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Estudié ingeniería civil, pero, en mi paso por la universidad, me dediqué a otra cosa,
a programar computadores. Decidí después estudiar una maestría en economía
como una alternativa al desempleo. Terminé mi maestría con el firme propósito de
convertirme en unmacroeconomista. Salí del país a hacer un doctorado y abandoné
la macroeconomía a mitad de camino. Hice mi tesis doctoral sobre asuntos
sociales. Me convertí en un investigador en economía social. Con el tiempo fui
profesor y tecnócrata. Además de columnista y bloguero en mis ratos libres. Escribí
varios artículos técnicos sobre el sistema de salud colombiano. Participé en muchos
debates sobre sus logros y extravíos. Y, contra todo pronóstico, terminé en el
Ministerio de Salud, enfrentado a un problema complejo, no de índole
macroeconómica ni técnica, sino de naturaleza filosófica, a saber, ¿cuáles son los
límites éticos y legítimos del derecho a la salud?
En síntesis, comencé como un ingeniero civil con ínfulas de programador, quise ser
macroeconomista, fui investigador social y opinador consuetudinario, y fui después
arrojado abruptamente a la arena pública y allí he tenido que lidiar con uno de los
dilemas éticos más complejo de las sociedades modernas.
Jamás imaginé que iba a vivir la vida que he vivido. Todo lo que pasa tiene
probabilidad cero pero pasa. El azar puede casi siempre más que la voluntad. Pero
no quiero esta tarde hablarles desde mi experiencia. Quiero proponerles, mejor, un
ejercicio prospectivo, una mirada hacia atrás desde el futuro. En 50 años, en 2066,
muchos de Uds. se reunirán, no muy lejos de aquí, me imagino, para celebrar un
aniversario más de esta graduación. De todas las vidas que pudieron haber vivido,
tendrán solo una, una sola para contar. Lo que hoy son dudas, preguntas y temores,
serán entonces certezas, respuestas y arrepentimientos. Piensen que podría
enseñarles ese otro que es también ustedes y vive 50 años en el futuro. Yo hice el
ejercicio de marras y quiero compartirles algunas conclusiones como una última
lección.
Tarde o temprano tendrán que aprender a “disculpar ilusiones”. La frase viene del
testimonio de un buscador de diamantes que nunca encontró nada. Pero
salió adelante. La resignación inteligente es una necesidad de la vida: debemos
aprender a amar lo que somos y a desprendernos de lo que quisimos ser.
Los que creen en una sola cosa, los que organizan el mundo con en base en
parejitas, en narrativas binarias (los civilizados y los barbaros, los explotados y los
explotadores, los capitalistas y los proletarios, los buenos y los malos) casi siempre
se equivocan. Tanto en sus predicciones como en sus prescripciones.
“La gran masa tiene ojos y oídos, pero no mucho más. Sus juicios son endebles.
Algunos méritos caen totalmente por fuera del ámbito de su comprensión, mientras
que otros, que entiende y aclama cuando se presentan por primera vez, los olvida
muy pronto”.
Nada nos hubiera costado haber llamado a una tía enferma. O consolar al amigo
derrotado. O agradecer los desvelos de nuestros padres. O ser amables con el
desconocido que titubeante o temeroso se asoma a nuestros dominios, en el barrio,
en la escuela o en la oficina.
En fin, nada nos cuestan los actos de amabilidad y gratitud. Nada nos cuestan, pero
valenmucho. Deberíamos, por ejemplo, tomar más a menudo la mano de nuestros
padres e hijosy saborear el momento. Pueden hacerlo a la salida de esta ceremonia.
Nunca se arrepentirán. Todo lo contrario. La felicidad, bien lo sabemos, existe sobre
todo en la nostalgia.
“Los días que uno tras otro son la vida”, escribió un poeta nariñense hace muchas
décadas. Ya todos los que estamos aquí hemos vivido lo suficiente para entender
que no todos los días son iguales. Unos cuentan más que otros. En la vida importan
los picos (los momentos de gran alegría y tristeza) y los finales (los momentos de
cierre). Hoy es uno de esos días que importan. Un pico y un final.
Complicarse a la vida
(discurso en la ceremonia de grado --junio 13 de 2018-- en Qualia Alternativa
Educativa)
A Valentina le gustan las pinturas de Van Gogh; a Valeria, los idiomas; a Mateo,
las palabras; a Juan Camilo, la música; a Juan Andres, los computadores y el
ajedrez; a Camila, la escritura, los acertijos verbales; a Antonio, la administración,
esto es, el método aplicado a la solución de problemas prácticos; a Manuela, las
leyes y el estudio de las organizaciones sociales; a Juan Sebastian, el deporte de
alto rendimiento, esa fusión de talento y disciplina; y a Miguel, que no está aquí
con nosotros, la academia, el mundo de la duda y el conocimiento.
Yo, como algunos de Uds., he vuelto a empezar muchas veces, soy también un
ejemplo de oblicuidad, de los caminos indirectos de la vida. En el colegio me iba
bien en matemáticas, pero me gustaba la literatura. Decidí estudiar ingeniería por
descarte, por una suerte de inercia generacional. Casi no iba a clase, pasaba los
días programando computadores y leyendo literatura. Pronuncié el discurso de
grado de mi promoción, una cantaleta insolente en contra de mis profesores.
Me he tenido que reinventar varias veces. Algunos de Uds. saben bien de que se
trata ese asunto de llegar hasta el fondo, echar reversa y volver a arrancar. He
cometido muchos errores. Pero he podido, con la ayudad de muchos, volver a
empezar. La vida en línea recta no me gusta. O mejor, no me sale.
Sea lo que sea, quiero compartir con Uds. algunas reflexiones generales sobre la
vida, sobre esa ilusión a la que llamamos libre albedrio. He recibido muchos
consejos. Los he olvidado casi todos. Me entran por un oído, apenas acarician mi
esencia y me salen por el otro. En otros casos ni siquiera me tocan, pasan raudos
como pasan las promesas de los políticos. Materia deleznable. Palabrerías.
Los que nunca llevan la contraria no se complican la vida, pero pierden buena
parte de su libertad por comodidad o indiferencia.
¿Estarían Uds. dispuestos a tomar una píldora, una pastillita (Soma en la novela
Un Mundo Feliz de Aldous Huxley) que les garantice una felicidad plena sin
efectos secundarios? ¿Creen que no hay ninguna diferencia entre hacer un viaje a
un sitio remoto y meterse en una máquina que no solo reproduzca la experiencia,
sino que también nos haga olvidar que fue creada en nuestra mente de manera
artificial?
Creo que no. Todos o casi todos rechazaríamos la felicidad en forma de pastilla y
los viajes artificiales.
Los felicito. Les deseo la felicidad consciente. Y les recomiendo las fotos.
Tómense muchas. Son un testimonio de las vueltas de la vida, de la oblicuidad y el
azar que nos moldean y nos definen.