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I. EL SISTEMA PROCEDIMENTAL
Denominamos sistema procedimental a la estructura de nuestros procedimientos declarativos o
sistematización del conjunto de tales procedimientos que integran nuestro ordenamiento procesal
civil, el cual se caracteriza por la coexistencia de procesos ordinarios, sumarios y especiales y cuya
clasificación y concepto se efectuó en la Lección 1ª de nuestra «Introducción».
Recordemos ahora al lector que los procesos ordinarios se caracterizan por ser idóneos para el
planteamiento de cualquier objeto procesal (a ellos se puede acudir para interponer todo tipo de
pretensiones, excepto las que deban dilucidarse a través de los procesos especiales) y por su amplitud
en la formulación de alegaciones y en la proposición y práctica de la totalidad de los distintos medios
probatorios, produciendo las sentencias, en ellos recaídas, la totalidad de los efectos materiales de la
cosa juzgada. Los procesos ordinarios son dos: el juicio ordinario (arts. 399 y ss.) y el juicio verbal
(arts. 437 y ss.), que ofrecen además la característica de ser nuestros procesos comunes, ya que sus
disposiciones, en virtud de lo dispuesto en los arts. 249 y 250, son de aplicación directa y, en cualquier
caso, supletoria de los demás procedimientos especiales y sumarios, gozando, en último término, las
normas del juicio ordinario, del carácter de supletorias de los demás procedimientos, incluido el juicio
verbal.
Pero junto a los procesos ordinarios subsisten los procesos sumarios y especiales, que aparecieron
en la historia de nuestras instituciones procesales como consecuencia de la lentitud, carestía e
ineficacia del “solemnis ordo iuditiarum” (antiguo proceso de mayor cuantía de la LEC de 188, que
remontaba sus orígenes a la “litis contestatio” romana) o proceso común de la Edad Media, el cual,
informado por el principio de la escritura, tan sólo podía satisfacer los intereses de la aristocracia de
aquella época que podía perder su tiempo y dinero con costosos pleitos; de aquí que los comerciantes
idearan los procesos sumarios ligados a los pactos ejecutivos o cláusulas guarentigias.
A diferencia de los procesos ordinarios, a los especiales tan sólo cabe acudir cuando una norma
procesal expresamente autoriza que determinadas relaciones jurídicas materiales hayan de dilucidarse
necesariamente a través de un procedimiento especial. En tanto que los objetos litigiosos de los
procesos especiales han de dilucidarse a través del procedimiento especial correspondiente y, si el
demandante no insta la incoación de dicho procedimiento especial, se expone a que el demandado le
oponga la excepción de «procedimiento inadecuado» (art. 423), en el caso de los procesos sumarios,
el actor es libre de acudir a dicho procedimiento, si el objeto cumple con los presupuestos y requisitos
que lo posibilitan, o de acudir al juicio ordinario correspondiente, en el que podrá plantear en su
totalidad el litigio (y no tan sólo el aspecto de la relación jurídico material debatida, que posibilita el
juicio sumario) y obtener una sentencia con la plenitud de los efectos de la cosa juzgada.
Los procesos especiales, a su vez, pueden clasificarse en «típicos» o expresamente previstos como
tales en la LEC y procesos ordinarios con especialidades procesales. Al primer grupo pertenecen los
contemplados en el Libro IVº de la LEC: los procesos sobre capacidad, matrimonio y menores (arts.
748 y ss.), el de división judicial de patrimonios (arts. 782 y ss., si bien, como veremos en la Lección
correspondiente, en realidad es un proceso sumario), el procedimiento para la liquidación del régimen
económico matrimonial (arts. 806 y ss., que constituye más bien un proceso de ejecución especial),
el monitorio (arts. 812 y ss.) y el cambiario (arts. 819 y ss.), aunque el penúltimo participa de la
naturaleza de la jurisdicción voluntaria y el último es un proceso sumario. Los procesos ordinarios
con especialidades se determinan en los arts. 249 y 250, en cuya virtud determinadas relaciones
jurídicas han de dilucidarse a través de las normas del juicio ordinario (art. 249) y otras, mediante el
verbal (art. 250), a cuyas normas hay que adicionar las propias de estos procesos especiales.
El problema con el que nos encontramos en la actualidad es el excesivo número de procesos
especiales y sumarios, ya que, tras la publicación de la Ley 5/2018, de 11 de junio, de modificación
de la LEC y de creación de un nuevo interdicto contra okupas (véase el epígrafe VII de esta Lección),
contamos con una frondosa selva de 41 procesos sumarios y especiales 1, circunstancia que diferencia
a nuestro sistema procedimental del resto de los Códigos Procesales europeos que instauraron la
oralidad, pudiéndose contar con los dedos de la mano el número de tales procedimientos 2.
El mantenimiento de esta ingente cantidad de procesos especiales y sumarios fue debido a que el
Proyecto de nueva Ley de Enjuiciamiento Civil que en el año 1999 había diseñado el Gobierno del
P.P. con el consenso del grupo parlamentario “Convergencia y Unió”, pretendía la instauración de
unos procesos ordinarios escritos que justificarían la subsistencia de los procesos especiales y
sumarios de la LEC de 1881. Pero la ruptura de dicho pacto, obligó al grupo parlamentario popular a
obtener el apoyo del socialista, el cual impuso la exigencia de la introducción de la oralidad en
nuestros procesos ordinarios. La instauración de estos dos nuevos procesos ordinarios orales, más
ágiles y económicos, debiera haber llevado consigo la derogación de la práctica totalidad de tales
procedimientos especiales y sumarios.
De aquí la conveniencia de realizar, en el momento actual, una profunda revisión de nuestra LEC
de 2000, en la que, tras la incorporación a su parte general de las medidas cautelares y resoluciones
provisionales de los procesos especiales y sumarios, se efectúe la derogación de su inmensa mayoría,
ya que su existencia se convierte en un factor de retardo al propiciar las resoluciones absolutorias
como consecuencia de la estimación de la excepción de procedimiento inadecuado.
1
Que arrojan un saldo de 12 procesos sumarios (5 interdictos –retener, recobrar, obra nueva, ruinosa y
adquirir-, 2 arrendaticios (desahucio y obligaciones arrendaticias), 1 del art. 41 L.H., 1 ejecutivo, 1 cambiario,
1 de ventas a plazos y arrendamiento financiero y 1 monitorio) y 29 especiales: 3 de personas (estado civil,
capacidad y prodigalidad), 3 de familia (consensuado, contencioso y eclesiástico) 2 de filiación y menores, 2
de división de patrimonios (sucesiones y división de gananciales), 2 de amparo (honor y rectificación), 1 de
impugnación de acuerdos sociales, 2 de propiedad industrial (patentes y marcas), 3 de propiedad intelectual,
competencia desleal y publicidad, 1 de condiciones generales de la contratación, 1 de retracto, 4 de propiedad
horizontal (formación de acuerdos, impugnación, cesación y pago), 1 de alimentos, 2 de acciones colectivas y
resarcitorias, 1 de préstamos usurarios y 1 de concursal.
2
Así, el CPP francés prevé 6 procesos especiales: los procesos de familia y estado civil, menores, interdictos,
sucesorios y pequeños litigios (Libro III). El CPP italiano contempla 4: los procesos sumarios, de familia y
estado civil y sucesiones y la ZPO alemana tan sólo contempla 2: el proceso de familia (Libro 6) y el
monitorio (Libro 7).
Aun cuando la delimitación del concepto de procedimiento sumario permanezca como una
cuestión nada pacífica en la doctrina, nosotros, siguiendo a BRIEGELB y FAIRÉN, podemos definirlo
como aquel procedimiento, cuya sentencia no produce la totalidad de los efectos materiales de la cosa
juzgada. Ésta es, en definitiva, la nota esencial distintiva de los referidos procedimientos, frente a los
demás, ordinarios y especiales. Dicha ausencia de la plenitud de los efectos de la cosa juzgada, se
produce como consecuencia de que el proceso sumario ostenta una cognición limitada a uno o a
determinados aspectos de la relación jurídica material, por lo que, naturalmente, los efectos de la cosa
juzgada habrán de limitarse exclusivamente a esos aspectos que han sido objeto de cognición,
produciéndose una limitación objetiva de la cosa juzgada, la cual no se extiende a aquella parte de la
relación jurídica material, que no ha sido objeto del proceso sumario y, con respecto a la cual, no
obstante haber recaído sentencia firme en dicho procedimiento, puede replantearse el litigio a través
del procedimiento declarativo correspondiente.
Como características secundarias de los procesos sumarios pueden señalarse la limitación de los
medios de ataque y de defensa de las partes, así como la de determinados medios de prueba, todo ello
en punto a obtener una mayor «rapidez» en el tratamiento del objeto procesal, si bien, ni esta última
nota configura por sí sola a los procesos sumarios (aunque el legislador frecuentemente la confunda,
por ejemplo, en el art. 53.2 CE), ni es la «celeridad» un fin exclusivo de tales procedimientos, puesto
que también es perseguida por los denominados «plenarios rápidos» (como en el actual juicio verbal)
o por determinados procedimientos especiales (v. gr.: tutela civil de los derechos fundamentales,
impugnación de acuerdos, etc.).
En la LEC vigente no aparecen los términos «procesos sumarios», «juicios posesorios», ni
siquiera el tradicional de interdictos. Ello no significa que el legislador del 2000 haya prescindido de
estos procesos encaminados a la defensa de la posesión como ius in rem distinto del derecho de
propiedad, o determinados por la «singular simplicidad de lo controvertido» (Exposición de Motivos,
epígrafe X, pár. 8). En su bien intencionado propósito de simplificar la ordenación procesal civil y
reducir al mínimo el número de procesos «especiales», ha eliminado la regulación específica de
muchos de estos procesos, reconduciéndolos a un juicio verbal común en el que, sin embargo,
reaparecen aquí y allá como especialidades cuando la singularidad de su objeto hace necesario un
tratamiento legal específico, como en un Guadiana incontenible. El resultado de la unificación es una
fusión –o confusión– de materia litigiosa singular con la menor cuantía («pequeño interés económico»
según la misma Exposición de Motivos, párrafo citado) del valor del objeto litigioso (art. 250.1 y 2
LEC), en un juicio verbal único en su tramitación pero distinto en sus presupuestos procesales y
efectos. De este «totus revolutus» hay que volver a separar los once tipos procesales incluidos en el
art. 250.1 LEC y examinarlos separadamente, no sólo por la necesidad de exponer sistemáticamente
la singularidad procesal de los juicios en que se ventilan tan distintas pretensiones –incluso las
relativas a la tutela posesoria– sino para comprender el alcance de la reforma procesal realizada y
poder aprovechar una doctrina científica, a veces centenaria, y una jurisprudencia que, no obstante la
nueva ordenación, conservan su plena vigencia.
El enfoque «unitario» del proceso, cualquiera que sea la materia o la cuantía litigiosa, lleva al
legislador a evitar toda mención de juicios sumarios y a determinar puntualmente las especialidades
de cada uno de los litigios que, por razón de la materia, se tramitan según el juicio verbal, y que se
incluyen en la lista del art. 250.1 LEC. En todos los demás aspectos, no regulados con carácter
singular, rige la ya examinada ordenación general del juicio verbal de los arts. 437 al 447.
Respecto al concepto de «sumariedad», la LEC vigente acoge el concepto técnico-jurídico,
pacífico en la doctrina, que la identifica con la «ausencia (aunque mejor hubiera sido decir ausencia
de la plenitud de los efectos) de cosa juzgada a causa de una limitación de alegaciones y prueba»
(Exposición de Motivos, ep. X, párr. 3), para distinguirlo del principio de sumariedad, que se
menciona en el art. 53.2 CE, entendida como simplificación, rapidez y plena e inmediata efectividad
de la tutela judicial de los derechos fundamentales. Por el contrario, los juicios sumarios son en la
LEC juicios verbales que se tramitan como tales por las normas generales de este proceso, que
comienza mediante una demanda a la que, después de una contestación también escrita, sigue una
vista oral y pública y una sentencia que, excepcionalmente, no produce efectos de cosa juzgada por
ventilarse en ellos la pretensión de tutela de la posesión o tenencia reclamada, sin resolverse sobre el
derecho a la misma que podrá ventilarse en el juicio declarativo que corresponda según su cuantía.
En relación con los juicios posesorios, la LEC elude esa denominación y prefiere, en su lugar,
referencias elípticas descriptivas, como «juicios verbales que según la ley deban finalizar por
sentencia sin efectos de cosa juzgada» (art. 438.1), y, entre ellos, los juicios donde se ventilan
demandas que pretendan la recuperación de la posesión (desahucio por impago de la renta, art.
250.1.1º); o «que el tribunal ponga en posesión de bienes» hereditarios (interdicto de adquirir, art.
250.1.3º); o «la tutela sumaria de la tenencia o posesión de una cosa» (interdictos de retener y
recobrar la posesión, art. 250.1.4º); o «las que pretendan que el tribunal resuelva, con carácter
sumario, la suspensión de una obra nueva» (interdicto de obra nueva, art. 250.1.5º); o «la demolición
o derribo de la obra, edificio, árbol, columna o cualquier otro objeto análogo en estado de ruina»,
(interdicto de obra ruinosa, art. 250.1.6º).
En este sentido, los juicios sumarios en la LEC vigente pueden sistematizarse en los siguientes
grupos:
Haciéndose sin duda eco de estas críticas, la LEC vigente ha prescindido, como se ha expuesto,
de la denominación «interdictos», aunque no del contenido de esos juicios, manteniendo su
singularidad dentro de la ordenación del juicio verbal como juicios en los que se pretende una «rápida
tutela de la posesión o tenencia», o aquellos que «provean una inmediata protección frente a obras
nuevas o ruinosas» (EM XII, párr. 14).
2. NATURALEZA JURÍDICA
Debido precisamente a ese carácter aseguratorio que ostentan determinados interdictos, un sector minoritario
de la doctrina (CARNELUTTI, DE LA PLAZA,...) es de la opinión de que los procedimientos interdictales merecen
enmarcarse, en general, dentro de los procesos «cautelares», habida cuenta de dicha finalidad aseguradora y de que
protegen situaciones interinas o no definitivas.
Ello, no obstante, tenían razón PRIETO CASTRO y HERCE QUEMADA a la hora de negar dicha naturaleza, pues si
el proceso cautelar tan sólo cabe concebirlo en función y como procedimiento instrumental o subordinado a otro
proceso principal y, en ocasiones, posterior, dicha circunstancia no concurre en los interdictos si se piensa que, aun
cuando en ellos no se produzcan los efectos materiales de la cosa juzgada y sus sentencias permitan, por tanto, ser
desvirtuadas en el procedimiento ordinario posterior, tampoco es menos cierto que dicha circunstancia no presupone
necesariamente que haya de suscitarse el proceso ordinario ulterior, tal y como acontece con el proceso cautelar.
Para otro sector de la doctrina (REDENTI, GUASP) tales procedimientos deben encuadrarse dentro de la categoría
de los procesos «especiales», puesto que su creación obedece a razones jurídico materiales, tales como la protección
especial que quiso dar el legislador en su adquisición y conservación.
Sin negar dicha justificación material, los procedimientos interdictales ostentan, tal y como
veremos en el estudio de cada uno de ellos, la totalidad de las notas (limitación de la cosa juzgada
material, de la cognición y de la prueba, así como la rapidez en su tramitación) que configuran a los
procesos sumarios, tesis ésta que es compartida, no sólo por la doctrina mayoritaria, sino también
por la jurisprudencia. En este sentido se ha pronunciado, asimismo, el TS al señalar, expresamente,
que «las sentencias en los juicios interdictales carecen de la eficacia de la cosa juzgada ya que su
sumariedad o perentoriedad para reparar la alteración fáctica producida no empece al ejercicio
posterior» (SSTS de 18 de abril de 2002, r.3298 y de 18 de octubre de 2002, r.8969).
3. OBJETO LITIGIOSO
Constituye el objeto de los interdictos de retener y de recobrar la perturbación o despojo recayente
sobre cosas o bienes del Derecho privado, así como sobre los derechos reales e incluso personales
susceptibles de posesión.
A) La posesión
Entre los dos grandes sistemas, nacidos en torno a la posesión, el romano o de la posesión jurídica
y el germano o de la posesión de hecho, el artículo 250.1.4º, al requerir sólo «la tenencia o la posesión
de una cosa o derecho», claramente se inclina por el segundo.
En consecuencia, pueden interponer la demanda interdictal, no sólo quien posea a título de dueño,
sino también quien pueda detentar la posesión por cualquier otro título (v. gr.: el arrendatario contra
terceros e incluso contra el propio arrendador, el depositario, el usufructuario, etc.).
Lo que protegen, pues, los interdictos es la posesión de hecho o inmediata, presupuesto éste que
se convierte, como veremos, en un requisito de la legitimación activa, por lo que incluso el poseedor
«jurídico», (aun cuando goce de la presunción posesoria registral del art. 38 LH), habrá de acreditar
que ostenta físicamente la posesión a fin de que pueda prosperar la pretensión interdictal. Tal y como
señala la pequeña jurisprudencia, para que prospere el interdicto, no es suficiente justificar la
titularidad del derecho de propiedad, mediante la presentación de la escritura inscrita en el Registro,
sino que lo fundamental es que se pruebe la posesión de hecho. En el juicio interdictal, además, el
hecho posesorio se contempla con total autonomía y se presenta como un derecho provisional de
poseer («ius possesionis»), tutelado por sí mismo, anteponiéndose al derecho a poseer («ius
possidendi»), extremo a sustanciar en el juicio ordinario, sin que puedan resolverse dentro de los
interdictos de retener o recobrar, problemas referidos al dominio.
a) Las cosas
Conforme a la LEC de 1881, el objeto primordial de los interdictos lo constituía la posesión de
las cosas. De una interpretación literal de sus artículos 1.651 y 1.652 de la anterior Ley procesal, se
desprendía claramente que tan sólo podían ser objeto de protección interdictal la posesión recayente
sobre la cosas, inclinándose de esta manera el anterior Código procesal por la doctrina romana, frente
a la canónica, excluyéndose los derechos de dicho ámbito de protección, si bien, como después
veremos, el CC amplió dicha esfera de actuación también a los derechos.
La LEC 1/2000 resuelve estas dudas para establecer terminantemente que pueden ser objeto de
demanda la pretensión de tutela sumaria «de una cosa o de un derecho» (art. 250.1.4º).
Nuestra LEC no exige que las tales cosas sean exclusivamente las corporales, por lo que, en
principio, hay que extender también el objeto de los interdictos a las cosas incorporales, siempre y
cuando sean susceptibles de ser poseídas. Por tal razón, debiera conferirse dicha tutela a la propiedad
intelectual e industrial. Si bien, los artículos 103 y 133 y ss. de la Ley de Propiedad Intelectual (RD
1/1996), conforme a su redacción operada por la Ley 23/2006, de 7 de julio, establecen todo un
conjunto de medidas cautelares que hacen decaer la utilidad práctica del procedimiento interdictal; y
lo mismo sucede con la protección de la marca, respecto a la cual los arts. 40 y ss. de la Ley 17/2001,
de Marcas y el Título XIII de la Ley de Patentes de 1986, especialmente sus arts. 133 a 139, contienen
mecanismos especiales para la cesación de los actos lesivos de la propiedad industrial y medidas
cautelares adecuadas para garantizar la inmediata protección de estos derechos, como destaca la
Exposición de Motivos de la Ley últimamente citada.
A) La acción
La procedencia de los juicios posesorios ha de estar condicionada, en primer lugar, a la existencia
de una acción, mutación o perturbación física de la posesión de hecho. Por esta razón, la denominada
«turbatio verbis» o molestias al poseedor por simples palabras, que no se plasman en actos concretos
capaces de inquietar o despojar al poseedor, no es por sí sola suficiente para abrir las puertas al
procedimiento interdictal.
B) Inquietación y despojo
En segundo lugar, requiere el artículo 250.1.4º que la acción se concrete en una «perturbación» o
«despojo» de la posesión.
Por «perturbación» hay que entender negativamente todos los actos que, molestando al poseedor,
no sean constitutivos de una expoliación de la posesión. Consistirá en aquella conducta que,
contrariando la voluntad del poseedor, se traduce en la invasión o amenaza de invasión de la esfera
de la posesión ajena, impidiendo o dificultando su ejercicio, pero sin llegar a la privación de la
posesión.
Por el contrario cabe entender por «despojo» la privación consumada de la posesión, alcanzando
el autor del ataque posesorio un poder de hecho estable sobre la cosa, sometiéndola a su voluntad y
estableciendo sobre ella un poder autónomo e independiente. La jurisprudencia menor ha concretado,
en este sentido, que el «despojo» viene, en esencia, constituido por aquellos hechos materiales que se
concretan en la alteración del estado de hecho preexistente, en la privación total o parcial del goce de
la cosa poseída, o hacer el uso y disfrute más dificultoso o incómodo o darse un trasvase del poder
del hecho de la cosa del despojado al despojante, sin título adecuado o sin relación negocial alguna.
La desposesión, sin embargo, no tiene necesariamente que ser absoluta. Cualquier privación
aunque sea parcial del goce de la cosa o derecho, puede dar lugar a la demanda de tutela posesoria.
Sin perjuicio de lo anteriormente expuesto, conviene advertir que la moderna jurisprudencia
menor ha advertido que, en ocasiones, a pesar de encontrarnos en presencia de una desposesión
consumada, el despojo, objetivamente considerado, no es suficiente para justificar y hacer viable la
protección interdictal, sino que se requiere que tal despojo sea además ilícito, pues no siempre
constituye un hecho de tal índole, ya que existen situaciones que provocan su licitud. Y así, las SSAP
Badajoz 4 de febrero de 2003 y León 14 de junio de 2004, r. 279151, enumeran ciertos supuestos en
los que, a pesar de haber habido un cambio en el estado posesorio de hecho del actor, no puede, sin
embargo, hablarse de despojo: el ejercicio de un derecho amparado por autoridad competente o
cumplimiento de deber, la ejecución de un mandato emanado de autoridad competente, el
consentimiento del poseedor, la posesión meramente tolerada y, finalmente, la falta de alguno de los
elementos integrantes del despojo, ya sea el objetivo, o el subjetivo o el nexo causal.
C) El «animus spoliandi»
Junto a la existencia de una acción de inquietación o de despojo, requiere el artículo 250.1.4º (en
una interpretación coherente e histórica con el anterior art. 1.651 LEC de 1881) y exige la
jurisprudencia que, por parte del vulnerador de la posesión, exista contra el poseedor de hecho «la
intención de inquietarle o despojarle» o el animus spoliandi. El despojo equivale, en este sentido, a
privar de la posesión llevada a cabo contra o sin la voluntad del poseedor, por la voluntad del agente
o «animus spoliandi», significándose como tal el conocimiento, por parte del sujeto, de que el acto
que comete es consecuencia de un obrar arbitrario contra el derecho del poseedor. Dicho elemento
subjetivo no cabe identificarlo, como indica la SAP de Teruel 131/2000, de 21 de junio (AC
2000/1579), en la voluntad consciente y maliciosa de privar la cosa o de perturbar la posesión, ya
que, si así fuera, se privaría del cauce interdictal al poseedor frente a un tercero detentador de buena
fe de la posesión que hubiera cometido una vía de hecho, sino que hablar de presumirse, en síntesis,
en la realización de hechos materiales conducentes a la privación total o parcial del goce de la cosa o
derecho poseído, a la alteración del «status» anterior que se pretende restaurar a través de la acción
de tutela posesoria, ejecutadas por el demandado u otra persona siguiendo sus órdenes o instrucciones.
Por tal razón, la subjetiva creencia de infractor de que actúa en ejercicio de un derecho no será óbice
suficiente para enervar la pretensión interdictal; la cualidad, incluso, de poseedor legítimo no le
habilitará para recurrir al empleo de la fuerza contra el poseedor de hecho, sino que habrá de impetrar
el auxilio judicial.
El despojo aparece, pues, como un acto material determinante de la alteración del estado de hecho
preexistente que, bien hace más dificultoso o incómodo el uso o disfrute de la cosa o derecho poseído,
bien supone un trasvase de poder de hecho sobre la cosa del despojado al despojante, sin título
adecuado o sin relación negocial alguna, y que es llevado a cabo contra o sin la voluntad del poseedor
[SAP Soria 25 junio 2004, r.226246].
Pero el «animus spoliandi», por sí solo, es incapaz de generar el presupuesto material del
procedimiento interdictal. Para que prospere la pretensión no bastan juicios de intenciones o actos
preparatorios, sino que es necesario, como ya se ha dicho, la existencia de una acción perturbadora o
expoliadora; la mera interiorización anímica, que no se concreta en una acción, no puede abrir las
puertas a los interdictos.
El animus spoliandi constituye una presunción iuris tantum que exige la prueba en contrario. Por
lo tanto, en todo acto de perturbación se presume dicho elemento intencional, lo que ha de producir
en el procedimiento una inversión de la carga de la prueba, debiendo el demandado acreditar la
existencia de su error.
5. LA LEGITIMACIÓN
De la literalidad del art. 250.1.4º se desprende que la legitimación activa la ostenta quien se hallare
en la «tenencia o posesión de una cosa o derecho», y la pasiva el que hubiera despojado o inquietado
o perturbado a otro en el pacífico goce de su posesión.
A) Activa
Tal y como ya se ha indicado, la legitimación activa la ostenta en el procedimiento interdictal el
mero poseedor de hecho, entendiéndose por tal el simple detentador, sin que el actual artículo
250.1.4º LEC exija la posesión civil, por lo que tiene legitimación activa tanto quien posee a título de
dueño, como quien posee por otro título, estando autorizado quien posee con carácter inmediato a
ejercitar los interdictos contra el poseedor jurídico mediato. Así, pues, todo poseedor se encuentra
asistido por los interdictos, abstracción hecha de las categorías o grados posesorios, recayendo, en
consecuencia, la legitimación activa en el propietario, en el poseedor a título de dueño, en el
usufructuario, usuario, comodatario, depositario, arrendatario, acreedor pignoraticio y el simple
detentador, excepción hecha del servidor de la posesión, que posee en nombre de otro, quien tolera
la perturbación o despojo y el que tiene la cosa mediante delito violento, traición, o abuso de
confianza, dado que no reúne la condición de poseedor.
Más discutible resulta la concesión de la legitimación activa en los supuestos de coposesión.
Indudablemente la ostenta cualquiera de los coposeedores en el supuesto de que el infractor de la
posesión sea un tercero, pero, cuando el expoliante o perturbador es alguno de los propios
coposeedores la cuestión ya no parece tan sencilla, habida cuenta de que la utilización de los
interdictos por alguno de ellos podría conllevar la negación de la posesión de los demás. Por esta
razón, si bien la jurisprudencia paulatinamente va abriendo las puertas a dicha posibilidad, suele
someterla a la concurrencia de determinadas condiciones, tales como la necesidad de partición previa
de la cosa común o la de que algún coposeedor haya ocasionado un despojo absoluto y total a la
posesión de los demás.
Pero, para que el poseedor de hecho, en cualquier caso, pueda ostentar la legitimación activa, se
hace necesario que, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 444 CC, su posesión no la haya
adquirido mediante «actos tolerados, clandestinos o violentos». Por lo que se refiere a los usos
«meramente tolerados», conviene advertir que, en efecto, no integran la posesión que nos ocupa, pues
la jurisprudencia los configura como usos parciales, ocasionales, aislados o esporádicos, en los que
falta el «animus possidendi», como pudiera ser, por ejemplo, el permiso al vecino para que pueda
pasar unos momentos o unos días para realizar una obra en su predio, en cuyo supuesto, está ausente
cualquier «animus possidendi».
B) Pasiva
La legitimación pasiva la tienen los autores de la perturbación o despojo.
Por autor hay que entender el causante jurídico o impulsivo, de modo que, cuando quien infrinja
la posesión actúe en nombre de otra persona, legitimado pasivamente será esta última y no la primera.
Tal y como afirma la SAP Vitoria 22 mayo 1986, «para que prospere la acción interdictal de recobrar,
la demanda habrá que dirigirla contra quien, con ánimo de lucro, hubiere ejecutado los actos de
perturbación o despojo, o contra quien los hubiera ordenado en la medida en que los actos son de su
responsabilidad».
Naturalmente no se le puede imponer, sin embargo, al demandante la carga de determinar quién
sea el causante jurídico en el caso de que la relación de mandato o de representación constituya un
convenio privado al que hayan de tener imposible acceso los terceros. El principio de la «buena fe»
obliga a que la excepción de falta de legitimación pasiva tan sólo pueda prosperar en el supuesto de
que, en el momento de producirse la acción infractora de la posesión, pueda ser racionalmente
conocida por el actor la cualidad de simple ejecutor del agresor.
7. DEMANDA
La demanda habrá de sustanciarse en los términos del art. 437 LEC, sobre la forma de la demanda
en el juicio verbal ya examinada, sin ninguna otra especialidad.
La supresión de esta formalidad, que se había revelado como innecesaria en la práctica por su
falta de contenido probatorio, ha simplificado, pues, el trámite de la sustanciación de la demanda,
que, insistimos, se rige en la actualidad por las normas comunes del juicio verbal.
B) El petitum
El petitum de la demanda habrá de contener los extremos propios de esta clase de pretensiones.
Tratándose de una pretensión mixta, «declarativa» y de «condena», se habrá de solicitar el
reconocimiento del goce pacífico de la posesión de hecho (absteniéndose el demandante de impetrar
declaraciones jurisdiccionales acerca de su naturaleza, las cuales tienen su adecuado cauce en el
correspondiente procedimiento plenario) y la condena al demandado a la restitución de la posesión,
caso del interdicto de recobrar, o a que se abstenga de realizar en lo sucesivo los actos de perturbación
en el de retener, así como al pago de las costas.
Tal y como ya se ha adelantado, debido a la vigencia del principio civil de congruencia y a la
prohibición de acumulación de pretensiones incompatibles, la jurisprudencia suele ser bastante rígida
a la hora de desestimar demandas interdictales por haber utilizado un interdicto (de retener o de
recobrar o de recobrar, cuando debió ejercitarse el de suspensión de obra nueva) inadecuado o por
utilizar ambos, de retener y de recobrar acumulativamente, por lo que el demandante habrá de
extremar su celo en la calificación del interdicto en el «petitum» y, en su caso, acumularlos
subsidiariamente. Desde un punto de vista de justicia material, e incluso meramente técnico, nada
impide, debido a la vigencia de la doctrina de la sustanciación de la demanda («dabo tibi mihi factum,
ego tibi ius»), que, si de lo que se trata es de una mera defectuosa calificación jurídica, habiéndose
equivocado el interdicto de «recobrar», el Juez admita el de «retener».
Si el Juez inadmitiera la demanda, dicho auto no goza de los efectos materiales de la cosa juzgada,
por lo que el art. 447.2 LEC, admite la posibilidad de que se ejercite nuevamente la acción mediante
el procedimiento plenario correspondiente y, aunque el precepto no lo diga expresamente, si la
inadmisión obedece a la omisión de un requisito formal, de naturaleza sanable, nada obsta a que se
vuelva a interponer la demanda interdictal una vez subsanado dicho requisito.
Contra el auto de inadmisión cabe apelación en un solo efecto (arts. 455.1 y 456.2 LEC).
Por el contrario, si el auto fuera de admisión de la demanda, contra dicha resolución sólo cabe
recurso de reposición (arts. 451 y 455.1 LEC).
9. SENTENCIA
La sentencia que recaiga en estos litigios se rige en la LEC vigente por las normas comunes del
juicio verbal (art. 447). El fallo que se dicte no tiene que tener los pronunciamientos especiales de la
Ley anterior según la clase de interdicto (art. 1.658 LEC de 1881), sino que queda regulado por el
principio de la congruencia con los pedimentos de las partes del art. 218 LEC, sin que sea necesario
incluir fórmulas o formulismos prescritos por la Ley. En efecto, la LEC vigente, a diferencia de la
anterior (art. 1.658,3), no requiere que se haga constar en el fallo la vieja fórmula sin perjuicio de
tercero que era superflua, pues la cosa juzgada habrá de extender, en cualquier caso, sus efectos a
quienes hayan sido parte en el procedimiento, ni que se haga la reserva del derecho que puedan tener
las partes sobre la propiedad o sobre la posesión definitiva, y que podrán utilizar en el juicio
correspondiente, porque esta reserva resultaba de la naturaleza de la pretensión de tutela posesoria
deducida y era igualmente un mero formulismo del fallo de estos juicios que la ley había elevado a
fórmula sacramental.
Sin embargo, en materia de los efectos de la sentencia, la naturaleza sumaria de estos juicios
consiste, precisamente, en que la sentencia que en ellos recae no produce la plenitud de los efectos de
cosa juzgada. A ello hace referencia el art. 447.2, al establecer con cierta incorrección que «no
producirán efectos de cosa juzgada las sentencias que pongan fin a los juicios verbales sobre tutela
sumaria de la posesión», cuando, como es sabido, estas sentencias sí extienden la cosa juzgada al
limitado aspecto de la relación jurídica debatida (la posesión), pero, lógicamente, no hacen lo propio
a los demás ámbitos de la relación jurídica que no han sido objeto del litigio. La legislación procesal
articula, pues, un remedio rápido e inmediato, destinado únicamente, a discutir el hecho de la posesión
y del despojo o la inquietación, demorando para posterior juicio plenario cualquier controversia que
afecte al derecho sobre la cosa.
10. COSTAS
En cuanto a las costas, el criterio tradicional del más absoluto vencimiento que regía en el
procedimiento interdictal (arts. 1.657 y 1.658 de la vieja LEC), fue ya sustancialmente modificado y
relativizado por la Ley de Reforma Parcial de 6 de agosto de 1984, que dio nueva redacción al antiguo
art. 1657 LEC, que imponía las costas al demandante cuando no triunfara su pretensión.
La LEC vigente no establece singularidad en esta materia respecto al criterio general del art. 394.1
LEC, que prescribe el criterio relativo del vencimiento, pues éste queda atemperado por el de la
discrecionalidad judicial cuando «razone que el caso presentaba serias dudas de hecho o de derecho»
debiendo, en este último caso, «tener en cuenta la jurisprudencia recaída en casos similares». En el
supuesto de estimación parcial de la demanda, cada parte abonará las causadas a su instancia y las
comunes por mitad salvo que el juzgador aprecie temeridad en la conducta de una de ellas (art. 394.2
LEC).
Es un proceso sumario, porque tiene una cognición limitada al conocimiento de los perjuicios que
pueda ocasionar la obra nueva y a procurar su suspensión y porque la sentencia en él recaída no
produce la plenitud de los efectos materiales de la cosa juzgada (arts. 441.2 y 447.2 LEC). Pero, al
propio tiempo, es un procedimiento preventivo o aseguratorio, por cuanto, mediante el ejercicio de la
acción, se pretenden evitar los mayores perjuicios que se producirían de consolidarse definitivamente
una determinada construcción.
B) Objeto
Tampoco es el interdicto de obra nueva un verdadero «juicio posesorio». Y no es un verdadero
«juicio posesorio», porque no protege directa ni exclusivamente la posesión, sino que se limita a
tutelar derechos reales, ante daños irreparables y mediante la paralización de la obra, dejando las
cosas en la situación necesaria para que, sin graves perjuicios para las partes, puedan discutir su
derecho a la continuación o demolición en el juicio declarativo correspondiente.
Ciertamente, a través de dicho interdicto, puede protegerse la posesión de un inmueble frente a
los perjuicios que en ella pueda producir la construcción de una obra, pero su objeto es más amplio.
Protege tal interdicto la posesión, pero también la propiedad y cualquier derecho real sobre un
inmueble, si bien la jurisprudencia suele ser reacia a considerar también los derechos personales como
protegibles en esta clase de interdicto. En este sentido, la jurisprudencia ha estimado que, en todos
los casos en que la nueva construcción pudiera afectar a un derecho del actor, cualquiera que sea la
propiedad del terreno en que la misma se asiente, la vía procesal adecuada es la del interdicto de obra
nueva, cuya característica principal e individualizadora no deriva del alcance del ataque posesorio, ni
de la naturaleza de la posesión despojada, sino del carácter singular y excepcional del elemento
agresor, el cual requiere un tratamiento protector específico.
Los referidos derechos de dominio y reales, han de verse expuestos a un perjuicio como
consecuencia de la construcción de una obra. Por obra hay que entender aquí no sólo los edificios,
sino toda construcción relevante, por lo que no pueden ser objeto de dicho interdicto las simples
reparaciones, arreglos y mejoras que no alteren lo existente. Pero «la demolición de un edificio o
parte del mismo como medio previo y necesario para la construcción de otro nuevo, constituye por sí
mismo una obra nueva, aunque nada se haya empezado a construir...».
En segundo lugar, es preciso, para que prospere la demanda, que la obra nueva no esté terminada,
puesto que, si lo estuviera, no se puede solicitar su suspensión. A los tales efectos, se considera
terminada una obra cuando se ha causado ya o consumado el daño que, a través del interdicto, se
pretendía evitar.
Finalmente, es necesario también que la construcción de la obra produzca o pueda producir algún
género de perjuicio en el titular del derecho protegido y que exista una relación de causalidad entre
la obra nueva y el daño producido.
En conclusión, para que la acción de suspensión de una obra nueva pueda alcanzar éxito es
necesario el concurso de los siguientes requisitos objetivos; primero; es necesario que se esté
realizando una obra material que suponga un cambio en el estado presente de las cosas; en segundo,
que esa obra no se encuentre terminada, toda vez que, en otro caso, ya no sería posible alcanzar la
finalidad perseguida con esta clase de procedimientos, y, por último, que la obra o su continuación
provoquen daños, perjuicios o molestias, ya producidos o potenciales, para el interdictante. De ahí
que para su prosperabilidad se requiera que la obra no esté terminada y que perjudique la posesión
del actor, que exista un perjuicio racional con la realización de la obra, es decir, que medie una
relación de causalidad entre ambos requisitos, debiendo la parte que pretende el amparo de su
posesión justificar la lesión real o al menos probable y lógicamente deducida de las obras que se
pretenden suspender, ya que no basta con alegar posibles arbitrariedades en la actuación del
demandado mientras no se traduzcan en perturbaciones constatadas en la situación fáctica de disfrute
en que permanezca el actor.
C) Finalidad
La finalidad genérica es, como se ha dicho, impedir los irreparables daños que pudieran
producirse a la definitiva construcción de una obra, pero la inmediata es obtener su suspensión o
paralización.
A través del interdicto de obra nueva no se puede, pues, conseguir la demolición de la obra
ilícitamente realizada. Dicha finalidad puede perseguirse mediante el juicio declarativo plenario
correspondiente o, en su cado, a través del interdicto de «recobrar» la posesión, pero nunca mediante
el de obra nueva, que se dirige única y exclusivamente a obtener del Juez una resolución de
paralización de las obras.
Aunque en un primer momento algún autor pudo sostener la tesis de que el interdicto de obra
nueva no resulta procedente cuando la construcción se realizaba sobre el predio del demandante, lo
cierto es que ninguna dificultad legal existe, por lo que la jurisprudencia admite unánimemente el
criterio contrario. El problema surge a la hora de determinar si el poseedor de dicho inmueble puede
ejercitar el interdicto de recobrar y obtener la demolición de lo construido. El anterior artículo 1.675
LEC de 1881 parecía abonar por la necesidad de acudir al declarativo plenario correspondiente y la
jurisprudencia se ha acostumbrado a mantenerse reacia admitir dicha posibilidad, dados los graves
daños que para el constructor puede ocasionar, obligando, pues, al actor a ejercitar el interdicto de
obra nueva y a conseguir exclusivamente la suspensión de la obra. El silencio, en este sentido, de la
LEC 1/2000 nos conduce a estimar ahora, al igual que antes, que esta última doctrina habrá de
ponderarse en cada caso y examinar también, a los efectos del interdicto de recobrar, si existe una
auténtica intención de despojar y si el objeto de este juicio posesorio puede recaer sobre un objeto
distinto (por ejemplo, el derecho al vuelo en solares con contrato de permuta) al protegible a través
del interdicto de obra nueva.
2. LEGITIMACIÓN
La legitimación activa la ostentará, pues, el propietario, poseedor o titular de un derecho real a
quien perjudique la nueva obra.
Legitimado pasivamente lo estará el dueño o titular de la obra que se trata de impedir, sin que
pueda «obligarse a quien ve perturbado su derecho a afrontar una costosa y difícil investigación para
descubrir al beneficiario final de la agravación de que es objeto, bastándole con traer a juicio aquel
que se presenta como autor inmediato de los actos que entiende contrarios a su derecho». En este
sentido, cabe advertir que la jurisprudencia considera legitimado pasivo del interdicto de obra nueva,
tanto al autor, por voluntad propia y autonomía de actuación, como a quien lo hubiera ordenado en la
medida en que tal acto es de su responsabilidad, siendo el dato determinante la voluntad causante de
la actuación o la facultad de decisión sobre la realización del acto perturbador. La jurisprudencia
menor es pacífica a la hora de atribuir, la legitimación pasiva al dueño de la obra, si bien conviene
apuntar que dicha doctrina legal entiende por tal quien decide la ejecución y normalmente la costea,
debiendo referirse, por tanto, la condición de dueño de la obra a quién decide su ejecución y la
encarga, al margen de quien resulte ser propietario de la superficie sobre la que se levanta o la
autorización que, presuntamente, el titular haya dado. De ello se deriva que la legitimación pasiva
viene atribuida a quien, por su cuenta, haya ordenado hacer la obra y al que la hace por su propia
decisión, sin que para ello sea obstáculo que, como consecuencia de su realización, pueda ser
beneficiario un tercero, careciendo de legitimación quienes la ejecutan por orden y cuenta de otro y
el mero cotitular del terreno si no se acredita que fue quien ordenó la ejecución.
3. PROCEDIMIENTO
A) Demanda
La demanda se presentará en la forma ordinaria del juicio verbal (art. 437 LEC) y en su «suplico»
se solicitará la suspensión de la obra. Alternativamente podrá ejercitarse el interdicto de recobrar,
pero nunca en forma acumulativa. A diferencia de los interdictos de retener y de recobrar, la ley no
exige, para el ejercicio de la acción, plazo de caducidad alguno. Sin embargo, atendiendo a la
naturaleza del interdicto «de obra nueva» y a su finalidad, la demanda debe ejercitarse tan pronto
como la obra se produzca y genere perjuicios, puesto que, de lo contrario, puede observarse «mala
fe» en el demandante y la ley no puede amparar el «abuso del derecho» (arts. 7.2º CC, 11.2 LOPJ, y
el 247 LEC, cuya esclarecedora rúbrica reza de la siguiente manera «Respeto a las reglas de la buena
fe. Multas por su incumplimiento»). El Tribunal Supremo, en este sentido, ha venido estableciendo,
en reiterada jurisprudencia, que los daños y perjuicios que, acreditativamente, sean consecuencia
directa e inmediatamente del ejercicio de una acción interdictal de obra nueva han de reputarse
indemnizables en vía de reparación en los casos en que esta acción «resulte ser claramente infundada
y así se declare en la sentencia o al menos resulte de ella sin asomo de duda». Así, pues, la procedencia
de la indemnización solicitada por quienes vean paralizada su obra por la interposición de interdictos
de obra nueva que luego resulten desestimados habrá de condicionarse, conforme tiene establecido el
TS en reiteradas ocasiones, a que la conducta del interdictante sea acreditativa de un proceder ilícito,
antijurídico y de mala fe, sin que estas características se consideren evidenciadas por la simple
desestimación de la demanda interdictal, pues quién deduce una pretensión está ejercitando el derecho
a la tutela judicial efectiva que consagra el artículo 24 de la Constitución Española. Por ello, se hace
inexcusable una prueba contundente y eficaz de la existencia de una finalidad torticera y dañina, con
total ausencia de interés legítimo. Por lo tanto, solamente cabrá la referida indemnización cuando
exista prueba seria, eficaz, contundente de la intención de la otra parte de dañar y de que su conducta
ha sido dolosa y manifiestamente temeraria y, por ello, arbitraria, caprichosa y abusiva.
B) Fase aseguradora
El art. 441.2 LEC se refiere particularmente a la pretensión de suspensión de obra nueva entre las
«actuaciones previas a la vista en casos especiales», y regula esta fase aseguradora o preventiva
encaminada a la paralización inmediata de la obra nueva que perturba el ejercicio de derechos
posesorios del titular. Según esta disposición, el tribunal, admitida la demanda y «antes incluso de la
citación para la vista, dirigirá inmediata orden de suspensión al dueño o encargado de la obra, que
podrá ofrecer caución para continuarla, así como la realización de obras indispensables para conservar
lo ya edificado. El tribunal podrá disponer que se lleve a cabo reconocimiento judicial, pericial o
conjunto, antes de la vista».
En esta breve ordenación se han refundido sustancialmente los arts. 1.663 al 1.665 de la antigua
Ley, simplificando los trámites, asegurando la contradicción, dando posibilidad al dueño o encargado
de la obra para solicitar su continuación y oponerse a la suspensión adoptada, pero imponiendo al
Juez, al admitir la demanda –si se cumplen, es obvio aunque la LECno lo diga-, los requisitos de
legitimación activa y pasiva del demandante y demandado dirigir inmediata orden de suspensión al
dueño o encargado de la obra aún antes de oír a éste.
Sin embargo, puede el dueño de la obra al ser requerido; 1) ofrecer caución para continuar la obra,
que podrá otorgarse en dinero efectivo, aval o por cualquier otro medio que garantice el cobro de la
cantidad «a juicio del tribunal» (arts. 441.2.2º y 64.2.2º LEC); y 2) realizar las obras indispensables
para conservar lo ya edificado.
Tanto en un caso como en otro, el Juez de primera instancia puede disponer que se lleve a cabo
reconocimiento judicial, pericial o conjunto en esta fase previa al juicio, lo que dará lugar a la apertura
«ex officio» de una fase probatoria que, obviamente, habrá de practicarse respetando el contradictorio.
En la LEC anterior, estas pruebas solamente podían ser practicadas para mejor proveer (art. 1.667
LEC), pero en la LEC vigente se practican, con mejor técnica, con anterioridad a la apertura del juicio,
resolviendo entonces sobre el ofrecimiento del demandado sobre la continuación de la obra o sobre
la realización de obras de conservación de lo edificado, así como la forma y cuantía de la caución
ofrecida. Debido al silencio guardado por la LEC vigente en relación con el carácter recurrible del
auto que acuerde o no la realización de las obras absolutamente indispensables para la conservación
de lo edificado (a diferencia de lo que acontecía en la antigua ley, art. 1.665.2, que lo prohibía), la
cláusula general del art. 451 LEC obliga a que tal resolución sea recurrible en reposición sin efectos
suspensivos.
C) Fase declarativa
Practicada la fase aseguradora, ha de comenzar la declarativa, cuya finalidad consistirá,
precisamente, en ratificar o levantar la suspensión provisional de la obra decretada.
Dicha fase declarativa se realizará a través de las normas generales del juicio verbal.
4. SENTENCIA
En la LEC vigente, a diferencia de la anterior (art. 1.668), no se señala un plazo especial para
dictar sentencia en este juicio interdictal que, por tanto, será el de diez días siguientes al de la
terminación de la vista (art. 447.1). En realidad, establecida una ordenación que asegura la suspensión
de la obra solicitada por el actor y, al mismo tiempo, la comprobación de las situaciones excepcionales
para la continuación de la obra mediante la prestación de la caución que, en su caso, se fijare por parte
del demandado, o la realización por éste de obras de conservación como actuaciones previas al juicio,
no hay motivo para fijar un plazo más corto para dictar sentencia que, por otra parte, en la ordenación
anterior era un tanto ilusorio ante la facultad que se concedía al Juez de practicar diligencia de
inspección ocular, con o sin peritos, para mejor proveer.
El contenido de la sentencia (a diferencia de lo que acontecía con la LEC de 1881 que debía
consistir en la ratificación de la suspensión provisional acordada o en su alzamiento definitivo), podrá
ser estimatorio de la petición del actor, lo que, en su caso, supondrá la ratificación de la suspensión
provisional ya acordada, o desestimatorio, lo que implicará, de haberse producido, el alzamiento
definitivo de la suspensión acordada.
A) Sentencia estimatoria
El contenido de estas sentencias puede comprender dos supuestos diferentes: el primero, y quizá
el más habitual, consiste en la ratificación de la suspensión provisional; mientras que el segundo, hace
referencia a la nueva posibilidad de que la obra haya continuado de manera provisional gracias a la
caución prestada por el constructor.
a) Ratificación de la suspensión
Si cautelarmente ya se acordó la suspensión provisional de la obra, la sentencia estimatoria
implicará la ratificación de dicha suspensión y su conversión en definitiva. La LEC vigente, al
contrario de la de 1881 (arts. 1.669 a 1.674), no establece una regulación especial de la ejecución de
la sentencia que accede a la pretensión de suspensión deducida. Por tanto, ya no le es posible al
demandado iniciar un procedimiento declarativo en reconocimiento de su derecho a continuar la obra
e iniciar un procedimiento incidental, al mismo tiempo o con posterioridad a la demanda principal
(art. 1.671 en relación con el art. 1672.2º); en su lugar, la ejecución provisional o definitiva de la
sentencia habrá de regirse por las normas generales de la LEC vigente en esa materia (Título II del
Libro III). La explicación puede hallarse, de una parte, en la nueva ordenación expuesta de la fase
aseguradora, que se configura como un verdadero juicio contradictorio, con una actividad
cognoscitiva y probatoria y una resolución sobre la procedencia de las alegaciones del demandado, a
la que sigue una fase declarativa en la que nuevamente pueden reconsiderarse las alegaciones del
demandado sobre la continuación de la obra y resolverse sobre la suspensión solicitada; de otra parte,
en la posibilidad de oponerse a la ejecución de la sentencia que mantenga la suspensión; y, finalmente,
en el carácter sumario del juicio lo que permite a la parte disconforme con el fallo acudir al juicio
declarativo plenario para resolver sobre su derecho.
En consecuencia, la sentencia que accede a la pretensión de condena del actor que no sea firme
puede ser ejecutada provisionalmente a su instancia, conforme al art. 524.2 LEC. Por tratarse de una
sentencia de condena de no hacer, no comprendida en los casos previstos en el art. 525 LEC, el actor
podrá «sin simultánea prestación de caución, pedir y obtener la ejecución provisional» de acuerdo
con lo previsto en los arts. 526 y ss. LEC. Como quiera que el contenido del fallo es ratificar una
suspensión ya practicada, la ejecución provisional consiste en mantener la situación existente durante
la tramitación del recurso de apelación. Por ello, el art. 527.1 LEC impone al demandante la carga de
pedir la ejecución provisional de la sentencia en cualquier momento desde la notificación de la
providencia en que se tenga por preparado el recurso de apelación hasta que haya recaído sentencia
en éste. El Tribunal la despachará, a tenor del apartado 3 del mismo artículo y, si la denegare, podrá
interponer el recurso de apelación que se tramitará y resolverá con carácter preferente (art. 527.4
LEC).
B) Sentencia desestimatoria
La nueva ordenación realizada por la LEC en esta materia impone, como ya hemos examinado,
una doble matización basada en la posibilidad de que el demandado, mediante caución, haya impedido
la suspensión provisional de la obra.
a) Revocación de la suspensión
La LEC del 2000, en contra de lo previsto en el art. 1.679.3 LEC de 1881, establece, en este
sentido, que, si en la sentencia decidiera el Juez alzar la suspensión provisionalmente acordada,
procederá su ejecución provisional no obstante la interposición del recurso de apelación, que lo es en
un sólo efecto (art. 456.2 LEC). El actor podrá, sin embargo, oponerse a la ejecución provisional
alegando la imposibilidad o extrema dificultad de restaurar la situación anterior a la ejecución
provisional (art. 528.2.2º LEC).
Ello no obstante, y debido a la limitación objetiva de los efectos materiales de la cosa juzgada,
característica propia de estos procesos sumarios, el demandante tiene expedito el proceso ordinario
plenario correspondiente para obtener la demolición de la obra (art. 447.2 LEC).
5. MEDIOS DE IMPUGNACIÓN
Tanto en el supuesto de que la sentencia fuera estimatoria, como en el de la desestimatoria de la
pretensión de obra nueva deducida por el demandante, la sentencia, conforme a la regla general del
art. 445.1 LEC, será apelable en el plazo de cinco días. En el primer caso, la sentencia será susceptible
de ser ejecutada provisionalmente (art. 456.3 LEC); y en el segundo, solamente cuando desestima la
demanda ordenando el alzamiento de la suspensión acordada con carácter cautelar.
El legislador de 2000, se hizo eco de estas dificultades y optó por la supresión de esta modalidad
del interdicto de obra ruinosa que se concreta, a tenor del art. 250.1.6º LEC, como «juicio verbal en
el que se decidirán, cualquiera que sea su cuantía, las demandas que pretendan que el tribunal
resuelva, con carácter sumario, la demolición o derribo de obra, edificio, árbol, columna o cualquier
otro objeto análogo en estado de ruina y que amenace causar daños a quien demande». Por esta
naturaleza sumaria según la Ley, la sentencia que recaiga en este interdicto, como en el de obra nueva,
no producirá la totalidad de los efectos de cosa juzgada en los términos del art. 447.2 LEC.
Para la procedencia de este interdicto, es necesario que el riesgo de la ruina sea inminente.
En tanto que especialidad del juicio verbal, la regulación de la tramitación, así respecto al
procedimiento como a los medios de impugnación, es la general de este juicio sin ninguna modalidad
procesal. Debe, sin embargo, puntualizarse que si bien ya no tiene cabida en la LEC vigente la
solicitud de adopción de medidas urgentes de precaución o para evitar riesgos que pueda ofrecer el
mal estado de alguna cosa cuya caída pueda causar daños como pretensión objeto de una demanda
interdictal, sí cabe solicitar estas medidas como medidas cautelares asegurativas de adopción urgente.
Podrán solicitarse no sólo junto con la demanda interdictal, cumplidas las condiciones de justificación
y de prestación de caución del art. 728 LEC, sino también antes, en caso de urgencia y necesidad,
quedando sin efecto si dentro de los veinte días siguientes no se presenta la demanda ante el mismo
Juez, e incluso después de iniciado el interdicto, cuando la petición se base en hechos y circunstancias
que justifiquen la solicitud en esos momentos (art. 730 LEC). La jurisprudencia ha destacado, en
materia de interdicto de obra ruinosa, reiteradamente, la necesidad de adoptar, en las demoliciones y
excavaciones, las medidas precautorias oportunas a fin de evitar los daños para los inmuebles vecinos,
debiendo responderse cuando, de haberse tomado, el derrumbamiento no se habría producido.
2. LEGITIMACIÓN
A) Activa
El artículo 1.677 de la LEC de 1881 contemplaba dos distintas fuentes legitimadoras: la nacida
originariamente por la titularidad de un derecho de propiedad de un inmueble colindante a aquel, en
el que se hallaba la obra ruinosa, y la derivada de ostentar un interés legítimo. La nueva Ley no acoge
esta legitimación específica y excluyente, por lo que ha de regirse por las normas generales de la
tutela de intereses legítimos que puede ostentar, no sólo el propietario de inmuebles colindantes, sino
cualquier titular de un derecho real o personal afectado por la amenaza que le representa esa situación
de riesgo de daño.
A tenor del art. 250.1.6º, citado, la legitimación para solicitar sumariamente la demolición o el
derribo corresponde genéricamente a quien la obra ruinosa «amenace causar daño». Al actor
corresponde justificar su interés acreditando su relación inmediata con el riesgo que puede afectar no
sólo a los bienes raíces colindantes, sino a titulares de derechos reales de servidumbre o de uso, o
derivados de un contrato de arrendamiento o quienes ostentan la mera tenencia de esos bienes y a los
meros viandantes por algún camino, vía o senda, que pasen por la inmediación del edificio ruinoso.
B) Pasiva
Legitimado pasivamente lo está el dueño o titular del bien en ruina, si bien, caso de que no pueda
determinarse o no fuera habido, la demanda puede ejercitarse también contra el arrendatario o
inquilino. En este sentido, conforme a la teoría del riesgo secundada por el TS, y sin perjuicio de que
los efectos dañosos deben ser reparados por la empresa que se aproveche económicamente de la
actividad, la persona a la que se atribuye la autoría de los daños está obligada a justificar, para ser
exonerada, que en el ejercicio de su actividad obró con toda prudencia y la diligencia necesarias para
evitarlos, de tal suerte que su culpa se ha de presumir iuris tantum no demuestre que obró con
prudencia y diligencia.
1. Concepto y fundamento
De conformidad con lo establecido en el párrafo segundo del art. 250.1.4º se dilucidarán a través
de las normas del juicio verbal, cualquiera que sea su cuantía, las pretensiones en las que se solicite
“…la inmediata recuperación de la plena posesión de una vivienda o parte de ella, siempre que se
hayan visto privados de ella sin su consentimiento…”.
Tal y como puede observarse, el objeto litigioso se reconduce a la recuperación “de una vivienda
o parte de ella”. Por tanto, no es aplicable este interdicto para recuperar la posesión de fincas rústicas,
ni la de locales de negocio urbanos, ni siquiera de partes de una comunidad horizontal, cuya ocupación
ilegal, en todos estos casos, habrá de dilucidarse a través del correspondiente proceso declarativo.
Así, pues, este interdicto tan sólo es procedente para recuperar la posesión de una vivienda, esté
integrada en una propiedad horizontal o sea un chalet independiente. Sin embargo, no parece que, no
obstante el tenor literal del párrafo 2º del art. 2501.4º (“…recuperación de la plena posesión de una
vivienda o parte de ella”)en la práctica forense, haya de utilizarse para desalojar a un okupa de “parte”
de una vivienda, puesto que, si la vivienda está habitada y se ha ocupado una habitación o
dependencia, lo procedente será requerir la intervención de la policía judicial ante la comisión de un
delito de allanamiento de morada (arts. 202 y s.s. C.P.).
En cuanto al procedimiento aplicable, cabe destacar que el referido párrafo 2º del art. 250.1.4º se
encuentra yuxtapuesto a su número 1º que remite también a las normas del juicio verbal por razón de
la materia a los interdictos de recobrar y de retener. Luego este procedimiento, que bien podía haber
sido asimilado al desahucio por precario del ordinal 250.1.2º, ha sido conceptuado por el legislador
como un interdicto que ha de dilucidarse mediante las normas del juicio verbal.
Dispone el segundo apartado del art. 250.1.4º que tan sólo pueden solicitar la recuperación de la
vivienda a través de este sumario procedimiento “…la persona física que sea propietaria o poseedora
legítima por otro título, las entidades sin ánimo de lucro con derecho a poseerla y las entidades
públicas propietarias o poseedoras legítimas de vivienda social”. Lo que viene a contemplar el
precepto es el presupuesto procesal de la “capacidad de conducción procesal”, de la que tuvimos
ocasión de ocuparnos en la Lección 5ª de nuestro Manual de Derecho Procesal, I, Parte General
(epígrafe II).
De la redacción del precepto llama poderosamente la atención de que, como regla general, este
interdicto tan sólo lo pueden utilizar las ”personas físicas” y las asociaciones siguientes: a) “las
entidades sin ánimo de lucro con derecho a poseerla” u O.N.G., siempre y cuando ejerciten su “ius
posidendi” por disposición legal, testamentaria o contrato (vgr.: el de arrendamiento), pero no lo
pueden ejercitar cuando ostenten exclusivamente la nuda propiedad, a diferencia de b) “las entidades
públicas” (normalmente las Corporaciones Locales), que no sólo pueden ser “poseedoras legítimas”,
sino también “propietarias”, siempre que en ambos casos lo sean “de vivienda social”, esto es, no
de cualquier propiedad o posesión de sus bienes privativos, sino únicamente de las viviendas
destinadas a satisfacer las necesidades de las personas y unidades familiares en riesgo de exclusión
residencial.
Fuera de estas entidades quedan excluidas del ejercicio de esta acción interdictal las personas
jurídicas, tanto las de Derecho Privado (civiles o mercantiles), como las del Derecho Público no
contempladas en el referido art. 250.1.4º, si bien con respeto a estas Administraciones Públicas hay
que diferenciar los bienes de dominio público, de los patrimoniales, pues los primeros los puede
rescatar de oficio la Administración (véase supra. IV.3.B.a), en tanto que a los patrimoniales les
alcanzaría la prohibición.
A mi parecer esta prohibición podría devenir inconstitucional, pues las personas jurídicas son
también titulares del derecho a la tutela judicial efectiva del art. 24.1 C.E., máxime si se repara en
que, como indica el art. 19.3 de la Grundgesetz (Constitución alemana), «los derechos
fundamentales se extienden a todas las personas jurídicas nacionales, en la medida en que,
con arreglo a su respectiva naturaleza, aquéllos les sean aplicables» y qué duda cabe que la
titularidad del derecho de acción, atendida su naturaleza (no así, por ej., el derecho a la vida
humana) es reclamable también de las personas jurídicas, sin que exista una justificación
objetiva y razonable de la prohibición de su capacidad de conducción procesal para la
interposición de este interdicto.
4. Legitimación.
A) Activa
La legitimación activa la ostenta el poseedor jurídico. Normalmente esta cualidad suele coincidir
con la de propietario, pero no necesariamente. De este modo, si el propietario hubiera suscrito con un
tercero un contrato de arrendamiento o de usufructo, quien ostentará la legitimación activa será el
arrendatario o usufructuario, pero no el nudo propietario.
Al requerir el art. 250.1.4º que la legitimación del demandante sea “jurídica”, se diferencia así este
interdicto de los demás posesorios, en los que, tal y como tuvimos ocasión de estudiar más
detenidamente (supra III.5.A) la legitimación activa la ostentan los “poseedores de hecho”.
B) Pasiva
5. La notificación de la demanda.
Tal y como disponen, tanto el art. 399.1, como el 437.1, en la demanda el actor ha de consignar
“los datos y circunstancias de identificación del actor y del demandado”. Pero, de esta regla general
hay que exceptuar el presente interdicto en todo lo referente a la identificación del demandado, pues
el actor no tiene por qué conocer estos datos de identificación del okupa. De aquí que el art. 437.3.
bis establezca que la demanda “…podrá dirigirse genéricamente contra los desconocidos ocupantes
de la misma (vivienda), sin perjuicio de la notificación que de ella se realice a quien en concreto se
encontrare en el inmueble al tiempo de llevar a cabo dicha notificación”.
Por lo tanto, en este proceso sumario, al actor no le asiste la carga de indagar (mediante sus
investigaciones personales o por la vía de las diligencias preliminares a la demanda del art. 2561.1º)
y determinar en la demanda la identificación del demandado, pudiendo dirigirla contra quienes estén
efectuando actos de ocupación ilegal de su vivienda.
En tal supuesto, dispone el art. 441.1. bis que “…la notificación se hará a quien se encuentre
habitando aquélla. Se podrá hacer además a los ignorados ocupantes de la vivienda. A efectos de
proceder a la identificación del receptor y demás ocupantes, quien realice el acto de comunicación
podrá ir acompañado de los agentes de la autoridad. Si ha sido posible la identificación del receptor
o demás ocupantes, se dará traslado a los servicios públicos competentes en materia de política
social por si procediera su actuación, siempre que se hubiera otorgado el consentimiento por los
interesados”.
Si, como desgraciadamente suele ser habitual, pudiera preverse actos de violencia por parte de los
ignotos demandados, quien haya de realizar la notificación personal “…podrá ir acompañado de los
agentes de la autoridad”.
Aunque el precepto no lo diga de manera expresa, tales agentes de la autoridad han de proceder a
la identificación de los okupas y, si requeridos por ellos a tal efecto, se negaran a identificarse, ante
la comisión de un delito de desobediencia a la autoridad (arts. 550 y s.s. C.P.), podrán ser conducidos
a la dependencia policial más cercana en virtud de lo dispuesto en el art. 16.2 de la L.O. 4/2015, de
30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana, a los solos efectos de efectuar su identificación.
De aquí que no sea procedente lo dispuesto en el segundo apartado del precepto (“Si ha sido
posible la identificación…”), ya que dicha identificación tiene que ser siempre posible y necesaria
para determinar el sujeto pasivo del lanzamiento y, en último término, los límites subjetivos de la
cosa juzgada.
Una vez efectuada dicha identificación, habrá de darle traslado de la demanda a los “servicios
públicos competentes en materia de política social”, que, como regla general serán los del
Ayuntamiento concernido, pero al único efecto de que puedan, en su caso, proporcionar a los okupas
una vivienda social, siempre y cuando se encontraran en una situación de vulnerabilidad económica
y de exclusión residencial.
6. La “sentencia” inmediata.
Tanto el párrafo segundo del nuevo apartado 1 bis del art. 441, como el también nuevo apartado 1
bis del art. 444, contemplan la posibilidad de dictar, tras la presentación de la demanda, un auto o
sentencia inmediata
Prevé este último precepto la posibilidad de que el demandado no conteste a la demanda “en el
plazo legalmente previsto”, que es el de diez días establecido por el art. 438.1, en cuyo caso “se
procederá de inmediato a dictar sentencia”.
Como puede observarse, le asiste al okupa la carga procesal de aportar un título que legitime su
mera posesión de hecho y, si no lo aportara o fuera insuficiente, el juez ordenará “la inmediata entrega
de la posesión de la vivienda al demandante”, lo que conlleva una orden de lanzamiento, siempre y
cuando, previa examen de oficio del título del actor, declare en su auto que su título aportado acredita
su posesión jurídica.
Y, si el actor tampoco justificara su “ius possesionis”, debido la inexistencia en nuestro
ordenamiento de una llamada de oficio al verdadero titular (imposible, por otra parte en la práctica,
ante el desconocimiento del juez de la titularidad de la posesión jurídica del inmueble), pues el art.
14 tan sólo contempla una litisdenunciación de las partes al tercero, habrá de sobreseer el
procedimiento, todo ello si perjuicio de que el auténtico titular de la posesión jurídica pueda intervenir
en el proceso al amparo del art. 13, siempre y cuando lo efectuara con anterioridad a esta resolución
de archivo. En cualquier caso, esta resolución no producirá efecto material de cosa juzgada alguno,
quedando expedita la vía interdictal al verdadero titular quien podrá interponer, contra el okupa, nueva
demanda interdictal.
7. Inexistencia de vista.
No parece que en este juicio verbal pueda disponerse la apertura de vista. A esta conclusión se
hace obligado llegar, si se repara en que, tal y como hemos tenido ocasión de examinar, la sentencia
inmediata sucederá siempre que “…el demandante hubiera solicitado la inmediata entrega de la
posesión de la vivienda” (párrafo segundo del apartado 1 bis del art. 441), pretensión que resulta
consustancial a este interdicto de recuperación de la posesión perdida y cuya ausencia provocará la
apertura de un simple juicio verbal, en el que, al versar su objeto en una cuestión meramente jurídica,
consistente en la aportación y decisión del título suficiente de la posesión jurídica, no debieran
ninguna de las partes solicitar la apertura del proceso a prueba (art. 438.4), en cuyo caso el juez
también habría de dictar una sentencia inmediata.
8. Medios de impugnación.
9. Ejecución.
Tal y como dispone el último apartado del art. 444.1bis, “la sentencia estimatoria de la pretensión
permitirá su ejecución, previa solicitud del demandante, sin necesidad de que transcurra el plazo de
veinte días previsto en el artículo 548”.
Así, pues, debe el actor ejecutante solicitar el lanzamiento del okupa sin que sea de aplicación el
plazo de espera de la ejecución de 20 días contemplado en el art. 548, ni el de 1 mes del art. 704.1,
puesto que la vivienda ilegítimamente ocupada no puede ser reputada “vivienda habitual del
ejecutado”, debiéndose efectuar el lanzamiento al amparo de lo dispuesto en el art. 703.
Lo que no significa que el lanzamiento haya de ser inmediato, pues, tal y como dispone el art.
150.4, “cuando la notificación de la resolución contenga fijación de fecha para el lanzamiento de
quienes ocupan una vivienda, se dará traslado a los servicios públicos competentes en materia de
política social por si procediera su actuación, siempre que se hubiera otorgado el consentimiento
por los interesados”. Y para que resulte eficaz esta comunicación y al objeto de prevenir situaciones
de exclusión residencial, la Disposición Adicional de la Ley 5/2018 consagra una política de fomento
de viviendas públicas, que han de cumplir especialmente las Administraciones Autonómicas y
Locales, “…a fin de dar respuesta adecuada y lo más inmediata posible a aquellos casos de
vulnerabilidad que se detecten en los procedimientos conducentes al lanzamiento de ocupantes de
viviendas y que exigen actuaciones previas y coordinadas de las administraciones competentes”.