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Mónica McCarty El Fantasma

Àriel x

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Mónica McCarty El Fantasma
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LA GUARDIA DE LOS HIGHLANDERS:


Fantasma

12º libro de la Entrega: La Guardia de los Highlanders

Traducción: Àriel x.
Àriel x ll Journals

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ÍNDICE

 Sinopsis 4
 Prefacio 6
 Prólogo 7
 Capítulo 1 13
 Capítulo 2 27
 Capítulo 3 35
 Capítulo 4 41
 Capítulo 5 48
 Capítulo 6 58
 Capítulo 7 66
 Capítulo 8 77
 Capítulo 9 87
 Capítulo 10 97
 Capítulo 11 1 08
 Capítulo 12 11 8
 Capítulo 13 1 28
 Capítulo 14 13 7
 Capítulo 15 1 51
 Capítulo 16 16 1
 Capítulo 17 1 74
 Capítulo 18 18 5
 Capítulo 19 19 6
 Capítulo 20 20 6
 Capítulo 21 21 5
 Capítulo 22 22 3
 Capítulo 23 23 5
 Capítulo 24 24 9
 Capítulo 25 25 6
 Epílogo 265

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SINOPSIS

Joan Comyn juró lealtad a Robert de Bruce el día en que atestiguó como el rey bárbaro de
Inglaterra torturó a su famosa madre, la patriota escocesa Bella MacDuff.

Ahora la misteriosa belleza se desliza en los corazones de los hombres como un espectro y atrae a
los barones más ilustres de Inglaterra a revelar sus secretos, y luego los comparte con su rey.
Conocida sólo como el fantasma incluso entre sus hermanos de la Guardia de los Highlanders, Joan
se ha convertido en <el traidor> más buscado de Inglaterra.

El hombre decidido a descubrir su identidad plantea su mayor amenaza aún. Alex Seton una vez
estuvo con Bruce, pero ahora lucha con el enemigo. Aunque Joan sabe que debe evitar el hermoso
guerrero o el riesgo a ser descubierta, su caballería caballeresca toca un lugar en su largo tiempo
enterrado.

Cuando sus sospechas se hacen evidentes, Joan se da cuenta de que debe hacer todo lo que esté a su
alcance para impedir que Alex revele su misión y convencer al poderoso luchador de unirse a la
Guardia una vez más.

Pero a medida que la batalla final en la gran guerra se acerca, ¿Alex escogerá el amor o el honor?

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La Guardia de los Highlanders

1. Tor MacLeod, Jefe: líder de las huestes y experto en combate con espada.
2. Erik MacSorley, Halcón: navegante y nadador.
3. Lachlan MacRuairi, Víbora: sigilo, infiltración y rescate.
4. Arthur Campbell, Guardián: exploración y reconocimiento del terreno.
5. Magnus MacKay, Santo: experto en supervivencia y forja de armas.
6. Kenneth Sutherland, Hielo: Explosivos y versatilidad.
7. Ewen Lamont, Cazador: rastreo y seguimiento de hombres.
7.5. James Douglas, Negro.
8. Robert Boyd, Ariete: fuerza física y combate sin armas.
9. Gregor MacGregor, Flecha: tirador y arquero.
10. Eoin MacLean, Asalto: estratega en lides de piratería.
11. Thomas McGowan. Herrero, Roca.
11.5. Sir Thomas Randolph, Pícaro.
12. Alex Seton, Dragón: dagas y combate cuerpo a cuerpo.
También:
Helen MacKay, (de soltera, Sutherland), Ángel: sanadora.

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PREFACIO
Año de Nuestro Señor 1314

La guerra de Robert de Bruce contra Inglaterra para el trono escocés ha llegado a una coyuntura
crucial con nada menos que la libertad de una nación colgando en el equilibrio.

Durante ocho años, desde la desastrosa derrota en Methven, que lo hizo huir de su reino como un
proscrito, Bruce ha evitado reunirse con los ingleses en una batalla campal, de ejército a ejército. En
cambio, él y los guerreros de élite de la Guardia de los Highlanders han librado una "guerra
secreta", utilizando tácticas piratas de redadas, emboscadas y trucos para derrotar a sus enemigos -
tanto ingleses como escoces- y limpiar la mayoría de los castillos importantes de Escocia de sus
guarniciones inglesas.

Pero no es suficiente. Sin una victoria decisiva en la batalla que señala el juicio de Dios, la
reclamación de Bruce al trono no será reconocida por Inglaterra o el resto de la cristiandad. Un día
Bruce tendrá que tomar el campo. Pero con el ejército inglés preparándose una vez más para
marchar sobre Escocia, debe decidir si ese día es ahora.

Mientras los ejércitos se reúnen y se preparan para lo que podría ser una de las batallas más grandes
de todos los tiempos, Bruce volverá a confiar en los guerreros secretos de su Guardia de las
Highlands, presentes y pasados.

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PRÓLOGO

Castillo de Hagerstown, Northumberland, Inglaterra, finales de septiembre de 1306

¡Era una mentira horrible y perversa! Y si no hubiese estado escuchando a las dos cansadas mujeres
que su padre mantenía para cuidar de ella, Joan Comyn les habría dicho exactamente eso.
No podía ser cierto. Ningún caballero podría hacerle eso a una mujer. Ni siquiera Eduardo de
Inglaterra, el autoproclamado "martillo de los escoceses", podía ser tan cruel y bárbaro.

¿Podría?

Una nueva punzada de pánico se sumergió en su pecho. Aunque nunca lloraba, sus ojos se llenaron
de lágrimas cuando salió de la alcoba donde había estado leyendo un libro y caminó sin rumbo por
la escalera sinuosa del castillo que servía de alojamiento temporal en el norte de Inglaterra. Quería
poner sus manos sobre sus oídos para bloquear las palabras ofensivas que resonaban en su cabeza.
Castigar. Traidora. Jaula.
¡No! El corazón le latía con fuerza y se tambaleaba salvajemente mientras corría por el espacioso
vestíbulo, ignorando todas las caras curiosas que se volvían para mirarla ir a la cámara privada de su
padre. Abrió la gran puerta de roble y entró en la habitación.

-¡No puede ser verdad!

El ceño fruncido de su padre estaba oscuro y lo bastante peligroso para hacerla partir. Se puso seria,
maldiciéndose a sí misma por olvidarse de llamar. John Comyn, conde de Buchan, odiaba ser
molestado, y aunque su padre rara vez le volvía el temperamento aterrador, la amenaza hizo que su
corazón se acelerara un poco más rápido.

-Os olvidasteis de llamar, hija. ¿Qué significa todo esto? Como podéis ver -señaló a la media
docena de caballeros y barones sentados alrededor de la mesa-, estoy muy ocupado.

Instantáneamente se arrepintió. Juntando las manos delante de ella, Joan inclinó la cabeza y se
esforzó por parecer modesta y respetuosa, las dos cualidades que su padre valoraba en las mujeres
(y las niñas de doce años que aún no habían alcanzado la condición de mujer).

Levantó grandes ojos a su suplicante:- Por favor, padre, siento interrumpiros. Pero oí algo... -bajó la
voz, sabiendo bien el riesgo de pronunciar las palabras-. Acerca de mamá.

Rápidamente bajó la mirada, pero no antes de ver el rayo de enfado de los rasgos hermosos de su
padre. En el mejor de los momentos, su padre fue irracional sobre el tema de su futura esposa, y en
el peor podía podía convertirse en beligerante e impredecible.

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La habitación quedó en silencio. La tensión y el malestar se sentía en el aire.

-Dejadnos -le dijo bruscamente su padre a sus hombres.

Estaban tan ansiosos por cumplir sus órdenes, se alejaron rápidamente sin mirarla. Ninguno de ellos
se encontraría con sus ojos. Su estómago cayó. Oh Dios, ¿y si era verdad?

Las lágrimas ardían detrás de sus ojos, miró al hombre sentado detrás de la gran mesa. Nunca lo
habría descrito como cálido y cariñoso, pero el frío, enfadado, amargado hombre en que se había
convertido en los últimos seis meses era casi irreconocible.

-Si habláis del castigo de la perra traidora -se estremeció ante la ruda palabra sin importar cuántas
veces lo hubiera dicho-, es indudablemente cierto.

Joan palideció, la sangre se arrastró fuera de su cuerpo. Se tambaleó, y se sentó en el banco


recientemente desocupado frente a su padre para evitar que sus piernas cedieran.

-Pero no puede ser. Los oí decir que ha sido encarcelada en una jaula en lo alto de las murallas en el
Castillo de Berwick... como un animal.

La mirada de su padre se endureció, sus ojos dos pinchazos de ónice con el inconfundible
resplandor de la malicia:- Es verdad.

El horror la hizo olvidarse de sí misma:- ¡Pero eso es bárbaro! ¿Quién podría haber pensado en
semejante cosa? ¡Tenéis que hacer algo para ayudarla! El rey os escuchará.

Incluso en Inglaterra, el conde escocés de Buchan no estaba sin influencia considerable. Su madre
también era importante por derecho propio. Isabella MacDuff era la hija del anterior Conde de Fife
y la hermana del actual conde, una de las familias más antiguas y reverenciadas de Escocia. Era
inconcebible que el rey Eduardo de Inglaterra pudiera castigar a una mujer como ésta, pero una
lady -una condesa- de la posición de su madre... ¿Seguramente su padre sería capaz de poner fin a
ello?

Su rostro se volvió rubicundo y sus ojos brillaron con un fervor impío.

Joan se encogió de nuevo ante la templanza que había desencadenado involuntariamente.

-¡No haré una maldita cosa! La puta no tiene más de lo que merece por lo que ha hecho.

La garganta de Joan se ahogó de lágrimas. ¡No es una puta! Quería gritar en protesta, pero el miedo
la retuvo.

Tal vez adivinando sus pensamientos, golpeó su puño sobre la mesa. Toda la habitación parecía
sacudirse, incluso ella.

-Como si poner una corona sobre la cabeza de su amante no fuera suficiente, se dice que llevó al

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pirata más notorio de las islas occidentales a su cama. Lachlan MacRuairi -escupió con disgusto,
dejando una espuma en las comisuras de su boca-. Un bastardo y un bandido. Si está siendo
confinada como un animal, es porque eso es lo que la perra rastrera se merece.

Joan amaba a su madre más que nadie en el mundo. Se negaba a creer lo que decían sobre ella. Eran
mentiras destinadas a desacreditarla y explicar lo que la gente pensaba que era valentía antinatural
en una mujer. Necesitaban una explicación de cómo una mujer se atrevería a desafiar no sólo a su
marido, sino al rey más poderoso de la cristiandad para coronar a un rey "rebelde".
Pero Robert de Bruce había sido como un hermano para su madre, no un amante. En cuanto a
Lachlan MacRuairi... Joan recordó al guerrero -que daba miedo- que había aparecido en su
habitación en medio de la noche, poco después de que su madre se hubiera marchado del Castillo de
Balvenie hacia Scone para coronar a Bruce para explicar por qué no había podido llevar a Joan
como ella había querido. Había estado a cargo de los guardias enviados para la protección de su
madre, eso era todo.

-Se congelará hasta la muerte -susurró Joan débilmente, buscando la gracia que pudiera quedar para
la mujer con la que había estado casado durante trece años. La mujer a la que había amado tanto que
apenas podía dejarla fuera de su vista y siempre la tenía bajo guardia para mantenerla a salvo.

Al menos eso era lo que Joan había pensado antes. Pero tal vez era lo que su madre quería que
pensara. Joan estaba empezando a darse cuenta de que algo no había estado bien en el matrimonio
de sus padres -que algo no estaba bien con su padre- y su madre había tratado de impedir que lo
viera. Lo que Joan pensaba que había sido amor ya no se sentía como tal. Se sentía como posesión
rabiosa, control y celos.

-Dejad que se congele -dijo su padre. Si estuviera en mi mano, la vería colgando de la horca. Se lo
dije a Eduardo, pero el rey se resiste a ejecutar a una mujer, incluso a alguien que lo merece. En su
lugar, servirá como una advertencia, un recordatorio para todos los que piensan que apoyan al
usurpador 'Rey Capucha".

Era el nombre que los ingleses le habían dado a Robert de Bruce, el rey forajido. No se había oído
nada de Bruce y sus seguidores en semanas. Se decía que habían huido a las islas occidentales. Eran
hombres perseguidos y estaban siendo cazados. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que el rey Eduardo
los alcanzara?

Joan sabía que la ayuda para la situación de su madre no vendría de esa dirección. Robert de Bruce
y sus hombres estaban demasiado ocupados tratando de salvar sus propias vidas para rescatar a su
madre.

No, era cosa suya. Si alguien podía ayudar a su madre era ella. Su padre se preocupaba por ella, la
"bella" chica que tanto se le parecía. Tenía que llegar hasta él, incluso si eso le enfadase.

Joan podía estar tranquila y reservada, pero no era una cobarde. Tenía la sangre de dos de los
condes más importantes de Escocia corriendo por sus venas. Respirando hondo, trató de limpiar las
lágrimas de su garganta y alzó los ojos para encontrarse con los suyos.

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-Sé que creéis que os traicionó, padre, pero sólo estaba haciendo lo que creía correcto.

-¿Correcto? -exclamó su padre, poniéndose en pie con suficiente fuerza como para hacer retroceder
el banco en el que se había sentado. Rodando alrededor de la mesa, la agarró por el brazo y la
levantó-. ¿Cómo os atrevéis a intentar defenderla?

Tal vez era una cobarde después de todo, porque ahora estaba asustada:- Yo... no estaba...

Pero estaba sordo a sus súplicas:- Os mostraré lo que es correcto para que no os sintáis tentada a
seguir los pasos traidores de la puta de vuestra madre. Quería ahorraros esto, pero ahora veo que mi
compasión sólo ha servido para confundiros sobre dónde está vuestra lealtad. Una hija de Buchan -
una Comyn- nunca verá nada correcto sobre un Bruce en un trono.
La arrastró por el vestíbulo. Una mirada a su rostro fue suficiente para desviar incluso las miradas
más curiosas en la otra dirección. Trató de calmarlo, trató de disculparse, pero estaba demasiado
enfadado como para escuchar.

La fría ráfaga de aire otoñal penetró a través de la lana de su vestido mientras empujaba la puerta y
la tiraba por las escaleras. Llamó a los caballos, que se adelantaron rápidamente.
Se dio cuenta de lo que quería hacer.

-No, padre, por favor. No me llevéis allí. No quiero ver...

-Ni una palabra más -dijo con rabia-. Haréis lo que yo pida u os veré castigada con el látigo.
¿Se lo habríais llevado a vuestra madre y le habría desatado el desafío? Podríamos haber evitado
esta deshonra y estambre en nuestra familia.

Los ojos de Joan se abrieron en incredulidad. Un latigazo. Su padre nunca había levantado una
mano hacia ella. Pero todo lo que sentía por ella había sido olvidado por su defensa de su madre.
Sin dudar de que quisiera decir lo que dijo, dejó de protestar cuando la arrojó a un caballo y
recorrieron el campo de Northumbria, a cinco millas del Castillo de Berwick.

Cuando pasaron por la puerta, Joan nunca había estado en un estado de miseria en su vida. No había
hablado ni una palabra desde que marcharon. Su padre parecía un extraño, un tirano oscuro y
enfadado como el rey inglés que defendía.

Estaba oscureciendo y, como la habían obligado a salir de la casa sin plaid encapuchado ni guantes,
las manos y las orejas estaban heladas.

¿Cómo debía serlo estar encima de la torre en una jaula? Se estremeció o se encogió, tal vez las dos.
Oh Dios, ¡no podía hacer esto! Ver a su madre sufriendo tan horriblemente...

Pero cualquier pensamiento que tenía de suplicarle una vez más huyó mientras la arrancaba de su
caballo. Sus ojos se encontraron, y supo que estaba fuera de razón.

Mantuvo la cabeza tan alta como pudo. Pero finalmente, en medio de la multitud de espectadores
abiertos, su padre le ordenó que mirara.

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Olvidó su temor lo suficiente para suplicar:- Por favor, Padre, no me hagáis...

-¡Dios, miradla maldición! -la agarró por la barbilla y forzó su mirada hacia las murallas-. Mirad lo
que pasa con los traidores y las putas que traicionan a su familia para apoyar a los reyes falsos.

Por un momento su mente se negó a permitirle ver el horror y la barbarie de la vista ante ella. Pero
la ceguera auto protectora sólo pudo durar un poco de tiempo. Como los espectros de una pesadilla,
las formas comenzaron a materializarse a través de la niebla nebulosa del anochecer.

Las barras enrejadas de madera... El marco de hierro... La pequeña plaza de una prisión que apenas
tenía espacio suficiente para pararse y abrirse a los elementos y el desprecio de los espectadores.
¡No! Un grito involuntario escapó de sus labios al ver un movimiento dentro de la jaula.

-¡Madre! -sollozó, lanzándose hacia la torre como si pudiera liberarla. Cada instinto en su cuerpo

gritó para ir a ella. Hacer algo. Poner fin a esta farsa. ¿Cómo podrían hacerle esto a alguien?
¿Cómo podría sobrevivir su madre?-. Oh, madre, lo siento mucho.

Pero apenas había dado unos pasos antes de que su padre la atrapara y la apartara. Empezó a gritar y
patear, pero la calmó con una advertencia.

-Lo estáis haciendo peor. ¿Queréis que te escuche? ¿Creéis que quiere que la veáis así?

Sabía que su padre sólo estaba tratando de evitar una escena, que no le importaban los sentimientos
de su madre, pero funcionó. De alguna manera sabía que mataría a su madre el saber que su hija
había sido obligada a ser testigo de su sufrimiento.
Pero no podía rendirse. Tenía que hacer algo. Su madre la necesitaba.

Después de preocuparse por la ira de su padre, intentó otra vez:- Por favor, padre, os lo suplico. Por
favor haced algo para ayudarla. No podéis dejarla así.

Pero podía hacerlo. Y eso es exactamente lo que hizo, arrastrándola sollozando y suplicando desde
el castillo. Joan nunca se había sentido tan indefensa en su vida. Había fallado. Sus rodillas se
derrumbaron y se habría caído al suelo si su padre no la hubiera sostenido.

El dolor y la devastación en su rostro finalmente habían penetrado en la negrura negra de su ira.


Demasiado tarde parecía darse cuenta de que podía haber ido demasiado lejos. La sostuvo contra él
como si fuera una de las muñecas bonitas que solía comprarle de niña.

-Lamento que hayáis tenido que ver eso, hija. Pero fue por vuestro propio bien.

Lo miró como si estuviera loco. ¿Cómo podría ser eso para su propio bien? Nunca lo olvidaría. Así
como nunca olvidaría su crueldad al traerla aquí.

Lo que vio en su expresión debió alarmarlo. Parecía realmente incómodo mientras quitaba algunos

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cabellos de su cara. Sintiendo el escalofrío en su piel, tiró de su plaid para envolverla:- Vuestra
madre ha muerto para los dos. No volveremos a hablar de ella.

Tenía razón en eso. No volvieron a hablar de ella. Pero no fue su madre la que murió, sino su padre,
que no se levantó de su cama después de una fiebre que lo golpeó dos años después.
No lloró por él. Había estado muerto para ella desde el día en que la había llevado a ver a su madre
colgada en una jaula. Su padre le había enseñado una lección ese día, aunque no la que él quería. La
imagen de su madre tratada con tanta brutalidad y la incapacidad de Joan de hacer cualquier cosa
para detenerla se quedaría con ella para siempre, al igual que su odio hacia el rey que la había
puesto allí y el hombre que se había negado a levantar un sólo dedo para ayudarla. Nunca volvió a
ver a su padre de la misma manera.

Nunca volvería a ver muchas cosas de la misma manera. Ya no era una espectadora en la guerra
entre Escocia e Inglaterra. A partir de ese día, ver a Eduardo de de Inglaterra derrotado y Robert de
Bruce en el trono se convirtió en todo lo que importaba. Había fallado en liberar a su madre de la
jaula, pero haría todo lo posible por asegurarse de que el sufrimiento de su madre no hubiera sido en
vano.

Debería haber tomado el azote. Al menos esas cicatrices podrían haber tenido la oportunidad de
sanar.

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Capítulo 1
Castillo de Carlisle, Cumbria, Inglaterra, 16 de abril de 1314

-Me estáis volviendo loco -dijo el joven caballero mientras presionaba frenéticamente su boca
caliente por todo su cuello-. Dios, oléis tan bien.

Joan deseaba poder decir lo mismo, pero como sir Richard Fitzgerald -el segundo al mando de las
fuerzas navales irlandesas del conde de Ulster- la había acorralado después de la comida del
mediodía, olía claramente a arenque ahumado, lo que, por supuesto, no era el olor favorito de ella.

Cuando trató de presionar su boca contra la suya de nuevo, ni siquiera la posibilidad de aprender los
movimientos de toda la flota inglesa podría haber impedido que volviera la cabeza.

-No podemos -dijo suavemente. La ligera respiración de su voz no provenía de la pasión, sino del
esfuerzo de rechazar a un determinado aspirante a amante que estaba cansado de oír el no-. Alguien
podría descubrirnos.

Por eso había elegido este sitio como un lugar para reunirse. Era privado pero no demasiado
privado. Nunca se quedaba sin un medio de escape.

Con movimientos hábiles de su abrazo como un tentáculo con la facilidad de alguien que había
tenido la práctica de escapar a los hombres con manos como una hidra muchas veces antes, miró
alrededor ansiosamente como para probar su punto.

Estaban de pie en una sección tranquila del jardín de la sala exterior del castillo, donde había
anunciado que iba a dar un paseo después de la larga comida. Como ella había pensado, sir Richard
la había seguido hasta allí y la había llevado detrás de uno de los enrejados de rosas.

El joven capitán frunció el ceño, con el rostro enrojecido por el deseo frustrado. Con sus ojos
claros, sus cabellos rojizos, su tez rojiza, quemada por el viento y su robusta construcción, llevaba
el marcado sello de sus antepasados irlandeses. No era desagradable. No es que importara. Había
perdido su debilidad por caballeros jóvenes y guapos hacía mucho tiempo.

-Nadie nos descubriría si aceptáis venir a mi habitación. Mi escudero puede dormir en el cuartel por
la noche.

-No podría -dijo ella, como si la sugerencia la sorprendiera, aunque no era la primera vez que lo oía.

Su sonrisa podría haber sido encantadora para alguien con menos experiencia en los caminos de los
hombres:- No pasará nada desagradable -le aseguró con un suave toque de su dedo en la mejilla-.
Por supuesto.

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Cada vez que oía falsas promesas como aquélla, se hacía más difícil fingir inocencia de ojos
abiertos. Con un poco de esfuerzo, se las arregló:- ¿Estáis seguro?

Él asintió, su voz se volvió ronca:- Podemos pasar un tiempo juntos. Pensé que queríais eso.

Roía ansiosamente en su labio inferior, como si contemplara la oferta ilícita. Su mirada se calentó
cuando obviamente contemplaba cosas igualmente ilícitas sobre su boca.

-Por supuesto que sí –dijo-. Pero es demasiado arriesgado y hay poco tiempo...

-No, no -respondió, perdiendo la paciencia con la seducción de dos semanas de duración que sin
duda pensaba que habría progresado mucho más que unos pocos besos robados. Se suponía que era
una presa fácil-. Recibí las órdenes ayer. Voy a salir en tres días.

¡Finalmente, la información para la que había estado esperando! Joan había comenzado a desesperar
al no haber oído nunca cualquier cosa de importancia de él. Por lo general, los jóvenes caballeros
estaban tan ansiosos de alardear y alardear, por lo que los atacaba (por eso y porque no estaban
casados), pero Sir Richard había sido frustradamente cerrado.
Hasta ahora.

Ocultó su excitación y su alivio tras una máscara de preocupación.

-¿Órdenes? ¿Os marcháis? Pero pensé que teníais hasta junio para reuniros en Berwick.

-No voy a Berwick -parecía distraído. Sus ojos se habían vuelto a caer al pecho, una ocurrencia
frecuente-. Dios, sois tan hermosa. No hay otra mujer como vos.

Como parecía que podría tratar de besarla de nuevo, se volvió "nerviosa" y habló rápidamente:-
¿Vos no vais a ir ? ¿La guerra ha sido cancelada, entonces?

Levantó la mirada de su lujurioso estudio de sus pechos. Esperaba que la considerara tan estúpida
como sonaba. Si su sonrisa divertida, pero ligeramente condescendiente era cualquier indicación, lo
hizo.

-No, la guerra no ha sido cancelada. Pero mis deberes están en el mar antes que el ejército.

Es por eso que estaba aquí con él. Se rumoreaba que el conde de Ulster -el comandante de Sir
Richard que se encontraba actualmente en York reunido con el rey Eduardo- estaría a cargo de
abastecer los castillos antes de la invasión inglesa. El rey Robert de Bruce amaría saber de sus
planes. Aunque Ulster era el suegro de Bruce, era un hombre de Eduardo de Inglaterra.

Actuó como si la noticia de su partida fuera devastadora:- ¿Pero adónde vas? ¿Cuándo vais a estar
de vuelta? ¿Será peligroso?

Si hubiera respondido a sus preguntas, no lo descubriría. El sonido de las voces que se acercaban
puso un final rápido a la conversación. Se inclinó y le dio un rápido beso en los labios que no pudo

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evitar. Arenque.

-Reuníos luego conmigo -susurró antes de escabullirse.

No era una oportunidad que quisiera esperar, pensó con un estremecimiento. Al menos hasta que
tuviera un medio de escape.

Maldiciendo, sabiendo que tal vez no tendría otra oportunidad como ésta, salió de detrás del
enrejado para saludar la interrupción inoportuna cuando el grupo de damas se acercó a la esquina de
un gran seto que rodeaba algunos de los canteros.

Joan había estado tan cerca. Pero su plan de contingencia había funcionado demasiado bien. No
había querido arriesgarse a estar sola con él durante demasiado tiempo. No sabía cuánto tiempo más
podría seguir posponiéndolo. Era un juego peligroso, y sabía muy bien porque tan fina línea
caminaba.

No era la primera vez que había animado a un hombre a obtener información. Había estado
espiando para Robert de Bruce durante casi seis años.

Poco después de la muerte de su padre, el obispo de St. Andrews, William Lamberton, un leal
partidario de Bruce que estaba detenido en Inglaterra en ese momento, se había acercado a Joan
para ver si estaría dispuesta a servir de intermediaria entre Bruce y su Esposa encarcelada. La reina
Isabel había sido capturada junto con la madre de Joan, pero le habían ahorrado una jaula para su
confinamiento bajo la supervisión de Sir Hugh Despenser, el anciano, el recién nombrado guardián
de Joan.

La oferta del obispo era exactamente la oportunidad que Joan había estado esperando para hacer
algo, y había aceptado de inmediato. Aunque era cierto, en ese momento, no tenía ni idea de en qué
se estaba metiendo. A lo largo de los años, su papel se había vuelto cada vez más importante -y más
peligroso- cambiando de mensajero a espía después de haber sido falsamente declarado ilegítima,
desposeída de su herencia y enviada a vivir con su prima Alice Comyn, que se había casado con sir
Henry de Beaumont, uno de los barones más importantes del rey Eduardo en el norte. La posición
de Joan en la casa de Beaumont le había dado acceso inesperado a información importante, y
hombres importantes.

Con su sangre "manchada", madre infame y nadie para defenderla, Joan había sido una presa fácil.
Los hombres la habían atacado por su atención indeseable desde que tenía quince años. Había sido
demasiado joven para protegerse entonces, pero al final, lo había aprovechado.

Aunque algunos hombres -como Sir Richard- tuvieron dificultades para no oír hablar, a lo largo de
los años había aprendido a manejar incluso a los perseguidores más decididos. Gracias en gran parte
al hombre que había servido como su centinela personal desde que había sabido de su trabajo para
Bruce.

Lachlan MacRuairi, que había liberado y luego se había casado con su madre, le había enseñado a
Joan a moverse sin ser vista, a salirse de situaciones no deseadas y, si fuera necesario, a defenderse.

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Era por él que se había convertido en una miembro secreto de la élite de la Guardia de los
Highlanders, el equipo de guerreros altamente cualificados de Bruce que había sido reclutado para
las misiones más peligrosas. Sólo Lachlan conocía su identidad. Los otros miembros de la Guardia
simplemente la llamaban el Fantasma.

El nombre encajaba, probablemente más de lo que se imaginaban. La mayor parte del tiempo se
sentía como una sombra. Allí, pero no realmente allí. Vista, pero no vista. Incapaz de tocar o ser
tocada, e incapaz de sentir.

Las damas se detuvieron para devolverle el saludo, pero no la invitaron a acompañarlas en su paseo.
Como esto era lo que Joan esperaba, no estaba decepcionada. Era una lección que había aprendido
hacía mucho tiempo. Si no esperáis mucho de la gente, no os hará daño cuando no os la dan. Su
padre había sido su primer ejemplo, pero muchos más lo habían seguido.

Al darse cuenta de que se estaba haciendo tarde y de que su prima la estaría buscando pronto para
ayudarla a escoger qué usar para la cena (un proceso que parecía tomar casi toda la tarde), Joan
empezó a abrirse paso por el rastrillo del foso interior al salón interior.

Como guardián del castillo para el rey, de Beaumont se le había dado el conjunto más grande de
habitaciones en el nivel superior de la nueva torre de dos pisos que sólo se había completado hace
un puñado de años. Como compañera de su prima, Joan tenía una pequeña antecámara de la
"cámara del señor". No era grande, pero tenía una ventana que daba directamente al campo más allá
de la pared del este, y lo más importante... Era privado. Desafortunadamente, su prima la
interceptaba, y pasaban horas antes de que Joan pudiera buscar la soledad de su cámara.

Al principio, no notó nada mal. Tiró la tela escocesa que llevaba alrededor de los hombros en la
cama, se quitó las zapatillas, se quitó los alfileres del cabello y los tiró al pequeño tocador antes de
moverse hacia la ventana.

Se congeló. La pequeña pieza de hilo de seda que había atado al pestillo del obturador había sido
cortada.

La emoción estalló a través de ella. ¡Finalmente! Lo tenía. Era un juego entre ella y Lachlan.
Conocido por su habilidad para entrar y salir de cualquier lugar sin ser visto, la había estado
sorprendiendo durante años, y había intentado atraparlo. Molesta. Sin éxito, al menos, hasta ahora.
Una rara sonrisa giró su boca. El sentimiento que le llenaba el pecho era tan extraño que casi no lo
reconocía: la felicidad.

Moviéndose rápidamente hacia la puerta del armario, la abrió:- Hola padre.

Llamarlo padre había empezado como una broma para que se sintiera viejo; acababa de cumplir
cuarenta años, pero sabía que ya no era eso. El hombre al que su padre había llamado bastardo,
bandido y pirata era mucho más un padre para ella de lo que el suyo lo había sido.

Oyó una maldición muy poco paternal antes de que el gran guerrero se materializara detrás de sus

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batas. Frunció el ceño, aunque para un hombre con el nombre de guerra de Víbora no había mucho
detrás de ello.

-¿Cómo lo supisteis?

Cruzó los brazos sobre el pecho y arqueó una ceja de la misma manera que su madre:- No esperéis
que os cuente todos mis secretos, ¿verdad?

Muchas personas que lo conocían se sorprenderían al ver con qué facilidad su boca se curvaba en
una sonrisa. El malvado bandido con el corazón negro había cambiado, aunque probablemente
moriría antes de admitirlo. Tenía una reputación que mantener después de todo.

-No está mal, pequeña. Si todos mis hombres fueran entrenados tan fácilmente, mi trabajo sería
mucho más fácil.

Ella sonrió. Entonces, al darse cuenta de que en realidad estaba radiante, se puso seria.

-Por mucho que espere nuestras pequeñas reuniones familiares, estoy asumiendo por el riesgo que
habéis corrido al subir por esa ventana que vuestra razón de estar aquí es importante.

Asintió y le indicó que se sentara. Se sentó en el borde de la cama y se sentó frente a ella en el
alféizar de piedra. Lanzó una mirada significativa a la puerta. Sacudió su cabeza:- Mi prima y sir
Henry todavía están en el vestíbulo.

Asintió y continuó.

-Carrick planea hacer un intento en el castillo esta noche aquí a lo largo de la pared este -le dio una
mirada seca-. Sé que va en contra de vuestra naturaleza -Dios sabe que está en contra de vuestra
madre-pero intentad manteneros fuera de peligro y no ir corriendo hacia él, ¿vale?

Se rio:- Haré todo lo posible, y os agradezco la advertencia. Pero espero que el conde tenga un buen
plan. Los ingleses están cansados de que Bruce recupere todos sus castillos: no abandonarán uno de
sus más importantes sin luchar. No tengo que deciros lo bien defendido que esta.

-No, estuve un maldito tiempo... -se detuvo, con los ojos entrecerrados-. Si eso es un truco para
intentar que os diga cómo entré, no va a funcionar.

Joan parpadeó inocentemente, lo cual no creyó por un minuto.

-¡Cristo, ahora sé de dónde lo sacasteis! -sus cejas se juntaron interrogativamente-. Vuestra


hermana. Christina me da esa mirada cada vez que ha hecho algo travieso -que parece ser una
ocurrencia diaria-.

Joan no pudo evitar el pequeño pellizco en su pecho. Nunca se había arrepentido de la decisión de
no regresar a Escocia con su madre después de que Lachlan la hubiera rescatado. Joan había elegido
su camino y sabía que era uno solitario, pero lamentaba no conocer a sus jóvenes hermanastros.

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Àriel x

Ahora tenía tres: Erik, que tendría cinco en pocos meses; Christina, que tenía tres años y medio; Y
Robbie, que tenía casi dieciocho meses.

-Ya sabéis lo que dice la Biblia: como siembres, así cosecharás -Lachlan sacudió la cabeza con un
suspiro-. Eso es lo que dice vuestra madre –Joan sonrió.

Le contó lo que sabía del plan de Eduardo de Bruce de tomar el castillo, lo que en su opinión -y la
de Lachlan por cómo parecía- parecía ser más un "¿por qué no os tiráis un tiro mientras estamos
aquí?" que una buena estrategia -a través de la operación-.

-Así que la mayoría de los hombres atacarán la puerta principal, mientras una pequeña fuerza con
capas negras para mezclarse con la noche intentará deslizarse por la muralla que hay detrás de las
cocinas -resumió.

-Parece que he oído algo así antes -añadió secamente, refiriéndose a la toma de James Douglas en el
Castillo de Roxburgh y la toma de Thomas Randolph del castillo de Edimburgo, que había utilizado
tácticas similares.

Lachlan sacudió la cabeza:- El hermano del rey nunca será acusado de inventiva. Pero creo que está
cansado de oír hablar de Douglas y Randolph y quiere tener su propia "milagrosa hazaña de
guerra". Sólo mirad que no estéis cerca de las cocinas después de la medianoche.

-No hay aperitivos nocturnos para mí, lo juro. Incluso si el cocinero hace tartas de manzana.

Sacudió la cabeza y se rio entre dientes:- Ahora sonáis como Erik. No le deis la espalda a los dulces
cuando esté alrededor.

Sonrió, pero cuando sus ojos se encontraron, sospechó que había adivinado lo que estaba pensando
-había pocas posibilidades de que tuviera esa oportunidad-. Al menos no mientras la guerra
continuara y permaneciera sin descubrir. Era demasiado valiosa aquí. Si la descubrían... Bueno,
ambos sabían lo que sucedería entonces.

-Ah, eso me recuerda. Tengo algo para vos -añadió Lachlan.

-¿Una tarta? -chilló, tratando de cubrir el momento extrañamente emotivo.

No funcionó:- No -dijo seriamente-. Esto. Sois uno de nosotros ahora, y como un tatuaje no es
apropiado, pensé que esto podría serlo lo suficientemente.

Le tendió un brazalete de oro. Tenía aproximadamente dos pulgadas y media de ancho y tenía la
forma de un manguito. Se abría con una bisagra en un lado y dos pequeños pestillos en el otro. Fue
bellamente diseñado con un patrón tallado ornamentado en el exterior que le recordó las viejas
cruces en los cementerios de vuelta a casa en Buchan en el noreste de Escocia. Pero lo que vio en el
interior la hizo jadear.

Miró a su padrastro con el corazón en la garganta. El diseño ligeramente grabado en el interior del

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manguito le era familiar, aunque nunca lo había visto. El Lion Rampante y la tela de araña era la
marca tatuada en los brazos de los miembros de la Guardia de los Highlanders. El suyo estaba
personalizado con algo más que era importante para ella: dos rosas diminutas. La rosa roja se había
convertido en un símbolo entre el pueblo para protestar contra el castigo cruel y bárbaro de su
madre.

No sabía qué decir. Temía que, si decía algo, supiera lo mucho que esto significaba para ella, pero
ocultar sus emociones era parte de la armadura que le permitía hacer su trabajo.

-Es bonito. Gracias -se las arregló para decir-. Esto significa... mucho.

Tal vez entendiendo más de lo que le hubiera gustado, asintió. Joan había oído hablar del miembro
más nuevo de la Guardia de las Highlands y de la hazaña que había realizado al escalar el Castillo
de Roca para ayudar a tomar el Castillo de Edimburgo.

-No necesito deciros que tengáis cuidado. La gente sabe lo que eso significa.

Ella se lo colocó:- Voy a tenerlo.

-Dejad un aviso con el sacerdote de St. Mary's si alguna vez me necesitáis -la miró unos instantes
más, como indeciso-. Probablemente debería irme. Los otros me están esperando.

Joan asintió. Era duro cuando se iba. Siempre se sentía así... sola. La mayor parte del tiempo le
gustaba así. Pero los breves y poco frecuentes encuentros con Lachlan eran la única vez que podía
hablar con alguien sin estar en guardia.
Lachlan sacó algo de su bolsillo y se lo entregó:- Probablemente no debería estar dándoos esto, pero
aquí está el polvo que pedísteis a Helen.

Helen MacKay -conocida como Ángel- era el médico de hecho de la Guardia.

Joan trató de no retorcerse bajo su intenso escrutinio, pero esos misteriosos ojos verdes tenían una
forma de penetrar... tan intensamente:- He tenido problemas para dormir -explicó.

Pensó que él podría llamarla mentira allí mismo, pero se abstuvo:- Helen me dijo que os recordara
que no debíais mezclarlo con la bebida... los efectos se intensifican.

-Lo recordaré -dijo sin expresión.

No le engañó:-. Mejor tened cuidado, Joan. Si vuestra madre descubre lo que estáis haciendo...

Levantó la barbilla:- Puedo cuidar de mí misma, Lachlan. He estado haciendo eso durante seis años
-ocho si contaba desde cuando su madre se fue.

-No os voy a preguntar cómo descubréis toda esta información...

-Bien -dijo, cortándolo.

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-No es de vuestra incumbencia -ignoró su advertencia-. Pero estoy escuchando rumores.

Se puso rígida y le dirigió una mirada dura:- Sabéis mejor que nadie que el saber es mejor que
escuchar chismes.

Las mentiras que se extendían sobre él eran mucho peor que cualquier cosa que pudieran decir
sobre ella.

-Tal vez sea así, pero también sé que normalmente hay un poco de verdad en ellos -ella cerró la
boca, señalando que ya no iba a hablar de eso –suspiró-. Vos mantenéis vuestros pensamientos
ocultos mejor que cualquier guerrero que conozco -vuestra madre solía hacer lo mismo-, pero no
creáis que no he notado lo triste que parecéis últimamente. No recuerdo la última vez que os vi
sonreír.

-Estoy bien -le aseguró. Pero viendo que no lo había convencido, agregó-. Sé que estáis
preocupado, pero no necesitáis estarlo. Sé lo que estoy haciendo -lo que sea necesario para que
nadie más tenga que ver a su madre en una jaula.

***

Los malditos tontos lo iban a matar.

Alex estaba cabalgando a la cabeza del largo tren de soldados ingleses cuando vieron por primera
vez el humo.

-Recaderos de Escocia -señaló su explorador poco después, habiendo vuelto con la noticia. Unos
cuantos estadios por delante.
Dos años más tarde y la palabra todavía hacía cada músculo en su cuerpo tenso con...
¿Frustración? ¿Enfado? ¿Un sentido de futilidad?

Ariete, el nombre de guerra de su ex compañero en La Guardia de los Highlanders, Robbie Boyd. El


hombre que había empujado a Alex durante siete años hasta que lo había empujado demasiado
lejos.

Vos me arrasáis y yo os arrasaré más. Las incursiones de represalia que caracterizaron la guerra en
las fronteras habían llevado a Alex a Londres hacía dos años, pero aquí estaba de vuelta en el norte
y lo primero que lo enfrentó fue el fuego o el humo de él.

-¿Cuántos? -preguntó Pembroke. Aymer de Valence, el conde de Pembroke, era el líder de los
doscientos caballeros y hombres de armas que se dirigían hacia el norte para responder al llamado
del rey Eduardo de reunirse.

Desde que había dejado Escocia y la Guardia, Alex había estado en el sur de Inglaterra capaz de
evitar los combates y la perspectiva de conocer a sus antiguos compatriotas a través de un campo de

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batalla. Pero ya no. El rey Eduardo le había ordenado marchar al norte con Pembroke por delante
del ejército para prepararse para la batalla contra Bruce. Como muchos de sus compatriotas
escoceses en la lealtad de Eduardo, Alex servía en el séquito de un conde inglés.

-No muchos, mi lord -respondió el explorador-. Dos puntajes, quizás menos. El hombre que los
dirigía llevaba una sobrecubierta de blanco con un galón rojo.

Alex juró en silencio. Ese escudo era muy conocido.

Pembroke apenas podía contener su alegría. -¡Por Dios, es Carrick! Tenemos la oportunidad de
tomar el único hermano de Bruce. Preparad a vuestros hombres -ordenó a los caballeros que lo
rodeaban, incluyendo a Alex-. Vamos a dar un rodeo alrededor de ellos desde todos los lados. No
quiero ninguna posibilidad de que se escape.

A pesar de que el inglés estaba en el extremo perdedor de tales enfrentamientos la mayor parte del
tiempo en los últimos seis años, al parecer nunca se le ocurrió a Pembroke que podrían ser los que
tendrían que escapar. La arrogancia inglesa era una de las muchas frustraciones de Alex.

Aunque la experiencia le enseñó que probablemente sería inútil, trató de instar a la precaución de
todos modos.

-Carrick no estaría atacando tan lejos en Inglaterra tan cerca del Castillo de Carlisle con sólo
cuarenta hombres. ¿Tal vez deberíamos esperar hasta que los otros exploradores informen?

Algo en esto no se sentía bien, y Alex había aprendido hacía mucho tiempo a confiar en sus
sentidos. También había aprendido que cosas como probabilidades y números superiores no
importaban a los guerreros de Bruce. Y quizás lo más importante, había aprendido a no precipitarse
en la batalla sin saber exactamente a qué se enfrentaba.

Ni siquiera conocían el terreno con el que trabajaban, y estaba oscureciendo.

Pembroke le dirigió una mirada mordaz:- ¿Y correr el riesgo de perderlo? -se podría pensar que el
hermano de uno de los caballeros más famosos en la cristiandad estaría dispuesto a luchar y
probarse a sí mismo. ¿No estáis ansioso por cruzar espadas con vuestros antiguos compatriotas?

Alex ignoró el insulto y el cuestionamiento velado de su lealtad: había sido su compañero constante
durante los últimos nueve años, sin importar de qué lado peleaba. Nacido en Inglaterra y criado en
Escocia, Alex era sospechoso de ambos. A veces se preguntaba si alguna vez pertenecería a alguna
parte.

Pero era mucho más difícil ignorar la referencia a su hermano. Sir Christopher Seton había sido uno
de los más grandes caballeros de la cristiandad, el más íntimo amigo y compañero de Robert de
Bruce, y la persona a la que Alex más parecía tener en el mundo. Chris había sido ejecutado junto
con el otro hermano de Alex, John, hacía ocho años debido a la traición de Pembroke. En la batalla
de Methven, sir Aymer había dado su palabra de caballero de que no atacaría hasta la mañana
siguiente, pero había roto esa palabra y enviado a sus hombres al campamento de Bruce en medio

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de la noche.

Una de las razones por las que Alex sentía que ya no podía pelear con la Guardia de las Highlands
era que estaba cansado de tácticas furtivas y quería llevar la lucha al campo de batalla como un
caballero. Sin embargo, aquí estaba tomando órdenes del hombre cuya traición deshonrosa le había
costado la vida de sus hermanos.

La Ironía era una perra caprichosa.

Tomó todo lo que no tenía para no responder y dejó que el bastardo pomposo saliera con la supuesta
referencia a su hermano. Pero Pembroke estaba equivocado si pensaba que Alex necesitaba probar
algo. Podría haberlo hecho en algún momento, pero se había probado muchas veces luchando junto
a los mejores guerreros de la cristiandad. Lo mejor de lo mejor; Por eso Bruce los había elegido.

Cada guerrero de la Guardia de las Highlands había traído una importante habilidad de guerra al
grupo. Excepto Alex, eso era. Era bueno con una daga, pero había sido reclutado por su hermano.
Chris no podía unirse, era demasiado conocido, pero quería que su hermano menor formara parte de
ello.

Alex había comenzado a andar de manera desigual, y le había costado años subir de rango desde el
peldaño inferior. Pero lo había hecho. Cuando se marchó, no había sido su habilidad guerrera el
problema. Demonios, incluso había derrotado a Boyd, el hombre más fuerte de Escocia, en combate
cuerpo a cuerpo, y nadie lo había hecho en años.

Aunque a Alex le gustaría nada más que probarse a sí mismo ante Pembroke, un puño a través de
esa sonrisa presumida sería un buen comienzo, resistió el impulso. Alex estaba aquí para ayudar a
poner fin a esto, maldita sea. Si eso significaba que tenía que trabajar con asnos como Pembroke
para hacerlo, lo haría. El pueblo de las fronteras, su pueblo, había estado soportando el peso de esta
guerra por demasiado tiempo. No más rostros en llamas. Así que apretó los dientes y volvió a
intentarlo.

-Seré el primero en levantar mi espada si determinamos que Carrick está solo. Sólo dadme unos
minutos para averiguarlo.

-Podría haber desaparecido en pocos minutos -intervino Sir Robert Felton, el capitán de los
caballeros de Pembroke (e incluso más asno que su señor).

-No se tarda mucho en robar unas docenas de cabezas de ganado -dio una mirada dura a Alex-. Y
tomaré la iniciativa con Kingston, la Zouche y Vescy. Con el brazo de la espada todavía débil, no
nos servirá mucho. Podéis quedaros en la parte de atrás y proteger el carrito de equipaje con
vuestros hombres.

Después de un par de semanas en torno a Felton, Alex tenía un nuevo respeto por la capacidad de
Kenneth Sutherland para contener su temperamento bien conocido. Felton había sido el némesis de
Sutherland cuando regresó al pabellón inglés como espía hacÍA unos años, y Alex no sabía cómo
Sutherland no había acabado matándolo. A Alex le gustaría nada más que hacerlo ahora mismo.

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Pero entonces tendría que usar su mano derecha. Su brazo estaba bien, pero aún no estaba listo para
admitirlo.

Esta vez no sólo le daban gruñidos los dientes, sino que también cerraba los puños alrededor de sus
riendas.

-Yo tomo órdenes del conde. No sabía que os pondría a cargo.

-No lo he hecho -dijo Pembroke con una mirada de advertencia a Felton. Además de Felton y los
caballeros que había mencionado, Pembroke añadió unos cuantos más y luego se volvió hacia
Alex-. Felton tenía razón. Necesitamos a alguien para proteger a los carros, y hasta que vuestro
brazo este lo suficientemente fuerte, sois la elección obvia. Quedaos aquí, y os mandaré llamar si
vos y vuestros hombres son necesarios.

Si Felton no hubiera sido el que lo sugirió, Alex podría haber estado contento de no tener que
enfrentar a sus ex amigos todavía. Demonios, estaba contento, Felton o no. Nunca había esperado
estar en esta posición.

Unos momentos después, la mayoría del ejército partió, dejando a Alex, y a la docena de hombres
que había traído de sus fincas en Lothian Oriental, y los cincuenta trabajadores y obreros
cualificados que acompañaban al ejército, de los muchachos de la cuadra que cuidaban los caballos,
a los herreros y a sus aprendices que reparaban la armadura y bajaban los caballos. El "pequeño
ejército" como se llamaba era una parte vital de cualquier fuerza convencional, pero también
complicaba el proceso y les impedía moverse rápidamente. Por el contrario, las pequeñas fuerzas de
ataque que empleaba Bruce no se veían obstaculizadas por todo el peso añadido y la logística. Eso
era parte de lo que los había hecho tan exitosos.

El primer choque de batalla sonó como un trueno. Se filtró a través del aire frío de la tarde como si
estuviera a cien metros de distancia, en vez de media milla o algo así. El rugido del ataque, los
gritos de sorpresa, el ruido de acero... Los gritos de muerte. Fue rápido y furioso. O al menos
debería haberlo sido con casi doscientos hombres contra cuarenta. Pero después de unos cinco
minutos algo cambió. Hubo un cambio en los sonidos de la batalla que le dijo que algo había
sucedido. Poco después, se enteró de qué.

Uno de los hombres de armas de Pembroke regresó corriendo:- Tomad lo que podáis e id al castillo.
Los escoceses están en camino.

Alex juró:- ¿Qué pasó?

Los hombres de Carrick no estaban solos. El Conde de Moray y al menos otros cincuenta hombres
estaban cerca y llegaron tan pronto como oyeron el ataque. Nos vimos obligados a retirarnos. Sir
Aymer y los demás están corriendo hacia el castillo.

Estar en lo cierto no hizo que Alex se enfureciera menos –o frustado-. A veces parecía como si la
pared en la que le había golpeado la cabeza en Escocia lo hubiera seguido a Inglaterra. Durante dos
años, había estado tratando de que los ingleses dejasen de subestimar a su oponente para que

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encontraran una razón para negociar y poner fin a esta sangrienta guerra. Pero todo lo que los
hombres como Pembroke parecía ver eran su número superior, la armadura y el armamento. Cosas
que no habían detenido a los hombres de Bruce durante ocho años. Pembroke podría tener el doble
de hombres de Carrick, pero la llegada del sobrino del rey había cambiado las probabilidades. Alex
debía saber, como había sido responsable de algunos de los condes de Moray, sir Thomas Randolph,
entrenándose a sí mismo.

Alex gritó órdenes a sus hombres de que tomasen lo que pudieran del valioso cargamento de plata
de Sir Aymer que estaba trayendo al norte para pagar la guarnición de Carlisle, rodeó el ganado y
ordenó al pequeño ejército que siguiera la antigua carretera romana al castillo, que debía estar a sólo
unos pocos kilómetros de distancia. El pequeño ejército no se lastimaría. No importaba qué
historias horribles contaran de los "escoceses bárbaros", Alex sabía que Bruce había dado órdenes
sólo para matar a los que luchaban contra ellos. Era el ganado y la moneda para abastecer al ejército
lo que buscaban.

No había nada bárbaro entre los hombres de Bruce, pero no fue hasta que Alex trató de curar a los
ingleses de todas sus ignorantes ideas erróneas y sus creencias de que realmente lo había
entendido. Los escoceses podían ser aterradores y salir de la oscuridad como bandidos, pero no lo
eran.

Pero desafortunadamente, a diferencia del pequeño ejército, Alex y sus hombres no escapaban tan
fácilmente de la muerte si los hombres de Bruce los alcanzaban.
Alex no se demoró, dirigiéndose directamente al carro de Pembroke para recuperar la plata.

Acababa de sacar la última de las cincuenta libras de monedas de la caja de madera en un saco de
lino para que fuera más fácil encajar en una alforja, cuando oyó el no tan lejano sonido de los
jinetes que se acercaban.

Con una maldición, entregó la bolsa al último de sus hombres y le dijo que se fuera. Estaban
dejando una gran cantidad de bienes valiosos, pero no había ayuda para ello.

Sabiendo que los hombres de Bruce estarían allí en cualquier momento, Alex montó en su caballo y
dio una última mirada alrededor. Un movimiento por el rabillo del ojo le frenó.

Maldito infierno, ¿de dónde había venido? Una niña pequeña, no mucho mayor de cinco o seis
años, acababa de salir de los árboles. Alex observó con incredulidad cuando empezó a cruzar la
carretera que estaba directamente en el camino de los jinetes que se aproximaban. Gritó una
advertencia, pero no dio ninguna indicación de que lo hubiera oído. ¿No podía oír los caballos?
Debió haberlos sentido. Se detuvo de repente, justo en medio de la carretera, miró al suelo y se
congeló. Le devolvía la mano, pero Alex no necesitaba ver su rostro para saber que estaba
aterrorizada.

Idos, se dijo, mirando en dirección a la carretera que conducía al castillo. Todavía podéis escapar.

La verán a tiempo.
Pero estaba casi oscuro y llevaba una capa negra...

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Se volvió y lo vio. Sus ojos se abrieron de par en par, y por un momento horrible, la mente de Alex
volvió a otro lugar. Vio a otra niña con los ojos muy abiertos y llena de terror que lo miraba, pero
esta vez desde la puerta abierta de un palomar en un granero con llamas saltando a su alrededor.
Llamas que había puesto él.

Oh Dios, tengo que llegar a ella a tiempo. Por favor, dejadme alcanzarla a tiempo. . .

La memoria se aclaró, pero no el sentido de urgencia. Sabía que no podía arriesgarse a que no la
vieran. No vería expuesta a otra vida inocente, no cuando podía detenerlo.

Volvió a jurar y volvió su caballo hacia la muchacha. No tenía mucho tiempo. El primer jinete
acababa de aparecer, quizás a unos cien pies de distancia. No estaban mucho más alejados que Alex.
Seguramente esperaba que sus habilidades de espada no hubieran disminuido tanto como temía en
los últimos dos años, porque aunque esto funcionara, iba a luchar por su vida en unos segundos.

Con un chasquido de las riendas y un clic de sus talones, su caballo se lanzó hacia adelante.
Manteniéndose bajo el cuello, Alex sostuvo las riendas en una mano y s desaceleró lo suficiente
para inclinarse y envolver un brazo alrededor de los hombros de la chica y arrastrarla fuera de
peligro. Volviendo su caballo hacia los árboles, la dejó caer. El golpeteo de los caballos se detuvo.
Consciente de que los jinetes le rodeaban a su alrededor en la oscuridad, le dijo que se fuera.
Grandes ojos oscuros en la cara de un pequeño erizo pálido lo miraban en silencio.

No, no muda, se dio cuenta, sorda. Por eso no lo había oído ni a él ni a los caballos. Era la sensación
de la sacudida que la había alertado del peligro.

-Idos -repitió de nuevo, empujándola hacia los árboles-. Estaréis a salvo.

Debió haber entendido su significado, si no las palabras, porque le dio un gesto frenético y se
escabulló hacia los árboles.

Incluso antes de levantar la vista, Alex sintió un escalofrío de premonición mientras los hombres
que lo rodeaban salían de la oscuridad. La mano que alcanzaba su espalda para que su espada se
parara. Maldita sea, no podría ser. Pero fue.

La sangre se escurrió de su cuerpo en una carrera violenta. Murmuró una dura maldición,
reconociendo los conocidos y negros timones nasales, los rostros manchados de hollín, los cotunes
con tachuelas de cuero negro y los plaid oscuros.
Demonios, no estaba listo para esto. No estaba seguro de que alguna vez estuviera listo.

Su mano cayó a su lado. Después de luchar junto a estos hombres durante siete años, lo sabía mejor.
Era bueno, pero derrotar solo a nueve guerreros de la Guardia de las Highlands estaba más allá de
las habilidades de un solo hombre.

Alex siempre había sabido que podría pagar con su vida un día por lo que había hecho, simplemente
no había previsto que fuera tan pronto.

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Una voz familiar rompió el silencio:- Veo que todavía estáis puliendo esa brillante armadura
vuestra, Sir Alex.

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Capítulo 2
Alex se maldijo a sí mismo por la condenación y el odio, cuando se volvió hacia uno de los
hombres más temidos de Inglaterra, su ex compañero y el odio-todo-lo-Inglés, Robbie Boyd.

Pero nada pudo haberle preparado para la puñalada de culpa que le atravesaba la tripa cuando vio la
mirada de traición en los ojos del hombre cuya amistad y respeto había luchado durante tanto
tiempo por ganar. A veces Alex pensaba que lo tenía, y en otros, parecía que todo lo que estaba
haciendo era golpear su cabeza contra una pared.

Hicisteis lo que teníais que hacer. De todos modos, nunca confió en vos. Nunca fuisteis parte de
ellos. Pero la culpa que se arremolinaba en su pecho no parecía pensar que eso era suficiente.

-¿Os cansasteis de rescatar a justas doncellas en Escocia, así que tuvisteis que apuñalarnos en la
parte de atrás e ir a Inglaterra en su lugar? -dijo Boyd.

Alex se estremeció. Aunque había anticipado el golpe, no lo hizo más fácil de soportar.

No se perdió el énfasis, ni el sarcasmo. La esposa de Boyd era conocida como "La Bella Rosalin"
después de su ilustre antepasado "La Bella" Rosemund Clifford. Cuando Alex todavía estaba con la
Guardia, Rosalin había sido tomada como rehén después de una incursión de represalia en Norham
para asegurar el acuerdo de su hermano a una tregua. Decir que Alex había chocado con Boyd por
la toma de los rehenes (el sobrino de Rosalin había sido tomado también, aunque el chico había
logrado escapar) era decirlo suavemente.

Hacer la guerra a las mujeres y a los jóvenes ya era bastante malo, pero cuando Alex supo que Boyd
había llevado a Rosalin a su cama, la deshonra que le habían hecho a su cuidado parecía el golpe
final.

Alex no podía hacerlo más. Ya no podía ser parte de tales actos deshonrosos hechos en nombre de la
guerra.

No sólo de Boyd, sino también el suyo.

Alex no podía olvidar lo cerca que había llegado de hacer algo por lo que jamás podría perdonarse:
el rostro de esa niña en llamas nunca estuvo demasiado lejos de su mente. La había alcanzado a
tiempo, gracias a Dios, y la había sacado de las llamas del edificio al que había prendido fuego en
esa misma incursión de represalias en Norham. Pero ese era el momento en que sabía que algo tenía
que cambiar. Sosteniendo a la niña sollozando en sus brazos a quien casi había matado
accidentalmente, algo se había roto.

No estaba bien, por muy justos que fueran los fines, y ya no podía hacerlo.

No podía prender fuego a un granero más, ver una ciudad más arrasada, o un inocente más dañado.

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Tenía que haber otra manera que la mentalidad de "ojo por ojo", que había definido la guerra en las
fronteras durante tanto tiempo en ambos lados.

En aquel rostro manchado de humo y ennegrecido por el hollín, Alex se dio cuenta de que nunca iba
a terminar. Así no. Se había convertido en una guerra de desgaste que podía y seguiría durando
años, con la gente de Alex en las fronteras -y las niñas como ésta- que sufrían.
Sabía que tenía que hacer algo. Algo drástico. Algo que podría marcar la diferencia. Algo que en
realidad tenía la oportunidad de poner fin a la maldita guerra.

Había llegado a ser dolorosamente claro que algo no iba a estar peleando por Bruce con la Guardia
de las Tierras Altas. No era que Alex nunca hubiera abrazado completamente el estilo de la guerra
de los piratas, que iba en contra de todo lo que se le había enseñado que era honorable como un
caballero, pero no los estaba llevando a ninguna parte, ya no. Las escaramuzas, emboscadas y
redadas que habían dado a Bruce un punto de apoyo nunca le darían la victoria definitiva que
necesitaba para señalar el juicio de Dios en la justicia de su causa y obligar a los ingleses a
aceptarlo como rey. Sólo un ejército de batalla armado que se reunía con el ejército lo haría, pero
Bruce se negaba vehementemente a hacer algo tan arriesgado. ¿Por qué habría de hacerlo, cuando
podía seguir como estaba hasta que los ingleses se rindieron?

Si Bruce no terminaba la guerra con una batalla -y Dios sabía que Alex había tratado de persuadirlo-
tendría que hacerse con una tregua. Y Bruce no era el que necesitaba ser convencido para hablar.
Era el inglés. Lo único que podía hacer Alex era tratar de acabar con la guerra desde el otro lado,
usando la razón, la negociación, el compromiso y la influencia que había tenido una vez como ex
barón inglés para ayudarles a ver el valor en paz y llevarlos a la mesa de negociaciones.

Sería una tarea difícil -del infierno, un Prometeo-, pero Dios lo sabía, sería mejor que redadas,
rehenes y granjas ardientes con inocentes.

Cuando Rosalin decidió que quería volver a Inglaterra, Alex la había "rescatado" -como Boyd
acababa de acusarlo- escoltándola. Alex no sabía lo que Boyd había hecho para recuperarla, pero
debió convencerla de que había cambiado. Por el bien de Rosalin, Alex lo esperaba.
A diferencia de Rosalin, sin embargo, Alex no había vuelto.

Se dijo que seguía luchando por el lugar de Bruce en el trono, pero sabía que sus antiguos hermanos
no lo verían de esa manera. A ellos los traicionó, los apuñaló en la espalda y sus razones para
cambiar de lado no importarían.

No les importaría que fuera la decisión más difícil que había tenido que tomar en su vida. Que había
agonizado durante meses. Que dejar la Guardia había sido como cortarle el brazo, con el daño que
se había hecho al quitarse el tatuaje que tenía prácticamente. Que lo había destrozado por semanas...
meses . . . Demonios, todavía lo destrozaba.

Ahora aquí no se enfrentaba con el juicio de Dios en la justicia de su causa, sino en la de sus ex
hermanos.
Era hombre muerto.

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Ignorando el chiste de Boyd sobre el cuchillo en la espalda, dijo:- Sí, bueno, no pensé que la veríais
a tiempo, y dudo incluso que alguien que ennegrece su armadura deje que una niña sea atropellada
si podía detenerlo.

Oyó una risa aguda del hombre al lado de Boyd:- Os tiene allí, Ariete -dijo MacSorley.

Pero cualquier pensamiento de que Alex pudiera encontrar simpatía por parte del siempre bromista
y buen marino se perdió cuando sus ojos se encontraron. La cara de MacSorley era una máscara de
traición tan dura e impenetrable como la de Boyd. Todos estaban allí: MacLeod, MacSorley,
Campbell, MacGregor, Boyd, Sutherland, MacKay, Lamont, MacLean, y una cara que no reconocía
bajo el timón.
¿Su sustituto?

La picadura fue sorprendentemente fuerte. Alex nunca podría volver. Lo había sabido, pero el verlo
mirarle a la cara y condenarlo era diferente. Durante siete años estos hombres habían sido sus
hermanos, y ahora lo odiaban.

Era difícil de tomar, por muy buenas que fueran sus razones para marcharse.

El sarcasmo de MacSorley fue tan pesado como el de Boyd cuando añadió:- Llevar un Dragón
alado en una sobrecubierta no le da a alguien una coraza de caballería y honor, aunque Sir Alex
parecía pensar así.

Dragón alado, no un dragón. Eso dolía. En una ocasión, a Alex le habría gustado nada más que oír a
MacSorley referirse al emblema de sus brazos correctamente. Como un joven caballero la broma
sobre el "dragón" en el escudo de Seton lo había vuelto loco. Pero finalmente, le había dado su
nombre secreto de guerra entre la Guardia. Al llamarle un Dragón ahora, MacSorley no podría
haber hecho más claro que Dragon ya no era una parte de ellos.

-Nunca pensé eso -comenzó a explicar Alex, y luego se detuvo. Nunca había sido parte de ellos. Eso
siempre había sido parte del problema. ¿Por qué lo entendían ahora cuando nunca lo habían hecho
antes?

Era demasiado tarde para explicaciones. Todos lo sabían. No suplicaría por comprensión o perdón.
Había tomado su decisión. Tendría que vivir con ello.
O no vivir, como era el caso.

Apretó la mandíbula, se volvió hacia el jefe de la Guardia de las Tierras Altas, Tor MacLeod:-
Haced lo que tengáis que hacer.

MacLeod hizo un gesto a Boyd. Ajustes, suponía Alex, que sería su ex compañero para derribarlo.
Nunca lo habían mirado a los ojos. Sobre la guerra. Sobre la manera de combatirlo. Acerca de todo.
Pero en lugar de tirar de su espada de su vaina, Boyd movió su caballo unos metros adelante y se
detuvo.

-¿Valió la pena? -preguntó su ex compañero, su boca era una dura línea de amargura y rabia.

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La pregunta engañosamente simple le sorprendió a Alex. Nunca había pensado en ello, tal vez
porque no quería saber la respuesta.

Pero lo consideró ahora y respondió sinceramente:- Todavía no lo sé -si Dios quisiera, todavía
podría hacer algo para poner fin a esto. Había hecho algunas incursiones, pero como el precipitado
ataque de Pembroke sobre Carrick probó, no había hecho lo suficiente-. Pero en ese momento no
sentía que tuviera otra opción.

Había tenido que hacer algo. No podía continuar como estaba, y tratar de luchar desde el otro lado
parecía ser lo mejor, el único camino para hacer la diferencia. Si nunca tuviera que ver otro pueblo
arrasado, otra familia dejar morir de hambre, otra cara en las llamas, todo habría valido la pena. No
importaba el costo personal.

La boca de Boyd se clavó en una línea aún más dura:- Por Rosalin.

No era una pregunta, así que Alex no intentó contestar. Rosalin podría haber sido el golpe final,
pero el por qué se había ido era mucho más complicado que eso.

¿Era porque su ex compañero había violado cada código de honor y decencia seduciendo a una
mujer a su cuidado? Debido a que Boyd había estado listo para tomar represalias por una redada,
pensó que era ordenado por el hermano de Rosalin quemando el castillo que consideraba su casa?
¿Porque Alex estaba cansado de saltar de los árboles y esconderse en la oscuridad, y quería luchar
caballero a caballero en un campo de batalla? ¿O porque ser un caballero y vivir con ciertos códigos
realmente significaba algo para él?

¿Era porque no podía soportar la vista de una injusticia más hecha en nombre de la guerra -por
ambos lados- que se suponía que debía ignorar como los fines que justificaban los medios? ¿Porque
estaba cansado de ver a la gente de las fronteras -su pueblo- sufrir por la desgracia de donde vivían?

¿Porque había sostenido a un niño que casi había matado en sus brazos y había sentido algo dentro
de él romperse? ¿Porque sabía que Bruce no se arriesgaría a la batalla campal que pondría fin a la
guerra cuando podría librar una guerra de desgaste y prolongar esa decisión indefinidamente?

¿Porque Alex pensó que podría hacer más para ayudar a terminar la guerra en el otro lado
intentando hacer que el inglés viera el valor de la tabla de negociación?

O tal vez no podía soportarlo más: la guerra, las atrocidades, la injusticia, los constantes
desacuerdos con su compañero, la sensación de que era la única voz de la disidencia.

Sí. Esa era la respuesta sencilla. Eran todas esas cosas. Pero Boyd no había querido oírlo cuando
eran amigos, o al menos, socios, ¿por qué querría oírlo ahora cuando eran enemigos?
Siempre habían tenido diferentes líneas en la área. Boyd estaba dispuesto a hacer lo que fuera
necesario. Alex no.

Los dos hombres se enfrentaron en la oscuridad, la tensión era palpable.

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¿Por qué no terminaba con esto? ¿Era esta parte de su tortura? ¿Querían que implorasen? No lo
haría, maldita sea.

No pudo haber estado más sorprendido cuando Boyd se movió hacia un lado para dejarlo pasar.

-¿Me estáis dejando ir? -preguntó Alex.

-Esta vez -dijo Boyd-. Consideradlo el pago por lo que hicisteis por mi esposa. Teníais razón en
defender su honor. Estaba equivocado.

Alex había pensado que no podía estar más sorprendido, pero Boyd acababa de demostrar que
estaba equivocado.

Sonaba como una disculpa, y viniendo de Boyd, seguramente era la primera. Pero si Alex hubiera
podido albergar un instante al preguntarse si podía haber sido una abertura, la puerta se cerró
rápidamente.

-Pero la próxima vez que nos encontremos en el campo de batalla, Sir Alex, no tendréis tanta suerte.

Boyd siempre tenía una manera de lanzar su bengala, y Alex no pudo resistirse a responder:- Tal vez
seáis vos el que no tendrá tanta suerte, Sir Robert.

Después de toda la mierda que Boyd le había dado acerca de ser un caballero, Alex todavía no podía
creer que su compañero hubiera sido nombrado como uno. Sin duda lo había hecho para probar algo
a su esposa. Pero como Alex le había recordado muchas veces en Inglaterra, había más en ser un
caballero que usar espuelas y un sobretodo.

Boyd no había perdido la burla. Y la llamarada de ira en la mirada de Boyd le dijo a Alex que no
había olvidado quién ganó la última vez que cruzaron espadas, o en ese caso, los puños.

-Espero que MacGregor pueda conseguir que alguien venda boletos -bromeó MacSorley-. No puedo
creer que me haya perdido al hombre más fuerte de Escocia comiendo la tierra.

Alex miró a Boyd con sorpresa. Se lo había dicho. A todos. De algún modo, sabiendo que había
estado escuchando los golpes de MacSorley durante años, se sentía como una forma de recompensa.
Sin decir otra palabra, Alex recorrió el hueco del círculo. No miró hacia atrás. No podía mirar hacia
atrás. Eso estaba muy claro.

Había pensado que el día en que le había llevado un cuchillo al brazo y había borrado el tatuaje que
lo marcaba como un guardia había sido el más difícil. Estaba equivocado. Estar cara a cara con sus
antiguos amigos, y viendo la forma en que lo miraban... Eso había sido mucho peor. Podrían no
haberlo matado, pero parecía que dieciocho cuchillos lo habían eviscerado de todos modos. Sabía lo
mal que los había traicionado, pero no fue hasta ese momento que realmente lo sintió.

Todavía no podía creer que lo hubieran dejado marchar. Había esperado que MacRuairi le deslizara

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Àriel x

una daga en la espalda mientras pasaba junto a él.

Se detuvo, de repente se dio cuenta de lo que había perdido... Y la importancia: MacRuairi no había
estado allí, y Alex sabía muy bien lo que eso podría significar.
Ya andando rápido por el castillo, aceleró su paso.

El resto del ejército seguía sumido en la entrada de la puerta. Después de encontrar a sus hombres,
les dijo lo que quería que hicieran. No identificó a MacRuairi por su nombre, sólo que pensó que
uno de los hombres de Bruce estaría en el castillo. Se lo dirían, y sólo a él, si veían algo sospechoso,
no se acercarían. Afortunadamente, Alex estaba familiarizado con los métodos de Carlisle y
MacRuairi y conocía los lugares probables para ver. Pero si el famoso bandido había estado aquí, ya
no lo estaba.
Sin embargo, Alex sabía que la ausencia de MacRuairi no podía ser una coincidencia.

Tal vez Pembroke había aprendido un poco de humildad de su derrota anterior, porque cuando Alex
le contó sus preocupaciones, no sólo escuchó, sino que lo llevó al guardián del castillo, Sir Henry
de Beaumont. Se reforzó la seguridad, aumentó la guardia, y cuando el ataque llegara más tarde esa
noche, estaban listos.

El intento de Eduardo de Bruce de tomar el castillo había fracasado. Aunque había sido alertada del
ataque por el ruido con el resto del castillo, Joan había esperado no tan pacientemente toda la
mañana para oír los detalles. No fue hasta que estuvo ayudando a su prima lista para la comida del
mediodía que Alice ofreció lo que sabía. En ese momento, Joan había estado peligrosamente cerca
de romper su regla de no hacerle preguntas directas a su prima. Aunque Alice estaba demasiado
mimada y era demasiado egocéntrica para concentrar su atención lo suficientemente en su prima
"desafortunada" para ser sospechosa, Joan no quería correr riesgos.

-Uno de los hombres del conde de Pembroke sospechó lo que estaba ocurriendo con los asaltantes
en la zona y frustró el engaño de los rebeldes cuando intentaron una distracción en la puerta -dijo
Alice con orgullo-. Fue una suerte que el conde llegó cuando lo hizo.

-Mucha suerte -convino Joan, ocultando su enfado tras una fachada de cortés interés. No era sólo la
oportunidad perdida de tomar el castillo que la enfureció, también fue la llegada de Pembroke.
Debería haber sabido que vendría. ¿Cómo no había oído que uno de los comandantes más
importantes de Eduardo en el norte, acompañado por al menos doscientos hombres, se dirigía a
Carlisle?

Éste era exactamente el tipo de información que Bruce contaba con ella para descubrir. Que no lo
hubiera hecho -y los hombres de Eduardo de Bruce se ubieran sorprendido bien podría haber sido
un desastre-. Si Randolph no hubiera llegado cuando lo hizo, el último hermano remanente del rey
podría haber sido tomado o asesinado, y Joan se habría considerado la responsable.

Esta era la primera vez que no había sabido algo tan importante de antemano. ¿Estaban los ingleses
manteniendo la llegada de Pembroke en secreto por una razón específica, o simplemente estaban

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siendo más cuidadosos con la información? Tampoco fue un desarrollo prometedor.

Joan sabía que los ingleses estaban decididos a descubrir al espía bien colocado que estaba dando
información a los escoceses, pero como las mujeres estaban bajo su escrutinio, ella había sentido la
amenaza de la sospecha, lo que no significaba que no fuera cuidadosa. Siempre se preocupaba de no
parecer demasiado interesada en la guerra o en la política, de no hacer demasiadas preguntas y de
no mostrar lealtad a la tierra de su nacimiento. Trató de aparecer tan "inglesa" como su prima,
aunque la sangre de Alice era tan escocesa como la suya. Nunca lo sabríais mirándola o
escuchándola. Alice había abrazado completamente su patria adoptiva y consideraba a Escocia
como un lugar duramente "atrasado" lleno de "rebeldes" que debían ser conquistados y civilizados.

Alice se estremeció:- ¿Os imagináis lo que pudo haber sucedido si su plan hubiera tenido éxito?
Podríamos ser rehenes de los bárbaros en este momento -jadeó como si algo se le hubiera ocurrido-.
¿Creéis que nos hubieran violado?

Buen Señor, parecía casi emocionada por la perspectiva. No había nada romántico o excitante en
que un hombre os obligara, nada. Pero a su bella prima le gustaba ser el objeto del deseo masculino
y pensaba que su lujuria era halagadora. Joan pensaba de otra manera.

A pesar de ser unos años mayor que los veinte, Alice parecía mucho menos madura. Joan siempre
había sido mayor que sus años, y con todo lo que había sucedido desde que su madre fue
encarcelada, a veces se sentía como si fuera la madre de Alice en lugar de una mujer joven cerca de
su propia edad.

Aunque Joan no quería nada más que sacudir algo de sentido en esa cabeza tonta, fingió tomar la
pregunta en serio.

-Sospecho que podrían haberlo hecho. Tenemos la suerte de que el hombre de Sir Aymer haya
descubierto su plan. ¿Quién fue? Quizás deberíamos darle las gracias por habernos salvado.

Su tono debía de ser más curioso de lo que pretendió. La mirada de su prima pareció estrecharse un
poco.

-No lo sé. Mi marido no lo dijo. Pero no creo que sea necesario. Además, dudo que sir Richard lo
quiera. Os mira como un halcón hambriento -frunció el ceño con desaprobación-. Tenéis que ser
más circunspecta, prima. La gente empieza a hablar, y esto se refleja mal en Henry y en mí.

Joan trató de no ahogarse con su lengua. Dios mío, era tanto el culpable como el acusador. La
promiscuidad desenfrenada de Alice era igual a la de su marido, aunque Alice era ferozmente
celosa, a sir Henry no podía importarle menos con quien su esposa compartiera su cama, lo que
irritaba a Alice. Su prima parecía equiparar los celos y la posesividad con el amor. Joan había visto
la falacia de eso con sus padres.

Joan bajó los ojos como avergonzada:- Sir Richard se va pronto.

-Bien -dijo Alice, de pie desde la silla en la que estaba sentada mientras Joan la ayudaba con sus

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joyas-. No me molestan vuestros coqueteos, prima, pero no me gusta oíros hablar del tema de
rumores poco halagadores.

En otras palabras, no le gustaba que Joan fuera el foco de atención, ni siquiera de atención negativa.
Que Joan siempre hubiera estado contenta de estar en la sombra de su prima era la única razón por
la que Alice la había tomado como una dama de compañía y agotadora. Joan nunca había sido una
amenaza y necesitaba mantenerlo así. Afortunadamente, aunque las miradas de Joan parecían
resonar con los hombres, su prima no la veía como competencia. Con su figura delicada, bien
curvada, cabello rubio, ojos azules y perfectos rasgos de muñeca, Alice de Beaumont era una mujer
sorprendentemente hermosa.

Con un cabezazo apropiadamente castigado que mostró su gratitud por la benevolencia de su prima,
Joan siguió a su prima al Salón.

Pero el ataque frustrado, su ignorancia de la llegada de Pembroke y la próxima salida de sir Richard
se combinaron para hacer que Joan se diera cuenta de que iba a necesitar aumentar sus esfuerzos.
No volvería a quedar atrapada en la oscuridad. Si iba a seguir siendo útil a Bruce, tenía que asumir
riesgos. Sir Richard tenía información, iba a conseguirla. Incluso si no le gustaba cómo tendría que
hacerlo.

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Capítulo 3

Joan cerró la puerta detrás de ella difícilmente, sus manos temblaban tanto. En realidad, todo su
cuerpo temblaba. Su piel estaba como el hielo. El miedo y el pánico habían invadido su cuerpo
como una tormenta de nieve en los muertos del invierno y no lo soltaban.

Todo está bien. Estáis segura. Se acabó. No pasó nada. Pero había estado cerca. Demasiado cerca.
Se deslizó a través de la oscuridad del pasillo, serpenteando por las escaleras de la torre del capitán
desde la cámara del tercer piso de Sir Richard.

Se sentía torpe... torpemente.. tentada. Su corazón seguía latiendo como un tambor en su pecho y
orejas. No podía sacudir el momento de terror. Dios, todavía podía sentir sus manos sobre ella,
sujetándola hacia abajo, sin dejarla moverse. Los recuerdos habían sido duros y rápidos y durante
un horrible momento la habían paralizado de miedo. Había sido demasiado similar. Había pensado
que iba a hacerlo...

Pero entonces su plan funcionó y la amenaza se había disipado. El pánico, sin embargo, se mantuvo.
¡Bien, había estado tan agitada que casi había olvidado buscar en su habitación! Una búsqueda que
había resultado en una misiva con sus órdenes y detalles sobre los puertos y las rutas marítimas para
conseguir los suministros necesarios en Escocia para la guerra. Un ejército del tamaño que Eduardo
estaba reuniendo requeriría mucho más de lo que podían llevar, incluso en un extenso tren de
equipaje. Ahora sabía cómo llegaría allí.

Probablemente sólo había un puñado de personas que conocían la información que había
descubierto, y pronto uno de ellos sería Robert de Bruce. Gracias a ella.

Había valido la pena, se dijo. Pero sus nervios agotados parecían no darse cuenta de eso. Las
sombras parecían saltar hacia ella mientras se abría camino por los oscuros pasillos. Pasada la
medianoche, la mayoría de las lámparas ya habían sido apagadas por la noche. Se apresuró a bajar
las escaleras, bajando más rápido de lo que debía, tratando de poner tanta distancia entre ella y lo
que había sucedido casi de vuelta en esa habitación, cuando su pie zigzagueante aterrizó
torpemente en una de las estrechas escaleras. Las escaleras estaban hechas de piedra, y al ser
usadas, podían volverse resbaladizas. Lo descubrió de la manera dolorosa cuando su pie se deslizó
fuera de ello.

Trató de aguantar y, al hacerlo, le arrancó el tobillo en el esfuerzo por encontrar su equilibrio. Se


desplomó por la última parte de la escalera de caracol, probablemente habría aterrizado en un
doloroso montón en la base si alguien no la hubiese pillado.

-¡Cristo! ¿Estáis bien?

Estaba tan sorprendida al sentir las manos del hombre en ella, que le tomó un momento para
procesar sus palabras... Y su rostro.

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Pero cuando lo hizo...

¡Dios en el cielo! Un corazón que ¡ pensaba que era incapaz de atrapar lo hizo. Si todavía creía en
caballeros guapos cabalgando al rescate, este hombre habría personificado su fantasía. El oscuro
cabello rubio dorado brillaba en la luz parpadeante. Atravesada por ojos azules que eran tan
cristalinos y claros que parecían brillar en la oscuridad. Un rostro fino que podría haber sido infantil
si no fuera por la nariz un poco sesgada y la sombra oscura de rastrojo en forma de una barba de un
cuarto de pulgada. Alto y ancho de hombros, tenía la sólida estructura de un hombre que levantaba
una espada para ganarse la vida. La había cogido como si no pesara nada, y las manos que la
sostenían eran grandes y fuertes.

Pero incluso si no llevase el plaid de cadena y el sobretodo, habría sabido que era un caballero.
Parecía como si estuviera cabalgando sobre un caballo blanco con la espada en alto en el aire listo
para vencer dragones y rescatar a doncellas puras, que dadas su posición actual era apropiada.

De repente, consciente de que la había atrapado de una manera que podía interpretarse como íntima
-y la sensación de sus pechos aplastados contra la sólida pared de acero de su pecho sin duda así lo
sentía- se sonrojó (¡de verdad!) E intentó recuperar su compostura mientras empujaba hacia atrás
para extraerse de su agarre.

-Estoy bien -dijo desigualmente, sonando más como una doncella de ojos estrellados de lo que
había sonado en su vida-. Gracias. Siento tener problemas...

Se detuvo de repente, gritando de dolor mientras retrocedía y ponía peso en su tobillo torcido.
Podría haber tropezado de nuevo si no hubiera estado sujetándola todavía por el brazo.

-Cuidado -dijo suavemente, estabilizándola en la escalera sobre él-. Estáis herida.

Tenía una voz muy agradable. Profunda, suave y calmada. Había algo amable y casi galante en él.
Bien, realmente se estaba dejando llevar por la fantasía del caballero, ¿no? Hacía mucho tiempo
que había creído en las historias de hombres guapos con armaduras brillantes que no sólo defendían
los ideales caballerescos sino que también los vivían. Ahora lo sabía de otra manera. La experiencia
la había curado de todas sus ilusiones. Hombres así sólo existían en cuentos de hadas. Con cada
mirada lujuriosa y sugerencia deshonrosa de los "caballeros" a su alrededor, se lo demostraron a
ella. Honor, nobleza y respeto no significaban nada cuando la lujuria estaba involucrada. Los
hombres, incluso los caballeros, sólo querían una cosa.
Pero este hombre no la miraba de esa manera.

Sin saber qué hacer, frunció el ceño y se dijo a sí misma que le diera tiempo. Probablemente trataría
de convertir su papel de salvador en su ventaja pronto. Podía oírlo en su cabeza: ¿Cómo puedo darte
las gracias? -preguntaría, y su respuesta con una sonrisa perversa: estoy seguro de que podemos
pensar en algo.

Sí, algo que sin duda incluía bocas y lenguas, y él tratando de tocar su pecho.

Habiendo despejado con éxito las estrellas de sus ojos, su voz (y los latidos de su corazón)

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volvieron a la normalidad.

-Es mi tobillo. Parece estar torcido.

Su expresión cambió a una que parecía ser de auténtica preocupación:- ¿Estáis segura de que no
está roto?

Asintió:- Está un poco dolorido, eso es todo. Lo envolveré cuando regrese a mi habitación, y estoy
segura de que estará bien.

Nunca se había dado cuenta de lo estrecho y angosto que era el hueco de la escalera, o tal vez sólo
era que porque él era muy grande. Sus hombros casi atravesaban el ancho. Parecía haber confiscado
todo el aire. Le resultaba difícil respirar, y luego cuando lo hacía... Sus sentidos estaban llenos de
cuero, viento, y el toque de algo picante. . .

Ella era una mujer alta de seis pulgadas de más de cinco pies, pero incluso de pie en la escalera por
encima de él, la parte superior de su cabeza sólo se acercaba a su barbilla. Pero sus rostros estaban
cerca, y era demasiado consciente de cada centímetro entre ellos - de los que había sólo un puñado
precioso-.

Estudió su rostro de nuevo. Estaba aún mejor mirándolo de lo que se había dado cuenta
inicialmente. Había algo vagamente familiar en él...

Jadeó, conmocionada haciéndola olvidarse de sí misma por un momento. No era de extrañar que
pensara que parecía una fantasía. Era una fantasía, su fantasía, como resultó.

Joan nunca había olvidado al guapo joven caballero que había atrapado su imaginación juvenil de
catorce años en el mercado de Roxburgh seis años antes. En ese momento, no se había dado cuenta
de que había estado con su madre. Simplemente lo consideraba el caballero joven más magnífico
que había visto. Sir Alexander Seton. Había aprendido su nombre en los años intermedios, y su
lugar en la Guardia...

De repente, lo que eso significaba la golpeó.

Sus pensamientos debían de haber quedado reflejados en su rostro.

-¿Hay algo mal, mi señora? -preguntó.

Sí, algo estaba mal. Alex Seton no era un caballero galante por ningún grito de imaginación: era un
traidor.

***

Rescatar a dos mujeres jóvenes en tantos días era un poco excesivo, incluso para él. MacSorley
habría estado haciendo bromas a expensas de Alex durante semanas.

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El hecho de que esto estuviera entre sus primeros pensamientos después de coger a la mujer
cayendo por las escaleras le dijo cuánto la confrontación con sus antiguos hermanos todavía estaba
pesando sobre él.

Sus otros pensamientos eran igualmente inquietantes, especialmente cuando reconoció a la joven en
sus brazos. Después de tener pensamientos lujuriosos sobre Bella MacDuff, ahora la hija de
MacRuairi lo avergonzaba. Pero Cristo, la muchacha era aún más impresionante de lo que
recordaba (y lo suficientemente mayor para que lo notara, a diferencia de la última vez que la había
visto). Con su largo y oscuro cabello largo, ondulado y malicioso, su boca ancha y roja, su piel
blanca como la nieve y sus ojos insensibles a la cama y al rapto, la muchacha era Pecado y Placer
sensual personificado.

No ayudó que pareciera que acababa de caerse de la cama. Llevaba una bata, por el amor de Cristo,
y las suaves, sensuales, apenas cubiertas curvas femeninas habían sido aplastadas contra su pecho.
Habría tenido que ser un eunuco para no haberse visto afectado por un contacto tan íntimo y no
muy separador, con un cuerpo adivinado por placer. Generosos pechos, una cintura delicada,
caderas delgadas, piernas largas perfectas para envolver alrededor. . .
Se detuvo. ¿Qué diablos le pasaba?

Sabía exactamente lo que estaba mal con él, y era un desagradable inconveniente recordárselo ahora
mismo. Demonios, por lo general tenía mejor control. Siempre tenía mejor control.

Pero, de nuevo, no podía recordar la última vez que había estado solo en una oscura escalera con
una bella y esplendida mujer en sus brazos en medio de la noche. En realidad, al darse cuenta de
que nunca había ocurrido antes, probablemente podría ser excusado por la dirección inapropiada de
sus pensamientos y la rápida reacción de su cuerpo.

Ambos desaparecieron, sin embargo, cuando se dio cuenta de que estaba herida.

-¿Mi señora? -preguntó cuando no respondió a su pregunta de inmediato. Lo miraba tan


extrañamente. Casi como si lo conociera. ¿Se había dado cuenta hacía tantos años? Esperaba que
no. Dios sabía, cualquier conexión con la Guardia podría ser desastrosa para él. El rey Eduardo se
enfurecería de que hubiera guardado tal información de él y exigiría conocer sus secretos y sus
identidades. Alex pudo haber dejado a la Guardia, pero esa era una traición que no podía soportar.

-No -dijo apresuradamente, bajando la mirada de la suya-. No hay nada malo. Acabo de darme
cuenta de que no sé a quién debo agradecer por salvarme de mucho más que un tobillo retorcido.

-Alex Seton a su servicio, mi señora -dijo con una sorprendente ligera reverencia. No solía salir de
su camino para encantar a las jóvenes, en realidad él generalmente las evitaba, pero quería
tranquilizarla.

Su boca se curvó, atrapando su juego:- Lady Joan Comyn, Sir Alex. Me inclinaría, pero me temo
que tendríais que atraparme de nuevo si lo intentase.

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Le sorprendió lo mucho que no le importaría tenerla de nuevo, como lo hizo la ola resultante de
calor que corrió a través de su sangre al pensar.

Recordando su papel, sin embargo, se obligó a echarlo a un lado:- Bueno, señora, ¿por qué no os
ayudo a volver a vuestra habitación para que podáis cuidar ese tobillo?

Pareció alarmada:- No quiero molestaros. Estoy segura de que puedo hacerlo por mi cuenta.

-No es ningún problema, y yo insisto. No es seguro que vayáis por el castillo sola por la noche -lo
cual me llevó a la pregunta...-. ¿Qué hacíais aquí, de todos modos? ¿Creía que las damas estaban en
la nueva torre?

Se sonrojó, bajando la mirada de nuevo. Sus largas y delicadas pestañas descansaban en sus mejillas
como mechones de un ala de cuervo de seda. Cristo, su piel era irreal. Era suave, pulverulenta y tan
impecable como la nieve recién caída.

-No lo recuerdo, mi lord.

Alex frunció el ceño:- ¿No os acordáis?

Sacudió su cabeza:- Algunas veces camino en mi sueño.

Alex asintió con comprensión:- Mi hermano solía hacer eso cuando era un niño.

Ella abrió los ojos. Claramente no había esperado eso:- ¿Lo hacía?

-Sí. Aquello aterrorizó a mi madre las primeras veces que sucedió -pensó que se caería por las
escaleras o se acercaría al mar más allá de la puerta y se ahogaría. Pero a John sólo le interesaba
visitar las cocinas -sonrió ante el recuerdo-. Se tomó una tarta entera de manzana en una noche.
Pensé que estaba fingiendo hasta que lo atrapé yo mismo. Los ojos de John estaban abiertos, pero
misteriosamente, había actuado como si yo no estuviera allí. Tenía cerraduras especiales en las
ventanas y las puertas, pero al cabo de unos años pareció resolverse.

-¿Ya no lo hace?

Alex sacudió la cabeza. La ola de tristeza que lo alcanzó no era tan aguda como solía ser, pero
todavía era dolorosa:- Mis dos hermanos fueron ejecutados ocho años después de la Batalla de
Methven. Probablemente habéis oído hablar de Christopher.

Todo el mundo había oído hablar de Sir Christopher Seton. No se sorprendió cuando asintió, pero a
diferencia de todos los demás, no se esforzaba ni lo miraba con expectativas de que nunca podría
esperar cumplir.

-Lo siento -añadió suavemente.

Alex reconoció su simpatía por un gesto de asentimiento, y luego apartó los pensamientos

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descarados con preocupación por su cuenta.

-Quizás deberíais pensar en una cerradura en vuestra puerta o tener uno de los sirvientes en frente
de ella. La próxima vez que alguien no esté allí para atraparos.

Y Alex sabía que caer por las escaleras no era...

Sacudió la cabeza como si fuera un bribón incorregible:- Espero que no esperéis que me desmaye -
se veía tan adorablemente descontenta que se echó a reír de nuevo.

-No, un simple agradecimiento será suficiente.

Muy pronto, llegaron a la puerta de su habitación. La posó con cuidado, y tal vez un poco
demasiado a regañadientes:- Ahora no está tan mal, ¿verdad?

Parecía que quería discutir, pero su buena naturaleza ganó. Su boca se torció en una sonrisa.

-Como sería absurdo discutir como llegué tan rápido y con tanta comodidad, creo que me tragaré mi
orgullo y simplemente daré las gracias.

Él sonrió:- Chica inteligente.

Estaba a un momento de dejar caer un beso en su suave boca roja antes de que él mismo se
sorprendiera. Cristo, ¿de dónde había venido? Era como si besarla fuera lo más natural del mundo.
Quizás adivinando sus pensamientos, se volvió seria y dio un paso atrás cauteloso.

-Gracias, Sir Alex -dijo otra vez antes de entrar en su habitación.

Alex se quedó mirando la puerta cerrada durante un largo rato antes de volver a sus pasos y volver a
su propia cámara. Pero el extraño interludio con Joan Comyn permaneció con él durante mucho
tiempo en la noche.

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Capítulo 4
Alex pensó que la reunión nunca terminaría. De Beaumont, como guardián del castillo, y
Pembroke, como conde y el hombre de más alto rango, habían estado midiendo sus gallos toda la
mañana y, francamente, tampoco había nada digno de alardear.

Dos de los barones más importantes del rey Eduardo parecían más interesados en el sonido de sus
propias voces que en la planificación de la maldita guerra. Posicionamiento, compasión por la
atención... Que era en lo que todos los comandantes de Eduardo parecían interesados, y Alex estaba
harto de ello. Al menos cuando estaba con la Guardia de los Highlanders siempre había tenido un
propósito común, incluso si no siempre estaban de acuerdo en cómo llegar allí. Pero estos dos
estaban más preocupados por quién iba a montar en qué orden y liderar qué parte del ejército que
sobre la táctica y la estrategia. Después de la sugerencia de Alex de pedir un parlamento con Bruce
para ver si podían llegar a un acuerdo antes de marchar fue rápidamente (y decididamente)
despedido, había estado escuchando sólo la mitad, de todos modos.

Alex trató de no dejar que la frustración llegara hasta él, pero se le estaba acabando el tiempo. Las
incursiones que había pensado haber hecho en Londres hacía dos años eran más difíciles de
recordar cuanto más avanzaban hacia el norte. Al principio, el rey había parecido dispuesto a
escuchar las súplicas de Alex por las personas en las fronteras y sus advertencias de que Bruce era
más fuerte que unos cuantos números. Eduardo había dicho que consideraría la sugerencia de Alex
de un parlamento.

No lo había considerado por mucho tiempo. Gracias a los problemas con sus barones, Escocia se
había convertido en el grito de guerra de Eduardo. Su distracción. Su manera de demostrar a su
gente que era el hijo de su padre, y un rey en el que podían creer. Alex sabía que iba a ser casi
imposible disuadir a Eduardo de su curso. Lo cual no significaba que Alex no lo intentara. Pero
cada vez estaba más claro que nadie estaba dispuesto a escuchar la razón -ciertamente no la pauta
de Beaumont y Pembroke-.

Sus pensamientos se convirtieron en algo mucho más agradable. Se preguntó cómo estaría el tobillo
de lady Joan esta mañana. Tal vez la buscaría después de la reunión para controlarla.

Se sorprendió curiosamente por la hija de Bella. Sabía que después de haber sido falsamente
declarada ilegítima, y su reclamo al condado de Buchan dado a sus primos, Lady Joan ahora servía
como compañera a una de esas primas -Alice- que estaba casada con Beaumont. Dudaba que
alguien creyese verdaderamente en la mentira de que Joan no era la hija de Buchan (en su lugar, el
producto de un asunto ilícito entre Bella y Bruce), pero nadie quería ver a la hija de un notorio
traidor recompensada con un condado. ¿Recordó algún otro artificio sobre parientes consanguíneos?
-también habían sido quitados-.

Eran una pretensión conveniente, eso era todo. Eduardo aseguraba el apoyo de de Beaumont en su
lucha contra los escoceses -como de Beaumont estaría luchando por sus propias tierras- y nadie se
preocupaba por la hija de un conde muerto y una "puta" rebelde.

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Se preguntó qué pensaría Joan al respecto. ¿Se arrepentía de no volver a Escocia cuando había
tenido la oportunidad en todos esos años? Irónicamente, Alex había sido parte del equipo que había
rescatado a MacRuairi y Bella del Castillo de Berwick cuando fueron capturados poco después del
regreso de Bella a Escocia. MacRuairi le había dado la oportunidad a Joan de catorce años de ir con
ellos, pero lo había declinado, diciendo que su vida estaba en Inglaterra con su tío Comyn y sus
primos. Había roto el corazón de Bella.

Dado lo que había sucedido en el ínterin, Alex se preguntó si tomaría la misma decisión hoy. La
muchacha apenas había sido recompensada por su lealtad a la causa inglesa.

Estaba cerca de la comida del mediodía para el momento en que la reunión finalmente acabó. Alex
iba a ir en busca de ella cuando captó parte de la conversación que tenía lugar en el grupo de
jóvenes soldados que caminaban delante de él.

-¿Larga noche, Fitzgerald? Pensé que os ibais a quedar dormido allí durante un tiempo cuando de
Beaumont habló de cuyos hombres dormirían en los cuarteles de Wark y que tendrían que establecer
tiendas de campaña fuera de las puertas.

Alex había estado a punto de dormirse. No había dormido mucho anoche. Había estado demasiado
ocupado pensando.

-Siento que sólo nado de aquí a Irlanda -otro hombre contestó-. Nunca me he sentido así de...
satisfecho.

Por la forma en que lo dijo -como un gato que acababa de pegar un vaso de leche-, Alex
comprendió qué clase de satisfacción quería decir. Obviamente el joven caballero pelirrojo había
pasado la noche con una muchacha.

Alex lo reconoció ahora. Era uno de los jóvenes capitanes de mar de Ulster. Sir Richard Fitzgerald
era un prometedor joven soldado de una poderosa familia y dijo que era uno de los mejores marinos
en Irlanda. Tal vez le daría un desafío a MacSorley un día.

No es que fuera pronto. Alex sabía que no había nadie que pudiera acercarse al cacique de las
Tierras Altas del Oeste. Halcón, -MacSorley- era el mejor marino no sólo en Escocia, sino
probablemente en toda la cristiandad. También era el mejor nadador, como Alex pudo atestiguar
personalmente. Hacía años, durante el entrenamiento, MacSorley había salvado su vida en los
tormentosos mares cerca de la Isla de Skye.

¿Por qué diablos estaba pensando en eso ahora?

-Ah, la dama finalmente sucumbió, ¿verdad? -dijo uno de los hombres. Y uso el término "dama"
muy flojamente-. Por lo que oigo la tranquila y misteriosa dama es una gata en la cama. No me
importaría que me hundiera las garras. Cuando terminéis con ella, por supuesto -le dijo a
Fitzgerald.

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Alex se puso rígido ante la tosca conversación. Ningún hombre debía hablar de una mujer de esa
manera –lo que fuera de una mujer- y era peor, ya que estos hombres eran caballeros. Debían saber
hacerlo mejor, maldita sea.

Alex estaba a punto de recordarles ese hecho, cuando habló Fitzgerald:- Deberíais ver sus pechos -
dijo el joven capitán con un exagerado gemido-. Maldita sea, si no fuera bastarda de Buchan,
podría sentirme tentado de casarme con ella sólo para enterrarme la cara en todos...

No tuvo oportunidad de terminar. Alex lo hizo golpear contra la pared del castillo con la mano
alrededor de su garganta. La reacción fue puro instinto, y si la rabia negra que golpeaba los oídos de
Alex era una indicación, el muchacho tenís suerte de que Alex no lo hubiera matado.

Las manos de Fitzgerald se habían dirigido directamente a su cuello y estaban tratando de alejar a
Alex de su garganta, pero el hombre más joven podría haber intentado levantar acero. Los músculos
de Alex estaban rígidos y fijos como una barra de hierro.

-He oído suficiente de vuestras mentiras viles -dijo Alex con una voz que no reconocía. Demonios,
hablaba con voz baja y mortal como MacRuairi-. ¿Cómo os atrevéis a hablar de una dama de esa
manera?

Los amigos de Fitzgerald finalmente se recuperaron de su sorpresa:- Dejadlo ir -dijo uno de ellos,
aunque no hizo ningún movimiento para desafiar a Alex-. No puede respirar.

Al darse cuenta de que los ojos de Fitzgerald estaban abultados, Alex aligeró su agarre lo suficiente
para permitir que el otro hombre inspirara unos cuantos suspiros de aire. Fitzgerald se quedó
boquiabierto ante Alex como si fuera un loco, que no estaba tan lejos de cómo se sentía.

-¿Qué... demonios... Seton? -dijo Fitzgerald, tirando de la mano de Alex un poco más para liberarse.

-¿Qué está pasando aquí? -Alex reconoció la voz de Pembroke detrás de él-. Dejadlo ir, Seton -Alex
no estaba dispuesto a hacer lo que le había pedido-. Es es una orden -dijo Pembroke con rabia.

La cabeza de Alex tardó unos instantes en aclarar lo suficiente como para reconocer la autoridad del
conde. El rey había puesto a Alex bajo su mando, maldita sea.

Con un sonido de disgusto, Alex soltó su agarre en el cuello de Fitzgerald con un empuje más fuerte
contra la pared. Pero el impulso de matar seguía subiendo por sus venas.
Al ver su expresión, el joven marinero dio un paso atrás.

-¿Qué os pasa, Seton? Nunca os he visto así.

Eso llevó a Alex a ponerse duro. Pembroke tenía razón. Por un momento, Alex se había olvidado.
Había sido cada centímetro del despiadado bandido en el que se había convertido en la Guardia, no
el caballero caballeroso y concienzudo que los ingleses sabían que era.

Nunca habían sospechado su papel en el ejército de Bruce, y quería mantenerlo así. Pero algo le dijo

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que había revelado demasiado.

Pembroke podría ser un idiota, pero era inteligente:- Vuestro brazo debe estar mejor -no era una
pregunta.

Maldita sea. Sin pensarlo, había usado su brazo derecho para sujetar a Fitzgerald.

Pembroke no esperó a que contestara:-Espero que empieces a entrenar con el resto de los hombres
cuando lleguemos a Berwick -Alex asintió, maldiciendo en silencio.

-Ahora explicadme lo que estaba pasando aquí.

-No tengo ni idea -dijo Fitzgerald primero-. Un minuto estaba hablando con mis amigos y al
siguiente Seton estaba tratando de matarme.

Alex se puso rígido:- Estaba defendiendo el honor de una dama por las mentiras.

Pembroke frunció el ceño y miró a Fitzgerald:- No voy a permitir que se difamen a las damas.

-No era mentira -dijo Fitzgerald enfadado-. No me había dado cuenta de que Seton conocía a la
dama -con su pelo rubio y su tez clara, no podía ocultar el rubor que le llegaba a las mejillas
mientras recordaba sin duda sus crudas palabras-. Me disculpo por lo que escuchasteis, pero fue la
verdad. Pasé la noche con lady Joan.

Alex hizo un sonido que era sospechosamente como un gruñido, dio un paso hacia él y podría haber
hundido uno de los puños que hubiera apretado a su lado a través de los dientes de Fitzgerald si
Pembroke no lo hubiera detenido.

-Dejadnos -le dijo el conde a Fitzgerald ya sus amigos-. Yo me ocuparé de esto.

Con unas cuantas miradas cautelosas en la dirección de Alex, los jóvenes caballeros hicieron lo que
se les pidió.

-Vuestra defensa de la mujer es admirable -le dijo Pembroke a Alex-, pero en este caso es
injustificado. La señora en cuestión está ganando algo de una reputación en disfrutar de las
atenciones de jóvenes caballeros ansiosos. A pesar de su reserva tranquila, parece que la hija es
mucho más parecida a la madre de lo que parece.

Alex no lo creía. No encajaba con la joven dulce y modesta que había conocido la noche anterior.
Los ingleses hablaban mentiras sobre Bella, y ahora debían haberse extendido a su hija.

-Había oído que ella había fijado su mirada en Sir Richard -dijo Pembroke-. ¿No los visteis en la
cena de anoche? Sus cabezas estaban tan dobladas que estuve sorprendido de que cualquiera de
ellos pudiera comer.

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Anoche. Alex sintió el golpe como un martillo en el pecho. De repente, todo se deslizó en su lugar.

-No -dijo, aturdido-. No estaba en la cena.

Había estado explorando la mayor parte del día y de la noche persiguiendo a cualquiera de los
hombres restantes de Eduardo de Bruce. No había regresado hasta después de la medianoche
cuando había subido las escaleras de la Torre del Capitán y un ángel había caído del cielo en sus
brazos.

Un ángel que venía de la misma torre donde probablemente Fitzgerald tenía una habitación cuando
había afirmado ser sonámbula.

Y fue lo suficientemente tonto como para haberla creído. Se sentía como un maldito idiota.

La atrapó antes de que entrara en el salón para la comida del mediodía. Con una sorprendente
delicadeza para uno tan joven, sir Richard hizo que Joan entrara en un cuarto de almacenamiento y
se apoyara contra una pared con la boca en el cuello antes de que pudiera reaccionar.

Pero había puesto fin a todo, todo con facilidad. Sir Richard no le haría proposiciones ni le exigiría
que volviera a su habitación. No, Joan sospechaba que no se acercaría ni a unos pocos cientos de
metros de ella después de esto.

Era lo que tenía que hacer. El truco con el polvo para dormir no funcionaría dos veces. Ya parecía
confundido por lo que había pasado la noche anterior. Había esperado que no recordara nada, pero
tal vez no le había dado suficiente.

Las lágrimas caían por sus mejillas. El llanto era una habilidad que había sido difícil de dominar,
pero que había resultado útil más de una vez. Se ahogó en unos cuantos más sollozos y lo miró
incrédulo.

-¿Qué queréis decir con que no os casaréis conmigo? Después de anoche... ¡Tenéis que hacerlo
bien!

La mirada de horror y miedo en el rostro del joven caballero no oscureció la repetición. Su


exigencia de matrimonio había enfriado su lujuria tan seguramente como un hundimiento rápido en
un lago helado.

-Pero yo no puedo... Seguramente os dais... Sois una bast...

Afortunadamente para él, no terminó la palabra. Podría haber arrastrado esto un poco más para
verlo sufrir.

-Pero ¿qué hay de vuestro honor? Pensé... –sollozó con un poco más de efecto-. Sois un caballero.

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Como si eso explicara todo. El hecho de que lo hiciera mucho más ridículo. Código de caballería o
no, un noble orgulloso como Sir Richard no pensaría en casarse con un "bastarda" con una
reputación de menos de la virgen -incluso si realmente la había seducido-.

¿Qué haría ella si uno de estos hombres "nobles" hiciera algo "honorable"? Haría que su trabajo
fuera mucho más difícil y no sería tan fácil deshacerse de ellos, eso era cierto.

Joan había aprendido que la manera más rápida para deshacerse de un hombre al que había atacado,
que estaba impaciente con "no", o que pudiera empezar a sospechar que no era la dama "fácil" a la
que se había llevado a creer, era mencionar una palabra: matrimonio. Se dispersaban como ratones
asustados ante un gato. Era vergonzoso, de verdad. Pero innegablemente eficaz.

-Lo s... lo siento -tartamudeó, corriendo hacia la puerta como si el diablo estuviera pellizcando sus
talones.

Sin otra palabra, se había ido, y eso era todo.

Joan suspiró. Era difícil no ser cínica cuando los hombres nunca la sorprendían.

Al menos no lo hacían normalmente. Pero sir Alex Seton -el hombre al que la Guardia había
llamado Dragón- lo había hecho. No sabía lo que esperaba de la Guardia que había traicionado a
Bruce y a sus hermanos (que ahora la incluían), pero no era la bondad, la consideración, y sí, la
galantería, que la había mostrado anoche. Durante unos minutos casi había podido creer que era tan
inocente y virginal como creía.

Bien, cuando la había levantado en sus brazos para llevarla a la torre... todavía podía sentir la
reverberación de la forma en que su corazón se había estrellado contra su pecho. También podía
sentir la fuerza de los poderosos brazos envueltos alrededor de ella y la dureza de acero de su pecho
como un escudo.

Se había sentido segura, protegida y cálida. Habría sido tan fácil cerrar los ojos, descansar la mejilla
contra su ancho pecho, y olvidarse por un momento. Pero no podía, por supuesto. Ya no era una
doncella de ojos estrellados e ingenua, por mucho que la hubiera hecho querer creer lo contrario.

Debería haber estado molesta por su habilidad, pero el romance del gesto la había afectado más de
lo que hubiera imaginado. Tal vez su corazón hastiado no estaba completamente endurecido e
impermeable como le gustaba pensar.

Por más razones, sería cautelosa. Alex Seton era peligroso. Peligroso no sólo por cómo la hacía
sentir, sino por lo que sabía. Tal vez no conociera su identidad, pero sabía de la existencia de un
espía de alto rango en el campo inglés. Y aunque pudiera ser un traidor, era indudablemente un
virtuoso y un experto. No lo subestimaría a él, o la amenaza que planteaba. Tenía que evitarlo en el
futuro a toda costa.

Era un escocés luchando por los ingleses, la peor clase de traidor a su respecto. Pero no era justo.
Un traidor que había traicionado a su rey y amigos debía tener una especie de marca negra en su

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cara para advertirla. Ciertamente no debía parecer como si hubiera salido directamente de Camelot.
Se preguntó si era todo para mostrar. ¿Había algún caballero honorable en Inglaterra, después de
todo?

Su boca se curvó de risa ante el pensamiento tonto. Por desgracia, no sería capaz de averiguarlo.
Evitarlo iba a ser su objetivo principal. Esperaba que no le resultara difícil.

No debía preocuparse. Tan pronto como entró en el Gran Salón unos minutos más tarde, se dio
cuenta de que los chismosos del castillo habían cuidado de Sir Alex por ella.

Una mirada a su rostro cuando la vio fue suficiente para decirle que había oído los rumores. El
juicio en sus ojos azules claros y cristalinos, el desdén en la inclinación de esa mirada de reojo, la
leve mueca de disgusto que le daba vuelta a la boca al ver su apariencia -y el corte de su vestido- no
debían molestarla.

Por lo general, no le importaba que la gente la considerara una "prostituta" como su madre, porque
Joan había estado "ligada" a varios hombres. En realidad, como ayudaba a su causa, nunca había
hecho nada para disipar los rumores. Su descarada reputación la ponía aún más firmemente bajo su
respeto y sospecha. Además de hacer que la subestimaran, también les daba acceso a hombres que
de otro modo no tendría una causa para hablar en privado.

Pero no podía ignorar el rubor que le encendió las mejillas cuando la mirada de Sir Alex cayó sobre
el corpiño de su vestido o negó la pizca de decepción -y tal vez incluso dolió- en su pecho cuando
se apartó bruscamente.
Tanto para la fantasía de caballeros galantes. No podría haber hecho su desprecio o desaprobación
más clara.

Maldición. Se enderezó la espalda y con orgullo sacó el pecho que parecía causar tanta atención.
Tenía un trabajo que hacer. Y si los hombres que la consideraban un libertinaje hicieron ese trabajo
más fácil, usaría los vestidos que pusieron a la prostituta de Babilonia en vergüenza. No le
importaba lo que pensaran. Ella sabía la verdad y eso era todo lo que importaba.
Era un fantasma, no podían tocarla y no sentía nada.

Cuando sir Alex salió del castillo de Carlisle poco después de sir Richard a la mañana siguiente,
Joan se alegró. Dos problemas habían sido resueltos, dejándola capaz de concentrarse en la única
tarea que importaba: encontrar la información que pudiera para Bruce y no quedar atrapada
haciéndolo.

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Capítulo 5

Castillo de Berwick, Berwick-upon-Tweed, Marcas inglesas, 16 de mayo de 1314

Joan sintió todos los ojos sobre ella mientras se acercaban al estrado. El vestido que había elegido
para la comida del mediodía era aún más atrevido y provocador que de costumbre. El rojo siempre
había sido su color favorito, pero lo había evitado últimamente para no llamar demasiado la
atención.

Pero hoy quería atención, y el profundo terciopelo carmesí de la sobrecapa parecía estar haciendo su
trabajo. Por supuesto, no era sólo el color dramático. El vestido se ajustaba perfectamente en los
brazos y el corpiño y se cortaba casi indecentemente bajo el pecho. Si lograba respirar hondo, lo
que no creía que pudiera, estaría en peligro de revelar el borde de sus pezones.

La ropa interior era un contraste rico de damasco de oro, recortado con fina cinta de cuentas y
bordados. Su pelo estaba suelto y se le había dejado atrás con un sencillo adorno de oro. El velo
dorado de oro que cubría la parte de atrás de su cabeza era tan delgado y transparente que también
podría no haber llevado nada.

Sólo le quedaban unas cuantas piezas de joyería. La mayor parte de lo que su padre le había dado
había sido reclamado por sus primas (principalmente Alice) como parte de su herencia. El simple
collar de oro, el camafeo y los pequeños aretes de rubí que Joan llevaba esta noche habían estado
bajo el cuidado de sus primos. La pulsera que MacRuairi le había regalado estaba escondida bajo la
manga de su vestido. No quería que Alice lo viera e hiciera preguntas.

Joan había tomado un cuidado inusual con su apariencia, y si el grado de aprecio en las miradas
masculinas que la miraban era cualquier indicación, sus esfuerzos habían valido la pena. Pero sólo
había una mirada que buscaba. Una mirada conocida que requería audacia y atractivo para dibujar.
Sir Hugh Despenser, el nuevo favorito de Rey Eduardo, sólo le gustaba lo mejor. Incluso cuando era
joven, siempre se había rodeado de lo más fino, lo más bonito y lo más raro.

Joan había conocido a Sir Hugh hacía seis años. Su padre, también sir Hugh, había sido su primer
guardián después de la muerte de su padre. Le había gustado el caballero más viejo, y aunque el
joven Sir Hugh se había ido la mayor parte del tiempo, siempre la había tratado amablemente.

Cuando era niña, había estado un poco asombrada por el impetuoso joven noble, cuya sorprendente,
pero refinado, de cabello oscuro y ojos oscuros, se acercaba a la hermosura. Se vestía ricamente y
con color en ropa adecuada para un rey. Aunque arrogante, presuntuoso, y con una opinión
innegablemente alta de sí mismo, su carisma atrevida, bulliciosa y la extravagancia prodiga,
impenitente siempre la había divertido. Había encanto en alguien que no fingía quién era y qué
quería.

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Tenía una raya de honor inesperadamente fuerte en él sin embargo. A medida que se había
convertido en una mujer joven, había sido consciente de que su mirada se había detenido en ella
más tiempo y con un tipo de interés diferente. Había respetado su posición en la casa de su padre y
nunca había intentado cruzar esa frontera en particular, incluso cuando otros lo habían hecho.

Esperaba que reconsiderara ahora cuando los límites ya no existían. Quería mirar en su dirección
para ver si su mirada era la que se volvía hacia ella, pero forzó sus ojos a mirar hacia adelante. No
quería que sus intenciones fueran demasiado obvias o mostraran demasiado interés en él; a los
hombres les gustaba ser los perseguidores, no los perseguidos.

Joan sabía que estaba asumiendo un riesgo -un gran riesgo- de mirar a Sir Hugh. Era más viejo y
más sabio que los jóvenes caballeros a los que normalmente apuntaba. Pero si los rumores de que
tenía la confianza del rey eran verdad, valdría la pena.

El rey Eduardo había estado de luto por la muerte de su anterior favorito, Piers Gaveston, Conde de
Cornwall, durante casi un año. Las reverberaciones de la ejecución del muy odiado Gaveston por
algunos de los barones de Eduardo todavía estaban ondulando por todo el reino.

Se especuló con la naturaleza exacta de la relación del rey con Gaveston y otros que escogió para su
favor, pero como los hombres estaban a menudo casados e involucrados con mujeres -sin el
disgusto del rey- Joan pensó que era algo más que algo sexual. La sodomía de la que algunos lo
acusaban era una explicación demasiado simple. Lo que Eduardo sentía por estos hombres era más
allá de eso: era el amor, la hermandad y la amistad tan profunda y consumidora que bordeaba la
obsesión. Le hacía perder de vista todo lo demás y no le importaba que estuviera alienando a sus
barones, a su reina y su reino con la generosidad que acumulaba en sus favoritos.

Los hombres que ya estaban sentados a la mesa estaban de pie cuando se acercó. De Beaumont
extendió la mano para ayudarla a sentarse junto a la hermana menor de Alice, su prima Margaret,
que había llegado al Castillo de Carlisle justo antes de que se fueran a Berwick. Cuando llegara la
fiesta real, Joan tomaría su lugar normal en una de las mesas inferiores, pero con las pocas mujeres
en el castillo ahora mismo, estaba siendo honrada con un asiento en el estrado.

-Hoy os veis muy hermosa, prima -dijo sir Henry con una larga mirada sobre su mano.

A Joan no le gustó el brillo especulativo en su ojo, y aparentemente tampoco a su esposa.

La mirada de Alice se estrechó:- Es un vestido muy bonito, Joan. No recuerdo haberlo visto antes.

Joan juró en silencio. Lo último que necesitaba era que sir Henry lanzara su mirada lujuriosa en su
dirección y sacara la ira de su prima. A veces, los celos de Alice trabajaban a favor de Joan. De
hecho, podrían no haber dejado el Castillo de Carlisle para viajar con Sir Henry y sus hombres para
responder a la reunión del rey en el Castillo de Berwick si no fuera por su prima que quería
mantener un ojo atento a su marido.

Alice sospechaba que su marido había tenido una relación con una de las damas de la reina Isabel la
última vez que había viajado a Londres (lo que era verdad), así que cuando oyó que la reina

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marchaba al norte con el rey, Alice había insistido. Ellos también irían a Berwick.

A diferencia de la reina anterior que había viajado con el primer rey Eduardo a la batalla hasta el
castillo de Stirling, la reina Isabel y el resto de las damas permanecieron en relativa seguridad en el
castillo de Berwick cuando el rey y su ejército marcharon.

A pesar de los malos recuerdos evocados por el castillo que había sido el lugar de encarcelamiento
de su madre, Joan sabía que era una gran oportunidad estar en el centro de toda la actividad donde
podía descubrir información, y había agradecido la posesividad de su prima sobre su esposo. Pero
en otras ocasiones -como esta- podría resultar un inconveniente. Lo último que Joan necesitaba era
tener a Alice celosa observándola.

-Gracias, prima -dijo Joan, fingiendo haber olvidado la preocupación de Alice-. Lady Isabella me lo
hizo antes de irme. Necesitaba unos cuantos ajustes, pero me complació que siguiera encajando.

La mirada de su prima cayó al corte bajo de su corpiño y su boca se frunció como si estuviera en
desacuerdo sobre el ajuste.

Pero alguien más habló antes de que pudiera:- Tengo que darle las gracias a mi madre la próxima
vez que la vea -dijo una voz al otro lado de Sir Henry. Al reconocerlo, Joan sintió una oleada de
satisfacción que sólo se profundizó cuando se volvió y se encontró con la mirada apreciativa de Sir
Hugh-. Su color es tan exquisito como la belleza de la mujer que lo lleva.

Joan se ruborizó y le hizo un gesto con la cabeza para reconocer el cumplido. Todavía podía sentir
el calor de sus ojos en ella cuando se volvió y comenzó una conversación tranquila con Margaret -
que no era nada como su hermana- acerca de sus actividades para mañana.

Joan no necesitaba atraer más atención. La primera chispa había sido encendida. La pregunta era si
se incendiaría.

Fue una conflagración.

Joan recordaba a Sir Hugh como audaz, y no la decepcionó. Apenas se había servido el primer plato
cuando bajó por el banco donde estaba sentada y se estrechó entre ella y Margaret. Para el resto de
la comida, los entretenía con historias de algunas de las cosas ridículas que había presenciado en la
corte. Sus ingeniosas observaciones les hacía reír hasta que las lágrimas corrían por sus mejillas.
Había olvidado lo divertido que podía ser, y por un momento Joan casi olvidó su propósito. Pero
cerca del final de la comida, cuando Margaret estuvo temporalmente atraída por una conversación
con su hermana, fue devuelta a ella con toda su fuerza.

Sir Hugh se acercó más al banco, apoyando su cuerpo en el de ella hasta que casi se tocaron:- Os
habéis convertido en una joven encantadora, lady Joan. Debo admitir que me sorprendisteis.

-¿Cómo es eso, mi lord?

Podía sentir el calor de su mirada moviéndose sobre la piel desnuda de su cuello y pecho. No

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intentó esconder lo que aquello significaba, ni sus intenciones. La quería, y lo dejaba ver eso. Casi
lo admiró por ello. Lo prefería a las mentiras y las falsas promesas.

-No esperaba que la chica tranquila y reservada que solía verme cuando pensaba que no quería ser
tan atrevida y aventurera -el músculo duro de su muslo se pegó al de ella. Era un hombre grande y
poderosamente construido, y no fue sin efecto-. Sois una aventurera, ¿verdad, señora?

No perdió la indirecta:- Bajo las circunstancias adecuadas, mi lord -contestó, y añadió-, y con el
compañero adecuado, por supuesto.

Los ojos que sostenían los de ella estaban oscuros de entendimiento y anticipación. Joan tuvo que
obligarse a no cambiar de puesto y apartar la mirada. Algo en él la inquietaba. Sir Hugh Despenser
era diferente de los otros caballeros de los que había buscado información.

Era un hombre, por un lado. Los otros habían sido sólo muchachos, y ahora sentía la diferencia. Era
la diferencia entre jugar con un cachorro y un lobo. Sospechaba que si Sir Hugh hundía los dientes
en ella, no sería fácilmente sacudido.

-Por supuesto -su mano se movió unos centímetros más cerca, rozando sus dedos con los suyos-.
Espero que tengamos muchas aventuras juntos mientras estéis aquí -no queriendo parecer
demasiado ansiosa, no respondió. Después de un momento, continuó-. No me gusta estar en deuda
con de Beaumont, pero en este caso creo que debo estarlo.

-¿Mi lord? -inclinó la cabeza en cuestión.

-Por traeros aquí -dijo con una sonrisa-. Esperaba semanas de aburrimiento y tedio en preparación
para la guerra, pero ahora estoy muy ansioso por mi tiempo en Berwick. Sospecho que resultará
extremadamente... entretenido.

Joan se aprovechó de la apertura:- Estoy seguro de que habrá mucho entretenimiento cuando
lleguen el rey y la reina.

Parecía divertido por su malentendido, pero se entregó al cambio de conversación:- Sí, estoy seguro
de que la reina y sus damas no desearán ser privadas. Incluso en medio de la guerra. Le encantan los
juegos y los torneos casi tanto como al rey.

Realmente era muy guapo, pensó, aunque un poco demasiado guapo para su gusto. Cuando una
imagen de un caballero de pelo dorado y oscuro saltó a su mente, Joan la apartó. Alex Seton podría
ser su tipo de guapo, pero durante el mes pasado no había cambiado de opinión sobre la necesidad
de evitarlo. Saber que ella lo vería aquí había sido su única vacilación acerca de venir a Berwick.
Había mucho sobre Alex Seton que la hacía dudar. Pero se dijo a sí misma que no había razón para
reaccionar exageradamente. Probablemente se había olvidado de ella, y sería bastante fácil evitarlo.

Lo más probable era que estuviera en el Castillo de Wark, donde la mayor parte del ejército se
reunía, y no en Berwick con los comandantes de Eduardo. Los quince kilómetros que separaban los
dos castillos serían un buen amortiguador.

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Joan volvió su atención hacia Sir Hugh, donde no debía haberse marchado.

-Parece que conoce bien a la reina, mi lord.

Su boca se arqueó:- Soy más amigo del rey que de la reina, pero sí, pasé mucho tiempo en palacios
reales el año pasado.

Joan actuó adecuadamente impresionada:- ¿No queríais viajar con la fiesta real en el viaje hacia el
norte?

-Viajar no es lo que yo llamaría al ritmo pesado del tren de equipaje real -dijo con una risa-. Viajé
con ellos hasta Newminster, y luego fui enviado con un mensaje para Pembroke -su expresión
cambió a oscuro y molesto-. Me alegré de irme. Las disputas entre Hereford y Gloucester
conducirían a un santo a la perdición.

Con ese comentario, Sir Hugh ya había demostrado ser útil. Bruce estaría interesado en saber que
no sólo los dos condes poderosos respondían al grupo y llevaban a sus impresionantes comitivas a
la batalla, sino que también había discordia en las filas. Pero era el contenido del mensaje lo que
verdaderamente le interesaba.

-El mensaje debe haber sido importante -dijo, muriéndose por preguntar más, pero sabiendo que no
debía presionar.

Afortunadamente, no necesitó hacerlo. Parecía que apenas podía contener su alegría.

-No es ningún secreto ahora. El sitio de Stirling se ha levantado -su sorpresa no fue fingida.

-¿De verdad?

Asintió:- Sir Phillip Moubray recibió un pasaje seguro y viajó a Inglaterra para traer al rey las
noticias -Joan sabía que Moubray era el antiguo patriota escocés que ahora tenía la importante
fortaleza escocesa para el rey Eduardo-. Moubray convenció a Eduardo de Bruce a aceptar una
tregua. Acordaron que si el ejército inglés no liberaba a la guarnición al mediodía, Moubray
entregaría al castillo a Bruce.

Joan abrió mucho los ojos.

Sir Hugh rio entre dientes ante su reacción:- Sí, fue un movimiento precipitado por parte de
Eduardo de Bruce, sin duda resultante del aburrimiento de poner sitio más que una decisión táctica
para beneficiar al ejército de su hermano. Por lo que he oído, el rey capucha estaba furioso.

Joan se lo imaginaba. Dejando el guante como eso obligaría al rey Eduardo a responder trayendo
tropas a Escocia. Algo que hasta ese punto que el rey Robert había tratado de evitar. El rey también
debió de estar furioso porque su hermano había renunciado a la posibilidad de tomar uno de los
castillos más importantes de Escocia antes de que vinieran los ingleses. Con el éxito reciente de

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Bruce en tomar los castillos de Escocia de las guarniciones de Eduardo, era un gran premio a
conceder. También daba a los ingleses un objetivo y una fecha.

Ella paró. ¿Ese era el punto? Por lo que sabía del único hermano restante del rey Robert, Eduardo
era a veces errático y agresivo, pero no era un tonto. Tal vez había más de lo que parecía en esta
rendición. ¿Bruce podría haber querido esto? ¿Había hecho esto para saber cuándo y dónde se
dirigiría el anfitrión inglés cuando marchara a Escocia?

Joan fingió decepción, tratando de ver qué más sir Hugh podría ser voluntario:- ¿Por los días de
verano? Pero eso significa que pronto os vais a ir.

Llevaría tiempo marchar un ejército que llegara a Escocia hasta llegar a Stirling a más tardar el
veinticuatro de junio. Cuánto tiempo, y qué tamaño el ejército, esperaba descubrirlo.

Le dirigió una larga y sabia mirada.

-Todavía tenemos unas pocas semanas. Tomará al menos tanto tiempo para que llegue la infantería
galesa.

Arrugó su frente, esperando que pareciera confundida y no curiosa:- Pero los galeses ya están en
Wark.

El rey envió nuevas llamadas para reunirse después de que Moubray llegara.

-Este va a ser el mayor ejercito inglés a marchar sobre Escocia desde Falkirk desde hace dieciséis
años. El Rey capucha no escapará esta vez.

-No lo creo, mi señor. Nunca he visto tantos caballeros y hombres de armas en mi vida aquí en
Berwick.

-Deberíais ver a Wark -dijo Sir Hugh-. Hay miles más allá.

Joan se acercó y le dirigió una mirada inconfundible en su invitación:- Me gustaría mucho. Tal vez
podamos montar juntos un día, y podáis mostrarme. Está cerca de Berwick, ¿no os parece?

Conocía a los comandantes ingleses que se habían reunido en Berwick hasta el momento:
Pembroke, Lord Robert Clifford y Lord Henry de Percy, así como algunos de los escoceses en la
lealtad de Eduardo: Robert de Umfraville, Conde de Angus, Ingrim de Umfraville, Alexander
Abernathy , Y Adam Gordon... pero quería ver a los otros que habían respondido al llamado del rey
Eduardo, así como al número de hombres que habían traído con ellos. Una visita al otr campamento
sería perfecta. Aunque sospechaba que sir Hugh no iba a ser tan fácil de convencer como sir
Richard.

Cuando su mano se deslizó bajo la mesa para descansar sobre su rodilla, supo que tenía razón. Con
una mirada juguetona y castigadora la quitó.

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Afortunadamente, Margaret le hizo una pregunta y le dio a Joan un momento para recuperarse.
Pensó que era el contacto de Sir Hugh lo que le había hecho que epicar la piel y el pelo de su cuello
se alzó, pero cuando miró al fondo del vestíbulo vio a un grupo de hombres de pie allí y uno de
ellos estaba mirándola con una intensidad que parecía arder a través de ella.

Joan contuvo la respiración, sobresaltada por la ferocidad de la mirada y la conexión. Alex Seton, al
parecer, no la había olvidado.

***

-¿Hay algo mal, Seton?

Alex apartó la vista de la tarima al distinguido caballero a su lado. Sir Adam Gordon había sido un
gran patriota escocés en los primeros años de la guerra, pero su fidelidad había pertenecido siempre
al dispuesto rey escocés John Balliol. El honor no le permitiría luchar por Bruce, aunque Alex
sospechaba que odiaba tener que aliarse con los ingleses contra sus compatriotas. Con Balliol
viviendo en el exilio en Francia con pocas posibilidades de recuperar su trono -incluso como un
títere inglés- Alex se preguntó si Sir Adam había tenido la tentación de cambiar de lealtad.

Alex admiraba mucho a Sir Adam. El caballero más viejo era uno de los puntos brillantes desde que
Alex había ido a los ingleses. Al igual que las tierras de Alex, las posesiones de Sir Adam estaban
en las fronteras sin ley, donde su gente había tomado el peso de la guerra de ambos lados. Sir Adam
también quería ver acabada la guerra y el sufrimiento de su pueblo.

No sólo compartían el mismo objetivo, sino que Sir Adam era también el tío de uno de los
compañeros caídos de Alex. William Gordon, el Templario había muerto hacía tres años en una
explosión en una misión para la Guardia de los Highlanders. Gordon era uno de los mejores
hombres que Alex había conocido, y aunque Sir Adam no podía saber de la conexión, Alex lo
sentía.

Sacudió la cabeza, ignorando a la pareja en el estrado y obligando a su cuerpo a relajarse, todos sus
músculos estaban tensos.

-No, nada está mal.

Sir Adam lo miró con diversión:- ¿Así que no hay razón para que os fijéis en Despenser como si
quisierais hundir una daga entre sus costillas? -su mirada se deslizó hacia la mujer al lado del nuevo
favorito de rey Eduardo-. ¿Quién es la mujer?

Alex debió haber dado más de lo que se dio cuenta. La muchacha debía haberse metido bajo su piel
para que traicionara sus pensamientos tan fácilmente. ¿Por qué diablos le importaba con quién se
acostaba?

-Joan Comyn.

La ceja de sir Adam se elevó:- ¿La hija de Buchan?

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Alex asintió con la cabeza:- Sí, aunque algunos podrían argumentar ese punto.

El viejo ceño del anciano mostró su disgusto:- La forma en que han tratado a la muchacha es
vergonzosa. Tiene el sello de Buchan por todas partes -su boca se curvó con una media sonrisa-.
Aunque es mucho más hermosa.

Alex no perdió la pregunta en la mirada del otro, pero no lo escondió:- Creo que tiene más que ver
con su madre que con su padre. Eso y dar a Beaumont una razón para luchar en Escocia.

-¿Conocéis a la muchacha?

-No -Alex se detuvo-. Conocí a su madre.

Y sabía cuánto había amado Bella a su hija. La mataría ver qué había sido de ella. Por lo que había
aprendido el mes pasado, Sir Richard no era el primer hombre con el que Joan Comyn había estado
vinculado, ni aparentemente -si las miradas que intercambiaban entre ella y Despenser eran una
indicación- sería el último. La muchacha no podría estar dejando su interés más claro. ¡Y diablos,
mirad ese vestido! Era una invitación a caminar, tan bajo en el corpiño que estaba seguro de que
Despenser contenía su aliento esperando que tosiera o estornudara. Dios lo sabía, Alex lo hacía cada
vez que reía o respiraba hondo.

Sir Adam miró a su alrededor, aunque ninguno de los otros hombres que habían venido de Wark con
ellos para informar a Pembroke escuchaban.

-Tened cuidado, muchacho. Vuestro reciente lugar en el ejército de Bruce le ha hecho sospechar lo
suficiente. Una conexión con uno de los rebeldes más famosos de Escocia no es algo que les
recuerde a la gente.
Había algo en la advertencia que no le sentó bien. Las cejas de Alex se juntaron en un duro ceño:-
¿Estoy siendo acusado de algo? No le he dado a Eduardo ninguna razón para dudar de mi lealtad.

-Sois un escocés -dijo el hombre mayor-. Esa es razón es suficiente para algunos.

Alex deseó que alguien pudiera haberle dicho eso a Boyd. A su antiguo compañero, haber nacido en
Inglaterra lo hacía inglés -no importaba que hubiera vivido en Escocia toda su vida y se hubiera
considerado un escocés.

Sin embargo, Alex intuyó que había algo más que Sir Adam intentaba decirle:- ¿Pero...?

Sir Adam volvió a mirar y bajó la voz:- Se dice que Bruce tiene un espía de alto rango en el campo
inglés, y con la campaña por delante, el rey ha hecho que sea una prioridad descubrirlo.

Alex conocía muy bien a ese espía. "El Fantasma", así era conocido para la Guardia, había
proporcionado alguna información clave para ellos en los últimos años. Pero cuand se dio cuenta
de lo que el otro hombre quiso decir con ello, se mostró incrédulo. Infiernos.

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-¿Y piensan que soy yo?

Sir Adam se encogió de hombros:- Vuestro nombre fue mencionado como una posibilidad.

No podía ser más ridiculidad e irónica la situación. Alex había hecho enemigos a sus amigos y
hermanos para luchar por los ingleses, y los ingleses pensaban que seguía trabajando con los
hombres que había traicionado. Se incorporó.

-No es cierto. Desprecio el subterfugio y el engaño. Además, ¿cómo iba a pasar esta información
desde Londres?

-No dije que lo creía, o que tuviera sentido. Pero sus súplicas por la paz y el deseo de negociación
no han pasado desapercibidos.

-Así que porque estoy cansado de ver a mi pueblo sufriendo y quiero terminar con la guerra, ¿soy
un espía?

Alex supo que sir Adam comprendía que estaba en la misma posición. Como barones con tierras en
las fronteras, estaban atrapados en una situación imposible. Malditos por los ingleses si apoyaban a
Bruce y condenados por Bruce si no lo hacían -con el peso de la guerra que se libraba en sus tierras
y su gente era la que estaba sufriendo-, sin importar de qué lado luchaban.

-Siento lo mismo que túvos pero sospechan que alguien que no está llamando a la paz de Bruce. No
quieren una solución pacífica. Eduardo nunca reconocerá a Bruce como rey -lo que tiene en común
con su padre, por lo menos-.

Había muy poco en Eduardi II de Inglaterra que tenía en común con el poderoso Eduardo I, el
autodenominado Martillo de los Escoceses, pero Alex empezaba a pensar que Sir Adam tenía
razón. A pesar de sus esfuerzos de los últimos dos años, Alex no estaba más cerca de persuadir a
Eduardo de reconocer la legitimidad de Bruce al trono, algo que sabía que Bruce requeriría antes de
que se pudiera alcanzar una tregua permanente. Cada vez más, parecía que la única solución -la
única forma de acabar con la guerra- iba a ser en el campo de batalla por el derecho de las armas. La
justicia de la causa escocesa sería determinada por Dios. Pero si Bruce seguía negándose a tomar el
campo contra Eduardo, ¿qué?

Esta maldita guerra podría durar para siempre. Y todo lo que Alex había hecho habría sido para
nada. Alex murmuró una maldición de frustración. No iba a dejar que eso sucediera, maldita sea.

Parecía comprender el sentimiento, sir Adam puso su mano sobre su espalda.

-Si es un consuelo, no sois sólo vos. Sospechan de la mayoría de nosotros -Alex sabía lo que quería
decir con "nosotros": escoceses del ejército inglés-. Excepto quizá el joven Comyn -admitió
irónicamente sir Adam.

Sí, sería un día nevoso en el infierno antes de que el joven John Comyn espiara por el hombre que
había matado a su padre ante el altar en Greyfriars, el acto que había lanzado la oferta de Bruce para

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la corona ocho años antes.

La desconfianza inglesa de los escoceses en sus filas no era nueva. Las opiniones y consejos de los
escoceses eran a menudo dadas por sus compatriotas. Era una de las muchas -muchas- frustraciones
que Alex tuvo que enfrentar desde que se unió a los ingleses.

Pero si los ingleses pensaban que era el espía, definitivamente no iban a escuchar nada de lo que
decía.

Todos los sacrificios que Alex había hecho para ponerse en esta posición para tratar de acabar con la
guerra no significarían nada maldita sea. Pensó en las miradas de los rostros de sus ex-hermanos la
última vez que los había visto y sabía lo que tenía que hacer.

-Agradezco la advertencia -le dijo Alex al otro hombre-. Pero tengo la intención de demostrar que
no soy yo.

Sir Adam arqueó una ceja:- ¿Y cómo planeáis hacer eso?

Era simple:- Encontraré el maldito espía.

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Capítulo 6

Pembroke fue sorprendido por la oferta de Alex, pero lo aceptó, sin embargo. No tenía ninguna
razón para no hacerlo. Si Alex tuviera éxito, los ingleses tendrían a su espía, y si no tuviera éxito, no
estarían peor.

Pembroke sin duda pensó que Alex estaría en una mejor posición para encontrar un escocés espía
siendo un mismo escocés. Alex sabía mejor que pensar que su oferta desviaría la sospecha de él,
pero como no tenía nada que ocultar, no estaba preocupado.

Cuando salió de la cámara del señor donde se había reunido con Pembroke, Alex miró alrededor del
pasillo, viendo sólo a un puñado de personas que todavía se detenían en la comida, o más
específicamente, el vino.

El estrado y la mesa alta, sin embargo, estaban desiertos. Se alegró de ello. Lo que Joan Comyn
hacía y con quien lo hacía no era asunto suyo, pero eso no significaba que quisiera verlo.

Habló demasiado pronto. Cuando apenas salió del vestíbulo hacia el pasillo que conducía a la parte
de atrás, oyó una risa ronca que envió un rayo de lujuria directamente a sus cojones. No debería
estar familiarizado, y no tenía ninguna razón para reconocerlo, pero lo hizo.

Instintivamente, entró en las sombras. No era necesario. Estaba claro que la pareja que acababa de
salir del hueco en el extremo opuesto del pasillo no se había fijado en él. Estaban demasiado
ocupados haciendo Dios sabía el que, en mitad del día, maldita sea, ¡cuando alguien podría pasar al
lado ellos!

Sus dientes se apretaron. ¿Era su imaginación o ese vestido indecente parecía un poco arrugado?
Cuando ajustó su corpiño en aparente confirmación un momento después, sus manos apretadas en
puños se apretaron aun más a su lado.

Eso no era todo lo que estaba apretado. Todo su cuerpo parecía haberse puesto tan rígido como la
piedra.

Alex no comprendió su reacción. La respuesta visceral y primitiva le era totalmente ajena.


¿Qué era lo que le ponía así... enfadado? ¿Por qué debería cuidar la cama en la que dormía? No le
preocupaba. Apenas siquiera la conocía. No era nada para él.
Pero de su madre había estado prendado.

Tal vez era eso. Tal vez esta irracional ira que sentía al ver a Joan Comyn deshonrarse a sí misma
tenía que ver con Bella. Bella era, o había sido, su amiga, y fue por culpa de la Guardia -bueno,
MacRuairi, al menos- que se había visto obligada a dejar a Joan en el primer lugar. No podía haber
elección, pero eso no hacía que Alex se sintiera menos responsable.

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Así que cuando Joan se fue un momento después, Alex la siguió. Iba a hablar con ella, eso era todo.
Era su deber, se dijo. Se lo debía a su madre.

Joan ya estaba teniendo dudas. Había tenido razón en desconfiar de Sir Hugh. No era nada como los
muchachos jóvenes que había apuntado antes. Mantenerlo al alcance de la mano iba a ser un
desafío.

Bien, la había tenido en esa alcoba antes de que se diera cuenta de lo que estaba sucediendo. Sólo el
hecho de haber dicho que su prima la esperaba le había permitido salir con el "beso" que había
exigido por dejarla ir.

Afortunadamente, no tenía el sabor de arenque, pero incluso la rápida presión de su boca la había
alertado del peligro. Sir Hugh Despenser sabía lo que estaba haciendo. Era obviamente
experimentado en la seducción. Era una buena cosa que fuera inmune.

El "hasta mañana" que él había susurrado mientras se marchaba tenía la sensación distinta de una
promesa, y estaba medio tentada a implorar la enfermedad por su paseo. Pero no podía perder la
oportunidad de recopilar información sobre las tropas de Wark. Valdría la pena cualquier dificultad,
se dijo a sí misma. Aún así, el gato se sentía repentinamente muy parecido al ratón.

En lugar de regresar a la torre, decidió aprovechar el día de alargamiento -no estaría oscuro por lo
menos unas horas más- para dejar un mensaje con su contacto. Bruce querría saber sobre la llamada
adicional de Gales que se reunirían y la discordia entre los líderes ingleses tan pronto como fuera
posible.

Afortunadamente, había traído un manto clásico y oscuro con capucha para este propósito. Cubrió
el vestido que llevaba debajo -que difícilmente pasaría desapercibido- y le permitió mezclarse con
los aldeanos que iban y venían entre el burgo y el castillo.

Otro beneficio de su pérdida de estatus fue la libertad adicional de movimiento que le proporcionó.
Nadie se preocupaba por las idas y venidas de una bastarda, Podía moverse en gran medida como
quisiera sin comentario o avisos, y a diferencia de sus primas, no se esperaba que tomara una
escolta o una guardia.

Sin embargo, era cautelosa y prudente cuando se aventuraba en la ciudad sola. Aunque podía
defenderse si fuera necesario, no quería llamar la atención sobre sí misma al verse obligada a
hacerlo.

Un viaje rápido a la ciudad en la tarde debía ser lo suficientemente seguro. Los soldados estarían
asistiendo a sus tareas de la tarde y las cervecerías no estarían atestadas todavía (en otras palabras,
no tendría que esquivar a los borrachos excesivos).

De hecho, la calle principal todavía estaba repleta de comerciantes y compradores mientras


caminaba por el sendero empedrado hacia la mercadería, donde conocería su contacto por primera
vez. Aunque conocía a Bruce y el obispo hubiera elegido a la persona con el mayor cuidado, Joan

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admitió sentir un poco de aprensión. El paso de la información era cuando se sentía más vulnerable.

Echaba de menos a su "monja italiana", pero su anterior contacto, Janet de Mar, se había visto
obligada a retirarse del servicio de Bruce hacía unos años cuando su identidad había sido
descubierta. Desde entonces Joan había tenido una serie de contactos, en su mayoría clérigos, pero
esta vez era la esposa del comerciante de telas. Joan no sabía quién era ni por qué era digna de
confianza. Todo lo que le habían dado era un nombre.

Joan estaba de pie afuera de la tienda, mirando por la ventana para ver si la mujer estaba dentro,
cuando captó el reflejo del movimiento detrás de ella que hizo que su corazón se acelerara.

Tomó un momento para que sus pensamientos alcanzaran su pulso. No podía creerlo. El choque de
que alguien la siguiera, y más significativamente, que no lo hubiera notado, rápidamente se
convirtió en ira. ¿Cómo podía haberlo extrañado? Tal vez fue sus nervios de punta después de haber
sido acorralado tan fácilmente por Despenser. Ésa era la única explicación que podía darle para
saber con qué facilidad había escapado de su presencia.

¡Dulce Jerusalén! Había estado a pocos segundos de hacer contacto e intentar transmitir un mensaje.
¿Pero quién la seguiría y por qué?

La respuesta llegó un instante después. Ahora que cada uno de sus sentidos estaba en llamas,
necesitaba todo lo que no tenía para tensarse cuando sintió que la gran presencia se movía detrás de
ella.

-¿No vais a entrar?

La voz profunda hizo que su columna vertebral se enderezara y la piel se apretara. La reacción fue
ira y molestia. Estaba segura de eso. Principalmente.

Muy despacio, se volvió para encontrarse con la penetrante mirada de Alex Seton.

Si necesitaba pruebas del peligro y la amenaza que planteaba, las tenía. Había sido entrenada para
evadirse, pero había sido entrenado para rastrear, probablemente por la misma persona.

Debería pensar en cómo librarse de él de la manera más rápida y definitiva posible. En cambio, le
sorprendió el azul cristalino de sus ojos -el color parecía casi irreal- y el cansancio de su expresión.
Parecía como si apenas hubiera dormido en semanas. Como si tuviera el peso del mundo sobre sus
hombros. Incluso había perdido un punto de afeitado esta mañana. La línea delgada a lo largo de la
parte inferior izquierda de su mandíbula parecía una prueba de su agotamiento, y algo sobre eso le
hizo apretar el pecho. Sintió el más extraño impulso de extender la mano y apaciguar una mano
reconfortante sobre esa quijada barbilla.

Pero, ¿por qué debería importarle si estaba cansado? ¿Por qué quería consolarlo? La había seguido,
se recordó. No podía permitir que eso sucediera.

Levantó la barbilla y lo miró airadamente:- No es que sea asunto vuestro, pero hoy no.

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-Tal vez deberíais reconsiderarlo -dijo.

Joan frunció el ceño ante su tono oscuro, al mismo tiempo notando las diminutas líneas blancas
alrededor de su boca dura. Estaba enfadado, lo cual no tenía sentido. Si alguien tenía derecho a
estarlo, era ella.

Se cruzó de brazos. Poner un poco más de una barricada entre ellos parecía prudente. Sentía que
quería poner sus manos sobre ella:- ¿Por qué querría hacer eso?

-Si ese vestido que lleváis es cualquier indicación, necesitáis algunos nuevos. Preferiblemente con
un poco más de tela.
Jadeó -unas pocas veces- en estado de shock e indignación mientras lo miraba incrédulo. Por todos
los...

-¡Cómo os atrevéis! Lo que lleve no es asunto vuestro. La última vez que os encontré no erais mi
padre o mi marido. Tengo un tutor, no necesito otro.

-Lo necesitáis si os deja caminar con trajes así -hizo una pausa y la miró con expresión dura-. Los
hombres pueden llegar a tener la impresión equivocada.

Se aferró a su temperamento por los últimos hilos finos, pero su voz era engañosamente tranquila:-
¿Y qué impresión tiene eso?

Si esperaba que retrocediera, estaría decepcionada. Mirando su plaid con cuidado dijo llanamente:-
Que vos deseáis acostaros con él. Claramente, Despenser tiene esa idea.

Podría haber admirado su audacia si no estuviera prácticamente chisporroteando.

-¿Y podéis deducir todo eso con un vestido? Qué talento único que poseéis. ¿Qué os dicen mis
zapatillas? -le dirigió una sonrisa dulce-. Dejadme daros una pista: comienza con ir y termina en el
infierno.

No pareció apreciar su sarcasmo:- No es sólo el vestido. Vuestro comportamiento os ha hecho el


centro de rumores desagradables. ¿Qué creéis que parece cuando vos y Despenser salen de una
alcoba en medio del día?

¿La había visto? Joan se sonrojó, ¡aunque no tenía razón para hacerlo! No había hecho nada de lo
cual se avergonzara. Utilizaba las herramientas que tenía en su poder, convirtiendo lo que alguna
vez la había hecho vulnerable en una fuerza, para encontrar información importante que ayudaría a
ganar esta guerra. Su reputación era un pequeño precio apagar, pero eso no le daba el derecho de
juzgarla.

-Ni siquiera quiero pensar lo que diría vuestra madre -agregó.

Se erizó. Que había más verdad en su observación de lo que quería admitir, sólo ponía a Joan más a

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la defensiva.

Pero recordando su papel y su supuesta alienación de su madre, dijo:

-Mi madre es una rebelde y traidora del rey que me dejó cuando yo tenía doce años. Lo que puede o
no tener que decir es irrelevante -le dirigió una dura mirada-. No me dijisteis que la conocíais, me
hace preguntarme si hay una razón por la cual no lo mencionasteis. Tal vez no queráis recordar a la
gente que no hace mucho que peleabais por el enemigo.

El tinte de calor que le inundaba la cara le decía que su flecha había encontrado su marca. Era un
traidor -un hombre que había cambiado de lado y traicionado a sus compatriotas y a su rey- ¿y
pensaba en darle un sermón sobre las apariencias y el comportamiento?

¿Era este juez juicioso y estimulante el tipo y galante caballero que la había llevado a su habitación
el mes pasado? Tal vez debería agradecerle por haberla curado de todas sus ilusiones.

-Esto no es sobre mí -dijo rígidamente.

-Qué conveniente -respondió secamente-. No recuerdo haberlo hecho tampoco. ¿Por qué no debo
dar mi opinión no solicitada sobre su "comportamiento"? Me pregunto qué diría mi madre acerca de
vuestro cambio de lado. Creo que preferiría ser una prostituta que una traidora.

La súbita oscuridad de su expresión casi le hizo arrepentirse de sus palabras. La transformación fue
más bien... extrema. No habría pensado que fuera posible que el caballero dorado pareciera tan
aterrador. No era tan difícil imaginarlo como un "Fantasma".

Con retraso, pensó dar un paso atrás, pero la mano de él le había disparado para detenerla. Nunca
había sentido nada parecido... o había sido tan brutalmente consciente del tacto de un hombre. Su
agarre era como el hierro, y podía sentir la presión de cada dedo como un torno alrededor de su
piel.

¡Madre María, era fuerte! Y esas manos... Podría haberse estremecido.

Casi había olvidado que estaban de pie frente a la mercadería en medio de la calle principal hasta
que la arrastraron unos pasos al otro lado del edificio. Obviamente se había dado cuenta de que
habían estado atrayendo la atención.

-No soy un traidor -dijo con brusquedad-. Tenía mis razones.

Estaba segura de que lo hacía, igual que ella. Ignorando la onda feroz de su corazón, levantó una
ceja desafiante:- Y yo no soy una ramera.

Las palabras parecieron sorprenderlo. Alex frunció el ceño:- Nunca dije que lo fuerais.

-¿No? -alzó el brazo que no estaba sujeto en su agarre para apartar su capa-. Pero mirad mi bata.

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Miró hacia abajo, y así cambió todo. La ira se disipó en el aire entre ellos y se convirtió en algo
completamente diferente. Algo caliente y cargado y aún más peligroso.

El peso de su mirada en su pecho era tan cálido y pesado como la palma de una mano. El calor
inundó sus pechos con aún más pesadez, y sus pezones se tensaron y se pusieron duros bajo su
mirada constante.

Su mandíbula se tensó.

Tenía el vientre apretado... bajo.

El tic bajo su mandíbula comenzó a pulsar y esas diminutas líneas blancas reaparecieron alrededor
de su boca.

La quería, pero no parecía feliz por ello, y algo de eso le picaba. Le picaba mucho, y sacaba una
raya de maldad hasta entonces desconocida en ella. Maldad que la hacía querer que comiera sus
palabras. Hasta la último de ellas.

Si la consideraba una puta, que así fuera. Era como todos lo demás. La gente siempre decepcionaba.
¿Por qué habría esperado más?
Se apoyó en su agarre, presionando su cuerpo contra el suyo.

-¿Y vos, Sir Alex? –pestañeó hacia él-. Aunque estoy seguro de que un caballero honorable como
vos es demasiado principiante para caer fuera de los nichos.

Los sentidos de Alex ni siquiera sabían que había explotado al contacto. Había sido bastante difícil
retener su deseo cuando esos senos increíbles se habían exhibido a sólo centímetros de distancia
para que admirara cada curva madura deliciosa, cada punto delicioso, y cada grieta terriblemente
profunda.

Cristo, estaba prácticamente estallando fuera del vestido. La tela parecía estirarse hasta el punto de
ruptura para contener toda esa carne agotadora. Lo único que tenía que hacer era bajar la mano,
deslizar el dedo por el borde de su corpiño y ver la rosez de su pezón. ¿Qué sombra serían? ¿Una
delicada rosa clara o suculenta, roja como su boca?

Sí, mirar era difícil, pero al tenerlos aplastados contra su pecho, eso era una tortura como nunca lo
había sentido antes. Se moría por tocarlos, sentir todo el peso en su mano, frotar su dedo sobre la
sedosa piel y pezones, apretarlos y levantarlos a su boca y lengua. Sólo pensar en ello lo puso
enloquecido por la lujuria. Su cuerpo estaba tan malditamente duro.

Esos ojos de sirena no ayudaban a nada. Lo arrastraban y le hacían pensar en el placer. De


miembros calientes y torcidos en sábanas, de carne sucia y desnuda, de pecado, pasión y lujuria.
Era la tentación y el deseo básico, y una maldita fantasía cobró vida. Tomó todo lo que no tenía para
tirar de ella en sus brazos y cubrir esa burla, y su boca dolorosamente blanda con la suya. Sabía lo
bueno que iba a saber, lo bueno que iba a oler. Como miel caliente y flores en la primavera. . .

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La feroz intensidad de su reacción lo enfureció. Sabía lo que estaba haciendo, maldita sea. Sólo
estaba tratando de provocarlo. Debía rechazarla por la estratagema obvia. Pero su cuerpo seguro
como el infierno no lo entendía. Le palpitaba, dolía y se apretaba hasta el punto de dolor.
Treta o no, era buena y provocaba. Iba a tomar lo que le ofrecía, maldita sea, y enseñarle una
lección acerca de presionar a los leones hambrientos con un palo, o en este caso, dos senos muy
firmes y apenas cubiertos que estaría imaginando durante demasiadas noches por venir.

Deslizó su brazo alrededor de su cintura para acercarla aún más, gimiendo por lo bien que se sentía.
Parecía derretirse en él. Jadeó ante el movimiento, y su boca estaba a unos dos segundos de ahogar
el siguiente, cuando de repente juro y retrocedió.

Cristo, ¿qué diablos le pasaba? No enseñaba lecciones a las mujeres así. Parecía un bárbaro. A las
mujeres se les debía proteger, acariciar, honrar y reverenciar.

La soltó tan rápidamente que parecía que tenía que atraparla. Pero eso no explicaba la mirada
ligeramente aturdida en su rostro. Parpadeó un par de veces, mirándolo con confusión. Era evidente
que había esperado que la besara, y con la misma claridad que se había sorprendido cuando no lo
había hecho.

Pero ¿había algo más? ¿Había querido que la besara? ¿Había sido menos un juego de lo que
pensaba?

Se pasó la mano por el pelo y se dijo a sí mismo que no debía pensar en ello. La muchacha ya lo
confundía lo suficiente. Cuando pensó en lo cerca que había llegado a hacer algo deshonroso,
quizás muy deshonroso, se avergonzaba.

¿Cómo diablos había sucedido de todos modos? Sólo quería hablar con ella, pero cuando abandonó
el castillo en lugar de regresar a la torre se había vuelto curioso acerca de dónde iba y, con toda
seguridad, con quién podría ir.

Había estado enfadado, tal vez más que enfadado, y por lo que había actuado como un idiota.

Sólo quería protegerla, maldita sea, pero su advertencia bien intencionada había estado equivocada.
En lugar de la delicada diplomacia que la situación exigía, Alex había llegado a asaltar con la fuerza
contundente de un martillo. La única persona que podía hacerle perder la paciencia era Boyd.

Respiró hondo como si pudiera purgar por la fuerza el torrente de emociones que seguían ardiendo
en su sangre.

-No quería decir... -se detuvo y volvió a empezar-. Me temo que os debo una disculpa.

La cautela en el modo en que lo miraba lo llenó de vergüenza. Ese no era él, maldita sea. No
discutía y perdía la paciencia con las mujeres jóvenes, ni amenazaba con arremeterlas contra una
pared.

La cautela, sin embargo, no apagó su lengua:- ¿Por qué? –preguntó-. ¿Por seguirme? ¿Por acosarme

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en las calles? ¿Por darme un sermón sobre lo que no es asunto vuestro? ¿Por ser un primitivo
santificado y egoísta? ¿O por haceros a vos mismo lo que me juzgáis por hacer?

Su boca se endureció. Podría tener razón, maldita sea, pero no apreciaba el sarcasmo. Estaba
tratando de disculparse:- Estaba hablando por preocupación...

-No quiero, ni he pedido vuestra preocupación.

Podía sentir la ira aumentando de nuevo y trató de contenerla, pero su espina dorsal se endureció:-
No creo que os deis cuenta de las ramificaciones de lo que estáis haciendo y el daño duradero que
podría hacer. Estoy tratando de protegeros.

Sus palabras no tuvieron efecto. Parecía estar luchando por contener su ira.

-No necesito un caballero de brillante armadura para rescatarme de mí misma, Sir Alex. A pesar de
vuestra creencia de que no soy capaz de pensar por mí misma, sé exactamente lo que estoy
haciendo y las consecuencias de ello.

-Eso no es lo que quise decir. No creo que seáis incapaz de pensar por vos misma, maldita sea.

No podía recordar nunca haberse olvidado de sí mismo y jurar en la compañía de una muchacha
antes. Pero no pareció darse cuenta y actuó como si no hubiera hablado.

-Puede que conozcáis a mi madre, pero no sois responsable de mí, ni os da el derecho de interferir,
de sermonearme o de darme la sabiduría de vuestra opinión. Todo lo que quiero de vos, lo único que
quiero, es que me dejéis en paz.

Sospechaba que sus ojos eran tan brillantes y echaban chispas como los de ella cuando sus miradas
se encontraron. Tenía la mandíbula cerrada; No confiaba en sí mismo para hablar.

¿Qué era lo que le volvía tan loco? ¿Eso lo hacía actuar como un tonto y sentirse como un bárbaro?
¿Eso era lo que le hacía sentirse tentado -aún ahora cuando estaba tan obviamente furiosa con él- de
empujarla entre sus brazos y besarla hasta que ella lo escuchara?

Infiernos.

Cuando marchó, no trató de detenerla. Dejarla sola era exactamente lo que debía hacer.

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Capítulo 7

Llovió los tres días siguientes, retrasando el viaje con Sir Hugh, pero el lunes amaneció brillante y
soleado, mucho para la consternación de Joan.

Sabía que debía estar ansiosa por ir a Wark, pero el breve respiro sólo había aumentado su cautela
en lo que se refería a Sir Hugh. Durante tres días la había acosado como un depredador dispuesto a
saltar, y durante tres días se había asegurado de no salir de su habitación sin la compañía de una de
sus primas.

Probando su astucia, Sir Hugh parecía sospechoso cuando comentó sobre ello en la cena una noche.
Si creía en su explicación sobre sus «deberes», no lo sabía. Pero su mirada definitivamente se afiló
cuando vio a Margaret acercándose a los establos con ella.

-Lady Margaret -dijo-. ¡Qué sorpresa! -claramente no lo era.

-Espero que no os importe que venga -dijo Margaret con una sonrisa brillante y de buen humor-.
Pero después de estar encerrada en el castillo durante la mayor parte de la semana, no pude dejar
pasar la oportunidad de un paseo.

Joan mantuvo su expresión impasible mientras la mirada de Sir Hugh se volvía hacia la suya antes
de volver a la de su prima. Margaret era más hábil con la mentira de lo que Joan se dio cuenta. Le
había pedido a su prima que los acompañara, alegando - honestamente- que no estaba segura de que
pudiera confiar en que Sir Hugh no intentara algo desagradable.

-Por supuesto que no -le aseguró a Margaret-. Estoy encantado de tener la compañía de no una sino
dos hermosas mujeres.

Margaret se ruborizó y le permitió ayudarla con su caballo.

Cuando se volvió hacia Joan, pudo ver que no podía enmascarar completamente su molestia.

-Estoy empezando a preguntarme si os he entendido mal, mi señora -dijo con una voz que sólo ella
podía oír mientras la ayudaba a levantarse.

Joan fingió ignorancia:- ¿Mi señor?

-¿Tal vez no seáis tan aventurera como dijisteis?

Joan se sonrojó, esperando que lo interpretara como timidez más que como culpabilidad:- Lo siento,
mi lord, fue... inevitable. Margaret estaba tan emocionada que no pude decirle que no.

La sostuvo con una intensidad que la hizo temblar:- ¿Entonces no lo habéis reconsiderado? –negó

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con su cabeza.

-Bien -dijo, sus ojos oscuros tan duros como ónix-. No me gusta sentirme como si estuviera siendo
conducido alrededor por el pedacito d zanahoria como este caballo.
No perdió la advertencia en su tono. Sir Hugh había terminado con la persecución. No iba a poder
posponerlo con excusas mucho más tiempo. Pero, ¿cuánto iba a estar dispuesta a arriesgarse por
obtener información?

Era la primera vez que experimentaba dificultades con uno de los hombres a los que había atacado,
y no estaba segura de cómo manejarlo. Sir Hugh no respondía de la misma manera que los demás, y
temía que hubiera sobrestimado su experiencia al tratar con los hombres. Era sólo el cuarto hombre
al que había intentado acercarse para obtener información.

Apuntar a jóvenes caballeros importantes parecía una extensión natural de lo que había estado
haciendo antes. Tenía la habilidad de estar en el lugar correcto en el momento adecuado para
escuchar información de sus tutores, así como escuchar mientras no parecía estar interesada,
cambiando temas sin previo aviso, animando a la gente a hablar, sabiendo cómo incitar a los
hombres a presumir con más información de lo que deberían, y "desaparecer" en el fondo para que
la gente olvidara que estaba allí. ¿Por qué no podía aplicar estas habilidades a todos los jóvenes que
la perseguían? Pero los otros habían sido, si no sencillos, al menos nada que no pudiera manejar. No
estaba segura de poder decir lo mismo de Sir Hugh, ¡con o sin polvo para dormir!

Parecía estar esperando el reconocimiento de ella. Una vez que asintió, se fueron. El guardia que sir
Hugh había dispuesto para acompañarlos los siguió a una discreta distancia, pero lo bastante cerca
como para que algún daño les llegara.

Aparentemente satisfecho por sus seguridades, Sir Hugh dejó de lado su molestia inicial y demostró
ser de nuevo el anfitrión encantador, regalándoles historias de guerra y cuentos de su escudería en el
corto viaje a lo largo del Tweed.

Ella se estaba divirtiendo tanto que se sorprendió al ver el castillo. Al igual que el castillo de
Berwick, el castillo de Wark estaba situado en el importante río que dividía una gran parte de las
fronteras: el Tweed corría casi cien millas de las colinas de Lowther, al norte de Moffat, hasta el
mar del Norte en Berwick. Pero ahí es donde terminaban las similitudes entre los dos castillos. La
torre única, la puerta de entrada simple y la pared de muro del Warte del estilo de la colina-y-patio
no eran nada como el centro de administración real enorme, multitorre, multipuente de Berwick.

Debido a las limitaciones en el interior de la muralla, la mayoría de los soldados de Wark


acampaban en los campos bajo la colina del castillo, y Joan podía ver el blanco amarillento de las
carpas salpicadas a través de la hierba verde del campo desde una distancia bastante lejos.

Tragó saliva. Había muchos de ellos. Por primera vez, se encontró con el enorme tamaño del
ejército que el rey Eduardo estaba reuniendo para marchar contra sus compatriotas. En Berwick,
donde la mayoría de los comandantes de Eduardo se habían congregado, quizá sólo había mil
hombres. Aquí en Wark debía haber unas diez veces más. Y más vendrían en las próximas semanas
cuando fuera el décimo plazo de junio y la reunión se acercase.

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Àriel x

Miró asombrada y horrorizada ante las tiendas que parecían estirarse hasta donde podían ver sus
ojos. Bueno, ¿Bruce podría incluso levantar la mitad de estos –muchísimos- hombres? ¿Un tercio
de tantos?

El agujero en su estómago pareció crecer un poco más pesado antes de que se regañara por la
preocupación que repentinamente se sintió desleal. Robert de Bruce se había hecho conocido por su
capacidad para desafiar las probabilidades. Lo haría de nuevo.
Su trabajo consistía en proporcionar información. El rey decidiría qué hacer con ella. Pero, ¿cuántos
había?

Joan podría haber besado a su prima cuando exclamó:- ¡Dios mío, nunca he visto tantas tiendas!
Hay cientos de ellas. ¡La mitad de la población de Londres debe haber respondido al llamado del
rey!

Sir Hugh sonrió ante la exageración. Se pensaba que había hasta ochenta mil personas en Londres.
-No tanto -dijo con un guiño y una sonrisa-. Todavía.

Joan esperaba que estuviera bromeando. Cuarenta mil eran imposibles. Incluso el padre del rey
actual, el poderoso martillo de los escoceses, Eduardo I, sólo había amasado un ejército de quizás
veinticinco mil en su mayor campaña en Escocia hacía 16 años, cuando los ingleses habían
diezmado a los escoceses en Falkirk. La popularidad y el poder de Eduardo II no estaban ni cerca de
los de su padre. ¿Cuántos podría esperar levantar? ¿Diez mil? Según su estimación, debía haber casi
esa cantidad en este momento. Se mordió el labio. ¿Quince?

Una vez más, podía dar las gracias a su prima por preguntarle qué estaba pensando:- ¿Cuántos
hombres más vendrán? -preguntó Margaret-. ¿Y dónde los quiere poner el rey?

Joan rio junto a sir Hugh, pero esperó ansiosamente su respuesta.

-Al menos otros pocos miles cuando lleguen los galeses, y muchos más si los barones cumplen con
su deber.

Joan sopesó los riesgos y decidió preguntar, sabiendo que no podría surgir otra oportunidad como
ésta:- ¿Qué hay de los otros condes, mi lord? ¿Vendrán más?

Quizás el mayor desconocimiento -y lo que causaba más susurros y especulaciones entre los
dirigentes (tanto escoceses como ingleses), era si el conde de Lancaster, que tenía cinco condados y
era el magnate más poderoso de Inglaterra, dejaría de lado sus diferencias con Eduardo para luchar
contra los escoceses-. Del mismo modo, también se desconocía el estatus de los condes de
Warwick, Lincoln, Arundel y Warenne. Dado el número de hombres en el comando de estos condes,
si decidieron luchar, podrían aumentar considerablemente los números de Eduardo -especialmente
en el número de caballería inglesa mortal- y ser potencialmente desastrosos para los escoceses.
Sólo Lancaster podía comandar otros quinientos caballos. Aproximadamente el mismo número que
la totalidad de la caballería escocesa.

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Àriel x

Bruce pensó que encontrarían una excusa para no aparecer, pero si pudiera obtener confirmación de
que sería un gran golpe de Estado, sería una información vital para él.

Sir Hugh no pareció sorprendido ni alertado por su pregunta. Estaba indudable en la mente de
muchas personas:- El rey está seguro de que los condes verán la sabiduría de hacer su deber a su
rey.

-¿Y si no lo hacen? -preguntó Margaret.

Se encogió de hombros como si escuchara a sus generaciones anteriores, las cuales dijeron
precisamente nada.

No pasó mucho tiempo antes de que llegaran al castillo, y Sir Hugh les estaba dando una vuelta por
los terrenos y patios de práctica donde los soldados de pie ordinarios, muchos de los cuales eran
agricultores y hombres de campo inexpertos en la guerra, caballeros de batalla y hombres de armas
que habían estado sirviendo a Eduardo en las guerras escocesas durante años.

Margaret tenía razón. Joan nunca había visto tantos hombres en un sitio en su vida. Era un poco
desconcertante. Y con pocas mujeres cerca, estaban atrayendo una gran cantidad de atención. Se
alegró tanto por su modesto traje (el que había llevado a la fiesta había hecho su trabajo -tal vez
demasiado bien-) y la impresionante escolta de Sir Hugh.

Sin embargo, ella y Margaret estaban sujetas a unos cuantos mirones largos y admirados. No estaba
acostumbrada a ser el centro de atención, Joan se sentía extrañamente conspicua, como un pájaro
exótico en una casa de fieras.

Su prima debía de estar sintiendo lo mismo. Mientras esperaban a la sombra de un gran árbol -el
día había llegado a ser extraordinariamente caliente- para que sir Hugh terminara de hablar con uno
de los capitanes, Margaret se inclinó y susurró:

-¿Por qué tengo la impresión de que algunos de estos hombres no han visto a una dama en mucho
tiempo? Si alguna vez necesito un impulso para mi vanidad, supongo que sé a dónde ir -dio una
sonrisa maliciosa-. Probablemente no deberíamos decirle esto a Alice. Estaría aquí todos los días.
No le gusta nada más que un impulso a su vanidad.

Joan dio un bufido de risa, que discretamente amortiguó con su mano. Margaret siempre había
tenido un agudo sentido del humor que Joan había disfrutado. Las dos primas habían estado muy
cerca cuando niñas, y si no fuera por la guerra que las había colocado en lados opuestas -aunque
Margaret no lo sabía- Joan sospechó que se hubieran mantenido así.

Sabía que Margaret atribuía a Joan que se estaba alejando del cambio en su estatus que había
beneficiado directamente a sus primas, pero no era eso. Margaret no la había tratado como una
bastarda y la había desheredado; El rey Eduardo y Beaumont lo habían hecho. No, se había alejado
de Margaret porque era una de las pocas personas en Inglaterra que sabía que sería doloroso
traicionar.

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-Vuestra hermana es muy hermosa -dijo Joan diplomáticamente, no queriendo parecer desleal.

-Ciertamente lo es -convino Margaret.

-Vos también lo sois -señaló Joan. Margaret era encantadora, tal vez no tan perfectamente hermosa
como su hermana, pero pocas podían serlo. Su cabello era más moreno que rubio, y sus ojos eran
verdes más que azules, pero su sonrisa estaba llena de buen humor que su hermana nunca podría
esperar emular.

A Margaret le tembló la boca:- Sois amable por decirlo, prima, pero no tenéis que preocuparos por
mí. Conozco mis fuerzas y mis debilidades, así como las de mi hermana, aunque no espero que
estéis de acuerdo conmigo en vuestra posición -quería decir como <sirvienta> de Alice-. Alice
puede ser... difícil.

Ambos sabían cuánto era un eufemismo. Joan dirigió a su prima una mirada pensativa:- ¿Cómo es
que aún no os habéis casado, Margaret? Creí que se había hablado hace un par de años atrás.
Una sombra cruzó la bonita cara de su prima, pero rápidamente fue reemplazada por una sonrisa y
un encogimiento de hombros.

-Se desmoronó cuando nuestras familias decidieron luchar por diferentes reyes.

Joan recordaba ahora: a Margaret se le había prometido a uno de los hijos más jóvenes del conde de
Ross. John, pensó.

-¿No hay nadie que os haya llamado la atención?

Margaret le dirigió una mirada de soslayo:- Sospecho que mi hermano por matrimonio tiene tanto
interés en encontraros marido como a mí.

Joan sospechaba que tenía razón. De Beaumont no quería que ningún esposo interfiriera con sus
pretensiones a la herencia de Joan, ni siquiera de una hermana.

-¿Y qué hay de vos, Joan? ¿No os ha llamado la atención? -señaló con la cabeza hacia Despenser-.
Y no lo digáis. No creo que Sir Hugh le interese más de lo que a mí, aunque es un encantador
pícaro. Desvergonzado y extravagante, pero encantador.

Joan esperaba que ocultara su alarma. Margaret siempre había sido perceptiva, mucho más que
Alice, pero Joan no quería que hiciera preguntas.

Todavía estaba tratando de pensar en una forma de responder cuando un fuerte rugido resonó detrás
de ellos del grupo de hombres entrenando cerca. Siguiendo la dirección del sonido, se volvió y algo
le atrajo la mirada, o mejor dicho, alguien capturó su mirada.

Jadeó, su cuerpo se quedó inmóvil. Tenía los ojos clavados. No podría haberle rechazado si quisiera.
Y en realidad, si era sincera consigo misma, no quería.

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-¿Qué es? -preguntó Margaret, pero luego, siguiendo la mirada de Joan, sus ojos se abrieron-. ¿O tal
vez debería decir quién es? Dios, es...

No terminó. No necesitó hacerlo. ¿Qué podía decir? ¿Que era magnífico? ¿Increíble? ¿Perfección
masculina? ¿Aflojamiento de la rodilla, apretamiento del vientre y caída de la mandíbula? Sí, él era
todas esas cosas y mucho más. Dibujó el ojo como una estrella centelleante, como el oro brillando a
la luz del sol, como la llama de un faro en un cielo sin luna.

Joan encontró su voz, aunque le faltaba bastante aire:- Sir Alex Seton. Es parte del séquito de
Pembroke.

-¿Seton? -su prima frunció el ceño-. Es el escocés que cambió de bando hace un par de años,
¿verdad? -Joan asintió-. Interesante. A Sir Robert no le gusta mucho.

Por primera vez, la mirada de Joan se volvió hacia el otro hombre al que sólo había sido vagamente
consciente. Reconoció al campeón de Percy, Sir Robert Felton. El caballero alardeado también era
alto, bien musculoso, de pelo claro, guapo y desnudo hasta la cintura, pero por alguna razón no se
había fijado en él. Su enfoque había estado enteramente en el otro caballero.

Aunque era cierto, Alex Seton no se parecía mucho a un caballero en este momento. No se dio
cuenta de que era así... abrumador. ¡Buen señor! Despojado de toda su gloria primitiva, miraba
cada centímetro al despiadado bandido. Su mirada absorbía cada ondulación, cada borde duro de
roca, cada protuberancia y línea de los músculos poderosos en su pecho y brazos. Podría tener
que reconsiderar su fantasía caballero de oro. Había algo que decir de brutal, feroz y peligroso.
Pero no era su fantasía, se recordó. Era un traidor juicioso y auto justo que no sabía cómo ocuparse
de su propio negocio. Lachlan solía referirse a él como Sir Galahad, el perfecto caballero idealizado
que siempre hablaba de hacer lo que era correcto. Joan comprendía lo que quería decir ahora.
Obviamente, Sir Alex tenía una brújula moral que no parpadeaba hasta el gris.

Todavía estaba furiosa por la manera en que había hablado con ella, y todo acerca de su actitud le
había llevado por el camino equivocado. Lo que hizo su reacción ese día aún más inexplicable.
¿Podía realmente haber querido -aun por un minuto- que la besara? Debía de estar loca. No sentía
deseo por los hombres. Ya no. No desde que tenía quince años.

Se alegró de que hubiera prestado atención a su petición de alejarse de ella. No había pensado en él
más de uno o dos veces en los cuatro días desde su confrontación en la calle. Ciertamente no más de
un puñado de veces. Una docena a lo sumo. Tampoco había mirado a la puerta cada vez que un
grupo de caballeros entraba en el vestíbulo o contenía el aliento cada vez que veía una cabeza de
rubio dorado entre la multitud.

-Vamos -dijo Margaret, arrastrándola hacia adelante-. No puedo ver desde aquí.

Por una vez, nadie parecía estar prestándoles atención mientras las dos mujeres se alejaban del
árbol, caminando cuidadosamente por el campo todavía fangoso hasta el círculo de hombres en el
improvisado patio de prácticas. Todo el mundo estaba cautivado por los dos hombres que luchaban.
Las dos primas se cruzaron entre un par de jóvenes soldados que estaban vigilando

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.
Margaret tenía razón. La vista era sin duda mucho mejor desde aquí. No había ni cabezas ni brazos
ni hombros para meterse en el camino de la cabeza, los brazos y los hombros, por no mencionar el
pecho desnudo, que no debía despreocuparse. Digno de admirar. Demoledor. ¡Pero mirad esos
abdominales! Podía contar las bandas, y sus brazos eran mucho más grandes de que se imaginaba,
sobre todo cuando estaban flexionados.

Alex se giró ligeramente para desviar un golpe y Joan jadeó.

Margaret debió haber notado lo mismo:- Bueno, me pregunto qué le pasó a su brazo. Debe haber
sido una lesión horrible.

Su prima tenía razón. La cicatriz cubría toda la porción superior de su brazo derecho. Se trataba de
un horrible y enmarañado parche de cortes y cortes que había sanado hacía algún tiempo, pero que
aún parecía molestarle. Estaba luchando contra el otro hombre, y el brazo debilitado parecía ser la
causa.

Extraño, parecía bastante fuerte cuando la había llevado -no había sentido ningún dolor o problema
entonces-. Se preguntó qué podría haber causado una herida tan horrible.

Un sentimiento enfermo nadó en su estómago cuando la sospecha tomó raíz. Por supuesto... el
tatuaje. La cicatriz cubría el lugar exacto donde la marca de la Guardia de los Highlanders habría
estado en su brazo. La marca que ahora estaba borrada.

Pero la cicatriz era una insignia de su culpa, y un recordatorio de que no lo olvidaría.

Alex no notó la conmoción de inmediato. Después de ser incitado en un concurso con Felton que se
arrepintió un momento después de aceptar (Sutherland realmente merecía algún tipo de premio por
no matarlo), Alex estaba haciendo todo lo posible para no defenderse demasiado hábil, mientras que
al mismo tiempo no fuera delicado.

No fue fácil. Felton era bueno, realmente bueno, y era muy difícil resistirse a sus golpes y no darle
la pelea que tan obviamente necesitaba. Alex estaba bastante seguro de que podría haberlo superado
hacía dos años, pero apenas había cogido una espada desde entonces, e incluso estando agotado, no
estaba seguro de poder hacerlo ahora.

La realización le enfureció y le hizo aún más difícil tomar el truncamiento que Felton le estaba
dando.

Como la mayoría de los escoceses, el orgullo de Alex siempre había sido una debilidad, y ahora lo
sentía agitando con una picadura peligrosa. Pero sabía que no podía hacer que su brazo -el brazo
que había estado diciendo que estaba demasiado débil para usarlo- apareciera completamente
curado. Pembroke era bastante suspicaz.

Fue culpa de Alex. Debería haberlo sabido mejor que dejar que el engaño continuara. El subterfugio

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nunca había estado en su naturaleza.

Aunque la lesión había sido real cuando llegó a Londres. Había hecho más daño de lo que pretendía
al tratar de quitar la marca que lo identificaría como miembro de la Guardia de las Highlands. Ser
atacado y arrojado a la cárcel del castillo de Berwick después de haberse rendido no había servido
de nada.

Pero incluso después de que el brazo se hubiera curado, había seguido la pretensión. Le
proporcionaba una excusa, un medio para evadir la verdad que no quería enfrentar: que al cambiar
de lado, no podía simplemente hacer su guerra en los pasillos de algún palacio real con palabras.
Había todas las posibilidades, todas las probabilidades de que marchara el rey Eduardo y sus
hombres reunidos, que Alex tendría que levantar su espada contra sus antiguos amigos, hermanos y
rey. Hombres a los que inexplicablemente, incluso después de todo lo que había sucedido, seguía
sintiendo lealtad.

No podía evitar la verdad y esconderse detrás de una vieja lesión por más tiempo. Había dado su
lealtad a los ingleses. Si venía la guerra, iba a tener que luchar, y no, por desgracia, contra Felton.
Sólo Dios sabía cómo lo soportaría. Pero si ponía fin a la guerra, detenía las atrocidades y el
sufrimiento, lo haría, maldita sea. Además, ¿qué opción tenía? Había hecho su elección.

Un golpe en su hombro con la hoja de la espada de Felton lo trajo de vuelta a la realidad. El


bastardo estaba claramente disfrutando y jugando con la multitud, mostrando su habilidad
"superior" jugando con Alex. Felton sabía perfectamente que el débil brazo de Alex le impediría
responder.

Felton giró la espada hacia arriba, bajándola con fuerza sobre el lado débil de Alex. Alex lo
bloqueó, pero Felton no se detuvo, presionando hacia abajo, bajando a Alex pulgada a pulgada al
suelo. Quería humillarlo.
El bastardo era fuerte. Tal vez no tan fuerte como Boyd, pero incluso si Alex no fingía debilidad,
podía haber tenido dificultades para librarse de él. Mientras sus brazos se sacudían por el esfuerzo
de evitar que la hoja cayera sobre su cabeza o cuello.

Esto se suponía que era práctica, maldita sea. Ni siquiera llevaban armadura.

Rendimiento. Debería ceder. Pero incluso mientras el sudor le salía del cuerpo y el dolor ardía en
cada vena y músculo, no podía obligarse a decirlo. Así que se sacudió y quemó, sabiendo que en un
momento, cuando Felton logró forzarlo a la tierra, no tendría una maldita elección.

Felton sonreía y fingía como si estuviera en un patio de torneos. Sus ojos seguían parpadeando
detrás de Alex. Pronto se dio cuenta de por qué.

-¿Qué dicen, señoras? -dijo Felton-. ¿Ha tenido suficiente?

Había damas entre la multitud. Por otra parte, eran dignas de mención para que Felton se exhibiera.
Alex quería darse la vuelta, pero no se atrevió a perder la concentración ni siquiera por un instante.
Felton estaba lo bastante cerca como para quitarle la cabeza. Estaba casi de rodillas.

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-Parece que sí, mi lord -respondió una de las mujeres.

Alex no necesitaba darse la vuelta. Reconoció esa voz suave y ronca con facilidad, y la
comprensión de que la mujer que lo veía sufrir -mirándole perder, maldita sea- era Joan Comyn
reverberó a través de él como un trueno e hizo que sus terminaciones nerviosas resplandecieran
como si acabara de dispararse de pies a cabeza con un rayo.

Su voz cambió todo. Sus músculos ya no temblaban, se endurecieron con acero. Ya no ardía con
dolor, sino con fuerza. Fluía a través de él, se hinchaba a través de él, como un infierno furioso.
No se detuvo a pensar. El instinto se hizo cargo. Boyd lo había tenido en esta posición muchas
veces antes. Alex sabía qué hacer. Haciendo caso omiso de la hoja que presionaba a centímetros de
su cabeza, dejó que sus músculos se relajaran durante un instante peligroso, usando el impulso de
Felton -y el borde de la hoja de Alex- contra él. La pérdida de resistencia hizo que Felton se
asustara. Cuando Alex inclinó la hoja, Felton se deslizó. El deslizamiento de su espada fue
suficiente para que Alex pudiera alejarse con un fuerte golpe de su codo en las costillas de Felton.
El otro hombre dejó escapar un "oof" sorprendido y casi cayó al suelo.

Fue un movimiento valiente que con menos precisión podría haber resultado en una seria lesión a
Alex. En vez de eso, había vuelto las mesas, haciendo que Felton pareciera el tonto.
Y si la mirada en el rostro del otro era una indicación, tenía la intención de pagar a Alex de vuelta
con la muerte.
La práctica, al parecer, había terminado.

Que viniera, maldita sea. Alex ya no estaba fingiendo.

Felton ya se acercaba hacia él con la espada levantada cuando una pequeña figura encubierta se
lanzó entre ellos.

Toda esa fuerza, todo ese acero, desapareció en un instante, como cada gota de sangre drenada del
cuerpo de Alex. Por un momento horrible, pensó que Felton no podría detener el movimiento
descendente de su espada antes de que la viera.
Alex se lanzó hacia adelante, sabiendo que era inútil. No había nada que pudiera hacer, no había
manera de sacarla a salvo antes...
Felton se detuvo abruptamente, parecía tan pálido como Alex probablemente.

Aparentemente ajena al peligro que había evitado estrechamente, Joan aplaudía con deleite. Le
lanzó una mirada antes de concentrarse en Felton.

Quizás no tan inconsciente, se dio cuenta. La mirada que le había dado se había llenado de
preocupación. Estaba preocupada por él; Por eso se había puesto en peligro.

-¡Bravo, bravo! Eso fue magnífico, sir Robert -le dirigió al otro una deslumbrante sonrisa-. Eso fue
todo un espectáculo. Mi prima me dijo que erais uno de los mejores caballeros de la cristiandad, y
ahora veo que no exageró.

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Como Felton estaba momentáneamente confundido, le tomó un momento responder. Se hinchó


como un gallo, obviamente más que feliz de ir junto con su pretensión de que había conseguido lo
mejor de Alex.

Maldita sea, ¿pensaba que necesitaba rescate? ¿Y por qué el mismo pensamiento hizo que sus
dientes se unieran y Alex quisiera alcanzar su espada para probar su error?

La prima de Joan se había acercado a ella:- Oh, sí, fue maravilloso -dijo Lady Margaret-. Pero
espero que no hayamos alterado vuestra práctica.

Mientras Felton le aseguraba galantemente que no lo habían hecho, y que las dos mujeres siguieron
cantando, Alex gruñó. ¿Qué diablos estaban haciendo aquí?

Tuvo su respuesta cuando la fiesta farsa en el patio de la práctica creció aún más con la llegada de
Sir Hugh Despenser y su séquito.

-Ahí están -dijo el joven caballero, avanzando con toda la pompa y la circunstancia de un príncipe
real. Incluso se vestía como un príncipe de terciopelos pesados bordados de oro, decorado con
joyas, y (ajeno al calor) forrado con pieles. En torno a su manto había una gruesa cadena de oro con
un enorme colgante de esmeralda en el medio que Alex sospechaba que había sido un regalo del
rey-. Espero que las señoras no interrumpieran vuestro entrenamiento, sir Robert -dijo Despenser a
Felton.

Felton le dio al otro hombre un saludo de cortesía, pero Alex sospechó que a Felton no le gustaba el
arrogante joven pavo real, como tampoco él.

Despenser personificaba todo lo que Alex despreciaba de los ingleses: era altivo, condescendiente y
sólo estaba preocupado por su propio progreso. ¿Qué diablos veía en él?

Además de lo obvio. Por mucho que a Alex le desagradara el otro hombre, no podía negar que era
justo de cara. Si os gustaban los hombres que eran bonitos como una muchacha.

-Estaba asegurando a las damas que ya habíamos terminado. ¿No es cierto, Seton?

La mirada de Felton era tan dura como el hielo, casi desafiando a Alex a estar en desacuerdo. La
mandíbula de Alex estaba tan cerrada que era como si tuviera que sacar la palabra:- Sí.
Por primera vez, sintió que los ojos de Joan se quedaban en él. Estaban fijos en la línea roja que
goteaba por su estómago de un corte que había tomado antes en la pelea y a pesar de su ira, a pesar
de estar con otro hombre, la sensación de su mirada en su cuerpo desnudo lo hizo hincharse.

-Estáis herido -dijo acusándolo, acercándose a él como si pudiera-. ¡Cristo todopoderoso! -le puso
una mano. Si le tocaba el estómago tan cerca de algo más, todos sabrían exactamente lo que estaba
pensando.

No sabía si debía sentirse aliviado o decepcionado cuando Despenser la detuvo:- Es sólo un


rasguño" -le aseguró el otro hombre.

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A pesar de que Alex estaba a punto de decir lo mismo, no le gustaba oírlo de Despenser. No le gustó
la forma posesiva en que metió Joan en su cuerpo aún menos.

La mano que aferraba la empuñadura de su espada se aferró un poco más fuerte. Se aferró hasta que
sus nudillos se pusieron blancos. Despenser no había perdido el movimiento. Sus ojos se
estrecharon con una advertencia que podría haber sido divertida en diferentes circunstancias. A
pesar de la nueva posición exaltada del joven caballero como favorito real, no era rival para Alex
con una espada, "herido" o no. Si alguien debía estar preocupado, era Despenser. Pero demostrando
su demasiado buena opinión de sí mismo, Despenser no reconoció el peligro. En vez de eso, parecía
estar lanzando un guante, desafiando a Alex a aceptar el desafío.

Él quería. Maldita sea cómo quería hacerlo. No entendía qué era acerca de Joan Comyn lo que le
hacía reaccionar con tanta intensidad. Tal posesividad. Tal ira. Era innegablemente hermosa en una
especie de moda sensual, "llevadme a la alcoba". Pero había conocido a muchas mujeres hermosas.
Demonios, las esposas de sus antiguos hermanos eran sin duda alguna de las más bellas de Escocia.
Pero nunca se había sentido tan atraído por alguien antes, ni siquiera Rosalin, y sentirse atraído por
alguien equivocado era desconcertante. No era nada como la dulce e inocente doncella con la que
había imaginado casarse después de la guerra.

Rosalin Clifford ahora Boyd era el tipo de mujer con la que había imaginado casarse un día. Podría
haber pensado hacerlo ese día antes, pero había quedado muy claro que había estado enamorada de
Boyd, tanto si la merecía como si no.

¿Matrimonio? Cristo, ¿por qué diablos estaba pensando en eso? Nunca podría casarse con una
mujer que se hubiera acostado con otro hombre, probablemente más de uno, no cuando se había
mantenido a un nivel mucho más alto.

No, no era el matrimonio que quería, y como lo que él quería no era una opción, no iba a tomar el
desafío de Despenser - no importa lo mal que quisiera.

-Sí, es sólo un rasguño, mi señora, aunque os agradezco vuestra preocupación.

La expresión de satisfacción de Despenser -de pensar que había hecho retroceder a Alex- era casi
demasiado para tomarlo. Como el orgullo de Alex se había resistido tanto como pudo, se excusó y
se alejó.

Joan Comyn no era para él, pero dejarla a Despenser no le sentaba bien.

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Capítulo 8

El intercambio entre Sir Hugh y Alex no habían pasado desapercibido por Joan. Comprendió que se
estaba haciendo un reto y que había sido rechazado. O más bien, había sido rechazada.

Como no quería tener nada que ver con Alex Seton, no sabía por qué sentía una fuerte punzada en
su pecho.

Tal vez era porque sospechaba sus razones. El siempre-lo-que-es-por-derecho "Sir Galahad" como
MacRuairi lo llamaba (lo que no era un cumplido) no querría una mujer como ella. Bueno, tal vez la
quisiera, pero no con una intención honorable, la única manera en que sabía que lo consideraría.
Para él, era impura, no casta, y por lo tanto, indigna.

El hecho de que fuera cierto hacía que el pellizco fuera aún más agudo. Tan poco le gustaba ser un
hueso entre dos hombres, ni la posesividad de Sir Hugh y su cuestionamiento de su "relación" con
Alex aún menos.

Ella enmascaró su molestia, sin embargo, y le aseguró -honestamente- que apenas conocía al
hombre. No parecía convencido, y se vio obligada a explicar que la "protección" de Alex provenía
de una conexión familiar anterior.

-¿Vuestro padre? -preguntó sir Hugh.

Ella sacudió su cabeza. Sabiendo que era peligroso pero inevitable, lo admitió:- No, mi madre.

Había pasado años distanciándose de la "rebelde" Isabella MacDuff, cortando cualquier conexión
entre ellas, y odiaba recordárselo a cualquiera. Sus ojos se afilaron con algo que hizo que su recato
pareciera justificado.

-¿Seton conocía a vuestra madre? ¿Cómo? ¿Cuándo?

-No lo sé. Tendréis que preguntarle.

Acarició su corta y afilada barba pensativamente:- Puedo hacer eso.

No le gustó el borde especulativo de su voz y se alegró cuando dejó caer el tema. Pero no podía
evitar sentir que había cometido un error. No quería el escrutinio de Alex Seton, pero tampoco
quería causarle problemas a él.

Y Sir Hugh Despenser era un problema. No tenía ninguna duda al respecto. Más problemas de los
que valía.

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Joan había escapado de la detección durante tanto tiempo porque sabía cuándo retroceder, y cada
instinto estaba clamando que lo hiciera ahora. Siempre escuchaba sus instintos.

Pero como no esperaba decirle a Sir Hugh que lo había reconsiderado de verdad, se alegró cuando
regresaron a Berwick para que le dijeran que su prima "la necesitaba de inmediato", y que debía
"encontrarla en el instante en que llegase."

Gracias a Dios por las "emergencias" de su prima. Joan se preguntó cuál de los dos bordes se había
deshecho o qué mancha de la "estúpida lavandería" no había salido. Para alguien tan preocupado
por su aspecto, su prima no era un buen comensal o bebedor. Había gotas de vino y grasas, marcas
de dedos en sus batas después de cada comida. Las manchas que, por supuesto, era la
responsabilidad de la lavandería de limpieza para salir, no de Alice para mantenerlas limpias.

Pero antes de que Joan pudiera responder a la invitación de su prima, Sir Hugh la cogió por la
muñeca. Intentó no estremecerse. No había nada ofensivo o repulsivo en su toque, pero no se podía
negar que algo de eso se sentía así.

-Esperaré veros esta noche -su voz no dejaba lugar a discusiones. Fingió no entenderlo.

-Estaré en la cena si mi prima no me necesita.

-Aseguraos de que no lo hace -dijo, con la mirada fija en la suya-. Y yo no estaba hablando de la
cena.
La sorpresa que le ensanchaba los ojos no necesitaba fingirse. Ciertamente no perdió el tiempo.
Estaba tentada a decirle de su decisión en ese momento, pero deseando en ese momento sólo
escapar, simplemente asintió.

La soltó y se fue a reunirse con Margaret, que la había esperado:- ¿Qué fue eso?

Joan meneó la cabeza:- Nada.

-No parecía nada -dándose cuenta de que Joan no iba a decir nada, Margaret agregó-. Tenrf cuidado
con él, prima. Sir Hugh está mimado, y no está acostumbrado a que le digan que no.

Una vez más, dándose cuenta de lo astuta –demasiado astuta, quizás- que era, Joan asintió.

Pocos minutos después entraron en un torbellino. Todos los artículos de ropa que poseía su prima
parecían estar esparcidos por todas las superficies disponibles del dormitorio. Una joven doncella,
Bess, estaba de pie ante la chimenea retorciéndose las manos y cerca de las lágrimas. Nunca se
había visto tan aliviada de ver a alguien.

Joan tomó inmediatamente el control:- ¿Cuál es el problema?

-¡Por fin! -dijo Alice, volviéndose de donde estaba enterrada bajo una pila de terciopelo, lana y
seda-. Si hubiera sabido que os ibais a ir por mucho tiempo, nunca hubiera aceptado dejaros ir. Os
necesité.

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Joan ignoró la dramatización y no señaló que había ido sólo un medio día menos de tiempo de lo
que le había dicho.

Margaret puso los ojos en blanco. Mientras que Joan pensaba que era más fácil curar a Alice, su
hermana no:- Dejad de ser tan ridícula, Alice. Sabíais exactamente cuánto tiempo habría pasado
Joan. Es vuestra compañera, no sirvienta... No necesita vuestro permiso para disfrutar de un paseo
por la mañana. Ahora, ¿qué urgencia es esta vez?
Alice le dirigió a su hermana una mirada fulminante, pero no discutió con ella. Aunque Alice era la
mayor, por dos años, a veces parecía lo contrario.

-No puedo encontrar mi nueva pulsera. Una de las criadas debe haberla robado.

No era de extrañar que la niña pareciera a punto de llorar. Probablemente pensó que estaba a punto
de ser arrojada a alguna celda de la prisión o ser puesta en las reservas. Joan frunció la boca con
cólera. La dramatización de su prima era una cosa, pero su inclinación a acusar a los criados de todo
era inexcusable y fea. Odiaba cuando los que estaban en el poder se aprovechaban de los que no.

-Estoy seguro de que la habéis perdido -dijo Margaret-. -¿Por qué no lleváis otra?

-¡No puedo usar otra! Henry me la dio –casi lloró-, ama cuando llevo sus regalos.

Joan comenzó a sospechar que era más que una pulsera cualquiera:- ¿La pulsera de oro y rubí?
-Alice asintió con la cabeza.

Margaret se acercó a la criada y le dijo lo que quería que hiciera. El alivio barrió su rostro, y asintió
con entusiasmo antes de salir corriendo por la puerta.

-¡Esperad! ¿Adónde va? -preguntó Alice.

-A traer vuestra pulsera -dijo Joan con calma-. El broche se soltó en nuestro viaje desde Carlisle.
Me pedisteis que lo llevara al orfebre tan pronto como llegasemos. Bess ha ido a buscarla.

-Oh -dijo Alice, ajena al terror que había infligido a la criada-. Debo haberlo olvidado.

Margaret la miró y sacudió la cabeza:- Supongo que sí. Y a la desgracia de la pobre Bess. ¡Y mirad
este desastre!

Joan apartó unos cuantos vestidos para despejar el espacio e hizo un gesto para que su prima se
sentara.

-Ahora -dijo -. ¿Por qué no me contáis de qué se trata realmente?

A lo que Alice respondió estallando en lágrimas, las reales, lo que era inusual en su prima. A través
de los estrangulamientos y los sollozos, Joan supo que Alice sospechaba que sir Henry tenía, o al
menos planeaba, tener una amante.

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Los ojos de Alice se endurecieron a un azul brillante y helado:- Estaba hablando con esa descarada
coqueta Lady Eleanor. Sé que le puso un ojo en él durante algún tiempo.

Joan dudaba de eso. Lady Eleanor parecía estar muy enamorada de su joven marido, Lord Henry de
Percy.

Joan se había sorprendido de ver a los Percys en Berwick. Habiendo sido recientemente liberado de
la cárcel después de su parte en la ejecución del favorito del rey Galveston, de Percy no parecía
querer luchar por el rey que lo había encarcelado. Se había negado su citación. Pero estaba cerca de
Clifford, lo que sospechaba que explicaba su presencia ahora.

Alice seguía llorando:- Ahora afirma que tiene una reunión importante esta noche, que puede llegar
muy tarde. Me dijo que no lo esperara.

¿Reunión importante? Eso llamó la atención de Joan.

-¿Qué clase de reunión importante? -preguntó Margaret.

Alice levantó las manos, exasperada por lo que claramente pensaba que era una pregunta irrelevante
e intrascendente.

-Dijo algo sólo con los asesores más cercanos del rey. Pembroke, Clifford, Despenser, Henry, y tal
vez algunos otros, no lo sé. Pero no lo veis..., probablemente sea una excusa.

-Es la guerra -dijo Margaret secamente.

Alice la ignoró y se secó las lágrimas, volviéndose hacia Joan:- Me ayudaréis, ¿verdad?

Sospechando lo que iba a pedirle que hiciera, Joan sonrió:- Por supuesto.

***

Alex se detuvo en el río antes de regresar al castillo. Ahora en lugar de enfadado y ligeramente
borracho, estaba enfadado, y sobre todo sobrio, y frío. No era un buen embotamiento, pero se sentí
entumecido y frío, muy frío. Y con la mente despejada
.
El rápido chapoteo en el agua no había aclarado su cabeza ni había calmado ninguna de las
emociones inquietas que rezumaban dentro de él. Primero lo habían llamado a Berwick para una
reunión de la que había sido excluido en el último minuto, y luego se había visto obligado a sentarse
durante dos largas horas, mientras Despenser y Lady Joan hacían espectáculos.

De acuerdo, tal vez eso no fuera justo. Tal vez todo lo que habían hecho era compartir un Trencher y
sonreír y susurrar mucho, pero ¿tenían que parecer tan malditamente íntimo hacerlo? ¿Por qué no
sólo gritar que estaban compartiendo una cama? ¿Estaban compartiendo una cama?

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No era asunto suyo, y lo sabía. Pero eso no significaba que le tuviera que gustar. No le gusta.
Realmente, pero ¿qué diablos podía hacer al respecto? Nada.

Que era precisamente lo que estaría haciendo para ayudar a terminar esta guerra si no encontraba a
ese maldito espía. Se había unido a los hombres después de la comida de esta noche para la reunión
para discutir alguna "nueva información", cuando Pembroke lo detuvo y le dijo que no era
necesario.

Alex no necesitaba preguntar por qué. Poco tiempo después de su llegada, Pembroke había
comentado su "milagroso" progreso en el patio de prácticas. Superar a Felton requirió "gran
habilidad y fuerza".

Alex había maldecido a Felton por ser Felton, a Lady Joan por verlo, y a sí mismo por querer
impresionarla. Gracias a su pequeño deslizamiento hoy por cortesía de su orgullo, le había dado a
Pembroke más motivos para cuestionar su dedicación y lealtad. Que Despenser le preguntara con
una sonrisa presumida sobre "su relación" con Bella MacDuff tampoco había ayudado. No tenía que
adivinar de dónde había sacado esa información.

Así que en lugar de participar en una importante reunión en la que podía haber hecho algo bueno -o
por lo menos dar alguna razón- se dirigió a la cervecería más cercana y trató de enfriar su ira en
más de una sola jarra de cerveza.

Sólo había estado borracho unas cuantas veces en su vida (antes de los veinte) y nunca
intencionalmente.

Pero la bebida no funcionaba. En todo caso, sólo conseguía que se enfureciera más y más, lo cual
era lo último que necesitaba cuando entró en la Torre Constable y casi corrió directamente a Joan
Comyn. Se habría topado con ella, si no lo hubiera visto antes y hubiese dejado escapar un jadeo
que lo detuvo.

Sin embargo, instintivamente extendió la mano para agarrarla como para estabilizarla. Aunque tal
vez era él quien necesitaba estabilizarse. Sentía lo mismo que sentía cada vez que la veía, como si
se hubiera estrellado contra un muro de piedra.

Un muro de piedra que olía a flores de primavera y se veía tan hermosa y deseable que hacía que su
corazón se detuviera.

Sus ojos se encontraron y se sostuvieron en un segundo. No entendía la conexión entre ellos, pero
tampoco podía negarlo.

El chasquido de la llama fue el único sonido que hubo hasta que rompió el silencio.

-¿Qué estáis haciendo aquí? -pero incluso cuando la pregunta salió de su boca, el conocimiento
pulsó a través de su sangre ya caliente. Sus manos se tensaron en sus brazos por un momento antes
de dejarla ir-. ¿Sonambulando de nuevo, mi señora? -sus ojos se deslizaron sobre el manto oscuro

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que se había separado lo suficiente para que viera el vestido de terciopelo verde que llevaba puesto
antes. Al menos estaba vestida esta vez-. ¿Dónde está vuestro galán nocturno?

Sus ojos brillaron cuando un rubor enfadado voló por sus mejillas:- Estoy en mitad de un recado
para mi prima, no es que sea asunto vuestro.

-¿Es así como lo llaman ahora? ¿Un recado? Dejadme adivinar, ¿vuestra prima tenía un mensaje
para Despenser? Tiene una habitación en esta torre, ¿verdad?

No necesitaba preguntarse qué estaba pensando ahora. Su expresión no era cerrada y misteriosa, era
abierta y feroz. Le gustaba llegar hasta ella. Odiaba cuando se cerraba, era como si ni siquiera
estuviera allí. Pero ahora estaba allí. Sus ojos azules estaban destellando peligrosamente, y esa
bonita boca roja estaba fruncida en una delgada línea.

Cristo, era aún más hermosa cuando estaba enojada. Ver todo ese fuego, toda esa pasión, encendía
su rostro casi irresistible. Especialmente cuando ese mismo fuego y pasión corría por sus propias
venas. Juntos serían increíbles. Lo sabía. Lo sentía. Lo quería. Y se burlaba de él.

-Al igual que la mayoría de los señores y barones de alto rango -contestó ella-. Os incluyo a vos,
podría señalar -su boca se curvó en una peligrosa sonrisa de gato-. ¿Cómo sabéis que mi misión no
os involucra, mi lord?

Podría haber golpeado sus ojos y haberse acercado a él; el llamativo canto de sirena era el mismo.
Lo empujaba de nuevo, provocándolo, pero esta vez estaba demasiado arruinado, demasiado
despojado de la bebida, de la ira y de los celos, para encontrar la fuerza para resistirse.
Tampoco, si era honesto, quería hacerlo.

El impulso de tomarla en sus brazos y cubrir su boca con la suya era primordial e innegable. No le
importaba que estuvieran de pie en una entrada, que alguien pudiera venir sobre ellos, que fuera la
hija de un amigo, o que podría haber salido de la cámara de otro hombre. Y seguro que no estaba
pensando en el código de los caballeros. Todo lo que podía pensar era que si no ponía su boca sobre
la de ella -si no la saboreaba finalmente- iba a perder la cabeza.

Quería detener la burla, detener la tortura, detener el doloroso pero numerosas emociones que
causaba estragos dentro de él. Quería sentirla crecer suave y débil con el deseo. Quería su respuesta.
Quería saber que no estaba solo en esta locura. Quería que se detuviera.

De alguna manera, a través de la bruma, encontró el control suficiente para no apoyarla contra la
pared y envolver su pierna alrededor de su cintura de la manera que quería. Podía sentirse como un
bárbaro, pero no actuaría como tal. En cambio, deslizó su mano lentamente alrededor de su cintura
y la atrajo hacia él, manteniendo la mirada fija durante todo el tiempo. La conexión era como un
poderoso imán que los juntaba.

Hubo un momento conmovedor justo antes del contacto cuando la anticipación hizo que todo en su
pecho saltara y sus sentidos aumentaran. Una pausa donde no estaba seguro de que iba a suceder,
pero que lo quería con cada fibra de su ser. Le dio un segundo para alejarse antes de que su boca

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encontrara la suya.

Finalmente. Gimió ante el contacto, y algo se estrelló contra su pecho. Le tomó un momento darse
cuenta de que era su corazón, ya que estaba demasiado ocupado con la explosión. Sutherland podría
haber encendido una de sus bolsas de polvo negro justo delante de sus ojos, porque ese era el efecto
desgarrador que le golpeó cuando sus labios tocaron por primera vez.

Vio las estrellas, literalmente. Sentía como si una tapa apretada hubiera sido arrancada de todas las
emociones, toda la ira y toda la moderación que se habían embotellado dentro de él, liberando
sentimientos que ni siquiera sabía que estaban allí. Se sentía salvaje... Desarmado... Desencadenado.

Por primera vez en su vida, Alex no estaba reteniendo nada. Sin embargo, a pesar de la casi
frenética necesidad de arrebatarle -y la lujuria que latía cada centímetro de su cuerpo (en algunos
lugares con más fuerza que otros) -una irresistible sensación de paz se apoderó de él. Un sentido de
la rectitud. Un sentido de casa. Era como si este fuera el lugar exacto donde estaba destinado a estar.
Que era allí donde pertenecía. Con ella. Sosteniéndola en sus brazos. Besándola. Apreciándola.

Sí, ese era el sentimiento que más le sorprendía. La intensidad de la emoción que se hinchó desde
algún lugar profundo dentro de él y le hizo pisar suavemente donde habría corrido salvajemente, y
tal vez un poco áspero, el infierno, probablemente contra la pared.

En cambio, se llenó de una sorprendente onda de ternura. Ella aparecía tan grande en su mente-y su
temperamento rizado tan fácilmente-era fácil olvidar lo joven que era. Era tan ligera en sus brazos
que sentía un deseo abrumador de protegerla y mantenerla a salvo.
Nunca había sentido algo así antes y quería que lo supiera. Esto era... era especial.

Había pensado en besarla desde el primer momento en que la había visto. Pero incluso en sus más
oscuras fantasías más eróticas, Alex nunca había imaginado lo increíble que se sentiría. Cómo su
cuerpo presionaría contra el suyo en todos los lugares correctos. Cómo parecía derretirse en él.
Cómo nunca querría dejarla ir. Qué bien se sentiría.

Tan bueno que no podía parecer suficiente. La besó, una y otra vez, moviendo su boc sobre la suya
en una suave y tierna corte. Quería quedarse en cada presión, cada barrido, cada pequeño gusto.

Pero sus labios eran tan suaves y dulces que el suave cortejo pronto dio paso a algo más profundo y
más insistente. Él deslizó su boca sobre la suya suplicante, mostrándole lo que quería, empujando
sus labios a separarse.

Cuando lo hicieron, gruñó, sintiendo una oleada de satisfacción masculina que la hizo acercarla un
poco más mientras su lengua se clavaba en su boca.

Cristo. El placer se retorció bajo y caliente, feroz en su intensidad. Pero no era nada comparado con
el sentimiento de pura felicidad que pasaba a través de él cuando sintió el tentativo golpe de su
lengua contra la suya. Le hizo marearse.

Gimió de nuevo, deslizándose las manos por la cálida seda de su cabello para agarrarle la parte de

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atrás de la cabeza para aferrarse mientras la besaba más y más fuerte. Mientras sus lenguas se
rodeaban y acercaban cada vez más. Cuando empezó a girar en un remolino de placer tan intenso
que no estaba seguro de que sería capaz de sacarse a sí mismo.

***

Joan quería estar enfadada. Quería empujarlo lejos o mordere la lengua que se deslizó tan
hábilmente en su boca. Quería odiar su beso. Ella quería odiarlo.

Alex Seton lo había hecho de nuevo, saltando a conclusiones acerca de su presencia en la torre -ya
fuera que hubiera tenido alguna causa para esas conclusiones o no- y la juzgó como una culpable.

Estaba furiosa consigo misma por intentar explicar. Estaba en mitad de un recado para su prima, le
soltó.

No era la primera vez que la mandaban a revisar a sir Henry y asegurarse de que estaba donde se
suponía que estaba. Lo era, pero el mandado del tonto -en este caso un mensaje para sir Henry
acerca de un cambio en los planes de su esposa para mañana- le había permitido vislumbrar lo que
parecía ser una importante misiva del rey. El gran sello de cera del caballero a caballo que colgaba
del pergamino de los hilos de seda entretejidos a través de hendiduras en el pergamino era fácil de
identificar incluso desde el otro lado de la habitación.

El hecho de que la misiva estuviera en la mesa antes de que Despenser no se hubiera escapado
tampoco. Lo cambió todo. Que no fuera capaz de librarse de Sir Hugh tan rápido como quisiera,
pesaba sobre ella, lo que probablemente era por qué no había notado que el hombre caminaba hacia
ella hasta muy tarde.

No se habría metido en las sombras, ¿verdad? No había hecho nada malo; No tenía nada por qué
sentirse culpable. No importaba lo que pensara.

Había estado tan furiosa -y sí, herida- por las acusaciones de Alex de que no había podido resistirse
a burlarse de él. Incluso podría haber sabido lo que haría. Incluso podría haberlo deseado. Si la
hubiera devastado y devorado de la manera en que se suponía que estaba, estaba segura de que
habría sido capaz de empujarlo y revivirlo como debía. Sería como todos los demás.

Pero no era como todos los demás. Él era diferente. Y su beso fue muy diferente. Suave y tierno,
casi reverente.

No lo entendía. ¿Cómo podía pensar que era una libertina y besarla así? Era hermoso. Dulce.
Aplastante. Con todas las caricias suaves, con cada presión suave, con cada movimiento suave,
rasgó sus defensas en pedazos. La desnudó completamente, revelando anhelos -deseos- que
pertenecía a otra persona. La persona que había sido.

La besó como si dijera algo. Como si fuera especial. La hacía sentirse como una mujer que era
digna de respeto, no sólo un rápido y lujurioso giro contra la pared, y lo odiaba.

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Estos sentimientos la debilitaron. La volvían débil.

Pero no pudo separarse. Simplemente se sentía demasiado bueno. Sentir algo era una sorpresa. Se
había creído incapaz de sentir tras el horror de aquel día. Pero el entumecimiento -la frialdad- que
ella generalmente sentía no estaba allí.

Le encantaba la dura dureza de su cuerpo contra la de ella, lo cual no tenía sentido. Toda esa fuerza
debería ser amenazadora. Podía sostenerla. Impedir que se mueva. En cambio, la hacía cálida y
sensual. Y tal vez un poco adolorida.

No podía evitar recordar cómo todos esos músculos se habían visto en la carne. Cómo se habían
flexionado y ondulado mientras se movía.

Quería hacer que saltaran bajo sus dedos. Quería deslizar sus manos por los músculos duros de su
espalda y hombros, sobre sus brazos abultados, y tal vez incluso a través de los abdominales en su
torso.

Nunca había sentido el deseo tanto física como visceralmente, ni siquiera en aquella primera vez
antes de que todo estuviera tan terriblemente mal, y la intensidad de aquello le sorprendió.
Seguramente ésa era la explicación de los pequeños jadeos que emitían desde lo más bajo de su
garganta. Suspiró que parecía animarlo a responder con un gemido profundo y un remolino más
profundo de su lengua.

Sus manos se movieron de acunar su cabeza a su columna vertebral y luego a su cintura y caderas.
Él la estaba doblando hacia él, inclinándola hacia atrás, acercándola.

Confundiéndola.

Todo lo que podía pensar era en el calor de su cuerpo, en el sabor oscuro y picante de su boca, y en
la aguda atracción de la sensación que la atraía cada vez más con cada golpe de su lengua. Besaba
maravillosamente. Con habilidad y propósito y algo más... ¿sensación? No se apresuraba, no
sofocaba, ni babeaba con ansia. Era lento y calculado, como si todo lo que le importaba era hacerle
sentirse bien.
Estaba funcionando.

Su mano se movió sobre su pecho y ella casi saltó de su piel. El calor se acumuló bajo su palma. Su
pezón se tensó. La frotó, rodeando la almohadilla de su pulgar sobre la punta palpitante hasta que
ella se presionó contra él. Arqueando en la taza firme de su mano.

Tenía grandes manos. Eran muy grandes y fuertes, pero sorprendentemente suaves. No se aferraba
con demasiada fuerza ni se apretaba demasiado, ni se movía demasiado bruscamente.

Primero. Pero entonces su control empezó a deslizarse, y se movió un poco más rápido, un poco
más duro, y tal vez un poco más brusco. Pero no le importaba. Le gustaba. Lo sintió en el creciente
feroz e intensidad de sus gemidos. La gruesa columna de carne encajada entre sus piernas empezó a

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moler en círculos lentos y sensuales que recordaban...

Fue entonces cuando volvieron los recuerdos. Se echó hacia atrás de repente. Duramente. El horror
despojó el color de su rostro.

Dios mío, casi lo haría...

¿Que estaba haciendo? No podía hacer esto. El hecho de que hubiera querido, incluso por un
momento, le dio un golpe frío. Pero los sentimientos habían sido tan poderosos, tan abrumadores,
tan intensos.

Sabía que no debía confiar en esos sentimientos. Estaba más sorprendida de que después de todo lo
que había sucedido todavía los tenía.

Parecía tan asombrado como ella por lo que había sucedido y tan horrorizado. Se recuperó primero.
Algo. Un instante después, se estremeció como si no pudiera creer que acababa de decir eso.
Después de pasarse los dedos por el pelo, se puso de pie un poco más recto y volvió a intentarlo.

-Tengo que pediros perdón. Espero que aceptéis mi disculpa por la deshonra que os he hecho. No
tengo excusa. No sé lo que me sobrevino, pero os aseguro que no volverá a suceder.

Joan no lo podía creer. El sonido agudo de una risa se fue hacia fuera antes de que pudiera evitarlo.
¿Era real? Había algo tan encantadoramente anticuado y apropiado en él, que se sentía como si
hubiera retrocedido en el tiempo en las páginas de algún cuento de hadas.

¿Doblaría su rodilla y le entregaría su espada para hacer su voluntad? Bien amable, sabía
exactamente lo que le había ocurrido. Lujuria. Deseo. Pasión. Hizo que la gente hiciera cosas que
nunca pensó:- Tenéis mucho que aprender sobre la deshonra, sir Alex. Un beso apenas cuenta.

Lo había dicho con más ironía que sarcasmo, pero se daba cuenta por la forma en que su mandíbula
se cerraba y sus ojos se oscurecían que ella lo había ofendido -independientemente como fuera. La
miró duramente:- Tal vez sois vos quien tiene mucho que aprender de los hombres honorables, mi
señora.
La respuesta la sorprendió. Lo miró fijamente. Con un breve arqueo de su cabeza, la pasó por las
escaleras, dejándola reflexionando sobre lo que había dicho.

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Capítulo 9

-¿Joan? Os hice una pregunta.

Sorprendida de su ensueño, Joan se volvió hacia su prima con una sonrisa mientras caminaban por
la calle principal. Era el lunes de Pentecostés, el día siguiente a Pentecostés y uno de los días de
celebración más grandes del año. Los siervos estarían libres de servicio durante toda la semana y,
como en la mayoría de las grandes ciudades, guerra o no guerra, Berwick estaba celebrando con una
feria. Las calles y los mercados estaban más llenos de gente que nunca.

-Lo siento, Alice, estaba pensando. ¿Qué es lo que me habéis preguntado?

Los ceños fruncidos de Alice tendían hacia la petulancia y éste no era diferente:- Habéis estado
distraída toda la semana. ¿Qué os pasa? Me estoy cansando de repetirme.

Así también, Joan apenas podía discutir.

Alice la miró especulativamente:- ¿Tal vez la partida de Sir Hugh os haya molestado más de lo que
habéis mostrado? Dudo que una semana de ausencia haga que ponga sus ojos en otra, aunque
supongo que tenéis razón en preocuparse. Es un hombre.

La experiencia de Alice con los asuntos de su esposo evidentemente había coloreado su visión de
los hombres en general. No por primera vez desde aquella noche en la torre Joan se preguntó lo
mismo de sí misma. Tal vez sois vos quien tiene mucho que aprender de los hombres honorables.
¿Alex estaba en lo cierto? ¿Su visión de todos los hombres había sido coloreada por su experiencia
con unos pocos? No quería pensar así. Había conocido a pocos hombres honorables y muchos más
que no lo eran. Era difícil no ser cínica.

Pero no era tan cínica para no poder reconocer que podría haber juzgado mal a Alex. Sus primeras
impresiones pueden haber sido correctas. A pesar de su reacción de juicio ante su
"comportamiento", parecía creer verdaderamente algunos de los principios que la mayoría de los
hombres solo hacían de parroquia, como el honor, la galantería y la caballería. Sin embargo, le
había dado la espalda a sus amigos y los había traicionado.

Ya lo conocía lo suficiente para saber que debía haber tenido una razón... o pensó que había tenido
una razón. Lachlan había estado muy cerca del tema cuando se lo contó, excepto para decir que "Sir
Galahad" nunca había encajado, y él y Boyd habían tenido un desencuentro desde el principio.

Simplemente no tenía sentido.

Nada de él tenía sentido, y menos aún su reacción ante él. Una semana más tarde y todavía estaba
confundida por lo que había sucedido. Lo había besado de vuelta, no porque tuviera que hacerlo,
sino porque quería hacerlo. Había hecho lo que creía imposible y dio la bienvenida al beso de un

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hombre.

Más que bienvenida, pensó con una mueca de vergüenza. Lo había besado abiertamente y sin
rodeos, sin duda sólo reforzando su opinión sobre ella. Probablemente fue por eso que parecía estar
haciendo un sobreesfuerzo para evitarla toda la semana. Aunque había sentido sus ojos en ella más
de una vez. Debía estar destrozado de vergüenza por deshonrarse a sí mismo jugando con una mujer
de su clase.

Pero Joan todavía no entendía por qué la había besado como si no fuera esa clase de mujer en
absoluto, sino más bien alguien especial.

¡Querido Dios en el cielo, solo escuchadla! ¿Podría realmente ser tan ingenua como para atribuir el
sentimiento a un beso? El primer hombre que no intentó meter su lengua en su garganta y pensó que
significaba algo?

Probablemente fue su seductor truco para hacer que las mujeres creyeran que eran especiales.
Pero no se había sentido como un truco.

Suspiró, diciéndose a sí misma que no lo pensara. Tenía otras cosas de que preocuparse. Sir Hugh
debía regresar cualquier día.

Sin duda, lo mejor que salió de aquella noche fue que Sir Hugh fue llamado a una misión para el
rey. Aunque frustrantemente, no había podido averiguar nada al respecto. Nadie parecía saber los
detalles, o si lo hacían, estaban siendo muy secretos.

Tendría que esperar hasta que volviera a ver qué podía averiguar. Instintos o no, estaba claro que ya
no podía romper las cosas con él, al menos no de inmediato. Pero al menos su ausencia le dio la
oportunidad de respirar y averiguar cómo iba a manejarlo.
El sonido de un pisoteo interrumpió sus reflexiones.

-Lo estáis haciendo de nuevo -dijo Alice, claramente molesta.

-Dejadla en paz, Alice -dijo Margaret-. No necesita confiaros todos sus secretos.

Alice le dirigió a su hermana un ceño fruncido:- ¿Qué secretos puede tener Joan? -os sorprenderías,
pensó Joan.

Margaret le sonrió como si la hubiera oído:- Todos tenemos secretos -dijo su prima en voz baja.

Alice miró a su hermana como si supiera cuáles podrían ser algunos de esos secretos, y la
molestaron. Ella frunció el ceño y estuvo a punto de decir algo cuando Margaret la detuvo.

-¿No es el caballero que vimos practicando en Wark el otro día? ¿Alex Seton?

Joan trató de fingir desinterés mientras se volvía en dirección a la mirada de Margaret, pero
sospechaba que su intensa respiración no había pasado desapercibida. Aunque inmediatamente

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apartó los ojos para que sus miradas no se cruzaran, la rápida mirada a través de la multitud fue
suficiente para confirmar su identidad y llevar un rubor caliente a sus mejillas mientras los
recuerdos golpeaban con la sutileza de un martillo. Su corazón empezó a latir a una velocidad
alarmantemente acelerada.
No era nada, se dijo. Sólo un beso. No tenía ninguna razón para sentirse avergonzada o sentirse
incómoda. Pero no se podía negar que sentía ambas cosas. El recuerdo de aquel beso -y con qué
intensidad había respondido- era demasiado fresco.

-Sí -contestó con tanta indiferencia como pudo. Entonces, antes de que se fijara en ellos, o su prima
hiciera algo espantoso como un saludo, tomó el brazo de Margaret para alejarla-. Vamos, creo que
huele a las tartas.

No había manera más segura de conseguir que se movieran rápidamente -como ella, sus dos primas
adoraban tartas. Debía ser un rasgo de familia.

Por desgracia, no fueron lo suficientemente rápido. Sólo habían dado algunos pasos hacia los
puestos cuando alguien -una gran persona- bloqueó su camino.

-Señoras.

La profunda voz masculina envió escalofríos de conciencia por la columna vertebral de Joan que le
hizo picar la piel y los diminutos pelos de su cuello quedaron de punta. ¿Cómo lo hacía? ¿Y tenía
que oler tan bien? Era un hombre con armadura completa en un día caluroso. Debería apestar a
sudor, no oler como si acabara de salir de un baño húmedo.

Sus mejillas se sonrojaron con más intensidad, ya que esa imagen surgió involuntariamente de la
mente. Su pecho desnudo había sido espectacular; se imaginaba que el resto sería...

¡Nada en lo que debería estar pensando!

Pero si fuera el tipo de mujer que admirara las espaldas -que tal vez lo fuera- estaría en el cielo. No
pudo evitar notar los fuertes músculos de sus flancos en los calzones de cuero cuando ella había
sido capaz de apartar sus ojos de su pecho desnudo el otro día.
Dios en el cielo, ¿qué le pasaba?

Algo acerca de Alex la hacía sentir como una doncella enamorada de nuevo, antes de que hubiera
tenido las estrellas arrancadas de sus ojos y su inocencia robada para siempre. Aunque no recordaba
nunca estar tan físicamente atraída por un hombre y llena de pensamientos tan decididamente
sexuales.

Molesta por su tonta reacción ante él, levantó la vista con una sonrisa a su boca que vaciló un poco
cuando encontró esos espectaculares ojos azules cristalinos clavados en ella. Temía que volviera a
aspirar la respiración.

-Mi lord -dijo con un ligero arqueamiento de su cabeza que era más para evitar es mirada penetrante
que por deferencia.

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¿Había notado sus mejillas enrojecidas? Esperaba que los atribuyera al cálido día. La reacción de
su muchacha de dieciséis años era bastante mala sin que lo supiera. No debía ser tan afortunada.

-¿Algo está mal, Joan? -preguntó Alice, agitando su abanico en su dirección como para enfriarla-.
Vuestro rostro está tan rojo como una remolacha.
Y sin duda cada vez más rojo. Joan maldijo a su prima y sacudió la cabeza con dureza, sin atreverse
a mirar a Alex.

-Se está un poco cálido, eso es todo -con toda la dignidad que udo reunir, se obligó a encontrarse
con la mirada de Alex-. Si nos disculpa, mi señor, mis primas y yo estábamos a punto de
refrescarnos.

Estaba siendo grosera, y ambos lo sabían. Pero lo único que quería hacer era alejarse. Notó que él
sentía lo mismo, lo que no la hacía sentirse mejor, pero miró hacia atrás, frunciendo el ceño:-
¿Dónde está vuestra escolta?

Joan señaló al joven escudero que pateaba la tierra con aburrimiento unos cuantos metros detrás de
Alice:- Justo ahí.

-¿El muchacho?

-El escudero de mi marido -intervino Alice, mirando a Alex y Joan con un ligero surco entre las
cejas.

Joan casi gimió. Maravilloso. ¿Era tan obvio que hasta su ignorante prima se daba cuenta? Lo que
fuera.

Alex se volvió hacia Alice y le dio una galante reverencia:- Por favor, permitidme que los
acompañe. Las multitudes a veces pueden volverse indisciplinadas, y no puedo, en buena
conciencia, dejaros ir sin una escolta adecuada.

-No -la objeción de Joan surgió de inmediato, probablemente porque había dirigido la petición a su
prima en primer lugar. Consciente de los tres juegos de ojos en ella, apresuradamente explicó-.
Quiero decir, gracias por su generosa oferta, pero no es necesario. Charlie es muy capaz de cuidar
de nosotras.

Miró a la dirección del escudero para ver que no le prestaba atención. Ya no estaba aburrido, estaba
cautivado por un par de jóvenes que estaban de pie a pocos metros susurrando y riéndose detrás de
sus manos ante el apuesto joven escudero. Joan y sus primas podrían haber tenido sus bolsillos
cortados o gargantas para el caso, y él no se habría dado cuenta. Ambas muchachas eran bastante
generosamente proporcionadas en el área del pecho.

-Sí, puedo ver eso -dijo Alex secamente.

-No queremos alejaros de sus deberes -dijo Margaret. Joan podría haberla abrazado.

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Pero Alex no mordió. Tenía la mandíbula cerrada. Sentía en él una tenacidad acerada que no se
disuadiría fácilmente. Cuál era exactamente por qué ella necesitaba evitarlo.

-Mis deberes pueden esperar -dijo Alex.

Joan intuyó que preferiría que no, pero aparentemente la caballería tenía prioridad.

Al parecer, el asunto se decidió, Alex se les unió mientras paseaban por los puestos del mercado.
Tenía que admitir que su presencia no estaba sin efecto. La gente parecía darles un espacio más
amplio con el imponente caballero al frente, y si alguno de los hombres de la multitud hubiera
estado inclinado a mirar y admirar a las tres nobles rápidamente apartaron la vista. Las mujeres, sin
embargo, no eran tan tímidas. Joan notó un montón de jóvenes, y no tan jóvenes, que miraban
fijamente al extraordinariamente guapo caballero vestido de cotun. La irritaba sin motivo alguno, o
al menos no por uno que quisiera admitir.

Joan se mantuvo en la parte trasera del grupo y fingió no escuchar las conversaciones que surgieron
entre Alex y sus primas. Pero uno le golpeó el frío.

-Encargo... -dijo Alice-. Ah, ahora lo recuerdo. Mi marido ha hablado de vos. Creo que os estáis
encargando de un pequeño problema para él.

Había algo en la forma en que lo decía que pinchaba la curiosidad de Joan.

Alex parecía inclinado a no responder con más de un reconocimiento murmurado, pero Margaret
preguntó:- ¿Qué tipo de problema?

-El problema del traidor que ha estado suministrando información a los rebeldes -dijo Alice con
enojo.

Joan tuvo la suerte de que se hubieran detenido por un momento para aprovechar la sombra
mientras terminaban de refrescarse o su paso podría haber tomado el mismo enganche que sus
latidos cardíacos.

-¿De veras? -preguntó Margaret, una extraña nota en su tono-. ¿Quién haría algo así?

-Mi marido tiene sus sospechas, pero eso es lo que Sir Alex ha accedido a averiguar.

El estómago de Joan se puso de pie. ¿Alex estaba buscando al espía? Dios mío, se alegraba de que
nadie la estuviera mirando porque temía que el rubor en su rostro se hubiera puesto repentinamente
muy pálido.

-¿Hay alguna pista prometedora hasta ahora, mi lord? -preguntó Margaret.

Alex parecía vagamente incómodo:- Acabo de empezar, mi señora.

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En otras palabras, no. Joan dejó escapar el aliento que no se dio cuenta de que había estado
sosteniendo.

Sintió sus ojos en ella y se dio cuenta de que podría haber sonado demasiado como un suspiro de
alivio. Con la intención de distraerlo, dijo:- Me sorprende que escogieran a un escocés para el
trabajo -luego agregó con lo que esperaba que fuera la cantidad correcta de inocencia-. ¿Aunque tal
vez piensen que su reciente experiencia en el ejército de Bruce será útil?

Aparentemente no lo suficientemente inocente. Su mirada se endureció:- Sí, algo así, mi señora.


Aunque obviamente lo había enfurecido, al menos había conseguido desviar la atención de sí
misma. Por lo menos por un momento.

-Joan -dijo Margaret-. ¿No es esta la tienda de la que hablabais?

Para su horror, Joan miró y se dio cuenta de que estaban de pie junto a la mercadería. Lo había
mencionado a sus primas, esperando tener la oportunidad de hacer contacto. Pero no había previsto
que Alex Seton volviera a estar con ella.

-Sí –dijo-. La vi en mi último viaje a la ciudad. Parecen tener una gran exhibición de sedas.

Alice se animó ante la palabra mágica:- Deberíamos entrar.

La sonrisa de Joan no traicionó ninguna de sus alarmas internas:- Se está haciendo tarde.
Necesitamos volver al castillo si vais a querer llegar a tiempo para vestiros para la comida del
mediodía. Podemos volver la próxima semana después de la feria, cuando la gente se haya ido -se
volvió hacia Alex y finalmente permitió que sus ojos se encontraran. Si el estremecimiento que
corría a través de ella era cualquier indicación, había sido un error-. Creo que hemos tomado
suficiente tiempo de Sir Alex hoy.

Alex sabía que estaba ansiosa por deshacerse de él, y olvidó por un momento que él estaba tan
ansioso por evitarla, que se quejó.

Sonrió, sabiendo lo mucho que estaba a punto de molestarla:- Tengo todo el tiempo del mundo,
señora. Estoy a su mando.

Su boca se movió en una línea apretada, y tuvo que obligarse a no reír, aunque lo que había dicho
no era exactamente cierto. Había seguido una pista cuando había notado a las damas -o más bien a
una señora en particular- en la multitud. Podría haberla dejado ir si no hubiera notado su falta de
escolta.

Dejarla ir es lo que había estado tratando de hacer durante la semana pasada. Como estaría en
Berwick para el futuro previsible -o al menos hasta que descubriera al espía-, sabía que no podría
evitarla completamente, pero había estado haciendo todo lo posible por intentarlo. Con demasiada
frecuencia, sin embargo, había encontrado su mirada vagando en su dirección.

No podía mirarla sin pensar en lo que había hecho, y eso despertaba en él sentimientos muy

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conflictivos. Se avergonzaba de sus acciones, nunca había tratado a una mujer tan deshonrosamente,
pero tampoco podía olvidar lo increíble que se había sentido. Sosteniéndola... Besándola... Se había
sentido tan condenadamente bien. Lo cual no tenía sentido porque estaba tan mal en todos los
sentidos.

De este modo frustrado, había centrado su atención en la identificación del espía, pasando
metódicamente por lo que sabía sobre la información que había filtrado y tratando de igualarla con
los sospechosos más probables. Por mucho que odiara admitirlo -y de verdad odiaba admitirlo-,
Pembroke probablemente tenía razón en que probablemente era un escocés.

Tenía mucho sentido. El único sospechoso inglés, Ralph de Monthermer, el ex amigo de Robert de
Bruce, que la mayor parte de la Guardia supuso haber sido la fuente, había estado alejado de
Inglaterra durante gran parte de los últimos años patrullando el Mar de Irlanda. Dado el tipo de
información que había sido aprobada, era mucho más probable que proviniera de alguien en las
fronteras.

Alex estaba realmente seguro de ello. Tenía información que nadie más del campamento inglés
tenía. Sabía que el espía había estado en el área de Roxburgh hace unos años, ya que la esposa de
Lamont, Janet -que había estado posando como monja- había sido el contacto.

Desafortunadamente, estrecharlo hasta Roxburgh hace pocos años no ayudó mucho, ya que la
fortaleza de la Frontera había sido el segundo lugar después de Berwick como cuartel general del
ejército inglés en el momento de la primera campaña de Eduardo II. La mayoría de los comandantes
de Eduardo, hombres que habrían estado en condiciones de oír información importante, habrían
atravesado Roxburgh en ese momento, al igual que los barones escoceses en las fronteras. Hombres
como Alexander Abernathy, los Umfravilles (tanto el Conde de Angus como Sir Ingrim), William de
Soules, Sir David Brechin y Sir Adam Gordon.

Gordon. Había otra conexión que Alex seguía volviendo a otra que el sobrino de Sir Adam había
sido un guardia. Una de las que deseaba al infierno que no hubiese conocido. La hermana gemela de
Janet, la esposa de Mary-Sutherland, había estado muy cerca de Sir Adam. Alex también sabía que
Sir Adam había transmitido en secreto información sobre la fabricación de polvo negro a Sutherland
no mucho antes de que Janet apareciera en Roxburgh. ¿Había sido todo lo que había pasado o había
más?

Alex no quería creer que fuera posible. Sir Adam era demasiado honorable, demasiado noble para
ser un espía. Era el último hombre que Alex quería sospechar.

Pero cuando vio al anciano guerrero salir del castillo temprano esta mañana, Alex lo había seguido.
Alex no esperaba que condujera a nada, pero sir Adam había ido al priorato en Coldingham, donde
Lamberton, el obispo de St. Andrews y uno de los compatriotas más leales de Bruce, habían estado
durante años.

Podría ser una coincidencia, y algo le dijo a Alex que era, pero había estado en su camino para
confrontar a Sir Adam cuando se había dado cuenta de que Joan y sus primas vagaban por la feria.
Había sido incapaz de resistir. Al igual que él había sido incapaz de resistirse a empujarla.

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Ella seguía mirándolo fijamente cuando su prima respondió a su oferta de acompañarlos a la tienda.
Era la misma mercadería a la que Joan se había enfrentado antes. La muchacha debe tener gusto
de hacer compras a través de ventanas.

-Sois muy amable, sir Alex -dijo lady Margaret-. Pero me temo que mi prima tiene razón. Será
mejor que volvamos al castillo.

-Entonces dejadme escoltaros -dijo Alex.

-Eso no es...

-Insisto -dijo Alex, cortando a Joan con una sonrisa diabólica-. ¿Qué era lo que le provocaba la
maldad?
Sospechando que lo sabía, se puso serio. Esta atracción era un maldito inconveniente. Sin
mencionar lo incómodo. Todo lo que tenía que hacer era estar a su lado y su cuerpo respondía.
Sabía que debía alejarse de ella, pero saber era más fácil que hacerlo.

Se alegró cuando Margaret conversó con su hermana. Alice de Beaumont era sin duda una belleza,
pero también era estropeada y vana. El tipo de mujer que esperaba ser aduladora y coquetear con el-
ninguna de las cuales iba a hacer.

Él y Joan caminaron en silencio sorprendentemente amistoso durante un rato. Tenía que tenderle la
mano y estabilizarla cuando alguien en la multitud la empujó. La forma en que ella se estremeció
por su contacto le picó.

-¿Seguís enojada conmigo? Tenéis todo el derecho a estarlo.

Ella le dirigió una mirada de soslayo que podría haber tenido un toque de reproche por sacar el
tema que obviamente estaba tratando de ignorar. Pero eso era como tratar de ignorar a un caballo
púrpura.

-No estoy enfadada con vos. Si estoy enfadada con alguien, es conmigo misma -hizo una pausa,
cambiando su mirada-. No debería haberos provocado.

Se ruborizaba de nuevo, como lo había hecho antes cuando sus excesivos esfuerzos por deshacerse
de él habían captado la atención de su prima. Sin embargo, tenía que estar en desacuerdo con Lady
Alice. Las mejillas de Joan no eran del color de las remolachas. Eran una tonalidad rosa mucho más
bonita de rosa.
El rubor de niña era adorable y tan lejos de la seductora sirena que era en otras ocasiones, era difícil
burlar las dos.

En realidad, no eran burlas, y la incongruencia le intrigó. Lo intrigaba. ¿Era la ruborizante y dulce


doncella que le había encantado la primera vez que se habían encontrado o la seductora practicada
ligada a un número de hombres?

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Cuanto más la miraba y cuanto más tiempo pasaban juntos, más algo acerca de la sirena no se sentía
bien. Pero tal vez fue sólo una ilusión de su parte? Tal vez quería creer que tal vez no estuviera tan
equivocada.

Su boca se retorció en una sonrisa irónica:- Sí, bueno, no fue sin causa. No tenía derecho a hablaros
así. Mi única excusa -y no es buena- es que no estaba en el mejor estado de ánimo. Sé que lo que
hacéis no es asunto mío, pero creo que alguien debería estar cuidando de vos.

Ella alzó una ceja:- ¿Eso era una disculpa?

Sonrió:- Sí, estaba destinado a serlo, aunque supongo que no fue muy bueno.

Estaba sorprendido y enormemente complacido cuando le sonrió de nuevo:- Bueno, se acepta. Pero
no necesitáis preocuparos por mi cuenta, Sir Alex. Tengo a alguien vigilándome.

-¿Quién?
-La persona en la mejor posición para hacerlo.

Comprendió el suave reproche, aunque no estuviera seguro de estar de acuerdo con ella:- Vos
misma -asintió con la cabeza, contenta de haberlo adivinado.

Acababan de pasar por el segundo puente levadizo de madera y atravesar la puerta final antes de
entrar en el castillo cuando dijo: Vos y yo empezamos con mal pie.

Joan lo miró, y la sensación de esos aterciopelados ojos azules oscuros en él le dio un poco de
sacudida:- ¿No os referís al tobillo malo?

Se rio:- Sí, bueno tal vez tengái razón, pero me gustaría cambiarlo.

Ella lo miró desde debajo de sus pestañas casi tímidamente:- A mí también me gustaría.

-Bueno...

El resto de lo que había estado a punto de decir fue cortado por un hombre que había salido de una
multitud en el patio.

-Ahí estáis -exclamó el hombre, caminando hacia ellos.

Alex se puso rígido. Diablos, Despenser estaba de vuelta.

-Estaba a punto de venir a buscaros -agregó. Los ojos de Despenser se habían fijado en Joan, pero
ahora se deslizaron hacia lady Alice-. Vuestra criada dijo que os habíais ido hace algún tiempo.

-No había motivo para preocuparse -Lady Margaret interrumpió, volviéndose hacia Alex con una
sonrisa apreciativa-. Sir Alex fue lo suficientemente generoso como para escoltarnos.

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-Puedo ver eso -dijo Sir Hugh a través de una mirada muy estrecha dirigida a Alex.

Su disgusto era obvio. Alex no se molestó, pero lady Joan se apresuró a explicar:- La feria estaba
más concurrida de lo que esperábamos. Cuando encontramos a Sir Alex, insistió en acompañarnos.

Alex apretó los dientes. Estaba claro lo que estaba tratando de hacer. No quería que hubiera ningún
malentendido sobre su relación. La explicación parecía servir a su intención de apaciguar al joven
señor.

Sin embargo, no tuvo el mismo efecto en Alex. Estaba recibiendo ese sentimiento posesivo y
protector otra vez corriendo por sus venas, y sabía que era mejor retirarse antes de hacer o decir
algo que arruinara la tregua tentativa que él y lady Joan acababa de forjar. Como si estuviera
aplastando su puño a través de los bonitos dientes de Despenser.

Con una breve reverencia a las damas, Alex se excusó y se alejó. Mientras aún podía.

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Capítulo 10
Esto era un error.

Los instintos de Joan volvían a gritar, pero había retrasado a sir Hugh el mayor tiempo posible.
Debería estar a salvo, pensó con una mirada inquieta mientras entraban en los tranquilos establos.
Pero los soldados seguían practicando en el patio cercano y, aunque estuviera tranquilo, no duraría
mucho tiempo.

Anticipando los movimientos de Sir Hugh, se alejó de él -y su abrazo- tan pronto como entraron.

-¿Dónde está este gran héroe? -preguntó juguetonamente, con las manos en las caderas-. Habéis
jurado por vuestro honor como caballero que el gran héroe del castillo dormía en el granero. Espero
que no haya sido un truco.

La sonrisa de Sir Hugh contenía una indirecta de malicia:- ¿Pensasteis que iba a mentir para haceros
sentir sola? Bueno, podría, pero en este caso, no lo hice. Ven, mirad por vos misma.

Cuando empezó a conducirla hacia uno de los puestos en la parte de atrás, estuvo aún más segura de
que algo estaba a punto de ocurrir. Pero ela se obligó a seguir caminando. Podía manejar esto.
Podría manejarlo. Algo estaba pasando con el comando inglés, y estaba decidida a saber qué era.
Se detuvo, inclinándose sobre la puerta de madera para señalar un pequeño bulto negro y peludo en
la paja.

-Ahí está.

Frunciendo el ceño, pero innegablemente curiosa, Joan se inclinó hacia delante e identificó el bulto
como un perro dormido. Un perro durmiente muy pequeño y maltratado –mirándolos-. De repente,
la diminuta criatura levantó la vista, saltó a sus pies y comenzó a ladrar locamente.

Ella se estremeció ante el sonido, que era en realidad más un tono agudo. Pero la bondad, la cosa
pequeña era tan fea como linda.

De pronto comprendió el enigma de Sir Hugh.

A pesar de que esta pequeña bestia había causado muchos problemas a sus hermanos de las
Highlands, no pudo evitar sonreír.

Sir Hugh era listo, le daría eso:- Éste es el perro que alertó a los guardias y evitó que el castillo
fuera tomado por los rebeldes el 2 de diciembre pasado.

Gregor MacGregor, Flecha había tenido el perro en su mira, pero había vacilado al disparar, y los
ladridos del perro había alertado a la guarnición de su presencia, arruinando su oportunidad de
tomar el importante castillo. Según Lachlan, esa vacilación había hecho de Gregor el punto de mira

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de muchas bromas en la Guardia, pero después de ver al perro, Joan comprendió. Tampoco habría
podido disparar.

Sir Hugh parecía un poco decepcionado:- No se suponía que tuvierais que adivinarlo tan fácilmente.
-Fue difícil no hacerlo -hizo una mueca de nuevo mientras continuaba-. Este pequeño tipo es muy
conocido en todas las fronteras.

-Entonces, ¿estáis de acuerdo? Voy a tener mi disculpa ahora. Habéis calumniado mi honor
sugiriendo trucos -dijo con gravedad simulada.

Rio:- Muy bien, me disculpo. Teníais razón: el mayor héroe de Berwick duerme en los establos.

Se inclinó para calmar al perro y rápidamente se dio cuenta de su error cuando se acercó a ella:-
Creo que necesitaré más de una disculpa que eso.

Su voz ronca no dejaba duda de su significado. Alarmas resonaron en su cabeza.

Él puso sus manos en sus caderas, y sabiendo que estaba a segundos de tener su parte inferior
apretada contra una parte de él que no tenía interés en sentir, se levantó rápidamente e intentó irse
lejos. Pero esta vez anticipó su movimiento, y en su lugar, lo convirtió en su abrazo.

Ella jadeó cuando su pecho chocó con el suyo:- Ahora está mejor -dijo con voz ronca, empujándola
contra la pared del puesto-. Dios, os sentís bien.

Joan deseó poder decir lo mismo. No había nada objetivamente mal con él. Su aliento no olía a
arenque, sus labios no estaban demasiado hinchados ni su nariz demasiado larga. Su barba bien
arreglada no estaba salpicada de migas de la comida del mediodía. Su cuerpo era duro y magro con
suficiente músculo bien esculpido para hacer saltar el corazón de una mujer.
Pero el suyo estaba saltando por una razón completamente diferente.

No comprendía este temor, casi el pánico. Había estado en esta situación antes y nunca había tenido
un problema tan destacable. Pero nunca antes se había sentido tan mal. Nunca antes la había
comparado con otra. Y nunca antes la había hecho sentir como si necesitara bucear en el lago.

El beso de Alex le había quitado su armadura de indiferencia. Una mirada al rostro de Sir Hugh y
ella leyó su intención. Su pulso dio otro salto vicioso. Me va a besar...

-Nunca me hablasteis de vuestro viaje -le espetó.

El lento descenso de su boca se detuvo. Sus ojos se estrecharon lo suficiente como para que se diera
cuenta de que tenía que tener cuidado. Al parecer, su sutil sutileza al cuestionarla la había
abandonado.

-No, no lo hice.

Su corazón latía tan fuerte que temió poder oírlo en su voz:- Debe haber sido importante.

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Su expresión no cambió. Se sentía un poco como un insecto bajo una roca que acababa de
levantarse:- Lo era.

-El rey debe valoraros mucho.

Interpretando mal su interés como lo había planeado, sonrió:- Lo hace.

Pensó que le gustaba su poder y su importancia, pero no por las razones que imaginaba. Por
desgracia, parecía que Sir Hugh no era un bromista. Necesitaba averiguar sobre su misión.
Empezó a bajar la boca de nuevo, y se dijo a sí misma que podía hacer esto -¿cómo podría ser
malo?-. Pero en el último minuto volvió su rostro para que su boca aterrizó en su mejilla y
mandíbula en su lugar. No parecía importarle el desvío, mientras su boca descendía para devorarle
la garganta y el cuello.

-Estuve aburrida toda la semana -dijo de nuevo, tratando de pensar en otra cosa que no fuera lo que
estaba haciendo. Pero la sensación de su boca en su piel hizo que se arrastrara como si un frasco de
arañas acabara de ser vertido sobre ella-. Había tan poco que hacer. Asalto por unos días, y entonces
todo el mundo se estaba preparando para la feria... -siguió caminando unos minutos más, pero nada
podía distraerla... ni a él.

Su boca salió de su garganta para cubrirse la boca. Fue tan malo. El rechazo de su cuerpo fue
instantáneo. Lo sentía en cada fibra de su ser. ¡No! Quería gritar. Sus músculos se tensaron con la
respuesta instintiva para liberarse.

Pero se obligó a no moverse. Era un trabajo. Servía un propósito más alto. No era ella. No sentía
nada. Era sólo un beso.

Pero el frío desapego que siempre había podido reunir no estaba allí. Lo sintió todo, y la sensación
de sus labios presionando intensamente – lustrosamente- contra los suyos...
Oh Dios, no podía hacer esto.

Se alejó... o trató de alejarse... rompiendo el beso si no su control sobre ella.

-¡Esperad! -dijo en un jadeo.

Sus brazos se tensaron alrededor de ella. Nunca había estado encerrada en los hierros, pero
sospechaba que la sensación sería la misma.

-¿Esperar qué? -dijo con enojo.

-Yo... uh... alguien puede descubrirnos. Además... -sonrió ampliamente y esperó con mucho menos
temor de lo que estaba sintiendo-. Primero debemos conocernos un poco mejor.

Era lo único en lo que podía pensar para dejarlo. Dios sabía que su truco con el matrimonio no iba a
funcionar con Sir Hugh, nunca creería que fuera tan tonto como para considerar el matrimonio.

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Sus ojos oscuros contenían una advertencia de que no estaba de humor para los retrasos o los
juegos.

-Ya sé todo lo que necesito, y nos conocemos muy bien -hizo una pausa y la miró
sospechosamente.- ¿Por qué de repente estáis jugando a la doncella ruborizada? Pensé que queríais
esto. ¿O tal vez hay algo más que queréis de mí? -sus ojos se dibujaron tan fuertes como puñales-.
¿Esto es cosa de la Reina? ¿Me estáis espiando?

-¡Por supuesto que no! -exclamó con firmeza. Pero su acusación llegó demasiado cerca de la
verdad. Ella despertó sus sospechas, y sabiendo que tenía que ponerles fin, no protestó cuando su
boca cubrió la suya otra vez.

Lo intentó -verdaderamente lo hizo- durante unos tres segundos. Pero cuando intentó apretar la
lengua entre sus labios, el pánico -la repugnancia- fue demasiado abrumadora. No podía soportarlo.
No otra vez.

Trató de apartarse una segunda vez, pero no pudo. Los brazos que la rodeaban eran como cadenas
de acero. No iba a dejarla ir.

Ella luchó, un momento de pánico que la alcanzó mientras los recuerdos se precipitaban hacia atrás.
Pero sólo por un instante. Nunca dejaría que esa sensación de impotencia se apoderara de ella,
nunca permitiría que un hombre la lastimara así de nuevo.

Sus movimientos eran suaves y rápidos, como si se practicaran mil veces, lo cual no estaba
demasiado lejos. Lachlan era un maestro difícil y exigía la perfección. Se había alegrado de ello
ahora y había estado más de una vez.

Movió su mano izquierda hacia su brazo derecho para agarrar el interior de su codo y la elevó hasta
su mejilla izquierda. Ninguno de los movimientos eran amenazadores, pero cuando se hacían
juntos...

Ella tiró hacia dentro de su brazo mientras la otra mano empujaba contra su mandíbula para girar su
cabeza. Usando esta maniobra sencilla pero elegante fue capaz de darle la vuelta para cambiar sus
posiciones, así que fue él quien ahora fue empujado contra la pared. Su sorpresa le permitió
liberarse y retroceder.

Se hizo sin golpe ni pausa. Su objetivo había sido ganar su libertad, no herirle, aunque fácilmente
podría haberlo hecho. Y tal vez incluso quería hacerlo. Pero no quería llamar la atención demasiado
sobre sus habilidades inusuales.

En eso fracasó.

***

Alex desplegó lentamente la mano que había sido apretada alrededor de la empuñadura d su daga.
Despenser había estado a unos segundos de tenerla enterrada profundamente en la base de su cuello.

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Alex no se habría perdido. Su habilidad con la hoja era lo que le había ganado su lugar en la
Guardia de los Highlanders.

No podía recordar el deseo de matar tan poderosamente. Ya había sido bastante malo cuando la boca
de Despenser se apretó contra la suya la primera vez. Pero cuando la besó de nuevo y Alex la vio
luchando por liberarse, el impulso le había llegado en una neblina roja, primitiva, que aún ahora
golpeaba su sangre.

Si no se hubiera librado de su dominio, Alex habría matado al nuevo favorito del rey. Felizmente.
Un hombre que obligaba a una mujer no merecía nada menos.

Tal vez Alex y su ex compañero eran más parecidos de lo que se dio cuenta. La vehemencia de su
reacción fue inesperada. Nunca había experimentado el tipo de odio que Boyd había sentido
después del odio a la violación de su hermana, que había alimentado su venganza contra los
ingleses, pero tal vez ahora lo había probado.

En realidad, no estaba completamente seguro de que su daga todavía no terminaría en la espalda del
bastardo... o en su intestino, por cierto.

Despenser dio un paso amenazador hacia ella:- ¿Que demonios? Cómo hicisteis...

-¡Esperad! -se alejó de Despenser-. Escuché algo.

Alex se quedó quieto. ¿Había hecho algún ruido?

-No habéis oído nada -gruñó el otro hombre-.Le pagué a los muchachos de establo un chelín a cada
uno para ver que no nos molestaran por un tiempo.

Alex había visto a los dos muchachos vigilando la puerta poco después de que Despenser y lady
Joan hubieran entrado, por lo que se había metido en el establo por la puerta del lado opuesto para
traer el heno dentro.

No podía creerlo cuando la había visto entrar con él en el granero. ¿No se daba cuenta de lo que
pasaría?

Su boca cayó en una línea dura. Por supuesto que sí. Y era un necio, porque creía que el beso que
habían compartido podía significar algo. Le tenía a él. No se había dado cuenta hasta cuándo la
había visto en brazos de otro hombre.

-Así que planeabais algo –dijo.

-Por supuesto que sí -respondió Despenser con enojo-. Cualquier tonto habría sabido lo que
planeaba. Y sea lo que sea, Lady Joan, no sois tonta. Así que o esto es una burla o teníais otro
propósito para llevarme a creer que queríais acostaros conmigo -sus ojos se estrecharon-. ¿Cuál es?

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Despenser había dejado de avanzar sobre ella, y se puso de pie para mirarlo. Sorprendentemente,
dadas las circunstancias, no parecía amenazada ni asustada. En realidad, parecía segura y fuerte.
Alex frunció el ceño.

-Ni la una ni la otra -dijo con una audaz elevación de la barbilla-. Simplemente no creo que nos
convenga.

-¿No creéis que nos convenga? -Despenser repitió incrédulo-. ¿Quién demonios creéis que sois?
¿Desde cuándo una perra bastarda rechaza a uno de los hombres más importantes del reino? -la
mano de Alex volvió a su puñal.

No era solo su ira, aunque sólo un ligero tinte de rosa en las mejillas de Lady Joan traicionó su furia
cuando respondió a la burla:- Desde ahora mismo. Siento haberlo decepcionado, Sir Hugh, no era
mi intención. Pero no hay razón para ser cruel. Hemos sido amigos desde hace mucho tiempo.

Los ojos del joven caballero brillaron. Claramente, la amistad era lo último en lo que estaba
pensando. Alex le rogó silenciosamente que hiciera un movimiento. Dadme una excusa. Su mano
estaba prácticamente quemándole.

Pero ella lo detuvo:- Hay alguien más –dijo.

-"¿Quién?" -preguntó el otro caballero con enfado, haciéndose eco de los pensamientos de Alex.
Se mordió el labio, sus manos se retorcieron un poco antes que ella.

-Prefiero no decirlo.

Despenser la miró con repugnancia:- No tenéis que decirlo. He visto la forma en que miráis a Seton.
Es él, ¿verdad? -Alex se quedó inmóvil. ¿Era cierto? No podía creerlo cuando asintió. Despenser
maldijo con enfado.

-¿Estáis segura de que no perdéis el tiempo, verdad? ¿Vuestra cama había crecido tanto en una
semana que necesitabais llenarla con el primer hombre que encontrasteis? Me sorprende que os
haya aceptado vuestra oferta. Seton no es conocido por mezclarse con putas.

Ésa podía haber sido la excusa que Alex había estado esperando, pero Joan se movió lo suficiente
para bloquear su línea directa con Despenser.

-No es así -dijo suavemente.

Sir Hugh debió de ver algo en su expresión y soltó una risa dura:- Una lujuria no correspondida, ¿es
eso? No me sorprende. Por lo que sé de Seton, se mantiene rígidamente alto para ser un escocés. Sin
embargo, debe tener hielo corriendo a través de su polla para rechazar una pieza sabrosa como vos
en su cama.

Alex no estaba seguro de cuánto más podía soportar. Sólo sabiendo la vergüenza que le causaba le
impidió revelarse en ese momento y limpiar las palabras burdas de la boca de Despenser con los

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puños.

Joan permaneció en silencio, pero Alex intuyó que estaba tan furiosa y ansiosa por defenderse. ¿Por
qué no lo hacía? ¿Tal vez sólo lo quería? Si ese fue el caso, funcionó.

Despenser cerró la distancia entre ellos. Se tensó al mismo tiempo que Alex, pero no había ninguna
causa. El joven caballero pasó junto a ella.

-Cuando os deis cuenta de vuestro error no os molestéis en intentar corregirlo. Será muy tarde.

-Lo siento.

-Guardad vuestras disculpas –dijo-. No quiero oírlas -sonrió fríamente-. Pero os aseguro que lo
lamentareis mucho.
La amenaza no era sutil, ni pretendía ser. Al rechazarlo, Joan Comyn acababa de convertirse en un
enemigo peligroso, y parecía saberlo también.

Se hundió en un fardo de heno con un suspiro pesado y una expresión de preocupación en su rostro.
Tal vez percibiendo su estado de ánimo, el perro trotó fuera del puesto para colapsar en una pelota
por los pies. Para una criatura que había causado tantos problemas para los antiguos hermanos de
Alex, seguro que era un perezoso pequeño sinvergüenza. Pero Alex estuvo casi celoso de ese un
momento después, cuando Joan se agachó distraídamente para acariciarlo entre las orejas.

Alex probablemente debería dejarla sola. Pero parecía que no era muy bueno en hacer lo que debía
hacer cuando se trataba de Joan Comyn.

-Despenser no lo olvidará pronto -dijo, saliendo de las sombras donde había estado observando. Se
puso en pie de un salto. El perro que había despertado una guarnición apenas levantó la cabeza en la
dirección de Alex-aparentemente sus últimos días estaban cerca. Joan se recuperó rápidamente y lo
rodeó.

-¡Sabía que había oído algo! ¡Me estabais espiando!

Alex no lo negó:- No fue intencional. Regresaba del río después de la práctica cuando os vi entrar
aquí sola con él. Maldita sea, Joan, ¿en qué estabais pensando? Teníais que saber el peligro y lo que
podía pasar. Él podría tener...

Las palabras eran tan repugnantes que ni siquiera podía sacarlas.

-Sí, sé que... -se detuvo. Por un momento pareció embrujada, devastada, pero entonces el familiar
desafío volvió a sus ojos-. No necesito que me protejáis, Alex. Puedo cuidar de mí misma.

Ignorando por el momento que había usado su nombre, y cuánto le gustaba oírlo, quería discutir,
pero se dio cuenta de que no podía. Se había liberado. Muy bien en realidad. Sus movimientos
habían sido lisos y pulidos, como si fuera algo que había hecho muchas veces antes. Tal vez lo
hubiera hecho. Pero algo más sobre él se meneó. Algo familiar.

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Él frunció el ceño:- ¿Dónde aprendisteis a hacer eso?

Joan sabía que había cometido un error. Su tercera o cuarta parte de la tarde, tantos que había
perdido la cuenta. De pensar que podía hacer lo que tenía que hacer para evitar la confrontación
como acababa de tener con Sir Hugh, hasta casi desmentir que sabía exactamente lo que podía
pasar, recordándole a Alex las habilidades que no quería que él tuviera curiosidad.

Podía morderse la lengua. Pero estaba más sacudida por el episodio con Sir Hugh de lo que quería
admitir. Alex tenía razón: no se olvidaría de ello, y Joan sabía que tendría que tener mucho cuidado
con Sir Hugh por el resto de su tiempo en Berwick.

Al igual que se suponía que tenía que tener cuidado con Alex. Sabiendo que probablemente sólo
despertaría más curiosidad si fingiera que no sabía lo que quería decir, dijo:- Mi madre pensó que
era importante que aprendiera a defenderme.
El entrecejo entre las cejas no se soltó de inmediato. Él la miró con una intensidad que la hizo
querer retorcerse, pero ella mantuvo su expresión impasible. Debió haberse entrenado con Lachlan
muchas veces; ¿Reconocería algo?

Finalmente, él cedió con un movimiento de cabeza:- Eso suena a Bella. Me sorprende que no os
hiciera practicar con espadas.

-Las espadas eran demasiado pesadas. Pero sí tengo esto.

Sacó su cuchillo de comer de la vaina de su faja. La manija del cuerno se usó con el propósito para
caber perfectamente en su mano. La hoja de acero de cuatro pulgadas había sido afilada hasta el
borde de una navaja para cortar fácilmente a través de la carne más dura - o cualquier otra cosa que
pudiera necesitar para cortar-.

Alex sacudió la cabeza:- ¿Por qué no estoy sorprendido? ¿Sabéis cómo usarlo?

Ella asintió. No tan bien como él, tal vez, incluso Lachlan había concedido la habilidad superior de
Sir Alex con una daga, pero podía defenderse si era necesario.

Él la sostuvo un poco más con esa mirada demasiado penetrante qu vio demasiado y la hizo querer
mover sus pies como un niño travieso.

-No dejéis que os dé una falsa sensación de confianza –dijo-. Una hoja como esa hará poco contra la
armadura, y puede ser defendida por alguien con el entrenamiento adecuado -como él, supuso. Pero
también se había entrenado, no para decirle eso-. También tenéis que estar dispuesta a usarlo.

Joan lo miró con firmeza:- Lo estoy.

No parecía impresionado por su confianza, en tal caso, parecía enfadarlo. Su boca se tensó:- Seguid
teniendo a los hombres reunidos en los graneros y estoy seguro de que tendréis la oportunidad de
averiguarlo.

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Àriel x

¡Cómo se atreve...! El rubor de rabia voló sobre sus mejillas. Agarró el mango del cuchillo más a
propósito, señalándolo hacia él de una manera que sólo podía interpretarse como un desafío.

-¿Eso os incluye a vos, mi señor? -dijo con dulzura estacada.

No movió un músculo, que de ninguna manera disminuyó la amenaza. En su lugar, sólo lo hizo más
ominoso. El aire era denso con la tensión en espiral de una serpiente lista para atacar. Quería
golpear la hoja de su mano y probar la verdad de sus palabras tan mal que prácticamente podía
probarlo. Y estaba lista para que lo probara.
Si sería capaz, no lo sabía, pero disfrutaría el desafío.

Eso fue otro error, que se dio cuenta cuando vio el parpadeo de la sorpresa en sus ojos. Ella había
ido demasiado lejos. Había reaccionado como una guerrera, no una dama con algún entrenamiento
básico. Negrita y desafiante no eran lo mismo que misterioso, tranquilo y modesto.
Con una maldición interior, bajó la hoja. Esperando frenar cualquier curiosidad más de su parte, ella
dijo:

-Estoy seguro de que su consejo es bien intencionado, pero como he dicho antes, puedo
encontrarme con quien quiera en los graneros o en cualquier otro lugar para el caso, no es asunto
vuestro.

La cólera había vuelto. Su boca se endureció en una línea muy formidable, y la llamarada en sus
ojos... Ardía con una extraña luz mientras la miraba.

-¿Y si quisiera que fuese mi preocupación?

La declaración fue tan inesperada que le tomó un momento darse cuenta de que eso era lo que
quería decir. E incluso entonces no lo creyó hasta que sus ojos se encontraron. Respiró hondo,
viendo la verdad. La quería y no sólo de una manera deshonrosa. Le estaba ofreciendo más. Tal vez
mucho más. Tal vez todo.

La punzada de deseo en su pecho era tan inesperada como profunda. Le quitó el aliento, haciendo
que sus pulmones ardieran.

Parecía inconcebible que cualquier hombre respetable la quisiera en su presente circunstancia, y


mucho menos un modelo de justicia y certeza moral como Sir Galahad. Que la movió -y la tentó-
mucho más de lo que debería. Por un momento ilógico, se preguntó si era posible. Si podía
permitirse ser cortejada por este hombre que ya la había hecho sentir más de lo que creía capaz... y
más de lo que quería. El hombre que había llenado sus sueños de niña de hermosos caballeros de
oro en brillante armadura desde la primera vez que lo había visto todos esos años. ¿Podría abrir su
corazón? ¿Tratar de tener alguna apariencia de una vida normal que ella había pensado imposible?
El anhelo era tan fuerte que le tomó un momento para volver a la realidad. Pero cuando lo hizo fue
con un duro golpe. Buen señor, ¿por qué estaba pensando en esto? Era imposible. Había hecho su
elección hacía años. No había vuelta atrás. Tampoco ella. Lo que estaba haciendo era demasiado
importante. Estaba en una posición -una posición única- para ayudar a la causa a la que había

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dedicado su vida. Bruce la necesitaba. No había nadie más que pudiera hacer lo que hacía. Y
estaban tan cerca de lo que habían estado antes. No podía hacer nada para arriesgarse a que con una
batalla potencialmente interminable se aproximara.

Y Alex Seton era sin duda un riesgo. No podía permitirse olvidar quién era. No era ningún
caballero, era un antiguo miembro de la Guardia de las Tierras Altas que buscaba al espía en el
medio inglés. Si se permitiera acercarse a él, ¿cuánto tiempo le llevaría a descubrir su secreto? ¿Qué
haría si supiera que formaba parte del mismo equipo que había traicionado? No tenía ninguna duda
de que todo lo que pudiera sentir por ella ahora cambiaría si supiera la verdad. El caballero de
siempre-lo-que-es-correcto probablemente se sentiría obligado por el honor a entregarla.
No podía arriesgarse.

Pero no era sólo que estuvieran en lados opuestos, aunque no lo supiera. Joan también sabía que
nunca podría estar a la altura de sus estándares. Vivía en un mundo de valientes caballeros y
caballerías, de doncellas inocentes que necesitaban rescate, de bien y de mal, y de blanco y negro.
El mundo de Joan era gris, donde la gente hacía lo que tenía que hacer. No era inocente ni virginal.
Y un día, probablemente más pronto que tarde, lo decepcionaría.

Aún así, era más difícil de lo que debería ser sacar las palabras:- No lo hagáis -dijo suavemente, y
luego con más firmeza-. No os preocupéis.
No dio ninguna indicación de que sus palabras le hubieran picado, pero sintió que lo habían hecho.
Se arrastró sobre ella a la luz sombría del granero, parecía incluso más alto que los pocos
centímetros más de seis pies que supuso que era. Sintió que quería tocarla, pero sus brazos estaban
flexionados rígidamente a sus lados.

-¿Me daréis una explicación? Escuché lo que dijisteis a Despenser. ¿Fue sólo una excusa?

Sintió que el calor le subía a las mejillas, avergonzado de haber oído esa parte de la conversación.
Afirmar que había alguien más había sido una excusa -una manera de desvir a Sir Hugh-, pero
también había sido cierto. Ella quería a Alex, y sus sentimientos habían hecho que continuar la
pretensión con Sir Hugh fuera imposible.

Encontraría otra forma de obtener la información que necesitaba. Pero no sería de él. No necesitaba
fingir malestar.

-Creí que sería más fácil si le diera una razón"

Los ojos de Alex se encendieron. Perdió las riendas de su control y extendió la mano con una mano
para tomarla por el brazo. Sus dedos ardían como una marca sobre su piel:- ¿Negáis que haya algo
entre nosotros?

Odiando lo que estaba a punto de decir, pero sabiendo que debe decirse, agregó: -Pero eso no es
raro, y creo que nunca dura mucho tiempo.

Se estremeció como si lo hubiera golpeado. Las frías líneas blancas grabadas alrededor de su boca
casi la hacían temblar:- Ya veo.

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Claramente lo hizo, y saber lo que debía pensar en ella la hacía enfermar. Pero era mejor así. Dejó
caer su mano con dura finalidad, abandonando su brazo y su agarre sobre ella.

Sintió la pérdida como un cuchillo en el pecho. Sintiendo el impulso de explicar, comenzó:

-Es sólo... que... -¿Qué podía decir?-. Me gusta mi vida, Sir Alex. No veo ninguna razón para
cambiarlo.

Eso era cierto. Lachlan estaba equivocado. No estaba triste ni sola. Ella estaba sola por elección. Su
trabajo era lo que importaba, todo lo que importaba, y cualquier felicidad que necesitara provendría
de eso.
Pero, ¿cuál de ellas trataba de convencer?

Un valiente caballero hasta el final, Alex le dio un corto arqueamiento de su cabeza antes de dejarla
sola. Justo como Joan había querido.

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Capítulo 11
Alex ya llevaba a su caballo fuera del establo, tratando de no pensar en lo que había sucedido allí el
día anterior, cuando Pembroke lo interceptó.

-No viajaréis con nosotros hoy. Durante los próximos días os necesito junto al río para vigilar la
carga de los suministros a los barcos.

Tenía que estar bromeando. Pero estaba claro que no lo hacía.

Alex apretó los dientes hasta que le dolió la mandíbula. Después de años de ser soldado, sabía cómo
seguir órdenes, pero eso no significaba que tuviera que gustarle. Más que a él le gustaba ser
rechazado de la mano, con apenas una pausa de consideración, maldita sea, por la mujer que no
quería pero sí lo hizo. Tanto por no pensar en ella.

Había estado casi tan sorprendido por su declaración como lo había estado. Pero había sabido tan
pronto como dijo las palabras lo que para él significó. Tal vez no fuera la mujer que había
imaginado, y Dios sabía que sería horrible el momento en el que cabalgase a la guerra en un par de
semanas, pero nada se había sentido mejor.

Excepto que ella lo había rechazado. Lo cual no tenía sentido. Sabía que sentía algo por él, así que
¿por qué estaba tan decidida a no tener nada que ver con él? Podría haberla presionado, pero cuando
comparó lo que había entre ellos y sus experiencias pasadas, había sentido algo caliente, enfadado y
primitivo floreciendo dentro de él. Sabiendo lo cerca que estaba de actuar como el bárbaro que
parecía convertirlo en él, se obligó a alejarse. La muchacha podría arrancar años de caballerosidad y
honradez profundamente arraigadas con algunas palabras escogidas. Pero si pensaba eso, fuera lo
que fuera, no era raro y era algo parecido a cualquier fantasía fugaz que había tenido antes, estaba
fuera de su maldita mente. Y tenía la intención de demostrárselo. Si creía que se rendiría, pronto se
sentiría decepcionada.

Pero tal vez no tan pronto como le gustaría con su trabajo de mierda. Pembroke estaba tratando de
imponerse en él.

-¿Tenéis algún problema con eso, Seton? -preguntó Pembroke.

Saber cómo seguir órdenes tampoco significaba que Alex lo hiciera en silencio. Dios sabía que
había cuestionado la mitad de las órdenes de Boyd cuando su compañero había sido puesto a cargo
de una misión. Pero Alex no mantuvo la boca cerrada cuando no estaba de acuerdo con algo.
Pembroke, al parecer, no le gustaba nada aquello, al igual que Boyd.

-Sí. La carga de los barcos puede ser supervisada por el capitán y sus hombres -o cualquiera de una
docena de hombres de menor rango en el comando de Pembroke-. Puedo servirle mejor al rey y a
vos acompañándoos.. Conozco los caminos entre aquí y Dunbar mejor que nadie.

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Si buscaban lugares para atacar al ejército, no había nadie que pudiera ayudar más que a Alex.
Pembroke lo sabía. Todos lo sabían. ¿No deberían estar tratando de aprovechar sus conocimientos?
¿Querían acabar con la guerra o no?
Cristo, ¿qué diablos estaba haciendo aquí?

A veces Alex se lo preguntaba. La ineptitud estaba llegando a él. La cristiandad podría ver al inglés
como el lado "civilizado", pero claramente civilizado no significa sensato ni racional.

Se suponía que iba a hacer algo bueno, maldita sea. De alguna manera, cuando se había desgarrado
las tripas y traicionado a sus amigos para intentar poner fin a esta sangrienta guerra, no se había
imaginado a sí mismo supervisando la entrega de la carga. Era un trabajo duro, simple y sencillo.
Era como tener uno de sus mejores líderes a cargo de excavar letrinas, un desperdicio. ¿Cómo iba a
impedir que las aldeas se quemaran y los inocentes quedaran atrapados en las llamas?

-Fue el rey quien os sugirió para el trabajo. Despenser dijo eso cuando pasó las instrucciones del
rey.

Alex maldijo con enojo. Debería haberlo adivinado. Lady Joan no era la única que había hecho
enemigo de Despenser. Al parecer, Despenser estaba echando algo de la culpa por su fracasado
asunto en la dirección de Alex. Apostaba lo que fuera a que el rey no había dicho una palabra sobre
quién supervisaría la carga de la carga. Pero cualquier cosa que Despenser hubiera hecho la semana
pasada, obviamente implicaba una reunión con el rey.

-Me sorprende que el rey creyera lo suficientemente importante como para nombrar a alguien para
la tarea -dijo Alex, sin esconder su escepticismo.

Fuera lo que fuera, Pembroke no era tonto. Probablemente también cuestionó el mensaje de
Despenser, pero aparentemente no tenía intención de desafiar al nuevo favorito del rey:- Sí, bueno,
si yo fuera vos, me conformaría con cualquier puntaje que tuvierais con Despenser, o sospecho que
estaréis atrayendo mucho aviso con el rey.

Alex no sabía quién lo enfurecía más: Despenser, por su intento descuidado de resolver las quejas
personales usando su posición con el rey, o Pembroke, por seguir con él incluso cuando claramente
no era lo mejor para prepararse para el Batalla, que si iban a aliviar la guarnición en el castillo de
Stirling por el día de pleno verano, sólo podría ser semanas.

Durante los siguientes días, Alex tuvo mucho tiempo para pensar en ello y desahogar su frustración
por el transporte de pesadas cajas y barriles. Tenía frustración en abundancia. No sólo hacia la
mujer que prácticamente corría la otra dirección cuando lo veía o Despenser para su arrogancia
juvenil y Pembroke por no aprovecharse de su conocimiento, sino también por su continua
exclusión de las reuniones de los principales comandantes de Eduardo -reuniones que debía ser un
Parte de situación, y había sido una parte de posición, hasta que alguien sugirió que era el maldito
espía.

No estaba más cerca de exonerarse de ello. Había enfrentado a sir Adam sobre sus sospechas ayer,
después de que el caballero más viejo volviera del viaje Scouting cerca de Dunbar que Alex debió

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haber estado encendido.

Sir Adam no se había sorprendido ni ofendido:- Yo también habría sospechado de mí -dijo-. Pero
me temo que tendréis que buscar otro sitio.

No sólo sir Adam tenía una explicación para estar en el priorato -era donde su hijo menor había
sido puesto a descansar cuando había muerto de fiebre exactamente un año antes- también le
proporcionó a Alex información que hacía extremadamente improbable que Él era el espía.
La noche anterior a la llegada de Sir Adam, un grupo de soldados había detenido a un monje
después de una noche de fiesta en la ciudad "para divertirse con él". La boca de Alex se endureció.
En otras palabras, lo estaban acosando.

-El monje parecía estar sujetando su bolsa con demasiada fuerza y se agitó cuando le preguntaron
qué estaba ocultando. Resulta que estaba llevando una misiva con el número aproximado de tropas
en Wark y Berwick, incluyendo una desavenencia de la infantería y la caballería, así como los
nombres de todos los barones que han llegado hasta ahora y el tamaño de sus comitivas. Mi nombre
estaba en él, al igual que el vuestro.

Pero a diferencia de Alex, Sir Adam no había estado en Wark, haciendo improbable que hubiera
pasado la información. Sir Adam hizo una pausa antes de continuar.

>-Había también una mención de quién aún no había llegado


.
Alex hizo una mueca, sabiendo que Sir Adam se estaba refiriendo a los condes que no habían
contestado -y quizás no respondían- el llamado de Eduardo a reunirse.

-Sí -dijo sir Adam, leyendo su expresión-. Estoy seguro de que a Bruce le gustaría nada más saber
que Lancaster y sus compañeros condes, y su caballería, no se unirán a la campaña.

Aunque si anima a rey capucha a permanecer y luchar y no escurrirse en uno de sus agujeros de
zorro, casi espero que no se muestren.

Alex no había pensado en eso, pero sir Adam tenía razón. Una de las razones por las que Alex se
había dirigido a los ingleses era porque las incursiones, las escaramuzas y las emboscadas ya no las
llevaban a ninguna parte. La guerra pirata, la llamada guerra sucia que la cristiandad acusaba a
Bruce de luchar, sólo podía llevarlos hasta el momento. La justicia de la causa de Bruce sólo se
demostraría de una manera: luchando como un caballero, en otras palabras, por una batalla campal
entre el ejército y el ejército. Pero eso era algo que Bruce se había negado categóricamente a hacer
hasta este punto. ¿La ausencia del conde cambiaría de opinión? ¿Podría Bruce finalmente ser traído
de los árboles y los agujeros del zorro de la emboscada al campo de batalla?

Alex no lo creía así, Bruce había sido inflexible en este asunto cuando Alex lo había planteado, pero
suponía que si las probabilidades eran suficientes a su favor era posible. Pero contra un ejército tan
poderoso, incluso sin los condes, ¿Bruce alguna vez pensaría en las probabilidades a su favor?

-Pero esto es interesante -añadió sir Adam-. La nota menciona la misión de Despenser, pero eso es

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todo. No se dan detalles.

Eso era interesante. Quienquiera que fuera probablemente no había estado en la reunión la semana
pasada. Que probablemente no le había hecho sospechar más de él.

-Supongo que el monje fue más interrogado -dijo Alex, refiriéndose a quién podría haberle dado la
nota.

Sir Adam asintió con la cabeza. Afortunadamente, no necesitó mucho aliento.

La tortura no era rara en ambos lados, pero a Alex no le gustaba. Para él era la misma antítesis de la
caballería y bajo la dignidad y el honor de un caballero. Torturar a un religioso -o a una mujer para
ello- era aún peor. La actitud de "hacer lo que se necesita" y "los fines justifican los medios" no era
reservada sólo para los escoceses. Los ingleses luchaban igual de sucios, pero sólo se escondían
debajo de finos sobre cubrimientos con coloridos brazos.

El bien y el mal siempre le habían sido tan claros. ¿Alguna vez alguien creyó en los votos de
caballería y código de caballería? A veces se preguntaba si era la reliquia idealista a la que Boyd le
había acusado tan a menudo de ser. No era un poco desconcertante.

-Por desgracia -continuó sir Adam-, no pudo proporcionar mucha información. Afirmó ser sólo un
mensajero. Se le dejaron mensajes en el confesionario y los recogió y los entregó a otro
confesionario en Melrose.

Alex asintió con la cabeza. Era consistente con la práctica que Bruce había empleado hacía unos
años. Los "mensajeros de la tela", como Bruce llamaba a los monjes y monjas que entregaban
mensajes y pasaron a otra inteligencia importante, eran una parte importante de la red de
inteligencia de Bruce.

-¿Entonces el monje nunca vio a la persona que dejó el mensaje?

-No lo dijo.

-Supongo que eso sería mucho pedir.

Sir Adam sonrió ante el comentario irónico:- Quienquiera que sea, son cuidadosos. Han estado
haciendo esto durante mucho tiempo y no es probable que cometan un error.

-La gente siempre comete errores -Alex hizo una pausa, formándose una idea-. Aunque ya que no
tenemos mucho tiempo podríamos tener que animarlos a hacer uno.

-¿Cómo pensáis hacer eso?

-Todavía no estoy seguro. Pero me gustaría ver la nota. ¿Quién la tiene?

-Los soldados la trajeron a Pembroke. Supongo que todavía la tiene.

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No le escapó la noticia de que Pembroke no le había dicho nada al respecto, aunque se suponía que
estaba buscando al espía.

Cuando Alex se enfrentó a él más tarde ese día, Pembroke no se sorprendió de que Alex hubiera
aprendido sobre el comunicado capturado y no se oponía a que Alex lo estudiara. Le entregó el
pedazo de pergamino doblado con el sello de cera roto.

-No os hará ningún bien -dijo-. No hay marcas de identificación. Es básicamente una lista.

El comandante inglés tenía razón: no había nada personal en el pergamino, ni siquiera un saludo,
pero Alex lo tomó de todos modos. Algo le molestaba la caligrafía y quería mirarla un poco más.
Para el viernes, cuando terminó con su trabajo de supervisar la carga, no estaba más cerca de
averiguar lo que le molestaba. Acerca de la nota.

Sabía exactamente qué más le molestaba, y cuando la vio alejarse de la aldea, sola, maldita sea,
decidió que había esperado lo suficiente.

***

Joan no se engañaba a sí misma porque las oscuras y sombrías miradas de las que había sido objeto
durante los últimos días significaban que Alex prestaría atención a su petición. O que ella podría
evitarlo para siempre. Sentía que no se rendía fácilmente.

Pero había renunciado antes, ¿no? En Bruce y en la Guardia. Eventualmente se rendiría con ella.
Sólo tenía que hacerle ver que no necesitaba un caballero de brillante armadura para montar en su
rescate.

Porque de eso se trataba. Había llegado a esa conclusión durante las últimas noches de insomnio,
tratando de averiguar lo que había motivado su declaración y lo que había visto en ella. Por lo que
sabía, era una hija desposeída e ilegítima de un rebelde que había compartido la cama de más de
unos pocos hombres -casi no el tipo de mujer que un hombre estaría ansioso por tener por esposa.
Pero Alex era un protector natural, y obviamente la veía como necesitada de rescate. Su honor no le
permitiría marcharse, aunque claramente no fue la dulce e inocente muchacha que seguramente
había pensado encontrar por sí misma. Ella sospechaba que su amistad con su madre también estaba
jugando un papel. Tal vez pensó que al "salvar" a Joan, estaba reparando a su madre.

Lo que lo motivó, no pudo saberlo. Alex estaba interfiriendo con su trabajo. Todavía no había
identificado un nuevo objetivo: se sentía consciente de sí misma cada vez que hablaba con un
hombre en una comida con la forma en que sentía que Alex la observaba, y le había llevado dos días
pasar el mensaje a su contacto en el Mercería la tenía tan nerviosa que se sentía como si la siguieran
la mitad del tiempo.

Pero si necesitaba más razones, lo que no, lo hizo doblar en el bolso de su cintura para ser quemado
tan pronto como regresó a su habitación. Cuando regresó a la mercería para recoger las sedas de su
prima que había sido la razón de la primera visita, se había sorprendido de que le entregaran un
mensaje. Sabiendo que debía ser importante -Bruce raramente se arriesgaba a entrar en contacto con

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ella-, había echado un rápido vistazo antes de deslizarlo en su bolso. Había sido fácil de leer, ya que
sólo había tres palabras. Pero el significado -y la advertencia- estaba claro: Cuidado con el Dragón.

Siempre había sabido que Bruce tenía hombres vigilándola en caso de que alguna vez estuviera en
problemas, pero no se había dado cuenta de lo cerca que estaban de hacerlo. Pero alguien la había
visto claramente con Alex y había pasado la información. Ella hizo una mueca de dolor, casi
escuchando a Lachlan gritarle por irse cerca de Alex.

De los miembros de la Guardia de las Highlands, sólo Ariete había sido más traicionado por la
deserción de Alex que su padrastro. Los dos hombres eran opuestos en todos los sentidos. Lachlan
no tenía reglas, y Alex vivía junto a ellos. Por lo que había aprendido a lo largo de los años, había
tardado mucho tiempo de Alex en ganarse el respeto de Lachlan. Y el hecho de que Alex lo hubiera
hecho sin duda hizo que Alex dejara una traición adicional. Joan sospechaba que, ante la inclinación
de Lachlan, había llegado a gustarle al joven caballero, haciendo que esa traición fuera personal.
Lachlan estaría furioso al saber que Joan fue vista en la compañía de Alex. Si alguna vez se enterara
de que Alex la había besado, probablemente lo mataría. Palideció un poco, jurando no dejar que eso
sucediera.

Estaba cerca del puente cuando sintió el primer pinchazo. Desplazando el paquete de tela envuelta
en lino en sus brazos, levantó la vista para verlo de pie como un centinela sin intención de dejarla
pasar.

Un resplandor de temor de que pudiera estar siguiéndola se disipó al ver su cabello húmedo, y se
dio cuenta de que acababa de salir de un lavado en el río. Había estado trabajando allí los últimos
días, y debió haber terminado el día. Ella no sabía lo que había estado haciendo y no se había
inclinado a preguntar, ya que sólo estaba agradecida por el tiempo lejos de su mirada demasiado
penetrante.

Su corazón saltó, por supuesto, como lo hacía cada vez que sus ojos se encontraron. Casi se había
acostumbrado a ello.
Casi.

Pero el cálido pinchazo que se extendía sobre su piel y la sensación de que cada uno de sus sentidos
acababa de cobrar vida? No creía que alguna vez se acostumbrara a eso.

Tampoco se acostumbraría a los buenos ojos y al poderoso, capaz-de-derrotar-dragones- con-su-


manos-desnudas.

Nunca se había dado cuenta de que era tan superficial, pero parecía que era susceptible al atractivo
superficial de un rostro apuesto y unos músculos. Sus ojos examinaron los amplios hombros, los
brazos abultados y el pecho duro como una roca. De acuerdo, tal vez un poco más que unos pocos,
pero no era excusa para ser tan débil de rodillas y estrellado de ojos como una chica enamorada.
Ella era miembro de la élite Highland Guard, por el amor de Dios. Puede que no manejara una
espada como sus hermanos, pero su trabajo era igual de importante, tal vez incluso más.

Tenía una tarea, un deber al que había dedicado su vida y desde que había visto a su madre en esa

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jaula. Era desconcertante darse cuenta de lo susceptible que estaba de la debilidad femenina de la
que se había creído inmune. Por todos los santos, debía serlo.

Molesta por su tonta reacción ante él, le dio un acero de reconocimiento y trató de caminar a su
alrededor. Sin suerte. Él se movió para bloquear su camino, forzándola a extender la mano y
mantenerse firme contra el pecho que acababa de admirar o arriesgarse a arrastrarse directamente a
él y probablemente terminando en una extensión muy indigna en su trasero.

-¿Dónde está vuestra escolta? -preguntó con enfado.

Tanto por las sutilezas. Ella dejó caer su mano de su pecho antes de que estuviera tentada a hacer
algo como extender su palma sobre el aluvión de acero duro. Sosteniendo el paquete con ambas
manos ahora, dio un paso atrás para evitar el olor cálido del jabón masculino -en este caso el mirto-
fallando horriblemente.

-¿Por qué necesito una escolta cuando os tengo a vos?

-No os estaba siguiendo -arqueó una ceja-. Esta vez –modificó-. Aunque parece que debería haberlo
hecho. No deberíais andar por la ciudad sola.

Trató de no hacer girar los ojos o dejar que la chispa de su temperamento. Pero, claramente, esa
vena protectora de él le hacía sordo a sus deseos. Si fuera su marido, probablemente la encerraría en
una torre en alguna parte. Aunque el pensamiento era una broma, no podía evitar pensar en su
madre. Pero Alex no era nada como su padre... ¿Lo era? ¿Qué tan bien lo conocía? ¿Y cuántas veces
había señalado que no era asunto suyo?

-Le agradezco su preocupación, mi lord, pero no necesito escolta para un rápido viaje a la ciudad –
sonrió-. Así como no tengo necesidad de consejo no solicitado de los caballeros excesivamente
calientes en armadura brillante.

La única indicación de que la había oído era el ligero capricho de su boca:- ¿Qué estuvisteis
haciendo?

Debatió que no era asunto suyo, pero al darse cuenta de que eso sólo lo haría más curioso y más
difícil de sacudir, dijo:- Ejecutar un recado para mi prima.

Miró el paquete en sus brazos:- ¿Supongo que ese es el recado? -asintió.

Le tendió la mano. El enfrentamiento duró unos dos segundos antes de que Joan accediera a lo
inevitable y se lo entregara, pero no sin un ceño fruncido.

Alex sonrió. Pero gracioso en la victoria, se apartó, permitiéndole pasar. Caminaron en silencio por
la puerta. Se dio cuenta de que le gustaba. Demasiado. Como era cada vez más evidente. Se estaba
poniendo cada vez más difícil de resistir. Sintió que el lazo de inevitabilidad se apretaba alrededor
de su cuello, sabiendo que si no hacía algo pronto sería demasiado tarde.

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-Por el peso de este paquete -dijo-, voy a adivinar que vos y vuestras primas finalmente lo hicisteis
dentro de la mercería.

Normalmente, la broma pudo haberla hecho sonreír, pero se sentía muy como una liebre acorralada.

-¿Por qué estáis haciendo esto, Alex? Os he dicho cómo me siento.

La sonrisa cayó de su rostro, y su expresión se dibujó dura e impenetrable:- No creo que lo hayáis
hecho. Creo que mentisteis. Lo que quiero saber es por qué.

El calor voló hacia sus mejillas:- Su arrogancia es verdaderamente asombrosa. Lo siento si he


herido su orgullo, pero le aseguro que es la verdad. No nos conviene.

La agarró por el brazo, y consciente de la gente que se movía alrededor de ellos, tiró de ella
alrededor de un edificio -¿la enfermería, tal vez?- antes de acarrearla contra él.

-Esto no tiene nada que ver con mi orgullo, maldita sea. Y nos quedaríamos perfectamente. Lo
sabéis tan bien como yo.

Por la forma en que sus cuerpos prácticamente se trababan entre sí, ella apenas podía discutir el
punto. Dios, se sentía increíble. La firmeza cálida de su pecho contra sus pechos, la fuerza de sus
brazos alrededor de la suya, la fuerza de su virilidad entre sus piernas y contra su estómago...Todo
encajaba perfectamente.

El deseo inundó sus sentidos. Su mente giraba en mil direcciones diferentes. Ella tuvo que
detenerlo.

-¿Es eso de lo que se trata? -movió las caderas contra él de una manera que no podía ser mal
interpretada. Sin embargo, no había contado con que lo afectara, y el choque de la sensación casi
hizo que se le doblaran las rodillas. De algún modo consiguió recordar que estaba tratando de
deshacerse de él.

-¿No lo habéis oído? No necesitáis cortejarme para acostarme. Si eso es lo que se necesita para
librarme de vos, ¿por qué no acabamos de hacerlo y termináis con él? Si su habitación no es
conveniente, estoy seguro de que podemos encontrar una alcoba en alguna parte.

La explosión posesiva de ira ante la mención del hueco con el que la había visto salir de Despenser
fue tan intenso que Alex tardó un momento en darse cuenta de que ella lo estaba hostigando. Tomó
un momento aún más largo para que la neblina de lujuria se despejara. La sensación de las caderas
que le rodeaban se disparó de oscuros instintos primitivos que ni siquiera sabía que poseía. Podía
imaginarse lo que sería estar dentro de ella, y lo deseaba tanto que pensó que se volvería loco.

¿Por qué estaba haciendo esto, maldita sea? La razón parpadeó en sus ojos. Se asusta, se dio cuenta.
Fustigando hacia fuera como un animal acorralado. Tratando de conmocionar, enfadar y disgustarle
a olvidarse de ella.

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Lo que no entendía era que ya era demasiado tarde para eso. No podía olvidarse de respirar. Ella era
suya y lo había sido desde el momento en que había sentido sus labios bajo los suyos. No se había
dado cuenta de lo seguro que estaba hasta ese momento, y nada de lo que pudiera hacer o decir
cambiaría. Pero ella estaba intentando, eso era obvio. Lo que no sabía era por qué.

Él le sacudió el brazo, forzando su mirada a la suya:- ¿Por qué estáis hablando así? Esta no sois vos.

La seductora máscara se deslizó de su rostro, revelando sólo una pizca de tormento debajo. Ella era
tan buena en ocultar sus emociones que la ferocidad de lo que vio-aunque sólo por un momento- lo
sorprendió.

En el momento en que apartó la mirada, sin embargo, su voz era aburrida y desprovista de
sentimientos:- No me conocéis, Alex. No sabéis nada de mí.

Él inclinó su barbilla, forzando sus ojos a los suyos. Amplios y seductores, estaban tan azules que
pensó que podría contentarse con ahogarse en ellos para siempre. Cristo, ¿qué le pasaba? Esta
jovencita lo había embrujado completamente.

-Pero creo que sí -dijo, inclinando su rostro hacia el suyo-. Mucho más de lo que queréis.

Su boca estaba demasiado cerca, sus labios demasiado atractivos, sus ojos demasiado llenos de
anhelo. Era puro instinto bajar la boca a la suya y apretar los labios en un suave y tierno beso. El
hecho de que fuera a mitad del día, que alguien pudiera pasar y ver, que su honor había ido
obviamente a la mierda, no parecía importar. Era tan natural como el sol que se levantaba en la
mañana y que ponía en la tarde. Como verano que da vuelta al otoño e invierno que da vuelta a la
primavera. Nada podía retenerla, o volverla a retroceder.

Sus labios eran tan increíblemente suaves y dulces que ansiaba probarla más profundamente. Poner
su lengua en su boca y poseerla completamente. Obligarla a reconocer la fuerza de la pasión que
ardía entre ellos.

Pero lo que había entre ellos era más que la pasión... mucho más... y el tierno y suave roce de sus
labios sobre los suyos, las suaves presiones que se demoraban sólo el tiempo suficiente para
provocar un dolor en el pecho y un agudo anhelo de más, lo demostraron.

Cuando rodeó sus manos alrededor de su cuello y se disolvió contra él, entregándose con un suspiro
de alegría que parecía arrancado de la parte más profunda de ella -la parte que no podía negar el
vínculo entre ellos más de lo que podía- Alex sabía que él había ganado.

Levantó la cabeza, manteniendo los dedos en su barbilla para que no pudiera apartar la vista:-
Decidme que me equivoco. Decidme que esto no significa nada para vos.

Trató de apartar la mirada, pero él pudo ver el brillo de las lágrimas humedeciendo sus pestañas:-
No significa nada.

-Mentirosa -respondió con rabia-. ¿Por qué estáis peleando tan duro? ¿Por qué queréis que piense lo

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Àriel x

peor de vos? ¿Por qué estáis fingiendo...?

Ella se apartó, empujándolo hacia atrás con un fuerte empujón fortificado por lo que pensó que
podría ser el pánico:- No estoy pretendiendo nada. Dios mío, ¿qué debo decir para llegar hasta vos?
¿O siempre obligáis a las mujeres que han dejado claro que no están dispuestas?

Podría haberle dado una bofetada en la cara. El silencio que resonó después fue el mismo.

Era una acusación injusta. Ambos lo sabían. Sin embargo, no disminuyó el impacto ni disminuyó la
ofensa a su honor. Sintió el golpe en el pecho como un golpe de martillo de guerra. Le dejó frío y
aturdido, con un dolor sordo y vacío en el pecho.

Nunca la había forzado, y nunca se había mostrado reacia. Pero mientras permanecía allí, mirando a
sus ojos salvajes y llorosos, también sabía que había algo de cierto en sus palabras. Podría quererlo
físicamente, y hasta sentir algo más, pero no quería tener nada que ver con él. ¿Realmente
importaban cuáles eran sus razones? Eran sus razones, y como caballero -como un hombre que
trataba de vivir con honor-, ¿no debería mostrarle lo mismo y respetarlos?

Cada instinto en su cuerpo clamó para decir que no. Para atraerla a sus brazos y besarla hasta que se
rindiese a la tormenta de emoción que lo había poseído desde el momento en que se había caído en
sus brazos. Podía hacerla suya. Podía hacerlo para que nunca pudiera negarlo. No necesitaba
experiencia para saber que podía hacer que sus pantalones y mendigar y gritar su nombre una y otra
vez en el olvido orgásmico estúpido.

Y lo mal que quería hacerlo le asustaba. Había visto a hombres-hermanos, amigos- morir en el
campo de batalla, ver horrores que ningún humano debía ser obligado a presenciar, enfrentado a
grandes probabilidades y lo que debía ser la muerte segura, se enfrentó a diez de los mejores
guerreros de la cristiandad como traidor y nunca antes hubiera sentido miedo como ahora. Porque
sabía lo cerca que estaba de perderse, o la parte de sí mismo a la que había luchado tan duro para
aferrarse. La parte de sí mismo que le había hecho volver a sus amigos. La parte que siempre
intentaba hacer lo correcto.

Se estaba convirtiendo en el bárbaro que había temido.

Su cara se puso blanca, como si estuviera sorprendida por lo que dijo.

-Alex, esperad. No quise decir...

No la dejó terminar:- No, tenéis razón. Habéis dejado vuestros sentimientos muy claros. No buscaré
cambiar vuestra mente otra vez. Pero si cambiáis de opinión , sabéiss dónde encontrarme... por un
par de semanas al menos. Después de esto... -se encogió de hombros. Realmente no importaba. Si
regresaba de la guerra o no, sabía que no lo estaría esperando. Joan parecía afligida, como si la idea
de que no regresara nunca se le hubiera ocurrido.

No esperó a oír su respuesta. Con un breve y tieso arco de su cabeza, él le devolvió el paquete y se
fue.

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Capítulo 12
No morirá, se dijo Joan. Alex Seton era uno de los mejores guerreros de la cristiandad, escogido a
mano para la fuerza de combate de élite de Bruce, incluso si ahora estaba luchando por el enemigo.
Era inconcebible que no sobreviviera a la inminente batalla.

Pero en el fondo sabía que era verdad: no había garantías en la guerra. Incluso los mejores no eran
invencibles. ¿No lo había demostrado la muerte de William Gordon, el Templario? Joan no había
conocido al joven miembro de la Guardia que había muerto hacía unos años, pero había oído hablar
tanto de él de Lachlan que ella sentía como si lo hiciera.

Ser el "mejor" tampoco había ayudado al hermano de Alex. Sir Christopher Seton fue uno de los
más grandes caballeros a ambos lados de la frontera y reputado como el tercero mejor en la
cristiandad (detrás de su señor Robert de Bruce, y Giles d'Argentan, el francés que luchó por los
ingleses). Sin embargo, Sir Christopher había sido capturado por su compatriota, el jefe de los
MacNabs, en el Castillo de Loch Doon y ejecutado al comienzo de la guerra.

La frialdad de la frente se extendía por el resto de su piel en un pálido enfermo. Se cubrió el


estómago con las manos como si pudiera de alguna manera estabilizar el dominio. Todo su cuerpo
estaba revuelto de pánico ante la idea de no volver a verlo. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? ¿Qué
otra opción tenía? No podía arriesgarse a lo que estaba haciendo, y cualquier tipo de relación con
Alex seguramente haría eso. Finalmente había hecho lo que quería y se había librado de él.

Cuidado con el dragón. No había olvidado la advertencia, pero la idea de que no volviera, de él
cabalgando en la niebla a su muerte pensando en lo peor de ella, la había forzado a confrontar sus
sentimientos por él. Ella se preocupaba por él. Profundamente. Y desafió su resolución como nada
antes. Por primera vez, podía contemplar un futuro que no implicaba estar sola, y se sorprendió de
lo ferozmente que su corazón insensato se aferró a la imagen.
¿No debería estar más allá de todo esto?

-¿Hay algo malo, Joan? -preguntó su prima Margaret cuando Joan sacudió otra bandeja de dulces,
una cuadrada de tarta de manzana. Era la última hora de la tarde, y se habían reunido en el salón de
Alice para trabajar en la costura-. No os veis bien.

Joan sacudió la cabeza e intentó alegrarse, pero fracasó cuando su sonrisa se tambaleó:- No dormí
bien anoche -esa era la verdad-. Los hombres se acostaron tarde.

-Yo también los oí -dijo Margaret-. Debe de haber pasado la medianoche antes de acostarse.

Alice miró hacia atrás y hacia delante entre ellos, y entonces, claramente estallando para decirles
algo, se inclinó hacia adelante conspiratoriamente:- Henry me dijo que no dijera nada todavía, así
que debéis guardarlo por el momento, pero han capturado al espía rebelde que ha estado dando
información al usurpador durante años.

Joan ocultó su sorpresa... pero la noticia hizo que Margaret dejara caer la copa de vino caliente que
había estado bebiendo. La fina taza de cerámica se rompió en el suelo de madera dura en docenas

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de piezas, rociando el picante líquido oscuro por todos sus pies, aunque el dobladillo de Margaret
tomó el peso de ella.

-¿Qué os pasa, Margaret? -preguntó Alice impaciente, mientras la criada se apresuraba a limpiar el
desorden-. Habéis estado tan nerviosa como una liebre últimamente. Henry dijo que casi os
desmayasteis cuando llegó detrás de vos en la ciudad el otro día -su pequeña nariz contraída arrugó
el ceño-. Nunca dijisteis adonde ibais.

A estas alturas Margaret se había recogido, pero sus mejillas seguían siendo cálidas:- Me asustó -
protestó ella-. Y no estoy nerviosa, estoy sorprendida. ¿Por qué no hemos oído nada de esto? ¿A
quién han arrestado?

Margaret parecía tan ansiosa por escuchar los detalles como Joan.

Alice saboreó su papel de guardiana de la información y esperó unos momentos antes de responder.

-Todavía no han arrestado a nadie. Pero capturaron a un monje que llevaba una de las misivas del
espía. Es sólo cuestión de tiempo antes de que sea identificado.

El corazón de Joan cayó. Trató de recordar el texto exacto de su último mensaje. ¿Había alguna
forma de identificarla? ¿Alguien podría rastrearla de nuevo? Era cuidadosa, pero nunca antes uno
de sus mensajes había sido interceptado.

¿Era por eso que había tenido esa extraña sensación de ser vista últimamente? ¿Era sospechosa?
Ninguno de su miedo y ansiedad se mostraba mientras ataba un nudo en el hilo con el que había
estado trabajando antes de preguntar:

-¿Qué decía la misiva?

Alice se encogió de hombros como si los detalles no fueran importantes:- No lo sé. Pero debe haber
algo incriminatorio, ¿no creéis? Henry dijo que vuestro caballero... - agitó la mano hacia Joan-,
insistió en llevarla con él para que la examinara.

¿Alex? Su corazón cayó aún más. Dios mío, ¿sospechaba algo? ¿Había visto algo en la nota para
identificar a su escritor? ¿Por eso había estado tan atento últimamente? ¿Era todo una estratagema?

No, se negó a creerlo. Pero el hecho de que tuviera la nota no se sentaba bien con ella. En realidad,
nada de esto se sentaba bien con ella.

¿Y qué hay del monje? Supuso que la mujer del mercero le había pasado la mano, pero
¿había visto algo? Rezó para que la mujer tuviera cuidado, y que el monje no pudiera identificarla.
¿Y qué le harían los ingleses para averiguarlo? Joan se estremeció.

Margaret debía de tener pensamientos similares:- ¿Qué le ha ocurrido al monje? -preguntó con
genuina preocupación.

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Alice frunció el ceño:- Fue interrogado.

Joan se estremeció interiormente. Cuando sus ojos atraparon a Margaret unos minutos más tarde,
pudo ver que su prima se daba cuenta de lo que eso significaba también:- ¿No le hicieron daño? -
preguntó Margaret con más esperanza que creencia.

-¿Cómo podría saberlo? -dijo Alice con evidente impaciencia-. Pero no es más de lo que merece por
ayudar a los rebeldes. No puede actuar como un traidor y luego tratar de evitar el castigo apuntando
a sus túnicas santas.

Margaret parecía tan enferma como Joan.

Aunque Joan y cualquier otra persona que se atrevía a trabajar para Bruce sabían lo que arriesgaban
cuando empezaban, era diferente de alguna manera cuando se enfrentaban con la realidad. Su
corazón se dirigió al monje, y rezó para que los ingleses no lo trataran con dureza. Pero no había
sido tan ingenua desde que había visto a su madre obligada a entrar en una jaula. No había nada de
lo que no fueran capaces.

Dejaron caer la conversación, pero la aceleración de su pulso y ritmo de su corazón se mantuvo con
ella a lo largo de la larga tarde. Esto no era bueno. No es bueno en absoluto. No podía escapar del
sentimiento de fatalidad que se cernía sobre ella. Pero Joan no reaccionaría exageradamente. Por
muy desesperada que estuviera por saber lo que Alex sabía, no haría nada precipitado. Había
sobrevivido tanto tiempo siendo cautelosa y paciente. No había nada en ese pergamino que
pudiera entregarla. Incluso si todos los instintos clamaban por intentar recuperar la misiva para
asegurarse de que ella esperaría a que Alex hiciera el primer movimiento. Si tenía uno.
Pero su prima tenía otras ideas.

Tan pronto como Alice había dejado la habitación para descansar antes de la cena, Margaret se
volvió hacia ella. Parecía como si estuviera a punto de llorar:- Necesito vuestra ayuda.

***

Era tarde cuando Alex volvió a la pequeña cámara cerca de Pembroke que le habían sido asignados
mientras estaban en Berwick. No era mucho más grande que un armario ni siquiera tenía una
pequeña ventana para dejar entrar luz natural, pero lo que le faltaba en tamaño y comodidades se
compensaba en la privacidad. Había mandado a su escudero a dormir en el cuartel con los demás
muchachos, deseando -nada, necesitando- la soledad.

Si él necesitaba un recordatorio de por qué estaba aquí, de todos los horrores e injusticias
perpetuadas en nombre de la guerra, de por qué había tenido que hacer algo diferente, lo tenía.

Después de recorrer la mejor parte del campo de Lothian con Pembroke desde el amanecer, Alex
sintió toda la amargura, frustración e ira que lo habían llevado a tratar de encontrar otra manera.
Dos años no habían cambiado nada; si algo había empeorado. La devastación forjada a lo largo de
las fronteras, en ambos lados, era horrible. Era como si miles de campos estuvieran envueltos en

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cenizas negras. Hogares y cultivos quemados o devastados para alimentar a los ejércitos, el ganado
asaltado, los únicos signos de vida de las personas que mueren de hambre y viven en condiciones
que eran casi inimaginables. Había que hacer algo, maldita sea, y por eso estaba aquí. Tenía que
terminar. Incluso si tuviera que levantar su espada otra vez para hacerlo.

Pero en este momento no quería pensar en la inminente batalla. Todo lo que quería hacer era
colapsar en la estrecha cama de madera y dormir. Pero después de la infernal noche anterior, no se
arriesgó.

Sin embargo, cuando la sirvienta colocó la jarra de whisky en la mesita de noche, sintió una ola de
auto-disgusto. La bebida no iba a ayudar. No cambiaría nada. No le haría olvidar. No iba a dejar
que ella lo convirtiera en un borracho, maldita sea. La sobre indulgencia de la bebida era para los
débiles.

No penséis en ella. Se acabó. Como si hubiera comenzado.

Casi le dijo a la niña que se llevara la jarra, que había cambiado de opinión, pero ya estaba a mitad
de camino de la habitación y la dejó ir. Su escudero le había ayudado a quitarle el cotun antes de
ser despedido, y Alex lo vio ahora, doblado cuidadosamente en un banco junto con su sobretodo,
gambeson, pantalones, armas y sporran. Estaba a punto de quitarse la camisa y arrojarla sobre el
montón junto con el resto, cuando la esquina de un pedazo de pergamino llamó su atención.

No se había olvidado de la misiva, pero después del enfrentamiento con Joan había tenido otras
cosas en mente. Apartándolo del bolso de cuero, volvió a leerlo, examinando cada línea, cada letra...

Carta. Fue entonces cuando lo golpeó. Sabía lo que le había estado molestando, pero no había
podido ponerle el dedo. Las letras eran demasiado bonitas, demasiado suaves, demasiado floreadas.
No parecía que hubiera sido escrito con las líneas rápidas, ásperas y masculinas de un soldado o
caballero; parecía claramente femenino. . . Como si hubiera sido escrito por una dama.
Una mujer. Cristo. La mente de Alex se tambaleó. Nunca había considerado que una mujer pudiera
ser la espía. Ninguno de ellos. No era sólo el peligro, sino la calidad de la información. La
información que sólo podía provenir de alguien alto en el comando de Eduardo, un hombre. Por lo
menos eso es lo que todos supusieron, pero Alex se dio cuenta de que también podría haber venido
de una esposa, una amante, una hija o un criado de confianza de ese hombre.
Un criado educado como el compañero de una dama.

Sus huesos se convirtieron en hielo. No había razón para que su mente se dirigiera directamente a
Joan, pero lo hizo.

Podría ser cualquiera, se dijo. Demonios, ni siquiera estaba seguro de que fuera una mujer, pero
ahora que la posibilidad había sido abordada, no podía descartarla.

Trató de abordarla analíticamente, pasando por todas las damas de la corte, tanto esposas como
amantes, de las cuales más de un puñado eran escoceses.

Pero ninguna de las otras damas era la hija de Bella MacDuff, y ese hecho más que nada lo hizo

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maldecir. Se puso un par de pantalones sueltos, y sin molestarse con su sobretodo, tiró un plaid
alrededor de sus hombros antes de salir de su habitación.

Tal vez era su estado desaliñado, medio vestido, indudablemente salvaje que impedía que el guardia
de servicio lo interrogara en exceso. El cansado joven soldado hizo una breve protesta de que no
podía permitir que Alex viera al prisionero sin el permiso de Pembroke, pero cuando Alex le dijo
que él sería el que despertara al conde en una incógnita-Alex era uno de los principales tenientes
de Pembroke y El hombre puesto a cargo de encontrar al espía, después de todo, el guardia vio
rápidamente la sabiduría de abrir la puerta.

Entrando en la pequeña puerta de entrada, Alex entró en el pequeño cuarto de guardia. El olor de
orina y excremento -probablemente del cubo de madera en la esquina- le golpeó primero. Pero se
sintió aliviado al ver que, aunque pequeño, frío y básico en el extremo, la prisión temporal no era
demasiado mala. Era un infierno mucho mejor que la cárcel. Alex debería saberlo, había pasado
unas cuantas noches allí cuando había dejado a la Guardia y escoltado a Rosalin Clifford de regreso
a su hermano Robert, quien era el gobernador de Berwick en ese momento.

El ruido de la puerta había hecho que el ocupante se moviera. El monje se volvió de su posición
acurrucada sobre la pila de paja cubierta de plaid y miró a Alex en su dirección al entrar. Aunque la
lámpara que Alex había colocado en la única mesa de la habitación no ofrecía mucha luz, se sintió
aliviado al ver que el monje no tenía un rostro lleno de magulladuras y una nariz apuntando en la
dirección equivocada.

El delgado clérigo con la cabeza tonsurada agarró la manta alrededor de sí mismo más apretado y
retrocedió hacia la pared. Era más joven de lo que Alex esperaba -probablemente no más de veinte
años- y tenía el tipo de rostro que no era ni sencillo ni atractivo, pero que no era nada notable, lo
que sin duda ayudó a su papel de mensajero. No se quedó fuera.

Al darse cuenta de que le estaba asustando, Alex le enseñó algo de la furia de su rostro. Al ver un
taburete escondido debajo de la mesa, lo sacó y se sentó, con la esperanza de que bajando más abajo
le haría parecer menos amenazante.

Parecía que funcionaba, mientras la expresión del joven monje cambiaba de asustada a cautelosa:-
¿Qué deseáis? Les he dicho todo lo que sé.

Alex no creía que lo hubiera hecho, pero sabía que la confrontación y las amenazas no eran la
manera de proceder:- Necesito vuestra ayuda.

La súplica de la misma voz sorprendió al monje lo suficiente como para sentarse. Sin embargo,
miró a Alex como si fuera una serpiente enrollada y lista para atacar:- ¿Qué clase de ayuda?

-La mujer que estáis tratando de proteger está en peligro.

Si no lo hubiera estado buscando, Alex podría no haberlo visto. Pero había un chispazo revelador de
choque en el ojo del monje.

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Cristo, había tenido razón. Era una mujer. Él maldijo. Las ramificaciones pasaron por su cabeza y
Alex tuvo que luchar para mantener sus emociones bajo control. Si ella está muy involucrada en
esto, lo haría...

-¿Qué mujer? -dijo el monje un instante demasiado tarde, y luego añadió algo acusador-. Sois un
escocés.

-Sí, con amigos y familiares a ambos lados de la frontera, por eso estoy aquí. Si lo descubrí,
¿cuánto tiempo creéis que tomará a los demás hacer lo mismo? Ella está en peligro, y yo puedo
ayudar.

-Ya les dije antes, no sé nada. Nunca conocí a la persona que dejó la nota. "Sólo soy un mensajero."

-Tal vez -admitió Alex-. Pero creo que sabéis más de lo que estáis diciendo -se inclinó hacia
adelante, tomando una puñalada en la oscuridad. Pero siempre había sido bueno con una espada-.
Vos la visteis, ¿verdad?

El monje no era viejo ni experimentado lo suficiente para haber aprendido a controlar su expresión,
y Alex fácilmente detectó el destello miedo en sus ojos oscuros. "¡No! ¡Te dije que nunca la había
visto!"
Ella.

El chico rápidamente se dio cuenta de su error y, con los ojos bien abiertos, cerró la boca como si
pudiera hacerle callar. Pero fue demasiado tarde.

El rostro de Alex se volvió tan duro como el granito:- La visteis. Decidme lo que sabéis.

No era de extrañar que los ingleses no hubieran tenido que torturarlo; El muchacho se desmoronó
ante la primera amenaza. Cristo, ¿qué pensaba Bruce al confiar en tales inocentes?

El monje comenzó a balbucear y sollozar:- No lo hice. Lo juro. Nunca vi su cara -estaba demasiado
asustado para estar mintiendo.

-Pero visteis algo -dijo Alex.

El muchacho no era un cobarde completo. Respiró hondo y trató de ponerse bajo alguna apariencia
de control:- No -mintió.

Alex luchó por controlar su impaciencia. Estaba tentado a arrastrar al joven eclesiástico a sus pies y
darle una buena sacudida. En su lugar, apretó los puños a los costados:- Estoy tratando de
protegerla, maldita sea.

-¿Por qué haríais eso?

-Porque no deseo ver a una mujer dañada, y si la encuentran, puede estar seguro de que lo será.

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-Pero vos sois uno de ellos.

Lo era. Aunque por alguna razón hizo que Alex gritara sus dientes:- Sí, pero no somos todos
monstruos -hizo una pausa y luego dijo con intensidad-. Decidme.

-No es nada -Alex esperó.

-Ella llevaba una capa oscura -el color del clarete- recortado con armiño, pero yo sólo la veía desde
atrás. Llegué al confesionario unos minutos antes por accidente y la vi salir.

El corazón de Alex latía tan rápido que apenas podía pronunciar las palabras:- Describidla.

-No la vi.

La paciencia de Alex estaba en el filo de una navaja:- ¿Alta, baja, delgada, redonda?

-Definitivamente no era alta. Era baja -el monje se levantó y levantó la mano hacia el centro de su
pecho- por aquí. Y definitivamente en el lado rechoncha.

Alex contuvo la respiración. Todo su cuerpo parecía colocado en el borde de un precipicio. Joan era
alta para una mujer y esbelta:- ¿Estáis seguro?

-El monje parecía sentir la importancia:- ¿La conocéis?

Alex sacudió la cabeza y soltó un suspiro de alivio:- No. No la conozco -y nunca había estado tan
aliviado por nada en su vida.

Esta vez cuando Alex regresó a su habitación, se derrumbó en la cama, y no necesitó el whisky para
ayudarle a dormirse.

***

Dios, dadle fuerzas. Podía hacer esto.

Joan respiró hondo mientras se encontraba frente a la puerta. Unos minutos, eso era todo. Lo único
que tenía que hacer era fingir unos minutos. El polvo haría su trabajo, destruiría el sello, y su prima
estaría a salvo.

Todavía no lo podía creer. No sólo Margaret había estado enviando información a Bruce, sino que
también había adivinado el secreto de Joan.

-Recordad, prima -dijo-. Os conozco. Os conocí como una niña, y sé que no podríais haber
cambiado tanto. Sé que estabais más interesado en la guerra de lo que aparentabais, y sé que no
estaríais con todos esos hombres sin una razón. También sé cuánto amabais a vuestra madre.

Joan se había quedado aturdida en silencio.

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Margaret, al parecer, no había aceptado el compromiso roto con el hijo del conde de Ross. Ella y
John estaban enamorados y esperaban casarse una vez que terminara la guerra. Así que pasó
información al monje cuando pudo ayudar al hombre al que amaba.

Sólo había empezado recientemente. La idea le había llegado cuando pensó que Alice estaba
sospechando de Joan. Ella pensó que dos espías los confundirían, especialmente como ella estaba
en un castillo separado en ese entonces.

Pero su prima había cometido un error. En un gesto romántico, Margaret había usado la huella de
un anillo de compromiso que John le había dado para sellar la misiva, y temía que si Sir Henry lo
viera, lo reconocería. Así que Joan estaba aquí para destruir la evidencia e impedir que su prima
fuera arrestada como el espía.

Sencillo.

Pero no era nada sencillo. Era Alex.

Sin más vacilación, Joan llamó, tratando de ignorar la forma en que su mano temblaba. Ya lo había
hecho antes. Podría hacerlo de nuevo.

Pero entonces la puerta se abrió y su estómago, corazón, todo lo que había en su pecho, se estrelló
contra el suelo. Querido Dios. Habría tragado, pero tenía la boca demasiado seca.

Nunca había hecho esto antes. Nunca había pretendido seducir a un hombre, un hombre medio
desnudo, que hacía que sus rodillas fueran débiles. ¿Quién le hizo desear que tal vez no estuviera
fingiendo?.

Estaba bellamente desaliñado; Sus ojos azules no eran demasiado afilados y penetrantes, sino
suaves y somnolientos, y su cabello rubio oscuro y dorado deliciosamente arruinado, como si
acabara de arrastrarlo de la cama, cosa que sin duda tenía.

Pero fue su estado de ropa -o más bien la falta de ella- lo que realmente la deshizo. No llevaba
camisa, y a la suave luz de la sola vela que había traído con ella, su pecho resplandecía como un
escudo esculpido de bronce.

Bien aventurado, había pensado que se veía imponente en el patio de prácticas, pero era totalmente
diferente imponente al mirarla en medio de la noche, sola, a no más de un pie de distancia, en una
pequeña, íntima, apenas iluminada, donde podía ver de cerca lo anchos que eran sus hombros, el
tamaño de los músculos de sus brazos y la dureza de su estómago.

Los pantalones que parecían haber sido tirados al azar colgaban bajo en el estómago duro y las
caderas estrechas, revelando una delgada mecha de pelo que no se atrevía a seguir, por curiosa que
fuera o por la espesa y larga columna de carne que la llevaba hasta donde desaparecía.

Dormía desnudo, se dio cuenta. Lo cual era algo en lo que ella no debía pensar, pero sus mejillas se
ruborizaron y la conciencia inundó cada esquina de su cuerpo mientras su mirada volvía a la suya.

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Tenía que volver a controlar la situación, ponerse bajo control, pero parecía cálida y atractiva, y
demasiado atractiva para su tranquilidad.
¿Quién seducía a quién?

Se recuperó antes que ella, que no era exactamente un comienzo prometedor.

-¿Qué diablos? -pasó su mano por su pelo arrugado, lo que forzó -¿por qué no mirarla?-, su mirada
volvió a su pecho y los músculos ahora flexionados en su brazo. ¡Dios en el cielo! Algo bajo y
pesado hizo un pequeño tartamudeo en el estómago-. ¿Qué hacéis aquí? -preguntó.

Su boca se había vuelto a secar. Con considerablemente más dificultad, volvió a mirarla. Pero,
querido Señor, ¡un hombre no debía ser tan seductor! Ese era su trabajo.

Recordando lo que necesitaba hacer, enderezó su espina dorsal y se sacudió la neblina que había
empañado su cerebro desde que abrió la puerta. Sin esperar una invitación -que ella sabía que no iba
a recibir- se abrió camino hacia él, sin darle la oportunidad de detenerla. Ignoró el olor de un
hombre caliente y picante mientras ella permanecía allí e intentó evitar que las rodillas se
tambalearan.

-Dijisteis que si cambiaba de opinión, sabía dónde encontraros. Bueno, aquí estoy -dijo con una
sonrisa.

Pero no parecía complacido verla en su habitación. Su cámara muy pequeña. A pesar de su voto de
no pensar en la intimidad de la situación -o en cualquier tipo de intimidad, por cierto-, un
estremecimiento de conciencia la atravesó.

Ignorando el ceño frustrante que se le envió en su dirección, ella escaneó la habitación. No tomó
mucho tiempo, ya que era de unos diez pies por cinco pies. Aparte de la cama, a la que no iba a
mirar hasta que tuviese que hacerlo, había una mesa pequeña, una silla, un baúl y un brasero de
hierro. Se sintió aliviada al ver una jarra sobre la mesa. Hubiera sido incómodo pedir algo. La bolsa
de polvo de repente se sentía muy pesada en el dobladillo de su capa. Había hecho un agujero en la
costura, lo que le permitiría quitarlo rápidamente y sin ser visto.

Esto está mal. Estáis jugando con fuego.

Pero, ¿qué otra opción tenía? ¿De qué otra manera podía sacar la misiva de él durante el tiempo
suficiente para asegurarse de que el sello nunca sería descifrado?

-¿Habéis cambiado de idea de dejarme cortejaros? -preguntó con recelo.

Era demasiado inteligente. Eso era parte del problema:- No exactamente -admitió-. Pero teníais
razón.

Ahora no solo sonaba sospechoso, parecía sospechosa:- ¿Acerca de qué?

Recordando su papel, trató de parecer fresca y de hecho, aunque su corazón estaba latiendo como

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las alas de un gorrión no muy valiente mientras caminaba con indiferencia hacia la jarra. Tomando
una respiración profunda, y asegurándose de que ella se colocó para bloquear su vista, se deslizó
el polvo de su manga y rociado un poco en la taza antes de verter un trago. Ella fingió tomar un
sorbo, antes de volver a él con una cara como si la hubiera engañado. Era whisky, y no el vino que
ella había asumido.

-Lo que tenemos es especial -dijo ella desafiante-. Y no veo razón alguna para perderla –coraje...

Tal vez ella debería haber bebido el vil brebaje después de todo. Era mucho más difícil de lo que
pensaba que sería sacar su capa de sus hombros y dejarla caer al suelo a sus pies.

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Capítulo 13
Alex se heló. Todo se quedó quieto. Excepto por su corazón. Eso golpeó erráticamente y
salvajemente. Esto debe ser un sueño. Por favor, que sea un sueño.

Porque si fuera un sueño, podría alcanzarla y tocarla. Si fuera un sueño, podría arrancar ese diáfano
resbalón de tela que se levantaba como una barandilla nocturna del cuerpo en el que podía ver a la
luz de las velas, empujarla de vuelta a la cama y darle exactamente lo que le estaba pidiendo.
Pero no era un sueño, maldita sea. Era demasiado real.

Cristo. Un sudor frío le recorrió. ¿Qué demonios se suponía que debía hacer? No podía pensar. Su
mente estaba demasiado llena de pensamientos ilícitos acerca de lo que quería hacer con la malvada
hechicera que acababa de invadir su cámara y le ofrecía un bocado de manzana. La manzana más
hermosa y suculenta que había contemplado.

Los ojos que pesaban fuertemente y se inclinaban seductoramente debían ser oscuros, pero los de
ella parecían increíblemente azules mientras lo miraba fijamente con sus rasgos audazmente
esculpidos, su piel blanca como la nieve y sus anchos labios carmesíes, ofreciéndose para satisfacer
sus más profundos deseos.

No se había dado cuenta de cuántos tenía hasta ese momento.

Muchos de ellos implicarían los pechos altos, generosamente redondeados y tensos, cuyo tamaño
generoso y su forma exquisita podía distinguir fácilmente bajo la delgada capa de lino. Juró, su
polla se contraía fuertemente mientras distinguía la profunda sombra de rosado de sus pezones.
Quería chupar esas pequeñas perlas de rosa profundamente en su boca y mordísquelas entre sus
dientes hasta que se arqueara y se retorciera.

Apartó la mirada de sus pechos. Pero la caída hacia abajo no ayudó. Las caderas delgadas sólo le
hacían pensar en mantenerse agarrados mientras entraba duro y profundo, y las piernas largas y
esbeltas sólo eran fáciles de imaginar envueltas alrededor de su cintura, apretándolo más fuerte...
Él volvió a jurar y se volvió, su cuerpo una rígida masa de acero palpitante. Estaba tan duro como
una vara y tan preparado para la liberación que podía venir con un golpe firme.

No tenía ni idea de lo mal que quería aceptar su ofrecimiento.

Pero él no iba a hacer esto. No importaba lo mucho que lo quisiera... y cada terminación nerviosa en
su cuerpo reverberaba con el deseo de hacerlo.

No estaba bien. Así no. La próxima vez que hiciera el amor con una mujer, sería su esposa. No sería
una noche de pasión y lujuria sin promesas, sería hacer el amor con los votos y un futuro.
Sin embargo, no fue fácil sacar las palabras. Su boca estaba tirada tan fuert y enfadada como el
resto de él.

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Àriel x

-Eso no es lo que quise decir, y vos lo sabéis. Tenéis que iros, Joan. Ahora.

Aquellos ojos azules como gatos nunca se estremecieron. Ella arqueó una ceja muy delicada, muy
oscura en desafío:- ¿Ahora quién está fingiendo? -se acercó a él, sosteniéndole la taza de whisky. Lo
agitó con la mano. No quería una maldita bebida, la quería-. Sé que queréis esto. No tenéis que
temer que vuestro prefecto reputación de Sir Galahad se desmorone. No se lo diré a nadie.

No le gustaba cuando lo llamaba así, ni siquiera en broma. Le recordaba demasiado a MacRuairi,


que no lo había dicho en broma. Alex no era moralista, maldita sea. ¿Era tan malo tener honor?
¿Tener códigos e ideales? ¿Intentar hacer lo correcto? ¿Querer compartir tales intimidades para que
significara algo?

-Estáis equivocada -dijo con atención-. No quiero esto. Mantuvo la puerta abierta-. Quiero que os
vayáis.

Tal vez si su boca no estuviera tan blanca y su mandíbula tan flexionada Joan podría haberle creído.
Claramente, estaba furioso con ella por aparecer en su habitación así y quería que se fuera. Pero
igual de claramente, estaba luchando para no ceder con todo lo que tenía. Sólo necesitaba un
empujón más.

Joan sabía que no sería tan simple como aparecer en su habitación. Sabía que el honor de Alex haría
las cosas... difíciles. Incluso se había dado cuenta de lo que tendría que hacer. Pero ella nunca había
sido la seductora antes, y el papel no le sentaba bien.
¿Podría realmente...?

No terminó la pregunta. La respuesta era clara. Sí, podría. Haría lo que fuera necesario. Su prima
había estado tratando de ayudar a Bruce... ayudarla... y no dejaría que se hiciera daño.
Dejó la taza sobre la mesa por un momento, para hacer lo que tenía que hacer. No soy yo, se dijo. Es
sólo un papel. Tenéis el control.

Pero se sintió muy real cuando se inclinó contra él y le dio ese empujón, poniendo su mano en la
parte de él que no podía mentir. Una parte de él que por su experiencia pensaba muy poco sobre el
honor.

Era la primera vez que tocaba a un hombre tan audazmente... tan íntimamente... y el impacto, el
calor, el tamaño la habrían hecho arrancar la mano si no hubiera hecho un sonido profundo en su
garganta Que estaba medio torturado, con medio placer y todo deseo.

Estaba trabajando, y eso le dio valor:- Mentiroso -murmuró, la voz ronca de su voz saliendo por su
cuenta.

Él tomó su muñeca para apartar su mano, pero instintivamente sus dedos se apretaron alrededor de
él. Era un buen instinto. La mano que había envuelto alrededor de su muñeca se congeló mientras
hacía otro sonido, éste más profundo y más torturado que el anterior. Durante un largo latido le
agarró la mano, tal vez incluso presionándola un poco más contra un movimiento casi imperceptible
de sus caderas.

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Àriel x

Le gustaba. Mucho.

Estaba tan duro como una columna de mármol. Pero en lugar de piedra fría, pulsaba con calor. El
calor que la extendía y envolvió, como la comprensión de lo que estaba haciendo y lo mucho que le
gustaba, lo mucho que le gustaba, se apoderó de ella. No estaba asustada, no estaba nerviosa, estaba
innegablemente inesperadamente excitada. Muy, muy excitada. Su cuerpo se sentía tan cálido y
meloso como el jarabe. Esto no debía sucederle a ella.

Sus ojos se encontraron, y todos los pensamientos de pretensión y papeles huyeron. Lo que había
entre ellos estaba allí al aire libre, crudo, caliente y honesto.

Tal vez Alex no era el único que se mentía a sí mismo. Tal vez no estaba aquí sólo por su prima. Tal
vez la idea de que saliera y no volviera más importaba de lo que quería. Tal vez quería algo para
aferrarse cuando ya no estuviera.

Un beso. ¿Era eso mucho pedir? Un beso sin nada entre ellos, y luego le haría beber el whisky.

-Joan... -su voz era una ronca, estrangulada súplica para que parara esto.

Pero no iba a hacer eso. Todavía no, por lo menos. Apoyándose en él, levantó su boca a la suya:-
Por favor, Alex, solo besadme.

Cada hombre tenía su punto de ruptura, y Alex Seton acababa de encontrar el suyo. Había sido
bastante difícil intentar despedirla cuando apareció en su habitación como una fantasía erótica, de
pie un suave empujón lejos de su cama en una camisa que revelaba mucho más de su cuerpo
increíble de lo que ocultó. Pero cuando lo tocó, puso su mano en su pene y apretó, perdió cualquier
vestigio final de control que poseía. Se sentía tan bien que no quería que se detuviera.

No debería ser tan fácil. No debería ser tan débil. Pero no había manera en el infierno de que tuviera
la fuerza para empujarla lejos otra vez, especialmente con su súplica suave que resonaba en sus
oídos.

Pero no estaba contento. Lo estaba manipulando. Lo sabía, y ella también. Pero estaba funcionando,
maldita sea. Sabía que si la echaba, no volvería. Y que él no podía conceder. Se aferraría a ella de
cualquier manera que pudiera.

Con un gemido, tomó lo que ofreció y cubrió su boca dulce y roja en un beso caliente y furioso.
Nunca la había besado así. Nunca había besado a nadie así. Las bandas de control, las cadenas de
civilidad que lo habían definido se habían desgarrado, revelando al feroz y primitivo bárbaro que
quería saquear y conquistar.

Tomó todo lo que ofreció y más, moviendo su boca sobre la de ella en un frenesí perverso de lujuria
y deseo. Llenó su boca con su lengua, sin dejar ninguna parte de esa dulce caverna sin conquistar y
sin saquear.

La besó hasta que ambos habían perdido el aliento, hasta que los gemidos se disolvieron en

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Àriel x

pantalones que sólo aumentaron la urgencia. Hasta que la fiebre que se había apoderado de él los
inflamó a ambos. Todo parecía incrementado, intensificado. El olor de su pelo era más floral, el
sabor a miel de su boca era más dulce, el terciopelo de su piel era más suave. La pasión entre ellos
más caliente. El dolor en su pecho más apretado.

Esto significaba algo. Tenía que significar algo.

Se movía demasiado rápido, pero no podía contener. No lo dejaría. Envolvió sus manos alrededor
de su cuello, se estiró contra él, aplastó sus pechos contra su pecho, y devolvió el frenético beso con
algo parecido a la desesperación.

Sentía su urgencia tan poderosa como la suya. Su lengua rodeó y arrasó, excitándolo, encendiéndolo
con cada golpe. No podía conseguir suficiente, no podía ir lo suficientemente rápido.

Tocó su cuerpo como si le perteneciera. Como si tuviera todo el derecho de tomar su pecho y pasar
su pulgar sobre la punta estirada. Como si sus manos estuvieran destinadas a abarcar el delicado
círculo de su cintura. Como si hubiera sostenido la curva tensada de su trasero en su mano mil veces
para levantarla contra él.

Pero presionar no era suficiente para ninguno de ellos. Empezó a rodear las caderas con una lenta y
dura rutina y su cabeza casi explotó detrás de sus ojos. Podía sentir su calor a través de las finas
capas de tela, oír sus gemidos de placer, sentirla disolverse contra él, y lo volvía loco.

El calor y la pasión lo envolvieron, se apoderó de él y lo poseía con una locura que nunca había
experimentado antes. No se reconoció a sí mismo. Lo único que importaba, lo único en lo que podía
pensar, era hacerla suya.

La acomodó de nuevo en la cama y bajó sobre ella, o mejor dicho, medio encima de ella mientras su
cuerpo se extendía a lo largo de la suya.

Su boca estaba en sus labios, su garganta, su pecho. No se tomó tiempo para abrir su camisa -no
tenía tiempo-, solo chupaba y rodeaba su pezón con la lengua a través de la tela hasta que la atrajo
tan fuerte como un arco. Hasta que se arqueaba y se esforzaba y suplicaba por su toque.
Se la dio. Deslizando su mano bajo el borde de su camisa, encontró el lugar blando entre sus piernas
tibias y resbalosas con necesidad.

El gemido de placer que hizo cuando su dedo se deslizó dentro de ella casi lo deshizo. Tenía que
apretar los dientes contra la presión que golpeaba la base de su espina dorsal. Presión que no tenía
donde ir y no iba a poder esperar mucho más.

Pero le daría placer antes de que tomara su propia liberación, maldita sea. Dios lo sabía, no iba a
durar mucho tiempo una vez que estuviera dentro de ella.

La acarició. Suave y suavemente al principio, y luego con más urgencia a medida que su necesidad
se intensificaba.

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Àriel x

Dejó de besarla para ver como sus labios se separaban con respiraciones agudas y desiguales,
mientras el color inundaba sus mejillas, mientras su espalda se arqueaba, y finalmente cuando sus
hermosos ojos se fijaron en él y se ensancharon con sorpresa justo antes de que se separara.
Sorpresa, maldita sea. Eso había sido nuevo.

Era lo más hermoso que había visto, y la intensidad de las emociones que le hinchaban el pecho le
dolía.
Pero los gritos de liberación eran como la llamada de una sirena a su propia necesidad. Si esto era
incorrecto o correcto ya no importaba. No podría haber vuelto si quisiera... y seguro que no quería.
No vaciló mientras trabajaba los lazos de sus braies.

La sensación de él empujando entre sus piernas trajo a Joan ásperamente de nuevo a la realidad. Se
sacudió de la neblina de un sueño con algo parecido al pánico mientras Alex empujaba la cabeza
gruesa de su virilidad más y más profundo dentro de ella.
¡Esperad! Esto no es. . . No quise decir. . .

Se suponía que no llegaría tan lejos. Se suponía que tenía el control. Pero entonces, había empezado
a besarla, y ella había olvidado por completo el polvo y la misiva que necesitaba encontrar. Después
de tocarla, había perdido el poder de pensar en absoluto.

La sensación de su grueso y calloso dedo que la rodeaba, la tocaba tan íntimamente, había hecho
que cada centímetro de su cuerpo cobrase vida. Nunca había sentido nada parecido. La necesidad, el
frenesí, la construcción dentro de ella había sido indescriptible. Cuando las sensaciones llegaron al
ápice y parecieron romperse. . . Joan pensó que había muerto e ido al cielo. Literalmente. Juró que
su corazón dejaba de latir.

Había sido tan maravillosa, tan hermosa, tan perfecta que cuando se dio cuenta de lo que estaba
sucediendo, la culpa y la vergüenza la hicieron entrar en pánico.

No debería haber venido aquí así; Estaba mal. Lo que tenían era especial, y se sentía como si de
alguna manera hubiera contaminado eso usándolo contra él. La odiaría si descubriera la verdad.
Sabía cuánto odiaba el engaño y el subterfugio.

Ella hizo un sonido de sorpresa cuando cerró los últimos centímetros con un empuje. Sorpresa, no
dolor. Al menos no ese tipo de dolor. Era un hombre grande, y su tamaño se hacía conocido con
cierta cantidad de malestar mientras su cuerpo luchaba por acomodarlo.
Sus ojos se encontraron. Trató de fingir que no veía el parpadeo de la decepción en su mirada, pero
el cuchillo de dolor que se retorcía entre sus costillas demostró lo contrario. No sabía si reír o llorar.
¿Había pensado que era mentira?

No era así. No todo, por lo menos. Y no la parte importante si esa mirada en sus ojos era cualquier
indicación.

No era una virgen. Se había acostado con otro hombre. Pero...

Quería decirle lo diferente que era. Cómo esto no era nada como lo que había antes. ¿Qué se le

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había quitado fríamente y cruelmente a la edad de quince años cuando un hombre en el que había
confiado -un hombre que pensaba que la había cuidado- la había sujetado y se había obligado a
ponerse entre las piernas, no era nada como lo que estaba sucediendo entre ellos ahora. Cómo ese
hombre había tomado algo de ella ese día que nunca había pensado en volver, pero Alex la había
hecho sentir de nuevo. Pero, ¿realmente importaba?

Debió haber leído algo del tormento en sus ojos:- ¿Estáis bien?

Quería contarle todo, quería contarle el hombre que la había forzado, quería confesar su vergüenza
ante su razón de estar aquí, quería decirle que la sensación de él dentro de ella -de ellos unidos- hizo
que ella se sintiese viva. Quería decirle que si las cosas fueran diferentes, podría caer. . .

No son diferentes, se recordó. No podía decir ninguna de esas cosas. Sólo le hacían hacer preguntas
que no podía responder. Preguntas que serían peligrosas y podrían impedir que hiciera su trabajo.
Así que en vez de decirle toda la verdad, sólo le contó una parte. Sus ojos se encontraron y, a pesar
de la intimidad -o tal vez por la intimidad-, un rubor se elevó por sus mejillas.

-Os sentís bien.

Debió haber sido lo correcto, porque echó la cabeza hacia atrás y gimió:- Vos también, cariño, vos
también.

Empezó a moverse. Lentamente al principio, como si pudiera sacar cada pedacito de sensación y
cada onza de placer con un largo golpe.
Se sentía tan grande y poderoso dentro de ella. Llenándola. Poseerla. Amándola.

Dios, era tan tonta. Pero así era como se sentía. Cada movimiento y círculo de sus caderas parecía
una declaración. Un voto silencioso. Una promesa. Una reclamación a más de su corazón.
Su cuerpo empezó a responder, sus caderas se elevaban para satisfacer esos increíbles movimientos
con un mensaje propio. Más rápido . . . Más fuerte . . . Más adentro. Dame todo.
Las sensaciones que había despertado con su mano volvieron. Más fuerte esta vez, e incluso más
intensa porque esta vez no estaba sola. Estaba con ella, y viendo el placer que se

acumulaba en sus ojos y volviendo las líneas sombreadas de su hermoso rostro tenso por la tensión
era algo que nunca olvidaría. Lo transformó. Lo hizo suyo.

El ritmo lento empezó a acelerarse, los tiernos movimientos se agolpaban más y más, reclamando
cada vez más de ella. Sus dedos se clavaron en los sólidos músculos de sus brazos para mantenerse
firmes contra la fuerza de los poderosos puños que destrozaron sus últimas defensas.

Cuando lo miró a los ojos, no se escondía la verdad. Una verdad que creía ver reflejada en la suya:-
Oh Dios, cariño, lo siento... No puedo... Demasiado tiempo. Voy a...

Las palabras se perdieron en el grito de placer que arrancó de su alma. Su cuerpo entero parecía
endurecerse y luego romperse. Una ráfaga caliente se disparó entre sus piernas y luego se extendió a
través de ella mientras la maravilla del momento se desplegaba.

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Àriel x

Fue la experiencia más hermosa y romántica de su vida. Y fue demasiado rápida.


Tan pronto como ella sintió el golpe de su corazón contra su pecho donde él se había derrumbado
encima de ella, que se puso rígido de nuevo y juró. Un instante después, se desprendió de ella, y la
conexión que momentos atrás había parecido tan fuerte y poderosa se rompió como una pequeña
ramita.

-¿Qué demonios he hecho? -Alex miró al techo con incredulidad, sin querer responder a la
pregunta.

Sabía exactamente lo que había hecho. Rápidamente y más bien furiosamente, lo que bajo las
circunstancias probablemente era de esperar.
Infiernos.

La vergüenza se arrastró sobre él, consumiendo toda la euforia, toda la alegría y toda la ternura,
dejando sólo la culpa y el auto-disgusto.

La había deshonrado a ella y a él mismo. Años de disciplina, de espera de los lazos del matrimonio,
se habían hecho inútiles. Había hecho lo que había jurado que nunca volvería a hacer.

Cuando Alex tenía diecinueve años, su hermano le había hecho un "favor" y lo había llevado de
putas a perder su virginidad. Chris había tenido una mujer en su cama desde que tenía diecisiete
años, y no comprendía la renuencia de su hermano menor a aceptar una de las muchas
proposiciones que se le habían lanzado a causa de su "chico de oro" buena apariencia.

-Si tuviera la oportunidad -le había dicho Chris-, nunca pasaría una noche sola.

Pero la experiencia había sido un desastre absoluto. El cuerpo de Alex había cooperado, pero cada
minuto se había sentido mal, y cuando terminó, no había tenido ganas de golpear el pecho o de
jactarse de sus proezas y decirle bromas como los demás muchachos, tenía ganas de vomitar.

Que era exactamente lo que había hecho. Incluso después de todos estos años, todavía era
humillante pensar. Se había quedado medio vestido y apenas salía afuera antes de perder el
contenido de su estómago en la caja de flores del posadero.

Chris le había dado unas palmaditas en la espalda y le advirtió que no bebiera demasiado whisky,
pero Alex sospechó que había adivinado la verdad. No había habido más "favores" o viajes a la
posada local.

Alex había jurado entonces y allí que nunca deshonraría a otra mujer así. Nunca llevaría a alguien a
su cama por la simple razón de apagar su lujuria. Algo tan íntimo tenía que significar algo, y juró
darle el respeto que merecía. No llevaría a otra mujer a la cama que no fuera su esposa.

Nunca le había dicho a nadie de su voto. La mayoría de sus compañeros soldados probablemente
asumían que mantenía esas cosas privadas. Alex sospechaba que Ariete y quizás un par de los otros
habían adivinado, que habían pasado demasiado tiempo juntos para no notar que nunca llevaba a
una mujer a su cama, pero sorprendentemente nadie había dicho nada.

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Incluso cuando pudieron. Él se encogió cuando pensó en toda la condenación autoegocéntrica que
había acumulado en Ariete por llevar a Rosalin a su cama mientras había sido su rehén. Si Boyd la
había amado, Alex lo había acusado, debería haberlo demostrado casándose con ella, no
seduciéndola.

Alex se había considerado a sí mismo por encima de deseos tan bajos como la lujuria y se mantenía
a un nivel más alto. Pero míralo. Era cada centímetro el bárbaro sin principios y sin civilización que
había acusado a su ex compañero de ser.

Había condenado a su pareja por lo mismo que acababa de hacer, y la ironía era tan amarga como
desagradable.

-¿Alex?

Oyó la pregunta en su voz, y quería decir algo para aliviarla, pero estaba demasiado avergonzado
para mirarla, siquiera. Y tal vez un poco demasiado enfadado también. No sólo por venir a su
habitación como lo había hecho, pero por no cuidar lo suficiente para darse cuenta de que esto era
especial. Por no darse cuenta de lo mucho que significaba. Lo que había sucedido entre ellos era
increíble, especial, ¿cómo no podía ver eso?

Cuando se inclinó y puso la mano en su pecho, se estremeció como si se hubiera quemadp y


prácticamente saltó de la cama.
Lo primero que vio fue la copa de whisky que había puesto sobre la mesa. Parecía que estaba débil
después de todo.
Tomó la copa.

-¡Alex, no! ¡Esperad!

Trató de agarrarle el brazo, pero la ignoró y derribó la taza en una largo sorbo. El rastro de fuego
apenas había alcanzado su estómago antes de alcanzar la jarra para verter otro.
Sólo después de un tercero se preparó para mirarla.

Parecía un ángel decaído. Su cabello oscuro como la noche estaba bellamente desordenado con un
largo hilo de seda enredado en sus pestañas, su boca estaba ligeramente hinchada y tan rojo como
las fresas trituradas, su delicada piel era rosa de la raspa de su barba a lo largo de su mandíbula y
garganta, y su camisa se había abierto y se deslizaba alrededor de sus hombros provocativamente.
La prueba visible de su deshonra debe llenarlo de vergüenza. En su lugar, su corazón se tambaleó
cuando se dio cuenta de que estaba a punto de llorar. Cristo, era un asno. Estaba tan envuelto en su
propia cabeza, que no había pensado en cómo podría estar sintiendo.

-Lo siento... -dijo.

¿Por qué se disculpaba? Era culpa suya. Dio un paso hacia la cama:- No, yo...

Se detuvo. ¿Qué iba a decir? Parpadeó unas cuantas veces y luego entornó los ojos a través de la
neblina que parecía estar empañando su visión. Extendió la mano para agarrar el poste de madera de

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la cama mientras la habitación empezaba a inclinarse.

-¿Que demonios?

Él era consciente de que Joan tomaba su brazo y lo relajaba sobre la cama:- Estáis cansado -dijo con
una voz tan suave que podría haber estado a kilómetros de distancia-. Descansad.

Era la última cosa que recordaba antes de despertar con la cabeza como si hubiera sido partido por
un hacha.

Rodó la almohada sobre su cabeza para bloquear la luz ofensiva. Gracias a Dios, no tenía una
ventana ensangrentada. El sol habría sido demasiado para soportar.
Cristo, ¿cuánto había bebido anoche?

Anoche. De repente todo volvió a él, aunque con la resaca le tomó unos minutos para resolver las
fantasías de la realidad. Podría haber pensado que todo era fantasía si su almohada no oliese a
flores.

¿Qué esperaba? ¿Que todavía estaría aquí por la mañana? ¿Había salido de la habitación en medio
de la noche o esperado hasta la mañana?. Ambas imágenes le llenaban de disgusto, y ninguna iba a
suceder de nuevo.

Sabía exactamente lo que tenía que hacer. Puede que a Joan no le gustara, pero ya era demasiado
tarde para eso.

Con una determinación sombría, Alex luchó contra el bullicioso dolor de cabeza y revolviendo el
estómago con un chorro de agua fría de la jarra, y comenzó a poner su armadura. Iba a la batalla, y
esta era una guerra que no iba a perder.

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Capítulo 14
Joan alzó la vista hacia el ruido de la puerta, su pulso saltando como el de una liebre sorprendida.
La aguja que había estado a punto de empujar a través del trozo de lino se había quedado en su
mano mientras esperaba...
Bess. Era sólo la sirvienta, que traía bebidas.

Su corazón cayó de su garganta de vuelta a su posición normal. Volviendo la mirada a su bordado,


terminó la puntada.

El suspiro desinflado que se asentó en su cuerpo fue de alivio. Ciertamente no fue una decepción.
Se alegró de que Alex no hubiera salido a la puerta de la antecámara de su prima esta mañana,
después de descubrir que se había ido. Por supuesto que sí.

Su nerviosismo de esta mañana -saltando a las puertas, sorprendiendo los pasos- era tonto.
Probablemente no recordaba nada. La droga lo habría golpeado con mucha fuerza. En su
nerviosismo debió de haber vertido demasiado polvo en la taza, y junto con la cantidad de whisky
que había bebido, probablemente recordase muy poco de anoche. Todo debía parecer una nube de
sueños confusos.

Eso explicaba por qué no había venido asaltando aquí con su exigida satisfacción, en este caso, el
matrimonio. Ella lo conocía; Su sobreabundancia de honor lo exigiría.

Estaba aliviada de que no lo hubiera hecho. Por supuesto que lo estaba. De esta manera no tenía que
rechazarlo. Podía fingir que nada había pasado.
Era lo que quería, ¿no?

El estúpido dolor en su pecho parecía estar en desacuerdo. Pero, ¿qué esperaba? ¿Poesía y flores?
¿Halagos y promesas?

Era demasiado cínica para las declaraciones de corazón. No necesitaba la seguridad de haber hecho
todo bien, y que no había sido la única que pensó que lo que compartían era maravilloso, asombroso
y especial.

Pero quizás no hubiera objetado algunas palabras tiernas después. Y si albergaba una secreta
esperanza de que recordaría algo tan importante sin importar qué, sabía que no era justo.

Tan pronto como Bess dejó la bandeja y se marchó, Margaret se volvió hacia ella:- ¿Estáis segura
de que me lo estáis contando todo? -miró furtivamente la puerta cerrada:- Nada...

-No pasó nada -Joan terminó por ella-. Os dije que fue exactamente como lo planeé –
principalmente-. Tan pronto como el polvo para dormir entró en vigor, revisé sus cosas y encontré la
misiva en su sporran -olvidó mencionar que estaba tan molesta que estaba a mitad de la escalera
antes de darse cuenta de que había olvidado destruir el sello y había tenido que volver a su

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habitación-. Fue entonces cuando descubrí que el sello ya se había roto -un golpe irónico, eso. Su
engaño -su seducción- había sido inútil-. No tenéis nada que temer. Vuestro secreto está a salvo.

Margaret estudió su rostro durante un largo rato y, aparentemente satisfecha, sonrió y lanzó un
suspiro de alivio.

-No puedo deciros lo feliz que estoy de oírlo. Habéis estado mirando la puerta tan ansiosamente esta
mañana que pensé que algo había salido mal.

Joan intentó devolverle la sonrisa y sacudió la cabeza:- No, todo salió perfecto.

-Estoy tan feliz. Estaba muy preocupada. Os conozco a vos y a Sir Alex -su prima se ruborizó
torpemente-. No debe haber sido fácil para vos. ¿Hay alguna posibilidad...?

-No -dijo Joan, deteniéndola antes de que pudiera terminar. No podía permitirse pensar así.
Necesitaba lidiar con la realidad.

Margaret sostuvo su mirada, quizás adivinando sus pensamientos:- No sé cómo agradeceros. ¿Hay
algo que pueda hacer?

Joan sacudió la cabeza, la gratitud le estaba volviendo incómoda. Sólo quería olvidar que había
ocurrido. Pero, ¿cómo podría haberlo hecho tan perfecto?

Maldición. Perfecto hasta que lo había drogado-involuntariamente haciendo exactamente lo que


había planeado hacer originalmente!

-Sólo prometedme que tendréis cuidado, Margaret. No más sellos con anillos especiales.

Margaret soltó una carcajada:- Tenéis mi palabra sobre eso -después de un momento, frunció el
ceño-. Sospecho que mis mensajes de los días que pasan están lejos por un tiempo de todos modos.
Incluso antes de la captura del monje, me sentí... -se encogió de hombros-. ¿No lo sé, quizás
llamativa?

Joan se inclinó hacia delante:- Creéis que alguien os estaba vigilando?

Margaret negó con la cabeza:- No, nada de eso. Sospecho que es porque hay mucha gente alrededor.

Joan asintió con la cabeza. Ella había sentido lo mismo. Desde que había llegado al Castillo de
Berwick -que de todos modos traía tantos malos recuerdos-, su trabajo se había sentido más
peligroso. Por una buena razón. Era más peligroso. Como había dicho su prima, había mucha más
gente alrededor. También estaban Pembroke y sir Henry aumentando los esfuerzos para encontrar al
espía.

Y luego, por supuesto, estaba Alex.

Joan se sobresaltó cuando la puerta se abrió. Su corazón estúpido se tambaleó, sólo para caer

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cuando Alice apareció a toda velocidad en una emocionada ráfaga de satén rosa.

Sorprendentemente, sir Henry vino siguiéndolo muy de cerca. El marido de su prima rara vez
aparecía en sus habitaciones de donjuán durante el día.

Estuvo aún más sorprendida al saber que ella era la razón de esa apariencia.

-¿Qué sabéis de la repentina partida de Seton esta mañana?

Joan no podría haber enmascarado su sorpresa si quisiera. El color se deslizó de su rostro:- ¿Se
marchó?

-Sí, salió de aquí esta mañana en una misión de la que nadie parece saber nada. Dejó un mensaje
para Pembroke de que era personal, pero el conde está furioso. Piensa que se ha vuelto traidor otra
vez.

Dios mío, ¿era posible?

A pesar de su pulso acelerado, consiguió decir con calma:- ¿Ha dado alguna indicación de que
podría hacer tal cosa?

Sir Henry entornó los ojos:- Esperaba que pudierais responderme eso por mí -Joan estaba
verdaderamente sorprendida.

-¿Yo?

-Alice dice que hbéias estado pasando tiempo con él. Que hay algo entre vosotros.

La mirada de Joan se deslizó hacia su prima antes de volver a Sir Henry:- Alice está equivocada, mi
lord. He hablado con Sir Alex sólo un puñado de veces, y sólo de paso. No sé nada de sus
intenciones -era dolorosamente cierto-. ¿Ha dado alguna razón para sospechar que podría volver a
ser traidor?

¿Podría ella misma atreverse?

Sir Henry hizo un gesto con la mano:- Es un escocés -dijo como si eso fuera toda la explicación
necesaria, aparentemente olvidando que su esposa, su hermana y su prima también lo eran.

Joan volvió a concentrarse en el bordado de su regazo y volvió a recogerlo antes de decir:- Ojalá
pudiera ser de más ayuda, mi lord, pero no sé adonde habrá ido Sir Alex.

Era consciente de su mirada sobre ella. Cuando estuvo convencido de que no estaba mintiendo, sir
Henry dijo:- Me alegro de oírlo. Le dije a Alice que no había nada significativo entre vosotros -miró
con reproche a su esposa-. Como vuestro tutor, soy responsable de vuestra custodia y matrimonio, y
Seton no es el tipo correcto de hombre para vos.

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En otras palabras, no era el débil, e ineficaz que nunca pensaría en desafiar su derecho de
nacimiento.

Joan asintió, manteniendo los ojos en el trozo de lino medio cosido. Todo lo que podía ver era azul:-
Lo entiendo, mi lord. Pero el matrimonio es lo último en mi mente.

Debía ser la verdad.

***

Los siguientes cinco días fueron algunos de los más miserables de la reciente memoria de Joan.
Como si el abandono repentino de Alex no fuera suficiente, Alice estaba sufriendo de dolores de
cabeza que le impedían dormir, y estaba pagando su genio con Joan, a quien culpaba por hacerla
parecer "tonta" delante de su esposo.

Al parecer, Alice no consideró que pudieran ser sus propias quejas constantes y dramáticos gemidos
de dolor que podrían estar manteniendo a su marido alejado de su cama por la noche, en lugar de
cualquier cosa que Joan pudiera haber hecho.

En cualquier caso, la noche anterior había sido la primera noche de sueño completo que Joan había
logrado en casi una semana -se negaba a pensar en la primera noche en que no había dormido- ya
que finalmente se hartaba de los chillidos de su prima y moquillos y le dio lo que quedaba del polvo
para dormir. Fue un alivio bienvenido. No podía soportar mirar el recuerdo de su perfidia y se
alegró de librarse de ella.

El viernes por la mañana, se despertó por primera vez ante la sensación de calor en su piel y no un
grito agudo en su oído. Sin embargo, la novedad del sentimiento se esfumó pronto, mientras las
preguntas familiares comenzaban a cotidianamente, cada hora, dando vueltas en su cabeza.

¿A dónde había ido? ¿Por qué se había ido? ¿Tenía intención de regresar? ¿Alguna tenía algo que
ver con ella?

Lo único que sabía era que no había regresado a Bruce. Había conseguido un mensaje para sus
compatriotas, y su respuesta había llegado ayer. Seton no estaba en Escocia.

Realmente no lo había creído posible, pero la decepción había sido sorprendentemente aguda.
Entonces, ¿dónde estaba? ¿Y por qué, incluso después de casi una semana, su marcha sin decir una
palabra todavía le dolía tanto? Había estado tan molesto después... ¿La despreciaba? ¿La culpaba?
¿O simplemente la estaba evitando?

Joan no lo creía. Alex podría haber traicionado a Bruce y a la Guardia, lo conocía lo suficiente
como para saber que debía haber tenido una razón, pero no era un cobarde.

Con Alice todavía profundamente dormida, Joan salió de su habitación y se dirigió al Hall para
romper su ayuno. Margaret ya estaba sentada en una de las mesas de caballete, y Joan se unió a ella.
No hablaron de nada, y ciertamente nada de sus actividades "traidoras", pero simplemente sabiendo

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que alguien sabía la verdad no sólo era relajante sino extrañamente reconfortante. Joan no estaba
sola, y por primera vez, se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos tener un amigo. Una
verdadera amiga, a la que no necesitaba engañar.

Estaban caminando de regreso a la torre para ver a Alice ("¿Debemos?" Margaret había gemido)
cuando oyeron a los guardias en la muralla llamar con entusiasmo que la bandera del rey había sido
avistada.

Las dos mujeres compartieron una mirada de temor. Sabían bien lo que significaba la llegada del
rey. La guerra que había tomado en gran parte una posición en la parte posterior durante los siete
años preocupados del reinado de Eduardo II finalmente se movía a la vanguardia. El rey inglés
estaba decidido a derrotar a Bruce, y la batalla definitiva que los escoceses habían tratado de evitar
durante años se acercaba.

Joan y Margaret, unidas por lo que parecía ser la mayoría de los ocupantes del castillo, corrieron
hasta la muralla sur (como el rey viajaba desde Newminster) para echar un vistazo a lo que
seguramente sería una magnífica procesión. No fueron decepcionadas.

-Buen Dios en el cielo -Margaret había pronunciado la blasfemia en voz baja-. ¿Alguna vez habéis
visto tantos carros y banderas? Y deben de seguir por unas millas.

No era una exageración. El tren de caballeros, hombres de armas y sus acompañantes, junto con los
carros de provisiones, se extendía como una serpiente larga y colorida hasta donde llegaban ver sus
ojos.

-Le daré crédito -dijo Joan con voz que sólo su prima podía oír-. Eduardo podría no ser la mitad del
comandante que su padre, pero ciertamente sabe cómo parecerse a un gran general. ¡Alabad al
cesar!

Margaret se echó a reír. Después de un momento, su prima añadió: -Pero es algo digno de ver, ¿no?
Todas esas banderas volando en el viento, los colores de los sobrecoses brillantes como joyas, y la
plata del plaid brillando a la luz del sol... Es como un cofre del tesoro gigante.

Eso era cierto. La vasta demostración de riqueza, fuerza y poder era impresionante.

También fue desalentador cuando la realización de lo que enfrentaron les golpeó: el ejército más
poderoso en la cristiandad contra una fuerza de gran parte hombres con picas y soldados de pie
.
Margaret debió haber llegado a la misma comprensión, ya que también se quedó en silencio.
Sólo cuando la procesión de caballeros montados en los fieros caballos de guerra, vestidos con el
mismo color y el mismo plaid que sus jinetes, se acercó lo suficiente para distinguir los símbolos de
sus brazos, Margaret dijo:

-¿Los veis?

Joan meneó la cabeza. Ya había estado buscando. Había visto a los condes de Gloucester y

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Hereford, pero en ninguna parte había visto los brazos rojos y dorados de Lancaster, ni los brazos de
sus compatriotas recalcitrantes de Warwick, Lincoln, Arundel y Warenne:- No creo que estén con él.

Ella soltó un enorme suspiro de alivio. Si el conde más poderoso de Inglaterra y sus cohortes no
respondían a la llamada de Eduardo, Bruce estaría enfrentando probabilidades considerablemente
mejores, mejor como en horrible, no catastrófico.

-Será mejor que bajemos y tomemos nuestras posiciones -dijo Margaret-. Estoy segura de que mi
hermana ya se pregunta dónde estamos.

Joan estaba segura de que tenía razón. También estaba segura de que Alice estaría furiosa porque
Joan no estuviera allí para ayudarla a escoger su vestido esta mañana. También tenía razón en eso.
Pero afortunadamente, la primera de la fiesta del rey cruzó la puerta, previniendo su regaño.

A veces Joan casi envidiaba a su prima. ¿Qué debía sentir tener su único pensamiento en elegir el
color de su vestido? ¿Que su única preocupación fuese que se viera bien? ¿Que tener sus propios
deseos fuera todo lo que importaba?

La vanidad era simple y sin complicaciones de una manera que Joan sólo podía imaginarlo. El
subterfugio y el secreto habían jugado un papel en su vida durante tanto tiempo que había olvidado
lo que se sentía al no estar en guardia.

Mientras que el interminable flujo de caballeros cruzaba la puerta, Joan había reconocido muchos
de ellos, entre ellos el senescal de Eduado y el capitán de sus caballeros, sir Edmund de Mauley, y
uno de los caballeros más famosos de la cristiandad, sólo comparado a Robert de Bruce, Giles
d'Argentan. Montando no muy lejos detrás de él estaba el rey mismo en su plaid rojo blasonado con
los tres leones representados en oro.

Alto como su padre y bendecido con una cara inusualmente hermosa, el rey Eduardo II ciertamente
parecía la parte de un rey y gran caballero. Pero las apariencias en este caso eran engañosas.
Aunque tenía fama de ser un excelente deportista y soldado capaz, Eduardo todavía no había
logrado la altura de sus vestiduras reales. Era un monarca debilitado por la influencia de sus
favoritos.

Estaba tan ocupada estudiando al rey que no notó al hombre que cabalgaba tras él. Sólo la repentina
oleada de susurros que corrían entre la multitud y el codo de Margaret en sus costillas la alertó de su
presencia.

A la vista de la capa amarilla con el wyvern ( dragón alado de dos patas) rojo, tres crecentes y
doble torsión real, su respiración y corazón quedaron atrapados en algún lugar de su garganta.

-¿Seton está con el rey? -exclamó sir Henry exclamando con indignación desde unos pocos metros-.
¿Por qué no sabía nada de esto?

Joan también tenía curiosidad, pero la respuesta tendría que esperar.

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Aunque tal vez no por mucho tiempo. Alex parecía estar escudriñando a la multitud buscando a
alguien. Cuando sus ojos se fijaron en los suyos, se dio cuenta de quién era.

La feroz intensidad en las profundidades azul oscuro la atrapó en algo de lo que no podía girar. Su
piel palpitaba cuando cada uno de los diminutos pelos de sus brazos parecía colgarse. ¿Era alarma,
conciencia o una combinación de ambas?
Algo estaba ocurriendo...

Después de desmontar, Alex dijo unas palabras al rey y se dirigió a su derecha. El corazón le latía
con fuerza en el pecho y no respiró durante todo el tiempo que le llevó cerrar la distancia entre
ellos. Incluso entonces su respiración salió superficial y desigualmente.

Se inclinó formalmente ante ella. Consciente de los ojos en ellos, ejecutó una reverencia precipitada
y consciente de sí misma.

-Mi señora, me gustaría hablar con vos. En privado, si gustáis -Joan buscó en su rostro una
explicación pero estaba vacía de emoción.

-¿Qué significa esto, Seton? -interrumpió sir Henry enfadado-. Por supuesto que no.

De repente, Joan se dio cuenta de que el propio rey había llegado a estar junto a Alex. Eduardo tenía
la más extraña sonrisa en su rostro mientras se dirigía a sir Henry.

-El chico os dirá su razón -dijo el rey con un guiño en su dirección. Eduardo siempre había sido
amable con ella las pocas veces que sus caminos se habían cruzado en el pasado- culpa quizás por
lo que su padre le había hecho a su madre y lo que le había hecho en declararla ilegítima- pero aún
así la alegría le sorprendió-. Vamos, sir Henry -dijo con una voz que no admitía argumentos. Él era
el rey, después de todo, incluso si muchos en su reino deseaban lo contrario-. Me siento como si
hubiera estado viajando a través de los desiertos de Outremer y necesito un poco de vino para saciar
mi sed. Hablaremos.

Incapaz de oponerse, sir Henry siguió al rey, mirando de vez en cuando a Alex y Joan.

Pero no estaba prestando atención a sir Henry. Lo único que podía ver era Alex. Estaba polvoriento
y más cansado de lo que jamás lo había visto, sin embargo, había un borde duro en su mirada que
nunca había visto antes. Acero, se dio cuenta. Eso era todo. Tenía la mirada de determinación en sus
ojos de un hombre que no se negaría.

-¿De qué se trata, Alex? -Pero temía que lo supiera. No dijo nada, pero extendió la mano.

Ella vaciló, sintiendo como si algo importante estuviera a punto de ocurrir. Que si ponía su mano
en la suya, no la recuperaría.

Al darse cuenta de que estaba siendo ridícula, deslizó los dedos entre los suyos. Tal vez no tan
ridícula, después de todo. Al instante se sintió poseída por el calor de su gran mano que la rodeaba.
La hacía sentirse pequeña, frágil y especial como nunca antes.

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Le permitió llevarla al solar privado del señor, unido al Gran Salón. Hizo un gesto a la gran silla
acolchada -que según ella estaba reservada para el rey o su gobernador- para que se sentara. No
parecía inclinado a hacer lo mismo y se paseaba (¿ansiosamente?) Por unos momentos antes de
volverse para mirarla.

-No me disculparé por la deshonra que te he hecho, aunque sea merecida. Creo que ambos sabemos
que ha ido más allá de eso. Habría hablado con vos antes de irme, pero bajo las circunstancias,
pensé que era mejor no darle a nadie, ni a sus primos ni a Beaumont, ningún indicio de mis
intenciones.

En el momento en que el rey le había guiñado un ojo, Joan había adivinado (pero no quería
reconocer ni siquiera a sí misma) esas intenciones, y una extraña mezcla de anticipación y temor
había comenzado a revolverse en su estómago. Por ahora era una tormenta. Joan miró asus manos.

-No hay nada que necesitéis decir, mi señor.

Alzando la mano, él tomó su barbilla y forzó su mirada a la suya:- ¿Cómo podéis decir eso? Lo que
pasó entre nosotros. . .

Su voz cayó y su mandíbula se endureció. Pero una mirada en sus ojos, y cualquie esperanza de
que no recordara se puso rápidamente a descansar. Recordaba todo, y sintió que el calor le subía a
las mejillas mientras los recuerdos la golpeaban. El hecho de estar en la misma habitación que él
solo traía de vuelta los sentimientos de intimidad, la sensación de estar en sus brazos, la sensación
de su peso sobre ella, la dureza de sus poderosos músculos contra ella, la plenitud de él dentro de
ella...

Joan forzó sus pensamientos lejos con una torcedura áspera de su cabeza, liberando su barbilla de su
asimiento y su mirada del tirón casi irresistible.

-Lo que pasó fue lamentable, pero no cambia nada -se levantó, su voz temblaba un poco mientras
sus dedos agarraron los pliegues de lana de su falda-. Ahora si me excusa...

La detuvo antes de que pudiera terminar:- No hemos terminado aquí, y no os iréis hasta que este
asunto se resuelva -al parecer, había logrado despertar su genio, ya que su expresión seria había
adquirido definitivamente un borde enfadado-.No es la forma en que lo hubiera deseado, ni el
orden adecuado, pero os debo una oferta de matrimonio, una que habría hecho si no hubiera caído
en el sueño de los muertos o hubierais estado allí cuando desperté.

Ignoró la exagerada admonición y se volvió, incapaz de soportar mirarlo un segundo más por miedo
a que viera su culpa y cuánto deseaba que fuera de otra manera. Pero estaban en contra de sus
propósitos, y no se engañaba a sí misma sobre cómo reaccionaría si supiera la verdad. Tal vez no la
aplaudiría, pero la despreciaría por engañarlo.

-No me debéis nada, Alex -dijo en voz baja-. Es mejor que nadie sepa eso -no era una doncella. Se
aventuró a mirar su rostro sólo para ver su boca blanca. Tratando de apagar el ardor en su pecho,
respiró hondo y agregó-. Además, yo fui a vos -bajo falsos pretextos, pensó culpablemente-. No

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debéis caer sobre vuestra espada para calmar vuestro sentido del honor. Si hubo algún deshonor esa
noche, fue mío.

Trató de pasar por delante de él, pero la tomó por el brazo:- No se trata de mi honor, maldita sea.
¿No lo veis? Quiero casarme con vos.

Eso efectivamente robó el argumento de su boca. Lo miró sin decir palabra. Al ver su expresión,
arrastró los dedos por el pelo, aflojando la huella del timón que había usado antes.

-Cristo, estoy haciendo un trabajo pobre de esto. Pero nunca he hecho esto antes.

Parecía tan infantilmente desconcertado. Joan sofocó el impulso de consolarlo con una broma
igualmente torpe:- ¿No os proponéis a todas las mujeres que llevais a vuestra cama?

Alex le dirigió una mirada extraña y frunció el ceño:- No llevo mujeres a mi cama.

Al principio pensó que estaba devolviéndole la broma, pero cuando su sonrisa se volvió sin
respuesta, se convirtió en incredulidad:- ¿Lo decís en serio?

No dijo nada, pero estaba claro que sí.

-¿Pero seguramente no fui la primera? –escupió-. No había indicación. . . -sus mejillas se tornaron
rojas en los recuerdos. Parecía saber exactamente lo que había estado haciendo.

Tal vez adivinando sus pensamientos, su mirada se calentó por un momento antes de contestar:- No,
pero la primera desde que mi hermano me llevó a un burdel cuando yo era joven. No era una
experiencia que quisiera repetir, e hice un voto.

Joan no lo entendía:- ¿Como un templario?

Su boca se arqueó:- Los Templarios fueron disueltos hace un par de años. No, nada tan formal... y
no he sido monje. Me dije que la próxima vez que hiciera el amor con una mujer sería importante.

Le tomó un momento entender la importación de sus palabras. Lo miró con horror. Dios mío, ¿qué
había hecho? Le había hecho más daño de lo que se había dado cuenta. Al parecer, un hombre como
él existía después de todo. Y se había burlado de lo que debía ser querido.

-Lo siento, Alex.

Él tomó su barbilla y levantó su mirada a la suya:- Vos no entendéis. Os estoy diciendo esto para
que comprendáis el significado... así que veis que sí importaba. Quiero casarme con vos y me
haríais el mayor honor si aceptáis ser mi esposa.

Palabras que había pensado que nunca había oído hablar por el único hombre en el mundo que
había querido decir. Aunque sabía cuál debía ser su respuesta, se dejó aferrar al momento por un
segundo, sabiendo que tendría que durar para siempre.

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Mutismo no era la respuesta que Alex esperaba. Pero podía ver la indecisión -esperaba que fuera
indecisión- luchando en sus ojos y se dijo que debía tener paciencia. No fue recompensado.

-Lo siento, Alex, no puedo.

Ella sostuvo su mirada, suplicando por la comprensión. Pero no podía dárselo. No entendía en
absoluto. Estaba claro que lo deseaba, pero algo la estaba reteniendo.

-¿Por qué no? -una explicación se le ocurrió, una que hizo que todos los músculos de su cuerpo se
abrieran-. ¿Hay alguien más?

Su ceño fruncido como si estuviera momentáneamente confundido, pero luego una sonrisa tímida
alzó un lado de su boca:- ¿No siempre hay alguien más?

Pero no había. Lo sabía, aunque sus celos hubieran conseguido lo mejor de él durante un minuto.
Era un acto, estaba seguro de ello, y no iba a dejar que lo empujara con él.

-Ya no -dijo él, su tono la hizo levantar la mirada hacia él sorprendida-. Lo que haya pasado antes
de hoy es en el pasado, y ahí es donde se quedará. No se puede cambiar, sino el futuro -dejó caer su
voz y le dirigió una sonrisa de comprensión-. El futuro es un asunto diferente, y puedo aseguraros,
señora, que tengo la intención de manteneros tan satisfecha en mi cama que nunca tendréis ganas ni
motivos para buscar a otro.

Ella jadeó en estado de shock -y tal vez en algo más como la promesa sensual de sus palabras
penetró-. Estaban tan cerca que estaba tentado a demostrarlo. Pero casi como si adivinara sus
intenciones, dio unos pasos atrás.

Ella sacudió su cabeza:- No puedo... nunca funcionaría. Nunca encajaríamos.

-Creo que probamos lo contrario el sábado pasado. Trabajamos bien juntos -le dio una mirada
caliente- muy bien.

Su rostro se volvió tan adorablemente rojo que tuvo que parar de reír. Era la doncella ruborizante de
nuevo, y cada vez más estaba seguro de que no era una actuación.

-Estáis tratando de avergonzarme –reprendió-. Pero eso no es lo que quise decir -estaba torciendo
sus manos ansiosamente en sus faldas de nuevo-. No puedo ser el tipo de mujer con la que querríais
casaros.

Tal vez había estado en lo cierto al principio, pero ya no. La idea de la dulce e inocente doncella no
tenía para él el mismo atractivo que alguna vez tuvo. En realidad, no estaba seguro de que alguna
vez hubiese tenido apelación, era algo en lo que nunca había pensado y asumido. Pero ahora . . .
Una mujer así sería demasiado simple. Le gustaba el borde que provenía de la experiencia y el
desafío que provenía del ingenio y la inteligencia. Le gustaba un poco de misterio y reserva. Quería
ser él quien aprendiera sus secretos y la hiciera sonreír.

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También le gustaba la audacia en el dormitorio. No podía imaginar a una doncella de ojos abiertos y
ruborizada poniéndole la mano. Y Alex quería las manos de Joan sobre él, sobre todo él. Sí, podría
seducirlo toda la vida.

-No lo sabía -dijo-. Hasta que ha habido una mujer con la que deseara casarme.

Gimió como si la estuviera torturando:- Dios, ¿por qué tenéis que decir cosas así?

Frunció el ceño:- ¿Dije algo malo?

-Sí. No -parecía tan exasperada como sonaba-. ¡Es simplemente dulce! -su ceño se volvió perplejo.

-¿Y eso es malo?

-Lo es cuando debo rechazaros.

Era una palabra extraña para usar.

Su rubor se hizo más profundo; -se apresuró a explicar-. Hay cosas que no sabéis. Cosas que
podrían hacer una diferencia para vos si lo hicierais -vaciló como buscando las palabras correctas.

Pero Alex, sospechando que se refería a otros hombres, no quería oír más. Su expresión se dibujó
dura e intratable:- Sé todo lo que necesito saber. Mi mente no cambiará. Además, ya es demasiado
tarde para eso.

-¿Qué queréis decir?

-Quiero decir que el asunto ya está decidido. El rey ha dado su permiso y, a menos que podáis
pensar en una buena razón por la que no podáis casaros conmigo, una que desee compartir con él,
nos casaremos tan pronto regrese de Escocia. La primera de las amonestaciones se leerá el domingo
por la mañana.

El rubor se desvaneció de su rostro. Estaba pálida mientras lo miraba con una expresión que le hacía
sentir como si la hubiera apuñalado en la espalda.

-¿Habéis arreglado esto sin mi consentimiento?

Alex se estremeció, un poco culpable, por la traición de su voz. Pero no era así:- Después de lo
ocurrido, no esperaba que yo estuviera sin él. Busqué el permiso del rey porque pensé que podría
necesitar su ayuda para convencer a Beaumont, no porque pensara que podría necesitarla para
convencer a mi novia.

-¿Convencer? ¡Os referís a <forzar>!

Trató de frenar su mal genio ante la burla, pero no fue fácil. Su mandíbula se endureció:- Llamadlo
como queráis, pero el rey lo espera, y no tengo la intención de decepcionarlo.

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-Sir Henry se pondrá furioso. ¿Qué teníais que prometerle al rey para que estuviera de acuerdo? -su
ira se convirtió en una mueca de desprecio-. ¿O tal vez le ofrecisteis algo más? El rey tiene un ojo
para los caballeros guapos, ¿no?

Alex hizo caso omiso de la burla, incluso si era lamentablemente cierto. Pero él, por cierto, no se
había aficionado a los gustos particulares del rey:- Eduardo tiene debilidad por las historias de
amor-frustrado y disfruta al ser colocado en el papel del facilitador.

-¿Eso es todo? -dijo incrédula-. ¿Está dispuesto a arriesgar el enfado de sir Henry por escribir un
cuento bonito?

Alex se encogió de hombros, pero no sin una cierta cantidad de malestar:- Acabo de aceptar no
perseguir ninguna reclamación sobre su herencia hasta después de la guerra.

La traición en su mirada lo cortó a la velocidad:- Ya veo. Qué considerado de vuestra parte decidir
mi futuro sin consultarme.

Él arrastró su mano detrás a través de su pelo.

-Diablos, no se suponía que debía pasar así. Sabía que podría necesitar algo de persuasión, pero
seguro que en el infierno no había esperado que reaccionarais así. Quería que fuerais feliz, maldita
sea. Como si lo fuera. Porque a pesar de todo lo que había sucedido, estaba contento. No fue así.
Además, la guerra terminará pronto.

-Sonáis tan seguro, pero por lo que sabéis, podría durar años -no si tenía algo que decir al respecto.

-No lo hará.

Ella lo miró, tratando de encontrar una grieta donde uno no existía:- No hagáis esto, Alex. Por favor,
os ruego que reconsideréis.

-¿Por qué estáis peleando tan duro cuando sé que es lo que queréis?

-¿Que quiero? -explotó enojada-. Esto no tiene nada que ver con lo que quiero. Esto es acerca de
vos, de aliviar vuestra conciencia, y honor. Os dije que no quería esto.

-¿Está bien? Y cuando llegasteis a mi cuarto, ¿qué pensabais entonces, Joan? ¿Qué pensabais que
iba a pasar?

Miró hacia abajo, mordiéndose el labio inferior:- No quise hacerlo. . . -sacudió su cabeza-. No lo sé.

Sonaba tan desamparada, casi perdida, y se comía a él. No era un ogro, maldita sea. ¿Por qué estaba
tratando de hacerle sentir como uno?

Se habían desviado del asunto. Necesitaba recuperarlos. Suavemente, la tomó en sus brazos. No se
resistió, pero la indiferencia fue casi peor. Su pecho se tensó mientra inclinaba su cara hacia la

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suya.

-Nunca fue mi intención haceros infeliz. Sólo estaba tratando de hacer lo que creía correcto.
Después de lo ocurrido, pensé que no sería totalmente contrario a un partido. Fui a Eduardo porque
sabía que sir Henry no apoyaría el partido y haría todo para evitarlo. El rey puede haber concedido
permiso, pero me gustaría mucho oíros decir que sí -respiró hondo-. Casaos conmigo, amor. Os juro
que haré todo lo posible para asegurarme de que nunca os arrepintáis.

Calló su objeción -si había estado a punto de hacer una- con un beso. En el momento en que sus
labios se encontraron, sintió que algo se rompía dentro de él. Se olvidaron todas las preocupaciones,
todos los problemas, todas las posturas y súplicas que había tenido que ver con Eduardo. No habían
pasado seis días desde que la había besado por última vez, pero parecía una eternidad.

Cristo, sus labios eran tan suaves y dulces. Quería devorarlos, devorarla. Pero se obligó a ir
despacio. Para aliviarla en la pasión esta vez. Para mostrarle que no siempre sería rápido y furioso
entre ellos, que también podría ser lento y tierno, pero cada vez más intenso.

Y caliente. Era como un maldito infierno. Un toque de sus labios y el aire ardieron entre ellos,
extendiendo el calor en ondas fundidas sobre ambos. Amenazó con arrastrarlo, pero mantuvo su
mente enfocada en su tarea. Esto era un cortejo, no otro devastador. Iba a hacer imposible que ella
se negara.

Donde las palabras no habían funcionado, Alex utilizó su boca y su lengua para persuadir. La atrajo.
Y suplicó. Le mostró con cada barrido de su boca sobre la suya y cada caricia suave de sus labios
por qué ella debía decir sí. Por qué ella debía decir que sí. No había otra respuesta. Lo que tenían
juntos era demasiado poderoso y correcto para negarlo.

Se tomó su tiempo saboreando y sacando todos los gustos y sensaciones de sus labios antes de darle
finalmente su lengua.

Ella gimió al primer golpe. Y luego la hizo gemir más con cada barrido, con cada círculo, con cada
trazo largo y lento. Hizo resonar esas pulsaciones en su pecho, hasta que el anhelo se hizo palpable.
Hasta que se convirtió en gemidos de necesidad.

Eran los sonidos más hermosos que había escuchado, porque sabía lo que querían decir: rendirse. Se
estaba entregando a la pasión, y no tenía intención de dejarla ir.

La tomó por un largo y lento paseo de tacto y descubrimiento. Él probó la piel suave y sedosa
debajo de su oreja y besó la larga curva de su cuello. Utilizó la parte posterior de su dedo para
barrer la punta estirada de su pezón y luego para rodear la pesada curva de su pecho.

La torturó con lentitud y suavidad. Él quería que ella sintiera cada toque y cada golpe. Él quería
sacar cada pedacito de sensación y cada onza de placer; Quería volverla loca de deseo.
Estaba funcionando. Las yemas de sus dedos se clavaban en sus hombros. Se estaba disolviendo de
nuevo contra él, como le gustaba, dándole rienda suelta. Dejarlo conducir y fijar el paso.
Pero esas yemas de los dedos. . . Lo estaban volviendo loco. Podía sentir su deseo y desencadenó

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sus propias chispas. Su boca encontró sus labios y los cubrió, mientras su mano encontraba su
pecho e hizo lo mismo.

No era suficiente. La quería desnuda. Quería que su cálida y aterciopelada piel suave se deslizara
contra la suya. Quería sus manos por todo su cuerpo. Quería estar dentro de ella. Quería sentir toda
esa humedad que lo aferraba, todos esos diminutos músculos espasmándose y contrayéndose a su
alrededor. Quería oírla gritar su nombre mientras la hacía estremecerse una y otra vez.

Ella también lo quería. Su aliento estaba llegando hasta el bajo de sus pantalones y suaves, y
comenzó a presionar contra él, aumentando la fricción con cada vez más insistentes círculos de sus
caderas. Era tan tentador darle lo que ella quería-Cristo, lo que ambos querían. Estaba tan duro y
palpitante que podía explotar con un solo toque. Todo lo que tenía que hacer era reclinarse sobre la
mesa, levantarle las faldas y hundirse en su pulgada por una suave y sedosa pulgada.
Pero aún no, maldita sea. No importaba cuánto doliera su cuerpo, la próxima vez que hicieran el
amor, sería con su anillo en su dedo.

Muy despacio y muy deliberadamente se alejó. Su corazón latía como un tambor y su piel estaba
caliente y apretada con pasión y lujuria no gastada. Le tomaría mucho tiempo para que su cuerpo
se enfriara.

Ella gimió de frustración y trató de tirar de él. Sonrió y sacudió la cabeza.

-Aún no, cariño. No hasta que estemos casados.

La frustración no había dejado todavía su cuerpo, y sus ojos dispararon un azul oscuro:- Estáis muy
seguro de vos mismo, ¿no? ¿Creéis que con un solo beso cambiaré de opinión?

-No es vuestra mente lo que quiero cambiar -élquería su corazón.

Cuando se dio cuenta de lo que quería decir, se calmó:- Oh, Alex.

-¿Os casaréis conmigo?

Ella asintió, parecía impotente:- Sí. Me casaré con vos. Aunque Dios sabe, ambos podríamos llegar
a lamentarlo.

Estaba demasiado contento para escuchar las palabras de condenación. Pero vendrían a él más tarde.

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Capítulo 15
La noticia del regreso de Alex y su compromiso se extendió rápidamente, y con las consecuencias
no pasó mucho tiempo para ser sentidas. Sir Henry estaba previsiblemente furioso, y Alice, aunque
la sensación- acusación reivindicando a Joan de la traición, la traición, y el aprovechamiento de su
"bondad y generosidad"-. Como era cierto, aunque por diferentes razones- la culpabilidad de Joan le
dio más paciente con el dramatismo de su prima de lo que podría haber tenido de otra manera.

Alice todavía estaba insistiendo a la mañana siguiente mientras se preparaban para unirse a las otras
mujeres que no la quitaban el ojo de encima. La reina había perdido tiempo en la organización de la
caza para mostrar su halcón estimada. El hecho de que eso fuera en un período corto y no fueran
más que unas semanas antes de la guerra no parecía molestarle.

Joan dejó la capa de plaid forrada de piel que había elegido para ir con ropa de montar de su prima
en la cama para protestar una vez más.

-No tenía idea de lo que se proponía, Alice, de verdad. Alex no me dijo dónde iba. Yo estaba tan
sorprendida como vos cuando le vi montar con el rey.

-¿Esperáis que crea eso?

-Es la verdad.

-Dejadla, Alice -Margaret interrumpió-. Visteis su cara. Joan No sabía que planeaba esto. Además,
es un buen partido. ¿Seguramente no pensasteis que nuestro prima tenía la intención de permanecer
soltera para siempre?

Todos sabían que era exactamente lo que pretendía. Incluso Alice se di cuenta de que sonaba
grosero y egoísta cuando lo admitió:- Por supuesto que no.

-Entonces, ¿qué objeciones tenéis? -se preguntó Margaret-. Sir Alex es de una familia antigua y
respetable, y es un barón de tierras considerables en ambos lados de la frontera.

-Él es un escocés -dijo Alice.

-Y nosotras -Margaret le recordó.

-Exactamente -respondió Alice. Se volvió a Joan, mirándola ir con más astucia que el oro-. Es
vuestro futuro lo que me preocupa. Su estrecha relación con un rebelde infame hace su posición de
aquí con dificultad suficiente, y ahora os casáis con un hombre que luchó con los escoceses hacía
dos años y, ¿que ya está bajo sospecha? Su lealtad estará aún más en el tema de rumores.

-No tengo ninguna relación con la mujer que me abandonó -Joan dijo rotundamente-. Tampoco
tiene mi lealtad constante el estado de que se trate -trató de no parecer tan curioso como estaba-. ¿Y

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qué queréis decir con sospecha?

-¿No lo sabíais? Sir Alex se ofreció para encontrar el rebelde en medio de nosotros y demostrar así
su inocencia.

Se tomó su tiempo para procesar lo que quería decir, la idea era tan absurda.

-¿Alex espía? -Joan se sorprendió tanto que rio, y no sólo por la ironía-. Eso es ridículo. Cualquiera
que haya pasado cinco minutos con él sabría que es imposible. Odia a cualquier tipo de subterfugio.
Es sencillo y directo. El engaño no es su modo de hacer las cosas.

Era de ella. Aunque por primera vez desde que había aceptado ayudar a Bruce, deseaba que no fuera
así. Odiaba mentir a Alex. Engañándolo se sentía mal de una manera que nunca antes se había
sentido.

-Para lo que importa, estoy de acuerdo con vos -dijo Alice-. Él es el tipo brillante caballero, el tipo
que realmente cree que el código de caballería no es sólo para cuentos infantiles -se rió como si la
idea fuera absurda.

Joan no debería estar sorprendida por la visión de Alicia del personaje de Alex. Cuando se trataba
de los hombres, su prima podría ser sorprendentemente inteligente. Ella también sabía cómo elegir
un objetivo.

-Pero simplemente estoy diciéndoos lo que se dijo, y por qué deberíais estar preocupada -hizo una
pausa-. Henry y Pembroke están decididos a descubrir este espía antes de que se marchen a Stirling.
No deseo que quedéis atrapada en su red.

Sonaba casi como una advertencia, y por un momento Joan se preguntó si su prima sospechaba
algo. Pero incluso aunque lo hiciera, ¿qué podría hacer Joan? Había tratado de rechazar Alex, pero
no había excusas que podría darle sin despertar sus sospechas. No importaba lo enfadado que
pudiese estar, y estaba furiosa por la habilidad de organizar la boda sin su consentimiento, que le
diese demasiada importancia al comportamiento de control de su padre y al beso que había
convertido su mente en puré. Había decidido que era mejor ir junto con él. Por ahora.

-No lo haré -dijo con más seguridad de la que sentía-. Os agradezco vuestra preocupación, prima,
pero no debéis tenerla. Las próximas semanas algunas. . . -su voz cayó-. Cualquier cosa puede
pasar.

De algún modo encontraría una manera de romper el compromiso, incluso si temía que para
entonces ya no quisiera.

Sus temores no eran injustificados. Tan pronto como Joan y sus primas bajaron las escaleras para
unirse a las otras mujeres del patio, Alex apareció a su lado.

-He sido reclutado como escolta -dijo, como respuesta a su pregunta tácita. Joan alzó una ceja.

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-¿Por qué pienso que vos no estabais contrario al deber?


-Sí, es un buen descanso de los preparativos de la guerra.

-¿Eso es todo?

-Puede haber habido otra razón o dos.

Ella frunció el ceño:- ¿Dos?

Alex sonrió con una sonrisa decididamente diabólica que hizo que su ya demasiado hermoso rostro
fuera aún más devastador y aterrizó con un golpe en alguna parte de la región sobre sus costillas.
Dios mío, ¿alguna vez se acostumbraría a lo guapo que era? Puede ser vuestro. . .

No, no puede. Tenía que obligarse a calmar la voz de la tentación. Pero cada minuto que pasaba con
él, se hacía más fuerte.

Era todo lo que había imaginado en un caballero: cortés, galante, encantador y atento. La hacía reír,
hacía que se sintiera la persona más importante del mundo, y parecía anticipar sus deseos incluso
antes de que los pensara. Cuando una de las "damas" de la fiesta de la reina trató de coquetear con
él -no parecía preocuparse de que Joan estuviera allí- la cortó suavemente pero con firmeza. Sólo
tenía ojos para una mujer, y se aseguró de que todo el mundo lo supiera.

Era como un sueño. Podría haber vuelto a caer en el tiempo en las páginas de sus historias favoritas:
la bella doncella que era cortejada por el valiente caballero. Parecía haber olvidado su reputación, y
la decepción y el cinismo que lo habían ayudado a construir.

Tal vez si pudiera haberlo mantenido, habría sido más fácil despedirlo, pero Alex tenía la intención
de atraerla cada vez más profundamente con preguntas y conversaciones que le hacían darse cuenta
de que realmente quería conocerla. El verdadero ella. La persona que no había sido por mucho
tiempo.

El partido real había montado por unos pocos kilómetros antes de detenerse en una amplia franja de
páramos. Como Joan nunca había tenido mucho interés en el halcón -no sólo era un deporte
extremadamente costoso, sino que francamente las aves de rapiña la aterrorizaban- se había unido a
algunas de las otras damas en un viejo muro de piedra para observar. Después de asistir a sus
deberes, Alex se había acercado para sentarse a su lado. No sabía si debía molestarse o divertirse
cuando las dos damas con las que había estado sentada se movieron para darles privacidad.
No tomó mucho tiempo para que su conversación ligera tomara un giro más serio.

-Os vi una vez -admitió Alex-. Hace mucho tiempo.

Joan estaba tan sorprendida de que lo mencionara que al principio no supo qué decir. Miró a su
alrededor para asegurarse de que nadie estaba cerca y supo que tenía que pisar con mucho cuidado.

-También pensé que os había visto antes.

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Àriel x

Estaba claramente sorprendido:- ¿Lo hicisteis? -asintió.


-¿En Roxburgh? -preguntó.

Asintió de nuevo:- Por el tiempo de la boda de mi primo -hizo una pausa, debatiendo cuánto más
decir-. Creo que estabais con mi madre.

La sostuvo con una intensidad que la hizo desear volverse. Mantener sus pensamientos ocultos a él
era cada vez más difícil.

-Sí, no estaba muy contenta de que os hubiera notado. Erais demasiado joven. Cristo, lo seguís
siendo -dijo medio a sí mismo.

-No he sido joven por mucho tiempo. Tener a mi madre encarcelada en una jaula y saber que mi
padre era una de las personas responsables de que la pusieran ahí, además de ser desheredada y
calificada de bastarda, tiende a hacer crecer rápidamente, a la fuerza a los quince -aunque lo había
dicho a la ligera, tal vez oyó más amargura de lo que pretendía.

-Sí, lo veo -dijo lentamente-. ¿Por qué os quedasteis? Pudisteis regresar Escocia después de que
vuestra madre fuera liberada.

Ella sacudió la cabeza con firmeza; Era un terreno muy peligroso:- ¿Por qué habría? Mi vida había
estado en Inglaterra durante los últimos ocho años. Mi familia está aquí.

-Tu familia de Comyn, tal vez, pero ¿qué hay de vuestra madre, hermanos y hermana?

La pregunta perforó demasiado profundamente, tocando los nervios que estaban más crudos de lo
que deseó que fueran. Mantuvo su voz lo más uniforme y despreocupada posible.

-Casi no recuerdo a mi madre, y mis hermanos y hermanas que nunca he conocido.

-Yo sí –dijo-. Vuestra hermana se parece a vos.

Lachlan nunca había dicho nada, probablemente adivinando que el tema era más profundo de lo que
ella quería admitir:- La gente siempre ha dicho que me parezco a mi padre.

-Lo hacéis, pero hay más de vuestra madre en vos de lo que me di cuenta. Christina acababa de
empezar a caminar cuando la vi por última vez. Tiene el pelo rubio como vuestra madre, pero hay
algo en los ojos, la nariz y la barbilla.

Él estudió su rostro hasta que se hizo consciente de sí misma, pero no pudo evitar preguntarse:- ¿Y
Erik? -Robbie había nacido después de que Alex se fuera-. Tiene los ojos y el cabello coloridos,
pero se parece a su padre.

Había un borde en su voz que no podía ignorar. -¿No os gusta el marido de mi madre? Supongo que
no me sorprendería; Lachlan MacRuairi no tiene la mejor reputación.

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Àriel x

Alex soltó una carcajada:- Eso es decirlo con suavidad, y la mayoría es cierto. Es más bandido que
caballero, y tan mezquino como una serpiente.

Víbora. El nombre de la guerra de Lachlan.

-Y, sin embargo -continuó Alex encogiéndose de hombros. -Vuestra madre vio algo en él.

-¿Y vos lo hicisteis también?

Se encogió de hombros de nuevo:- Tal vez a veces. Fue complicado.

Joan sospechaba que era el mayor eufemismo del día. No por primera vez se preguntó qué había
sucedido para que se fuera.

Se quedaron quietos durante un rato, viendo cómo los halcones se zambullían y se elevaban, desde
su asiento en el viejo muro. Tal vez no le gustaran los pájaros de cerca, pero eran absolutamente
hermosos de ver:- ¿Por qué no dijisteis nada de verme a Roxburgh antes? -preguntó Alex.

Podía preguntarle lo mismo:- No estaba segura, y no quería hacer las cosas más difíciles para vos.

Le dirigió una sonrisa irónica:- ¿Entonces veo que habéis oído que mis lealtades son actualmente
sospechosas?

-Mi prima mencionó algo sobre vuestra ayuda en descubrir al espía para despejaros de la sospecha.

Sacudió la cabeza, no sin disgusto alguno:- Es irónico, ¿no? Me convertí en traidor a un lado sólo
para ser considerado un traidor en el otro. Dondequiera que vaya, soy sospechoso.

Nunca lo había pensado de esa manera, pero como barón con tierras a ambos lados de la frontera, en
realidad no tenía un lado, estaba atrapado en medio. ¿Era eso? No podía contener las preguntas por
más tiempo, aunque parte de ella temía la respuesta. La traición de Alex a Bruce y la Guardia fue lo
único que mantuvo su corazón a raya. Era más fácil no saber, mantenía un muro entre ellos. Y, sin
embargo, ya no podía dejar de preguntar:

-¿Por qué lo hicisteis, Alex? ¿Qué os hizo decidir dejar a los escoceses para luchar por los ingleses?

Había una casi imperceptible rigidez en sus hombros:- Hay muchas personas que han cambiado de
lealtad a lo largo de esta guerra. No es raro.

Estaba evitando la pregunta:- Pero esos hombres no sois vos.

-¿Qué queréis decir?

-Vivís y respiráis honor e integridad.

Él sonrió, sus dientes un destello blanco contra su piel ya oscurecida por el sol:- Me hacéis sonar

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Àriel x

como una especie de parábola, que os aseguro que no.

-Tal vez, pero esas cosas son importantes para vos.

Le dirigió una sonrisa irónica. -Y un hombre que traiciona a sus compatriotas no puede ser
honorable y tener integridad, ¿no es así? -ella no dijo nada-. Pero por eso me fui -estaba claro que
no lo entendía, y parecía estar pensando si quería decir más. Quizá su paciencia y silencio le
ayudaron a convencerlo-. ¿Sabéis nadar?

La pregunta la sorprendió. Ella parpadeó y asintió.

-Casi me ahogo una vez. Estaba nadando en las islas occidentales durante una tormenta. Recuerdo
luchar contra la corriente y tratar de luchar contra mi manera de salir de ella. Pero no importaba lo
que hiciera, por mucho que nadara, no iba a ir a ninguna parte. Ya no podía sentir nada. Estaba tan
cansado y tan frí, despojado de toda mi energía. El agua me estaba tirando y yo sabía que me estaba
ahogando.

Ella lo miró con horror.

>- Así es como me sentí cuando me fui –dijo-. Como si estuviera nadando contra una corriente que
me estaba arrastrando por debajo, y tuve que salir antes de que me tirara hacia el fondo.

Por la mirada torturada en su rostro supo que había más:- ¿Por qué, Alex? ¿Por qué os sentísteis así?
¿Qué pasó?

-Había cosas... -su voz se apagó-. Cosas hechas en nombre de la guerra con las que no estaba de
acuerdo.

Joan podía adivinar lo que quería decir. Tenía que recordarse que no importaba lo que pensara -o lo
que era necesario al tener una oportunidad contra un enemigo mucho más poderoso- el resto de la
cristiandad veía a Bruce peleando una guerra sin rival. Para un caballero como Alex, un caballero
que obviamente tomaba muy en serio el código de la caballería, la guerra "pirata" que Bruce había
adoptado habría parecido la antítesis a todo lo que se le había enseñado que era "correcto" y
"honorable".

No era casi ese blanco y negro, por supuesto, pero Alex no veía exactamente mucho gris, y el nuevo
estilo de la guerra debió haber sido difícil de aceptar y un ajuste difícil para él.

-No podéis asumir la conciencia de todos los demás, Alex, sólo vos. ¿Son los ingleses mucho
mejores?

Aunque no lo había dicho sarcásticamente, su boca se curvó como si lo hubiera hecho:- Tal vez no,
pero no estaba asumiendo la conciencia de otras personas, era la mía la que me preocupaba. Llegué
muy cerca de hacer algo por lo que nunca hubiera podido perdonarme a mí mismo –pudo oír el
auto-disgusto y la amargura latente en su voz-. Estábamos atacando Norham. No quería estar allí.
Ya estaba harto de todas las incursiones de ida y vuelta que estaban destruyendo las fronteras. Pero

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Àriel x

Clifford había asaltado nuestra ciudad, así que tuvimos que atacar la suya. Yo estaba a cargo de
retirar el ganado de los graneros y luego prender fuego a los edificios. Era quizás el segundo o
tercer edificio al que había puesto mi antorcha cuando miré hacia arriba en una puerta abierta de la
buhardilla y vi una cara en las llamas. Era una niña, no más de seis o siete.

Joan jadeó horrorizada e instintivamente puso su mano en su brazo.

Él le dio una mueca irónica:- Las llamas casi estaban en sus faldas cuando la alcancé. Estaba negra
de humo y aterrorizada, pero por lo demás ilesa -dio una risa dura-. Había estado jugando con un
gatito en el desván donde se suponía que no debía estar y pensó que los hombres eran de su padre.
Pero eso fue cuando supe que no podía seguir haciendo lo que estaba haciendo. Tenía que hacer
algo diferente. Algo que pondría fin a la incursión, al sufrimiento y al dolor experimentado por los
inocentes que estaban sufriendo el peso de la guerra.

Su mano apretó:- Oh, Alex. Lo siento. Pero, ¿por qué pelear por los ingleses? Lo mismo podría
haber sucedido si hubierais estado con ellos. Los escoceses no son los únicos que queman los
graneros.

-Sí -admitió amargamente-. Hay un montón de deshonor para todos. Pero no vi cómo podía poner
fin a todo esto haciendo lo que estaba haciendo. Rompiendo mi voto a Bruce y a... -Se detuvo, pero
sabía lo que había estado a punto de decir: A la Guardia-. A sus hombres -recordó- fue lo más duro
que he hecho, pero no pude ver ninguna otra salida -se encogió de hombros-. Estoy seguro de que
algunos de ellos estuvieron contentos de verme marchar. Nunca encajé realmente.

¿Cómo podría decir eso? ¿No se daba cuenta de lo mucho que su partida había devastado a los
demás? Pero se suponía que no debía saber eso. En su lugar preguntó:

-¿Por qué?

Él pensó por un momento:- Los hombres con los que peleaba tenían una línea diferente en la arena.
Estaban dispuestos a hacer lo que fuera necesario para ganar; yo no. Quería ganar, pero no a
expensas de no poder mirarme en el espejo cuando todo había terminado. Y la guerra secreta,
acechando, escondida en los agujeros del zorro, y el subterfugio no se sentía como ganar para mí.
Puede que hayan dado a Bruce un punto de apoyo, pero me quedó claro que la guerra de piratas no
iba a ganar la guerra. La única manera de que Bruce hiciera eso era tomar el campo. Lo cual era
algo que se negaba a hacer. ¿Por qué, cuando podía seguir haciéndolo para siempre? Para siempre
no era algo que yo podía aceptar. No podía ver a mi gente sufrir por ello -se encogió de hombros
otra vez, casi como si estuviera avergonzado-. Vi dos opciones: podría seguir luchando con Bruce
haciendo lo mismo durante años y esperar que quedara una frontera cuando finalmente todo
terminara, o podría ir a algún lugar donde pudiera hacer algo que podría terminar. Pensé que al
venir aquí podría hacer algo bueno -su boca se curvó-. Al parecer, he sobreestimado mis poderes de
persuasión.

Joan se quedó callada por un momento, consciente de su propio «subterfugio» y de su papel de


espía.

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-¿Qué esperabais lograr?

-Pensé que podría ser capaz de hacer que Eduardo viera el valor de la negociación, que se podría
ganar mucho al reconocer a Bruce como rey. Pero subestimé la cantidad de su padre que tiene en él
-admitió Alex-. Quizás fue ingenuo pensar que una persona podría hacer algo.

Extrañamente, Joan lo comprendió. Encajaba con el caballero de antaño con armadura brillante.
Alex esperaba que el resto del mundo actuara y pensara como él. Siendo razonable. Teniendo el
mismo honor y principios. Pero estaba condenado a estar decepcionado. El idealismo no tenía
cabida en la guerra.

-La guerra no son caballeros montados en torneos, es sucia y desagradable. Tenéis que luchar con
las armas que tenéis, incluso si a veces os hace sentir incómodo -sonaba como si estuviera tratando
de defender sus propias acciones-. Y no sólo los escoceses luchan sucios –señaló-. La justicia
dispensada por Eduardo a mi madre se aleja mucho de lo honorable o caballeresco.

Por la forma en que su boca se puso en una línea dura, podía decir que no quería oír lo que estaba
diciendo:- Yo sé eso. Creedme, he oído tanto de mi viejo compañero... una y otra vez -se estaba
refiriendo a Boyd, y podía oír la profunda frustración y la ira en su voz-. Pero no hay una respuesta
perfecta. Tenía que hacer algo -algo que pudiera tener la oportunidad de marcar la diferencia- e hice
lo que pensaba que era justo en ese momento.

En ese momento. Tal vez estaba leyendo demasiado en las palabras, agarrando cualquier hilo para
aferrarse a, pero aún así le daba esperanza donde no había habido.

¿Lo lamentáis alguna vez?

Al principio estaba tan callado que creyó que no la había oído. Pero cuando la miró, la tristeza en
sus ojos lo traicionó:- Fue lo peor que he hecho. Rompiendo mi promesa al rey, que era como un
hermano mío, traicionando a hombres con los que había peleado como hermanos durante casi siete
años... -se detuvo. La crudeza de su voz la dejó sin ninguna duda de que incluso ahora sentía el peso
de esa decisión-. Pero en ese momento tomé la única decisión que pude. Dios sabía que yo no
estaba haciendo ningún bien allí; Pensé que podría ser capaz de hacer más por el otro lado -bajo la
emoción, oyó la frustración.

Su sonrisa casi le dolía:- Como he dicho, puedo haber sobreestimado mi habilidad para persuadir y
la habilidad de Eduardo para escuchar la razón. Pero no me he rendido. Además, el arrepentimiento
no serviría para nada. Nunca podré volver.

Pero, ¿y si pudiera? ¿Y si pudiera persuadirle para que volviera? Podría ser una respuesta a sus
problemas. Pero no se engañaba a sí misma: no iba a ser fácil. No sólo tenía que convencer a Alex,
también tenía que convencer a sus hermanos.

-¿Estáis seguro de eso? -dijo Joan.

-Lo estoy -dijo Alex. Era lo único de lo que estaba seguro.

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¿Por qué le hacía todas estas preguntas? Cristo, esto era lo último de lo que Alex quería hablar. No
sólo se limita a la traición, sino ¿qué haría para romper él mismo todo otra vez?

Había sabido cuándo había huido hacía dos años que no habría marcha atrás... y volver a ver a sus
antiguos hermanos de la Guardia de los Highlanders lo había solidificado. Pero sonaba a la
defensiva y lo sabía. ¿Cómo podía hacerla entender cuando no estaba seguro de que se entendiera a
sí mismo?

Sus ojos eran grandes, anchos e increíblemente azules mientras lo miraba fijamente.

-¿Y si el final de la guerra significa la derrota de Bruce? ¿Eso no os importa? ¿Sus diferencias con
la forma en que se libraba la guerra hacen que perdáis vuestra fe en Bruce como rey?

La miró con brusquedad. Era algo extraño preguntar viniendo de alguien leal a los ingleses. Y era la
única pregunta que no quería -no podía responder-. Le importaba. Más de lo que quería admitir.
Nunca dejaría de creer en Bruce como hombre o como rey. Pero el precio había parecido demasiado
alto. La forma en que Bruce estaba luchando la guerra podía durar para siempre, y era algo que no
podía aceptar.

-Perdí la confianza en que Bruce iba a tomar el campo para perder o ganar, y la alternativa era
hambre, aldeas quemadas, ganado y grano robados, miseria para las personas que cuentan conmigo
para protegerlas y niñas jugando con gatitos en un granero que se queda atrapada en las llamas -se
levantó y tendió su mano-. Deberíamos irnos.

Miró hacia donde la reina y el resto del séquito se disponían a irse, tan sorprendido como él que la
caza ya hubiera terminado:- Lo siento, no quise decir...

-No deberíamos estar hablando de esto -dijo, cortándola-. No sirve a ningún propósito y podría ser
mal interpretado si es escuchado -le dio una larga mirada-. ¿Por qué estáis tan interesada? Pensé que
estabais contenta en Inglaterra.

-Lo estoy -dijo rápidamente. Un rubor rosa claro llenó sus mejillas-. Soy curiosa, eso es todo.
Quiero saber más sobre vos. No quise molestaros.

No estoy molesto -pero lo estaba... más de lo que lo quería admitir. Sus preguntas habían golpeado
viejas heridas que eran más crudas de lo que él se dio cuenta. Sospechó que nunca podrían sanar
completamente-. Es sólo... -¿Cómo podría explicarlo?

-¿Complicado? -terminó para él. Sonrió-. Sí, complicado.

Se unieron a los demás y se perdió la oportunidad de conversaciones privadas. Se sorprendió de lo


fácil que era hablar con ella, tal vez demasiado fácil. La única vez que había hablado de sus razones
para marcharse, muy brevemente, fue con Rosalin cuando la acompañó de regreso a su hermano
hacía dos años y se sometió a los ingleses. Pero aún así, algo le preocupaba. No sabía si era el tema
de las preguntas de Joan –que había despertado cosas en las que preferiría no pensar- o el hecho de

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que fuera ella quien se lo estuviera preguntando.

Después de disfrutar de una comida ligera de vino, queso, carnes secas y pan, los caballos fueron
preparados para el viaje de regreso al castillo. El clima se había enfriado con la aparición de unas
pocas nubes, y la suave brisa se había vuelto más aguda y persistente. Algunas de las damas se
pusieron capas más pesadas, incluyendo a Joan y sus primas.

No se había dado cuenta de lo alta que Joan era comparado con sus parientes. Alice y Margaret
probablemente no eran mucho más de cinco pies, y Joan debía ser seis pulgadas más alto, aunque
probablemente pesaban lo mismo. Joan era delgada y sus primas eran más redondas, especialmente
Margaret.

Baja y redonda. Infiernos. De repente, notó el color del manto de Lady Margaret. Era de color rojo
oscuro, «el color del clarete», recortado de blanco, probablemente de piel de armiño. La señora
que había dejado una misiva para el monje había usado algo similar.

Podría ser una coincidencia. Y esperaba que lo fuera. Pero una capa de clarete con una piel de
armiño muy cara no era exactamente común, y tampoco las damas estaban en condiciones de saber
la información clave. Margaret Comyn podría ser el espía que buscaban.

No tenía ni idea de por qué estaría de acuerdo en hacer algo tan arriesgado para el hombre que había
matado a su pariente (Bruce apuñalando a John Comyn, El Rojo ante el altar de Greyfriars solo
hizo peor la pelea de sangre entre las familias). Pero la pregunta mucho más acuciante era, ¿qué
diablos iba a hacer al respecto?

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Capítulo 16
Alex no tuvo mucho tiempo para decidir. El nuevo escudero de Pembroke lo encontró y le dio un
mensaje de que el conde quería verlo justo cuando estaba ayudando a las damas a bajar de sus
caballos.

-¿Pasa algo malo? -preguntó Joan, observando cómo el muchacho se apresuraba a alejarse-.
Parecíais un poco tímido en el trayecto.

Probablemente debería estar sorprendido de lo fácil que ella ya parecía leer sus estados de ánimo,
pero no lo estaba. Con al menos parte de la pared que había erigido entre ellos ya derribada, su
conexión natural se podía sentir.

-Tal vez un poco. Hay mucho que hacer en las próximas semanas -le dio una sonrisa-. Por mucho
que me gustaría concentrarme en los esponsales, me temo que Eduardo y Pembroke tendrán
diferentes ideas.

Se mordió el labio de una manera que fácilmente podría distraerlo, a pesar de lo que acababa de
decir:- Espero que no haya sido nada de lo que dije.

Negó con la cabeza:- No lo fue. Pero me temo que no podré unirme a vos para la cena como
esperaba. Pembroke me ha ordenado que le acompañe.

-¿Hay algún problema?

No lo habría si Alex no sospechase que su prima era la espía.

No quería mentirle, así que en lugar de eso dijo:- Sospecho que se está preguntando sobre mi
progreso en descubrir a la persona que ha pasado información importante a Bruce.

-¿Y estáis más cerca?

La pregunta fue hecha con un interés cortés, nada más. Pero algo le molestaba. Tal vez fue el
contraste con la discusión apasionada que habían tenido hacía poco. Sonaba casi cuidadoso.
¿También sospechaba de su prima? ¿Sabía algo? Esperaba en el infierno que no.

Su mirada fija en la suya como si pudiera obligarla a revelar sus pensamientos. Pero lo miró sin
expresión, y él oró, sin aliento.

-No estoy seguro -dijo.

-Eso suena prometedor.

Una vez más, el interés cortés. Interés educado cuidadoso.

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-No tan prometedor como yo esperaba -dijo con ambigüedad, sinceramente. Seguro que nunca
había esperado que una mujer, y mucho menos su prima, participara en esto cuando le ofreció su
ayuda para defenderse de sus sospechas.

Lo puso en una posición incómoda. Como quedó claro cuando se enfrentó a Pembroke poco tiempo
después en su solar privado.

-Os fuisteis en vuestra 'misión' antes de que me informarais con las pistas que seguíais -dijo el
alardeado comandante inglés, no ocultando su constante molestia por la salida de Alex del castillo
para encontrarse con el rey.

Como Alex ya había ofrecido sus disculpas y explicaciones, ignoró la reprimenda velada.

>-¿Qué descubristeis? -Pembroke terminó.

Alex maldijo. Su deber estaba claro. Debería decirle a Pembroke lo que había averiguado acerca de
que el espía era una mujer. Pero si lo hacía había muchas posibilidades de que el conde sospechara
de Joan, como lo había hecho Alex. Y seguro que no iba a decirle sus sospechas de que era
Margaret. Por mucho que despreciara los subterfugios, aunque Alex estuviera seguro de que era
ella, no condenaría a la prima de Joan a la cárcel -o peor aún- especialmente cuando no estaba
seguro de la participación de Joan.

Mentiras, subterfugios, traiciones y deshonra. . . Éstas eran exactamente las cosas que había
intentado evitar, maldita sea. Sin embargo, aquí se revolcaba en ellos otra vez.

El honor y la lealtad exigían una respuesta que Alex no iba a dar. Su línea en la arena se movía:-
Desafortunadamente, las pistas que estaba siguiendo eran menos prometedoras de lo que pensaba.

Podía decirse a sí mismo que no era técnicamente una mentira, pero no importaba cuán
cuidadosamente hubiera construido las palabras que sabía que todavía estaban calculadas para
engañar y ser equívocas.

Pembroke frunció el ceño. Me dijeron que os reunisteis con el monje muy tarde la noche antes de
iros. ¿Por qué? ¿Os dijo algo?

-Pensé en atraparlo inconsciente con la esperanza de que pudiera admitir algo útil. Pero después de
interrogarlo por un tiempo, estoy convencido de que nunca conoció a la persona que dejó el
mensaje. El joven monje era sólo un mensajero.

Otra cuidadosamente construida "verdad". Alex ocultó su auto-disgusto bajo el escrutinio de


Pembroke. Su comandante lo miró duramente:- ¿Así que no habéis averiguado nada nuevo?

Alex sacudió la cabeza:- Nada útil. Sospecho que la captura del monje ha forzado al espía a ir a la
clandestinidad por un tiempo.

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Esperaba que eso fuera verdad.

Pembroke lo miró por un momento:- Tal vez tengáis razón. Pero en cualquier caso, se han tomado
medidas de protección. El rey está convencido de que Bruce de alguna manera se ha enterado de
nuestras rutas marítimas, ya que los ataques han ocurrido con demasiada precisión para ser
coincidencia. Está furioso y quiere asegurarse de que nada más se encuentre en manos enemigas.

Alex sabía que la incapacidad de conseguir provisiones a las guarniciones inglesas en Escocia para
el gran ejército que Eduardo tenía la intención de enviar hacia el norte podría ser un duro golpe,
afectando su plan de batalla. Se verían obligados a llevar todos los suministros con ellos, lo que los
ralentizaría y haría al gran ejército aún más difícil de manejar.

¿Cómo había conseguido Margaret esa clase de información? ¿De Beaumont ha sido tan descuidado
al compartir tan detallada información?

Pero era más lo que Pembroke había dicho en lo que estaba centrado él:- ¿Qué tipo de medidas de
protección? -le preguntó Alex.

El otro hombre le hizo un gesto con la mano. -No es asunto vuestro.

Alex mantuvo su temperamento, apenas:- ¿Cómo no puede serlo cuando es mi trabajo descubrir al
espía?

-Un trabajo en el que habéis fracasado -señaló Pembroke-. Pero no necesitáis ocuparos de encontrar
al espía, tengo otra tarea para vos.

Alex tenía los dientes rechinados por el ligero ataque que, por desgracia, estaba justificado, pero
consiguió decir:- ¿Mi lord?

-Hay un problema en East Lothian. El comandante de la guarnición en el castillo de Hailes está


teniendo algunos problemas con los agricultores locales, algunos de los cuales creo son sus
inquilinos en Haddington.

Alex se puso inmediatamente en alerta:- ¿Qué tipo de problema?

-El capitán cree que están conspirando con el enemigo para proporcionarles comida y otras
necesidades.

Alex se reprimió la maldición que estaba a punto de seguir, en su lugar, dijo:- Eso es ridículo. Los
hombres de Bruce allanaron esa zona hace poco en represalia por su provisión de grano a la
guarnición. La misma guarnición que debería haber estado protegiéndolos -añadió.

-No me importan los detalles -dijo Pembroke-. Simplemente deseo que hagáis todo lo que sea
necesario para poner el problema en reposo y traer a cualquier traidor a la justicia. No necesito
deciros lo importante que son las guarniciones cuando nos dirigimos hacia el norte.
Hailes estaba en la carretera principal a Edimburgo.

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-¿Y si descubro que es el comandante de la guarnición el problema? -preguntó Alex.

-Estoy seguro de que encontraréis una solución -dijo Pembroke.

En otras palabras, la justicia no importaba. La situación de las personas en las fronteras no


importaba. Simplemente aplaca al maldito capitán.

A estas alturas los dientes de Alex se sentían como si hubieran estado aplanados. Se las arregló para
asentir, reconociendo la orden.

-Bien -dijo Pembroke-. Os marcharéis al amanecer. Tomad tantos hombres como necesitéis. No
espero que os lleve más de unos días.

Despedido, Alex dejó la torre para encontrar a sus hombres. Estaba tan frustrado e hirviendo de
rabia que no levantó la vista hasta que oyó un jadeo agudo.

-¿Alex? -La voz suave y femenina fue instantáneamente familiar.

No necesitaba ver el rostro escondido en la capucha de la capa para reconocer a la mujer que vino a
arrojarse a sus brazos un momento después.

***

Joan se preocupó de que hubiera empujado a Alex con demasiada fuerza y eso le hiciera sospechar.
Pero se había sentido arrastrada por la perspectiva de un futuro más allá de la angustia y la
posibilidad de que de alguna manera pudiera convencerlo de volver a sus antiguos compatriotas.
Había luchado claramente con la decisión de irse y no parecía reconciliado con ello incluso ahora.

Con lo que había dicho -y lo que sabía de él- tenía una comprensión más profunda de lo que le
había motivado a cambiar de lado. Ahora no parecía una traición.

Había estado desgastado, frustrado y empujado al punto de ruptura por la brutalidad de la guerra.
Parte escocesa, parte inglesa, parte caballero, parte bandido, Alex estaba dividido entre dos mundos
-dos ideales- e incapaz de conciliar la lucha por la justicia y la caballería. Al final, acabó
rompiéndose.

Pero si era la niña, el problema con Boyd, el estilo de la guerra, su código personal, porque no podía
ver un fin, o una combinación de todas esas cosas que le hicieron salir, lo había hecho con un noble
propósito. Había traicionado a sus amigos y rey porque pensaba que podía hacer más bien
trabajando para el fin de la guerra desde un ángulo diferente.

Era una idea admirable, pero supuso que no había funcionado como esperaba. Había contado con
hombres razonables y honorables como él, que estaban en breve mando. Por otra parte, la
desconfianza y la sospecha que Boyd había lanzado sobre él por ser "inglés" le había seguido a
Inglaterra, donde lo consideraban "el escocés."

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Había sentido la frustración de Alex y había esperado plantear la idea de regresar. Pero había tenido
un poco-demasiado-de mano dura, y ahora temía que podría haberse cerrado incluso más que antes.

Si pensaba que ella simpatizaba con Bruce, ¿cuánto tiempo le llevaría a conectarla con la persona
que alimentaba ‘la traición’con la información de los "rebeldes"? Tal vez ya había hecho la
conexión. Había estado actuando tan extraña y deliberadamente evadiendo sus preguntas.

Qué desastre. La situación se había vuelto insoportable. Le preocupaba demasiado seguir


mintiéndole. ¿Pero confiar en él con su vida? Extrañamente, a pesar de la traición a sus hermanos,
lo hacía. Desafortunadamente, había más que confianza. Decirle la verdad lo pondría en una
posición horrible. Se vería obligado a decidir entre ella, su honor y su deber. No quería hacerle eso
todavía. No hasta que estuviera segura de que no hubiera otra manera. Pero, ¿qué sabía él?

Lo había seguido hasta el solar de Pembroke para averiguarlo. Como apenas podía escuchar la
puerta del pasillo, dio prueba de su nombre espectral de guerra y pasó a través de la pared como un
fantasma, o en este caso, a través de la cámara vecina con la puerta desbloqueada. Había hecho esto
innumerables veces antes, pero espiar a Alex era diferente.

Aunque la mayor parte del castillo estaba en la cena, sólo para estar segura se escondió detrás del
tapiz pesado que cubría la mayor parte de la pared. La partición era de madera, pero como había
sido enyesado, amortiguaba sus voces lo suficiente para evitar que oyera toda la conversación. Pero
oyó suficiente para saber que si Alex sabía algo, no se lo había pasado al conde. También se enteró
de que estaba siendo despedido, y eso causaba una angustia en su pecho. Esto iba demasiado
deprisa. ¿Pero cómo podía detenerlo?

Salió de la habitación poco después de oírlo marcharse. Cuando estaba segura de que no había
nadie, se dirigió a la escalera de la torre y salió al patio.

Miró a su alrededor, escudriñando el área, y su corazón se estrelló contra su pecho. El aire de sus
pulmones se volvió tan caliente y acre que dolió respirar.

Le dolía todo.

No había esperado lo suficiente. Alex estaba a unos cincuenta metros de distancia, cerca de la
entrada a la capilla. Ella caminó detrás de la esquina del edificio, pero no tenía por qué preocuparse
de que la notara. Tenía los brazos alrededor de una mujer y la estaba levantando de sus pies. Cuando
empezó a girarla y se quitó la capucha, Joan pudo ver que no era sólo una mujer, sino una de las
mujeres más bellas que había visto en su vida.

***

Rosalin Clifford -ahora Boyd- todavía se reía cuando Alex le dio un último apretón y la puso de
nuevo en sus pies. No podía recordar la última vez que se sorprendió tanto al ver a alguien.
Asombrado y muy feliz. Ella le recordaba...
Dejó de pensarlo. Su vieja vida había terminado.

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Levantó la mano y le puso una mano en la mejilla:- Oh, Alex, es tan bueno veros. Os he echado de
menos.

Él tomó su mano y la llevó a su boca:- Yo también os he echado de menos, muchacha.

Repentinamente, su localización fue traída de nuevo a él. No estaban en Escocia, estaban en medio
de un castillo lleno de soldados ingleses y ella era la esposa de uno de los hombres más odiados de
Inglaterra.

Tal vez su rostro oscuro le recordó eso también, porque apresuradamente ajustó su capucha sobre su
cabeza, ocultando sus características notables. Rosalin era una de las mujeres más hermosas a
ambos lados de la frontera; una cara como la suya no pasaría desapercibida.

Él maldijo. Había oído algo peor de él y no parecía tener ninguna intención. –Por el amor de Dios,
Rosalin. ¿Que demonios estáis haciendo aquí?

Arrugó la nariz como si le molestara la pregunta y el tono en que se le había preguntado:- Bajad la
voz. Ya estamos llamando suficientemente la atención.

Volvió a jurar y miró a su alrededor. Había un puñado de soldados en la zona, la mayoría de los
cuales los miraban con curiosidad, y algunos (que debían haber visto su cara) con envidia.

-¿Quién es la mujer? -preguntó Rosalin.

Alex frunció el ceño:- ¿Qué mujer?

Rosalin miró a su alrededor:- Estaba de pie junto a la Torre Constable, pero debió de haberse
marchado. Por la forma en que os miraba, supuse que la conocíais. Muy bonita, sensual, de cabello
oscuro -frunció el ceño-. Me resulta familiar.

Alex volvió a jurar. Cristo, Joan deió haberlos visto. Miró a Rosalin bochornosamente. Tendría que
recordar eso... encajar.

-Mi prometida -dijo. Iba a tener que explicarle algo más a Joan. Pero primero, tenía que lidiar con el
problema más acuciante.

Aprovechando el asombro de Rosalin por su anuncio y notando la capilla cercana, él atrajo hacia
adentro. Afortunadamente, estaba vacío.

-¿Estáis prometido? Oh, Alex, estoy muy feliz por vos. ¿La conozco? ¿Cuál es su nombre?

-Más tarde -dijo Ale-. Cruzó los brazos sobre su pecho y le dirigió una mirada que le advirtió que
no le mintiera-. ¿Vuestro marido sabe que estáis aquí?

Ella se mordió el labio, teniendo el buen sentido de parecer desgastada:- No exactamente.

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Alex explotó, soltando una serie de blasfemias y maldiciones que harían que MacRuairi se sintiera
orgulloso. Pero su ira se convirtió en algo completamente distinto cuando retiró su capucha
nuevamente y sin querer reveló algo más, algo que probablemente debería haber notado cuando la
estuvo abrazando.

Su rostro palideció:- Dios mío, no me digáis que estáis embarazada.

Hizo una mueca que incluía una boca fruncida de disgusto y un fruncimiento de disgusto:- Muy
bien, no lo haré.

-¡Cristo, lo estáis! -dijo incrédulo-. Ariete va a matar... -casi dijo "matarme". Estaba tan
malditamente acostumbrado a ser la fuente de la culpa, pero no tenía nada que ver con esto, lo que
no explicaba por qué se sentía de alguna manera responsable-. Mataros -terminó.

Ella no parecía preocupada y se encogió de hombros:- Tengo todo el derecho de estar aquí. Robbie
y yo tenemos un acuerdo.

Sus ojos se estrecharon con sospecha:- ¿Qué tipo de acuerdo?

-Que pudiera venir a ver a mi hermano cuando quisiera.

-Estoy seguro de que no quería que vinierais por vuestra cuenta con todo el ejército inglés
acampado cerca. Maldito infierno, el rey está aquí. Hay soldados por todas partes.

La mordedura de su labio se profundizó. Es curioso, Joan hacía lo mismo, pero cuando Rosalin lo
hacía, no se distraía en absoluto.

Puede que se estremeciera con un poco de vergüenza:- No me di cuenta, pero no habría hecho la
diferencia. Necesitaba ver a Cliff.

Se refería a su hermano, Lord Robert Clifford, uno de los más altos graduados de los barones de
Edward y un enemigo de largo tiempo de su marido. Alex no tenía ni idea de lo que había hecho
para lograr una tregua entre esos dos... demonios, tal vez Ariete debería haber intentado hablar con
Eduardo.

-¿Y no podía esperar? -preguntó.

Ella negó con la cabeza, su expresión de repente desanimada:- Tenía que verlo antes de marchar. No
sé cómo explicarlo, es sólo un sentimiento. . .

La boca de Alex cayó en una lúgubre línea. No creía en las premoniciones, pero no iba a discutir
con una persona que sí:- ¿Lo habéis visto ya?

Ella negó con su cabeza:- Estaba de camino a sus habitaciones cuando os vi. Pero supongo que fue
una buena cosa que hice, como sospecho que sus habitaciones pueden haberse movido.

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Alex asintió con la cabeza:- Está en el alojamiento del capitán. Pembroke tiene sus antiguas
habitaciones en la Torre Constable.

-En efecto, una cosa muy buena. Sir Aymer me reconocería muy fácilmente.

-Os llevaré a Clifford... y luego os llevaré de vuelta de donde venís.

-Eso no es necesario...

Levantó la mano para detenerla:- No os molestéis en discutir. Vuestro marido ya tiene una espada
allí con mi nombre, no le daré otra. Y sería merecido si os dejo salir sola de aquí. ¿Cómo diablos
habéis entrado aquí?

Por la forma en que se ruborizó, pensó que no le iba a gustar.

No lo hizo. Volvió a explotar:- ¿Habéis venido con algunas de las mujeres del pueblo?

-¿Os referís a algunas de las putas que hacen sus rondas en el cuartel?

Se pasó los dedos por su cabello. Esto era cada vez más malo y peor:- ¿Y si uno de los hombres
hubiera estado "interesado"?

-Simplemente fingía estar con las mujeres para pasar por la puerta, y tener hombres esperando por
mí cerca.

Alex emitió un sonido que era más bien un resoplido:- Como si hubieran sido buenos para vos aquí.

-Si me lleváis a ellos cuando haya terminado, me verán de regreso sano y salvo.

Empezó a preguntar de nuevo adónde, pero se detuvo. Rosalin entendió por qué. Cuando sus ojos se
encontraron, pudo ver la tristeza al darse cuenta de que ahora estaban en lados opuestos.
Él asintió. Podría devolverla a los hombres de Boyd sin demasiado desvío de la ruta que iba a llevar
con sus hombres a Hailes.

-Ahora, habladme de esa mujer con la que os vais a casar. ¿La amáis?

Él se estremeció, sospechando que era el que se ruborizaba ahora:- ¡Cristo, qué cosa preguntar,
Rosalin!

-¡Lo hacéis! -exclamó alegremente, volviendo a abrazarle-. Oh, Alex, estoy tan feliz por vos. ¿Os
ama? Por supuesto que sí. Sois uno de los hombres más maravillosos que conozco. El caballero
perfecto y hermoso por excelencia. Sir Galahad al rescate -dijo con una carcajada.

No ella también. ¿Es eso lo que todo el mundo pensaba de él? Cristo, qué vergüenza. Por no
mencionar que era falso. Le hacía sentirse como una especie de fraude.

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Pensó, incómodamente volviendo a la pregunta. ¿La amaba? Nunca había puesto las palabras en
ello, pero sí, lo hacía. ¿Ella sentía lo mismo? No lo sabía. Le gustaba, lo cual era suficiente por
ahora. No era así.

-¿Lo arreglaron las familias?

-No exactamente. Más bien fue ordenado por el rey.

Ella lo miró por un largo rato:- No . . . ¡No lo hicisteis! –se rio, aplaudiendo con sus manos-. ¡Lo
hiciste! No lo puedo creer. Tal vez no sois sir Galahad después de todo.

Ahora se sentía muy incómodo. ¿Cómo diablos había adivinado? ¿Tenía pinta de desvirgar a
inocentes?:- Digamos que ahora tengo un poco más de simpatía por vuestro marido.

Aunque lo decía a la ligera, los sentimientos detrás no lo eran. Ella sabía las razones de su partida,
incluyendo lo que pensaba qde que Boyd se había aprovechado de ella cuando fue su rehén. Boyd
se había equivocado. Pero Alex se había equivocado al pensar que olvidar su honor en los brazos de
una mujer a la que amaba era un pecado que jamás se pondría a sus pies. Un pecado que podría ser
más complicado de lo que le apareció por primera vez.

Rosalin puso su mano en su brazo:- Me siento culpable por lo que pasó. No fue culpa vuestra, Alex.
Sé que pensasteis que lo era, pero quería lo que pasó tanto como él. Lo amaba. Aún lo hago. Creía y
sigo pensando que no puedo vivir sin él.

Alex sacudió la cabeza:- No fuisteis vos. Como os dije entonces, llevaba mucho tiempo pensándolo.
Pero sé lo difícil que fue para vos. Yo estaba allí, vi por lo que estabais pasando.

-Sé que Robbie se arrepiente de algunas de las cosas que hizo y desea haberlo hecho de otra
manera.

-Lo dudo mucho -dijo Alex secamente.

-De verdad. Érais como un hermano para él, aunque estaba demasiado cegado por la ira y la
venganza para admitirlo. Tal vez... ¿pensáis volver alguna vez?

Deseaba poder decir que no. Pero no podía mentirse a sí mismo. Cada día pensaba en lo que había
renunciado. Los desafíos. El peligro. La sensación de que era parte de algo importante. La
camaradería. Sí, sobre todo eso. Los guardias habían sido los amigos más cercanos que había
tenido, incluso aunque no siempre se hubiera sentido así. Alejarse de ellos había sido como alejarse
de una parte de sí mismo. Pero había tenido que hacerlo. No podía seguir con lo que estaba
haciendo. Sólo esperaba que al final todo valiera la pena.

-No ha sido lo mismo... Robbie no ha sido el mismo... desde que os fuisteis -dijo, adivinando sus
pensamientos-. Os necesitan, Alex.

Alex sacudió la cabeza; ella estaba equivocada:- Los vi hace poco -sus ojos se abrieron de sorpresa.

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-¿Cuándo?

Explicó lo que había pasado con la niña y cómo había estado rodeado:- Me dejaron ir, pero vuestro
marido tenía muy claro lo que pasaría la próxima vez que nos viéramos -negó con la cabeza-. No,
no hay vuelta atrás.

-¿Estáis seguro?

Sonrió; Esa era la segunda vez que se lo preguntaban hoy:- Lo estoy.

-Supongo que sería difícil de explicar a vuestra nueva esposa -dijo Rosalin con una sonrisa tan
triste como la suya-. Seguramente sea de alguna ilustre familia inglesa.

Alex hizo una mueca. Es que hubiera ‘escondido’ su nombre intencionalmente, pero tampoco se lo
había dicho voluntariamente:- No exactamente.

Ella alzó una ceja. Cuando finalmente dijo su nombre, Rosalin jadeó. Entonces palideció:- ¿La hija
de Bella? Sabía que me resultaba familiar. ¡Dios mío, Alex, no podéis casaros con ella! No es la
espada de mi esposo por la que tendréis que preocuparos, si no la daga de Lachlan. Os matará
cuando se entere.

No era la primera vez que se le ocurría la idea:- ¿Por qué debería preocuparse MacRuairi? Apenas
la conoce.

Una extraña mirada cruzó su rostro:- Eso no importará. Ella forma parte de su familia, y no la
dejará... -se detuvo, avergonzada.

-¿Casarse con un traidor? -dijo Alex con fuerza. Roslin asintió a modo de disculpa-. Sí, bueno, no
siempre podemos escoger a nuestros parientes. Estoy seguro de que Boyd ha expresado opiniones
similares.

Ella se rio de eso:- Quizá una o dos veces.

-Vamos a buscar a vuestro hermano. Apuesto a que va a tener algo que decir sobre esto también.

Alex tenía razón. Inicialmente, Clifford estaba tan feliz de verla como lo había estado Alex, pero
cuando se dio cuenta de lo que había hecho, se había puesto aún más furioso.

Alex la dejó con su hermano con la promesa de regresar por la mañana y fue en busca de Joan.
Pero por primera vez, no estaba deseando que llegara. Esperaba que Rosalin se hubiera equivocado
de que Joan los hubiera visto. No quería mentirle, pero tampoco podía arriesgarse a que nadie se
enterara de la presencia de Rosalin en el castillo.

***

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Después de huir del patio, Joan había regresado a su habitación y estaba ayudando a Alice a quitarle
los alfileres del pelo cuando Bess llegó con el mensaje de que Alex estaba esperando abajo y había
pedido verla.

Alice sacudió a Joan:- Id, no dejéis que vuestras obligaciones conmigo interfieran. Además, habéis
estado tan triste como un niño mirando por la ventana de una confitería cerrada toda la noche.
Espero que no sea a causa de alguna amante.

En realidad, sonaba como si esperara exactamente lo contrario.

-Estoy cansada -dijo Joan-. Eso es todo. Pero debería ver lo que quiere.

-No os apresuréis por mí -dijo Alice, sintiéndose muy triste por sí misma-. Una de nosotras debería
divertirse esta noche. Henry está en otra de sus reuniones.

Ese era el tipo de información sobre la que Joan debía concentrarse, y no en por qué Alex tenía sus
brazos alrededor de la esposa de Robbie Boyd.

Pero no podía sacar la imagen de su mente. Parecían tan perfectos juntos. El caballero guapo,
galante y la hermosa doncella "Rose". Con su cabello rubio, su tez delicada y sus rasgos perfectos
de princesa, parecía un ángel. No podía haber sido más brutal la cruel realidad para Joan, ésta era
la clase de mujer con la que Alex debía casarse. La perfecta Rose inglesa. La Bella Rosalin.

Una vez que la primera punzada de dolor había cedido, no había tardado mucho en reconocer a la
mujer que se consideraba una de las más bellas de Inglaterra. Habían cruzado caminos desde la
distancia unas cuantas veces en el pasado en la corte de Londres cuando Joan seguía viviendo con
los Despensers. Joan había estado tan sorprendida como todos los demás por saber que Rosalin
Clifford había sido tomada como rehén por uno de los escoceses más famosos y odiados de
Inglaterra, el enfurecido Demonio, Robbie Boyd. Pero a diferencia de todos los demás, Joan sabía la
verdad de que Rosalin no había sido obligada a casarse con Boyd, ella había querido.
Entonces, ¿por qué estaba Rosalin aquí? ¿Y qué, si acaso, tenía que ver con Alex?

Joan no necesitaba ser uno de los mejores espías de Inglaterra para saber que Rosalin significaba
algo para Alex, lo que había estado muy claro, según su rostro.

Lo que la había sorprendido era lo mucho que significó para ella. Había estado celosa y asustada.
Asustada de que lo perdiera, asustada de que la sostuviera contra esta otra mujer y se preguntara qué
había estado pensando, asustada de que se hubiera permitido acercarse demasiado y, sobre todo,
asustada de que pudiera ser demasiado tarde para hacer algo al respecto.
Tenía que intentar alejarse, mientras todavía pudiera. Y estar en alerta.

La estaba esperando en la entrada. La sonrisa infantil que curvó sus labios cuando se volvió y la
vio le cortó como un cuchillo a través de su corazón. Parecía una burla. Todo era fingido. Una casa
de cristal de ilusiones que podría ser destrozada en cualquier momento.

Se obligó a no mostrar su herida y en mantener su expresión fría y serena:- ¿Queríais verme, mi

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lord?

Frunció el ceño un poco por su tono cortés:- Sí, me temo que tengo algo que debo atender en mis
tierras en East Lothian. Esa es la razón por la que Pembroke deseaba verme. Sólo me iré por unos
días, pero debo partir mañana temprano.

-Espero que no sea demasiado grave, mi lord.

-Como yo –dijo, aunque no parecía muy convencido.

No podía ocultar todas sus emociones, al parecer, mientras su voz salía preocupada y suplicante:-
¿Tendréis cuidado?

Él sonrió:- Me esforzaré por volver a vos exactamente como os dejo.

Ella devolvió su sonrisa, apreciando el intento de humor, incluso si la idea de que se lastimara hacía
que todas esas emociones que estaba tratando de ocultar se movieran como una tempestad:-
Entonces os deseo un buen viaje, mi señor, y os veré en vuestro regreso.

Joan asintió brevemente y se habría alejado si no la hubiese cogido. La sensación de su mano en su


brazo hacía que cada extremidad nerviosa saltara muy conscienteme. Podía sentir su calor, oler el
olor ahora familiar de jabón de sándalo, y las sensaciones corrían a través de su sangre en una
carrera caliente, debilitando sus rodillas –y la expectación-.

-Pensé que os había visto antes -dijo.

No dio ningún indicio de que las palabras hubieran hecho que su corazón empezara a golpear
rápidamente:- ¿Sí?

-Sí, por la Torre Constable. ¿Me estabais buscando?

-Puede que estuviera en camino a la capilla en ese momento.

Él estudió su rostro. ¿Buscaba algún tipo de señal de engaño, tal vez?:- Me encontré con una vieja
amiga.

-¿Lo hicisteis?

Tal vez no era tan buena en ocultar sus sentimientos como pensaba, porque él asintió con la cabeza
como si supiera que estaba mintiendo y estuviera tratando de disculparse:- Una mujer que es como
una hermana para mí.

-No necesitáis explicar.

-Simplemente no quería que hubiera ningún malentendido.

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-No lo hay.

-Es sólo que es... complicado.

Lo dijo con una sonrisa, pero el humor fácil de antes parecía forzado. Las mentiras, los engaños y
las medias verdades tenían una manera de hacerlo, ella debía saber eso.

Podría haber dejado ir con eso. Pero algo la provocó a empujar, a probarle. ¿Confiaba en ella lo
suficiente como para decirle la verdad?

-¿Quien es ella? Tal vez me me cruze con ella cuando hayáis marchado ya.

Si no hubiera estado buscando la vacilación, lo habría extrañado. Pero si consideraba decirle la


verdad, decidió no hacerlo:- Nadie que vos conozcáis. Pero me temo que sólo estuvo aquí
brevemente y ya se fue.

Joan le miró a los ojos y no vio señales de engaño. Para alguien que despreciaba la mentira, lo hacía
verdaderamente bien:- Qué decepcionante.

Lo era. Ahora no era la única mentirosa entre ellos.

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Capítulo 17
Con la marcha de Alex, Joan se volcó en sus deberes con una renovada determinación y
concentración. La fecha establecida por Eduardo de Bruce y el comandante en el Castillo de Stirling
para que los ingleses aliviaran la guarnición estaba a menos de dos semanas de distancia.

El rey Eduardo tendría que irse la próxima semana si quería llegar a tiempo. Llevaría al menos una
semana de marcha, tal vez más, para que el ejército llegara a Stirling desde Berwick.
Así que en lugar de preguntarse qué estaba haciendo Alex, pensando una y otra vez en cada palabra
de su conversación, y pensando en qué más haría por Rosalin Boyd si se preocupaba por ella lo
suficiente como para mentir, Joan se concentró en su prima. O más exactamente, en su prima y su
marido. Pero Alice y sir Henry resultaron sorprendentemente inútiles e inusualmente cercados.

No creía que sospecharan nada, pero no podía estar segura. Lo más probable es que fuera
simplemente el resultado del esfuerzo creciente del rey para encontrar el espía y el endurecimiento
de la información a medida que la guerra se acercaba. Pero no podía sacudir la sensación de
inquietud.

La inquietud que sólo aumentó cuando fue a la ciudad para enviar un mensaje a Lachlan de que
necesitaba hablar con él (no sólo para advertirle acerca de los esponsales, sino para comenzar a
construir el puente que podría permitir que Alex regresara) y decirle que tenía la sensación de que
alguien la seguía. Cuando regresó al castillo y vio a algunos de los hombres de Despenser pasar a
través de la puerta un poco después, sintió el primer escalofrío de miedo.

Se maldijo de nuevo por el error que había cometido con Sir Hugh. Nunca debió haberle apuntado
en primer lugar, y hacerle sentir tonto al parecer descartardo por Alex... no había sido inteligente.

Era un enemigo peligroso, como lo había visto en su expresión cuando la felicitó por su
compromiso el día de la excursión. Había rechazado el escalofrío que había corrido por ella
entonces, pero ahora viendo a sus hombres. . . No se sentía como una coincidencia.
Sabía que tenía que ser cuidadosa, muy cuidadosa.

Había una buena noticia. Al regresar a su habitación, Joan aprendió de Alicia que Hugh El Mayor
había llegado con algunos hombres adicionales de Gales. Su antiguo guardián siempre había sido
amable con ella e incluso había tratado de defenderla con el rey cuando sir Henry primero planteó
dudas sobre su paternidad. Nunca olvidaría esa lealtad, y cuando lo vio, fue con verdadero cariño su
gran abrazo al mediodía bajo la mirada vigilante de su hijo a su lado.

Antes de dejarla ir, el hombre mayor insistió en que llegara a sus habitaciones más tarde esa noche
(una vez que había hecho sus deberes para el rey), donde podía contarle todo lo que había hecho
desde que la había visto por última vez , "incluyendo más sobre este caballero que ha ganado su
mano."

Ignoró el comentario del joven Sir Hugh de que por lo que había oído, "había estado haciendo

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mucho", y le prometió al caballero mayor que lo vería más tarde.

Con la llegada de la reina, ella y su grupo de damas de honor se habían apoderado de las mesas
superiores, así que Joan se retiró a una mesa de caballete más lejos del estrado para unirse a su
prima Margaret entre algunos de los caballeros de Sir Henry.

Ella estaba a sólo unos metros de distancia cuando se detuvo a mitad dle paso y jadeó. El color de
su rostro se esfumó. Tuvo que agarrar el borde de una de las mesas para evitar que sus piernas se
derrumbaran.

Dios mío, no podía ser.

-¿Hay algo mal, mi señora? Os veis como si hubierais visto un fantasma.

Uno de los hombres de sir Henry, sir Bertram, pensó su nombre, debió de verla casi caer y había
venido a su rescate, ofreciéndole un brazo firme para aferrarse. Ella lo tomó, no sólo por la solidez,
sino también para bloquear a la persona que había visto de su vista.

Sólo entonces el choque se disipó lo suficiente como para que respondiera. No, no un fantasma
(ironía, eso), aunque deseaba que sí... no había nadie en el mundo que quisiera ver más muerto que
él.

-Me sentí un poco mareada por un momento -dijo con una sonrisa vacilante al joven caballero-.Pero
ahora estoy bien.

-¿Estáis segura? -preguntó sir Bertram con evidente preocupación-. Estáis temblando y vuesta mano
está tan fría como el hielo.

Al darse cuenta de que la gente comenzaba a mirar fijamente, forzó una máscara tranquila y serena
a su rostro que no sentía:- Quizá un vaso de vino me ayude.

Sir Bertram saltó de inmediato para cumplir con sus órdenes, llevándola a la mesa y pidiendo a una
de los sirvientes que trajera vino a la señora.

De alguna manera Joan lo hizo a través de la comida. Evadió las miradas interrogantes de su prima
y rio y bromeó con el resto de la mesa como si nada estuviera mal. Pero el sudor frío en su frente y
el frío en sus huesos le decían otra manera. Era dolorosamente consciente de que el poderoso
caballero del lado de Despenser no estaba sentado a veinte pies de distancia. Dejadme ir. . . Todavía
podía sentir su peso sobre ella, mientras luchaba.

Aunque Sir Phillip Gifford había sido simplemente un escudero la última vez que lo había visto,
nunca olvidaría al hombre que la había violado.

Cuando había sido enviado a las tierras de Sir Hugh en Gales hacía cuatro años, y ella a vivir con
Alice y Sir Henry, había pensado que nunca volvería a verlo. Pero con la guerra y su cercanía con la
dirección inglesa, debería haber sabido que esto podría suceder... Debería haber estado preparada.

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Pero en realidad, temía que nada pudiera haberla preparado para volver a verlo.

Alex. Sintió intensamente su ausencia. No era que necesitara su fuerza; Era como si su bondad
inherente pudiera de alguna manera borrar el mal.

En la primera oportunidad, se excusó para retirarse a su habitación donde podría pensar y


recuperarse del choque en privado. Margaret se ofreció a acompañarla, pero Joan no quiso
responder a las inevitables preguntas.

Ella se dio cuenta de la precipitación de su decisión unos momentos después, cuando su camino a la
puerta fue bloqueado por un gran guerrero vestido de plaid, con un sobreblanco con los familiares
brazos negros, amarillos y rojos.

El corazón le latía con fuerza. No necesitaba levantar la cabeza para ver las hermosas facciones, el
cabello rubio dorado y los brillantes ojos verdes para reconocerlo. El reconocimiento fue visceral.
Lo sintió en el disgusto que se arrastró sobre su piel y la repulsión que se deslizó por su espina
dorsal en un escalofrío. Y si eso no fuera suficiente, el olor lo haría. Durante meses no había sido
capaz de sacarlo de su nariz o el sabor de su boca. Brandy y regaliz. Dos cosas que solía encontrar
agradable, pero después de aquello, le daban ganas de vomitar.

-¿Os vais sin decir hola? -dijo con esa voz baja y burlona que una vez había encontrado tan
encantadora.

Ahora la ponía rígida. Cada músculo de su cuerpo se volvió rígido y duro como el acero.

Ella alzó la vista, encontrándose con la mirada divertida del hombre que en algún momento había
parecido ser todo lo que había soñado.

Era indudablemente guapo, pero ahora se daba cuenta de que él era sólo una pálida imitación del
hombre que había visto todos esos años atrás e inconscientemente trató de replicar: Alex. Pero en
comparación con Alex, Phillip se quedaba corto en todos los aspectos. Lo más importante era el
color de su alma.

No era tan alto como recordaba, aunque estaba considerablemente más amplio en el pecho y los
hombros. La mayor parte parecía ser músculo, pero el cinturón que rodeaba a su sobretodo le había
hecho crecer un intestino que sospechaba que tendría tendencia a ser perverso en pocos años.

Aún prefería la barba corta y el cabello más largo que eran populares entre la nobleza, aunque no lo
fuese. Él era el hijo de un barón menor que con una flecha afortunada había ahorrado a su señor de
ser atacado por un jabalí y ganado a su hijo un lugar en la casa de sir Hugh. El rango de Joan había
sido parte de su atractivo, y cuando se había ido, Phillip había perdido el uso de ella, pero había
sido demasiado tonta para verlo hasta muy tarde.

Pero ahora no era tonta. Ya no tenía quince años y no era confiada. Ya no era inocente e ingenua. Se
había encargado de eso.

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Su corazón latía ahora en sus oídos y el choque que había debilitado sus miembros antes fue
olvidado en el calor de la ira y el odio que corrió a través de su sangre. Su instinto había cambiado,
se dio cuenta. Ella había cambiado. Ya no era débil ni indefensa. Ya no se encorvaba, sino que
quería quitarle la espada de la vaina a la cintura y metérsela entre las costillas.

Casi como si supiera lo que estaba pensando, dio un pequeño paso hacia atrás y frunció el ceño.

-Salid de mi camino -dijo, apretando los puños en bolas a los costados-. No tengo nada que deciros
-miró a su alrededor como preocupado por el hecho de que alguien pudiera haber oído. Pero estaban
lo bastante alejados de las mesas -había visto eso- y la habitación estaba llena de ruidosos
ocupantes.

-No hay motivo para ser descortés. Somos viejos amigos, ¿no?

El brillo encantador en sus ojos y la sonrisa perezosa que probablemente engañaban cualquiera que
los estuviera mirando ahora parecían viscosos para ella:- No, no lo somos.

Su mirada se endureció casi imperceptiblemente:- Por lo que he oído, sois muy amable. Así que no
sirve de nada jugar a la fría doncella conmigo -sonrió de nuevo, con el brillo de crueldad que nunca
olvidaría-. Además, lo sé de primera de mano -le dirigió una larga y lenta mirada que hizo que su
piel se arrastraba y se inclinó para susurrar-. ¿Tal vez debería recordároslo más tarde? He oído
hablar de vuestra reputación.

Se mantuvo completamente quieta. Le tomó todo lo que tenía para no reaccionar, y no mostrarle
exactamente lo repugnante que su "oferta" era para ella. Su cuerpo se sacudió por el esfuerzo
mientras lo miraba a los ojos y le dijo muy lentamente:

-Ya no soy una chica indefensa de quince años que se ve obligada por un bruto común -su mirada se
encendió, por la palabra-. A menos que queráis que todos en esta habitación sepan exactamente
cómo sois, os apartaréis y no volveréis a acercaros a mí.

Su expresión se oscureció. Lo había enfadado. Bueno, bien. Pero no dudó de su palabra. Con un
floreo dramático, se inclinó y se apartó para dejarla pasar. Ella mantuvo la espalda recta y caminó
tranquilamente fuera del Pasillo, sin correr hasta que llegó al patio.

***

Justo después de anochecer, Alex y sus hombres cruzaron el puente levadizo de madera.
Afortunadamente, lo habían hecho justo antes de que la campana de la noche y el portero cerraran
las puertas del castillo.

Después de desmontar, Alex se quitó el timón y se lo dio a su escudero. Normalmente también


habría entregado su caballo, pero cuando el muchacho pareció a punto de quedarse dormido, Alex
llevó al palafrén al propio establo.

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Él también estaba físicamente y mentalmente agotado, así como empujado hasta el punto de ruptura
por la frustración y lo suficientemente enfadado como para matar a alguien, pero había obligado a
sus hombres a recuperarse esta noche. No podía sacudir la sensación de que algo había estado mal
con Joan, y con el montón de problemas de mierda que acababa de pasar en East Lothian,
necesitaba saber que no toda su vida se había ido al infierno.

Se pasó los dedos por el cabello. Cristo, necesito dormir un poco. Pero tendría que esperar.
Necesitaba hacer su informe a Pembroke. Iba a tomar todo lo que no tenía para dejarle ver
exactamente lo que pensaba del "señorío" inglés en Escocia.

El comandante de la guarnición no había tenido tanta suerte. Sir Raoul se había quedado sin vida
por lo que había hecho.

Maldición, esto no debía suceder. Había venido a los ingleses para evitar que ocurrieran cosas
como esta. La mano de Alex no podría haber sido la que encendiera el fuego, pero las vidas
inocentes de las personas de las que era responsable se habían perdido de todos modos.

La situación había sido incluso peor de lo previsto por Alex. Debería haber sabido que la
información de Pembroke sería sesgada. Había recibido la historia completa de su madre y de Sir
Alan Murray, un confiado capitán del padre de Alex, que había mantenido la carga de sus tierras
durante el tiempo que Alex podía recordar.

Los inquilinos de Alex habían suministrado víveres a los soldados del castillo, quienes a su vez
habían prometido protegerlos de los asaltantes de Bruce. Pero no lo hicieron. Cuando los hombres
de Bruce habían llegado, los sangrientos cobardes ingleses se habían negado a dejar la protección de
las murallas del castillo para acudir a la ayuda de los agricultores. Sin embargo, eso no había
impedido que los soldados del castillo vinieran a buscar más suministros. Cuando los campesinos
rechazaron comprensiblemente –no iban a dejarlo y aún menos iban a declinar después de haber
sido abandonados por el "señorío" inglés- el comandante inglés había asaltado sus granjas y aldeas,
matando a dos hombres que habían estado tratando de liberar animales de un incendio Granero
cuando se había derrumbado sobre ellos.

Alex había dejado al comandante inglés sin duda de lo que pasaría si alguna vez hacía algo así. Él
también llevaría el asunto al rey, pero no iba a contar con Eduardo para hacer lo que era correcto.
Aunque Alex pudiera convencerlo de la injusticia de la situación, lo cual era improbable, sabía que
el rey estaba demasiado concentrado en la guerra para preocuparse por unos cuantos agricultores en
Escocia, aunque fuera su deber como soberano y rey. Así que Alex se vio obligado a asumir el rol
de ejecutor. Era irónico, dado lo mucho que lo odiaba cuando su ex pareja, Boyd, había hecho lo
mismo.

Proteger a la gente en las fronteras era lo que había llevado a Alex a los ingleses, pero no había
podido mantener a su propia gente a salvo de las incursiones inglesas. Estaban del mismo lado,
maldita sea. ¿Era este el tipo de soberanía y protección que el rey Eduardo tenía para sus súbditos
escoceses?

La última cosa que Alex necesitaba al salir de los establos después de ver a su montura era casi

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tropezar con Sir Hugh Despenser -un Sir Hugh Despenser visiblemente borracho- y algunas de sus
sirvientas.

-¿Volvéis ya, Seton? -dijo con una sonrisa burlona-. Veo que aprendisteis de mi error. Pero por lo
que vi antes, me temo que puede ser demasiado tarde. La muchacha trabaja rápidamente, yo le daré
eso.

Algunos de sus hombres con él rieron entre dientes. Alex se puso rígido, pero de ninguna otra
manera reaccionó ante las burlas del bastardo. No necesitaba preguntar lo que que quería decir
Despenser; Era obvio que estaba tratando de incitar a Alex a pelear por despecho de Joan.

Pero Alex no guardó ni un minuto en lo que había aludido. Joan se preocupaba por él. Había
aceptado su propuesta. A regañadientes tal vez al principio, pero al final, quería. No miraría a nadie
más.

Si los pensamientos del pasado se entrometieron por un momento, los empujó lejos. No iba a dejar
que Despenser se acercara a él.

Ignorando a los otros hombres, Alex empezó a alejarse. Se dirigía hacia las habitaciones de
Pembroke, pero Despenser confundió su dirección.

-No la encontraréis en las habitaciones de Beaumont -se burló con una carcajada-. La última vez
que la vi, estaba con mi padre. Pero dudo que esté allí ahora. Probablemente está renovando viejos
recuerdos con uno de sus hombres. Estaban muy enamorados hace unos años, como recuerdo. Ellos
hicieron una escena en la comida del mediodía de hoy, ¿verdad, muchachos?

Los otros hombres rieron. Alex no quería nada más que lanzar su puño a través de la sonrisa
maliciosa de Despenser, pero no daría crédito a las mentiras. Estaba seguro de que había una
explicación.

Pero, ¿qué diablos quería decir con "enamorados"?

Alex se alejó; No trataron de detenerlo de nuevo. En lugar de dirigirse a la habitación de Pembroke


como debía, se dirigió a la de Joan. Sabía que no podría concentrarse en una maldita cosa hasta que
la viera. Estaba seguro de que aclararía cualquier malentendido en el que Despenser estuviera
operando en unos minutos.

Pero, ¿"enamorados"? Cristo, la misma idea lo hacía retorcerse con incertidumbre y dejaba su pecho
sintiéndose como si hubiera sido abierto y el ácido vertido dentro.

Unos minutos más tarde, se paró frente a la puerta de su prima. Esto es una tontería, se dijo. Sin
embargo, llamó.

Oyó voces dentro y un momento después la puerta se abrió un par de centímetros por una joven
sirvienta:- Lamento molestar tan tarde -dijo Alex-. Pero hay algo con lo que debo hablar con lady
Joan.

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Ella parecía preocupada:- No está aquí, mi lord.

-¿Quién es? -preguntó lady Alice desde el interior de la habitación.

La muchacha lo miró.

-Sir Alexander Seton -respondió a la silenciosa pregunta.

La niña le transmitió su nombre a Alice, y añadió:- Está buscando a lady Joan, mi señora.

-Decidle que no está aquí. Se ha ido otra vez. Siempre desaparece en el momento más
inconveniente.

La mirada de la joven sirvienta de preocupación y ansiedad aumentó:- Será mejor que marchéis, mi
señor. Estoy rizando su cabello con pinzas calientes, y me temo que no soy tan buena como Lady
Joan.

Inconveniente, pensó Alex. Se alegró de que Joan no fuera como su prima, pero comprendió la
puerta apenas abierta.

-Lamento haberos molestado -dijo de nuevo, y se marchó.

Debería haber ido a Pembroke en ese momento. Pero no lo hizo. Esperó y esperó en el fondo de la
torre hasta que las miradas de compasión del guardia de guardia fuera de la puerta resultaron
demasiado.

Al diablo con esto. Había pasado mucho tiempo desde que había usado sus habilidades de La
Guardia, pero todavía recordaba qué hacer.

***

Joan se detuvo frente a la puerta de la cámara de Alice y se volvió hacia su prima:- Gracias por
insistir en acompañarme esta noche.

Margaret sonrió:- Fue un placer. Normalmente no soy tan agresiva, pero después de lo que pasó
antes, no quería que tuvierais que enfrentaros a ese hombre horrible de nuevo, al menos no sola. Me
alegro de que fuera lo suficientemente inteligente como para no mostrar su rostro; no creo que
hubiera podido fingir cortesía.

Joan se alegró de que sir Phillip se hubiera mantenido ausente también. Más que contenta. Su
prima no había sido la único a la que le resultaría difícil fingir cortesía, y Joan no pensó que su
antiguo tutor hubiera estado tan satisfecho con la explicación como Margaret lo había estado.

Joan le había dicho la verdad, que se había sentido enamorada de él y la había traicionado, pero

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omitió los detalles de esa traición. Margaret se había contentado con la explicación de que había
perdido el interés cuando Joan había sido desheredada.

-¿Que no sois agresiva? ¿Desde cuándo? -Joan se rió-. Pero en serio, estoy agradecida por la
compañía. Fue una noche maravillosa.

-Lo fue -asintió Margaret-. Y fructífera.

Intercambiaron miradas. Sir Hugh había estado participando libremente del brandy y había
confirmado lo que ya habían adivinado: los condes de Lancaster, Warwick, Lincoln, Arundel y
Warenne se habían negado a responder al llamado del rey. Eduardo estaba comprensiblemente
furioso; Bruce, por otro lado, estaría encantado.

Joan se encontró con la mirada de su prima:- Tenéis que ser cuidadosa, ¿recordáis? Yo me ocuparé
de esto.

Margaret asintió, pero luego la miró preocupada:- ¿Tendréis cuidado también?

-Siempre.

Se dieron las buenas noches, y Joan entró en la habitación oscura sin llamar. Era cerca de la
medianoche, y Alice probablemente dormía. No quería arriesgarse a despertarla; su prima era más
desagradable cuando despertaba de un sueño (y eso era decirlo suavemente).

Sin embargo, una vela había quedado encendida, lo que le permitió ver inmediatamente la cama
vacía. Sir Henry debió haber enviado a buscar a su esposa esta noche. Un hecho que fue confirmado
un momento después cuando Bess levantó su cabeza soñolienta del banco acolchado en la alcoba
cerca de la ventana.

-Pensé que era mejor esperarla -dijo la niña, explicando su presencia en la habitación-. En caso de
que regrese.

-No volverá hasta la mañana -dijo Joan-. Pero puedo cuidarla si vuelve antes. Es fácil encontrar su
propia cama en el desván.

Bess pareció aliviada. Después de la debacle de la pulsera, la chica estaba comprensiblemente


aterrada de molestar a Alice:- Gracias mi Señora. Pero os ayudaré con vuestro vestido primero.

Cogió la vela y cruzaron la habitación hasta la cámara de Joan. Después de abrir la puerta, Bess
colocó la vela en la mesita junto a la cama y comenzó a trabajar los lazos del vestido de Joan.

>-Oh, mi señora, olvidé mencionarlo. Habéis tenido visita antes -dijo Bess, tirando las mangas de
su vestido por los brazos.

-¿Sí?

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-Sí -la ayudó a salir del sobrecapa. La ropa interior vino después-. Lady Alice dijo que era vuestro
prometido.

No pudo mantener la emoción de su voz:- ¿Alex ha regresado?

La muchacha asintió con la cabeza, entregándole el traje de terciopelo que llevaba sobre su camisa
por la noche:- Parecía ansioso por veros.

Joan envolvió la túnica alrededor de ella y la ató a la cintura, consciente de que sonreía como un
gato bien alimentado.

Bueno, sólo oyendo que estaba ansioso por verla la hacía feliz. Pero también estaba aliviada de que
hubiera regresado a salvo.

Estaba a punto de preguntarle si había dicho otra cosa, cuando miró la contraventana y notó que la
barra de madera que la aseguraba no había sido tirada hasta el fondo en los herrajes.
Joan estaba asombrada. ¿Cómo lo había hecho? Esta ventana era aún menos accesible que la de
Carlisle.

¿Otro error? No podía creer que Lachlan fuera tan descuidado, y que tuviera tener tanta suerte.

Su pulso se aceleró, ansiosa por deshacerse de su compañía:- Gracias, Bess. Yo misma puedo
terminar el resto. Debéis de estar exhausta.

La chica le dio un rápido asentimiento:- Gracias mi Señora. Os veré en la mañana.

La puerta de Joan se cerró y, unos momentos después, la puerta exterior se cerró también. Se volvió
hacia el cuartucho y abrió la puerta:- Eso fue rápido, Pad...

Ella se detuvo, sorprendidamente muda cuando Alex -no Lachlan- salió de la oscuridad. Su
expresión era tan oscura que casi no se parecía a él. Cuando logró encontrar su lengua, la palabra
salió como una pregunta:- ¿Alex?

-¿Esperáis a alguien más?

Esperaba que la habitación estuviera demasiado oscura para que viera su cara pálida.

Pero el lapso fue sólo momentáneo; se recuperó rápidamente bajo control y respondió sin dudarlo.
La capacidad de pensar en una mentira rápidamente era una de las cosas que le habían dado tanto
éxito, aunque no era algo para estar orgullosa bajo las circunstancias.

-Sí -dijo ella con calma-. -Pensé que érais Fiona -la miró con curiosidad-. La chica que mantiene el
brasero encendido para Alice en la noche –explicó-. Es un juego al que jugamos. A ella le gusta
esconderse y tratar de asustarme.

Las mentiras que cayeron tan fácilmente de su lengua la llenaron de vergüenza. Dios, odiaba esto.

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Lo que alguna vez no había pensado mucho ahora le hacía querer retorcerse.

Alex frunció el ceño. No queriendo dejarle pensar demasiado, ni hacer preguntas sobre una chica
que no existía, utilizó otra táctica: hacer que fuera el que sostuviera el escudo y no ella.

>-Creo que soy yo quien debe hacer las preguntas. ¿Qué hacéis en mi cuarto, Alex? ¿Me espíais
mientras me desnudo?

La táctica funcionó. Parte de la oscuridad en su expresión fue reemplazada por vergüenza. Por la
forma en que su mirada parecía estar evitando cualquier cosa debajo de su cuello, estaba muy claro
que ella no era la única consciente de su reducido estado de ropa.

-Tenía que veros. Llevo horas esperando. Cristo, debe ser medianoche. ¿Dónde demonios habéis
estado?

Los ojos de Joan se ensancharon ante su tono y la blasfemia que pareció sorprenderle. Dios mío,
¿qué le pasaba?

De repente, se dio cuenta de lo que pasaba. Se dio cuenta de lo que pensaba. Se dio cuenta de lo que
le había hecho perder la paciencia y soltar la acusación. Porque eso era exactamente lo que era.
Piensa que he estado con otro hombre.

Dado lo que había visto antes, y lo que ella le había dejado pensar, tal vez era justo. Tal vez era
razonable en las circunstancias. Pero todavía dolía. Había pensado, esperado, que estaban más allá
de eso.

Arqueó una ceja, sin dar indicios de la herida que acababa de infligir:- ¿Dónde creéis que estaba?

Su boca se volvió blanca alrededor de los bordes y su rostro se oscureció:- Sólo contestad la
pregunta, Joan.

Ella estaba tentada de decirle que se fuera al infierno y que pensara lo que quisiera. Pero podía ver
su tormento y no se sumaría sólo para aliviar su dolor.

-Estaba con mi antiguo tutor. Sir Hugh llegó al castillo más temprano y me invitó a sus habitaciones
para poder rellenar lo que ha sucedido desde que lo vi por última vez. Perdimos la noción del
tiempo. No me di cuenta de que era tan tarde.

-¿Y estuvisteis con él todo este tiempo?

-Lo estuve –respondió-. Podéis preguntarle a mi prima si no me creéis.. Margaret estuvo con
nosotros toda la noche -pero percibió algo más detrás de la pregunta-. ¿Qué ocurre, Alex? ¿Por qué
os metéis a hurtadillas en mi habitación en medio de la noche, lanzando acusaciones infundadas
como si hubiera hecho algo malo?

Se pasó los dedos por el pelo, frustrado, y por primera vez pudo ver las líneas de agotamiento en su

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rostro. Por el polvo y la suciedad de su sobrecubierta y armadura, se dio cuenta de que


probablemente vino aquí después de regresar. ¿Por qué tanta prisa?
La pregunta fue contestada un momento después.

-Porque volví ansioso por ver a mi prometida sólo para que lo primero que oí fue que la vieron
reírse con otro hombre.

Ella sostuvo su mirada:- ¿Y vos creísteis eso? -dio un paso más cerca, oliendo el cuero y el olor a
caballo y la pizca de sudor extrañamente embriagante-. Después de lo que pasó entre nosotros,
¿realmente creéis que podría compartir intimidades como esa con alguien más?

Se estremeció de vergüenza:- No, sí, diablos no quería pensarlo. Pero Despenser sonó bastante
convincente. Dijo que conocíais a ese hombre.

-¿Sir Hugh? -repitió incrédula-. Por supuesto que no tiene motivos para mentir, ¿verdad?

Se calló un momento:- Despenser dijo que una vez estuvisteis enamorada de ese hombre. Y
entonces, llegáis tan tarde...

Joan se encogió. Sir Phillip. Eso era de lo que se trataba. Alex estaba celoso del hombre que la
había violado. Se reiría si no sintiera las mismas ganas de llorar.

Dios, si sólo supiera lo equivocado que estaba.

-Sir Hugh os estaba alimentando las mentiras, Alex. Hay un caballero que llegó con su padre que yo
conocí cuando era una niña, pero podéis estar seguro que no quiero tener nada que ver con él. Que
es exactamente lo que le dije cuando me buscó en la comida del mediodía.

Sus ojos exploraron su rostro, presumiblemente por signos de falsedad:- ¿Entonces no lo amasteis?

-Sólo he estado enamorado de un hombre en mi vida, y puedo aseguraros que no es Sir Phillip
Gifford.

Sus palabras no parecían apaciguarlo; De hecho parecían enojarlo:- Entonces, ¿quién es?

Ella lo miró por un momento, sacudió la cabeza y se echó a reír.

Alex frunció el ceño con enfado:- No lo veo nada divertido. Os he hecho una maldita pregunta.

Todavía riendo, puso su mano en su mejilla suavemente:- Vos, Alex. Me refería a vos.

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Capítulo 18
Alex la miró atónita:- ¿Me decíais a mí?

Ella sonrió tan dulcemente que pensó que su corazón podría romperse al estar tan lleno:- Sí. Y en el
futuro, podéis estar seguro de ello.

Estaba demasiado aturdido por su declaración para prestarle atención a la extraña advertencia de
sus palabras. ¿Ella lo amaba?

Dios, era un idiota. El maldito idiota más afortunado del mundo:- Lo siento. He actuado como un
completo idiota, ¿no?

Su boca se retorció. -Quizá no completamente. Aunque la próxima vez que subáis a una torre y os
arrastréis por una ventana, podría ser más fácil quitar vuestro plaid primero -Joan negó con la
cabeza-. Me hubiera gustado verlo.

-No fue fácil -dijo con ironí-. Miró hacia abajo a su hermoso rostro y sintió que su corazón se
hinchaba de nuevo-. No tengo otra excusa aparte de que estaba fuera de mi mente con celos por la
idea de que podríais amar a alguien más, cuando estoy completamente enamorado de vos.

Ella le devolvió la sonrisa, sus ojos brillaban de felicidad:- Me alegra oír eso.

Arqueó una ceja. -¿Pero no estáis sorprendida?

Ella le dio un encogimiento de hombros claramente femenino:- Esperaba que lo hicierais después de
lo que me confiasteis. Habéis cumplido ese voto durante mucho tiempo.

-Creedme, lo sé.

Joan se rio por su tono, pero luego se puso seria:- Aún así, no estaba segura después...

Su voz cayó, y él maldijo interiormente, sabiendo lo que estuvo a punto de decir:- Es una vieja
amiga, Joan. Nada más.

-Sé que eso es lo que dijisteis.

-Es la verdad -pensó por un momento y se dio cuenta de que no podía provocarle ningún daño-. Ella
está casada con alguien a quien alguna vez consideré un amigo cercano. Estaba aquí en secreto
visitando a su hermano, y yo no quería decir nada que pudiera ponerla en peligro. Probablemente
habéis oído hablar de ella antes: es Rosalin Boyd.

Ella no pareció sorprendida. En realidad se veía más angustiada:- No hace falta que me digáis esto,
Alex.

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Trató de alejarse, pero la agarró por la barbilla y la obligó a mirarla. Su dedobarrió la curva
aterciopelada de su mejilla:- Si, sí hace falta. Quiero que no haya secretos entre nosotros -ahora
parecía dolida-. ¿Dije algo mal? -preguntó.

Ella negó con su cabeza:- No, lo que dijisteis fue perfecto. Demasiado perfecto.

Estaba teniendo problemas siguiendo su lógica:- Bueno. Entonces, en caso de que no estuviera
claro, os amo, y sólo a vos.

Sus ojos estaban luminosos y brillantes -esperaba con emoción- mientras miraban los suyos. Y su
boca... Era demasiado condenadamente acogedora. Incapaz de aguantar, bajó los labios a los suyos
y dio prueba a sus palabras con un lento y tierno beso.

Dios, su boca era como la miel. Tan suave y dulce e irresistible. Tuvo que retroceder antes de ir más
lejos.

Pero todo parecía conspirar contra él. La cama que estaba justo detrás de ella también era
demasiado atractiva, como lo era su túnica de noche muy fácil de quitar. Intentó retroceder, pero la
habitación era demasiado pequeña, y no era suficiente para romper la corriente invisible que los
juntaba.

Pero había hecho un voto, maldita sea. No hasta que estuvieran casados:- Debería irme -dijo con
firmeza tanto para ella como para él mismo.

Incluso consiguió dar media vuelta, antes de que Joan le cogiera el brazo:- No, por favor. ¿No
queréis quedaros?

Como si fuera la cosa más natural del mundo, que lo era, se acercó a él y se encogió contra su
pecho como si perteneciera allí, y así era.

Habría tenido que ser de piedra para resistir el impulso de abrazarla. No estaba hecho de piedra
aunque parte de él estaba seguro de que se sentía así.

La atrajo más cerca, saboreando las sensaciones mientras su cuerpo se fundía con el suyo.

-Hacéis que sea difícil hacer lo correcto, cariño. Hice un voto.

-Y podéis hacer otro -dijo, moviendo las manos de los hombros por el estómago hasta el cinturón-.
Una vez que haya terminado con vos.

-Debería bañarme, he estado cabalgando todo el día.

Ella le dirigió una sonrisa traviesa:- Buen intento, pero oléis bien. Y sospecho que ambos estaremos
un poco sudados pronto.

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Ah, infiernos. Alex había terminado de discutir. Estaba poniéndolo más caliente cuando hablaba así.
Podía sentir el tirón de su cintura justo antes de que lograra desabrocharle el cinturón. Abandonó el
pretexto de combatir contra ella y se quitó el sobretodo. Era tan eficiente como cualquier escudero
para ayudarle a quitar la pesada camisa de plaid y el chaleco de lino acolchado debajo. Sólo
entonces dudó, dejándolo ver que no estaba tan confiada como parecía, pero no fue por mucho
tiempo. Un momento después, su camisa de lino estaba en la cama detrás de ellos y su pecho,
desnudo. Durante mucho tiempo permaneció en silencio mientras parecía que absorbía cada
pulgada de piel y músculo. Su mirada era suave, de deseo, cuando sus ojos finalmente se
encontraron con los suyos.

-Me temo que tengo que advertiros que puede que no termine con vos hasta pasado bastante rato.

Él se hinchó caliente y duro con sus palabras. Dios, no podía esperar a estar dentro de ella. Se
agachó, y se quitó la túnica de terciopelo de sus hombros hasta que cayó en un charco carmesí a sus
pies.

-Es bueno escucharlo -dijo-. Pero creo que estoy renunciando a todos los votos, salvo uno cuando se
trata de vos.

Ella le dirigió una mirada interrogante mientras sus dedos se movían por sus abdominales. Tenía
que apretar los dientes contra el impulso de moverse en su mano. Pero parecía no tener ni idea de la
tortura que a la que le exponía.

-¿Y qué voto es ese? -preguntó suavemente.

La sacó de sus pies y la llevó a la cama:- Amar, honrar y amaros hasta que la muerte nos separe.

Votos matrimoniales. Realmente era algo fuera de un viejo cuento. Joan sabía que era una tonta para
dejarse estar tan feliz. Estaba jugando un partido contra el tiempo que no podía ganar. Que el amor
que Alex sentía por ella no sobreviviera a la traición que iba a sentir cuando supiera la verdad. Pero
iba a vivir en ese paraíso durante todo el tiempo que pudiera y se aferraría a cada precioso segundo.
El sentido del tiempo prestado la volvía audaz y con ganas de más. A pesar de que llevaba tanto
tiempo jugando con una libertina, tal vez algo de ello se había borrado, pensó con una sonrisa. Pero
tal vez no tuvieran otra oportunidad como ésta antes de que se fuera, y no iba a desperdiciarla. El no
haber necesitado tanta persuasión como temía la hizo pensar que él se podría estar sintiendo de la
misma manera.

Sin arrepentimientos. Al menos no sobre esto. Otros no podían ser evitados. Quiero que no haya
secretos entre nosotros...

Cuando le había dicho la verdad sobre Rosalin, había sido apuñalada por un cuchillo tan profundo
de culpa que quería decirle la verdad. Si iban a tener la oportunidad de un futuro, sabía que no podía
seguir mintiéndole. Tan pronto como hablara con Lachlan, le diría la verdad a Alex. Lachlan sin
duda discutiría (y gritando) en contra de ello, pero era su decisión.

Y si pudiera convencer a Alex de que regresara. . . Dios, tal vez estaba viviendo en un paraíso de

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tontos.

Todos los pensamientos del futuro, sin embargo, se perdieron cuando la depositó suavemente en la
cama y la besó. Suavemente al principio, y luego como la pasión se encendió entre ellos, más duro
y más insistentemente.

Estaba inclinado sobre ella, pero no contento con eso, lo empujó sobre ella, deseando sentir su
peso... y tal vez algo más. Incluso a través de sus pieles de cuero podía sentir la dura columna de su
virilidad contra ella. Recordar cómo se sentía en su interior la volvía inquieta... ansiosa...
impaciente. Le hacía querer presionarse contra él y moverse.

No se dio cuenta de que ya lo estaba haciendo hasta que se apartó y rompió el beso con una aguda
y frustrada maldición.

-¿Qué sucede? -preguntó entre jadeos de aire.

-Nada, si queréis que esto termine en unos segundos. De lo contrario, vamos a tener que reducir la
velocidad -le dio una sonrisa irónica-. No hacéis mucho por aumentar la resistencia de un hombre -
su sonrisa se volvió perversa-. Supongo que es algo en lo que tendremos que trabajar.

Joan no estaba completamente segura de entender, pero cayó en lo que se refería:- Nunca me ha
importado un poco de trabajo.

Él rio:- Ah, amor, no tenéis idea.

Miró la impresionante protuberancia que había entre ellos y dijo en voz baja:- Creo que sí.

Sus ojos se calentaron ante la insinuación traviesa:- Tocadme de nuevo, cariño.

Ella hizo lo que le pidió, extendiendo la mano para rodear la gruesa columna que se tensaba contra
el cuero.

Su cabeza cayó hacia atrás y sus ojos se cerraron con un gemido al contacto. Pero no fue suficiente
para ninguno de los dos. Sus ojos se encontraron, y ella sabía lo que quería.

Empezó a trabajar las correas de sus zapatos. Tenía que ayudarla a quitarlos, pero los braies de lino
debajo fueron mucho más fáciles. Entonces no quedó nada entre ellos.

Dios, era... impresionante. Grueso y largo, su virilidad se tensó fuerte y duro contra su estómago.
Parecía tan rojo, pero también... y palpitante.

-¿Os duele? -preguntó, tentativamente extendiéndose para trazar su dedo a lo largo de la vena
abultada que corría de la raíz a punta.

Gimió de nuevo ante su contacto, parecía momentáneamente incapaz de responder. Su cuerpo


entero parecía estar tan tenso como un arco:- No de la manera que pensáis -finalmente se las arregló

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para decir-. Es un buen tipo de dolor ahora mismo.

Ella asintió y luego lo miró. Sus ojos parecían arder con calor:- Mostradme qué hacer -dijo, su dedo
ahora rodeando la punta roma de él-. Quiero daros placer.

-Todo lo que hacéis me da placer -dijo con una voz irónicamente dolorosa.

Pero se lo mostró. Tomó su mano y la envolvió alrededor de él, mostrándole cómo acariciarlo.
Le encantaba sentirlo. La piel aterciopelada más delgada y blanda sobre el acero caliente. Pero ella
amaba aún más lo que le hacía. El placer que alcanzaba su rostro era algo digno de contemplar. Lo
hacía parecer feroz y primitivo, y suave al mismo tiempo. Podía sentir la energía sensual y cruda
reverberando en el aire entre ellos, y sabiendo que era responsable, que estaba al control...

Ella estaba empezando a cogerlo cuando la detuvo:- No más -dijo con voz ronca-. Me estáis
matando.

-¿Me parece que eso es algo bueno?

Él le dirigió una sonrisa decididamente perversa. -¿Por qué no lo decís?

Procedió a mostrarle exactamente lo que quería decir. Muy metódico y muy a fondo. Exigió su
tortura sensual con su boca, su lengua y sus manos, llevándola al pico del placer antes de alejarse.
Matándola. Y definitivamente era una buena, maravillosa cosa.

Primero torturó sus pechos. Dio un rodeo a la punta con la yema de sus dedos y luego con la lengua
hasta que Joan se estiró contra la tela, y apenas se dio cuenta de que la había librado de la barrera y
se había despojado de su vestido. Estaba demasiado caliente y dolorida, demasiado desesperada
para sentir el calor de su boca en su piel para preocuparse de que estuviera desnuda.

La cálida succión de su boca y el ligero mordisco de sus dientes desencadenaron tirones de placer
que le dispararon hasta el fondo de ella. Que era exactamente donde la tocó después. Casi terminó
al notar el primer movimiento de su dedo en su carne temblorosa. Sus caderas cabalgaron contra su
mano. El placer que estaba exigiendo con su boca en su pecho chocó con el dolor caliente entre sus
piernas. Estaban construyendo, corriendo hacia un cataclísmico, pero no la dejaría ir allí... todavía
no.

No, tenía otros planes más malvados en mente. Al principio, no tenía ni idea de lo que pretendía.
Cuando su boca de repente soltó su pecho, quiso gritar en la frustración. Pero no había quitado los
dedos de allí, gracias a Dios, todavía la acariciaban sin sentido. Su única explicación de cómo no se
dio cuenta hasta muy tarde de que se había deslizado por su cuerpo y que su boca, en lugar de besar
su estómago, ahora estaba en la parte interior de sus muslos.

El choque rompió el placer. Trató de cerrar las piernas:- ¡Alex!

No le prestó atención, con sus grandes manos estirando sus caderas para deslizarse y cubrir su parte
inferior.

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-Confiad en mí -dijo, el calor de su aliento era un susurro burlón-. Os va a gustar.

Ella inclinó las caderas en señal de protesta. ¿Cómo podía gustarle eso, cuando la intimidad de
aquello la mortificaba?

Ella gritó de repente mientras su boca la rozaba justo allí. La sensación de sus labios y lengua. . .
Oh Dios. Tenía razón. Se sentía bien. Muy, muy bien. Se sentía tan bien que olvidó sentirse
avergonzada. Se sentía tan bien que pensó que nunca podría dudar de él de nuevo.

Perdió toda sensación de vergüenza y se entregó a las sensaciones. Su boca, su lengua, el rascado de
su mandíbula, la misma maldad de lo que estaba haciendo la llevaron hasta el pico del placer. Su
cuerpo trató de luchar contra ella, pero la forzó con los golpes determinados de su lengua y la
exquisita presión de su boca.

La sensación la agarró por un último momento paralizante en el que todo se unió en una carrera
antes de romperse en espasmos agudos.

Alex no podía esperar un minuto más. Saborear su placer, sentir la fuerza de su liberación contra su
boca, era demasiado para él. Apenas se alivió el último espasmo de su cuerpo cuando se situó sobre
ella y comenzó a empujar hacia dentro.

Estaba tan húmeda, tan cálida, tan lista para él, que sería un infierno hacerlo lento. Todo lo que
quería hacer era mover sus caderas hacia atrás y sumergirse en lo profundo, duramente.

Deslizándose centímetro a centímetro, notando como el apretado guante de su cuerpo lo agarraba,


era una tortura. Una maravilloda tortura, agonizante y perfecta, y saboreó cada minuto.

Sólo cuando había llegado lo más lejos que pudo, le dio ese pequeño empujón, ese empuje final de
posesión que le llevó al límite, provocando un jadeo de sorpresa que le hizo querer rugir con
satisfacción primitiva.

Había tocado el lugar más profundo de ella y estaban conectados de una manera que no podía
deshacerse. Sus ojos se encontraron, y sabía que ella sentía el significado, también.

Muy lentamente comenzó a moverse. Levantando sus caderas en círculos rítmicos para deslizarse
de nuevo en y hacia fuera en golpes cortos, suaves. Pero entonces los golpes se alargaron. . . Y más
duros. Sus caderas se movían y los pequeños jadeos eróticos que estaba haciendo cada vez que sus
cuerpos se estrellaban juntos se hicieron más fuertes y más insistentes.

Tenía la mandíbula apretada, los dientes y el sudor le caía por su pecho y cara por el esfuerzo de
concentrarse, de mantener en control, de no dejar que la pasión lo alcanzara de nuevo.

Fue una batalla que perdió tan pronto como comenzó a levantar sus caderas contra la suya con cada
vez más frenética urgencia. Tan pronto como comenzó a agarrarlo, apretando su cuerpo para
aferrarse a él durante más tiempo.

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Su respuesta le desató. Estaba tan condenadamente bella que no pudo contenerse un minuto más.
Iba a llegar, y esta vez iba a hacerlo con ella.

Se soltó, soltando la presión en la base de su espina dorsal y sintió que las olas temblorosas lo
alcanzaban mientras empujaba profundamente, sosteniendo su cuerpo contra el suyo y rechinando
contra ella hasta que gritaron al unísono.

Fue intenso. Fuera de control. Nunca se había perdido tan completamente en nada. Por primera vez
en su vida sabía exactamente dónde pertenecía. Con ella. Para siempre.

Cuando terminó, todo lo que pudo hacer fue colapsar encima de ella. Piel con piel, golpeando
corazón con corazón, hasta que temió estar aplastándola, encontró la fuerza para rodar sobre la
cama a su lado.

No queriendo romper la conexión, la rodeó con su brazo y la atrajo cómodamente contra el lado de
su cuerpo. Una suave mejilla y una pequeña palma descansaban contra su pecho, y su rodilla estaba
doblada sobre sus piernas. Era una posición que sospechaba que iba a acostumbrarse muy
rápidamente. Absentistamente, trazó la cicatriz en su brazo. Era extraño que nunca lo hubiera
preguntado.

Pasó un buen rato antes de apoyar su barbilla en su mano para mirarlo. Para alguien que acababa de
ser completamente arrebatada, se veía increíblemente inocente.

-¿Qué estáis pensando? –preguntó-. Estáis muy callado; Espero que no os sintáis culpable de nuevo.

Su boca se arqueó hacia un lado con una sonrisa irónica:- De ningún modo. En realidad, estoy
sintiendo una terrible falta de culpa.

-Bien -dijo ella con una especie de ruido.

Él sonrió:- También estaba pensando que olvidé daros algo. Lo traje conmigo desde casa -se rio-.
Creo que mi madre temía que nunca fuera a pedirlo.

Obviamente estaba perpleja:- ¿Para mí?

-Sí, para vos -dijo, presionando un beso en la nariz. Rodó sobre ella y buscó en el suelo junto a la
cama su sporran. Cavando adentro con sus dedos, sacó lo que buscaba y volvió a su posición con su
mitad acurrucada encima de él antes de que abriera su palma.

Ella jadeó, sus ojos disparando hacia él en estado de shock y acusación:- ¡Alex!

Por un momento se limitó a mirar el círculo de oro y gema con los ojos de un niño hambriento que
había visto un plato de dulces en una ventana. Cuando volvió a mirarle, sus ojos estaban húmedos y
brillantes.

-Es hermoso –pudo oír la emoción en su voz-. Pero no puedo aceptar...

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-Es un anillo de compromiso -dijo, cortándola-. Tenéis que aceptarlo -parecía que quería negarse de
nuevo, pero finalmente asintió.

Tomando su mano, Alex deslizó el anillo sobre su delgado dedo. Era una pieza sustancial de joyería.
La línea era gruesa y estaba grabada con un diseño intrincado tomado de los brazos de Seton, y un
zafiro grande -casi medio centímetro de diámetro- insertoen el centro con otra línea gruesa del oro
adornado alrededor del borde.

No fue hasta que la vio sosteniéndolo y mirándolo en su mano que se preguntó si le gustaría. Había
estado en su familia durante tanto tiempo que siempre había asumido que su novia la usaría. Pero
tal vez le gustaría algo más delicado y con más joyas.

-Si no os gusta -dijo-, puedo hacer algo.

Ella le arrebató la mano que intentó quitarle el anillo:- Me encanta. Es el anillo más hermoso que he
visto. Será un honor llevarlo todo el tiempo que me deseéis –fue raro decir aquello, y podría haber
seguido si no le hubiera hecho una pregunta-. Dijisteis que lo obtuvisteis de vuestra madre. ¿Era de
ella?

Asintió:- Por un tiempo. Se lo dio a mi hermano para darle a su esposa, pero cuando Chris murió,
Christina lo devolvió a la familia -no sólo su hermano había sido uno de los compañeros más
cercanos de Robert de Bruce, estaba casado con su hermana, Christina de Bruce-. Ha estado en
nuestra familia por generaciones, sin embargo –sonrió-. La leyenda de la familia dice que fue
concedida a un ilustre antepasado por Carlomagno por hechos en el campo de batalla, pero creo
que es más probable que provenga de otro antepasado, el conde de Boulogne.

-¿El dragón? -preguntó.

Se tensó, pero no pudo evitar por completo el dolor que aterrizó en algún lugar de su tripa:- Wyvern
-corrigió automáticamente.

-Por supuesto -dijo.

Ella quitó su cara de la suya, pero sintió algo de ansiedad, casi nerviosismo, en su voz.

Fue un extraño error. La mayoría de las mujeres de su rango se habrían levantado para identificar
los símbolos de armas fácilmente y con la terminología correcta. Cuando Alex había sido miembro
de la Guardia de los highlanders, Lachlan MacRuairi lo había llamado deliberadamente dragón para
molestarlo. Había funcionado. También había sido a su nombre de guerra. Ahora sólo traía
recuerdos que había intentado alejar durante dos años.

Quizás sintiendo su pregunta, explicó apresuradamente:- Vi la inscripción en vuestra espada.

Metuenda Corolla Draconis. Miedo al escudo del dragón. Bruce le había dado la espada hacía
algún tiempo, y probablemente debería haberla dejado atrás, pero había sido reacio a deshacerse de
ella. Pero, ¿cómo había visto...?

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-Lo noté cuando peleabais con sir Robert Felton.

Debía tener buena vista. Aceptando la explicación, levantó la mano:- Me alegro de que os guste el
anillo. En realidad me recuerda un poco a vuestra pulsera.

Alex pensó que se tensó un poco mientras acercaba su brazo:- Es un trabajo muy bueno -dijo,
examinando el intrincado dibujo del manguito-. Y un estilo inusual. Me recuerda a algunos de los
brazaletes que los romanos llevaban, según decían, pero el diseño parece ser nórdico.
¿Dónde lo obtuvisteis?

Él soltó su brazo y Joan lo apartó de nuevo.

Hizo una pausa demasiado larga antes de responder:- Mi padre me lo dio.

Nunca hablaba de su padre, y había dudado en preguntarle por él. John Comyn, conde de Buchan,
había sido un bastardo abusador, duro y malhumorado, y Alex había asumido que no habían sido
cercanos. Pero tal vez estaba equivocado:- Debe significar mucho para vos -dijo. Ella se encogió de
hombros evasivamente-. Nunca os he visto sin él -agregó.

-Pero, ¿cómo...? -cerró la boca.

Él sonrió:- Lo noté bajo la manga de vuestra bata. Vi la huella a través de la tela.

Se detuvo de nuevo, pero luego lo miró:- Sois muy observador, ¿verdad?

Se encogió de hombros:- Aprendí del mejor.

-¿Quién? -preguntó ella.

Era su turno de ser evasivo:- Un viejo amigo -Ewen Lamont, Cazador, el mejor seguidor en las
Highands. Volviendo al brazalete, preguntó: -¿Por qué lo estabais ocultando?

Ella apoyó la barbilla en su pecho y dijo sin rodeos:- No quería que Alice lo viera.

No tardó mucho en darse cuenta de por qué. Cuando Joan había sido declarada bastarda y su
herencia le había sido quitada, sus primas habían sido los que se habían beneficiado. Eran los
herederos de Buchan y como resultado habría tenido derecho a toda su riqueza, incluyendo joyas.
Él juró, sus dedos barrían un mechón de pelo de sus pestañas y se quedaron un momento en la
suave piel de su frente.

-Es criminal lo que os han hecho. Cualquiera que conociera a vuestro padre puede ver el parecido.
Os juro que, cuando acabe esta maldita guerra, haré todo lo que esté a mi alcance para tener vuestra
herencia devuelta.

Ella puso su mano sobre su pecho como para detenerlo:- No, Alex, no quiero que hagáis nada por
mí. En realidad, significa poco para mí.

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Él frunció el ceño:- ¿Cómo podéis decir eso? Vuestro padre era uno de los hombres más ricos de
Escocia.

Algo oscuro y enfadado pasó por sus rasgos. Pero se preguntó si lo imaginaba cuando sonrió, se
movió y presionó sus labios contra los de él:- ¿De verdad queréis perder tiempo ahora mismo
hablando de mi padre?

El brazo que estaba alrededor de su cintura se deslizó un poco más bajo, permitiéndole coger su
trasero con la mano. Su trasera se sentía muy aterciopelado y suave y desnudo. Un hecho que estaba
visceralmente consciente ya que, al instante se endureció.

-¿Cómo está vuestra resistencia ahora? -preguntó juguetonamente.

Él gimió cuando sus labios enviaron un rastro de fuego a lo largo de su mandíbula y cuello.

Antes de darse cuenta de lo que pretendía, la volcó sobre la cama y rodó sobre ella. Aquellos
movimientos que Ariete le había enseñado habían sido útiles muchas veces, pero tal vez nunca tan
útiles como esto.

Fue divertido, sin embargo. Durante una fracción de segundo casi parecía como si hubiera
anticipado su movimiento. Se tensó y empezó a mover la pierna como para bloquearlo.

Pero ciertamente no había resistencia ahora. Prácticamente se derritió bajo él. Dios, le gustaba que
estuviera debajo de él. Encima de él. Cualquiera que fuera maldita posición que quisiera, siempre y
cuando estuviera desnuda y tuviera pleno acceso a toda esa piel cremosa y deliciosa.

Colgando los brazos sobre la cabeza, comenzó a besar su camino por su cuerpo. No podía esperar
para hacerla retorcerse y rogar.

-Tenemos toda la noche para averiguarlo.

O eso pensó, porque en algún lugar después de la tercera o cuarta vez de trabajar en su resistencia,
Alex fue despertado de un sueño profundo, muy profundo, por un sonido.

Sabiendo que Joan estaba tan agotada como él, si no más (había perdido la cuenta después de siete u
ocho de cuántas veces que la hacía llorar), se sorprendió cuando también se movió de inmediato.
Estaba tan alerta como un guerrero, pensó con diversión.

El sonido de la puerta exterior -se dio cuenta de que los habían despertado- fue seguido un
momento después por el sonido de una pata de una mesa o una silla chirriando contra el suelo, y
luego alguien gritando:- ¡Ay! ¿Dónde está la vela? ¡Joan!

La mirada de Joan voló hacia la suya:- Aprisa escondeos -susurró ella-. Es Alice. Debe haber visto
la luz.

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Se habían olvidado -o estaban demasiado exhaustos- de apagar la vela.

Al oír los inconfundibles ruidos de pasos que se acercaban a la habitación, Joan se deslizó de la
cama, agarró su bata y se la colocó mientras corría hacia la puerta. Abriéndola, se deslizó afuera,
bloqueando la entrada y evitando que su prima entrara. Por la cercanía de la voz de Alice, fue justo
a tiempo.

-Ahí estáis -dijo Alice como si Joan se hubiera estado escondiéndose.

-¿Dónde más podría estar? -preguntó Joan con paciencia seca y exagerada-. Es de madrugada.

Alice no oyó ni le importó la sutil reprimenda:- Henry no puede dormir. Tiene un horrible dolor de
cabeza. Le hablé de vuestro polvo mágico, y me envió a buscarlo.

¿Polvo mágico para dormir? Algo de eso no le cuadraba, aunque Alex no podía decir por qué.

Hizo una pausa en su esfuerzo para volver a ponerse la ropa y volver a poner la ropa de cama en
orden. O un intento de.

Había una larga pausa antes de que Joan respondiera:- Me temo que ya no hay. Tomasteis el último.

-¿No podéis traer más?

-No. La traje conmigo desde Carlisle.

-Bueno, ¿qué se supone que tengo que hacer, entonces?

Alex sacudió la cabeza. Alice actuaba como si fuera culpa de Joan. No sabía cómo Joan lo
soportaba.

No tendría que hacerlo por mucho tiempo, juró. Tenía aún más motivos para querer ver terminada
esta guerra.

-Podríais probar una tintura de todo-sanar -dijo Joan, refiriéndose a la hierba comúnmente usada
para tratar el insomnio: valeriana. Se usó para muchas enfermedades, incluyendo dolencias
digestivas y náuseas.

-No le gusta eso. Dice que le duele el estómago -también a veces tenía ese efecto.

-¿Tal vez sólo sea un poquito de leche caliente y cerveza? -preguntó Joan con paciencia.

Alice hizo un exagerado sonido de exasperación:- Oh, está bien. Pero Henry no estará contento.
Estaba esperando vuestro polvo. Nunca me he dormido tan rápido y he dormido tan profundamente.

Alice se fue luego de aquello, y Alex se despidió a regañadientes poco después. Pero algo de ese
polvo le molestó durante el resto de la noche.

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Capítulo 19
Joan finalizó su bostezo con un profundo suspiro. Estaba agotada, pero feliz. No recordaba haber
sido tan feliz desde hace mucho tiempo.

-Ahí está otra vez -dijo Margaret-. Tenéis esa mirada de ese enorme gato del granero que solíamos
tener después de que cogiera un ratón -le dirigió una mirada aguda en dirección a la mano de Joan-.
¿Tiene algo que ver con ese anillo en vuestro dedo? No recuerdo haberlo visto anoche antes de que
os acostarais.

-Hmmm... -Joan murmuró de mala gana-. ¿No?

Margaret negó con la cabeza y se echó a reír:- No preguntaré, aunque esté interesada en cómo se las
arregló para conseguir hablar con vos antes de salir de vuestra habitación para las oraciones de la
mañana.

-En realidad es un misterio -dijo Joan con exagerada piedad, lo cual era apropiado, ya que las dos
mujeres estaban caminando desde la capilla hasta el Salón para romper su ayuno.

Su prima no creía nada de eso y sólo se reía. Pero al cabo de un momento se puso seria y dijo en
voz baja:- Tendréis cuidado, ¿verdad, Joan? No quiero que os hagan daño, y Sir Alex no es el tipo
de hombre que no se da cuenta de las cosas.

Joan quería desechar las preocupaciones de su prima, pero sabía que no podía. Margaret tenía razón.
Alex era demasiado observador, e inteligente para el caso. Y aunque quisiera decir que estaba
siendo cuidadosa, su cercanía creciente le estaba causando relajar su guardia y cometer errores. No
podía creer que se hubiera referido al wyvern como un dragón. Lo bueno es que recordó la
inscripción de la espada. Y luego estaba su pregunta sobre su pulsera, por no mencionar la aparición
repentina de Alice para exigir su polvo mágico para dormir. Joan temía haber perdido toda la sangre
en su rostro cuando su prima lo mencionó.

Joan pensó que no había hecho la conexión, pero nunca debería haberle dado a Alice ese polvo. De
todo lo que había hecho en nombre de Bruce ayudar a su causa, drogar a Alex, accidentalmente o
no, la avergonzaba todavía incluso más. Ella temía que lo descubriese.

Pero para el punto de Margaret, asintió:- Lo intentaré.

-¿Qué vais a hacer?"

-Decirle la verdad.

Fuera lo que fuese lo que su prima pensara que iba a decir, no era eso. Margaret se detuvo justo
afuera de la entrada del Salón y la apartó a un lado, lejos del flujo constante de la mayoría de los
soldados que entraban en el Salón.

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Margaret miró a su alrededor para asegurarse de que nadie pudiera oír y dijo en voz baja:- ¿Estáis
segura de que es lo más inteligente? Le estáis dando una espada muy grande para colgar sobre
vuestra cabeza. ¿Podéis confiar en él?

-Con mi vida –lo necesitaría.

-¿Y qué hay de lo que estiás haciendo? -preguntó Margaret.

Joan sabía a lo que se refería:- Continuaré mientras sea necesario, con suerte con ayuda.

Margaret tardó un momento en comprender que se refería. Que Alex volviera con Bruce. Sus ojos
se volvieron tan gigantescos como dos monedas grandes:- ¿Creéis que eso es posible?

Joan respondió sinceramente:- No lo sé. Pero espero que sí su futura felicidad dependía de ello.

-¿Qué están murmurando de nuevo? -dijo Alice, apartándose de algunas de las damas con las que
caminaba para acercarse a ellas con un agudo tono de impaciencia-. Juro que todo el mundo está
siendo tan reservado últimamente, me alegraré cuando esta guerra finalmente haya terminado.

En eso podían estar de acuerdo, aunque Joan temía ver que Alex huyera. ¿Qué tenían, unos días?
¿Cuatro... cinco a lo sumo? Sintió una fuerte presión en su pecho. ¿Podría convencerlo para
entonces o lo vería marchar, sabiendo que había terminado?

No podía dejar que eso sucediera. La noche anterior había sido tan perfecta. Bueno, después de la
parte de los celos, pero tal vez eso había sido comprensible. Sir Hugh estaba tratando de conseguir
su venganza. Pero no lo maldeciría por ello, no cuando hubiese llevado a Alex a su habitación y
llevado a una noche que recordaría por el resto de su vida. Nunca antes había sentido calor y
cercanía. Nunca se había sentido tan relajada y... contenta. Sin darse cuenta, miró el anillo en el
dedo y sonrió.

-¿Qué es eso? -dijo Alice, alcanzando su mano.

Joan se resistió a la necesidad de arrebatárselo:- Estaba mostrándoselo a Margaret -dijo Joan-. Alex
me lo dio. Es un anillo de esponsales.

La boca de Alice se endureció. Ella dejó caer su mano. Había algo en su rostro...

-Es muy bonito -dijo Alice.

-Me alegro de que lo aprobéis, lady Alice -dijo una voz profunda con divertida diversión-. Tengo la
intención de ver que Joan tenga todo lo que se merece.

Joan se volvió, sorprendida al ver que Alex había subido detrás de ellas. ¡Estaba tan callado! Tal vez
debería llamarlo Fantasma.

Ella le dirigió una mirada aguda, no por haberse acercado furtivamente a ella, sino por lo que le

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había dicho a Alice. Podría ser un comentario inocente, pero a pesar de su súplica a él anoche, Joan
no pensó que lo fuera. Esperaba que Alice no hubiese tomado nada. Joan no podía darse el lujo de
tener ningún tipo de cuña entre ella y su prima, no si quería mantenerse dentro del círculo de
información. Un círculo que definitivamente se había endurecido.

Por una vez Joan no podía decirle a su prima los pensamientos de su expresión.

-Qué bonito sentimiento -dijo Alice-. Mi prima tiene la suerte de haberos encontrado.

Siempre el caballero, Alex había subido a su lado. Le tomó la mano, la metió en la curva del brazo,
la miró profundamente a los ojos y dijo con voz que nadie podía dudar:- No, soy yo quien es
afortunado.

Ella sintió que su corazón se hinchaba y sus mejillas se calentaban mientras se bañaba bajo el
resplandor de su amor por ella.

El calor y la alegría duraron durante todo el día, aunque lamentablemente Alex fue llamado por
Pembroke después de romper su ayuno, presumiblemente para informar sobre su viaje a East
Lothian.

Envió un mensaje más tarde que tuvo que salir hacia Wark, y estuvo decepcionada cuando todavía
tenía que volver por la cena.

Su puñado de días había sido reducido a uno. Pero, ¿qué esperaba? Una guerra se acercaba.

Con ese fin, llevó el mensaje sobre la negativa del conde a responder a la llamada del Rey Eduardo
a su contacto en el pueblo bajo el pretexto de comprar un nuevo tejido para un vestido de novia.
Evitando el azul -el color tradicional de la pureza para una novia- encontró un hermoso brocado de
marfil con un intrincado diseño de pergamino en hilo de seda de oro.

Era una tontería comprarlo. Le había costado una pequeña fortuna y una buena parte de sus escasos
ahorros. Había muchas posibilidades de que nunca lo llevara puesto. Sin embargo, no había podido
resistirse. Una de las sirvientas de Margaret era una costurera magistral, y Joan sabía que podía
hacerle algo hermoso a una fracción del precio de una modista de pueblo.

Se había quedado en el vestíbulo para discutirlo con ella después de la cena y se había quedado tan
atrapada en la emoción de todos los detalles, que habían pasado horas antes de que se diera cuenta
de que se estaba haciendo tarde.

Sin duda, Alice estaría furiosa de que no hubiera estado allí para ayudarla a ir a la cama, pero Joan
estaba demasiado feliz para que le importara. No, no sólo feliz, estaba mareada.

Buen Señor, estaba actuando como una joven novia con ninguna otra preocupación que una boda
para planificar, y no una espía altamente valorada en el campo enemigo con la batalla más grande
en la guerra de ocho años de Bruce a la vuelta de la esquina. Pero no había razón para que no
pudiera cumplir con su deber y sacar unos momentos de felicidad para sí misma, mientras pudiera.

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Incluso una boda que bien podría ser fingida, todavía era divertido pensar en ello, ya que nunca
había esperado tener una en absoluto.

Acababa de entrar en el pasillo cuando sonó la campana. Se había demorado mucho tiempo. Tenía
que ser más o menos las nueve y media. Fuera, los últimos vestigios de la luz del día se desvanecían
por el cielo nocturno, pero en el interior, donde la luz penetraba en los gruesos muros de piedra,
hacía horas que estaba oscuro como la noche.

La campana de la torre de la capilla seguía resonando en su oído cuando sintió un movimiento


detrás de ella y se volvió justo cuando alguien la agarró.

-Hola, cariño -dijo, tirando de ella contra él por detrás y respirando por su cuello-. Os he estado
esperando.

Joan se quedó inmóvil. Regaliz y brandy. Incluso mientras su estómago rodaba, el sonido de la voz
de Sir Phillip evocaba los recuerdos más oscuros de su peor pesadilla -una que había sido real- y la
llenaba de un terror helado y aturdido.

Aprovechando su sorpresa, la llevó a la sala de almacenamiento donde debía haber estado


esperando que pasara.

De un solo movimiento, cerró la puerta, la hizo girar y la sujetó con su cuerpo.

-Eso está mejor -dijo, apretándose entre sus piernas-. Se siente como en los viejos tiempos,
¿no?

La cruda burla de su voz cargada de bebida era suficiente para sacarla de su trance momentáneo y
aterrorizado. El fuego reemplazó al hielo, y la ira reemplazó al miedo. El instinto y el entrenamiento
regresaron también, haciendo que su rodilla se elevara con fuerza contra el abultamiento ofensivo
entre sus piernas y bajara tan fuertemente en su empeine.

Maldijo con dolor, inclinándose como si lo hubiera doblado en dos.

-¿Cómo os sentís, sir Phillip? Eso es lo que los nuevos tiempos se siente. Ya no soy una niña
indefensa que podéis apuntar y violar y que no peleará. Tocadme otra vez, y os mataré.

Lo decía en serio. Estaba temblando con la fuerza de su odio. Sería tan fácil deslizar su hoja de su
vaina...
Demasiado fácil.

Tenía que irse. Se volvió para abrir la puerta, y ahí fue cuando Phillip hizo su movimiento. "Nunca
le deis la espalda... Ni siquiera por un minuto". Demasiado tarde, la advertencia de Lachlan volvió
a ella.

-¡Puta! Tendréis que pagar por esto -se clavó la cabeza en ella como un toro cargado, golpeándola
contra la puerta. Su cabeza tomó el peso de la misma, retrocediendo con la fuerza y llenándose de

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estrellas desorientadoras.

Había tenido razón al suponer que Phillip no sería capaz de recuperarse lo suficiente como para
incorporarse y detenerla, pero había subestimado su habilidad o había confiado demasiado en la
suya. Había practicado muchas veces, pero era la primera vez que tenía que luchar con fuerza. Era
diferente. Más rápido. Más astuto. Y Sir Phillip ya no era un joven escudero, era un caballero de
pleno derecho. Un guerrero endurecido que había entrenado durante años, luchado en innumerables
batallas, y sabía cómo luchar sucio.

Ella se tambaleó, sintiendo que la puerta o la pared se movían.

Aprovechó su mareo con un barrido de su tobillo detrás de su pierna, haciéndola caer de nuevo en el
suelo.

En su estado normal podría haber sido capaz de rodar y luchar, pero aturdida y desorientada como
se sentía, estaba indefensa.
Indefensa. Oh, Dios, no...

Si ella pensaba que había estado duro antes, estaba equivocada. La golpeó con un duro golpe en el
costado de su cara que la hizo llorar de dolor, la golpeó en las costillas y luego se arrodilló sobre
ella para mantenerla en su sitio. Estaba tan pesado que no podía respirar.

Con el dolor de los golpes, estaba medio consciente de sus esfuerzos por levantar su largo sobretodo
y desatar los calzones que tenía debajo.

-Tal vez os haré chupar para que se sienta mejor -dijo, agarrándose-. ¿Os gustaría eso, jodida puta?

Él se agachó y apretó duramente su pecho, pellizcando su pezón hasta que ella dio otro grito de
dolor. Él se rio:- ¿Vamos, cómo se ve mi polla con esa bonita boca envuelta alrededor?

La repulsión subió por la parte de atrás de su garganta. Había oído hablar de esas intimidades antes,
pero todavía le chocaba -y lo rechazaba-. Su cabeza palpitaba de dolor, pero se las arregló:- Pronto
sentiréis el mordisco de mis dientes.

Su amenaza sólo le divirtió:- Veo que tenéis más espíritu de lo que solíais. Siempre me ha gustado
una chica con un poco de espíritu, hace que se vuelva más emocionante.

La cabeza de Joan parecía que se estaba rompiendo. Apenas podía pensar más allá del dolor, pero
sabía que tenía que hacer algo. Ella se movió para tratar de alejarlo, pero sus movimientos eran
incómodos y lentos, y no tuvo ningún problema para detenerla.

Fue recompensada por sus esfuerzos con otro golpe en el lado de la cabeza que hizo que las luces
empezaran a parpadear de nuevo.

Trató de gritar, pero sus pulmones aplastados no pudieron encontrar el aire, y él solo se rio de sus
esfuerzos.

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Apenas podía oír sus burlas ahora; Su voz sonaba tan lejos con el zumbido en su cabeza.

-Dudo que seáis muy buena con vuestra boca de la manera que estáis ahora mismo. No, esta vez,
tendré que conformarme con ese guante apretado de entre vuestras piernas -se rio-. Aunque tal vez,
¿ya no está tan apretado? Es una lástima que no haya tenido oportunidad de romperos un poco más
antes de irme.

Joan iba a estar enferma. Haced algo, gritó una voz. Pero la voz era pequeña y débil.

Sintió aire en sus piernas, y luego una mano áspera y callosa trató de separárselas.

-¡No! -gritó ella. Un momento de claridad penetró en la neblina de la confusión.

Estaba demasiado ocupado en intentar empujarse entre sus piernas para golpearla de nuevo. Su
cabeza se aclaró un poco más cuando la comprensión de lo que estaba sucediendo hizo que sus
instintos primitivos volvieran.

¡Luchad! Tenéis que luchar. Tenéis que intentarlo. Pensad...

Pero el instinto fu emás fuerte que el pensamiento. Él aflojó su asimiento en sus manos fijadas
encima de su cabeza para intentar ajustarse entre sus piernas, dándole una oportunidad, y ella
reaccionó.

Su mano encontró la empuñadura del cuchillo de comer a su lado y un momento después la hoja se
hundió en la piel expuesta de su ingle. Sus ojos se abrieron con sorpresa. Dijo algo, pero los sonidos
en su cabeza sonaban demasiado fuertes para hacerla salir.

Era como si el tiempo estuviera pasando a media velocidad mientras su cabeza luchaba para
despejarse. Se tambaleó durante un largo momento y luego cayó.

Estaba sollozando mientras luchaba por levantarse, tan cerca de la histérica como siempre quiso
estar. Lo miró, pero la imagen era un montaje dentado con las piezas esparcidas: un charco de
sangre... Sus pantalones a medias... Su cuchillo tendido a su lado.
Ella lo había matado. Dios mío, lo he matado.

¿Qué voy a hacer? Tengo que salir de aquí.

Abrió la puerta y corrió hacia la única persona a la que podía pensar que podía ayudar.

***

Alex había despedido a su escudero cuando el chico había terminado de quitarle las armas y la
armadura. Había sido otro día largo y frustrante. Pembroke y la reacción del rey ante la difícil
situación de los inquilinos de Alex habían sido exactamente como había temido- indiferente- y algo
todavía le preocupaba desde la noche anterior. Había tomado el insólito paso de ordenar que se
trajera un baño caliente, en lugar de limitarse a adentrarse en el río, con la esperanza de que le

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ayudaría a ordenar sus pensamientos. Había querido estar solo para secarse y vestirse según fuera
necesario.

El muchacho no discutió. Aunque después del viaje a Wark y de regreso, y el largo día de asegurar
que los soldados estuvieran listos para marchar, el muchacho debería estar tan agotado como Alex;
Aparentemente algunos de los otros escuderos se dirigían al pueblo a una de las cervecerías, y se iba
a unir a ellos.

Alex tenía apenas treinta años, pero no había nada como un niño de diecisiete años para hacerle
sentir muy viejo y cansado.

Unos minutos después de que el muchacho se fuera, Alex oyó un golpe en la puerta. Dos hombres
entraron llevando la bañera, y luego por los siguientes diez minutos o así que volvieron con los
cubos de agua caliente hasta que estaba bastante lleno, y les dijo que se marcharan.

Estaba a punto de quitarse la camisa cuando oyó otro golpe. Suponiendo que era más agua, abrió la
puerta para repetir que tenía suficiente, pero las palabras murieron en su boca.

-¿Joan? -la miró y sintió que sus entrañas se retorcían en una espiral de miedo, horror, pánico y
rabia. Este último fue alimentado por el desagradable moretón que estaba formado en el lado de su
mejilla pálida y manchada de lágrimas. Su rostro estaba exangüe, su cabello medio escapado de sus
alfileres y sus ojos vidriosos. Había visto bastantes hombres en estado de shock después de una
batalla para reconocer las señales.

Cuando sus ojos se encontraron, algo en su interior pareció romperse. Ella sollozó y se derrumbó
contra su pecho en lágrimas. Nunca la había visto tan vulnerable; Era tan desalntador, que no sabía
qué hacer. La atrapó y la abrazó con fuerza, calmándola lo mejor que podía, pero por algo que no
sabía.

Empujándola a su habitación, cerró la puerta detrás de ella, y luego la retuvo para mirarla de
nuevo:- Dios, ¿qué pasó? ¿Quién os hizo esto, cariño? -murmuró algo ininteligible entre sollozos.
Fue entonces cuando miró hacia abajo. Era su turno de palidecer. Sentía como si cada gota de
sangre repentinamente saliera de su cuerpo. Su vestido estaba cubierto de sangre-. ¡Dios mío, estáis
sangrando!

Inmediatamente la alcanzó, buscando signos de trauma, pero lo sacudió fuera de ella:- No es mía.

Se relajó infinitamente. La llevó al borde de su cama, la obligó a sentarse y se dirigió al aparador


para servirle un trago de whisky para que se calmara. Un recuerdo le sacudió la cabeza, pero lo
apartó para más tarde.

-Aquí -dijo, sosteniendo la taza hacia ella.

Lo aceptó sin discutir y tomó un gran trago antes de ponerlo a un lado con la tos ahogada de alguien
que no estaba acostumbrado a la bebida dura.

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Los siguientes minutos, mientras esperaba pacientemente que le contara lo que había sucedido,
fueron algunos de los más duros de su vida. Y cuando surgió la historia, con sollozos ahogados y
suspiros, sintió que una rabia diferente a cualquier cosa que había conocido se apoderaba de el.
Ese bastardo había intentado hacerle daño. Si Phillip Gifford ya no estaba muerto, estaba a punto de
estarlo.

-No sabía qué hacer -dijo finalmente.

-Hicisteis lo correcto. Quiero que os quedéis aquí. Yo me encargaré de todo.

-Pero...

La detuvo:- Dejadme manejar esto, Joan. Necesito manejarlo.

-Por favor, Alex. Nadie puede saberlo. ¡No quiero que nadie lo sepa!

Podía ver su creciente pánico y lo comprendió, pero si ese bastardo seguía vivo, Alex lo iba a
matar:- Tiene que ser castigado, cariño -dijo suavemente, tratando de calmarla-. El rey tendrá que
tomar una decisión... -se detuvo-. El rey verá hará justicia.

-¿Cómo? -preguntó frenéticamente-. ¿O simplemente habrá más preguntas? Incluso si está vivo. -
estaba claro que no pensaba que lo estuviera. Se volvió hacia él con seriedad-. Por favor, Alex, no
puedo hablar de eso. No me hagáis hablar de ello. Os lo ruego.

La boca de Alex cayó en una línea plana. No podía negarle nada cuando estaba así, pero no estaba
contento. Asintió:- Haré lo que me pedís, pero a cambio me vais a contar todo lo que acabáis de
callar.

Si era posible, su cara palideció aún más. Sus ojos se sostuvieron. Ella no trató de fingir ignorancia,
ambos sabían que había retenido algo en su relato.
Después de una larga pausa, asintió.

-Volveré tan pronto como sea posible. Cerrad con llave la puerta y esperadme aquí -se fijó en su
mirada a la bañera de agua-. Podéis usarlo si lo deseáis. Encontraréis jabón, un paño de secado y
todo lo que necesitéis en el baúl.

Ella asintió, su labio temblando de nuevo:- Estáis siendo tan dulce... gracias.

Sacudió la cabeza, la atrajo hacia sus brazos y dejó caer un suave beso en su boca:- Os amo, cariño.
Nunca lo olvidéis.

Le dio la primera sonrisa, aunque un poco trémula, desde que había entrado en la habitación:- No lo
haré.

La abandonó -a regañadientes- y se detuvo para oír la cerradura de la puerta detrás de él antes de


descender por la escalera de la torre y salir al patio. Acababa de entrar en el pasillo frente al Gran

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Salón cuando vio una puerta abierta y sir Phillip Gifford rezagado, sosteniendo su mano sobre su
cadera.

No está muerto entonces. Al menos no todavía.

La rabia, como nunca había experimentado Alex alguna vez, brilló como un relámpago. No le dio
tiempo para pensar o racionalizar, en un segundo, estuvo allí. Dominante.. Nublando su visión en
una neblina roja.

Gifford apenas salió de la habitación antes de que el puño de Alex en su mandíbula lo nviara
volando de nuevo hacia él. Tontamente, trató de levantarse. Alex lo golpeó de nuevo. Y otra vez.
Gifford intentó decir algo, pero Alex no lo escuchó. Todo lo que podía ver era el hombre que había
tratado de violar a la mujer que amaba.

Golpe tras golpe, golpeándolo contra el suelo hasta que no se levantó. Y todavía nada era suficiente.

Alex sacó la daga, levantó al "caballero" por su sobretodo y sujetó la hoja en su garganta. Por
primera vez en la vida de Alex, conocía el tipo de odio crudo y de rabia asesina que podía hacer que
un hombre olvidara el honor, la caballerosidad y cualquier otra parte de la humanidad que lo
mantuviera apto para una sociedad. Bandido. Las viejas acusaciones que había lanzado contra Boyd
volvieron a él. Tal vez tenía más en él de lo que se dio cuenta.

Gifford debió de haber leído el querer matarlo en su mirada a través de su hinchada, semicerrada y
sangrienta mirada:- P-por favor...

-¿Misericordia? -exclamó Alex-. ¿Os doy la misma misericordia que ibais a mostrar a mi
prometida? ¿Cómo os sentís, Gifford, estando a merced de alguien más fuerte y poderoso que vos?

-No hice nada...

Una nueva oleada de rabia se apoderó de él:- No lo hagáis -le advirtió Alex-. Negadlo o decid una
palabra contra ella, y será la última mentira que soltéis.

Si los ojos de Gifford se hubieran ensanchado, lo tendrían. Ellos destellaron de miedo:- Lo s- ien-to.

Alex lo devolvió con repugnancia. El hombre no era más que un cobarde. Él se paró sobre él:-
Dadme una buena razón para no mataros ahora mismo.

Por una vez Gifford mostró una chispa de inteligencia y no respondió. Alex lo miró con disgusto.
No valía la pena.

Aparte del daño hecho por los puños de Alex, pudo ver la mancha de sangre de donde el cuchillo de
Joan había penetrado cerca de su cadera. El mismo cuchillo que ahora estaba en la cintura de
Gifford. Alzando la mano, Alex la sacó del cinturón y la deslizó en la suya.

-No diréis nada de lo que le pasó a nadie. Si alguien pregunta, fuisteis atacados por ladrones en el

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camino de vuelta al castillo de la aldea. Consideraos afortunado de que no os lleve al rey en este
momento y de que os metan a la cárcel. Porque mi prometida quiere olvidar que esto pasó, y estoy
honrando muy renuentemente sus deseos -Alex se inclinó y levantó al otro hombre de su caída
contra la pared para encontrarse con su mirada-. Si oigo que mencionáis el nombre de lady Joan, os
mataré.

Su tono no dejaba dudas de que no le gustaría nada más.

Alex lo soltó y se levantó. Miró al hombre golpeado como la mierda que era. Gifford había
comenzado a recuperarse y, al darse cuenta de que Alex no iba a matarlo, su miedo había sido
reemplazado por una mirada de odio ardiente mientras luchaba por ponerse en pie. Parte de su
orgullo había vuelto también.

-Podríais intentarlo.

Alex lo miró y sonrió, sabiendo que ni siquiera sería un concurso. Gifford no había tenido la mitad
de la formación que Alex había tenido -ni había luchado junto a los mejores guerreros de la
cristiandad durante siete años-.

Gifford parecía leer sus pensamientos -o la sustancia de todos modos- y su rostro abofeteado se
enrojeció de ira.

Pero Alex ya había perdido bastante tiempo con él. Joan lo necesitaba.

Cuando se volvió para marcharse, Sir Phillip Gifford cometió su último error fatal. Sacó una daga
de la vaina de su cintura y estaba a medio camino para arrojarla a la espalda de Alex cuando la hoja
de Alex le golpeó en la garganta.

Alex estaba fuera de práctica, pero su objetivo seguía siendo cierto, y también mortal. Seguía siendo
el mejor.

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Àriel x

Capítulo 20
Fue una prueba de su profunda angustia y asombro que Joan ni siquiera vaciló en aceptar a Alex en
su oferta de dejarla usar su baño. No le importaba lo de quitarse la ropa en la habitación de un
hombre que aún no era su marido, o cualquier otra cosa. Lo único que quería hacer era hundirse en
esa agua limpia y cálida y lavar la sensación del toque de sir Phillip de su piel y la sangre de sus
manos.

Se frotó y se frotó hasta que su piel estuvo rosada y no quedó ni rastro de sangre. Si tan sólo los
recuerdos fueran tan fácil de lavarse.

No podía soportar volver a ponerse el vestido arruinado, así que después de secarse con uno de los
paños de lino en el baúl de Alex, se puso su camisa y tomó prestada una tela escocesa que había
encontrado en el mismo baúl para envolver sus hombros. Luego se sentó y esperó.

¿Qué le llevaba tanto tiempo? Ella se preocupó cada vez más a medida que pasaron los minutos. ¿Y
si Phillip no estuviera muerto? ¿Qué pasaría si Alex y él hubiesen tenido una pelea y Alex hubiera
sido herido? ¿O qué pasaría si Alex hubiera sido atrapado tratando de limpiar su desastre, y alguien
pensó que era él quien había matado a Phillip? No debería haberle pedido que la cubriera. No podía
dejar que se echara la culpa, aunque tuviera que decirles a todos la verdad.

La puerta se abrió, y ella saltó del asiento que había tomado en el borde de la cama. Una mirada a la
cara de Alex fue suficiente para aliviar su pánico. Parecía sombrío, pero no estaba herido.

-¿Qué pasó? -preguntó.

-Vuestra daga no lo mató -no tuvo tiempo de averiguar si estaba decepcionada o no, antes de
añadir-. Pero la mía lo hizo.

En resumen, de manera concisa y militar, explicó cómo había encontrado a Phillip saliendo de la
habitación -su hoja le había golpeado en la cadera, no la zona de la ingle mortal- y habían peleado.
Cómo Alex lo había llevado casi a un centímetro de su vieja vida, pero le había dado la oportunidad
de irse mientras todavía respiraba. Phillip, sin embargo, no había aceptado el regalo. Había
intentado lanzar su daga a la espalda de Alex. Sin embargo, no fue lo suficientemente rápido, y en
cambio la espada de Alex lo encontró.

Fue la desgracia de Phillip que su cobarde acto hubiera llegado contra el hombre más hábil con una
daga a cada lado de la frontera. Aunque Phillip no lo hubiera sabido, y tampoco se suponía que lo
hiciera.

-He debatido arrojarlo por el guardarropa a donde pertenece -terminó Alex-. Pero he decidido que
habría menos interrogantes sobre su desaparición si informara a Pembroke, a Sir Hugh y al rey
Eduardo de la verdad -ante la reacción de ella, dijo rápidamente-. La mayor parte. Dejé de lado la
vuestra, diciéndoles simplemente que Gifford y yo tuvimos un desacuerdo, que había conducido a

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una pelea, y que había intentado terminar con una daga en la espalda.

Joan no se lamentaba falsamente por la muerte de Phillip, y estaba aliviada de que Alex no lo
hubiera matado en su nombre, pero estaba horrorizada por el lío en el que lo había envuelto. Era un
riesgo para el rey y Pembroke. Era la palabra de Alex contra el de un muerto. Sin embargo, el hecho
de que hubiera asumido el riesgo no la sorprendió. Mentir y ocultar las cosas no era su manera.
Haría lo correcto sin importar el riesgo personal o el sacrificio.

Ella sintió un parpadeo de inquietud que la obligó a alejarse. Nunca la traicionaría, ni siquiera en el
nombre de "correcto".

-¿Y os creyeron? -preguntó.

Él le dio una sonrisa irónica, la primera rotura en el exterior sombrío desde que había entrado en la
habitación:- Sí. Sospecho que sabían que nuestro desacuerdo tenía algo que ver con vos, pero
parece que mi reputación es muy útil en ocasiones. Ambos sabían que yo no mataría a un hombre a
sangre fría, imagino que estuvieron bastante sorprendidos al saber lo cerca que estaba de hacerlo.
Pero tuve una ayuda inesperada de vuestro ex tutor.

-¿Sir Hugh?

Asintió:- Aparentemente esta no es la primera vez que Gifford ha sido acusado de meter un cuchillo
en la espalda de alguien. Fue visto luchando con un soldado galés, y cuando el hombre más tarde
apareció muerto -con una herida de cuchillo en la espalda- Gifford fue ampliamente considerado
responsable, pero nadie pudo demostrarlo -Hizo una pausa-. El galés tenía una esposa muy
hermosa.

Joan frunció la boca con disgusto, aunque no se sorprendió. Sin embargo, se alegró de que Alex no
tuviera problemas debido a ella.

Y Sir Phillip estaba fuera de su vida para siempre. Nunca más tendría que ver los ojos burlones del
hombre que la había violado. ¿Era tan horrible sentirse aliviadoa?

-¿Entonces se acabó? -preguntó, sin atreverse a creerlo.

Él asintió y abrió los brazos. Se precipitó hacia ellos como había querido hacer desde que entró por
la puerta:- Sí, mi amor, se acabó.

Se permitió ser cogida en su abrazo y tomar toda la comodidad que ofrecía. Su pecho era una roca,
sus brazos un ancla, y toda esa fuerza y solidez parecían fluir a través de ella. Ella nunca había
tenido o quería confiar en alguien como este antes, pero era... bonito. Sintió el pulso lento, sintió el
frío salir de sus huesos y sintió que sus deshilachados nervios comenzaban a relajarse.

Respirando hondo, se apartó y retrocedió un paso. Si la sostenía mientras hacía esto, se pondría a
llorar. Después de todo lo que Alex había hecho por ella, merecía saber la verdad sobre el hombre
que había matado.

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Tomando su dirección desde antes, Joan habló con la mayor naturalidad y desapasionadamente
como pudo sobre lo que había sucedido. Pero no fue fácil; nunca había hablado de eso antes con
nadie. Era su secreto. Su vergüenza. Y quería que siguiera así. Pero Alex tenía derecho a saberlo.

-Teníais razón. Yo estaba dejando algo fuera. Sucedió hace mucho tiempo, y lo he olvidado -no le
mentiría. No sobre esto, al lo menos-. O tal vez sea más exacto decir que he tratado de no insistir en
ello. Pero había algo más en mi historia con Phillip de lo que aludía.

Bajó la mirada, pero diciéndose a sí misma que no debía sentirse avergonzada, se forzó a
encontrarse con la suya otra vez y respiró hondo:- Cuando tenía quince años, sentía que estaba
enamorada de él. Era joven e ingenua y propensa a ensueños de hermosos caballeros de pelo
dorado -hizo una pausa para darle una mirada irónica-. Había visto en Roxburgh mucho tiempo
antes uno que me había impresionado mucho, y me convencí de que Phillip, un nuevo escudero de
mi tutor, era la encarnación de la fantasía de toda jovencita que había tenido. Él desempeñó bien el
papel. Era encantador, galante, y me adoraba a mí como si yo fuera una princesa. Creo que me
estaba cortejando genuinamente para el matrimonio -se estremeció ante la idea-. Por un tiempo, eso
fue.

Pensó en aquellos días aparentemente felices y frunció el ceño:- Había pequeños indicios de que no
era el hombre que yo pensaba -recordó el momento en que había entrado él solo en los establos con
una sirvienta, a quien había afirmado no conocer, y la hora en que había llegado de vuelta del
pueblo borracho con una marca en el cuello que ahora reconocía como una mordida de amor-. Pero
decidí no verlos. Así como decidí no ver los sutiles cambios en su conducta hacia mí después de que
me declararan bastarda y me hubieran desheredada.

Podía ver la tensión creciendo en Alex, y se dio cuenta de que probablemente había adivinado la
dirección en que se dirigía esta historia. Pero parecía decidido a dejarla terminar. Era una de las
cosas que amaba de él; la respetaba no sólo con sus palabras sino con sus acciones. Esperaba que lo
que iba a decirle no cambiaría su opinión sobre ella.

-Adelante -dijo, alentador, pero con un tono definido en su voz.

Respiró hondo. Esta era la parte difícil. Esta era la parte donde su fantasía había sido aplastada,
pisoteada y destrozada, pensó, para siempre.

-Habíamos salido varias veces antes. Phillip me había dado unos cuantos besos castos, pero nunca
había intentado nada más. Siempre había sido tan respetuoso, nunca había imaginado... -sabiendo
que empezaba a parecer que lo defendía, se detuvo y volvió a intentarlo-. Quería pasar tiempo con
él. Tiempo a sols. Tal vez estaba equivocada, pero cuando me pidió que me reuniera con él para una
comida privada en el lago, estuve de acuerdo.

A medida que los recuerdos se agudizaban, su pulso se aceleraba, pero lo obligó a estabilizarse:- Al
principio fue muy dulce y parecía haber pensado en todo. Era un banquete -con mis bollos y tartas
azucaradas favoritas, y wernage. Sí, un montón de vino endulzado. Debí estar más nerviosa de lo
que me había dado cuenta, porque bebí más de lo que debía.

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Alex rompió su silencio con una maldición:- Quería que lo hicierais, maldita sea. Ésa era sin duda
parte del plan.

Joan sonrió con ironía:- Sé eso ahora. Pero debería haber... -se detuvo. No podía volver atrás y
cambiar nada, ni sus acciones ni las de él, por mucho que quisiera. Simplemente no quería que Alex
pensara mal de ella... o que creyera que era una completa tonta. Debería haber empujado a Phillip
en el instante en que empezó a besarla. Ojalá lo hubiera hecho. No habría cambiado lo que había
sucedido, pero no la habría dejado sentirse tan cómplice.

-Recibí su beso al principio. No me di cuenta... -se obligó a mirar a Alex a los ojos-. No me di
cuenta de que no se detenía cuando quería. Le dije que se detuviera. Le dije que no quería aquello.
Traté de luchar, ¡lo hice!, pero era fuerte, y en ese momento, no tenía ni idea de cómo defenderme.
Me sujetó y me obligó a meterle entre las piernas -tomó una respiración profunda para calmarse
antes de decir las palabras-. Me violó.

Era extraño que tal fealdad y tanto dolor pudieran ser reducidos a un par de frases cortas.

Alex no se había movido, pero sintió la rabia hirviendo dentro de él justo debajo de la superficie,
lista para explotar.

>-Pero ¿sabéis la peor parte? –dijo-. Cuando terminó, actuó como si no hubiera hecho nada malo.
Como si lo hubiera querido, y ahora solo estaba llorando porque me di cuenta de que había dado por
libre lo que debería haber sido comprado con un anillo de bodas. Durante un tiempo, incluso me
hizo cuestionar lo que había sucedido. Pero me violó, Alex. Os lo juro, yo no quería...

Alex la detuvo con un rugido de furia:- ¡Por supuesto que no! Dios, ¿de verdad creéis que yo creería
lo contrario? Por piedad, podríais haber estado bailando como Salomé con sus velos, o sin sus
velos, y no habría importado. Le dijisteis que se detuviera. Ya sea que estuviera borracho, que lo
hubierais besdo, o cualquier otra cosa, el momento en que queríisa que se terminara debería haberse
detenido. Eso es lo que haría cualquier hombre con honor o con una maldita conciencia.

Joan estaba atónita. lo sabía; No sabía si lo vería de la misma manera:- No estoy excusándole.

-Bien -gruñó con enfado-. Pero sabía que no era por ella sino por la situación. Alex era un caballero.
Un salvador por naturaleza. Sería difícil para él escuchar esto y saber que no había nada que pudiera
hacer para cambiarlo o mejorarlo. Pero lo estaba haciendo mejor. Sólo por su reacción, lo estaba
haciendo bien.

-No quiero esconderme de mis errores.

La mandíbula de Alex se tensó:- Como yo lo veo, el único error que cometisteis fue tener quince
años. Demonios, Joan, todos cometemos errores cuando somos jóvenes. Eso no significa que
merecemos ser castigados por ellos con lo que ese bastardo os hizo.

-No todos estarían de acuerdo con vos. Alguna gente diría que tuve exactamente lo que merecía por

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haberme ido solo con él y permitirle que me besara.

-Entonces algunas personas son idiotas -ella sonrió. No podía creerlo. Le había contado lo que había
pasado, y en realidad estaba sonriendo. No lo habría creído posible. Abrió los brazos-. Venid aquí,
cariño.

Un instante después, volvió a acercarse y la abrazó. Consolándola. Abrazándola. Era exactamente


lo que necesitaba. Sin preguntas. Sin juicios. Sin una explosión de ira masculina. Simplemente
calma, comprensión y aceptación.

Bueno, tal vez no la calma completa - él era un hombre después de todo. Un hombre que luchaba
con su espada para ganarse la vida. Sabía que por dentro estaba hirviendo de rabia.

Es por eso que sus próximas palabras la sorprendieron.

-Ojalá no lo hubiera matado.

Ella retrocedió:- ¿Por qué no?

Su expresión se volvió tan oscura y amenazadora que casi le recordó a Lachlan:- Para que le hiciera
pagar por lo que os hizo. Lenta y dolorosamente.

Parecía también Lachlan. A pesar de todo su noble carácter de caballero, a veces no era difícil
imaginar a Alex en un timón nasal ennegrecido, cuero negro y una tela escocesa oscura que se
deslizaba dentro y fuera de la niebla como un fantasma con el resto de la Guardia de las Highlands.
Amaba ambos lados de él. El guerrero feroz y mortífero y el noble caballero. Pero fue su nobleza la
que había renovado su fe en los hombres honorables. Su reacción a lo que había ocurrido esta noche
sólo lo reforzó.

Mirando hacia arriba en su rostro feroz, hermoso, ella sintió sus entrañas apretarse. Dios, no podía
dejarlo ir. Tenía que encontrar una manera de llegar hasta él. ¿Pero cómo?

Por el bien de Joan, Alex estaba tratando de controlar sus emociones, pero no fue fácil, maldita sea.
Quería enfurecerse por la injusticia, atacar a la gente que debería haberla protegido, poner la cabeza
entre las manos y sollozar por la niña de quince años que había sido tan terriblemente traicionada, y
matar al hombre que le había hecho a ella. Como ya había hecho eso, tal vez debería decir matar
más dolorosamente.

¿Realmente había castigado a Ariete por su aparentemente sin fin necesidad de venganza después de
la violación de su hermana? Alex entendía muy bien el tipo de dolor y enfado que podía hacer que
un hombre perdiera de vista cualquier otra cosa. Cada fibra de su ser ardía por venganza en este
momento.

¿Quince? Cristo. ¿Cómo podría alguien hacer eso a una niña? Su corazón se rompió por la pérdida
de la inocencia. No era su virginidad, no le importaba nada, pero debió haber sido un despertar cruel
para el lado feo de los hombres. Ya había pasado por tantas cosas en su vida; El encarcelamiento de

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su madre, la pérdida de su padre. Dar su corazón a un hombre, y luego haber sido cruel y
brutalmente traicionada por él debía haber sido un golpe devastador.
No sabía lo que había esperado cuando empezó a hablar, pero no había sido esto. Tal vez debería
haberlo sabido. De muchas maneras explicaba mucho. Su reticencia inicial con él, su cinismo, su
falta de confianza, la aparente indiferencia hacia su reputación tenían más sentido ahora.
Pero nunca se había sentido tan malditamente indefenso.

Él la miró a los ojos:- Lo siento mucho, Joan. Cristo, desearía que hubiera más de lo que podría
decir. Ojalá pudiera haber estado allí para vos -¿Habría pasado por ella sola? Aunque sospechaba
que sabía la respuesta, preguntó-. ¿Alguna vez le dijisteis a alguien lo que pasó?

Ella sacudió su cabeza:- Al principio estaba demasiado avergonzada, y luego más tarde no parecía
tener ningún propósito. Phillip había sido enviado lejos, y mi custodia fue dada a sir Henry no
mucho después. En realidad, sólo quería olvidar que había ocurrido -rio amargamente-. Pero no fue
tan fácil. Mi situación no se prestaba a encontrar a muchos hombres honorables.

La mandíbula de Alex se endureció con comprensión. Los hombres la habrían visto como fruta
madura de una rama baja: cosechas fáciles.

Maldito infierno, ¿dónde habían estado Despenser y de Beaumont? Fueron sus tutores, deberían
haber estado protegiéndola.

>-Vos cambiasteis eso -dijo-. Habéis restaurado mi fe en hombres honorables y me dio algo que
nunca pensé tener: pasión. Después de lo que hizo Phillip, nunca pensé que dejaría que otro hombre
me tocara así.

Estaba tan ocupado mortificándose sobre el fracaso de sus tutores que le llevó un momento darse
cuenta de lo que dijo:- Pero lo hicisteis -se detuvo un momento como si estuviera debatiendo algo, y
luego sacudió la cabeza-. ¿Y qué hay de Despenser y Fitzgerald?

Ella sacudió su cabeza otra vez:- No importa lo que parezca -o lo que la gente diga- sois el primer
hombre con el que he compartido cualquier tipo de intimidad desde que Phillip me violó.

Alex estaba aturdido; No sabía qué decir. Estaba contento, por supuesto. Nunca había querido creer
que ella era la desenfrenada que su reputación hacía que fuera. Sus instintos habían sido correctos.
Era una doncella más inocente que seductora.

Pero, ¿cómo pudo Fitzgerald hacerlo tan mal? No era la primera vez que un joven había mentido
por estar con una mujer, pero el joven capitán irlandés no había sonado como si estuviera
mintiendo. ¿Cómo podría alguien cometer ese tipo de error?

Su mirada cayó sobre la jarra de whisky, y esa tontería que había notado antes se hizo más fuerte.
Un infierno mucho más fuerte. Desde que su prima había mencionado el "polvo mágico", algo le
había molestado. La noche en que había llegado a su habitación, lo primero que había hecho era
ofrecerle whisky. Whisky que más tarde trató de evitar que bebiera. Y después de haberlo hecho,
había caído en el sueño de los muertos. No. No quería creerlo. No lo habría drogado.

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Pero si hubiera hecho lo mismo con Fitzgerald, seguro que eso explicaría su confusión.

Obligó su mente alejarse del whisky:- ¿Por qué no me lo dijisteis? ¿Por qué me dejasteis creer que
habías estado con todos esos hombres?

Dejó caer su mirada de la suya:- Porque tendría que haberle explicado lo de Phillip. Y supongo que
quería ver lo mucho que os importaba. No creía que ningún hombre que creyera en lo que hicieráis
me hiciera una oferta honorable, pero me demostrasteis que estaba equivocada.

Era una buena explicación, y sintió que era la verdad. Pero tal vez no del todo.

¿Había otra razón por la que no quisiera que Alex conociera la verdadera naturaleza de su relación
con estos hombres? ¿Podría ser para que no cuestionara lo que estaba haciendo con ellos?
Lo que estaba haciendo con ellos.

Maldijo en silencio. Fitzgerald era el segundo al mando de la flota irlandesa para el Conde de
Ulster. Conocería los planes de envío. Al igual que los planes de envío que habían hecho su camino
a Bruce. Pero Margaret era el espía... ¿Verdad? Se había preguntado cómo había conseguido esa
clase de información. ¿Y si no lo hubiera hecho? ¿Qué pasaría si hubiera estado ayudando a otra
persona cuando le dio esa nota al monje?

-Alex, ¿hay algo mal?

Su pregunta lo sacudió de su ensueño. Se veía tan dulce e inocente, tan desgarradoramente


vulnerable, se dijo que tenía que estar equivocado. No podía haberlo engañado así.

La tomó en sus brazos de nuevo:- Sí. Quiero haceros sentir mejor, pero no sé cómo.

Suspiró contra él, acurrucándose más cerca.- Solo sostenedme -dijo.

Hizo lo que pidió, con gusto. Dondequiera que sus pensamientos lo llevaran, cualesquiera que
fueran sus sospechas, este no era el momento. Lo necesitaba, y estaría ahí para ella.

Pero las cosas habían comenzado a caer en su lugar, y no importaba cuánto quisiera decirse a sí
mismo que no era cierto, sabía que tenía que averiguarlo con seguridad.

***

Joan no quería más que quedarse con Alex toda la noche, pero sabía que tenía que regresar a su
habitación antes de que Alice enviara a alguien a buscarla. Su prima podía sospechar dónde estaba,
pero Joan no quería que estuviera preocupada. Alice estaba centrada en sí misma y estaba mimada,
pero no estaba exenta de cierta preocupación.

Alex la escoltó hasta la puerta de la cámara de Alicia y le preguntó de nuevo si estaba bien:- Estoy
bien -le aseguró-. Aunque estaría mejor si decidierais subir otra torre esta noche.

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Su boca se torcida en una media sonrisa y sacudió la cabeza:- Creo que mis días de ascenso a la
torre han terminado... al menos hasta que consigáis una ventana más grande.

Ella se rió, y le ofreció buenas noches con un beso tierno que terminó demasiado pronto.

-Descansad un poco -dijo, alejándose.

Se volvió para irse, pero ella lo llamó:-¿Alex?"

La miró por encima del hombro. Por un momento, creyó ver algo dolorido en su mirada:- ¿Sí?

-Gracias.

Parecía perplejo:- ¿Por qué?

-Por entender. Por creerme. Por no cuestionar mi versión de los acontecimientos, ni siquiera con lo
que pensabais de mi pasado. Eso... -hizo una pausa, la emoción apretando su garganta-. Significa
mucho para mí.

-No hay nada que no podáis decirme, Joan... nada. ¿Lo entendéis? Esto sólo funciona si nos
decimos la verdad.

La extraña intensidad en su voz atribuía a los difíciles acontecimientos de la noche. Pero tenía
razón. Tenía que decírselo. Lachlan debería responder su misiva pronto. Tal vez debería haber
enviado la pulsera, pero no había querido alarmarle. No quería pedirle a Alex que regresara a la
Guardia sin primero despejar el camino con lo que seguramente sería uno de sus mayores
obstáculos: su padrastro.

Como Alex parecía estar esperando su respuesta, ella asintió.

Esperó un momento más, casi como si esperase que iba a decir algo más. Pensó que parecía
decepcionado cuando se volvió para irse. Frunciendo el ceño, Joan casi lo llamó. Pero ya era tarde.
En vez de eso, abrió la puerta y se metió en la habitación oscura.

Casi inmediatamente, su prima levantó la cabeza de la almohada soñolienta:- Estáis de vuelta.


Bueno. Me temía que tendría que enviar a alguien para asegurarme de que no os hubiera pasado
nada.

Con la preocupación de su prima aparentemente extinguida, Alice tiró de la almohada sobre su


cabeza, rodó y volvió a dormir.

Joan sonrió y cruzó la oscura habitación hacia la suya. Alguien había mantenido en marcha el
pequeño brasero para poder encender una vela. Después de asegurarse de que la ventana no había
sido perturbada, comenzó a quitar lo que quedaba de los alfileres sosteniendo su velo en su lugar.
Nunca se quitaba el brazalete, era demasiado arriesgado, pero se quitó los pequeños pendientes de

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perlas y el collar a juego para poner en la caja de madera que usaba para guardar sus joyas que
guardaba en su baúl.
Pero después de quitarse la tapa, se detuvo. Allí, en su caja de joyería, metida en el broche MacDuff
que le había dado su madre -un broche que nunca usaba- había un trozo de pergamino. Miró a su
alrededor, esperando que Lachlan se materializara desde alguna sombra.
¿Lo había puesto allí antes? ¿O fue Margaret?

Cuidadosamente, lo sacó para leer. El corazón le latía con fuerza mientras lo desplegaba despacio.
La caligrafía no era familiar, pero las palabras le pusieron los huesos fríos y enviaron escalofríos
corriendo a través de su sangre.

Estáis en peligro. Sospechan la verdad.

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Capítulo 21
Había tardado dos noches, pero Alex tuvo su respuesta. Desafortunadamente, no era la que quería.

Mientras se acercaba a las piedras justo después del atardecer para esperar la segunda noche, sintió
la fuerte presión de un cuchillo contra su espalda que confirmaba su peor temor. Sólo había un
hombre que pudiera escabullirse en él de esa manera. No necesitaba darse la vuelta para saber que
el hombre detrás de él era Lachlan MacRuairi, Víbora.

Al parecer, la partida de Alex no había hecho que el Guardia cambiara su método de contacto en
una emergencia. Un descuido inusual por su parte, pero que le había permitido aceptar su prueba.

Había ido a las piedras de pie en Diddo a poca distancia de Berwick y había colocado tres rocas en
una pirámide en su base. Las piedras, los círculos y los cairns que cubrían el campo escocés (e
inglés) eran un lugar de reunión y un lugar preferidos para dejar mensajes de Bruce y de la Guardia.
Las tres piedras eran la señal para venir enseguida.

Y quién había respondido a la llamada, sino el "padre" de su prometida. Eso era lo que Joan había
estado esperando la noche en que la sorprendió en su habitación. Eso era lo que había empezado a
decir... Padre, no Fiona. La sirvienta había sido una mentira, como había descubierto la mañana
siguiente a la muerte de Gifford cuando había pedido ver a "Fiona". Nadie había oído hablar de ella.
Alex no lo podía creer. Joan era el espía; Ella era el fantasma. Lo había estado engañando todo el
tiempo. Las pistas habían estado allí, había estado demasiado obsesionado para verlas.

Todas las pequeñas extrañezas de repente tenían sentido. El hábil movimiento que le había
permitido escapar de Despenser en el establo y el instinto de bloquearle a Alex cuando la habían
acostado eran porque había sido entrenada, sin duda por el mismo hombre que tenía el cuchillo a la
espalda ahora.

Alex maldijo. Por supuesto, ¡el cuchillo! Tenía esculturas nórdicas en la empuñadura al igual que la
pulsera que ella afirmó haber recibido de su "padre" -MacRuairi, no Buchan-. ¿Cómo diablos no
había hecho Alex la conexión? MacRuairi llevaba una daga casi idéntica. ¿Y cómo Alex no se había
dado cuenta de su mayor error de todos: el dragón, no el wyvern?

Prácticamente lo había llamado por su maldito nombre de guerra. No había sido la espada; Había
sabido que había sido miembro de la Guardia de los Highlanders todo el tiempo.

De repente las ramificaciones de aquello le golpearon con la fuerza de un martillo en su tripa.


¿Lo había estado usando deliberadamente? ¿Le había estado espiando? ¿Había sido toda una
mentira? El cuchillo blanco de la traición se cortó en su pecho y se quemó con un nuevo tipo de
dolor. El dolor de amar a alguien que le había estado mintiendo.

MacRuairi fue el primero en romper el silencio:- Dadme una buena razón por la que no debería
pegaros este cuchillo en la espalda como hicisteis vos cuando nos traicionasteis.

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La burla de MacRuairi podría haber tenido algún efecto si Alex no estuviera tan furioso.
¿Cómo pudo Joan hacer esto? ¿Cómo podrían haberle dejado hacer esto? Sin darse cuenta de que el
cuchillo se hundía lentamente en su espalda, Alex respondió bruscamente:

-No creo que a Joan le guste demasiado si matáis al hombre con el que se va a casar en unas
semanas -hizo una pausa y añadió sarcásticamente-. ¿Os llamo padre?

MacRuairi maldijo, y la prensa del cuchillo se aflojó por un instante. Habiéndolo anticipado, Alex
pudo usar el momento de shock de su ex compalero para alejarse.

Los dos hombres se enfrentaron en la oscuridad, MacRuairi todavía blandiendo su espada y Alex
recuperando la suya.

-¿No habíais oído hablar de nuestras inminentes nupcias? -preguntó Alex-. Tenéis que espabilar,
Víbora.

-Sois un mentiroso y un traidor -los dedos de MacRuairi se apretaron alrededor de la empuñadura


de su hoja como si no pudiera esperar a atacar:- Joan nunca...

Cerró la boca y le dirigió a Alex una mirada mortal que podría haberle intimidado una vez. Ya no lo
hacía.

-¿Qué? -exclamó Alex-. ¿Querría casarse conmigo sabiendo lo que sabe de mí? ¿Es eso lo que ibais
a decir? No os detengáis ahora, no hay necesidad de secretos entre viejos amigos -dijo con el tipo de
mordaz sarcasmo que podría haber surgido del hombre frente a él-. Lo sé todo -los de MacRuairi no
eran los únicos dedos que se apretaban alrededor de su espada. Alex estaba prácticamente
temblando con la necesidad de desahogar su ira contra el hombre que consideraba responsable-. Sé
que Joan es el Fantasma, maldita sea. Sé que la habéis estado usándola ya que era apenas más que
una niña para espiar al inglés y enviar información a Bruce. Sabía que erais un bastardo de sangre
fría, Víbora, pero nunca pensé que dejaríais que la hija de vuestra esposa hiciera de puta para
vuestros propios fines. ¿Tenéis alguna idea del tipo de peligro en el que ha estado? ¿Bella sabe lo
que está haciendo su hija?

Podría haber sido un truco de la luz de la luna, pero pensó que MacRuairi podría haber palidecido:-
Dejad a mi mujer fuera de esto. No sabéis una mierda, maldito bastardo inglés. Y nunca fuimos
amigos.

Los dedos de Alex estaban blancos, la intrincada metalurgia de la empuñadura le arañaba la piel:-
Quizás tengáis razón. ¿Pero sabéis que? Ya no me importa. Esto no es sobre mí, es sobre Joan.
Podéis fingir ignorancia, pero teníais que saber lo que estaba haciendo. ¿No le preguntasteis cómo
se acercó lo suficiente a Fitzgerald para conseguir todas esas rutas?

MacRuairi maldijo de nuevo, pero esta vez no parecía dirigirse a Alex, sino a sí mismo. Su hoja
bajó un poco:- Estáis equivocado. No lo sabía.

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Alex dio un paso hacia él:- Pero lo sospechabáis ¿verdad? Y apartasteis la mirada porque se
ajustaba a sus necesidades.
-No la conocéis en absoluto, si creéis que yo tuve algo que ver, Joan tiene libertad para tomar sus
propias decisiones -sin duda tenía razón en eso.

-Pero vos la ayudasteis -replicó Alex-.Vos le enseñasteis a defenderse y a manejar ese cuchillo.

-Porque sabía que lo haría de todos modos, y quería que estuviera preparada. Estaba intentando
protegerla, maldita sea.

Alex no quería oír las malditas excusas de MacRuairi. Alex miró a su antiguo compañero, al
hombre cuyo respeto había luchado tan duro para ganar. Aunque por qué demonios lo había querido
tanto, no lo sabía. MacRuairi era la antítesis de todo lo que Alex creía. Pero a veces Alex había
pensado que había visto más. Pensó que había visto al hombre a quien un gran héroe como Bella
MacDuff podía ver algo.

-¿Cómo pudisties, Víbora? Después de lo que le hicieron a Bella, ¿cómo pudisteis dejar que Joan se
pusiera tanto en peligro? ¿También queréis verla en una jaula?

Esta vez no se podía confundir el destello de la luna o no. MacRuairi bajó la hoja completamente,
tal vez ni siquiera se dio cuenta:- Os dije que no tuve elección. He argumentado en contra de ella
desde que lo descubrí, pero ella y Bruce no se negaban. Pero es buena, la mejor. Joan puede cuidar
de sí misma. Ha escapado de la detección durante mucho tiempo.

-Hasta ahora -señaló Alex.

MacRuairi entrecerró los ojos:- Le advertí que se mantuviera alejada de vos. Sabía que cuando os
hubieran visto juntos en el pueblo habría problemas. ¿Qué hicisteis? ¿Algún truco? ¿Utilizar uestra
rutina de Sir Galahad para atraerla para poder traicionarla también? -otra posibilidad apareció para
él y el cuchillo se levantó de nuevo-. Si la tocáis, os juro por Dios que os mataré.

-Es un poco tarde para jugar al padre preocupado, ¿no creéis? Y no tengo intención de traicionarla,
la amo, maldito idiota, y ella me ama.

Mirándolo completamente asustado por la afirmación de Alex, MacRuairi no dijo nada por un
momento. Pero entonces su boca se volvió a un lento desprecio:- ¿Estáis tan seguro de eso? Joan ha
estado actuando mucho tiempo.

Alex no estaba seguro de nada, pero no dejaría que el otro lo viera:- ¿Creéis que estaría de acuerdo
en casarse conmigo si no lo hiciera?

MacRuairi vaciló, contemplando la pregunta:- Puede si cree que no tiene otra opción. Si la
amenazasteis con algo. ¿Es así? ¿Acaso amenazasteis con descubrirla para obligarla a casarse con
vos?

-El chantaje es más vuestro método, Víbora, no el mío. Y en caso de que no escucharais antes, dije

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que la amaba. ¿Honestamente pensáis que la traicionaría, sabiendo lo que le harían?

-Creo que hay poco que no haríais por vuestro precioso honor y código caballeresco.

Alex se puso rígido. MacRuairi siempre supo cómo golpear donde dolía. Pero el otro hombre tenía
razón. Protegerla conllevaba comprometer el honor y las creencias de Alex. Él ya había mentido por
ella, y tendría que hacerlo de nuevo, dejando su deber a Eduardo para asegurarse de que nadie
descubriera lo que sabía. No le gustaba, pero haría lo que fuera necesario para mantenerla a salvo.

-Su secreto está a salvo. Pero se acabó, Víbora. Joan ha terminado... el Fantasma le ha
proporcionado su última inteligencia. Encontrad a otra persona para hacer el trabajo sucio.

MacRuairi le miró con algo divertido:- Bien por mí si eso es lo que Joan quiere. Os lo dije antes,
nunca fui parte de nada de esto. Todo fue idea de ella -hizo una pausa-. Supongo que le habéis
explicado esto a ella.

El bastardo sabía muy bien que no lo había hecho:- Estará de acuerdo. Será mi esposa en cuanto
regrese.

-No si tengo algo que decir al respecto -dijo MacRuairi fríamente-. Pero tenéis mucho que aprender
sobre las esposas si creéis que será suficiente. ¿Y no queréis decir <si volvéis>?

Alex no confundió la amenaza:- Si queréis intentar matarme tendréis vuestra oportunidad en unos
días-asumiendo que tomáis el campo como un caballero-. Pero ese no es vuestro camino, ¿verdad?
Siempre habéis sido un pirata.

MacRuairi sostuvo su mirada, y por un momento, Alex creyó ver algo en su mirada. Un parpadeo
de emoción, de traición, y quizás de dolor. Como si una emoción como esa fuera posible de Lachlan
MacRuairi.

-Siempre habéis tratado de hacerlo tan simple, Seton. Pero nunca entendisteis el asunto. No todo es
blanco y negro. Todos hacemos lo que hay que hacer cuando llegue el momento, incluso vos. Como
dar la espalda a las personas que confiaron en vos -MacRuairi se limitó a mirarlo fijamente, la
acusación brillaba en sus ojos-. ¿Cómo diablos pudisteis iros así? ¿Después de todo lo que
habíamos pasado?

Alex apretó los dientes, las palabras golpearon más y más fuerte de lo que quería:- ¿Por qué
demonios estáis actuando como si os importara? Desde el principio dejasteis muy que yo no
pertenecía allí.

-Sí, bueno, me equivoqué. Érais uno de nosotros. Fuisteis el único que nunca vio eso.

Alex no supo qué decir. Sentía como si acabaran de cortar las piernas de debajo de él. MacRuairi
era la última persona que esperaba que dijera algo así. Quizás por primera vez comprendió la
profundidad de su traición. Siempre se había dicho a sí mismo que nunca les había importado, o al
menos a algunos de ellos, pero ¿y si se había equivocado? Eso era algo que no quería contemplar.

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-No pensé que tuviera una opción -no había visto ninguna otra manera en ese entonces-. Acababa de
comprender que no podía seguir haciendo lo que estaba haciendo.

-Eso es mierda. Vos teníais una elección, os equivocasteis.

Incluso si lo hubiera hecho, no importaba. Era muy tarde. Ambos lo sabían.

Alex se volvió para irse, pero no sin una advertencia:- Manteneos alejado de ella, Víbora. Ahora yo
me ocuparé de ella.

MacRuairi sacudió la cabeza:- No hasta que lo oiga de Joan. Además, tenemos medidas de
protección en el lugar en caso de que algo salga mal.

-¿Qué tipo de medidas de protección?

El bastardo astuto se limitó a encogerse de hombros.

De repente Alex recordó una conversación similar que había tenido con Pembroke y frunció el ceño.
Pembroke había estado hablando del espía, pero en ese momento Alex no se había dado cuenta de
que era Joan. ¿Estaban planeando algo?

Alex juró.

-¿Qué? -preguntó MacRuairi.

-Nada, espero. Pero necesito ir a buscar a Joan.

-Vendré...

-Lo que sea, Víbora -su presencia cerca de aquí sólo haría que fuera más peligroso para ella-.
¿Cuánto tiempo creéis que llevará a alguien hacer la conexión si Lachlan MacRuairi es reconocido?
Si hay un problema, yo me encargaré de ello.

MacRuairi parecía como si quisiera discutir, pero en lugar de eso forzó su mandíbula y apretó:- Será
mejor que volváis. Y la próxima vez no sentiréis mi espada.

Alex no necesitaba adivinar lo que quería decir. No lo sentiría porque ya estaría muerto.

***

Joan había estado buscando una oportunidad para hablar con Alex en privado desde que recibió la
nota, pero con los hombres dispuestos a marchar sobre Escocia cualquier día, había estado tan
ocupado con sus deberes que apenas lo había visto. Se dijo a sí misma que no tenía nada que ver
con lo que le había contado, pero era obvio que estaba preocupado por algo.

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Ella lo entendía muy bien. Desde que recibió esa nota, no había pensado en otra cosa, por no
mencionar que vigiliaba hasta su propia sombra. ¿Quién la había enviado? ¿Qué sabían ellos?
¿Quién más lo sabía?

Margaret estaba tan aturdida como ella... e igual de preocupada:- No podéis quedaros -le había
dicho su prima-. Ahora es demasiado arriesgado.

Joan quería discutir, pero sabía que Margaret tenía razón. Joan no podía ignorar la advertencia. Su
tiempo en Inglaterra acababa de llegar a un final abrupto. Durante más de seis años, había hecho lo
que podía por la causa de Bruce; tenía que esperar que fuera suficiente.

Su mano fue a su muñeca, inconscientemente buscando el sólido metal de la pulsera que ya no


estaba allí. Había entrado en la aldea a primera hora de la tarde y la había dejado en la iglesia como
Lachlan le había enseñado cuando se había mudado a Berwick.

¿Cuánto tardaría Lachlan en venir a por ella? ¿Un día? ¿Dos?

¿Debería salir de aquí y tratar de irse por su cuenta? Aunque resultaba tentador, no iba a reaccionar
exageradamente y hacer cualquier cosa precipitada. ¿Hasta dónde llegaría sin saber nada de los
caminos y poco más que las ropas de espaldas en un campo lleno de soldados?

¿Cuánto tiempo antes de que descubrieran que se había ido y enviaran a alguien tras de ella?
No, tenía que ser paciente. Lachlan había prometido sacarla cuando llegara el momento. Pero si no
llegaba cuando el ejército marchara, lo intentaría. Cuando fuera más seguro. Cuando había menos
hombres que pudieran venir a buscarla.

Y después de hablar con Alex.

No podía irse sin decirle la verdad y tratar de convencerlo de que fuera con ella. Pero no estaba en
la cena por segunda noche consecutiva. Cuando salían del Salón, estuvo a punto de preguntarle a
Sir Aymer dónde podría encontrarlo -o cuando se esperaba que regresara- cuando un hombre se
acercó corriendo al alardeado comandante y le dio un mensaje que el conde inmediatamente llevó al
rey.

-Me pregunto de qué se trata eso -preguntó Margaret. Joan lo hizo también.

No tardó mucho en descubrirlo. Como Sir Aymer no estaba disponible, Joan había regresado a su
habitación, jurando buscar a Alex más tarde esa noche, en su habitación si tenía que hacerlo. Había
terminado de encender unas cuantas velas cuando Alice entró con Sir Henry. Inmediatamente
percibiendo la tensión entre los dos, Joan hizo una apremiante buena noche y desapareció en su
cámara adyacente.

Sus voces, sin embargo, la siguieron.

-Lamento que nuestros planes hayan sido interrumpidos -dijo Sir Henry-. Pero esto es importante.

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El rey ha convocado un consejo de guerra de emergencia, y tengo que regresar al Gran Salón. Este
mensaje podría cambiarlo todo. Queréis que ganemos esta guerra, ¿verdad?

-Por supuesto -dijo Alice débilmente.

Joan estaba demasiado absorta al saber de que algo importante -la guerra cambiaba- estaba pasando
a notar lo raro del asunto. Su prima nunca hablaba débilmente.

-Entonces, así debe ser -dijo sir Henry.

Si Alice respondió, fue demasiado bajo para que Joan la oyera.

-Leedlo vos misma -dijo sir Henry.

Joan rezó para que su primo dijera algo sobre el contenido, pero lo único que oyó fue silencio.
Intentó asomarse entre los listones de la puerta que los separaba, pero sólo pudo distinguir sombras
y algunos movimientos. No podía saber qué había en esa misiva.

-¿Cuándo volveréis? -dijo Alice con aparente resolución.

-Tarde -dijo sir Henry. Luego, como concesión, agregó-. Podéis esperarme en mi habitación, si
queréis.

Alice debió haber asentido.

-Buena chica -dijo, como si fuera un cachorro obediente.

Pocos segundos después, Joan oyó el sonido de la puerta cerrarse y la partida de sir Henry. No
mucho después, se cerró por segunda vez, esta vez fue Alice.

Joan debatió todos los momentos, pero sabía lo que tenía que hacer.

"Lo cambia todo" -dijo sir Henry. ¿Habían decidido los condes venir después de todo?
¿Habían sabido los ingleses algo clave acerca de los movimientos de Bruce? No podía ignorar lo
que acababa de oír. Tenía que arriesgarse e intentar averiguar las noticias importantes que el
mensajero había traído.

Después de ponerse una capa negra, salió de su habitación por la cámara vacía de Alice y entró en la
escalera de la torre. Saliendo en la sala, se dirigió hacia el Gran Salón, que estaba situado en la
pared sur justo enfrente. No tenía un plan exactamente, pero sabía que había un estrecho pasillo
entre el vestíbulo y los alojamientos del capitán, y esperaba poder ponerse en posición para oír o ver
algo. Había también un número de cuartos de almacenaje en las bóvedas abajo donde lo podría
intentar. Si alguien la interrogaba, podía decir que tenía hambre o que había perdido algo en la cena.
Aunque no estaba haciendo nada malo -aún- estaba, sin duda, nerviosa. Sus pasos generalmente
ligeros se sentían fuertes y desgarbados, y a pesar de la cálida lana de su capa, se sentía helada hasta
el hueso.

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Era la nota que había recibido, jugando con su compostura normal.

¿O no?

De repente, se dio cuenta de lo silencioso que estaba el patio. Había muy pocas personas
moviéndose, lo cual era extraño para esta hora de la tarde -la campana para el toque de queda aún
no había sonado-.

El aguijón de la inquietud creció. Todos los cabellos de la nuca se le irguieron. Se dijo a sí misma
que estaba siendo ridícula. Una información como esta no acababa de caer en su regazo. . .
De repente se detuvo. No, no lo hizo. Si es demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo
fuera. La advertencia de Lachlan volvió a ella justo a tiempo.
Joan sabía mejor que ignorar lo que le decían todos sus instintos. Algo no estaba bien.

Sin otro pensamiento, Joan se volvió a la izquierda y se dirigió no hacia el Gran Salón sino a la
capilla. Si alguien la estuviera vigilando, verían a una mujer ir a orar -casi inusual con los hombres
a punto de marchar a la guerra-.

La capilla estaba tranquila y oscura cuando entró. Había un sacerdote de espaldas hacia ella, cerca
del altar, encendiendo una vela, pero parecía no haberse dado cuenta de su llegada.

Al entrar en una de las capillas laterales que se usaban para la oración y las confesiones privadas,
estaba a punto de arrodillarse en el taburete cubierto de terciopelo ante el pequeño altar cuando
alguien la agarró por detrás.

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Capítulo 22
Joan le reconoció enseguida:- ¡Alex! -exclamó, girándose para mirarlo-. Me asustasteis hasta la
muerte -una mirada a su rostro fue suficiente para decirle que algo andaba mal-. ¿Qué es? ¿Qué
pasa?

No le respondió de inmediato. Su expresión parecía oscura y temblorosa en la débil luz de las velas
de la capilla. Todo su cuerpo parecía irradiar emociones peligrosas. Sus ojos ardían en llamas
oscuras que esperaba que fueran un truco de la luz de las velas. No se parecía en absoluto a él.
Podía sentir sus dedos apretarse casi imperativamente en su brazo.

-¿Adónde vais tan tarde? Y no me digáis que es para confesar vuestros pecados, no es que tengáis
muchos de ellos, Joan -se inclinó más cerca y dijo con un gruñido bajo-. ¿O debería llamaros
fantasma?

Ninguna cantidad de entrenamiento pudo haber evitado que el pequeño jadeo escapara de entre sus
labios o la sangre de su cara. Lo sabe... Dios mío, lo sabe. Y si la mirada de furia apenas contenida
que ardía en sus ojos era una indicación, no estaba de humor para escuchar excusas o explicaciones,
aunque tenía que intentarlo.

-Alex, sé que estáis molesto... y tenéis todo el derecho a serlo... pero si me dais la oportunidad de
explicar...

-¿Desconcertada? -la cortó con un rugido de indignación. La mano colocada como una marca
alrededor de su brazo le dio una fuerte sacudida y la arrastró más cerca-. Ahora, ¿por qué estaría
molesto al descubrir que la mujer que ha aceptado ser mi esposa y a quien he dado mi corazón me
ha estado engañando desde el día que nos conocimos? ¿Que me ha drogado -Joan se estremeció- y
me espió? ¿Que ha estado actuando de manera desenfrenada para atraer la información de los
hombres? Que se ha puesto en un peligro indescriptible sin pensar... -se detuvo, al parecer al darse
cuenta de que su voz había crecido demasiado fuerte, y tomó lo que esperaba que fuera un aliento
calmante-. Cuando os vi salir de la torre y temí que no llegaría a tiempo. . . ¡Por Dios, casi habéis
caído en su trampa!

Había sido una trampa. La confirmación auditiva de lo que sus instintos le habían dicho debería
haberla llenado de alivio, pero en cambio sus ojos se estrecharon.

-No necesito que me rescatéis, Alex. Ya mismo lo deduje.

-Y una mierda que no.

-¿Hay algo mal, mi señora?

Joan se volvió, dándose cuenta de que el sacerdote que había visto al entrar estaba a unos metros de
distancia. Debió haber escuchado sus voces. Si había oído algo más, su expresión no dio ninguna

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indicación. La miraba con preocupación y a Alex con recelo.


Alex soltó su brazo, su expresión repentinamente pedregosa.

Joan forzó una sonrisa alegre en su rostro:- Lo siento si nuestras voces lo han molestado, padre. Mi
prometido y yo estábamos teniendo un pequeño desacuerdo sobre la fiesta de la boda, o más bien
sobre ciertos invitados en la fiesta de bodas. ¿Tal vez vos lo podáis resolver por nosotros? Decidme,
padre, ¿creéis que un hombre debería ser excluido de la lista sólo por sonreírme?

El sacerdote pareció comprender el problema enseguida. Alex estaba siendo irracionalmente celoso,
o al menos eso era lo que quería que el sacerdote pensara.

El sacerdote de mediana edad sonrió y dijo galantemente como cualquier caballero:- Vuestra belleza
merece sonrisas, mi señora. Debo pensar que si ese es un criterio para la exclusión, se quedaría solo
con un banquete lleno de mujeres.

Joan se ruborizó, como era de esperar por el cumplido, y Alex miró furioso, pero el sacerdote se
limitó a reír mientras se alejaba.

-Mentís de manera convincente, mi señora -le dijo Alex al oído mientras la llevaba fuera del altar
lateral y entraba en una pequeña habitación cercana.

No era un cumplido.

Mirando a su alrededor, Joan se dio cuenta de que estaban en la sacristía:- ¿Creéis que deberíamos
estar aquí? -preguntó mientras cerraba la puerta.

Normalmente, estar en una habitación pequeña, en su mayoría oscura con él sería hacer que sus
sentidos saltar con la conciencia, pero ahora estaban saltando con algo más similar al temor. Bueno,
¿tenía que parecer tan grande e imponente? ¿Dónde estaba ahora su caballero dorado?

-No os preocupéis, esto no tomará mucho tiempo -dijo Alex, agregando temor-. Y de esta manera no
seremos interrumpidos de nuevo.

-¿Cómo lo habéis averiguado? -preguntó, y luego contestó por sí misma-. Fueron los hombres,
¿verdad?

-¿Queréis decir saber que no erais una libertina sino sólo pretendíais ser una? -dijo
sarcásticamente-. Sí, entre otras cosas. Pero eso no importa. Lo que importa es que yo lo hice, y si
pude, alguien más puede. Es posible que haya evitado vuestra trampa esta noche, pero no creo que
sea el final. Están decididos a encontrar a la persona que ha estado dando información a Bruce, y
seguro que no voy a dejar que seáis vos. Se acabó, Joan. En este momento, el Fantasma ya no
existe.

Se erizó. No importaba que ella misma llegara a la misma conclusión, no le gustaba ser ordenada y
dictada. Le recordaba demasiado a su padre:- Esa es mi decisión, Alex. No vuestra.

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-Estáis absolutamente equivocada al respecto. Si creéis que dejaré que esta estupidez continúe, que
permitiré que mi esposa siga poniéndose en peligro, es que estáis loca. ¿Os dais cuenta de la
horrible posición en la que me habéis metido? He tenido que mentir por vos, pero no voy a seguir
haciéndolo -hizo una pausa, agregando como si lo estuviera pensando-. Y si estáis pensando en
correr a vuestro padre, no os molestéis. Ya he hablado con él.

¿Había visto a Lachlan? Si el comentario permitir no era suficiente para hacerla enfadar, esto la
arrojó sobre el borde.

-Por Dios, Alex, ¿en qué estabais pensando? ¿Estáis seguro de que no sois vos el que está loco?
Podría haberos matado. Dios sabe que ha estado esperando la oportunidad.

-Sí, bueno, no lo hizo. Le señalé que tal vez no quiera meter un cuchillo en la espalda de su futuro
yerno.

Joan hizo una mueca:- Sólo puedo imaginar su reacción a eso -Alex no dijo nada; no necesitaba
hacerlo. Ambos sabían lo que Lachlan pensaba de él-. No me ordenaréis nada, Alex. Ni siquiera por
vos. Si creéis que el matrimonio os da ese derecho, entonces os equivocáis. He estado haciendo esto
mucho tiempo. No soy una doncella indefensa que necesita rescate. Y si es por eso que queréis
casaros conmigo, deberíais reconsiderar.lo Sé lo que estoy haciendo, y seguiré haciendo lo que sea
necesario para ayudar a nuestra causa con o sin vuestro permiso.

-Vuestra causa –corrigió-. Ya no es mía. ¿Lo que sea necesario? Cristo, sonáis como Boyd. No
importa a quién le hagáis daño, a quién mentáis y a quién uséiss mientras ganéiss, ¿es eso? Dios,
pensé que me amabais... ¿o era mentira también?

La culpa le sintió como una apuñalada:- Por supuesto que sí. Nunca quise mentiros, Alex. Odiaba
cada momento. Había tantas veces que quise deciros la verdad, pero no pude. Intentáis que suene
simple, pero no lo es. Hice lo que tuve que hacer por el bien de la misión. Porque creo en lo que
estoy haciendo. Porque creo en Bruce. Porque conozco la alternativa y nunca quiero ver de nuevo a
la madre de nadie en una jaula. Así que si eso significa que tengo que decir algunas mentiras, que
no podré deciros lo que estaba haciendo, que tengo que pretender estar interesada en unos pocos
hombres para obtener información, entonces lo haré. Y con alegría.

-¿Eso es lo que os dijisteis cuando me drogasteis? -se sonrojó por la culpa.

-Eso fue un accidente.

-¿Entonces no vinisteis a mi habitación con la intención de echarme a la calle para buscar la misiva
que recuperamos del monje?

Su rostro se calentó un poco más. No debería sorprenderse de que lo hubiera descubierto:- Sí... no...
-lo miró desamparadamente-. Cambié de opinión.

-¿Antes o después de que planeaseis seducirme?

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-No fue así, Alex. Nunca pensé que iría tan lejos. Lo que pasó entre nosotros fue real. Con lo que
supisteis acerca de Phillip, tenéis que saberlo.
Ella había ganado ese punto, por lo menos. No lo discutió, pero su boca todavía se apretaba en una
delgada línea blanca.

-Justificad lo que queráis, pero fue un error, y todo llega a su fin esta noche. No más mentir. No más
espionaje. No más hacer lo que sea necesario. He pasado por esto antes; No lo haré de nuevo.

Parecía tan determinado. Tan terco. Tan intratable. Tan confiado en la justicia de su visión de las
cosas.

-¿O qué, Alex? ¿Haréis lo mismo que hicisteis la última vez que alguien no cumplió con vuestro
riguroso sentido del bien y del mal? ¿Me dejaréis y me daréis la espalda como hicisteis con vuestros
amigos? ¿O tal vez me volveréis a engañar y también me traicionaréis por algún mito idealizado de
caballerosidad que no existe?

Las orejas de Alex se calentaron y su cabeza le zumbó. Sus pulmones se sentían como si acabara de
tragar una bola caliente de fuego. Había aprendido más de Víbora que usar un cuchillo y
defenderse. Había aprendido a saber dónde dar, empujar y a hacer daño.
¿Mito idealizado? Había reducido lo más duro que había hecho a un cuento de bardo. Lo hizo sonar
rígido, idealista e intransigente, como si no hubiera intentado pensar de otra forma.

Pero más allá del dolor, su cuerpo se sacudió de rabia e indignación. ¿Cómo se atrevía a acusarle de
ello después de la horrible situación en que lo había metido? ¡Se había encargado de descubrirla,
por el amor de Cristo!

-¿Traicionaros? Por el contrario, he mentido a un hombre al que tengo el deber de protegeros. No


soy yo quien es el traidor aquí, Joan, si no vos. Darme la vuelta es exactamente lo que debo hacer,
maldita sea -dejó caer su voz, con los puños apretados-. Pero fue mi desgracia haberme enamorado
de una maldito espía, que ahora me ha envuelto en su traición y nos ha hecho mentirosos a los dos.

Tenía la gracia de estremecerse y lo miró con disculpa. ¿Cómo podía seguir siendo tan dulce y
tentadora después de lo que había hecho? ¿Cómo podía todavía querer arrastrarla a sus brazos y
besarla cuando lo había engañado tan horriblemente?

-Lo siento, Alex. Nunca quise que esto sucediera.

Su mandíbula estaba apretada:-Sí, bueno, pasó. Y la mentira y la deshonestidad pueden llegar a ser
fáciles para vos, pero no a mí. Todo lo que he intentado hacer era lo correcto, pero decidme cómo
diablos puede ser correcto guardar vuestro secreto mientras hago mi deber como caballero al rey?

-¿Y si cumplir vuestro deber con Eduardo ya no está bien? -se puso rígido. Continuó-. ¿Y si lo que
está bien es regresar a Bruce y la Guardia? -hizo una pausa y agregó suavemente-. Sé que pensabais
que estabais haciendo lo que teníais que hacer cuando os fuisteis. Estabias cansado y desilusionado
por lo que parecía una guerra sin fin que no iba a ninguna parte y no podíais ver otra opción. Pero
ahora tenéis una. Vinisteis aquí para ayudar a persuadir a los ingleses a terminar la guerra por

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medios pacíficos. Le disteis un intento fuerte, pero no funcionó. Los ingleses van a marchar a
Escocia, y nada de lo que hagáis les detendrá. Así que ahora tenéis que decidir si marcháis con ellos
o regresáis al lugar al que pertenecéis, donde podéis hacer algo bueno. No es demasiado tarde, Alex.
Renunciasteis a ellos, pero no creo que hayan renunciado a vos. Confiaban en vos, incluso Ariete,
aunque tal vez no siempre lo demostró.

No dijo nada; Su pecho ardía demasiado. ¿Abandonarlos? Quería negarlo, pero después de lo que
MacRuairi dijo, no sabía qué demonios pensar.
"Érais uno de nosotros."

Haciéndose eco de su pensamiento añadió:- El hecho de que sigáis aquí sin heridas de puñal
aparentes después de entrar en contacto con mi padrastro debería deciros algo. A mí me dice algo.
Nunca os habría dejado ir después de lo que le dijisteis si todavía no confiaba en vos de alguna
manera.

Francamente, estaba tan sorprendido como ella de que Lachlan lo hubiera dejado ir sin pelea.
¿Estaba bien?

>-Volved, Alex. Ellos os necesitan. Bruce os necesita. Es donde pertenecéis.

Su voz era como una llamada de sirena, acallándolo, seduciéndolo, engañándolo. Le estaba
haciendo pensar en cosas que no quería recordar.

-No -dijo con enfado-. Nunca podré volver. Hice mi elección. Lo que queréis es imposible.

-¿Lo es? ¿O es vuestro orgullo caballeresco el que habla? ¿Es que no queréis admitir que podéis
estar equivocado? Esa guerra no es negra o blanca, es gris, sin importar de qué lado peleéis?

No se había equivocado, maldita sea. Había hecho lo que tenía que hacer para acabar con esta
guerra. Y ver el sufrimiento de su pueblo detenerse. Ser capaz de seguir mirándose en el espejo.
Pensó que había entendido eso. ¿Pero alguien como ella podría entenderlo alguna vez? Lo que fuera
necesario... Cristo, no otra vez, nunca más. Eso era exactamente la mentalidad que había querido
evitar cuando se había ido, y se había enamorado de alguien que era tan malo como Boyd. ¿Quería
volver a eso? ¿A una guerra sin límites?

Su mandíbula se apretó:- No quiero hablar de esto, Joan. Os he dicho mi decisión. No voy a


regresar por vos ni por nadie más. No penséis que mis sentimientos por vos pueden doblarme a
vuestra voluntad.

Se veía genuinamente ofendida:- Eso no es lo que estoy tratando de hacer. Estoy tratando de
haceros ver que ya no podéis mantener el muro. Vinisteis aquí, lo sé, con buenas intenciones, pero
no funcionó. Intentasteis detenerlo, pero la guerra está llegando. Ahora tenéis que elegir un lado. No
podéis ser un caballero inglés y un patriota escocés. Tenéis que elegir.

Tal vez inconscientemente, había picado viejas heridas. Había oído el mismo maldito sermón de
Ariete durante siete malditos años:- Hice mi elección hace dos años.

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Sus ojos se encontraron con los suyos con incredulidad:- ¿Así que lucharéis contra Bruce y vuestros
antiguos hermanos?

Pensó en aquella niñita y los miles de inocentes como ella que no habían tenido tanta suerte:- Si
tengo que hacerlo, pero vos y yo sabemos que eso no llegará. Bruce no tomará el campo.

Y la guerra continuaría.

-¿Y si lo hace y los ingleses ganan? ¿Veréis a Escocia gobernada por Inglaterra con Eduardo como
señor supremo? ¿Más justicia inglesa en forma de jaulas?

-Eduardo no es vuestro padre.

-No, no lo es -concedió ella-. Pero tampoco es Robert de Bruce.

Estaba demasiado bien con eso, mucho para la frustración de Alex durante los últimos dos años.
Pero hasta que Bruce estuviera dispuesto a desafiar a Eduardo en una batalla abierta, nunca sería
reconocido como rey y la guerra continuaría. Si Alex pensaba que Bruce podría ser persuadido. . .
¡Cristo, escuchaos! Lo tenía tan en la espalda y la pared que se estaba dejando considerar... Pero no
iba a dejar que ella le forzara hasta llegar allí. Incluso un señor inglés era mejor que una guerra
hasta el fin de los días.

-Lo siento, Joan, pero no lo haré. No me volveré traidor ni siquiera por vos.

Casi lo había matado la primera vez.

-Queréis decir que no volveréis a ser traidor. Porque no os engañéiss, Alex. No importa lo que os
dijeráis a vos mismo, no importa qué justificación y buenas intenciones tuvierais, la fea verdad es
que le disteis a Bruce y la Guardia vuestra lealtad y la rompisteis, y ahora, cuando tenéis la
oportunidad de hacerlo bien, estáis siendo demasiado terco y estáis demasiado asustado de
intentarlo.

Alex se esforzó por mantener la rienda suelta a su temperamento, pero estaba azotando y
chasqueando dentro de él como una vela desplegada en un torbellino:- Parece que tenéis una muy
buena comprensión de la situación, Joan. Así que decidme, ¿qué es exactamente lo que proponéis
que haga? ¿Saltar en mi caballo y montar en cualquier bosque o parche de brezo hacia donde Bruce
y la Guardia han puesto su sede? Boyd prometió que la próxima vez que me viera, trataría de
matarme. Como habéis señalado, los traicioné. Piensan que soy un traidor. De alguna manera,
ninguno de mis antiguos hermanos me parece un tipo de los que perdona y olvidan. ¿Tenéis alguna
razón para creer que me darán la bienvenida con los brazos abiertos? -ella se sonrojó-. Eso creía -
dijo Alex.

-No dije que sería fácil, pero puedo ayudar.

-Ahora, ¿quién es el que se está engañado?

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Àriel x

Ella frunció la boca:- ¿Qué significa eso?


-Significa que cuando me vaya a Wark mañana, estaré al servicio de Eduardo de Inglaterra, y
cuando vuelva, vos y yo haremos todo lo posible para olvidar que esto pasó.

Joan jadeó:- ¿Mañana? -no podía creer lo que acababa de escuchar-. ¿Os vais mañana? -el
asentimiento de Alex fue sombrío.

-¿Por qué no me lo dijisteis?

-Me enteré esta noche cuando volví, justo a tiempo, para descubrir que se había puesto una trampa
para atrapar al espía. Pembroke ha sido ordenado a montar a caballo. El resto del ejército seguirá
dentro de unos días.

-Ya veo -dijo Joan suavemente, sintiendo como si su corazón estuviera siendo destrozado-. Es así,
entonces.

Alex se tensó:- ¿Qué queréis decir con eso?

-Estamos en lados opuestos. No podéis creer que me casaría con alguien que lucharía contra todo lo
que yo creo. Todo por lo que he trabajado desde que vi a mi madre en una jaula en este mismo
castillo.

El horror cruzó su rostro:- Cristo, ¿la visteis?

-Mi padre pensó que necesitaba que me enseñaran una lección -dijo amargamente-. No fue la que
pretendía -sostuvo su mirada-. No me dirán qué hacer, ni me casaré con alguien que pelearía contra
mis amigos y hermanos.

Le tomó un momento comprender lo que quería decir. Cuando lo hizo, su rostro se volvió tan
oscuro como una nube de tormenta.

-Sois una de ellos. Debí haberlo adivinado. Vuestras habilidades de engaño son inigualables -se
sonrojó por el ataque-. Como es evidente vuestra afinidad por el peligro. ¿Tenéis idea de lo que
harían los ingleses para encontrar uno de los Fantasmas de Bruce? –se pasó los dedos por el pelo y
dio unos pasos-. Mañana iréis con mi madre a Winton. Hablaré con Eduardo y diré que es una
emergencia. Puedo ahorrar unos cuantos hombres para escoltaros.

-Alex, ¿habéis oído lo que dije? No puedo... no me casaré con vos.

Su mandíbula se apretó con suficiente fuerza como para decirle que estaba perdiendo la batalla por
el control:- Estáis enojada ahora mismo, ambos lo estamos. No hay necesidad de tomar decisiones
precipitadas. Id a mi castillo de Winton, y cuando regrese...

-No voy a ir a Winton, Alex.

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Àriel x

-No podéis quedaros aquí.

Ella no dijo nada, pero adivinó su intención.

La agarró y la atrajo hacia él:- No voy a dejar que os vayáis.

Sus ojos se perdieron en su rostro, memorizando cada detalle como si fuera el último:- Entonces
venid conmigo -dijo suavemente.

La soltó y retrocedió como si tuviera miedo de tocarla:- Os dije que no.

Joan contuvo la respiración que se sentía como si estuviera tragando trozos de cristal:- Entonces me
temo que estamos en un callejón sin salida.

Aparentemente, Alex no estaba en los impases. Miró cada centímetro al peligroso bandido cuando
se inclinó amenazadoramente:- Podría obligaros a esperarme. Tal vez debería dejaros atada en mi
cama donde no podáis tener ningún problema.

Había algo en su voz que envió un escalofrío por su espina dorsal. No estaba segura de si se trataba
de temor o algo más:- Eso no parece muy honorable, Sir Alex.

Él juró y dio otro paso atrás, algo de la ferocidad dejando su expresión.

-Podríais siempre darme la vuelta -le ofreció-. Eso debería aliviar vuestro código de caballero -
había vuelto a picar su temperamento.

-No me tengáis miedo -murmuró con enfado.

Se miraron el uno al otro en la oscuridad durante unos largos latidos de corazón, las oscuras,
peligrosas emociones que se arremolinaban alrededor de ambos. Pero también había anhelo y
angustia, el entendimiento de que el sueño -la fantasía- había terminado.

-¿Entonces, eso es todo? -preguntó casi con incredulidad.

Los ojos azules desafiaban en los de ella implacablemente:- No soy yo quien quiere esto, sois vos.

-Es lo último que quiero, Alex. Pero, ¿qué otra opción hay? No puedo quedarme aquí y no vendréis
conmigo.

-Como habéis dicho, un callejón sin salida.

Parecía tan remoto. Tan enfadado. Su corazón se apretó con tanto anhelo, que le robó el aliento.
¿Por qué no podía haberse quedado como estaba- un fantasma, allí, pero no allí, incapaz de tocar o
ser tocado, incapaz de sentir? Entonces tal vez no dolería tanto.

Lentamente, sacó su anillo de su dedo. Le respondió:- Nunca me perteneció.

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Se estremeció, mirando la banda de oro como si fuera a dañarlo. Finalmente, después de una pausa
larga y desgarradora, lo cogió.

Ella lo alcanzó, dejándose tocarle una vez más:- Lo siento, Alex. De verdad. Yo nunca quise...

Él sólo la miró acusadoramente, sus ojos tan duros e inflexibles como zafiros, hasta que dejó caer su
mano. Sintiendo como si cada paso que estaba tomando era a través de un pantano profundo,
caminó lentamente de regreso a su habitación.

No trató de detenerla.

Alex se fue al amanecer. Con los ojos cansados y los bordes rojos, Joan observó desde la ventana de
la torre en la cámara de Alicia mientras cabalgaba por la puerta del castillo de Berwick a la cabeza
de los doscientos caballeros y hombres de armas del conde de Pembroke.

Esperó ansiosamente una señal. Una mirada. Un vistazo. Cualquier ligero giro de la cabeza en su
dirección que indicaría una grieta -no importa cuán pequeña- en su determinación.
Miradme... por favor no hagáis esto, no os vayáis.

Pero sus súplicas silenciosas no pudieron penetrar los muros de piedra del castillo o los que
rodeaban su corazón. Su cabeza permanecía fija en línea recta. Ni una sola vez miró hacia atrás.
El corazón de Joan parecía como si estuviera siendo apretado entre una piedra de moler, pero
todavía había una parte de ella que se negaba a creer que realmente iba a dejarla ir. No podía
marchar sobre Escocia y luchar contra los hombres con los que había estado al lado.
No podéis alejaros de mí.

Estaba equivocado, y Alex lo vería. Tenía fe en él. Estaba herido y enfadado con ella por su engaño
-como tenía todo el derecho de estarlo-. Estaba pensando con su orgullo. Pero una vez que tuviera la
oportunidad de calmarse y pensar, haría lo correcto.

Pero se había alejado por principio antes. Para sólo había algo bueno y malo, y lo que había hecho
estaba... mal.

Oh Dios. Su corazón se hundió. Tenía que perdonarla. No podía soportar la posibilidad de que
nunca volviera a verlo.

Sus amigos lo necesitaban. Ella lo necesitaba. Era el único que nunca lo vio. Alex era su testigo, su
conciencia, su centro moral. Les recordaba lo que estaba bien y lo que estaba mal, incluso cuando
no querían verlo.
Se lo había recordado.

Solía saber lo que era correcto, pero hombres como su padre y Sir Phillip le hicieron olvidar. El
hecho de que otros no tuvieran honor no era excusa para olvidar el suyo. Si ya no se hubiera
marchado demasiado, esa era la dirección a la que se dirigía. Pero Alex la había traído de un abismo

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aburrido, restaurando su fe en hombres buenos y honorables. ¿Un hombre bueno y honorable en la


guerra? ¿Quién no lo necesitaba? Deseaba que alguien como Alex hubiera estado allí para hablar
por su madre.

-¿Qué estáis mirando?

Joan se volvió hacia la puerta que no había oído abrir:- ¡Alice! -dijo, sorprendida-. Habéis vuelto
temprano.

-Habéis estado llorando -dijo su prima, caminando hacia ella-. ¿Qué está mal?

Joan podría preguntarle lo mismo. Alice parecía haber dormido tan poco como Joan. Había círculos
oscuros debajo de sus ojos y su tez normalmente cremosa estaba pálida. Sir Henry debió regresar
tarde de su "reunión" para tratar de atrapar al espía.

El instinto había servido a Joan bien anoche, pero sabía que ya no podía esperar a Lachlan. Se iría
esta noche.

-Alex se fue esta mañana -contestó Joan-. Salió con Pembroke por delante del ejército.

-¿Y estáis preocupada por él?

Joan sintió un tirón en el pecho:- Sí.

Alice la miró con una percepción inusual:- Pero eso no es todo, ¿verdad?

Joan sacudió la cabeza, sus ojos se hincharon de repente con lágrimas. Había estado luchando tanto
para controlar sus emociones, pero la simpatía de una fuente inesperada hizo que la presa se
rompiera. Toda la emoción y todo el miedo que había estado reteniendo salieron corriendo. Se
arrugó en una bola de lágrimas.

-Yo... ya pasó -se ahogó-. Creo que se acabó.

Alice se adelantó para pararse junto a ella, y al parecer no estaba segura de qué hacer, poniendo una
mano tentativa en su hombro:- ¿Qué queréis decir con que se acabó?

Joan la miró, con lágrimas corriendo por sus mejillas:- Me refiero a nosotros... a los esponsales.

Cualquier oportunidad que había tenido en la felicidad. Cuando eso se había convertido en algo que
quería no lo sabía, pero lo había hecho.

Alice parecía sorprendida, pero también algo más. Su palidez se había vuelto grisácea, casi como si
estuviera enferma:- No puede ser sin más –dijo-. ¿Por qué? ¿Que pasó?

Joan no entendía la seriedad de su prima, pero estaba demasiado molesta para pensar en ello:-
Tuvimos una discusión.

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-Pero eso no puede ser el final. Fue tan feroz en su defensa de vos, se preocupa por vos
profundamente.

-Lo traicioné horriblemente.

Extrañamente, su prima no parecía curiosa acerca de la naturaleza de su traición:- Seguro que hay
algo que podáis hacer. Tenéis que ir.

-¿Ir?

-Detrás de él -explicó Alice con ansiedad. Ella parecía tan nerviosa, y sus manos estaban volando
por todo el lugar-. Explicadle todo. Estoy seguro de que os perdonará. Debéis ir tan pronto como
sea posible... inmediatamente.

Joan logró una sonrisa trémula, apreciando la urgencia de su prima en su nombre:- Va a Wark,
Alice, a marchar a la guerra. Está suficientemente enfadado. Estaría furioso si me presentara en el
campamento.

-Pero ¿no lo veis? Tenéis que iros ahora. De lo contrario, podría ser demasiado tarde. Y si... -pensó
por un momento-. ¿Y si le sucede algo? No podéis dejarlo marchar a la guerra con esto así entre
vosotros. ¿Queréis que sus últimos pensamientos de vos sean de cólera de amor?

Joan la miró con horror y envolvió sus brazos alrededor de su estómago.

-Oh, Dios.

-No quiero causaros más aflicción, prima, pero debéis pensar en todas las posibilidades. No quiero
que lamentéis el no hacer algo. Id hacia él. Decidle todo lo que necesite para convencerlo para
traerlo de vuelto... para llevarlo lejos de aquí. Sólo idos ahora.

Alice casi la había convencido de que valía la pena intentarlo. Joan lo amaba. ¿Podría dejarlo ir sin
pelear?

Desde el día que su padre la había arrastrado para ver a su madre colgada en esa horrible jaula, Joan
había dedicado su vida a una cosa: hacer lo que fuera necesario para ayudar a la causa de Bruce.
¿Podría hacer algo menos por sí misma?

Iba a luchar por Alex. Incluso si tuviera que golpearlo en esa espesa cabeza masculina, no iba a
rendirse. Alex pertenecía a Bruce y con ella.

-Os ayudaré -se ofreció Alice. Se dirigió hacia la cámara de Joan.

Joan se sobresaltó de sus pensamientos. ¿Alice, ayudándola? De repente, estaba tomando nota del
extraño comportamiento de su prima. ¿Por qué Alice estaba tan preocupada por ella? Era casi como
si...

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Ella sabía algo.

-Alice, ¿qué está pasando? ¿Por qué estáis tratando de ayudarme a recuperar a Alex cuando sé que
no estabais contentoacon nuestro matrimonio en primer lugar?

-He cometido un error, Joan. No me di cuenta. Pensé... -empezó a llorar-. Lo siento.

Las palabras de su prima no tenían sentido. De repente, la puerta se abrió. Sir Henry estaba allí, un
puñado de soldados detrás de él. Miró con disgusto a su esposa, como si supiera lo que había estado
tratando de hacer. Se volvió hacia Joan y sonrió.

-No ibais a ninguna parte, ¿verdad, prima? No querríais olvidaros de esto.

Joan enmascaró el horror de su expresión, pero no pudo evitar el temor que le hizo estrellar el
corazón al suelo. En su mano sostenía un grueso círculo de oro que le resultaba dolorosamente
familiar.

Sir Henry tenía su brazalete.

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Capítulo 23
Durante el tiempo que el ejército dejó Wark, el lunes 17 de junio y a través del Tweed en Escocia,
viajando las primeras quince millas al campamento para pasar la noche en Earlston, la mayor parte
de la ira de Alex hacia Joan por engañarlo se había desvanecido. Odiaba que estuviera involucrada
en algo de esto, pero comprendió por qué pensaba que no podía decirle la verdad.

Después de otras quince millas el martes a Sutra con el calor y el sol, mientras que cabalgaba
delante del gran suministro, extremadamente lento, y extenso a través del campo para un enemigo
que no parecía esperarlos, lamentaba sus palabras dichas bruscamentes y repetía cada recuerdo de
su conversación en su cabeza. Una y otra vez.

El miércoles y otros quince kilómetros a Edimburgo, donde se vieron obligados a esperar dos días
para que la infantería y los de suministros se pusieran al día con ellos, -lo que requería un viaje de
veintitrés millas de todo el camino a Falkirk-, o el riesgo de no cumplir con la fecha límite del lunes
para llegar a tres leguas de Stirling para aliviar el castillo por el Día de San Juan- se preguntaba
cómo diablos iba a recuperarla. Podría tener que localizarla, pero la encontraría, maldita sea. De
alguna manera tenderían el puente sobre el impasse.

Después de las últimas diez millas hasta Falkirk, su disgusto y frustración por lo que debía ser la
peor campaña militar de la historia, repleta no sólo de una infantería a por lo menos medio día de
viaje de los comandantes de la vanguardia y la pelea, sino de un rey que se negaba a prestar
atención o considerar nada más que una absoluta victoria sobre un enemigo claramente "inferior".
Alex no sólo se preguntaba cómo recuperarla, sino que también se preguntaba, porque Dios sabía
cuántas veces, qué diablos estaba haciendo aquí.

Pero no fue hasta la noche del domingo 23 de junio, después de un desastroso primer día de batalla,
cuando Alex se encontraba en el concurrido Pabellón Real, que se había instalado apresuradamente
en medio del desierto Carse de Balquhiderock, justo al norte de la Bannock Burn, dentro de las tres
leguas requeridas de Stirling, escuchando al rey y sus comandantes peleándose, que Alex sabía que
Joan tenía razón: ya no pertenecía aquí, si alguna vez lo había hecho.

Si había pensado que hacía lo correcto hacía dos años ya no importaba. Había llegado a ser
dolorosamente claro que ya no era lo correcto. Incluso antes de que Joan le urgiera a cambiar de
bando, Alex había recibido el segundo. . . tercero . . . Dios sabía-cuántos-muchos pensamientos. Las
primeras incursiones que pensaba haber estado haciendo con los ingleses habían sido reemplazadas
por la duda y la frustración. Desde el atroz ataque contra el conde de Carrick, pensando que era el
espía y lo alejaba de las reuniones, de las mezquinas maquinaciones de Despenser, de los ataques
ingleses a su pueblo cerca de Hailes, la comprensión de que sus esfuerzos eran inútiles había estado
construyéndose hacía algún tiempo.

Pero había ignorado todos los giros del intestino y todas las punzadas. Su rigidez y su negativa a ver
nada más que blanco y negro le habían impedido admitir que, aunque fuera bien intencionado,
podría haber cometido un error. Como MacRuairi lo había acusado, Alex había tratado de hacerlo

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demasiado simple. Pero desde que dejó la Guardia, había cambiado. La edad y la experiencia le
habían demostrado que el mundo era más gris de lo que se había dado cuenta, especialmente en la
guerra. No siempre estaba claro lo que estaba bien y lo que estaba mal. No siempre fue simple.
Después de lo que pasó con Gifford-experimentando el tipo de deseo y odio que podría hacer que
un hombre olvidara su honor -Alex también tuvo que reconocer que su línea en la arena podría ser
más móvil de lo que había pensado por primera vez. Pero siempre había tenido uno, ya fuera porque
llevaba un cotun brillante y un tabardo o un timón ennegrecido y un plaid.

Joan lo había acusado de renunciar a sus antiguos hermanos, y tal vez lo había hecho. Tal vez
debería haber permanecido y luchado más duro. Tal vez debería haberles golpeado sus cabezas
hasta que le hubieran escuchado.

Pero ya era demasiado tarde para volver atrás. La pregunta era qué iba a hacer al respecto ahora.
Los acontecimientos del día habían dejado claro que tenía que hacer algo.

Desde que abandonó Falkirk esa mañana, Alex había estado marchando con el centro o cuerpo
principal del ejército, que estaba bajo el mando del rey Eduardo. Pero se había adelantado para dar
información a la vanguardia, bajo el desastroso comando conjunto del joven Gilbert de Clare, conde
de Gloucester, sobrino favorito del rey, y Humphrey de Bohun, conde de Hereford, condestable de
Inglaterra y comandante legítimo -justo a tiempo para ver una de las más grandes (o más
precipitadas, dependiendo de su perspectiva) muestra de la guerra caballeresca por un rey que jamás
podría recordar.

Sir Henry de Bohun, el joven sobrino de Hereford, había visto a algunos de los hombres de Bruce
que salían del New Park en la carretera principal, donde Bruce había colocado a sus hombres para
bloquear el acercamiento inglés a Stirling. Al darse cuenta de que uno de los hombres era el propio
Bruce, Bohun -sin duda pensando en la gloria que sería suya si derribaba al rey en un combate
único- corrió hacia delante con su lanza en la mano, con la intención de terminar la guerra con un
dramático ataque.

En lugar de refugiarse en el bosque del nuevo parque para evitar el caballero de carga, o dejar a sus
hombres para prescindir del ataque como debería, Bruce no sólo aceptó el desafío, si no que
hábilmente maniobró a su palafrén en el último minuto para evitar la lanza, y luego se puso de pie
en sus estribos para entregar un golpe poderoso con su hacha en el timón de Bohun que no sólo
había clavado a través de metal en el cráneo del joven caballero, matándolo, pero también había
roto el mango de la batalla del rey –y el hacha-.

Este era un rey por el que pelear. Era la clase de extraordinaria hazaña de la guerra que había hecho
de Bruce una figura casi mítica para sus hombres. El Bruce tenía más caballerosidad en su dedo
meñique de lo que Eduardo tendría en su vida. Sin duda, MacLeod y algunos de los otros capitanes
le reprendían por tomar riesgos insensatos e innecesarios: toda la causa escocesa podría haber
muerto al final de una lanza ejercida por un joven caballero, pero la historia inevitablemente
añadiría a la popularidad de Bruce ya su creciente leyenda.

Algunos también podrían decir que este único combate decisivo era un presagio de las cosas que
estaban por venir.

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La acusación falsa de Bohun provocó un ataque de la caballería inglesa en la posición escocesa ante
el New Park, que fue desordenada, mal concebida, mal ejecutada y, en última instancia, rechazada
por las formaciones schiltron escocesas de hombres con picas. Alex había echado un vistazo a sus
antiguos compatriotas en el campo de batalla y sabía que Joan y Boyd tenían razón. No había un
término medio. Tenía que elegir, y había elegido el lado equivocado.

Hereford había tratado de hacer retroceder a los hombres en un intento de orden, pero sin un claro
mandato había sido un ejercicio inútil. Los ingleses se habían visto obligados a retirarse, dándole a
Bruce si no su primera victoria, su primera derrota de la batalla.

La segunda había llegado ligeramente al este del New Park, donde Clifford y de Beaumont, también
de antemano, habían llevado a una fuerza de ochocientos caballeros en una búsqueda para encontrar
una ruta alternativa a Stirling a través del pantanoso e inhóspita vega de río. Casi habían
sorprendido a Thomas Randolph, el conde de Moray, que con sus hombres estaba situado cerca de
San Ninian y se suponía que estaba vigilando el flanco de Bruce. Moray se recuperó a tiempo, y
después de una dura batalla, sus schiltrones de infantería también obligaron a los ingleses a su
segunda retirada del día.

El rey Eduardo había llegado al Bannock Burn con la sorprendente noticia de que no sólo la
vanguardia de la jactanciosa caballería inglesa había perdido frente al enemigo dos veces - sin su
conocimiento- sino que ambas veces habían sido repelidas por los piqueros de infantería de Bruce.
¡La flor de la caballería inglesa derrotada por los agricultores! ¡Era inconcebible! ¡Humillante! Al
menos lo era para Eduardo. Los ejércitos no eran tan desequilibrados, por supuesto -los hombres de
Bruce eran guerreros hábiles-, pero decir que el ánimo entre los ingleses estaba desalentado fue
decirlo suavemente.

Una situación que empeoró cuando los ingleses se vieron obligados a acampar por la noche en el
pantano húmedo de barro, arroyos y turba "apestosa" de agua, como los escoceses los llamaban. La
mayoría de los carros y la infantería tenían que permanecer al otro lado del Bannock Burn,
incapaces de cruzar, a pesar de las puertas y contraventanas que habían sido arrancadas de las
casas para darles tracción y hacer el terreno más sólido. Había un montón de agua para abrevar los
caballos, pero moviéndolos alrededor en este tipo de terreno era lento y difícil.
No fueron las retiradas, la moral baja o la noche incómoda lo que había convencido a Alex de lo que
tenía que hacer, sin importar el riesgo, era la total ineptitud de la dirección inglesa. El ejército
estaba desorganizado y obstaculizado por un guía ridículamente largo de provisiones que se
extendía durante veinte leguas. Despenser había traído incluso muebles, por amor de Cristo, por el
condado de Moray que el rey le había prometido. Además, el rey Eduardo no tenía ningún plan de
batalla real (creyendo arrogantemente que Bruce se retiraría o no sería rival para las tropas inglesas
"superiores" -a pesar de las pruebas recientes de lo contrario-) y no sólo no había dejado de poner
fin a las disputas entre sus comandantes, lo había hecho peor alimentando la mala sangre entre
Gloucester y Hereford, nombrándolos comandantes conjuntos, dejando a la importante vanguardia
del ejército sin una directiva clara.

¿Qué oportunidad tenían los ingleses para acabar con esta guerra cuando nadie estaba a cargo, los
comandantes estaban en constante pelea, y el rey no atendía a razones? E incluso si los ingleses

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lograbbann acabar con ella, ¿podría Alex contar con Eduardo para proteger a los escoceses en las
fronteras? ¿O simplemente cambiarían una clase de sufrimiento por otra?
Alex escuchó con incredulidad cómo Eduardo humillaba a su mismo sobrino que había favorecido
tontamente con el co-mando de la vanguardia -el joven Gloucester- e ignoraba su buen consejo.

-Hemos llegado a tiempo para aliviar el sitio -dijo Gloucester-. No hay necesidad de obligar a los
escoceses a una confrontación mañana. Los hombres están cansados después de marchar durante
una semana. Los carros y la infantería todavía están entrando. Descansemos un día, organicemos a
los hombres, encontremos un terreno mejor para nuestras tropas y esperemos a ver qué hace Bruce.

-¿Y darle la oportunidad de volverse a meter en su agujero? -preguntó el rey Eduardo con furia-.
¿Sois tonto, sobrino, o simplemente un cobarde?

La palabra le cayó como si hubiera sido una bofetada. El rostro de Gloucester se volvió casi púrpura
de ira.

Hereford, su enemigo que había sido obligado a dirigir conjuntamente con el sobrino favorito de
Eduardo, sonrió.

Y así fue como entró en aquella carpa llena de gente y mucho calor, repleta de caballeros enfadados
y desalentados en el cotun desgastado por la batalla, la discordia desgarradora hecha más amplia por
el rey, y cualquier esfuerzo para exhortar a la precaución se encontró con el escarnio y la burla.

Si Eduardo se hubiese molestado en pasear por el campamento por el pantano y contemplar el


desorden y el agotamiento de su ejército, habría visto la verdad. Pero como el desafortunado Sir
Henry de Bohun, estaba tan atrapado en la gloria de derrotar a Bruce y los escoceses en una batalla
campal que no prestaría atención, con casi dieciocho mil hombres, tres veces más que Bruce -
Eduardo no concebiría otra cosa que una victoria inglesa. Si Bruce pudiera ser persuadido a tomar
el campo, claro-.

Al menos en eso estuvieron de acuerdo. Bruce necesitaba tomar el campo. Y si Alex quería el fin de
esta guerra -el final correcto- sabía lo que tenía que hacer.

-No es demasiado tarde.

Seguro que esperaba que estuviera en lo cierto.

A pesar de estar cerca de la medianoche, el cielo aún no estaba completamente oscuro mientras
Alex se deslizaba entre las sombras, serpenteando entre las tiendas y los soldados adormilados. Los
ingleses estaban en alerta, esperando a mitad de la noche un ataque de Bruce. Sin embargo, Alex fue
detenido por los centinelas sólo una vez.

-Tengo un mensaje del conde -Pembroke, Alex quiso decir- "a mis hombres vigilando los carros".

Los carros que estaban al otro lado de la Bannock Burn.

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Ellos lo dejaron ir.

Era parcialmente cierto. Cuando Alex llegó a los carros, les explicó a sus hombres lo que planeaba
hacer y les dijo que estuvieran listos cuando llegara el momento.

Si llegaba.

Aunque había señales de que Bruce podría estar considerando hacer lo que había evitado durante
ocho años –encontrarse con los ingleses en una batalla campal-, Alex sabía que lasabiduría y la
prudencia estarían instando al rey a tomar las pequeñas victorias que había ganado y retroceder en
la niebla, dejando la lucha por otro día. Alex pretendía, sin embargo, convencerlo de que se quedara
y luchara.

Hasta el momento, Bruce lo había sorprendido, y Alex se preguntó si Bruce también quería pelear.
¿Estaba buscando un final definitivo para la guerra? ¿Se había cansado del juego de gato y ratón
que habían estado jugando?

El hecho de que Bruce hubiera dejado que el ejército inglés marchara sin molestarse hasta ese
momento -un completo cambio de táctica de la anterior invasión inglesa- y se había quedado en la
zona para enfrentarse a ellos hoy, sugirió que lo haría.

Pero Alex sabía que si no actuaba, había muchas posibilidades de que los escoceses abandonaran el
bosque del New Park por la mañana.

No podía dejar que eso sucediera. Él sabía con cada fibra de su ser que esta era la oportunidad que
Bruce tenía para derrotar a los ingleses y terminar la guerra. Así que se tragó su orgullo -sabiendo
que tendría que hacerlo muchas veces más antes de que la noche terminara- se quitó el sobretodo
que lo identificaba como un caballero, y se dijo que incluso si se sentía como un perro resbalando
con su cola entre las piernas , haría lo que fuera necesario. En este caso, los fines definitivamente
justificaban los medios.

Mientras se deslizaba a través del perímetro inglés y se dirigía hacia el New Park, entró en el
amortiguador silencioso de tierra entre los dos ejércitos. Después de tropezar en un hoyo
cuidadosamente escondido debajo de las hojas y las ramas y casi empalado en una de las estacas de
madera en el fondo, fue más cuidadoso acerca de dónde pisaba. Pero los fosos defensivos
semejantes a panales excavados por los hombres de Bruce eran una indicación más de que Bruce
podría querer pelear.

Cada paso que Alex tomaba más cerca del campamento escocés sabía bien que podría ser su último.
Si uno de sus exploradores no le ponía una flecha por primera vez, sabía que Boyd y MacRuairi
estarían luchando por el honor de hacerlo con una espada. Pero si iba a morir, maldita sea, no iba a
estar luchando detrás de la bandera de Eduardo Plantagenet.

Joan tenía razón. Tenía que arriesgarse.

Levantó las manos en la señal universal de entrega mientras se acercaba, pero eso no detuvo la

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flecha que zumbó justo al lado de su oído, demasiado perfectamente dirigida para ser un error.

Alex se detuvo y maldijo. Sólo había un hombre lo suficientemente hábil como para hacer un
disparo así. Por supuesto, Bruce tenía sus mejores hombres de guardia esta noche. Era la mala
suerte de Alex que se topase con uno que conocía demasiado bien.

-Estoy aquí para ver al rey, MacGregor.

Dos hombres salieron de detrás de los árboles. No necesitaba ver sus rostros nasales cubiertos por el
timón para reconocer las sombras de Gregor MacGregor, Flecha y Arthur Campbell, Guardían.
Alex volvió a jurar. Cristo, no uno, sino dos de sus antiguos hermanos.

-Creo que vuestro rey está en ese gran pabellón de lujo en el otro lado de ese arroyo -MacGregor
bromeó.

¿Qué esperaba, que estuvieran con los brazos abiertos? Sabía que sería así. No harían esto fácil.
No, le harían pagar por su traición; lo sabía. Y lo haría, maldita sea, hasta que convenciera al rey.

Alex apretó los dientes y dijo pacientemente:- Tengo información importante que Bruce querrá oír.

-Estoy seguro de que sí -dijo Campbell-. ¿Y tal vez la daga de un asesino también?

Alex sabía que no tenían razón para que confiaran en él-y muchas para no hacerlo- pero aún así, la
acusación le picó. Apretando los dientes un poco más, se quitó la espada, la daga, e incluso su
cuchillo para comer, y los sostuvo.

-Revisadme si queréis, pero esas son todos ellos.

Ambos hombres se adelantaron. MacGregor tomó las armas y Campbell, después de una búsqueda
superficial, retrocedió:- Está limpio.

-Será mejor que sea bueno, Seton -dijo MacGregor-. Haced un movimiento en falso y no será sólo
mi flecha la que os golpee.

Alex lo entendió. Todos estarían compitiendo por ese honor.

Lo llevaron al rey. Justo fuera de la tienda real, que era aproximadamente un tercio del tamaño de
Eduardo y la mitad de fina, Alex pasó por un puñado de hombres atados a quienes reconoció; eran
algunos de los soldados ingleses más importantes que habían sido hechos prisioneros por Randolph
hoy.

-Seton -dijo sir Thomas Gray con evidente alivio-. Sois un espectáculo para los ojos cansados. ¿Os
envió el rey a negociar ya nuestro rescate?

Alex contestó con un movimiento de cabeza. Sabrían la verdad pronto.

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Después de entrar en la tienda, o más bien de ser empujado por MacGregor, una mirada a los
endurecidos rostros que le rodeaban le dijo a Alex que había llegado en el momento adecuado.
Había interrumpido el consejo de guerra del rey. Douglas, Randolph, Neil Campbell (hermano
mayor de Arthur y uno de los más leales y antiguos compañeros de Bruce), Eduardo de Bruce, el
abad de Inchaffray (que trajo las reliquias de San Columba), y cada miembro de la Guardia de los
Highlanders.

Perfecto.

Ignoró a todo el mundo, excepto al rey, que si su expresión de hielo era una indicación, estaba tan
feliz de verlo como el resto.

-Señor -dijo Alex con una reverencia.

-Sois extremadamente valiente o extremadamente tonto -o tal vez un poco de ambos, Alex pensó-.
Decid lo que habéis venido a decir y luego idos. Como podéis ver, estoy ocupado.

Alex se enfrentó al hombre al que siempre había creído, incluso cuando le había dado la espalda.
Era más difícil de lo que pensaba. No importaba cuáles fueran sus razones, le había dado a Bruce su
lealtad -su juramento- y lo había roto. Si tenía buenas intenciones no parecía detener toda la
vergüenza.

Alex se aclaró la garganta:- Os hice una promesa hace nueve años para ayudaros a veros en el trono,
y esta noche he venido a cumplir esa promesa.

-¿Es la misma promesa que olvidasteis convenientemente durante dos años? -la mirada que el rey le
había dado podría haber cortado piedra-. Nunca hubiera creído que el hermano de Chris se
convertiría en traidor.

Aunque el golpe no fue inesperado, fue duro. También fue merecido. Su hermano había amado a
Robert de Bruce como a un hermano. Nunca habría entendido lo que Alex había hecho. Pero Alex
lo hacía, y se dio cuenta de que era suficiente.

Se incorporó, respondiendo directamente al escarnio de la mirada del rey:- Traidor, por lo que yo
pensaba eran buenas razones -dijo simplemente-. Esa es la misma razón por la que estoy aquí ahora.
Os traigo mi espada e información -no hizo una pausa lo suficiente para dejar que el rey comentara-.
El ejército inglés está desalentado, ha perdido la fe y tiene una muy mala organización. Cualquier
autoridad que Eduardo haya tenido alguna vez se ha ido. No hay nadie a cargo, sus líderes están
demasiado ocupados luchando por la posición o peleas. No esperan que realmente luchéis y que
tengáis un plan de batalla. No es probable que obtenga una mejor elección de terreno y conozca los
beneficios de la tierra sobre la que están acampados.

Se acercó al mapa que estaba sobre la mesa, sin sorprenderse cuando Boyd se puso delante de él.
Los dos hombres se miraron el uno al otro.

-Dejadlo pasar, Ariete -dijo el rey.

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Boyd le dirigió a Alex una mirada larga y dura que pretendía intimidar, lo que podría haber hecho
hacís años, y luego, a regañadientes, hizo lo que el rey ordenó.

Alex señaló el punto entre el Bannock Burn y el Pelstream Burn donde el terreno se estrechó:- Si
los atacáis con vuestros schiltrons aquí por la mañana, ganaréis -Schiltrons se mantuvo fijo en una
posición, pero lo que Alex estaba proponiendo era que fueran dinámicos -que se movieran- que
sabía que Bruce los había entrenado para hacerlo.

>-La mayoría de la infantería está acampada en el otro lado de la Bannock Burn. Al comprometer la
primera columna de caballería en esta estrecha zona con vuestros schiltrones, la segunda será
cercada por los arroyos y no será capaz de llegar a ellos- le quitará ventaja de número-. Tampoco
sus arqueros serán de mucha ayuda. En tales lugares cercanos, habrá demasiado riesgo de golpear a
sus propios hombres. La moral de los soldados es tan baja que se dispersarán como ratones
asustados.

-¿Y cómo sé que me estáis diciendo la verdad?

-Prometo mi vida en ello, señor. Alimentaré a los lobos -dijo, señalando a sus antiguos hermanos-,
si lo que digo no es la verdad honesta de Dios.

El rey miró a MacLeod con una silenciosa pregunta. El feroz jefe de la Isla y líder de la Guardia de
los Highlanders se encogió de hombros y miró a Boyd.

Su antiguo compañero lo miró durante un largo rato:- Es demasiado noble para mentir.

No era un cumplido -al menos para Boyd-, pero parecía satisfacer a Bruce lo suficiente como para
dejar que Alex continuara.

-Tenéis mejor liderazgo -dijo Alex-. Vuestros hombres están mejor entrenados y, lo que es más
importante, están luchando por algo -respiró hondo, sabiendo que al rey no le iba a gustar lo que
tenía que decir a continuación-. Sé que habéis tenido muchas razones para evitar la batalla campal
hasta este punto, pero hay algunos que nunca os reconocerán como rey hasta que derrotéis al
ejército inglés con el escocés. Esta es la batalla que la gente quiere, mi señor. Dádsela. Puede que
nunca tengáis una mejor oportunidad.

La habitación permaneció en silencio durante un largo rato.

Fue Eduardo de Bruce quien fue el primero en hablar. Como Alex nunca se había llevado muy bien
con el único hermano restante del rey, se sorprendió al oír su apoyo.

-Tiene razón, hermano. Los tenemos donde los queremos. Y si el ambiente es tan malo en el campo
inglés como sugiere Seton, podemos poner fin a esto. La victoria será vista como el juicio de Dios y
probará a todos que vos sois el rey legítimo.

Como Alex había estado diciendo durante años, una batalla campal era la única manera de hacer

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eso. Bruce tenía que demostrar que tenía derecho al trono, y en este caso debía ser demostrado por
derecho de batalla.
Uno a uno, Bruce recorrió la habitación preguntando a cada hombre su opinión, y cada uno -
algunos con más reticencia que otros- asintió con la cabeza.

Pero la última decisión recayó en Bruce. No dijo nada de inmediato, pero miró a Alex hasta que se
sintió como un insecto bajo una roca.

-Bueno, Seton, vos sois el mensajero del destino o el mensajero de la muerte. Supongo que
averiguaremos cuál.

Alex soltó el aliento que ni siquiera se dio cuenta de que había estado aguantando. Lo había hecho.
Había convencido al rey y, al hacerlo, esperaba poner fin a esta guerra.

Despedidos, los hombres comenzaron a marcharse para encontrar sus camastros. Pero Alex no creía
que alguien durmiera mucho esta noche.

-¿Qué hay de él? -preguntó Boyd al rey, indicándole a Alex-. ¿Debería amarrarlo con los demás?

Bruce lo contempló por un momento y, sorprendentemente, un rincón de su boca se alzó:-


Devolvedle las armas. Dejad que pelee mañana. Es su vida la que está en juego.

Todos sabían que había mucho más que la vida de Alex en juego, pero tenía su segunda oportunidad
-por lo menos del rey- y tenía la intención de hacer lo que pudiera para asegurar que Bruce no se
arrepintiera. Nunca.

La Natividad de San Juan Bautista, Día de San Juan, 24 de junio de 1314

La Natividad de San Juan, que también pasó a ser el Día de San Juan, amaneció soleado y con calor.
Cuando los ingleses se despertaron de su incómoda e inquietante noche, tropezaron con una vista
inconcebible. ¡Los escoceses se reunían para la batalla!

Como Alex había predicho, los ingleses no estaban preparados para senfrentarse a Bruce, y
ciertamente, no para una ofensiva escocesa a plena luz del día. El Conde de Gloucester se despertó
tan precipitadamente que ni siquiera tuvo tiempo de ponerse el abrigo que llevaba en los brazos.

Esto significaría su destino, como cuando el ejército escocés de los schiltrones en movimiento
atacó - dirigido por Eduardo Bruce con Randolph y Douglas a ambos lados -Gloucester,
indudablemente con la acusación del rey de "cobarde" todavía sonando en sus oídos, montó una
rápida carga contra Eduardo Bruce y fue cortado de su caballo y matado en lugar de ser detenido
por rescate.

Alex observó cómo todo se desarrollaba desde su posición luchando en la división del rey,
ligeramente por detrás de Eduardo de Bruce. Pero a la caballería inglesa, que tenía poco margen de
maniobra en el estrecho terreno entre los dos ríos, el ejército escocés debía de parecer un denso

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muro de lanzas que no podían penetrar. Los escoceses seguían presionando hacia delante y los
ingleses seguían cayendo bajo sus picas, hombres y bestias pinchados por los mortales puntos de
acero.

Se prolongó durante horas, una feroz pelea de lucios y jinetes. Lo que era casi toda la fuerza del
ejército escocés estaba ahora enfrentado al frente inglés.

Sólo una vez Alex se acercó a la muerte. Irónicamente, no estaba en manos de los ingleses, sino de
la mano del hombre que esperaba que algún día fuera su suegro.

Una pequeña abertura entre los schiltrons había aparecido, permitiendo que un puñado de inglés
penetrara. Uno de esos hombres era sir Edmund Mauley, el senescal del rey Eduardo, que había
perdido su caballo y estaba encerrado en una feroz batalla con Boyd. De repente, otro caballero
disparó a través de la abertura de un caballo, con la intención de conducir su lanza en Boyd.

Alex gritó una advertencia. Pero Boyd no tuvo la oportunidad de reaccionar. Alex no pensó. Él
alcanzó su daga y lanzó.

Por el rabillo del ojo, Alex percibió la amenaza moviéndose hacia él, incluso mientras miraba al
jinete, ahora con una daga en el cuello, sin vacilar y soltar su lanza. Alex giró y levantó la espada,
pero sólo logró bloquear el golpe de una de las espadas de MacRuairi. El otro penetró en su cotun y
se hundió en su costado, afortunadamente no en el intestino donde había sido apuntado.

A estas alturas, MacRuairi debió darse cuenta de que Alex no había querido matar a Boyd sino
salvarlo.

-Mierda, Seton. No lo vi. . . ¿estáis bien?

Alex sacó la mano que había ido instintivamente al agujero de su costado. Notando sólo un pequeño
trozo de sangre, asintió:- Es sólo un rasguño.

MacRuairi no pareció creerle, pero no había tiempo para decir nada más. Otra ola de hombres había
aparecido y levantaron sus espadas para luchar contra ellos.

La próxima vez que miró a Boyd, sir Edmund estaba abajo. Su ex compañero llamó su atención y
asintió en silencio con un gracias. Pero Alex sabía que no cambiaba nada.

La batalla continuó y Alex luchó como un hombre poseído, o tal vez como un hombre con algo que
probar. Hombro a hombro con sus antiguos hermanos, se abalanzaron contra la vacilante línea
inglesa.

Leyó la sorpresa, y luego el odio, en más de un rostro como sus antiguos compatriotas ingleses se
dio cuenta de lo que había hecho. Despenser le gritó algo desde el otro lado del campo de batalla,
con una sonrisa casi alegre, pero sus palabras se perdieron en el rugido de la pelea. Como Alex sólo
estaba ansioso por conocerlo caballero a caballero, se sintió decepcionado de que fuera lo último
que vio de él.

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Era a media mañana cuando Alex sabía que su fe sería recompensada. Los legendarios arqueros
ingleses, cuyas flechas pudieron haber penetrado a los schiltrons de hombres con picas y haber
hecho una diferencia en la batalla, fueron desplegados a pesar de los estrechos combates y la
amenaza de golpear a sus propios hombres. Bruce, sin embargo, estaba preparado. Ordenó a Robert
Keith, el mariscal de Escocia, que atacara con su caballería que se había mantenido en reserva para
este propósito.

La amenaza -y la única esperanza para una victoria inglesa- fue erradicada.

El golpe final vino cuando Bruce trajo adelante a sus propios arqueros, que enviaron un granizo de
flechas abajo en la parte posterior del enemigo. La resistencia inglesa se derrumbó, y el ejército
estaba en pleno retiro.

El cuerpo a cuerpo se convirtió en un baño de sangre ya que el mismo terreno que había restringido
las fuerzas inglesas dificultó su escape. La ribera de Bannock, que se paró en su manera, se
convirtió en un hueco gigante del entierro mientras que se llenó con una capa con los cuerpos de
hombres y de caballos. Los escoceses fueron a saquear, no sólo los cadáveres de los muertos, sino
también el rico tren de equipaje que Eduardo había traído laboriosamente con ellos.

Y parecía que el mayor premio de todos podía estar al alcance de Bruce. Sorprendido por la
agresividad del ataque escocés y por la incapacidad de su caballería para penetrar, el rey Eduardo
había sido sorprendido desprevenido. Sólo gracias a la insistencia de Pembroke y el famoso
caballero gascón Sir Giles d'Argentan fue forzada del campo de batalla, Despenser y de Beaumont
huyendo a su lado.

Douglas fue enviado tras ellos.

Pero con o sin un rehén real, Robert de Bruce tuvo su gran victoria en el campo de batalla. El que
finalmente garantizaría la independencia de Escocia y daría la validación de Dios a su reclamación
al trono.

A lo largo del desolado jardín del campo de batalla, la hierba y los polos turberas se ennegrecían de
sangre cuando los ingleses huyeron y los escoceses pusieron fin a los últimos reductos de
resistencia. Fue la alegría de un país que había luchado durante dieciocho años por este momento,
ya que Eduardo I de Inglaterra había diezmado a Berwick en 1296, provocando los levantamientos
de William Wallace y Andrew Murray un año después. Escocia tenía su libertad.

Alex, que había luchado durante la batalla junto a sus antiguos compatriotas, pero apenas había sido
bien recibido, se unió a ello, pero tal vez sin el entusiasmo de las palmadas, los abrazos felices...

Se mantuvo apartado con sus hombres que se habían unido a Bruce al comienzo de la atalla como
había planeado y comenzaron a hacer un inventario de sus heridas -la suya esperaría- cuando sintió
que una sombra familiar se movía detrás de él.

Se puso rígido, a la defensiva, y se volvió.

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-Me habéis salvado la vida -dijo Boyd, con expresión de piedra-. Os debo mi gratitud.

Alex sacudió la cabeza:- No me debéis una mierda. Olvidadlo.

Boyd estaba allí mirándolo, casi como si supiera lo que Alex estaba pensando. No quería gratitud,
pero el perdón era lo último que podía esperar de su ex compañero.

-¿Qué os hizo decidir volver? No es que no fuera impecablemente cronometrado, cabalgando en el


rescate en el último minuto. Bruce estaba listo para pedir el retiro cuando llegasteis con vuestra
información y lo persuadiste de que peleara.

-¿Realmente importa?

Boyd sostuvo su mirada y se encogió de hombros:- Supongo que no -empezó a alejarse y Alex
sintió que la ira se elevaba dentro de él.

-Teníais razón, ¿es eso lo que queréis oír? Os juzgué por cosas que no debería haber hecho. Traté de
cruzar ambos lados de la línea, pero como dijisteis, tenía que elegir. Así que lo hice. Aquí es donde
pertenezco.

Boyd hizo una pausa y lo miró como si fuera un idiota:- ¿Os tomó dos años entender eso?

-Sí, bueno, estaba ocupado tratando de hacer algo bueno. Y supongo que no sois el único que es
cabezón y puede guardar rencor.

La boca de Boyd podría haberse curvado:- Siempre habéis sido un maldito idealista.

-Alguien tenía que serlo.

Alex lo dijo principalmente para sí mismo, así que se sorprendió cuando Boyd respondió.

-Sí, tenéis razón -parecía que estaba a punto de marcharse de nuevo, pero luego vaciló-. No érais el
único que estaba equivocado. Os debo una disculpa -Alex estaba aturdido. ¿El infierno se había
congelado?-. Nunca s he dado una oportunidad justa, incluso después de haber merecido una. Y
tuvisteis razón de hacer lo que hicisteis por Rosalin. Defendiendo su honor y tratando de impedirme
que quemase su casa -puso una cara de dolor-. Estaba cegado por la rabia, y si no me hubierais
ayudado a verlo... ella nunca me hubiera perdonado.

Alex sintió el calor en su cara:- Sí, bueno, tal vez no esté tan seguro de defender su honor como yo
pensaba.

Boyd tardó un minuto en darse cuenta de lo que quería decir, pero obviamente le habían contado la
relación de Alex con Joan, al menos parte de ella:- Maldito infierno -negó con la cabeza-. Me
sentiría tentado a regodearme, pero casi siento lástima por vos. Será mejor que MacRuairi nunca se
entere.

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Alex hizo una mueca:- Tengo la intención de hacer lo correcto tan pronto como sea posible -si me
me quiere de vuelta. Miró a su alrededor-. ¿Dónde está MacRuairi?

Él, MacSorley, Campbell y MacGregor fueron con Douglas. Frunció el ceño:- Alguien lo estaba
buscando. El joven Ross estuvo aquí hace un rato con malas noticias... al menos así fue como se
veía. Me pregunto de qué se trataba.

Lo descubrieron pronto. Bruce y sus capitanes habían regresado a su campamento en el New Park, y
Alex, después de ver a sus hombres y su herida -que era más profunda de lo que pensaba- siguió.
Ahora que la guerra había sido ganada, estaba ansioso por encontrar a Joan. ¿Había dejado
Berwick? Esperaba que Bruce supiera hacia dónde había ido.

En el momento en que entró en la tienda, supo que algo estaba mal. Bruce no parecía un hombre
que acababa de lograr una de las mayores victorias militares de la historia. Parecía molesto y
preocupado. Los instintos de Alex se encendieron cuando notó las miradas de compasión enviadas
en su dirección por Sutherland, MacKay e incluso Boyd.

Joan.

Se endureció:- ¿Qué? ¿Qué ha pasado?

La habitación cayó en un silencio mudo como si nadie quisiera contestarle. Finalmente, Bruce hizo
un gesto a MacLeod:- Que lo vea.

Alex leyó la misiva corta del 19 de junio que finalmente había encontrado su camino a John Ross,
el hijo menor del conde de Ross. Cada palabra se sentía como una espada en el intestino.

-Prima encarcelada. Me temo que quieren hacerla desaparecer. Enviar ayuda. Con todo mi amor,
Margaret.

De alguna manera Alex permaneció de pie, pero parecía como si cada onza de sangre hubiera sido
aspirada de su cuerpo. Su estómago se revolvió de lado y su cabeza nadó.

¿Cómo podía pasar esto?

Se volvió hacia Bruce:- ¡Se suponía que debíais protegerla! Pensé que teníais hombres que la
vigilaban.

-Así era -dijo el rey-. Algo debe haber sucedido.

-¡Maldita sea, algo pasó! -dijo Alex, furioso-. La pusisteis en peligro y la jodisteis.

-Estoy enviando un equipo para traerla -dijo Bruce-. Estará bien -no sabía quién estaba tratando de
convencer a Bruce, Alex o él mismo.

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Alex no necesitaba preguntarle a qué equipo se refería. Se volvió hacia MacLeod:- Yo voy.

La expresión de Jefe ni se inmutó:- No estoy tan seguro de que sea una buena idea.

Asumiendo que era por su antiguo puesto en la Guardia, Alex cerró la mandíbula:- ¿Necesitáis
verme gatear por el lodo y pedir perdón? Porque si eso es lo que hace falta, lo haré... Haré lo que
sea necesario, maldita sea, pero yo voy.

La única reacción de MacLeod fue un ligero levantamiento de una ceja:- No creo que sea necesario.

-No me importaría verlo -bromeó Boyd.

-Callaos, Ariete -le disparó Alex, sin apartar los ojos de MacLeod.

-¿Estáis seguro de que podéis manteneros con la mente clara en esto? No quiero más operadores
deshonestos como MacRuairi cuando Bella fue tomada.

-No soy como MacRuairi.

Resultó que Alex estaba equivocado sobre eso, también.

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Capítulo 24
Después de once días en las infernales y oscuras profundidades de la cárcel de Berwick, Joan
empezaba a perder la esperanza.

Vendrían. Lachlan la buscaría hasta los confines de la tierra. Pero, ¿cuánto tiempo tardaría en darse
cuenta de que se la habían llevado? ¿Y si no podía venir? ¿Y si él y el resto de la Guardia de los
Highlanders huían por sus propias vidas ahora mismo?
No lo hagáis, se dijo a sí misma. No penséis así. Ellos vendrán.

Pero, ¿y si tardan dos años? Dios en el cielo, ¿cómo había pasado con su madre? El aprecio de Joan
por la fuerza de su madre después de lo que había soportado a manos de sus captores ingleses
aumentó inconmensurablemente. También ayudó a evitar que se arrastrase en una bola de
desesperación y se rindiera. Joan tenía la sangre de uno de los grandes héroes de Escocia corriendo
por sus venas. No se rendiría. No caería en un ataque de desesperación y desesperanza. Se
mantendría fuerte.

Pero fue difícil.

Allá abajo, en la oscuridad y el frío, con apenas comida y sólo el tentador chorrito de agua que se
filtraba a través de las paredes rocosas cuando llovía, no estaba segura de si querían congelarla o
que muriera lentamente de hambre. Tal vez querían hacer ambas cosas.

Y luego estaban las ratas. Dios, cómo odiaba a las ratas. Las criaturas viciosas, furtivas y viles que
esperaban hasta que ella estaba en su más débil para hundir sus afilados dientes en ella. Había
formado armas a partir de viejos huesos-trató de no pensar demasiado en ellos- y juntó piedras para
construir un muro defensivo alrededor de ella cuando dormía. No los mantenía a raya a todos, pero
los frenaba.

Pero incluso peor que las ratas era el no saber qué pasaba fuera de su prisión. El único rostro que
veía era el de la guardia mientras arrojaba la ocasional corteza de pan seco o trozos de carne. Pero
no le hablaba, y sorprendentemente, no le dijo lo que querían hacer con ella, ni las noticias de la
batalla.

¿Habían llegado los ingleses a Stirling a tiempo para aliviar el sitio? ¿Bruce los había esperado?
¿Sus amigos estaban vivos? Y lo más doloroso de todo, ¿qué había sido de Alex?
¿Alguna vez había mirado hacia atrás? ¿Se había arrepentido de la forma en que se habían
separado, como ella? ¿Vendría a buscarla o ya había puesto a un lado en su corazón a la mujer que
lo había traicionado?

Durante un horrible momento cuando la enfrentaron con su brazalete y la acusaron de ser la espía,
en realidad pensó que Alex había cumplido con su deber y la había entregado. ¿La había seguido e
interceptado antes de llegar a Lachlan? ¿Fue así como atrajo a Lachlan a su encuentro?

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Pero las lágrimas de Alice y sus llorosas excusas habían sacado rápidamente ese cuchillo de su
corazón. Alex no la había traicionado, Alice lo había hecho. Su prima había logrado transmitir eso
mucho antes de que Joan fuera llevada. Joan no sabía por qué lo había hecho, pero obviamente se
había arrepentido. Por desgracia, no antes de que el daño hubiera sido hecho.

Despenser había estado muy complacido de seguir las sospechas de Alice. Era él quien había
seguido a Joan. Era él quien había hecho que la iglesia y todos los eclesiásticos fueran buscados a
fondo hasta que hubieran encontrado el brazalete en el ofertorio.

No sabían lo que significaba al principio. Pero después de la trampa fallida, Despenser había sacado
el brazalete para mostrar a Sir Henry cuando sir Adam Gordon pasó por allí. Sin darse cuenta de la
importancia, había visto el emblema del león con la tela de araña y mencionó que su sobrino tenía
uno como él en su brazo, pero sin las rosas.

El destino de Joan había sido sellado.

Despenser y Sir Henry la acusaron de ser no sólo el espía, sino uno de los Fantasmas de Bruce, y
habían tratado de sacar de ella los nombres de sus "traidores". Despenser incluso había amenazado
con que se construyera otra jaula para ella, igual que su traidora madre. No había podido ocultar
completamente su miedo. Pero afortunadamente, aunque sus cortes y moretones habían sanado en
su mayor parte -aunque sus costillas todavía dolían- ni el torturador prometido ni la jaula habían
aparecido.

De hecho, desde el segundo día, después de que supuso que el ejército se había marchado hacia
Escocia, nadie aparecía excepto la guardia solitaria.

¿Alguien más sabía que estaba aquí? ¿Los hombres Lachlan la habían observado al darse cuenta de
que algo había sucedido?

Las preguntas -y los temores que producían- la atormentaban, incluso más que el hambre. Ella
quería salir. Quería encontrarse con Alex y suplicarle que la perdonara. Quería volver a ver a su
madre, conocer a sus hermanos y ver las verdes laderas y los valles de la tierra donde había nacido.
Quería regresar a Escocia.

Ella quería un futuro.

Joan siempre había sabido lo que arriesgaba, pero no fue hasta que se quedó en ese abismo oscuro y
miserable que se dio cuenta de lo mucho que no quería ser un fantasma. Ella quería vivir.
Tenía que hacer algo. Tenía que pensar en un plan.

Cuando la trampilla se abrió por encima de ella unas horas más tarde, Joan estaba lista.
Silenciosamente, le dio las gracias a Lachlan por darle la idea.

No esperó a que sus ojos se ajustaran a la oscuridad; Tan pronto como la cabeza apareció por
encima de ella, arrojó la roca con todo lo que tenía. Siempre había tenido un fuerte brazo lanzador,
y su objetivo acertó.

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Fue sólo cuando oyó el sonido del metal y la profunda voz escocesa decir "ay" que ella se detuvo y
enfocó.

Gradualmente apareció el timón nasal. La sensación de alivio que se estrelló sobre ella fue
indescriptible. Habían venido. La habían encontrado.

Aunque había visto el rostro bajo el timón sólo unas pocas veces, reconoció al guerrero feroz lo
suficiente:- Lo siento, jefe.

-Supongo que ella os lo sacó de encima -le dijo a alguien a su lado-. Maldita sea, no es de extrañar
que me dejéis ir primero -oyó otra voz, pero le dijo que se callara y esperara.

La miró de nuevo:- ¿Estáis bien, muchacha?

-Lo estoy ahora. O en unos minutos.

-¿Dónde está, maldita sea?

Joan jadeó, reconociendo la voz. Un momento después apareció una segunda cara junto a
MacLeod:- ¿Alex? ¿Pero cómo?

-Dios mío.

-Pensé que os había dicho que esperaséis afuera con los demás hasta que la llevara -dijo MacLeod
enfadado.

Alex soltó una serie de maldiciones que habrían hecho a un pirata orgulloso, y en términos inciertos
le dijo a MacLeod exactamente qué pensaba de eso. Si Joan no estuviera ya en estado de shock,
habría sido... nunca había oído a Alex hablar así a nadie, y mucho menos al feroz jefe de la Guardia
de las Highlands.

-Dios, incluso sonáis como él -dijo MacLeod-. Sabía que no ibas a ser razonable.

Al parecer, Alex había terminado de hablar. Una cuerda fue derribada, y en lo que pareció un latido
del corazón, la estaba empujando en sus brazos con un gemido de alivio:- Dios, yo estaba tan
asustado. Pensé que os había perdido -todavía medio en la incredulidad de que él estaba realmente
allí -con sus hermanos, nada menos- se derrumbó en sus brazos. Su fuerza había desaparecido-.
Dios, cariño, perdóname. Por favor perdonadme. Dios, ¿qué os hicieron? Estáis tan delgada.

Alzó la mirada en la semioscuridad del hermoso rostro que siempre había parecido un faro en la
noche:- Estáis aquí. Realmente sois tú. Pero no lo entiendo.

Él sonrió:- Sí, realmente soy yo. Os explicaré todo una vez que os aleje de aquí.

Él la levantó en sus brazos como una niña y la llevó a la cuerda. Hizo un lazo para que se sentara.

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Haciendo todo lo posible para no estremecerse contra el dolor en sus costillas, e aferró firmemente
a MacLeod y Lachlan - podía distinguir a su padrastro ahora- y la levantó.
Ambos hombres la miraron y juraron.

Tocó su rostro de manera consciente. Al parecer, sus cortes y magulladuras no estaban tan curados
como ella pensaba:- ¿Tan malo es?

-¿Quién os golpeó? -preguntó Lachlan.

Del tono escandaloso de su voz podía adivinar por qué estaba preguntando.

Alex había llegado detrás de ella. Su expresión se oscureció a algo decididamente aterrador cuando
él tomó su apariencia:- Es mío, MacRuairi. Voy a despedazar al bastardo.

MacLeod volvió a jurar:- Ninguno de vosotros va a hacer nada ahora mismo. Tenemos que salir de
aquí. No están muy lejos de nosotros.

Joan no sabía quiénes eran, pero no había tiempo para las preguntas mientras salía de la sala de
guardias, pasando por la guardia muerta, y hacia el patio donde el resto de la Guardia los esperaba.
Nadie dijo nada mientras se deslizaban a través de la luz de la luna hacia la poterna trasera. Se
sorprendió al ver tan pocas personas en todo el castillo parecía casi desierto. ¿Dónde estaban todos
los guardias?

De repente, una figura encapuchada apareció junto a la puerta. Joan la reconoció al instante:-
¡Margaret!

Corrió hacia ella y las dos primas se abrazaron.

-No lo entiendo -dijo Joan-. Cómo hizo...

-Alex os lo explicará todo -dijo su prima-. Pero tenéis que daros prisa. Los guardias volverán
pronto.

Tenía un gran llavero de hierro (¿cómo había conseguido eso?) Y cuidadosamente desbloqueó el
hierro. Sabiendo que su prima era de alguna manera responsable de todo esto, le dio otro abrazo:-
Gracias.

Margaret asintió, con lágrimas en los ojos:- Espero que nos encontremos de nuevo. . . pronto.

Joan sabía que también estaba pensando en John Ross. Si hubiera alguna justicia en este mundo,
Margaret encontraría su felicidad.

Unos minutos sin acontecimientos, Joan fue levantada sobre un caballo, compartiendo la silla con
Alex, y se alejaron de la gigantesca sombra del formidable castillo.

Después de ocho años, Joan finalmente iba a casa.

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La mayoría de las preguntas de Joan tendrían que esperar, pero lo que Alex había logrado transmitir
mientras se alejaban era suficiente para mantener su mente tambaleándose.

No podía creerlo. No sólo Bruce había ganado su gran victoria en el campo de batalla, sino que
Alex había sido parte de ella. Había vuelto. Su fe en él había sido ecompensada, después de todo.
Pero aparentemente, a pesar de su cambio oportuno de los lados, no todo estaba bien entre Alex y
sus ex hermanos, como descubrió cuando se detuvieron no mucho después de dejar las luces del
burgo detrás de ellos.

Primero fue una discusión entre Alex y Tor MacLeod, sobre la cual ella había sido llamada para
interceder, cuando Alex -después de enterarse de que era el hombre de Despenser quien la había
golpeado- anunció que tenía la intención de quedarse y esperarlo mientras los otros llevaban a Joan
a salvo. En este caso, tenía el apoyo de su padrastro, quien dijo que se uniría a él.

Cuando Tor se opuso a su plan, Alex le dijo y no con términos muy agradables que ya no le
respondía, y que él -Tor- podía tomar su opinión y hacer algo con ella una cosa que era físicamente
imposible.

Sólo la intervención de Robbie Boyd con Tor, y la súplica de Joan con Alex deque lo necesitaba
con ella, evitó una confrontación física entre los dos hombres.

Cuando Alex se marchó con su padrastro, se volvió hacia Robbie:- ¿Qué le pasa? Nunca lo había
visto así -Alex no era temerario, pero retar al mayor espadachín de la cristiandad ciertamente era
arriesgado.

Robbie negó con la cabeza:- Ha perdido la maldita mente. Ha estado fuera de control desde que se
enteró de que os llevtomaronaron. Nunca pensé que vería este día.

Por la forma en que sonreía, en realidad parecía complacido por todo el asunto.

Robbie se enteró de algunos de los detalles que Alex había dejado de lado, lo más importante de
cómo su vuelta había llegado en un momento clave en la batalla cuando el rey estaba a punto de
retirarse. Fue la inteligencia oportuna de Alex y la capacidad de persuasión que había convencido a
Bruce de quedarse y luchar. Le habría dicho a Alex lo orgullosa que estaba de él, pero estaba
encerrado en otro enfrentamiento. Esta vez con su padrastro.

¡Buen señor, eso no tardó mucho! La alianza temporal de Alex y Lachlan no había durado casi
cinco minutos. Acababa de sentarse a comer algo de carne y queso que Alex le había dejado, cuando
notó que los dos hombres discutían.

Por la forma en que de vez en cuando miraban en su dirección, no necesitaba adivinar de qué
estaban discutiendo. De la expresión de Lachlan podía darse cuenta de que estaba haciendo
amenazas, pero Alex parecía completamente impasible. Esperó a que Lachlan terminara y luego
dijo algo mientras apuntaba a su lado. Fue escalofriantemente eficaz. El rostro de Lachlan se puso
blanco de rabia -¿y tal vez de preocupación? - y pocos minutos después se marchó.

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Se puso de pie cuando Alex se acercó:- ¿De qué se trataba? -preguntó.

No estaba segura de que fuera a responderle. Puso sus manos en su cintura para levantarla de nuevo
sobre el caballo. Después de asegurarse de que estaba cómoda, dijo:- Vuestro padrastro no aprobó
mi cambio de planes.

Se volvió para mirarlo cuando se instaló detrás de ella. El calor y la fuerza de su cuerpo se sentían
tan bien que casi olvidó lo que había estado a punto de preguntar:- ¿Y qué cambio de planes es ese?

-Parar en mi castillo en Winton en el camino a Edimburgo.

Ella frunció el ceño. Winton estaba en el viejo camino del Norte que corría casi paralelo a la costa.
Era el camino que el primer Eduardo había tomado en Escocia, pero no el camino tomado por
Eduardo II hacía nueve días:- ¿No cree que el camino sea seguro?

-Esa no es la razón de su objeción -la distrajo poniéndole la mano en el rostro con tanta ternura que
le hizo sentir el corazón.-. Voy a matar al hombre que os hizo esto, pero primero me aseguraré de
que os cuidan.

-Estoy bien, Alex, de verdad. Especialmente ahora -no quería que fuera a ninguna parte, y tampoco
que se enfrentara a Sir Hugh Despenser y lo que quedara del ejército del rey Eduardo. De lo que
había podido reunir, Lachlan y algunos otros guardias habían alcanzado a Alex después de no haber
encontrado al rey Eduardo antes de llegar a la seguridad del castillo de Dunbar, donde había
encontrado un refugio temporal con uno de los pocos escoceses leales restantes, Patrick, conde de
Dunbar. El rey Eduardo y los hombres que lo habían visto a salvo -incluyendo a Despenser y al
conde de Pembroke- habían dejado a Dunbar por Berwick vía marítima y probablemente, no es que
estuvieran muy lejos de ellos. Nada de eso explicaba por qué Lachlan estaba tan enfadado-. ¿Qué
objeción tiene entonces?

Con un chasquido de las riendas, el palafrén avanzó:- La boda.

Joan se congeló, pero su corazón latió rápidamente. Muy, pero que muy rápido:- ¿Qué boda?

-La nuestra.

Ese rápido latido se detuvo:- ¿Y cuándo tendrá lugar esa boda?

-Antes de que el sol se ponga otra vez, porque la próxima vez que vaya a la cama estaréis a mi lado.

En caso de que no hubiera entendido lo que quería decir, lo que de hecho, sí entendió, el brazo que
le rodeaba la cintura justo debajo de sus pechos la atrajo un poco más, y él deslizó su espalda en la
silla. Sí, no se podía confundir lo que quería decir; ella podía sentir cada centímetro de ese
significado cabalgando duramente y sólido contra ella.

Dios mío, podría... ¿me gustaría?

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Ya no estaba congelada. Su piel estaba súbitamente caliente. Pero obligó a todos los temblores y
estremecimientos a un lado se enderezó la espalda para darle una mirada llena de reproche:- ¿No
habéis olvidado algo?

-No necesitamos decir las amonestaciones. Conseguí una dispensación del abad de Inchaffray antes
de que saliera de Stirling.

Ella alzó una ceja. Estaba muy seguro de sí mismo, ¿no?:- Qué previsor por vuestra parte, pero me
estaba refiriendo a mí. ¿No tengo voz en todo esto?

-No.

-¡Alex! -exclamó, volviéndose completamente en ese momento.

Se encogió de hombros:- Es vuestra culpa. Queríais un bandido, ahora tenéis que lidiar con ello.

Su sonrisa le quitó la mayor parte de su indignación. Ella le dirigió una larga mirada:- Creo que me
gustáis más con el cotun brillante.

Se rio y le dio un beso en la parte superior de la cabeza:- No más órdenes después de esto. He
terminado de cambiar de lado. Estoy justo donde pertenezco.

Su corazón se apretó, escuchando la mejor promesa que podría hacerle. Sería suyo para siempre:-
Me alegro de oírlo -dijo suavemente. Se inclinó y le susurró al oído-. Teníais razón.

Ella se estremeció. Y no sólo por el calor de su aliento contra su piel. La mano escondida debajo de
su pecho había aprovechado la oportunidad para vagar bajo su capa, y sus dedos acariciaban
pequeños círculos en lugares sensibles. Lugares muy sensibles. No era el ruido del caballo
galopante o el viento lo que hacía que su voz estuviera sin aliento.

-Sí. Estaba tan convencido de que lo que estaba haciendo estaba bien, que mi orgullo no me dejaba
ver cuando ya no estuvo bien. Podéis decir ‘os lo dije’ todo lo que queríais... después de la boda.

Ella se echó a reír, apartando su mano antes de que empezara a gemir:- ¿Cuantas veces?

-Tantas como queráis. Aunque necesite unos minutos de descanso entre los dos -tenía la sensación
de que ya no hablaban de "os lo dije":- ¿Unos minutos?

-Dar o tomar. Todavía estoy trabajando en mi resistencia –Joan se rio, y la atrajo nuevamente-. No
voy a dejaros ir de nuevo, cariño. Os amo.

-Si eso es una propuesta, acepto -se volvió, encontrándose con su mirada a la luz de la luna-. Y Os
amo también.

Sonrió, y ella pensó que se parecía más a él, hasta que atrapó la mirada de Lachlan. La mirada que
le disparó fue tan venenosa como la de su padrastro.

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Claramente, iba a tomar más de una boda para que estuviera bien entre ellos. Pero estaba decidida a
que algún día lo fuera. Alex no sólo pertenecía a ella y a Bruce, sino que también, a la Guardia de
los Highlanders.

-¿Qué le dijisteis para convencerlo? -preguntó.

Alex tardó unos instantes en responder:- Le dije que tendríamos otra celebración con vuestra madre
y vuestros hermanos cuando tuvierais la oportunidad de recuperaros. Vio la ventaja en no hacer que
Bella os viera así.

Joan no lo culpaba. podía imaginar la reacción de su madre ante sus heridas, y lo que tendría que
decirle a Bruce, Lachlan y Alex. Pero sabía que no era todo:- ¿Por qué apuntasteis a vuestro lado?

El rostro de Alex podría haber estado en las sombras, pero juraría que algo parecido a la vergüenza
cruzó sus rasgos:- Podría haberlo amenazado con algo.

-¿Con qué?

-No puedo decíroslo.

-Alex...

-Hice un voto.

Supo que no fue un accidente cuando movió las riendas y pateó los talones para impulsar al caballo
a un galope, y la oportunidad para hablar se perdió.

Pero no estaba preocupada. Ella conseguiría la verdad de él esta noche. Tendría que recordarle su
promesa de renunciar a los votos cuando se trataba de ella.

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Capítulo 25
Llegaron al castillo poco antes del amanecer. La madre de Alex había echado un vistazo a la joven
medio muerta de hambre y golpeada entre sus brazos -Joan había estado dormida y se negaba a
acostarse después de tenerla- y la alejó inmediatamente. Después de perder a su marido y a sus dos
hijos a la guerra, -en horribles ejecuciones-, Lady Agnes Seton había sufrido mucho su parte de la
tragedia, pero lo había hecho todo con una fuerza con la que nunca había vacilado.

Alex sabía que no había nadie que pudiera cuidar a Joan más capaz que su madre -excepto quizá la
de ella- pero todavía era difícil dejarla ir.

Mientras se encontraba en el vestíbulo y observaba cómo las dos mujeres desaparecían en la


escalera de la torre, sintió un puño cerrarse alrededor de su pecho. La rabia que había
experimentado al ver por primera vez a Joan emerger de aquel agujero, hambrienta y con apenas
parecido a la mujer fuerte y apasionada que había dejado once días antes, se había vuelto encerrado
en sí mismo. Esto era culpa suya.

No se había dado cuenta de que su ex compañero había llegado a su lado:- Tomad la espada.

-¿Por qué?

Boyd no respondió.

A pesar de estar agotado -Dios sabía la última vez que había tenido más de un par de horas de
sueño- Alex lo siguió al patio de prácticas.

No tardó mucho en encontrar la respuesta a su propia pregunta. Alex necesitaba desahogar su


enfado, y no había lugar mejor para hacerlo que luchar contra su ex compañero.

Le tomó sólo unos minutos para que el combate ligero se volviera un combate sin obstáculos. Así
era como siempre había sido entre ellos. Nunca jugaban a medias. Los dos hombres intercambiaron
golpe tras golpe, hasta que Alex sintió que sus brazos se iban a caer. Hasta que apenas pudo
encontrar la fuerza para levantar su espada o bloquear los poderosos golpes.

Cristo, el bastardo sólo se había fortalecido en los últimos dos años, lo cual decía era decir mucho
para el hombre más fuerte de Escocia. El hecho de que Alex estuviera fuera de práctica sólo lo hacía
peor. Pero no se dio por vencido. Finalmente, Boyd se apoderó de él y dejó su espada.

Sucio, sudado, y agotado, ambos hombres se sentaron -colapsaron- en las pilas de heno que los
hombres usaban como bancos.

Después de recuperar el aliento, Alex dijo:- Gracias.

-El gusto es mio. Si queréis pelear, siempre estoy dispuesto a ayudar -antes de que Alex pudiera

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decirle que se fuera al infierno, Boyd se puso serio-. No había nada que pudierais haber hecho.

El hecho de que Boyd supiera que se culpaba lo empeoraba. Alex estaba casi demasiado cansado
para discutir... casi.

-Os equivocáis. Si no hubiera sido tan terco, si hubiera admitido que había cometido un error y
tragado mi maldito orgullo un poco antes, esto no habría sucedido.

-Eso es mierda. Lo único que habría cambiado sería que no habríamos ganado la guerra. Si
hubieséis vuelto antes, no habríais sabido la información con la que convencisteis a Bruce para
pelear. Joan todavía habría sido arrestada.

Alex no quería oír la maldita razón de Boyd en este momento:- Podría haberla protegido.

Boyd, el idiota, se rio:- ¿Cómo? ¿Teníais la intención de enfrentaros a todo el ejército inglés? –
hubieran ido por ella, de todos modos. Todo lo que habríais conseguido sería que os hubieran
matado o arrojado allí con ella.

-Debería haberla enviado aquí con mi madre o por lo menos asegurarme de que se pudiera escapar
con seguridad.

-Era demasiado tarde para eso. Margaret os dijo que estaba siendo vigilada incluso antes de que os
fuerais. No había tiempo para alejarla.

Alex le lanzó una mirada de furia:- Tenéis todas las malditas respuestas, ¿verdad?

-Os tomé el tiempo suficiente para ver la luz.

Alex le dijo que se fuera, pero Boyd se rio:- Si habéis terminado con la autoflagelación, podríais
querer trabajar en el mal genio antes de la boda o la muchacha podría reconsiderarlo.

Cristo, pensó Alex, pasando los dedos por su cabello. Probablemente el bastardo tenía razón:- He
estado un poco desorientado.

Boyd se echó a reír de nuevo:- Eso es un eufemismo. Habéis hecho que Víbora parezca agradable
los últimos dos días, por no mencionar un reto como ese. ¿Qué diablos estabais pensando?

Alex se estremeció:- No estaba pensando. Probablemente debería disculparme.

-Sí, pero si fuera vos, esperaría hasta después de la boda, cuando la bebida haya fluido por un
tiempo.

Alex arqueó una ceja, sorprendido:- ¿Todos os quedáis? Supuse que Bruce estaría ansioso por que
volvierais.

Boyd sacudió la cabeza, mirándolo como si fuera un idiota de nuevo:- Lo está, pero comprenderá.

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¿Creéis que nos perderíamos esto?

Por supuesto, ¿cómo podría haber olvidado Alex? Joan era una de ellos. Sacudió la cabeza:-
Supongo que no.

Boyd frunció el ceño, de repente solemne:- Además, no volveré enseguida. Tengo que ver a Rosalin
y decírselo en persona.

Alex asintió comprensivamente, sin envidiar la tarea de Boyd. Resultó que la urgencia de Rosalin
para visitar a su hermano había sido un presentimiento. Lord Robert Clifford, antiguo enemigo de
Boyd convertido en cuñado, había caído junto con sir Giles d'Argentan en un noble, pero en última
pero fracasado, intento de reunir a las tropas después de ver al rey a salvo.

-Estará devastada.

Boyd asintió con la cabeza:- Tom -el hijo primogénito de Boyd y Rosalin que tendría dos en
noviembre- y el nuevo bebé cuando venga le ayudarán. Pero sabéis los cercanos que eran. Me
alegro de que haya tenido la oportunidad de decir adiós.

Alex arqueó las cejas:- Pensé que estaríais furioso cuando os enteraráis.

Boyd le dirigió una mirada de soslayo:- Lo estaba. Al principio.

Alex lo miró interrogativamente.

Boyd se encogió de hombros:- Me dijo que estabais allí. Entre vos y Clifford pensé que estaba tan
segura como podría haberlo estado.

La demostración de fe le sorprendió a Alex:- Aprecio la confianza, pero no estoy seguro de que ses
merecida después de lo que le pasó a Joan. Dios sabe, nunca hubiera podido salvarla sin vos y los
demás. Sé que no lo hicisteis por mí, pero sigo sintiendo que os estoy en deuda y que nunca podré
pagárosla.

-Estáis equivocado en ambos aspectos, Dragón.

Al principio Alex asumió que el uso de su nombre de guerra fue por equivocación, pero cuando se
dio cuenta de que no lo era -y lo que Boyd quería decir- se sorprendió. Lo habían hecho por él
también. Tal vez no le hubiesen perdonado por completo, y seguro que no le harían banquetes de
bienvenida, pero la puerta se había abierto y el largo proceso de reconciliación había comenzado.

Alex no había sido el único que había cometido un error, y sabía que era la manera de Boyd de
reconocerlo y hacer sus propias disculpas.

-Podríamos haber ganado la guerra -dijo Boyd-. Pero Eduardo ha sufrido un golpe severo y una
humillación que no olvidará pronto. Todavía hay mucho trabajo por hacer.

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-Voy a hacer lo que sea necesario -Boyd arqueó una ceja ante eso-. Dentro de la razón -añadió Alex.

Boyd se echó a reír:- Me habíais preocupado durante un minuto. ¿Dónde demonios estaríamos sin
que sir Galahad nos recordara lo correcto y lo incorrecto y señalara esa línea en la arena?

Alex sacudió la cabeza:- Idos al infierno, Ariete.

No añadió que su línea en la arena no era tan rígida como solía serla. Había aprendido eso cuando
Joan fue tomada. No había nada que no hubiera hecho para recuperarla. Nada. Era un hombre, no
un ideal.

Alex había estado buscando el honor y la nobleza en el lugar equivocado. No estaba en los códigos
o las reglas de la caballería -eso eran ideales que no existían- había estado justo delante de él todo el
tiempo. Estos hombres y mujeres, añadió, pensando en Joan, Bella, Helen MacKay y Janet Lamont,
que habían hecho más que su parte para Bruce, eran las más honorables que conocía. Podían
empujar esa línea de vez en cuando, pero siempre estaba allí.

-Vamos -dijo Boyd, de pie. Alex se alegró de ver que sus piernas dr tambaleaban un poco. Tal vez
no estaba tan fuera de forma cómo pensaba-. Tenéis una boda que preparar, y ese río de ahí está
llamando vuestro nombre. Sé que ya habéis anticipado la noche de bodas, pero si tenéis alguna
pregunta...

-Callaos, Ariete.

Boyd se rio y le dio una palmada en la espalda:- Eso suena como en los viejos tiempos.

Se casaron en la capilla de la familia Seton en el castillo de Winton poco después del mediodía del
miércoles 26 de junio. Menos de cuarenta y ocho horas después de que Bruce tuviera su gran
victoria a lo largo del Bannock Burn, Joan estaba sentada en el estrado disfrutando de su propio
momento de felicidad y triunfo.

Lo había hecho. No sólo había hecho su parte para ayudar a ganar esta guerra descubriendo
información clave, había ayudado a traer de vuelta a Alex al lado correcto a tiempo, y encontró algo
que nunca había pensado tener: un futuro con el hombre que amaba.

Se sentía como un sueño. Era feliz. Verdaderamente feliz por primera vez desde que podía recordar.
Desde que llegó esa mañana y siendo barrida bajo el muy reconfortante y capaz ala de la madre de
Alex, Lady Agnes, Joan había sido bañada, alimentada, descansada (obligada a dormir una siesta,
¡por Dios!), Tenía sus cortes curados y costillas llena de vendas, vestida con un precioso vestido de
seda azul, y con una preciosa corona de joyas que llevaba en el pelo.

No había levantado un dedo para nada, lo cual era probablemente algo bueno, dado lo agotada y
débil que estaba. Pero si alguna vez se preguntó dónde obtuvo Alex su sólida eficiencia y, a veces,
la sobreprotección, no necesitaba mirar más allá de su nueva suegra.

Joan no se sentía muy a gusto con la gente, porque la guardia se había levantado demasiado tiempo,

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pero parecía que Alex y su madre eran las excepciones. Tenía la sensación de que ella y lady Agnes
iban a llevarse muy bien, aunque una mirada al final de la mesa le hizo preguntarse si estarían
viviendo bajo el mismo techo durante mucho tiempo. Las dos cabezas ligeramente grises estaban
dobladas muy juntas, y con la forma en que Lady Agnes sonreía, se parecía más a una chica que a
una mujer de cuarenta y seis años.

Alex, sentada a su lado, se inclinó para susurrarle al oído:- Me gustaría tomar el crédito por esa
sonrisa, pero parece dirigirse a mi madre"

-¿Quién es ese hombre con el que está sentada?

Alex frunció el ceño:- Sir Alan Murray. Fue uno de los capitanes más confiados de mi padre y ha
servido como guardián del castillo durante años.

-Hmm.

-¿Qué significa 'hmm'?

Ella sacudió su cabeza. Los hombres pueden ser tan ciegos a veces:- Vuestra madre es una mujer
atractiva. No esperaba que fuera tan joven.

-Ella y mi padre se casaron cuando eran niños. Tuvieron a Chris cuando tenía trece años.

Al igual que su propia madre, Joan pensó con tristeza. Pero por lo que dijo Alex, sus padres habían
tenido un buen matrimonio.

-¿Por qué? -preguntó Alex-. ¿No pensáis...? -miró a la pareja con un leve horror en su rostro.

Ella rio:- Me tomó un tiempo para darme cuenta de que mi madre tenía su propia vida para vivir,
también. Pero me alegro de que sea feliz.

Él consideró sus palabras por un momento:- Supongo que Murray es mucho mejor que MacRuairi.

-¡Alex! -lo golpeó y frunció el ceño-. Os oirá, y prometisteis intentarlo.

-Voy a intentarlo. Pero ¿qué pasa con él? Se levantó en la ceremonia de la boda, justo cuando el
sacerdote pidió objeciones, ¡maldita sea! ¡Maldito bastardo!

Joan se mordió el labio, tratando de no reír:- No terminó diciendo nada.

-Sólo porque le disparasteis una mirada de muerte.

Ella fingió dramatismo:- Yo no hice tal cosa, y no tengo esa mirada...

Se estremeció, ignorando sus protestas:- Sólo espero que nunca me miréis así.

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-Tratad de llevaros bien con Lachlan, y no me daréis razones para hacerlo.

-Hacéis que suene tan fácil.

Ella sonrió:- No gimoteéis, mi amor, no es caballeresco. Y además, mi madre me ayudará. Siempre


le ha gustado.

-Yo diría que tenía un gusto impecable si no fuera por... -miró hacia abajo la mesa de MacRuairi,
que seguía tirándole dagas.

-¡Alex!

-Bien, bien. Hice un voto, aunque bajo presión.

Joan parpadeó inocentemente. -"No sé de qué estáis hablando.

-Las lágrimas y las miradas lamentables no funcionarán siempre, cariño.

Trató de no sonreír. Pero tenían esta vez. Sabía que tenía que hacer algo drástico o los dos hombres
podrían haber llegado a los golpes durante su ceremonia de boda. Alex había retrocedido, pero sólo
después de que hubiera rogado –con lágrimas- para no dejar que arruinara su día.

-La ceremonia fue hermosa -dijo. Incluso con la interrupción no tan oportuna de Lachlan.

Se acercó para barrer un mechón de pelo detrás de la oreja, pero sabía que era sólo una excusa para
dejar que sus dedos le rozaran la mejilla:- Sois hermosa. La mujer más hermosa que he visto.

Se sonrojó al oír el cumplido y la obvia sinceridad con que se le había dado:- Bueno, supongo que
me veo mejor que esta mañana. Gracias a vuestra madre.

Su rostro se oscureció:- Dios, Joan, lo siento mucho. Si no hubiera sido tan condenadamente terco...

-No habría cambiado lo que me pasó. Vos mismo me dijisteis lo que Margaret dijo.

Habían estado observando a Joan por un tiempo. En un ataque de pique después de la amenaza de
Alex para reclamar su herencia, Alice había expresado sus "sospechas" (que irónicamente no eran
sospechas reales -no tenía ni idea de que Joan fuera realmente el espía-) a su marido, quien a su vez
confiaba en Despenser. Pero en el momento en que sir Adam había confirmado accidentalmente su
identidad, la oportunidad de irse de Joan había desaparecido. Nada de lo que Alex hubiera podido
hacer podría haber cambiado eso. Asombrada por su parte en la captura de Joan, Alice le había
dicho a Margaret que Joan se había ido. Afortunadamente, Margaret no lo había creído. Finalmente,
Margaret había llevado a Alice al suelo, y se enteró de que Joan estaba en la cárcel y envió una nota
a John Ross. Pero Alice se había redimido algo. Era ella quien había puesto la nota en su broche, y
ella que había mantenido a los soldados ocupados bajo falsas pretensiones y dado las llaves a
Margaret para dejar a los salvadores de Joan entrar y salir.

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-Mi destino estaba sellado antes de que os fuerais -le dijo Joan-. Lo único que habría cambiado sería
que todavía estaríamos peleando esta guerra.
Sacudió la cabeza:- Cristo, sonáis como Ariete.

No perdió el uso inconsciente del nombre de guerra de Boyd.:- Él es obviamente un hombre muy
inteligente -su sonrisa burlona se suavizó.

-Pero nada de lo que pasó fue vuestra culpa, Alex. Ambos cometimos errores. Yo también fui muy
obstinada. Pensé que era demasiado buena para ser atrapada –sonrió-. También pensé que un
hombre no podía hacer una diferencia y cambiar la guerra. Pero estaba equivocada. Mucho -estaba
tan increíblemente orgullosa de él-. Por favor, no dejéis que lo que pasó estropee este día.

Asintió, pero sabía que era mejor no pensar que todo había terminado. Casi se compadecía del
hombre que le había hecho esto, sabiendo que Alex no lo dejaría sin respuesta.

Miró la mesa de sus compañeros guardias y sospechó que no sería él sólo:- Me alegro de que se
quedaran -dijo.

-Lo hicieron por vos.

-¿Creo que tal vez no sólo por mí? -lo había visto hablando con los demás después de la ceremonia,
y estaba claro que algo había cambiado.

Se encogió de hombros:- Tal vez.

Una oleada de felicidad se elevó dentro de ella. Sabía lo que significaba ese encogimiento de
hombros. Si Alex no estaba de regreso ya con la Guardia de los Highlanders ahora, sería pronto.
Tenía fe en él.

No creía que fuera posible ser más feliz.

Estaba equivocada. Pocas horas después, vergonzosamente, Alex había ignorado completamente sus
deberes como anfitriones y había dejado la fiesta mucho antes de que terminara. Estaba tumbada en
los brazos de su marido más satisfecha (y saciada) de lo que seguramente cualquier persona tenía
derecho a estarlo.

Aunque tal vez se lo había ganado. Tal vez todas las dificultades, las dificultades y las decepciones
en su vida la habían llevado a este punto. Tal vez no estaría experimentando este tipo de alegría si
no hubiera experimentado la alternativa.

Alex acarició la piel desnuda de su hombro mientras presionaba su boca contra su cabello:- ¿Qué
estáis pensando?

Ella apoyó su barbilla en el dorso de la mano que había plantado en su pecho para mirarlo. Su
caballero dorado. El hombre que había renovado su fe en los hombres honorables. Era un manto
pesado de expectativa, pero sabía que estaba a la altura de la tarea.

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-Vos. Yo. El futuro... Que nunca he sido tan feliz en toda mi vida.
-Oh.

-¿Oh? -repitió, sorprendida por su tono-. Parecéis decepcionado.

Él sonrió de manera diabólica para alguien que se suponía que era un modelo de honor:- Esperaba
que estuvierais pensando en maneras de hacerme romper más votos. Ese último fue más bien...
eficaz.

-Bueno, cuando me agaché para examinar ese "rasguño" que no me ibai s a decir -¡Lachlan tenía
algunas explicaciones que dar por eso!-. Parecía un buen lugar para empezar...

-Oh, lo fue. Y casi un buen lugar para terminar unos minutos más tarde.

Sonrió:- Supongo que eso significa que lo estaba haciendo bien.

-Cariño, con vuestra boca en mí como que no hay nada que podáis hacer que no estuviese bien.

-Eso es bueno, porque tuve una idea cuando estuvisteis detrás de mí en la silla de montar -Alex
juró, y lo miró frunciendo el ceño-. ¿Por qué eso.

-Por lo que vais a hacer a mi resistencia. Esto no va a durar mucho -pero estaba equivocado en eso.

Duraría para siempre.

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Epílogo
Castillo de Berwick, Berwick-upon-Tweed, 17 de julio de 1328

La araña había hilado su tela.

Robert de Bruce vivía para ver el día que a veces -muchas veces- temió que nunca llegaría. Hacía
veintidós años, cuando las cosas parecían más oscuras, había aprendido una importante lección de
perseverancia de una araña en una cueva para no rendirse nunca. Hoy esa lección había dado sus
frutos.

Mientras Bruce escuchaba a su hijo y heredero de cuatro años, David, repetir los votos que lo
atarían a su novia –novia durante siete años-, Joan de la Torre, la hija más joven de Eduardo II,
sabía que su larga lucha había terminado. El dado que había sido echado hacía veintitrés años en
Lochmaben Castle finalmente había dejado de rodar.

Había ganado. Había ganado.

"Lo hicimos, amigo mío", se dijo, pensando en el joven religioso que se había reunido con él aquel
día de agosto de 1305 para traerle la noticia de la muerte de William Wallace. Pero William
Lamberton, obispo de St. Andrews, amigo y partidario de Bruce durante mucho tiempo, no estaba
aquí para verlo. Había muerto hacía dos meses, dieciocho días antes de que se firmara el tratado con
Inglaterra. El tratado que después de casi tres décadas de guerra había sido escrito que la victoria de
Bruce en Bannock Burn catorce años antes había establecido: Robert de Bruce era rey y Escocia era
una nación libre y soberana. Este matrimonio entre el príncipe escocés y la princesa inglesa era sólo
una joya añadida a su corona.

Pero era una corona que había costado un precio. Uno demasiado alto, tal vez. Mientras el rey
estaba sentado en la capilla, rodeado de sus amigos, familiares y seguidores más leales, podía ver
los fantasmas de aquellos que habían dado su vida para ver este día. Grandes patriotas como
William Wallace, Simon Fraser, Andrew Murray, Christopher Seton y el conde de Atholl;
Seguidores leales como Lamberton, William Gordon, el Templario, y Neil Campbell. Y el más
doloroso de todos, cuatro de sus hermanos -Eduardo había muerto unos años después de Bannock
Burn en Irlanda- dos hermanas, una hija liberada de cautiverio sólo para morir un año después, y su
reina, que había sobrevivido a su larga prisión para darle tres hijos, muriendo sólo el año pasado.

Incluso podía ver las caras de los enemigos que había vencido John Comyn, El Rojo, cuyo
apuñalada fatal había lanzado la apuesta de Bruce por la corona, Eduardo I de Inglaterra, el
autoproclamado Martillo de los Escoceses que casi le había destruido y Eduardo II de Inglaterra, el
rey contra el que había ganado su gran victoria, pero cuyo favoritismo hacia Sir Hugh Despenser
había llevado finalmente a su caída y muerte el año pasado, según se informa, con un puño caliente
en el culo de su reina y su amante, Roger Mortimer.

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Tantas vidas perdidas, incluyendo -pronto- suya. Sí, el velo entre la vida y la muerte era sólo una
sombra ahora, porque El Bruce estaba muriendo. Y todo el mundo lo sabía.

Uno por uno durante la fiesta de bodas, sus amigos, familiares y seguidores leales vinieron a
presentar sus respetos. Sus dos tenientes lideraron el camino: James Douglas, El Negro, que había
negociado este tratado con los ingleses con su esposa, Joanna, y Thomas Randolph, el sobrino de
Bruce y el hombre al que había nombrado protector para su joven hijo y heredero. Su esposa,
Izabel –Izzie-. Su reino estaba en buenas manos con los dos hombres que lo habían ayudado a
ganar.

Pero incluso antes de Randolph y Douglas estaban los legendarios guerreros de la ilustre Guardia de
Las Highlands. Hombres a quienes él y Lamberton habían escogido a mano para formar un ejército
secreto antes de hacer su oferta por la corona. Cómo de bien funcionó era lo que le había
sorprendido y nunca lo hubiera imaginado.

Habían pasado tanto juntos. Estos hombres mejor que otros sabían cuánto significaba este
momento... y cuánto les había costado.

Allí estaba Tor MacLeod, el Jefe, el temible líder de la Guardia que rara vez había dejado el lado del
rey durante sus horas más peligrosas, y su esposa, Christina, que una vez salvó la vida de Bruce
alertándole sobre un complot de Comyn.

Estaba Erik MacSorley, el Halcón, el siempre-bromista marinero cuya habilidad para evadir la
marina inglesa había permitido a Bruce huir de Escocia y vivir para pelear otro día, y su esposa
Ellie, la cuñada de Bruce -que mantuvo su mitad Vikinga, y Gael en línea-.

Estaba Arthur Campbell, el Guardían, el explorador con una misteriosa habilidad para percibir cosas
cuya información había permitido a Bruce ganar una gran victoria contra los MacDougalls, y su
esposa, Anna -la hija de los MacDougalls- que se había visto obligada a romper con su familia para
salvar al hombre que amaba.

El siguiente hombre en la fila fue Lachlan MacRuairi, Víbora el mercenario sin piedad se convirtió
en seguidor leal, y su esposa, Bella, que había pasado dos años en una jaula por su parte en poner
una corona sobre la cabeza de Bruce.

Detrás de ellos se encontraba Magnus MacKay, el Santo, el highlander y el hombre más duro que
Bruce conocía, y su esposa, Helen Sutherland, Ángel, la curandera de la Guardia, que había
demostrado su propia dureza cuando había llevado a Bruce a través del Highlands después de ser
atacada por un puñado de asesinos.

El siguiente fue el hermano de Helen, Kenneth Sutherland, Hielo, el espía que una vez había traído
a Bruce información clave sobre la campaña inglesa. También trajo al joven Conde de Atholl de
vuelta al escocés cuando se casó con su madre (y la antigua cuñada de Bruce), Mary de Mar.
La hermana gemela de Mary, Janet, la siguió. Ella era una de las mejores mensajeras de Bruce,
pasando información mientras fingía ser una monja, cuando se cruzó con el mayor rastreador en
Escocia, Ewen Lamont, el Cazador. Juntos habían advertido a Bruce de un complot inglés para

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llevarlo cautivo a un parlamentario inglés.

Escapes. Había tenido tantos.

Al igual que Wallace antes que él, Robbie "Raider" Boyd tenía todas las razones para odiar a los
ingleses. Había servido como ejecutor de Bruce, domesticando a las salvajes Fronteras. Pero había
conocido su sorprendente partido en la "Fair Rosalin", la bella (y muy inglesa) hermana de su peor
enemigo.

La hija de Bruce vino después. Cate, la hija natural que creyó haber perdido, pero que había sido
"encontrada" por Gregor MacGregor, Flecha. El objetivo casi perfecto de MacGregor con un arco
había sido útil en más de una ocasión. Aunque Bruce no podía evitar burlarse de él por estar de
regreso en la escena de su mayor fracaso: cuando habían perdid la oportunidad de tomar Castillo de
Berwick porque MacGregor vaciló al disparar a un perro.

El pariente de Bruce Eoin MacLean, Asaltante, quien había planeado la mayoría de las batallas y
ataques de Bruce durante más de veinte años, se acercó con su esposa, Margaret. La pareja había
pasado la mayor parte de los primeros años de la guerra alejados -con Margaret pensando en Eoin
muerto- pero se habían reunido a tiempo para ayudar a Bruce a tomar el Castillo de Dumfries y
vencer a su viejo enemigo, el padre de Margaret, Dugald MacDowell.

El miembro más nuevo de la Guardia, Thom MacGowan, Roca, cuya capacidad para subir algo
había ayudado a Bruce a tomar el castillo de Edimburgo por sorpresa justo antes de Bannock Burn,
vino con su esposa, Elizabeth, la hermana de Douglas.

Finalmente, los dos últimos guardias se acercaron. Les debía tanto a ambos. Joan Comyn, el
Fantasma, por toda la información que había pasado a lo largo de los años, y Alex Seton, el Dragón,
por su parte en Bannock Burn. Si Alex no hubiera vuelto cuando lo hizo, este día nunca podría
haber llegado.

Alex había demostrado su lealtad muchas veces a través de los años y se había convertido en uno de
los asesores más confiables de Bruce. Había sido uno de los firmantes de la importante
"Declaración de Arbroath", que había declarado la libertad de Escocia en una carta al Papa ocho
años antes, y el año pasado Bruce le había nombrado gobernador de uno de sus más importantes
castillos Castillo, de hecho.

Podía ver la preocupación en ambas caras al acercarse. Joan se inclinó primero para besarle la
mano, y luego cuando lo indicó, para besarlo en la mejilla:- Felicidades, señor. Ha sido un largo día.

La observó atentamente. Había pocas líneas en su cara para una mujer que estaba en sus treinta y
tantos años. Pero parecía cansada:- ¿No os habéis estado acostando demasiado tarde, preparando
para todo esto? Sé que fue una gran tarea la que os pedí.

No todos los días a una señora se le pedía que fuera la anfitriona de una boda real.

Ella sonrió:- Hemos sido honrados, mi lord. Y la verdad sea, no fue la boda que me mantuvo en pie

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Mónica McCarty El Fantasma
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las últimas noches, fue Margaret -habían nombrado a su hija después de que su prima la hubiera
ayudado a escapar de este castillo todos esos años atrás. Ella también estaba aquí. Margaret Comyn
se había casado con John Ross un año después de que Bannock Burn -había hecho ver a los de
Beaumonts el beneficio de tenerla en Escocia en lugar de Inglaterra para reclamar su parte de la
herencia inglesa de Joan-.

Joan miró a Alex:- Sus hermanos estaban contando sus historias de fantasmas de nuevo.
¿Me pregunto de dónde los han sacado?

La expresión de Alex era un poco demasiado impasible:- No tengo ni idea.

-Tenéis que admitir que es apropiado -dijo Bruce, luchando contra su propia sonrisa.

Ella le frunció el ceño:- Entonces me aseguraré de enviarle a vuestra recámara cuando despierte
chillando como un banshee.

Bruce solo se rio:- ¿Cuántos tenéis ya? Entre vos y el resto de la Guardia, he perdido la cuenta de
toda la progenie.

Claramente, Joan no le creyó:- Sabéis muy bien que tenemos seis. Y apuesto a que podéis nombrar
a cada uno de ellos, y cada uno de los otros también.

-Bueno, eso no es demasiado difícil. La mitad de ellos se llaman Robert -señaló Alex.

-O William -dijo Bruce-. La pérdida de William Gordon todos esos años atrás nunca había sido
olvidada.

Joan no dijo nada, todavía mirándolo fijamente. Por último, renunciar -lo cual es algo que Bruce no
hacía a menudo- dijo:- Thomas, William, Alexander, John, Margaret, y. . .

-Robert -terminó Alex con una sonrisa.

-¿Escuché de la hija de Boyd que habrá un matrimonio para celebrar pronto?

Joan rodó los ojos y le dio otra mirada a Alex cuando empezó a toser para ocultar su risa:- ¿Qué? -
dijo Alex, serio-. No me miréis, no es culpa mía.

-Sí, pero tomáis demasiado placer en ello.

Al parecer, la hermosa hija de nueve años de Boyd había enamorado ‘perdidamente’ de su hijo de
diez años y estaba convencida de que iban a casarse.

Alex no podía resistirse a burlarse de Boyd con bromas sobre lo que pasaría cuando fueran
mayores, y que esperaba que su hijo tuviera tanto honor como ellos.

Alex pensó que era hilarante. Boyd no le veía la gracia. Si Alex hubiera querido alguna vez

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retribución por los malos tratos que Boyd le había dado en los primeros años de su compañía, lo
tenía.

Después de todo, la asociación aparentemente malograda entre el odio del inglés y el joven
caballero de Yorkshire había finalmente funcionado. Estaban tan cerca como... y algunas veces
lucharon como hermanos.

Boyd había sido el instrumento para ayudar a Alex a recuperar su lugar en la Guardia. Aunque era
Joan quien le había ayudado a reparar el daño que se había hecho con Lachlan. Sucedió justo en el
momento en que pusieron a su primer hijo en sus brazos -el niño al que habían nombrado después:
William Lachlan-.

Bruce miró hacia abajo en la mesa de Lachlan y su esposa:- ¿Cómo está vuestra madre? Sé que
venir aquí era mucho pedirle.

-No se habría perdido esto por nada en el mundo -dijo Joan con sinceridad que no podían
cuestionar-. En verdad, no creo que volver a Berwick la molestara tanto como esperaba. Fue hace
mucho tiempo -parecía como si estuviera recordando algo, también-. Los fantasmas del pasado se
han desvanecido con tantos años de recuerdos mucho más felices.

Sólo deseaba poder decir lo mismo:- Se lo merece.

Como si sintiera sus pensamientos melancólicos, Joan preguntó:- ¿Señor?

Sacudió la preocupación:- No me escuchéis. Soy un viejo guerrero que ha visto el gran trabajo de
su vida realizado y ahora no sabe qué hacer consigo mismo. Lo cual me recuerda... -se volvió hacia
Seton-. Decidle al jefe que tengo una misión más para vos.

Alex no ocultó su sorpresa:- ¿Mi señor?

-Ahora que el Papa finalmente ha acordado levantar el interdicto y mi excomunión, me gustaría ir


en peregrinación a Whithorn.

Sus palabras los habían hecho visiblemente angustiados -o tal vez triste era la mejor palabra-.
Porque reconocían la verdad: que ésta sería la misión final de Robert Bruce.

Su trabajo estaba hecho. Ya era hora de unirse a sus fantasmas.

-Estaremos listos, señor. Airson un Leòmhann.

El grito de guerra de la Guardia de los Highlanders que había sido dicho durante más tiempo del
que podía recordar. Por el León.

Por Escocia.

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