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Una La Lupe que no canta, pero te hace sentir(la)

No basta con fingir un acento cubano y actuar extravagante para “hacer” a La Lupe. Creo
que esto es uno de los más grandes hallazgos que me llevé al ver esta pieza.

Un personaje requiere mucho más que simples artificios, y a mi parecer, aún más si fue
alguien que vivió realmente. En ese momento en que tomamos a un personaje para darle
vida, nuestro cabello ya no es nuestro, tampoco lo son las manos, ni los senos, ni el
cuerpo, ni la voz, y tampoco nuestro mirar ni nuestro reaccionar; todos ahora le
pertenecen. Somos solo un espacio, una estructura, un alma que ahora habita el
personaje.

La entrega y compromiso que le dio Samantha Castillo a este personaje, a la mano del
maravilloso director, Miguel Issa, fue simplemente impecable y fascinante. El dominio de
la atención así como del espacio, el magnífico trabajo de cuerpo, voz y la administración
de energía, la recreación del deterioro; son otros de los valiosísimos hallazgos que pude
llevarme de esta obra maestra. ¡Que el sudor hable por sí mismo!

Además, esta pieza contó con un extraordinario texto, escrito por Roberto Pérez León,
que nos presenta a una Lupe en una desnudez muy particular, especial. Nos deja
contemplar sus miserias, sus pensamientos más íntimos, su sencillez y la organicidad de
su autenticidad.

Agradezco mucho el rumbo que tomaron estos artistas, para darnos una prueba más de
las maravillas que forman parte del teatro venezolano.

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