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GERTRUDIS MADEIROS

Nació en Salta el 9 de abril de 1780. De particular belleza; alta, delgada, de tez morena y
grandes ojos. Dueña de un carácter seguro y decidido, había aprendido a leer y escribir a la
perfección. En junio de 1799 se casa con el coronel Juan José Fernández Cornejo con quien
tiene dos hijas. Es ella quien contagia a su familia en la lucha por la independencia,
aportando animales y granos al ejército. Cuando muere en extrañas circunstancias su marido,
ella viuda, embarazada, al cuidado de sus dos pequeñas y la administración de sus bienes, no
dejó de apoyar al ejercito en pos de la libertad. En febrero de 1813 sus propiedades -la Casa
Quinta de Medeiros y otra frente de la plaza principal- fueron atacadas por las tropas
realistas. Saquearon su hacienda, le talaron sus campos y hasta quemaron los árboles de su
huerta. Su finca en la ciudad de Salta, sirvió de cuartel a los soldados españoles, y de los
adobes de otra, demolida expresamente, se construyeron trincheras para detener el impulso
irresistible de los patriotas. Ella fue tomada prisionera en su hacienda de Campo Santo y
trasladada a Salta días antes de la batalla, logrando ser liberada por Belgrano luego de la
victoria de Salta, del 20 de febrero de 1813.
Pero en 1814, una partida realista al mando de Juan de Marquiegui asaltó nuevamente su
hacienda de La Población, y aunque ella misma los enfrentó, fue apresada y amarrada al
algarrobo esquinero de la plaza del pueblo. A la mañana la trasladaron, a pie, hasta Jujuy:
“Llegó como lo deseaban sus verdugos, jadeante de fatiga y con los pies destrozados, pero
para rabia y vergüenza de ellos, arrogante y altiva de espíritu como la causa que abrazaba”.
Ya encarcelada, sufrió afrentas, vejaciones y hasta castigos corporales; a pesar de ello con
audaz coraje se erigió en espía de los patriotas dentro del mismo cuartel enemigo.
Diariamente informaba a Güemes de las novedades que advertía, contribuyendo así con
riesgo de su propia vida. Permaneció prisionera hasta 1817, cuando a punto de ser conducida
al socavón de Potosí, la noche anterior logró escapar permaneciendo oculta debajo de un
catre, antes que sus captores pudieran llevar a cabo tan oscuros designios. Una vez en
libertad, regresó a reencontrarse con sus hijas y si bien hasta el día de hoy ese algarrobo 1
sigue en pie y en él se conmemora a esta valiente mujer, el gobierno argentino la ignoró al
punto de ignorarse que fue de ella y cuando murió.

JUANA MORO, "LA EMPAREDADA"- (1785-1874)


Nacida en Jujuy, el 26 de marzo de 1785 ya a los quince años se identificó con el
movimiento revolucionario de Mayo. Durante las guerras de independencia, lideró en Salta,
junto con Doña Loreto Sanchéz de Peón, una red de espionaje femenina conocida como Las
Mujeres de la Independencia.
Doña Juana Gabriela comenzó a gozar de prestigio por su atrayente personalidad. Su
patriotismo y su audacia se pusieron de relieve durante los prolegómenos de la batalla de

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Hoy, en ese algarrobo hay un cartel con una leyenda que dice: “Algarrobo bajo cuya sombra, según la tradición, descansó el
General Belgrano y en el cual fue amarrada Gertrudis Medeiros, esposa de Juan José Fernández Cornejo cuando fue tomada
prisionera por los realistas por haber colaborado con los patriotas
Salta, cuando, junto a otras damas se propusieron a conquistar a los oficiales realistas con el
propósito de debilitar al ejército enemigo.
Doña Juana, mujer de singular belleza, se adjudicó la tarea de seducir al marqués de Yavi,
jefe de la caballería española, quien junto con otros oficiales y compañeros accedieron a
abandonar las filas realistas el día previo a la batalla, para regresar al Perú y trabajar por la
causa de la revolución. Pero no paro aquí su accionar patriótico, ya que fue participe de otras
acciones que la llevarían a erigirse en uno de los enemigos principales de los españoles;
humildemente vestida ya fuese con la usanza coya, con traje de soldado, o de elegante mujer,
se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo, sin que se pudiesen
hallar pruebas en su contra. Sin embargo el virrey Pezuela la sabía culpable y esperaba el
momento de la venganza. Momento que llegó después de las derrotas de Vilcapugio y
Ayohuma, gracias a lo cual Pezuela impone su dominio en el norte y la castiga encerrándola
en su casa –ventanas y puertas tapiadas 2 - para que muera de hambre y sed. La familia
colindante, dolida de su suerte, aunque realista se compadeció de Juana Gabriela y
horadando la pared intermedia, favoreció por allí sus necesidades salvándola de morir de
hambre y de sed. Los castigos lejos de amedrentar a la patriota, la llevaron a agudizar más el
ingenio, con mil recursos y mucha creatividad. Después de este episodio, Juana pasa a ser
conocida como “la emparedada de Salta”.

En el año 1814, después de invadir Jujuy y Salta, el Jefe realista, Joaquín de la Pezuela, le
informa al virrey del Perú: «Los gauchos nos hacen casi con impunidad una guerra lenta
pero fatigosa y perjudicial. A todo esto se agrega otra no menos perjudicial que es la de ser
avisados por horas de nuestros movimientos y proyectos por medio de los habitantes de
estas estancias y principalmente de las mujeres, cada una de ellas es una espía vigilante y
puntual para transmitir las ocurrencias más diminutas de éste Ejército».

María Loreto Sánchez de Peón Frías


Nacida un 3 de enero de 1777 en la ciudad de Salta, dentro de la alta sociedad, cuando las
fuerzas realistas invadieron las tierras que abarcaban las provincias de Salta y Jujuy,
organizó y encabezó una red de mujeres espías al servicio de la guerrilla de Güemes y así
contribuyó a desgastar al enemigo y frustrar sus planes. A María Loreto le fue encomendado
sacarle información al enemigo en las fiestas que la alta sociedad salteña hacía junto a la
oficialidad del ejército de España. Entre las primeras colaboradoras que tuvo encontramos a
sus amigas de máxima confianza, doña Juana Moro de López, Petrona Arias y Juana Torino.
La información recopilada para las tropas criollas, le valió ser distinguida como Jefa de
Inteligencia de la Vanguardia del Ejército del Norte, cargo que ocupó desde 1812 hasta 1822,
es decir, durante toda la épica de la guerra gaucha. En esos diez años logró perfeccionar la
red de espionaje, conformando cuadros de “bomberas”, o sea, mujeres dispuestas a

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Este cruel tormento, el del confinamiento por encerramiento, es vulgarmente conocido como “tapiamiento”, “tapiar” o “tapiada”.
infiltrarse en las filas enemigas, con inteligencia, discreción y eficacia, para obtener la mayor
cantidad de datos posibles.
Vestida de modo harapiento, con la cara sucia con tierra y barro, aparecía en las calles de
Jujuy vendiendo pan, pastelitos y alfajores. Así fue granjeándose la amistad insospechada de
los soldados realistas, quienes le compraban sus productos. Y le permitían el acceso a los
cuarteles para que dejara sus alimentos. Se había propuesto como táctica aparecer siempre en
momentos en que los oficiales realistas pasaban lista, portando un choclo y dos bolsas, una a
cada lado. Entonces, mientras escuchaba silenciosa, iba desgranando el maíz: por cada
soldado presente, doña Loreto depositaba un grano en una bolsa, y por cada soldado ausente,
los volcaba en la otra bolsa. Para tener una comunicación rápida y frecuente desarrolló un
sistema simple: un buzón natural en medio de la nada. Un árbol cerca de donde las criadas
iban todos los días a lavar la ropa y a buscar agua, al que se le había hecho un hueco y luego
vuelto a tapar con la misma corteza. Las mujeres transportaban el papel con la ropa sucia y lo
dejaban en el hueco sin ser vistas. Luego, el jefe patriota lo retiraba a la noche y dejaba a su
vez instrucciones y pedidos de información, allí depositaba ella sus mensajes. Gracias a su
labor Güemes, en más de una ocasión, supo con exactitud la cantidad de soldados enemigos
que iban a pelear. En 1817, se entera en una fiesta, por boca de un oficial realista que estaba
e enamorado de ella, que el general La Serna pretendía invadir entrando por el Valle
Calchaquí, y para que no se supiera organizaba un baile en el poblado. Gracias a la rapidez
con que actuó la dama salteña dando aviso a las tropas criollas, se organizó la defensa y se la
pudo vencer. Olvidada como todas murió a los 105 años

Las y los invisibilizados

Mujeres, niños, niñas, al igual que los esclavos y los indios formaron durante siglos (y sigue
sucediendo) el conjunto de lo que podemos llamar “los invisibilizados”
En el tiempo de la guerra gaucha, la historia cuenta sobre los hombres que de un bando y de
otro dieron su vida por la patria, ¿pero que hay de esas mujeres que resistieron?
Mujeres blancas, negras, mestizas, pobres, ricas, que al igual que infinidad de criaturas
padecieron la guerra y combatieron por lo que merecen hoy seguir de pie y sobrevivir desde
la palabra.
No podemos nombrar a todos y todas pues sus nombres se han perdido en el polvo y el
olvido, si podemos cuanto menos rescatar a aquellas mujeres cuyos nombres perduraron
infiltrados en polvorosas cartas, archivos, escritos… y que no se escuchan pronunciar desde
los discursos oficiales. Son esas mujeres quienes codo a codo con sus maridos, hermanos,
hijos o amantes participaron en las luchas por la independencia de América y hasta me
atrevería a decir que América nunca hubiera alcanzado la libertad sin ellas.
Coraje, voluntad, capacidad de organización, valentía, talento no tienen género ni época,
también esas cualidades pueden ser patrimonio de las mujeres, mujeres que en esa época se
esperaba que vivieran recluidas en el hogar, se casaran de acuerdo con la decisión del padre
o del amo, fueran analfabetas sin distinción de clase social, no tuvieran voz ni voto, ni
disponibilidad de sus bienes. Sin embargo, esas mujeres y quebraron el mandato familiar y
social y fueron participes activas de las luchas por la independencia
Para que su compromiso y su vida no caigan en el olvido se necesita que estas mujeres sean
visibilizadas, que sus historias se conozcan, que se ofrezcan espacios de palabra desde las
escuelas, desde la casa, desde los medios de comunicación porque es una cuestión de justicia
recuperarlas del silencio para saber quiénes somos y hacia dónde caminamos.
Güemes y Macacha
Desde 1810, los hermanos Güemes estuvieron entre los primeros partidarios salteños de la
revolución, en contra del gobernador Nicolás Severo de Isasmendi. Cuando llegó a la
provincia la expedición al Alto Perú comandada por Castelli y Balcarce, organizaron milicias
de apoyo, que en los años siguientes se convertirían en los “Infernales”.
La primera aparición pública de Macacha tiene que ver con la activa defensa de su marido, el
capitán Román de Tejada, que había sido confinado a Famatina por ofender a un camarada
de armas. Macacha hizo un enérgico reclamo y logró que cesara su condena.
A pesar de resistir nueve invasiones de los ejércitos españoles, a pesar de ser la pieza clave
en la retaguardia de San Martín, o quizás por eso, las historias oficiales lo sepultaron bajo el
mote de “caudillo popular”.
Pero ahí andaba don Martín, obstinado en vivir y pelear, en ser el “Padre de los Pobres”
diciéndoles a los generales del imperio: “Yo no tengo más que gauchos honrados y valientes.
No son asesinos sino de los tiranos que quieren esclavizarlos. Con estos únicamente espero a
Ud., a su ejército y a cuantos mande de España”.

Y ahí andaba doña Macacha, junto a su hermano –no detrás como le hubiese cabido según
los oficiales de la Historia a “toda gran mujer”– en las campañas, encargándose de coordinar
las acciones de espionaje llevadas adelante por mujeres como Celedonia Pacheco de Melo,
Juana Torino, María Petrona Arias, Andrea Zenarruza de Uriondo y doña Toribia la
Linda, acompañadas en aquellas misiones por ancianos y niños.
Tras la muerte de su hermano, Macacha siguió al frente de Patria Vieja, del que participaban
otras mujeres, como su madre Magdalena Goyechea y sus sobrinas Cesárea y Fortunata de la
Corte. En medio de las disputas por el poder entre miembros de la elite, en septiembre de
1821, Macacha, su madre, su esposo y otros “güemistas” fueron detenidos. Se produjo
entonces la Revolución de las mujeres, en las que el “gauchaje” se sublevó y saqueó la
ciudad de Salta para poner en libertad a la madre y la hermana del caudillo, que para
entonces era apodada “Madre del Pobrerío”.

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