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R. A.

Rondón Márquez

Heres, el Adusto
(Rasgos Biográficos)
R. A. Rondón Márquez

Heres, el Adusto
(Rasgos Biográficos)
Documentos oficiales
Ovidio Pérez Agreda
Presidente del Estado Bolívar,

en ejecución del Decreto de esta misma fecha sobre conmemoración del centenario de la muerte del
Ilustre Prócer de la Independencia General Tomás de Heres,

DECRETA:

Art. 1°.- Efectúese un certamen de trabajos históricos cuyo tema será “Biografía del General Tomás de
Heres”.
Art. 2°.- El autor de la obra seleccionada recibirá como premio la cantidad de dos mil bolívares en
dinero y su libro será editado por cuenta del Tesoro del Estado Bolívar.
Art. 3°.- Aprovechando la gentil aceptación de la Academia Nacional de la Historia, se le da comisión y
autoridad suficiente para disponer todos los detalles del concurso y dirigirlo hasta su terminación; para
nombrar el jurado y entregar los premios.
Art. 4°.- Entréguese a la Academia Nacional de la Historia los dos mil bolívares del premio establecido
por este Decreto y un mil quinientos bolívares más, para atender al costo de la edición de la labor
seleccionada.
Art. 5°.- Los gastos que pueda ocasionar a la Academia Nacional de la Historia la dirección de este
concurso serán erogados en su oportunidad.
Art. 6°.- Comuníquese, publíquese y dese cuenta a la Asamblea Legislativa del Estado, en sus próximas
sesiones ordinarias.
Dado, firmado, sellado y refrendado en el Palacio de Gobierno del Estado Bolívar, en Ciudad Bolívar, a
primero de noviembre de mil novecientos cuarenta y uno.
—Año 132° de la Independencia y 83° de la Federación.
(L. S.)
Ovidio Pérez Agreda
Refrendado.
El Secretario General de Gobierno,
(L. S.)
Luis Alfredo Silva Zavala.

Academia Nacional de la Historia

Certamen para una Biografía del General Tomás de Heres.

La Academia Nacional de la Historia, en cumplimiento del honroso encargo que le ha conferido por
Decreto de 1° del presente mes el Ejecutivo del Estado Bolívar, fija como bases del Certamen abierto
para una biografía del Ilustre Prócer General Tomás de Heres, las siguientes:
Primera: Podrán concurrir todos los escritores del país.
Segunda: El tema, según lo establece el Decreto citado, es un ensayo biográfico sobre el General
Tomás de Heres.
Tercera: el premio consistirá en la cantidad de dos mil bolívares (Bs. 2.000) y en la edición del trabajo
por cuenta del Gobierno del Estado Bolívar.
Cuarta: Los trabajos no deberán exceder de cien hojas tamaño oficio escritas a la máquina, a doble
espacio, ni ser menores de cincuenta en iguales condiciones.
Quinta: Los trabajos se recibirán en la Secretaría de la Academia Nacional de la Historia hasta las 6 de
la tarde del 10 de marzo de 1942. El nombre del autor deberá ser enviado en sobre cerrado y aparte, con
las señas correspondientes, conforme es acostumbrado en estos casos.
Sexta: En la primera junta ordinaria del mes de abril la Academia conocerá el dictamen del Jurado y lo
comunicará al Ejecutivo del Estado Bolívar para la oportuna publicación del nombre del autor
premiado.
Séptima: Para constituir el Jurado que examinará los trabajos del Certamen, la Academia, en su junta
del 6 del presente, designó a los académicos Mario Briceño Iragorry, señora Lucila de Pérez Díaz y
Julio Planchart.
Caracas, noviembre 7 de 1941.

Cristóbal L. Mendoza
Director
Mario Briceño-Iragorry
Secretario

Veredicto

Reunidos en la Secretaría de la Academia Nacional de la Historia los académicos señora Lucila L. de


Pérez Díaz, Mario Briceño-Iragorry y Julio Planchart, a quienes designó el Instituto como Jurados en
el Certamen para una Biografía del General Tomás de Heres, promovido por el Gobierno del Estado
Bolívar, discutieron largamente sobre el mérito de los cinco trabajos concurrentes, cuyos lemas son:
“Fe y Esperanza”, “Labor omnia vincit”, “Accendit opus artificem”, “Escipión” y “Trujillano”,
hasta declarar por acreedor a la recompensa ofrecida el distinguido con la leyenda “Labor omnia
vincit”. Se dispuso comunicarlo así a la Academia, a los efectos de la apertura de la plica que
contiene el nombre del autor favorecido.

Caracas, Marzo 31 de 1942.

Lucila de Pérez Díaz.


Mario Briceño-Iragorry
Julio Planchart.
Sesión solemne efectuada por la sociedad bolivariana, centro correspondiente a Ciudad Bolívar, el 10
de abril de 1942, a las cinco pm., para conmemorar el primer centenario de la muerte del General
Tomás de Heres, Ilustre Prócer de Nuestra Independencia.

En Ciudad Bolívar, a las cinco de la tarde, el día diez de abril de mil novecientos cuarenta y dos,
reunidos en el Salón de Actos Públicos del Palacio de Gobierno, cedido galantemente por el Ejecutivo
del Estado, la Directiva y demás miembros de la Sociedad Bolivariana, Centro correspondiente a esta
ciudad, el Poder Ejecutivo, el Poder Judicial, el Poder Municipal, el Cuerpo Consular, Jefes y Oficiales
del Batallón “Mariño” Número 15, Asociaciones, Comisiones, sociedad y pueblo de Guayana, se
procedió al Acto conmemorativo de acuerdo con el Programa siguiente: 1°- Palabras de apertura por el
Presidente de la Sociedad, Monseñor Miguel Antonio Mejía. 2°- “Guayana”, capricho sinfónico, por J.
F. Miranda. 3°- Lectura de un trabajo histórico del General Diego Alberto Blanco, leído por el Primer
Vicepresidente de la Sociedad, Dr. Adán Blanco Ledesma. 4°- “Cavallería Rusticana”, intermezzo,
Mascagni. 5°- ¿Quién fue el asesino del General Tomás de Heres? Trabajo histórico leído por su autor
el Br. Héctor N{uñez S. 6°- Lectura del Dictamen del Jurado de la Academia Nacional de la Historia y
apertura del sobre que contiene el nombre del ganador en el Certamen para la Biografía del General
Tomás de Heres. 7°- “Tomás de Heres”, marcha militar, J. F. Miranda. 8°- Palabras de Clausura por el
Secretario de Actas, señor B. Natera Ricci. 9°- Final. Música. Llegado el número 6° del Programa, el
Secretario de Correspondencia, de orden de la Presidencia, dio lectura al Dictamen del Jurado de la
Academia Nacional de la Historia en que se declara triunfador al autor del trabajo distinguido con la
leyenda “Labor Omnia Vincit”, y, seguidamente abrió el sobre que contenía el nombre del favorecido
en el Certamen que resultó ser el del escritor R. A. Rondón Márquez. - Mientras se ejecutaba el número
7°, se repartió a la concurrencia un folleto contentivo de todo lo relacionado con la celebración del
Centenario del Natalicio del General Heres, cuya publiación patrocinó el Ejecutivo del Estado y el
Concejo Municipal del Distrito Heres. Después de las palabras de clausura, el Dr. Blanco Ledesma, a
nombre de los descendientes presentes y ausentes del General Heres, dio las gracias al Ejecutivo del
Estado, a la Sociedad Bolivariana y a la honorable concurrencia, por el homenaje rendido a su digno
antecesor en el día del Centenario de su muerte. Las piezas ejecutadas durante el acto por la Banda,
bajo la dirección de nuestro compañero Profesor J. F. Miranda, fueron muy bien acogidas por la
concurrencia, en particular la Marcha Militar “Tomás de Heres”, escrita especialmente. La concurrencia
se retiró del Salón gratamente impresionada por la suntuosidad del acto conque se dio fin a la
conmemoración referida.

El Presidente,
† Miguel Antonio Mejía
Obispo de Guayana.
El Secretario,
B. Natera Ricci.
Heres, el Adusto
INSERTAR IMAGEN

General Tomás de Heres


Demostró “sabiduría en el consejo y valor en los combates” (Comunicación del general J. J. Flores,
Jefe del Ejército del Sur, al anunciar a Heres, después de la batalla de Tarquí, su ascenso a General de
División.- 16 de mayo de 1829).
Al Doctor Ovidio Pérez Agreda, creador del Premio “Heres”, cuando ejerció la
Presidencia del Estado Bolívar.
Su amigo,

R. A. R. M.
Pórtico

Es nuestra Epopeya como tupida selva de laureles. Y entre el lauredal, son tantos los ejemplares de gran
tamaño y frondoso ramaje y penetrante aroma de gloria, que se confunden y se esconden unos a otros,
de modo que muchos que debieran destacarse permanecen semi ocultos. Hasta que, impermeables ellos
al olvido van las generaciones a solicitarlos. Y allí los encuentran, enhiestos, frescos, con perfume vital
suficiente para alentar siempre el recuerdo y la gratitud de la posteridad.
El símil, sin duda retórico pero tan hermoso en sí como deficientemente interpretado por nuestras
toscas palabras, viene a cuenta, exacto y elocuente, cuando nos aprestamos a adentrarnos en la vida y
en las obras de Tomás de Heres. Vida activa, fecunda y ejemplar la suya. Sus obras, de las que fueron
base y fundamento del nacimiento político de un continente. De las que constituyen edificante ejemplo
perenne para los hombres que son hijos de sus esfuerzos y sacrificios.
Es el mismo Libertador quien nos revela el calibre de la personalidad de Heres. En las tardes de
Bucaramanga, el francés Perú de Lacroix, inspirado en la gloria que recientemente ha ganado su
paisano el conde de Las casas revelando las ideas íntimas del gran Emperador en destierro, se propone
también vincular su nombre a la gloria del gran Libertador, ya dolorido y como en destierro anímico
ante las primeras manifestaciones de ingratitud de sus conciudadanos. Ignorante de que hay una especie
de amable espía que persigue sus pasos para delatarlo ante la posteridad, el Padre de la Patria habla sin
reticencias y expone con la más grande sinceridad sus opiniones y juicios. Fue en una de aquellas
tardes cuando hizo la clasificación de los generales de Colombia, a quienes nadie podía conocer mejor
que él.
“Después de comer, nos dice Perú de Lacroix, el Libertador quiso salir a pie, y durante el paseo habló
de los generales de Colombia, diciendo que algunos eran muy buenos, muchos mediocres y otros
inferiores, como en todas partes; que los tenía clasificados de este modo: primero, los que poseen el
genio militar, los conocimientos del arte, tanto en la teoría como en la práctica, y a quienes se les podía
encargar el mando de un ejército, porque a la vez eran buenos en el campo de batalla y fuera de él, es
decir, en el combate y en el gabinete; ……; segundos, los dotados de gran valor y que solo son buenos
en el campo de batalla, pudiendo mandar una fuerte división, pero a la vista del Jefe del Ejército; ……;
terceros, los que son más propios para el servicio de los estados mayores y más hábiles en el gabinete
que en el campo de batalla; ……; en fin, Su Excelencia formaba una cuarta clase, en la que ponía a los
que por su ninguna aptitud, tanto en valor como en conocimientos en la parte activa y directiva de la
guerra, no podían ser comprendidos en ninguna de las tres clasificaciones mencionadas; ……; que, sin
embargo, algunos de ellos eran buenos para un mando pasivo, como el de un departamento o
provincia”. Y al mencionar el Libertador nombres de los generales que pertenecían ala primera
clasificación, es decir, de los buenos tanto en el campo de batalla como en el gabinete, encabezada la
lista con el nombre preclaro del Mariscal Sucre y la cerraba con el del general Tomás de Heres. Los
demás, eran primero Flores y Mariano Montilla, luego Rafael Urdaneta y, por último, Bermúdez y
Mariño.
Basta esta referencia para juzgar y consagrar el mérito de Tomás de Heres, que luego veremos
confirmado con el recuento de la calidad de las comisiones delicadas y difíciles que siempre le
encomendara el Grande Hombre: será el encargado de buscar provisiones, vestuarios, caballerías y
parque, cuando ni se sabe de dónde sacarlos; el que ha de acudir de emergencia a unirse a las tropas en
momentos de gravedad; el que vaya a desempeñar una misión diplomática en territorio que parece
amigo y la verdad es que está lleno de traidores; el que ha de escribir cartas o editoriales en las gacetas
para convencer a los vacilantes o desvirtuar las calumnias de los enemigos o de los rivales. En fin, la
calidad de la importancia y delicadeza de los servicios de Heres se puede juzgar por dos solos detalles:
un tomo entero de las Memorias de O’Leary –el Tomo V– está dedicado a su correspondencia y a la de
los secretarios del Libertador con él; y gran parte de la correspondencia del Libertador --- desde el
Tomo III de la colección de Lecuna– está dirigida a él o se refiere a instrucciones que le envía por
intermedio de terceros, siempre en circunstancias difíciles.
Sin embargo, no es el nombre de Heres de aquellos que salen a relucir a cada paso cuando se evocan en
conjunto nombres de los fundadores de la nacionalidad. Pareciera que anda perdido entre la selva de
laureles. Su labor, en verdad, no fue de las más brillantes, sino de aquellas que necesitaban paciencia,
discreción y energía en los momentos más graves. Pero no deja de brillar su estrella en el cielo de la
patria agradecida y especialmente en el de la gloriosa provincia que lo vio nacer. Allí se le ha rendido
siempre culto justiciero que honra a quienes lo tributan lo mismo que a quien lo recibe. Allí una entidad
política lleva su nombre. Allí se aprestan a conmemorar el primer centenario de su inmerecida por
trágica muerte. Allí un gobierno que supo interpretar el sentimiento de sus gobernados ha querido que
se recopile en un solo conjunto lo mejor que guarda la posteridad sobre la vida y la obra de quien sería
el más glorioso de sus hijos, si no le hubiese rivalizado dignamente, más tarde, el ínclito prócer civil
Juan Bautista Dalla-Costa.
Se ha limitado el marco dentro del cual deba encerrarse en esta ocasión el amplio panorama de esa vida
y de esa obra, por lo cual resultará fácil llenarlo, pues abundan los detalles meritorios que sirvan para
darle carácter y vigor; no aspiramos a estar a la altura de la tarea, pero creemos que pocos la emprendan
con más devoción porque quizás también a pocos como a nosotros les sugestione más esta noble, viril y
grave figura, hecha como de una pieza, un tanto adusta y demasiado rectilínea, pero así mismo plena de
talento, de energía, de lealtad, en una palabra, de virtudes públicas y privadas. Figura no propiamente
para el bronce ni para el mármol, sino para la piedra tosca que no solicita brillar sino imponerse por
modesta y rebelde. No para colocarla sobre el caballo espectacular, ni aun de pies, en actitud enfática.
Sino para tallarla erecta, en pose militar de “pie firme”. Así mandaba. Y así obedecía. Sin desplantes y
con muy pocas palabras.
Vamos a tratar de presentarlo dignamente.
Referencias Genealógicas

Tomás de Heres nació en Angostura, hoy Ciudad Bolívar, a la sazón capital de la provincia de
Guayana, el 18 de setiembre de 1795, del legítimo matrimonio de Don José Fernández de Heres y Doña
María Josefa Rivero Morín, personas de calidad; su padre fue Gobernador de Guayana en 1810, y la
madre era hija de Antonio Rivero, Teniente del Real Cuerpo de Artillería de la provincia. La familia se
emparentó con el general Carlos Soublette, cuando Antonio José Soublette, hermano de este, casó con
Luisa de Heres, hermana del general Tomás de Heres. Y el ilustre prócer guayanés Juan Bautista Dalla-
Costa tuvo también nexos con la familia Heres, por ser hijo del italiano del mismo nombre, y de Isabel
Soublette, “hermana de los Soublette Piar Jerez Aristeguieta”, según dice Tavera Acosta en sus “Anales
de Guayana”, quien nos informa también que el padre de Heres llegó a Angostura a fines del siglo
XVIII.
Habiendo requerido informes del señor José Antonio de Sangróniz, Ministro de España en Venezuela,
perito en genealogía, sobre el apellido Heres, conjeturó al principio que podía tener algún nexo con el
de Jerez, pero luego nos suministró gentilmente la siguiente información: “Es una familia asturiana
aunque de origen montañés. Proceden del Valle de Lloreda, muy cerca de Sare, en la provincia de
Santander. De allí pasaron a Asturias, estableciéndose en la parroquia de San Jorge de Heres,
Ayuntamiento de Gazón, jurisdicción de Aviles, donde construyen casa solariega y armera y toman el
nombre de Heres; antes se llamaban Fernández de Quevedo (el autor de este trabajo advierte que,
efectivamente, el padre del General todavía usaba el apellido Fernández). Hay casas de familia en
muchos pueblos de Asturias, pero las más importantes, además de la de Heres, son: Labiana, Avilés,
Muros de Nalón y Lodón. El Gobernador de Guayana proviene de la de Avilés. Armas: son las de
Quevedo: en azur, tres flores de lis de oro, partido de plata, con estandarte de dos puntas de gules y
debajo una caldera de sable sobre llamas”. Ya veremos que el general Heres acreditará la reciedumbre,
tenacidad y gravedad que es característica de los asturianos.
A la edad de nueve años sus padres lo enviaron a estudiar en el Seminario Tridentino de Caracas, donde
permaneció hasta la edad de quince años, pues con motivo de la Revolución de 1810 el padre le ordenó
volver a su hogar. Bien se notará después que no fueron mal empleados los seis años de Seminario que
disfrutó el joven Heres, pues en su correspondencia y escritos hace gala de cultura nada común. Así
mismo se cae en la cuenta de que la educación seminarista contribuyó mucho a la formación de su
carácter adusto y grave.
Siempre fue el general Heres muy consecuente con su familia. Apenas incorporado a las filas patriotas,
escribió al Libertador desde Huaura, Perú, en abril de 1821:
“Después de esto, Excelentísimo señor, permítame V. E., que eleve a su superior consideración que por
la provincia de Caracas tengo emigrado a mi anciano padre, vecino de la de Guayana. Señor, estoy
cierto que con justicia nadie puede quejarse de él, y si emigró a la entrada de V. E., en aquella capital,
solo fue por ser español. Con mi vida, con mi honor mismo respondo de que si V. E, le permite volver a
vivir con su familia, no tendrá V. E., jamás de qué arrepentirse. Esta familia también, Excelentísimo
señor, está sufriendo mil privaciones por embargo que padece de todos sus bienes. Suplico, ruego a V.
E., que si es posible, se digne por un efecto de su bondad, mandar que se les entreguen; pues V. E.,
conoce muy bien que aquellas criaturas inocentes no debieran sufrir los padecimientos de su situación,
puesto que su corazón no ha tenido en ello la menor parte. —Sírvase V. E., dispensar esta molestia: no
se oculta a V. E., que deberes tan caros como sagrados me obligan a llamar la atención de V. E., hacia
este asunto. En él intereso no solo los servicios que haya contraído hasta ahora sino los que en lo
sucesivo pueda hacer; en la inteligencia, señor, que procuraré cuando esté de mi parte que sean de
algún valor. Yo para mí nada quiero, Excelentísimo señor; mi ambición está en ver mi patria libre, y en
que se me permita pasar con tranquilidad mis días al lado de mi familia: si se me concede esta gracia,
nada me queda que desear y V. E., recibirá las bendiciones de toda una familia cuya suerte está en sus
manos”.
El 23 de agosto de 1821 escribía desde Lima al entonces general Sucre:
“Desde que Us., está en Guayaquil es esta la primera ocasión segura de escribirle y la aprovecho con
bastante gusto mío. Celebro sobremanera que en mi primera comunicación con Us., tenga que darle la
enhorabuena por la feliz entrada del general Bermúdez en Caracas, donde tengo mucha parte de mi
familia, donde he estado muchos años y en cuyo colegio recibí mi educación. Tan interesante
acontecimiento ha llenado de satisfacción a todos los individuos del batallón de mi mando que tanto
aman a su país”.
Y el 23 de diciembre de 1824 escribía desde Lima al general Santander, después de congratularle por la
victoria de Ayacucho:
“Después de esto dígnese V. E., mi general, hacer conmigo uso de su bondad, imponiéndose de lo que
sigue: A los cinco años de edad me separé de mi familia, a los diez entré al colegio de Caracas y a los
diez y seis tomé las armas, habiendo siempre estado en campaña hasta el día. De consiguiente, puedo
decir que no he vivido, porque yo creo que ni los muchachos ni los colegiales ni los militares en
campaña viven. Las incomodidades que esta trae consigo, y muy principalmente la guerra del Perú, me
han destruido de tal modo que no me encuentro útil para nada.— Por otra parte, mi General, la muerte
de mi padre, la vejez de mi madre, y la próxima orfandad de mis hermanas, unido todo esto al estado
miserable de mi familia, me llaman a su seno. Fastidiado además de la vida pública, quiero retirarme a
mi casa, a ver y consolar a los míos, y en seguida, si me es posible, irme a Europa y pasar allí el resto
de mis días, que ciertamente serán pocos por la destrucción de mi físico. Si algún incidente que no
puedo prever en este instante, me impidiese realizar este antiguo plan, pienso entonces sepultarme en
una montaña de las de Guayana y esperar en ella la muerte, ignorante e ignorado de todo el mundo”.
Conocedor y apreciador de estos nobles sentimientos del general Heres, el Libertador en diversas
ocasiones se refirió con interés a su apreciable familia. El 8 de junio de 1827 le escribió desde Caracas,
entre otras cosas: “He tenido el sentimiento de saber que su madre murió. Santana me ha hablado por
su hermanito y yo lo voy a recomendar para un destino en Guayana”. Y ya próximo a despedirse de
Venezuela, escribe desde Caracas al coronel José Félix Blanco, que estaba en Angostura, el 2 de julio
de 1827: “También recomiendo a usted la familia Heres”.
El general Heres fundó hogar al volver a su patria, casándose en Angostura con su prima María Jesús
Rodil Rivero, hija de Juan Alvarez Rodil Martínez y de Micaela Rivero Morín. Prima hermana de los
esposos Heres-Rodil era Jeorgina Rodil, esposa del famoso y vehemente escritor Juan Vicente
González, padres ambos de Jorge González Rodil, autor de un buen texto de Gramática Castellana.
El general Heres murió sin dejar sucesión.
La Odisea del “Numancia”

En el año de 1825 o 26, ya terminada la guerra contra los españoles en el Perú, el señor Federico
Brandsen lanzó en un periódico de Santiago de Chile una invectiva contra el general Heres; con tal
motivo, este publicó una Exposición defensiva de los injustos y apasionados cargos que se le hacían, en
la cual leemos:
“Yo tenía muy poco más de catorce años y me hallaba en el colegio de Caracas cuando en el mes de
abril de 1810 estalló allí la revolución. Mi familia se hallaba en Guayana, cuya provincia desconoció,
desde el principio, la Junta de Caracas y juró sostener la causa del rey Fernando. Mi padre había sido,
en estas circunstancias, puesto a la cabeza del Gobierno por elección popular y creyéndome por estos
motivos en peligro mientras estuviese en Caracas, me dio orden para que me fuese a mi casa. Como era
natural, marché lleno de gusto a unirme a los míos de quienes me había separado hacía más de cinco
años. Cuanto yo había oído en Caracas desde el mismo día de la revolución y cuanto después continué
oyendo en Guayana, me inspiraba no solo desafecto sino horror al nuevo estado de cosas. Todas las
personas que me rodeaban y podían influir en mis primeras impresiones condenaban los principios que
proclamaba Caracas. Llamada a las armas toda la provincia de Guayana para oponerse a los ejércitos de
Caracas, Cumaná y Barcelona que la invadían, las tomé yo también en un cuerpo de milicia urbana en
que mi padre mandaba una compañía. Sirviendo ya, este empeño me arrastró a otros y otros que en mis
pocos años era imposible evitar y de que mi delicadeza no me permitía después evadirme”.
Fue así, por fuerza de circunstancias muy graves, como el joven Heres se vió constreñido a iniciarse en
la carrera de las armas tomándolas a favor de los españoles y en contra de la causa patriótica. Como él
mismo lo confiesa y es fácil explicárnoslo, todas las influencias que lo rodeaban lo impulsaron a tomar
esa senda, y si se considera que la revolución de Caracas había sido propugnada por los criollos contra
las preeminencias de que gozaban los nativos españoles, entre los cuales se contaba su padre, bien se
comprende que el joven Heres estuviera más dispuesto a seguir la causa de aquél que cualquiera otra,
máxime cuando muchos otros factores lo obligaban a ello.
“Sirviendo ya, este empeño me arrastró a otros y otros”, dice Heres, y así fue como a vino a formar
parte del batallón Numancia, formado con venezolanos, dícese que por el feroz Yáñez, en los llanos de
Barinas. Para 1813 ya este batallón gozaba de tal prestigio que el Libertador, después de la sangrienta
acción de Araure (5 de diciembre de 1813), no encontró mejor galardón para el batallón Sin Nombre,
llamado así porque había perdido poco antes, el 10 de noviembre, su bandera en la desgraciada rota de
Barquisimeto, que bautizarlo con el nombre de Vencedor de Araure y obsequiarle la bandera que el
Numancia perdió en aquella ocasión. En la proclama que con este motivo le dirigió el Libertador, se
lee:
“Soldados: vuestro valor ha ganado ayer en el campo de batalla un nombre para vuestro cuerpo, y aun
en medio del fuego, cuando os vi triunfar, lo proclamé el batallón Vencedor de Araure …. Habéis
quitado al enemigo banderas que en un momento fueron victoriosas: se ha ganado la famosa llamada
invencible de Numancia...”
Desgraciadamente los venezolanos del Numancia continuaron luchando contra la Patria y
contribuyeron en mucho a la pérdida de la República en 1814. Para 1815, cuando llegó a Venezuela la
expedición de Morillo, se hallaba en Barinas, Desde aquí empezará su odisea por la cual serán sus
efectivos los primeros venezolanos que recorrerán el itinerario que luego seguirán sus compatriotas
fieles en plan de libertad, desde Venezuela hasta el Perú. He aquí lo que al respecto nos dice el mismo
general Heres:
“En la provincia de Barinas, una de las de Venezuela y la más al sur de ellas, se hallaba el año de 1815
acuartelado el batallón Numancia, después de haber hecho las diferentes campañas que sujetaron aquel
país a la dominación de Fernando VII. En el mismo año llegó a él la expedición del general Morillo:
este dio orden para que el batallón de Numancia, entre otras tropas, penetrara por los llanos de
Casanare e invadiera el Nuevo Reino de Granada en combinación con el ejército expedicionario que se
dirigía sobre Cartagena de Indias. Sus órdenes se cumplieron empezando la marcha en octubre de aquel
año; pero una desgracia hizo variar al plan obligando al batallón a hacer un movimiento de flanco por
la Sierra y a retirarse a Pamplona, cuya ciudad está pasada la Cordillera, en la misma línea que los
mencionados llanos de Casanare. Desde Pamplona emprendió nuevas operaciones contra el Virreinato
y después de algunas acciones y de ocho meses de campaña, entró triunfante en Santa Fé, habiendo
sujetado al dominio español casi todo el territorio. En aquella capital tuvo el batallón orden para pasar a
la Provincia de Popayán y en ella, pasados algunos meses que permaneció de guarnición, recibió otra
para marchar a Lima. En 6 de febrero de 1819 dio principio al movimiento y haciendo marchas
continuas y penosas entró en la capital del Perú el 6 de julio de aquel mismo año.
“La ruta que siguió fue de Popayán a Quito, de allí a Cuenca, de esta ciudad fue por la de Loja a
Trujillo, y por último, de esta a Lima. En Guayabamba pasó la línea equinoccial y desde Riobamba
tomó la asperísima cordillera de los Andes y la dejó cuando entró en la Provincia de Piura, la primera,
por el Norte, de las del Perú. Más fácil y más corto habría sido la marcha por Guayaquil, pero en el
tiempo que pasó por allí el cuerpo, era impracticable aquel camino por estar enteramente anegado. Y
aunque nada se habría perdido con detenerla por algunos días, hasta que las aguas hubiesen dejado libre
el paso a Guayaquil, no se hizo así porque en la política del gobierno español estaba destruir una tropa
que por su bravura, su disciplina y su crédito en Costa Firme, daría recelos continuos, componiéndose
como se componía de americanos. Además, el orgullo de Morillo le dictaba ser el primero que hacía
ejecutar tal marcha.
“Aunque desde la provincia de Barinas hasta Lima no hay más que unas 1.200 leguas de 5.000 varas
castellanas, el batallón Numancia anduvo mucho más, porque, como he dicho, retrocedió desde
Casanare a Pamplona, esto es, como 150 leguas, y en seguida atravesó el Virreinato en diferentes
direcciones, ya paralelamente, ya contramarchando. Pasó los diferentes temperamentos que hay entre
las nieves de la cordillera de los Andes y el calor abrazador de la línea equinoccial. Diversas clases de
terrenos, a veces llanos, a veces muy quebrados; y en fin, cuanto se puede imaginar de malo y difícil,
porque más de las dos terceras partes del camino lo anduvo a pie. Perdió más de cien hombres. Es el
primer cuerpo que ha hecho esta marcha y probablemente será el último, porque nuestras relaciones
han hecho conocer que tales caminos son casi impracticables, que solo cuando se quiere hacer morir
hombres se deben mandar que los transiten y que únicamente aquellos que sean tan buenos que
consientan en ir al sacrificio conociéndolo, deben permitir que se les obligue a pasarlo”.
Hubiera bastado el recuento de aquella marcha formidable para acreditar los méritos de aquel cuerpo si
la fama de sus victorias no le hubieran ya acreditado bastante. Veamos, entretanto, cómo se habían ido
formando en el cerebro y en el corazón de Heres las ideas y sentimientos que lo impulsaron a luchar
para que sus compañeros americanos dejaran la causa que junto con él habían defendido por tantos
años a fin de que consagraran sus esfuerzos y sacrificios al empeño que era ya natural abrigaran todos
los americanos. Es él mismo quien nos lo relata con las siguientes palabras:
“Las instrucciones que el general Morillo dio al coronel Calzada, cuando acababa de desembarcar y
que afortunadamente pude ver, fueron para mí como un rayo de luz que me manifestó el sistema
español en toda su deformidad y a los españoles tan inicuos como yo no podía imaginarlo, ni como
ahora mismo lo creyera si no me constase tanto y tanto. Desde este instante empecé a ver las cosas de
otro modo y consecuente a mis nuevas ideas pedí en aquellos mismos días mi licencia absoluta,
obstinadamente resuelto a retirarme a mi casa y aun a dejar el país. Calzada se disgustó tanto más de mi
solicitud cuanto que yo era su ayudante y su amigo y porque se iba a abrir la campaña sobre el N. R. de
Granada. Así fue que mi solicitud no tuvo curso y yo continué padeciendo. La experiencia me hizo
conocer después que si mi pretensión hubiera llegado al conocimiento del bárbaro Morillo, habría sido
infaliblemente sacrificado a su perfidia sin que este sacrificio hubiese sido de ningún modo útil a nadie.
Es sabido de todos que entre los españoles no se obtenía la licencia siempre que se pretendía y que,
bien lejos de esto, la solicitud servía de motivo para añadir el resentimiento y las persecuciones a la
desconfianza que ellos tenían generalmente de los americanos todos.
“Algunos disgustos que tuve con los jefes expedicionarios durante la expresada campaña de la Nueva
Granada; la conducta que Calzada, a quien se creía influido por mí y otro amigo mío, había seguido en
ella, tan opuesta a las instrucciones como contraria a los deseos del feroz Morillo, unido a todos los
servicios que presté a algunas familias desgraciadas de Bogotá, me atrajeron el odio de aquel, que, con
voz de trueno y semblante infernal, me lo manifestó en su Palacio de Bogotá. Con el fin de separarme
de este tigre y no ser testigo de las horribles escenas en aquella capital, me interesé de separarme de
ella y al fin pude conseguirlo”.
Fue, pues, consecuencia del odio de Morillo a los americanos la causa inmediata de la defección del
Numancia, para la cual no esperaron Heres y sus amigos de confianza sino la ocasión oportuna. Esta se
presentó cuando el Perú fue invadido por las tropas argentinas y chilenas del general San Martín. Para
entonces, dice Heres, “el batallón Numancía era el más brillante cuerpo del ejército español que
guarnecía esta capital (Lima) el año 20; era la confianza de los Jefes y de todos los interesados en la
causa del Rey de España; la base de la moralidad de todo el país”. Y continúa luego:
“Persuadido el teniente del Numancia Joaquín Cordero, de que la incorporación del Cuerpo a las filas
del ejército patriota no podía lograrse si yo no me encargaba de dirigir la obra, ayudado por el capitán
Nicolás Lucena y otros muchos individuos del mismo cuerpo, se decidió a hablarme para que lo
verificase. Cordero confió, y con razón, en que si yo no obraba conforme a sus deseos, al menos no
descubriría jamás el secreto a pesar de mi amistad con el Jefe. Prometí trabajar para corresponder a la
confianza que se me había hecho y para realizar el objeto; y efectivamente, desde aquel mismo instante
empecé a tomar las medidas que creí oportunas”.
Ultimados los preparativos para dar el golpe, se puso en ejecución en la madrugada del 2 de diciembre
de 1820: un sargento tomó preso al comandante del batallón, coronel Ruperto Delgado, y sin que
ocurriera ningún incidente, el cuerpo se puso en marcha desde el sitio de Trapiche Viejo, cerca de
Lima, a buscar el de Retes, donde se hallaban las fuerzas de San Martín, al mando del coronel
Rudesindo Alvarado. El general español Valdés, jefe superior de la división a que pertenecía el
Numancia, que tenía su cuartel general cerca de Trapiche Viejo, supo la novedad en la misma
madrugada, pero ya no pudo o no acertó a tomar medidas para evitar la unión del cuerpo a los patriotas:
los 800 soldados del Numancia se unieron a la una de la tarde del día siguiente a las fuerzas de
Alvarado, quien poseído de júbilo comunicó el suceso a San Martín en la siguiente forma:

Hacienda de Retes, Diciembre 3 de 1820.

Excmo. Señor Capitán General y en Jefe del Ejército Libertador del Perú.

Excmo. Señor:

Con la mayor satisfacción tengo el honor de comunicar a V. E., la memorable ocurrencia de hoy, en que
he tenido la gloria de recibir y abrazar como a hermanos y compatriotas a todo el batallón de
Numancia, con casi todos los oficiales, a excepción de algunos españoles que rehusaron adoptar el
partido de sus antiguos compañeros y que mantengo en mi poder en clase de prisioneros. El ha sido
conducido por el Teniente Coronel graduado D. Tomás Heres, a cuya firmeza y energía se debe tan
importante suceso. Me es indispensable informar a V. E., el cansancio y desnudez en que se halla
actualmente el expresado batallón, en fuerza de las continuas fatigas que ha hecho en estos últimos
días, en cuya virtud parece conveniente que se acerquen dos transportes para conducirlo al destino que
V. E., juzgue conveniente.
Dios guarde a V.E. muchos años.
RUDESINDO ALVARADO.
El mismo día escribió Heres oficialmente al general San Martín, así:

Hacienda de Retes, Diciembre 3 de 1820.

Excmo. Señor Capitán General y en Jefe del Ejército Libertador del Perú.

Excmo. Señor:

A la una de al tarde he tenido la satisfacción de presentar a las órdenes del señor Coronel D. Rudesindo
Alvarado el primer batallón de Numancia, cuya fuerza no me es posible presentar a V. E., porque una
marcha de veinticuatro horas casi continuada y la falta de tiempo no me lo permiten. Dígnese V. E.,
admitir la más expresiva enhorabuena por un paso que evita otros muchos, sino todos los de Ja presente
campaña, y permítame V. E., que me la dé a mí mismo por haber dado un día de gloria a la patria y de
placer a los hombres sensibles.
Me atrevo a recomendar a V. E., el relevante mérito que han contraído los señores oficiales que están a
mis órdenes, el de la imponderable constancia y sin igual sufrimiento de la tropa, y espero que V. E.,
me dejará airoso en varias propuestas que las circunstancias me dictaron como precisas.
Dios guarde a V. E., muchos años,
TOMÁS DE HERES.

A esta comunicación oficial acompañó Heres en la misma fecha otra correspondencia particular
encaminada a ponderar el mérito del Numancia, “sin que el amor propio tenga parte, el mejor de
Lima”, pero también poniendo de manifiesto el estado de desnudez de sus componentes por haber
dejado todo el vestuario en aquella capital. Y en seguida manifiesta Heres un rasgo de nobleza que bien
califica su carácter, diciendo:
“Me tomo la libertad de recomendar poderosamente a V. E., el Coronel comandante del batallón don
Ruperto Delgado. Sin embargo de que por su moderación y bellas maneras se hace apreciable a primera
vista, interpongo por él cuanto valor puedan tener mis servicios, y quisiera que V. E., lo dejase en
libertad, sin que siquiera se le considere como a prisionero. Es mi primer amigo y tengo empeño en que
conozca que lo he sido suyo no en mera apariencia”.
Entre los cargos que le hacía Brandsen en la invectiva publicada en Chile, antes citada, estaba el de que
Heres “había sido ingrato con su Jefe”. A él responde diciendo que no pudo hacer otra cosa, después de
preso, sino guardarlo, hacer que se le condujese con toda consideración, dejarle sus armas y su caballo
y entregarlo sin escolta al general Alvarado, a quien, lo mismo que a San Martín en la carta citada, lo
recomendó especialmente. Y agrega: “El señor Brandsen se equivoca en creer que el Coronel Delgado
hubiese sido mi benefactor: fuera de una muy tierna amistad no le debí nunca otro beneficio. Desde
Subteniente hasta el grado de Teniente Coronel que obtuve entre los españoles, ascendí siempre por la
escala rigurosa y sin que hubiese debido nunca ningún favor. Si me fuera lícito citar beneficios, diría
que el Coronel Delgado era quien debía a mi familia los muchos que por mí te había dispensado”.
Por su parte, San Martín, poseído de júbilo, se apresuró a comunicar la buena noticia al Ministro de
Guerra de Chile en comunicación fechada en Supe el 5 de diciembre, en la cual se leía: “El batallón de
Numancia con toda su fuerza, que asciende a 800 plazas, fuera de la música, se pasó a nuestras filas
con una intrepidez que solo es propia del pecho de los leales. El 3 a la una de tarde se presentó el
batallón al Coronel Alvarado en la hacienda de Retes, y en la madrugada del 4 tuve el inexplicable
placer de recibir las comunicaciones que van desde el Número 1 hasta el 3.— Esta noticia ha redoblado
la fuerza moral y efectiva del ejército y yo he creído un deber mío conceder al heroico batallón de
Numancia las gracias de que se instruirá Us., por la orden del día que acompaño bajo el número 4. Al
benemérito Capitán de Cazadores, graduado de Teniente Coronel, D. Tomás Heres, le he mandado
extender el despacho de Coronel efectivo del mismo cuerpo, previniéndole que haga las propuestas de
los demás jefes y oficiales que merezcan su confianza y dándole las gracias a que se ha hecho acreedor
por una empresa que a más de economizar la sangre del Ejército Libertador, prueba hasta dónde llega el
imperio de la opinión pública”.
La orden del día a que se refiere San Martín es la siguiente:
Número 4)—Orden del día. — Cuartel general de Supe, Diciembre 4 de 1820.
La heroica lealtad a la Patria del batallón de Numancia es digna de todo aprecio y admiración del
Ejército: la justicia exige que una acción tan gloriosa reciba un brillante testimonio de los sentimientos
que es capaz de inspirar. Yo declaro para satisfacción de nuestros nuevos compañeros de armas lo
siguiente:
1°.—El batallón de Numancia conservará siempre esta denominación añadiendo el renombre de “Fiel a
la Patria”.
2°.—El batallón de Numancia se considerará el más antiguo del Ejército Libertador del Perú.
3°.—Como última prueba de mi aprecio y confianza en sus sentimientos, la bandera del Ejército
Libertador se remitirá al de Numancia y quedará depositada en él mientras dure la campaña.
SAN MARTÍN.
El mismo día contestó este al “Señor Coronel del Batallón Numancia Fiel a la Patria, don Tomás de
Heres”, en carta que, entre otras cosas, decía lo siguiente:
“Nada puedo decir a U. S., que corresponda a la alta satisfacción que acabo de recibir con la noticia de
la heroica lealtad a la Patria que han mostrado los valientes de Numancia, que bajo la dirección de U.
S., han venido a incorporarse a las filas de los Libertadores del Perú. El honor y gloria de los individuos
que lo componen, la libertad e independencia de la América, todos los más grandes intereses que han
sido por más de diez años el objeto de nuestros esfuerzos y la causa de los sacrificios que hemos hecho,
de nuestra sangre, de nuestro sosiego y de cuanto es caro al corazón del hombre, todo se halla
asegurado por la unión del batallón más antiguo del ejército. Yo se que el enemigo ha sufrido una
pérdida irreparable, porque los brazos del Numancia no encontraban muchos rivales en su ejército, y
por lo mismo preveo la influencia que un suceso tan extraordinario tendrá sobre el ánimo y los
sentimientos de los que aún quedan con las armas en la mano contra la santidad de nuestra causa. Por
tan grandes motivos, felicito a U. S., con todo el interés que soy capaz de sentir cuando con templo el
destino de la América y la trascendencia que en él tiene este suceso, y creo que el mejor medio de
acreditar mi aprecio es encargar a U. S., del mando de este batallón, esperando que me haga
inmediatamente las propuestas de todos los oficiales que merezcan su confianza, incluso los que se
hallan aquí y pertenecen a ese cuerpo”.
Al mismo tiempo, acompañó San Martín a Heres una proclama en la que, después de elogiar el
comportamiento del batallón, decía:
“Compañeros y amigos: Vamos a destruir el poder español cerca del centro de su influencia en este
vasto continente: yo os empeño mi palabra que tomada la capital de Lima, os facilitaré todos los
medios para que volváis al seno de vuestras familias y saludéis triunfantes a vuestros heroicos
compatriotas de Cundinamarca y Venezuela”.
Para la época del paso del Numancia el Libertador estaba muy lejos del campo de los sucesos: hacía
poco menos de quince días que había concluido con Morillo el armisticio de Trujillo. No fue sino
cuatro meses después, el 26 de marzo de 1821, cuando desde su cuartel general de Huaura, San Martín
le comunicó el suceso con el mismo tono de júbilo con que, como hemos leído antes, se anuncia una
victoria. Se apresura a reconocer que el batallón pertenece al glorioso ejército de Colombia, pero que
las necesidades de la guerra del Perú le han obligado a retenerlo dentro de las filas de su mando “con
las distinciones merecidas” bien compenetrado de cuanto podía esperarse de él. Y termina:
“Al ser instruido V. E., de esta importante adquisición, yo me anticipo la satisfacción de que V. E.,
unirá sus votos a los míos. Defensores de una misma Patria, consagrados a una misma causa y
uniformes en nuestros sentimientos por la libertad del Nuevo Mundo, pertenece a V. E., la
congratulación de que los soldados de la República de Colombia se empleen contra el poder tiránico de
la España en cualquier parte del Continente en que se aflija a los hijos de la América”. Agrega frases
que ponen de manifiesto el relevante mérito de Heres y demás “autores de la transformación del
Numancia”.
Por su parte, Heres se dirige al Libertador desde el mismo sitio que San Martín, con fecha 11 de abril,
diciéndole entre otras cosas:
“Bien quisieran aquellos individuos marchar inmediatamente a su país, pero S. E. el General dan José
de San Martín ha dispuesto que queden en el ejército con la solemne promesa de que sus votos serán
satisfechos tan pronto como se decida la campaña. Y perteneciendo ese batallón a esas provincias, a
cuyos destinas preside V. E., tan dignamente, y teniendo yo además la satisfacción de mandarlo, lo
elevo todo a la consideración de V. E., porque así lo creo de mi deber en la primera ocasión que se me
presenta”. Ruega en seguida Heres al Libertador que se digne aprobar los ascensos que han sido
efectuados y acompaña una relación por la cual se ve que, para la fecha, el batallón consta de 996
individuos, de los cuales 671 son colombianos.
Cuando el general Sucre llegó al Sur de Colombia pidió refuerzos a San Martín, y por intermedio de
una de sus altos oficiales escribió a Heres para que, en caso de aquél se decidiera a enviarlos, hiciera lo
posible para que entre ellos fuera el Numancia. Decía entre otras cosas, por encargo de Sucre, el
Coronel comandante general Morales: “Caracas, el país de US., y de sus valientes continuará
escribiendo sus glorias y los servicios de sus hijos sobre las banderas de Numancia siempre fiel a la
Patria”. Fue entonces, setiembre de 1821, cuando desde Lima escribió Heres a Sucre quejándose de que
no se le había dado autorización para usar la bandera de Colombia, que continuaba usando la de Chile
contra su voluntad, que el deseo de todos era ir a unirse al ejército colombiano. Y le consultaba si, en
caso de no obtener satisfacción a su demanda, deberían continuar en el Perú. Termina diciendo: “...si se
me niega el uso de la bandera de Colombia, estamos todos resueltos a marcharnos allá, porque hemos
creído que las tropas de aquella república no pueden ni deben abanderarse bajo las de otros ningún
Estado, menos contra la voluntad de ellas mismas y aun menas contra solemnes promesas que se les
han hecho”. Contestó el general Sucre encomendándole mucha prudencia en su proceder.
Mas, lo que pasaba era que ya para esta fecha Heres se había disgustado con San Martín. Afirma él que
después de la ocupación de Lima por este, como consecuencia de la retirada voluntaria de los
españoles, la capital del Virreinato se convirtió en “la Capua del ejército” y no solo este se desmoralizó
mucho sino que el mismo Jefe Supremo pareció envanecido, de modo que algunos de sus propios
subalternos pensaron deponerlo. Creyó Heres de su deber advertir al Protector y el resultado fue que
este cobró ojeriza contra él, acabando por excitarlo a que pidiera un permiso y se retirara al campo so
pretexto de enfermedad. Con fecha 2 de diciembre de 1821 escribió Heres a Bolívar desde Guayaquil
dándole cuenta de estos sucesos. En dicha carta se lee: “Ocho días permanecí en el campo y mientras
estuve en él, se supo en la capital el motivo de mi separación; la opinión pública me honró con
pronunciarse en mi favor de una manera alarmante, y S. E., entonces me dio orden que me presentase
en esta ciudad a las órdenes del señor General Antonio José de Sucre, porque, según me dijo, mi
permanencia en el Perú no convenía a los intereses del Estado. Tales han sido los acontecimientos que
me han conducido a esta ciudad, donde me he puesto a la disposición del citado señor General,
reteniendo el mando de mi batallón”.
Al presentarse en Guayaquil ante Sucre, Heres le entregó una solicitud del Numancia para que sugiriera
al Gobierno de Colombia que este reclamara el retorno del batallón como perteneciente al ejército
colombiano. E informó personalmente a Sucre del peligro que existía de que el cuerpo se desintegrase
si continuaba en Lima en las condiciones existentes. No sabemos que se hiciera algo al respecto. Luego
solo tenemos posterior conocimiento acerca del batallón de que por decreto dictado en Guayaquil el 22
de julio de 1822, es decir, tres días antes de la famosa entrevista con San Martín, dispuso el Libertador
que el batallón Numancia, Fiel a la Patria, se llamase en lo sucesivo Voltíjeros, y que se le incorporara
a la primera brigada de infantería de la Guardia.
Con este nombre el cuerpo integrado por los primeros venezolanos que realizaron el recorrido de
Venezuela al Perú, hizo las subsiguientes campañas libertadoras hasta Ayacucho. Y ya no nos
referiremos más a él para entrar a ocuparnos de los servicios de Heres a la causa de América en unión
de sus compatriotas, quienes también vencedores desde Venezuela hasta el Ecuador, pronto seguirían
más adelante para completar la obra de la emancipación del continente.
Tomás de Heres bajo el signo de Colombia

Tanto la correspondencia de Sucre como la de Heres que inserta O'Leary, nos imponen de que, en
cuanto se vieron y trataron ambos distinguidos oficiales, simpatizaron mutuamente, se reconocieron sus
respectivos méritos y entraron a trabajar en la mayor armonía. Los dos poseían condiciones similares
que se pondrían de manifiesto en los sucesos posteriores: talento, preparación cultural, conocimientos
militares, amor por la disciplina y el orden, facultades administrativas y, por sobre todo, fervoroso
patriotismo, que era el elemento motor de tan preciosas condiciones.
Misión a Piura. — La primera misión que confió Sucre a Heres fue la de trasladarse a Piura para tratar
de acordar operaciones con el coronel Andrés de Santa Cruz, quien según comunicaciones del general
Arenales, del ejército de San Martín, marchaba de Trujillo hacia aquella población para cooperar con
las fuerzas de Sucre en las operaciones militares que se proyectaban. En carta del 12 de diciembre de
1821, fechada en Guayaquil, Sucre daba instrucciones pormenorizadas a Heres, quien al llegar a Piura
el 22 de diciembre envió una carta muy diplomática y halagüeña a Santa Cruz; este le contestó en el
mismo tono, pero al avistarse ambos impuso a Heres de que las instrucciones que tenía eran de llegar
solamente hasta el límite de la provincia de Loja. Empezó luego un intercambio de correspondencia
con Arenales que dio al fin por resultado el que se permitiese a Santa Cruz avanzar hasta reunirse con
Sucre. Y de acuerdo con las instrucciones que ya tenía Heres quedó convenido que Santa Cruz
avanzaría en determinada fecha por la vía de Cuenca, hacia donde también marcharía Sucre.
Gobernador y Comandante General de la Provincia de Cuenca.— Regresó Heres al cuartel general de
Sucre y el 22 de enero se movió Sucre con la división colombiana desde Sanborondón; más o menos
para la misma fecha salió Santa Cruz de Piura y las operaciones se desarrollaron con tan buen éxito que
en la noche del 14 de febrero se avistaron y abrazaron ambos jefes expedicionarios en Saragure: el
resultado de la unión constituyó una verdadera victoria pues el enemigo abandonó sin combatir la
importante población de Cuenca, a donde entró la División Unida, el 21 de febrero de 1822. “Aquí,
dice Heres, descansó, se vistió lo mejor posible, se aumentó y también se consiguieron muchas y
buenas bestias y el dinero suficiente para pagar lo que se debía y llevar alguna cantidad en cajas”.
Premió Sucre los servicios de Heres nombrándolo, a los dos días de ocupada Cuenca, Gobernador y
Comandante General de esta provincia. A este respecto, escribió Heres al Libertador en el mes
siguiente: “Sin embargo de lo que hice presente al señor General, S. S., ha tenido a bien nombrarme
Gobernador Comandante general de esta provincia, de cuyo destino tomé posesión en fuerza de la
obediencia militar, porque, señor, yo conozco, lo confieso, que no tengo ni el genio ni los
conocimientos que se necesitan para ordenar un territori1o tan vasto como este, que los enemigos han
devastado y cuyas rentas desorganizaron con estudio. Al abandonarlo, los españoles se han llevado
cuanto existía en arcas, hasta los archivos. Así que, como V. E., conoce, ha sido menester irlo creando
todo de nuevo y tener un trabajo ímprobo para conciliar la opinión pública y el buen orden con la
atención de las grandes y urgentes necesidades de las tropas. Varias veces he dicho al señor General
Sucre que no soy yo el hombre que conviene a esta provincia en las circunstancias en que se halla, pero
siempre se me ha mandado continuar en el mando; en este estado, señor, no me queda otro recurso que
elevar a V. E., mis súplicas para que en virtud de lo que llevo expuesto se digne relevarme de él, al
menos cuando termine la campaña de Quito, hasta cuyo tiempo yo protesto a V. E., haber hecho todo el
bien de que sea capaz. Accediendo V. E., a esta solicitud mía hará un servicio a la Patria y yo le quedaré
muy obligado”. Cuando con estas frases quería demostrar Heres su incapacidad precisamente
mencionaba lo que era necesario hacer: reorganizar, allegar recursos, “crearlo todo”, según sus propias
palabras. El general Sucre le había descubierto ya facultades para ello y en lo sucesivo en ocasiones
difíciles lo encontramos en esta tarea ímproba y sin brillo pero altamente meritoria porque no había
muchos que sirviesen para desempeñarla.
Al optimismo que poseyó al ejército por los éxitos alcanzados, se unió el de haberse recibido en esos
días comunicaciones del Libertador, fechadas en Cali en los primeros días de enero, en las cuales “daba
varias órdenes gubernativas y pedía trasportes para 2.500 hombres de la Guardia y para S. E., mismo, y
que se le aprontasen en Guayaquil auxilios para emprender la campaña por esta parte con 4.500
hombres; avisaba que el general Valdés u otro jefe obraría por Pasto con 2.500 hombres” (relato de
Heres).
Estos sucesos halagüeños fueron el preludio de los gloriosos hechos de armas de aquel año: Bomboná,
Riobamba, Pichincha.
Hoja de servicios subsiguientes.— Como nos proponemos principalmente destacar después algunos
aspectos del carácter de Heres, en lo que se refiere a sus servicios subsiguientes, vamos ahora a seguir
casi textualmente el relato que de ellos hace Ramón Azpúrua en las páginas que a nuestro prócer dedica
en su obra “Biografías de Hombres Notables de Hispanoamérica”, agregando solo algunos detalles que
allí faltan y que son necesarios para la integridad del asunto, los cuales tomamos de las Cartas del
Libertador, colección Lecuna, y de la correspondencia de Heres (O'Leary).
En mucho contribuyó la actividad de Heres en la Comandancia de Cuenca al allegamiento de recursos
que sirvieron para organizar, armar y equipar el ejército de Sucre, el cual tras las gloriosas victorias de
Riobamba y de Pichincha, alcanzó el resultado de la ocupación de Quito y la liberación del territorio
que hoy comprende la República del Ecuador, incluso Guayaquil, a donde el Libertador pudo llegar
tranquilamente y avistarse con San Martín, después que a su vez había obtenido la liberación de Pasto
con la victoria de Bomboná. Para esta época la correspondencia entre Heres y Bolívar era ya copiosa y
este se había dado cuenta de las excepcionales dotes de aquel oficial, a quien el 18 de marzo de 1823
nombró Subjefe de Estado Mayor General del Ejército.
Cuando al mes siguiente, abril de 1823, el Libertador resolvió enviar personalmente a Sucre a Lima,
con misión al parecer diplomática, pero en realidad con el objeto de informarse a fondo de la situación
del Perú, influir en su política y combinar las futuras operaciones militares, hizo que Heres le
acompañara. En carta de 7 de mayo Heres le daba informaciones precisas y preciosas en las cuales con
mucha agudeza recapitulaba el mal estado interno del Perú. Pero no todo se podía confiar al papel y
para el 24 del mismo mes ya estaba Heres de regreso en Guayaquil para informar personalmente. En
esta fecha escribía Bolívar a Sucre: “Ayer vino el coronel Heres trayéndome una caja de papeles y de
noticias. He conversado largamente con él, preguntándole todo lo que merecía explicación y he
pensado largamente sobre la suerte del Perú y del ejército libertador”. Las noticias no eran en modo
alguno optimistas, pues en la misma carta decía el Libertador: “¿Quién puede cambiar la esencia de las
cosas? No me persuado que Ud., ni nadie se imagine que haya virtud mágica, ni poder en hombre
alguno para arrancar las pasiones de los hombres enconados entre sí, para crear caballos y mulas en un
día, para transformar reclutas en veteranos, para dar agua a los desiertos, allanar las montañas y sacar
víveres del maná. Creo que nadie puede hacer estos milagros y yo menos que otro alguno”. Hemos
insertado este párrafo porque la anunciación de estas dificultades no era sino el programa de lo que el
Grande Hombre iba a efectuar. ¡Realizó el milagro!
Los acontecimientos se precipitaron, la situación del Perú se agravó día a día, no solo por la fortaleza
de los españoles sino por las disensiones internas, y no se vio otra salvación que la de llamar a Bolívar,
quien el 4 de setiembre entró en Lima. Mas no por ello mejoraron de inmediato los asuntos, sino que en
un momento dado se vieron en mayor crisis que nunca por la enfermedad del Libertador en Pativilca y
luego por la traición que entregó El Callao a los españoles, mientras el Libertador estaba en la Sierra.
Por el siguiente fragmento que tenemos de las Memorias del coronel irlandés O'Connor, se
comprenderá la importancia de la misión que por este tiempo desempeñó Heres en Lima, a la vez que
se podrá juzgar de la dignidad con que se le trataba.
“Apenas llegamos a esta capital, averigüé por el alojamiento del general Heres, a quien me dijo el
coronel Cordero que el Libertador había dejado en Lima con órdenes para mí.
“El Jefe de Estado Mayor me recibió echado sobre una cama de extraordinario lujo. El marqués de
Torre Tagle, a quien el Libertador había dejado de Presidente, sentado delante de la cama, y el conde
don Juan de Berindoaga, Ministro de Guerra, sentado al lado de la cama.
Me presenté al general Heres y le comuniqué haber arribado a El Callao esa misma mañana con
cuatrocientos hombres del batallón Istmo”. Inserta luego O’Connor las órdenes que recibió de Heres,
quien, por lo visto era el encargado de todos los movimientos de tropas en aquellos momentos.
La correspondencia de Heres en esta época es admirable: desde Lima informa minuciosamente a su jefe
sobre los desaciertos del Gobierno, el mal estado de la hacienda y otros detalles que acusaban general
desmoralización. Muestra además Heres en cartas a sus amigos una gran inquietud por el estado de
salud del Libertador. La zozobra general hizo que el 10 de febrero de 1824 el congreso peruano
clausurara sus sesiones e invistiera a Bolívar con poderes dictatoriales.
Durante el segundo trimestre de 1824 Heres fue Jefe de Estado Mayor General del Ejército y
desempeñaba parte activa en el Gobierno, establecido en Trujillo. El 15 de abril le escribía el
Libertador desde Ostuco: “Escriba Vd., a Chile, a Colombia y a donde quiera que haya que pedir algo,
porque Vd., queda ahora de apoderado general durante mi ausencia de la costa. Piense Vd., busque,
solicite auxilios para el Ejército; Vd., está autorizado y obligado a todo esto y mucho más”. La
correspondencia de Heres informa de cuanto hacía entonces para conseguir dinero, vestuarios,
caballerías, etc. Ahora, como en Cuenca dos años antes, su labor contribuyó a los subsiguientes y
decisivos triunfos de Junín y Ayacucho.
El 28 de octubre de 1824 fue nombrado Heres Ministro de Guerra y Marina del Perú y con tal carácter
dio cuenta personalmente de su administración al Congreso Constituyente el 12 de febrero de 1825. En
comunicación de Sucre al Vicepresidente de Colombia, fechada en La Paz el 8 de marzo de 1825, se
lee: “Cumplo un agradable deber poniendo en consideración de S. E., el Vicepresidente que el señor
Coronel Tomás Heres, habiendo sido nombrado Ministro de Guerra del Perú, ha trabajado en favor del
Ejército colombiano con tanto o más interés, si es dable, que cuando servía la Secretaría General de S.
E., el Libertador. Su esmero por proporcionar dinero, vestuario, etc., para el Ejército ha excedido mi
gratitud, y yo no debo limitarla a mí solo sino manifestar estos servicios al Gobierno, en justicia al
mérito del señor Coronel Heres, por el cual espero las consideraciones del Gobierno”. Esta honrosa
comunicación nos recuerda que Heres sirvió también la Secretaría del Libertador, lo que ocurrió en la
inquietante época de la enfermedad de Pativilca.
Dos semanas después de su Cuenta al Congreso, el 25 de febrero, Heres fue ascendido por dicho alto
Cuerpo al grado de General de Brigada. Los Secretarios del Congreso comunican al Ministro de Estado
su determinación con estas palabras: “Teniendo en consideración el Congreso los grandes servicios
hechos por el Coronel Tomás de Heres a la causa pública desde antes de la proclamación de la
independencia del Perú, su infatigable celo en los diversos y delicados destinos que ha desempeñado y
las demás circunstancias que le hacen muy acreedor a la gratitud de la Nación, ha resuelto en este día:
que el Libertador le expida el Despacho de General de Brigada e interponga los más eficaces oficios
para con el Supremo Gobierno de Colombia, a efecto de que le conceda igual gracia y la licencia para
que admita la que el Congreso le ha hecho, en testimonio del aprecio que le merecen sus servicios”. Y
el Ministro don José Sánchez Carrión, dice a Heres: “Tengo especial complacencia de acompañar a V.
S. H., su despacho de General de Brigada de los Ejércitos de la República. Este documento del aprecio
que ha hecho el Congreso de los antiguos, constantes y multiplicados servicios de V. S. H., a la causa
del Perú, ha excitado en mí toda la sensibilidad que debe agitar a un ciudadano que ve, si no premiar
condignamente, a lo menos recordar los servicios de un Jefe que ha defendido su patria con la
consagración, desprendimiento y actividad de V. S. H., en medio de un conjunto de dificultades
horrorosas. Sírvase, pues, V. S. H., aceptar las más puras congratulaciones con que me felicito a mí
mismo al ver su nombre inscrito en la lista de los Generales de mi patria”.
Obtenida la victoria decisiva de Ayacucho, Heres manifestó insistentes deseos de retirarse a la vida
privada, rogando al Libertador le concediese permiso para ir a ver a su familia en Venezuela y luego, si
era posible, pasar una temporada en Europa, pues se sentía enfermo y fatigado. No vio satisfechos sus
deseos por este tiempo sino que por el contrario pasó de la Secretaría de Guerra y Marina a la llamada
de Estado, más amplia, laboriosa y delicada en tiempo de paz y organización interna. Decía el
Libertador a Santander que antes de marchar al Sur había procurado que Heres quedara en el Consejo
de Gobierno para “tener la seguridad de que allí quedaba su espíritu”. Sin embargo, renunció Heres con
el pretexto del mal estado de su salud, pero en realidad porque el Libertador se lo aconsejó en vista de
quejas contra su carácter severo, diciendo que no quería que alguien se quejase en el Perú por culpa de
los colombianos. Dispuso entonces que Heres quedara como Jefe de Estado Mayor de la división que
mandaba Salom y que sitiaba El Callao para que “lo ayudara con sus consejos”. En este mismo año (21
de marzo) el Gobierno de Colombia, cuyo Ministro del Exterior era el doctor Pedro Gual, lo nombró su
Representante en Chile, cargo que no fue de su agrado pero, según manifestó al Libertador y a sus
amigos, le daba pena no aceptar por ser la primera vez que el Gobierno colombiano le confiaba una
comisión. Sin embargo, el mismo Libertador lo instó para que no se alejase del Perú y que no aceptara
porque lo iban a tomar en Chile no como Enviado de Colombia sino como “espía” suyo: el resultado
fue que nunca ocupó tal cargo. El 4 de setiembre escribía desde Lima a Bolívar que estaba en El Cuzco:
“No me iré a Chile puesto que V. E., lo quiere así: nunca más gustoso yo que complaciéndolo”.
Por esta época la correspondencia de Heres para el Libertador reviste especial importancia porque era
el encargado de comunicarle las noticias que llegaban a Lima en los periódicos sobre los asuntos de
Europa, de toda la América, de Colombia y en particular de Venezuela.
Asimismo desempeñaba también Heres otra misión reveladora de su talento y habilidad, que ya antes
había ejercido en los días difíciles del retiro de San Martín y que ahora se repetían con motivo del
disgusto de los argentinos y chilenos por la fundación de Bolivia: la de escribir en los periódicos para
desvirtuar los insultos que contra el Libertador y Colombia se escribían en los periódicos de aquellos
países vecinos.
El 12 de febrero de 1826 volvió a ser llamado Heres a la Secretaría de Guerra y Marina, y cuando el
Libertador resolvió Volver a Colombia por motivo de los sucesos de Venezuela, ocasionados por las
divergencias entre Santander y Páez, se vino muy satisfecho de dejar en manos de Heres el destino de
las tropas colombianas que quedaban en el Perú. Pero lo que era de esperarse no tardó en suceder: al
volver la espalda Bolívar se desató en el Perú una fiera reacción contra él y los suyos y fue lo peor que
oficiales del ejército colombiano se prestaron a estas indignas maniobras. El 26 de enero de 1827,
capitaneados por un oficial de nombre José Bustamante, se sublevó la división colombiana acantonada
en Lima, la cual puso presos a sus Jefes, entre ellos al principal, general Lara. Heres se hallaba en
Chorrillos, cercanías de Lima, y aunque tomó providencias inmediatas para evitar que el desorden se
extendiera a las tropas de El Callao y pensó en ir a Lima para tratar de volver los sublevados a su deber,
supo que el estado de efervescencia de la capital presentaba carácter de gran peligro, por lo que optó
por ir al puerto y tomar un barco que lo condujo a Guayaquil, desde donde escribió al Libertador para
darle parte de estos tristes sucesos. Para él fueron especialmente ingratos porque entre los sublevados
estaba el batallón Voltíjeros, antiguo Numancia, y oficial de este cuerpo había sido y era el traidor
Bustamante.
No pararon ahí los sufrimientos de Heres porque tampoco se contentaron con lo hecho los infieles del
Perú: resolvieron estos extender su revolución a Guayaquil, con doble contentamiento de los peruanos
porque no solo se desembarazaban así de los colombianos, a quienes ya repudiaban, sino que estos, por
aberración inconcebible, llevaban el proyecto de anexar Guayaquil al Perú. Al saberse en Guayaquil
que los rebeldes se habían embarcado en El Callao, los jefes de las tropas acantonadas en aquel puerto
se dispusieron a recibirlos como se merecían, pero el 16 de abril se sublevó la guarnición, y sus jefes,
los generales Valdés y Pérez, a duras penas pudieron embarcarse con dirección a Colombia: con ellos se
embarcó también Heres, quien el 27 de mayo comunicó al Libertador, que estaba en Caracas, su llegada
a Cartagena, “perseguido cruelmente, le dice, por fiel amigo de V. E., y después de haber pasado mil y
mil incomodidades y sufrido mil y mil disgustos”. Menos mal que allí encontró la hospitalidad del fiel
amigo del Libertador, general Mariano Montilla. En los detalles que da a Bolívar en la misma carta
adelanta ya la presunción de que no será difícil que se presente la emergencia de tener que hacer la
guerra al Perú.
Informado de que el Libertador regresaba a Bogotá, Heres se abstuvo de seguir a Venezuela como era
su ardiente deseo. En Barrancas se avistaron y Heres quedó encargado de recibir un dinero que
mandaba Montilla y de hacer seguir el equipaje del Libertador. Por una carta de Briceño Méndez nos
informamos de que para el 3 de setiembre de 1827 estaba en Puerto Nacional y un mes después en
Honda, según escribió a O’Leary: “Por fin estoy aquí, le dice, después de mil y mil incomodidades que
preví muy bien pero que debía sufrirlas porque el Libertador lo quiso así”. En la carta a Briceño
Méndez le decía que se valía de su amistad para que hiciera presente a S. E., de la necesidad absoluta
en que estaba de ir al Sur “a arreglar y recoger los intereses que haya podido salvar del naufragio”. En
toda esta correspondencia pondera el estado de penuria en que se halla. “No tengo un real, dice, ni
esperanzas de haberlo” y ruega a Briceño Méndez que le consiga un sombrero, pues le robaron el suyo
a bordo: “que tenga la cabeza pequeña como es la mía y que no sea muy alto”. Le ruega encargue de su
parte a su amigo O’Leary que le tenga una habitación en qué vivir cuando llegue a Bogotá.
No sabemos luego sino que por diciembre de 1827 estaba Heres en Popayán, según carta dirigida a
O’Leary, y seis meses después escribía a Urdaneta dándole cuenta del carácter grave que tomaban las
relaciones con el Perú y, lo que es peor, del desastroso estado del ejército para el caso de que se
presentase una campaña. Un mes después (3 de julio de 1828) el Libertador le escribía rogándole
encarecidamente que ayudase al General Flores en la campaña ya inminente contra el Perú. Le decía:
“Ha llegado la época en que debemos obrar contra el Perú a la defensiva o a la ofensiva; por lo mismo
necesitamos de la cooperación de Vd., para tener un buen éxito en operaciones tan difíciles de
combinar como son las que vamos a emprender contra esos arenales, a tiempo que dejamos descubierto
a Guayaquil. Yo he mandado que lo empleen a Vd., como 2° Jefe de ese Ejército, y si Vd., no quiere
servir como tal, acérquese a Flores para que lo acompañe bajo el carácter que a Vd., le convenga. La
República y yo y Flores necesitamos de los servicios de Vd., en estas circunstancias y Vd., no debe
excusarse de ningún modo. Mire Vd., que la República se pierde si la campaña del Sur no tiene buen
efecto. Yo preveo mil combinaciones fatales en el caso de una desgracia. Yo le ruego a Vd., que marche
inmediatamente al cuartel general de Flores y que no se separe de él hasta que yo vaya al Sur o se haya
logrado un suceso decisivo en que ya no haya peligros que temer. Hágase Vd., llevar en hamaca si no
puede marchar a caballo y escríbale Vd., su oponión, etc.”
Volvíase a presentar la oportunidad de seis años antes cuando luchaba por la liberación del Perú:
contribuir a la organización y equipo de un ejército, ilustrar con sus consejos, intervenir decisivamente.
Destinado a obrar contra los rebeldes de Pasto, derrotó al guerrillero Paredes y lo fusiló. Luego es
comisionado con O’Leary para tratar de obtener un avenimiento con los peruanos pero el noble intento
fracasa en la entrevista del puente de Saraguro. Hubo que luchar, afortunadamente bajo el comando del
Gran Mariscal de Ayacucho, también regresado de Bolivia lleno de desencanto por la ingratitud de
aquellos a quienes había dado libertad. Y se obtuvo la victoria del Portete de Tarqui. “El señor General
Heres, dice Sucre en el parte oficial, se ha recomendado por una admirable serenidad en los riesgos de
esta jornada”. Allí obtuvo Heres el grado de General de División y fue comisionado para perseguir a los
peruanos y limpiar de ellos la provincia de Loja. Cuando el 16 de mayo de 1829 se le concedió su retiro
con goce de la mitad de su sueldo correspondiente a dicho grado, le ofició Flores: “Al hacer uso US.,
de las letras de cuartel que ha solicitado del Gobierno, creo de mi deber dar a US., las más expresivas
gracias por los muy distinguidos servicios que ha prestado US., a la República en calidad de Segundo
Jefe del Ejército del Sur y por su brillante comportamiento en la jornada de Tarqui. La separación de
US., ha causado un profundo sentimiento en todos los corazones de los S.S. Jefes y Oficiales y ha
dejado un vacío que difícilmente podrá llenarse en el Sur. US., puede lisonjearse de que después de
haber manifestado sabiduría en el consejo y valor en los combates, lleva consigo al retiro que ha
elegido para la vida, las consideraciones de los primeros Jefes del Sur, la gratitud de los pueblos y la
estimación de los bravos del Ejército”.
Apresuróse Heres a hacer uso de su retiro, pues no sabemos más sino que para el 20 de octubre del
mismo año de 1829, estaba ya en su ciudad natal de Angostura. Habían terminado los servicios del
General Tomás de Heres a la causa general de América.
Aspectos salientes de la personalidad de Heres

Aunque lo expuesto hasta aquí es ya suficiente para formar concepto acerca de las relevantes
cualidades y multiplicidad de facultades del general Heres, hemos seleccionado en su correspondencia
para el Libertador y viceversa, y en la de ambos para terceros, algunos interesantes fragmentos que
hablan cada uno por sí con más elocuencia que el mejor comentario. Además, revisten el interés
característico de todo epistolario histórico y, como sucede en general con las cartas, tienen el precioso
privilegio, como los periódicos, de trasladarnos en propiedad a la época a que pertenecen: bien pudiera
decirse, en resumen, que nos retrotraen a cada época con tal realidad que nos convierten en testigos o
contemporáneos del tiempo y de los sucesos a que se refieren. Los fragmentos siguientes nos revelan al
político sensato y de juicio equilibrado, que observa los sucesos y el ambiente con tanta perspicacia que
en ocasiones llega a adivinar el porvenir, y esto tratándose de política interna como externa; al diestro
administrador y trabajador infatigable que bien puede decirse que conseguía recursos donde menos
parecían hallarse y luego los multiplicaba y distribuía acrecentando su eficacia; al iniciado en los
secretos del arte militar que con conocimiento de causa podía atreverse a emitir su opinión ante los
superiores; al hombre que ocupado en las labores de la administración, de la política y del cuartel, le
sobraba capacidad y tiempo para urdir y conducir intrigas diplomáticas y, lo que es más, para dirigir un
periódico, empuñar la pluma y librar campañas de prensa contra los enemigos internos y externos; al
servidor fiel que, no en balde, por todas estas altas credenciales, supo conquistarse íntegros el aprecio y
la confianza de sus Jefes y, por sobre todos, del Libertador, tan exigente que pocos le satisfacían a
medida de su deseo; al caballero que sabía corresponder a esta confianza y a este aprecio no solo con
servicios totales y desinteresados, sino que agregaba el afecto más rendido, capaz de llegar al sacrificio.
También veremos que aquel trabajador constante y múltiple derrochaba su actividad fecunda en medio
de padecimientos físicos que nunca lo abandonaban y cohibido por un carácter “adusto” –el adjetivo se
hizo clásico para aplicárselo a él–, que le causó muchas desazones en el trato con sus semejantes,
siendo de advertir que esta actitud no era solamente efecto de sus quebrantos físicos sino de un
temperamento austero, recto, inflexible, que en alguna ocasión lo puso en trance de perder la gracia del
mismo Libertador. Por último, como complemento de lo anterior, contemplaremos al varón pulcro,
escrupuloso y celoso de su reputación que, habiendo manejado fondos y recursos de todo género y
ejercido el mando en épocas de desorden, se subleva hasta el delirio cuando se pone en tela de juicio su
honradez, ostenta orgullosamente su pobreza como su mejor presea y confiesa que ha servido sin el
estímulo de intereses u honras personales y que si alguna vez le ha preocupado el asunto económico es
por su familia que vive en Venezuela sin otros recursos que los que él pueda suministrarle: esta
fidelidad de Heres a su familia, aquilatada cuando al regresar a la patria se apresuró a formar hogar
casándose con una prima, es otro rasgo honroso y distinto de su recta personalidad, pues,
desgraciadamente, muchos de los altos jefes de la Independencia no fueron precisamente modelos en su
vida privada.
Los fragmentos siguientes dirán si hemos exagerado en algún punto de esta breve síntesis.
El político

Política interna.— En carta de 7 de mayo de 1823 informa Heres al Libertador con mucho tino sobre el
estado del Perú y le dice que antes nadie quería la ida de él y de los colombianos a ese país, pero que
ahora, con el peligro y las disensiones, el deseo de que ello ocurra es general y que si no se efectúa no
se podrá hacer nada de provecho porque tanto el gobierno como el ejército están llenos de disensiones,
intrigas y rivalidades; que, además, si el Libertador no va al Perú, Chile no contribuirá con nada porque
sería exponerse a una aventura desgraciada.

En carta del 4 de diciembre de 1823, desde Lima, informa Heres al Libertador que los argentinos y
chilenos se retirarán y quedarán los colombianos solos con los hijos del país, y que en el estado en que
están las cosas será difícil que estos colaboren con eficacia. Comunica indicios sobre la traición de
Riva Agüero y que todo está plagado de traidores. Cree que de continuar así, El Callao se perderá, y no
tomado por los españoles, sino por una traición.
En carta de 19 de diciembre de 1823 desde Lima dice a Bolívar que la administración es pésima, que
hay demasiados empleados y que se trabaja sin método. El Presidente Tagle solo se ocupa de los
partidos y del mando, firma lo que le presentan y sigue la tertulia. No hay Hacienda ni cómo crearla. El
público no respeta tal gobierno, ni cree en él y solo espera males. Las tropas desertan por la miseria,
que llega al hambre. Y así están comprado a $ 16 fusiles que solo valen 10 y sables a $ 11 cuando se
consiguen hasta a 4. Que Bolívar se encargue del poder de un todo, variando el Gobierno, porque si no
todo se pierde y sobre los colombianos caerá la responsabilidad; que se amnistíe a los comprometidos
de todos los partidos para intentar una unificación; que se mantenga la capital sin comprometer las
operaciones porque de allí tienen que salir los recursos; que se ocupe a Pasco por medio de partidas y
con una fuerte reserva en Huánuco, porque “solo Pasco nos puede proveer de dinero y sin este no hay
que pensar en guerra"; que el manejo de fondos lo tome un individuo muy adicto y honrado, que se
publiquen las cuentas y se invite a todos a delatar a los malversadores; que todo oficial nativo o
extranjero que no se presente a servicio se le haga salir de Lima, y que si no se puede sostener la capital
se traslade la Casa de Moneda a Cajamarca, para amonedar allí los metales cercanos “porque siempre
será mi principio favorito dinero, dinero, dinero”.
Del 5 al 9 de febrero de 1824 comunica al Libertador desde Lima que desgraciadamente sus temores se
han confirmado: El Callao se ha pasado a los españoles.

“Se ha tomado bastante interés en la elección de diputados, pero observo una cosa que me desagrada
mucho. Nuestros amigos, que son los hombres de juicio, se están quietos por la flojera y por carácter; y
mientras tanto, algunos avechuchos díscolos, exaltados y enemigos nuestros, ganan terreno y minan sin
cesar. Estoy informado de una lista en que se propone por candidatos a personas conocidamente
desafectas al sistema o imbéciles”.
(Lima, 10 de julio de 1825).

En carta a Pedro Briceño Méndez (Puerto Nacional, 3 de setiembre de 1827), le habla de la


conveniencia de que se hagan regresar los emigrados y de que se hagan traer canarios a Venezuela, y
opina sobre el proyecto de establecer buques de vapor para los ríos que desaguan en el Orinoco. Que se
deben modificar los reglamentos de comercio.

Política exterior.— En carta de 4 de diciembre de 1823 comunica al Libertador desde Lima que los
periódicos de Buenos Aires hablan del proyecto de la Santa Alianza de ayudar a España para someter a
la América. Que los liberales están perdidos en España y que parece inminente una guerra entre el
Brasil y Buenos Aires por la Banda Oriental (Uruguay).

En carta del 26 de abril de 1824, desde Trujillo, anuncia al Libertador que ha llegado un barco inglés y
que su capitán Prescott, le ha dado noticias de Europa; que ve que Inglaterra está favoreciendo la causa
americana; que vienen cónsules para Sur América; que lo mismo sucede en Estados Unidos; que va a
aprovechar para escribir a los amigos de Londres. Que si hay tiempo va a dar un convite al capitán
inglés.

En carta de 9 de setiembre de 1825 informa al Libertador sobre los asuntos de Europa donde “se ha
acumulado tan gran cantidad de combustibles que parece cosa indudable que muy pronto haya una
terrible explosión”. España muy disgustada con Inglaterra y con Estados Unidos por el reconocimiento
de las nuevas repúblicas americanas y toda la Santa Alianza contra la primera por el auxilio prestado a
los revolucionarios griegos; Francia refuerza sus guarniciones y la flota de las Antillas y lo mismo hace
España en Cuba y Puerto Rico. Opina Heres que el Libertador debe regresar a Colombia por si España
y Francia pretenden expedicionar contra la Tierra Firme.

Política americana.—En carta de 12 de agosto de 1825, desde Lima al Libertador, opina Heres contra
la posibilidad de que Bolívar intervenga en una guerra contra el Brasil; en cambio se muestra partidario
de una expedición a Chiloé, cuyo Gobernador “anda buscando un extranjero a quien entregarse”.
Informa sobre el tratado de amistad, comercio y navegación celebrado entre Gran Bretaña y Colombia,
sobre los rumores de que buques franceses situados en Martinica intervengan en la costa del Caribe en
favor de España, sobre el empréstito levantado por Montoya y Arrublas en Londres, sobre el juicio que
se seguía en Bogotá al doctor Peña y sobre las respuestas recibidas a la invitación para que Chile y
Méjico concurran con sus representantes “a la Asamblea del Itsmo”. Sobre el asunto de la guerra con el
Brasil habla alarmado en diversas cartas de esta época.

En carta de 16 de setiembre de 1825 manifiesta Heres al Libertador que ha sabido que este ha pedido al
Gobierno ocho mil mochilas y mil morriones. Alarmado le dice que “no permita Dios” intervenga en la
guerra con Brasil y que ojalá sea solo que quiere ponerse en condiciones de no temer nada. Pero bien
sea que se trate de lo uno o de lo otro debe cambiar la organización del Gobierno, pues la mayoría de
sus elementos son gente irresponsable y sin moralidad; “Yo me asombro de los recursos que tiene este
país, pero me admiro al mismo tiempo del ningún fruto que se saca de ellos por falta de perspicacia, de
respetabilidad y de carácter”. Que debe poner a la cabeza del Gobierno a un militar muy suyo, que el
gobierno de tres, así sean César, Federico y Napoleón, lo entorpece todo; que el general La Mar es
bueno mientras esté animado y sostenido por Bolívar, pero que ausente este solo ve un hombre, que es
Sucre.

En carta de 12 de octubre de 1825, fechada en Potosí, el Libertador informa a Heres sobre su


conferencia con los delegados argentinos que han venido a solicitar auxilios para la guerra con el
Brasil: le dice que se ha mostrado benévolo pero que no ha hecho ofertas, y agrega: “Buenos Aires está
en el mismo estado en que estaba Lima cuando me llamaron a Guayaquil y por lo mismo me hacen mil
y mil ofertas de mando”, etc.
En carta fechada en la Magdalena (Lima, 12 de mayo de 1826), expone Heres a Sucre sus argumentos
contra el proyecto de la federación americana del Libertador, todos muy sensatos y que luego se vieron
confirmados por la realidad: habla de la dificultad de las comunicaciones, de las rivalidades de los
pueblos, de sus diferencias internas, que hacen imposible aplicar las mismas leyes en todos ellos: “El
Libertador por más que pueda no alcanza a destruir la naturaleza de las cosas”. Concluye que sería más
sensato trabajar por una federación entre Perú y Bolivia y que luego se verá si puede extenderse a
Colombia.

En cartas de 30 de mayo y 1° de agosto de 1828, desde Quito, dice al Ministro de Guerra general
Urdaneta, que emprender la guerra con el Perú en las circunstancias reinantes era condenarse a un
fracaso: el ejército está desorganizado y sin elementos suficientes, la hacienda desprovista y, lo que es
peor, la autoridad del Libertador sin la necesaria consistencia, por los sucesos de Ocaña. Que es
necesario trabajar primero por mudar estas circunstancias adversas.

El Administrador

En carta al Presidente del Ayuntamiento de Cuenca (8 de mayo de 1822) se queja de que los negocios
públicos se manejan con mucha desidia, que reina desorden en las oficinas y que hay morosidad en el
suministro de recursos, que es necesario hacer sacrificios y que la libertad cuesta cara y no se obtiene
sin esfuerzo, que si las cosas siguen como van él obrará militarmente, según sus facultades.

En la correspondencia desde Lima para el Libertador en noviembre de 1823 informa sobre el estado de
los barcos que están en El Callao, las dificultades para reunir la contribución de $ 200.000, la falta de
subsistencias. Las tropas pasan hambre. Hay muchos oficiales sin sueldo y se han registrado robos
entre militares, lo que desmoraliza el ejército. Confiesa que él mismo carece de medios decentes de
subsistencia. “Por último, mi General, yo observo que esto va corriendo, corriendo a su total
disolución”. Era la época en que el Libertador estaba enfermo en Pativilca.

Las cartas de noviembre de 1823, fechadas en Huaraz, de Bolívar para Heres, que estaba en Lima,
contienen amplias instrucciones para el despacho y aprovisionamiento de las fuerzas de mar y tierra,
para que levante un empréstito de 300.000 pesos, sobre las negociaciones con Chile para obtener
refuerzos, sobre el buen manejo de los fondos públicos y sobre la política interna del Perú.

“Al fin compré, y a muy buen precio, los vestuarios que vendía Lynch por letras sobre Inglaterra. Daré
a Vargas los pantalones de paño que le faltan y el resto de vestuarios lo mando en el Chimborazo para
que le vayan al General Sucre a la Sierra, donde únicamente pueden servir por su fea hechura”. (Lima,
19 de diciembre de 1823).

“He propuesto al Gobierno que haga ir a El Callao a todos los herradores y que se ocupen
inmediatamente en hacer herraduras, y que saquen de la capital todos los artesanos, si es posible, y los
pongan en El Callao y Trujillo, porque nos van a ser muy necesarios…. En la provincia de Trujillo ni
en todo lo demás que ocupan los patriotas hay más artesanos que los que tiene la capital; tenemos gran
necesidad de equipo y cada día la tendremos mayor. Vamos a necesitar muchos herrajes y no tendremos
quien nos los haga”. (Lima, 24 de diciembre de 1823).

En larga carta de 15 de abril de 1824, fechada en Otuzco, pide el Libertador a Heres: Infinitas
herraduras con sus buenos clavos; muías y caballos; municiones y armas de todas especies, menos
cañones: equipo, maestranzas, dinero y botiquines; maíz para las bestias. “ ........las dificultades son
enormes y así Vd., por su parte y yo por la mía, no debemos descansar de día ni de noche”. “Escriba
Vd., a Chile, a Colombia y a donde quiera que haya que pedir algo, porque Vd., queda ahora de
apoderado general durante mi ausencia en la costa. Piense Vd., busque, solicite auxilios para el ejército:
Vd., está autorizado y obligado a todo esto y mucho más”.
Con fecha 15 de abril de 1824, se dirige Heres desde Trujillo a O’Leary que está en Chile solicitando
auxilios: le informa que en dos meses el ejército ha sido provisto de gran parte de lo que le faltaba y
hay dinero en caja; que el ejército consta de ocho mil hombres, de los cuales 6.000 colombianos en
estado brillante, pero que aun hacen falta recursos: “Vd., mi querido O’Leary, no debe perdonar medio
para llegar a alcanzar el objeto de sus encargos. Hable, inste, ruegue Vd., al Gobierno, a los hombres de
influjo, a los clérigos y frailes, a las mujeres, a todo el mundo. Enamore Vd., si es preciso, en fin, no le
quede a Vd., nada por hacer: abátase, humíllese y hasta falte a su honor si es menester para conseguir lo
que se pretende. Todo es nada, nada importa cuanto se haga por la libertad e independencia de
América…. Yo por ayudar al Libertador y por obedecer he tomado el mando de este Departamento.
Vd., que me conoce sabe lo poco que yo puedo hacer, pues eso hago, lo poco que valen mis servicios,
pero los presto sin reservas”.

El 17 de abril de 1824 dice Heres desde Trujillo al Libertador que al fin puede comunicar noticias
agradables. Han llegado a Guayaquil, de Panamá, 1.000 fusiles y 103 hombres y se esperan los 3.000
hombres tantas veces pedidos y prometidos. Saldrán para la costa 200 quintales de pólvora y 1.000
fusiles. Con lo que se anuncia habrá para mayo 5.000 y pico de hombres. “Todo anuncia que la rueda
quiere parar ya ¡Maldito Moyano (el traidor de El Callao) que en 5 de febrero le dio un impulso
bastante a tenerla corriendo meses enteros!”.

“Hoy pido a todas partes mulas y caballos. Doy órdenes para que los bueyes vengan a Huanchaco, de
donde seguirán a los puntos que V. E., señala”. (Trujillo, 17 de abril de 1824).

“Esta tarde he estado en Turpo. Puede V. E., contar conque estarán aquí listas las doce mil raciones y en
Turpo las seis mil para tropa y las dos mil para bestias. Habrá ganado en abundancia; cantidad
suficiente de buen maíz para los caballos, alguna cebada, bastante fresca y algunas papas. El maíz es
morocho que dicen no hace daño a las bestias: yo lo he visto y es ni más ni menos como el amarillo de
Venezuela. El maíz nocivo es el que llaman almidón, y como por aAbancay, etc., no podrán
proporcionar a las bestias otra clase de grano que maíz, he creído del caso poner en conocimiento a V.
E., de esta distinción. La caballería (hablo de los Guías) podrá mantenerse muy bien aquí los días que
estuviere; y aun pueden engordar los caballos si los cuidan. Escribo mañana al coronel Leal sobre los
clavos para las herraduras de los Granaderos, etc.” (Huancaray, 27 de setiembre de 1824).

“Tú entiendes mejor que yo estas economías de tropa, sueldos y provisiones, y basta indicarte el deseo
del Libertador para que lo hagas mejor de lo que yo te diga”. (José Gabriel Pérez, Secretario del
Libertador a Heres, abril 21 de 1825).

El Militar

En carta a San Martín (Lima, 23 de agosto de 1821) Heres le hace indicaciones para introducir algunas
reformas en la organización del ejército a fin de que se tenga una mejor distribución del trabajo; para
que se estudie y siga en todos los cuerpos de infantería la táctica francesa vertida al castellano en
Madrid en 1808 y para que los cuerpos hagan maniobras y simulacros a fin de que se adiestren y
adquieran serenidad los oficiales y tropa.

Con carta a José Gabriel Pérez, Secretario del Libertador (23 de abril de 1823) acompaña un plan de
operaciones para la campaña del Perú, en el cual adelantó consideraciones que resultaron proféticas,
especialmente en cuanto a la traición por la cual se perdió El Callao, y otras circunstancias.
En carta a J. Gabriel Pérez (Lima, junio de 1825) le habla de los vestuarios que deben suministrarse al
ejército: “El soldado, si ha de tener espíritu militar, etc., ha de ser aseado”. Que no deben los mismos
soldados lavar su ropa, porque lo hacen mal “y es un espectáculo indigno de una sociedad civilizada
ver una multitud de hombres en cueros andando de arriba abajo y dando gritos, etc.”

El hombre de letras

“Remito a V. E., muchos papeles de España que he conseguido. No he tenido tiempo de leer sino muy
pocos números de El Universal. Los artículos interesantes que he leído, si son sobre asuntos de Europa
van marcados con ojo; y si son de América con ojo, ojo. En las columnas de los lados van marcados en
el margen, y en las del centro, al principio del artículo”. (Lima, 28 de noviembre de 1823, al
Libertador).

“Importa sobremanera que V. E., se sirva hacer copiar y remitirme inmediatamente todas las
invitaciones que recibió de las diferentes autoridades de este Estado para venir a él. La publicación de
estos preciosos documentos está parada por la falta de los que pido en esta ocasión. Si a V. E., no se le
da cuidado de lo que se diga, a Colombia y a sus amigos no debe suceder !o mismo. A más de que
tenemos una obligación de hacer llegar a nuestros sucesores la historia fiel de los sucesos. (Lima, 4 de
diciembre de 1823).

“Me parece, mi General, que por el bien de la América es ya tiempo de que V. E., deje a cada cual
escribir cuanto le parezca contra los periódicos de Buenos Aires. Las pecaminosas doctrinas esparcidas
en todos ellos, van desorganizando la América del Sur y dentro de poco será toda ella Babilonia”.
(Lima, 8 de diciembre de 1823).
En carta de 3 de febrero de 1824 dice al Libertador que el artículo de El Centinela contra El Correo
Mercantil es suyo, que quizás se le reproche el hablar contra los Borbones cuando se está trabajando
por el reconocimiento de la beligerancia de los patriotas, pero que por lo que diga un papel de Lima no
variará la situación, que bastantes desvergüenzas se han dicho en Buenos Aíres. Que tiene buenas
personas que escriban para un periódico pero que no puede este sostenerse porque todos lo quieren leer
de balde; que tratará de asegurar un número de suscriptores.

“Ha salido (digo mal, está ya la prueba) del bando de La Serna. Yo di por escrito mis reflexiones:
escribí bastante para que se escribiese literalmente. Pérez puso algunas notas buenas, pero a pesar de
todo ha salido la obra, si no mala, al menos como no me gusta. Está dicho todo con mucha frialdad y
con tan poca gracia que no vale nada". (Trujillo, 17 de abril de 1824).

“Entretanto que los enemigos inundan el país de papeles, nosotros no les podemos oponer una fuerza
de igual naturaleza porque no hay un pliego de papel. Si esta falta no se remedia no tendremos Gaceta
el domingo que viene: cuento con que a fuerza de trabajos saldrá la de mañana". (Trujillo, 24 de abril
de 1824).

“Tengo la cabeza preñada de ideas que quisiera manifestar al público por la prensa, pero no tengo
tiempo ni tranquilidad para nada. Por enfermedad de Pellicer tengo a cuestas la Gaceta, que no he
encontrado a quien encargar porque son o unos holgazanes o unos bestias”. (Lima, 16 de junio de
1825).

“Tiene V. E., infinita razón en lo que me dice sobre El Observador, y aun si dijera más la tendría
igualmente. El Observador es un papel indigesto, sin método, en fin; es más bien un papel de apuntes
que un periódico: todo, todo lo conozco pero hace mucho tiempo que ni lo leo siquiera. El que lo lleva,
aunque con talentos, no quiere hacer nada; los demás todos son unos flojos sin estímulo; no se vende
nada, el Gobierno lo ha visto siempre con indiferencia desde que yo me separé; y por último, lo ha
abandonado enteramente dejando de tomar los números que yo suscribí cuando fui Ministro. Por todo
esto y mucho más que me callo por no cansar a V. E., había jurado no meterme en nada, pero luego que
recibí la carta de V. E., fui al Gobierno, manifesté los deseos de V. E., y ofrecí mi pluma y mis
limitados alcances. Por satisfacer a V. E., absolutamente más que por esto, redactaré un periódico con el
título de El Peruano y haré cuanto sea permitido a un hombre solo, con pocos libros y sin ningún
talento. Antes quiero que acabe El Observador, porque no quiero nada con él”. (Al Libertador, Lima, 4
de setiembre de 1825).

“He visto una tragedia escrita en Filadelfia por un emigrado español, titulada Riego, que tiene una
dedicatoria a V. E.: es muy corta, pero es buena, aunque no brillante. Quiero que la representen aquí”.
(Al Libertador, Lima, 4 de setiembre de 1825).

“Si V. E., tuviese la bondad, le estimaría que me mandase apuntes para rectificar la biografía de V. E.,
que se encuentra en el N° 1 del periódico que se publica en Londres con el título de Variedades. Si no
me engaño me parece que V. E., escribió algo sobre esto en Caraz el año pasado”. (Al Libertador, Lima,
4 de setiembre de 1825).

En postdata reservada de la carta del 16 de setiembre de 1825, se queja Heres de que el Gobierno ha
dictado un ridículo decreto prohibiendo la introducción de libros que no sean teológicos ortodoxos, el
cual ha movido la burla y el desprecio público; que por este decreto inquisitorial han puesto en la
aduana un expurgador fanático, muy zote y tenido por godo; que él mismo ha tenido que meterse a
contrabandista por esta medida, “a pesar del rigorismo de mis principios”, porque necesitaba algunos
libros.

“No ha salido aún el periódico que V. E., me tiene encargado por falta de letra en la imprenta. En estos
días ha llegado una que servirá al efecto. Pienso que el mayor número de veces posible tenga la mitad
en castellano y la otra mitad en inglés, con artículos en francés. Me dedicaré a tratar en los primeros
números las materias que a mi juicio sean de una inmediata y real utilidad al país para ayudar así al
futuro Congreso. Después presentaré proyectos e indicaré mejoras para el porvenir”. (Lima, 23 de
setiembre de 1825).

En cartas de 23 y 30 de setiembre de 1825 dice que ha refutado un artículo de un periódico de Londres


en que se dice que Colombia ha sido la reguladora de los destinos del Perú sin deber serlo, y que una
Gaceta de Madrid inserta una carta en que se dice que la batalla de Ayacucho no fue decisiva, lo cual
también refutará. Agrega: “Según veo es menester estar siempre con la pluma en la mano para contestar
acusaciones, aclarar hechos, rectificar ideas, fundar providencias, etc., etc. V. E., puede descansar en
que seré constante en trabajar, hasta donde me lo permitan mi débil salud y mis pequeños alcances”.

“En algunos números de El Peruano tomaré por mi cuenta a los señores de Chile para que nos paguen
las infinitas que nos están haciendo todos los días. Al caso de El Peruano. Me cuesta mil fatigas e
incomodidades por la flojera del país y por mil razones más. Yo lleno materialmente todo el trabajo y el
papel contiene seis pliegos de manucristo. Solo V. E., podría haberme metido en esto, y aun así, solo V.
E., podrá obligarme a continuar”. (Lima, 2 de noviembre de 1825).

“Estamos en una época en que los caracteres de imprenta forman un respetable ejército”. (A J. Gabriel
Pérez, Lima, 8 de octubre de 1826).

“La absoluta falta de papeles públicos de Colombia ha causado también un enorme mal. Los argentinos
y chilenos inundan a Bolivia, al Perú y aun a Colombia misma de sus papeles llenos siempre de
invectivas y de calumnias contra el Libertador y los colombianos, mientras que de Colombia no van al
Perú sino tres Gacetas y dos a Bolivia. Nadie en Lima lee un papel de Colombia y yo mismo he tenido
muchas veces que andar a caza de ellos para conseguirlos y aún así algunas ocasiones no he podido
tenerlos. En el tiempo en que vivimos V. E., sabe cuanto es el poder de los impresos; yo lo creo tal que
lo prefiero al de las bayonetas, porque estas se ganan con estos mismos papeles o con cosas de menos
valor. Me atrevo a proponer a V. E., que por cuenta del gobierno se remitan muchos impresos de toda
clase a toda la América del Sur. De este modo se verá que Colombia existe y que hay fundadas
esperanzas de que vuelva a presentarse al mundo con dignidad y fuerza”. (A Santander, Guayaquil,
febrero 25 de 1827).

Por su parte, el Libertador constantemente daba instrucciones a Heres sobre estos temas. Copiamos
algunos fragmentos:
“Ya que hay tan poco papel para la Gaceta, esta deberá tener un margen más pequeño para que cupiese
más.
“El próximo Centinela llevará una respuesta buena a las mentiras de los godos y esperanzas futuras. La
Europa nos es favorable, la Inglaterra está decidida ciegamente por nosotros, la Francia no hará nada y
el resto de Europa lo mismo. Todo nos anuncia independencia y triunfo. No haga V. caso de nada de lo
que se diga porque nada puede cambiar la faz de América queriéndolo Dios, Londres y nosotros”.
(Huamachuco, 28 de abril de 1824).

“La refutación de Brandsen me ha parecido muy bien, está bien escrita en general y tiene rasgos
magníficos, picantes y crueles. No me parece que tiene otro defecto sino la de falta de dignidad en
algunas expresiones, como tapaboca y otras vulgaridades semejantes que no son elegantes ni brillantes.
Para la sátira más cruel se necesita nobleza y propiedad como para el elogio más subido. Vea V. “el aire
agresor que Dios le ha dado” tiene toda la belleza y toda la acrimonia que se necesita para este estilo;
otros pasajes son igualmente hermosos. El papel está brillantemente escrito y con muy pocas
correcciones sería perfecto”. (Copacabana, 14 de agosto de 1825).

“El Observador en un pequeño cuaderno no está bien, mejor aparecería en pliego entero. El N° 2° no
tiene variedad ni noticias, que son las que interesan. Los negocios legislativos deben ser comunicados y
las columnas deben ir divididas en este orden: Noticias extranjeras, noticias del país, asuntos políticos
o legislativos, variedades, etc., y lo que sea literario o negocios de un interés mayor, que no
pertenezcan a dichos artículos. Después se pueden poner estos otros artículos: Curioso, Estupendo,
Notable, Gracioso, Escandaloso y otros títulos como estos que llamen la atención del público y
correspondan a esos títulos. Todo el papel debe estar dividido en sus diferentes departamentos,
digámoslo así. Se trata hacienda, hacienda, se trata de rentas, hacienda. Se trata de Fernando VIII,
tiranía o fanatismo, según sea el negocio. Se trata de un hecho raro o desconocido, se pone: anécdota
estupenda, curiosa o escandalosa, según sea. Los artículos deben ser cortos, picantes, agradables y
fuertes. Cuando se hable del gobierno, con respeto, y cuando se trate de legislación, con sabiduría y
gravedad. Yo quiero que se proteja un periódico, pero no aparezca Vd., como principal, más bien que
sea el gobierno o Larrea, o un amigo, pero que se organice con elegancia, gusto y propiedad. Pídale
Vd., dinero a Romero para proteger las letras”. (Copacabana, 14 de agosto de 1825).
En las páginas 287 a 376 del Tomo V de O’Leary, se hallan: “Apuntamientos del General Heres”, sobre
los años 1817 a 1829; “Observaciones sobre la Memoria publicada en Quito por D. Bernardo
Monteagudo”; “Relación y documentos sobre el paso del “Numancia”; “Misión a Piura”; “Campaña
del Sur.—Operaciones del Ejército desde el 22 de enero hasta la ocupación de Cuenca en 21 de febrero
de 1822”, y la “Exposición que hizo Heres para refutar los dicterios que contra él publicó en Chile D.
Federico Brandsen”. Estas noventa páginas no solo contienen preciosos datos históricos, sino
comentarios y observaciones que muestran la capacidad del autor no solo para pensar sino para
expresarse. Sus observaciones sobre el estado del Perú en las diversas épocas, la pintura de ciertos
caracteres, como las que hace de San Martín y La Mar y otras referencias semejantes, nos revelan no
solo a un hombre de talento singular sino de cultura nada común. Sin embargo en la respuesta a
Brandsen, quien lo acusó de “haber vendido su pluma a los partidos”, confiesa que como subalterno del
Libertador apenas hizo otra cosa que cumplir sus instrucciones, y agrega: “Tampoco he sido nunca
escritor público, ni lo que puedo hacer merece que se me compre. Soldado desde mis tiernos años, sin
maestros y sin tiempo ni proporciones para estudiar, escasamente puedo sostener mi correspondencia
particular. Este mismo papel lo he sujetado a la corrección de mis amigos”.

Los siguientes breves trozos nos revelan que el “adusto” Heres era sensible a la emoción que provoca
lo grande y lo bello, y que entonces —aunque solo en la intimidad de las cartas— no desdeñaba acudir
a la frase literaria, y hasta retórica. Indica también que la amistad le hacía jovial y aun algo burlón e
irónico. Otra prueba de su capacidad de afecto amistoso la encontramos más adelante, en su
correspondencia con O’Leary.
“Ayacucho en la lengua del país quiere decir rincón de muertos, cuyo nombre tomó desde la conquista,
porque en él quedaron muchos de resultas de una batalla que dieron allí los dos partidos españoles que
se disputaban el mando del Perú. Estas circunstancias presentan a nuestros escritores un vasto y
hermoso campo en que lucir sus talentos”. (A Santander, Lima, 23 de diciembre de 1824).

El coronel Juan Santana, Secretario del Libertador, escribía a Heres desde El Cuzco, el 27 de junio de
1825: “U. me dijo ahora días que le envidiase su suerte porque estaba en medio de los buenos libros,
que ni el ratón en el queso. Pues lo mismo, y poco mejor estoy yo entre los monumentos de los Incas,
sus palacios, sus acueductos, sus antigüedades y mil cosas que se suben a la imaginación como el
humo”.
Y Heres le contestó: “Cuando empecé a leer la carta de Ud. que empieza a orillas del lago, creí
encontrar en seguida otro nombre que no fuese el de Titicaca: creí que vería el del lago de Suiza en que
navegaba Julia. Lo considero a Ud. con la cabeza llena de grandes ideas de resultas de su viaje por el
Alto Perú. Ud. que tanto estima los poetas ingleses, cuántas veces bajo un edificio ruinoso, en la puerta
de alguna vieja fortificación, habrá Ud. exclamado: —¡Lo que pueden el hombre y el tiempo! ¡Cuántas
muestras de los funestos efectos de la avaricia y el fanatismo! Ah! Y cómo se parecen los sucesos
humanos a los pequeños riachuelos y a los caudalosos ríos... Yo espero que Ud., formado sobre buenos
modeles y con una alma sensible a lo grande, a lo heroico, a lo sublime, escriba su viaje trasandino de
lo que he visto. ¿Por qué no se ha de decir algo de nuestras cosas, cuando se ha dicho tanto de Palmira,
de la Siria y de cien lugares más?” (Lima, 4 de setiembre de 1825).

La alta opinión del Padre de la Patria

El 13 de setiembre de 1822, poco después de conocer a Heres, escribía el Libertador a Santander:


“ ..., diré a Ud. que después de mi llegada a esta ciudad se han multiplicado mis cuidados con respecto
al Perú por los informes que me ha dado el coronel Heres de la incapacidad de los jefes del Perú y de la
mucha capacidad de sus contrarios. Me asegura Heres, a quien creo, que los realistas del Perú saben
maniobrar perfectamente y que triunfarán si se baten en campo raso con los independientes. Asegura
que la actividad de los godos es infinita; que la indisciplina, la falta de entusiasmo, falta de sistema y,
en una palabra, falta de cabeza de los independientes, contrasta con las cualidades que tienen los
realistas. En fin, amigo, este hombre, que no es tonto, me ha llenado la cabeza de inquietudes y el
corazón de amargura. Bien puede ser que exagere algo, mas yo me inclino a creer que tiene demasiada
razón para juzgar como juzga y yo para temer como temo”.

“ ... deseo que venga el coronel Heres a darme cuenta del estado de las cosas” (Al general Manuel
Valdés, Guayaquil, 14 de abril de 1823).

La carta del Libertador para Heres fechada en Pativilca el 9 de enero de 1824, es singularmente
importante: contiene instrucciones para que Heres se entreviste con el Presidente Torre Tagle y
convenza a este para que negocie un armisticio de varios meses con los españoles, engañándolos del
modo más fino posible, a fin de ganar tiempo en la organización del ejército, pues la situación es grave
y no es posible entrar inmediatamente en operaciones. Al final le dice: “Toda esta tramoya parece que
perjudica pero no hay tal: a los enemigos no se les engaña sino lisonjeándolos”. Le recomienda mucho
sigilo y que ni siquiera se informen del asunto los ministros. Que se escoja un parlamentario muy
inteligente para ir a tratar con el Virrey La Serna, “porque puede dañarlo todo si no se ejecuta
maravillosamente”.
“Ayer salió de aquí Pérez a relevar a Ud., en su comisión para que venga Ud., a servir su destino,
porque estoy sin quien me ayude, sin estado mayor y sin secretario”. Le da instrucciones sobre dinero,
vestuarios y actividad en las maestranzas del ejército (Bolívar a Heres, Pativilca, 15 de enero de 1824).

“Póngase Ud. bueno y véngase... Yo estoy solo con Espinar atendiendo a Colombia y al Perú, a la
hacienda y al gobierno. Nadie puede darme un consejo en el caso más trivial, ni siquiera recordarme en
caso de distracción ...” (Pativilca, febrero de 1824, Bolívar a Heres).

“El Ministro de Guerra Heres marcha conmigo, porque este ministerio queda siempre a mi lado; este
oficial tiene excelentes cualidades, aunque no le faltan enemigos a causa de su genio adusto, pero se lo
recomiendo a Ud., para que no me lo vayan a desairar con el tal despacho de general que le ha dado el
Congreso espontánea y libremente, sin el menor influjo de nadie” (Bolívar a Santander, Lima, 23 de
febrero de 1825).

“Este viaje me ha obligado a volver a tomar a Pérez para Secretario general, porque no tengo sino dos
personas que pueden desempeñar este empleo, Pérez y Heres........ Heres debe quedarse en el Consejo
de gobierno para que mi espíritu pueda quedar en él y no me suceda lo que a San Martín con
Monteagudo y su delegado Tagle”. (Bolívar a Santander, 7 de abril de 1825).

“Tenga Ud., la bondad de escribir al general Santander cartas particulares por todos los correos
informándole de los negocios y diciéndole que Ud., lo hace de orden mía, a fin de que sepa el estado de
las cosas”. (Bolívar a Heres, lca, 20 de abril de 1825).

“En los asuntos diplomáticos daré a Ud., una buena máxima: calma, calma, calma; retardo, retardo,
retardo; cumplimientos; palabras vagas; consultas; exámenes, retorsiones de argumentos y de
demandas; referencias al nuevo Congreso; divagaciones sobre la naturaleza de la cuestión y de los
documentos.... y siempre mucha cachaza y mucho laconismo para no dar prenda al contrario. Excúsese
Vd., conque es militar; conque no conoce la naturaleza de los negocios de que lo han encargado
(verbalmente); que Vd., es interino y que los negocios del Perú son muy delicados. Sobre todo, téngase
Vd., siempre firme en los buenos principios y en la justicia universal... Tengamos una conducta recta y
dejemos al tiempo hacer prodigios”. (Bolívar a Heres, lea, 20 de abril de 1825).

“Confieso a Vd., francamente que no creo que tengo razón para separar a Vd., del ministerio del Perú,
pero mi delicadeza con respecto a la gloria de Colombia y los colombianos me hace susceptible de las
impresiones más prontas y violentas, pues la menor sombra, rumor o sospecha contra mis compatriotas
me lanza a la desesperación. Así es que cada día estoy más resuelto a separar a todos los colombianos
del gobierno de este país y del Alto Perú. Yo solo quiero ser responsable de mis acciones… estoy
resuelto también a dejar en entera independencia al consejo de gobierno ahora que está compuesto de
solo peruanos, lo que no podía ser antes porque se suponía que Vd., era el órgano de mis designios”.
(Bolívar a Heres, Cuzco, 27 de junio de 1825).

“Yo no quiero que Vd., se vaya a Chile sino que quede allí para que dirija al general Salom con
respecto a su gobierno y si Vd., quiere dígale de mi parte que lo encargue del estado mayor de su
ejército, pues yo deseo que Vd., esté en Lima hasta que se reúna el congreso, para que obre como hasta
aquí en beneficio del país”. (Bolívar a Heres, Copacabana, 14 de agosto de 1825).

“Véase Vd., frecuentemente con el general Heres, que con su buen juicio y versación en los negocios,
puede serle muy útil”. (Bolívar a Salom, Copacabana, 14 de agosto de 1825).

“Hable Vd., largamente sobre esto a los generales Salom y Heres para que todo se haga como yo
deseo”. (Bolívar al Presidente del Consejo de Gobierno del Perú, Unanúe, La Paz, 2 de setiembre de
1825).

“Así, perdone Vd., de antemano lo que le ofenda, mas crea Vd., que todo saldrá bien, tanto en el Perú
como en Bolivia, dejando en Lima al general Heres y al general Sucre aquí”. (Bolívar a Santander, La
Paz, 17 de setiembre de 1825).

“Al general Heres que tenga esta por suya y que le amo de veras”, (postdata en carta del Libertador
desde Quito al general Luis Urdaneta, 7 de abril de 1829).
El amigo leal

En carta de Heres para Pérez o Espinar, de la Secretaría del Libertador (Lima, 6 de diciembre de 1823,
a las 2 de la tarde) comunica que ha conferenciado con el Presidente sobre la enfermedad del
Libertador, que tos tiene muy alarmados. Que resolvieron que salieran dos médicos con un botiquín
bien provisto, y termina: “Por Dios, que el Libertador se sujete a lo que digan, que tenga confianza en
los dos médicos, y que se olvide de cuanto hay por más grave que parezca. Tenga él salud y lo
tendremos todo”.

“Antes de despedirme voy a pedir a V. E., un favor. Que esta carta mía no la vea sino V. E., y después o
se sirva hacerla quemar o guardar donde nadie la lea. Estamos en la revolución, mi General, y
demasiados enemigos se echa uno en ella sin merecerlo”. (Lima, 19 de diciembre de 1823, Heres a
Bolívar).

“He tomado a mi cargo la lista que Vd., indica a Pérez de las cosas que faltaban para la curación y
despensa de S. E. Ya se está buscando todo e irá en el momento que se consiga. No soy rico, pero
dígale Vd., al Libertador que no se pare en nada, que avise cuanto quiera sin reparar su importe, porque
tengo recursos para hacer que no carezca de nada…. Si Vd., deja agravar al Libertador será para
Colombia mil veces peor de lo que han sido Boves y Morales.... Todos los días comuníqueme Vd., el
estado de la salud de S. E., porque estoy inquieto con sus males”. (Heres a Espinar, Lima 8 de enero de
1824).

“Cuídese V. E., mi general. Más que a sí mismo pertenece a sus amigos y a la causa de América.
Sírvase V. E., considerar esto”. (Heres a Bolívar, Lima, 8 de enero de 1824).

“Si V. E., cree que soy patriota y adicto como el que más a V. E., debe descansar enteramente en que
nada quedará por hacer para ayudar a salir a V. E., de su situación actual. Yo estoy absolutamente
consagrado a este objeto: olvídese, pues, V. E., de cuanto diga relación a Trujillo y entréguese a lo que
tiene cerca y a los españoles. V. E., tiene en mí lo que Cicerón contemplaba en sus amigos”. (Heres a
Bolívar, Trujillo, 17 de abril de 1824).
“Yo no tengo cuidado por nada, mi General, V. E., se servirá recordar que cuando todo parecía
desplomarse sobre nosotros yo me mostré superior a los sucesos”. (Heres a Bolívar, Trujillo, 3 de mayo
de 1824).

“Tan luego como llegue el General Lamar y V. E., nombre Ministro de Gobierno, me marcharé a
reunirme a V. E., donde quiera que se halle. Aunque estoy malo, es pero que tendré resistencia
necesaria para acompañar y ayudar a V. E., en sus marchas y ocupaciones. Sufro el remordimiento de
creer que habiéndome V. E., hecho la honra de decirme que le hago falta, debía haber volado al lado de
V. E., pero me he detenido por no dejar mi puesto sin ser relevado por el mismo que me puso en él”.
(Heres a Bolívar, Lima, 10 de julio de 1825).

“Al embarcarme para Chile, pasaré por el dolor de separarme de V. E., contra los juramentos de mi
corazón, pero siento un lenitivo al considerar que esta operación es después de haberle servido
fielmente y con absoluta consagración cerca de cuatro años consecutivos y de que, si no me alucino, V.
E., ha visto en Pativilca y en toda la campaña del año pasado el mismo hombre que conoció en
Cuenca”. (Heres a Bolívar, Lima, 20 de julio de 1825).

En carta de 16 de setiembre de 1825 felicita Heres al Libertador por los sucesos del Alto Perú
(fundación de Bolivia y decretos de honores de su Congreso) y le agrega: “Si no me engaño, V. E., debe
tenerme por un hombre de bien y de alma no común, y por tanto espero que en la expresión de mis
sentimientos encontrará la sinceridad y las demás nobles consideraciones que les excitan”.

“Dile tú (al Libertador) que esté satisfecho de que aquí nos guía y guiará siempre su espíritu; que sus
opiniones serán constantemente respetadas y seguidas, y sus deseos satisfechos hasta donde sea
posible. Que descanse en esto, pues ya sabe que no soy capaz de engañarle”. (Heres a J. Gabriel Pérez,
Lima, 8 de octubre de 1826).

“Si toda Colombia no se pone en manos del Libertador se pierde irremediablemente y arrastra en su
ruina al Perú y Bolivia que en el día son parásitas”. (Heres a J. Gabriel Pérez, Lima, 7 de noviembre de
1826).
Heres “El Adusto”

“En medio de todo no ha sido pequeña mi satisfacción de saber que no se me acusa sino de déspota:
prueba esto que no presento ningún otro flanco. ¡Gracias a Dios! (Heres a Espinar, Lima, 6 de enero de
1824).

“Yo no soy quisquilloso, mi General, sino delicado: yo trabajo hasta reventar y sin ninguna aspiración,
porque he renunciado a todo hace mucho tiempo y me es muy sensible que se me trate como se trataría
a un ranchero. Algo más: siento que otros me quieren tratar como no me ha tratado jamás ningún Jefe,
como no me trata V. E., mismo”. (Heres a Bolívar, Trujillo, 22 de abril de 1824).

El 23 de abril de 1824 escribía Pérez a Heres: “No es necesario ser un profundo diplomático para
adivinar cómo recibiría el Libertador tu extemporánea renuncia. Nada podría justificarla; primero,
porque aunque estés enfermo, es un destino sedentario; segundo, porque aunque sea incómodo y
laborioso y tengas que lidiar con ciertas gentes, no es razón para no servirlo; y tercero, porque, aunque
tú tienes un carácter asperísimo con los subalternos, vicio que contrajiste con los españoles, y que te
hace millares de enemigos, menos por tu celo y actividad, que por el tono turco o español en que hablas
siempre, moderándote un poco y poniéndote al nivel de la decencia con que merecen ser tratados aun
los más ínfimos subalternos del poder público, no tendrías tantos sinsabores. Este es el único defecto
que tienes a mis ojos, de resto, eres buen servidor, eres buen amigo, tienes buen juicio y amas a tu
nación”.

En carta de 7 de mayo de 1824 dice Heres al Libertador desde Trujillo que sus renuncias nunca se han
referido sino al mando de pueblos; que excusar sus servicios en el ejército sería indigno, propio de un
desgraciado y un insensible. Que siempre ha estado con el Libertador en los momentos más críticos.

El 27 de junio de 1825 escribía Santana a Heres: “Ciertamente que lo quiero a usted por su rectitud, por
su honradez, por su consecuencia, aunque a veces lo quiero aborrecer por su carácter adusto, su
claridad insultante y su detestable sequedad”.
“Mi carácter adusto me ocasiona enemigos. ¿Y puedo yo cambiar la obra del Creador? Yo sé cuáles son
los hombres que tengo por enemigos, y por tanto, me complace más que me disgusta esto, y jamás
buscaré su estimación. También sé y con mucha satisfacción, los hombres que me aprecian; y conforme
a mi deber, solicitaré siempre con ahinco su amistad y su aprecio. V. E., vendrá aquí cuando yo ya haya
salido, y tal vez para no volver más, y espero tendrá la ocasión de juzgar de mí por mis amigos y mis
enemigos”. (Heres a Bolívar, 29 de julio de 1825).

“Al saber V. E., que en virtud de sus anteriores y reiteradas promesas mandé a hacer el uniforme de
General y me lo puse la primera vez el día de San Simón, puede V. E., considerar cómo habré recibido
la noticia, que con el título de mala, me da V. E., acerca del temor que tenía S. E., el Vicepresidente de
que no pasase mi grado. Si no hubiese dado la desgraciada casualidad de que he usado el uniforme,
tengo bastante patriotismo y regular idea de la virtud para mostrar más devoción al gobierno de
Colombia desde el mismo día que hubiese llegado a saber que se me había negado la aprobación”.
(Heres a Bolívar, Lima, 2 de diciembre de 1825).

“Ya sé que tengo seis enemigos poderosos en Bogotá, pero con todo, si el Gobierno me llamare, voy
allá aunque se me sacrifique; mi reputación antes que todo, he aquí mi divisa”. (Heres a O’Leary,
Cartagena, 2 de julio de 1827).

“...ya Vd., sabe que, aunque muy dócil y honrado, S. E., se mortifica mucho cuando encuentra
oposición o cuando no se le habla francamente. Pero estoy resuelto: o S. E., me promete obrar como yo
lo creo en razón, en justicia, en política, o yo me retiro del servicio para vivir en un rincón. No hay
poder sobre la tierra ni hay motivo alguno que me haga obrar contra el Libertador, pero tampoco hay
fuerza que me haga prostituir mi conciencia. (Heres a O’Leary, Cartagena, 7 de julio de 1827).

En carta de 18 de junio de 1827, fechada en Cartagena, se dirige Heres a los Editores de El Conductor
de Panamá, para defenderse de cargos que se le han hecho, pues se le ha llamado asesino y ladrón y,
por último, desertor. Dice que si se le llama por haber servido con los españoles, su conciencia no le
acusa de ninguna muerte a que haya contribuido de motu propio, directa ni indirectamente; pregunta si
es ladrón quien habiendo mandado más de cuatro años en Colombia y el Perú, había necesitado pedir
prestados mil pesos en Guayaquil para poder embarcarse; que en cuanto a desertor, tenía permiso de su
Gobierno por dos años para ir a Europa y prefería venir a Colombia a pedir un juicio, para luego irse a
descansar con su familia.

La correspondencia de Heres con O’Leary, especialmente la de junio de 1826, revela que existía una
amistad tan estrecha entre estos dos servidores del Libertador, que a veces llegaba a la ternura y hacía
cambiar el tono habitual de Heres, quien en una ocasión le dice: “El lenguaje de esta carta, tan extraño
en un hombre tan seco y tan frío como yo ¿no será de algún testimonio a mi favor?” Desea que
O’Leary tenga un viaje feliz a Venezuela, “donde lo exigen la amistad y el servicio público y
complázcase en ser tan útil en Caracas como ha sabido serlo en el Potosí”, pero le pide
encarecidamente que “si la fértil y pintoresca campiña de Bogotá y las apacibles y risueñas márgenes
del benéfico Guaire borran de su imaginación las estériles playas peruanas, al menos las personas que
Vd., deja en ellas, merezcan constantes, y aun me atrevo a añadir, tiernos recuerdos”. Más tarde le da
informaciones íntimas acerca de las numerosas amigas de ambos en el Perú.

El servidor austero

“Creo indigno de mí e insultante a V. E., que me ha puesto aquí, entrar en declaraciones sobre los
empeños que se dicen hechos con los Ministros. Puedo llamar una atroz calumnia este plural. Nadie me
ha hablado de tal contrata, y si su mala suerte hubiese conducido a alguno a atreverse a tanto, puedo
responder con orgullo que habría sido un motivo de sentimiento algo duradero para quien lo hubiese
intentado. Por ser tan formal como el que más en el universo, estoy pobre (sin embargo que V. E., no lo
cree) y mi familia está pereciendo. Ya sirviendo a los españoles, ya a la patria, he tenido ocasiones en
qué hacerme de caudal con más o menos responsabilidad y tal vez sin ninguna. Pero a todo he sido
superior, solo por no tener que avergonzarme delante de nadie, ni por qué desear que no hablen. Entre
los enemigos que me han labrado mis destinos, y según se dice, mi genio ¿no habría alguno que supiese
algo que echarme en cara? ¿serían tan buenos que me guardasen siempre sigilo? y ¿quién hasta la fecha
me ha acusado de venal?” (Heres al Libertador, Lima, 7 de junio de 1825).

“Mi economía dispone a creerme interesado. Si algún remordimiento tengo es no serlo tanto como
debiera, pues gasto más de lo que gano y hago otros desembolsos a que otras personas tienen un
derecho muy preferente. Por la razón de creerme económico, no debían reputarme interesado, porque
aquella circunstancia prueba que necesito menos que otros, porque mi vida es frugal y mi conducta
reglada". (Heres a Bolívar, Lima, 29 de julio de 1825).

“...¿qué riquezas tengo yo para hacer gastos? Los que se reducen a 6.000 pesos en dinero, importe del
bergantín Boyacá, y 15.000 pesos en efectos que recibí del señor Cochrane por mis letras contra el
empréstito, y los cuales existen casi íntegros, como lo saben mis amigos, y 4.150 pesos que he remitido
en dos años a mi familia ¿de dónde salen? ¿quién puede decir que me he ensuciado con medio real?
Puedo poner carteles en cuantas partes he estado, bien seguro de mi pureza. Aunque tuviera un gran
caudal no gastaría sino lo muy indispensable, primero por carácter, y segundo, porque tengo una madre
anciana y viuda, y unas hermanas honradas, solteras y huérfanas de padre que viven de mis auxilios y
que perecerían de hambre y de miseria si no los recibiesen”. (Heres a Bolívar, 29 de julio de 1825).

El 23 de febrero de 1825, desde Lima, escribía Bolívar a Santander: “El Congreso del Perú se ha
mostrado muy generoso: al general Sucre le ha dado el nombre de Ayacucho y nos ha colmado de
honores a todos; ha señalado dos millones de pesos para el ejército y para mí. Se le señalarán algunas
fincas a los Generales y Jefes. A Heres lo han hecho general de brigada y al vicario de nuestro ejército,
canónigo. Yo suplico a Vd., que, si le es posible, apruebe todas estas gracias, menos la mía porque no la
quiero”.

Y a Heres desde Oruro el 26 de setiembre de 1825: “Supongo que le será a Vd., agradable saber que le
tocan quince mil duros en la recompensa del Alto Perú y que este dinero estará en su poder antes de
seis meses. Con estos golpes y otros semejantes que Vd., ha recibido en esta maldita patria, debe Vd.,
estar muy disgustado, pero paciencia y adelante”.
A lo cual contestó Heres: “Como una promesa de V. E., es para mí igual a una dádiva, desda ahora
agradezco en mi alma la asignación de los quince mil pesos que se ha servido hacerme. V. E., hace a la
vez un gran beneficio a muchas personas desgraciadas, colombianas todas. V, E., que ya debe conocer
mis principios y la estimación que tengo por mi familia, puede muy bien hacerse cargo, mejor que yo
manifestar, cuán grande será el reconocimiento que V. E., ha sabido imponerme. Aun sin este golpe,
como V. E., lo llama, jamás me he quejado de la revolución. Bastante patriota y algo estoico, mis
intereses me han ocupado de una manera secundaria. V. E., sabe que le serví de buena fe y en cuanto
pude”. (Lima, 2 de noviembre de 1825).
El regreso de Heres a Venezuela, poco menos que pobre, y directamente a su provincia nativa,
comprueba que eran sinceras sus manifestaciones de desinterés en cuanto al mando y las riquezas y
también acerca de sus deseos de unirse a su familia para pasar con ella modestamente los últimos días
de su activa y agitada vida.
El General Heres paga su tributo a la política venezolana.

Como hemos dicho, fue sincero el general Heres en las numerosas oportunidades en que se dirigió a sus
superiores en demanda de letras de retiro para venir a Venezuela a residir con su familia, sin
ambiciones de mando ni de riquezas. En su biografía que inserta Ramón Azpúrua y que se debe a la
pluma de Don Ramón Isidro Montes, se fija la fecha del 20 de octubre de 1829 como la de la llegada
del general Heres a Angostura, es decir, ocho meses después de la acción de Tarqui (27 de febrero),
último escenario de sus servicios a la causa de Colombia. Montes nos dice que apenas llegado a la
tierra nativa compró un pequeño campo en las inmediaciones de Angostura y se dedicó a su cultivo:
aun en las épocas posteriores en que estuvo desempeñando cargos públicos, allí residía de preferencia a
causa del mal estado de su salud.
En este mismo año de 1829 fue elegido Heres para Diputado por la Provincia de Guayana al Congreso
Constituyente que debía reunirse en Bogotá el 2 de enero de 1830, pero no concurrió a sus sesiones; en
cambio sí asistió en 1831, ya separada Venezuela de Colombia, a las de la Diputación provincial de
Guayana, cuyas sesiones presidió en su primera reunión constitucional. También en 1833 vino a
Caracas a asistir a las sesiones del Congreso como Senador por su región nativa, pero renunció el cargo
por el resto de tiempo de mandato que le correspondía, deseoso de retirarse completamente de los
asuntos públicos.
Durante todos estos años la personalidad política más importante de Guayana, después de Heres, era el
teniente coronel Ramón Constanti, también hijo de españoles (catalanes) y Prócer de la Independencia
Suramericana, pues había ido en campaña hasta el Perú y combatido en Junín y Ayacucho, regresando a
su tierra nativa antes que Heres, en 1827. Constanti era Gobernador de Guayana en 1835, cuando la
Revolución de las Reformas, con cuyo motivo el Gobierno Nacional exigió a Heres su concurso para
cooperar en el restablecimiento de la paz; aceptó la Jefatura del ala derecha del ejército constitucional y
junto con Constanti contribuyó a la eliminación de los brotes revolucionarios que surgieron en
Guayana, mereciendo ser incluido en el Decreto de gratitud nacional que dictó el Congreso con fecha
14 de mayo de 1836 a favor de los militares que habían luchado por el restablecimiento del régimen
constitucional.
En el citado año de 1836, a propuesta de la Diputación Provincial de Guayana, el Vicepresidente de la
República, Encargado del Poder Ejecutivo, doctor Andrés Narvarte, lo nombró Gobernador de la
provincia, cargo que se excusó de servir, hasta que alterado el orden público en el pueblo de La Urbana,
donde se cometieron muchos y graves desórdenes, tomó el mando, restableció la tranquilidad y dio
garantías y seguridad a toda la provincia. Según el relato de Montes, “en casi todo el período de su
mando, que terminó en 1840, permaneció en su campo, a causa del mal estado de su salud, dejando
encargados del despacho a los respectivos Jefes políticos”.
Sin embargo, fue en esta época cuando empezaron a definirse los partidos políticos en Venezuela, como
consecuencia de los juicios y persecuciones que, si bien por medios legales, llevaron la intranquilidad a
los hogares de los comprometidos en aquel fracasado movimiento. No se escapó Guayana de la
inquietud que por motivo de la lucha política se extendió por el país, sino que, por el contrario, los
bandos locales surgieron allí poseídos de extraordinario encono y violencia. El general Heres se
convirtió en blanco de los ataques del nuevo partido de oposición, cuyos componentes se titularon a sí
mismos filántropos, por lo que sus adversarios vinieron a ser los antropófagos.
Es Bartolomé Tavera-Acosta quien en sus “Anales de Guayana” nos da detalles sobre la agitada vida
política de esta provincia al surgir los nuevos bandos. Este autor, de tradición liberal, juzga
severamente a Heres y a su administración, como se verá por el siguiente párrafo:
“Heres, adusto, severo, acostumbrado a mandar militarmente y español por herencia y por educación,
se contentaba con gobernar en paz, con que todo se le consultara como a un padre, y con perseguir a los
vagos, malentretenidos y jugadores de profesión; pero, desgraciadamente, también llegaba su
inflexibilidad en el cumplimiento de la ley escrita hasta no transigir con ciertos reclamos de equitativas
expansiones comerciales y de bien entendida tolerancia social, política y religiosa, y aplicaba
rigurosamente los viejos reglamentos, inadaptables ya a las exigencias de una población ávida de
mayores concesiones y franquicias, en el seno de una república democrática y libre. En resumen, era un
hombre de talento, probo y de gran energía, cuya educación conserva dora, no obstante su clara
inteligencia, le impedía mirar más amplios horizontes de administración y de política”.
Como ya conocemos a Heres, hemos de convenir en que todo lo anterior puede estar ajustado a la
verdad, pero conviene recalcar que, en definitiva, allí no se le acusa sino de ser inflexible aplicador de
las leyes existentes, lo cual constituye en realidad un elogio, pues mientras ellas no fueran reformadas
no quedaba otro camino sino el de acatarlas y hacerlas respetar. Sin embargo, es explicable que, a más
de la pasión política, que no reflexiona, la inflexibilidad de Heres tenía que contribuir a exacerbar los
ánimos de sus adversarios.
Tavera-Acosta inserta extensas listas de filántropos y antropófagos: a los primeros los capitaneaba el
italiano Juan Bautista Dalla-Costa, padre del más ilustre prócer civil de Guayana y una de las figuras
más nobles de la Venezuela republicana, y entre sus afiliados abunda especialmente el apellido
Afanador; entre los seguidos, figuran después de Heres, el venerable Obispo Talavera, José Tadeo
Machado, el Prócer General Ascención Farreras y, desde luego, otras personas que desempeñaban o
habían desempeñado cargos en los años recientes. Es de hacerse notar la circunstancia de que los
contendores principales, Heres y Dalla-Costa, estaban ambos emparentados con el general Soublette,
quien ocupaba la Presidencia de la República cuando se inició la lucha. Sin embargo, en El Filántropo,
periódico vocero del nuevo partido de oposición, se atacaba acerbamente a Soublette como apoyador
de Heres en Guayana. No se salvaba de estos ataques violentos la meritoria persona del Obispo
Talavera, cuyos servicios a la patria desde 1810 eran de todos conocidos.
El Venezolano, el famoso periódico que en Caracas publicaba Antonio Leocadio Guzmán y que no
puede calificarse de moderado, decía en su número 143 refiriéndose a los partidos de Guayana: “...dos
partidos fuertes, extensos y bastante poderosos para destrozarse entre sí y para dar a la República días
de luto si el patriotismo y la razón no se interponen”. En cuanto a El Filántropo, decía de él Juan
Vicente González que constituía “un monumento histórico de audacia y perversidad”. “Pero, comenta
Tavera-Acosta, González era deudo afín del general Heres y era en Caracas uno de los que habían
tomado la defensa de su causa”.
Un acontecimiento vino a enardecer los ánimos ya bastante excitados: en febrero de 1841 el general
Heres fue acusado ante el Congreso de Venezuela “por excesos de autoridad contra el labrador Aniceto
Castellano”; acudió personalmente Heres a Caracas para hacer su defensa y resultó absuelto, pero sus
enemigos no recibieron este resultado como consecuencia de que el Senado no encontró fundamento
para condenar, sino como efecto de la influencia personal del general Soublette, a la sazón
Vicepresidente de la República. Y fue lo peor que Heres regresó a Guayana no solo absuelto sino
investido con el cargo de Comandante de Armas. Entonces se redoblaron los ataques de los filántropos
contra Heres, sus amigos y el Gobierno Nacional.

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Casa donde nació y murió el general Heres

Haciendo juegos de palabras con el apellido de Heres, El Filántropo llamaba a sus partidarios
heresiarcas y herodianos, amén de otros cognomentos como el ya conocido de antropófagos y otros
como numantimos, serviles, provincialistas. Ni cortos ni perezosos, estos llamaban a los filántropos,
forasteros, contrabandistas, logreros, obstruccionistas. No encontramos en Tavera-Acosta referencia
alguna de que Heres y los suyos tuvieran algún órgano periodístico, pero no es creíble que les faltara.
Vivía Angostura en ambiente caldeado, como todo el país, por resultado de la propaganda de prensa
que desde Caracas capitaneaba Antonio Leocadio Guzmán, con repercusión en todas las provincias,
cuando en la noche del 9 de abril de 1842 ocurrió el asesinato del general Heres en la propia sala de su
casa. Copiamos la versión de Tavera-Acosta:
“Serían las nueve de la noche del 9 de abril. El General estaba un poco quebrantado de salud y algunos
amigos habían ido a visitarlo, entre ellos Machado, el Obispo de Trícala (Talavera), Armas, Ledezma y
Manuel Pildaín. Como el calor era fuerte por hallarse corridas las celosías de las ventanas, el último de
los nombrados, acercándose a una de estas, abrió un postigo para renovar el ambiente. Retiráronse al
cabo de un rato todos menos el Iltmo. Talavera y Garcés. Hasta la señora de Heres se había recogido a
su aposento. Media hora más tarde el general permanecía aún sentado junto a su mesa, sobre la que
apoyaba el brazo izquierdo, departiendo con el Prelado. De pronto, en medio de una pausa, resonó una
detonación, cuya explosión apagó inmediatamente la luz del salón. En la obscuridad salió el Señor
Obispo al corredor y regresó con el asistente del general, que trajo luz para alumbrar la escena. Al
disparo, incorporóse la señora de Heres y voló al lado de su marido. El general Heres, bañado en su
sangre, yacía por tierra con el brazo izquierdo destrozado. Llamóse acto continuo a los doctores Siegert
y Gáspari, únicos facultativos que por los momentos había en la ciudad. Llegaron estos, examinaron la
herida y declararon que era mortal. “Desde la articulación del hombro hasta cerca del codo, todos los
huesos, músculos y tendones estaban despedazados. Con todo, se procedió a operar, consistiendo el
trabajo en una mera resección, porque no se encontró tronco sano en qué apoyar el instrumento para
amputar. A todo esto, la hemorragia era copiosa. El herido, no obstante, conservó toda su presencia de
ánimo, instituyó in verbis por heredera universal a su esposa, a quien manifestó que conocía a la
persona que lo había herido. Aconsejó a sus partidarios mucho orden y nada de venganzas. Hacia las
once de la noche concluyó el trabajo de los cirujanos, sobreviniéndolo un síncope. En ese instante el
señor Obispo le administró la extremaunción, creyendo que había llegado el postrer momento. En la
madrugada se produjo otro colapso. Una que otra vez lanzó un débil gemido, pero su semblante, a pesar
de la intensa palidez que lo cubría, conservó siempre su apacibilidad. Por fin, a la 1 p. m. del día
siguiente expiró perdonando a sus enemigos. En la mañana del 11 se le tributaron al cadáver grandes
obsequios fúnebres religiosos y fue inhumado en una bóveda del cementerio perteneciente a su amigo
Justo Lezama. El Obispo ofició de modo pontifical y concluidas las ceremonias, depuso los
ornamentos, tomó la capa consistorial de luto y seguido por el clero acompañó el enterramiento. Desde
que se supo en la ciudad la herida de Heres hasta que salió su cadáver para el cementerio, aquel
honorable hogar quedó convertido en un flujo y reflujo de gente de toda clase, edad y condición. El
general Tomás de Heres falleció a los cuarenta y siete años no cumplidos. No dejó sucesión.
Muy pocos pormenores se obtuvieron del crimen. El arma homicida fue disparada por la segunda
ventana contando de norte a sur. El asesino, desde la calle, protegido por las sombras de la noche, se
encaramó en el poyo de la pared y afianzó el cañón del trabuco entre la jamba y el primer balaustre: un
tiro a mansalva. La casa era la misma donde había nacido la víctima, subiendo tres cuadras por la calle
“Libertad”, a partir de la plaza Talavera, donde se alza el Monumento de Heres, acera derecha,
formando esquina con la calle “Amor Patrio”.

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Ciudad Bolívar - (Calle “Libertad”, en una de cuyas esquinas con la calle “Amor Patrio”, se halla la
casa donde nació y murió el general Heres).

De esta manera indigna falleció el famoso legionario del Numancia, subalterno de San Martín, grande
amigo y servidor del Libertador y de Sucre, General de Brigada del Perú y de División de Colombia la
Grande, uno de los más ilustres próceres de la Independencia Suramericana. Como es de imaginarse,
las primeras sospechas de culpabilidad cayeron sobre sus adversarios políticos y hasta se hicieron
algunas prisiones, pero no se pudo probar nada a los sindicados, resultando libres de toda
responsabilidad por sentencia del Juez de Provincia, dictada el 27 de febrero de 1843. “Solo al correr
de los años, dice Tavera-Acosta, vino a saberse en 1853 que el cabo Antonio López, de la guarnición de
la plaza y que estaba franco de servicio en la noche del 9 de abril, fue el dueño de la mano que disparó
sobre Heres. En ese año de 1853 trató de aprehenderse al referido López, denunciado por otros
crímenes al Tribunal competente, a cargo entonces de Manuel S. Díaz. Al efecto, salió este funcionario
como en visita con rumbo a Urbana (Uruana) donde se hallaba el malhechor: llegó a ella, organizóse un
baile de joropo en un local adonde concurría ordinariamente el cabo López; en la noche cercó la casa
con una guardia, intimósele orden de prisión al criminal, pero este en lugar de obedecer hizo armas y se
abrió paso burlando a la guardia. Ocultóse, huyó luego y a las pocas semanas apareció en la población
de Orocué, en el Alto Meta, defraudando así los reclamos de la vindicta pública”. Después de referir y
examinar Tavera-Acosta otras presunciones que corrieron sobre la responsabilidad en la muerte de
Heres, concluye: “Empero, sea lo que fuere, lo cierto es que hasta hoy se ignoran positivamente las
causales que pusieron en manos del cabo Antonio López el arma homicida, o por lo menos, por falta de
documentos escritos en el proceso, no existe constancia alguna de quién fuera quien lo instigó al
cobarde asesinato”. Lo que sí está fuera de duda, es que el cabo López no obró por iniciativa propia
sino influenciado por terceros que lo pagaron para cometer el crimen.
Conclusión

Con justicia que la honra, Guayana ha sabido rendir homenaje al más ilustre de sus Próceres de la
Independencia: el cantón capital de la provincia, hoy Distrito del Estado, lleva su nombre; su retrato fue
colocado en el salón de sesiones de la Municipalidad, al lado de los de Bolívar, Sucre y Talavera, e
igual cosa dispuso la Asamblea Constituyente del Estado Guayana en su Decreto de honores de 10 de
junio de 1864; un monumento se ha elevado también a su memoria cerca de la casa donde nació y
murió; por último, el gobierno y pueblo de su región nativa se preparan a conmemorar el centenario de
su trágica e inmerecida muerte, en virtud de decreto dictado por el doctor Ovidio Pérez Agreda cuando
recientemente desempeñó la Presidencia del Estado Bolívar.
Por disposición de este decreto fue creado también un premio para una biografía del General Tomás de
Heres: este trabajo no aspira a ser sino un resumen de datos biográficos, tarea grata porque el personaje
tuvo una vida variada, activa, honorable y noble. Sin embargo, satisfechos nos consideraremos si estos
datos bastan para refrescar ante los contemporáneos un carácter excepcional, cuya evocación no es
solamente asunto de literatura histórica, sino que constituye un ejemplo digno de ser imitado. Pues que
los grandes caracteres, los que supieron inscribir decorosamente sus nombras en la historia, son grandes
precisamente por continuar siendo maestros y guías de la posteridad. Y en el caso de Heres — quien a
pesar de sus méritos y servicios no ha brillado con la aureola de otros de sus compañeros de gloria de la
Gesta Magna, porque se contentó luego con ser personaje provinciano en vez de acercarse
ambiciosamente a la capital para intervenir en la política nacional —bueno era rememorar sus
condiciones personales, servicios y méritos ante las nuevas generaciones, quienes pudieran exclamar
ante el recuerdo de su vida con la voz que oyó el Dante al presentarse en el Infierno acompañado de
Virgilio:

“l’ombra sua torna ch’ era dipartita”


Bibliografía

Memorias del General O’Leary. — Documentos. Tomo V.


Biografías de Hombres Ilustres de Hispanoamérica, por Ramón Azpúrua (Biografía del Gral. Tomás de
Heres, por Ramón I. Montes).
Cartas del Libertador. — Colección Lecuna.
Anales de Guayana, por B. Tavera Acosta.
Documentos para la Historia de la Vida Pública del Libertador, de Blanco y Azpúrua.
Memorias del Coronel O’Connor.
Índice

Página

Documentos oficiales
Decreto del Ejecutivo del Estado Bolívar
Bases del Certamen
Veredicto del Jurado
Acta de la Sesión solemne de la Sociedad Bolivariana, Centro de Ciudad Bolívar
Dedicatoria
Pórtico
Referencias Genealógicas
La Odisea del “Numancia”
Tomás de Heres bajo el signo de Colombia
Aspectos salientes de la personalidad de Heres
El Político
El Administrador
El Militar
El Hombre de Letras
La Alta Opinión del Padre de la Patria
El Amigo Leal
El Servidor Austero
El General Heres paga su tributo a la política venezolana
Conclusión
Bibliografía

Grabados
Retrato del General Heres
Casa donde nació y murió el General Heres
Ciudad Bolívar (Calle “Libertad”, en una de cuyas esquinas con la calle “Amor Patrio” se halla la casa
del General Heres)

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