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RECUERDOS
Prólogo
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El hijo de José Marfil Escalona, también José Marfil, con 19
años, llegó a Mauthausen a los 6 meses de haber ocurrido este suceso, y
ha recogido ese relato del último y excepcional homenaje a su padre.
Diciembre 2002
Pierre Saint-Macary; Mauthausen, matricula 63125, Presidente
honorífico de la Amical de Mauthausen-- Francia
Nota al lector
si fuera verdad
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¡Sí! Lo que hemos vivido es inexplicable,
Incluso a veces irreal, para nosotros, los supervivientes.
La noche, las imágenes se vuelven pesadillas,
El día, nuestro inconsciente las rechaza.
Es por esto por lo que he decidido hablar en el presente, de mi vida de
exiliado, de mi vida de apátrida, de mi vida de deportado en los campos
nazis.
Este presente me ha ayudado a recuperar mi memoria; quizás, a fijarla
mejor.
Este presente me ha permitido reencontrar la realidad del campo,
reencontrar las emociones compartidas, reencontrar el dolor de los golpes,
reencontrar el gusto amargo de la rebanada de pan con margarina que no
se tuvo el valor de compartir, reencontrar la mirada del camarada que
muere a tu lado, el desamparo del que se marcha el día que reencuentra la
Libertad.
Hablar en el presente, es quizás también, implicarnos mejor en lo que
hemos vivido.
En lo que he vivido.
A mi padre…
a la juventud de todos los países,
para que sepa,
para que comprenda,
para que sea vigilante.
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9 de febrero de 1939
¡Hoy tengo 18 años!
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Paso fronterizo por El Perthus el 28.01.1939 a las 9 de la mañana. Fotografía
captada por Paul Senn.
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¡Y ahora apátrida!
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ponen a cantar la Internacional. Su actitud me hace daño porque hasta
ahora yo me había imaginado que el primer deber de un oficial era de dar
ejemplo de honor y disciplina.
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A pesar de esta pequeña infraestructura, para mí no es cuestión de
quedarme así sin hacer nada. Tengo que moverme…entonces decido ir a
ver que es lo que sucede al exterior del campo.
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querrá decir que no he podido hacer nada por él.
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Una vez en el otro lado, nos vemos obligados a arrastrarnos
algunos metros porque no hay ningún arbusto para protegernos. Al
distanciarnos lo suficiente nos levantamos, dirigiéndonos hacía el camino
que conozco bien por haberlo utilizado el día anterior. Lo siguiente es
fácil, cuando llegamos al pueblo nos escondemos cerca del lugar previsto
para el encuentro… ¡Y por fin amanece!
Pasa una hora antes de que veamos por fin llegar al hermano de
mi camarada. El encuentro es fácil de imaginar, los tres nos dejamos llevar
por la emoción. Entonces como los dos hermanos están tan felices de
encontrarse, yo también me seco una lágrima. Dándome las gracias
calurosamente me dejan un poco de dinero deseándome buena suerte. En
mi exilio este primer gesto de solidaridad me reconforta. Corro y me
compro algunas provisiones… que me como enseguida.
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mi guardián me hace señal de irme. En pocos saltos llego a fundirme con
un grupo y a la primera ocasión atravieso la puerta del campo.
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José Marfil a la izquierda, con sus colegas españoles en los Alpes.
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Hoy en día se puede leer en ese lugar, grabado en la piedra:
“Recuerdo de los españoles”.
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Algunas semanas después de su llegada debemos marcharnos de
este cuartel situado en las alturas porque el invierno se acerca. Bajamos a
las cercanías de Chorges, a orillas del río Durance.
P
or fin llego a contactar con mi familia. Me entero que mi padre se
encuentra en otra compañía y que mi hermana y mis hermanos han sido
trasladados a Caen, en Normandía. En mis cartas pregunto la situación de
mi padre y le aconsejo que haga lo necesario para obtener un traslado a mi
compañía. Algunas semanas más tarde su petición es atendida. Después de
un permiso de un mes que le da la posibilidad de ir a ver a nuestra familia,
se reúne conmigo. Le encuentro muy envejecido, esta trágica separación y
esta nueva situación familiar que la guerra le ha impuesto lo han
debilitado. La moral no es buena.
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padre tiene el mando de una sección con el grado de teniente, su grado en
España cuando era Inspector de Aduanas en Barcelona.
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Por fin llega la noche. Entonces con la oscuridad de nuestra parte,
decidimos replegarnos. Pero detrás nuestra está el canal que tenemos que
atraversar. ¿Cuál es la solución? Seguir el canal hasta la carretera y pasar
por el puente que está todavía intacto. Este recorrido nos acerca
desgraciadamente a los alemanes. De pronto lanzan un tiro de bengala que
ilumina como en pleno día todo alrededor de nosotros y a continuación
sigue una ráfaga de tiros que cae sobre nosotros matando e hiriendo a
varios de nuestros camaradas.
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Yo aún no lo sé, pero estamos en los cuatro últimos días de la
batalla de Dunkerque.
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de todas estas peripecias! Pero la compañía ha sufrido muchas pérdidas.
Comentamos esto tristemente entre nosotros. Conocemos bien a todos esos
desaparecidos.
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ese momento no nos dejan ni un minuto de réplica, la artillería alemana
tira sin parar toda la noche proyectiles sobre toda nuestra zona.
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menudo y mi padre y su camarada pueden volver a la playa con marea
alta. Enseguida vamos en busca de remos. Necesitamos ocho. También
necesitamos algunas provisiones y agua. Tardamos algún tiempo y cuando
estamos listos nos encontramos con marea baja. ¡Qué mala suerte! Es
imposible deslizar el barco entre los montones de chatarra que están
delante nuestra. Es necesario pues, esperar a que la marea suba de nuevo y
sobretodo montar guardia cerca del barco. Nuestra única posibilidad de
poder salir es que la noche y la marea alta lleguen al mismo tiempo.
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Entonces comienza nuestra larga marcha hacia Gand.
Así continuo el camino a pie sin él. Esta larga marcha forzada es
cada vez más penosa. Sin embargo estamos muy emocionados por la
generosidad de la población belga que a pesar de la prohibición de los
alemanes nos entregan a través de los niños alimentos y agua. Gracias a la
rapidez y a la agilidad de estos chavales, los soldados no pueden oponerse
a que nos hagan sus pequeños regalos. Y es lo mismo por todos los
pueblos por los que pasamos.
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A la mañana siguiente andamos seis o siete kilómetros más para
llegar a Gand donde por fin podemos descansar un poco. Nos quedamos
durante algunos días en una fábrica grande de textil.
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Tomo consciencia, viendo esas deplorables reacciones, de lo que
ha tenido que ser la propaganda y el condicionamiento contra nosotros, por
lo que ese pueblo ha llegado a manifestarnos tanto odio.
¡Ya está! Nos reúnen en tres grupos, los ingleses, los franceses y
nosotros, los españoles, para anunciarnos el acontecimiento que tanto
temíamos: la capitulación de Francia.
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quieren saber quienes somos. El comandante del campo les informa que
somos «rojos españoles». El oficial nos mira con curiosidad y
desconfianza y deja caer en alemán: «Esos hombres no conocen nada de
disciplina militar, son anarquistas».
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¡Con diecinueve años esto es muy duro!
Por las tardes antes de irnos el patrón viene a vernos y deja sobre
la mesa tres cigarrillos para cada uno de nosotros. Una tarde al pasar
decidimos decirle que un plato de sopa por la tarde sería bienvenido, ya
que en el campo no nos dan nada. Con tono de voz que no permite réplica
nos responde un « ¡No!», categórico y seco.
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todo como lo hace siempre. Enseguida nos damos cuenta que la cantidad
prevista es para doce, pero que nuestros platos se han dejado en el armario.
La cantinera vuelve para recoger los platos, sorprendida hecha una mirada
a nuestra mesa y con un gesto de cólera va a buscar nuestros platos
poniéndolos delante de nosotros y nos sirve la sopa que los otros
evidentemente no han podido terminar. Su gesto nos complace.
A partir de ese día nos dimos cuenta que no teníamos que fiarnos
de los alsacianos y nuestras relaciones han sido tensas. Además no
parecían muy afectados de tener que incorporarse al ejército alemán.
Como el Tercer Reich* tiene a Europa bajo su yugo de esta manera ellos
se encuentran en el lado de los vencedores. Nos cuesta esconder el
desprecio hacía ellos.
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de manera más soportable. El contacto con los alsacianos se limita a un
mínimo de intercambios. Están persuadidos y sin duda tienen razón, de
que los alemanes van a ganar la guerra….
Parece ser que han creado una oficina para obtener información
sobre los españoles. Algunos días más tarde nos convocan a todos a esa
oficina y tenemos que responder a una serie de preguntas. Esto sería según
los señores de la GESTAPO una simple formalidad. Según ellos Alemania
reserva un sitio especial para nosotros, los españoles. ¿Que es lo que nos
espera todavía?
Hacía el final del año cuarenta, una tarde, nos anuncian nuestra
salida. Al día siguiente dejamos el campo con dirección a la estación de
ferrocarril de Sagan.
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La peste, la sed, el hambre, el viaje es largo, muy largo…
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¿Dónde está mi España?
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¡¡¡MAUTHAUSEN!!! Estamos en el campo de Mauthausen.
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cuatro. Inmediatamente ordenan que nos acostemos. Por falta de sitio,
algunos camaradas se quedan de pie y los que han conseguido acostarse
están pegados los unos a los otros. El jefe se pone a reír « ¡Esperad, yo os
voy a hacer sitio!». Diciendo esto, salta con todo su peso, con sus botas,
sobre los que han conseguido acostarse. Para evitar de ser pisoteado por
esa bestia nos apartamos. Entonces riéndose sarcásticamente llama a un
camarada y lo pone en el sitio que sus botas han dejado.
Muy temprano al día siguiente, como todos los días que siguen
somos despertados de sobresalto por los capos que pegan siempre al azar y
gritando: "¡De pié! ¡De pié!”. Aprendemos rápidamente que los colchones
y las mantas deben ser enseguida apilados en un rincón y ordenados
impecablemente, porque si no el castigo es colectivo. Con el busto
desnudo, bajo la vigilancia de los capos, nos tenemos que lavar sin jabón,
sin toalla y con un agua que nos congela los huesos. La distribución de una
taza de sopa bien caliente nos alivia algo. El jefe del bloque encargado de
la distribución da algunas tazas extras a algunos de nuestros camaradas.
Un amigo comparte la suya conmigo, es le primer gesto de solidaridad que
recibo en este campo.
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¿Cuantos de estos gestos seguirán que me permitirán sobrevivir,
cuantos daré yo mismo?
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nos hacen comprender que hay que cargar los vagones de piedra que están
allí, alineados los unos detrás de los otros. Trabajamos bajo la vigilancia
de los capos que golpean con su Gummi* a todos los que holgazanean, por
lo menos es lo que supongo. Entonces para evitar recibir golpes, me
someto a este ritmo alocado. Pero rápidamente es mi turno de ser
golpeado, concluyo entonces, que estos brutos pegan por pegar.
Los únicos que poseen este artículo raro son los jefes de bloque y
los capos. Entonces me pongo a controlar el momento en el que van al
aseo y me fijo en el que tiene la pastilla de jabón más pequeña con el fin
de que la pérdida del jabón sea tan insignificante que pueda así evitar que
empiecen a golpes con uno y con otro para encontrar su jabón. Vigilando
así sus movimientos y gestos, observo que tienen un rincón privilegiado
por él pueden vigilarnos mientras nos lavamos y así intervenir si ven que
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no nos lavamos desnudos. Aprovecho uno de esos momentos para quitar
un pequeño jaboncito y rápidamente me incorporo con los demás para no
perder la distribución de la taza de sopa.
Todos los días tras la lista de la mañana, tanto para nosotros como
para los otros detenidos se forman los comandos. Formo parte de un grupo
que sale para la cantera. Siempre salimos en formación de cinco para
juntarnos con los otros. Es en ese momento cuando por primera vez
descubro con estupor centenares de detenidos con siluetas cadavéricas que
avanzan como fantasmas con paso cadencioso. ¡Que espectáculo! ¿Cuánto
tiempo llevan ahí? ¿Ese será nuestro final? Me hago preguntas y al mismo
tiempo sé que conozco las respuestas.
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hasta abajo. Acabamos de tomar por primera vez la tristemente célebre
«escalera de la cantera de Mauthausen». Ciento ochenta y seis escalones
me dice un «veterano». Estoy demasiado impresionado como para
contarlas.
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no es el caso para ellos. Después de haber pasado seis meses en el campo
tengo dificultad en reconocerlos, tan flacos, con esas caras caídas y esos
ojos hundidos, inmensos, tristes y resignados que parecen decir «tú
también chiquillo…».
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el primer español en el campo de Mauthausen, os pido a todos por respeto
a su memoria un minuto de silencio.»
Mi padre José Marfil Escalona, antes de empezar la guerra de España, cuando era
todavía inspector de aduanas en Barcelona.
Primer derportado español muerto en el campo de Mauthausen.
Víctima del nazismo.
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Ahora, los días en la cantera transcurren monótonos y terribles al
mismo tiempo. Sigo en el grupo de los especialistas del rastrillo, al cobijo
de los golpes, mientras que todo alrededor de mí ofrece un espectáculo
dantesco. La palabra no es demasiado fuerte para hablar de la cantera de
Mauthausen.
El jefe del bloque nos anuncia que tenemos que desnudarnos para
pasar un control. Así estamos desnudos, en formación y sin saber lo que
nos espera. Pasamos uno por uno para ser reconocidos. Al terminar el jefe
del bloque y el secretario anotan la matricula de cada uno. Es mi turno, el
jefe me mira. Físicamente estoy más o menos bien, pero las heridas de mis
muslos llenas de sarna pueden ser fatales para mí.
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unos harapos aún más viejos. En vez de los zapatos que yo había
conseguido conservar me dan unos zuecos de madera. Con este nuevo traje
tan ridículo nos hacen andar hasta la puerta principal del campo por la que
habíamos entrado tres meses antes. Formados bastante tiempo y bien
alineados siempre fila de cinco, sin saber lo que nos espera delante de esa
inmensa puerta. Por fin se abre… Vamos por medio de un corredor
formado por soldados de los SS. El oficial con su perro da la orden de
marcha vociferando. Y así custodiados, con paso cadencioso, salimos del
campo de Mauthausen.
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¡GUSEN! Otro cambio más. ¿Será para mejor o para peor? Aquí
no se sabe nunca. Lo que hemos aprendido es, que lo mejor es siempre
milagroso.
Hemos llegado para la llamada del mediodía. Ese día pasa sin
imprevistos ni altercados. Una vez pasada la lista el jefe del campo, un
prisionero alemán, da la orden de descubrirnos, lo que debemos hacer
todos juntos de un sólo gesto seco, para saludar al comandante del campo
que viene para recibir novedades de los oficiales SS, nadie falta a la
llamada. El comandante da la orden de cubrirnos, es el jefe del campo que
transmite la orden, y siempre con el mismo gesto seco, en un perfecto
conjunto nos cubrimos. Terminado el ceremonial, con el jefe del bloque a
la cabeza, llegamos a nuestro nuevo domicilio, la barraca 18 de Gusen.
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la cama de manera impecable, obligación de lavarse a pecho descubierto
por la mañana, obligación de esto…. Prohibición de lo otro….” Nos
encontramos delante de literas de tres pisos, cojo el catre de arriba, cerca
del techo, es la parte menos podrida por lo menos en apariencia.
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¡Por fin! ¡Por fin! Todos los detenidos están en su sitio, los
oficiales cuentan los bloques. El jefe del campo, estamos ya habituados,
nos ordena quitarnos la gorra para saludar al comandante, novedades de
los oficiales, cuentas y recuentas, hasta la cifra exacta de lo que esperan.
El comandante está por fin satisfecho y emite el saludo hitleriano, el jefe
del campo nos ordena cubrirnos y cada grupo vuelve a su barraca. Más
ando, más sufro. El jefe ordena romper filas y por fin podemos irnos.
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poder sobrevivir en este universo a menudo incomprensible, algunas veces
aberrantes, más siempre terrible.
Una vez todos los grupos completados, la puerta principal del campo se
abre. El comandante del campo exige desde su puesto de observación que
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todo vaya sobre ruedas. Los capos pasan delante de él, anuncian el nombre
de su comando y el número de hombres que lo componen.
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me han dado sopa un poco espesa. ¡Tengo tanta hambre! Un hambre que
nunca disminuye y que me obsesiona.
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parece extraño, porque habitualmente sólo llega hacía el final de la lista,
justo antes de las novedades… Tenemos el presentimiento que hay algo
que se prepara y hemos aprendido que aquí no hay nada bueno que
esperar.
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encuentra cerca del crematorio. Su ración de comida es reducida a la mitad
y así es como todos los días algunos camaradas mueren de hambre y así
hasta el último. Esa barraca reemplaza a la cámara fría ya que el depósito
del crematorio está siempre lleno de cadáveres y los hornos no siguen el
ritmo de tantos muertos como hay. A menudo vienen camiones a buscar a
estos pobres cuerpos para echarlos en las fosas comunes que los SS han
ordenado cavar alrededor del campo.
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compañía, todo esto me da un bajón, sobretodo porque hemos
comprendido que nuestra estancia aquí se anuncia sombria. Por otra parte:
¿Se puede hablar aquí del futuro? El toque de queda suena y volviendo
cada uno a su barraca prometemos reencontrarnos cada vez que sea
posible en el mismo sitio.
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He terminado por integrarme en un comando que parece ser uno
de los menos malos. El capo es un detenido como nosotros, un checo. Ahí
el trabajo consiste en construir una carretera alrededor del campo con
canalizaciones y acondicionamientos. Como todo el mundo sabe, por la
mañana después de pasar lista, hay que ser rápido para estar entre los
primeros y no encontrarse fuera de la fila, sin que los capos de otros
comandos a base de golpes te empujen hacia su grupo.
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Al día siguiente como todas las mañanas, la campana del campo
toca diana. Mi ojo me hace sufrir, no veo más nada. Mi camarada me dice
que está todo blanco. Eso me da un bajón de ánimo. Mis amigos se dan
cuenta y prueban reconfortarme dándome diferentes consejos para salvar
el ojo. En esta vida infernal alguna que otra palabra gentil de unos u otros
es indispensable. Sin el apoyo de los camaradas es seguro que
abandonaríamos esta lucha permanente para poder sobrevivir.
Mi ojo está mejorando, pero todavía veo borroso. ¡Que incapacidad en este
infierno!
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tan sólo de los refugios bien protegidos por sus grandes impermeables para
distribuir los golpes de matraca. Por las tardes ponemos nuestras ropas
encima de los colchones podridos de nuestras camas, pero el calor de
nuestros cuerpos no sirve para secar la ropa y por la mañana tenemos que
entrar en nuestros harapos pesados de humedad. Este olor de humedad se
propaga por toda la barraca, todos los camaradas están mojados y si
añadimos a esto el olor soso y agrio que emiten los moribundos y los
muertos…vivimos una atmósfera totalmente irrespirable…. Y eso dura
días y días.
Aferrarse a la amistad es todo lo que nos queda aquí, así todas las
tardes después de pasar lista, cada vez que puedo voy a ver mi amigo. Esto
depende evidentemente del humor del jefe del bloque, ya que, a su gusto,
si no hacemos bien nuestra cama nos gratifica con media hora de
ejercicios. A veces es mi amigo el que tiene la misma clase de problemas.
Entonces, con suerte, nos vemos sólo de vez en cuando.
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Efectivamente ese Asturias era parte de nuestra Compañía y lo
habíamos vivido como alguien muy amable. En esa época nos enseñaba a
menudo la foto de su mujer y de sus hijos que estaban entonces en Francia.
Un día que le dieron permiso, todos nosotros colaboramos para darle un
poco de dinero. Con lágrimas en los ojos nos dio las gracias por nuestro
gesto. Mi amigo tenía razón no podía haber olvidado esa amistad.
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Fin del año 1941. Época sombria para nosotros. Los alemanes
siguen victoriosos y maestros de Europa.
Por las noches antes de acostarnos nos damos mutuamente ánimo: «Ves,
hoy hemos ganado una batalla, quizás mañana ganemos otra.”
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A veces pasa que en la lista de la noche falta un deportado.
Entonces empieza un gran alboroto entre los SS. La guardia del perímetro
exterior queda en su sitio mientras que los pastores alemanes rebuscan
todo. Nosotros, que estamos en la plaza donde pasan lista tenemos que
esperar en formación largas e interminables horas mientras que encuentran
al desafortunado. Hoy, sobre media noche los SS han llegado victoriosos
con el evadido... pobre títere desarticulado. Se han paseado delante de
nosotros con una arrogancia satisfecha: « ¡El ahorcamiento será para
mañana, después de la lista de la tarde!» Nos ha anunciado el jefe del
campo.
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sólo nos faltaba eso! Para calmarnos, intentamos ir hasta los lavabos del
exterior del bloque, pero cuando los capos se dan cuenta nos llevan a
golpes de porra hasta nuestro catre.
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A pesar de todo, algunas patatas se escapan al cacheo y por las
noches añadidas a la ración de pan y a la especie de café caliente que nos
distribuyen es un verdadero festín, para mí y para algunos amigos
alrededor.
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Me duele tanto que tengo la impresión que mis nalgas han
doblado su volumen, y cuando nos reúnen por fin, siempre en filas de
cinco, para volver al campo, el sitio que ocupo me parece demasiado
estrecho, tanto que el más mínimo contacto con los otros me es doloroso.
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más mínima cosa puede contrariar esta costumbre. La prueba; el jefe de
bloque nos ha retenido esta mañana unos minutos, lo que nos ha retrasado
para integrarnos en los comandos y así me encuentro entre los últimos en
llegar. Los capos que cuentan las filas cortan justo delante de mí:
« ¡Completo!» Me dirijo hacía otros grupos pero el famoso «Tigre» que
es tan temido, llega a por mí. No quiero caer de nuevo en sus garras. Para
escapar de él quiero irme hacía mi comando, pero, al comprender mi
intención, este me coge y me da un puñetazo en mitad de la mandíbula.
¡Bestia!
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sufrimos con ellos. Una vez tranquilos, los SS los reúnen de nuevo para
dirigirlos hacia un bloque. Una decena de entre ellos se quedan ahí por el
suelo, por no haber obedecido bastante rápido a estos cabrones. Más tarde
nos enteramos que son comisarios del ejército ruso, los exterminarán a
todos.
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fuerzas. Los SS se ocupan de ellos con tanto ensañamiento que ya no
tienen tiempo ni de ocuparse de nosotros ni de acosarnos.
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Acaba de llegar por primera vez un convoy de belgas. De
inmediato intentamos establecer contacto con ellos. Por primera vez desde
nuestra llegada al campo vamos a tener noticias del exterior. Los belgas no
son aislados como los rusos, podemos tener contacto con ellos y hablarles.
Estos camaradas llegados “del otro mundo” nos traen información que nos
da ánimo. En la actualidad los alemanes tienen que hacer frente a la
resistencia que crece entre las poblaciones ocupadas y que se amplía a
pesar de la terrible represión de la cual son sometidos. “Queridos
camaradas, nos dicen los belgas, hay que aguantar, porque en Francia
luchan duro.” Habíamos perdido la esperanza de escuchar un día tales
noticias.
Cada vez que es posible vamos a verles para saber más y que nos
repitan una vez más estas buenas noticias como si no llegáramos a
creerlas. Por primera vez con la llegada de los belgas y los franceses,
hemos encontrado en este campo de desgracia, camaradas de una misma
lucha, en quienes tenemos confianza y con quienes compartimos las
mismas esperanzas.
Hay que saber que en Gusen todos los puestos claves están en
mano de los polacos, porque la mayor parte de ellos hablan alemán.
Desgraciadamente no nos aprecian mucho, quizás a causa de la religión.
Nos lo hacen saber cada vez que tienen ocasión. Esto complica nuestra
situación. Es muy duro y es necesario cueste lo que cueste que luchemos
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para que uno de nuestros camaradas llegue a obtener un puesto. Hay ya
algunos que trabajan en la cocina del campo, otros en la enfermería, otros
son peluqueros o ejercen alguna que otra profesión en el interior del
campo. Es la única manera que tenemos de ayudar a los amigos, una
fiambrera de sopa, un trozo de pan, dos días al abrigo de la enfermería y
muchas veces una vida empieza de nuevo.
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Durante el frío, un convoy de un centenar de judíos ha llegado.
Como es habitual, nosotros lo sabemos ahora, estos desgraciados van a ser
exterminados. Los SS se sirven de este frío siberiano para llevarlos a su
fin. Los judíos están separados de nosotros por un cinturón de alambradas.
En esta noche glacial por menos de diez o quince grados bajo cero, ya ni lo
sabemos, pues hacen salir estos cabrones de SS los judíos del bloque todo
desnudos. Se acurrucan los unos contra los otros para aprovechar un poco
su calor corporal. Los desafortunados que se encuentran al exterior del
círculo luchan por entrar, pero el frío los paraliza y caen muertos. El grupo
se desplaza por la presión dejando por el suelo los más frágiles. El grupo
se reduce, se reduce trágicamente…hasta no existir más. Nunca nos
habituaremos a estas imágenes. Pero los SS, ellos, aún una vez más han
logrado su innoble trabajo.
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El comandante del campo está muy contento de su idea, así, de
vez en cuando con ocasión de la lista nos recuerda que una buena higiene
“es excelente para la salud”. ¡Cínico!
Ahora nos duchamos todos los días. Todo el campo tiene que
pasar por eso, cada uno su turno, bloque por bloque, los primeros después
de la lista de la tarde, los últimos, sobre medía noche. Hemos vivido este
suplicio varias semanas, el tiempo simplemente de hacer sitio a los nuevos
convoyes que llegan ahora de toda Europa.
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detenidos. Se para delante de mí, parece reconocerme y me interpela:
“¡Eisenbahn!”, “Ferrocarril.” Se acuerda de mí. Efectivamente he
trabajado con él en un comando donde poníamos vías para los vagones que
transportaban tierra que seguidamente repartíamos por el campo. Nos
ocupábamos juntos del mantenimiento. Estoy sorprendido por la marca de
simpatía que me manifiesta es tan excepcional en este lugar.
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Todas las tardes será así durante un cierto tiempo. Para intentar de olvidar
la rebanada de pan que me comí a solas, aprovecho esta temporada de
suerte para ayudar a algunos camaradas, son mis vecinos de cama, porque
mis vecinos de antiguas fechas los he perdido todos, exterminados desde el
primer año. Lazos de amistad se han creado con los nuevos camaradas con
los que todas las noches nos encontramos en la misma esquina del bloque.
El poco tiempo que nos dejan tranquilos hemos tomado la costumbre de
comentar la situación exterior, de lo que sabemos o lo que creemos saber
para intentar subirles un poco la moral a los más frágiles…esto funciona
sobretodo las noches que tenemos un suplemento de comida.
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Otros convoyes de checos llegan al campo en pequeños grupos.
Para ellos tampoco hay piedad, el régimen más duro se aplica con rigor y
desgraciadamente mueren muy rápido.
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Ahora estamos todavía fuera, de pie, desnudos, helados,
paralizados por el frío. Para no morir procuramos encontrar un poco de
calor juntándonos los unos con los otros. Horrible espectáculo, todos esos
hombres buscando cobijarse del frío intentando entrar al centro del grupo
de gente tan compacto. Este grupo que, desplazándose por la presión, deja
por el suelo a los más débiles, inanimados. Esto durará toda la mañana.
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Porque aquí hasta el clima se alía con los SS.
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espectáculo de todos esos desafortunados que continúan resbalándose en la
nieve, acosados todo el día por los golpes de la porra de los capos.
Son mis camaradas que están ahí y la suerte que tengo de estar en
este taller, a cobijo de la intemperie, me da un sentimiento extraño cercano
a la culpabilidad. ¿Por qué no puedo compartir esa suerte?
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Somos un equipo bien unido.
Todas estas cosas añadidas las unas a las otras, representan para
mí una suerte muy grande. Me doy cuenta entonces que es más fácil
adaptarse a las cosas buenas que a las malas.
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Al desplomarse se transforman en arena y el equipo que se encuentra a la
cabeza es frecuentemente sepultado. Al avanzar el trabajo en el túnel
encontramos los cuerpos de los desafortunados. Entonces en una camilla
llevada por dos camaradas lo conducen al crematorio…y eso pasa
desgraciadamente muy a menudo.
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delante de mí mira sorprendido sin comprender lo que yo hago allí a mi
edad. Llama secamente al capo que acude de inmediato. El civil le pide
explicaciones sobre el puesto que me ha asignado. No convencido por su
respuesta decide hacerme ejecutar un trabajo profesional para verificar si
el capo no me tiene enchufado. Me enseña un plano de construcción que
necesita puertas y ventanas de carpintería. Me mira con una sonrisa
irónica, persuadido que vista mi juventud, seré incapaz de realizar este
trabajo.
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No tarda. Apenas han pasado dos días y vuelve. Tengo la clara
impresión que el objetivo principal de la visita es controlarme. Cuando
entra en el taller, la primera pregunta al capo es: « ¿Entonces esta ventana
está terminada? ». Con el ceño fruncido examina mi trabajo por todas
partes y me doy cuenta que está sorprendido del resultado a causa de mi
juventud. Entonces, esta vez, dirigiéndose directamente a mí, pero sin
hacer comentario, da el visto bueno a mi nombramiento.
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Se trata de correr este riesgo o morir de hambre. He elegido.
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Acabo de conocer a un detenido que protege a un austriaco,
antiguo seminarista y profesor de historia, que está detenido por sus
escritos anti-nazis. El comandante del campo ha dado a este hombre de
cultura la responsabilidad de inventariar los objetos que han traído de unas
excavaciones de un viejo castillo de los alrededores. Su oficina se
encuentra en el cuartel de los SS. Tiene la posibilidad de hablar con los
deportados que llegan de Viena. Mi camarada me informa del trabajo
formidable que hace este hombre desde los primeros días de llegada al
campo. Anota cotidianamente todas las atrocidades que pasan delante de
sus ojos, persuadido de que una vez que la guerra termine, los SS van a
borrar todas las huellas de sus crímenes cometidos aquí. Entonces cada vez
que él puede, confía una hoja a un colega de confianza, su cómplice.
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Ahora, es regular, una vez a la semana me ocupo del
abastecimiento de patatas. Esto funciona muy bien durante un cierto
tiempo hasta que un día me doy cuenta desde el camino hacia el almacén
que la guardia de los SS a sido reforzada. Los oficiales controlan las idas y
venidas de cada deportado y cada uno es naturalmente sospechoso. Estoy
comprometido y no puedo dar marcha atrás sin levantar sospechas.
Continúo pues mi camino con paso decidido, aire normal, con el fin de que
los SS que cruzo, me vean pasar con mi caja de herramientas sin ocuparse
de mí. Me dirijo con seguridad, al menos en apariencia, hacia el depósito
de patatas donde encuentro algunos camaradas que también vienen a
abastecerse. Los vagones que están allí nos siguen protegiendo el tiempo
de esperar la señal. Otros camaradas llegan. Ahora somos cinco y la señal
no llega. Empezamos a temer lo peor, cuando vemos de lejos llegar un
oficial SS que se dirige derecho hacía nosotros. Muy rápido escondo mi
caja de herramientas porque en este sitio ¿cómo justificar su presencia?
Estamos en el límite del territorio del campo, las alambradas y el mirador
están muy cerca apenas a unos cuarenta metros. Viendo los SS acercarse
cada vez más, me alejo lentamente del grupo.
¡Me digo y los otros sin duda también, que esta vez nos han
cogido!
Tengo que evitar cueste lo que cueste caer en sus garras. Mientras
hace sufrir la misma suerte a un segundo camarada, yo intento alejarme,
siempre lo más discretamente posible y me voy acercando poco a poco a
un grupo de unos veinte deportados que trabajan en las vías del tren. De
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reojo vigilo al oficial. Acaba de preguntar al cuarto camarada cuando me
introduzco en el grupo. Pero desde que termina de molerlo a palos
comienza a buscar a su alrededor el último a maltratar. Yo había esperado
que no hubiese contado cuantos éramos, pero me he equivocado; esos
hombres son verdaderos diablos. Mira alrededor de los vagones, quiere a
toda costa su quinto. El pánico se apodera de mí cuando lo veo venir hacia
el grupo donde me he refugiado. Al llegar cerca de nosotros el capo hace
su recuento en un cuadro impecable y le anuncia el número de hombres
que dirige. El oficial le solicita reunir el grupo y contarlos. Una vez
terminada la operación, con un resplandor cínico en sus ojos, pregunta al
capo que le indique el que no hace parte del “lote”. El capo me arranca
brutalmente de la fila y me empuja delante del SS.
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Vuelvo directamente al taller porque claro, no es el momento de
recuperar la caja de herramientas, por lo menos en estos momentos. Me
pongo de acuerdo con mis amigos, para que durante algún tiempo espacie
un poco mis salidas.
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complicidad de los civiles disponemos de un sitio en el depósito de madera
fuera del taller, donde podemos poner a salvo el trabajo terminado.
Durante la noche cuando la guardia se concentra alrededor del campo, los
alrededores quedan libres para los ribereños. El taller se encuentra cerca de
la carretera. Esto facilita el paso de los camiones que entregan la madera.
En el sitio donde la carretera atraviesa la línea de alambradas, hay una
puerta que los SS abren después de la lista de la noche. Es por ahí por
donde los civiles de los alrededores pueden circular.
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bordeando el taller. Mira al capo y se ve en sus ojos que le pide su
indulgencia. Este simplemente nos dice que de ahora en adelante tenemos
que gastar cuidado y redoblar la vigilancia.
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La carpintería está situada sobre una altura que domina el campo
y sus alrededores, es así como hemos podido ver con impotencia como
uno de estos hombres caía sobre el cuartel de los SS. Varios guardias y
oficiales esperaban con la metralleta en la mano. El desgraciado ha
levantado los brazos nada más llegar al suelo, pero enseguida los SS han
disparado sobre él como si fuera un títere desarticulado. Lo hemos visto
derrumbarse en mitad de esos salvajes desbordados de alegría. Claro que
ya conocemos la manera de hacer de los SS. El crimen es para ellos
moneda corriente, pero para nosotros, se trata de un aliado que acaban de
abatir bajo nuestros ojos, es por eso que montamos en cólera. Al mismo
tiempo viendo esos bombarderos, comprendemos que la guerra realmente
ha cambiado, cosa que hace tan sólo unos meses no nos hubiéramos
atrevido pensar.
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Cuando el convoy se para, la puerta del vagón se abre sobre un
puente metálico. Estamos encima del Danubio. Chillando, los oficiales SS
y los capos nos hacen bajar como siempre a golpes de porra. Reunidos una
vez más en filas de cinco, avanzamos. Una vez fuera del puente distingo a
lo lejos soldados, que formados, nos esperan con su arma en mano. Una
vez que llego cerca de ellos veo que son soldados muy jóvenes, entre
quince y diecisiete años, que llevan el uniforme de SS y que teniendo en
cuenta su juventud, les cuesta trabajo llevar correctamente su fusil. Nos
miran como si fuésemos hombres muy peligrosos… ¡En nuestro estado!
Es evidente que han sido avisados de la importancia de su misión. Están
ahí para reforzar los guardias que nos conducen hasta la línea que tenemos
que restablecer a unos dos kilómetros de distancia. Avanzamos hacía el
apartadero a través de las ruinas dejadas por los bombardeos. El destrozo
es de verdad considerable: vagones despedazados, vías torcidas, enormes
hoyos formados por las bombas de gran calibre. Es allí donde tenemos que
limpiar y crear espacio para restablecer la línea principal.
Los capos siguen las órdenes de los SS, forman varios grupos y
enseguida los guardias nos rodean. Como siempre delante de los oficiales
los capos nos acosan a golpes de porra, tenemos que trabajar rápidamente.
Para los SS este trabajo es muy importante ya que la línea tiene que
restablecerse lo más rápido posible. Para todos nosotros es el infierno y
además: ¡Desde las tres de la mañana no tenemos nada en el estómago!
Por fin, al mediodía nos traen una sopa, una ración miserable que
tragamos todos en pocos segundos, mientras que nuevos SS remplazan la
guardia que se va a comer al cuartel de la localidad.
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metralleta en posición de tiro. Escuchamos el ruido de los aviones que nos
sobrevuelan, pero por su altitud, esperamos que esto no sea para
nosotros…
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¡Que suerte tengo en este infierno de ser carpintero, un verdadero
carpintero!
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Nosotros sabemos que todos los jefes de bloque tienen una
reserva importante de pan y margarina, además se aprovechan de la
mortalidad muy importante de los detenidos. Sabemos que las raciones se
acumulan en sus armarios. En cuanto a ellos, saben que nos morimos de
hambre y con esas provisiones nos pagan el trabajo clandestino. Esos
trozos de pan, esa taza de mermelada o de sopa que nos dan todas las
noches después de la lista nos ayudan a mantenernos y como el hambre
hace tiempo que se ha convertido en nuestra principal obsesión, por la
noche cuando compartimos esos suplementos, pensamos aún en nuestros
camaradas desparecidos a quien estaban destinadas estas raciones.
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eligen los más débiles entre nuestros camaradas. Es sin duda de la misma
forma en todos los bloques del campo. Una vez terminada la selección,
encierran a todos estos desgraciados en un bloque pues estos cabrones, con
antelación, han sellado las ventanas para hacerlas herméticas y envían
seguidamente el “Zyklon-B”, gas de triste memoria, bloqueando las
puertas. Nuestros pobres camaradas previendo la terrible muerte que les
esperaba se hacinan delante de las ventanas, pero los SS y los capos están
ahí para vigilar todas las salidas. Tenemos la impresión de que esta barraca
va a explotar, los alaridos son tan horribles que el enloquecimiento de
estos desgraciados es perceptible desde el exterior. Es insostenible, sin
embargo, nosotros, sus camaradas, estamos allí, impotentes, paralizados
por el horror.
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lo sabíamos porque lo veíamos cuidarse todos los días en el taller. Por
desgracia, la selección se hace desnudo y las heridas de nuestro camarada
lo han conducido directamente a la peor de las muertes.
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está en el partido se las arregla para introducirlo en la carpintería, donde
podemos ayudarlo, por lo menos para la comida.
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Con cada alerta, los SS, nos obligan a ir al túnel que sirve de
fábrica del material de guerra. Como refugio no hay nada mejor. Pero
hacernos entrar a todos allí dentro necesita tiempo y esto pasa siempre en
medio de voces y bajo los golpes.
¡Fin de la alerta!
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Los camaradas que habían entrado los primeros en el túnel han
estado más de dos horas apretados los unos contra los otros. Al menos un
centenar de ellos han perecido asfixiados. Gracias a la idea de mi amigo,
para nosotros dos ha durado tan sólo unos minutos, pero tan largos, tan
largos.
Nos enteramos que han hecho una reunión para decidir sobre
nuestro exterminio total. ¡No debe quedar rastro nuestro! También nos
enteramos que algunos entre ellos han retrocedido ante esa decisión
extrema, esperando sin duda que su actitud les sea reconocida más tarde en
su favor.
Cuanto más pasan los días, más sentimos que todo está
cambiando, quizás que por fin el final de esta sucia guerra está próximo.
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¡Sí algo ha cambiado! ¡Se percibe en el aire!
Con mis camaradas, nos damos cuenta que estos hombres están
trastornados por el espectáculo que les ofrecemos.
Yéndose del campo los SS han dejado tras ellos algunos de los
capos que han tenido el comportamiento menos agresivo a nuestra vista y
se han llevado con ellos a los más terribles…quiere decir a mucha gente.
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hayan guardado, sobre los que debemos ejercer justicia. Antes de entrar
aquí éramos hombres responsables y lo somos todavía. ¡No! No han
conseguido deshumanizarnos completamente y nuestro comportamiento de
hoy lo prueba.
Este extraño día avanza…y por la tarde por fin, por fin, por fin:
¡Un carro de combate americano atraviesa la puerta principal!
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porque los SS están dispersos por la región. “Tenéis que organizaros para
poder resistir cuatro o cinco días sin ayuda, hasta la llegada de nuestras
fuerzas.”
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camarada, que también he sostenido en momentos difíciles, para que me
ayude, pero con toda esta agitación no lo encuentro por ninguna parte.
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ojos, se aplasta al suelo, arrancado de su zócalo por un tanque americano.
¡Qué símbolo para nosotros y yo plantado allí, casi atontado, acabo de
asistir a ese desmoronamiento!
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Algunos de nuestros camaradas han tomado las armas e intentan
encontrar y capturar un grupo de SS que está escondido en el bosque de
los alrededores. Pero antes de desvanecerse en la naturaleza los SS han
herido y matado a varios de los nuestros. Uno de esos heridos es el amigo
con el que yo contaba para que me ayudase a ocuparme de “mis
enfermos”. El desafortunado ha recibido una bala explosiva en el muslo y
menos mal que ha sido acogido en un convento de monjas que le han
dispensado los primeros cuidados.
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entrega un salvoconducto, firmado por el comandante con el que puedo
circular libremente.
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Todavía hoy la llevo conmigo y nunca me desprendo de ella. Las
otras tienen que encontrarse en algún sitio en América, sin duda olvidadas
en el fondo de algún cajón… ¿quien lo sabe…?
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Voy a descansar un poco, porque después de nuestra liberación la
supervivencia de mis camaradas ha ocupado la mayor parte de mis días.
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El 7 de mayo de 1945
Tengo 24 años.
Cruzo la frontera francesa.
En 1939 era un desgarro,
Hoy, es una liberación.
Y después,
Es la llegada a París.
Es la acogida calurosa de la población que me emociona.
Es el hotel Lutecia donde voy a residir algunos días.
Es la primera vez después de mucho tiempo, el primer contacto
con los míos.
Voy a volver a verlos…¡¡¡POR FIN!!!
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Mis agradecimientos
a todos los camaradas que
en al campo de Mauthausen
han tenido el gesto, la solidaridad
y
la palabra cálida,
que hacen que haya vuelto
para dejar este testimonio.
Pequeño léxico
Esta historia utiliza algunas expresiones coloquiales del lenguaje del
campo de concentración, expresiones utilizadas dentro del campo.
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ALLES KAPUTT:
¡Os vamos a romper, quiere decir; vais a morir todos!
BLOCK:
Barracón, barraca que alojaba a los detenidos. Las barracas eran
construcciones, en casi todos los campos, basados en el mismo modelo y
con las mismas medidas (50 m. x 7 m.), divididas en dos habitaciones A y
B, situadas a una y otra parte de la entrada.
BLOCKFÜHRER:
Jefe de bloque.
CAPO, KAPO:
Contracción de “Kamaraden Polizei”. Detenido responsable de un grupo
de trabajo o responsable de un servicio al interior del campo.
Seleccionado, sobre todo en los primeros años, por parte de los presos
comunes. Se les reconocía por el triángulo verde que llevaban.
COMMANDO, KOMMANDO:
Destacamento de deportados destinados a una tarea, trabajo o servicio en
el interior del campo. Comando exterior: Campo anexo dependiente del
campo principal, éste se podía subdividir también en varios pequeños
comandos.
CONVOY:
Del inglés; transporte en grupo
DRÔLE DE GUERRE:
del francés, “graciosa guerra” , guerra sin acción militar; termino que
designa el periodo antes que los alemanes agrediesen Europa occidental.
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GESTAPO:
Geheime Staatspolizei; Policía secreta del estado.
GUMMI:
Porra de caucho que portaban los SS y los capos haciendo un uso muy
frecuente de ellas.
¡LOS, SCHNELL¡:
¡Venga, rápido! Expresión repetida miles de veces en una jornada.
MUETZEN AB:
Del alemán; ¡Quitesén las gorras!
OFFLAG:
Campo de oficiales prisioneros de guerra
REICH:
Imperio
SCHLAGE:
“¡Pega!” Castigo por los golpes.
STALAG:
Campo de militares prisioneros de guerra
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STUBE:
Salón, habitación.
WEHRMACHT:
Ejército alemán
ZYKLON B:
Violento insecticida. Al comienzo empleado por la Wehrmacht
para la desinfección de los efectos y material militar. Será a
partir del verano de 1941 empleado en Ausschwitz para eliminar a los
prisioneros soviéticos. Esta experiencia se extenderá a los otros campos y
será causa, en el programa de la “solución final del problema judío”, de la
exterminación masiva de deportados judíos.
José Marfil nació en Málaga, en el año 1921. Hijo, con otros siete
hermanos y hermanas, de un Inspector de Aduanas y su madre ama de
casa. Tiene 16 años cuando se declara la Guerra Civil.
Es con este exilio con el que comienza este testimonio, este largo periplo
en una Europa en guerra contra el nazismo. Es en primer lugar la llegada a
Francia, en los campos de internamiento, donde se mueren de hambre, de
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frío y de enfermedad. Su alistamiento en la armada francesa lo enfrentan
pronto, sobre las playas del Norte y de la frontera belga a los primeros
combates de la “divertida guerra”. La derrota le conduce a los campos de
prisioneros, primera etapa antes de los campos de concentración de
Mauthausen – Gusen, campo poblado en su gran mayoría por los
españoles, campo donde morirá su padre.
José Marfil vive hoy en Francia, donde ha fijado su exilio. Nos deja este
relato, uno de los testimonios incontestables, esencial hoy, para las jóvenes
generaciones que construyen su identidad sobre un pasado que alumbre su
futuro.
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Escultura de madera efectuada por José Marfil. La piedra viene de la cantera de Mauthausen.
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