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I- El sistema representativo
V- Ejecutivo unipersonal
a) un solo hombre;
b) en una asamblea de reducido número; o
c) en una sola persona, con el apoyo de tal
Conforme señalara más arriba, los delegados estaban convencidos de que las
elecciones indirectas aseguraban una selección de los individuos más
“ilustrados” de la sociedad. De allí que coincidieran en que los senadores
debían ser elegidos por las legislaturas estatales, y no por la misma gente, en
forma directa. En El Federalista 62, por ejemplo, Madison hizo explícita la
necesidad de asegurar, a través de este medio (las elecciones indirectas), la
elección de un elenco virtuoso (así como, también, de un mayor
involucramiento de los estados en tal proceso). John Dickinson fue el
convencional que más enfáticamente se refirió a la importancia de reunir a los
“caracteres más distinguidos”, ya la dificultad de que tal fin se lograse por
intermedio directo de la ciudadanía. Más aún, Dickinson sostuvo que el punto
de vista propio de los distintos estados no podía ser percibido con claridad por
la misma gente, y que por ello era necesario delegar tal función en un cuerpo
intermedio. Charles Pinckney reafirmó tales ideas, sosteniendo que una
elección a través de la legislatura estatal permitía evitar las “rivalidades y
descontentos” propios de las elecciones directas31.
XIII- Las calificaciones para llegar al senado, y la defensa de la propiedad
Esta última creencia (la de que la cámara de senadores debía representar a los
sectores más ricos del país) puede ser verificada analizando las más diversas
opiniones de los miembros de la Convención. Por ejemplo, Madison fue
particularmente enfático en sostener que los senadores debían representar a la
“riqueza de la Nación”33. Davie opinaba que esta segunda rama debía
representar a la “riqueza y la propiedad” 34. Baldwin también pensaba que la
“riqueza” debía ser representada en la cámara alta 35. Para Morris el senado
debía estar formado por “la aristocracia absoluta, representando a la gran
propiedad combinada con los más distinguidos talentos” 36. Mercer también
sugirió que en dicha cámara fuesen aseguradas la “riqueza y los talentos” 37,
Según Pinekney, en el senado debía incorporarse a la “riqueza de la Nación” 38.
Para los delegados de la Convención, la directa inclusión de la ‘gran riqueza y
propiedad” en el senado, constituía la única forma de asegurar un tratamiento
adecuado a tales intereses39.
Respecto del número de senadores que debía ser establecido, y siguiendo los
principios arriba señalados (conforme a los cuales se entendía que las
decisiones imparciales no dependían del debate mayoritario, sino de la
profunda reflexión de unos pocos ciudadanos ilustrados), se fijó un muy
reducido número de senadores. Esta concepción fue explícitamente defendida
en los debates, contra aquellos que entendían que una adecuada
representación de los estados requería la inclusión de mayores Típicamente,
se sostuvo el siguiente principio “si se aumenta [el número de senadores] se
transmiten a ellos los vicios que están destinados a corregir”. Notablemente, los
convencionales opositores, aparentemente defensores de los derechos de los
estados, coincidieron con este principio que implicaba tener un senado muy
reducido41.
XV- Duración del mandato de los senadores
En más de una ocasión be discutido las razones que tuvieron los delegados a
la convención federal para preferir números reducidos en la integración de los
distintos cuerpos de gobierno. Básicamente, se pensaba que “cuanto más
numerosa fuese una asamblea (...) mayor ser[ía] el ascendiente de la pasión
sobre la razón”50. Este principio de carácter elitista era contradicho por los
oponentes a la Constitución, que sostenían que una adecuada representación
requería de cuerpos numerosos; o que la legislatura debía resultar un “espejo”
de la ciudadanía, incorporando a ella todos los intereses presentes más allá de
sus propias puertas. Un adecuado sistema representativo -asumían estos-
debía poseer “los mismos intereses, sentimientos, opiniones, y puntos de vista
de la gente’’51.
4. Madison (Farrand ed., 1937), vol. 3, p.330. Ferry también rechazaba, por
ejemplo, el mecanismo de las elecciones directas pata la elección del ejecutivo,
afirmando que la ciudadanía se encontraba “desinformada” y que sería
“confundida por el designio de unos pocos hombres” (Ibid., vol.2, p.57).
También, bajo criterios similares, defendió la elección indirecta los senadores.
A través de este “refinamiento”, sostuvo, las elecciones “resultarán mas
susceptibles de proveer frenos en favor de los intereses comercio (...) sin los
cuales la opresión, sin lugar a dudas, tomará lugar, y sin los cuales ningún
Gobierno libre puede llegar a durar” (Ibid., vol. 1, p.152). Pinckney también
aconsejaba el nombramiento de senadores a través de elecciones indirectas,
con el fin de dar a la cámara alta mayor “permanencia e independencia” (Ibid.,
vol. 1, p.155). En los comienzos de los debates (luego cambiaría su posición)
Wilson reconocía los males que podían estar ligados a estas elecciones
indirectas, señalando que los cuerpos intermedios podían más bien,
caracterizarse por tener sentimientos “contrarios a los de la misma gente” (Ibid.,
vol 1. p.359).
9. Así Madison afirmó que estos largos períodos de gobierno inducirían a que
“gente del mejor carácter se involucre (en el gobierno)” (Ibid. vol. 2 p.22O).
10. “Hamilton, Ibid., vol 1, p.289. Según él largos mandatos permitirían limitar
las “pasiones populares” que tendían a “propagarse como el fuego, y tornarse
irresistibles”. Tanta era la certeza que animaba a los delegados, en este
sentido, que Hamilton no tuvo dudas en sostener que las propuestas más
importantes que había realizado durante los debates, se vinculaban con las de
(aún más radicalmente) mantener al presidente, a los miembros del senado, y a
los jueces, “hasta tanto dure su buena conducta” (“Hamilton to Timothy
Pickering”, Ibid., vol. 3, pp. 289,397).
15. “Por ejemplo, Rufus King afirmó que la legislatura no debía concentrar el
poder de otorgar perdones porque sus miembros estarían, usualmente
“gobernados por las pasiones del momento”,
22. Ibid.
25. Ver, por ejemplo, Farrand ed. (1937), vol. 1, p. 119; 138; El Federalista, 75;
76.
28. De acuerdo con Rufus King, el senado debía “frenar a la cámara baja [y]
proveer de mayor sabiduría, sistematicidad, y estabilidad al Gobierno (Ibid., vol,
2, pp. 6-7). Madison también vio al senado como una “valla necesaria” contra
los desmanes y pasiones de la cámara baja (Ibid., vol.1, p.422). Hamilton
sostuvo que “el principal objeto de la Convención, al formar al Senado, fue el
de prevenir fluctuaciones y desmanes’’ (Ibit., vol.3, p.337). Randolph mantuvo
que “el objeto de [crear al senado fue] el de controlar a la rama democrática de
la Legislatura Nacional”. “Si no fuera por su firmeza... la otra ruina, siendo más
numerosa, y proviniendo directamente de la gente, lo sobrepasaría” (Ibid.,
vol.1, p.218). Morrisv afirmó que la finalidad de constituir al sentido había sido
la de frenar “la precipitación, maleabilidad, y excesos’’ de la legislatura (ibid.,
vol 1, p. 512). En este sentido, manifestó su temor hacia la tendencia del
legislativo a “abusar de su poder [duda su] propensidad a legislar demasiado [y]
a promover proyectos vinculados al poder moneda, y simulares” (Ibid., vol. 2,
p.52). Sostuvo, convencido, que “todo buen observador había reconocido, en
las ramas democráticas de las Legislaturas Estatales, precipitación (...), contra
las libertades personales, la propiedad privada, y la seguridad personal” (Ibid.,
vol. 1, p.512).
30. Ver, Madison, en Farrand ed. (1937), vol. 1, p.422. De modo similar, Morris
afirmó que, para prevenir los males derivados de la rama más democrática, era
necesaria otra dotada de “habilidades y virtud” (Ibid., vol. 1, p. 512). John
Dickinson también afirmó que los senadores debían ser personas “de los más
distinguidos caracteres, distinguidos por su rango y su propiedad, llevando un
gran parecido con la cámara de los lotes en Inglaterra” (ibid., vol. 1, p. 150).
39. Madison apoyé explícitamente este principio sosteniendo, por ejemplo, que
“los síntomas de un espíritu nivelador, como pudimos ver han aparecido
suficientemente… avisándonos de peligros futuros. ¿Cómo es que se va a
prevenir este peligro, entonces, frente a los principios republicanos? (...). Entre
otros medios, a través del establecimiento de un cuerpo en el Gobierno, que
sea suficientemente respetable por su sabiduría y virtud, que pueda ayudar en
las emergencias... Ese es el objetivo de la segunda rama [legislativa]” (Ibid.,
vol. 1, p.423). De modo similar mantuvo que el senado tenía como uno de sus
objetivos primarios “la protección de la propiedad, de acuerdo con el número
total, incluido los esclavos (Ibid., vol. 1, p.562). Hamilton también hizo hincapié
en estas ideas, sostenido que el senado debía ocuparse de “proteger los
derechos de la propiedad contra el espíritu de la democracia” (Ibi., vol 3, p.
498).
40. Ver, por ejemplo, Madison, Ibid, vol. 1 p. 427; o vol. 1, p. 151, donde
sostuvo que un largo número de senadores no seria apto para proceder con
“mayor desapasionamiento, orden y sabiduría que la rama más popular”. En
sentido similar, Dickinson, Ibid., vol. 1, p. 136.
41. Madison, por ejemplo, hizo referencial al “peligro de tener un senado muy
numeroso” (Ibid., vol. 4, p.15). Randolph, coincidía en que el senado debía ser
“mucho menor que [la cámara de diputados]… a los fines de poder estar librado
de los procedimientos apasionados que son propios de las asambleas
numerosas” (Ibid., vol.1, p.51).
42. Así por ejemplo, Randolph, Ibid., vol. 1, p. 218. Madison afirmó que el
Senado tenía que tener tales fines era “[necesario] una considerable duración
en el poder”. (Ibid., vol. 1, p. 428)
45. Ibid., vol. 3, p. 414. También sostuvo que “un período de siete años” no era
de ninguna manera un largo período “dada la necesidad de proveer al senado
de estabilidad”. Por el contrario, su temor era el de que la “rama más popular
todavía fuese demasiado grande como para terminar prevaleciendo [sobre el
senado]” (Ibid., vol. 1, p. 218).
46. Ver, por ejemplo, Randolph, Ibid., vol 2, p. 67; o Pinckney y Williamson, vol.
2, p. 551.
47. El Federalista, 66
57. Ibid., vol. 1, p. 120. También, ver vol. 1, p. 232; vol. 1, p., 233. Ghorum
aseveró que, aún el senado resultaba un cuerpo “demasiado numeroso” para
“asegurar las elecciones correctas” (Ibid., vol.2, p.41). Wilson también sostuvo
que el senado resultaba un cuerpo muy numeroso para intervenir en el
nombramiento de funcionarios (Ibid., vol. 2, p. 523). Los nombramientos que de
allí resultasen-aseguró-sólo podrían caracterizarse por la “intriga, la parcialidad,
y el ocultamiento” (Ibid., vol.1, p. 119).
62. Ghorum, Farrand ed. (1937), vol. 1, p. 583. En contraposición con tales
presupuestos, una figura política como Jefferson sostuvo consecuentemente
que la Constitución debía modificarse, de manera necesaria, cada “diecinueve
años” debido a que “cada generación [debía tener] el derecho a elegir por sí
misma la forma de gobierno que creyese más conveniente para promover su
felicidad”. Ver, T. Jefferson, “Jefferson to Samuel Kercheval”, 12 de julio de
1810, incluida en A. Koch y W.Peden (1944), pp. 673-76. En el muy influyente
trabajo “The Essex Result,” escrito por Theophilus Parsons poco tiempo antes
de la convención Parsons sintetizó la posición de los federalistas al respecto, a
la vez que criticó el optimismo de los “demócratas” que se oponían a aquellos.
Así, sostuvo, por ejemplo, que “todos los demócratas sostienen que la gente
tiene un derecho inherente e inalienable al poder que no hay nada fijo que no
puedan cambiar; nada sagrado más allá de su propia voz… que no sólo es
cierto que no hay rey, ni parlamento, ni generación pasada que pueda ponerles
límite, sino que además es cierto que ni siquiera ellos mismos pueden auto-
limitarse. The Essex Result, en C.Hyneman y D. Lutz, 2 vols. (1983), p. 213.
Parte II
Capítulo IV:
Introducción
I. EL PODER JUDICIAL
Tal vez la institución que más modificaciones sufrió, desde el momento en que
fue concebida, fue la del poder judicial. En particular, tales cambios aparecen
vinculados con un creciente rol del control judicial de constitucionalidad que,
aparentemente, no había sido previsto en los debates constitucionales del siglo
XVIII. En efecto, en tales discusiones no se especificó explícitamente la
capacidad del poder judicial para rechazar aquellas leyes que aparecieran
contrariando a la Constitución. Si es cierto que en la convención constituyente
norteamericana se discutió (y rechazó) la idea de contar con un “Consejo de
Revisión” especializado en dicha tarea. También es cierto que algunos de los
“padres fundadores” mostraron tener bastante claridad acerca de las funciones
que habrían de corresponderle al poder judicial 1. Sin embargo, fue recién en
1803, y a través del caso “Marbury vs. Madison” (5 U.S., 1 Cranch, 137, 1803)
que la “revisión judicial de las leyes” quedó establecida. En dicho caso se
estableció claramente que era función del poder judicial la de interpretar las
leyes y preservar la primacía de la Constitución, en caso de existir un conflicto
entre ésta y aquellas. Esta capacidad judicial para rechazar la validez de una
ley, preservándose a la vez la “última palabra” al respecto, modificó el
(pretendido) equilibrio de poderes para otorgarle a los jueces (y en particular, a
los miembros de la Corte Suprema) facultades extraordinarias al respecto.
Una excelente ilustración acerca de los riesgos que son propios de este
carácter contra-mayoritario del poder judicial, se presentó durante el gobierno
de Franklin Roosevelt, en los Estados Unidos. En este caso, las medidas de
reconstrucción económica conocidas como el “New Deal”, que cortaban con un
amplio respaldo democrático, resultaron durante años completamente
bloqueadas debido a que una minoría de jueces ultra-conservadores entendía
que la Constitución no daba cabida a tales reformas. Sólo luego de una severa
crisis institucional, y de la amenaza presidencial de disponer la jubilación
obligatoria de algunos de los jueces adversos, la Corte accedió a hacer lugar a
tales (razonables) medidas de regulación económica 3.
En primer lugar, parece claro que el poder legislativo resulta cada vez menos
un órgano de representación popular. Si en algún momento se supuso que, al
menos, la cámara de diputados iba a recoger la voluntad de las mayorías, ello
ya no puede decirse en este tiempo. La ciudadanía suele desconocer a la
mayoría de sus representantes; ignorar los temas que son tratados por ellos;
desconocer las leyes que son aprobadas por el Parlamento, y los motivos de su
adopción; etc. Las razones para explicar este tipo de fenómenos son muy
variadas, y tienen que ver menos con la apatía ciudadana que con un sistema
institucional particularmente “cerrado” a las mayorías.
En modo similar, el incremento de las tareas del ejecutivo; el hecho de que casi
toda la legislación del estado se origine en dicho departamento; la extendida
tendencia del ejecutivo a sobrepasar al legislativo para llevar adelante la
política nacional a través de la práctica de decretos; etc.; también resultan
“novedades institucionales” propias de nuestro tiempo. Sin embargo, todas
estas novedades, como las mencionadas anteriormente, merecen más nuestro
repudio y temor, que nuestro apoyo, en caso de que asumamos como deseable
una política de base democrática21.
4. Ver, John Taylor (1814). Thomas Jefferson, de modo similar, hizo notar sus
permanentes quejas frente al carácter predominante adquirido por el poder
judicial (y que él, como presidente de los Estados Unidos, sufriera
personalmente). Para él, los riesgos de los abusos judiciales resultaban obvios,
por lo cual previno contra la posibilidad de que la Constitución “devenga un
mero objeto de cera en las manos de los jueces, capaces de cambiarla y darle
forma del modo en que mejor les plazca.” Ver, por ejemplo, Thomas Jefferson,
carta al juez Spencer Roane, del 6 de septiembre de 1819, en Thomas
Jefferson (1984).
13. Un interesante análisis, por ejemplo, en Cass Sunstein (1985), pp. 29-87.
14. Para Madison, tal resultado no era especialmente preocupante, dado que la
principal “facción” que amenazaba la gobernabilidad del sistema era,
justamente, la constituida por las mayorías populares. De un muda similar,
aunque tal vez más crudo, muchos teóricos contemporáneos coinciden con
Madison en la idea de que “las masas electorales son incapaces de toda acción
que no sea en estampida” (Ver, Joseph Schumpeter, 1975, p. 280). Criticando
la pastura Schumpeteriana ver, por ejemplo, Carole Patentan (1970), p. 5.
Conforme a estos autores, muchas veces identificados como “pluralistas,”“la
condición necesaria y suficiente para contar con un sistema republicano (esto
es, con democracia) es, simplemente, la existencia de elecciones populares
regulares.” Toda otra modalidad de participación ciudadana es considerada no
sólo impráctica, sino sobre todo indeseable e inconveniente. Ella sólo puede
llevara los “odios y opresiones implícitas en el populismo.” (Ver, William Riker,
quien considera su posición como netamente “Madisoniana” (Riker, 1982, pp.
250-3). Conectando las posturas de Schumpter y Riker ver, por ejemplo, Carole
Pateman (1986), pp. 39-46.
15. Ross; Hoffman; y Levack (1949), pp. 116. Este ideal deliberativo estaba
teñido aún del típico elitismo Burkeano, en la consideración de que la
deliberación parlamentaria llevaba a la racionalidad, frente a la deliberación de
la ciudadanía que tendía a ser “más lenta e irracional” Citado de llanita Pitkin,
p. 181.
19. En este sentido ver, en particular. Claus Offe y Ulrich Preuss (David HeId,
ed., 1993).
20. En este sentido, por ejemplo, resulta claro que los sistemas políticos más
“presidencialistas” son los más proclives a generar conflictos y “rupturas”
institucionales. Así podemos ver que 33 países del (antes llamado) Tercer
Musido que adoptaron sistemas presidencialistas de gobierno sufrieron golpes
de estado; mientras casi dos tercios de los países de dicha región que
adoptaron constituciones parlamentaristas evitaron tales rupturas
democráticas. Ver, al respecto, Fred Riggs, en Presidencialismo..., 1988;
Fred Riggs (1991). Además, Arend Lipjhart (1990); Carlos Nino, et al., (1992);
Juan Linz (1984), refiriéndose a la indeseable dinámica de “suma cero”
generada por los sistemas presidencialistas. En segundo lugar, la mencionada
concentración de poder permite la aparición de un fenómeno muy típico en
nuestro tiempo, a partir del cual el presidente, apenas elegido, se desdice sin
más de sus promesas electorales y pone en marcha políticas contradictorias
con aquellas, para “plebiscitarlas” directamente, a través de la práctica política.
Esto es, sabiendo que cuenta con poderes amplísimos, y directo contacto con
la ciudadanía, el presidente tiende a dejar de lado al Parlamento; a la
plataforma de gobierno diseñada por si, partido politice; a sus aliados
electorales; etc.; para ejercer su mandato con la mayor discrecionalidad
posible, apoyado en esporádicos apelaciones al respaldo popular. Este
aparente “diálogo directo” del presidente y la ciudadanía no es, sin embargo,
más que una peligrosa muestra de ejercicio arbitrario del poder frente al cual,
según entiendo, bien podría preferirse un modelo alternativo de toma de
decisiones. En este caso, me refiero a un modelo más previsible, menos
violento, y más genuinamente abierto y permeable a la discusión pública.
22. Sobre las implicaciones jurídicas de este desarrollo ver, por ejemplo, Elías
Díaz (1986).