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Estudios comparados
INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Serie B. ESTUDIOS COMPARATIVOS. b) Estudios Especiales, Núm. 30
Ciudado de la edición y formación en computadora: María Bono López
LA REFORMA DEL ESTADO
Estudios comparados
PONENTES:
COMENTARISTAS:
EDITORES:
ISBN 968-36-4998-X
ÍNDICE
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
José Luis SOBERANES FERNÁNDEZ
Germán FERNÁNDEZ A.
619
620 ÍNDICE
MESA REDONDA
EL DEBATE ACERCA DEL ESTADO
11
12 PEDRO DE VEGA GARCÍA
de las mayorías parlamentarias, y más aún, desde que aquéllos y éstas de-
penden de las Secretarías y Comisiones Ejecutivas de los partidos.
Sin duda alguna, el mundo que nos ha tocado vivir ha cambiado dra-
máticamente desde la década de los treinta a esta turbulenta década de
fin de siglo. Pero llama la atención la profundidad de la reflexión de Or-
tega y Gasset, con la que el doctor De Vega García introduce su po-
nencia, respecto a la manera en que una “ crisis histórica” es apre-
ciada por los individuos.
Por ello, resulta por demás interesante, así como estimulante, to-
parse con la lucidez en medio de una crisis de orientación y reco-
nocimiento de los problemas que nos rodean. Celebro la oportunidad
de poder trazar algunas líneas de análisis sobre el brillante trabajo del
doctor De Vega.
De manera por demás clara, el destacado ponente nos ofrece un
panorama del complejo de fuerzas en la que los ciudadanos de fin
de siglo nos encontramos atrapados, en lo que el llama la “ esquizo-
frenia de dos utopías antagónicas” , que, como también se refiriera el
secretario general de la Organización General de las Naciones Uni-
das, el señor Boutros Ghali, el pasado 22 de octubre, al inaugurar los
festejos del quincuagésimo aniversario de dicho organismo, se mate-
rializan en dos grandes fuerzas o tendencias que caracterizan al es-
cenario internacional de finales de siglo: la cosmopolitización y el lo-
calismo, es decir, las tendencias centrípetas, fuerzas de la integración,
frente a las tendencias centrífugas o fuerzas de la fragmentación.
Ambas fuerzas o tendencias tienen su vertiente, e incluso pro-
bablemente su origen, en el interior de los Estados contemporáneos,
y se pelean el establecimiento de diversos esquemas organizativos de
vida política. Por una parte, las fuerzas centralizadas, que privilegian
el control y la dirección unitaria, sobre bases comunes como son las
formas de representación homogéneas, argumentando necesidades y
presupuestos legitimadores para toda la comunidad política, privile-
giando lo nacional sobre lo local, o incluso lo global sobre lo na-
cional y, por otra parte, las fuerzas descentralizadoras, que asignan
sus prioridades a la participación y cooperación de los entes integra-
dores de la unidad estatal, sobre bases diversas, como son la parti-
cipación plural, que privilegian lo local, como base indispensable de
lo nacional.
47
48 HUGO A. CONCHA CANTÚ
nes de poder, en donde existirán los que ordenan y los que obedecen
por una simple y muy natural razón: el miedo.
Es el miedo, un sentimiento tan natural a los animales, el que dis-
paró en el ser humano la necesidad de crear mecanismos de organi-
zación para combatirlo. Mecanismos de organización, pues el hombre
y la mujer primitivos aceptaron las relaciones de poder, a efecto de
poder vivir con cierta tranquilidad y paz. Al aceptar que existieran
ciertos individuos con poder de mando y someterse a ellos, los in-
dividuos saben que serán protegidos por ese mismo grupo o colec-
tividad y que no vivirán en un estado permanente de lucha y rivalidad.1
De esta manera, a través de la historia, el hombre aceptó las re-
laciones de poder, pero además creó finos argumentos para justificarlas,
dependiendo del tipo de relaciones de que se trata. La legitimidad ad-
quiere o se convierte en valor político, cuando efectivamente, me-
diante numerosos mecanismos relacionados con la psicología colec-
tiva, se convierte en un valor compartido, común a una sociedad,
sobre el cual descansarán las numerosas instituciones políticas.
El poder, a final de cuentas, es quizá la mayor y más directa ma-
nifestación de desigualdad, que por lo mismo requiere de justifica-
ciones para explicar su existencia frente a la razón humana.
Los principios de legitimidad, como Ferrero y muchos otros auto-
res han explicado, han sido numerosos a través de la historia de la
humanidad, y dentro de éstos existen los más desarrollados o corres-
pondientes a las formas actuales de organización política contempo-
ránea. Finalmente, todo sistema de poder y de gobierno requiere ser
aceptado y justificado por los miembros de su comunidad, o al me-
nos por la mayoría de ésta, tal y como acepta claramente el sistema
democrático, pero me cuesta trabajo aceptar que dicha justificación
articulada; es decir, que dicha legitimación en su fase de ejercicio se
produce exclusivamente en los mecanismos de representación políti-
ca, ya sea formalmente, conforme lo reconoce la propia Constitución,
o bien en la práctica política real, que como todos sabemos no siem-
pre se ajusta al texto constitucional.
En casos como el mexicano, estas afirmaciones requieren de un
análisis mucho más profundo ya que, a nadie escapa, en lo concer-
1 Ver Ferrero, así como también la sugerente obra de Bertrand Russell, Autoridad e indi-
viduo, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.
52 HUGO A. CONCHA CANTÚ
2 Ibidem.
3 Idem, p. 200.
54 HUGO A. CONCHA CANTÚ
Hoy estamos lejos del optimismo y las ilusiones con las que sur-
gió el Estado moderno. En la visión de los modernos, el Estado era
57
58 AMADOR RODRÍGUEZ LOZANO
1. Representación y complejidad
5 El tema ha sido tratado desde diversos enfoques, entre los que cabe señalar Lipset (1981),
Öffe (1990), Habermas (1974), Huntington (1992), entre otros.
COMENTARIO 65
BIBLIOGRAFÍA
Dieter NOHLEN
Cuadro 3:
FORMAS DE COMBINACIÓN
DE LOS SISTEMAS ELECTORALES PERSONALIZADOS
1. Reflexiones introductorias
2. Criterios de valoración
1. Estructura de la sociedad
ses podría abrir las puertas a una lucha política basada en categorías
étnicas, la cual es poco compatible con la democracia pluralista.
Bajo las condiciones de sociedades étnicamente heterogéneas, la
mayoría relativa en circunscripciones uninominales, que es empleada
en varios países africanos y asiáticos, tiene otras consecuencias que
aquéllas que se desprenden del modelo desarrollado con base en el
parlamentarismo británico. Sobre todo, las experiencias africanas
prueban la hipótesis originalmente planteada por Alexis de Tocquevi-
lle de que la representación por mayoría requiere sociedades relati-
vamente homogéneas para su adecuado funcionamiento. Los proble-
mas más graves con la mayoría relativa en sociedades étnicamente
heterogéneas son:
2. Variables políticas
BIBLIOGRAFÍA
112
COMENTARIO 113
Los políticos tienen una visión pragmática, guiada por criterios de po-
der. Con suma frecuencia, las propuestas de reforma electoral son ana-
lizadas por los actores políticos en términos de ventajas y desventajas.
Sin embargo, dicha valoración no siempre se basa en la comprensión
adecuada de la forma de funcionamiento y de las consecuencias de los
tipos particulares de sistemas electorales o de sus elementos compo-
nentes.
Me temo que, más temprano que tarde, el caso mexicano podrá in-
cluirse, como ejemplo, en un pie de página seguido de esta aseve-
ración. Ojalá me equivoque.
COMENTARIO DE JOSÉ WOLDENBERG
116
COMENTARIO 117
3 Por supuesto, nada garantiza que las políticas presidenciales funcionen por el simple he-
cho de que tenga facultades para establecerlas. Las políticas deben de ser consultadas y dise-
ñadas, o el Estado disminuiría su capacidad de gobierno para implementarlas efectivamente.
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 127
4 Todavía se deben más investigaciones sobre las coaliciones gobernantes en los sistemas
presidenciales. Sin embargo, existen razones para creer que dichas coaliciones son más frágiles
que en los sistemas parlamentarios, y la viabilidad de las coaliciones es influida en los por fac-
tores institucionales específicos tanto en los sistemas parlamentarios como presidencialistas.
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 129
5 La clave aquí es si los partidos son disciplinados o no, y nada garantiza que lo sean en
los sistemas parlamentarios. Sin embargo, la necesidad de apoyar al gobierno funciona como
un incentivo a la disciplina partidaria en los sistemas parlamentarios, elemento que se encuentra
ausente en los sistemas presidenciales. Véase Epstein (1964).
6 El número real de partidos es un promedio para determinar cuantos partidos “ serios”
existen. Su origen se explica posteriormente.
130 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
7 Las Constituciones de Nicaragua (1986) y Venezuela (1961) otorgan una facultad de veto
muy débil o inexistente. En consecuencia, los presidentes que carecen de base algunas veces
se han encontrado junto con su partido excluidos de las coaliciones legislativas. Este problema tam-
bién ocurre en Costa Rica sólo por lo que respeta al presupuesto, y no en otro tipo de legislación.
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 131
Chile
I 1932-73 18 23.3 20.8 41.6 41.2
II 1989-93 2 31.7 28.3b 58.3 46.3b
Colombia 1945-49, 11 55.2 56.3 55.2 56.3
1974-94
Costa Rica 1953-94 11 49.6 — 51.8 —
Rep. Dom. 1962, 1966- 8 55.6 69.1
90 7
Ecuador 1978-94 22.0 — —
El Salvador 4
I 1985-91 1 47.5 — —
II 1994 4 46.4 — —
Honduras 1981-93 4 54.2 — 54.2 —
México 1982-91 65.8 95.8 65.8 95.8
132
CUADRO 1
(continuación)
Nicaragua 1984-90 2 65.4 —
Paraguay 1993 1 47.5 44.4 — —
Perú 1980 1 54.4 43.3 54.4 43.3
1985-90, 3 47.1 40.0 47.1 41.7
1995
Uruguay 1942-71, 11 45.6 43.8
1984-94
Venezuela 1958-93 8 41.4 47.4 43.2 47.7
Los países que tienen sólo una observación (esto es Paraguay) o que no cumplen con el criterio para la democracia establecido en el capítulo 1
(México y Nicaragua) se excluyen de aquellos cuadros que exploran las relaciones entre las variables (cuadros 2, 3, 4).
a. Incluye la elección presidencial indirecta de 1985.
b. Para Chile II, los senadores designados se incluyen para el cálculo del conjunto de escaños del presidente en el Senado. Si uno únicamente toma
en cuenta los asientos elegidos, el porcentaje se incrementa a 34.2% para el partido presidencial y 56.6% para la coalición.
FUENTES: Para los datos electorales, Nohlen, 1993; Mainwaring y Scully, 1995.
133
134 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
9 El único caso en el que esto pudiera ser diferente sería en el hecho de las listas pree-
lectorales de coyuntura en Chile, desde 1989. La estructura de las listas coyunturales antes de una
elección, en donde los mismos partidos están en la misma coalición en todo el país, sugiere
una mayor obligatoriedad a la coalición que aquellas coaliciones en donde los partidos se man-
tienen completamente separados de la identidad del sufragio. Sin embargo, aun estas listas co-
yunturales implican que los partidos se tienen como organizaciones separadas y mantienen la
opción de abandonar la coalición.
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 137
10 Jones (1995) afirma que una gran fragmentación es problemática en los sistemas presi-
denciales. González menciona que la fragmentación creciente contribuyó a los problemas de go-
bierno democrático en Uruguay antes de 1973. Sin embargo, Nicolau (en prensa) afirma que la
gran fragmentación en Brasil no fue problemática después de 1985.
11 Por supuesto, el número de casos es pequeño y existe la posibilidad de una correlación
aparente. Sin embargo, creemos que las pruebas que avalan nuestra afirmación son consis-
tentes.
138 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
12 Para un mayor entendimiento de estos temas, vid. Mainwaring (1991) y Shugart y Carey
(1992), capítulo 9.
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 139
140
CUADRO 2
(continuación)
141
CUADRO 2
(continuación)
Otros casos
Los sistemas se enlistan dentro de cada categoría en orden ascendente por magnitud distrital.
NOTAS
a. En donde no se menciona ningún punto decimal, todos los distritos son de magnitud indicada.
b. Todos los distritos tienen magnitud 1, y después de 2, en elecciones alternativas.
c. El número total de elecciones es 11, pero los datos se encuentran incompletos para 1937 y 1957.
d. Para Brasil 1950-62 y 1985-a la fecha, se podría discutir el ajuste de la magnitud real en la Cámara Baja en virtud de que las reglas electorales
permiten la formación de coaliciones de diversos partidos en las elecciones proporcionales. Estas coaliciones en lugar de los partidos individuales
necesitan rebasar el umbral. Este precepto reduce el umbral de un partido en un factor aproximado de tres veces cuando tres partidos se nominan
conjuntamente, lo que nos lleva a un gran número de partidos reales más que lo que uno esperaría con base en un promedio de la magnitud
real. La razón por la que no realizamos un ajuste para el efecto de la coalición es que las reglas sobre las coaliciones cambian frecuentemente,
por lo que se hace difícil determinar el grado del ajuste para un periodo determinado de tiempo.
e. Incluye únicamente los asientos elegidos; excluye los asientos “ designados” .
f. Desde 1991, la magnitud del Senado colombiano ha sido 100.
142
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 143
tienen un periodo de dos años, por lo que de vez en vez no se eligen de manera coincidente.
Doce diputados nacionales mantienen un periodo de cuatro años y se eligen de manera coinci-
dente con el presidente.
16 En Argentina, además del uso hasta 1995 de un colegio electoral para elegir al presidente,
algunos de los miembros del Congreso se eligen de manera coincidente con las elecciones pre-
sidenciales, pero otros se eligen en elecciones no concurrentes que se celebran dentro del periodo
presidencial. Los diputados se eligen por un periodo de cuatro años, con la mitad de los escaños
renovados en cualquier otra elección.
17 En el cuadro 1 (y de nueva cuenta en el cuadro 3), en los casos de elecciones no con-
currentes (exceptuando Colombia), determinamos los puntos de los datos para ambas elecciones
legislativas y presidenciales. Para los casos de elecciones alteradas, los datos indican la com-
posición de la Cámara completa después de cada renovación parcial.
18 En las elecciones recientes en Uruguay, N se ha incrementado. Tomando en cuenta que
la configuración de las elecciones concurrentes y las elecciones presidenciales por mayoría de
ninguna manera sobrepasan los efectos de M, se podría esperar que N fuera todavía mayor en
Uruguay que lo que ha sido generalmente. Sin embargo, aunque su valor fuera alrededor de 4,
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 145
aún sería bajo en comparación con otros países con grandes magnitudes pero sin presidencias
elegidas de manera coincidente, como Israel y los Países Bajos. Vid. Taagepera y Shugart (1993).
Como mencionamos anteriormente, la exigencia de un voto partidario definido también contri-
buye a limitar a N en Uruguay.
CUADRO 3
Presidente elegi-
do por mayoría
decisiva, eleccio-
nes coincidentes
Brasil 1994 1 0 0.0 0 0.0 0.0
Chile 1989-93 2 0e 0.0 2g 100.0 100.0
Ecuador 1984-94f 6 0 0.0 1h 16.7 16.7
El Salvador 1993 1 0 0.0 1 100.0 100.0
Perú 1985-90, 3 2 66.7 0 0.0 66.7
1995
Total 13 2 15.4 4 30.8 46.2
146
CUADRO 3
(continuación)
Elecciones presi-
denciales y al
Congreso no
coincidente
Brasil 1954-64 4 0 0.0 2 50.0 50.0
Brasil 1985-90 4c 1d 25.0 1d 25.0 50.0
Chile 1932-73 18 0 0.0 2 11.1 11.1
Ecuador 1978-79 1 0 0.0 1 100.0 100.0
El Salvador 4 2 50.0 2 50.0 100.0
1985-91
Total 31 3 9.7 8 25.8 35.5
Otros casos
Argentina 6 0 0.0 6 100.0 100.0
Bolivia 4 0 0.0 3 75.0 75.0
Colombia 11 9 81.8 0 0.0 81.8
a. O en la Cámara única para Congresos unicamerales.
b. El conjunto de asientos que soportan el veto es el de una (o la única) Cámara, que es suficiente para bloquear los excesos de un veto, en el
caso de que el partido presidencial carezca de la mayoría en ambas Cámaras (o la única Cámara). En donde el veto supera a las mayorías que
difieren por número de área, se sirve de aquél que se usa para las leyes.
c. Incluye la elección presidencial indirecta de 1985.
d. Al principio de la legislatura 1987-90, el PMDB tenía la mayoría en ambas Cámaras, y consecuentemente hemos incluido esta situación como
uno de mayoría presidencial. Sin embargo, las subsecuentes deserciones del partido eliminaron al PMDB de su mayoría.
e. Parte del Senado chileno ha sido nombrado. La concertación habría tenido una mayoría sin los senadores designados.
f. Algunas elecciones legislativas de Ecuador no son coincidentes.
g. Basado en la concertación, una lista conjunta de preelección, en lugar de la sola del partido del presidente.
h. Basado en la aprobación del veto por dos tercios, el cual se aplica cuando el presidente rechaza promulgar una ley que objeta sólo en parte;
sin embargo, el presidente también puede objetar una ley completamente, en cuyo caso la única forma para el Congreso de lograr superarlo
es requerir un referendo sobre el caso.
147
148 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
Establecimien-
to de los da-
tos y Estados Sólo Incluyendo
Unidos Latinoamérica Filipinas
Variable 1 2 3a. 4 5 6 7a.
Constante 3.701*** 3.486*** 2.155*** 3.460*** 2.898*** 3.278*** 2.122***
(.388) (.401) (.266) (.310) (.326) (.318) (.170)
Conc/ -1.022*** -0.936*** -- -1.200*** -1.213*** -1.074*** --
Plur (.346) (.345) (.293) (.275) (.294)
Majro 1.612*** 1.681*** -- 1.724*** 1.385*** 1.776*** --
(.387) (.384) (.352) (.342) (.347)
Logmag .009 .021 .179 .141 .088 .127 .237**
(.160) (.158) (.090) (.108) (.117) (.107) (.067)
Lista -- -- -- -- 1.370*** -- --
(.35)
Govlist -- .780* -- -- -- .831*** --
(.425) (.394)
150
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 151
20 Dada la ausencia de los procedimientos del tipo de las elecciones primarias en Estados
Unidos o las nominaciones descentralizadas en Filipinas, aun la mitad de los distritos uninomi-
nales pueden verse tan reales como el sistema de listas que contengan sólo un nombre.
21 Una excepción parcial es Colombia, pero el resultado esperado de los incentivos para
formar nuevos partidos es el mismo que el descrito para los demás partidos con sistemas sin
152 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
listas. En Colombia existen múltiples listas en el interior de los partidos, pero los votos se agru-
pan únicamente dentro de la lista y no del partido. Por lo que, dada la ausencia de control par-
tidario sobre la nominación (como se explica posteriormente), un disidente puede establecer su
propia lista, y los votos que le correspondan podrán conjuntarse con los demás candidatos dentro
de su lista. Y, por lo tanto, ayudaría a la elección de otros disidentes con la misma mentalidad,
sin ayudar a la elección de sus adversarios dentro del partido (una opción que no se encuentra
disponible en donde existen listas de partidos, ya sean abiertas o cerradas, o por facciones como
en el caso de Uruguay). Por último un desertor no necesita registrar su lista bajo un nombre
de partido diferente, por lo que existen pocos incentivos para la formación de nuevos partidos,
tal y como es el caso de los demás sistemas sin listas partidarias.
22 En virtud de que Colombia es el único sistema en Latinoamérica que no utiliza las listas
de partido, manejar un regresión en los datos latinoamericanos únicamente con lista puede ser
equivalente a utilizar una variable falsa para Colombia y, por lo tanto, no tiene un interés teó-
rico.
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 153
23 Estos argumentos parece que se pueden aplicar aún al sistema descentralizado de listas
abiertas en Brasil. Los gobernadores en ese país ejercen un mayor control sobre las nominaciones
para la apertura de los escaños en la delegación de sus estados al Congreso nacional, que pro-
bablemente no se daría si no existieran listas en absoluto.
24 Lijphart (1994, 130-134) también encuentra que el presidencialismo con una forma de
mayoría y coincidente (esto es..., Costa Rica y Estados Unidos) reduce el número de partidos,
aun en un gran grupo de datos que incluyan los sistemas parlamentarios (y en los cuales, por
lo mismo, la magnitud es significativa).
154 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
que indiquen las divergencias más importantes del status quo po-
lítico.
Los partidos disciplinados también permiten a los electores distin-
guir entre las finalidades del partido y las pretensiones políticas in-
dividuales. En los partidos poco disciplinados, las diferencias ideo-
lógicas-políticas entre los partidos son menos claras y se soslayará la
responsabilidad. Ciertamente sería deseable que los partidos fueran lo
suficientemente cohesivos para que los votantes tuvieran la certeza de
que el presidente y los miembros de la legislatura que ostentan el
nombre del partido actuaran del mismo modo en las cuestiones po-
líticas en las que están generalmente de acuerdo.
El argumento expresado aquí no debe tomarse, sin embargo, para
concluir que los partidos disciplinados rígidamente son preferibles en
el presidencialismo, como lo son los riesgos potenciales de los sis-
temas presidenciales con disciplina estricta. Ya hemos hablado del
desequilibrio en el sistema de pesos y contrapesos cuando el presidente
tiene una mayoría que los apoya. En este caso, el Congreso no fun-
cionará como contralor efectivo del presidente, sino que aprobará in-
variablemente sus iniciativas, si el presidente y los líderes del partido
están de acuerdo. En México existe esta situación, en virtud de que,
a pesar de que los legisladores son elegidos por distritos uninomina-
les, la no reelección no es un incentivo para representar a sus supues-
tos electores. Asimismo, la centralización de todas las reglas de no-
minación partidaria en las manos del presidente que actúa como líder
del partido, y refuerza el dominio autoritario de la presidencia sobre
el Congreso.
Si el presidente se encuentra con un “ gobierno dividido” , en don-
de un partido o coalición estable se opone a que el presidente con-
trole la mayoría de los escaños en ambas Cámaras (o una sola Cá-
mara) del Congreso, entonces la disciplina extrema del partido hará
imposible que el presidente logre acuerdos que afecten las líneas par-
tidarias. Si el líder del partido dominante se constituye en obstáculo,
los legisladores individuales deberán apoyarlo si están sujetos a una
disciplina cerrada. Si, en cambio, los miembros individuales tienen la
libertad de romper con el liderazgo, más interesado en oponerse al
presidente, algunos apoyarán al presidente y a su partido en algunas
propuestas legislativas.
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 157
29 Esta terminología puede ser de algún modo confusa para los lectores de ciertos países
en Latinoamérica. En español, lo que la literatura inglesa denomina “ closed list” (N. de T. listas
cerradas para efecto de esta traducción) se llaman listas cerradas y bloqueadas (closed y blocked
lists). A lo que llamamos listas abiertas se les denomina listas cerradas y no bloqueadas o listas
cerradas con voto preferencial (closed list with preferential voting), a menos que los electores
puedan votar por los candidatos de más de una lista, en cuyo caso el término es listas abiertas
o en francés panachage. Aquí mencionamos “ open list” (N. de T. listas abiertas para efecto
de esta traducción) cuando queremos decir que los electores pueden (o deben) votar por uno o
más candidatos, pero únicamente dentro de una lista.
30 En México, desde 1993 en Venezuela, y a principios de 1997 en Bolivia, una gran pro-
porción de los miembros se eligen por distritos uninominales, mientras que el resto se elige a
través de listas plurinominales. Aun en el distrito uninominal, la organización de los partidos
en estos países determina las nominaciones; por lo que el sistema electoral para estos escaños
es todavía uno de listas cerradas, en donde las “ listas” contienen un solo nombre.
CUADRO 5
LEYES ELECTORALES Y DE PARTIDOS EN LATINOAMÉRICA PRECEPTOS PARA EL CONTROL
DEL PARTIDO SOBRE EL GRADO Y ESTABLECIMIENTO DE CANDIDATOS (CÁMARA BAJA)
161
CUADRO 5
(continuación)
El Salvador
Guatemala
Honduras
Nicaragua
Panamá
Paraguay
Venezuela,
1988
a. Para estos sistemas. “ Sí” se aplica a la parte elegida de las listas del partido (aproximadamente la mitad del número total de diputados). El
orden de la elección y el agrupamiento de los votos no son aplicables para los escaños elegidos por distritos uninominales.
162
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 163
31 Es posible para los electores que se les otorgue la opción de votar por más de un di-
putado, como en Suiza y anteriormente en Italia. Sin embargo, no conocemos a nivel nacional
un sistema de este tipo actualmente en Latinoamérica.
164 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
32 Cabe aclarar que la posibilidad de elegir a más de un candidato pon cada lista significa
que no es un “ caso” puro de VUT. El hecho de que muchos candidatos presenten sus propias
listas, aun bajo las etiquetas de uno de los partidos importantes de Colombia, es testimonio de
la importancia del emblema del partido. Si este no se considerara valioso, los candidatos que
establecieran sus propias listas se inclinarían a inventar nuevos nombres de partido para las mis-
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 165
los partidos desde 1991 se dirigen a crear un mayor control por parte
del liderazgo, pero en la práctica el sistema múltiple de listas con-
tinua.
En los sistemas de control limitado sobre las nominaciones o sobre
el orden de las listas, o ambas, los candidatos obtienen su elección
por méritos propios, por lo que no están obligados por la gratitud al
partido. Estos acuerdos promueven el individualismo en las campañas
y en la recolección de fondos, y los candidatos triunfantes no le de-
ben lealtad al partido cuando éste no asegura su victoria. Por lo tanto,
dichos sistemas proporcionan grandes incentivos para el individualis-
mo (como en Brasil) o para el fraccionamiento (como en Colombia
y Uruguay).
En todas las variantes de los sistemas electorales mostrados en el
cuadro 5, excepto por las listas cerradas, pero en especial en aquéllas
en las que los líderes del partido no ejercen el control sobre el uso
del emblema, los miembros inscritos y con cierto grado tienen el in-
centivo de distinguirse de sus copartidarios (Cain, Ferejohn y Fiorina,
1987; Carey y Shugart, en prensa). Dichos incentivos para los can-
didatos significan que las elecciones tienden a volverse clientelismo,
por lo menos en la misma medida que los programas del partido. Los
miembros aseguran sus escaños al formarse una cierta reputación en-
tre el conjunto de los seguidores, y poder estar en posibilidad de
crear empleos, proyectos de labor pública, o algunas concesiones que
interesen a sus electores (Ames, 1995 a, b; Geddes y Ribeiro Neto,
1992; Hagopian, en prensa). Dichas leyes electorales limitan la arti-
culación de las alternativas de política pública y dirigen al sistema
partidario en favor de aquellos con dinero, o en el caso de muchas
áreas rurales, el poder tradicional se da sobre los recursos tales como
el control sobre la tierra. Además, en virtud de que los miembros
pueden: 1. ganarse el oficio independientemente de la aprobación del
partido, y 2. ganarse el trabajo con base en sus servicios personales
y no por promesas basadas en la naturaleza de la política, los par-
mas. Por lo que Colombia ofrece una imagen de espejo a las situaciones de Bolivia y Ecuador,
mencionadas anteriormente. En estos dos países, los partidos controlan sus emblemas, pero los
mismos no son tan valiosos que obligan a los desertores a inventar nuevos nombres y a estar
en posibilidades de ganar votos bajo los auspicios de un nuevo emblema de partido. En Co-
lombia la situación es contraria: los desertores normalmente prefieren usar el nombre del partido
más importante, y los líderes de este partido no pueden hacer nada para detenerlos.
166 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
33 Su habilidad para ser elegidos descansó en el escaso nivel de mayoría del sistema uti-
lizado para las elecciones presidenciales en estos dos países, este sistema permite que una pe-
queña cantidad de los votos sea suficiente para calificar a la candidatura. Por ejemplo, Collor
ganó el 30.5% en la primera ronda (y su oponente ganó tan sólo el 17%, pero esto colocó los
porcentajes en un 53-47) y Fujimori ganó tan sólo el 29.1% a Vargas Llosa con el 32.6%, antes
de haberlo derrotado 62.5%-37.5% en la ronda decisiva
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 167
V. CONCLUSIONES
El tema completo de este trabajo ha consistido en que el presiden-
cialismo es estudiado más fructíferamente en relación con dos carac-
terísticas principales del sistema de partidos. La primera caracterís-
tica es el número de partidos, o el grado de fragmentación del
sistema partidario. Con un sistema altamente fragmentado o con un
gran número de partidos, los presidentes están en la posibilidad de
enfrentar una situación minoritaria en el Congreso (y posiblemente en
la sociedad también). Esta situación hace difícil para los presidentes
cumplir con sus planes, y puede llevarlos a un callejón sin salida que
los obligue a utilizar el patrocinio para cooptar o engañar al Congre-
so y a los partidos.
También hemos hecho énfasis en que la disciplina del partido, o
la falta de ella, afecta las funciones del presidencialismo. Con una
disciplina partidaria débil, las negociaciones presidenciales con los
legisladores individuales y/o con los líderes regionales del partido se
34 Las primarias en la ley colombiana impiden esta posibilidad al permitir a cualquier elec-
tor que participe en las primarias de los partidos, ya sea que tenga o no alguna alianza con el
partido en cualquier otro nivel. Esto es, Colombia utiliza un sistema de primarias “ abiertas” .
Vid. Shugart (1992).
168 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
35 Por ejemplo, la regla en Costa Rica, en donde un candidato tiene que obtener como mí-
nimo el 40% en la primera ronda para evitar una ronda decisiva, o los preceptos establecidos
en Argentina últimamente en donde se requiere cubrir un mínimo de los votos. Vid. también
Shugart y Taagepera (1994) para un análisis sobre los formatos de las rondas decisivas.
170 SCOTT MAINWARING Y MATHEW SOBERG SHUGART
APÉNDICE
Brasil
EL PRESIDENCIALISMO Y LOS SISTEMAS DE PARTIDO 171
Chile
Venezuela
BIBLIOGRAFÍA
1 Cfr. López Guerra, Luis, “ La función de control de los parlamentos: problemas actuales” ,
El Parlamento y sus transformaciones actuales, Madrid, Tecnos, 1990, pp. 236 y 237.
2 Cfr. Berlín Valenzuela, Francisco, “ Las funciones parlamentarias en regímenes presiden-
ciales y parlamentarios” , Derecho parlamentario iberoamericano, México, Porrúa, 1987, p. 71;
Carpizo, Jorge, Estudios constitucionales, México, Porrúa, 1991, p. 273; Patio Camarena, Javier,
Derecho electoral mexicano, México, UNAM, 1994, pp. 31 y 32; Pérez Serrano, Nicolás, Tra-
tado de derecho político, Madrid, Civitas, 1976, pp. 827 y 828; Ruiz Massieu, José Francisco,
Cuestiones de derecho político (México-España), México, UNAM, 1993, p. 122; Mainwaring,
Scott y Soberg Shugart, Matthew, Presidentialism and the Party System in Latin America, Con-
ferencia impartida en el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, México, 29 de enero
de 1996, p. 3; Sartori, Giovanni, Ingeniería constitucional comparada. Una investigación de es-
tructuras, incentivos y resultados, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, pp. 97 y ss.
188
COMENTARIO 189
8 Cfr. Gaceta Oficial de Bolivia. Ley de Reforma a la Constitución Política del Estado,
Bolivia, núm. 1842, de 12 de agosto de 1994.
9 Cfr. “ La Constitución Política de Colombia” , El Constitucionalismo en las postrimerías
del siglo XX. Las constituciones latinoamericanas, México, UNAM, t. I, 1994.
10 Cfr. Constitución Nacional de Paraguay, México, UNAM y Fondo de Cultura Económi-
ca, 1994.
11 Cfr. Landa Arroyo, César y Velazco Lozada, Ana, Constitución Política del Perú 1993.
Sumillas. Índice analítico, Perú, Pontificia Universidad Católica del Perú, agosto de 1994.
12 Cfr. Valega García, César, “ La responsabilidad política del gobierno en la Constitución
de 1993” , La Constitución de 1993. Análisis y comentarios, Perú, Comisión Andina de Juristas,
1994, pp. 193 y ss.
13 Cfr. Manzella, Andrea, Il Parlamento, Boloña, Il Mulino, 1977, p. 365.
14 Cfr. Montero Gibert, José Ramón y García Morillo, Joaquín, El control parlamentario,
Madrid, Tecnos, 1984, pp. 135 y 136 y 140; Santaolalla López, Fernando, Derecho parlamen-
tario español, Madrid, Espasa Calpe, 1990, p. 350; López Guerra, Luis, op. cit., p. 244.
COMENTARIO 191
17 Cfr. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, México, Secretaría de Go-
bernación, 1995.
18 Cfr. Nohlen, Dieter, “ Sistemas electorales y representación política. Apuntes para el de-
bate sobre reforma electoral” , Tendencias contemporáneas del derecho electoral en el mundo,
México, Cámara de Diputados, TFE, IFE e Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM,
1993, pp. 393, 400 y 401.
COMENTARIO 193
21 Véase Pedroza de la Llave, Susana Thalía, El control del gobierno: función del “Poder
Legislativo”, México (publicación en prensa por el Instituto Nacional de Administración Públi-
ca). Así como, “ Evolución del Poder Legislativo en el sistema constitucional mexicano (1988-
1994)” , Memoria del V Congreso Iberoamericano de Derecho Constitucional, publicación en
prensa por el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
COMENTARIO 195
22 Cfr. Mainwaring, Scott y Soberb Shugart, Matthew, op. cit., p. 1; Lujambio, Alonso, op.
cit., p. 104.
196 SUSANA THALÍA PEDROZA DE LA LLAVE
2 Duverger, Maurice, Los partidos políticos, México, Fondo de Cultura Económica, 1979.
3 Sartori, Giovanni, Ingeniería constitucional comparada, México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 1995.
200 JOSÉ MARÍA SERNA DE LA GARZA
4 Idem, p. 659.
5 Nohlen, Dieter, “ Sistemas de gobierno, perspectivas conceptuales y comparativas” , Ve-
nezuela, en Nohlen, Dieter y Fernández, Mario (eds.), Presidencialismo versus parlamentarismo,
Venezuela, Editorial Nueva Sociedad, 1991, p. 17.
202 JOSÉ MARÍA SERNA DE LA GARZA
canos, puesto que, hoy por hoy, ningún partido o grupo políticamente
relevante propone, hasta donde yo sé, la opción parlamentarista para
México. Si no hubiera argumentos ni evidencia para defender la com-
patibilidad entre régimen presidencial y estabilidad democrática, sig-
nificaría que estaríamos en México en una situación de completa de-
sorientación, y que quizá, sin darnos cuenta, nos estuviésemos
metiendo en un callejón sin salida.
3. Otro aspecto tratado por el trabajo que ahora comentamos es el
relativo a las relaciones entre el Poder Legislativo y el Poder Eje-
cutivo, en un contexto democrático y multipartidista. Este tema es
importante porque el cambio de régimen en México apunta precisa-
mente hacia ese escenario. Actualmente no resulta descabellado pen-
sar en la posibilidad de un presidente cuyo partido ocupe menos del
50% de los escaños en la Cámara de Diputados. Ante esta eventua-
lidad, cabe preguntarse lo siguiente: ¿cómo fluirán las relaciones Eje-
cutivo y Legislativo en tales condiciones?, ¿el esquema institucional
que ahora tenemos sería el apropiado para dar cauce a un nuevo pa-
trón de interacción política entre el presidente y el sistema de par-
tidos?, ¿nuestro actual esquema constitucional podría garantizar la
gobernalidad y la eficacia de la acción gubernamental bajo una nueva
correlación de fuerzas partidistas en el actual Congreso?
Seguramente decepcionaré al auditorio al decir que no tengo res-
puestas concretas y acabadas a las interrogantes que acabo de plan-
tear. No me atrevería a aventurar una opinión al respecto sin tener
de mi parte un mayor estudio, una mejor reflexión y sobre todo un
consistente intercambio de ideas con personas ampliamente conoce-
doras de la praxis política real de nuestro país. Sin embargo, lo que
sí puedo hacer es plantear una serie de aspectos generales que sirvan
de marco a la tarea propositiva de diseño institucional que está pen-
diente de hacerse en México, y de la que este Seminario pretende ser
un punto de partida.
En primer lugar, quisiera destacar que, cuando hablamos de refor-
ma política en México, generalmente hemos centrado nuestra aten-
ción en cuestiones de legitimación política, y hemos dejado de lado
los aspectos de funcionamiento político. En otras palabras, nos hemos
fijado más en temas como el pluralismo partidista, el sistema elec-
toral y la integración del Poder Legislativo, que en las competencias
COMENTARIO 203
6 Esta observación la hace para el caso de Chile Mario Fernández, en su ensayo titulado
“ El Primer Ministro dentro del sistema presidencial. Una propuesta para Chile” , en Nohlen, Die-
ter y Fernández, Mario (eds.), op. cit., p. 129.
204 JOSÉ MARÍA SERNA DE LA GARZA
Franck MODERNE
SUMARIO: I . Introducción. II. La supremacía presidencial. A.
Una bicefalía desequilibrada en favor del jefe del Estado. B. Un
gobierno más vinculado al jefe del Estado que la representación
parlamentaria. III. La insuficiencia de los contrapesos al Poder
Ejecutivo. A. La debilidad del Parlamento de la V República. B.
El papel limitado del Poder Judicial. IV. Tendencias contradic-
torias en la evolución reciente del sistema semipresidencial fran-
cés. A. Fortalecimiento de las tendencias presidencialistas. B.
Debilitamiento de las tendencias presidencialistas
I. INTRODUCCIÓN
El sistema semipresidencial francés de la V República es hijo de la
historia tan agitada de este país y lo es, para decirlo así, tres veces:
1) Es hijo de la Revolución francesa de 1789 y de su radicalidad
en la proclamación de la voluntad del pueblo soberano como fuente
auténtica y única del poder político (artículo 3: “ La soberanía nacio-
nal pertenece al pueblo” ). Francia se siente tan hija de la Revolución
de 1789 como Estados Unidos de la de 1776. Se siente depositaria de
un mensaje revolucionario histórico dirigido al resto del mundo y en-
tendió su revolución del fin del siglo XVIII como el alumbramiento
interno de un nuevo mundo en el viejo, que luego debía extenderse
a los otros países. La legitimidad revolucionaria aflora específica-
mente en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciuda-
dano de 1789, que hoy día está incluida expresamente en la Cons-
titución de la Quinta República del 4 de octubre de 1958.
Quiero decir que Francia no ha abandonado esta filiación revolu-
cionaria, a pesar de que su historia política ofrezca la imagen de una
nación involucrada en continuas rupturas y crisis. Precisamente por
209
210 FRANCK MODERNE
1 Vid. el análisis de Cotarelo, R., et al., Sistemas políticos de la Unión Europea, Madrid,
Universitas, 1993, pp. 113 y ss.
EL SISTEMA SEMIPRESIDENCIAL FRANCÉS 211
2 Ésa es una prerrogativa de las más importantes que se puede imaginar. En los periodos
de homogeneidad política entre la presidencia de la República y la mayoría parlamentaria, la
libertad del jefe de Estado es casi total: puede nombrar a una personalidad política o a un técnico
(R. Barre por ejemplo, o Pompidou); puede designar a un amigo personal (E. Cresson) o a un
enemigo íntimo para controlarle (¿Rocard?). En los periodos de cohabitación, de discordancia entre
la mayoría parlamentaria y las preferencias políticas del jefe del Estado, su libertad es menor:
tiene la obligación política de designar a un representante de la mayoría, pero puede elegir tal
o cual personalidad sin justificar su decisión (posiblemente en la designación de E. Balladur
había como objetivo el debilitar la posición de J. Chirac, como candidato eventual a la presi-
dencia, suscitando así una candidatura concurrente para las elecciones presidenciales).
3 Las ordenanzas del artículo 38 de la Constitución son más o menos los decretos legis-
lativos de España o de Italia.
4 Este poder de disolución ha sido utilizado cuatro veces desde 1958.
216 FRANCK MODERNE
5 Sin embargo, la responsabilidad política del gobierno ante la Asamblea nacional diferen-
cia definitivamente el régimen de la V República de los regímenes presidencialistas. Además,
esta responsabilidad es efectiva (1962).
6 Este artículo 49-3 es de utilización corriente y a veces excesiva en una cierta medida.
Sirve para constreñir una mayoría parlamentaria débil o reticente a votar el texto articulado en
la forma eligida por el gobierno --o para obligar a la oposición oficial a contar sus votos. El
texto considerado como aprobado no ha sido votado por el Parlamento, y está en la versión
del gobierno, sin enmiendas parlamentarias (salvo las enmiendas aceptadas por el gobierno) R.
Barre, P. Mauroy, L. Fabius, M. Rocard, J. Chirac, A. Juppé han hecho uso de este arma so-
fisticada. No se puede decir en estas ocasiones que el gobierno dispone de una mayoría que le
apoya-- simplemente no hay mayoría en contra de él.
EL SISTEMA SEMIPRESIDENCIAL FRANCÉS 217
lapan con las del jefe del Estado. El primer ministro, jefe del gobier-
no, es responsable de la defensa nacional, pero el presidente de la
República es el jefe superior de los ejércitos y nombra los empleos
civiles y militares. Los actos del jefe del Estado más importantes no
precisan refrendo del primer ministro o de ministros determinados: el
nombramiento del primer ministro, la convocatoria de un referéndum,
la disolución de la Asamblea nacional, el recurso al Consejo Cons-
titucional, etcétera.
Frente al jefe del Estado, los contrapesos son evidentemente insu-
ficientes.
8 La Asamblea nacional está compuesta por 577 diputados elegidos por sufragio universal
por un sistema mayoritario uninominal a dos vueltas.
EL SISTEMA SEMIPRESIDENCIAL FRANCÉS 221
9 Discurso del 28 de diciembre de 1958: evoca la “ tarea nacional que le corresponde desde
hace 18 años” (1940), como si no hubiera existido la IV República...
224 FRANCK MODERNE
refrendaria y que el presidente sólo puede tomar tal iniciativa (la pro-
puesta del gobierno es puramente formal).
en que no puede ser disuelta por el jefe del Estado. Esta resistencia
se manifestó durante los mandatos de F. Mitterrand cada vez que el
acuerdo del Senado era imprescindible para adelantar una reforma
(leyes constitucionales o leyes orgánicas).
3) El presidente actual ha manifestado la intención de buscar un
nuevo equilibrio entre el Parlamento y el gobierno. Algunas reformas
constitucionales recientes (4 de agosto de 1995), de alcance bastante
reducido, pueden analizarse así: la introducción de una sesión parla-
mentaria única de larga duración (de comienzos de octubre a fines
de junio), la posibilidad para el Parlamento de influir en la determi-
nación de su propio orden del día (normalmente fijado por el gobier-
no) y la facultad de plantear cuestiones de actualidad al gobierno
cada semana.
Se prepara actualmente un proyecto de reforma constitucional con
el fin de autorizar al Parlamento a controlar el presupuesto social de
la nación.
Hay que concluir. Como siempre, la conclusión será provisional.
La reforma del Estado francés contemporánea está al orden del día.
Durante la segunda presidencia de F. Mitterrand un comité consul-
tivo para la revisión de la Constitución ha sido encargado de hacer
el diagnóstico de las insuficencias del régimen y de proponer las re-
formas adecuadas. Este Comité, presidido por el jurista G. Vedel, ha
remitido su informe en febrero de 1993. Sacaremos de este documen-
to algunas observaciones y sugerencias acerca del funcionamiento del
sistema político francés.
1) Persistencia de un desequelibrio global entre
el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo
El desequilibrio inicial se justificaba por los circunstancias muy
peculiares del nacimiento de la V República; estas circunstancias per-
tenecen al pasado. El sistema de partidos políticos, relativamente po-
larizado entre la derecha y la izquierda, ha retrasado paradójicamente
las posibilidades de reequilibrio: el “ hecho mayoritario” ha permitido
al gobierno contar con una mayoría estable y dócil, sea de derecha
o de izquierda. El Parlamento, por otra parte, parece afectado por una
enfermedad francesa bien conocida: el cúmulo de las mandatos elec-
torales, a nivel nacional y a nivel local. Los diputados y senadores
están mucho más interesados en los asuntos locales que en los asun-
EL SISTEMA SEMIPRESIDENCIAL FRANCÉS 227
11 La mayoría de los primeros ministros han abandonado sus funciones bajo la presión del
jefe del Estado y no de la Asamblea nacional.
COMENTARIO DE JUAN JOSÉ RÍOS ESTAVILLO
229
230 JUAN JOSÉ RÍOS ESTAVILLO
Elías DÍAZ
Hablamos aquí de España en esta segunda mitad del siglo XX: más
en concreto, de algunos caracteres definitorios sobre cultura y polí-
tica en esos difíciles tiempos que van desde la superación del régi-
men totalitario a la construcción de la actual democracia. Lo funda-
mental que habría que resaltar es que tienen mucho que ver entre sí
la cultura en la oposición (a la dictadura) y la cultura en la transición
(a la democracia). La primera estuvo más unida frente al enemigo
común; en la segunda —sin descuidar lo anterior— se acentúa la
autocrítica y la pluralidad. Y lo mejor de una y otra de esas culturas
—la de la oposición y la de la transición—, profundamente vincu-
ladas entre sí, se reencuentran y se recuperan, a pesar de todos los
desencuentros institucionales, en las diversas potencialidades, inclui-
das por supuesto las muy críticas y autocríticas, de la democracia en
este ya final de siglo.
Creo que no se puede en modo alguno entender lo ocurrido en
nuestro país desde 1975, desde la muerte de Franco, si no se conoce
lo que tanto en el campo de la política y la cultura como en el de
las luchas sociales y los cambios económicos, había ido teniendo lu-
gar como avances y conquistas por la libertad y por la democracia
a lo largo de esos casi cuarenta años frente al régimen dictatorial im-
puesto como resultado de la guerra civil de 1936-1939. En mi libro,
Pensamiento español en la era de Franco, he tratado precisamente
de destacar las principales aportaciones que para estos fundamentales
235
236 ELÍAS DÍAZ
2 Cf. sobre ello los documentos editados por Roberto Mesa (autor también de un inte-
resante prólogo) en la obra Jaraneros y alborotadores, Madrid, Universidad Complutense,
1982.
3 Morodo, Raúl, Por una sociedad democrática y progresista, Madrid, Turner, 1982, p.
13.
238 ELÍAS DÍAZ
6 A ese contexto es al que aludo en mi último libro titulado precisamente Los viejos maes-
tros. La reconstrucción de la razón, Madrid, Alianza Editorial, 1994.
242 ELÍAS DÍAZ
7 Sobre Enrique Tierno Galván, junto con Arangueren, quizás los intelectuales españoles
más influyentes en las generaciones universitarias de esos años, véase el libro Morodo, R., Tier-
no Galván y otros precursores políticos, Madrid, 1987.
8 La crítica a ese ilegítimo y oportunista intento está implícita en mi libro. Estado de de-
recho y sociedad democrática, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1966 (última edición, Ma-
drid, Taurus, 1991).
LA CULTURA EN LA OPOSICIÓN 243
9 Amplíese todo ello con los seis volúmenes de Abellán, J. L. (coord.), El exilio español
de 1939, Madrid, Taurus, 1976-1978.
246 ELÍAS DÍAZ
Elías DÍAZ
251
252 ELÍAS DÍAZ
(cfr., por ejemplo, p. 318) su total descalificación política e intelectual de “ ciertos grupos” , dice
sin especificar más, y sin que se haga para nada la menor mención (en cerca de mil quinientas
páginas, ni una sola vez aparece, por ejemplo, el nombre de Enrique Tierno Galván) de profe-
sores o estudiantes que de hecho hacían —sin más alharacas y con algunos riesgos— una buena
labor de concienciación, de conocimiento, de crítica y de oposición, que Marías nunca tiene la
generosidad ni el acierto de mencionar y de recordar; también me parece sectaria y falaz su
acusación sin más (p. 392) de que “ la libertad no era lo que interesaba a los que profesaban,
al menos verbalmente, oponerse al régimen dominante” ; y algo finalmente (por terminar aquí,
pues habría más) que no me parece tenga la menor coherencia ni rigor dentro de la propia fi-
losofía de Marías, siempre más preocupado, y hace bien, por la calidad que por la cantidad,
por la valía interna que por la eficacia exterior, y ello tanto en la consideración de la vida per-
sonal como en la de la historia social; me refiero a cuando luego, en contradicción con sus
continuas aseveraciones en esa dirección, cree poder descartar (p. 218) todas esas acciones de
la oposición “ sobre todo —dice aquél— desde 1956, sin advertir —añade— que no tuvieron
ninguna eficacia, que no conmovieron el régimen dominante ni poco ni mucho, que no adelan-
taron su final ni en una sola hora” ; floja, “ positivista” , argumentación: Franco murió en la cama
pero el país —España— no era, no hubiera sido el mismo con esa oposición o sin ella (y tam-
bién —no hay por qué no reconocerlo— sin otras actitudes críticas que tal vez no quieran o
no deban entrar en esa estricta denominación).
254 ELÍAS DÍAZ
4 Cfr., en relación con todo ello, el libro de Águila, Rafael del, y Montoro, Ricardo, El
discurso político de la transición española, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas,
1994.
LAS IDEOLOGÍAS DE (SOBRE) LA TRANSICIÓN 255
ciones críticas (lo cual es positivo) pero que quizá merezcan ser, a
su vez, en alguna medida criticadas; aunque la hay también de ca-
rácter claramente conservador, se trata por lo general de ideologías
de izquierdas pero desenfocadas y desajustadas en mayor o menor
medida —creo— por un cierto radicalismo extremoso, un tanto vacuo
e ineficaz en no pocas ocasiones. Yo resaltaré aquí estos aspectos,
como “ crítica de la crítica” sin olvidar, aunque no siempre lo haga
explícito —fundamentalmente para evitar excesivas reiteraciones—
sus lados válidos y útiles hasta para algún avance y fortalecimiento
concreto de la democracia: el marco es, pues, el más habitual para
mí —lo reconozco— de la crítica y el debate, también diálogo, den-
tro de las comunes posiciones de la izquierda. Pero si las denomino
como “ ideologías” es, asimismo, para mostrar sus deformaciones y
las distorsiones que puedan haber implicado, produciendo incluso
confusiones, obstáculos e insuficiencias para la misma democracia.5
Aunque claro está que no siempre se suceden lineal y ordenada-
mente en el tiempo —enseguida me referiré a cada una de ellas—
sino que con frecuencia se superponen entre sí de manera irregular,
dichas ideologías según van aquí expuestas (sólo en muy apretado re-
sumen) desde luego que guardan también una concreta y compleja
correspondencia con la cronología de la transición desde 1975-1976
y hasta la actualidad. Terminada —puede decirse— aquélla en 1978,
¿en 1982?, ¿en 1986?, tales conformaciones, en la medida —varia-
ble— en que permanezcan todavía hoy, se mostrarían más bien, con-
servando siempre sus caracteres duales, como ideologías actuantes
sobre siempre inacabado y abierto proceso de extensión y profundi-
zación en los valores y en las vías representativa y participativa en
que consiste fundamentalmente la democracia.6
5 Una buena ampliación y confrontación de todo ello puede obtenerse con la lectura de
la obra colectiva, O’Donnell, Guillermo, Schmitter Philippec C., y Whitehead, Laurence,
(coords.), Transiciones desde un gobierno autoritario, 1996, 4 vols., existe una versión caste-
llana, Buenos Aires, Barcelona, México, Paidós, 1989: en su volumen primero, referido a la Eu-
ropa meridional, figuran los trabajos de Salvador Giner sobre “ La economía política, la legiti-
mación y el Estado en la Europa meridional” y el de José María Maravall y Julián Santamaría
sobre “ El cambio político en España y las perspectivas de la democracia” .
6 En su indagación sociológica sobre “ La eventual persistencia de residuos autoritarios en
la cultura cívica española y su repercusión sobre el naciente sistema político parlamentario” ,
contrapunto a tener también en cuenta aquí, José Enrique Rodríguez Ibáñez tras recalcar que,
a su juicio, “ la transición acabó con el referéndum de la OTAN” (12 de marzo de 1986), pro-
pone la siguiente periodificación de dicha época, señalando las características principales de cada
256 ELÍAS DÍAZ
etapa con rasgos que convendrá cotejar con los de mi propia exposición (echo, no obstante,
de menos una referencia mayor a la profunda crisis económica que hubo que afrontar a partir de
1982): (Después de una dictadura: cultura autoritaria y transición política en España, Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1987), “ En resumen —escribe Rodríguez Ibáñez (pp. 47-
48)— mi propuesta de esquema sobre la periodificación de la transición democrática española
es la siguiente: 1. Primera etapa: noviembre, 1975-junio, 1977. Características: dialéctica pos-
franquismo-predemocracia, movilización popular, protagonismo de los actores colectivos socio-
políticos más que estrictamente políticos. 2 Segunda etapa: junio, 1977-enero-febrero, 1981. Ca-
racterísticas: percepción superficial de las reglas del juego democrático, apatía, protagonismo de
los actores parlamentarios (punteada por la presencia violenta de los extremismos de derecha e
izquierda). e. Tercera etapa: febrero, 1981 octubre 1982. Características: reconcienciación po-
lítica, movilización (evidenciada sobre todo en las grandes manifestaciones subsiguientes al 23
de febrero), voluntad de profundizar en la democracia, sintonía (marcada por la coyuntura his-
tórica) entre los actores sociales y la fuerza de la izquierda con mayoría parlamentaria. 4. Cuarta
etapa: octubre, 1982 marzo, 1986. Características: vuelta a la rutinización del juego político y
repliegue del electorado hacia sus intereses privados, con el colofón de un referéndum que re-
cupera la posición participativa y dirime (personalmente pienso que por última vez) el dilema
de la estabilidad de la democracia” . Aún con discrepancias concretas y de detalle, me parece
que se van consolidando ya algunos principales hitos en la historia de la transición. Atendiendo
quizás más al aspecto jurídico-institucional, por su parte Rafael Arias Salgado diferencia en
aquélla tres fases principales: una primera, “ fase de reforma legal” , del 4 de julio de 1976,
Gobierno Suárez, al 15 de junio de 1977, primeras elecciones democráticas; una segunda, “ fase
constituyente” , desde esa fecha hasta el 29 de diciembre de 1978, promulgación de la Consti-
tución y disolución de las Cortes con convocatoria de elecciones generales para el 1o. de marzo
de 1979; y una tercera, “ fase de desarrollo constitucional” desde entonces y que “ continúa hasta
el momento presente” , señalaba Rafael Arias-Salgado a finales de 1988 extendiendo en exceso
dicho periodo y con él toda la transición. “ Una perspectiva de la transición española a la de-
mocracia” , Cuenta y Razón, núm. 41, diciembre 1988, pp. 77-90). Estoy de acuerdo con Ramón
Cotarelo cuando escribe siguiendo en parte a Mario Caciagli en su diferenciación entre transición
institucional (hasta 1978) y transición política (hasta 1982): “ En verdad, a nuestro parecer hay
que buscar una fórmula que permita conjugar las dos formas de transición, la institucional y la
política, pues, de otra forma, esta última puede no conocer fin” . Y añade a continuación fijando
ya su criterio personal: “ De este modo nos inclinamos a pensar, junto con otros autores, que
la transición comienza el día en que muere Franco y acaba con la aprobación y promulgación
de la Constitución, dejando para un momento posterior, como también hace J. Santamaría, el
análisis de lo que otros autores consideran más apropiadamente consolidación” (“ La transición
política” , op. cit., supra, nota 2. p. 41.
LAS IDEOLOGÍAS DE (SOBRE) LA TRANSICIÓN 257
7 Entre otras obras, generales o más concretas, ya citadas aquí, cfr. también para esos pri-
meros momentos, y después, los libros de Huneeus, Carlos, La Unión de Centro Democrático
y la transición a la democracia en España, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas,
1985, o de Rodríguez Díaz, Ángel, Transición política y consolidación constitucional de los par-
tidos políticos, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1989; también el estudio de Palacio
Atard, Vicente, Juan Carlos I y el advenimiento de la democracia. Discurso de recepción en
la Real Academia de la Historia, Madrid, 1988.
260 ELÍAS DÍAZ
8 Los especialistas conocen bien toda la amplísima bibliografía existente sobre estas y otras
cuestiones y determinaciones: yo solamente querría remitir aquí a Aguilar de Luque, Luis, y
Blanco Canales, Ricardo (coord.), Constitución Española, 1978-1988, Madrid, Centro de Estu-
dios Constitucionales, 3 vols., 1988; de ella puede partirse muy válidamente como obra de con-
sulta para cualquiera otra posterior indagación o discusión.
LAS IDEOLOGÍAS DE (SOBRE) LA TRANSICIÓN 263
Pienso, de todos modos, que —al menos en los sectores más cons-
cientes— las fáciles y desmovilizadoras ideologías del desencanto
han ido cediendo lugar con el tiempo —y así debería ser con carácter
más general— en favor de actitudes no conformistas de mayor ma-
durez, de análisis más de fondo y más objetivos de críticas dotadas
de superior exigencia y rigor ante los graves problemas de todos es-
tos años hasta hoy. Esas actitudes, a pesar de todas las dificultades,
son, desde luego, de mucha eficacia que aquéllos para una progresiva
transformación de la realidad social.10
d) Subsisten en un buen número, no obstante, las añoranzas ori-
ginarias de lo que pudo haber sido y no fue; es decir, de un cambio
más profundo y radical (por ejemplo económico y social: siempre re-
cuerdo, a propósito de esto, que el profesor y político demócrata cris-
tiano andaluz don Manuel Giménez Fernández exigía y prometía,
para después de la muerte de Franco, una revisión general de fortu-
nas a partir de julio de 1936). En ocasiones, tales demandas de cam-
bio en profundidad se hacen con plena legitimidad y autenticidad (y
con suficiente racionalidad), por lo que pueden constituir válido aci-
cate y estímulo constante para la crítica y la mejora real de las con-
diciones de la actual democracia. Es mucho peor, sin embargo, la ig-
norante e impenitente invocación de lo que no pudo haber sido, y por
tanto, no fue (sin sacralizar por ello lo fáctico, lo realmente ocurrido,
pero sin olvidar, a su vez, que —como decía el famoso y sabido li-
diador— “ lo que no puede ser, no puede ser y además es imposi-
ble” ): a eso —referido al continuo y estéril lamento por la no ruptura
10 A pesar de mis críticas, no fanáticas, nada de lo dicho aquí invalidaría o dejaría fuera
de lugar razones o cuestiones como alguna de las que, irresueltas o no bien afrontadas, llevan
por ejemplo a hablar a Rincón, Luciano, “ Políticos y ciudadanos” , El País, 7 de julio de 1988,
del triple desencanto consecutivo que en estos años se habría producido en nuestro país, primero
un desencanto político, luego un desencanto social y, finalmente un desencanto ético. Lo im-
portante, con unos términos u otros es no caer en esa interesada trampa de la apatía y la des-
movilización política, ética y social que se produce en dicha situación, además con una estéril
ruptura y una disociación total entre políticos —a culpabilizar como símbolo de la maldad—
y ciudadanos que —aunque voten a aquellos gozarían sin más, pero no por igual, del monopolio
de la bondad y de la verdad con toda razón recuerda ahí Luciano Rincón, frente a esa interesada
escisión, que “ incluso en su origen etimológico, políticos y ciudadanos se encuentran próximos
o tienen su referencia en la pertenencia y atención a la ciudad” . El desencanto que estoy cri-
ticando aquí es el que se aloja también en esa injustificada complacencia e incomprensible au-
tosatisfacción —más bien pasiva— del ciudadano, de algunos ciudadanos, ante esa repulsa, rup-
tura y escisión respecto del político, indiscriminadamente de todos los políticos —todos son
iguales— y en definitiva, de la misma democracia: pero de ahí sólo deriva —creo— la corres-
ponsabilidad total.
LAS IDEOLOGÍAS DE (SOBRE) LA TRANSICIÓN 265
Víctor Pérez Díaz, por su parte, desde una interpretación algo más
conservadora pero siempre liberal, señala gráficamente que “ la am-
bigüedad ha sido un ingrediente importante de la transición: el régi-
men autoritario dio paso a la democracia de tal modo que la derecha
semifingió que mantenía la legalidad, mientras que la izquierda simi-
fingía que provocaba la ruptura” .12
11 Morodo, Raúl, La transición política, prólogo de Alfonso Guerra, Madrid, Tecnos, 1984,
pp. 109-110.
12 Tomo estas palabras del texto (pienso que redactado por el propio autor) que, como re-
sumen del ciclo de conferencias sobre La España de la transición, impartidas por él en la sede
la Fundación Juan March de Madrid, se publicó en el Boletín Informativo de la Fundación núm.
147, abril de 1985, p. 38; entre otras cosas de interés, señala también allí el profesor Pérez
Díaz (pp. 39-40) como parte de su conclusión: “ Hemos aprendido el valor de un sistema ins-
titucionalizado de negociaciones que, reflejando un equilibrio complejo y cambiante entre varias
fuerzas políticas, económicas y sociales, ha permitido la constitución de un clima de relativa
266 ELÍAS DÍAZ
confianza entre las partes, reforzado la democracia, mejorado —dice— el grado de legitimidad
del capitalismo y evitado una escisión y una desmoralización del cuerpo social” . Estos, y otros
hechos de la transición, así como esa su relativa ambigüedad en el origen los interpreta de ma-
nera muy diferente, desde una posición radicalmente izquierdista, el profesor Alfonso Ortí tam-
bién sociólogo como Pérez Díaz destacando de manera principal —escribe— “ los límites de cla-
se y las ambigüedades doctrinarias de la vía realmente pactada y recorrida en la llamada
transición democrática post-franquista. Vía que se inicia, desde la oposición al franquismo, con
un proyecto de ruptura democrática popular, articulado con las reinvindicaciones sociales de
las masas oprimidas por el terrorismo burgués del Estado franquista, y aprovechando el empuje
y los sacrificios de los movimientos populares de resistencia en pro de la libertad. Pero que
—juzga Alfonso Ortí— pronto sometida en su proceso a las reglas oligárquicas de reproducción
de la dominación burguesa en el campo económico y social, va a desembocar prematuramente
en una simple transición negociada entre distintas fracciones y elites burguesas, que se limita,
de modo doctrinario, al restablecimiento de una democracia electoral, fundándola precisamente
sobre el propio orden social contrarrevolucionario surgido del franquismo” . Y añade también
en esa misma línea de interpretación: “ Apoyada desde dentro y desde fuera por la mayoría de
las fracciones burguesas, pero limitada y controlada desde el propio poder neofranquista (una
vez liberado del ‘peso muerto’ del círculo interno retrofranquista o ‘bunker’, la transición po-
lítica del franquismo al neofranquismo se ralizó así, finalmente, mediante un proceso de con-
vergencia y transacción inter-elites, ajeno, en términos sociales objetivos, a las reivindicaciones
populares y antiburguesas de las masas. Tras décadas de resistencia y de creciente lucha contra
el despotismo franquista —recuerda bien aquél—, el movimiento de oposición democrática de
las masas populares a la dominación burguesa iba a desembocar (en una trágica y amarga ironía)
en un simple pacto político elitista y doctrinario entre los intermediarios burgueses de la opo-
sición con los intermediarios de las fracciones burguesas reinantes, sin solución de continuidad
alguna, en el poder neofranquista; pero —concluye— integrados todos en esa misma telaraña
altoburguesa de posiciones de poder, privilegios e intereses, vinculados a la reproducción del
capital” . Desde ahí, desde esa historia así reducida y “ radicalizada” , con la que en buena parte
también discrepo, habla Alfonso Ortí de una “ primera tansición (1975-1981)” , caracterizada por
“ un doble movimiento de movilización/desmovilización de las masas populares” , y de una “ se-
gunda transición (1982-1987)” , caracterizada por la crisis de la conciencia obrera y “ la recon-
versión de la socialdemocracia en una social tecnocracia transnacional” (Ortí, Alfonso, “ Tran-
sición postfranquista a la Monarquía parlamentaria y relaciones de clase: del desencanto
programado a la socialtecnocracia transnacional” , Política y Sociedad, Madrid, Universidad
Complutense, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, núm. 2, 1989, pp. 7-19, y aquí, es-
pecialmente, pp. 8, 1, 16 y 17; las cursivas son del autor).
LAS IDEOLOGÍAS DE (SOBRE) LA TRANSICIÓN 267
13 Aunque, por lo general, lo que se dice sobre esta cuestión es lo que escribe el propio
Alfonso Ortí, en el trabajo citado en la nota anterior (p. 8): que su análisis sobre cómo se hizo
la transición pero, a la vez, su muy fuerte crítica de ello desde una izquierda radical, “ no implica
ningún intento de desentrañar la compleja y siempre abierta cuestión futurible de si pudo tener
lugar de una forma distinta” . Cfr. también en posiciones muy críticas —entre algunos de los
que tomaron parte en la primitiva “ Junta Democrática” — los libros de Vidal Beneyto, José,
Del franquismo a una democracia de clase, Madrid, Akal, 1977; y Diario de una ocasión per-
dida, Barcelona, Kairós, 1981; o las series de artículos en El País de Calvo Serer, Rafael, sobre
“ La transición democrática” , 14 y 15 de octubre de 1985; y de García Trevijano, Antonio, “ La
ruptura democrática” , 25, 26 y 27 de junio de 1985 y “ La reforma oligárquica” , 13 y 14 de
febrero de 1986.
268 ELÍAS DÍAZ
14 Como en ese tema —y en todos— hay de “ hilar fino” (los simplismos no valdrían para
nada), como no quiero constituirme en ortodoxo “ juzgador” de nadie y como además, muchos
de los que hablan en estos tan equívocos términos son buenos amigos, propondría empezar a
considerar como ideología de la identidad no ya cuando se habla exclusivamente de continuidad
(que es indudable en no pocos aspectos) sino sólo cuando se sentencia y se declara expresamente
un continuismo esencial entre la democracia y la anterior situación dictatorial.
LAS IDEOLOGÍAS DE (SOBRE) LA TRANSICIÓN 269
16 Haciéndose eco de una primera formulación crítica mía de tal ideología (en el trabajo
publicado dentro de la obra colectiva sobre la transición ya citada aquí en la nota 15), Santos
Juliá escribe lo siguiente en un artículo sobre ella (“ La dictaduras se derrumban. Estudios sobre
el proceso de transición en los regímenes autoritarios” , El País, 17 de diciembre de 1989):
“ Fue el Estado nacional creado por Franco, y no otro, el que devino, como diría Carlos Moya,
Estado democrático. Tengo para mí —advierte aquél—, aunque pueda verme incluido en la
“ ideología franquista y/o tecnocrática de la transición” , atacada por Elías Díaz en su contribu-
ción a este libro, que la transición fue posible —en ningún modo necesaria— por el crecimiento
y la racionalización de la burocracia civil y los servicios públicos durante el régimen franquista” .
Yo, por mi parte, no voy a negar la relativa influencia de lo anterior, ni de otras cosas surgidas
en esos famosos cuarenta años, pero hago observar que en el trabajo de Santos Juliá citado ahora
de modo expreso en la nota anterior, y al cual, entre otros, los dos hacíamos implícita mención,
se decía algo más: “ El crecimiento de lo público y las transformaciones de la sociedad deter-
minaron procesos políticos y movimientos sociales en los que seguramente radican los funda-
mentos de la posterior transición a la democracia” (p. 38; las cursivas mías). La situación en
concreto con Santos Juliá —pero no con otros, claro está— es, creo, de concordancias en lo
fundamental con diferencias de énfasis y de matiz, para nada a despreciar, que por lo que a
mí se refiere acepto muy gustoso debatir y revisar.
272 ELÍAS DÍAZ
17 Téngase muy en cuenta en este punto las observaciones críticas de José María Maravall
ante las explicaciones y argumentaciones funcionalistas sobre la transición a la democracia en
general; reconociendo los requisitos o precondiciones funcionales de ella, de carácter económi-
co-social y político-cultural, y escribe: “ La insuficiencia de la explicación funcional en particular
se conecta con la falacia de presuponer que la existencia de rasgos políticos, sociales o econó-
micos en una formación social significa que tales rasgos son mutuamente funcionales: así, los
“ mínimos” de renta per cápita o urbanización y las instituciones democráticas. A la falacia de
pensar que coexistencia equivale a funcionalidad se añade la falacia de pensar que funciona-
lidad equivale a relación causal genética, es decir, que porque pueda existir una relación de
funcionalidad entre bienestar per cápita y democracia (obviamente mediatizada por elementos
LAS IDEOLOGÍAS DE (SOBRE) LA TRANSICIÓN 273
Decir más, o insinuar más (como hoy, poco a poco, se está inten-
tando hacer en esa ideología franquista y/o tecnocática de la transi-
ción) significa, en mi opinión, desvirtuar e incluso falsear profunda-
mente las cosas. Sólo un materialista vulgar, muy vulgar, podría
decir que el desarrollo económico produjo por sí mismo, o con muy
poco más, la democracia política, casi mecánicamente y como un fru-
to maduro, desde una concepción de la genética muy particular. Pero
se está diciendo, con olvido y desprecio absoluto de todas las luchas
de la oposición, y no sólo por tales ideólogos o por historiadores
economicistas que no controlan suficientemente su justa crítica al
“ historicismo idealista” , o por comentaristas despistados y precipita-
dos, sino incluso por políticos o exiliados demócratas que queriendo
ser comprensivos, intentando admitir algo bueno en ese pasado, ter-
minan sin advertirlo en el mayor y no querido elogio de su aborre-
cido, despreciado y despiadado dictador, o en cualquier caso en el de
los piadosos tecnócratas del Opus Dei, protegidos de siempre por
Franco.
Recuérdese, sin embargo, cómo esa fase expansiva del desarrollo
económico terminó —a principios de los setenta— y vino la gran de-
presión sin que se hubiese dado paso alguno hacia una democracia
que, desde luego, ni Carrero Blanco ni Franco ni los tecnócratas tuvie-
ron nunca la menor intención de traer. Al contrario, lo que se produjo
en los años finales del régimen fue un aumento de la represión, un
fuerte endurecimiento de la situación: permanentes estados de excep-
ción; persecuciones obreras y universitarias, detenciones; cárceles;
confinamientos, todo ello también por “ delitos” de opinión, decretos-
leyes “ antiterroristas” (el último de agoto de 1975, y puedo justificar
con papeles por qué lo escribo entre comillas, pues yo mismo me vi
implicado, artículo diez, como director de la revista Sistema); con-
denas a muerte, y ejecuciones sumarísimas que nos conducían ya a
una verdadera vorágine terminal: toda Europa protestaba indignada,
alguna América también, y las “ cancillerías internacionales” volvían
a odiarnos de nuevo como en los mejores años cuarenta. En esas
culturales, que están generalmente implícitos en los estudios funcionalistas), quepa inferir de ello
que un cierto “ umbral” de bienestar es causa de la emergencia de instituciones democráticas”
(Maravall, José María, La política de la transición, 1975-1980, Madrid, Taurus, 1981, pp. 17-18;
las cursivas son del autor).
274 ELÍAS DÍAZ
régimen anterior y sin las cuales todo hubiera sido, desde luego, mu-
cho más difícil de lo que fue.18
Llegados aquí y desde una perspectiva actual, muchas otras cosas
de las que en estas páginas se han tratado podrían y deberían ser
planteadas —es cierto— en una revisión más completa y detallada de
esta teoría e ideologías de la democrática transición. Pero, a diferen-
cia de las anteriores que se han visto más bien desde una perspectiva
interna, nacional, aquéllas serían ya concepciones hoy dotadas —creo—
de una mucho mayor extensión y universalidad. Así, por ejemplo, en
zona ideológica opuesta a la aquí preferentemente criticada, es ver-
dad que tendrían entre otras que aparecer más las tan difundidas y
prestigiadas reducciones científicas, economicistas, tecnocráticas, in-
dividualistas o ultraprivatistas no ausentes de todos modos en aquéllas.
Y, asimismo, unidas a las anteriores, las —en nuestros días— con
tan buena imagen y privilegiada posición que derivan de las preva-
lentes concepciones conservadoras basadas en la exclusiva moral del
éxito, del dinero y el poder: ideologías que “ educan” , pues, sin re-
servar en la mentalidad de competición agresiva para con el inferior
y, al propio tiempo —con el resultado de una realidad cada vez más
violenta, escindida y dual—, en la incondicional admiración y la ser-
vil mansedumbre para con el superior, con total sacralización así del
duro e irresistible “ ganador” , del más o menos nato “ triunfador” , y la
consiguiente culpabilización del desgraciado y marginado “ perdedor” .
¿Es ésta la “ nueva” , sustitutoria, dialéctica de vencedores y ven-
cidos? Muchas de las corrupciones de los últimos tiempos derivan,
sin duda, de esa mentalidad, de esa ideología de dominio y opresión.
Quizá dentro de poco nos parezca imposible creer que en estos úl-
18 Esa principal labor de impulsión viene reconocida también por Tussel, Javier, “ La tran-
sición española a la democracia desde un punto de vista comparativo” , Cuenta y Razón, núm.
41, diciembre de 1988, número monográfico ya citado “ A los diez años de la transición” , p.
117): “ Un rasgo muy característico de la transición española fue —señala aquél— el haber sido
hecha desde dentro del régimen dictatorial. Como es lógico, es muy difícil determinar —aduce
Tussell, aunque a mí no me lo parece tanto— si los reformistas del régimen, por sí mismos,
hubieran hecho una transformación tan profunda de no haber existido fuerzas de la oposición
capaces de transformación democrática. Parece evidente —concluye con razón— que la actitud
de los reformistas fue siempre espoleada por esa oposición y, que al mismo sustituir o derribar
al régimen por la sola fuerza de sus manifestaciones” . Por su parte, Maravall, José María, op.
cit, nota 17, p. 19 ha analizado y explicado en ese sentido la transición —concuerdo con él—
como resultado de estrategias de reforma “ desde arriba” y de reivindicación y presión “ desde
abajo” : ello es lo que en cada momento vino a orientar, puede decirse, los sucesivos pactos y
el consenso general.
276 ELÍAS DÍAZ
19 Son numerosas y muy desiguales las publicaciones más recientes sobre la transición de-
mocrática española: sólo mencionaré un corto número de entre las más relevantes para nuestro
tema, o también por su documentación e información bibliográfica. Véanse, así, las referencias
—que prolongan estas páginas de ahora— de mi libro Los viejos maestros: la reconstrucción
de la razón, Madrid, Alianza Editorial, 1994, especialmente, pp. 84-92; o Cotarelo, Ramón
(comp.), Transición política y consolidación democrática. España (1975-1986), Madrid, Centro
de Investigaciones Sociológicas, 1992. Más discutibles son las tan inconteniblemente difundidas
en algunos importantes medios de comunicación en los últimos meses, de la periodista Prego,
Victoria, Así se hizo la transición, Barcelona, Plaza y Janés, 1995 (como amplia serie de tele-
visión incluida) y, sobre todo, la muy reductiva y unilateral de Fernández-Miranda, Pilar y Al-
fonso, Lo que el Rey me ha pedido. Torcuato Fernández Miranda y la reforma política, Bar-
celona, Plaza y Janés, 1995.
COMENTARIO DE MAURICIO FARAH GEBARA
277
278 MAURICIO FARAH GEBARA
14 Díaz, Elías, “ Para una recuperación de la legitimidad democrática” , Sociología del di-
ritto, núm. 2-3, Italia, 1986, pp. 189-197.
15 Ahí están las cláusulas relativas a la voluntad de establecer una “ sociedad democrática
avanzada” ; la invocación a la igualdad y al interés general, a la iniciativa pública; el acceso
de los trabajadores a los medios de producción,; la planificación económica y la mención de
Estado social y democrático de derecho. Díaz, Elías, op. cit., nota 5, pp. 91-94.
284 MAURICIO FARAH GEBARA
20 Entre ellas están la competencia entre los grupos; elecciones limpias y justas y; libertades
civiles y políticas que garanticen la participación y competencia. Ver Cárdenas, Jaime, Transi-
ción política, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1994, p. 61.
COMENTARIO 287
CONCLUSIONES
288
COMENTARIO 289
1 Cfr. Linz, Juan, “ Una teoría del régimen autoritario. El caso de España” , La España de
los años setenta. El Estado y la política, Madrid, Moneda y Crédito, 1974, pp. 22 y 23. Para
Linz la pluralidad limitada del régimen se materializa en las diversas “ familias” que se unieron
al franquismo desde el fin de la guerra civil y durante su evolución. Aunque valga decir que
más que pluralidad política, lo que otros encuentran es sólo una pluralidad sociológica. Cfr. Te-
zanos, J. F., Estructura de clases y conflictos de poder en la España postfranquista, Madrid,
Edicusa, 1979.
2 Cfr. Giner, S., M. Pérez Yruela y E. Sevilla, “ Despotismo moderno y dominación de
clase. Para una ideología del régimen franquista” , Papers, núm. 8, 1978; cfr. también, Giner,
S., “ Economía política y legitimación cultural en los orígenes de la democracia parlamentaria:
el caso de la Europa del sur” , en Transición a la democracia en el sur de Europa y América
Latina, Madrid, CIS, 1981, p. 36.
3 Cfr. Miguel, A. de, La herencia cultural del franquismo, Madrid, Cambio 16, 1976, pp.
38 y 39.
290 JOSÉ LUIS VÁZQUEZ ALFARO
4 Cfr. Ética contra política. Los intelectuales y el poder, Madrid, Centro de Estudios Cons-
titucionales, 1990, pp. 189 a 237. Nuestro autor distingue seis etapas:
1º De 1939 a 1945: se instaura la cultura totalitaria a partir de la ruptura de la cultural
liberal.
2º De 1945 a 1951: ante el aislamiento internacional, el régimen se intenta recuperar
e integrar a los intelectuales que hasta entonces se encontraban en el exilio, entre los que destaca
Ortega y Gasset.
3º De 1951 a 1955: se ahonda la apertura cultural a partir de una liberalización inte-
lectual, también se profundiza el diálogo con el exilio.
4º De 1956 a 1962: el régimen frena la apertura e intenta justificarse a través de teorías
de la democracia orgánica, el integrismo tradicional y el desarrollismo tecnocrático sustituyen
al totalitarismo de los primeros años del la dictadura.
5º De 1962 a 1969: sobre la base del crecimiento económico, el régimen trata de ins-
titucionalizarse a través de la LOE de 10 de enero de 1967, en la que se intenta mostrar como
un Estado de Derecho.
6º De 1969 a 1975: ante los fallidos intentos de apertura política se llega a un estan-
camiento en el que se alternan leves avances y actitudes de endurecimiento.
COMENTARIO 291
7 Cfr. Colomer, Josep M., “ transitions by agreement, modeling de spanish way” , American
Political Science Review, vol. 85, núm. 4, diciembre de 1991, pp. 1285.
294 JOSÉ LUIS VÁZQUEZ ALFARO
1. Características generales
1. Económicas y financieras
pone por ley una asignación especial a favor de una provincia (como
ha sido hasta ahora habitual), afectando el fondo de coparticipación
(lo cual es natural que ocurra y en forma muy importante), las pro-
vincias podrán impugnar dicha legislación como inconstitucional.
Como se trata de la violación de un convenio, la ley pierde su ca-
rácter material de tal y podrá ser anulada por la justicia. Solamente
el acuerdo de las provincias firmantes del convenio podrá convalidar
la reducción del fondo coparticipable. Los subsidios que puede acor-
dar el Congreso a las provincias, cuando sus rentas no alcanzaren
para cubrir sus gastos ordinarios (inciso 9 del artículo 75) deberán
ser atendidos por recursos propios del tesoro nacional.
En materia de asignaciones específicas, el primer párrafo del in-
ciso 2, artículo 75 sostiene que ellas no son coparticipables, esto sig-
nifica algo muy obvio, porque, como dichas asignaciones no van a
formar parte del fondo a distribuir, pues, entonces no son copartici-
pables. Pero no cabe duda que lo afectan, porque lo achican. En
cambio, en el inciso 3 se dispone que el Congreso puede establecer
asignaciones específicas de recursos coparticipables, por ley especial
aprobada por mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de
cada Cámara. Es obvio que esta norma, al ser la regla especial que
rige este tipo de asignaciones, significa que se debe exigir el con-
sentimiento provincial, porque no cabe la modificación unilateral del
fondo coparticipable, como ya se señaló.
No podrá haber transferencia de servicios o funciones a las pro-
vincias, sin la respectiva reasignación de recursos, con aprobación
del Congreso y de las provincias interesadas (apartado quinto del in-
ciso 2).
La Constitución no establece porcentaje fijo para distribuir el fon-
do de coparticipación. Pero sí dispone que el porcentaje actualmente
vigente no podrá ser modificado sin aprobación de la provincia in-
teresada: 57% para las provincias y 43% para la nación. El nuevo
convenio de coparticipación se deberá dictar en 1996.
c) Debe crear un organismo fiscal federal de control del régimen
de coparticipación (inciso 2 del artículo 75) en dicho organismo de-
berán estar representadas todas las provincias, y deberá tener com-
petencia de anulación de las violaciones de dicho convenio.
REFORMA DE LA CONSTITUCIÓN ARGENTINA DE 1994 317
2. De relaciones exteriores
3. Sobre población
6. En materia federativa
1. De su naturaleza y duración
quear su ejercicio, sino para proteger a las dos partes del sistema fe-
deral argentino: la nación y las provincias.
Y pueden celebrar tratados parciales para fines de administración de
justicia, de intereses económicos y trabajos de utilidad común con co-
nocimiento del Congreso (artículo 125), esta cláusula contenida en el
texto histórico se ha mantenido con toda razón, porque será su apli-
cación la que permita impulsar conveniente la propuesta regional
planteada por la reforma en el artículo anterior.
1. Derechos personalísimos
A. El derecho a la vida
B. El derecho a la intimidad
3. El amparo colectivo
4. El habeas data
5. El habeas corpus
Hay noticias recientes, por otro lado, que la Iglesia católica tiene
intención de renunciar a esa prerrogativa histórica por razones de
congruencia con dicha declaración conciliar.
Los vientos liberales que con diverso signo atraviesan nuestro con-
tinente desde hace más de tres lustros han justificado la adopción de
diversas medidas, que han replanteado el papel del Estado en el mun-
do económico-social, o más en concreto, en el mundo económico.
Esto es, un nuevo enfoque sobre lo que el Estado debe hacer o no
hacer. En cierto sentido, hemos vuelto a la polémica de fines del si-
glo XIX —si bien es cierto que con diverso acento y matiz— sobre
el papel del Estado. Si debía limitarse a ser un guardián nocturno,
como quería Kant, o si por el contrario debería ser el promotor del
orden, el rector o el actor preponderante. La disputa, como se sabe,
quedó zanjada a fines de la primera Guerra Mundial, con la tímida
aparición del llamado constitucionalismo social (palpable en nuestra
América en la Constitución mexicana de 1917 y en Europa en la car-
ta de Weimar de 1919), con la aparición de lo que luego se llamó
Estado asistencial, Estado benefactor o Estado de bienestar, que al-
canzó su máximo fervor en la segunda posguerra.
371
372 DOMINGO GARCÍA BELAÚNDE
1 Cfr. Kaplan, Marcos (coord.), Crisis y futuro de la empresa pública, México, 1994.
LA REFORMA DEL ESTADO EN EL PERÚ 373
Para los fines que nos interesa, hay que destacar que el papel del
Estado en el Perú empieza a ser significativo en la década de 1930. Es
cierto que el constitucionalismo social entre nosotros empieza en
1920, con la Constitución promulgada ese año (que por vez primera
incluyó las llamadas “ garantías sociales” , algunas de las cuales se
originaban en la legislación de principios de siglo, como la protec-
ción en el trabajo), pero durante el régimen de Leguía, que se inicia
en 1919 y concluye abruptamente en 1930, no sucede nada especial en
esta materia, pues es un Estado pequeño el que se administra y ade-
más fuertemente centralizado y con cierto sentido escénico. Pero el
crac de la bolsa de Nueva York en 1929 repercutió en todas las eco-
nomías latinoamericanas, sobre todo a partir de 1930. Y esto preci-
pitó la caída de diversos gobiernos dictatoriales en toda nuestra con-
vulsa área. Luego, en 1933, llega al poder el general Benavides, cuyo
largo periodo que culmina en 1939, se ponen las bases de lo que será
el Estado benefactor en el Perú, significado de manera especial en
la creación del Seguro Social y en diversas obras de asistencia social
(barrios obreros, etcétera). A partir de entonces, la estructura econó-
mica del país variará paulatinamente (de un modelo agro-minero ex-
portador a un modelo industrial sustitutivo de importaciones al filo
de los sesenta). Pero el Estado benefactor no dejará de crecer al rit-
mo de la creciente masificación, del proceso de urbanización, de lu-
chas políticas y presiones sindicales.
De 1933 a 1968 se da un periodo ascendente, en el cual se inicia
la creación de bancos de fomento con préstamos blandos destinados
a subsidiar a sectores poco protegidos (como el agrario); la creación
2 Cfr. Dromi, Roberto, Reforma del Estado y privatizaciones, Buenos Aires, 1991, 3 vols.
LA REFORMA DEL ESTADO EN EL PERÚ 375
V. EL LIBERALISMO EN ESCENA
5 Cfr. Acción para el cambio, exposición del candidato presidencial Mario Vargas Llosa
en la XXVII Conferencia Anual de Ejecutivos, CADE, Lima, diciembre de 1989.
382 DOMINGO GARCÍA BELAÚNDE
mo. Lo único que tenía claro es que había que privatizar el inmenso
sector empresarial del Estado y desregularizar el mercado; en otras
palabras, conservar las reformas del bienio 1990-1992. Ideas cuyo
sustento teórico les preparó un grupo de estudios económicos respal-
dado por una asociación empresarial, y que luego defendió en el he-
miciclo el congresista Víctor Joy Way.7 En lo demás, no hubo pro-
blemas. Peor, en lugar de modificar la carta de 1979 en las partes
pertinentes, decidieron hacer una nueva Constitución, que quedó san-
cionada en 1993, y puesta en vigor a fines de ese año.
X. EL ENTORNO AUTORITARIO
cios que estos cometen son avalados por el presidente con el aplauso
del oficialismo parlamentario; dócil a las voces de Palacio. Y todo
esto prospera por la sencilla razón de que existe orden, control de
la inflación, disciplina fiscal y apoyo de diversas fuerzas de todo or-
den, sin obstáculos por la inexistencia de una oposición política ar-
ticulada. Y todo avalado por el éxito; esto es, por los logros obte-
nidos que nadie ha discutido.
El entorno populista puede desaparecer y ser manejado a discre-
ción por el gobierno, ya que las empresas públicas, que eran las que
ocasionaban el gran dispendio, prácticamente han desaparecido. Pero
el entorno militar es más difícil de manejar, pues está infiltrado en
todas partes. El Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) ha tendido
sus redes en todo el país y llega hasta el más lejano rincón. Con
todo, no puede negarse que existen las libertades clásicas, sobre todo
las relacionadas con la libre expresión, que son importantes.9
9 Cfr. Fernández Fontenoy, Carlos (coord.), Sociedad, partidos y Estado en el Perú, Lima,
1995.
LA REFORMA DEL ESTADO EN EL PERÚ 393
10 Cfr. para el caso de México, Valencia Carmona, Salvador, Derecho constitucional me-
xicano a fin de siglo, México, 1995.
APÉNDICE
I. PRECISIONES METODOLÓGICAS
Así, se puede decir que son dos los elementos básicos mediante
los cuales se puede apreciar el esquema ideológico y de indirizzo po-
lítico en la reforma tanto a las funciones del Estado.3
1. Primero, ha tendido en lo económico, de manera general, a una
modificación de las relaciones de propiedad y la organización de las
actividades económicas, con una tendencia, cada vez más marcada, a
suprimir el papel rector del Estado en la vida económica, para abrir
paso a la influencia e iniciativa del gran capital financiero privado
tanto nacional como extranjero, que se comprometen en reactivar la
economía en aras del interés público y social; el Estado cede así, la ad-
ministración de áreas consideradas en su momento como estratégicas
o de interés social, característica típica del Estado manager hiperbu-
rocrático (caso mexicano), a guisa de ejemplo telefonía, caminos,
electricidad, hospitales, seguridad social, escuelas, vivienda, entre
otros. Estas medidas se han visto acompañadas, en algunos casos, con
pago de deuda externa, control de la inflación y la patética baja de
salarios de la clase trabajadora. El resultado de tal toma de medidas
es la generación de un esquema económico dual en donde contrastan
por un lado, la nueva economía de las finanzas, las industrias y los
servicios de vanguardia y transnacionalizada y, por la otra, la deno-
minada economía informal de una especie ya casi extinta al menos
en nuestro país, de comerciantes pequeños y de servicios menores,
útiles pero ni suficientes ni bien remunerados.
2. En lo político, es evidente la inserción de mecanismos de demo-
cratización de las instituciones a fin de “ avanzar a la idea occidental
de democracia política y de legitimidad estatal” . Se han instrumen-
tado procesos electorales abiertos a observadores extranjeros, control
del poder militar, constitucionalización de la apertura al pluripartidis-
mo, instauración de una nueva forma de hacer política “ la concer-
tación, el diálogo y el pacto” entre actores políticos y económicos.
3 Cfr. sobre la esencia y caracterización de la reforma del Estado, consultar: Oliver Cos-
tilla, Lucio, “ La reforma del Estado en América Latina” , Estudios Latinoamericanos, núm. 2,
México, Facultad de Ciencias Políticas/División de Estudios de Posgrado/Coordinación de Es-
tudios Latinoamericanos, 1994
410 MARÍA DEL PILAR HERNÁNDEZ
4 Sobre el caso peruano ver además de la bibliografía citada en este aparato crítico, la
siguiente: García Belaúnde, Domingo, “ Una democracia en transición (las elecciones peruanas
de 1985)” Cuadernos de CAPEL, San José, Centro Interamericano de Asesoría y Promoción
Electoral, 1986, núm. 16; Planas, Pedro, “ Democracia empírica y valores autoritarios” , Cultura
Política y Gobierno en los ’90, Caracas, Nueva Sociedad, noviembre-diciembre de 1994, núm.
135, pp. 118-141; Lecturas sobre temas constitucionales, Lima, Comisión Nacional Andina de
Juristas, 1991, núm. 8, 275 pp.; “ Del golpe de Estado a la nueva Constitución” , Lecturas sobre
temas constitucionales, Lima, Comisión Andina de Juristas, núm. 9, 1993; “ La Constitución de
1993. Análisis y comentarios, Perú” , Lecturas sobre temas constitucionales, Lima, Comisión An-
dina de Juristas, 1994, núm. 10, 296 pp.; O’Donnell, Guillermo y Schmitter, Philippe C., Tran-
siciones desde un gobierno autoritario: América Latina (trad. de Leandro Wolfson), Barcelona,
Paidós, 1994, t. 2, pp. 226-259.
5 Por lo que hace a la Constitución de 1979, son de resaltar en su elaboración, al decir
del propio García Belaúnde, influencias de diversa índole, así:
— Política, tanto por la inmediata vida militarista como por la fracturada vida política transitada
durante el gobierno de Belaúnde Terry como del Presidente,
— Ideológica, por la influencia del alud de reformas sociales vividas en la década de los ’60s
y de los propios postulados del estado interventor tan imbuido del erróneo asistencialismo social,
así como el proceso de industrialización estatal,
—Y aquella que nosotros nos permitiríamos denominar ideológica-paradigmática o modélica en
razón del uso de esquemas constitucionales ajenos, particularmente en el caso peruano, el se-
guimiento de la Constitución española de 1978 así como las Constituciones, italiana de 1947,
alemana de 1949 y la venezolana de 1961.
Cfr. García Belaúnde, Domingo, El esquema de la Constitución peruana, Perú, Justo Valen-
zuela EIRL, 1992.
412 MARÍA DEL PILAR HERNÁNDEZ
6 En la literatura constitucional del Perú son de señalar, particularmente por sus similitudes,
dos casos de irrupción del orden constitucional y el imperio del autoritarismo, aquel perpetrado
en el siglo pasado por Billinghurst (1895) y ya en el presente siglo, 1919, por Leguía, quien
permaneció en el poder 12 años. Quizá acaso este último con el mismo modus operandi De
Fujimori. Cfr., Planas, Pedro, “ La tradición Republicana” , La constitución traicionada, Lima,
Seglusa Editores e Impresores, 1993, p. 122.
7 Los resultados del referéndum son los siguientes: 52.9% favorable, 47.1 en contra y una
abstención total de 27.4 del cuerpo electoral. Cfr., Fernández Segado, Francisco, “ El nuevo or-
denamiento constitucional del Perú. Aproximación a la Constitución de 1993” , La Constitución de
1993. Análisis y comentarios, op. cit. supra, nota, 4, p. 13.
8 “ ...el hecho de poseer los instrumentos de poder no basta, es necesario haberlos adquirido
conservando ciertas reglas y principios, que confieren el derecho, universalmente reconocido de
gobernar... los principios de legitimidad tienen, ... la función de transformar una relación de fuer-
za en una relación de derecho” . Cfr., Bobbio, Norberto, “ El poder y el derecho” , Origen y fun-
damento del poder político (trad. de José Fernández Santillán), México, Grijalbo, 1985, p. 21.
COMENTARIO 413
b) En lo político institucional.
Básicamente son dos las cuestiones dignas de comentario, así:
13 Idem, p. 144.
416 MARÍA DEL PILAR HERNÁNDEZ
418
COMENTARIO 419
a lo largo de los siglos XIX y XX. El Estado ocupa así una posición
única, pues genera y trasciende a la sociedad. Depositario de la tra-
dición, sólo él es capaz de romperla.
Espacio diferenciado y sacralizado, el Estado encuentra su perso-
nificación en su cabeza visible (rey, emperador o presidente). El se-
gundo rasgo es así un hilo invisible que tiende una secreta continui-
dad con los modelos ancestrales de dominación política autoritaria.
El presidente es a la vez el guardián del templo y su oráculo. En el
extremo, sólo el poder presidencial podría transformar el sistema en
una democracia real.6
III. PERSPECTIVAS
IV. BIBLIOGRAFÍA
12 Badie, 1995.
424 SERGIO LÓPEZ AYLLÓN
425
426 LAURA TRIGUEROS GAISMAN
Thomas WÜRTENBERGER
431
432 THOMAS WÜRTENBERGER
Mientras que en los años setenta pareció surgir una identidad par-
ticular de la RDA y una amplia aceptación de su sistema político, a
partir de los comienzos de la década de los ochenta empezó a difun-
dirse cada vez más la insatisfacción política.13 Las causas del cre-
ciente déficit de legitimación residían, entre otros motivos, en una li-
bertad política y civil deficiente y en el terco sostenimiento del viejo
12 Fiedler, “ Die deutsche Revolution von 1989” , en Isensee, y Kirchhof (eds.), Handbuch
des Staatsrechts, vol. VIII, 1995, 181, núms. 36 y ss.; Würtenberger, “ Die Verfassung der DDR
zwischen Revolution und Beitritt” , en ibidem, 187; Opp Karl-Dieter, Peter Voß, y Christiane
Gern, Die volkseigene Revolution, 1993.
13 Gensicke, Thomas, Mentalitätsentwicklungen im Osten Deutschlands seit den 70er Jahre,
3ª ed., 1992, pp. 33 y ss.
436 THOMAS WÜRTENBERGER
14 Starck, “ Deutschland auf dem Weg zur staatlichen Einheit” , JZ, 1990, pp. 349 y ss.;
cfr. también los informes sobre el estado de ánimo: Neues Forum Leipzig, Jetzt oder nie - De-
mokratie, Leipziger Herbst ’89, 1989; Elvers, Wolfgang, y Hagen, Findeis, “ Die politisch al-
ternativen Gruppen im gesellschaftlichen Wandel” , en Grabner, Wolf-Jürgen, Christiane Heinze,
y Detlef Pollack, Leipzig im Oktober, 1990, pp. 97 y ss.
15 Quaritsch, “ Eigenarten und Rechtsfragen der DDR-Revolution” , VerwArch, núm. 83,
1992, pp. 314, 325 y ss.; Fiedler, “ Die Wiedererlangung der Souveranität Deutschlands und die
Einigung Europas” , JZ, 1991, pp. 685-689.
16 Wolle, “ Der Weg in den Zusammenbruch: Die DDR vom Januar bis zum Oktober 1989” ,
en Eckhard Jesse, y Armin Mitter (eds.), Die Gestaltung der deutschen Einheit, 1992, pp. 73,
86 y ss.
LAS REFORMAS DEL ESTADO EN ALEMANIA DESDE 1989 437
17 Sobre las oleadas de refugiados Hoog, “ Einführung” , en Ingo von Münch, Dokumente
der Wiedervereinigung Deutschlands, 1991, pp. X y ss.
18 Thaysen, Uwe, Der Runde Tisch, oder: Wo blieb das Volk?, 1990, pp. 180 y ss.
19 Más de 300.000 manifestantes en Leipzig el 23 de octubre de 1989, más de 100.000 en
Dresde el 25 de octubre de 1989.
438 THOMAS WÜRTENBERGER
20 Sobre los grupos bajo protección de la Iglesia: Rein, Gerhard, Die protestantische Re-
volution 1987-1990, 1990, pp. 19 y ss.
21 Kühnel, Wolfgang, Jan Wielgohs, y Marianne Schulz, “ Die neuen politischen Gruppie-
rungen auf dem Wege vom politischen Protest zur parlamentarischen Interessenvertretung. So-
ziale Bewegungen im Umbruch der DDR-Gesellschaft” , ZParl, núm. 21, 1990, pp. 22 y ss.
22 Wuttke, Carola, y Musiolek, Berndt (eds.), Parteien und politische Bewegungen im letzten
Jahr der DDR, 1991.
LAS REFORMAS DEL ESTADO EN ALEMANIA DESDE 1989 439
29 SächsGVBl, 1992, p. 243; von Mangoldt, “ Die Verfassung des Freistaates Sachsen - Ents-
tehung und Gestalt” , SächsVBl. 1993, pp. 25 y ss.; Isensee, “ Chancen und Grenzen der Lan-
desverfassung im Bundesstaat” , SächsVbl, 1994, pp. 28 y ss.
30 SachsAnhGVBl, 1992, p. 600; Kilian, “ Foderalistische Verfassunggebung in den neuen
Bundesländern: Das Beispiel Sachsen-Anhalt” , JuS, 1993, pp. 536 y ss.
31 BrandGVBl, 1992, p. 298; Sachs, “ Zur Verfassung des Landes Brandenburg” , Landes-
und Kommunalverwaltung, 1993, pp. 241 y ss.
32 ThürGVBl, 1993, pp. 625; Rommelfanger, “ Die Verfassung des Freistaates Thüringen des
Jahres 1993” ; ThürVBl, 1993, pp. 145, 173; ibidem, “ Freistaat Thüringen - Anknüpfung an eine
Tradition und Zäsur” , ThürVBl, número especial del 25 de octubre de 1993; Starck, “ Verfas-
sunggebung in Thüringen” , ThürVBl. 1992, pp. 10 y ss.
33 Meckl-VorpGBl, 1993, p. 372; Erbguth/Wiegand, “ Über Möglichkeiten und Grenzen von
Landesverfassungen im Bundesstaat” , DÖV, 1992, pp. 770 y ss.
34 Malinka, “ Die Verfassungsentwicklung im Freistaat Sachsen” , en Borgmann, Klaus, et.
al. (eds.), Verfassungsreform und Grundgesetz, 1992, pp. 75, 76 y ss.; Hinds, “ Die neue Ver-
fassung des Freistaates Sachsen” , ZRP 1993, pp. 149 y ss.
LAS REFORMAS DEL ESTADO EN ALEMANIA DESDE 1989 443
35 Al respecto, Rogner, Klaus Michael, Der Verfassungsentwurf des Zentralen Runden Tis-
ches der DDR, 1993; Häberle, “ Entwurf der Arbeitsgruppe ’Neue Verfassung der DDR’ des
Runden Tisches (1990)” , en JöR NF 39, 1990, pp. 319 y ss.
36 Sobre lo que sigue Rommelfanger, ThürVBl, 1993, pp. 145 y ss.; Schmid, Manfred, “ Der
Stand der Verfassungsberatungen im Land Thüringen” , en Stern, Klaus (ed.), Deutsche Wieder-
vereinigung, vol. III, 1992, pp. 105 y ss.
444 THOMAS WÜRTENBERGER
63 Sobre las diferencias en la conciencia histórica en los antiguos y en los nuevos Länder:
Bender, “ Jugend mit DDR-Ballast” , Die politische Meinung 38; 1993, p. 15.
64 Heitmann, “ Eine besondere Bewußtseinslage in den neuen Ländern” , en Die Zukunft des
Grundgesetzes. Beiträge zur Verfassungsdiskussion in der Bundesrepublik Deutschland, 1992, p.
25; Weiss, MDR, 1992, p. 111.
LAS REFORMAS DEL ESTADO EN ALEMANIA DESDE 1989 451
65 Weidenfled/Korte, Die Deutschen - Profil einer Nation, 1991, p. 164, sobre el dilema
de la autonomía.
66 S. Heitmann, “ Soziale Rechte in die Verfassung?” , Zeitschrift zur politischen Bildung,
núm. 29, 1992, pp. 85, 86 y ss.; Koch, Deutschland-Archiv, 1991, pp. 16, 23.; Bender, en Die
politische Meinung, núm. 38, 1995, pp. 18 y ss.
67 Gensicke, supra nota 12, pp. 41, 46.
68 Graf Vitzthum, VBlBW, 1991, pp. 404, 405.
69 Cfr. el artículo 13 de la Constitución de Sajonia: “ El Land tiene el deber de procurar,
hasta el límite de sus posibilidades, los objetivos estatales establecidos en esta Constitución y
de ajustar su actuación a los mismos” ; de manera similar el artículo 3-III de la Constitución de
Sajonia-Anhalt.
452 THOMAS WÜRTENBERGER
70 Indicios sobre la escasa confianza en las instituciones y el “ sistema” en los nuevos Län-
der en Feist, supra nota 60, pp. 21, 26 y ss.
71 Por ejemplo 80.000 ciudadanos respecto de una iniciativa ciudadana (artículo 77 III 1
de la Constitución de Brandemburgo); un referéndum puede tener éxito con el voto de un
cuarto de los votantes (artículo 78 II de la misma Constitución).
72 Artículo 56 III de la Constitución de Brandemburgo: derechos de los diputados de pedir
información y expedientes a las autoridades y dependencias del Land; artículo 53 III de la Cons-
titución de Sajonia-Anhalt: El gobierno del Land está obligado a proporcionar los expedientes
a las comisiones del Parlamento del Land cuando lo pida por lo menos una cuarta parte de los
miembros de las mismas.
73 Weber, “ Direkte Demokratie im Landesverfassungsrecht” , DÖV, 1985, pp. 178 y ss.; Ul-
rich Rommelfanger, Das konsultative Referendum, 1988, pp. 48 y ss.
LAS REFORMAS DEL ESTADO EN ALEMANIA DESDE 1989 453
cambiante, una vez que a través del auge económico se hayan creado
los supuestos económicos para una vida personal autónoma.74 El con-
senso constitucional en los nuevos Länder se orientará a las concep-
ciones constitucionales de los antiguos Länder si la ley fundamental
es capaz de mostrar ahí su efectividad en los ámbitos de la econo-
mía, la democracia, el Estado de derecho y el Estado social. Si en
los nuevos Länder el compromiso entre Estado de derecho y estado
social, entre libertad y control social se desplazara de manera unila-
teral en contra de un Estado benefactor, también cambiaría la iden-
tidad de la ley fundamental.
79 En todo caso es debatido este punto: Pieroth, y Schllink, Grundrechte, 11 ed., 1995,
núm. 496.
80 Hoppe, “ Staatsaufgabe Umweltschutz” , en VVDStRL, núm. 38, 1980, pp. 211 y ss., 218;
Hillmann, Wertewandel, 1986, pp. 14 y ss.; Noelle-Neumann, y Köcher, Allensbacher Jahrbuch
der Demoskopie, vol. 9, 1993, pp. 928, 936.
81 Los detalles en Würtenberger, “ Die Wechselbeziehungen zwischen Rechtsbewußtsein im
Umweltschutz und Umweltrecht in Industriestaaten” , en Kroeschell, y Cordes (eds.), Vom na-
tionalen zum transnationalen Recht, 1995, pp. 239, 240 y ss.
456 THOMAS WÜRTENBERGER
cultad de proteger las bases naturales de la vida dentro del marco del
orden constitucional. La administración y los tribunales están sujetos
al derecho protector de la naturaleza y el ambiente, en los términos
de la ley, pero no están autorizados para utilizar la disposición que
establece como objetivo del Estado la “ protección de las bases na-
turales de la vida” como fundamento para desarrollar o incluso co-
rregir el derecho de manera extensiva. Esta limitación constitucional
es especialmente importante en una época en la que en particular los
tribunales han sido instrumentalizados para la obtención de aquellas
metas de política ambiental que no son realizables por la vía del es-
tablecimiento de una mayoría política.
El nuevo artículo ambiental en la ley fundamental, pero sobre todo
la conciencia ambiental como manifestación de un espíritu de época
admonitorio, conducen actualmente en Alemania, como ya ocurrió en
los Estados Unidos de América, a los intentos de redefinir los prin-
cipios estructurales tradicionales del derecho público. Así, se desarro-
llan los fundamentos teóricos y la configuración práctica de un Es-
tado ecológico de derecho, el cual sustituya al antiguo Estado liberal
de derecho y que reemplace al sistema industrial.82 La construcción de
un nuevo Estado ecológico de derecho se apoya en los derechos propios
de la naturaleza.83 El desmantelamiento de la visión antropocéntrica que
hasta ahora ha dominado el derecho en favor de una visión ecocéntrica,
la construcción de una economía ecológica con una fuerte subordinación
de la propiedad a la ecología, así como el compromiso de los derechos
humanos con la ecología, lo que significaría en último análisis una
transformación ecológica de la Constitución, constituyen las nuevas ideas
rectoras, aunque no mayoritarias. En la misma línea se sitúa la idea de
que la afectación del medio ambiente y la naturaleza, y por tanto, de las
oportunidades de futuras generaciones, se consideran como no legitima-
bles de manera democrática y deben encontrarse más allá del “ arbitrio
democrático” .84
82 Bosselmann, Klaus, Im Namen der Natur. Der Weg zum ökologischen Rechtsstaat, 1992,
pp. 251 y ss.
83 Stone, Cristopher D., Die Umwelt vor Gericht. Die Eigenrechte der Natur, 1987; Leim-
bacher, Jörg, Die Rechte der Natur, 1988.
84 Saladin, Peter, Verantwortung als Staatsprinzip, 1984, p. 153; U. K. Preuß, Politische
Verantwortung und Bürgerloyalität, 1984, pp. 150 y ss., 172 y ss.
LAS REFORMAS DEL ESTADO EN ALEMANIA DESDE 1989 457
85 Kloepfer, Michael (ed.), Umweltstaat, 1989; Murswiek, Dietrich, Umweltschutz als Staats-
zweck, 1995.
458 THOMAS WÜRTENBERGER
2. El principio de subsidiariedad
V. CONSIDERACIÓN FINAL
I. INTRODUCCIÓN
1 “ Notes on Mexican Legal Culture” , en Social and Legal Studies, Londres, vol. 4, 1995,
pp. 478 y ss.
2 Cfr. Krauze, Enrique, “ Fines de siglo en México” , en Textos heréticos, 2ª ed., México,
Grijalbo, 1992, pp. 199-212.
3 López Ayllón, op. cit.
468 HÉCTOR FIX FIERRO
Sin embargo, todavía nos falta bastante por hacer. Por tal motivo,
puede proponerse, como un aspecto no menor de la reforma del Es-
470 HÉCTOR FIX FIERRO
V. REFLEXIONES FINALES
sis con una política que permitiera una distribución equitativa de las
dificultades y carencias impuestas por la caída de la economía.
Se preservaron las conquistas sociales más importantes (salud,
educación y seguridad social), y se implementaron medidas que no
provocaron desempleo ni incremento en los precios oficiales, por lo
que decidió pasar casi todos los productos y servicios disponibles a
un régimen generalizado de racionamiento, donde los precios no se
incrementaron como consecuencia de la caída de la oferta, sino que
ésta, aunque fuera limitada, se repartiera de forma equitativa entre el
conjunto de la población a precios subsidiados, accesibles para cual-
quier grupo social.
Esta política, a pesar de haber logrado un reparto relativamente
equitativo de los costos de la crisis para el conjunto de la población,
lo cual ha sido importante para sostener el consenso en tan difíciles
condiciones, generó también un conjunto de consecuencias negativas
que se volvieron insostenibles y amenazaban con impedir la repro-
ducción económica del país; entre las más importantes estaban:
1. Exceso de circulante —consecuencia del crecimiento de la de-
manda (salario, seguridad social, subsidios, etcétera)— frente a una
sostenida depresión de la oferta. Al cierre de marzo de 1994, fecha
en que se empieza a discutir cómo revertir esta situación, alcanzaba
los 11,636 millones de pesos (equivalentes a dólar en Estados Uni-
dos, al cambio oficial), de esa cifra un 59 por ciento se encontraba
depositado en cuenta de ahorro y un 41 por ciento en efectivo en ma-
nos de la población.
2. Déficit presupuestario. Al afectarse las fuentes de ingreso al
presupuesto y mantenerse los objetivos sociales, el Estado continuó
incrementando los egresos del presupuesto hasta acumular un déficit
de 5,050 millones de pesos, que representaba un 33.5 por ciento del
producto interno bruto a precios corrientes.
3. Crecimiento del mercado informal. La falta de oferta en la red
de comercialización estatal generó un rápido crecimiento del mercado
informal, tanto de sus modalidades legales o toleradas, como de sus
manifestaciones ilegales.
Para mediados de 1993, el mercado informal habrá crecido en tér-
minos de valor en más de 7 veces respecto a 1989. Las fuentes que
alimentaron este mercado fueron diversas, desde la reventa de artículos
REFORMA DEL ESTADO EN CUBA 489
Autoempleo
Bolívar LAMOUNIER2
INTRODUCCIÓN
3 La historia brasileña, como se sabe, tuvo esa marcada diferencia en relación a la América
hispánica: su régimen de gobierno fue monárquico desde 1806 (cuando la Corte portuguesa se
transfirió a Rio de Janeiro) hasta 1889, cuando un golpe militar proclamó la República e im-
plantó una Constitución inspirada en la de los Estados Unidos de América.
4 Salvo en los dos periodos dictatoriales (1937-1945 y 1964-1985), el presidente brasileño
siempre fue elegido por voto directo, secreto y obligatorio de los ciudadanos mayores de 18
años. La Constitución de 1988 extendió el derecho de voto, con carácter facultativo, a los jó-
venes entre 16 y 18 años, y determinó la realización de un segundo turno si ninguno de los
candidatos a la presidencia obtuviera 50% de los votos válidos en el primer turno de votación.
Fernando Henrique Cardoso fue elegido en el primer turno, con 54% de los votos válidos, el
doble del porcentaje obtenido por el segundo, Luis Inácio Lula da Silva.
DE LA TRANSICIÓN AL POSPLEBISCITO 503
ran más lejos: anexaran otra consulta, sobre si Brasil debiera conti-
nuar republicana o restaurar el régimen monárquico, abolido en 1889.
Estas indagaciones son instigantes y no sólo por el carácter inusitado
de los acontecimientos a que se refieren y por tener una posición
prioritaria en la agenda pública durante un periodo en que Brasil
atravesaba una gran inestabilidad económica, pero también y sobre
todo porque, para responderlas bien, es necesario examinar una es-
tructura institucional y una cultura política brasileña propia en una
perspectiva comparada.5
Recordemos en primer lugar que Brasil, al contrario que la Amé-
rica hispánica, tuvo una importante experiencia monárquica y un ra-
zonable embrión de parlamentarismo durante el siglo XIX. Abolida
la monarquía, en 1889, corrientes de opinión monárquica y parlamen-
taria continuaron existiendo por lo menos en el seno de la elite y en-
tre los letrados. La corriente monárquica disminuyó rápidamente, vol-
viéndose en cierto modo folklórica después de un siglo de república,
pero una corriente parlamentarista siempre tuvo presencia significa-
tiva en los debates políticos, con una hipótesis de implantación de un
régimen parlamentarista siempre reapareciendo en momentos de crisis
o cuando se pensaba en alguna alteración político-constitucional im-
portante. En las Asambleas Constituyentes de 1933 y 1945, la cues-
tión fue debatida; ante la crisis militar que siguió a la renuncia del
presidente Jânio Quadros, en 1961, la salida a la indiferencia fue la
implantación de un mecanismo parlamentarista; e incluso durante
la llamada “ apertura” , hacia 1980, una hipótesis parlamentarista lle-
gó a ser ventilada, aunque con poco énfasis, como una forma posi-
blemente menos problemática de completar un pasaje del régimen
militar al civil.
Por tanto, era previsible que una alteración del sistema de gobier-
no sería un tema central en los trabajos de la Comisión nombrada
por el presidente José Sarney en agosto de 1985 para elaborar un an-
teproyecto de Constitución —también porque el inspirador y presi-
dente de la misma, Afonso Arinos, era un conocido admirador del
5 Conviene señalar desde ahora que, durante los años 80, el término parlamentarismo pasó
a designar predominantemente un modelo semejante al francés. Las implicaciones de este hecho
serán discutidas en la parte final de este trabajo. Sobre los orígenes y variantes del modelo fran-
cés, ver Duverger, 1978; para un análisis de las dificultades del modelo francés, ver Duverger,
1978; para un análisis de las dificultades de ese modelo, Linz, 1994, pp. 48-62.
DE LA TRANSICIÓN AL POSPLEBISCITO 507
6 Las observaciones aquí hechas sobre la Comisión Afonso Arinos se basan en la expe-
riencia personal del autor, que de ella participó por nombramiento del presidente José Sarney.
7 Para un mayor desenvolvimiento de este análisis de la transición brasileña, ver Lamou-
nier, 1990 y 1994, (b) y (c).
508 BOLÍVAR LAMOUNIER
9 Para una comparación analítica entre experiencias de asambleas constituyentes, ver Noh-
len et al. (1992).
510 BOLÍVAR LAMOUNIER
11 Rumours of possible military intervention surfaced several times during president Francos
term of office. In early 1993 they emerged in connection with the presidents apparently incon-
sistent behavior, but later in the year were mostly due to corruption scandals involving politi-
cians and businessess.
DE LA TRANSICIÓN AL POSPLEBISCITO 515
Finalmente, hay una reflexión importante que tiene que ser hecha
sobre la propia contraposición entre presidencialismo y parlamenta-
rismo. Es cierto que el plebiscito no es el mejor camino para deci-
dirse sobre una cuestión de esa complejidad. Tampoco cabe duda, en
cuanto a la experiencia brasileña de 1993, que se combinó en una
misma consulta una cuestión de razonable densidad política (presi-
dencialismo vs. parlamentarismo) con otra ya prácticamente perdida
en la memoria histórica del país (monarquía vs. república), con el
grave perjuicio para la primera. Pero la experiencia brasileña sugiere
otras dificultades de gran importancia teórico-comparativa. Se sabe
que las instituciones fundamentales de la democracia representativa
—especialmente el Legislativo y los partidos políticos— tienen cierto
desprecio en prácticamente todo el mundo; en las democracias menos
consolidadas y en países con fuertes desigualdades de renta como
Brasil, la actitud del ciudadano medio en relación a aquellas institu-
ciones varía entre la simple desatención y una virulenta hostilidad. El
Legislativo y los partidos son instituciones abiertas, públicas, y como
tales encarnan directamente los estereotipos negativos sobre la “ po-
lítica” o, mejor dicho, la “ politización” . No es extraño que un mis-
mo individuo sea visto con desprecio u hostilidad (como un “ polí-
tico” ) en cuanto actúa en el Legislativo, y con razonable respeto e
incluso admiración cuando se vuelve titular de un cargo ejecutivo.
Así, crisis agudas frecuentemente traen a la superficie una conocida
y virtualmente universal demanda de un “ gobierno fuerte” . Se puede
suponer que, en regímenes parlamentaristas, esa demanda haga pensar
en el régimen presidencialista. En regímenes presidencialistas— ella
podrá hacer pensar en el parlamentarismo —como ocurrió en Brasil
durante los mandatos de Sarney y Collor— pero solamente en cuanto
el presidente de la República fuera entendido nítidamente como el
foco que origina la crisis.
En regímenes presidencialistas, crisis que lleven al pensamiento de
cambios institucionales probablemente producirán las siguientes situa-
ciones:
a) propuestas de gobierno mixto (con variantes más o menos par-
lamentaristas del modelo francés, como ocurrió en Brasil desde me-
diados de los años 80): se suscitan dudas sobre la llamada cohabi-
tación entre un jefe de Estado elegido directamente y un primer
DE LA TRANSICIÓN AL POSPLEBISCITO 523
17 Schattschneider, 1951.
524 BOLÍVAR LAMOUNIER
BIBLIOGRAFÍA
I. INTRODUCCIÓN
los ricos que a los pobres” y tres de cada cuatro entrevistados creían
que había corrupción en el Poder Judicial.2
Mucho del bienestar, la libertad, los logros personales, la tranqui-
lidad y armonía familiares de los ciudadanos dependen de la satis-
facción de necesidades básicas que giran en torno a los conceptos de
propiedad y contratos, que tienen un alto contenido legal y una po-
sibilidad grande de conflictos. En el caso de ambos, la respuesta
dada por los sistemas de administración de justicia resulta crucial.
cos. Lo peor que puede pasar con esta alternativa es que los sistemas
judiciales se conviertan en mecanismos de segundo orden, cada vez
menos relevantes.
Pero, hay otras posibilidades que son menos satisfactorias y, a la
larga, más dañinas al sistema de mercado, a la empresa privada y,
aún a la democracia misma. Una de esas situaciones se da en Polonia
con la cobranza de deudas. El proceso judicial es tan dilatado en la
cobranza de deudas y —en una evaluación cruda— tan perjudicial a
las empresas, que ha habido necesidad para que los bancos no quie-
bren de facultarlos a ejecutar sus documentos de crédito sin necesi-
dad de recurrir al juez, sino dirigiéndose directamente al alguacil de
la corte que ejecuta los fallos. ¿Por qué esta facultad se da a los ban-
cos, y no a las compañías de seguros, mayoristas o compañías de
transportes? No se ha explicado. La única respuesta es que se trata
de una situación transitoria.
Los sistemas alternativos informales en Indonesia o Egipto no son
muy tranquilizantes tampoco. Los directivos del Colegio de Aboga-
dos de Yakarta se quejan de las “ agencias ” de cobranzas de deudas,
cuyos métodos incluyen algunos tan persuasivos como soltar víboras
en la casa del deudor y otras intimidaciones por el estilo.
En América Latina, el sistema de relaciones sociales, contactos
amistosos y otros incentivos abren muchas puertas y aceleran trámi-
tes y términos procesales. Pero en todo el mundo, las demoras en los
trámites abren la puerta y ofrecen ocasión para la corrupción. El des-
prestigio del sistema conduce al desengaño, éste a la frustración y la
última etapa desesperada de ambos, siempre desemboca en la violen-
cia social.
V. CONCLUSIÓN
I. CONTEXTO
1 Ver Shihata, Ibrahim F. I., “ Judicial Reform in Developing Countries and the Role of
the World Bank” , en Rowat et al. (eds.), “ Judicial Reform in Latin America and the Caribbean” ,
Technical Paper, núm. 280, Banco Mundial, Washington, D. C., 1995.
2 Recientemente, Weder (1994) calculó que la credibilidad judicial es la razón de hasta
una cuarta parte de las variaciones en el crecimiento del ingreso per cápita en los países que
están en vías de desarrollo. Para otros estudios específicos de países, ver Hernando de Soto
(1986) acerca del sector informal del Perú; Robert Klitgaard (1990) acerca de Guinea Ecuatorial,
y Keith Rossen (1984) acerca de Brasil. Para referencias acerca de otras experiencias en América
Latina ver Buscaglia y Thomas Ulen (1995). También consultar Sherwood, Shepherd y De Souza
(1994), Buscaglia y Malik (futura publicación) que consideran extensamente la importancia de
los sistemas judiciales en los resultados económicos.
EL DESARROLLO ECONÓMICO Y LA REFORMA JUDICIAL 541
3 Ver Burki, Shahid Javed, “ Economic Development and Judicial Reform” , Washington,
D. C., Banco Mundial, 1995; Iglesias, Enrique, “ Justicia y desarrollo en América Latina y el
Caribe” , presentación a la Segunda Conferencia sobre Justicia y Desarrollo en América Latina
y el Caribe, organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo, Montevideo, Uruguay, 1995,
y Malik, Waleed Haider, “ Hacia la reforma judicial” , Venezuela Now, vol. 2-3, Caracas, Ve-
nezuela, CONAPRI, 1994.
542 WALEED HAIDER MALIK
4 Porque además de los temas que son estrictamente legales, hay muchos aspectos insti-
tucionales que tienen que ver con la modernización del sector judicial en general, como son:
formulación de la política sectorial; reestructuración de instituciones; estadísticas, presupuesto y
contabilidad; salarios y sistema de incentivos, manejo de recursos humanos; sistemas de infor-
mación computarizados, aranceles y otros costos judiciales; acceso a la información, descentra-
lización del sistema administrativo; monitoreo de eficiencia y calidad del sistema judicial; es-
tructura administrativa de los tribunales, sus sistemas de contabilidad, bases de datos, manejo
de casos incluyendo distribución, archivos, notificación, etcétera; computarización; seguridad y
mantenimiento en los edificios judiciales, arquitectura judicial, utilización del espacio en los tri-
bunales; diseño de curricula de capacitación; investigación y análisis estadísticos; censos judi-
ciales, y comunicación, etcétera. Ver “ República de Venezuela. Modernización del Poder Judi-
cial” , The Economist, octubre de 1995, p. 121.
5 La administración de justicia es esencialmente un servicio. Este servicio es prestado por
el Estado a la comunidad mediante la solución de controversias, para manener la paz social y
facilitar el desarrollo económico. Ver Shihata, Ibrahim F. I., “ Judicial Reform: Issues Adressed
in World Bank Projects” , presentado a la Segunda Conferencia sobre Justicia y Desarrollo en
América Latina y el Caribe, organizada por el Banco Interamericano de Desarrollo, Montevideo,
Uruguay, octubre de 1995.
EL DESARROLLO ECONÓMICO Y LA REFORMA JUDICIAL 543
6 Medir los resultados del trabajo de los sistemas judiciales no es una ciencia exacta. Nor-
malmente, las medidas de los resultados del trabajo implican identificar unidades de productos,
y de los insumos relacionados, al propio tiempo que se toman en cuenta los cambios en la ca-
lidad. Cualquier análisis del “ valor por dinero” requiere la asignación de un precio a los pro-
ductos, así como también a los insumos. La prestación (o el producto) de la justicia tiene ca-
racterísticas que la distinguen de otras formas de la actividad económica, y la medida se hace
compleja y difícil. Por ejemplo, el “ producto” es un servicio jurídico indivisible, intangible, con
un valor al exterior potencialmente enorme, y que no puede compararse fácilmente con los re-
cursos de “ insumo” . Por consiguiente, resulta difícil medir los resultados del trabajo. También,
el “ periodo de producción” que puede determinarse para otras formas de actividad económica
con un cierto grado de certidumbre, es altamente incierto debido a que la justicia que se “ pro-
duce” en los juicios y en las medidas que adoptan los tribunales puede ser interminables e im-
precisas. Ver Malik, Waleed, MacLean, Roberto, y Guigale, Marcelo, “ The Commercial Judicial
System in Egypt” , manuscrito inédito, Washington, D. C., Banco Mundial, 1995.
7 El papel de los tribunales en el desarrollo es el de mejorar el ambiente que permite el
intercambio, la financiación y la inversión. Esencialmente constituye un servicio que presta
el Estado a la comunidad para mantener la paz social y facilitar el desarrollo económico por
medio de la resolución de los diferendos. La reforma judicial cuenta con diversos elementos
que comprenden el contexto jurídico; la administración del sistema; el costo económico de la
justicia; la capacitación y la educación jurídicas; el funcionamiento real de los procedimientos
legales; el acceso a la justicia; los mecanismos alternativos en la resolución de diferendos; las
instalaciones materiales y los edificios; la percepción de la administración de justicia de la co-
munidad, y la repercusión de las decisiones de los juzgados sobre la sociedad. Ver Shihata, op.
cit. supra, nota 5.
544 WALEED HAIDER MALIK
8 World Competitiveness Report, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 1993 y 1994.
EL DESARROLLO ECONÓMICO Y LA REFORMA JUDICIAL 545
9 Ver César Fernández, Julio, “ Una justicia de paz para la democracia” , manuscrito iné-
dito, Venezuela, COPRE, 1995, y Branadt, Hans-Jurgeen, “ The Justices of the Peace as an Al-
ternative: Experiences with Conciliation in Peru” , en Rowat, Malik, y Dakolias, op. cit. supra,
nota 2.
10 El acceso a la justicia se puede medir con algunos indicadores, por ejemplo tiempo, cos-
tos (aranceles, honorarios del abogado, etcétera), procedimientos, acceso físico a los edificios
judiciales, etcétera).
11 Esto no quiere decir que estos programas de asistencia jurídica no tengan problemas. Por
ejemplo, el sistema en Inglaterra actualmente está atravesando por una revisión de envergadura
para encarar los desafíos de mediano y largo plazo que enfrenta el sistema, particularmente en
EL DESARROLLO ECONÓMICO Y LA REFORMA JUDICIAL 551
más alta. Estos sistemas asisten con los honorarios del abogado, u
otros costos de litigio. También, existen muchos “ dispensarios” de
asistencia jurídica manejados por el Colegio de Abogados y las uni-
versidades en Estados Unidos para asistir a aquellos que no pueden
sufragar los costos de presentar sus diferendos ante la justicia.
lo que respecta a la integración europea y a otros factores. Ver Lord Chancellor’s Con-
sulation Paper, “ Legal Aid-Targeting Need: The Future of Publically Funded Help in Solving
Legal Problems and Disputes in England and Wles” , HMSO, mayo de 1995.
CAMBIO POLÍTICO Y DEMOCRATIZACIÓN EN RUSIA1
Bruce PARROT
551
552 BRUCE PARROT
6 Dawisha, Karen, y Parrot, Bruce, Rusia and the New States of Eurasia: The Politics of
Upheaval (1994).
556 BRUCE PARROT
7 Dunlop, John, The Rise of Russia and the Fall of the Soviet Union.
CAMBIO POLÍTICO Y DEMOCRATIZACIÓN EN RUSIA 557
Luis F. AGUILAR
tes, hacia una “ dictadura popular soberana” . Selecciono una entre sus
muchas frases provocadoras: “ el Parlamento es una maquinaria arti-
ficial, producida por el racionalismo liberal; en cambio, los métodos
dictatoriales y cesaristas no sólo pueden inducir la aclamación del
pueblo, sino ser también una expresión directa de potencia y sustan-
cia democrática” . Otra, más ruda pero congruente con sus ideas: “ el
bolchevismo y el fascismo son, como todas las dictaduras, ciertamen-
te antiliberales, pero no necesariamente antidemocráticas” . Y un juicio
más fino: la crisis del Estado moderno se debe a “ la contradicción ines-
capable entre el individualismo liberal y la homogeneidad democrática” .
La pregunta y la respuesta sobre la crisis y el desenlace de las ins-
tituciones del sistema parlamentario en un contexto de democracia de
masas —la tensión entre liberalismo y democracia, Legislativo y Eje-
cutivo— son, en verdad, sólo la expresión contemporánea, coyuntu-
ral, de la cuestión mayor y central que se ha planteado toda la po-
lítica occidental clásica y moderna: la pregunta sobre la constitución
y el significado del Estado. Y, más específica y pertinentemente, la
pregunta decisiva acerca de: qué hacer o qué ocurre cuando se co-
lapsa la situación colectiva normal, en la cual tiene vigencia la nor-
ma, moral o jurídica —cuando se entra en conflicto y pierden su efi-
cacia y sentido los recursos normativos y de arbitraje para resolverlo
y superarlo—; por consiguiente, la pregunta acerca de cómo se re-
hace el Estado, la situación colectiva normal, en y desde una situa-
ción de excepción; cómo se crea la situación en la que puede existir
la norma normalizadora, tener vigencia el derecho (distinción entre
“ norma jurídica” y “ norma de efectuación del derecho” : “ Re-
chtsmässigkeit” y “ Rechtswirksamkeit” ).
587
588 ULISES SCHMILL ORDÓÑEZ
3 Idem, p. 27.
590 ULISES SCHMILL ORDÓÑEZ
Ahora bien, ¿cuál es el carácter por medio del cual puedo distinguir
algunas acciones como actos del Estado, de otras que no lo son? ¿Cuál
es el criterio merced al cual ciertas acciones humanas no se atribuyen
al hombre que las efectúa, sino que a través de él se imputan a otro
ente supuesto detrás de él, a un sujeto ideal, en una palabra, al Estado?
Para la mera percepción sensible, para una consideración exclusiva-
mente empírica e inductiva de la realidad, no hay más que actos in-
dividuales. La afirmación de que determinados actos son considerados
como actos del Estado (y para una visión empírica del Estado se da
únicamente en estos actos que se le atribuyen), es una cualidad no per-
ceptible por los sentidos. Para llegar al concepto del Estado como so-
porte o sujeto de estos actos es indispensablemente precisa una ope-
ración mental que designaré con la palabra imputación (Zurechnung).
Sólo llegamos al Estado en tal sentido, mediante un juicio de impu-
tación. El Estado como sujeto de los actos estatales, es un centro de
imputación. Ahora bien, el criterio para que ciertos actos humanos pue-
dan ser concebidos como actos del Estado, es decir, para que puedan
ser imputados al mismo es única y exclusivamente el siguiente: que
estos hechos —y sólo ellos— correspondan de una manera específica
a un orden que se ha supuesto en vigencia: o sea, que coinciden con
las normas integrantes de dicho orden, las cuales regulan los actos de
determinados hombres en ciertas condiciones. Su calificación como es-
tatales, en primer término no significa sino que estos actos correspon-
den o coinciden específicamente con el orden estatal, en tanto que es-
tán regulados por ese orden y situados dentro del mismo; por cuya
razón pueden ser referidos a la unidad de dicho orden. El Estado, como
sujeto de estos actos, no es más que una expresión personificadora de
la unidad de este orden. La referencia de estos actos a la unidad del
orden —en méritos de la norma que estatuye el acto en cuestión—,
constituye la imputación al Estado.7
BIBLIOGRAFÍA
WEBER, Max, “ La política como vocación” , El político y el cientí-
fico (trad. de Francisco Rubio Llorente), Madrid, Alianza Editorial.
1 En edición del Instituto de Estudios Políticos de Madrid que hizo a Carl Schmitt miembro
de honor en 1962.
599
600 JESÚS J. SILVA-HERZOG MÁRQUEZ
9 Puede decirse que la idea de enemistad como esencia de lo político también sirve a
Schmitt para oponerse al marxismo que supone la desaparición del conflicto cuando venza la
clase elegida. Así lo advierte Stephen Holmes en el ensayo citado.
SISMOLOGÍA POLÍTICA. UN APUNTE SOBRE CARL SCHMITT 603
10 Ex Captivitate Salus, citado por Tierno Galván, Enrique en Revista de Estudios Políticos,
año X, vol. XXXIV, núm. 54, 1950.
604 JESÚS J. SILVA-HERZOG MÁRQUEZ
de conceptos de Constitución que desarrolla Schmitt es tan amplia y desorientadora que “ sólo
puede explicarse como resultado del intento consciente de negar la supremacía de la Constitución
misma” . El pintor ya no dibuja imágenes: echa humo.
19 En una entrevista para una revista italiana publicada en 1983, Carl Schmitt declaraba:
“ Mi sento al cento per cento giurista e niente altro. E no voglio essere altro” , Quaderni Cos-
tituzionali, año III, núm. 1.
A MANERA DE CONCLUSIÓN:
ESTADO REFORMADO Y ESTADO REFORMABLE
Diego VALADÉS