurso, se distinguen tres niveles de aproximación[87]: análisis sintáctico y paralingüístico
(conducente a las estructuras formales gramaticales), análisis lógico (disposición y estructura del
discurso) y análisis de los elementos formales atípicos (omisiones, silencios... ).
El análisis de la contingencia está encaminado a averiguar la estructura del texto, para extraer las
relaciones entre los elementos de un mensaje previamente definido.
Tomando como base las reflexiones de Osgood[88], digamos que este análisis no se plantea la frecuencia
de aparición de un significante en un texto, sino más bien la cobertura de los mismos significados por
distintos significantes, la proximidad y/o la redundancia de estos, a fin de establecer las relaciones entre
los elementos de una misma unidad contextual.
Por su parte, el análisis literario «oscila en función de las escuelas y de los modelos de pensamiento», no
existiendo «una preocupación a nivel de metalenguajes o de traducción, así como de Normalización de
los procedimientos en la organización de un texto, objetivo de AD»[89].
Para evitar redundancias, omitimos toda formulación teórica sobre el documento, tarea ya acometida en
apartados anteriores del presente libro. Tan sólo insistiremos en que si bien a priori se puede analizar
cualquier registro de información, los documentos que más interesan a nuestros objetivos metodológicos
son los científicos, o sea aquellos que comportan una fuente permanente de información científica,
transmisible en el tiempo y en el espacio.
Para García Gutiérrez, desde el punto de vista subjetivo de su receptabilidad, documento es «aquella
fuente aceptada, fijada y permanente de información correctamente asimilada. Y desde la perspectiva
objetiva de su realidad, el documento científico aparece como una unidad material de conservación y
transmisión directa del conocimiento científico»[90].
Según López Yepes, la tipología general del documento científico debe fijarse a partir de un triple
criterio coincidente con su propia esencia, clasificándose del modo siguiente:
- Por su soporte físico, distinguiremos los documentos gráficos, iconográficos, sonoros, audiovisuales,
objetos («kits»), cuyo análisis formal requerirá el empleo de normas específicas de descripción.
- En razón a su difusión, o comunicación documental, los documentos pueden ser publicados, inéditos
y reservados.
- Desde la perspectiva de su contenido informativo u objetivación del conocimiento en un soporte,
hablaremos de tres categorías: primarios, secundarios y terciarios, con notable participación del AD en la
gestación de alguno de estos grupos. Los documentos primarios u originales reflejan los resultados
directos de la investigación científica, comunicando los nuevos descubrimientos. Las publicaciones
secundarias son consecuencia de la transformación que experimentan los documentos originales tras ser
sometidos a las operaciones de análisis. Sin duda alguna, estos documentos no existirían sin aquellos.
Así, una revista de resúmenes tiene su razón de ser en relación con los originales a que se refiere. El
concepto de documento terciario varía según los autores, pues para unos (Couture de Troismonts) son
reproducciones del original por medios mecánicos, y en opinión de otros (Currás, Lafont ... ) son
aquellos que contienen información original, presentada en forma repertoriada, como las clasificaciones,
los tesauros...
Puesto que el análisis opera con documentos primarios para crear representaciones que los hagan más
asequibles, aludiremos brevemente a los dos grupos más empleados en la investigación científica: las
publicaciones unitarias, tales como libros, monografías, tesis, documentos oficiales, entre otros; y las
publicaciones periódicas: revistas, boletines de instituciones, publicaciones técnicas... Pese a que ambos
grupos eclipsan el espectro informativo documental, no podemos olvidar que cada día aumentan, en el
marco de los centros de documentación, los registros cuyo soporte no es el papel y cuya forma de
expresión no es la escritura, también analizables desde el enfoque de su contenido.
EL AGENTE DE AD
Una vez establecido el objeto o materia prima del análisis, el documento científico, es conveniente
efectuar algunas consideraciones en torno a lo que hemos denominado sujeto agente de AD, responsable
último de la correcta aplicación de esta técnica. No obstante hemos de advertir que bastantes estudiosos
identifican a este profesional, por extensión, con el documentalista, término muy difundido en nuestro
país, pero sujeto a ciertas limitaciones, al no reflejar adecuadamente la totalidad de actividades
desarrolladas en el ámbito de la documentación e información científica. De ahí que otros países del área
anglosajona hayan puesto en circulación la expresión «information scientist», o científico de la
Las cualidades técnicas podemos concretarlas en los siguientes aspectos: destreza en los métodos de
lectura para captar el contenido del documento; dominio de la terminología específica del documento a
analizar, así como conocimiento de lenguas extranjeras; fluidez en la escritura, predominando el estilo
conciso pero no artificial, sin ambigüedades y con la suficiente claridad expositiva; manejo de técnicas
documentales complementarias (bibliográficas, teledocumentales ...); conocimientos de lingüística,
lógica, teoría del conocimiento, teoría de la representación, etc.
Finalmente en cuanto al perfil científico, el modelo idóneo de analista de la información deberá
responder, a nuestro entender, a la superposición de dos profesionales en una sola persona: el científico
de un área concreta del conocimiento y el científico de la información, independientemente de que esa
formación sea generalista o especializada. El analista necesariamente tiene que trabajar en una rama del
saber determinada y tiene que ser por tanto especialista en algo, esto es, poeer una formación adecuada
en la materia objeto de la documentación que analiza. Y precisamente esto constituye un tema
controvertido en la formación de dichos profesionales: se trata de formar un Licenciado en Ciencias de la
Documentación o bien un Documentalista -analista en nuestro caso- a partir de licenciados en otras
materias. En principio parece más conveniente la segunda opción, pero en la práctica todavía no se han
articulado las «pasarelas» institucionales que permitan adquirir este complemento de formación.
Por tratarse de una técnica necesaria para el funcionamiento de todo sistema de almacenamiento y
recuperación de información, será útil que nos detengamos en el desarrollo de las fases de análisis y su
posible jerarquización.
Los niveles de análisis están en relación directa con los elementos dicotómicos que integran el
documento: contenido (información) y forma (soporte), distinguiéndose pues entre análisis formal o
externo y análisis de contenido o interno, ambos con sus campos teóricos y ámbitos de acción propios.
El análisis externo se efectúa sobre el continente, envase o soporte documental, y el interno se refiere al
contenido o mensaje del documento. Cada uno de ellos cuenta con sus propias operaciones, que podrán
llevarse a cabo con mayor o menor profundidad, en función de las demandas y de las necesidades
científico-informativas de los usuarios.
Las diversas contribuciones y reflexiones realizadas por parte de los estudiosos del tema podemos
agruparlas en torno a estas dos corrientes: los que conciben AD como una técnica integradora, que
incluye tanto las operaciones de análisis formal como las relativas al análisis interno; y aquellos que
desde su prisma restrictivo lo reducen tan sólo a las operaciones de análisis interno[94]. A nuestro juicio,
y nos situamos pues en la primera postura, dos son los grandes niveles en que se estructura el AD: nivel
formal o externo y nivel de contenido o interno. Cada uno de ellos con sus operaciones documentales
específicas: la descripción física y formal en el primero, y las descripciones característica y sustancial en
el segundo. La descripción física o formal describe de esa manera el documento. Las descripciones
característica y sustancial recogen los datos del mensaje, indicando la primera de qué se trata el
documento, esto es, su contenido temático (indización), y la segunda ofrece una visión reducida y
elaborada del mismo, señalando qué cosa dice el documento analizado (resumen).
Dentro de la corriente integradora podemos resaltar la aportación de Van der Brugghen[95], que resume
en tres las fases de AD: descripción bibliográfica, útil para identificar formalmente un documento;
resumen de los elementos esenciales presentados en un documento; y descripción característica, por la
que los elementos esenciales de un documento son representados mediante palabras claves o un código.
Con esta opinión coincide Vickery, al considerar que AD en el desarrollo de sus fases aglutinará, además
de las operaciones propias y típicamente documentales (condensación e indización), otra tradicional en el
marco de las técnicas bibliotecarias: la catalogación, encuadrada en el contexto del análisis formal.
Mijailov, Chernii, Guiliarevskii[96], dentro del procesamiento analítico-sintético -y con una
denominación terminológica sui generis- distinguen los siguientes tipos: asiento bibliográfico,
clasificación o indización, anotación, extractación, traducción de un lenguaje a otro, y confección de
reseñas. A cada tipo de procesamiento le corresponden determinadas proporciones de análisis y de
síntesis. Estos tipos se han ido perfeccionando a lo largo de los siglos a medida que se desarrollaban la
edición y el comercio de libros, la biblioteconomía, la bibliografía, la lingüística aplicada y la
organización del trabajo científico.
Señalan los autores soviéticos que el uso de los documentos provoca, en primer término, la necesidad de
denominarlos, identificarlos y confeccionar listas o relaciones de los mismos. Con este fin se emplea el
asiento bibliográfico, que contiene el conjunto necesario y suficiente de datos para determinar el carácter
del documento. Si tratamos de indicar el contenido de un documento incluyéndolo en cierta clase o rama
del conocimiento, haremos uso de la clasificación o de la indización (asignación de términos
significativos = índice). No obstante, ni el asiento bibliográfico ni el índice dan a conocer con suficiente
amplitud el contenido de un documento, por lo que debemos acudir a la anotación y extracción, esta
última equiparable, aunque con ciertos matices como veremos, a lo que denominamos resumen[97].
Es evidente la claridad de planteamientos teóricos y estructurales de esta escuela rusa. Entre sus
aportaciones incluyen dos operaciones nuevas: la traducción -tanto del documento original como de los
productos documentales- y la confección de reseñas, tarea esta última propia de la difusión documental
desbordando, a mi modo de ver, el ámbito de AD.
En esa corriente de propiedad terminológica se encuentra también Couture de Troismonts[98], cuando
inserta dentro de AD el señalamiento, esto es el conjunto de rasgos que identifican el documento.
Asimismo incluye la clasificación e indización,
dejando de lado la técnica de resumir.
Mucho más importante y representativa de esta corriente integradora fue la aportación hecha por
Fondin[99], quien pone de manifiesto la situación de anarquía existente en AD, tanto en la formulación
de sus contenidos como en la propia terminología. Distingue dos partes netamente diferenciadas: de un
lado, la descripción bibliográfica, en íntima relación con la catalogación, se encargará de recoger todos
los elementos aparentes y convencionales que hacen posible la identificación formal de cada documento
siguiendo unos principios normalizadores; y de otro, la descripción o análisis de contenido, considerado
como «aquella operación que permite poner de manifiesto el tema de un documento y extraer los
elementos o aspectos característicos que representen fielmente las diferentes nociones o conceptos
contenidos en él»[100]. Es precisamente en este nivel de análisis donde realmente se producen los
principales problemas terminológicos; así, cuando se refiere a la «reducción», señala que el término
francés «Analyse» se presta a confusión, y lo reserva para la denominación genérica de «Analyse
documentaire», mientras que para referirse a lo que es la representación abreviada del contenido de un
documento (para nosotros, resumir), prefiere utilizar los términos «Reduction, Condensation». Según
Fondin, el análisis de contenido presenta una mayor complejidad en la normalización de su vocabulario.
En su opinión es necesario establecer una triple división funcional en el marco de AD, que permita
distinguir la operación del resultado, y este a su vez del producto documental que se obtiene. Sirva,
como ejemplo de todo lo expuesto, el organigrama operativo que nos ofrece este autor, punto de partida
obligado para cuantos trabajamos en este campo (figura 8).
Guinchat y Menou[101], desde una perspectiva menos técnica, al no emplear el término Análisis
Documental, apuntan que los documentos, una vez efectuada la selección y adquisición de los mismos,
están sujetos a estas operaciones de tratamiento: de un lado, la descripción bibliográfica o catalogación, y
de otro, la descripción del contenido a través de la indización y resumen.
Desde la óptica española, el primero en abordar el tema fue López Yepes[102], para quien los dos polos
sobre los que gira la actividad de AD son: el análisis físico o formal de los documentos primarios, que
engloba la descripción bibliográfica o catalogación; y el análisis del contenido de los mismos, para su
posterior localización (descripción característica o indización) y para su conocimiento en profundidad
(descripción sustancial o resumen).
En opinión de Amat[103], el AD comprende estas cuatro operaciones: descripción bibliográfica (o
conjunto de procedimientos físicos y formales para la identificación de la referencia, la ordenación y el
En cuanto a la concepción restringida destacaremos aquellos representantes que adoptan una postura más
clara. Tal es el caso de Gardin, Grolier y Levery, autores del trabajo L'Organisation de la
Documentation scientifique[105]. Señalan que en la organización de un Centro de Documentación son
fundamentales las técnicas de análisis interno (conceptual) para la representación del documento
primario, excluyendo cualquier alusión al análisis formal. Distinguen tres opciones posibles: resumen,
indización y traducción. Esta última «puede realizarse en cualquier estadio del análisis, según que se
intente relacionar a una o varias lenguas dadas todo o parte de los textos originales, o sólo sus resúmenes,
o también la formulación indizada de estos textos»[106]. Hay en estos teóricos otro aspecto de interés:
cuando establecen el orden de ejecución de estas operaciones, sitúan la indización en una fase posterior
al resumen, rompiendo así la tradicional jerarquía operativo de AD. Y ello tiene su lógica, en virtud de
las ventajas de indizar a partir del resumen y no del documento original.
Desde la perspectiva lingüístico-documental, Coyaud[107] coincide con el planteamiento de Gardin e
identifica AD con análisis de contenido. En ese mismo sentido se pronuncian Courrier[108] y
Chaumier[109], quienes insisten en la importancia creciente que ocupa AD en el quehacer cotidiano de
los centros de documentación, al ser concebido como el conjunto de operaciones tendentes a representar
el contenido de un documento bajo una forma diferente a la original. Comprende estas dos técnicas que
difieren en su realización y objetivo: condensación e indización.
En opinión de Waller, el AD es ante todo explotación de los contenidos documentales, y consiste «en
extraer de un documento sus elementos característicos.... Es también el producto obtenido al término de
esta operación presentado bajo una forma más o menos elaborada»[110]. Englobaría de un lado, la
condensación del texto y de otro, la indización. A nuestro entender, llama la atención la confusión
terminológica latente, pues no se distingue la operación propiamente tal de los productos resultantes.
Bardin, desde la óptica de la teoría de la comunicación y de una forma parcial, habla de análisis de
contenido, o «conjunto de técnicas de análisis de las comunicaciones utilizando procedimientos
sistemáticos y objetivos de descripción del contenido de los mensajes ... ». Su propósito es la inferencia
de conocimientos relativos a las condiciones de producción (o eventualmente de recepción), con ayuda
de indicadores (cuantitativos o no)[111]. Berelson lo describe como «una técnica de investigación para la
descripción objetiva, sistemática y cuantitativa del contenido manifiesto de las comunicaciones que tiene
como objetivo interpretarlas»[112]. En un posicionamiento similar se sitúa Martínez Albertos[113], al
concebir el análisis de contenido como «un conjunto de técnicas de investigación que permiten la
descripción objetiva, sistemática y cuantitativa de las "emanaciones" del comportamiento humano con el
objeto de entender las motivaciones y características sociológicas que estos estímulos pueden provocar».
El análisis formal
La utilización de los documentos científicos plantea el problema inicial de su precisa identificación para
una más fácil localización posterior. A salvar esta primer dificultad vienen las operaciones de análisis
formal, efectuadas sobre el continente y desarrolladas preferentemente en el contexto bibliotecario.
Siguiendo el esquema de los modernos códigos de catalogación, y especialmente las Reglas
Angloamericanas, el campo de actuación del análisis formal se concreta en dos operaciones: la
descripción bibliográfica y la catalogación que, aunque complementarias, no deben ser identificadas
porque la primera, más restringida, tiene como punto de partida la descripción de aquello que se trata de
catalogar, en tanto que la segunda se centra en la elección de los puntos de acceso, la forma de las
entradas, la ubicación del documento en una colección determinada o la confección de fichas secundarias
y su correspondiente ordenación.
Descripción bibliográfica
Entendemos por descripción bibliográfica la operación encargada de escoger todos aquellos elementos
aparentes y convencionales que posibiliten la identificación precisa y formal de cada documento en una
colección determinada. De ahí que nos indique la naturaleza, número y orden de los signos externos que
distinguen a cada documento.
Su finalidad está relacionada con la actividad descriptiva física o externa del documento, y proporciona
descripciones normalizadas para cada unidad de información, facilitando su rápida identificación.
Para que la descripción bibliográfica pueda efectuarse con coherencia y eficacia es necesario un amplio
esfuerzo normalizador, cuyos resultados más notorios en el marco internacional se plasmaron en las
diversas y específicas normas ISBDs patrocinadas por la FIAB, como más adelante veremos.
Catalogación
La catalogación es el proceso por el que son transferidos conforme a determinadas reglas ciertos datos
técnicos de un documento a un soporte documental. Esta operación completa los datos obtenidos en la
primera, dotando al asiento de encabezamiento, puntos de acceso secundarios, etc.
Su fin es permitir la identificación y localización física de los documentos; y su producto final, el
catálogo, actuará de intermediario entre los usuarios y el fondo documental.
Análisis de contenido
Antes de comenzar este apartado, advertimos que se ha adoptado la expresión ya consagrada de «análisis
de contenido» en el sentido tradicionalmente aceptado por documentalistas y lingüísticas, muy distante
semasiológicamente de los planteamientos de Bardin, Berelson y otros teóricos de la comunicación, que
conciben un análisis «de contenido» en el que la inferencia es aportación fundamental.
Si prescindimos de los documentos no bibliográficos, y nos centramos exclusivamente en los que, al
menos por el momento, son mayoritarios en el complejo de la producción científica, es decir los
bibliográficos, podemos afirmar que la lectura es la única forma posible de acceso al contenido
documental
Pero antes queremos se reflexione sobre el fenómeno de la escritura, para lo cual nos remitimos a los
atinados planteamientos de Robert Escarpit[114], del que extraemos una idea que es fundamental para la
comprensión de todo proceso lingüístico: «El lenguaje fónico, instrumento privilegiado de la
comunicación social», tiene la desgracia de que «su misma naturaleza le impide la sincronía y, en
consecuencia, la estabilidad: la fijación de la palabra en documento ha sido durante mucho tiempo un
viejo sueño de la humanidad (verba volant, scripta manent)». Para resolver problemas de tal
envergadura «se encontró una solución que fue puesta en marcha progresivamente en el curso de los
últimos milenios. Consiste en anotar el lenguaje fónico mediante un lenguaje visual de rasgos. Este es el
compromiso bastardo, malintencionado y paradójico de la escritura. Recordemos que no se trata en
absoluto de una transcodificación: los mismos rasgos constituyen sistemas de estructuras de superficie
diferentes que corresponden a estructuras profundas paralelas, pero no idénticas, según esté considerado
el signo de la escritura en su valor fónico o valor visual». Se establece así la clara diferencia entre un
lenguaje oral, que es el natural por antonomasia, y otro escrito, que no deja de ser un instrumento o
artificio. En cualquier caso, están en juego tres medios (palabra, escritura y rasgo) que provocan tres
resultados (discurso, texto e icono). Por consiguiente, estamos en condiciones de inferir que el texto
cumple tres funciones simultáneas: discursiva, documental e icónica.
Por su parte, «la lectura es un proceso concurrente y no simplemente simétrico de la escritura». El
redactor y el lector, ausentes uno de otro, introducen en la relación significante-significado
connotaciones diferentes.
Tras esta introducción, y olvidándonos de la función icónica, que desborda nuestros objetivos
metodológicos, queremos incidir en una nueva dicotomía que es fundamental para la correcta
comprensión del proceso de lectura: y es el doble papel que juegan los signos gráficos, o de escritura, que
por un lado son la notación codificada de un lenguaje oral, y por otro constituyen un lenguaje visual
autónomo. Centrados en el lenguaje escrito, debemos destacar su unidad significante de base, la palabra,
que desempeña un papel crucial en la estructura de la lengua, y es concebida por Ullman[115] como «la
más pequeña unidad de una lengua capaz de actuar como una expresión completa». Se trata de un
grafismo cerrado con estructura y rasgos pertinentes «que lo identifican como significante fuera de toda
fonación», en el que se pueden distinguir «el signo fonético que remite a un elemento de significante
fónico, del logograma que remite a una palabra». De acuerdo con este planteamiento, el «barrido» de un
documento escrito puede hacerse bien a nivel de los signos fonéticos o bien de los logogramas. En un
caso, la lectura se llama hipologográfica, en el otro, hiperlogográfica[116]. En el primero, el lector da al
signo gráfico una respuesta fónica, debido a lo cual «se encuentra en presencia de un discurso mutilado,
sin poder beneficiarse de la memoria externa contenida en el texto. Esta memoria es lo que se llama
contexto, producto de la sincronía del texto». La fiabilidad de este tipo de lectura es escasa, dado el
carácter ambiguo del signo gráfico, cuya codificación fónica es muy imperfecta pues a veces, como
sucede con la lengua inglesa, «la convención sonido/rasgo no es estable ni sistemática».
Con la lectura hiperlogográfica, el lector identifica directamente el signo gráfico, efectuando un barrido
que «no es ya un movimiento mecánico y lineal, sino una verdadera explotación multidimensional de la
página que se hace por iniciativa del lector». En este tipo de lectura se explota el texto como documento,
correspondiendo a «un análisis de estructuras profundas, o análisis semántica, llamado a veces análisis de
contenido»[117].
En un plano más empírico se nos muestra la investigadora brasileña Cintra[118], para quien la lectura es
un proceso interactivo entre el lector y el texto. Tres factores considera como básicos para la legibilidad
de un texto: su calidad, el conocimiento previo del lector y el tipo de estrategias exigidas por el texto. El
primero de ellos no depende del documentalista; sin embargo, los otros dos forman parte de las
habilidades exigibles a todo profesional. De este modo estamos reconociendo que «toda lectura implica
algo más que el conjunto de las señales visuales que componen el texto», admitiendo también como
básicos «aspectos cognitivos relacionados con los conocimientos almacenados en la memoria del lector y
El conocimiento previo se vincula a la teoría de los esquemas, especie de cuadro de referencia formado
por una red multidimensional de entidades lingüísticas y conceptuales que van desde la palabra hasta el
esquema organizativo del texto. Los esquemas del lector se activan por dos movimientos
complementarios: «botton-up», en el que se hace una lectura de tipo lineal de las partes al todo del texto;
y «top-down», en el que se camina a la inversa, del todo a las partes, aprovechando los conocimientos
previos o esquemas del lector.
Las estrategias de lectura dependen del lector y del texto, así como de los objetivos documentales.
Cintra[120], distingue dos grupos de estrategias: «las cognitivas, que comprenden comportamientos
automáticos e inconscientes, y las metacognitivas, que suponen comportamientos desautomatizados». El
texto legible sería aquel que exigiese una aplicación equilibrada de ambos tipos de estrategias. Es
interesante observar que estas dos variedades estratégicas (cognitivas y metacognitivas) tienen una
enorme similitud con los dos tipos de lectura anteriormente esbozados (hipologográfica e
hiperlogográfica).
Con estas notas propedéuticas que han pretendido se tome conciencia sobre la dificultad del proceso de
lectura, estaremos en mejores condiciones para proceder al análisis de contenido del documento.
En todo caso, el AD de contenido se polariza entre dos «mundos», o «universos de referencia», el del
autor/productor (pasivo) y el del analista (activo), y sobre un texto concreto, que además" posee su
propio contexto. De estos cuatro factores de AD, tres son datos (universo del autor, texto y contexto), y
por consiguiente inamovibles; en tanto que los «esquemas» o «ideología» del analista son variables, de
donde se desprende la inestabilidad del resultado analítico, pues un mismo texto provocará resultados
distintos en función de la persona que ejecute el trabajo.
Todos los pasos relativos a AD de contenido se referirán a ambos polos (autor y analista), duplicándose
de este modo el trabajo a desarrollar, que puede esquematizarse como sigue:
- En primer lugar, y como paso preparatorio, deberán establecerse los objetivos del análisis, delimitando
el dominio científico de la actuación.
- Se procedería seguidamente al AD de contenido propiamente tal, para lo cual será necesario definir la
metodología más rigurosa y eficaz. A grandes rasgos, y por lo que al análisis textual se refiere, deberán
darse los siguientes pasos:
1) Conversión del texto de partida, cuya configuración es morfo-fonológica, en estructuras
léxico-sintácticas.
2) Transformación de las estructuras lexico-sintácticas en representaciones lógicosemánticas.
3) Transformación de la representación lógico-semántica en macroestructuras.
4) Transformación de macroestructuras hasta obtener la macroestructura general del texto.
En todo este proceso, y ante la ausencia en el lenguaje de palabras que puedan calificarse de neutras,
«AD ha procurado desarrollar léxicos de base o intermediarios, destinados a cumplir el papel de sistemas
de conversión entre conceptos presentados de forma independiente en las diversas lenguas, y conceptos
de lectura universal, definidos por el propio AD»[121]. Se trata de los lenguajes documentales,
instrumento de AD cuya participación es fundamental, sobre todo en los procesos de indización.
Algunos autores contemplan un último paso que consiste en la evaluación del resultado obtenido,
confirmando su validez a través de una serie de parámetros pre-establecidos.
Olvidándonos de los pasos previos y de la evaluación final, y limitándonos al AD de contenido, hemos
de distinguir tres niveles claramente diferenciados y complementarios, que se corresponden con los tres
estratos con que opera la gramática convencional; son los análisis componencial (palabra), de
predicaciones (frases) y textual (texto). El primero, cuyo objetivo se centra en la palabra, «es una técnica
de descripción de las interrelaciones del significado basada en la descomposición de cada concepto en
componentes mínimos, o rasgos, que son distintivos en relación a una oposición o a una dimensión de
contraposición». Por su parte, el análisis de predicaciones, dedicado a la frase, «es un aditamento
necesario para el análisis componencial si queremos poder proporcionar representaciones semánticas
para todas las oraciones»[122]. En el análisis textual confluyen los dos tipos anteriores, y se basa en las
más recientes aportaciones de la gramática textual, que pretende obtener una teoría del lenguaje desde un
punto de vista integrador.
Pero la complejidad del lenguaje es tal «que se hace preciso establecer mas de un nivel de análisis»[123].
De los tres que posee el lenguaje, semántica, sintaxis y fonología, tan solo interesan a AD los dos
primeros, que pertenecen al plano del contenido, ya que por otra parte, «una teoría semántica sólo es una
subteoría de una teoría lingüística total, y el poder dar cuenta de la relación existente entre la
representación semántica de una locución y su representación en otros niveles, especialmente en el
sintáctico, es un factor importante en el estudio del significado»[124]. Vidal Lamiquiz nos confirma este
planteamiento cuando dice que «onomasiológicamente, una función semántica quedará manifestada por
una forma lexicológica, y semasiológicamente una forma lexicológica revelará una función semántica».
Luego existe una «infraestructura lexicológico-semántica» que se prolonga en la sustancia
extralingüística provocando dos tipos de semántica: la referencias, que contempla la entrada de los
universales en el campo de la significación lingüística; y la operacional, que se preocupa del
funcionamiento lingüístico de las palabras en acción, observando cómo opera el significado[125].
Figura 10. Componentes lingüísticos de AD. Fuente: J. Hierro, S. Pescador: Filosofía del Lenguaje,
Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 95.
No obstante, y para concluir este apartado, debemos indicar que «la estructura superficial de las frases no
puede por sí sola explicar la formación y la comprensión de las mismas», lo que nos induce a pensar en
la «hipótesis de una estructura profunda, completamente inasequible a la observación inmediata»[126],
aunque debemos reconocer que, en el estado actual de progresos de la lingüística, «el establecimiento de
unas reglas constitutivas y, sobre todo, transformativas de la estructura profunda textual son mas bien un
desiderátum que una realidad»[127]. Según estos recientes planteamientos se propone la distinción en el
texto de dos escalas, de macrocomponentes y de microcomponentes. La primera incluye la realidad
textual antes de organizarse fragmentadamente, y corresponde a la estructura profunda textual; la
segunda, que es el texto tal como aparece ante el observador, a la de superficie.
En la actualidad, los esfuerzos investigadores se dirigen a estudiar los mecanismos que conducen desde
un estado de macroestructura textual al de microestructura correspondiente, proceso que es expansivo y
sintetizador, y que supone el recorrido inverso al preceptivo en todo análisis de contenido, pues este debe
iniciarse en la superficie (microestructura) para alcanzar las profundidades del contenido documental
(macroestructura).
Pero el análisis del texto no será el AD de contenido que queremos definir si no se complementa con
otras acciones extralingüísticas, ya que, como apunta Ullman[128], «el referente, rasgo o acontecimiento
queda fuera de la provincia lingüística», sin que por ello debamos olvidarnos de él, pues se trata de una
constante en todo triángulo semiótico, formando parte esencial del mensaje que tratamos de analizar.
Lo que acabamos de indicar se muestra claramente en la figura 11, inspirada en el ya famoso triángulo de
Ogden y Richards.
Como puede observarse en este esquema, el referente (también denominado objeto o realidad) se
encuentra en un territorio compartido por la lógica y por la retórica. Quiere esto decir que cualquier
análisis de contenido deberá apoyarse inexcusablemente en estas dos clásicas disciplinas que, junto con
la lingüística, conforman el triángulo semiótica. Además, el AD de contenido se verá influenciado por
otras ciencias sociales y del pensamiento, como la psicología, la sociología, la teoría de la comunicación,
la teoría de la información, la informática, la filosofía, la ideología... e, incluso, aunque indirectamente,
por una ciencia exacta como la matemática. La lista está abierta, y en ella tienen cabida todas las ciencias
humanas en el más amplio sentido de la palabra.
Indización
La indización es definida por la UNESCO desde un doble punto de vista[129]: como proceso, consiste en
describir y caracterizar un documento con la ayuda de representaciones de los conceptos contenidos en
dicho documento; en cuanto a su finalidad, va destinada a permitir una búsqueda eficaz de las
informaciones contenidas en un fondo documental. La indización será, pues, requisito para un adecuado
almacenamiento y recuperación de la información.
Por tanto, podemos decir que es la técnica de caracterizar el contenido de un documento y/o de las
demandas documentales, reteniendo las ideas más representativas para vincularlas a unos términos de
indicación adecuados, bien procedentes del lenguaje natural empleado por los autores, o de un lenguaje
documental previamente seleccionado.
Técnica de resumir
Como hemos puesto de manifiesto en páginas anteriores, Fondin es uno de los escasos teóricos que
distingue entre operación, resultado y producto. En su opinión, los resultados del análisis formal y del
análisis de contenido son la descripción bibliográfica y la descripción del contenido, respectivamente, y
se concretan en los siguientes productos: de una parte, el asiento bibliográfico y el catálogo; y de otra, el
índice y el resumen.
NORMALIZACIÓN Y TERMINOLOGÍA EN AD
Antes de plantear la importancia e incidencia de los aspectos normalizadores en las fase de AD, hemos
de decir que no se trata de analizar aquí cuestiones conceptuales o históricas sobre la normalización. Mi
intención es intentar establecer sus principios y objetivos fundamentales para aplicarlos al contexto
operativo de AD, señalando las ventajas que se derivan de la unificación de técnicas y procedimientos.
Consideremos la extensión mundial del fenómeno informativo-documental. Como precisa García
Gutiérrez[130], los documentos son bienes colectivos de la humanidad al haberse internacionalizado el
interés por ellos no sólo en el entorno en que se producen sino en cualquier otro. Hoy día resulta
inconcebible el investigador solitario; por el contrario, deberá hallarse inmerso en un equipo, consciente
de la supranacionalidad de los conocimientos y estimulado por las llamadas a la cooperación que hacen
los organismos internacionales.
Del concepto de normalización en sentido amplio se han ocupado muchos estudiosos, como González de
Guzmán[131], Sanders[132], Sutter[133], Coté[134], Tashii[135], entre otros, y organismos nacionales e
internacionales, como AFNOR, UNESCO, e ISO. Casi todos coinciden en su definición: actividad
colectiva por la que se establecen normas a todos los ámbitos de la vida humana que necesitan
regulación. La norma, es concebida por La Ferte y Sutter[136] como «el dato referencias resultante de
un trabajo colectivo, razonado, con el fin de servir de entendimiento para la resolución de problemas
repetitivos». Adquiere su razón de ser en función de su aplicación, y deberá evolucionar paralelamente a
las necesidades de los usuarios y al progreso técnico. Sus características de fiabilidad e internacionalidad,
y su propósito de simplificación, tolerancia, seguridad, economía, etc., hace de ella un recurso necesario
en cualquier parcela de la actividad científico-técnica.
La normalización aplicada en el campo de la Documentación juega un papel crucial como instrumento
para la transferencia de información, permitiendo simplificar y racionalizar los métodos y técnicas de
trabajo, y unificando los productos. Según la AFNOR, la función de la normalización documental es
establecer reglas que aseguren la interconexión de sistemas y faciliten el tratamiento y la transferencia de
información. Estas reglas afectan tanto a las operaciones como a los productos documentales[137]. Esa
es también la filosofía de la Unesco, puesta de manifiesto a través del UNISIST y de su Programa
General de Información (PGI), con el fin de hacer posible el intercambio de información dentro de y
entre países. De cualquier forma, la preocupación normativa en la esfera documental no es un fenómeno
reciente. Como señala Coté, un primer intento tuvo lugar hace un siglo, al ser confeccionada la
Clasificación Decimal Universal, que si bien no es una norma en sentido estricto, sí obedece a un plan de
estructuración y clasificación.
La normalización afecta a las distintas fases de AD, pero será en las operaciones de análisis formal, más
mecanizadas, donde las distintas corrientes se han unificado a lo largo de este siglo, proporcionando un
alto grado de acuerdo internacional. Entre las normas más significativas destacaremos las siguientes:
El problema normalizador surge en las operaciones de análisis del contenido, pues su marcado carácter
intelectual las hace difíciles y complejas. Afirma García Gutiérrez que «en el momento en que las
técnicas de descripción de contenido puedan ser unificadas y normalizadas, los investigadores habrán
dado, seguramente, el mayor avance que haya visto la historia en materia de control y acceso a la
documentación de la Ciencia»[138].
Como acabamos de indicar el análisis formal de los documentos se encuentra unificado en gran medida
merced al alto acuerdo internacional. Instituciones y organismos nacionales (AENOR, AFNOR) e
internacionales (FID, FIAB, ISO, UNESCO) han emitido normas sobre ese particular, sobresaliendo,
entre otras, las relativas a soportes físicos (formato de fichas); al vocabulario y terminología (como el
conjunto de normas ISO publicadas entre 1968 y 1973); a la descripción formal de documentos (normas
ISBD)... En este sentido, la normalización encuentra aquí un amplio campo de aplicación, al ofrecer
grandes ventajas en los intercambios nacionales e internacionales, y en la concepción y utilización de los
sistemas de información.
Aunque no vamos a abordar la evolución histórica de la normalización en este campo, sí queremos
destacar los hitos más significativos. Así, como primer dato del inicio de un auténtico movimiento
internacional de unificación de criterios, debemos señalar la fecha de 1961, año en que se celebra en
París la Conferencia Internacional sobre Principios de Catalogación, que supuso la toma de conciencia
sobre la necesidad de un eficaz intercambio bibliográfico. Sin embargo, el acontecimiento definitivo fue
la Reunión Internacional de Expertos en Catalogación, que tuvo lugar en Copenhague el año 1969, a fin
de estudiar la posibilidad de establecer normas de descripción bibliográfica que fueran aceptadas por
todos los países, para unificar los asientos y facilitar su mecanización e intercambio. Con este motivo se
constituyó un grupo de trabajo bajo la tutela de Eva Verona, responsable de la publicación en 1971 de
una primera edición preliminar de la ISBD que, tras ser sometida a discusión por los expertos de los
distintos países, y después de varias redacciones, dio lugar en el año 1974 a la primera edición de la
ISBD (M) para monografías. En 1977 se publicó la ISBD (G), general, que incluía la descripción
normalizada de todo tipo de materiales, intentando resolver con ello las dificultades que encontraba la
FIAB en su proyecto de Control Bibliográfico Universal (CBU). A la estructura de dicha norma
deberían someterse todas las ISBDs específicas que se redactasen. Esto originó una revisión de la ISBD
(M) y la consiguiente publicación, en el año 1978, de la primera edición revisada. Mientras tanto,
aparecieron múltiples normas de descripción bibliográfica, como la ISBD (S), para publicaciones
seriadas; ISBD (CM), para material cartográfico; ISBD (NBM), material no librario; ISBD (A), para
publicaciones antiguas, o la ISBD (PM), sobre partituras musicales. Generalmente los contenidos de
estas normas de descripción bibliográfica se hayan insertos en los códigos nacionales de catalogación,
como son los casos de las «Angloamerican Cataloguing Rules» (AACR 2), Reglas de Catalogación
españolas, etc.
El alcance y objetivos de las normas ISBD queda establecido así por el Comité de catalogación en estos
términos[139].
En cuanto a la estructura, la ISBD divide el asiento en ocho áreas o zonas, ordenadas de forma lógica, y
cada una de ellas con sus elementos propios, que se aíslan e identifican mediante signos de puntuación.
Estas áreas, disponen de unas fuentes principales de información, de manera que los datos obtenidos de
otra fuente distinta de la prescrita se dan entre corchetes o en el área de notas. La descripción puede
hacerse a distintos niveles de detalle, en función de los propósitos que persiga la agencia bibliográfica al
confeccionar los catálogos, y de las necesidades de los usuarios.
Como hemos anotado ya, el problema de la normalización del análisis del contenido, esto es de las
descripciones característica (indización) y sustancial (resumen) de los documentos, es de naturaleza
cualitativamente distinta, dado que se trata de operaciones eminentemente intelectuales, realizadas por
analistas concretos y sobre documentos de características y contenidos determinados. Esta doble
unicidad, a la que añadiremos la incontrolable diversidad de usuarios, explica la dificultad de aplicar con
En cuanto a la técnica de resumir, distinguiremos los consejos de las instrucciones, y estas a su vez de las
normas. La diferencia entre estos auxiliares del resumidor radica en el modo de condicionar su
comportamiento, y así, mientras los consejos se limitan simplemente a recomendar, las instrucciones
obligan al resumidor en el seno de un terminado servicio, y las normas nacen con la intención de que
sean cumplidas por todos los practicantes de la operación de resumir, al margen de cualquier otra
consideración.
Nos detendremos sólo en reseñar las normas más significativas, como las del Instituto Nacional
Americano de Normalización (ANSI Z39.14-1979), UNESCO (Guía para la preparación de resúmenes
de autor) y la Organización Internacional de Normalización (ISO 214-1976). Las tres coinciden en la
definición del resumen, sus objetivos en el contexto comunicativo-informativo y en las consideraciones
sobre su presentación y estilo. Es significativo anotar que no hay datos concretos acerca del tratamiento
del contenido del documento (tan sólo se alude a los indicadores que ha de tener en cuenta el resumidor
para localizar la información sustancial), por lo que podemos concluir que de momento, el contenido de
los resúmenes sólo puede ser tratado con recomendaciones estilísticas y semánticas de carácter general
que afectan a su forma y presentación externa.
En definitiva, el análisis documental de contenido es una operación intelectual extremadamente difícil y
compleja, y las reglas o normas que se dan al analista en general no son suficientes para el logro de una
uniformidad o consistencia satisfactorias.
Por último, debemos tener presente que el continuo crecimiento de normas en el dominio de la
Documentación, y en particular de AD, requiere una actividad paralela normalizada que gire en torno a
las propias normas con el objetivo de facilitar la localización e identificación de estas. De ahí que surja
un nuevo concepto: documentación normativa, entendida como "aquella información de las fuentes
permanente y sistematizado por los procedimientos documentales ordinarios que trate exclusivamente de
normalización»[143].
Para los principales tratadistas del tema como Nedobity[144], Rondeau[145].... hay coincidencia en
admitir que la terminología y la documentación son dos campos indisociables. La conexión entre ambas
materias estriba, según Nedobity, en que la ciencia de la documentación se ocupa esencialmente de
documentos de diversos tipos, y estos documentos consisten principalmente en textos orientados
temáticamente, que son también objeto de investigación de la terminología[146].
La terminología como ciencia explota el significado de los lenguajes artificiales, desarrollando métodos y
principios específicos para ello, derivados la mayor parte de la lógica, y en particular de la conceptología
y epistemología. En el ámbito de la documentación cumple una función primordial, siendo la base para:
[1] GARCÍA GUTIÉRREZ, A.: «Connotaciones lingüísticas para una teoría de la documentación», en
Ciencias de la Documentación, n.º 1, 1990.
[3] RONDEAU, G.: «Terminologie et Documentation», Meta, 1980, v. 25, nº 1, pp. 152-170.
[5] Ibidem.
[6] OTLET, P.: Traité de Documentation. Le Tire sur le Tire. Theorie et pratique, Bruselas, Editions
Mundaneum, 1934, p. 373.
[12] COURRIER, Y.: «Analyse et languages documentaires», Documentaliste, 1976, v. 13, nº 5-6, p.
178.
[13] DESANTES GUANTER, J. Ma. : «El mensaje en la Documentación», Publitecnia, 1981, n.2 57, p.
45.
[14] AMAT, N.: Técnicas documentales y fuentes de información, Barcelona, Bibliograf, 1979, página
36.
[15] COLL VINENT, R.: Teoría y práctica de la Documentación, Barcelona, ATE, 1978, pp. 30-32.
[16] LÓPEZ YEPES, J.; SAGREDO FERNÁNDEZ, et al.: Estudios de Documentación general e
informativa, cit., p. 413.
[18] GARDIN, J.C.; GROLIER, E.; y LEVERY, F.: L'organisation de la Documentation scientifique,
París, Gauthier Villars, 1964, pp. 9-13.
[19] GARCÍA GUTIÉRREZ, A.L.: Lingüística documental, Barcelona, Mitre, 1984, pp. 77 y 78.
[20] COURRIER, Y.: «Analyse et langage documentaires», Documentaliste, 1976, vol. 13, nº 5-6, p.
178.
[21] CHAFE, W.: Meaning and the structure of language, p. 15 (Apud LEECH, G.: Semántica, Madrid,
Alianza, 1977, p. 177).
[22] LAMIQUIZ, V.: Lingüística española, Sevilla, Universidad, 1973, pp. 78-80.
[23] JAKOBSON, R.: Essais de lingüistique générale, París, Minuit, 1963 (Apud LAMIQUIZ, V.: Op.
cit.).
[24] ESCARPIT, R.: Teoría general de la información y de la comunicación, Barcelona, Icaria, 198 1, p.
110.
[26] CUNHA, I.F.: Análise documentaría: a análise da síntese, Brasilia, IBICT, 1987, p. 48.
[27] BIERWISCH, M.: El estructuralismo: historia, problema, métodos, Barcelona, Tusquets, 1972, p.
21.
[28] lbid., p. 2 9.
[29] COSÉRIU, E.: «Coordinación latina y coordinación romántica». Actas del III Congreso Español de
Estudios Clásicos, Madrid, 1968, p. 38 (Apud GECKELER, H.: Semántica estructural y teoría del campo
léxico, Madrid, Gredos, 1976, p. 277).
[30] CUNHA, 1.F.: Análise documentária: a análise da síntese, Brasilia, IBICT, 1987, p. 47.
[31] ULLMANN, S.: Semántica: introducción a la ciencia del significado, Madrid, Aguilar, 1980, p. 54.
[35] Sírvanos de ejemplo en nuestro propio campo los trabajos de: SAGREDO FERNÁNDEZ e
[36] CASARES, J.: Diccionario Ideológico de la Lengua Española, Barcelona, Gili Gaya, 1981, página
49.
[37] REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la Lengua, Madrid, RAE, 1979, p. 83.
[38] GARCÍA GUTIÉRREZ, A.L.: Lingüística documental,- Barcelona, Mitre, 1984, p. 79.
[40] Sobre este particular es importante resaltar las contribuciones y uso que en general han hecho los
investigadores de la comunicación: Bardin, Berelson...
[41] AFNOR: Vocabulaire de la documentation: les dossiers de la normalisation, París, AFNOR, 1985.
[43] MARTÍNEZ DE SOUSA, J.: Diccionario de tipología y del libro, Madrid, Paraninfo, 1981.
[44] WERSIG, G.; y NEVELING, U.: Terminolog .y of Documentation, París, UNESCO, 1976.
CLASON, W.E.: Dictionary of Library Science, Information and Documentation, Amsterdarn, Elsevier
Scientific Publishing, 1976.
[45] The ALA glossary of Library and lnforrnation Science, Chicago, ALA, 1983.
[46] LÓPEZ YEPES, J.: Nuevos estudios de Documentación, Madrid, Instituto Nacional de Publicidad,
1978, p. 33.
[47] LÓPEZ YEPES, J.; SAGREDO FERNÁNDEZ, F.; et al.: Estudios de Documentación general e
informativa, Madrid, Seminario Millares Carlo, 1983, p. 120.
[50] SAGREDO FERNÁNDEZ, F.; IZQUIERDO ARROYO, J.M.': «Reflexiones sobre Documento:
Palabra/Objeto», Boletín Millares Carlo, 1982, v. III, n.2 5, p. 164.
[51] PIETSCH, E.: Técnicas modernas de Documentación, Madrid, Patronato Juan de la Cierva, Centro
de Información y Documentación, 1966, p. 6.
[53] DESANTEs GUANTER, J. Ma.: «La Documentación, actividad informativa de las Cajas de
Ahorros», Boletín de Documentación del Fondo para la Investigación Económica y Social, 1975, v. VII,
fasc. 3, p. 498.
[54] MOLES, A.; ZELTMANN, C.: «La conserva de la comunicación», en: La Comunicación y los mass
media, Bilbao, Ed. Mensajero, 1975, p. 153.
[55] BRIET: Qu'est-ce que la Documentation?, París, Ed. Docurnentaires Industrielles et Techniques,
1951, p. 7.
[60] LÓPEZ YEPES, J.: Nuevos estudios de Documentación: el proceso documental en las Ciencias de
la comunicación social, Madrid, Instituto Nacional de Publicidad, 1978, p. 33.
[61] CURRAS, E.: Las ciencias documentales, Barcelona, Mitre, 1982, pp. 43-45.
[63] FONDIN, H.: «La structure et le vocabulaire de l'analyse documentaire», Documentaliste, 1977, vol.
14, n.º 2, p. 1 1.
[64] GARDIN, J.C.,: «Document analysis and linguistic theory», Journal of Documentation, 1973, v. 29,
n.º 2, pp. 137 y ss.
[65] GARDIN, J.C.; GROLIER, E.; LEVERY, F.: Lorganisation de la documentation scientifique,París,
Gauthier Villars, 1964, p. 12.
[66] VICKERY, E.C.: «Analysis of information», en Encyclopedia of Library and Information Science,
Nueva York, Marcel Dekker, 1969, v. I, p. 335.
[67] COYAUD, M.: Introduction a l'étude des langages documentaires, París, Klincksieck, 1966, pp. 2 y
5.
[68] BRUGGHEN, M. van der: Cours d'introduction a la Documentation, La Haya, FID, 1972, p. 23.
[71] COURRIER, Y.: «Analyse et langage documentaire», Documentaliste, 1976, v. 13, n.l 5-6, p. 178.
[72] Ibidem.
[73] FONDIN, H.: «La structure et le vocabulaire de l'analyse documentaire. Contribution pour une mise
au point», Documentaliste, 1977, v. 14, n.º 2, p. 12.
[74] Ibidem.
[75] ADBS: Manuel du bibliothecaire documentaliste dans le pays en developpement, París,PUF, 1981,
p. 137.
[76] CHAUMIER, J.: Les tecniques documentaires, París, PUF, 1979, p. 13.
[77] CHAUMIER, J.: Análisis y lenguajes documentales, Barcelona, Mitre, 1986, pp. 8 y ss.
[79] LÓPEZ YEPES, J.; SAGREDO FERNÁNDEZ, F., et aL: Estudios de Documentación general e
informativa, Madrid, Seminario Millares Carlo, 198 1, pp. 1 1 6-14 1.
[80] AMAT, N.: Técnicas documentales y fuentes de información, Barcelona, Biblograf., 1979, p. 36.
[81] GARCÍA GUTIÉRREZ, A.L.: Lingüística documental, Barcelona, Mitre, 1984, p. 78.
[82] COURRIER, Y.: «Analyse et langage documentaires», Documentaliste, 1976, vol. 13, n.º 5-6, p.
179.
[84] Ibidem.
[88] OSGOOD, C.E.: «The representation model and relevant research methods», en: DE SOLA POOL,
I.: Trends in content analysis, Urbana, Univ. Illinois Press, 1959 (Apud BARDIN: Op. cit., pp. 154 y
ss.).
[90] GARCIA GUTIÉRREZ, A.L.: Lingüística Documental, Barcelona, Mitre, 1984, p. 78. 2
[91] GARDIN, J.C.; GROLIER, E.; LEVERY, F.: Lorganisation de la documentation, París, Gautier
Villars, 1964, p. 169.
[92] LÓPEZ YEPES, J.: «Notas sobre la formación del documentalista en la Facultad de Ciencias de la
Información de Madrid», Documentación de las Ciencias de la Información, 1976, v. I, pp. 41-49.
[93] Dentro de los analistas de información y en países como Gran Bretaña, Estados Unidos o Canadá, se
distinguen estos dos grupos de especialistas: resumidores e indizadores, con el respaldo de asociaciones
profesionales que potencian y avalan sus actividades.
[95] BRUGGHEN, V. der: Cours d'introduction a la Documentátion, La Haya, FID, 1972, página 23.
[96] MIJAILOV, A.I., et aL: «El procesamiento analítico-sintético de los documentos», en:
Fundamentos de Informdtica, La Habana, Academia de Ciencias de Cuba, 1973, T. I, p. 148.
[97] Ibidem
[99] FONDIN, H.: «La structure et le vocabulaire de l'analyse documentaire. Contribution pour une mise
au point», Documentaliste, 1977, v. 14, n.2 2, p. 12.
[100] Ibidem.
[101] GUINCHAT, C.; MENOU, P.: Introduction generale aux sciences et techniques de I'information
et de la documentation, París, Les Presses de I'Unesco, 1984, p. 103.
[102] LÓPEZ YEPES, J.: Nuevos estudios de Documentación: el proceso documental en las Ciencias de
la comunicación social, Madrid, Instituto Nacional de Publicidad, 1978, p. 112.
[103] AMAT, N.: Técnicas documentales y fuentes de información, Barcelona, Biblograf, 1979, página
36.
[104] GARCÍA GUTIÉRREZ, A.L.: «El análisis documental», en Lingüística documental, Barcelona,
Mitre, 1984, pp. 84 y ss. Cfr. también: Estructura lingüística de la Documentación: teoría y método,
Murcia, Universidad, 1990, pp. 49 y ss., trabajo que ha supuesto una reconsideración de la Teoría de AD
y sus niveles, identificando el Análisis Documental con el Análisis de contenido.
[105] GARDIN, J.C.; GROLIER, E.; LEVERY, F.: Lorganisation de la Documentalion scientifique,
París, Gauthier Villars, 1964, pp. 13 y ss.
[106] Ibidem.
[108] COURRIER, Y.: «Analyse et langage documentaires», Documentaliste, 1976, v. 13, n.º 5-6, p.
180.
[109] CHAUMIER, J.: Les techniques documentaires, París, PUF, 1979, p. 13.
[110] ADBS: Manuel du bibliothécaire documentaliste dans les pays en developpment, París,PUF, 1977,
pp. 137 y 138.
[112] BERELSON, B.: Content analysis in communication research, Glencoe, The Free Press, 1952.
[113] MARTÍNEZ ALBERTOS, J.L.: Curso general de redacción periodística, Barcelona, Mitre,
1983,p.139.
[114] ESCARPIT, R.: Teoría general de la información y de la comunicación, Barcelona, Icaria, 1981, p.
162.
[115] ULLMANN, S.: Semántica: introducción a la ciencia del significado, Madrid, Aguilar, 1980, p.
36.
[121] CUNHA, I.F.: Análise docummentária: a análise da sintese, Brasilia, IBICT, 1987, p. 39.
[124] Ibidem.
[126] BIERWISCH, M.: El estructuralismo: historia, problemas y métodos, Barcelona, Tusquets, 1972,
p. 97.
[127] PETÓFI, J.S.; GARCÍA BERRio, A.: Lingüística del texto y crítica literaria, Madrid, Alberto
Corazón, 1978, p. 66.
[128] ULLMAN, S.: Semántica: Introducción a la ciencia del significado, Madrid, Aguilar, 1980, p. 64.
[130] GARCÍA GUTIÉRREZ, A.L.: Lingüística documental, Barcelona, Mitre, 1984, pp. 13 y 14.
[133] SUTTER, E.: «Role des régles et des normes dans la cooperation nationale et internationale»,
Documentaliste, 1976, v. 13, nº 1, pp. 25-26.
[134] COTÉ, C.: «La normalisation: un outil essential pour le transfert de I'information»,
Documentaliste, 1985, v. 22, n.9 1, pp. 9-1 1.
[135] TASHII, L.: «Transfer of information», International Library Review, 1986, v. 8, nº 4, p. 23.
[136] LA FERTE, F.; y SUTTER, E.: «L'elaboration des normes frangaises et internacionales»,
Documentaliste, 1974, v. 1 1, n.L' 2, p. 99.
IFLA, 1977.
[145] RONDEAU, G.: «Terminologie et documentation», Meta, 1980, v. 24, nº 1, pp. 152-170.
[147] Ibidem.