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LA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO Y LA EPISTEMOLOGÍA DE LA ADMINISTRACIÓN

Introducción

El proceso de conocimiento puede concebirse como una relación, de singular


complejidad, entre estos dos elementos, sujeto y objeto. Para comenzar diremos que
entendemos por sujeto a la persona (o equipo de personas) que adquiere o elabora el
conocimiento. El conocimiento es siempre conocimiento para alguien, pensado por
alguien, en la conciencia de alguien. Es por eso que no podemos imaginar un
conocimiento sin sujeto, sin que sea percibido por una determinada conciencia. Pero, de
la misma manera, podemos decir que el conocimiento es siempre conocimiento de algo,
de alguna cosa, ya se trate de un ente abstracto-ideal, como un número o una
proposición lógica, de un fenómeno material o aún de la misma conciencia. En todos los
casos, a aquello que es conocido se le denomina objeto de conocimiento.

La relación que se articula entre ambos términos es dinámica y variable: lo primero


porque no se establece de una vez y para siempre, sino a través de sucesivas
aproximaciones; lo segundo, porque resulta diferente según la actitud del sujeto
investigador y las características del objeto estudiado.

En el proceso de conocimiento es preciso que el sujeto se sitúe frente al objeto como


algo externo a él, colocado fuera de sí, para que pueda examinarlo. Hasta en el caso de
que quisiéramos analizar nuestras propias sensaciones y pensamientos deberíamos hacer
esa operación, es decir, deberíamos objetivarnos, desdoblarnos en una actitud
reflexiva para poder entonces colocarnos ante nosotros mismos como si fuésemos un
objeto más de conocimiento. La necesidad de objetivar elementos propios del sujeto
para poder conocerlos hace que, desde luego, resulte más compleja toda investigación
que se desenvuelva dentro de las ciencias sociales y de la conducta.

Esta delimitación o separación no es más que el comienzo del proceso pues, una vez
producida, el sujeto debe ir hacia el objeto, acercarse al mismo, para tratar de captar y
asimilar su realidad. Es decir que el sujeto investigador debe salir de sí, abandonar su
subjetividad, para poder concretar su propósito de comprender cómo es el objeto, de
aprehenderlo. De otro modo permanecería encerrado en el límite de sus conceptos
previos, de sus anteriores conocimientos, y no tendría la posibilidad de ir elaborando un
conocimiento nuevo, más objetivo, que incorpore datos de la realidad externa.

El acercamiento del investigador hacia su objeto puede considerarse como la


operación fundamental, la esencia misma de la investigación, pues es lo que lo vincula
con la realidad, lo que le da acceso a conocerla. Pero para que el proceso se complete el
investigador debe, finalmente, volver otra vez hacia sí mismo a fin de elaborar los datos
que ha recogido, concibiendo ahora al objeto, mentalmente, a la luz de su contacto con
él.

Sujeto y objeto quedan así como dos términos que sucesivamente se oponen y se
compenetran, se separan y se acercan, en un movimiento que se inicia por la voluntad
del investigador que desea el conocimiento y que en realidad continúa repetidamente,
porque el sujeto debe acercarse una y otra vez hacia lo que está estudiando si se propone
adquirir un conocimiento cada vez más profundo y completo sobre ello.
Es desde este punto de vista que debemos enfocar entonces el problema de la
objetividad. Para que nuestro conocimiento fuera en realidad objetivo debería suceder
que el sujeto de la investigación se despojara a sí mismo completamente de toda su
carga de valores, deseos e intereses, que se convirtiera en una especie de espíritu puro,
liberado de toda actitud personal o subjetiva. El sujeto de la investigación es siempre un
sujeto humano y no puede dejar de serlo. Se puede llegar, en el mejor de los casos, a
utilizar instrumentos, máquinas y otros dispositivos como complementos tecnológicos
en la investigación; tales instrumentos serán capaces de recoger datos precisos, de
ordenarlos y de procesarlos. Pero lo que no serán capaces de efectuar son las
operaciones propiamente epistemológicas de plantearse un problema, seleccionar el tipo
de datos capaces de resolverlo e interpretar el valor y el sentido de los mismos. Y es
más, podríamos decir que una cierta dosis de subjetividad no sólo es inevitable en un
trabajo de investigación, sino que es además indispensable. Porque para plantearse un
problema de conocimiento, es decir, para querer saber algo, se necesita de una voluntad,
de una preocupación por conocer la verdad y esclarecer la duda B que no puede ser sino
subjetiva.

Por esta misma razón es que no concebimos la existencia de un conocimiento lisa y


llanamente objetivo y afirmamos que todo el conocimiento no deja de ser el producto
de una cultura, de una época y de hombres concretos. De allí que resulte algo pedante
afirmar que el conocimiento científico es objetivo, y que sea más adecuado sostener que
la ciencia se preocupa constantemente por ser objetiva, por tratar de llegar a serlo, sin
que se pueda plantear nunca que haya arribado a la total objetividad. De otro modo
estaríamos negando su propio carácter falible, su posibilidad de cometer errores,
pretendiendo tener un conocimiento absoluto, completamente cierto y válido hasta el fin
de los tiempos, con lo cual nos alejaríamos del pensamiento científico y caeríamos en el
dogmatismo.

Insistimos en lo anterior no sólo porque creemos necesario remarcar el carácter


falible del conocimiento científico sino porque además esto es necesario para
comprender plenamente la naturaleza dinámica y procesal de la misma actividad
cognoscitiva. Este carácter procesal implica evidentemente que ningún conocimiento
puede concebirse como definitivo; pero aquí conviene advertir sobre otro problema
opuesto en esencia al anterior que es necesario abordar para no caer en el extremo
contrario, en una posición completamente escéptica (Hessen, 2005). Porque si bien
rechazamos que puedan hallarse verdades definitivas eso no significa afirmar, por
supuesto, que ninguna de nuestras proposiciones pueda comprobarse o demostrarse. Si
dijésemos que todo es subjetivo, que ningún conocimiento puede obtenerse por cuanto
en todos aparece jugando un cierto papel la subjetividad y el error, arribaríamos también
a una posición parecida a la del dogmatismo, aunque de signo inverso. Rechazar de
plano todo conocimiento por falaz es lo mismo, en el fondo, que aferrarse a todo
conocimiento obtenido y revestirlo con el atributo de verdad suprema. Nuestra posición
implica entonces recusar ambos términos extremos, aceptando la falibilidad de toda
afirmación, pero sin por eso negar que a través de conocimientos falibles, limitados, es
que precisamente se va llegando a la verdad, nos vamos aproximando a ella.

Según Platón (340 A. de C.), el conocimiento se caracteriza por ser necesariamente


verdadero (episteme). De otro modo, la mera creencia y opinión (ignorante de la
realidad de las cosas) quedan relegadas al ámbito de lo probable y lo aparente. Una
certeza que el día de mañana probara ser falsa, en verdad nunca habría sido
conocimiento. Y en efecto, esta vinculación entre conocimiento-verdad-necesidad forma
parte de toda pretensión de conocimiento ora filosófico, ora científico, en el
pensamiento occidental.

En general, para que una creencia constituya conocimiento científico no basta con que
sea válida y consistente lógicamente, pues ello no implica de suyo su verdad. Así por
ejemplo, téngase un sistema lógico deductivo consistente y válido. Niéguese la totalidad
de las premisas del sistema, y se obtendrá un sistema igualmente consistente y válido,
sólo que contradictorio al sistema previo. De tal manera, validez no garantiza verdad.
Para que una teoría deba ser considerada como verdadera, deben existir, desde el punto
de vista de la ciencia, pruebas que la apoyen. Es decir, debe poder demostrarse su
verosimilitud empleando el método científico, también conocido como método
experimental. Ello sin embargo se ve seriamente complicado si se introducen
interrogantes relativas a la suficiencia de dicho método, como por ejemplo, la
transparencia de los hechos (¿existen los hechos puros o más bien interpretaciones?), la
factibilidad de la pretensión de objetividad y neutralidad valórica (¿es posible la
comprensión de la realidad desde un punto de vista neutro, tal como fuera el de un dios,
o estamos condenados a perspectivas?), etc.

Plantearse el problema epistemológico es invadir el campo de la reflexión acerca del


conocimiento, de sus modalidades de acceso y transferencia, de sus formas de creación
y representación.

“Las reflexiones epistemológicas surgen de plantearse la pregunta ¿Cómo es que


conocemos?” Esta pregunta puede plantearse sin comprometerse verdaderamente a
aceptar que el fenómeno del conocer es un fenómeno biológico....Sin embargo, si uno se
plantea la pregunta, no puede dejar de notar que los seres humanos somos lo que somos
en el serlo, es decir, somos conocedores u observadores en el observar y que al ser lo
que somos, lo somos en el lenguaje Es decir, no podemos dejar de notar que los seres
humanos somos humanos en el lenguaje, y al serlo, lo somos haciendo reflexiones sobre
lo que nos sucede...porque si no estamos en el lenguaje no hay reflexión...(Maturana.
1990. Pp. 36 y 68)”

Esta perspectiva implica una visión fenomenológica, empírica e íntima del


conocimiento, en la cual el conocer se sustenta en la relación individual existente entre
el sujeto que experimenta la acción de conocer y el intento que éste realiza por
reformular la experiencia a través del lenguaje, que es el medio que permite reformular
conceptualmente dicha experiencia.

Otra perspectiva más antropológico-filosófica de la epistemología nos sitúa en una


dimensión del conocimiento a escala humana, constituyendo éste el repertorio de
experiencias culturales que los grupos humanos son capaces de acumular a través del
tiempo y de potenciar permanentemente en sus relaciones mutuas y en su vinculación
con la realidad objetiva que le rodea y la realidad inmanente que es capaz de generar
como resultado de sus propias capacidades de metacognición, es decir, de la capacidad
intelectual, propiamente humana, relacionada con la posibilidad de reflexionar acerca
del propio conocimiento creado, sea este conocimiento estructurado en torno a
realidades objetivas o en torno a ideas.
Dado que el problema epistemológico reviste una complejidad mayor en relación a los
tópicos que se formulan en el presente, me parece conveniente realizar una breve
síntesis acerca de las distintas racionalidades que operan alrededor de las
conceptualizaciones y orientaciones articuladas en torno al conocimiento, para así
intentar derivar un enfoque que sustente una visión acerca de la epistemología de la
Administración, que creo debe considerar los nuevos escenarios del conocimiento que
están comenzando a crearse a partir de sus nuevas modalidades de acceso,
representación, transferencia y creación de conocimiento.

Realizaremos una visión general a la teoría del conocimiento, para aproximar una
recontextualización epistemológica basada en el estudio de la administración.

El fenómeno del conocimiento radica en la capacidad de la inteligencia humana de


examinar la realidad, objetiva e inmanente, y conceptualizarla captando sus
características esenciales, generales y particulares, estableciendo una suerte de
autorreflexión acerca de lo que logramos aprehender de la cosa, hecho, fenómeno,
circunstancia, símbolo o idea conocida.

Para establecer esta relación del conocer, entre sujeto que conoce y objeto conocido, se
puede enfocar dicho proceso desde la fenomenología, que desea captar la esencia
general de un fenómeno, o desde la psicología, que basa el conocimiento en los
procesos psíquicos que desencadena el acto de relacionar hechos y conceptualizaciones
intelectuales.

Diferenciaremos el enfoque de Hessen (2005), para realizar una primera aproximación a


la epistemología de la administración, “Para nosotros no describirá el proceso de un
conocimiento determinado, ni establecerá lo que es propio de un conocimiento
determinado, sino que describirá lo que es esencial a todo conocimiento y establecerá lo
que constituye su estructura general. En el conocimiento se encuentran, frente a frente,
la conciencia y el objeto, el sujeto y el objeto. El conocimiento se manifiesta como una
relación entre estos dos elementos que permanecen en ella (la conciencia) y están
eternamente separados uno del otro. El dualismo de sujeto y objeto es parte de la
esencia del conocimiento. La relación entre los dos principios es, al mismo tiempo, una
correlación. El sujeto sólo es sujeto para un objeto y el objeto sólo es objeto para un
sujeto. Uno y otro son lo que son, en cuanto a que son para el otro. Sin embargo, esta
correlación no es reversible. Ser sujeto es totalmente diferente a ser objeto. La función
del sujeto consiste en aprehender al objeto, y la del objeto en ser aprehensible y
aprehendido por el sujeto.” (Hessen, 2005, pp. 25 y 30)

La diferencia esencial radica en que dicho enfoque está estructurado en torno a la visión
moderna del conocimiento, mediante la cual el sujeto que conoce, el hombre, aprehende
la realidad para conocerla y transformarla en su propio beneficio, la necesidad de
conocer está relacionada con la necesidad de transformar, ante lo cual la realidad
constituye el objeto acerca del cual se construye conocimiento, y el sujeto asume una
modalidad de dominio, en la cual asume el conocer para transformar. Subyace a este
enfoque una visión utilitaria y pragmática del hecho epistemológico, ya que la
sistematización del conocimiento expresado en las ciencias está organizado para que el
hombre sea un ser que se ocupa con la realidad para someterla a sus propios deseos o
necesidades, asumiendo la realidad-objeto una dimensión pasiva ante el sujeto que
conoce y transforma.
En una perspectiva administrativa del conocimiento, esta relación sujeto-objeto se hace
recíproca, en la cual ambos asumen un protagonismo de mutua influencia. El sujeto
toma decisiones en torno a los objetos de conocimiento, pero estos, lejos de una
pasividad utilitaria, asumen un rol retroalimentador que es capaz, a su vez, de provocar
modificaciones en el propio sujeto, como resultados de las decisiones activadas por éste.

En el enfoque epistemológico moderno la realidad-objeto está disponible para ser


conocida según las propias dinámicas definidas por el hombre-sujeto. En el enfoque
epistemológico posmoderno, de carácter administrativo, el axioma se amplía a la
relación establecida entre sujeto-objeto-sujeto, en la cual el sujeto conoce al objeto
dinámicamente, aprehendiendo su esencia, pero, a la vez, experimentando la
modificación de su propio yo, al constituirse en el receptor de una inmediata
retroalimentación, que también posee la capacidad de modificarle en su propia esencia.

Esto se refleja en las nuevas tendencias culturales y sociales, en las cuales aparecen
fenómenos inéditos de modificación de la conciencia colectiva, como resultado de dicho
proceso nuevo de conocer y modificar. Tal es el caso, de lo que hemos denominado
como conciencia intuitiva administrativa, en la cual, las personas inmersas en las
organizaciones, están manifestando conductas que son la expresión de un conocimiento
intuitivo asimilado del entorno económico, tecnológico, político y cultural
crecientemente globalizado. En dichas conductas se manifiesta claramente una
modificación en las formas de ser, logrando, por ejemplo, interacciones positivas y
exitosas con medios tecnológicos, financieros, económicos, culturales y políticos,
tomando decisiones sobre estos medios en algunas ocasiones sin mediar un
adiestramiento previo, sin tener que estudiar manuales administrativos, de
procedimientos, sin la necesidad de manejar lógicas matemáticas que sustentan las
lógicas informáticas, tan sólo tomando decisiones, a través del control administrativo,
que desencadenan complejos procesamientos de información y de control, los que
ofrecen respuestas casi inmediatas que de alguna manera influyen directamente sobre el
conocimiento y la conducta de los sujetos que desencadenaron dichos procesos.

En esta línea Bateman & Scott (2008, p. 109) aporta lo siguiente: “Los primeros
conceptos e influencias de la administración se dan con el enfoque clásico; este periodo
abarca de mediados del siglo XIX a principios de la década de mil novecientos
cincuenta. Los enfoques más importantes que surgieron durante este periodo fueron la
administración sistémica, la administración científica, el proceso administrativo, las
relaciones humanas y la burocracia”.

“La administración sistémica. Durante el siglo XIX, el crecimiento en los negocios


estadounidenses se centraba en la manufactura (Manufacturing Innovation Black, 1991,
p. 86)” Los primeros autores, tales como Adam Smith (2001), consideraban que la
administración de estas empresas era caótica y que sus propias ideas ayudaron a
sistematizarla. La mayor parte de las tareas en la organización se subdividían y se
desempeñaban a través de mano de obra especializada. Sin embargo, la coordinación
deficiente entre los subordinados y los distintos niveles de administración provocaron
problemas frecuentes y trastornos en el proceso de manufactura.

El enfoque de la administración sistemática pretendía incorporar procedimientos y


procesos específicos a las operaciones para garantizar la coordinación de los esfuerzos.
La administración sistemática ponía énfasis en las operaciones económicas, el
reclutamiento adecuado, el mantenimiento de los inventarios para satisfacer la
demanda del consumidor y el control organizacional. Estas metas se alcanzaban a
través de:

• La definición cuidadosa de los deberes y responsabilidades.

• Técnicas estandarizadas para desempeñar tales deberes.

• Medios específicos para recopilar, manejar, trasmitir y analizar la información.

• Contabilidad de costos, salarios y sistemas y la comunicación realizada.

En la administración científica Taylor (1961) descubrió que la producción y la


remuneración eran deficientes, que la ineficiencia y el desperdicio prevalecían, y que la
mayor parte de las empresas tenía un tremendo potencial no utilizado. Concluyó que las
decisiones de administración eran poco sistemáticas y que no había investigación para
determinar la mejor manera de producir.

Taylor (Op. Cit.) identificó cuatro principios de la administración científica:

1. La administración debe desarrollar un enfoque preciso y científico para cada


elemento en el trabajo individual a fin de sustituir los lineamientos generales.

2. La administración debe seleccionar, capacitar, enseñar, y desarrollar científicamente a


cada trabajador para que la persona adecuada tenga el trabajo correcto.

3. La administración debe cooperar con los trabajadores para garantizar que el trabajo se
ajuste a los planes y principios.

4. La administración debe garantizar una división justa del trabajo y de la


responsabilidad entre los gerentes y los trabajadores.

La administración clásica cuyo principal precursor fue Henry Fayol (1985) establece
catorce principios universales de la administración:

1. División del trabajo.

2. Autoridad.

3. Disciplina.

4. Unidad de mando.

5. Unidad de dirección.
6. Subordinación del interés individual al general.

7. Remuneración.

8. Centralización.

9. Cadena escalar.

10. Orden.

11. Equidad.

12. Estabilidad y duración del personal.

13. Iniciativa.

14. Unión del personal.

Así como el concepto de administración: Planear, organizar, integrar, dirigir y controlar.

El enfoque de las Relaciones Humanas con Elton Mayo (1959), se desarrolló a


principios de la década de los treinta. Este enfoque buscaba comprender cómo los
procesos sociales y psicológicos interactúan con la situación laboral para influir en el
desempeño. Este enfoque fue el primero de importancia que puso énfasis en las
relaciones informales de trabajo y en la satisfacción del trabajador.

La Burocracia, cuyo principal precursor fue Weber (2008), sociólogo alemán, mostró
cómo la sola administración podía ser más eficiente y consistente: el modelo ideal para
la administración de acuerdo con él, es el enfoque de la burocracia.

Weber (Op. Cit.) consideraba que las estructuras burocráticas pueden eliminar la
variabilidad que resulta cuando los gerentes de la misma organización tienen
habilidades, experiencias y metas diferentes. También alegaba que los trabajos en sí
mismos podían estandarizarse para que los cambios de personal no afectaran a la
organización. Él consideraba que era necesaria una red estructurada y formal de
relaciones entre puestos especializados en una organización. Las reglas y reglamentos
estandarizan el comportamiento y la autoridad reside en los puestos y no en las
personas. En consecuencia, la organización no debe basarse en una sola persona; para
alcanzar éxito y eficiencia debe seguir las reglas en forma rutinaria y sin prejuicios.

De acuerdo con Weber (Op. Cit.), las burocracias son especialmente importantes porque
le permiten a las grandes organizaciones realizar muchas de las actividades de rutina
necesarias para su supervivencia. Además, los puestos burocráticos favorecen la
especialización y eliminan muchos juicios subjetivos por parte de los gerentes. Aunado
a esto, si el establecimiento de las reglas y de los controles se hace en forma adecuada,
las burocracias deben mostrarse libres de prejuicios en el tratamiento que hacen de las
personas, sean éstas clientes o empleados.
En la actualidad muchas organizaciones son burocráticas. La burocracia puede ser
eficiente y productiva. Sin embargo, no es el modelo adecuado para todas las
organizaciones. Las organizaciones o departamentos que necesitan una rápida toma de
decisiones y flexibilidad pueden sufrir si adoptan este enfoque. Algunas personas no
muestran su mejor desempeño si las reglas y los procedimientos burocráticos resultan
excesivos.

Sin embargo, una mirada a la evolución de la teoría del conocimiento permite encontrar
diversos enfoques ante el mismo problema, la relación entre sujeto que conoce y
objeto que es conocido.

El dogmatismo, es una visión que basa dicha relación en una confianza total y absoluta
en la razón humana, la cual no ha sido debilitada por la duda. Según Kant (1952), en su
Crítica a la razón pura: “El dogmatismo es la conducta dogmática de la razón pura, que
no formula la crítica de su propio poder.”

El escepticismo, es un enfoque que niega la posibilidad de aprehender el objeto.


“Extrema se tangun”, los extremos se tocan; por lo tanto, el sujeto no puede expresar
ningún juicio acerca del objeto.

A decir de Hessen (1975, p. 46): “El dogmatismo en cierta forma ignora al sujeto; el
escepticismo desconoce al objeto.”

El subjetivismo, limita la validez de la verdad acerca de lo conocido al sujeto que


conoce y juzga la realidad del objeto conocido; pudiendo aplicarse la categoría de sujeto
a una dimensión de persona, de sujeto individual, o a una dimensión a escala humana,
de sujeto general.

El relativismo, afirma que no existe la verdad absoluta, no existe ninguna verdad


universalmente válida. Todas las verdades son relativas teniendo niveles de certidumbre
muy restringidas. Según este enfoque los conocimientos humanos dependen
absolutamente de factores exógenos al hombre, tales como la influencia del medio, la
época histórica en la cual se construyen los sistemas de conocimiento, los lazos de
afiliación (ideologías, religión), el contexto cultural (creencias, costumbres),
constituyendo, entre otros factores, entornos que le asignan una gran relatividad al
conocimiento que adquieren los hombres acerca de la realidad.

El pragmatismo, que es una corriente moderna del conocimiento, asume que el


conocimiento está radicado en lo útil, lo valioso, lo que es alentador de la vida. El
hombre se constituye, en cuanto a sujeto, en un ser práctico, que aplica su potencialidad
intelectiva al servicio de la voluntad y de la acción. La inteligencia sirve al hombre para
indagar y conocer acerca de la realidad para saber qué hacer en ella y con ella, más que
para buscar la verdad. Según Simmel citado por Hessen (1975, p. 59), en su Filosofía
del dinero, “...son verdaderas todas las representaciones que han originado principios
de acción acertada y vital.”

El criticismo, admite una confianza básica en la razón humana, existiendo dentro de sus
seguidores la confianza más absoluta de que la verdad existe y de que es posible llegar a
conocerla. Apuesta a la confiabilidad en el conocimiento humano, examinando todas y
cada una de las afirmaciones que la razón humana elabora para aproximarse a la verdad,
negándose a aceptar una cuota de verdad con indiferencia En todos los conocimientos
investiga cuáles son los principios que los sustentan y regulan, exigiendo siempre una
relación coherente con el aporte de la razón humana.

El racionalismo, se asemeja mucho al criticismo, ya que sostiene que la causa principal


del conocimiento reside en el pensamiento humano, en la razón. Un conocimiento es
propiamente tal cuando posee consistencia lógica y validez universal. “Esto es, cuando
nuestra razón estima que una cosa en como es y que no puede ser de otro modo; y
cuando juzga que, por ser como es, debe ser así siempre y en todas partes, entonces y
sólo entonces, según el racionalismo, estaremos ante un conocimiento real.” (Hessen,
Op. Cit. p. 67).

En el caso del empirismo, la única causa del conocimiento humano es la experiencia. La


conciencia acerca de lo conocido se estructura en torno a la experiencia humana
directa, más que a la razón ejercida como reflexión en relación a lo que se conoce. El
espíritu humano por naturaleza está desprovisto de todo conocimiento, es, a decir de
Aristóteles (Citado por During en 2005), una “tabla rasa”, una base en blanco sobre la
cual se escribe el repertorio de experiencias que el sujeto experimenta en su devenir.
Dichas experiencias pueden ser internas, es decir, basadas en la percepción que el
propio sujeto hace de éstas; o pueden ser externas, basadas en la percepción que hacen
de la realidad los sentidos. (Cuando el empirismo se focaliza en la segunda alternativa
se transforma en sensualismo)

En el intelectualismo, encontramos un intento de mediación entre el racionalismo y el


empirismo. El intelectualismo asume que la conciencia es capaz de “leer” en la
experiencia; el hombre extrae sus conceptualizaciones acerca de la realidad desde la
experiencia. “Nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu... (Nada existe en el
entendimiento que no haya estado antes en el sentido)” (Hessen, Op. Cit, p. 82)

Por último, para obtener una visión panorámica de los enfoques encontrados en la
Teoría del Conocimiento, encontramos el apriorismo, el cual también considera que
tanto la razón como la experiencia son causas del conocimiento. La diferencia radica en
la creencia de que existen en nuestro conocimiento algunos elementos “a priori” que son
independientes de la experiencia. Estos contenidos a priori adquieren formas de
conocimiento en su relación con la experiencia. “El principio del apriorismo dice: los
conceptos sin las intuiciones son vacuos; las intuiciones sin los conceptos son ciegas.”
(Hessen, 1975, p. 85)

Para concluir, analizadas las corrientes más representativas de la teoría del


conocimiento, podemos precisar que la esencia del conocimiento radica en la relación
entre sujeto y objeto. La epistemología de la administración requiere de una cierta
ruptura con este concepto ampliando el axioma a la relación sujeto-objeto-sujeto. La
sola aceptación de este planteamiento implica un cambio sustantivo en las formas de
concebir las fuentes del conocimiento, aceptando que dichas fuentes no están ni en el
sujeto ni en el objeto, sino que esencialmente en la relación de mutua modificación que
ambos experimentan en sus interacciones recíprocas.

Por lo tanto, el problema básico del conocimiento radicaría más que en descubrir las
fuentes de la verdad, en establecer los nexos que permitan acceder a las fuentes de dicha
verdad.
Lo administrativo radicaría en que, actualmente, el hombre ha mejorado la eficiencia en
su interacción con las fuentes del conocimiento culturalmente desarrollado, y este se
manifiesta a manera de información disponible, a la cual se puede acceder con fluidez y,
lo que es más trascendente, con capacidad de modificar estas fuentes de verdad.

Lo específico está en la mutua modificación que pueden realizar, tanto el sujeto que
conoce como el efecto que, el proceso de conocer y lo conocido, provocan en su propio
yo.

Para concluir, si retornamos a las ideas iniciales incluidas en este trabajo, todo parte de
la aceptación tácita de que la teoría del conocimiento intenta explicar la importancia
objetiva del pensamiento humano, la relación de éste con sus objetos. “El objeto formal
de la teoría del conocimiento es la dependencia de todo pensamiento a sus objetos. En
atención a esto, también suele recibir el nombre de teoría del pensamiento
verdadero” (Hessen, Op. Cit, p. 171)

Desde la epistemología de la administración, podemos agregar que el pensamiento se


reconstruye, en la interacción dinámica entre el sujeto que conoce y el objeto que es la
fuente de su conocimiento, constituyendo dicho pensamiento la expresión de una mutua
modificación resultante de la relación sujeto-objeto-sujeto.

Conclusión

El Sujeto, entendiendo a éste como el elemento de la relación que, en su acto de


conocer, recibe las imágenes del mundo, las procesa y explica a través del lenguaje y
genera un juicio. La noción de sujeto se puede entender en dos dimensiones, amplio y
estricto (Sierra-Bravo, 1984, p. 18). En sentido amplio se entiende al sujeto como al
hombre en su “entera naturaleza”, sus sentidos, sus facultades, es decir, lo que compone
al hombre en su conjunto, que es el que conoce (Alejandro, 1974, p. 26).

En el sentido estricto, la noción de sujeto no se entiende como el hombre en su “entera


naturaleza”, sino que se hace referencia al “mundo interior (Sierra-Bravo, 1984, p.
15)” del hombre, es decir, al “centro al que se le imputan la conciencia y a los actos
intelectuales del hombre interior (Sierra-Bravo, Op. Cit, p. 19)”, por ello si el sujeto,
epistemológicamente hablando, “es lo que subyace al hombre, es decir, lo que se
considera su ser más intimo y profundo (Sierra-Bravo, Op. Cit. p. 19) “

El Objeto, el otro elemento que compone la relación, se puede entender como “lo que
yace ante esa intimidad del hombre o está puesto ante ella de modo que pueda ser
conocido (Sierra-Bravo, Op. Cit. p. 19)”. Asimismo el objeto goza, para Sierra Bravo,
de dos sentidos, amplio y estricto.

En sentido amplio, el objeto de conocimiento en su conjunto es el “mundo exterior


(Sierra-Bravo, Op. Cit. p. 15)”, éste está dotado de una existencia independiente del
pensamiento del hombre. En sentido estricto, el Objeto, “no es la cosa o fenómeno
parte del mundo exterior conocidos, sino lo que hay de inteligible en esa cosa capaz de
ser percibido y captado en el acto de conocimiento (Sierra-Bravo, Op. Cit. p. 19)”.

En cuanto a la relación entre Sujeto y Objeto, se podría afirmar que está constituida por
el acto cognoscitivo. De allí que esta relación surge como un problema epistemológico
y, por lo tanto, se dan diferentes respuestas a dicho problema, pues las lógicas diferentes
de concebir la relación dan origen a distintas formas de entendimiento de ésta, así
mismo la crítica, que se basa en ésta relación, en tanto se entiende al sujeto como quien
establece la crítica y a la sociedad se le otorga la categoría de objeto. Esta concepción
que separa al sujeto del objeto es visible en los planteamientos de Popper (1997).

Popper reedita la noción cartesiana de la división de mundos, Descartes (reimp.


2005) hace alusión a dos mundos, el mundo de los cuerpos y estados físicos (mundo1)
y el mundo de los estados mentales (mundo 2) 1, Popper (Op. Cit.) a esta noción
agrega un tercer mundo que denomina mundo 3 y que en líneas generales es el mundo
de los productos de la mente humana.

La incorporación de un tercer mundo en el cual se ubicarían los productos de la mente


humana, es decir, las relaciones y significados que los sujetos den a los objetos abre la
posibilidad de establecer nuevas formas de pensar esta relación de sujeto y objeto, pues
Popper sitúa así a los objetos, en cuanto tales, en el mundo 1, a los procesos mentales en
el mundo 2 y a los productos de la mente en el mundo 3. Esto lleva a observar que la
administración como producto de las relaciones sociales entre los hombres para el
cumplimiento de los objetivos propuestos (y por lo tanto de la mente humana) se
ubicaría en el mundo 3, pero al plantear una crítica ha de plantearse a la administración
en calidad de objeto.

Desde esta división que Popper (Op. Cit.) hace de los mundos, plantea las nociones de
“Conocimiento Objetivo” y “Conocimiento Subjetivo”, se refiere al conocimiento
objetivo haciendo alusión a la noción de Kant (1952, p.192) de objetividad: “el
conocimiento objetivo es aquel que ha de ser justificable independiente de los caprichos
de nadie” a esta noción Popper (1977, p. 43) agrega lo siguiente: “...las teorías
científicas no son nunca enteramente justificables o verificables, pero que son, no
obstante, contrastables. Diré, por tanto, que la objetividad de los enunciados científicos
descansa en el hecho de que pueden contrastarse intersubjetivamente”, de allí plantea
que el conocimiento subjetivo se alimenta del conocimiento objetivo “...aunque el
conocimiento objetivo sea un producto humano, rara vez se crea asumiendo el
conocimiento subjetivo. Rara vez sucede que un hombre primero adopte una convicción
basándose en su experiencia personal, la publique y consiga que sea aceptada como una
de esas cosas que decimos: <<Es sabido que...>>. Por lo general, el conocimiento
objetivo es el resultado de teorías rivales que se proponen provisionalmente para
solucionar algún problema conocido objetivamente (Popper, 1997, p. 45)”.

Popper (1977, p. 66) plantea de este modo que el conocimiento tiene un carácter
objetivo y subjetivo, en cuanto al carácter objetivo abre una serie de debates con
respecto a la falsación o refutación de los enunciados, plantea que cuando se emiten
juicios terminantes (con afán universalista) éstos pueden compararse a “vetos” o
“prohibiciones” y por ello son susceptibles de falsear: “no afirman que exista algo, o
que se dé en cierto caso determinado, sino que lo niegan. Insisten en que no existen
ciertas cosas o situaciones, como si las vedaran o prohibieran: las excluyen. Y
precisamente por esto son falseables...”

Popper (1997, p. 140) propone que la crítica está relacionada en forma fundamental con
la noción de validez, ya que la validez de un enunciado pasa por someterlo previamente
a un juicio crítico “esto sucede (...) porque decir que una teoría es verdadera o falsa
significa someterla a un juicio crítico” de modo que Popper reconoce en la crítica un
procedimiento para llegar a la verdad de un enunciado.

De lo antes dicho con respecto a Popper, se puede plantear una relación con la
crítica, en ella el sujeto se separa del objeto, pues el objeto ocupa un lugar en el primer
mundo y el conocimiento objetivo se sitúa en el tercer mundo, pues el conocimiento es
resultado de la mente humana, en tanto del proceso racional y metódico de contrastar
los enunciados, el problema que surge en esta lógica es que la administración también
es resultado de la mente humana y no alude a un objeto del mundo 1, por lo tanto, la
interpretación que resulta desde la división de mundos planteada por Popper es que la
administración podría pertenecer exclusivamente al mundo 3 sin tener un significante en
el mundo 1 (el mundo de los estado y lo procesos físicos).

Pero en el caso de la administración que, en esta lógica de pensamiento, sería el objeto,


la división o separación de sujeto y el objeto se torna problemática, ya que el sujeto está
inmerso o forma parte del objeto, o, dicho de otra forma el sujeto se constituye por el
objeto y el objeto se constituye por el sujeto, además ¿Cómo se apuntaría a la verdad a
través de la crítica cuando es la misma administración quien da los parámetros de
veracidad?

La paradoja que se da en este caso es abordada por Adorno (1962, p. 28), quien plantea
la necesidad de repensar la crítica tradicional en un sentido dinámico que pueda
sobrepasar la divinización que los críticos plantean de la administración, para ello es
necesario no escindir sujeto y objeto, pues el “sujeto” (inmerso en el objeto y
constituyente de éste) debe reconocerse como parte del todo y moverse con el “objeto”
pues éste es dinámico.

Adorno (Op. Cit.) reconoce en primer término, que no es posible situar al sujeto (el
crítico) separado del objeto (administración) y que todo crítico que se supone por sobre
o separado de la administración la mayoría de las veces está inmerso en ella y
justificando su existencia desde su crítica: “la actitud del crítico administrativo, gracias
a la diferencia o distancia a que se coloca del mal y el desorden imperantes, le permite
pasar teoréticamente por encima de éstos, aunque a menudo no consiga sino quedarse
tras ellos.

De esta forma Adorno plantea que sujeto y objeto están en una relación dialéctica, es
decir, el sujeto es y no es, a la vez que el objeto lo es y no lo es, plantea que el sujeto no
puede separarse del objeto, pues ello lleva a totalizaciones que hacen perder de vista la
crítica.

Adorno plantea que la forma de mantener la crítica, lo cual es fundamental en el


conocimiento, es mantener la tensión y no caer en posicionamientos binarios, pues “con
vacías categorías se divide el mundo en blanco y negro y se dispone para el dominio
contra el cual se concibieron inicialmente los conceptos. Ninguna teoría, siquiera la
verdadera, está segura de no pervertirse nunca el día que se prive de la relación
espontánea con el objeto”

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