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Diarios de viaje por América.

Un instrumento del reformismo borbónico en el Río de la Plata


María Soledad Lollo

Índice

Prólogo ......................................................................................................................... 2
Introducción.................................................................................................................. 5
Capítulo 1: Los diarios de viaje y los viajeros ............................................................... 9
1.1 El desplazamiento ................................................................................................. 13
1.2 El viajero .............................................................................................................. 17
1.3 El soporte material y la forma ............................................................................... 21
1.4 Los destinatarios ................................................................................................... 24
1.5 La alteridad ........................................................................................................... 25
Capítulo 2 ................................................................................................................... 30
El Río de la Plata en los diarios de viaje: desde “el hambre” hasta “la abundancia” ..... 30
2.1 Los viajeros en el espacio rioplatense y las rutas comerciales ................................ 33
2.2 Los viajeros y la doble frontera ............................................................................. 45
2.2.1 La frontera con el indígena ............................................................................. 49
2.2.2 La frontera con el extranjero ........................................................................... 60
Capítulo 3 ................................................................................................................... 68
Desde “Noticias Secretas” hasta “El lazarillo de ciegos caminantes” ........................... 68
3.1 - Los primeros Borbones ....................................................................................... 70
3.2 - El período carolino.............................................................................................. 78
Conclusiones................................................................. ¡Error! Marcador no definido.
Anexo Cartográfico..................................................................................................... 93
Fuentes ....................................................................................................................... 99
Bibliografía ............................................................................................................... 102

1
Prólogo
María Soledad Lollo llegó a la Universidad de Huelva -desnavegando estelas
trazadas en el mar por los protagonistas de su historia- para hacer su doctorado donde
años antes lo había hecho su mentora y maestra, Nidia Rosalía Areces. Muy pronto su
risueña jovialidad encontró manera de contradecir su propio nombre. Hizo amigos, y su
generosidad quiso reservarme un lugar entre ellos. Ahora me propone que redacte un
prólogo para su libro. Así pues, con la licencia que la amistad concede, procedo a
redactar unas líneas. Lo hago, no sin resistencia por la modestia de la pluma que
prologa; pero, también confieso hacerlo con orgullo, que justifico por haberme tocado
colaborar, como tutor de sus cursos de doctorado y como codirector de su tesis doctoral,
en la culminación académica de la autora.
Don Juan de Solórzano, cuya Política Indiana fue bien conocida por Soledad, en
el Prefacio de su edición de 1647, se valió de San Ambrosio para reconocer «que tiene
trabajo el libro que necesita de abogado que le defienda», y de Plinio, para decir que
también lo tiene «el que de prefaciones para darse á entender». Ni abogado ni
prefaciones necesita este libro de Soledad. En efecto, su lectura, facilitada por la rareza
–hoy día- de una redacción correctísima, bella y ágil, lleva, con madurez y mano firme
imprevistas según los años de la autora, a través de unos y otros capítulos para ir
componiendo, pieza a pieza, un argumento que se acaba convirtiendo en una
composición armoniosa y, lo que es aun más importante aquí, de gran capacidad
explicativa del hecho histórico analizado.
No me parece que sea este el caso de pormenorizar y comentar los capítulos que
componen estos Diarios de Viajes; pero sí me resulta obligado destacar que Soledad ha
sabido explorar y trazar el mapa histórico preciso de algunos de los viajes con los que la
Ilustración metropolitana quiso completar la imagen de aquellos australes confines del
Imperio español. Para todo ello, naturalmente, ha sabido valerse de todos los
instrumentos necesarios para navegar con éxito en el océano de la Historia. Las bien
seleccionadas fuentes utilizadas, las lecturas previas, el estibado de todos estos
materiales mediante la metodología más adecuada al caso –labores en las que tanto sus
investigaciones previas como las indicaciones de Nidia Areces han sido, sin duda, de
mucho mayor provecho que las mías- no podían dar lugar a otro resultado que al
espléndido panorama dibujado por Soledad. La obra, menos preocupada por detallar
rutas concretas que por la intención y significado de estos viajes, se inserta, además, en

2
el marco de las importantes investigaciones sobre el concepto de frontera, presentada
más como una línea mental que geográfica y que se ve precisado y nutrido
conceptualmente gracias a la aportación que sobre ello hace Soledad en este libro. Pero,
también, nos habla de esta otra vertiente –acaso algo desatendida en España, a
excepción de las investigaciones dirigidas por Carlos Martínez Shaw y pocas más- de
una Ilustración española muy preocupada por hacer llegar su reformismo a América y
por modernizar y apurar al máximo la explotación económica de unas Indias que, ahora
sí, reciben -sin el antiguo pudor- la consideración de colonia.
Así, estos Diarios de Viajes aparecen como fruto sazonado de una trayectoria
personal coherente en la investigación sobre una materia que ha motivado la
preocupación científica de investigadores muy acuciosos en Argentina y otros países
latinoamericanos. A partir de ahora, gracias a esta obra de María Soledad Lollo, se
cuenta, no ya con aguja de marear y sextante, sino, diría, con GPS infalible y bien
ajustado para transitar por mares y caminos que llevan a buen puerto y a los mejores
destinos.
Y, volviendo a Don Juan Solórzano, el lector ha de hallar en las páginas que
siguen «muchas cosas buscadas con diligencia, dichas con gravedad, dispuestas con
aptitud... Y que, por ventura te obligarán a que no le sueltes fácilmente de las manos».
Estoy seguro de que este libro, al haber llegado, como los protagonistas de la historia de
Soledad, al horizonte soñado, interesará a especialistas y a no especialistas en estos
temas y, en general, a todos los interesados por conocer los ingredientes volcados en el
crisol de la Historia argentina.
Bien, parece razonable no gastar más papel en lo que ya se ha visto que no es
necesario. Es hora de dejar la palabra a quien más la merece. Pero no puedo hacerlo sin
antes expresar mi satisfacción y agradecimiento a los responsables del Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Huelva que han decidido editar esta obra. Y lo han
hecho, no sólo con la pulcritud y cuidado habituales, sino también con altura de miras,
para bien de la comunidad de historiadores, eruditos y curiosos.

José María Oliva Melgar


Huelva, enero de 2010

3
“Pero el viajero que huye
tarde o temprano detiene su andar”

(Volver, Gardel/Le Pera, 1935)

4
Introducción

Los diarios de viaje de Colón fueron los primeros testimonios escritos que
dieron cuenta de las vivencias y observaciones experimentadas por hombres europeos
en suelo americano. Desde aquel momento inicial, se sucedieron los relatos con estas
características y sus rasgos peculiares se redefinieron de acuerdo con cada contexto
histórico. Más allá de las variantes –que se consignarán en el curso de este trabajo- es
posible delinear un aspecto que persiste pese al transcurso de los siglos. Se trata de la
reputación que se adjudicaron a sí mismos y sobre los demás relatores quienes contaron
o rememoraron su experiencia de viaje en virtud de haber tenido el “privilegio” de
trasladarse hasta América. Escribir sobre América partiendo de la propia estancia en ese
espacio otorgaba un halo de prestigio que, a la vez, procuraba desacreditar a quienes
escribían a partir del relato de otros. Se trataba, en definitiva, de ponderar las distintas
modalidades que podía adquirir el conocimiento sobre el continente americano. La
adjetivación que acompañará al mismo tendría una connotación positiva o negativa y se
resignificaría al compás de la jerarquía que irían adquiriendo los distintos modos del
saber dentro de la historia del pensamiento.
Durante el transcurso del siglo XVI, Bartolomé de Las Casas –el profeta
desarmado, según David Brading- pretendió diferenciarse de Ginés de Sepúlveda dado
que él sí había estado en las Indias. Esta situación, que argumentó en los debates ante
las Cortes en Valladolid, lo habilitaba para pronunciarse mejor a la hora de definir la
condición del hombre americano. Otro tanto puede afirmarse respecto de Bernal Díaz
del Castillo, un conquistador que aspiraba a validar su actuación y los derechos que ello
conllevaba. Habiendo efectivamente participado en las campañas militares de Hernán
Cortés, se consideraba autorizado a narrar la Historia verdadera de la conquista de la
Nueva España, en abierta oposición a Francisco López de Gomara, un cronista oficial
que jamás estuvo en América. Este último, basado en distintas crónicas y no en su
experiencia personal, se había atribuido la prerrogativa de escribir la Historia de la
conquista de México unos años atrás.
Conforme avanzaban la conquista y colonización, la Corona de Castilla
necesitaba nutrirse con información fehaciente sobre sus colonias. Los distintos
monarcas buscaron saldar las millas que separaban ambos continentes mediante
diversos mecanismos entre los cuales se destacaron, principalmente, las visitas, censos e

5
informes oficiales. Las abundantes noticias sobre los asuntos de ultramar no siempre se
tradujeron en un cumplimiento a rajatabla de las disposiciones reales: el “se obedece
pero no se cumple” y la distensión del vínculo colonial durante el siglo XVII, entre
otros ejemplos, lo atestiguan. La llegada de la dinastía de los Borbones al trono español
marcó una bisagra en la relación entre España y América. El cambio –que no fue
abrupto sino gradual- intensificó aquel requerimiento de información, latente desde el
siglo XVI. Los nuevos monarcas y sus ministros comprobaron cierta carencia de
conocimiento sobre los vastos territorios americanos, e intentarían repararla a través de
la actualización de los datos con que contaban. Paradójicamente, los encargados de
implementar reformas en aquel continente se ubicaban del lado de quienes nunca lo
habían pisado. Tal situación, combinada con la jerarquización que por entonces
esgrimía el conocimiento empírico, situó a los hombres del reformismo de cara con una
falta que debían subsanar. ¿Cómo corregir esa insuficiencia de conocimiento sobre el
espacio a re-conquistar? ¿Cómo empequeñecer las millas que les impedían el contacto
físico con las colonias? Evidentemente, no quedaba más alternativa que conocer
América a través de los ojos de viajeros, funcionarios o cualesquiera otros hombres
capacitados e investidos de autoridad para desplazase hacia allí y generar escritos
cargados de información.
El presente trabajo se propone mostrar cuál ha sido la relevancia de los diarios
de viaje que llegaron a manos de los reformistas ilustrados en el período que va desde la
implementación de la Nueva Planta hasta la muerte de Carlos III. Se erigieron como un
instrumento clave para la Monarquía Hispánica durante la gestación e implementación
del reformismo borbónico en América porque fueron instrumentos capaces de cubrir la
insuficiencia del saber empírico. En este sentido, como quién necesita un apoyo, un
bastón u otro tipo de soporte para desenvolverse con éxito, los Borbones recurrieron a
los diarios escritos por quienes habían estado en América. Estos sustituyeron al contacto
físico del mismo modo que un órgano artificial reemplaza alguna pieza que resulta
deseable poseer naturalmente. Es por esto que aquí se trata a los diarios de viaje a
América como una experiencia artificial, una pieza ortopédica, capaz de suplantar la
falta de experiencia y de saldar la distancia que separaba a la Monarquía Hispánica del
espacio americano. A los efectos de exponer el producto de esta investigación, este
escrito se ha organizado en tres capítulos, según se detalla a continuación.
En el primer capítulo se analizará de qué modo se componen los diarios de viaje:
las distintas extensiones de los desplazamientos, los viajeros y su procedencia cultural,

6
los soportes materiales de los textos, el abanico de destinatarios y la cuestión del otro se
abordarán a los efectos de definir parte del corpus documental de esta investigación.
El siguiente capítulo se detiene en las percepciones de los viajeros que, durante
tres siglos, transitaron el espacio interior rioplatense. Sus diarios reflejan una mirada
respecto de la diversidad de vínculos que se establecieron tanto con las parcialidades
indígenas como con las naciones extranjeras que merodeaban o, en su caso, ocupaban
las regiones próximas. Asimismo, con el transcurso del tiempo, el proceso de
atlantización del espacio progresivamente se deja ver en los escritos para alcanzar su
mayor expresión en los diarios de viaje del período del reformismo borbónico.
En el último capítulo se tratará la inquietud con que los ilustrados españoles se
aproximaron a las fuentes en cuestión. A través de una lectura crítica de las obras de
José Campillo y Cossío1 y Pedro Rodriguez Campomanes2 referidas a las colonias, y del
modo en que éstos interpretaron la presencia no sólo española sino también europea en
las tierras de ultramar, se inferirán las razones de su aproximación a los diarios de viaje
a América y la utilización posterior de los mismos. Las representaciones de los viajeros
desentrañadas en el capítulo anterior constituirán una porción importante de la materia
prima con la cual los reformistas, a través de la alquimia de la lectura, construirán la
propia. Se hará referencia al caso específico del Río de la Plata y su contexto histórico.
Se indagará sobre la lectura que los gobernantes del reformismo efectuaron de los
diarios de viaje a América: una lectura que, signada por el pensamiento ilustrado y
enmarcada en el proceso de atlantización del espacio, otorgaría un sentido peculiar al
contenido textual de los diarios.

1
José del Campillo y Cossío ocupó distintos cargos durante la primera etapa del reformismo borbónico.
Entre los más destacados puede mencionarse su desempeño como Intendente de Marina, Intendente
General de Aragón, Secretario de Hacienda y Secretario de Marina, Guerra e Indias. Su obra Nuevo
sistema de gobierno económico para la América, con los males y daños que le causa el que hoy se tiene
de lo que participa copiosamente España, y Remedios universales para que la primera tenga
considerables ventajas y la segunda mayores intereses, será el referente en el curso de este trabajo de
investigación para indicar el posicionamiento de este pensador acerca de la redefinición del vínculo entre
España y sus colonias americanas.
2
Pedro Rodríguez Campomanes cumplió funciones como Asesor del Juzgado de Correos y Postas entre
1755 y 1756. El climax de su participación política se halla durante el reinado de Carlos III, cuando fue
Ministro del Consejo de Hacienda, Presidente de la Academia de la Historia, y desempeñó roles como
Fiscal, Consejero y Gobernador del Consejo de Castilla. La inquietud de Campomanes por la escasa
rentabilidad de las colonias se encuentra reflejada en su escrito Reflexiones sobre el comercio español a
Indias: (1762). Allí, como se verá más adelante, el autor no escatima referencias a los escritos de viajeros
a América a los que ha podido acceder.

7
Agradecimientos

Quiero expresar mi agradecimiento a las personas e instituciones que


contribuyeron a la realización de este trabajo. En primer lugar, deseo reconocer mi
deuda de gratitud a la Universidad Internacional de Andalucía y a la Universidad de
Huelva, organizadoras del IX Doctorado Iberoamericano de Historia, por la excelente
predisposición y calidad académica de sus profesores. En concreto, deseo agradecer al
Dr. José María Oliva Melgar el haber tutelado este trabajo con magisterio y amabilidad,
prestándome en todo momento la valiosa ayuda de su experiencia.
No puedo olvidar aquí la formación que me ha brindado la Universidad Nacional
de Rosario -gratuita como todas las universidades estatales argentinas- a través de sus
docentes. Particularmente, quiero mencionar a los integrantes de la cátedra de Historia
Americana II (Historia de América Colonial) de la Escuela de Historia de la Facultad de
Humanidades y Artes de la UNR: a quienes fueron mis profesoras, María del Rosario
Baravalle, Nora Peñalba y Analía Manavella; a mis compañeras y amigas en estos años,
Marilina, Julia, Flor, Karina, Adriana y Liliana, y muy especialmente a la Profesora
Titular Dra. Nidia Areces por sus siempre precisos consejos y sugerencias y, sobre todo,
por permanecer a mi lado.
Por otra parte, hubo quienes, por fuera del ámbito académico, fueron los
verdaderos artífices de este pedazo de vida, hoy plasmado en un libro. A todos ellos
quiero dar las gracias de todo corazón por haber estado junto a mí, incluso en las horas
más difíciles. A Quique, compañero mío; a mis viejos, Graciela y Miguel; a mis
hermanos Mauricio, Ramiro y Julieta; a Faustina; a Elisa y Cielo; a Lorena, Gonzalo y
Nicolás; a mi tía Norita; a mi abuela Nea y a los abuelos Neo, Sara y Orlando, que ya no
están; a Adrián; a Tomás, Lucía y Juan Manuel. A mis amigas de la vida: Georgia,
Mariel, Negra, Meli, Laura, Rosanna, Luqui y María José. A mis ex compañeros de
carrera, hoy colegas, amigos y compinches: Leti, Gigí, Ignacio, Celina. A mis
compañeros del Museo de Arte Decorativo “Firma y Odilo Estevez”, a mis compañeros
y a mis alumnos y ex alumnos del Instituto Superior de Profesorado Nº 62 de San José
de la Esquina, del Instituto de Educación Superior Nº 29 “Galileo Galilei” de la ciudad
de Rosario y de la Escuela Superior de Museología de Rosario. Y a mi primer amor –
donde siempre se vuelve-, la Dirección General de Programación de la Secretaría de
Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario.

8
Capítulo 1: Los diarios de viaje y los viajeros

Investigaciones históricas de diversa índole han utilizado los diarios de viaje


como fuentes. Un breve repaso por las distintas corrientes historiográficas bastaría para
demostrar tal afirmación, y ese mismo repaso revelaría la diversidad de usos y modos de
apropiación de los que han sido objeto. De hecho, historiadores de distintas épocas y
procedencias han conferido a los diarios de viaje una significativa trascendencia. Sin
embargo, su valor como fuente de información precede a su utilización como fuente
histórica. Viajeros y diarios de viaje se encuentran esparcidos a lo largo de la historia:
desde el viaje mítico de Gilgamesh hasta el viaje inmóvil a través de Internet propuesto
recientemente por Marc Augé3. Heródoto, el padre de la historia occidental, volcó en
Los Nueve Libros de la Historia un cúmulo significativo de información sobre el mundo
antiguo. Recorrió las colonias griegas de Asia y África, Oriente y Egipto, sin dejar de
lado las inmediaciones de su polis, legando el relato de sus viajes en los primeros de
aquellos nueves libros. Puesto que allí redactó anécdotas, costumbres, geografía,
historia y leyendas del mundo antiguo, su obra constituye una valiosa fuente para los
historiadores.
El corpus de fuentes susceptible de ser calificado como diarios de viaje es tan
variado como inasible, pese a lo cual no han faltado los intentos de clasificación y
sistematización4. Axel Gasquet, por ejemplo, sugiere un agrupamiento que sigue los
lineamientos generales de la historia de la humanidad: el destierro y exilio de
Gilgamesh y Ulises; el éxodo de Babel y La Eneida; el saqueo como expedición
guerrera por excelencia donde el extranjero no era una fuente de conocimiento sino una
amenaza; el peregrinaje como periplo épico o religioso expresado cabalmente en las
cruzadas; el viaje comercial cuya máxima realización buscaba unir Occidente con el
Lejano Oriente; los viajes de descubrimiento, exploración y crónicas de conquista de

3
Véase el prólogo de Marc Augé en Lucena Giraldo, Manuel y Pimentel, Juan (eds.), Diez estudios sobre
literatura de viajes, Ed. Consejo Superior de Investigaciones científicas. Instituto de la lengua española,
Madrid, 2006, pp. 11 a 15.
4
Quedan fuera de las clasificaciones los viajes fantásticos propios de la literatura de Julio Verne y los
viajes narrados por la cinematografía pues el cine, con su propio lenguaje, también se ha ocupado de esta
materia. 2001: Odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), Apocalipsis now (Francis Ford Coppola,
1979), la trilogía de Indiana Jones (Steven Spielberg, 1981, 1984 y 1989), son títulos de renombradas
películas cuyos guiones remiten, en ultimo término, a los relatos de viajes de la antigüedad, su semilla
inmortal. Véase: Balló, Jordi y Pérez. Xavier, La semilla inmortal. Los argumentos universales en el cine,
Ed. Anagrama, Barcelona, 2004. Los autores buscan un hilo conductor –una cadena creativa- que explica
cómo una historia nueva contiene, en verdad, una trama resignificada que se refiere a obras del pasado.

9
América, Asia y África; el emprendimiento geográfico o misión científica típico del
Siglo de las Luces; los correlatos de viaje de descubrimiento como justificación
antropológica y etnográfica; el viaje ocioso para satisfacer curiosidades personales y,
finalmente, el turismo de masas cuyo objetivo es la diversión5.
La América española fue destino de un sinnúmero de viajes que sucedieron al
que Cristóbal Colón emprendió en 1492. Desde entonces, se dio comienzo a una nueva
concepción del mundo en virtud de la cual Europa no se percibiría de la misma manera
que lo había hecho hasta el momento. Tampoco América, pues la llegada de Cristóbal
Colón al Nuevo Mundo trajo consigo el establecimiento de un vínculo indisoluble entre
dos continentes. A los primeros viajes realizados bajo la égida de la Corona de Castilla
siguieron otros no sólo emprendidos por ésta sino también por sus pares europeas.
Expediciones de todo tipo cruzaron el Atlántico impulsadas por distintas utopías,
empresas donde viajeros de distintas regiones europeas asistieron a un heterogéneo
conjunto de experiencias que procuraron informar en sus diarios, elaborando registros
que cubrieron más de trescientos años.
Hubo expediciones encargadas de las más prestigiosas empresas científicas en
las cuales apuntar datos acerca de la vegetación, el paisaje, los grupos humanos, las
especies animales, los ríos y las montañas de las nuevas tierras fue la actividad favorita.
Otras se encargaron de trazar los límites entre los dominios de distintas naciones
europeas; otras buscaron enclaves para poblar o hallar el paso a Asia por el Norte y por
los Mares del Sur, mientras algunas persiguieron objetivos más concretos. En todos los
casos, apuntalaron los nexos entre dos continentes, puentes que fue posible tender
gracias a los diarios escritos por los viajeros.
Los usos y las clasificaciones señaladas ilustran la polisemia del término “viaje”.
En cuanto a la adjetivación del sustantivo, éste puede ser de placer o turístico, emigrante
o inmigrante, por mandato, los de un determinado período, los de un determinado estilo
literario, los efectuados para descubrir nuevos mundos, los que pertenecen a un autor.
La característica que define a los viajes coloniales es su concreción fuera de Europa,
más precisamente, en alguna de sus colonias. Merece la pena la aclaración porque al
tiempo que estos viajes se sustanciaban fuera del continente, un sinnúmero de viajeros

5
Gasquet, Axel, “Bajo el cielo protector. Hacia una sociología de la literatura de viajes”, en Lucena
Giraldo, Manuel y Pimentel, Juan (eds.), Diez estudios, pp. 31-87.

10
transitó su interior6. La tipificación de cada viaje implica un recorte que permitirá
incluir cada escrito dentro de un conjunto o sub conjunto de referencia. Por ejemplo,
Noticias Secretas de América, diario de viaje del siglo XVIII peruano, puede pertenecer
a varios subconjuntos. Está incluido dentro de los diarios de viaje del período colonial
del mismo modo que las crónicas de siglo XVI o los diarios de viaje de Colón o, lo que
es lo mismo, pertenece al conjunto de relatos de viajeros por América. A su vez, puede
incluirse dentro del grupo de expediciones organizadas desde la península ibérica,
diferenciándose de los viajes ordenados por los ingleses, holandeses, daneses, etc.
También puede agruparse entre los viajes realizados durante el siglo XVIII y aquí se
alinearía con quienes viajaron dentro de Europa o dentro de la misma España en ese
período. Restringiendo más la selección se ubica junto con las expediciones organizadas
por la Casa de Borbón cuando estos monarcas pretendieron, con su plan de reformas,
recuperar el control de sus colonias americanas. ¿Existe, por lo tanto, una esencia que
permita definir qué significa viajar? ¿Qué condiciones debe reunir una persona para ser
considerada viajero? Los ejemplos seleccionados demuestran la polisemia del término
que torna impracticable la tarea de consagrar un trabajo a formular afirmaciones válidas
para cada uno de los aspectos de todos los viajes y sus escritos hallados en todos
tiempos y lugares.
En clara referencia al marco temporal de este trabajo de investigación, el escrito
Reflexiones sobre el comercio español a Indias (1762)7, de Pedro Rodríguez
Campomanes -uno de los principales referentes del reformismo carolino sobre quien
tratará el último capítulo- puede considerarse un estudio pionero en torno a la temática.
Este pensador formula su propuesta reformista -terminar con el monopolio de Cádiz y
redefinir el comercio con las Indias- basándose, entre otros documentos, en la
información que le suministraban los diarios de viaje a América. Los capítulos X, XI y
XII del mencionado trabajo constituyen un exhaustivo inventario de los diarios de viaje
que llegaron a manos de este funcionario.
Sin embargo, Campomanes no fue el primer reformista en advertir la riqueza que
portaban los diarios de viaje a América. Desde inicios del siglo XVIII, los monarcas
6
Algunos ejemplos que pueden consultarse son: para los viajeros ingleses en Milán véase Burke, Peter,
Formas de Historia Cultural, Ed. Alianza, Madrid, 2000, para los viajeros españoles de la ilustración
véase Gómez de la Serna, Gaspar, Los viajeros de la ilustración, Ed. Alianza, Madrid, 1974 y, por último,
para los viajeros que por esos tiempos ilustraron una imagen de Francia, véase:
http://gallica.bnf.fr/VoyagesEnFrance, sitio visitado el 25 de agosto de 2007 a las 17:10 hs.
7
Véase Llombart Rosa, Vicente. Edición, transcripción y estudio preliminar de la versión editada de
Pedro Rodriguez Campomanes. Conde de Campomanes, Reflexiones sobre el comercio español a Indias:
(1762), Ed. Instituto de Estudios Fiscales Madrid, 1988.

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borbónicos y los ministros que los antecedieron habían asumido su falta de información
actualizada sobre el continente destinatario del plan de reformas y, en su afán por
conseguirla, patrocinaron distintas expediciones a América. El reinado de Fernando VI
se inscribe en esta premisa. Una de las expediciones –llevada a cabo conjuntamente con
Francia- escondía, tras la misión científica de averiguar la forma exacta de la tierra, el
secreto objetivo de suministrar a los Borbones españoles datos actualizados sobre el
estado de sus colonias americanas. Así, Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron los
encargados del relevamiento etiquetado como Noticias Secretas de América8.
Años más tarde, durante el reinado de Carlos III, una empresa encargada de
relevar las postas de correo trajo como efecto colateral la redacción de otro diario de
viaje. Se trata de El lazarillo de ciegos caminantes, en el cual Alonso Carrió de la
Vandera, mientras recorría la ruta que unía Buenos Aires con Lima, describió y en
algunas ocasiones deslizó su parecer ante lo observado. Este viajero –coetáneo de
Campomanes- no sólo suministraba información sobre ese espacio sino que además
empleó su manuscrito como pretexto para reflexionar acerca de la utilidad que los
diarios de viaje brindarían a los futuros caminantes y a los historiadores. Sostenía:

“Los viajeros (aquí entro yo), respecto de los historiadores, son lo mismo que los
lazarillos, en comparación con los ciegos (…) mis observaciones sólo se han
reducido a dar una idea a los caminantes bisoños del camino real, desde Buenos
Aires a esta capital de Lima, con algunas advertencias que pueden ser útiles a los
caminantes (…)”9.

Prefería ser útil a los futuros viajeros a serlo a los historiadores; sin embargo, la
historia demostraría que el manuscrito trascendió la intencionalidad de su autor y sirvió
a ambos propósitos.
Pese a las dificultades que encierra la definición del término viajar, es posible
efectuar una aproximación mediante las distintas componentes que integran un viaje.
Estas son, a saber: un desplazamiento cuyo destino –final o intermedio- involucra al
continente americano; un viajero; un escrito que indefectiblemente requiere formas y un
soporte material; y, finalmente, un destinatario lector que otorgará sentido a los textos.

8
Juan, Jorge y Ulloa, Antonio de, Noticias Secretas de América, Ed. Istmo, Madrid, 1988.
9
Concolorcorvo, El lazarillo de ciegos caminantes, Emecé Editores S.A., Buenos Aires, Argentina, 1997,
p. 29.

12
1.1 El desplazamiento

El primer elemento presente en un viaje es una acción, un movimiento, en fin, un


acto que necesariamente debe ser efectuado por un sujeto. El desplazamiento puede
adquirir matices variados, dependiendo esto último de los objetivos del viaje. Una
mención de las extensiones de los distintos desplazamientos que dieron lugar a viajes a
América mostrará el conjunto mayor de expediciones en que éstos se insertan.
En los viajes a América, la travesía marina constituye un preámbulo ineludible
para arribar a destino; es la primera etapa del viaje que, relevada o no por el viajero,
aquí se propone denominar protoviaje. Se refiere exclusivamente a la travesía atlántica,
es decir, es un segmento que une dos puntos: en un extremo el inicio el viaje en algún
puerto europeo, y en el otro, el acceso al continente americano. Distintos viajeros se
dedicaron a relatar, con distinto grado de detalle, este tramo inicial. Jorge Juan y
Antonio de Ulloa ni siquiera lo mencionaron. Consagraron la Primera Parte de su
escrito al estado militar y político de las costas del Mar Pacífico, y la Segunda Parte al
Gobierno, Administración de Justicia, estado del clero, y costumbres entre los indios del
interior, sin detenerse en ningún momento en el viaje por mar que los trasladó hasta
América.
Poco después, el Fray Pedro José de Parras escribió su diario de viaje por
España, el Río de la Plata, Córdoba y Paraguay. El título de su obra Diario y Derrotero
de sus viajes (1749-1753) España; Río de la Plata; Córdoba; Paraguay, anticipa que el
Fray consideró que su viaje había comenzado en España y el arribo en Montevideo fue
uno de los jalones, mas no el comienzo de su camino. El desarrollo de la obra es
consecuente con el título que se le atribuye porque en los primeros diez capítulos de la
primera parte se ocupa de los ciento cuatro días de navegación, indicando las latitudes
que se van transitando, las tormentas marinas y demás avatares para, finalmente,
efectuar un balance del viaje.
Durante el reinado de Carlos III, en 1771, otro viajero, Alonso Carrió de la
Vandera, comenzó su periplo en Buenos Aires para llegar dos años después a Lima. En
su diario El lazarillo de ciegos caminantes [1771-1773], a cada paso manifestó su
interés por brindar instrucciones a los futuros caminantes, describiendo
exhaustivamente ese recorrido iniciado en la ciudad de Montevideo. En su escrito no se

13
hace ningún tipo de referencia a la travesía marina pero sí se menciona, pensando en los
sucesivos viajeros como destinatarios, que existe un diario Náutico específicamente
encargado de describir los ochenta y cuatro días que separaron su salida de La Coruña
de su arribo a tierras americanas10. En general, las precisiones que aparecen
recurrentemente en los diarios aluden a la fecha y puerto español desde donde zarparon
e idénticos datos respecto de la llegada a América. Las especificaciones del tramo
Atlántico de la travesía forman parte, en algunos casos, de los prólogos o estudios
preliminares que acompañaron las sucesivas reediciones de estos escritos.
Una vez que el viajero ha tomado contacto con el territorio americano pueden
presentarse distintas situaciones: que el viajero se asiente en una ciudad o región de
destino donde realizar los objetivos que motivaron su trayectoria; que el viaje prosiga
por las costas buscando un destino final fuera del continente; o, finalmente, que el
periplo continúe por el interior del continente americano.
Si el viajero, una vez en América, se asienta en un sitio para desempeñar allí
alguna tarea, aquí concluye la instancia de desplazamiento. Las cartas relatorias, las
relaciones y las crónicas se enmarcan en este grupo. En cierto modo, los cronistas
fueron los primeros viajeros porque, evidentemente, viajaron desde Europa hasta el
Nuevo Mundo. Su principal cometido consistía en relevar acontecimientos que se
deseaban, por algún motivo, conservar en la memoria o informar a las autoridades11. Sin
embargo, pese a que dejaron valiosísimos testimonios, sus relatos no priorizan la
descripción de un itinerario recorrido. Bernal Díaz del Castillo, Francisco de Jerez,
Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdes, Bartolomé de las Casas, Alonso de Ercilla
brindan ejemplos de este estilo de relatos.
En otras ocasiones, el desplazamiento por mar podía continuar una vez
concluido el protoviaje. Muchas expediciones tuvieron como objetivo específico relevar
ciertas regiones costeras tanto en América como en África y, lógicamente, tal misión
sólo podía cumplirse desplazándose por el mar. De hecho, aquellas encargadas de hallar
los pasos interoceánicos que posibilitaran la llegada a Asia no penetraban tierra adentro,
sino que se limitaban a describir las costas norteamericanas. Mary Louise Pratt señala el
año 1735 como el inicio de una nueva “(…) ‘conciencia planetaria’ de Europa, una

10
Véase el prólogo a la edición de 1942 redactado por José Luis Busaniche: Concolorcorvo, presunto
autor, El lazarillo de ciegos caminantes, desde Buenos Aires hasta Lima, 1773, Buenos Aires, Ediciones
Argentinas Solar, 1942. Éste suministró las fuentes de su información sobre la persona de Alonso Carrió
de la Vandera y la existencia del Diario Náutico al que se ha hecho referencia.
11
Véase: Mignolo, Walter, “Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la conquista”, en Historia
de la literatura hispanoamericana. Tomo I. Época colonial, Ediciones Cátedra, SA, Madrid, 1982.

14
versión caracterizada por una orientación hacia la exploración interior y la construcción
de significado en escala global, a través de los aparatos descriptivos de la historia
natural (…)”12. Desde entonces, el interés se traslada al interior del continente
americano. La publicación del Systema Naturae de Carl Linneo y la expedición
científica encabeza por Mons. La Condamine, ambas acaecidas en ese año, sustentan la
afirmación de la autora13.
Por otra parte, muchas expediciones pasaron por América persiguiendo un
objetivo que excedía el contacto con dicho espacio. Se trata de los reiterados
emprendimientos que buscaron dar la vuelta al mundo; un mundo que para los
europeos, desde 1492 incluía indefectiblemente extensos espacios periféricos. En estos
casos, el tránsito por América se redujo a una porción de la misión y poco sentido tenía
discriminar el tramo correspondiente al protoviaje. Inglaterra propició gran cantidad de
expediciones de esta magnitud y, en estos casos, no ha de olvidarse que el paso por el
territorio americano pudo haber sido abordado por el viajero sólo de modo tangencial. A
fines del siglo XVII, William Dampier se convirtió en el primer navegante inglés cuya
expedición se dirigió con rumbo a Australia y Nueva Guinea, y además fue también el
primero en circunnavegar dos veces el planeta. En su periplo, cuya relación además
contiene cartografía y fue publicado en 1697, describió las costas e islas de las Indias
Orientales, las islas del Cabo Verde, el paso por Tierra del Fuego, las costas del sur de
Chile, Perú y México, Mindanao, Camboya y Filipinas, entre otros espacios. Poco
después Wodves Rogers lo sucedió en el camino iniciado y realizó una tercera
circunnavegación entre 1708 y 1711. Años más tarde, George Anson viajó alrededor del
mundo y el relato de su expedición así como sus ilustraciones fueron publicadas en
Londres en 1748. La circunnavegación de Commodore Byron, por su parte, fue
publicada en Londres en 1767 y allí se describen algunos lugares, plantas, animales, los
habitantes, especialmente el Estrecho de Magallanes y algunas islas de los Mares del
Sur. A éstas hay que adicionar la empresa de James Cook, quien realizó tres viajes
alrededor del mundo durante el siglo XVIII: el primero entre 1768 y 1771, el segundo

12
Pratt, Marie Louise, Ojos Imperiales. Literatura de viajes y transculturación, Ed. Universidad Nacional
de Quilmes, Buenos Aires, 1997, Capítulo 2: Ciencia, conciencia planetaria, interiores, pp. 37 – 74.
13
En el caso de África, por su parte, el interés por el interior del continente surgió cuando los ingleses,
durante el siglo XVIII, comenzaron a ver a sus habitantes no como mercancía sino como mercado. Allí,
no se trataba ya de arribar a las costas para proseguir con la trata sino de descubrir las potencialidades
ocultas en lo profundo de ese continente y expresadas a través sus habitantes, en la navegabilidad de los
ríos y en los posibles canales de comunicación, entre otros. Véase: Pratt, Marie Louise, Ojos Imperiales,
p. 127 y ss.

15
entre 1772 y 1775 y el tercero entre 1776 y 177914. Como puede inferirse, los objetivos
de la Corona inglesa no sólo se abocaron a circunnavegar la tierra, ya que, por citar
algunos casos, Thomas Gage recorrió el área novohispana entre 1625 y 1637,
incluyendo en su periplo la provincia de Nicaragua y La Habana; comparó la ciudad de
México de antaño con la de entonces y reflexionó en torno a los criollos, mestizos,
mulatos, negros e indígenas que encontró en ultramar. Henry Ellis reintentó la búsqueda
de la comunicación con Asia entre los años 1746 y 1747 y, finalmente, John
Narborough llegó hasta el Estrecho de Magallanes porque insistió con el
reconocimiento de las costas y accidentes geográficos de los Mares del Sur y su relación
de viaje fue publicada más tarde en Londres.
La Francia absolutista, por su parte, no se quedó atrás a la hora de alentar
empresas transoceánicas. Algunas de ellas, al igual que en el caso inglés, tuvieron por
destino las costas y mares del sur. Tal es el caso de Frezier, que en el temprano siglo
XVIII se aventuró con ese rumbo hacia los Mares del Sur, costas de Chile y Perú; la
misión científica de La Condamine con destino en el Ecuador y que tuvo por objetivo
determinar la forma exacta de la tierra; M. de Boungaville, que merodeó por la zona de
las Islas Malvinas, el Estrecho de Magallanes y la Patagonia entre 1763 y 1764; y Louis
Feuille, que se destinó a la América Meridional para efectuar observaciones físicas,
matemáticas y botánicas. Otras, como por ejemplo la de Borda, no se dirigieron
exclusivamente a América sino que también recorrieron África y Europa y su objetivo
fue verificar la utilidad de ciertos métodos e instrumentos empleados para medir la
latitud y longitud de costas, ríos e islas, entre otros espacios que ellos reconocieran.
Expirando el siglo XVIII e incluso durante los primeros años del XIX las
expediciones que continuaron la tradición de las precedentes coexistieron con las
promovidas por los Borbones, ahora imbuidas del espíritu científico, descriptivo y
clasificador –mas no transformador- que caracterizó la nueva época15. La persistencia
inglesa por aferrarse a la comunicación entre el Océano Atlántico y el Océano Pacífico
encontró en el Capitán George Vancouver un nuevo exponente que reflotó el interés por
el paso del Atlántico al Pacífico Norte. El francés Bonpland recorrió las regiones
equinocciales entre 1799 y 1803 y sus relatos, que fueron acompañados por un atlas
geográfico y físico, los recuperó más tarde Alexander von Humboldt.

14
Los relatos de Cook fueron publicados durante ese siglo puesto que ese género literario había
comenzado a despertar gran interés en el público lector.
15
Por esos tiempos, Alejandro Malaspina y José Celestino Mutis, entre otros, llevaron adelante algunas
de las más importantes y renombradas empresas científicas de la época, pergeñadas desde España.

16
Otra posibilidad es que, al llegar a suelo americano, el viajero inicie otro viaje
por el interior del continente. En estos casos, los diarios se centran en cada uno de los
espacios visitados y la lectura se ordena de acuerdo con el itinerario seguido por el
viajero. El punto de referencia de las distintas descripciones es el viajero y el lector debe
situarse donde aquel para comprender el relato: “a la izquierda”, “unas leguas más
adelante”, “queda atrás”: no se trata “(…) sólo de un ojo que observa, sino de un ojo
que observa mientras se desplaza (…)”16. El lazarillo de ciegos caminantes es el
paradigma de este tipo de relatos. El índice es un esquema fiel del itinerario y, además,
el ingreso a cada una de las jurisdicciones se encabeza con un detalle de las distancias
en leguas que separaban las diferentes postas a transitar. Así se estructura, por ejemplo,
el ingreso en Tucumán17:

Postas Leguas
De Vinará a Mancopa 13
A San Miguel del Tucumán 7
Al Río de Tapia 7
Al Pozo del Pescado 14
Son leguas 41

1.2 El viajero

El concepto de viaje define a los sujetos capaces de realizar ese acto: los
viajeros, quienes bajo diversas formas efectúan un desplazamiento en el espacio. Los
casos del viaje inmóvil o quienes viajan a través de los relatos de otros dan lugar a los
viajeros imperfectos. En cualquier caso, toda experiencia de viaje comprende al menos
tres lugares: un lugar desde el cual se observa, un lugar que se observa y un sujeto que
observa, asumiendo diversas actitudes. El principal efecto del desplazamiento,

16
Altuna, Elena, El discurso colonialista de los caminantes. Siglos XVII – XVIII, Centro de Estudios
Literarios “Antonio Cornejo Polar”, Latinoamericana editores, 2002, p. 227.
17
Este preámbulo constante revela como los viajeros dieciochescos se aproximaron al espacio americano
condicionados por la obsesión por medir, cuantificar y en su caso clasificar lo habido en el continente
americano. El rol de la ciencia en este período signó la tarea de muchos viajeros, sin embargo, no es un
tema sobre el que ésta investigación se detendrá.

17
denominado “partida” por Gasquet, es la separación de un individuo de la matriz social
en que fue formado18.
El lugar desde el cual se observa no es un lugar físico sino un lugar cultural que
determina los límites de lo observable. La contemplación se efectúa en el espacio de
destino pero con los parámetros que trae consigo el observador. Puesto que es imposible
que éste pueda registrar absolutamente todo, quien se aproxime a estas fuentes ha de
asumir que se enfrenta con un relato de la realidad recortado de acuerdo con el criterio
de cada viajero. En este sentido, Peter Burke sostiene que los escritos de viajeros hablan
más de la procedencia del viajero que del sitio visitado. Si a éste, por ejemplo, lo
sorprendía la suntuosidad de una iglesia, posiblemente eso signifique no tanto que dicha
iglesia lo sea sino, más bien, que las de su país eran más pobres que ésta. Lo mismo
cabe acotar respecto de los viajeros europeos que transitaron el espacio americano. En la
ruta hacia Santiago de Chile, Alonso Carrió de la Vandera se topó con territorios
dominados otrora por los incas:

“(…) En este tránsito no hay cosa más notable que los riesgos y precipicios,
y un puente que llaman del inca, que viene a ser una gran peña atravesada
en la caja del río capaz de detener las aguas que descienden copiosamente
de la montaña, y puede ser que alguno de los incas haya mandado horadar
aquella peña o que las mismas aguas hiciesen su excavación para su regular
curso (…)”19

En este fragmento, donde se observa la interacción entre el hombre y paisaje, se


puede dimensionar aquello que este lugar tiene de impactante para el viajero. Sin
embargo, si el viajero procediera de un lugar donde existiera una cordillera mucho más
alta e imponente que la Cordillera de los Andes, con muchos más riesgos y precipicios
que ésta y con cursos de agua mucho más manipulados que en este Puente del Inca, y si
desde allí fuese el encargado de relatar este diario; seguramente sería otro el registro de
su experiencia.

18
Gasquet, Axel, “Bajo el cielo protector, p. 45 y 46. Este autor, tomando el esquema de Gasparini
Giovanni, descompone al viaje en tres fases que varían según la circularidad o finalización del viaje: A-
partida – viaje efectivo (tránsito) – llegada con retorno al punto inicial: B- partida (tránsito) – llegada sin
retorno al punto inicial; C- partida – viaje efectivo – continuación indefinida del viaje sin llegada ni
retorno.
19
Concolorcorvo, El lazarillo, p. 133.

18
Por otra parte, la ubicación espacial del viajero en el lugar físico que observa
convierte ese sitio en una frontera. Aquí cabe señalar, siguiendo a Marie Louise Pratt, la
diferencia que establece esta autora entre frontera colonial y zona de contacto. La
frontera sólo lo es vista desde Europa, vale decir, desde la procedencia eurocéntrica de
los viajeros; en tanto que las zonas de contacto refieren a la presencia de sujetos cuyas
trayectorias allí se intersectan dando lugar a relaciones en términos de copresencia e
interacción, en general, asimétricas20. A los ojos del viajero, se trata de una frontera y, al
contrario, para investigador, éste lugar constituye una zona de contacto.
El sujeto viajero siempre cumple un rol de mediador entre el lugar que observa y
el lugar desde donde observa. Si bien los móviles que guiaron las expediciones han sido
muy variados, aquel ofició en todos los casos como un puente entre dos universos
culturales. El cumplimiento de alguna misión encargada por la autoridad política, el
afán por conocer y clasificar la naturaleza e incluso la simple curiosidad fueron algunas
de las más representativas motivaciones que concluyeron con la escritura de un diario.
En este rol de puente o mediador, el viajero puede asumir distintas actitudes que
condicionarán las características de su relevamiento. En primer lugar, el viajero puede
posicionarse como observador o voyeur recorriendo grandes extensiones y refiriendo
globalmente a las mismas sin aportar nuevos datos y confirmando los existentes.
También puede focalizar una región o un determinado aspecto –pueden ser las costas,
los ríos, los grupos humanos, entre otros- a lo largo de un espacio más amplio brindando
un detalle minucioso sobre los mismos. Se trata de los viajeros estudiados por Peter
Burke, estrictos observadores, que se convierten en espectadores al penetrar en una
cultura distinta a la propia y, donde, “(…) Como escribió Henry James en sus Italian
Hours (1877): ‘Viajar es, por así decirlo, ir al teatro’.”21. La pretensión de estos sujetos
no consistía en interactuar –aunque indefectiblemente lo hicieran- con el espacio que
recorrían, sino simplemente relevarlo, como si este último tuviese una entidad
independiente de la observación. En el trabajo de ese historiador el espacio transitado es
la ciudad de Milán durante el siglo XVII y la receta con que los viajeros lo abordan la
obtienen del inglés Francis Bacon para quien los enseres fundamentales a la hora de

20
Pratt, Marie Louise, Ojos imperiales, p. 26 y 27.
21
Burke, Peter, Formas de historia, p. 131, el autor incluye entre las formas de historia cultural el estudio
de la literatura de viajes. Para ello destina un capítulo de su obra al análisis de los relatos de los viajeros
ingleses que recorrieron Milán durante el siglo XVII, como se indicó anteriormente.

19
viajar son la presencia de un tutor, la experiencia recogida por sus predecesores y la
propia, entre otros22.
El aporte de Burke reside en su propuesta de estudiar, a partir de los estudios de
viajeros, la interacción entre el estereotipo cultural con que se aproximaron al lugar
observado y su observación personal del mismo; aspectos que presentan un mutuo
condicionamiento. Pratt, aplicando su análisis a quienes se desplazaron rumbo a tierras
conquistadas, también considera que los ojos imperiales del viajero observan, poseen
pasivamente y, al tiempo que lo hacen, se disocian del acto de conquistar declarando su
inocencia al respecto23. En los dos casos, los viajeros descubren mundos lejanos adonde
llegan nutridos de registros basados en expediciones anteriores. En cambio, si el destino
nunca ha sido relevado, serán ellos los encargados de generarlos por vez primera,
sentando así el precedente sobre el cual trabajarán otros en un futuro. El ejemplo más
puro de este tipo de viajeros son los que protagonizaron las expediciones que, a partir de
la segunda mitad del siglo XVIII, tuvieron como objetivo clasificar y describir la
naturaleza a partir de una observación que no aspiraba a interactuar con el paisaje, sino
sólo a describirlo pormenorizadamente.
Una postura distinta es la del viajero que recababa información mediante sus
observaciones pero complementaba sus registros con datos que a cada paso obtenía de
los habitantes de los espacios visitados. Aquí es clara la interacción propia de las zonas
de contacto. Alonso Carrió de la Vandera se enmarca en este estilo de relato puesto que
indica prolijamente las jurisdicciones transitadas, las características de las ciudades y los
tramos despoblados que separan a unas de otras, al tiempo que incorpora los datos y
anécdotas que le brindan los lugareños, los visitadores, los vecinos, los funcionarios,
entre otros. El espacio es un espacio de relaciones y el paisaje es un paisaje humanizado
donde cada una de las partes constituye a la otra y, ciertamente, ninguna de las dos será
la misma que antes del contacto.

22
“Travel, in the younger sort, is a part of education; in the elder, a part of experience (…) That young
men travel Ander some tutor, or grave servant, I allow vell; so that he be duch a one that hath the
language, and hath been in the country befote; whereby he may be able to tell them what things are
worthy to be seen in the country where they go (…)”, en Bacon, Francis, Essays, Civil and, en
www/bartleby.com/3/1/18.html, sitio visitado el 15 de febrero de 2007 a las 12:15 hs.
23
La autora entiende la anticonquista como “(…) las estrategias de representación por medio de las cuales
los sujetos burgueses europeos tratan de declarar su inocencia en el mismo momento en que afirman su
conquista (…)”. Este concepto lo trabaja a lo largo de su estudio, principalmente en el primer capítulo
destinado a rol de las ciencias y los sentimientos entre 1750 y 1800 en la literatura de viajes sobre África
y América del Sur. Véase Pratt, Marie Louise, Ojos Imperiales. Literatura, p. 27 y parte I. pp. 37 a 196.

20
Una última posición es la de los viajeros que establecen una relación tan
profunda con el espacio visitado que se afincan en el mismo y, en adelante, formarán
parte de él24. Por ejemplo, Tadeo Haenke fue un integrante de la expedición de
Malaspina, encargada de explorar las costas e islas de Sudamérica y el Pacífico, diseñar
cartas geográficas y relevar material botánico. La misión fue cumplida con éxito y en
1793 todos regresaron a Cádiz, excepto Haenke, quien obtuvo autorización para
proseguir con la labor hasta Buenos Aires en donde se radicó definitivamente. En este
caso, el sujeto no transitó el viaje de regreso porque, impensadamente, el destino de su
expedición fue el suyo definitivo.

1.3 El soporte material y la forma

El desplazamiento y los viajeros, en algunas ocasiones, dan lugar a textos que,


indefectiblemente, se encuentran anclados en soportes materiales25. En los períodos
donde viajar ha constituido una práctica habitual, los relatos a menudo se consumaban
siguiendo recetas y, en general, no se comprobaba disenso entre el esquema de un
viajero y el de sus predecesores. Por ejemplo, en los primeros viajes a América, durante
el siglo XVI, la misión se llevaba a cabo completando un cuestionario que pretendía
relevar los aspectos considerados sobresalientes. De este modo, y puesto que la crónica
del viaje se resumía en la respuesta al cuestionario, todos los diarios de la época
presentaron un formato similar y no restaba espacio para otro tipo de observaciones26.
Por otra parte, las recetas sobre el buen viajar también condicionaron los aspectos que
habían de relevarse. Es nuevamente el caso de On travel, donde Francis Bacon se refirió
a los viajes en el siglo XVII e instruyó acerca de aquello que era menester distinguir y
cómo hacerlo, es decir, propuso su propia receta para viajar. En su opinión, resultaba

24
Pastore, Rodolfo y Calvo, Nancy, “Viajeros afincados: los trabajos de Tadeo Haenke y Pedro Cerviño
en los primeros periódicos rioplatenses”, ponencia publicada en el CD 2º Encuentro “Las Metáforas del
viaje y sus imágenes. La literatura de viajeros como problema”, Ed. Altuna Impresores, Buenos Aires,
2005.
25
La expresión “soporte material” pertenece a Roger Chartier. Véase: Chartier, Roger, El mundo como
representación. Historia cultural: entre práctica y representación, Ed. Gedisa, Barcelona, 1992, p. 55.
Asimismo, en todo escrito, resulta dable sospechar la existencia de componentes no textuales, como lo
fue en su momento la entonación en los poemas homéricos o la caligrafía en la poesía china. Estos
aditamentos, imperceptibles cuando las fuentes se encuentran editadas o cuando la tradición oral por fin
se escribe, pueden otorgar un plus de sentido a los textos que, lamentablemente y casi siempre, se escurre.
Ver Ginzburg, Carlo, Mitos, Emblemas e Indicios. Morfología e Historia, Gedisa Editorial, Barcelona,
1994, pp. 148-149.
26
Altuna, Elena, El discurso colonialista de los caminantes.

21
fundamental relevar las cortes de los príncipes y las de justicia, los cónclaves, las
iglesias y monasterios, los monumentos, las murallas y fortificaciones de ciudades y
poblados, algunos de los refugios y puertos, antigüedades, ruinas, bibliotecas, colegios,
debates, conferencias, embarcaciones y navíos, casas y jardines importantes, lugares de
placer cercanos a las grandes ciudades, armerías, arsenales, depósitos de explosivos,
casa de cambio, bolsas, almacenes, ejercicios de equitación, instrucción de soldados y
cosas similares, comedias, tesoros de piedras preciosas, túnicas, vitrinas y objetos fuera
de lo común, marchas triunfales, máscaras, festines, casamientos, funerales, ejecución
de penas de muerte y todo lo memorable de los lugares que ellos transitaron. Asimismo,
a criterio de Bacon, los viajeros debían contar con una aproximación al leguaje del lugar
a visitar y procurarse la compañía de hombres de la nación de destino evitando las
amistades de su país27.
Los destinatarios de dichos consejos fueron quienes se aventuraron a recorrer
Europa. Esta receta, por tanto, no es fácilmente trasladable a América porque se refiere
a un paisaje diferente pero no tan exótico a los ojos del observador como lo era el
paisaje americano. Dentro de Europa las “cosas” podían llamarse por su nombre, es
decir, había un nombre para cada una de ellas: el monasterio se llamaba monasterio, las
Cortes eran Cortes, los embajadores, embajadores, y así sucesivamente. Pero, ¿cómo
podrían los sujetos que cruzaron el Atlántico describir un universo extravagante?
¿Cómo lograrlo si el léxico que portaban no era suficiente cuando la realidad observada
desbordaba sus parámetros de percepción? En estos casos, en el momento de describir
aquello que veían para transmitirlo a quienes quedaron en Europa, necesariamente
debían despegarse del recetario suministrado por Bacon, para referirse el mundo
americano con los términos del europeo. Esto significaba que cuando se presentaba algo
inenarrable con el vocabulario conocido, se manipulaba este mismo léxico para volver
aprensible el fenómeno observado. Por ejemplo, Alonso Carrió de la Vandera se valió
de este recurso para informar acerca de la naturaleza de las arañas que producen seda:

“(…) observé en el camino real mucho hilos blancos de distinto grueso (…)
Todos muy iguales, lisos y sin goma alguna, y tan resplandecientes como el
más sutil hilo de plata. Reparé que unos animalitos en figura y color de un
escarabajo chico caminaban sobre ellos con suma velocidad (…) En los

27
Bacon, Francis, Essays, Civil and.

22
hilos dilatados he visto algunos animalitos muertos en la figura de una araña
común, colgados de las patitas y del color de un camarón sancochado
(…)”28

Las palabras subrayadas dejan ver los parámetros europeos que portan los
lectores del diario –así como su autor-, los cuales, en definitiva, les posibilitarán
comprender de qué se trata la observación. En el párrafo siguiente, el viajero aclara que
se trata de arañas que producen seda y que su fuente de información fueron dos vecinos,
don Luis de Aguilar y don Juan Silvestre Helguero. Con esto último también puede
ejemplificarse la actitud interactiva de este viajero que, además de recabar datos sobre el
paisaje, enriquece su relato con testimonios obtenidos merced a su diálogo con
lugareños, como se indicó unas páginas atrás.
La receta, además, puede indicar cuáles son los temas a tratar. La cuestión del
trato de los españoles respecto de los indígenas preocupó tanto a Jorge Juan y Antonio
de Ulloa como a Alonso Carrió de la Vandera. Los primeros consignaron en reiteradas
oportunidades los abusos cometidos en los obrajes y, seguramente por este motivo, sus
informes revistieron el carácter de Noticias Secretas. Carrió de la Vandera, en cambio,
efectuó años después una ferviente defensa de la conquista. Escudado tras el disfraz de
Concolorcorvo –posiblemente un sirviente mestizo que lo escoltó en su trayectoria-,
enalteció el trato de los españoles hacia los indígenas, sugiriendo que era de mejor
calidad que el que otros europeos, asiáticos y africanos proferían a sus trabajadores
forzados. Además, en varios pasajes destacó el ocio y otras malas costumbres atribuidas
a esta población que, si bien eran preferibles a los hábitos y diversiones de los negros,
de todos modos le suministraban un sólido argumento para avalar el proceder español29.
El contexto de producción del viaje condiciona el formato con que cada viajero
expuso su experiencia, adquiriendo en todos los casos una materialidad que, aun en
distinto modo hará posible el encuentro con los lectores. De hecho, aquello que
trasciende de generación en generación y zanja parte de la distancia que imponen los
siglos trascurridos no es otra cosa que un objeto en su sentido más material. Un objeto –
acaso un libro- al cual cada lector habrá de conferirle su significado. Los textos que
escribieron los viajeros no son otra cosa que las ediciones que hoy se encuentran
conservadas en bibliotecas, excepto, claro, el extraño caso de dar con algún manuscrito

28
Concolorcorvo, El lazarillo de, p. 66 y 67. El subrayado es mío.
29
Concolorcorvo, El lazarillo de, p. 208, 209, 213, 223 y 224, entre otras.

23
original. Estas ediciones son, según Roger Chartier30, los objetos que permiten la
comunicación de lo escrito –como, por cierto, también lo son los manuscritos- porque,
en otros términos, “(…) no hay texto fuera del soporte que lo da a leer, que no hay
comprensión de un escrito, cualquiera que sea, que no dependa de las formas en que
alcanza a su lector (…)”31. Recién cuando los textos se objetiven en un impreso, tendrá
lugar la construcción de sentido, pero para ello este objeto deberá, indefectiblemente,
encontrarse con un lector o destinatario.

1.4 Los destinatarios

Una pluralidad de sujetos, en distintos tiempos y lugares, puede acceder a los


escritos de viajeros. Todos ellos son los posibles lectores de los escritos a quienes el
viajero pudo conocer o no. Respecto de los destinatarios de las fuentes escritas en
general y de los escritos de viajeros en particular resulta pertinente la interpretación de
Peter Sloterdijk. Su tema de estudio –el humanismo en la posguerra- incluye una lectura
acerca de la circulación de la filosofía escrita a lo largo de los siglos que equipara la
escritura de la filosofía con la escritura de cartas. Cartas que los griegos escribieron sin
saber que sus destinatarios serían los romanos y que, por su intermedio, trascenderían a
occidente de un modo que ellos jamás imaginaron: “Forma parte de las reglas de juego
de la cultura letrada que el remitente no pueda prever quién será su destinatario
definitivo”32. Esta interpretación puede aplicarse a los diarios de viaje pues los escritos
que redactaron quienes viajaron a América durante el período colonial encontraron, con
el transcurso de los siglos, un amplio espectro de destinatarios. Entre ellos pueden
mencionarse sus coetáneos; los intelectuales y políticos que durante el reformismo
borbónico se preguntaron por las colonias americanas; quienes en el siglo XIX
recuperaron estas fuentes en tanto materia prima de la historia o acaso con un objetivo
político; los investigadores que desde distintas disciplinas encontraron en estas fuentes
un novedoso objeto de estudio; nosotros. La lectura que cada tiempo hizo de los escritos

30
Chartier, Roger, Chartier, Roger, El mundo como, p. 55.
31
Chartier, Roger, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Ed. Alianza, Madrid, 1993, p. 45.
32
Sloterdijk, Peter. “Reglas para el Parque Humano. Una respuesta a la “Carta sobre el Humanismo” (El
discurso de Elmau)”. Conferencia pronunciada en el Castillo de Elmau, Baviera, en julio de 1999, en el
marco de los simposios del Castillo de Elmau sobre “La filosofía en el final del siglo”. El texto fue
publicado en Die Zeit el 10 de setiembre de 1999. Traducción: Fernando La Valle. En:
www.otrocamplo.com/6/sloterdijk_parquehumano.html. Sitio visitado el 20 de julio de 2005 a las 11
horas.

24
de los viajeros permite dilucidar cómo se apropiaron de ellos y cuál fue el uso cultural
que cada destinatario les otorgó en un determinado momento histórico. Para el período
colonial, Elena Altuna distingue los lectores de los diarios insertos en las instituciones
españolas de aquellos que, luego de la segunda mitad del siglo XVIII, se incorporaron
como público general33.
En este marco, los historiadores pueden ser considerados como destinatarios de
los diarios de viaje redactados durante la colonia. Considerando que, como se señaló
anteriormente, no son otra cosa que fuentes escritas, la aproximación del investigador a
ellas debe guardar ciertos recaudos. El historiador no ha de perder de vista quién o
quiénes fueron los interlocutores originales del escrito, es decir, a quién estaba dirigido
en primer término. El título del diario de Carrió de la Vandera es sugerente en este
sentido. La metáfora del lazarillo de ciegos caminantes encauza su escrito hacia los
caminantes que en un futuro recorrerían el mismo espacio que él en ese momento
transitaba. En este caso, ellos eran los destinatarios previstos en el escrito, a los que han
de sumarse, por supuesto, los coetáneos a quienes elípticamente también se dirigió.
Cada uno de estos lectores interpeló los escritos a partir de su propia realidad.
Cada uno de estos lectores al aproximarse a los textos entabló con ellos una relación a
partir de la cual los mismos pudieron ser diversamente captados, manejados y
comprendidos34. De este modo, devinieron fuentes susceptibles de diversas lecturas y
lectores, en variados tiempos y espacios. Esta disociación entre el texto y sus lecturas y
lectores o, lo que es lo mismo, entre el mundo del texto y el mundo del lector, genera la
operación de producción de sentido35 que, cuando se produce, desdibuja la
intencionalidad del viajero en cuanto a aquello que amerita ser transmitido en virtud de
lo que cada lector desea o mejor dicho puede interpretar. En esta operación de
producción de sentido se reúnen diferentes espacios y tiempos, por un lado los del
viajero y por otro los de su lector de turno. Ambos, en términos de Chartier, se
encuentran constreñidos por el texto –que permite una diversidad de lecturas pero con
un límite de cuestiones que pueden reflejarse en él-, y el contexto a tener en cuenta en
cada caso.

1.5 La alteridad

33
Altuna, Elena, El discurso colonialista.
34
Chartier, Roger, El mundo como, p. 54.
35
Chartier, Roger, El mundo como.

25
Desplazamiento, viajeros, soportes materiales y destinatarios son elementos
comunes a todo viaje. Resta aún señalar uno que no es específico pero sí ineludible a la
hora de redactar un diario referido a la América Colonial: la alteridad36. Los objetivos
perseguidos por los viajeros o sus empresas de conquista fueron determinados de
acuerdo con los imperativos de cada momento: conocer, comerciar, colonizar, poblar,
pescar, transitar, navegar, entre otros. Horizontes diversos relacionados en mayor o
menor medida con una cuestión omnipresente, un denominador común expresado en la
problemática indígena; o, dicho de modo más amplio, en la alteridad eternamente
presente.
Durante el período colonial –aunque no exclusivamente- la alteridad se
encuentra asociada a los factores étnicos presentes en toda sociedad. En este sentido,
resulta pertinente la definición de etnicidad que suministra Steve Stern, quien la
entiende como “(…) el proceso de usar supuestos atributos culturales y físicos que se
consideran fuertemente adherido a las personas implicada y, por tanto, no fácilmente
renunciables, adaptables o transferibles (raza o color, ancestros biológicos o culturales,
religión, lenguaje, hábitos de trabajo, vestimenta, etc.). Atributos que sirven para trazar
las fronteras sociales que ubican a las personas en agrupaciones diferenciadas dentro del
mundo más amplio de la interacción social”.37

36
La alteridad supone la presencia de sujetos percibidos –por sí y por otros- como diferentes quienes,
exceptuando una situación modélica e inviable en la práctica, entablan relaciones entre ellos. Una de las
manifestaciones más vigentes en estos tiempos, la cuestión del orientalismo ha sido abordada en Said,
Edward W. [1978], Orientalismo, DeBolsillo, Barcelona, 2006. Respecto de la América Colonial, desde
el siglo XVI la sociedad colonial se constituyó como una sociedad de castas atravesada por el factor
étnico y por ende por la alteridad. La convivencia de grupos étnicos diferentes en un mismo territorio dio
lugar en la primera generación, desde período colonial temprano, al mestizaje. Dos siglos más tarde,
blancos, indios, negros, mestizos, mulatos, zambos, combinados entre sí dieron por resultado un mosaico
multiétnico donde el grupo al cual cada uno pertenecía, por origen o por compra de la pureza de sangre,
condicionaría sus posibilidades, sus lugares, sus vestimentas, sus costumbres. La alteridad aparece
asociada, por ejemplo, a la estratificación de la sociedad colonial en Serrera, Ramón María, “Sociedad
estamental y sistema colonial”, en A. Annino, Luis Castro Leiva y François Xavier-Guerra, De los
Imperios a las Naciones, Iberoamérica, Zaragoza, 1994, pp. 45-75, entre otros. Finalmente, la alteridad ha
sido abordada teóricamente en diversos trabajos y, puesto que resulta estéril registrarlos
pormenorizadamente, sólo se mencionan algunos: Díaz Polanco, Héctor, Notas teórico metodológicas
para el estudio de la cuestión étnica, en Boletín de Antropología Americana, México, 1984; Siffredi,
Alejandra y Briones de Lanata, Claudia, “Discusión introductoria sobre los límites teóricos de lo Étnico”,
en Cuadernos de Antropología Nº3, Universidad Nacional de Luján, pp. 5-24; Devalle, Susana (comps),
La diversidad prohibida: Resistencia étnica y poder de Estado, Ed. El Colegio de México, 1989; Devalle,
Susana, “Etnicidad e identidad: usos, deformaciones y realidades”, en Estudios de Asia y África, XXXIV,
I, 1999, pp. 33-50, entre otros.
37
La definición de Stern es producto de la reflexión que se dio, desde la década del sesenta, en el campo
de la antropología y fue iniciada por el trabajo de Barth, Fredrik (comps) Los grupos étnicos y sus
fronteras. La organización social de las diferencias culturales, Ed. Fondo de Cultura Económica,
México, 1976. Esta compilación contiene una introducción de carácter teórico seguida de capítulos donde
distintos autores se abocaron al estudio de diversos grupos étnicos. Stern recurre a gran parte del trabajo
realizado por la antropología para estudiar el mundo campesino en los andes. Véase: Stern, Steve

26
La mirada del viajero, determinada por su matriz social, instala el tema de la
alteridad como ineludible y el mismo sobrevuela cualquier cuestión a la que pretenda
hacerse referencia tamizando cada uno de los registros. Por lo tanto, para el caso de los
viajes a América, además de los soportes materiales y las recetas que condicionaron el
modo en que el texto se presentó, ha de mencionarse “la cuestión del otro”. El
fenómeno de transculturación, que atraviesa el libro de Pratt, se verifica en las “zonas de
contacto” y es producto de la interacción entre sujetos que se perciben entre sí como
distintos aunque, ciertamente, esta autora también se dedica a las expediciones a África.
Por su parte, Manuel Lucena Giraldo sostiene que la literatura de viajes es la escritura
que por excelencia refleja cuál ha sido la mirada, descripción y apropiación por parte de
occidente del resto del mundo38. En ambos casos, se trata de la percepción de hombres y
espacios diferentes. Paralelamente, cabe preguntarse en qué medida, para el caso de los
viajes dentro de Europa, el otro europeo también es un sujeto distinto del observador; o,
¿acaso es lo mismo un habitante de Milán que uno de Londres? Evidentemente, la
diferencia siempre existe por lo cual aquí resulta pertinente la postura de Burke que,
antes que la referencia a unos y otros, prefiere abordar el tema en términos de distancia
cultural. Entre el viajero y el universo observado, la misma será menor si se trata de un
paisaje europeo y mayor si, al contrario, el destino es el continente americano o el
africano. En cualquier caso, aquí se tratará el tema como la cuestión del otro.
En el caso americano, la sorpresa frente al otro fue el “pecado de origen” que
signó toda expedición ulterior al tiempo que otorgó la impronta a la interrelación con
los europeos pues, desde distintos lugares y reformulada a cada paso, la pregunta por el
hombre americano atravesó horizontalmente la historia de este período. La expresión
“pecado de origen” denota, parafraseando nuevamente a Todorov, el descubrimiento
que el yo hace del otro. Semejante descubrimiento no se dio respecto de los habitantes
de África o el Oriente Asiático porque, pese a la distancia física y cultural entre los
continentes, los europeos siempre supieron de su existencia. En el caso americano, el
interrogante era cómo clasificar a los habitantes de América, completamente extraños
para los observadores europeos. ¿Súbditos de la Corona? ¿Infieles? ¿Eventuales
esclavos? ¿Qué o quiénes eran esos otros? Una constante entre los viajeros que contó

(compilador), Resistencia, rebelión y conciencia campesina en los Andes. Siglos XVIII al XX, Instituto de
Estudios Peruanos, Perú, agosto de 1990, p. 38.
38
Lucena Giraldo, Manuel, “Introducción”, en Lucena Giraldo, M. y Pimentel, Juan (eds.), Diez estudios
sobre, p. 25.

27
con el aditamento de la reflexión acerca de la naturaleza de los habitantes del nuevo
mundo.
La preocupación por el otro permaneció latente hasta el siglo XVIII, cuando
resurgió con otra connotación. La pregunta por la naturaleza del indígena se trasladó a
quienes abonaban la teoría del determinismo racial. Las corrientes del pensamiento
abarcadas bajo el común denominador de “la ilustración” brindaron un nuevo marco
para reeditar la polémica respecto al ‘otro’ americano. Desde Francia, en 1792, se
planteaba la cuestión acerca del impacto –favorable o desfavorable- que desde el siglo
XVI tuvo América para el desenvolvimiento posterior de Europa. Tras los ensayos que
se escribieron al respecto, en verdad se escondían prejuicios cobijados durante más de
tres siglos. Nuevamente se presentaron posiciones encontradas respecto de los grupos
originarios americanos en las cuales sus detractores se encuadraron dentro de las
doctrinas del determinismo racial. Sus representantes más significativos fueron el
Conde de Buffón, Voltaire, Cornelius de Paw, Guillaume Thomas Raynal, el escocés
William Robertson y más tarde Charles Darwin. Robertson citó expresamente relatos de
viaje de La Condamine, Bouguer y Ulloa para sustanciar a sus afirmaciones. El
menosprecio de las culturas indígenas americanas y su consecuente inferioridad fue la
contracara de la idea de superioridad de la raza europea. La respuesta americana no se
hizo esperar y provino, principalmente, de los ilustrados de Nueva España, algunos de
ellos jesuitas exiliados como Juan de Velasco, Juan Ignacio Molina y Francisco Javier
Clavijero. Este último fue un claro exponente de la reivindicación mexica ante la
degradación propuesta por aquellos autores. Discutió los lugares comunes instalados a
partir de la expedición de La Condamine, como por ejemplo las limitaciones de la
lengua náhuatl para determinadas expresiones y sostuvo, por otra parte, que los viajeros
europeos se nutrían con informaciones deficientes que los indígenas, astutamente, les
suministraban de modo retaceado39.
Mientras tanto, España –observando el éxito inglés- comenzó a mirar a los
indígenas con otros ojos pues la exploración de su apariencia física, rasgos culturales y
costumbres tenía ahora un claro objetivo: conocer a la contraparte con la cual se iba a
comerciar o, en términos generales, el no sometido a quien era menester someter. La
práctica del comercio se convertiría de este modo en una novedosa y sutil forma de

39
David Brading repasa los acuerdos y las disidencias de estos pensadores respecto a las sociedades
americanas en, Brading, David A., Orbe Indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492 –
1867, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1991, Capítulos “Historia y filosofía”, pp. 456 a 482 y
“Patriotas jesuitas”, pp. 483 a 500.

28
someterlos. Desde entonces, una mirada con renovados intereses se posó sobre los
indígenas americanos cuando, a propósito de las nuevas ideas, éstos se convirtieron en
potenciales consumidores de los efectos españoles. Sobre este tema se detiene
específicamente el último capítulo de este trabajo.
Hasta aquí se han desagregado las distintas componentes que integran un viaje y
se ha consignado una que es propia de los viajes coloniales en general y de los viajes a
América en particular. Cuando todos estos rasgos se reúnen, un viaje se perfecciona. No
obstante, es posible que se configuren viajes o viajeros imperfectos si uno o más de
estos atributos están ausentes. Entre estos últimos, puede citarse el caso de sujetos que
conocen sitios distantes partir de la lectura de relatos de otros; expediciones que no
dejaron registro escrito y quedaron relegadas al olvido; manuscritos que aún no han sido
hallados y por ello no cuentan con un lector, entre otros.
El espacio rioplatense fue transitado por distintos viajeros quienes
perfeccionaron su viaje anoticiando a los posibles destinatarios acerca de las
peculiaridades que allí observaron. Los gobernantes ilustrados del reformismo
borbónico que no lo conocieron empíricamente leyeron atentamente esos relatos,
convirtiéndose de este modo en viajeros imperfectos. El diálogo entre unos y otros
constituye la materia de los capítulos siguientes.

29
Capítulo 2
El Río de la Plata en los diarios de viaje: desde “el hambre”
hasta “la abundancia”

El espacio rioplatense40 fue recorrido desde el siglo XVI por numerosos viajeros.
En general, no acreditaban aspiraciones literarias pues su misión se encaminaba más a
dejar un registro determinado que una pieza de literatura. Escribir y leer fueron, durante
la colonia, actividades reservadas a unos pocos. En principio, la actividad letrada circuló
dentro del anillo protector de la Corona que Ángel Rama denominó “ciudad letrada”41 y
sus diversos usos durante la colonia fueron funcionales, en último término, al interés de
la Monarquía Hispánica42. Con el transcurso de las décadas, el círculo se fue ampliando
y la palabra escrita no la portaron sólo quienes la traían desde Europa o habían accedido
a las universidades americanas43 sino que la sociedad colonial en su conjunto participó

40
La historiografía sobre la América Colonial construyó la denominación “espacio rioplatense” (o el Río
de la Plata) y la instaló para referirse al actual territorio argentino. El mismo estuvo integrado por Buenos
Aires, Córdoba, Santa Fe, Tucumán, Santiago del Estero, Mendoza y Salta, entre otras ciudades
coloniales, más los amplios espacios que las separaron y las áreas indómitas como la Magallánica o el
Chaco (ver anexo cartográfico). Durante el período en cuestión, un estudio acotado a dicho espacio carece
de sentido pues éste sólo podía entenderse a partir de un conjunto de regiones articuladas en torno a la
dinámica global del espacio colonial. El Alto Perú, la Banda Oriental y Paraguay no forman parte del
espacio rioplatense pese a que integraron el territorio que, a partir de 1776, fue el Virreinato del Río de la
Plata con capital en Buenos Aires. Ese territorio –primero Virreinato del Perú y luego del Río de la Plata-
estuvo dividido en Gobernaciones hasta la implementación de las reformas borbónicas, cuando comenzó
a regir el Régimen de Intendencias. Por último, resulta impensable abordar este espacio durante la colonia
sin referirse a la sujeción administrativa o a las articulaciones económicas de las ciudades rioplatenses
con centros políticos, económicos o administrativos como Lima o Potosí. En este trabajo, deslindar –en
términos analíticos- el espacio rioplatense del conjunto dentro del cual funcionaba, no supone ninguna
dificultad interpretativa que distorsione los objetivos propuestos.
41
Rama, Angel, La ciudad letrada, Ed. Comisión uruguaya pro Fundación Internacional Angel Rama,
Montevideo, 1984.
42
Pese a ello, ciertos clérigos, órdenes religiosas, educadores, escribanos y poetas, entre otros, lograron
despegarse de ese mandato para expresar su disenso. Un caso representativo es Sor Juana Inés de la Cruz,
religiosa que se apropió de las formas literarias del barroco y las convirtió en el instrumento más eficaz
para expresar severos cuestionamientos al orden social de su tiempo. La obra de Sor Juana Inés de la Cruz
es vasta y abarca un amplio espectro: Villancicos, sonetos donde curiosamente toca el tema del amor,
prosa Primero Sueño, su célebre carta conocida como “Respuesta a Sor Filotea” donde desafiaba la
autoridad eclesiástica, entre otros. Sus coetáneos no la consideraron una intelectual americana sino
peninsular, y gran parte de su obra fue editada en Europa. Vivió al mismo tiempo que Sigüenza y
Góngora pero su obra es más literaria y menos científica que la de aquél. Un estudio de la obra de Sor
Juana puede consultarse, entre otros, en Paz, Octavio, “Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe”,
en Obras completas, tomo V, México, Fondo de Cultura Económica, 1988 [1982].
43
Para el caso del Río de la Plata, véase, entre otros, Furlong Cardiff, Guillermo, Historia y bibliografía
de las primeras imprentas rioplatenses, 1700 – 1850, Misiones del Paraguay, Argentina, Uruguay,
Buenos Aires, 1959; Furlong Cardiff, Guillermo, Historia del colegio de la inmaculada de la ciudad de
Santa Fe y de sus irradiaciones culturales, espirituales y sociales: 1610 – 1861, Ed. Edición de la
Sociedad de Ex – alumnos, Buenos Aires, 1962 y Furlong Cardiff, Guillermo, Historia social y cultural
del Río de la Plata, 1536 – 1810, Buenos Aires, TEA, 1969.

30
de las prácticas de lectura, escritura o ambas más allá de su dominio. Como se mostrará
en el capítulo siguiente, los integrantes de la sociedad colonial mostraron distintos
grados de aproximación a los documentos escritos a través del conocimiento de su
contenido, la estampa de una firma en ellos o la escucha de una lectura en voz alta.
Dentro de este espectro –no hay que olvidar el rol de la Inquisición44 que
limitaba la circulación de la palabra escrita- en el caso del Río de la Plata, se ubican los
escritos de viajeros y el subconjunto que incluye los diarios de viaje referidos a esa
zona. Frailes, jesuitas, funcionarios y soldados fueron los viajeros que empuñaron su
pluma para narrar sus hazañas o desventuras o reflejar mediante sus escritos la
geografía, la flora y la fauna de cada lugar. A continuación se mencionan algunos de
ellos a través de una enumeración que no pretende ser taxativa pero sí representativa,
que se circunscribe a quienes recorrieron el espacio interior rioplatense y que excluye
los relatos de las expediciones que sólo se refirieron a sus costas.
Para el período temprano, se destacan el adelantado Juan Ortiz de Zárate, el
oidor de Charcas Matienzo, Ulrico Schmidl, un holandés llamado Enrique Ottsen que
avistó Buenos Aires desde un barco, los naturalistas Medina del Campo y Bernabé
Cobo y los más renombrados como Álvar Nuñez Cabeza de Vaca por su participación
en las intrigas facciosas en el Paraguay45. En el siglo XVII escribieron los jesuitas
Francisco Xarque, Antonio Machón y Luis de Valdivia, el franciscano Luis de Bolaños,
observadores de la naturaleza como Antonio León Pinelo y Nicolás del Techo, Acarette
du Biscay, y se agrega por la trascendencia de su obra, al Inca Gracilaso de la Vega
quien destinó capítulos de sus Comentarios Reales sobre los Incas al Tucumán que
había integrado el Tawantinsuyu. En el siglo XVIII, cabe destacar la obra de Florian
Paucke, jesuita que trascendió por sus dibujos y su énfasis para transmitir las
experiencias habidas en una reducción de mocovíes46, Pedro Lozano también jesuita y

44
Véase, entre otros, Levaggi, Abelardo (coord.), La Inquisición en Hispanoamérica: estudios, Ediciones
Ciudad Argentina, Buenos Aires, 1997.
45
Un panorama general de esta región durante la conquista puede consultarse, entre otros, en Guérin,
Miguel Alberto, “La organización inicial del espacio rioplatense”, en Nueva Historia Argentina, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 2000, pp. 13 - 54. Un estudio reciente sobre este conflicto que trabaja
además los cronistas del período colonial temprano, puede consultarse en: Ibarra, Marilina, “Los
conflictos de poder durante la conquista del litoral rioplatense: el liderazgo de Domingo Martínez de
Irala”, Seminario Regional, Biblioteca Escuela de Historia, Facultad de Humanidades y Artes,
Universidad Nacional de Rosario, Argentina. Inédito.
46
Véase, Font, Florencia, “La reducción de San Francisco Javier de Mocovíes: una relectura de Florián
Paucke”, en Historia Regional. Estudios de caso y reflexiones teóricas, Areces, Nidia y Mata, Sara
(comps), Editorial Universidad Nacional de Salta, 2006, pp. 23-36.

31
su sucesor José Guevara, entre otros47. Además en este período hay que mencionar los
relatos provenientes de las expediciones que marcharon hacia América en cumplimiento
de alguna misión como trazar los límites entre dominios portugueses y españoles –en
este sentido, más adelante se hará referencia al diario de viaje de Francisco Millau- o
llevar a cabo un emprendimiento científico, como la expedición de Malaspina48. El
lazarillo de ciegos caminantes merece una mención especial porque sus páginas
resultan una combinación armónica de los elementos de la novela picaresca con las
sagaces observaciones del autor y un cúmulo de anécdotas recogidas de sus propias
vivencias o de la información obtenida de terceros.
Los diarios de estos viajeros contenían en sus páginas el preciado conocimiento
empírico de las áreas sobre las cuales la Corona pretendía legislar. La información que
suministraban a los funcionarios ilustrados españoles era la representación que de él
habían construido los viajeros que lo transitaron49. Los ojos de los viajeros estuvieron
preparados para observar uno u otro aspecto del espacio rioplatense según el momento
en que se sustanció cada viaje; es por eso que en el transcurso del período colonial, el
mismo fue percibido de distintos modos en virtud de aquello que era dable observar en
cada caso.

47
Un relevamiento exhaustivo de los distintos relatos referidos al espacio rioplatense así como una
mención de sus autores puede consultarse en Santillán, Diego Abad de, Santillán, Diego Abad de,
Historia Argentina. Tomo I, Tipográfica Editora Argentina, Buenos Aires, 1965, pp. 287-312, y además
Furlong Cardiff, Guillermo, Entre los avipones del Chaco, según noticias de los misioneros jesuitas
Martín Dobrizhoffer, Domingo Muriel José Brigniel [et. al.], Buenos Aires, Tall. Graf. “San Pablo”,
1938; Furlong Cardiff, Guillermo, Entre los mocovíes de Santa Fe, según las noticias de los misioneros
jesuitas Joaquín Camaño, Manuel Canelas [et. al.], Buenos Aires, S. de Amorrortu, 1938; Furlong
Cardiff, Guillermo, Entre los vilelas de Salta, según noticias de los misioneros jesuitas Bernardo Castro,
Joaquín Camaño, Antonio Maxi [et. al.], Buenos Aires, “Academia literaria del Plata”, 1939; Furlong
Cardiff, Guillermo, Entre los lules de Tucumán según noticias de los misioneros jesuitas Antonio
Machón, o, Pedro Juan Andreu [et. al.], Buenos Aires, Tall. graf., San Pablo, 1941 y Furlong Cardiff,
Guillermo, Entre los tehuelches de la Patagonia, según noticias de los misioneros e historiadores jesuitas
Diego Rosales, Miguel de Olivares, Nicolás Mascardi [et. al.], Buenos Aires, Tall. graf., San Pablo, 1943.
48
Con esta denominación trascendió la empresa político científica liderada por Alejandro Malaspina en
1789 cuyo objetivo fue visitar los dominios españoles tanto en América como en Asia. Imbuida en las
premisas clasificatorias y científicas propias de la Ilustración, esta expedición dejó como legado bocetos,
mapas, ilustraciones así como catálogos de las distintas especies de flora, fauna y minerales observadas en
la América Española.
49
El modelo de interpretación está tomado de Chartier, Roger, El mundo como representación. El autor,
si bien no estudia diarios de viaje, construyó el concepto de representación que resulta operativo para el
trabajo con aquéllos. Lo mismo puede decirse de la operación de producción de sentido que se produce
cada vez que un lector aborda un texto, indefectiblemente anclado en un soporte material que lo separa de
quien en algún momento lo escribió. Véase: Chartier, Roger, Libros, lecturas y lectores

32
2.1 Los viajeros en el espacio rioplatense y las rutas
comerciales

Desde inicios del siglo XVI el ancho estuario del Río de Plata fue un espacio
apetecido igualmente por portugueses y españoles. Estos últimos, una vez emprendida
la conquista de México y Perú, pretendieron extender sus dominios al resto del
continente tras el objetivo del momento: la obtención de metales preciosos. Lejos de
satisfacer esa obsesión, el espacio rioplatense no ofreció a los viajeros del período
colonial temprano otra cosa que el hambre, y así lo transmitieron a sus coetáneos. Esa
frase, acuñada por Manuel Mujica Lainez50, se inspiró en el diario de viaje de Ulrico
Schmidl, un viajero alemán integrante de una expedición que permaneció dos décadas
en este territorio, quien recordaba:

“(…) Era tanta la pobreza y el hambre que no había bastantes ratas, ratones,
serpientes ni otros bichejos inmundos para aplacar el hambre tan grande e
infame. No quedaron ni zapatos ni cuero alguno, todo se comía. Y sucedió
que tres españoles robaron un caballo y se lo comieron. La cosa fue sabida y
los prendieron y, sometidos a tormento, lo confesaron y fueron condenados
y ahorcados. Aquella misma noche, otros tres españoles se juntaron y fueron
al cadalso donde estaban los ahorcados, cortaron los muslos y otros grandes
pedazos de carne y los llevaron para matar el hambre incontenible.”51

Este desalentador panorama inicial fue revertido muy lentamente por el proceso
de fundación de ciudades y el asentamiento de modestas sociedades coloniales que
comenzaban allí a desarrollar actividades económicas y a fijar sus pautas políticas.
Asunción, Santa Fe y Buenos Aires, todas ellas fundadas desde el Atlántico, pueden
considerarse como los antecedentes más remotos de este proceso de atlantización del
espacio.
En esa época, desde el Perú partieron otras empresas fundadoras de ciudades del
actual noroeste argentino y llegaron hasta Tucumán52. El conjunto, con el transcurso del

50
Véase Mujica Lainez, Manuel, Misteriosa Buenos Aires, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968.
51
Schmidel, Ulrico, Viaje al Río, p. 33.
52
La ausencia de metales preciosos en el espacio rioplatense desalentó, en un principio, a las empresas
privadas. Sin embargo, la Corona lo apreciaba como un flanco protector del Perú y por este motivo, con
distinto énfasis, le dedicó cierta atención que se tradujo en sucesivas capitulaciones. La primera fundación

33
tiempo, conformó una constelación de puntos estratégicos que vertebraron las rutas
articuladoras de este extenso espacio interior. De los viajeros que lo transitaron antes del
reformismo; el más conocido fue Acarette du Biscay quien en pleno siglo XVII atravesó
la misma ruta que cien años después recorrería Alonso Carrió de la Vandera. A un siglo
de la “conquista”, su diario de viaje indicaba una percepción más optimista de la ciudad
de Buenos Aires respecto de las posibilidades que ofrecía en un comienzo:

“(…) El pueblo está situado sobre un terreno elevado, a orillas del Río de la
Plata, a tiro de mosquete del canal, en un ángulo de tierra formado por un
riacho, llamado Riachuelo (…) a un cuarto de legua de la ciudad (…) Las
casas del pueblo están hechas de barro, porque hay poca piedra en todas
estas regiones hasta el Perú (…) y detrás de las casas amplias huertas, llenas
de naranjos, limoneros, higueras, manzanos, perales y otros frutales, con
abundancia de hortalizas, zapallos, cebollas, ajo, lechuga, alberjas y habas, y
especialmente sus melones son excelentes, pues la tierra es muy fértil y
buena (…) tienen en abundancia toda clase de vituallas (…) Toda la riqueza
de estos habitantes consiste en ganados, que se multiplican tan
prodigiosamente (…) particularmente toros, vacas, ovejas, caballos, yeguas,
mulas, asnos, cerdos, venados y otros, de tal manera que si no fuera por el
vasto número de perros que devoran los terneros y otros animales jóvenes,
devastarían el país (…)” 53

La percepción del espacio se había alterado sustancialmente si se la compara con


la anterior pues en este caso la observación indica que ya no reinaba el hambre sino la

de Buenos Aires no pudo sostenerse; pese a ello, la empresa que desde allí fundó Asunción permaneció
luego de la caída de aquella. Años más tarde, y con el objetivo de romper su aislamiento, desde Asunción
se fundó la ciudad de Santa Fe y luego, por segunda vez, se fundó Buenos Aires (ver anexo cartográfico).
Al mismo tiempo, desde el Perú se generó otra corriente fundacional que buscaba la salida Atlántica y
que dio sentido a esta segunda fundación de Buenos Aires. En cualquier caso, el espacio rioplatense
integró el mercado interno peruano y las corrientes pobladoras se sucedieron en ese marco general, tal
como lo indican Assadourian, Carlos Sempat; Beato, Guillermo y Chiaramonte, José Carlos, Argentina:
De la conquista a la Indepencia, Ed. Hyspamérica, Buenos Aires, 1986. [1972], pp. 21- 59. Además
véase el segmento correpondiente a la sociedad en Buenos Aires en el trabajo clásico Torre Revello, José,
La sociedad colonial, Ed. Pannedille, Buenos Aires, 1970; también Romero, José Luis, Latinoamérica:
las ciudades, y síntesis actualizadas como por ej., Nidia Areces quien reseña este proceso fundacional
para el caso rioplatense inserto en el contexto general que abarcó al conjunto del espacio americano en:
Areces, Nidia, “Las sociedades urbanas coloniales”, en Tandeter, Enrique (Director de tomo), Nueva
Historia Argentina. La Sociedad Colonial, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 2000, pp. 145-187.
53
Acarette du Biscay [1657], Relación de un viaje al Rio de la Plata y de allí por tierra al Perú, con
observaciones sobre los habitantes, sean indios o españoles, las ciudades el comercio, la fertilidad y las
riquezas de esta parte de América, Ed. Alfer & Vays, Buenos Aires, 1943.

34
abundancia. Eran otros tiempos, transcurría del siglo XVII, según el historiador
Ruggiero Romano “el siglo de la tierra”54, cuando las grandes extensiones de tierra, que
hasta entonces tenían poco valor, se transformaron gradualmente en el bien más
preciado por aquellos que aspiraban a alcanzar una posición encumbrada en la sociedad
colonial. Su tenencia se convirtió en un signo de riqueza que abría un universo de
posibilidades a quienes la detentaban, y tal situación no resultó indiferente a los ojos de
los viajeros que transitaron este espacio.
Asimismo, el espacio interior surcado por aquel viajero era un conjunto de
mercados locales organizados en torno a un núcleo urbano y articulados entre sí por el
comercio interregional donde el eje era la ruta Potosí – Buenos Aires (ver anexo
cartográfico). En ella se volcaban los productos de ciudades como Santa Fe, Corrientes,
Asunción, Córdoba y Tucumán, entre otras, situación por la cual el aparato colonial
debía garantizar un tránsito seguro por la misma, y, de hecho, sólo allí se observaba su
dominio efectivo. De momento puede destacarse que en el siglo XVI, cuando toda
empresa se orientaba al hallazgo de metales preciosos, los viajeros equipararon el
ingreso al espacio rioplatense con el hambre; pero un siglo después, cuando la riqueza
residía en la tierra y sus frutos, los ojos europeos se mostraron abiertos para reparar en
la exhuberancia del paisaje.
Por otra parte, hubo viajeros que no ingresaron al interior de este espacio sino
que sólo se dedicaron a su contorno, a recorrer su costa atlántica. Fueron pocas las
expediciones españolas que persiguieron este objetivo, como infelizmente constató
Campomanes. La persistencia de los ingleses a la hora de reconocer las tierras australes
-aunque eso formara parte de una empresa mayor como dar la vuelta al mundo- le
revelaron a aquel las cualidades que otros veían en el cono sur. Ellos y otras naciones
habían incrementado las ambiciones con respecto a esta área, no tanto en términos de
ocupación como en cuanto a la introducción de efectos mediante distintos mecanismos
que violaban el monopolio. Artilugios como las “arribadas forzosas”55 expresaron la
actitud permisiva de la Corona respecto de las asiduas transgresiones al sistema

54
Romano, Ruggiero, Coyunturas opuestas, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1993.
55
Este mecanismo estaba asociado, a su vez, al aparato burocrático colonial y las elites rioplatenses.
Véase: Moutoukias, Zacarías, “Burocracia, contrabando y autotransformación de las élites en Buenos
Aires durante el siglo XVII”, en Anuario del IES III, Tandil, 1988. Las mismas permitían a las
embarcaciones no españolas, argumentando desperfectos técnicos o algún otro pretexto, fingir un arribo
de emergencia en el puerto de Buenos Aires. Obviamente, el paso por esta ciudad no se reducía a la
solución del supuesto desperfecto sino que tenía como finalidad la introducción de mercancías –que
recorrerían la mencionada ruta- entre las que sobresalieron los esclavos, sobre todo luego de la firma del
Tratado de Utrecht.

35
monopólico. Esta y otras excepciones terminaron por convertirse en regla en el estuario
del Río de la Plata. Lo cierto es que en términos estrictamente legales, el sistema
monopólico no contemplaba ningún puerto con salida hacia el Atlántico mientras, al
contrario, la dinámica que regía –entre otras cuestiones- el tráfico de mercancías se
orientaba cada vez más hacia ese espacio.
El reformismo borbónico se insertó en este proceso de atlantización del espacio
y al mismo tiempo la estimuló. En este marco, el espacio rioplatense se constituyó como
una doble frontera desde el siglo XVI adquiriendo una relevancia mayor a partir del
accionar del “reformismo de frontera”56. Las referencias a la abundancia de recursos
naturales con que contaba este espacio constituye una constante en los diarios de viaje
correspondientes al período del reformismo borbónico. Los viajeros vieron en él
cualidades muy distintas de aquellas observadas cuando sólo se perseguía el hallazgo de
metales preciosos. De hecho, Francisco Millau fue sorprendido por la cuantía de
recursos de la región. En su experiencia de viaje señaló:

“A correspondencia de la fertilidad del terreno es la abundancia y lozanía de sus


producciones en todas especies de frutos y comestibles. El trigo es sobresaliente
así en su bondad como en el tamaño de su espiga y grano (…) El maíz se cría en
buena calidad y rinde mucho (…) Con igual fecundidad produce el terreno toda
suerte de verdura y legumbres (…) El gusto de las carnes corresponde a la
gordura en que mantiene el ganado el excelente paso que le provee en todas las
estaciones la fertilidad del campo (…) Es igualmente barata [que el carnero y el
cordero que no se consumen mucho] la venta de aves domésticas (…) Entre las
silvestres es excesiva la cría que hacen en esos campos las perdices (…) El Río
de la Plata es también muy abundante en las especies que contiene de pescados
(…) La uva de parra es muy común y buena (…) La sal que se necesita para el
consumo de Buenos Aires y de toda su jurisdicción, se saca de unas lagunas que
la crían en sus orillas y distan como poco más de cien leguas (…) Entre los
animales de caza, los que más abundan en esas campañas son los venados,
gamos y avestruces (…) armadillos o mulitas, zorrillos, vizcacha (…) Entre los

56
Lucena Giraldo, Manuel, “El reformismo de frontera”, en Guimerá, Agustín (comps), El reformismo
borbónico, Alianza Universidad, Madrid, 1996, p. 265-275. En este marco, el rol de las fronteras se
redimensionó porque éstas delataban la vulnerabilidad del Imperio que los monarcas aspiraban a revertir.

36
animales feroces es de más abundancia la casta de los tigres (…) Hay asimismo
en esos campos algunos leopardos y gatos monteses”57.

En el mismo período, el Fray Pedro José de Parras fue conmovido por la


demasía de recursos del mismo modo que Millau. Este padre, del que existen pocos
datos biográficos, en 1749 fue designado para cumplir una misión en el Río de la Plata y
las misiones orientales del Uruguay, donde se encontró con el futuro virrey Pedro de
Cevallos y el Marqués de Valdelirios. Este último tuvo a su cargo la expedición de
límites que también integró Francisco Millau. El fraile, en su diario de viaje, reflejó
también su impresión ante la abundancia y el derroche:

“Las campañas de esta ciudad, causan grandísima admiración (…) Fueron estas
campañas tan abundantes de ganados, esto es, de vacas, caballos y yeguas, que
estaban inundadas, y era necesario espantar muchas manadas de los caminos
para poder transitarlos. Era todo el ganado montés, y nadie lo tenía doméstico,
sino es que cada uno cogía y mataba lo que quería (…) Había hombre que,
yendo de camino, se le antojaba comer una lengua; y mandando enlazar un
novillo, se la quitaban, y luego lo soltaban (…) Estos excesos, y el aumento de
precio, ha hecho que todo el ganado montés se haya concluído, y sólo han
quedado algunas manadas de yeguas y caballos. Todo lo demás está reducido a
rodeos y haciendas particulares de que se componen las estancias (…)”58.

El último ejemplo respecto de esta cuestión es la observación efectuada por


Alonso Carrió de la Vandera. En El lazarillo mostró detalladamente ciertas prácticas
que él consideraba un despilfarro. La siguiente cita, acaso un tanto extensa, exhibe la
postura del viajero de paso por Montevideo:

“Es un espectáculo agradable ver las gaviotas y otros acuátiles lanzar en la tierra
el pescado y la carne en el agua. Esta increíble abundancia es perjudicalísima,
porque se cría tanta multitud de ratones, que tienen las casas minadas y
amenazando ruina, y en medio de ella se compran las gallinas a seis reales cada
57
Millau, F, Descripción de la Provincia del Río de la Plata [1772], Colección Austral, Ed. Espasa –
Calpe, Argentina, Buenos Aires, 1947 pp. 53- 62.
58
Parras, Pedro José de (Fray), Diario y derrotero de sus viajes (1749-1753) España, Río de la Plata,
Córdoba, Paraguay, Ed. Ediciones Argentinas SOLAR, Buenos Aires (sin año de edición), pp. 111 y
112.

37
una, porque, aunque hay mucho trigo, y a precio ínfimo, no puede adelantarse la
cría porque lo ratones, fastidiados del pescado y carne, se comen los huevos y
aniquilan los pollos (...) De esta propia abundancia, como dije arriba, resulta la
multitud de holgazanes, a quien con tanta propiedad llaman gauderios. Estos son
unos mozos nacidos en Montevideo y en los vecinos pagos. (...) Muchas veces se
juntan de éstos cuatro o cinco, y a veces más, con pretexto de ir al campo a
divertirse, no llevando más prevención para su mantenimiento que el lazo, las
bolas y un cuchillo (...) Otras veces matan sólo una vaca o novillo por comer el
matambre, que es la carne que tiene la res entre las costillas y el pellejo. Otras
veces matan solamente por comer una lengua, que asan en el rescoldo. (...) pero
lo más prodigioso es verlos matar una vaca, sacarle el mondongo y todo el sebo
que juntan en el vientre, y con sólo una brasa de fuego o un trozo de estiércol
seco de las vacas, prenden fuego aquel sebo, y luego que empieza a arder y
comunicarse a la carne gorda y huesos, forma un extraordinaria iluminación, y
así vuelven a unir el vientre de la vaca, dejando que respire el fuego por la boca
y orificio, dejándola toda una noche o una considerable parte del día, para que se
ase bien, y a la mañana o tarde la rodean los gauderios y con sus cuchillos va
sacando cada uno el trozo que le conviene, sin pan ni otro aderezo alguno, y
luego que satisfacen su apetito abandonan el resto (...)”59.

La información no parece meramente ilustrativa, sino que contiene un mensaje


entre líneas si se lee conjugada con el potencial de este espacio como articulador de
rutas comerciales. Los viajeros comprobaron la necesidad de proteger las rutas que
transitaban puesto que, a la vez, eran rutas comerciales. Si el trayecto se iniciaba en el
Alto Perú, el metal altoperuano arribaba al puerto de Buenos Aires merced a la
circulación y comercialización de los efectos que producían las distintas regiones. La
articulación de los mercados internos y distantes a través de esta vía concurrió con otras
cuestiones –que se indicarán en la medida de su pertinencia- para el sostenido
crecimiento de Buenos Aires y, por lo tanto, la protección de la misma fue considerada
una tarea prioritaria. Tanto estas ciudades como los tramos que las unían se hallaban
expuestas al continuo asedio de los pueblos indígenas que habitaban las áreas no

59
Concolorcorvo, El lazarillo, pp. 33-35.

38
sometidas al control colonial y, aunque se diseñaron un sinnúmero de estrategias para
palearla, esta situación persistía cuando los Borbones llegaron al trono español60.
El siguiente extracto muestra, nuevamente, cómo se refería Millau a la ciudad de
Buenos Aires:

“Buenos Aires conserva aún en buen estado, por razón del buen material de
ladrillo y cal que entró en su construcción, una mediana fortaleza con cuatro
baluartes, que antiguamente se hizo para resguardar a su vecindario de los indios
infieles en los primeros años de su fundación (…) El número de negros y
mulatos es corto en comparación de las otras ciudades de esa América (…) son
todos esclavos y en una gran parte nacidos en las casas de los particulares (…)
El número de indios y mestizos es muy pequeño: su ocupación es de trabajar de
peones en los hornos de ladrillo, haciendas y carreterías (…) Hay establecidos en
Buenos Aires un gran número de Portugueses o descendientes de ellos (…)”61.

Esa ciudad puerto funcionó como el nexo que articuló el mercado interno con el
exterior por su situación privilegiada para el comercio colonial, que era la consecuencia
de su capacidad para atraer los metales extraídos en las distantes minas altoperuanas.
Este caudal de metal lo conformaban, por un lado, el situado de Potosí -una remesa
enviada para cubrir, en teoría, los gastos de defensa de la región- y, por otro, la
inserción de los mercaderes en las redes personales que integraban las distintas regiones
productoras con el puerto.
En este marco, el rol de la circulación devino fundamental a partir del siglo
XVII, con la dominación colonial como elemento decisivo y las grandes extensiones
que separaban a las regiones como circunstancia peculiar en el espacio rioplatense.
Cada una de las economías regionales, muchas de ellas fortalecidas en virtud de este
proceso, se especializó en algún producto que se encontraba colocado en un mercado
distante aún antes de ser producido. Potosí proveía la mayor proporción de plata, en
Salta se comercializaban mulas provenientes de Buenos Aires, Cuyo y Córboba -ésta

60
El tema ha sido extensamente trabajado por la historiografía argentina en cada una de las regiones
involucradas. Para el caso de Santa Fe de la Vera Cruz, véase, Areces, Nidia. “Milicias y faccionalismo
en Santa Fe, 1660 – 1730”, en Revista de Indias, vol LXII, núm 226, 2002, pp. 585 – 614 y Quintero,
Karina, “Una frontera interior durante los Borbones”, en Areces, Nidia (Coordinadora), La América
Española. Temas y fuentes, Ed. Universidad Nacional de Rosario, Rosario, 2007, pp. 187 - 200.
61
Millau, F, Descripción de la, pp. 39, 42 y 43. El autor de este diario de viaje integró la expedición de
límites destinada a deslindar los dominios españoles de los portugueses en la región del Río de la Plata.

39
última también producía ganado en pie-, Tucumán producía excedentes agrarios,
ebanistería y carretas; y todas las regiones juntas –sólo se mencionaron algunas a título
de ejemplo- reactivaron sus intercambios con Buenos Aires cuando se aceleró el
proceso de atlantización luego de 1740. Este esquema relegaba la esfera de la
producción a un rol subordinado respecto de la circulación y quienes se movían dentro
de esta última era quienes obtenían los mayores beneficios62. Cada uno de los viajeros
reflejó alguna de sus facetas en sus escritos y observó con distinto énfasis el desarrollo
del comercio en las regiones transitadas. Otra vez resulta pertinente la apreciación de
Millau pues advirtió el comercio interno de textiles, una de las actividades económicas
que se volcó sobre las rutas interiores del virreinato. Así lo evidencia la siguiente cita:

“El comercio se ejecuta igualmente por la gente de su vecindario como por


la forastera (…) Es muy grande el número que hay en Buenos Aires de
tiendas de mercaderías de ropas y otros géneros, y mucho mayor que el que
regularmente se ve en cualquiera otra ciudad de la América (…) las
primeras [ubicadas en el centro de la ciudad] son de más consideración y
surtidas de un todo con géneros más finos, siendo regular hallar en estas
últimas [ubicadas cerca de las quintas] lo más, paños gruesos, bayetas,
lienzos, ponchos, pellones y mucha ropa hecha (…) El comercio que
mantiene afuera esta Provincia es sólo al presente con las dos del Tucumán
y Paraguay y algunas ciudades de la de Chile; no siendo ahora permitido el
trato que en otro tiempo igualmente hacía con las poblaciones del Perú”63.

Desde la ciudad puerto de Buenos Aires se abrían tres rutas comerciales, todas
expuestas al asedio de los indígenas no sometidos. La principal era la que conducía al
Alto Perú; otra se dirigía a Santiago de Chile y la última a Asunción (ver anexo
cartográfico). Millau se refirió expresamente a la segunda seguramente porque en este
período intensificó su tránsito, dado que, vía Mendoza, se accedía al otro lado de la
cordillera de los Andes obviando el paso por el Cabo de Hornos, tan codiciado desde
62
A partir de un estudio de caso Jorge Gelman ilustra el funcionamiento del comercio colonial en el
espacio rioplatense, en Gelman, Jorge Daniel. “Sobre el carácter del comercio colonial y los patrones de
inversión de un gran comerciante en el Río de la Plata del siglo XVIII”, en Boletín del Instituto de
Historia Argentina “Dr. E. Ravignani”, Tercera Serie, número 1, 1er. Semestre de 1989, pp. 51-68.
Asimismo, trabaja la producción ganadera, también orientada al mercado en el área de la Banda Oriental
en Gelman, Jorge Daniel. “Los caminos del mercado: Campesinos, estancieros y pulperos en una región
del Río de la Plata Colonial”, Latin American Research Review, v. 28, n. 2, pp. 89-118.
63
Millau, Francisco, Descripción de la, pp. 63 y 64.

40
tiempo atrás. Del mismo modo, Alonso Carrió de la Vandera abrió un paréntesis en su
itinerario, donde, por un momento, desvió su atención dirigida hasta entonces al camino
hacia el Alto Perú para ocuparse de esta prometedora vía de comunicación. Luego de
narrar su ingreso al subcontinente por Montevideo, El lazarillo pasó por Buenos Aires,
Córdoba, Santiago del Estero, San Miguel del Tucumán, Salta y Jujuy para, antes de
llegar a Chirchas y Potosí, destinar un capítulo a la ruta que surcaba la región de Cuyo.
A esta última, de tránsito dificultoso porque sólo podía efectivizarse a lomo de mula, no
le resultaron indiferentes los cambios ocurridos a lo largo del siglo borbónico. De
hecho, mientras las exportaciones de vino mendocino permanecieron en su antiguo
nivel, el aguardiente sanjuanino incrementó de modo notable su producción
aprovechando favorablemente las características climáticas que le brindaba el terreno.
La otra ruta adyacente era la que conducía desde Buenos Aires hasta la ciudad
de Santa Fe, ciudad frontera concebida en sus orígenes como un nexo para trasladar la
producción desde Asunción hasta el Perú (ver anexo cartográfico). En 1740, luego de
veinte duros años en que la ciudad había quedado a merced de ataques indígenas y
perdido el acceso a vías de comunicación por tierra, la Corona le otorgó el derecho de
“puerto preciso” en virtud del cual cada una de las embarcaciones que bajaban desde el
Paraguay debían dejar en ella una parte de sus beneficios. Esta prebenda benefició a
Santa Fe y, si bien se perdió años más tarde, apuntaló su marcha al compás del proceso
de atlantización del espacio. Cuando su vínculo con el Perú perdió importancia en
términos relativos frente al vertiginoso ascenso de Buenos Aires, los santafesinos
reorientaron su economía hacia el Atlántico. Entonces, si bien su aspecto más dinámico
continuó siendo el comercio, la actividad económica de la cuidad se basaría
progresivamente en la producción de ganado vacuno con un modelo de control más
eficaz que el de los propietarios ausentistas que había predominado hasta entonces64. En
este escenario, la representación de Santa Fe como una frontera interior tuvo
consecuencias prácticas pues la inminencia de un ataque indígena determinó en muchos
casos el recorrido a seguir y, por este motivo, fueron pocos los viajeros que se
aventuraron a transitar la zona. Según el testimonio de Alonso Carrió de la Vandera, la
ciudad de Santa Fe quedaba a un lado del camino por él elegido justamente por su
cualidad de ciudad frontera y porque, en razón de su cometido, el tránsito por ella no

64
Véase: Tarragó, Griselda, “Santa Fe en el período tardo-colonial: producción ganadera, estancias y
regiones”, en 17 Anuario, Segunda época, Escuela de Historia, Rosario, 1995-1996, pp. 217 – 238.

41
revestía ninguna utilidad. De hecho, esta fue una de las razones por las que evitó
cruzarla:

“Don José Robledo y don Jerónimo Martiarena, tratantes antiguos en este


comercio [de mulas], como asimismo otros más modernos, me previnieron
que desde las pampas de Buenos Aires se podían conducir tropas de mulas
hasta los potreros de Salta por el camino que llaman de los Porongos, con el
ahorro de la invernada en Córdoba ... El que emprendiere este viaje hará sus
compras entre Santa Fe y Corrientes, para que la travesía sea menos
dilatada, procurando que las provisiones de boca sean abundantes y no se
desperdicien, porque es difícil el recurso. También van más expuestos a una
irrupción de indios bárbaros, pero el mayor riesgo está en la escasez de
lluvias, o demasiada abundancia (...) Este comercio, o llámese trajín está
más seguro que otro alguno a grandes pérdidas, y las utilidades no
corresponden en la realidad”65.

Como puede observarse, la referencia a la actividad comercial de las distintas


regiones –al igual que las demás cuestiones- no se manifestó en los diarios de viaje de
manera homogénea. Millau advierte la intensa actividad en Buenos Aires; Alonso
Carrió de la Vandera observa cuatro veces más comerciantes que en Lima pero no se
explaya sobre el particular. Sin embargo, tanto este último como Parras –quien omite
toda referencia a la actividad comercial- se mostraron sorprendidos por la abundancia de
recursos. El lazarillo se refirió al tema en la ciudad de Buenos Aires y no pasó por alto
un atributo tan presente. Podría inferirse que, en la misma línea de pensamiento que
mostraría Campomanes, se lamentaba del despilfarro de recursos y del derroche de
oportunidades comerciales que ello suponía. Interpretado de esta manera, esta una de
sus referencias al comercio:

“La carne está en tanta abundancia que se lleva en cuartos a carretadas a la


plaza, y si por accidente se resbala, como he visto yo, un cuarto entero, no
se baja el carretero a recogerlo (…) Todos los perros, que son muchísimos,
sin distinción de amos, están tan gordos que apenas se pueden mover, y los

65
Concolorcorvo, El lazarillo…, pp. 99-100.

42
ratones salen de noche por las calles, a tomar el fresco, en competentes
destacamentos, porque en la casa más pobre les sobra la carne, y también se
mantiene de huevos y pollos, que entran con mucha abundancia de los
vecinos pagos”66.

En Córdoba y Salta67 la representación del comercio fue distinta. En estas


ciudades, el comercio de mulas destinadas al Alto Perú hegemonizaba la actividad
económica y los ojos de Carrió de la Vandera fueron capaces de percibirlo. La más
elemental de las observaciones notaría que para un viajero cuyo desplazamiento por este
espacio interior era idéntico al tránsito seguido por las mulas, éstos animales resultarían
más familiares que las exóticas arañas –también americanas- mencionadas con
anterioridad. ¿Cómo pasaría por alto el derrotero de las mulas cuando él mismo las
utilizó como transporte para desplazarse por las regiones interiores del virreinato? Y,
¿cómo no reparar en que una parte de su tránsito por este espacio –Córdoba, Salta,
Potosí- fue un dibujo calcado del recorrido trazado por las distintas estaciones del
tráfico mular?
En cambio, la mención explícita de la actividad comercial fue absolutamente
nula en el escrito de Parras. Éste se abocó fiel y consecuentemente al título con que
encabezó su relato, es decir, al diario y derrotero del viaje. En él abundaban los datos
referidos a la navegación de los ríos, los hospedajes que lo albergaron, los parajes, el
clima, los bancos de arena, los indígenas cuando lo consideró pertinente y el ganado,
entre otros. Nada apuntó acerca del comercio, pese a que este viaje ocurrió en una zona
donde se perfilaba claramente tal actividad. Del mismo modo que en El lazarillo la
presencia de la actividad comercial en la zona puede inferirse a partir, por ejemplo, de
las referencias a la abundancia de recursos o la evocación de los distintos puertos
visitados.
Como se ha observado, los diarios de viaje escritos por quienes procedían de la
península se referían a la actividad comercial con distinto tenor según el caso y en tanto

66
Concolorcorvo, pp. 43 - 44.
67
Véanse, entre otros: Sánchez Albornoz, Nicolás, “La saca de mulas de Salta al Perú: 1778 – 1808”, en
Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas Número 8, Rosario, 1965, pp. 261 - 312; Palomeque,
Silvia, “La circulación mercantil en las provincias del interior: 1800 – 1810”, en Anuario del IEHS IV,
Tandil, 1989, pp. 131 – 210; Mata de López, Sara, “Economía agraria y sociedad en los valles de Lerma y
Calchaquí. Fines siglo XVIII”, en Anuario IEHS 6, Tandil, 1991, pp. 59 – 81; Mata de López, Sara, “Los
comerciantes de Salta a fines del siglo XVIII”, en Anuario Escuela de Historia, Nº 16, Universidad
Nacional de Rosario, Rosario, 1994, pp. 189 a 211; y Palomeque, Silvia, “El mundo indígena. Siglos XVI
– XVIII” en Tandeter, Enrique (director de tomo), Nueva Historia Argentina, pp. 87 – 143.

43
los ojos europeos de sus autores lo permitían. En ese sentido, es destacable cómo los
viajeros ingleses, sin vacilar, aludieron a la temática. Situados en una tradición que
privilegió esta actividad por sobre la conquista y colonización del territorio, resultó
inconcebible que España hubiera podido desaprovechar la abundancia de recursos que
la naturaleza le regalaba. Con estos elementos, los viajeros ingleses construyeron su
representación de la región del Plata:

“(…) Los españoles que, como he dicho, no poseen otra máxima en su


política indiana que la de mantener a los americanos en absoluta sujeción,
no son más cuidadosos en ningún otro asunto que en lo que se refiere al
tráfico, habiendo tomado todas las precauciones que pudieron para
obstaculizar el intercambio con otras naciones, ya sea mediante pesadas
multas y crueles castigos (...)”68.

Al mismo tiempo, el gobernador Pullen cavilaba acerca de los distintos medios


al alcance de su propia nación para conseguir asentarse en el Sur de América:

“(…) estoy realmente persuadido de que si un hombre prudente es dejado


aquí como gobernador y cultivara un buen trato con los indígenas, los
españoles aún ayudados por los franceses, nunca se atreverían a mover un
pie para volverlo a tomar”69.

Para mediados del siglo XVIII, en Buenos Aires se había desplegado en pleno el
proceso iniciado en el siglo anterior. Se había convertido en el polo más importante del
extremo sur del Imperio granjeándose así la rivalidad de Lima, capital del Virreinato de
Perú, desde donde se veía ese puerto clandestino como una incisión por la cual
progresivamente se escurrían cuantiosos recursos. El creciente protagonismo de Buenos
Aires dejó su huella en los diarios de viaje de la época, pues gran cantidad de viajeros
ingresaron al espacio rioplatense por la puerta de atrás, anticipando con este acto el fin
del monopolio. El ascenso de Buenos Aires ponía en evidencia las serias limitaciones de

68
Paine, Lewis, “A short view of Spanish America; or, a Plan of the Spanish Empire In the New World”,
en Colección de viajeros y memorias geográficas. Tomo I, Ed. Talleres S.A. Casa Jacobo Peuser, Ltda.,
Buenos Aires, 1923, p. 66.
69
Pullen, John, “Memoria de los asuntos marítimos de la Gran Bretaña”, en Colección de viajeros y
memorias geográficas. Tomo I, Ed. Talleres S.A. Casa Jacobo Peuser, Ltda., Buenos Aires, 1923, p. 48.

44
ese sistema comercial, el régimen de flotas y galeones agonizaba lentamente, los navíos
de registro eran cada vez más frecuentes y, mientras tanto, portugueses, holandeses,
franceses e ingleses vulneraban a su antojo la normativa vigente en esta región. La
presencia de estas naciones extranjeras y la frontera indígena se complementaron a la
hora de construir de la representación del área como doble frontera.

2.2 Los viajeros y la doble frontera

Las fronteras son tan múltiples como las maneras de entenderlas. Por ello,
cuando se hace referencia las mismas debe indicarse de modo preciso su
conceptualización. Las fronteras aquí se entienden como una problemática pues
suponen una cuestión no resuelta, ni dada de antemano. Al contrario, implican una
reflexión, un debate abierto sobre el tema, la reformulación continua de un concepto que
conduce a su desesencialización. En el caso del espacio rioplatense, sólo desde la
Metrópoli esta frontera puede considerarse un espacio marginal pues, si se observa su
proceso de constitución, esa idea pura de frontera se desdibuja en favor de la frontera
asociada a la configuración de una región70.
El concepto de frontera fue acuñado por Frederick Jackson Turner71 durante las
primeras décadas del siglo XX para explicar la expansión hacia el oeste de la frontera
norteamericana. Este autor diseñó un modelo que invitaba a pensarlas no como
divisiones tajantes sino como espacios lábiles donde progresivamente la afluencia de
inmigrantes delinearía una nueva sociedad y, posteriormente, una nacionalidad. Años
más tarde, su modelo identificado como frontera móvil demostró sus límites pues, si
bien resultó válido para explicar el caso de América del Norte, su aplicación fue
inviable en América del Sur. Desde entonces, cantidad de investigadores procedentes de
distintas disciplinas plantearon, desde otras perspectivas de análisis,
conceptualizaciones capaces de abarcar otros tiempos y lugares. Así, los estudios sobre

70
Areces, Nidia. “Regiones y fronteras. Apuntes desde la historia”, Andes 10. Centro Promocional de las
Investigaciones en historia y Antropología, Facultad de Humanidades, Universidad de Salta – Argentina,
1999. La autora muestra, desde una perspectiva histórica pero considerando los aportes de la
antropología, la geografía, la economía y los estudios culturales, cómo se entrelaza el estudio de los
conceptos de regiones y fronteras. A partir del establecimiento de una sociedad sobre un espacio, ésta
entabla relaciones con las sociedades que la circundan, portadoras a su vez de su propia dinámica
histórica, dando lugar a las fronteras que no depende para su constitución de una mirada desde el centro.
71
Turner, Frederick Jackson, History, Frontier, and Section. Three Essays by Frederick Jackson Turner,
Ed. por Martín Ridge. Albuquerque, University of New México Press, 1992 [1920].

45
fronteras se incrementaron, el uso del término se extendió a casos disímiles y, en
consecuencia, el concepto se tornó inasible, perdiendo sentido todo intento de efectuar
un relevamiento pormenorizado de las investigaciones existentes. No obstante, Bernd
Schröter72 señaló los principales lineamientos para el caso de las fronteras en las
sociedades coloniales de América Española, distinguiendo los enfoques globales de los
enfoques regionales. Los primeros, de mediados de la década del cincuenta, indicaban
que la frontera se originaba cuando una comunidad ocupaba un territorio; por lo tanto,
toda expansión y colonización, traía aparejada la configuración de una frontera y, por
ello, el concepto resultó absolutamente pertinente para las sociedades americanas
posteriores a la conquista. Esta perspectiva global, que persiste aún hoy en la
historiografía, no otorgó la suficiente importancia al nexo centro - periferia que permite
distinguir las realidades propias de las regiones marginales y su dinámica particular. En
oposición a estos enfoques tradicionales se ubica la perspectiva regional73 que entiende
las fronteras a partir de sus elementos constitutivos y no por oposición a un centro.
Los estudios regionales que examina Schröter lo confirman a partir de seis
factores constitutivos que decanta del análisis de distintos casos. El primer factor es la
forma en que surgen los contactos entre españoles con indígenas aliados o con
comunidades nativas, la asimilación, los daños, la conservación o modificación de
estructuras y las relaciones sociales, entre otros. El segundo lo constituyen las
tradiciones prehispánicas que los indígenas aportaron en dicho proceso de interacción y
su aceptación o reformulación por parte de los españoles, insertos ambos grupos en un
proceso de aculturación. El tercer factor considera el potencial ofensivo y defensivo de
españoles e indígenas reflejado en las estructuras militares e instituciones tales como
fuertes, presidios, milicias, táctica guerrillera, vagabundaje y malocas, entre otros. El
cuarto factor son las potencias o funciones económicas de la región expuestas, por
ejemplo, en los intercambios comerciales. El quinto, las realidades geográficas –clima,
recursos naturales, fertilidad de suelos, entre otros- que a veces son consideradas sólo
como un separador y otras veces se indaga si han tenido algún protagonismo en la
conformación de la sociedad fronteriza. El sexto factor lo constituye la forma en que se
toma posesión de los territorios, el tipo de colonización y el desarrollo de la población

72
Schröter, Bernd, “La frontera en hispanoamérica colonial: un estudio historiográfico comparativo”, en
Colonial Latin American Historical Review, Volume 10, Number 3, Summer 2001, pp. 351-385. En este
artículo aparecen citados trabajos de importantes investigadores del espacio rioplatense, del área
novohispana y de la araucanía y, por este motivo, aquí se remite al mismo para un estado actual de los
conocimientos sobre el tema.
73
Véase Areces, Nidia. “Regiones y fronteras. Apuntes desde la, pp. 19 - 31.

46
resultante. Por último, el autor indica que no deben descuidarse cuestiones como las
relaciones jurídicas y de competencia, la relación entre poderes e iniciativas locales y
las autoridades superiores, la mentalidad y el surgimiento de un tipo social fronterizo.
Una frontera no se configura con la asistencia de cada uno de estos elementos y
características ya que los mismos pueden presentarse por separado o de manera
conjunta. En ambos casos se conforman espacios fronterizos con distintas características
de acuerdo con los elementos que concurren a su integración y se deduce una diversidad
de usos para el término frontera.
Los viajeros que recorrieron el espacio interior mostraron en sus diarios una
percepción de las fronteras desde las fronteras. La presentación de los elementos -
aislados o combinados- mencionados por Scröter, es decir, las distintas manifestaciones
de las fronteras fueron parte de la materia prima con que los viajeros construyeron su
representación del extremo sur del Imperio. Los ilustrados, al leer estos diarios,
construyeron –necesariamente reinterpretándola- la suya. Entonces, si la representación
de los primeros contribuyó a la conformación de la representación los segundos, puede
afirmarse que esta última fue la representación de una representación que calificó,
finalmente, al espacio rioplatense como una frontera doblemente asediada. El estuario
del Río de la Plata se había convertido en el canal de ingreso a un espacio cada vez más
preciado y cada vez más desprotegido. La amenaza, principalmente inglesa y
portuguesa pero también de otras naciones, sumada a la pujante presencia indígena al
sur de Buenos Aires, fueron las principales responsables de este diagnóstico. ¿Desde
qué lugar y con qué elementos y objetivos los viajeros que recorrieron el espacio
interior rioplatense advirtieron las fronteras?
Viajeros e ilustrados constataron la presencia de las fronteras. Los viajeros
perfectos lo hicieron a través de una óptica europea pero situados en una zona de
contacto. Su percepción, por tanto, estuvo determinada por parámetros europeos y su
representación de las fronteras fue construida “desde afuera”, desde el centro. Los
ilustrados –viajeros imperfectos-, en cambio, percibieron las fronteras desde la
Metrópoli y a partir de la lectura de los diarios de viaje74. La principal diferencia entre
unos y otros radica en que los primeros, por su contacto empírico con el continente
americano, pudieron advertir con más facilidad que los segundos la dinámica interna de

74
Se enfatiza el rol de los diarios de viaje dada la temática de este trabajo. Cabe acotar, no obstante, que
en esta construcción intervinieron también otras fuentes procedentes de América como los informes de
funcionarios de la administración colonial.

47
las colonias. Los viajeros fueron testigos de la misma si bien no puede establecerse si la
comprendían cabalmente. Su percepción del espacio americano en general y de las
fronteras en particular matiza la imagen construida por aquellos que, como los
ilustrados, sólo podían ver el potencial drenaje de recursos hacia la península.
De esta manera, las rutas comerciales consignadas en el apartado anterior fueron
fronteras interiores donde el asedio indígena se convirtió en una espada de Damocles
para el tránsito de la plata altoperuana y demás efectos con rumbo al Atlántico. Esta
situación fue mejor reflejada en los diarios de los viajeros que surcaron dichas rutas que
en la lectura que de ellos hicieron los funcionarios peninsulares, más atentos a
resguardar el estuario del Río de la Plata –y su cabecera, Buenos Aires- de la amenaza
extranjera. Así pues, del cúmulo de testimonios legados por los viajeros, los
gobernantes ilustrados sólo se apropiaron de aquellos fragmentos que abonaban su
objetivo de fortalecer la presencia de la Corona para asegurar el control de los flancos
débiles del Imperio y, así, orientar los recursos americanos hacia España.
De lo anterior se deduce que el espacio rioplatense resulta particularmente
interesante para el estudio de las fronteras en tanto “(...) espacio geográfico dado en el
cual los procesos de producción, de estructuración institucional y social no se han
integrado aún a un continuo normal y están en camino de formación o de
transformación sumamente drástico”75. Con la impronta de sociedad de conquista que
signó el período colonial temprano, la cuestión se fue reformulando según la región y el
contexto histórico. Sin embargo, adquirió ciertos matices en la segunda mitad del siglo
XVIII, cuando el reformismo borbónico se dirigió con nuevas convicciones hacia estos
espacios. Un hito que cristalizó la constitución de esta región como frontera con el
extranjero fue la fundación de Colonia del Sacramento, desde donde, burlando la
presencia española en Buenos Aires, se practicaba el contrabando que a la vez acechaba
y sostenía este costado del Imperio. El comercio ilegal se confundía con el comercio
legal practicado entre las distintas regiones del entonces Virreinato del Perú, y los

75
Areces, Nidia, De Bernardi, Cristina y Tarragó, Griselda. Blancos e indios en el corredor fluvial
paranaense, en Areces, Nidia (comps), Poder y Sociedad Santa Fe La Vieja 1573-1660, Manuel Suárez
Editor. Escuela de Historia UNR, Rosario, 1999, pp. 13-37. Asimismo, resulta pertinente la definición de
frontera de David Weber puesto que, como se mostrará en el próximo capítulo, se ocupó extensamente
del vínculo entablado entre los Borbones y los indígenas no sometidos y además es el concepto de
frontera empleado por Manuel Lucena Giraldo cuando reflexiona sobre el reformismo en estos espacios.
Weber define la frontera como “Geographic zones of interaction between two or more distinctive cultures
(…) places where cultures contend with one another and with their physical environment to produce a
dynamic. That is unique to time and place”, en Lucena Giraldo, Manuel, “El reformismo de frontera”, en
Guimerá, Agustín (comps), El reformismo borbónico, p. 267-268.

48
comerciantes que lo motorizaron se fundieron en los aparatos administrativos coloniales
socavando así la lealtad de estos a la Corona. La frontera con el indígena, por su parte,
fue percibida por los viajeros porque se convirtió en una amenaza para el tránsito por el
interior del Virreinato, es decir, para el desplazamiento por las rutas que compartieron
aquellos con la circulación de efectos propia del capital comercial.

2.2.1 La frontera con el indígena

Las fronteras indígenas antecedieron al arribo de Cristóbal Colón a América


pues cada uno de los grupos originarios detentaba su propia historia de relaciones de
cooperación -el aprovechamiento comunitario de los distintos nichos ecológicos en el
área andina- o enfrentamientos -las disputas sostenidas por incas y lupacas-. En este
escenario, la peculiaridad que se introdujo a partir de 1492 fue la aparición del hombre
europeo interactuando con el mosaico de grupos étnicos que habitaban el espacio
americano antes de su llegada. La conquista marcó un punto de no retorno a partir del
cual la interrelación entre hombres distintos se manifestó en tantas formas como
regiones, grupos y situaciones se observen. A los peninsulares e indios del momento
inicial se sumaron los negros provenientes de África y dieron lugar, en una primera
generación al mestizaje. Más tarde, la infinidad de combinaciones posibles devino en la
formación de nuevos grupos que en el siglo XVIII conformaron una sociedad que
Ramón Serrera propuso denominar sociedad colonial76, por la preponderancia y
especificidad que le otorgaba el factor étnico. La sociedad colonial residía tanto en las
ciudades dominadas por el poder colonial como en sus márgenes pero, en estos últimos,
los pueblos de indígenas no sometidos ejercían el control en términos reales pues la
autoridad de la Corona era sólo nominal. El contacto entre éstos y los grupos
subordinados al orden colonial, donde ninguno estaba sometido al otro, constituyó un
tipo de frontera: la frontera interior con el indígena.
Las manifestaciones de las fronteras indígenas variaban de acuerdo con las
regiones. Incluso cuando, como se verá más adelante, la frontera suponía un contacto
con el extranjero o intercambios comerciales, tales situaciones se inscribieron en
espacios donde la problemática precedió a los conquistadores. Es decir, que si se
entiende cada uno de estos espacios como un espacio histórico, las fronteras indígenas

76
Serrera, Ramón María, “Sociedad estamental y”

49
los impregnaron. Aunque la cuestión indígena no se presente como la situación más
amenazante -pues podía encontrarse superado el riesgo-, de todos modos integraba ese
espacio histórico. Y así lo percibieron los monarcas borbónicos cuando se dirigieron
especialmente a las fronteras indígenas.
El plan de los Borbones de redefinir su política de fronteras otorgó una nueva
dimensión a los espacios no sujetos efectivamente al control colonial, que, en este caso
por la proximidad con alguna parcialidad indígena, ponían en cuestión su dominio del
territorio americano. David Weber advierte el pragmatismo con que operó la Corona
sobre cada una de las fronteras: “(…) por sí solas las condiciones de la frontera no
explican las políticas conciliatorias de los Borbones hacia los ‘indios bárbaros’ (…) una
mayor atención de las sensibilidades europeas a los derechos humanos se combinó con
consideraciones pragmáticas para dar contenido a las políticas borbónicas”77. En otras
palabras, desde la monarquía hispánica emanaba la normativa hacia el conjunto del
imperio pero cada una de sus regiones le otorgaba su impronta a la legislación
atendiendo a sus particularidades espaciales, culturales, históricas, económicas, entre
otras.
El reformismo se caracterizó por el pragmatismo con que se desenvolvió en cada
uno de los espacios fronterizos. La suerte de cada uno dependía de su condición de área
estratégica. De este modo, dentro del proyecto general de recuperar las colonias
americanas, la transformación de un espacio sustraído al control colonial en un espacio
de frontera se consideraba una victoria siempre y cuando se tratara de un área
estratégica. Cohabitarlo era mejor que no habitarlo y, una vez ahí, el imperativo
consistía en adueñarse de esos espacios con los medios que el aparato colonial tuviera a
su alcance. Los vínculos entablados generaron relaciones interétnicas cuyas
manifestaciones se situaron entre dos extremos: las relaciones amistosas y la guerra.
Entre ellas, un amplio espectro de grises se expresaron en intercambios, alianzas,
tratados, cautiverio, malocas, incursiones y otras formas de contacto propias de estas
áreas, todas ellas investigadas por historiadores y antropólogos, quienes a cada paso
comprobaron los matices que revestía la problemática en las distintas regiones de
Sudamérica78. Las soluciones podían ser pacíficas o no. Las primeras se dieron en las

77
Weber, David, “Borbones y Bárbaros. Centro y periferia en la reformulación de la política de España
hacia los indígenas no sometidos”, en Anuario IEHS 13, Tandil, 1998, p. 158.
78
Véanse, entre otros, los siguientes trabajos referidos a la frontera araucana, la frontera chiriguana y la
frontera norte de México, respectivamente. Es destacado el caso de los araucanos, en el actual territorio
chileno donde la tradicional práctica fue la sucesión de tratados que aseguraban la coexistencia pacífica

50
regiones donde la predisposición de ambas partes permitió una aproximación que se
cristalizó en la firma de tratados, acuerdos comerciales o el poblamiento de ciertas
áreas, entre otros. Las segundas se presentaron cuando las negociaciones fueron
inviables por la abierta resistencia indígena a someterse a los códigos españoles.
Entonces hubo casos de guerra abierta, guerra intermitente o levantamiento de fuertes
como única forma de interrelación. En los casos en que la condición de área estratégica
no se verificaba, España resignaba su control conformándose con limitar la incidencia
de los indígenas más allá de las fronteras.
Los indígenas no sometidos ocupaban en el siglo XVIII las dos terceras partes
del territorio que, nominalmente, le pertenecía a España: parte del Norte de México, las
tierras bajas de América Central, las cuencas del Amazonas y el Orinoco y el Gran
Chaco, las Pampas, la Patagonia y Tierra del Fuego. Los indígenas de la frontera sur del
Río de la Plata opusieron una resistencia al dominio español que fue evidente para los
viajeros por los repetidos daños que, desde esos espacios, comprometieron la seguridad
y los intereses de quienes habitaban las áreas efectivamente controladas. En el proceso
de interacción, el cautiverio y las malocas –también los ataques indígenas- fueron
algunas de las prácticas que acecharon a las ciudades, campañas y caminos tan
celosamente protegidos por el poder colonial. Los europeos ejercieron el cautiverio
como medio para procurarse mano de obra indígena y, en sentido contrario, los grupos
originarios incorporaron esta modalidad ––anterior a 1492 en determinadas regiones-
como forma de resistencia para asegurarse la provisión, principalmente, de mujeres,
niños, y en menor cantidad, de hombres adultos79.
En general, todos los viajeros que transitaron este espacio advirtieron la frontera
con el indígena porque su mirada, desde el centro y con óptica europea, no logró dejar

de indios y blancos: Jara, Álvaro, Guerra y sociedad en Chile. La trasformación de la guerra de Arauco y
la esclavitud de los indios, Santiago, Editorial Universitaria, 1971. En el caso opuesto encontramos la
frontera chiriguana donde la guerra era vivida por los nativos como una afirmación de su identidad:
Saignes, Tierry, “Entre ‘bárbaros’ y ‘cristianos’. El desafío mestizo en la frontera chiriguano”, en
Anuario del IEHS, IV, Tandil, 1989, pp. 13-51 y Saignes, Tierry, Ava y Karai. Ensayos sobre la frontera
chiriguano (siglos XVI – XX), Editorial HISBOL, La Paz, 1990. En el caso de la frontera norte de México,
sobre la cual los españoles habían pretendido tempranamente avanzar, los agentes que intervinieron en el
proceso fueron protagonistas de la construcción histórica de una nueva identidad en un espacio fronterizo
como tal, dinámico y flexible: Sheridan Prieto, Cecilia, “Reflexiones en torno a las identidades nativas en
el noreste colonial”, en Relaciones, Vol XXIII, Ed. El Colegio de Michoacán, México, 2002.
79
En general, la función reproductora y el hostigamiento al enemigo son las razones que mejor explican
el cautiverio y, para el área rioplatense, resultan gravitantes las experiencias de la frontera araucana y la
actual pampa argentina. El tema ha sido trabajado por los historiadores y también ha dado lugar a gran
cantidad de obras literarias. Fernando Operé reúne las experiencias más representativas de esta práctica y
su reflejo en la literatura consignado, al hacerlo, gran cantidad de la producción historiográfica acerca del
tema. Véase: Operé, Fernando, Historias de la frontera: el cautiverio en la América hispánica, Ed. Fondo
de Cultura Económica, Buenos Aires, 2001.

51
de observar la presencia del otro. Esta, constituida a partir de componentes étnicos, fue
la frontera omnipresente, la que jamás pasó desapercibida precisamente por su
constitución.
En diarios de los viajeros de los siglos XVI y XVII se advierte la preocupación
por las fronteras indígenas, lo cual demuestra una continuidad respecto a esta
problemática. Schmidel describió el inicio de ese camino de formación donde las
mismas se reflejaban a través de las relaciones interétnicas del período temprano:

“(…) En este sitio construimos una ciudad que se llama Buenos Aires (…)
Estos [indios] querandíes no tienen morada fija, sino que van vagando por el
país, como entre nosotros los gitanos (…) Durante dos semanas, estos
querandíes compartieron todos los días con nosotros su pobreza de pescado
y carne que trajeron al campamento, salvando tan solo un día que no
vinieron (…) Cuando los atacamos [por ese día que no fueron a compartir
alimentos], se resistieron con tanta fuerza que nos causaron grandes
dificultades todo el día (…)”80.

Un siglo más tarde, Acarette du Biscay observó las flaquezas defensivas de la


zona destacando en su relato la presencia de fuertes, otro rasgo de las zonas de frontera:

“(…) esta [ciudad de Buenos Aires] comprende cuatrocientas casas, no tiene


empalizada, ni muralla, ni foso, y nada la defiende sino un fortín de tierra,
circundado por un foso, que domina el río, y tiene diez cañones de hierro
(…) Allí reside el Gobernador, que no tiene sino ciento cincuenta hombres
de guarnición (…) Estas compañías no están siempre completas, porque los
soldados son atraídos por la baratura de la vida en esas regiones y desertan
frecuentemente (…)”81.

En ambos casos se filtraron las fronteras. Asociadas con las relaciones entre
europeos y querandíes en el primer caso y ligadas a la militarización ante un eventual
ataque extranjero en el segundo, siempre estuvieron presentes. En ciertas ocasiones, esta

80
Scmidel, Ulrico, Viaje al Río , p.31.
81
Acarette du Biscay, Relacion de un.

52
percepción de los viajeros los trascendió, pues selló la impresión de quienes, como
Campomanes, accedieron a América sólo por intermedio de sus diarios. De hecho, la
tierra magallánica que lo obsesionó fue investida con los atributos de un área de frontera
con el indígena, del mismo modo que otras regiones de las que no se ocupó, como la
cuenca del Amazonas, el Gran Chaco y la planicie habitada por los indios Pampa (ver
anexo cartográfico).
La combinación de sitios dominados o no dominados por el poder colonial con
hombres de diferentes etnias dio lugar a tres clases de espacios: los dominados
efectivamente por ese poder, los dominados por los indígenas no sometidos y los
mixtos, es decir, áreas donde la jurisdicción española se diluía dada la cercanía de una
región o un grupo –en fin, un otro- no subordinado al poder colonial. En todos los casos,
se presentaba una frontera con el indígena. Esto no implicaba que en los enclaves
dominados efectivamente no se presentara tal problemática, puesto que las ciudades
fueron sitios privilegiados para observarla porque en su interior también se presentaban
fronteras étnicas, fronteras lingüísticas, fronteras sociales, entre otras. Negros, mulatos,
mestizos, y cualquiera de las disímiles castas que caracterizaron a esta sociedad
tardocolonial, establecieron relaciones sociales entre sí y, en menor medida, con quienes
podían acreditar su pureza de sangre. Así se conformaron fronteras en el interior de las
ciudades, por ejemplo, las fronteras simbólicas que atravesaron Quito durante las
rebeliones del año 1765. Distante de la Metrópoli y del Río de la Plata, esta ciudad fue
considerada uno de los núcleos urbanos más importantes de la América Española y en
su interior se configuraron deliberadamente fronteras que pretendían separar, mediante
un núcleo urbano, las dos concentraciones de residencia popular, amenazantes en la
coyuntura insurreccional del momento82.
Las fronteras dentro de las ciudades coloniales aparecieron también en el paso
por Córdoba de Alonso Carrió de la Vandera a través de un episodio del que no fue
testigo pero llegó a sus oídos. El mismo involucraba a una mulata y a las damas más
distinguidas de la sociedad, una y otras portadoras de distinto estatus legal y
encasilladas en los hábitos de su grupo, tal como se prescribía en esta sociedad
estamental, signada con rasgos propios de una situación colonial:

82
Minchom, Martín. “Las rebeliones del Quito colonial: Fronteras Simbólicas y Geografía urbana”, en
Caillavet, Chantal y Pachón, Ximena (comps), Frontera y poblamiento: estudios de historia y
antropología de Colombia y Ecuador, Instituto Francés de Estudios Andinos, Instituto de Investigaciones
Amazónicas, Departamento de Antropología, Universidad de Los Andes, Santafé de Bogotá, 1996, pp.
203-236.

53
“(…) No permiten [los hombres principales] a los esclavos, y aun a los
libres, que tengan mezcla de negro, usen otra ropa que la que se trabaja en el
país, que es bastante grosera. Me contaron que recientemente se había
aparecido en Córdoba cierta mulatilla muy adornada, a quien enviaron a
decir las señoras se vistiese según su calidad, y no habiendo hecho caso de
esta reconvención la dejaron descuidar y, llamándola una de ellas a su casa,
con otro pretexto, hizo que sus criadas la desnudasen, azotasen, quemasen a
su vista las galas y le vistiesen las que correspondían por su nacimiento
(…)”83

Tan frecuentes como las fronteras al interior de las ciudades fueron las fronteras
con el indígena en sus márgenes. La frontera indígena irrumpió en el diario de viaje del
fraile Parras cuando su relato había promediado y dejado atrás Buenos Aires, pues,
hasta entonces, su afán había consistido en brindar testimonio acabado de la experiencia
de viaje “puertas adentro”. Reprodujo diálogos con otros miembros de la expedición, así
como las peripecias habidas para llegar a los conventos, hospicios, iglesias u otros sitios
donde se albergaron. Ya se ha visto que destinó íntegramente la primera parte del
mismo al protoviaje y a las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, en cuya alusión
estuvo ausente la frontera indígena. Sin embargo, en esta última, sí se refirió
tangencialmente a la frontera con el extranjero, pues indicó la presencia militar, la
fortificación, la ciudadela y, del mismo modo que Alonso Carrió de la Vandera lo haría
años después, se detuvo en datos acerca de la fundación y gobernantes de la ciudad. Al
abandonar Buenos Aires remontando el río Paraná, indicó día por día el derrotero de su
viaje hasta que, en el día diecisiete de la marcha, en la zona de Corrientes, cuando su
mirada europea se topó con los Payaguás, su representación de la frontera indígena
comenzó a construirse a partir de una insoslayable descripción peyorativa de esta
parcialidad:

“Fuimos viendo las diversas fortalezas que había sobre la costa, para
defenderse los estancieros de los indios del río (…) navegan en unas canoas
velocísimas; van en cada una cinco o siete hombres; son sumamente

83
Concolorcorvo, El lazarillo…, p. 59.

54
traidores, y los que tienen en su continuo cuidado a los navegantes de este
río, dejan siempre sus familias en las costas, y no se apartan mucho del
agua, porque en tierra son tan cobardes como en el río valientes (…)
Aunque tengan jurada la paz, no puede fiarse de ellos (…) Tienen lanzas y
flechas, dardos y canas, y las juegan bellísimamente; pero temen mucho,
como todos los indios, a las armas de fuego (…) Son todos ellos de gallarda
estatura, pero feísimos de cara como el mismo demonio, y aféanse más con
diversos colores que ponen en ella (…) volviendo al orden del diario, digo,
que los días 18 y 19 navegamos sin novedad hasta la boca del río Salado
(…)”84.

La manifestación de la frontera indígena resultó, pues, notoria a partir de varias


señales que brindó el autor del diario, un viajero a quien, a diferencia de otros, no le
interesaba informar a los Borbones acerca de las colonias. Su objetivo residió,
sencillamente, en recordar con minuciosidad las cuestiones intestinas de su expedición
y, sin embargo, no dejó de sorprenderse cuando se topó con el otro. Para interpretar su
percepción, no sólo ha de tomarse en cuenta la mención textual a la cuestión indígena,
sino, además el modo, los términos y el lugar que ocupó la misma en su estrategia
narrativa. De los elementos constitutivos señalados por Scröter aparecen las
herramientas militares expresadas en las fortalezas y la interacción o en su caso
enfrentamiento con estos grupos originarios. Además, en el final de la cita puede
apreciarse que el autor consideró a los Payaguás como un factor disruptivo para el
ordenamiento de su texto puesto que, una vez que cierra el paréntesis que supuso su
mención, el relato promete continuar de modo imperturbable, como lo había hecho hasta
el momento. Una de las pocas razones por la cuales el fraile se permitió, en vez de mirar
hacia dentro de su expedición, hacerlo hacia fuera, fue la irrupción ante sus ojos del otro
americano, otro que posiblemente había sido advertido tanto en Buenos Aires como en
Montevideo, aunque, en estas últimas ciudades, la asimilación de los mismos disimuló
la distancia cultural que los separaba. Donde dicha distancia era evidente porque las
relaciones, si las había, se entablaban en términos poco amistosos, la referencia se tornó
ineludible.

84
Parras, Pedro José de (Fray), Diario y derrotero, pp. 136-141.

55
Por su parte, las malocas -también conocidas como guerra intermitente-
consistían en ataques rápidos y ocasionales cuyo objetivo, no militar sino económico,
era causar el mayor daño posible al enemigo mediante el incendio de cosechas, el robo
de ganado e, incluso, la captura de cautivos. Al igual que el cautiverio, esta práctica
también se daba en sentido inverso, ya que desde los centros poblados se partía a
“maloquear” para quemar las casas de paja de los indígenas y rescatar cautivos. Millau
observó con preocupación la vigencia de estas cuestiones que jaqueaban las
pretensiones de los Borbones en Buenos Aires, el área donde llevó a cabo su misión:

“Las últimas haciendas del territorio de Buenos Aires que están del
Occidente para el Sur, padecen continuamente frecuentes irrupciones de los
indios infieles, que acometiendo a las estancias, se llevan muchos ganados y
no pocos cautivos españoles, sin que sean bastantes para contenerlos, los
fuertes avanzados, que se han puesto en varios parajes, pues lo dilatado de la
Campaña y lo pronto de su acometimiento y fuga frustran por lo común la
vigilancia y diligencia de las guardias. Llámanse Pampas y Serranos los que
se hallan más inmediatos. Los Pampas no tienen habitación fija y sólo
vaguean por las dilatadas campañas que tienen su mismo nombre, y
significa en su lengua llanuras, con el fin de acercarse para ejecutar sus
robos, así en las estancias como en los caminos que conducen de Buenos
Aires a El Chile o Tucumán (…)”85.

Las soluciones pacíficas, en cambio, prometían -en opinión de los coetáneos-


mejores réditos que una conquista militar, por otra parte inviable. La potencial amenaza
al orden colonial fue resignificada por los Borbones cuando advirtieron la posibilidad de
poblar, de promover con la contraparte de un tratado de amistad o, en su caso,
convertirla en consumidores de efectos procedentes del mundo colonial. El objetivo
residía, en ambos casos, en sojuzgarlos entablando con ellos un diálogo en términos
españoles que suponía la aceptación de instancias de acercamiento tales como los
tratados y el comercio, formuladas bajo pautas que no eran propias de los grupos no
sometidos. Así pues, la Corona ideó maniobras para extender su presencia, y en
consecuencia su dominio, hacia tierras lejanas y no sometidas a ella en términos reales.

85
Millau, Francisco, Descripción de la Provincia, p. 70.

56
Entre las estrategias que diseñó en ese sentido, Pedro Rodríguez Campomanes propuso
poblar determinadas áreas estratégicas. Aunque este viajero imperfecto se refería a
territorios situados más al Sur de los mencionados en la cita precedente, su idea de
poblar ilustra la actitud incursiva del poder regio en esos espacios. Poblar, en su
opinión, significaba habitar las áreas estratégicas mediante el establecimiento de
familias españolas, criollas, mestizas y negros africanos para llevar a cabo tareas
específicas. En el caso de la Magallánica, la clave residía en el fomento de actividades
como la pesca del bacalao, ballena y lobo marino. Las mismas, a su vez, suponían el
asentamiento de una población estable en determinadas regiones de los mares del sur,
tarea que resultaba viable a los ojos de este pensador:

“(…) siendo los mares australes comprendidos en nuestra demarcación de la


América meridional, fácilmente podemos proteger nuestra pesca mediante la
población de Puerto-deseado y Bahía de San Julián (…) Cien familias
Española para Puerto-deseado y otras tantas para la Bahía de San Julián se
pueden sacar de Buenos-aires comodamente de los que allí sobren (…) de
España pueden embiar otras tantas, sacando mucho presos detenidos en las
Cárceles por delitos (…) De los Soldados Estrangeros veteranos, casados
con Españolas se podrían ir embiando voluntarios algunos (…) De las
familias mendigas se podría hacer también saca para estas poblaciones (…)
la introducción de negros debería favorecerse (…) parte de ellos deberían
ser destinados a las obras de las fortificaciones y construcción de las casas
para los nuevos habitantes (…) Estos medios de poblar la Magallánica obran
también para el Orinoco, Islas de Barlovento y Sotavento propias de España,
Provincias de Panamá y Honduras, para la Florida y California (…)”86.

La intención de poblar no implicaba que estos lugares se encontraran


despoblados; al contrario, el otro los habitaba y había que revertir semejante situación
ocupando el lugar con una población afín a los intereses de la Corona. De hecho, en
varios pasajes de las Reflexiones de Campomanes se había indicado la presencia de
grupos indígenas que, a los ojos de los ilustrados, no eran vistos como los potenciales
pobladores del extremo sur del Imperio. Los pueblos originarios no estaban en sus

86
Campomanes, Pedro Rodríguez, Reflexiones sobre el, pp. 215 y 225 a 228.

57
planes de poblar, los negros lo estaban sólo por cuestiones operativas y, por ese motivo,
no faltaron las ocasiones en que los viajeros posteriormente se refirieron a estos
espacios como despoblados.
Unos años después de que Campomanes formulara su propuesta, Alonso Carrió
de la Vandera percibió la frontera con el indígena como un espacio despoblado. Para
interpretar tal calificación del espacio, cabe recordar que la intención de este viajero era
indicar a los futuros caminantes cual era el tipo de riesgo que representaban los
indígenas en los distintos tramos del camino. Si la contingencia no era significativa,
calificaba a los espacios adyacentes como despoblados y si, al contrario, la posibilidad
de asedio era efectiva, se explicitaba la mención de los grupos no sometidos y, por lo
tanto, el espacio ya no se consignaba como despoblado. En el primer caso, se exponían
como información útil a los lectores los datos propios de la geografía física como por
ejemplo las características del relieve, las cualidades del suelo ya sea este pedregoso,
árido, fértil, así como la flora y fauna, obviando toda referencia a los grupos humanos.
En el segundo caso, la inquietud respecto de la existencia de parcialidades indígenas
más allá de los caminos se manifestó cuando el encuentro con éstos -de los que se
consignaron algunas características- fue inevitable. En resumen, la presencia indígena
adquiría relevancia sólo si era factible el contacto. Carrió de la Vandera reprodujo la
representación de Campomanes para quien, si los espacios no se encontraban poblados
de acuerdo con sus parámetros, era lo mismo que si estuvieran despoblados.
Sin embargo, los indios pampas, que habitaban un espacio despoblado según
Alonso Carrió de la Vandera, fueron avistados en su tránsito por el interior:

“Hasta Mendoza y Jujuy se puede caminar cómodamente en coche, silla


volante o carretilla (…) llevando buenas tiendas de campaña, para los
muchos despoblados que hay, exponiéndose también a una irrupción de
indios pampas (…) Estos pampas, tienen sus espías, que llaman bomberos, a
quien echan a pie y desarmados, para que, haciendo el ignorante, especulen
las fuerzas y prevenciones de los caminantes, tanto de caballería y recuas
como de carretería y demás equipajes, para dar cuenta a sus compañeros. No
hay que fiarse de ellos en los despoblados, sino despedirlos con arrogancia
(…)”87.

87
Concolorcorvo, El lazarillo…, p. 46 y 47.

58
Una lectura de este pasaje desde la actualidad detectaría una contradicción que,
evidentemente, no fue tal para sus coetáneos. Pese a que los espacios despoblados
estaban habitados por los indios pampas, el viajero insistía en calificarlos como
despoblados, dado que su idea de poblar estaba concebida en otros términos. En esas
áreas, desde donde podía generarse una irrupción de indios pampas, había una
ocupación del espacio que no implicaba, en términos borbónicos, poblamiento.
La construcción de la representación de la frontera con el indígena también
involucró la posibilidad de comerciar con “el otro”88. Los tiempos de reforma ofrecían
un novedoso modo de sujeción a partir del ejercicio del comercio que se transformó, así,
en una herramienta clave. Nuevamente resulta ilustrativo Campomanes, quien, siempre
con la mirada puesta en el modelo inglés, advirtió las ventajas logradas por esa nación
en América del Norte. Campomanes, destinó los primeros capítulos de su obra a
Norteamérica sobre la que indicaba:

“Actualmente han tratado los Ingleses alianza con los Indios inmediatos a la
Florida (…) El atraer estos últimos a nuestra alianza por medio de dones,
sería el medio de aliviar esta Colonia y darle la quietud necesaria para
entablar con seguridad el cultivo del arroz, maíz y el tabaco (…) Si los
Ingleses ocupasen la Luisiana y aliasen con los Indios no reducidos, serían
funestas las conseqüencias para el domino español en la América
Septentrional (…)”89.

En el segundo caso, la viabilidad de los tratados dependía de la conflictividad


que generaban estos grupos. Los Borbones, conscientes de no poder controlar
efectivamente el vasto imperio que les pertenecía en términos nominales, resignaron la
aspiración de someterlos en pos de mantener relaciones pacíficas cuando eso era
posible. Por ejemplo, la empecinada resistencia que los araucanos opusieron al dominio
español derivó en estas medidas -precursoras porque databan del siglo XVII- en virtud
de las cuales, si no se podía vencer al enemigo, había que aliarse con él. Las paces
acordadas con los araucanos constituyeron el modelo de esta política hacia las fronteras
que, por cierto, no gozó del acuerdo unánime de todos los funcionarios involucrados en

88
Weber, David J, “Borbones y Bárbaros”.
89
Rodriguez Campomanes, Reflexiones sobre el, p. 29 y 32.

59
ella. De hecho el Virrey Vértiz en 1779, luego de observar y evaluar el panorama de
incursiones de los araucanos, desestimó la idea de establecer con ellos un acuerdo. Los
indígenas, en su opinión, se habían apropiado de las herramientas de pacificación
coloniales y pretendían emplearlas en su provecho para, mientras el mentado tratado se
preparaba, ganar algo de tiempo y continuar con las incursiones90.

2.2.2 La frontera con el extranjero

La cuestión de los límites y las fronteras se tornó trascendente conforme


avanzaba el siglo XVIII. Las pretensiones encontradas de españoles y portugueses
respecto al continente americano, y al sur en particular, databan de fines del siglo XV.
Por entonces, el renombrado Tratado de Tordesillas había establecido que todas las
tierras que se descubriesen al oeste del meridiano trazado a trescientas setenta leguas de
las islas de Cabo Verde le correspondían a la Monarquía Católica en tanto que los
situados al este quedarían reservados para Portugal. El Tratado de Tordesillas nunca fue
respetado a rajatabla porque la técnica de la época no permitía precisar la ubicación
exacta del meridiano y porque cada una de las Coronas se entrometía reiteradamente en
la jurisdicción de la otra. La unión de las Coronas de España y Portugal entre 1580 y
1640 quitó sentido a la controversia y, al mismo tiempo, generó situaciones que fueron
el germen de conflictos posteriores. Cuando la situación se revirtió había tantos
enclaves portugueses en territorio español como enclaves españoles en territorio
portugués. La situación se sostuvo, con marchas y contramarchas, hasta la firma del
Tratado de Madrid en 1750.
Una de las manifestaciones de esta problemática fue la preocupación de los
gobernantes borbónicos por las fronteras con el extranjero, que se tradujo en las
expediciones de límites que se propusieron deslindar los dominios españoles de los
portugueses. Estas empresas se sustanciaron en los espacios donde los territorios de
ambas Coronas se tocaban y sus jurisdicciones entraban en conflicto: Expedición al
Orinoco (1750-1767), Expedición a la Amazonia (1779-1795) y Expedición al Río de la
Plata, iniciada en 1751 y malograda poco después.
Antes de continuar, resulta necesario discernir el concepto de límite del concepto
de frontera, puesto que ni para los coetáneos ni para los historiadores fueron la misma

90
Weber, David J, “Borbones y Bárbaros”.

60
cosa. Para los coetáneos eran conceptos distintos, tal como puede observarse en un
diccionario de la época, el Diccionario de Autoridades [1732], donde se entendía la
frontera como “(…) la raya o término que parte y divide los reinos, por estar el uno
frontero [es decir, enfrente] del otro. El límite era ‘el término, confín o lindero de las
posesiones, tierras o estados’. A pesar de la aparente semejanza etimológica, hay una
diferencia fundamental: la frontera implica una visión espacial del territorio, mientras el
límite es lineal, una separación de jurisdicciones bajo distinta soberanía, lo que impone
una geometrización. La frontera, como espacio periférico, podría ser limítrofe (si estaba
en contacto con los dominios de otra potencia) o interior, mientras que el límite era
siempre fronterizo, por llevar implícito un alejamiento del centro (…)”91.
En la obra Reflexiones subyacen estos conceptos de límite y frontera en dos
oportunidades. En primer lugar, refiriéndose a la tierra magallánica, cuando
Campomanes ubicó geográficamente su límite entre los 35 a 60 grados de latitud
austral; y, en segundo término, al mencionar el Tratado de Tordesillas, cuya
demarcación consideraba un estorbo para el comercio de su nación. Sin embargo, el
autor se mostró más obsesionado por las fronteras que por los límites, como se observó
en su propuesta de poblar esas áreas estratégicas donde el dominio colonial sólo se
verificaba en términos nominales. Imitando el ejemplo del Norte, la simetría política
para el sur indicaba el fomento de la pesca y no implicaba el ingreso tierra adentro para
ocupar el territorio. Poblar no era un fin en sí mismo sino un medio para garantizar otras
cuestiones como el comercio y la defensa del territorio. Los resultados que los ingleses
habían obtenido por su instalación en el Norte, abonaba el temor –fundado, por cierto- a
que esa nación intentara reeditar su experiencia en el Sur, donde la presencia española
era prácticamente nula. Esta amenaza revelaba la existencia de una frontera con un
estatuto particular porque no se trataba de disputar el dominio del territorio a sus
habitantes originarios sino de preservarlo ante un potencial y poderoso invasor que,
además, podía entablar una alianza con aquellos.
Por otra parte, la cercanía de “extranjeros” suponía la necesidad de una
demarcación de límites cuando aquellos acreditaban un derecho legítimo a ocupar las
tierras adyacentes, tal como sucedía en el estuario del Río de la Plata con los
portugueses. En cambio, si usurpaban espacios que no les correspondían legítimamente,
la negociación era inviable porque, de realizarse, significaría reconocerles un derecho

91
Lucena Giraldo, Manuel, “El reformismo de frontera”, p. 269. El autor distingue los conceptos de
límite y frontera citando el Diccionario de Autoridades de 1732.

61
que, en verdad, no detentaban. Un límite suponía un acuerdo con una contraparte para
trazarlo y para respetarlo, un lenguaje común de discusión sobre el cual fijar las bases
de un acuerdo, normas científicas idénticas capaces de determinar un paralelo o un
meridiano. Un ejemplo lo constituyen las aspiraciones de los ingleses respecto de las
tierras magallánicas. Los ingleses no detentaban su posesión legítima y por tanto no
correspondía negociar con ellos ningún tipo de límites.
Los límites también se fijaron internamente, entre las distintas jurisdicciones
cuyas esferas de influencia se confundían, demarcando el alcance de cada una al interior
del virreinato. La demarcación, primero de las gobernaciones y durante el reformismo
de las intendencias, muchas veces trajo aparejados extensos litigios jurisdiccionales que
involucraban las zonas donde se verificaba el paso de una a otra o la determinación de
su extensión92. Al igual que en las expediciones de límites, se reconocía la existencia de
una contraparte habilitada para negociar, aunque ello expresaba los intereses
encontrados dentro del aparato colonial español.
El diario de viaje de Alonso Carrió de la Vandera apeló tibiamente a las
mediciones espaciales -pese a los avances operados durante el siglo XVIII- para indicar
los límites internos entre jurisdicciones. No evocó la cuestión a través de la invocación
de tratados o la referencia a latitudes o longitudes. La precisión en las delimitaciones
jurisdiccionales fue, al contrario, más la excepción que la regla. La separación entre las
distintas jurisdicciones se definía mediante reglamentaciones emanadas del poder
político que eran difíciles de implementar en términos prácticos y se expresaban
mediante algún accidente geográfico o a partir de los avances científicos que zanjaban
inconvenientes devenidos del cálculo de las dimensiones espaciales. En El lazarillo
luego de una tabla donde se indicaban matemáticamente las distancias entre las postas
intermedias, se constata la percepción del viajero respecto del tránsito por la frontera-
límite interior donde se unían-separaban la Gobernación del Río de la Plata y la
Gobernación del Tucumán:

92
En este sentido, fueron frecuentes los conflictos jurisdiccionales que enfrentaron a distintas
gobernaciones pues entre ellas se configuraban extensas áreas de frontera donde el poder colonial debía
presentificarse para dirimir pleitos suscitados, sobre todo, a partir del ejercicio de las actividades
económicas allí realizadas. A título de ejemplo, véase, para el caso de Santa Fe y Buenos Aires:
Manavela, Analía y Caputo, Marina. “La definición del territorio en la gobernación rioplatense. Las
disputas jurisdiccionales entre Santa Fe y Buenos Aires – 1680-1725”, en Avances del Cesor, Año III,
Facultad de Humanidades y Artes, Rosario, 2001, pp. 33-56.

62
“(…) A la salida del Carcarañar, o llámese de la Esquina de la Guardia, da
principio la provincia del Tucumán, siguiendo el camino real de los correos
por la jurisdicción de Córdoba (…)93.
(…) A la salida de Vinará, que dista veinte leguas de Santiago, da principio
la jurisdicción de San Miguel del Tucumán, con monte más desahogado,
árboles elevados y buenos pastos, y ya se empieza a ver el árbol nombrado
quebracho (…)”94.

La delimitación política de las jurisdicciones aparecía como un dato, casi


naturalizado por el autor, sobre todo porque en la mayoría de los casos, las fundaciones
o recortes jurisdiccionales contaban con tres siglos de antigüedad.
La delimitación de la frontera – límite con el “extranjero”, por su parte, revistió
una complejidad tal que, para comprenderla, es necesario entender al espacio en
cuestión como un espacio histórico. Claro que en esos tiempos no fue posible
determinar con exactitud la ubicación del meridiano, aquel señalado en el Tratado de
Tordesillas para deslindar los dominios españoles de los portugueses, y la tarea quedó
postergada por dos siglos (ver anexo cartográfico). Unos y otros pronto comprobaron
que las posesiones americanas que les correspondían en virtud de aquella demarcación,
eran también apetecidas por otras naciones europeas. En el caso de Brasil, la principal
amenaza provino de los franceses -aunque ingleses y holandeses no estuvieron ausentes-
, quienes en repetidas oportunidades se adentraron en el territorio para comerciar el palo
brasil y para ocupar áreas de importancia geopolítica. Porque, comprobaron los
portugueses, la importancia de Brasil no era solamente económica pues, si bien el ciclo
del azúcar iniciado entre 1575 y 1580 reportó cuantiosos beneficios a la Corona de
Portugal, sus posibles comunicaciones con el Perú y con Asia pusieron de relieve el
valor geoestraégico de estas colonias. Por este atributo, las mismas fueron el objeto un
sinnúmero de ambiciones entre los coetáneos. En ese sentido, la búsqueda de una
comunicación con el Océano Pacífico y el anhelo por hallar metales preciosos,
condujeron a que las fronteras del Brasil se extendieran poco a poco más allá de la línea
de Tordesillas.
El modelo de asentamiento en el extenso litoral atlántico había sido tomado de la
experiencia portuguesa: en las costas africanas durante los primeros treinta años,

93
Concolorcorvo, El lazarillo, p. 53.
94
Concolorcorvo, El lazarillo, p. 66.

63
comercio sin colonización a través de factorías; y en las islas atlánticas Madeira,
Canarias, Azores y Cabo Verde, colonización. Las capitanías, subdivisiones del
territorio que suponían mando y organización, cubrieron con distinto éxito este litoral -
São Vicente, Pernambuco, Porto Seguro, São Tomé y Bahía, por ejemplo- a modo de
valla que impedía -o pretendía impedir- la intromisión de los franceses al interior que,
por otro lado, se hallaba dominado por los indios tupí. Las relaciones con esos grupos
originarios y la legitimación de la conquista estuvieron signadas por la imperiosa
necesidad de mano de obra indígena y por la imposibilidad de someterlos dada la escasa
complejidad de su organización sociopolítica. A partir de la segunda mitad del siglo
XVI, la penetración en el interior que en principio buscaba oro e indios promovió en el
Sur y el Oeste la actividad ganadera que, mediante la colonización del sertão, empalmó
los movimientos expansivos originados en el litoral. En el centro, desde fines del siglo
XVII, comenzó el ciclo del oro acompañado por la explotación de minas de diamantes
y, por último, las bandeiras.
Al igual que el resto de América, Brasil representó una sumatoria de distintas
realidades, cada una con su dinámica y sus particularidades. En algunas de esas áreas
como la región del Marañón y el Paraguay, donde los dominios españoles estaban en
contacto con los portugueses, la proximidad entre los dominios había generado
sucesivas disputas. En el Sur, éstos hallaron su máxima expresión con la fundación de la
Nova Colonia do Sacramento en 168095, enclave situado irritativamente frente a Buenos
Aires. El estuario del Río de la Plata y la Banda Oriental (ver anexo cartográfico) fueron
el escenario de los conflictos suscitados por la fundación de Colonia del Sacramento,
que integró el ambicioso plan del gobernador de Río de Janeiro Manuel de Lobo, el cual
no descartaba llegar a Buenos Aires. Para contrarrestar sus efectos los españoles
fundaron Montevideo y atacaron Colonia en 1735, situación que provocó la fundación

95
Un panorama de la colonización y organización política, social y económica portuguesa en Brasil,
puede consultarse, entre otros en: Johnson, H. B., “La colonización portuguesa del Brasil, 1500 – 1580”,
en Bethell, Leslie, ed. Historia de América Latina. Tomo 1: América Latina colonial: La América
precolombina y la conquista, Ed. Crítica, Barcelona, 1998 [1984], 203 – 233; Mauro, Frédéric, “Portugal
y Brasil: estructuras políticas y económicas del imperio, 1580-1750”, en Bethell, Leslie, ed., Historia de
América Latina. Tomo 2: América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII, Ed.
Crítica, Barcelona, 1990 [1984], pp. 127 – 149; Mansuy-Diniz Silva, Andrée, “Portugal y Brasil: la
reorganización imperial, 1750-1808”, en Bethell, Leslie, ed., Historia de América Latina. Tomo 2:
América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII, Ed. Crítica, Barcelona, 1990
[1984], pp. 150 – 182; Schwartz, Stuart B., “Brasil colonial: plantaciones y periferias, 1580 – 1750”, en
Bethell, Leslie, ed., Historia de América Latina. Tomo 3: América Latina colonial: economía, Ed. Crítica,
Barcelona, 1990 [1984], pp. 191 – 259; y Hemming, John, “Los indios y la frontera en el Brasil colonial”,
en Bethell, Leslie, ed., Historia de América Latina. Tomo 4: América Latina colonial: población,
sociedad y cultura, Ed. Crítica, Barcelona, 1990 [1984], pp. 189 – 226.

64
portuguesa de Río Grande para asegurar su consolidación lusitana en el área. Esta breve
reseña de la colonización portuguesa en Brasil abona la afirmación sobre la
omnipresencia de las fronteras en la América Colonial, pues también en este extenso
espacio se comprobó la interacción con naciones extranjeras y con indígenas no
sometidos que dieron lugar a procesos donde el dominio de uno grupo sobre otro aún no
estaba definido96.
La búsqueda de una solución definitiva a la cuestión se dio a partir de 1750,
cuando el aparato colonial español se propuso ocupar áreas marginales como medio de
asegurar allí su presencia. De este modo, los Borbones podrían controlar la injerencia de
las misiones, las posibles insurrecciones o el consabido contrabando, pues todos ellos se
presentaban en abierta oposición al objetivo principal del reformismo que era fortalecer
el poder de la monarquía para así volver rentables las colonias. Los Borbones enviaron
una expedición de límites al espacio rioplatense para deslindar los dominios españoles
de los portugueses en el ingreso al continente por el estuario del Río de la Plata. Esta
expedición se ejecutó en cumplimiento del Tratado de Madrid de 1750 que puso coto al
pleito por Colonia del Sacramento, pues acordaba su pase a manos españolas y
determinaba la designación de comisiones bilaterales para marcar los límites de los
dominios de ambas naciones. En cumplimiento de este acuerdo, Portugal cedía a España
el dominio sobre la región del Plata y esta última otorgaba a cambio un territorio con
pueblos de las misiones jesuíticas cuyos límites –el monte de Castillos grandes, el
origen y ribera Septentrional del Río Ibicuí, la margen oriental de Río Uruguay y el
pueblo de Santa Rosa- quedaron precisados en ese tratado. Diego de Alvear, Juan
Francisco Aguirre, Félix de Azara y Francisco Millau fueron algunos de los integrantes
de las expediciones de límites cuyos nombres, años más tarde, quedaron estrechamente
vinculados con la historia argentina97.
Las partidas demarcadoras de límites que marcharon hacia el Río de la Plata en
cumplimiento del Tratado de 1750 partieron de Cádiz en 1751 encabezadas por el
Marqués de Valdelirios98. El estudio de los sectores fronterizos que se sustanciaría con

96
La presencia de negros africanos en Brasil complejiza el análisis y la gravitación de la misma en el
entramado de relaciones sociales varía, lógicamente, según el área enfocada.
97
Para una reseña de las expediciones que integraron estos hombres, véase, entre otros, Santillán, Diego
Abad de, Historia Argentina, pp. 302 a 312.
98
El Tratado planteaba que las comisiones demarcadoras de límites se dirigirían tanto al Río de la Plata
como al norte, hacia el Río Marañón y; por cuestiones de organización el trabajo se dividió, designándose
dos misiones paralelas para ejecutarlos. Los conceptos de límite y frontera fueron trabajados por Manuel
Lucena Giraldo, a propósito de esta expedición. Véase: Lucena Giraldo, Manuel, “El reformismo de
frontera…”.

65
el dibujo de material cartográfico fue su cometido principal. Además, la Corona encargó
misiones accesorias como observar el curso de los ríos, la fertilidad de las tierras,
relevar la población, entre otros aspectos, con lo cual puede comprobarse que concurrió
con el objetivo de la delimitación jurisdiccional, la intención de apropiarse de los
distintos paisajes, humanizados. Uno de los integrantes de la expedición, Francisco
Millau -alumno de Jorge Juan y Secretario del despacho de Marina en 1742- se basó en
materiales impresos, diarios y observaciones astronómicas efectuadas anteriormente -a
los que sumaron los planos de los terrenos por él y sus compañeros relevados- para
trazar su propio mapa de la región, que fue enviado a los portugueses. A su regreso a
España, redactó el diario con que aquí se ha trabajado, en el cual mostró, entre otras
cuestiones, un panorama que dejó expuesta la fragilidad del control colonial sobre
determinadas zonas del virreinato:

“(…) De todo el país que comprende en su jurisdicción, sólo se hallan


habitadas de Españoles las tierras que forman las orillas del Río de la Plata
(…) como la ribera occidental del Río Paraná con alguna parte de su
oriental, comunicándose por caminos poblados la Ciudad de Buenos Aires,
con las de Sª Fee y Corrientes (…)99.

En el inicio del diario de viaje de Millau, donde se mencionaron los espacios


vecinos con los que confinaba la Provincia del Río de la Plata, el autor se apropió de las
definiciones coetáneas de límite y frontera:

“La provincia del Río de la Plata tiene principio por el Oriente, en las costas
marítimas de América Meridional y confina por el Occidente con las tierras
del Tucumán, sirviéndole de términos, por la parte del Norte, la Provincia
del Paraguay y por la del Sur, las Tierras Magallánicas. Linda por el
Noroeste con la Provincia del Chaco, habitada por infieles, y hacia el
Nordeste se hallan las posesiones del Brasil”100.

En esta cita los conceptos aparecen explicitados. En primer lugar, entre


Tucumán y Paraguay hay una frontera – límite entre jurisdicciones; luego, con las

99
Millau, Francisco, Descripción de la, pp. 35 y 36.
100
Millau, Francisco, Descripción de la, p. 31. El subrayado es mío.

66
Tierras Magallánicas y con la Provincia del Chaco se constata una frontera interior y,
por último, en el nordeste, una frontera-límite con una nación extranjera. Los
portugueses, legítimos poseedores –aunque con ciertas controversias- de los territorios
del Brasil, fueron la contraparte con la cual había que entablar negociaciones. Las
fronteras se encontraban omnipresentes en tanto que los límites, a veces aparecían y a
veces no.
El espacio rioplantense se caracterizó como una frontera entre españoles e
indígenas desde el siglo XVI, pues, desde entonces, en él interactuaron distintos grupos
étnicos que pujaron por afirmarse en el dominio de la región. La amenaza “extranjera”
siempre estuvo presente por su asedio desde la margen oriental del Río de la Plata y,
además, por los reiterados intentos que buscaron la comunicación con el Océano
Pacífico. Sin embargo, como se ha observado, la sociedad colonial y las apetencias de la
Monarquía Hispánica respecto de este espacio variaron sustancialmente con el
transcurso de los siglos. La percepción inicial, signada por “el hambre”, fue abonada
cuando los primeros pobladores comprobaron la ausencia de los metales preciosos tan
codiciados. Poco a poco, y conforme se modificaban los parámetros de percepción, las
vastas extensiones y las posibilidades ofrecidas para el desarrollo de actividades
agropecuarias tornaron pertinente definir a la región a partir de “la abundancia”. Y,
durante la centuria borbónica, la representación del espacio rioplatense como una doble
frontera -construida en gran parte por los viajeros que recorrieron la región- fue
hegemónica a los ojos de los funcionarios ilustrados españoles. Algunos de ellos, se
apropiaron de esa representación y, resignificándola, propusieron medidas destinadas a
revertir la situación en la cual se encontraba España. En capítulo siguiente se analizará
el modo en que este proceso se advierte en la obra de Pedro Rodriguez Campomanes,
quien, en otras palabras, planteó la transformación de la “puerta de atrás” del Virreinato
del Perú en un área estratégica que debía ser convenientemente atendida.

67
Capítulo 3
Desde “Noticias Secretas” hasta “El lazarillo de ciegos
caminantes”

Los hombres del reformismo, testigos y activos protagonistas del proceso de


atlantización del espacio, redimensionaron el rol del extremo Sur del Imperio
americano. A la hora de interiorizarse sobre las particularidades de la región, la
información suministrada por quienes allí estuvieron resultó imprescindible para
actualizar los datos que, desde el siglo XVI, venían recopilando los sucesivos monarcas.
¿Y cuáles eran, sino los diarios de viaje, las fuentes de información más fiables sobre el
continente americano?
Los diarios de viaje se insertan en el universo más amplio de la producción
escrita integrado, entre otros, por ensayos literarios, correspondencias y demás
documentos emanados de la administración colonial. En su interacción con los distintos
miembros de la sociedad se conformó el universo letrado que involucraba, no sólo a
quienes sabían leer y escribir, sino, además a los iletrados que participaban en el
sinnúmero de relaciones sociales atravesadas por la cultura escrita.
Desde el Siglo de Oro español y portugués, y con la invención de la imprenta
como escenario, un modo de contacto entre los analfabetos y el mundo de la escritura
tuvo lugar a partir de las nóminas, cédulas y cartas de tocar. En estos casos -de
extraordinaria difusión en los siglos XVI y XVII- el manuscrito se asemejaba a un
abracadabra, amuleto o talismán, cuyos efectos mágicos operaban sólo por contacto. El
mecanismo permitía captar algo de la realidad al escribirla y, por ello, la virtud de los
escritos “(…) no dependía de su abstracta comprensión sino de su simple y muy
concreta posesión, de su contacto (…)101”. Un ejemplo de la literatura del Siglo de Oro
demuestra tal afirmación. En Cárcel de amor de Diego de San Pedro, el protagonista
debe encontrar un destino para dos cartas de su amada. Dado que se encuentra a punto
de morir y no quiere entregarlas a otra persona ni tampoco romperlas, resuelve hacerlas
pedazos, disolverlas en un vaso de agua para luego beberla, eternizando en este contacto

101
Bouza, Fernando, Corre Manuscrito. Una historia cultural del siglo de Oro, Ed. Marcial Pons,
Madrid, 2002, p. 88. El autor trabaja este tema a partir de un importante acervo documental que le
permite reconstruir un puñado de casos donde se comprueba la apropiación de la escritura más allá de su
significado textual, véase Capítulo II: “Tocar las letras. Cédulas, Nóminas, Cartas de Toque, Resguardo y
Daño en el Siglo de Oro”, pp. 85-108.

68
la unión con su mujer. Una idea similar, aunque en otro contexto, es trabajada por José
Ramón Jouve Martín cuando se ocupa del rol de las cartas de libertad de los esclavos
limeños. Estos documentos aparecen narrados en primera persona, siendo el amo quien
se expresa, pero a través de la figura del escriba, encargado de la redacción de los
mismos. La carta era leída en voz alta a fin de informar a las partes acerca de su
contenido; luego el esclavo la firmaba y, en el caso que no supiera leer ni escribir, un
testigo lo hacía en su nombre. Desde este momento, la carta de libertad se convertía en
un objeto esencial en la vida del ex esclavo puesto que le permitía acceder, en tanto
libre, a un universo que anteriormente le estaba vedado102. Seguramente su portador no
comprendía literalmente el contenido de la carta pero sí las consecuencias que acarreaba
su posesión.
Tanto en las cartas de tocar como en las cartas de libertad, el significado de los
textos residía en las cualidades intrínsecas devenidas de su objetivación. Ahora bien, en
qué condiciones a un objeto se le asignan ciertos poderes intrínsecos? En los casos
mencionados, determinados sujetos buscan aferrarse a estos objetos por alguna razón
relacionada, lógicamente, más con cuestiones subjetivas que con los atributos reales del
“objeto” en cuestión. De no efectivizase la posesión, existe el riesgo el perder algo: la
libertad en el caso de los esclavos y la unión con una mujer en el caso de Cárcel de
amor.
Los diarios de viaje, como cualquier otro soporte material de textos, también
fueron objetos capaces de adquirir cualidades inmanentes en virtud de los atributos que
les conferían sus lectores. Los reformistas jerarquizaron el rol de estos documentos, en
primer lugar, por el saber que presuntamente portaban y, en segundo término, por el
significado de sus textos. Como se mostrará a continuación, los funcionarios del
reformismo buscaron información en los diarios de viaje porque confiaron en la calidad
de la misma y, además, enviaron expediciones a América porque presumieron la
utilidad que revestirían los informes que obtendrían en consecuencia. En uno y otro
caso, la presunción de la utilidad antecede a su constatación. ¿Por qué se acercaron los
reformistas a estos escritos? ¿Por qué la predisposición a la lectura? ¿Cuál fue la
expectativa que generaron? ¿Qué misterioso saber escondía este género de escritos? ¿De
qué mágicas cualidades estaban investidos que, aun antes de ser leídos, ya portaban un
plus de valor? La respuesta a estos interrogantes se hallará teniendo en cuenta cuál fue

102
Jouve Martín, José Ramón, Esclavos de la ciudad letrada. Esclavitud, escritura y colonialismo en
Lima (1650 - 1700), Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2005, p. 80 a 86.

69
la atmósfera intelectual en que se desenvolvió el reformismo y cuáles fueron sus
expectativas respecto de las colonias americanas.

3.1 - Los primeros Borbones

La crisis del siglo XVII impactó de diferentes modos en los países europeos. No
fue una crisis general puesto que algunos países, como Inglaterra, lejos de verse
afectados, sacaron provecho de esa coyuntura. España, en cambio, fue golpeada tan
duramente que distendió de modo irreversible el control ejercido sobre sus colonias
americanas103. Con el nuevo siglo, los Borbones, procedentes de Francia lograron, tras
su victoria en la Guerra de Sucesión, ubicar a Felipe V en el vacante trono español. A
medida que el nuevo monarca se interiorizaba acerca de la situación de sus reinos,
comprobaba el atraso de España en relación con otras naciones europeas. Esto último
había sido advertido tempranamente por el pensamiento arbitrista en el siglo anterior,
pero serían los Borbones quienes ensayarían -con marchas y contramarchas- la
implementación de reformas para revertirla.
Felipe V, a cambio de su reconocimiento como soberano español, tuvo que
efectuar determinadas concesiones a la Corona inglesa que se plasmaron en la firma del
Tratado de Utrecht. España le cedió los territorios de Gibraltar y Menorca al tiempo que
otorgó un asiento de negros en América. Lo primero supuso la pérdida de territorios
importantes no por su extensión sino por su ubicación estratégica en el Mediterráneo.
Lo segundo implicó que el manejo de la trata de esclavos destinados a mercados
españoles quedaba en manos inglesas. En el continente americano, esta amenazante
presencia extranjera ponía en tela de juicio el modo en que se había manejado la
relación con las colonias hasta el momento pues España poseía el más vasto imperio
pero su archienemiga controlaba las áreas estratégicas y los asuntos claves y rentables.
La guerra no se mostraba como la opción más viable puesto que Inglaterra había sabido
demostrar acabadamente su superioridad en materia militar; por lo tanto, sólo restaban
las negociaciones y, más tarde, la ilusión del comercio colonial como medio de
reasegurar las posesiones de ultramar.
103
Esta distensión, sumada al crecimiento interno de las distintas regiones americanas, permite afirmar
que esta crisis no se trasladó a América. Ruggiero Romano utiliza el término “contracoyunturas” para
expresar esta situación en la cual, mientras España se hallaba asolada por la crisis, América mostraba –
siempre atendiendo a los matices de cada región- un importante crecimiento. Véase: Romano, Ruggiero,
Coyunturas opuestas, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1993.

70
Las negociaciones se tradujeron en alianzas expresadas en los tratados
internacionales conocidos como Pactos de Familia, acordados a partir de 1733 entre las
distintas monarquías europeas104. España se debatía entre el alineamiento con Francia o
el alineamiento con Inglaterra, opciones que, a decir de José del Campillo y Cossío,
conllevaban una selección entre dos males, uno mayor y otro menor. Y el mal menor
fue Francia, ya que su presencia en América se encontraba en retroceso comparada con
la detentada otrora y, en cambio, respecto del comercio colonial, era de temer la sombra
inglesa erguida como su principal competidora. Su influencia no estuvo dada por
sucesivas victorias militares sino por la colocación de sus productos en mercados
americanos y por las eventuales alianzas que establecería con los grupos indígenas no
sometidos. La rivalidad con Inglaterra se expresaba asimismo en el litigio largamente
mantenido con la Corona de Portugal desde la fundación de Colonia del Sacramento.
Con la llegada de los Borbones, España se propuso recuperar el rol que la
pujante Corona de Castilla había detentado dos siglos atrás. Para alcanzar ese cometido
debieron reformularse ciertas cuestiones. Las ideas de la ilustración que prometían
felicidad para todos los hombres fueron la inspiración intelectual de este período.
Enmarcado en las premisas generales de enaltecer la razón, la naturaleza y el progreso
indefinido, el reformismo borbónico pintó con el color local esa corriente de
pensamiento que recorría Europa105. En primer lugar, los hechos habían demostrado que
de nada servía sostener un vasto Imperio si el beneficio obtenido iba a parar a manos
extranjeras. Es por esto que la Monarquía Hispánica decidió incorporar la experiencia
de otros gobiernos que, mediante el comercio o la ocupación de enclaves estratégicos, sí
habían obtenido y conservado en sus arcas los cuantiosos réditos procedentes de sus
colonias. En este sentido fue paradigmático el caso inglés, el espejo en que
continuamente se miró la Corona española. Por otra parte, durante la centuria ilustrada,
la relación de España con la América Española se había concebido -paradójicamente-
con un nuevo cariz donde el imperio se concebía como un todo, un conjunto dentro del

104
Los pactos de familia no respondían a relaciones de parentesco entre los monarcas firmantes sino al
resguardo de sus intereses. El primero y el segundo tuvieron lugar en el reinado de Felipe V en tanto que
el tercero le correspondió a Carlos III. Los mismos preveían la actuación de las distintas Monarquías ante
una eventual contienda o agresión, pautaban la ayuda militar que se suministrarían entre sí los Estados y,
en algunos casos, se distribuían los dominios territoriales más alejados, por ejemplo, los reinos italianos.
105
Las ideas de la ilustración no responden a un concepto unívoco sino que se encuadran en los principios
generales señalados. Sánchez Blanco, Francisco, La mentalidad ilustrada, Ed. Taurus, Madrid, 1999
muestra un completo panorama de lacuestión mientras que una síntesis actualizada de los distintos autores
que se ocuparon de la temática, especialmente para el caso español, puede consultarse en: Saavedra,
Pegerto y Sobrado, Hortensio, El siglo de las luces. Cultura y vida cotidiana, Ed. Síntesis, Madrid, 2004,
pp. 363 a 380.

71
cual no había lugar para las contradicciones. El reformismo se había planteado como
objetivo aniquilar la autonomía que América había conseguido y afianzado para lo cual
debía, necesariamente, recortar el poder que los criollos habían logrado concentrar. La
Metrópoli debía beneficiarse de sus posesiones americanas que, por su parte, debían ser
funcionales y no disonantes con los intereses de aquella. No era coherente, por ejemplo,
que la producción americana compitiese con la española y mucho menos que España no
pudiese colocar ciertos efectos en América porque ésta los obtenía por sí misma.
Cada uno de los monarcas borbónicos supo rodearse de un espectro de
pensadores que al mismo tiempo fueron los funcionarios del reformismo durante su
período de gestación e implementación106. Ellos, con distintos matices, asimilaron las
ideas de la ilustración al tiempo que aggiornaron a los nuevos tiempos las acuñadas
dentro de España por los arbitristas107. Fueron los más cabales representantes de la
ilustración española108. José del Campillo y Cossío y Pedro Rodriguez Campomanes -
figuras paradigmáticas en virtud de los objetivos de este trabajo- dialogaron con otros
como Uztáriz o Bernardo de Ulloa, quienes, lo mismo que ellos, veían América desde
una óptica económica. Uztáriz pretendía restaurar la hegemonía hispana a través de un
comercio cuyo saldo fuese favorable. Si bien no se dedicó a estudiar el comercio de
ultramar, algunas de sus propuestas denotan la huella que marcó en Campomanes:
fomentar la industria, elevar la población, rebajar impuestos, proteger la agricultura,
extirpar los monopolios y fábricas oficiales y, por supuesto, evitar la salida de metales
preciosos. Bernardo de Ulloa, más conocedor de América en virtud de la célebre
expedición de su hijo Antonio, consideraba estéril la posesión de metales preciosos si
éstos no eran acompañados por actividad en las fábricas, base del comercio, que España
por cierto había descuidado. Al mismo tiempo, se mostró partidario de acabar con el
monopolio de Acapulco y con las compañías, de fomentar el crecimiento de la
población de América, generando así las condiciones para desplegar una auspiciosa

106
El reformismo no fue un programa homogéneo de gobierno. Al contrario, el faccionalismo y los
conflictos fueron moneda corriente entre sus ministros. Basta repasar su disímil procedencia social, sus
diversas trayectorias, las distintas expectativas con que llegaban a sus cargos o las estrategias empleadas
para lograr el favor real, para comprender las contradicciones que caracterizaron al accionar político del
reformismo borbónico.
107
Para una idea general sobre el pensamiento de los autores que conforman marco intelectual en que se
forja el pensamiento ilustrado español puede consultarse Ezquerra, Ramón, “La Crítica española sobre
América en el siglo XVIII”, en Noticias Secretas de América (Anexo, Apéndice 2), pp. 740 -865.
108
Existe un debate historiográfico en cuanto a la existencia de una ilustración española. En este sentido,
resulta pertinente, entre otros, el planteo de Fueyo Álvarez, J., Ideas del Estado en la ilustración, Carlos
III y la Ilustración, Cátedra Campomanes, 2 vols. I. Madrid, 1988. El autor indica que hubo una
ilustración en España que si bien no adquirió los rasgos radicalizados de otros países, sí tuvo un aire
renovador que fue abruptamente interrumpido por la Revolución Francesa.

72
actividad fabril. Sorprendente y prontamente confió en el desarrollo americano porque
no lo consideró incompatible con el peninsular109. En general, estos hombres no
provenían de los sectores sociales más prestigiosos, sino de las clases medias urbanas y
se convirtieron en una nueva nobleza, una vez que dispusieron sus capacidades
intelectuales para servir al Estado. Su influencia en los asuntos de gobiernos fue
decisiva, motivo por el cual David Brading se refiere a ellos como una élite ministerial
que llevó adelante la revolución administrativa y, por lo expuesto, se pregunta si la
historia de estos años ha de escribirse en términos de reyes o de ministros110. Las
posturas de estos pensadores no constituyeron, obviamente, un conjunto homogéneo
sino que tomaron diferentes posiciones ante las distintas coyunturas que se desplegaron
a lo largo del setecientos. Si hubo un aspecto en que coincidieron estos hombres fue en
su adhesión al mercantilismo, doctrina económica seguida por modelo inglés del siglo
anterior que llegó a la Europa continental -más tarde- con la denominación de
mercantilismo tardío. Su premisa consistió en la obtención de una balanza comercial
favorable, objetivo que sólo podía alcanzarse a condición de promover la producción
interna y el comercio exterior de la misma. Inglaterra lo había logrado en el siglo
anterior y España, que teniendo las Indias no lo había conseguido, se embarcaría en la
empresa de imitar ese ejemplo.
Para comprender cabalmente la incidencia de estos intelectuales en los asuntos
de gobierno, hay que precisar el progresivo protagonismo asumido por las instituciones
personales en tanto contracara de las obsoletas colegiadas. El régimen polisinodial del
tiempo de los Austrias chocó con las políticas centralizadoras de los Borbones. Los
decretos de Nueva Planta se comenzaron aplicar en 1707 y constituyeron la más clara
expresión de la vocación centralizadora de la Monarquía Hispánica puesto que, entre
otras cuestiones, se suprimían los fueros de las Coronas de Aragón y Valencia. Se
redimensionó la figura de los Secretarios de Despacho y, tras los vanos intentos de
recortar sus atribuciones, el Consejo de Castilla se transformó en la segunda
magistratura del reino, superada en rango sólo por el rey. Éstos y otros cargos
administrativos fueron las trincheras desde las cuales los pensadores ilustrados buscaron
poner en práctica aquellos argumentos que defendían teóricamente.

109
véase Ezquerra, Ramón, “La crítica española”.
110
Brading, David. “La España de los Borbones y su imperio americano”, en Historia de América Latina
Nº2, Leslie Bethell (ed), Crítica Barcelona, 1990, pp. 87 y 88.

73
Respecto de América, hasta hace unas décadas, la afirmación sobre el énfasis
reformista a partir de 1759 -inicio del reinado de Carlos III- constituyó un lugar común
en la historiografía de este período. Hoy, esta posición tradicional se encuentra
relativizada pues, si bien es cierta la aceleración del reformismo desde entonces, no es
menos cierto que la misma sólo puede concebirse como el resultado de un proceso de
marchas y contramarchas esbozado desde principios de siglo. En la maduración del
pensamiento español, cuyo resultado fue la progresiva extensión de las reformas al
territorio americano, desempeñaron un papel fundamental los escritos de viajeros a
América.
Una síntesis del pensamiento que se gesta en los inicios del siglo XVIII puede
buscarse en la obra de José del Campillo y Cossío, referente de la primera etapa del
reformismo borbónico. Reflexionó sobre el atraso de su nación en obras como “España
despierta”111 y “Lo que hay de más y de menos en España, para que sea lo que debe ser
y no lo que es”112. Su influencia en los asuntos reales se dimensiona recién a partir de
1733 -si bien había cumplido funciones en tiempos del ministro Patiño-, cuando fue
convocado por Felipe V para desempeñar el cargo de Intendente de Marina y luego
Intendente General de Aragón. Unos años después, fue nombrado Secretario de
Hacienda y Secretario de Marina, Guerra e Indias, puesto desde los cuales se permitió
reflexionar en torno a la ineficiente explotación de las colonias americanas y desde
donde le imprimió un sello renovado a la administración borbónica. En ese contexto
escribe en 1743 Nuevo sistema de gobierno para la América: con los males y daños que
le causa el que tiene de lo que participa copiosamente España, y Remedios universales
para que la primera tenga considerables ventajas y la segunda mayores intereses113.
Esta obra, inédita largo tiempo, constituye el principio del proceso de reflexión
planteado en el párrafo precedente. El eje industria – comercio – población fue la
columna vertebral de este programa de reformas que no se circunscribía a la península
sino que se extendía, consecuente con el título de la obra, a las “mal explotadas”
colonias americanas. El aprovechamiento que otras naciones como Francia e Inglaterra

111
Campillo y Cossío, José del, “España despierta”, en Dos escritos políticos, Oviedo, Junta General del
Principado de Asturias, 1993, pp. 137-233.
112
Campillo y Cossío, José del, “Lo que hay de más y de menos en España, para que sea lo que debe ser y
no lo que es”, en Dos escritos políticos.
113
Campillo y Cossío, José del, Nuevo sistema de gobierno económico para la América, con los males y
daños que le causa el que hoy se tiene de lo que participa copiosamente España, y Remedios universales
para que la primera tenga considerables ventajas y la segunda mayores intereses, Madrid, 1789, Ed. M.
Ballesteros Gaibrois, Oviedo, 1993.

74
supieron hacer de sus posesiones en ultramar lo condujeron a cuestionar las políticas
seguidas hasta el momento, constatando las cuestiones antes señaladas. Aquellas
naciones optaron por afirmarse en las zonas conquistadas, concentrando sus esfuerzos
en conservarlas antes que en expandirse hacia nuevos territorios que, seguramente, se
hubiesen tornado incontrolables. Asimismo, observó cómo, inteligentemente, hallaron
la fuente de su riqueza en el trabajo de la tierra y en propiciar cierta libertad para
comerciar. Y cómo, increíblemente, se quedaron de todos modos con las riquezas
metálicas que España se empeñaba en detraer de sus colonias. Según este pensador, se
imponía una reformulación del vínculo con América, cuyos vastos dominios junto con
sus indios vasallos, explotados adecuadamente, le producirían sustanciosos beneficios a
la Corona. Su planteo respecto de esta importante porción de Monarquía consistía en
convertir a España y América en un complejo económico cerrado. Proponía fomentar la
agricultura y la industria siempre que no compitiese con España y creía también en el
comercio libre entre los puertos españoles, cerrado entre españoles y americanos, donde
los extranjeros quedarían excluidos de esta actividad.
En el Nuevo Sistema de Gobierno ya se mencionaban el régimen de intendencias
y las ordenanzas de comercio libre como las claves para fortalecer el poder español en
América y así optimizar el rédito obtenido. Resulta interesante señalar que el autor
confesó no contar con información confiable sobre el continente americano. Los
pensadores ilustrados especularon sobre América sin conocer cabalmente América,
situación que desnudaba su incapacidad para lograr que las propuestas formuladas en
teoría se implementaran en términos prácticos. Este grupo de hombres no podía
permitirse semejante deficiencia de saber. Campillo, consciente de la distancia que lo
separaba del continente sobre el cual pretendía tomar medidas, propuso subsanar esa
carencia con la realización de una visita general a los reinos americanos. En sentido
amplio, puede entenderse que el instructivo acerca del universo a relevar en una visita
es una de las recetas mencionadas en el primer capítulo para el “buen viajar”. La
prescriptiva entregada al visitador contenía instrucciones precisas sobre los focos de
interés en América: la administración de justicia, los privilegios de ciertos indígenas y
de sus caciques, los dominios eclesiásticos, la universidad, los tribunales, las
fundaciones de beneficios y obras pías, los bienes raíces no explotados adecuadamente,
entre otros. Los visitadores, por cierto, debían acreditar determinadas nociones para ser
investidos con una función de esa jerarquía, como, por ejemplo, el conocimiento de la
metodología empleada por otras naciones para propiciar la actividad comercial y la

75
agricultura. Una vez asumidos estos condicionamientos por el encargado de realizar la
visita, su mirada sobre el espacio transitado quedó prisionera de aquellos.
La propuesta de Campillo se llevó a cabo informalmente durante el reinado de
Fernando VI en la expedición de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, cuyo diario de viaje
informó secretamente a los funcionarios acerca de un sinnúmero de espacios y
situaciones que aquellos desconocían. En cierto modo, puede sostenerse que los
registros que quedaban como resultado de una visita compartían algunos rasgos con
aquellos obtenidos como consecuencia de una expedición y los visitadores, en el mismo
sentido, eran homologables a los viajeros.
La dificultad de legislar y reformar ciertos aspectos de la relación con las
colonias americanas había quedado advertida por Campillo cuando planteó la necesidad
de una visita general porque, de lo contrario, España estaría legislando sobre algo que
no conocía pormenorizadamente. Así las cosas, el envío de expediciones de
reconocimiento a América se convirtió en una importante herramienta para la
integración y, a fin de cuentas, una nueva asimilación de las colonias. Mediante esas
expediciones, los Borbones buscaron una apertura, una nueva mirada capaz de
suministrar conocimientos acerca de América de distinto orden que los proporcionados
por las anteriores; conocimientos capaces de brindarles la base para la adopción de
ulteriores medidas económicas, militares, políticas y religiosas, entre otras.
Fue en el marco de esa imperativa familiarización con las colonias que los
escritos de viajeros cobraron un inusitado auge. Ellos fueron capaces de rellenar el
bache comprobado por la ausencia del conocimiento tanto empírico como actualizado
respecto de las colonias. Y precisamente por este motivo, se convirtieron en un
instrumento clave cuando llegaron a manos de los ilustrados españoles. Los diarios
trascendieron su significado objetivo al ser investidos de cierto poder cuando los
intelectuales que rodearon a la Corona comprendieron que, a partir de su lectura, les era
factible cubrir una falta. Nada más y nada menos que la falta de información actualizada
sobre sus colonias americanas.
Por ejemplo, la expedición científica de Charles Marie de La Condamine tuvo
como efecto colateral la redacción de Noticias Secretas de América, informe secreto
encargado por la Corona española a dos miembros integrantes de aquella: Jorge Juan y
Antonio de Ulloa. Si la Monarquía Hispánica encomendó esta tarea de relevamiento fue
porque aun antes de conocer los resultados de tal empresa presumió la utilidad que
revestiría la información fehaciente y actual sobre determinados territorios de sus

76
colonias. Información fehaciente, en este período, implicaba información obtenida a
partir del contacto físico propio del conocimiento empírico como forma jerarquizada de
saber.
De hecho, los ministros de la Monarquía carecían del conocimiento empírico del
espacio sobre el cual pretendían legislar y esta era una carencia que, al menos desde el
siglo anterior, no podía pasar desapercibida114. Sin ir más lejos, el siglo de las luces
asumió los preceptos de los empiristas ingleses como David Hume para quien la
experiencia se convirtió en el referente de los conocimientos de cualquier especie y toda
idea era una expresión de las impresiones. En el libro primero de su Tratado de la
naturaleza humana titulado “Del entendimiento”, formuló como primer principio de las
ciencias de la naturaleza humana que “(…) todas nuestras ideas simples proceden
mediata o inmediatamente de sus impresiones correspondientes (…)”115. Luego
discurrió sobre las ideas, el espacio, el conocimiento y la probabilidad pero
remitiéndose a las distintas operaciones que podían concretarse a partir de un saber que
siempre procede de una impresión. Impresión ausente a los cinco sentidos de los
funcionarios borbónicos. Un siglo antes, Francis Bacon había explicitado en su
pensamiento la relevancia de los viajeros en tanto portadores de experiencia. Sostenía
que viajar, en los jóvenes, era parte de la educación mientras que en los mayores, era
parte de la experiencia; y además, veía pertinente la presencia de algún tutor, o criado
de confianza, que conociera el lenguaje y haya estado con anterioridad en el destino
elegido116.
Durante las primeras décadas del reformismo borbónico, sus mentores
constataron su falta de conocimiento sobre el continente destinatario de las reformas y
se propusieron remediarla requiriendo a quienes viajaron a América información
fehaciente sobre el estado de sus colonias. Una vez obtenida, los funcionarios del
reformismo se convirtieron en viajeros imperfectos pues, sin desplazarse pero a través

114
Por otra parte, esta nueva forma de saber comulga con el hecho de que, a partir de 1750 Europa
transitó, decididamente, un proceso de desacralización y abandono de la tutela religiosa. En el caso del
reformismo, la expulsión de los jesuitas de América fue una clara expresión de esta tendencia. Ni la
religión ni la iglesia podían frenar el avance las ideas de la ilustración.
115
Hume, David, Tratado de la naturaleza humana. Ensayo para introducir el mérodo del razonamiento
experimental en los asuntos morales. Tomos I, II y III, Ed. Talleres “Calpe”, Madrid, 1923, p. 31.
116
Bacon, Francis, Essays, Civil and: “Travel, in the youger sort, is a part of education; in the elder, a part
of experience (…) That young men travel under some tutor, or grave servant, I allow vell; so that he be
duch a one that hath the language, and hath been in the country before; whereby he may be able to tell
them what things are worthy to be seen in the country where they go (…)”.

77
de los ojos de los distintos viajeros, conocieron el espacio sobre el cual se proponía el
plan de reformas.

3.2 - El período carolino

A partir de 1759 y capitalizando las conclusiones a las que arribaron sus


predecesores, el rey Carlos III y sus ministros profundizaron el plan de reformas que se
venía implementando. Las visitas que Campillo imaginó en el período anterior se
sustanciaron recién con este monarca: entre 1765 y 1771 José de Gálvez concretó una
visita a la Nueva España en tanto que entre 1777 y 1782 Areche hizo lo propio en el
Perú. La promesa de afianzar el conocimiento empírico del continente americano se iba
transformando en una realidad. En este mismo período se encomendó a Alonso Carrió
de la Vandera el relevamiento de las postas de correo existentes entre Buenos Aires y
Lima forjándose mientras cumplía la tarea, El lazarillo de ciegos caminantes,
paradigmático diario de viaje como se ha demostrado.
Durante el período carolino, el comercio colonial -con las ciudades americanas y
con los pueblos originarios- adquirió un nuevo cariz. Los arbitristas se habían percatado
de la trampa mortal que suponía la obsesión de poseer el continente americano y la
sintetizaron en la ilustrativa expresión Tenemos las Indias pero somos las Indias de
Europa, acuñada cuando promediaba el siglo XVII. En el siglo siguiente, los Borbones
buscaron posicionar a España frente a otras coronas europeas para lo cual el comercio
sería considerado un instrumento estratégico de su política económica. El objetivo
consistió en reformular -y blanquear- la relación comercial con las colonias
implementando un conjunto de medidas orientadas a promover tal actividad, estrategia
que desplegarían, entre otros factores, merced a la apropiación de diarios de viaje a
América.
Quien más claramente se ocupó de estas cuestiones fue Pedro Rodriguez
Campomanes. Ocupó cargos políticos en la administración borbónica y ha trascendido
por su tarea de asesoramiento y justificación de las reformas que habrían de
implementarse117. A lo largo de su vida se ocupó de temas eruditos jurídicos lingüísticos

117
Así lo indica Vicente Llombart Rosa, quien se ha dedicado exhaustivamente a estudiar la persona y la
obra de Campomanes. Ciertamente, a su exhaustivo trabajo en archivos españoles se le debe la
recopilación, ordenamiento y transcripción de los originales de Reflexiones. Véase Llombart Rosa,

78
e históricos e incluso fue designado asesor del Juzgado de Correos y Postas entre 1755 y
1756. Desde 1757 los temas económicos se convirtieron progresivamente en su
principal preocupación. Su participación como asesor de la Corona se tornó cada vez
más activa de hecho, en 1762 cooperó mediante sus “noticias geográficas” con la
invasión a Portugal justificándola además, históricamente. En el mismo año culminó su
obra, cuyo título completo reza: “Reflexiones sobre el Comercio español a Indias. En
que se traen por menos las Leyes e Historia de nuestro Comercio, la del Asiento de
Negros y las Relaciones de nuestro Tráfico con el de las Naciones Extranjeras en
Indias, y se da una noticia muy individual de las Colonias, examinanse las Causas
porque florecen, y cuales influyen a la decadencia de las nuestras, y se proponen los
medios para mejorar el Comercio, y la Navegación. Por Don Pedro Rodríguez
Campomanes del Consejo de S.M. y su Fiscal en el Real y Supremo De Castilla”. Al
igual que en la obra de Campillo, aquí se comprueba la adhesión de este pensador al
mercantilismo; en este caso el mercantilismo tardío, tributario del modelo inglés. Dicha
obra se enmarca en la impronta borbónica de optimizar el rendimiento de las colonias
poniendo en cuestión -entre otros aspectos que se recogen- la utilidad, cuantitativa y
cualitativa, que hasta el momento se había recogido de ellas. Aquí se trabajará
preferentemente con la misma por ocuparse del comercio colonial, por utilizar en su
argumentación una pluralidad de diarios de viaje y, principalmente, porque su autor
tuvo entre sus objetivos la aplicación de su bagaje de ideas en el Sur del Imperio.
Pedro Rodríguez Campomanes cristalizó en su obra la influencia que en él
ejercieron los diarios de viaje, pues, nutriéndose con la información que le
suministraron y efectuando una lectura crítica de los mismos, formuló su propuesta
reformista. Sin embargo, hay que considerar además el espacio sociopolítico en que su
lectura se efectuó y el grupo social y cultural donde se hallaba inserto, pues debe
desestimarse la idea de que una figura política e influyente como Campomanes, munido
de ciertas lecturas, lograse por sí sólo guiar el accionar político de la Corona
española118.

Vicente. Edición, transcripción y estudio preliminar de la versión editada de Pedro Rodriguez


Campomanes. Conde de Campomanes, Reflexiones sobre el comercio español a Indias: (1762), Ed.
Instituto de Estudios Fiscales Madrid, 1988.
118
Cabe acotar que la labor intelectual de este pensador es más vasta ya que sus cavilaciones se refirieron
también a la implementación del reformismo en territorio europeo. Véanse: Campomanes, Pedro
Rodríguez, Discurso sobre el fomento de la industria popular, Madrid, en la Imprenta de D. Antonio de
Sancha. M.DCC.LXXIV; Campomanes, Pedro Rodríguez, Discurso sobre la educación popular de los
artesanos y su fomento, Madrid, en la Imprenta de D. Antonio de Sancha. Año de M.DCC.LXXV;
Campomanes, Pedro Rodríguez, Juicio imparcial sobre las letras en forma de breve que ha publicado la

79
En relación con América, el debate sobre los términos de la relación a entablar
con las colonias, discurrió mayormente por carriles teóricos sin hacer referencia a un
espacio en particular. Y en este aspecto es donde Campomanes planteó una innovación.
En primer lugar, reflexionó sobre el comercio de ultramar, tarea a la que hasta entonces
poca atención se le había dispensado. Y en segundo término, señaló una región donde, a
su juicio, aquellas disquisiciones conceptuales podían llevarse a la práctica: el espacio
rioplatense. De lo advertido hasta aquí, puede inferirse que la receptividad de la
propuesta de Campomanes en tiempos de Carlos III no se explica tan solo por su
contenido sino, principalmente, por el momento histórico en que se produjo. Un
momento en que las reformas se habían implementado, con distintos resultados en
territorio europeo y, por otra parte, las ideas trabajadas desde principios de siglo se
hallaban maduras como para generalizar su aplicación al conjunto del Imperio.
Las medidas que promovieron finalmente una apertura comercial se fundaron, en
parte, en el conocimiento que sus mentores supieron obtener del continente americano
merced a la lectura de diarios de viaje. La apropiación de esa información se encuentra
expresada cabalmente en la citada obra de Campomanes y vertida, principalmente, en
sus primeros capítulos. Este hombre se convirtió en una figura paradigmática para
ilustrar la jerarquización de los diarios de viaje a América durante el reformismo
borbónico ya que, como puede verificarse con una lectura superficial de Reflexiones, fue
un confeso lector de estas fuentes. En ese tratado, no aparece comentario alguno acerca
de los escritos mencionados en el inicio del capítulo anterior porque el autor, si bien se
detuvo sobre esta área, lo hizo dirigiendo su atención hacia el Sur y a la tierra
magallánica y no a su espacio interior, al que sí se dedicaron los viajeros aludidos.
Campomanes escogió como parámetro para su reflexión a las expediciones que
buscaron rutas comerciales o enclaves estratégicos para comerciar. Del análisis deriva
su propuesta que residía en convertir el comercio de ultramar en una herramienta de la
política económica imperial capaz de devolverle a España un lugar de privilegio dentro
del conjunto europeo.
El texto de Reflexiones no posee un hilo conductor sino que muestra
continuamente un ir y venir sobre los temas que ocupaban a su autor y las conclusiones,
lejos de reservarse para un lugar al finalizar el escrito, se anunciaban a cada paso. Esto

Curia Romana, en que se intentan derogar ciertos Edictos del Serenísimo Señor Infante Duque de Parma
y disputarle la soberanía temporal con este pretexto, Madrid, Oficina de D. Joachin de Ibarra, Impresor
de Cámara de S. M. 1759.

80
se debe, en alguna medida, a que Campomanes no publicó en vida esta obra y por ello
su edición posterior no obedeció a un ordenamiento, corrección y compilación por él
efectuados sino a la disposición que le dio el investigador Vicente Llombart Rosa a la
documentación dispersa en archivo. Esto último no resulta un obstáculo para afirmar
que los diarios de viaje a América citados por Campomanes se encuentran
estratégicamente expuestos lo cual evidencia una interpretación filtrada y una
intencionalidad que se adivina desde el prólogo119.
Como se ha señalado en el primer capítulo, los escritos cuentan con destinatarios
previstos e imprevistos. Reflexiones, dirigida expresamente al rey Carlos III, se
compone con un prólogo seguido de veintitrés capítulos donde se repasa la relación de
las distintas naciones europeas con sus colonias americanas, enfatizando especialmente
en la cuestión del comercio colonial. Luego de efectuar sus indagaciones, el autor
concluyó que fueron causas concurrentes de su deficiencia tanto el mantenimiento del
privilegio exclusivo del comercio a través del puerto de Cádiz como el descuido de la
agricultura y la población de las tierras americanas. Las propuestas, insinuadas o
explícitas, residieron básicamente en abandonar el sistema de monopolio e incrementar
el comercio a través del fomento de la pesca de bacalao, ballena y lobos marinos en el
Sur del Imperio.
Desde el siglo XVI, el comercio entre España y las Indias se había realizado bajo
el sistema de monopolio, en virtud del cual el tráfico comercial debía pasar
indefectiblemente por Sevilla -y desde 1717, Cádiz- y los puertos americanos de
Portobelo y Veracruz, y ejecutarse, además, mediante el régimen de Flotas y
Galeones120. Cuando esto no sucedía -la transgresión al monopolio era más la regla que
la excepción-, la actividad quedaba confinada al ámbito ilegal y los distintos efectos
intercambiables, a merced del contrabando. La práctica se encargó de demostrar que el
monopolio, tal como estaba planteado era insostenible para la Corona de Castilla y,
poco a poco, hizo agua porque resultó obsoleto para envolver la dinámica que regía la
relación comercial entre ambos mundos. La indefectible intromisión de las colonias

119
Este historiador, que se dedicó exhaustivamente a la vida y obra de Campomanes, señala en el prólogo
a Reflexiones, que en su estudio no se dedicará a examinar el manejo que Campomanes efectúa de los
diarios de viaje a América, y deja esta tarea para futuras investigaciones.
120
Las Ordenanzas que reglamentaron el sistema de Flotas y Galeones se dictaron entre 1561 y 1566 y,
durante dos siglos aproximadamente, fueron el mecanismo legal de navegación y transporte entre España
y las colonias americanas. Las flotas debían partir en primavera del puerto sevillano de Sanlúcar de
Barrameda con rumbo a Veracruz, pasar el invierno en las Indias y regresar desde La Habana en marzo.
Durante el siglo XVII y principios del XVIII numerosas reglamentaciones permitieron excepciones a este
sistema que, finalmente, fue suprimido en el año 1740.

81
extranjeras así como África, Filipinas, Asia Oriental y otros países europeos en la
ecuación comercial, sumados a las frecuentes excepciones admitidas por la Corona,
socavaron de modo irreversible aquel diseño legal121. España era la dueña del comercio
colonial sólo en términos nominales. De hecho, a la hora de evaluar el rendimiento de
esa actividad, unas islas pequeñas, estratégicamente ubicadas y convenientemente
explotadas, habían brindado a sus respectivas Metrópolis mejores beneficios que las
vastas colonias españolas. Los Borbones, asesorados por políticos e intelectuales como
Campomanes, decidieron que era hora de revertir esta situación o, mejor dicho, de dar
un marco legal a situaciones que se verificaban en la práctica. Más puertos posibilitarían
una mayor fluidez a la relación comercial de España con sus colonias que, por cierto,
habría de acompañarse con un incremento de las actividades productivas que brindarían
los efectos necesarios para comerciar.
El vínculo que estableció Pedro Rodríguez Campomanes con los diarios de viaje
a América puede interpretarse a partir de la preponderancia que éste les otorgó tanto
explícita como implícitamente. En su obra, explicitaba a cada paso que aquellos habían
sido su principal fuente de información y por ello citó prolijamente el año, la
procedencia, los integrantes o los objetivos de cada una de las expediciones a las que se
refirió; mostrando, de este modo, el importante rol que habían desempeñado en la
conformación de su pensamiento. Por otra parte, la lectura del historiador –un
destinatario imprevisto- puede exponer la primacía que, de modo implícito, le fue
conferida a estas fuentes. Campomanes no sólo acudió a los diarios de viajes y lo
admitió, sino que se sirvió de ellos para sustentar los argumentos que le expresó al rey
Carlos III. Tanto en el orden de la exposición como en la selección de los contenidos
vertidos en Reflexiones se verifica que la utilización de los diarios de viaje no fue
inocente. Ni se anunció ni se explicitó porque el autor pretendió naturalizarla como si el
ordenamiento que él dispuso obedeciera a una verdad revelada cuando, en verdad,
estaba efectuando una manipulación en el modo de exposición de las fuentes en virtud
de aquello que intentaba demostrar.
Según puede observarse en el curso de su escrito, la ocupación efectiva de las
áreas estratégicas constituyó una preocupación constante en Campomanes. En su
opinión, un área era estratégica cuando el esfuerzo y los recursos que se invertirían en
su adecuada explotación y defensa -teniendo en cuenta su localización, accesibilidad,

121
El tema se encuentra exhaustivamente estudiado en Oliva Melgar, José María, El monopolio de Indias
en el siglo XVII y la economía andaluza, Huelva, 2004.

82
recursos, las relaciones mantenidas con los grupos originarios- serían en un futuro
compensados por los réditos que se obtendrían a partir de la práctica del comercio. De
las áreas estratégicas del continente americano, el extremo sur cautivó la atención de
Campomanes. En ese flanco, el contrabando colonial expresaba la vulnerabilidad del
Imperio y este pensador sugería combatirlo con una apertura del monopolio comercial y
con el fomento de determinadas actividades económicas, especialmente la pesca.
Durante el siglo XVII, la Corona había adoptado una actitud ambivalente respecto a esta
región pues, sumida en la crisis, aceptó financiar el aparato administrativo y militar
mediante el comercio ilegal. Por un lado, admitió excepciones al rígido monopolio
comercial al otorgar licencias para comerciar a los Navíos de Registro, es decir, por
fuera del sistema de Flotas y Galeones. Por otra parte, a modo de pacto con la elite
local, admitió la corrupción como la alternativa más viable para proteger el puerto de
Buenos Aires, clandestino hasta el Reglamento de Libre Comercio en 1778122, y
apetecido por otras naciones123. Para Campomanes, un intelectual que consagró parte de
su obra al comercio de ultramar, la verificación de esta situación no podía pasar
desapercibida y por ello, tras indicar las cualidades del área que la convertían en
estratégica, sugirió a la Corona destinar recursos para protegerla. El reconocimiento y la
forma que asumirá la consecuente protección de ese espacio -planteada a partir del
ejercicio del comercio o la actividad pesquera- es un elemento constitutivo de la
estrategia narrativa del autor.
Un repaso por la estructura de Reflexiones demostrará algunos de los objetivos
de su autor. La primera parte de este escrito, donde Campomanes registró
minuciosamente la información que le proveyeron quienes estuvieron en América,
puede considerarse un diario de viaje imperfecto. Conoció ese continente a través de
otros y, por lo tanto, para perfeccionarse como viajero, le habría faltado efectuar a él
mismo el desplazamiento. Este pensador guió al lector en una travesía de Norte a Sur
por el continente americano sin haber estado jamás en ese lugar. El relato de Reflexiones
se inicia en América del Norte, luego pasa por Centroamérica para detenerse,
finalmente, en los Mares del Sur. Los aspectos recogidos en cada uno de esos espacios
122
El Reglamento de Libre Comercio de 1778 integró un conjunto mayor de medidas como por ejemplo,
el desgajamiento de parte del territorio del Virreinato del Perú que dio lugar al Virreinato del Río de la
Plata con capital en Buenos Aires. Este reglamento ampliaba el número de puertos autorizados para el
comercio entre España y América incluyendo entre éstos a Buenos Aires, simplificaba el sistema
tributario manteniendo sólo el derecho de almojarifazgo y alcabala, y rebajaba los derechos de arancel de
determinados productos. Véase: Reglamento y Aranceles para el Comercio Libre de España a Indias de
12 de Octubre de 1778. Madrid, en la Imprenta de Pedro Marin.
123
Moutoukias, Zacarías, “Burocracia, contrabando y autotransformación, pp. 213-248.

83
son similares, a saber: las características de las costas y las desembocaduras de los ríos,
la navegabilidad de los mismos, lo exótico –o en su caso lo conocido- de las especies
animales y vegetales, las descripciones físicas y las costumbres de los grupos indígenas.
En la exposición siempre indicó la fuente de la información -obtenida, como se
señaló, de diarios de viaje- y a veces deslizó su posición sobre el tema que estaba
tratando. Por ejemplo, el título del capítulo II es a la vez una posición y una sugerencia
acerca de la importancia de extremar el cuidado de estas áreas estratégicas, las Colonias
de California y Florida. Campomanes las describió como “antemural de España por
aquella banda” y su reseña de cada uno de los recursos -vino, ganado y pesca-
encerraba una intencionalidad: demostrar que estas aptitudes fueron advertidas por
franceses e ingleses, mientras que los españoles descuidaron esos territorios porque
carecían de metales preciosos. La sugerencia explícita consistió en preservar esta zona
valorizando su potencial comercial. Sin embargo, a continuación se demostrará que tras
este consejo se escondía la verdadera finalidad de Campomanes, que era apropiarse de
las políticas ejemplares de esas naciones para imitarlas y trasladarlas a las colonias del
extremo más austral del Imperio. Por este motivo, su discurso siempre se orientó hacia
dicha zona. En un principio, sin embargo, la mirada de Campomanes no se dirigió hacia
allí. Las once primeras expediciones mencionadas corresponden a América del Norte y
se citaron en ese orden con el objetivo de compararlas con las habidas en el extremo
austral. Si se interpela al escrito indagando las razones que guiaron tal orden de
exposición, se advierte cómo el autor impregna el relato de acuerdo con el propósito que
lo impulsó: demostrar la relevancia de la experiencia inglesa para imitarla, por ejemplo
ocupando determinadas zonas del extremo sur del continente americano. Asimismo,
consigna algunas expediciones francesas y holandesas que persiguieron similar
objetivo, aunque, en su relato, la cantidad y la relevancia de las mismas son inferiores a
las mencionadas anteriormente.
Luego de un itinerario por Norte y Centroamérica, el relato ancló en Sudamérica
donde transitó Brasil y las Guayanas, para arribar finalmente al área cuyo ingreso es el
estuario del Río de la Plata e incluía las tierras magallánicas (ver anexo cartográfico).
En este momento se advierte un “cambio de ritmo” en el relato de Campomanes, pues
llegó a ese espacio para quedarse. Las descripciones se tornaron más minuciosas y su
pensamiento se expresó claramente. A cada paso, reflexionó sobre los beneficios que
podrían obtenerse si se realizara una explotación provechosa de la región a partir del
comercio que generaría la actividad pesquera.

84
Ahora bien, una vez constatada e interpretada la presencia de diarios de viaje en
Reflexiones, resta dilucidar las razones que rigieron el orden de la exposición. Para ello,
resultó necesario indagar previamente cuál fue el criterio de selección de los diarios
reproducidos y, por otra parte, qué le interesó reproducir de cada uno de ellos.
La información recabada no se presentó cronológicamente, según el orden en
que las expediciones se sucedieron -lo cual también hubiese supuesto un criterio- pues
éste lo decidió Campomanes en virtud de la lógica que quiso guardar en su escrito. A
sus ojos, las expediciones inglesas fueron sin lugar a dudas las más importantes porque
las mencionó en primer lugar, porque constituyeron la mayor proporción respecto a las
procedentes de otras naciones y porque eran el ejemplo a imitar. En este sentido,
comenzó relatando las que marcharon con rumbo al Norte para, una vez reseñada esa
experiencia, encauzar su relato hacia el Cono Sur. Si la Gobernación del Río de la Plata
fue abordada recién en el décimo capítulo del escrito, ¿sobre qué tema versaban los
nueve anteriores? En ellos, Campomanes diseñó prolijamente y a su antojo la antesala
que mejor preparó al lector para el acceso al Buenos Aires. En el capítulo anterior de
Reflexiones -el noveno- señaló las expediciones de los ingleses en el Norte que tuvieron
por objetivo encontrar por allí el paso hacia el mar de Sur. Una vez allí retomó las
primeras expediciones de los españoles en el Sur durante el siglo XVI y luego, en el
capítulo XII, condensó su alusión expresa a los diarios de viaje. Los enumeró
prolijamente, y, dividiéndolos, en veintiocho partes, indicó -con el grado de detalle que
consideró necesario en virtud de sus objetivos- gran parte de las expediciones que
recorrieron el área. De paso, aprovechó para deslizar una crítica a la discontinuidad de
la Metrópoli en cuanto al énfasis puesto en estas empresas. Aquella, tras el ímpetu
inicial del siglo XVI, decayó en su afán de conocimiento en el siglo siguiente, para
reanimarse con nuevas expectativas durante la centuria ilustrada.
Por otra parte, la selección de diarios de viaje expuestos reveló que el volumen
citado de expediciones inglesas fue el más considerable en comparación con las
procedentes de Francia u Holanda, lo cual demostraba una correspondencia entre la obra
de Campomanes y sus ideas mercantilistas inspiradas en el caso inglés124. El imperativo
era capitalizar la experiencia y el quehacer de esa nación en América, que, a su juicio,
había brindado mejores frutos que los obtenidos por su propio país. En su relato, esto

124
Las expediciones organizadas por la corona británica mencionadas son: Henrique Ellis, Frobisher
(1577 y 1578), Jorge Weymuth, Hudson (1607 y 1610), Thomas Button (1612), Gibbor, Roberto Bytel
(1615), Lucas Fox (1691), Barlow (1719), Scroggs (1722), Dobbs (1737), Guillermo Moor (1747),
Francisco Drake (1578), Narburugh (1670), Wodes Rogers (1708) y Jorge Anson (1740).

85
último se tradujo en la preferencia que otorgó a las expediciones que realizaron los
ingleses en América del Norte intentando llegar a Asia para, a continuación, trazar una
simetría con el Cono Sur y explayarse sobre lo que allí realizaron o deberían realizar los
españoles.
Campomanes relevó irregularmente esa selección de diarios que él mismo había
efectuado. El mayor o menor estatuto otorgado a cada uno de ellos guardaba una
relación directamente proporcional con el aval que eran capaces otorgar a su propuesta.
Es decir, cuando se topó con un escrito donde los datos consignados y las experiencias
relatadas le sirvieron para corroborar su discurso, realizó una destacada alusión, como
por ejemplo el conteo de las expediciones inglesas que acaba de mencionarse. Tal
situación también puede ilustrarse a partir de un opuesto; el caso del diario de viaje
Noticias Secretas de América, donde la atención dispensada al escrito fue menor en
relación con la atribuida a los consignados precedentemente. Sorprende que, entre
tantos escritos citados, la mención de este último no guarde relación con la gran
relevancia que esa expedición científica e internacionalmente reconocida liderada por
Monsieur La Condamine tuvo en su tiempo. Por esto último, los coetáneos se vieron
atraídos por esta empresa, sin embargo la actitud manifestada por Campomanes al
respecto no fue la misma unas décadas más tarde. Puede esgrimirse, por lo tanto, que su
mirada fue la que iluminó o no los datos vertidos por unos u otros viajeros. En este caso,
se trató de una expedición que ingresó a América por el Océano Pacífico y se ocupó de
aquella zona, muy importante pero relativizada por este pensador, quien, en consonancia
con el tiempo que le había tocado vivir, se dirigió exclusivamente hacia el Atlántico.
Puesto que esta expedición fue relevante pero no contribuyó significativamente a
reforzar la propuesta que Campomanes pretendía realizar, su mención apareció más
sesgada.
Respecto del modo en que las expediciones se expusieron, cabe aclarar que no se
trata de una reproducción textual de las relaciones de viaje sino de una síntesis
efectuada por este pensador donde sólo se consignó un recorte de datos que consideraba
operativos para proseguir con su argumentación. Las expediciones de Henrique Ellis,
Jorge Anson o el Capitán Narburugh, o mejor dicho los diarios de sus viajes, que
abarcaron un extenso período, fueron abordados por el valor presunto que portaban para
avalar la argumentación del autor o para informarlo acerca de los territorios de su
interés. La lectura de Reflexiones no permite asegurar si su autor conocía cabalmente el
contenido textual de los escritos a los que se refirió porque su mención se formuló en

86
términos generales. Según el caso, se indicó brevemente el origen de quien comandaba
la empresa, acaso su financiamiento, sus desventuras, los hallazgos significativos y los
espacios transitados.

“Una nueva tentativa de los Ingleses volvió a despertar a los Españoles.


Jorge Anson salió del Puerto de Santa Helena, a 18 de Septiembre de 1740,
con una Escuadra de seis Navíos y fragatas y dos embarcaciones cargadas
de víveres”125.

El esbozo de reproducción de la expedición de Anson prosiguió indicando las


fechas de acceso a determinados sitios como la Isla de Santa Catalina, la Bahía de San
Julián y por supuesto la Tierra Magallánica. De esta última se citaron algunas
características de su vegetación y del agua al tiempo que remitió a la anterior expedición
de Narburugh y, en último término, al viaje de Jorge Juan y Antonio de Ulloa para aquel
que requiriera más datos. Unas pocas páginas le bastaron a Campomanes para reseñar
esa expedición inglesa y tal acotada referencia ha sido el corolario de un recorte de
información efectuado deliberadamente, sobre todo teniendo en cuenta que uno de los
móviles que guiaron esta expedición fue hostigar a los españoles en el Océano Pacífico.
Ya se indicó que este costado del Imperio no atrajo la atención de Campomanes y en
ningún momento se ocupó de ese tramo del viaje de Anson pese a que fue uno de los
principales objetivos del mismo. Sin embargo, el diario de su expedición consta de tres
tomos (books), con diez capítulos el primero y el tercero y catorce capítulos el segundo.
Aun conociendo este conjunto, al autor de Reflexiones le alcanzó con la referencia a
cuatro de los capítulos del primer libro, descartando la información de los otros dos
donde se remonta el Océano Pacífico hasta la costa de México, Acapulco, Manila y
luego el viaje de regreso126. Evidentemente, su interés no pasó por relevar el recorrido
total del resto de los viajeros, sino que se redujo al tramo donde cada expedición se
intersectaba con el camino trazado para construir su propia exposición. Por lo tanto, no
puede delimitarse claramente si el contenido textual prima sobre la presunción de valor

125
Campomanes, Pedro Rodríguez, Reflexiones sobre el, p. 164.
126
Anson (George) A Voyage round the World, in the Year 1749 . I, II, III, IV – Compiled From Papers
and their materials of the Right Honorable George Lord Anson, and published under his Direction by
Richard Walter, M. A. Chaplain of his Magesty’s Ship the Centurion in that Expedition. Illustrated with
Forty – Tip. Copper Plates, London, 1748 .

87
que Campomanes le había conferido, o viceversa; sin embargo, en cualquier caso se
advierte la huella de los diarios de viaje a América en la prescriptiva reformista.
En el mismo capítulo, unos párrafos más adelante, Campomanes otorgó idéntico
tratamiento a las expediciones que se dirigieron al hemisferio sur. Primero las españolas
y luego las inglesas, holandesas, francesas e incluso las de los filibusteros se expusieron
con un criterio similar a las ejecutadas en el Norte, es decir, con la intencionalidad de
mostrar a esas naciones como ejemplo. En estos casos, el relato del autor se dirigió a los
cabos, penínsulas, costas, bahías u otros accidentes geográficos atravesados en la
búsqueda o reconocimiento del añorado paso interoceánico y las características del
clima o de los grupos humanos se consignaron sólo cuando fueron los responsables del
tropiezo de alguna empresa, cosa que ocurría con bastante frecuencia. La obstinación de
otras naciones por continuar merodeando este territorio fue interpretada por
Campomanes como una señal de la importancia que éste revestía y, con esta premisa,
ordenó su exposición.
Lo expuesto precedentemente -el reconocimiento de la pericia inglesa y la
presentación del extremo sur del continente americano como área estratégica- indica las
razones que guiaron la selección y exposición de las expediciones efectuada por Pedro
Rodríguez Campomanes. De ello, puede inferirse que el criterio de Campomanes es el
determinante, en virtud del cual sólo se mencionaron en Reflexiones las expediciones de
ultramar que reunían determinados requisitos. Encabezan el listado las de procedencia
inglesa que, por el Norte, buscaron el paso al Mar del Sur, pero lo curioso es que
Campomanes las enunció cuidadosamente al inicio del capítulo destinado al Río de la
Plata y no cuando su relato transitaba por América del Norte, de lo cual puede
adivinarse aquella intención de mostrarlas como el ejemplo a seguir. Y queda por tanto
expresado por qué reprodujo esos diarios y no otros. En general, citó los viajes que se
realizaron por las costas atlánticas que bañaban las costas de Buenos Aires y la actual
patagonia argentina porque la prédica política de este pensador se encontraba inmersa
en el proceso de atlantización del espacio en virtud del cual todos los caminos trazados
en Reflexiones condujeron al Río de la Plata, un área estratégica.
Los diarios de viaje a América se convirtieron en un objeto material que vino a
presentificar una ausencia. Este género se convirtió en una experiencia artificial para los
Borbones y la pauta de su dimensión quedó puesta de manifiesto por Campomanes en
su obra Reflexiones. El autor se nutrió con la información suministrada por viajeros al
tiempo que procuró dar noticia -tal como reza el título completo de su tratado- de tales

88
conocimientos y para lo cual se refirió sólo a los hechos bien averiguados donde
aquellos operaron como averiguadores. Campomanes efectuó, evidentemente, una
lectura de los diarios de viaje tamizada por su pensamiento. A dos aguas entre el
mercantilismo tardío y la ilustración española y, basado en la información recabada por
los viajeros, puede intuirse que sus consejos a la Corona para recuperar la grandeza que
España detentara otrora estuvieron, en mayor o menor medida, influidos por su lectura
de los mencionados relatos. En una sociedad donde se abandonaba aceleradamente la
tutela religiosa para reemplazarla por la razón, por aquello que podía comprobarse, la
experiencia se encontraba jerarquizada frente a otras formas de conocimiento. Los
reformistas ilustrados buscaron llenar el vacío que les dejaba su falta de conocimiento
empírico sobre América. Las distintas interpretaciones de los historiadores indagarán si
dicho objetivo fue cumplido o no. El presente trabajo de investigación, de momento,
sólo permite afirmar que, al menos José del Campillo y Cossío y Pedro Rodríguez
Campomanes, hicieron un buen intento.

89
Conclusiones

El reformismo borbónico encontró en los diarios de viaje en América -en este


caso en los referidos al espacio rioplatense- instrumentos capaces de suministrarle el
preciado y no poseído conocimiento empírico de sus colonias. Los diarios de viaje por
América y Río de la Plata se presentaron en los dos primeros capítulos de este libro
mientras que el tercero y último fue dedicado en su totalidad al reformismo borbónico.
Para demostrar por qué los diarios de viaje fueron un instrumento en manos de los
reformistas resultó clave otorgar una adecuada ponderación a la relevancia que se le
adjudicaba en el siglo XVIII al saber de la experiencia. Esta idea guió la estructura
narrativa del trabajo de investigación.
La presentación de los conceptos y de los protagonistas de esta historia obedeció
a un orden que fue de lo abstracto a lo concreto. En principio se sugirió una
conceptualización aplicable al inasible conjunto de experiencias susceptibles de ser
consideradas como viajes. Para ello se desagregaron analíticamente sus componentes -
desplazamiento, viajero, escrito, destinatario y el otro, para los viajes hacia América-
posibilitando la constitución de modelos imperfectos en caso de no concurrir todas ellas.
Luego, se rellenó la matriz construida en esta primera instancia y fue posible la
referencia a un espacio, a un período y a determinados destinatarios: el espacio
rioplatense, el período colonial y los funcionarios del reformismo borbónico. La entidad
abstracta del viajero fue sustituida por los nombres propios de Alonso Carrió de la
Vandera, el fraile Parras y Francisco Millau, mientras que José del Campillo y Cossío y
Pedro Rodríguez Campomanes fueron los destinatarios imprevistos de los diarios de
viaje.
Los conceptos construidos y las fuentes seleccionadas para este trabajo fueron
articulados con los conceptos de frontera y representación que, por cierto, ya habían
sido objeto de la historiografía. Así, recurriendo a los diarios de viaje como fuente
histórica, se interpretó la visualización del espacio rioplatense -un espacio histórica y
socialmente construido- por parte de los viajeros. Ellos construyeron la representación
del mismo como frontera con el indígena y frontera con el extranjero. Este no es un dato
menor si se tiene en cuenta que el reformismo borbónico se propuso una redefinición de
su política hacia los flancos más débiles del Imperio.

90
La influencia de las ideas de la ilustración en los funcionarios españoles, junto
con la jerarquización de la experiencia como el modo más eficaz de conocimiento,
permitieron dilucidar el vínculo que aquellos establecieron con los diarios de viaje a
América. El mismo transitó por dos instancias de apropiación: una previa y una
posterior a la lectura. A priori e independientemente de su contenido, el género diarios
de viaje predispuso a los Borbones de un modo específico en virtud del saber que
buscaron en él. Más tarde comprobarían si el contenido textual cumplía o no con las
expectativas que se habían generado. La segunda instancia, por su parte, consistió en la
lectura y apropiación de estas fuentes de saber. El texto, anclado en su soporte material,
fue dotado de significado por los funcionarios del reformismo quienes lo interpelaron
desde un lugar y en un contexto determinado. La lectura, signada por la intencionalidad
que le imprimió la ilustración y la búsqueda del conocimiento empírico, condicionó la
apropiación de los diarios por parte de los reformistas. Mediante una lectura analítica de
las Reflexiones de Pedro Rodríguez Campomanes se expuso esta situación.
El saber de la experiencia sedujo tanto a los viajeros como a los funcionarios que
lo buscaron en los escritos. Así, la experiencia en América vertida en los diarios de viaje
-instrumento de mediación por excelencia- fue la materia con que los reformistas
construyeron su representación del espacio rioplatense. Los viajeros fueron hombres
involucrados en la acción política: Alonso Carrió de la Vandera y Francisco Millau, por
ejemplo, efectuaron sus viajes en cumplimiento de misiones oficiales. Los lectores de
sus diarios, por su parte, fueron activos partícipes de la acción política del reformismo.
Por lo tanto, se puede afirmar que el discurso de los viajeros permeó indudablemente en
el reformismo español, o, en otras palabras, el discurso de los viajeros quedó implicado
en el discurso político de los funcionarios borbónicos.
Queda pendiente investigar si es posible trasladar esta hipótesis a otros contextos
histórico sociales donde los viajeros perfectos e imperfectos también sean hombres
ligados más o menos estrechamente a la vida política. Los viajes de los siglos XIX y
XX, atravesados por un nuevo paradigma científico pero también por exilios, éxodos y
migraciones, pueden ser un punto de partida para esto último.
Este trabajo no pretende cerrar una discusión sino, en todo caso, abrir nuevas
líneas de trabajo. Los Informes de virreyes y obispos, las contestaciones del Gobierno
de Buenos Aires a la Corte, la correspondencia de los Ministros de la Corona con
España ampliarían el panorama de las fuentes interpeladas por el reformismo borbónico
para actualizar su información respecto de las colonias. En este sentido, podría

91
decantarse cuánto de la representación del espacio rioplatense construida por el
reformismo ha de adjudicarse a los diarios de viaje y cuánto a este otro tipo de fuentes.
Asimismo, en futuras investigaciones sería dable poner en diálogo el discurso de
los viajeros con los otros discursos que circulaban por Europa. En este sentido, puede
resultar pertinente la articulación del saber empírico de los viajeros con el rol conferido
a la ciencia como modo de conocimiento durante el siglo XVIII pues, ciertamente,
muchas empresas científicas fueron el marco de los viajes hacia América. Explorar,
indagar, identificar, describir y clasificar la naturaleza no fueron tareas ajenas para
matemáticos y naturalistas quienes, imbuidos en el espíritu científico de la época,
pretendieron aplicar sus conocimientos en el continente americano. Sin embargo, más
allá de las pretensiones de construir conocimiento de manera científica y neutral, la
presencia de una orientación política siempre condicionó a los emisores del discurso.
Por otra parte, una vez constatada la incidencia de los distintos tipos de informes
en el pensamiento reformista, podrían indagarse las manifestaciones concretas de dicha
interacción en la práctica. Los fondos documentales del Archivo General de Indias
referidos a las Instituciones Metropolitanas como el Consejo de Indias, puntualmente
las Secretarías de Estado y del Despacho Universal de Indias aportarían valiosas
herramientas de investigación. De hecho, para resguardar las fronteras en general y, el
espacio rioplatense en particular, los Borbones aplicaron medidas concretas. El
Virreinato del Río de la Plata con capital en Buenos Aires jerarquizó la presencia de la
Corona en el Sur del Imperio, el Reglamento de Libre Comercio de 1778 habilitó su
puerto para comerciar legalmente y el Régimen de Intendencias prometía un mayor
control sobre el interior del espacio. La influencia de los diarios en estas medidas no fue
mecánica. Sin embargo, tampoco se advierte un extrañamiento entre el mensaje de los
diarios y el accionar reformista. Resta dilucidar su efectiva vinculación. De esta manera
podría inferirse cuál fue la gravitación de los diarios de viaje en las distintas
disposiciones que cristalizaron la representación del Río de la Plata como área
estratégica. Un área donde la Monarquía Hispánica tenía mucho que ganar y, por lo
tanto, mucho que perder.

92
Anexo Cartográfico

Mapa 1 Mapa de una parte de la América del Sur, con señalamiento de la línea
divisoria entre España y Portugal. Año 1750. “Desde aquí [Castillos]
empieza la Linea divisoria nueva de 1750 por convenio de las dos Coronas,
que pasa por las cabeceras del Río Negro y Ibicuy, y va al Uruguay, al
Paraná, al Jauru, al Guapote, al río de la Madera, al Yaraví, al Marañon, al
Yapura y al Mar, como señala esta linea colorada; y por ella se da á
Portugal mas de lo que tenía por la línea de alexandro VI, y es todo
amarillo”
En colores y negro. Con explicación.
71 1/1 x 65 centímetro.
Con carta de don Pedro de Cevallos a don Ricardo Wall, 20 de enero de
1759.
Sección de Estado, leg. 7399 – 16
Caj. IV, nº 38.
en: Torre Revello, José, Mapas y planos referentes al virreinato del Plata
conservados en el Archivo General de Simancas, por José Torre Revello,
Jefe de Investigación en Europa, textos e ilustraciones, Ed. Talleres SA
Casa Jacobo Peuser, Ltda., Buenos Aires, 1938, p. 18 y mapa XX.

Mapa 2 Ejemplo Geographico/Que comprende o terreno que/toca a Demarcaçao da


primeira/Partida, copiado, et reducido ama-/yor exactísima-m.te do Mapa
das Cor-/tes pelo Tenente Coronel / Jozé Custodio de Sa, e Faria.
En colores y negro.
40 x 28 centímetros.
Sección de Estado, leg. 7433 – 301
Caj. VI, N.º 3.
en: Torre Revello, José, Mapas y planos referentes al virreinato del Plata
conservados en el Archivo General de Simancas, por José Torre Revello,
Jefe de Investigación en Europa, textos e ilustraciones, Ed. Talleres SA

93
Casa Jacobo Peuser, Ltda., Buenos Aires, 1938, p. 16 y mapa XV.
Mapa 3 Mapa geográfico/ Que comprende todos los modernos descubrimientos de
la Costa Patagónica, y sus / Puertos, desde el Río de la Plata: hasta el Puerto
del Rio Gallegos junto al Cabo de las/ Vírgenes la porcion descubierta del
Rio Negro, y caminos or la Campaña desde buenos/ Ayres. El qual mando
formar por las memorias adquiridas. El-/Ex.mo S.or Marquez de Loreto
Virrey, y Capn Gen.al de estas Prov.as del R.o de la Plata.
Por José Custodio de Saa y Faría. Año de 1786.
Escala de 115 milímetros las 60 leguas.
En colores y negro. Con explicación.
103 x 70 centímetros
Sección de Estado, Leg. 7306.
Caj. n.º5.
en: Torre Revello, José, Mapas y planos referentes al virreinato del Plata
conservados en el Archivo General de Simancas, por José Torre Revello,
Jefe de Investigación en Europa, textos e ilustraciones, Ed. Talleres SA
Casa Jacobo Peuser, Ltda., Buenos Aires, 1938, p. 24 y mapa XXXI.

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94
Mapa 1

Una parte de América del Sur, con señalamiento de la línea divisoria entre España y
Portugal. Año 1750

95
Mapa 2

Estuario del Río de la Plata

96
Mapa 3

Tierras Magallánicas

97
Mapa 4

Rutas comerciales del espacio rioplatense

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