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El mundo griego.

Observaciones fenomenológicas acerca de algunas ‘herencias


culturales’1

Por: Neldo Candelero (UNR)


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NOTA: Las herencias culturales en que nos ocuparemos: Arte y


Cultura. De tales herencias, procuraremos el recupero de unos
modos o sentidos ‘griegos’ –y lo haremos, estratégicamente, en
frecuente contraste con los sentidos ‘modernos’ de Cultura y
Arte, a sabiendas de que somos los occidentales de hoy, más
próxima y cercanamente ‘modernos’, que ‘helénicos’.

1. Consideraciones liminares.
Iniciémonos con un ‘control semántico’… Observaciones. Por cierto, hay
zanjadas diferencias entre experimentar y explorar. Científica y tradicionalmente
la experimentación es proceso abstractivo y sintético, conducido por una
intencionalidad teórica. La experimentación y observación científicas
comportan un orden reglado y se destinan a la búsqueda de un objetivo pro-
yectado. La experimentación y la observación son trabajo y tarea; la exploración,
contrariamente, es todo un estado de flotación…: lo que implica un proceso según
las vertientes de la realidad, y un destino que no se cumple ni se obtiene, sino
que se aviene o se encuentra –sin previsto plan. (Uno suele sorprenderse,
advirtiendo, lo que no pensó.) Observaciones fenomenológicas. Observaciones no
necesariamente opositivas o contravencionales, pero sí liberadas del lógos de la
razón: observaciones del fenómeno: desde y según sus vetas y vertientes.

1
Ponencia de apertura VII Jornadas de cultura greco-latina (Sede Rosario – Argentina).
“Memorias del mundo antiguo. La cultura greco-latina y sus proyecciones”. Días 6, 7 y 8 de
julio de 2015.- Escrito incluido en: Candelero, Neldo. Apuntes sobre el hombre-que-somos,
Laborde, Rosario, 2018.-
1
Herencias culturales. No se piense que la herencia es ‘cultural’ porque ha
sido pura ‘cosa de los hombres’; pues las cosas physicas, actividades sensibles
extra-humanas y en ocasiones in-humanas, perfectamente saben devenir o
resultar obras al hombre –inherentes y estructurales. Lo cultural es aquí aquello
que llegó-a-ser, que ad-vino al haber de los hombres –pero con independencia
de su origen, humano en ocasiones, no humano en otras. Herencias culturales.
Es Konrad Lorenz (biólogo, filósofo), quien advierte que aun en el terreno
biológico debe destacarse el sentido jurídico del término ‘herencia’. No porque
lo jurídico dé cuenta del proceso de la vida, aunque sí porque en lo ‘jurídico’
mejor se muestra el aspecto donativo que toda heredad implica. Herencia es
dote: cosa-que-se-tiene, aunque por vía del legado (la donación), por acción
unilateral.2 La herencia deviene constitutiva (propiedad), pero no debe
olvidarse: al destinatario, ab initio, le aparece nueva y heterogénea –salto y
ruptura.
Tomemos un caso, para visualizar… Un caso de herencia cultural:
Sócrates. Allá por el siglo V Sócrates pro-pone al Diálogo como método y al
Concepto como télos gnoseológico –como verdad. Los atenienses de aquel
tiempo no le comprenden --y todos sabemos cómo acaba su biótica historia.
Hoy, contrariamente, leemos a Sócrates –podemos hacerlo desde cualquier
Manual o Historia de la filosofía-- y nos parece claro, sencillo, comprensible, y
hasta por qué no, banal. ¿Aquellos, los atenienses de entonces, fueron primarios
y rústicos hombres, escasamente filosóficos…? ¿Somos nosotros
contrariamente, por la inhumana aunque benigna evolución, más lúcidos,
inteligentes y perspicaces…? No nos parece.
Es que en realidad, aquel Sócrates de la Atenas de Pericles es la
vanguardia del s. V a C.; o desde otro respecto: los atenienses de aquel entonces
son bárbaros a Sócrates –no hablan la lengua socrática. (Sócrates es nuevo y

2 Los medievales hablarían de gratia –aquello que es don y cambio –regalo y


transformación.
2
heterogéneo a sus contemporáneos: salto y ruptura.3) ¿Y nosotros…? Nosotros
en cambio sí somos socráticos –estructural y procedimentalmente--: y es por
ello que bien y prontamente le entendemos. Sócrates es nuestro inicio (uno de
muchos y varios…), pero no menos nos es interno y constitutivo –nuestra
herencia: nuestra arkhé. La arkhé, el origen a modo griego, es toda una herencia.
Un evento; a los hombres, esencialmente heterogéneo e impropio;
espacialmente ajeno, extranjero; temporalmente instantáneo, ocasional
(cualquier ‘momento’ es pasible de ser tiempo de origen); a su vez, principio y
constitución –salto y realización.

Somos, los occidentales que somos, arquetípicamente greco-romanos y


judeo-cristianos…, aunque además ‘germánicos’, y más próxima e íntimamente
‘modernos’ e ‘ilustrados’, ‘cinematográficos’, y últimamente ‘informáticos’.
Somos los hombres que somos, polifiléticos: esto es, iniciados y compuestos de
muchos orígenes. (Y así seguirá siendo; lo viviente es creado todo el tiempo:
conservación y creación son momentos de un mismo proceso vital.) Así, saber de
nuestros orígenes será saber de nuestros comienzos, pero también de nuestra
estructura y modalidad. (Lo gnoseológico tiene efectos antropológicos.4) Ahora
bien, toda una curiosidad y fecundo beneficio es que el recupero de aquellos

3 En un sentido Sócrates no es siquiera ateniense; extraño en su propia tierra; fue –a la


Atenas de Pericles-- lo que de hecho se le propuso: o ser muerto, o exilado –Sócrates
fue en Grecia lo extraño en lo propio.
4 En tal tesis se justifica el “conócete a ti mismo” (gnothi sauton) de Sócrates. Propuesta

que es gnoseológica, con efectos antropológicos, pero además cognitivamente


‘religiosa’. El “conócete a ti mismo” excede a la ciencia como saber, y al hombre como
sujeto. Dice von Balthasar: “El Gnothi sauton de Delfos dice, en primer lugar: ‘Entra en
ti mismo, retírate, reconoce que no eres Dios’”. (H. U. von Balthasar, “Consideraciones
acerca del ámbito de la mística cristiana”, en Mística. Cuestiones fundamentales, Ágape, Buenos
Aires, 2008.) Vital, no científicamente, la sentencia advierte al hombre de su TARA –
dificultad, impericia, carencia, pero también atavismo, repetición, circularidad--, no
otra cosa que ‘la otra cara’ del talento, la propiedad. Sólo en el reconocimiento de la
precariedad del ser ‘humano’ aparecerá toda y cualquier ‘alteridad’ (Otro) como la
ocasión de acceder a la más extrema de las libertades: pasar a ser ‘otro’ que lo que soy.
(La libertad a modo ‘posmoderno’ se piensa como libertad de elección; pero ésta
siempre es, y apenas, el ejercicio de una variante de lo que somos: replicación.)
3
orígenes y herencias griegas --que hoy parecen quedarnos tan profundos y
lejanos--, nos ofrezca reales alternativas y variantes para los hombres que somos
–más cercana y superficialmente modernos y posmodernos.

2. La cultura: ‘entre’: los griegos.5


Desde los ‘tiempos modernos’ que la noción de ‘cultura’ remite al
hombre. Al hombre en exclusiva, al hombre autosuficiente –principio y fin de
todo cuanto hay o se hace. Gestor de las obras de arte, las obras útiles, las ideas,
las teorías, los seres imaginarios, los divinos…, nada se opone o resiste a la
potestad humana de entendimiento o producción: ni siquiera la Naturaleza, que
aprehendida como ‘medio’ deviene soporte material (materia), o reserva
energética (energía) para el Arte y la Técnica –u objeto para la Ciencia.
El hombre es sujeto de la cultura. Es más, actualmente, sólo ello hay:
hombre y cultura. Nada extraño o ajeno aparece a los humanos en estos
tiempos, fuera del otro-hombre. Todo lo demás, dioses, cosas, obras, e ideas, le
pertenecen: o emergen, o se remiten al hombre. En términos físicos, es el
hombre: causa eficiente –esto es, causa única, completa y proyectiva. Causa única.
No hay más causa que el hombre –ya no hay ‘multicausalidad’ en los procesos
de gestación como en Aristóteles. (Recordemos que en el estagirita las causas de
toda poiesis son múltiples y variadas.) Causa completa. Ya no intervienen
realidades extra-humanas en los procesos productivos, como en la Grecia
antigua (Musas). Causa proyectiva. Es el hombre quien puro y solo –como una
esfera, ovoide: cigoto— eyecta desde sí y dispone el Ser que ‘realizará’ a todo lo
que fuere. Pro-yecta: Plantas industriales, Represas hidroeléctricas, aunque no
menos alternativas y adversarias Reservas naturales y Organizaciones
ecológicas. El hombre: sujeto de la cultura; el hombre, causa motora de la
Historia. Grecia, en este caso, como tantas veces, nos ofrece una alternativa.

5 Comporta, el ‘entre’, el sentido de interno, dentro, interior…, aunque a la vez, el de lo


intermedio --en este caso: entre los griegos y los dioses. (La presente ‘aclaración’
también vale para el venidero título: “El Arte: ‘entre’: los griegos”.)
4
Podríamos continuar en la línea de lo ya propuesto, en relación a
Aristóteles y su tesis de multicausalidad para lo que hay y aparece; sin embargo
preferimos ubicarnos aún más atrás y más al interno del modo griego de ser.

La antropología griega, por lo pronto, es primaria y vital; no pensamiento


reflexivo sobre el hombre –tal como lo ejercemos desde la Modernidad--, sino
ejercicio de vida. Y por otro lado…, ese ejercicio de vida es teándrico (W. Otto).
Esto es: implica un hombre en estado de apertura íntima y fenoménica hacia lo
divino como Otro.
En la Modernidad, lo divino cabe entero en la proyección subjetiva –lo
divino no es otro-que-lo-humano. (Solemos oír, en enunciados particulares…
“Lo divino no es otra cosa que una construcción ideal eyectada desde la
interioridad humana”; lo divino, ficcional y ad hoc, “apenas consiste en su
efectividad paliativa” –es cosa ‘contra’ la desesperanza, la soledad, la
posibilidad de la inexistencia…) Para los modernos, y los modernos que somos,
lo divino es obra: a menudo de oro, pero siempre becerro. No para los griegos…
En Grecia, contrariamente, lo divino está muy lejos de ser idealidad: no es
concepto ni dibujo, sino realidad fenoménica. Y está muy lejos de ser un
constructo. Es mas bien de aquellas cosas que se encuentran –en ocasiones se
tropieza con lo divino, en otras lo divino interfiere e interviene, o se inyecta.
Mas, por lo pronto, el encuentro es estético, perceptivo, sensible --no intelectual,
teorético, abstracto. No se trata de una ‘idea’ que se opone, sino de un
fenómeno que difiere en su dinámica y acción. Una real alteridad que se da –
extra-humana— en ocasiones a favor del hombre (humana) y en otras contra el
hombre (inhumana). Los dioses aparecen sensiblemente, y libres en su
aparición sensible –desde sí. (Los dioses griegos no son antropomorfos –tal cosa
es proyección moderna: son los griegos, theomorphos.)
Ahora bien, también debemos rehusarnos a pensar lo antedicho desde
nuestro moderno ‘culturalismo’ –variante ‘historicista’ del subjetivismo y

5
humanismo al que remitimos prácticamente todo cuanto hay. (Para nosotros
‘modernos’ las diferencias que tenemos con los griegos son diferencias
‘culturales’. En otros términos, lo pensamos así: “Ellos han creado una cultura
distinta a la nuestra…” Fin de la cuestión… Es simple, y es todo. ) Pues bien, lo
que acabamos de proponer –los dioses son a los griegos todo un acontecer
fenoménico-- no es ‘idealidad’ o ‘cultura’ de los griegos, y por lo tanto, tampoco
es propuesta ‘cultural’ griega. (No es que los adultos griegos enseñan a los
niños, en tesis e ideas, a unas numerosas y varias divinidades, en las que los
pequeños no tardarán en confiar. Tal propuesta implicaría un ‘dogmatismo’,
plenamente extraño a los griegos –y más propiamente moderno y judeo-
cristiano.) Para entender esta convivialidad de los humanos y lo divino en Grecia,
debemos comprender que el encuentro estético del hombre con lo divino es un
encuentro de tipo existencial, entre vivientes –entre la fáctica humanidad del
hombre y la concreta supra-humanidad de lo divino. En otros términos, el griego
detecta a lo divino en y a partir de su superioridad existencial; lo divino aparece
al griego, vitalmente mayor… ¿Es enseñanza cultural y educativa? Insistimos:
no. Observémoslo más de cerca --en lo que la physis, fenomenológicamente,
tiene de divino.
Los hombres nacen, y crecen, envejecen…, y mueren. ¿La primavera…?
La primavera, que es uno de los modos de la sempiterna y divina physis, la
primavera adviene, permanece, lentamente decrece y se va…, hasta
desaparecer. Pero luego, cada vez, vuelve, retorna, enérgica y plena, llamativa y
fresca; joven, como la primera vez. La physis es divina, no por Dogma, no por
Cultura, sí porque físicamente puede más…, que todo hombre. La physis puede
volver. (Lo divino en Grecia tiene un registro observable: no es idea de la
Cultura.)
Los hombres pasan…, y no vuelven. Pero lo divino es lo que siempre
puede volver a ser, a estar, aquí, otra vez, y otra vez. Hay más poder vital en
ciertas ‘cosas’ de entre las que hay en la vida. Lo divino puede más. El

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reconocimiento humano de lo divino no es otra cosa que un conocimiento que al
griego se le hace inevitable e innegable. Lo divino puede más que el hombre –y
no es teoría, o hipótesis, o dogma, es lo que hace sensiblemente y
poderosamente cada vez, por ejemplo, la divina physis. (Lo divino es eterno…
Mas no al modo moderno en cuanto ‘lo que no cesa’, o ‘no se corrompe’, sino
más bien, en cuanto es aquello que puede volver a ser/estar, cada vez, como la vez
primera.)

Entonces y así, aparecen implicancias antropológicas: La existencia del


hombre griego no es solitaria –como la del hombre moderno. El hombre griego
no es solo, sino con-lo-divino: El cielo es la tierra. La Cultura, claro que es obra y
fruto de una poiesis, y que adviene al hombre, en él y a su través; pero no mana
en Grecia de un hombre exclusivo (sujeto moderno). La Cultura es cosa de
hombres, y dioses. La Historia humana es la traza de un azaroso diálogo vital
entre dioses y hombres.

Probablemente, el griego frente a la pregunta por el ‘origen


de los dioses’, habría contestado: “No lo sé…, cuando
llegamos, ya estaban. Impensadamente, son los que
siempre pueden aparecer, como la vez primera –sin
desgaste, sin mengua… Son, los eternamente jóvenes…”

3. El Arte: ‘entre’: los griegos.6


i. De tan habituados a preguntar acerca del Arte –de lo que el Arte sea,
cuándo lo es…, de sus condiciones--, al fin y al cabo acabamos obligándonos a
encontrar respuestas –acabamos inventándolas. Es lo que nos sucede
‘históricamente’ y desde los tiempos modernos; pero no menos, existencial y

6 Vid., nota a pie anterior.


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ontológicamente, es decir: continúa sucediéndonos –y es que al fin y al cabo
hemos venido a nacer en un mundo moderno, y todo el tiempo lo activamos. El
Arte es tema: un tema de la conciencia. (Conciencia ‘iluminista’, a la que,
naturalmente, ninguna opacidad ni fuga la detiene.)
Ahora bien, el arte a los griegos es cosa que (le) ad-viene de otro lugar…
--de otro lugar que la conciencia. Más aun, el arte, en realidad las obras de arte,
contravienen a los lógicos procesos cognitivos –e incluso sociales, éticos,
políticos. (Platón lo sabe, y lo dice.) El Arte es ‘otro’ que el pensamiento
conceptual. Lo que sí es, y plenamente: es cosa, esto es: realidad, evento
inevitable e insoslayable --efectivo. El arte, la obra, es cosa que a la conciencia la
‘pone a pensar’, le ‘da que pensar’… Y así es que algunos griegos lo hacen.
Platón –v. gr.— piensa al arte en sus obras: y concretamente le denuncia su
nocividad y peligrosidad –cognitiva, moral, política.
¿Por qué Platón se hace cargo del Arte…? ¿Por qué lo piensa…?
Nuevamente, y desde otro respecto: No hay razón escolástica, o institucional, o
ideológica, o cultural. Tiene que ver con la sensitiva efectividad del arte. El arte, la
obra de arte, es ‘cosa’ por eficaz –evento ineludible e inolvidable en y por su
acción. Impacta, clama, convoca, seduce, enfada, aquieta, inquieta…, y todo
ello, con llamativa eficacia. Más aún, frente al pensamiento racional, y en el
juego de la eficacia y el poder…, claramente triunfa. Así, y por ello, es que el
pensamiento racional se ocupa del arte… Obra de arte: hay, aparece; y en su
emergencia se ofrece poderosa y dominante de los hombres; y en su emergencia
aparece extraña, incoherente y fugitiva a la razón.
El arte es todo un exceso a la conciencia, pero a la vez un impactante y
movilizador desafío. La conciencia no logra dejar de pensarlo; a la vez que se
revela a sí misma inepta para atraparlo. (Platón sabe todo esto del arte; del arte
y de la belleza, de la que dice: “La belleza es difícil…”.) Reconoce la existencia
del arte; su efectividad; su irracionalidad, pero además secretamente, su
peligrosidad –esa eficacia corpórea capaz de movilizar y mutar al espectador:

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capaz de imponer sentidos al hombre, aunque no menos capaz de disponer
sentidos en el hombre. Detecta Platón que el arte, hace hombres… No lo
recomienda, pero justamente en su advertencia, y hasta en su desespero, se
implica que supo de su poderío.
Sí para nosotros, preeminentemente modernos, para los que todo tiene
un soporte teorético o institucional…, pero en la Grecia antigua el arte no
emerge ni de la institucionalidad ni de las ideas. El arte surge silvestre –porque
sí (a la conciencia), pero además desde sí y según sí mismo. No hay Manifiesto ni
Comunidad, ni Museo ni Escuela que le preceda. No fue ‘primero’ la definición
del Arte; antes fue y hubo obra de arte. Es la obra de arte la que precede al Arte
en Grecia. De todos modos, aún hoy el modo procesal se reitera en los planos
varios del mundo: aún hoy son los amantes quienes inician y fundan las
variaciones conceptuales del Amor.

ii. Platón nos dice que la obra afecta al alma irracional. Mucho nos cuesta
saltar por sobre nuestras estructuras ‘modernas’ y ‘posmodernas’, pero se hace
bien pertinente en este caso pensar por fuera de la Psicología esta noción de
‘alma irracional’. En un sentido: conciencia irracional. No una conciencia
reflexiva --acaso la única modalidad de conciencia que carga, desde la
Modernidad, con el derecho de ser tal--, sí una conciencia inflexiva. No una
conciencia que piensa; sí una conciencia que advierte.
A esta conciencia receptiva es a la que la obra afecta, moviliza, modifica. La
obra de arte se ubica antes y por debajo de la flexión cognitiva –por debajo de la
conciencia reflexiva--; la obra se externa e interna en una conciencia que la
descubre y encuentra –una conciencia que todavía no juzga ni captura:
verdadero ‘monitor’. Conciencia ‘irracional’, ‘básica’, ‘animal’, ‘corpórea’,
‘niña’…, podrán imputársele otras más penosas calificaciones a esta conciencia,
pero jamás negársele que sabe de lo que le es ajeno, que es la que porta noticia de
la alteridad. Conciencia humilde, ingenua, pero adaptable y concordante. Se

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trata de la conciencia estética (aisthesis): corporal, receptiva, ingenua,
testimonial; diversa, pero a la vez fundante de la diánoia: que es abstracta,
procedimental, argumentativa, fundamentadora, judicativa. La conciencia
estética es ‘otra’ que la conciencia ‘filosófica’: otra y anterior.
Cito a Schrödinger, que cita a Galeno, que cita a Demócrito. Discuten la
diánoia y la aisthesis, y la primera dice:

‘Aparentemente existe el color, la dulzura, lo amargo; pero en


realidad sólo existen los átomos y el vacío’, a lo que la aisthesis
replica: ‘Pobre intelecto, nosotros te hemos prestado la
evidencia de ti mismo, ¿y tú quieres derrotarnos? Tu victoria es
tu derrota’.7

La obra de arte en su emergencia fenoménica –en su salirse de sí


corporal, en su expansión sensitiva, ec-sistencia— impacta a la bien primaria e
irreflexiva conciencia estética, pero no queda fuera. La obra, fenoménicamente
se in-yecta, y así constituye. Tal cosa, podemos visualizar en el teatro griego, pero
no menos en un arte actual como la cinematografía. Puede observarse: cómo es
el ‘personaje’ el que nos pone tristes, melancólicos, coléricos, o felices…; de qué
modo la obra en su ser fenoménico, en pro-venientes imágenes y vibratorios
sonidos, se posa en nosotros, y entonces prestamos conciencia y cuerpo a un
guión que nos es ajeno. En efecto, hay toda una verdadera cesión corporal-
conciente del espectador, a la obra; pero ello sólo es posible porque la obra
previamente y en su salirse fenoménico se nos da, se nos pone en nosotros y hace
inherente. Somos nosotros la pantalla final de la pro-yección cinematográfica.
Las imágenes y sonidos explotan en los espectadores que somos, haciéndonos
participantes. (Es decir, hay ocasiones, en que aparecen obras que son mayores --
que quienes las espectan.) Y luego…

7 Schrödinger, Erwin. Mente y Materia (Conferencias Turner. Trinity College, Cambridge,


oct. 1956), Tusquets, Barcelona, 2007, p. 129.
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Luego, con posterioridad, reflexionamos sobre lo que nos ha pasado. Es
entonces que la conciencia reflexiva y judicativa nos convence: de que hemos
decidido, de que fuimos nosotros los que optamos e interpretamos; de que el
‘sentido’ es y siempre ha sido nuestro; que como espectadores siempre hemos
sido sujetos –de que hemos estado todo el tiempo a cargo de la obra ajena y de
nosotros. Más no sospecha esta conciencia reflexiva que siempre acaba por
ocuparse de un tema que le fue dado, y que en origen, no le pertenece; que lo
que piensa le fue donado, y no es su creación. Y es que la conciencia flexionante
sólo se ocupa de lo reflejo --lo especulado, la imagen. Y así queda sin posibilidad de
sospechar siquiera que lo que ve, no es sino lo que previamente, le ha tocado. (La
conciencia reflexiva de la que hablamos es visual, la inflexiva es táctil: pero es el
calor el que ofrece y propone a la imagen.)
Los griegos y Platón en particular lo sabían: No somos tan sujetos del
mundo como los modernos ilustrados nos han enseñado y de lo que nos han
convencido --y no nos conduce solamente un inconciente individual o colectivo.
También, y sutilmente antes, nos inducen y hacen ser según propio modo
algunas obras de arte. (Sin lógica, sin dialéctica. Estocásticamente los hombres
evolucionamos desde lo que no somos ni sospechamos.) Platón había detectado
esta ‘potestad’ del arte; y probablemente le daba vértigo –placer y temor a la
vez-- verse movido por esos aconteceres encantadoramente volátiles y
desanclados. Nosotros, al arte, le negamos todo el tiempo su potestad; pero no
importa, el arte sigue y seguirá efectivamente sucediendo –sucesivamente
efectuando.
El arte en Grecia empezó en las calles, no en las Escuelas; y continuó
ofreciéndose desde hombres científica y filosóficamente infundados o ingenuos.
Toda una maravilla es que aún conserve para sí ese poder silvestre, libre y
encantadoramente eficaz. El arte es fugitivo de la conciencia científica y
filosófica: si lo capturas, no es él –peregrino, siempre sabe abrirse paso y hacerse
vida en otro tiempo y en otro lado.

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4. Coda.
El recupero de nuestros orígenes no es un simple y solo proceso de
retorno y remisión al pasado historiográfico. Internos –nuestros orígenes--, los
activamos en cada una de nuestras acciones vitales y cognitivas. (Somos
socráticos aún en la ignorancia histórica y filosófica del maestro de Platón.) Y
todo inicio que constituye, toda herencia, tampoco es idealidad universal
establecida y fija, definitiva e inequívoca –como una ecuación matemática--, es
más bien procesal, toda una modalidad. Así, recuperar lo original –principio y
elemento-- no es atenerse y concordar –y menos intelectual y académicamente--,
sino más bien jugar el origen, actuarlo, reactivarlo --‘en carne y hueso’.
Obsérvese, que la propuesta que efectuamos es todo un proceso de recreación
mimética: una mímesis a modo Aristotélico. Uno de nuestros orígenes
(herencias), hoy, acaba de volver a pasar.-

Fin

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