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Sergio Grez Toso

LOS ANARQUISTAS Y EL MOVIMIENTO OBRERO


LA ALBORADA DE LA «LA IDEA» EN CHILE, 1893-1915
LOM, Santiago, 20071

Las utopías cumplen funciones religiosas y a veces también son mecanismos de


movilización política. Pero políticamente tienden a fracasar, ya que son generado-
ras de ilusiones y –cosa inevitable– de desilusiones. Las utopías pueden usarse –y
se han usado– como justificaciones de terribles yerros. Lo último que necesitamos
son más visiones utópicas.
Immanuel Wallerstein,
Utopística. O las opciones históricas del siglo XXI

En estas asambleas políticas, de una “solemnidad inusitada,” al decir de los dia-


rios serios en el número del día siguiente, hay casi siempre un obrero bebido hasta
el buen humor, que se entretiene cortando las peroratas con interrupciones estúpi-
das. Los asambleístas suelen concluir por eliminarlo a empellones. Pues bien. És-
te impertinente que come sabiamente su jamón y bebe su jarro de cerveza, riéndose
de los oradores, de discursos y de oyentes, es el más cuerdo de los ciudadanos audi-
tores. Desconfía de las promesas, ríe del entusiasmo y explota beatíficamente al
“candidato de las clases trabajadoras.” Según él, nada hay más allá del sándwich
y la cerveza. Y está en la razón.
Carlos Pezoa Véliz, “El candor de los pobres”

La correcta valoración de un estudio historiográfico no puede prescindir ya


de la referencia a las condiciones históricas y sociales que lo determinan o mo-
tivan, como tampoco del esfuerzo por develar el lugar que ocupa dentro del
concierto de la producción historiográfica que le es contemporánea.
Sobre lo primero aludiré sólo algunos tópicos evidentes: Sergio Grez escribe
sobre el movimiento obrero chileno en momentos en que éste es inexistente y
en que los mismos obreros escasean. Las modalidades de disciplinamiento labo-
ral asociadas a la lógica del capital postindustrial, ha hecho desaparecer el traba-
jo asalariado y el espacio social del trabajo. (El problema es que con ellos no
han desaparecido la explotación, la miseria ni el hambre). La constatación es só-
lo en apariencia “evidente” a efectos de comprender la obra de Grez. La escri-
tura de la historia resultante de este tipo de experiencia es bastante distinta de la
que se obtiene de un historiador que ha decidido acompañar el alumbramiento
histórico de la clase obrera con su labor crítica (como fue el caso de Ramírez
Necochea a quien nuestro autor critica desde el comienzo). La escritura de la
historia trata siempre de develar algún sentido, el que en modo alguno está da-

1 Parte de este texto fue leído en el coloquio realizado con ocasión de la presentación del presente
libro, en el cual participaron el autor del libro, Sergio Grez Toso, y Nelson Castro Flores (Univer-
sidad de Valparaíso). La actividad fue organizada por el Centro de Estudios Humanísticos Inte-
grados (CEHI) de la Escuela de Educación de la Universidad de Viña del Mar, en alianza con el
Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Valparaíso, 29 de julio de 2007.
do por los “hechos mismos,” sino por quien los selecciona y trama: el historia-
dor. Digamos mejor el “sujeto historiador” para denotar la sobredeterminación
a la que remite dicha trama de sentido. El historiador no puede dejar de proyec-
tar en su obra las líneas de fuerza que convergen sobre él y lo que él hace o des-
ea hacer con ellas.
La cuestión no tiene que ver con la exigencia de ciertos grados de objetivi-
dad, problema que aún resuena con el dictum positivista que impone la distan-
cia temporal como condición del conocimiento histórico, sino con que esos dis-
tintos trazos de subjetividad historiadora pueden ser incomprendidos si no se-
ñalamos también en qué consiste el carácter constituido y situado de una obra.
Sin este ejercicio nos exponemos a un peligro mayor: que lo siempre subjetivo
pase por objetivo.
Dicho esto, la primera pregunta que uno podría formularse es: ¿por qué Ser-
gio Grez dedica un libro al problema del anarquismo en Chile?. Es cierto que
nuestro historiador ha dedicado su labor profesional a develar los rasgos del
movimiento obrero chileno –proyecto que ha plasmado con gran lucidez inter-
pretativa y celo erudito en su libro De la “regeneración del pueblo” a la huelga general.
Génesis y evolución histórica del movimiento popular en Chile (1810-1890) (DIBAM/RIL,
Santiago, 1998)–, modo en que quedaría explicada su inquietud. Pero también
es verdad que el anarquismo hoy llena gran parte de la sensibilidad de indivi-
duos inquietos ante el estado actual de mundo: el rechazo a la política de las ac-
tuales generaciones se identifica difusamente con las propuestas anarquistas co-
ntra el poder, las jerarquías, el Estado, los partidos políticos y la democracia re-
presentativa. No obstante, Grez no se plantea de antemano una aproximación
“genealógica” al presente, sino continuar y refutar los estudios llevados a cabo
dentro de los límites de la disciplina: la valoración de los trabajos de Ramírez
Necochea, Julio César Jobet, Marcelo Segall y Peter De Shazo conducen este
trabajo.
Grez se plantea ir más allá del desdén o la mitificación de la influencia anar-
quista en el devenir del movimiento obrero chileno, posturas encarnadas en las
obras de Necochea y Segall respectivamente, las que a su vez estarían sesgadas
por sus filiaciones ideológicas: el comunismo militante en el caso de Necochea
y un socialismo trotskizante, en el caso de Segall. Planteado así, el trabajo se or-
ganiza en diez capítulos agrupados en cuatro partes. En un esfuerzo de síntesis
–siempre injusto con el trabajo del autor– podríamos interpretar el plantea-
miento general de la obra de la manera siguiente: el origen de las posturas anar-
quistas en Chile es algo aún difícil de develar; no obstante, aparecerán como
una alternativa diferenciada sólo a partir de 1898, descolgándose de la primera
versión (frustrada) del partido socialista. Es desde el comienzo una perspectiva
ligada a obreros ilustrados, artesanos, intelectuales y estudiantes, tiene su for-
mulación principalmente en periódicos y en la bohemia de centros urbanos,
como Valparaíso y Santiago. El anarquismo fraguó sus postulados al calor de
los acontecimientos y las luchas de los primeros años del siglo XX (1898-1903),
fundando una teoría que postulaba el rechazo ético absoluto a la política, según
lo declaraba un dirigente ácrata, la política era percibida como el espacio de “las
más bajas aspiraciones y las bajezas más degradadas, las tendencias más mons-
truosas y los fines más ruines” (p. 72). El éxito relativo del anarquismo está li-
gado a su práctica violentista frente a la negativa de las demandas de los traba-
jadores, siendo un ejemplo el movimiento de 1903 en Valparaíso, no obstante
su negativa a la negociación y a la construcción de un proyecto pragmático (o a
la construcción de algún proyecto) terminaba con el aborto del incipiente mo-
vimiento, la clase obrera chilena no estaba hecha de una madera distinta a la eu-
ropea: estaban siempre dispuestos a aceptar concesiones que aliviaran sus con-
diciones de existencia y en esa misma medida a mermar su potencia revolucio-
naria. El anarquismo podía difundirse mientras el Estado no respondiera, una
vez que éste incluyera los reclamos del mundo obrero significaría el fin, al me-
nos en su apuesta obrerista. En este sentido cabe destacar la correlación elabo-
rada por Peter De Shazo entre el aumento del salario, la baja de los alimentos y
la deserción huelguista luego de 1903 y su reaparición frente a las nuevas alzas
en 1905 (p. 114): la dirigencia de sociedades de resistencia por parte de persona-
lidades anarquistas no equivale a la existencia de sociedades de base anarquista,
la base de la gran parte de estas era “sencillamente obrera” (p. 116). El anar-
quismo decayó junto con sus líderes: los que no fueron expulsados del país re-
gresaron a las filas del Partido Democrático (como el caso emblemático de Es-
cobar y Carvallo) o redirigieron su idealismo acercándose a las ciencias ocultas y
el espiritismo.
Según nuestra particular lectura, a partir de este punto el anarquismo se di-
semina, abandona los sectores obreros derivando a causas más refinadas para la
época o derechamente burguesas, como el internacionalismo, pacifismo, antimi-
litarismo y la emancipación de la mujer.
Delineada nuestra lectura cabría plantear un par de críticas respecto del tra-
bajo de Sergio Grez. En primer lugar: de todos los historiadores que le prece-
den de quien mayor distancia toma es de Hernán Ramírez Necochea. En este
punto quisiéramos volver a lo planteado al comienzo acerca de los elementos
determinantes de la escritura de la historia, en una palabra: la gravitancia que
ejerce el presente del historiador en toda obra (toda historia es historia contem-
poránea y toda escritura guarda la huella autobiográfica).
Los riesgos teóricos del contemporáneo son mayores que los que asume el
historiador extemporáneo. Sobre este punto sólo un comentario: quizá el pris-
ma que Grez ocupa para valorar la obra de Ramírez Necochea no es el adecua-
do: lo toma unilateralmente como historiador pero no como parte –él mismo–
de ese acontecimiento que fue el movimiento obrero en Chile. Los límites de
un acontecimiento no lo deciden sus contemporáneos: aunque Ramírez Neco-
chea hubiera declarado la intención de aguardar el decurso del movimiento
obrero en la academia, esto no lo hubiese puesto fuera del acontecimiento. Has-
ta qué punto dura y se extiende un acontecimiento es cuestión que se hunde en
profundidades metafísicas, bastaría recordar cómo Kant extendió la Revolución
Francesa a todos los lugares, hombres y tiempo que se vieran inundados por el
entusiasmo revolucionario, o el equivalente arendtiano acerca de que la ira fren-
te a los hechos del holocausto constituía parte del fenómeno histórico. No dar
cuenta de ello equivaldría a restar realidad al acontecimiento.
En segundo lugar, llaman la atención los esfuerzos de Grez por incluir la la-
bor de los anarquistas dentro de la definición de la acción propiamente política
y en esta medida iluminar el valor que les cabría en la consolidación del movi-
miento obrero. En ciertos capítulos y pasajes del libro queda la impresión de
que los hechos no dan para tanto, por lo que la lectura de algunos párrafos in-
terpretativos resulta poco verosímil, cuando no un verdadero esfuerzo por
mantenerse fiel al principio teórico enunciado al final de la Introducción: hacer
“una historia social con la política incluida” (p. 20). Pese a las indicaciones de
que la renuncia declarada de los anarquistas a la política debe entenderse sólo
como distanciamiento “del sistema político burgués que beneficiaba a una mi-
noría explotadora” (p. 183) y a atribuirles un rol fundamental en la construcción
de la identidad clasista del movimiento obrero, el aporte general de los anar-
quistas se desdibuja frente a la prevalecencia de las “corrientes” francamente in-
telectuales, individualistas y, en fin, éticas, como ante el pragmatismo transac-
cional y aliancita que caracterizó finalmente al movimiento obrero chileno.
Hechos estos reparos, desde luego del todo discutibles, debemos plantear
con claridad que el libro de Grez viene a llenar un verdadero vacío historiográ-
fico en nuestro medio. Hasta ahora no existía ningún texto de difusión pública
que se acercara al fenómeno del anarquismo en Chile de manera sistemática. El
rigor en el trabajo de rastreo y tramado documental que ha supuesto es un ras-
go característico de su labor en general.
Grez no ha renunciado a la referencialidad del texto histórico y no ha su-
cumbido ante las modas “ficcionales,” que niegan la realidad del pasado. Ha in-
cluido documentos inéditos, como la correspondencia entre Escobar y Carvallo
y Recabarren, no considerada en obras y compilaciones anteriores (como las
realizadas por Ximena Cruzat y Eduardo Devés).2
En un medio historiográfico en que la producción de conocimiento se divide
entre el mero conservadurismo, lo popular militante y el boom estético-editorial
de la “historia de la vida privada,” la obra del historiador Sergio Grez significa
un respiro de seriedad e insobornable rigor académico.

PABLO ARAVENA
Escuela de Educación - CEHI - UVM

2Cruzat, Ximena y Devés, Eduardo, Recabarren: Escritos de Prensa. Nueva América y Terranova
Editores, Santiago, 1985

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