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Agrocombustibles

“Llenando tanques,
vaciando territorios”
Agrocombustibles “Llenando tanques, vaciando territorios”

Una publicación de: CENSAT Agua Viva


y El Proceso de Comunidades Negras en Colombia PCN.
con el auspicio de ECOFONDO
© 2008
A.A. 16789 Teléfonos 2442465 - 3377709
Bogotá – Colombia
www.agrocombustiblescolombia.org

Censat Agua Viva - Amigos de la Tierra Colombia


Tatiana Roa Avendaño - Directora General
Diag. 24 Nº 27A-42 - Tels.: 244 2465 - 244 0581
Bogotá, D. C. Colombia - www.censat.org
Correo electrónico: todos@censat.org

Coordinación del Proyecto: Martha Rincón


Editora: Irene Vélez
Diseño portada y contraportada: Angie Vanessa Cárdenas Roa
Diagramación y armada: Julio E. Rojas A.

Impresión: Editorial Bochica

ISBN: Obra independiente 978-958-97996-3-5

Se autoriza su reproducción total o parcial citando la fuente.


Indice
Presentación 9

I. Ecología política de los agrocombustibles 13

Los espejismos de los agrocombustibles 15


Hildebrando Vélez, Irene Vélez
Los medios y los fines de la agroenergía 15
Recolonización de la naturaleza 21
El lenguaje embaucador 22
Cambio climático y agrocombustibles 23
Alianzas trasnacionales y agendas gubernamentales 28
La seguridad energética en el caso colombiano 32
La desmitificación de los agrocombustibles 34
Infraestructura 37
La soberanía alimentaria
y el hambre de agrocombustibles 38
Agricultura y alimentos 41
Comunidades y tierra 47
Reflexiones finales 50

La deuda ecológica de los agrocombustibles 59


Mónica Vargas Collazos
Una solución milagrosa 59
Hacia los bionegocios 62
Agricultura y cambio climático 64
Aumento de los precios de los cereales y especulación 65
Impactos sociales: del despojo al malvivir 67
Megaproyectos y agrocombustibles 70
Segunda generación: de mal en peor 73
Seres humanos, no máquinas 74

II. Conflictos ambientales y sustentabilidad


Los agrocombustibles: ¿Sólo canto de sirenas? 81
Mario Alejandro Pérez-Rincón
Introducción 81
¿Qué son los agrocombustibles? 83
Impactos ambientales y sociales
de la producción de agrocombustibles 85
Evaluación de impactos 87
Conclusiones 108

Monocultivos y sustentabilidad
en megaproyectos agrícolas 117
Mario Mejía Gutiérrez
Resumen 117
Método 117
Introducción 117
Dependencia 123
Sostenibilidad política y financiera 125
Sustentabilidad ecológica 127
Rentabilidad y sostenibilidad económica 137
Empleo y sustentabilidad social 137
Comercio 138
Posición de Colombia frente al total global 139
Biodiesel de Palma 140
Megaproyectos 141
Vía Campesina 142
En conclusión... 144

Agrocombustibles: sus mentiras


y su capacidad generadora de hambre 149
Juan Carlos Morales González
Algunas precisiones necesarias 150
¿Qué tan buena es la dinámica de los AGC? 153
Los AGC y el hambre 159

Megaproyectos de infraestructura
y agrocombustibles en el Pacífico Colombiano 167
Rosa Emilia Bermúdez Rico

III. Una mirada desde lo local 179

Dinámicas de una resistencia cantada 181


Tatiana Roa Avendaño, Jessica Toloza
Ahí viene el diablo… y no es la marimba 183
Y el diablo viene con sus demonios 188
Alguien que rece al diablo 191

De la siega de la palma a la biodiversidad 193


Comisión Intereclesial de Justicia y Paz
Las imágenes del ecologismo, muerte e impunidad 194
Afirmación de la justicia 196
La siega de la palma 198

IV. Mandatos 207


La geopolítica de los agrocombustibles 209
Antecedentes y ejes de resistencia:
La Soberanía Alimentaria 210
La geopolítica de los agrocombustibles 212
Las grandes rutas de los agrocombustibles 215

Manifiesto por el Des-Desarrollo:


el camino que proponemos desde el Sur 220
El ocaso de la civilización petrolera
y la reproducción del capitalismo 220
Presentación
El agotamiento del gas y el petróleo, la crisis ecológica planetaria y la apremiante
necesidad de atenuar los efectos del calentamiento global forzarán la transición hacia una
sociedad post-petrolera. Aún así, los agrocombustibles no enfrentan el consumo
desaforado de energía en los países del Norte, cuya matriz energética se ha basado en
combustibles fósiles, responsables en un alto porcentaje de la acumulación de Gases de
Efecto Invernadero –GEI, en la atmósfera, que ocasionan el calentamiento global.

El agresivo impulso y fomento a la producción de agrocombustibles por parte de


Estados Unidos y los países europeos afecta de manera severa a los países asiáticos y
latinoamericanos productores de biomasa, imponiendo un modelo explotador basado en
monocultivos, agrotóxicos, biotecnología, capital transnacional y reproducción de formas
esclavistas de trabajo, que profundizan el actual modelo energívoro. Colombia es uno de
los países foco de la expansión de cultivos agrícolas destinados a la producción de
combustibles. El gobierno colombiano ha promovido en forma desaforada el cultivo de
palma aceitera, siendo responsable de actividades que resultan en la destrucción de
territorios y en la desarticulación de relaciones y prácticas sociales de comunidades
afrodescendientes y pueblos indígenas.

Mientras en algunos países se promueven metas y leyes para reemplazar etanol y diesel
por combustibles producidos en la agroindustria, en el mundo las organizaciones sociales
y ambientalistas se levantan para hacer evidentes los grandes conflictos que estos
megaproyectos agroindustriales provocan. En ese sentido, Censat Agua Viva y el Proceso
de Comunidades Negras quieren aportar a la discusión nacional e internacional con este
libro, que es una compilación de once artículos que muestran las diferentes aristas de los
conflictos generados por los agrocombustibles. Un panorama general permite comprender
cómo los agrocombustibles se insertan en dinámicas más amplias e históricas como la
globalización, el neocolonialismo y el patriarcalismo. En el transcurso de los artículos se
rastrea la génesis capitalista de los agrocombustibles, valiéndose de analogías con otras
historias sociales, políticas y económicas de sistemas productivistas y extractivistas como
el cauchero, el de la revolución verde y el propio sistema petrolero.

Estos textos nos invitan a cuestionar la relación naturalizada de los agrocumbustibles


con el cambio climático y a problematizar las responsabilidades diferenciadas que tienen
los países del Sur y los del Norte en la emisión de GEI, pero sobre todo en la reproducción
de un sistema de producción/acumulación que expropia a los pobladores locales, resiente
las economías empobrecidas de los países del Sur y reproduce el capital de los países del
Norte, que se siguen enriqueciendo también gracias a la crisis ambiental planetaria. La
identificación de responsables y agenciadores de este sistema productivo nos invita a
pensar en la deuda climática que tienen quienes han concentrado la riqueza energética con
aquellos que generalmente son los más empobrecidos.

Frente a la crisis civilizatoria, los artículos de este libro proponen soluciones reales, tales
como la reducción del consumo, con la consiguiente transformación de los actuales
patrones de producción; la soberanía energética; la sustitución de los actuales sistemas de
cultivo, generadores de buena parte de las emisiones de carbono, por la agricultura
sustentable a pequeña escala y la soberanía alimentaria; la reformulación de los patrones
de vivienda y poblamiento; la reducción de la distancia entre el lugar de trabajo y de
vivienda; el manejo soberano por parte de los pueblos de los bosques, la tierra y el agua,
entre otros; dejar los combustibles fósiles bajo tierra e invertir en eficiencia energética y en
energías renovables, seguras, limpias y dirigidas por las comunidades; abolir las regalías
por Derechos de Propiedad Intelectual de las tecnologías más eficientes; y destinar los
recursos de pago de deuda externa, así como los recursos para gastos militares, al fomento
de una matriz energética sustentable.

Este libro invita a reconocer las implicaciones que tienen los agrocombustibles para los
dones naturales, la producción de alimentos, las relaciones sociales y culturales locales y
las disputas económicas globales. Aquí se retoman algunas perspectivas de los
movimientos sociales y las poblaciones locales que muestran alternativas a los
agronegocios. A la vez se invita a deconstruir las prácticas y concepciones que estructuran
este sistema productivo. Las voces locales enseñan alternativas de resistencia a las que
estamos siendo convocados.

En este sentido, el libro nos ofrece un panorama amplio y crítico sobre los
agronegocios y contextualiza sus relaciones históricas, políticas y económicas con
otras injusticias ambientales. Su elaboración se enmarca en La Campaña en
Resistencia a los Agrocombustibles, “Llenando tanques, vaciando territorios”,
liderada por CENSAT Agua Viva y el Proceso de Comunidades Negras, PCN en
Colombia.

Censat Agua Viva


Amigos de la Tierra Colombia
2007
I.

Ecología política
de los
agrocombustibles
LOS ESPEJISMOS
DE LOS AGROCOMBUSTIBLES 1

Hildebrando Vélez2
Irene Vélez3

Los medios y los fines de la agroenergía


Los negocios ecológicos, incluidos los de los agrocombustibles y sus derivados, son
expresión del afán patológico de dominio por parte de élites y fuerzas productivas
abyectas ensimismadas en la acumulación y la rentabilidad inmediata. El auge de los
agrocombustibles aboca a responder dos preguntas centrales: ¿cuáles han de ser los fines
de la sociedad humana? y ¿cuáles los medios para obtener tales fines? Categóricamente,
afirmamos que el principal obstáculo para alcanzar la sustentabilidad y la justicia social y
ambiental, que debieran ser los fines, no está en la tecnología, que es el medio. Dicho en
otros términos, las respuestas a estas dos preguntas nos refieren a la ética y a las formas y
proyectos de vida que hemos de asumir para lograr otro mundo posible. La “civilización”
occidental es una “propiedad privada” que no alcanza para todos y, más bien, en la
medida en que se ha globalizado ha dejado más seres humanos en la periferia como sus
víctimas. En cambio, la lucha por la ética de la vida y la libertad que encaran las víctimas
es la lucha por un futuro verdaderamente humano, una lucha por un cambio civilizatorio.
Si nuestras respuestas se redujeran al campo de las tecnologías, haríamos creer que la
historia humana se explica exclusivamente por el desarrollo de las fuerzas productivas, y
que el futuro de la sociedad radica en el crecimiento ilimitado de la economía y en la
explotación de la naturaleza. Por el contrario, hemos de reconocer que los síntomas de esta
patología, entre los que se encuentran la hambruna generalizada, el cambio climático y la
dramática extinción de las especies vivas, poseen raíces en el neocolonialismo globalizado,
en la inequidad, en el patriarcalismo y en la acumulación de capital.
Ahora bien, en general, la producción de agrocombustibles es resultado del
desencantamiento y de la progresiva racionalización instrumental del mundo, donde se
mantienen las mismas estructuras que han sustentado a occidente y su dominación
colonial sobre los ecosistemas y sus gentes (Coronil, 1998). La organización de esta
producción está en función de la productividad; así, por ejemplo, si tarda menos tiempo
cultivar palmas genéticamente modificadas o exógenas, como es el caso de la palma
africana (Elaeis guineensis Jacq) en América, que cultivar una palma endémica que produce
aceite, alimento y bienestar, pero tarda más tiempo, el capitalista prefiere la primera que
crece a velocidades mayores, sin importar que haya que destruir los paisajes que se
formaron al amparo de las culturas tradicionales, como las culturas del pacífico negro de
América del Sur. La primacía del tiempo productivo, en contravía de otras preocupaciones
más humanas, es el sello de este sistema que coloniza territorios y culturas.
La división social del trabajo, donde están plantadas las luchas de clase por la justicia
social y económica, y la división internacional del trabajo, donde están plantadas las
luchas entre países colonizados y colonialistas, alentadas por el Intercambio Económico
Desigual, van ahora de la mano con una división internacional de la naturaleza. Es allí
donde se asientan las luchas globales del ambientalismo: luchas por la justicia ambiental,
donde se sitúan las contradicciones capital-naturaleza, luchas por el reconocimiento de los
derechos de la naturaleza, luchas por el reconocimiento de los derechos de las
generaciones venideras, luchas por la defensa del territorio, etc. En las motivaciones de
estas luchas encontramos unos balances de flujo de materiales y naturaleza que evidencian
una dialéctica jerarquizada en el intercambio ecológico: países sumideros/países
vertederos, países proveedores de biodiversidad/países para producir productos verdes,
países proveedores de servicios ambientales globales (oxigeno, belleza paisajística,
culturas exotizadas, etc.)/países que compiten para ser valorados como “ecológicos” en los
mercados consumistas del Norte pudiente.
Como expresión de esa división internacional de la naturaleza se presiona para que los
títulos colectivos, que las comunidades afrodescendientes aprecian como un
reconocimiento de sus derechos sobre el territorio, se lleven al mercado capitalista de
tierras, ya sea transando derechos de uso o de propiedad. El título colectivo está siendo
amenazado por el discurso de la propiedad, poniendo en riesgo los derechos que sobre los
territorios colectivos tienen también las generaciones venideras. Territorios que fueron
puestos en manos colectivas para su cuidado, y que son un legado para el futuro de sus
descendientes, son sometidos a procesos de destrucción y alienación, privando a los
actuales usufructuarios de sus beneficios. El tratamiento de los territorios colectivos bajo
una concepción de derecho individual, de beneficio privado, de propiedad privada, es un
reflejo del nuevo colonialismo que pone bajo el dominio del contrato y del título lo que
han sido relaciones de solidaridad y disfrute. A través de la privatización del espacio y la
transformación de sus usos, las agroindustrias palmífera y maderera están poniendo en
riesgo el cuidado de la sociedad y la defensa del legado cultural de los ancestros y del por–
venir. Por ello proponemos rechazar la idea de territorio baldío (o de bien público baldío,
que en nuestro contexto es casi lo mismo) y sustituirla por la idea del bien común, es decir,
por el de bien al cuidado de todos.
A decir verdad, quienes toman las decisiones que nos encadenan a estos nefastos
sistemas socio-económicos están presos de una racionalidad incapaz de incorporar en sus
acciones las preferencias y condiciones subjetivas de aquellos a quienes heredaremos el
mundo (Vélez, 2007); en contra del buen-vivir de la amplia mayoría, privilegian sus
propios y egoistas intereses. Su defensa de lo ambiental se ubica bajo la hegemonía de la
razón instrumental, cuya expresión actualizada es la ecoeficiencia que defienden,
equivocadamente, como la única vía para que la humanidad enfrente las crisis ambientales
globales (sociales y ecológicas). La fascinación que les produce estos grandes
emprendimientos tecnológicos queda desvanecida gracias a la codicia que les fecunda.
Entonces uno se pregunta qué tan felices son éstos que se proclaman “felices” y cuánto
cuesta tal felicidad que busca satisfacer necesidades fetichizadas a través de
megaproyectos: qué felicidad puede haber en medio de aparatos eléctricos y electrónicos
que inmovilizan la imaginación y la creatividad, qué felicidad hundiendo el acelerador de
un vehículo en autopistas atestadas. La civilización occidental falló, es lo que se deduce de
cualquier respuesta.
El resultado evidente de esta manera de relacionarse las sociedades humanas, y éstas
con la naturaleza, es la insustentabilidad y la incapacidad de armonizar el bienestar
colectivo con el cuidado del mundo. La infelicidad de la mayoría, producto del alto costo
pagado por la felicidad-infeliz de las élites nacionales y trasnacionales, es consecuencia de
las relaciones inicuas y violentas que se establecen para dominar la naturaleza y someter la
creatividad del trabajo humano. A esa infelicidad de mayorías y “felicidad” de minorías se
las llama progreso y desarrollo cuando no son más que destrucción y acumulación
privada, instaladas sobre el cadáver de la naturaleza y la destrucción de las culturas.
Es ahí donde el agronegocio y otros negocios de la fase ecológica del capital cobran
fuerza para condenar la vida al atender más a los medios y convertirlos en fines en sí
mismos. Mover automóviles, garantizar el consumo superfluo y el estilo de vida
energívoro y petroadicto se constituyen en los fines que realizan el sentido de sociedades
vacías. Bajo este paradigma, el tiempo de la sociedad se convierte en productividad, a la
vez que la reproducción de la naturaleza para fines de concentración revela su sinsentido
en la tecnociencia, la ecoeficiencia y las soluciones falsas y ecocapitalistas a los problemas
globales. Dándole la espalda a las necesidades esenciales de la humanidad, la sociedad
capitalista realiza como fines y le asigna una necesidad primordial (Castoriadis, 2007) a la
producción de agrocombustibles, a los motores que usarán alcohol y agrodiesel, a los
alcoholes carburantes obtenidos de árboles genéticamente modificados, a los catalizadores
para mejorar la producción y la combustión de los esteres y alcoholes, y a todas las cosas
que pueden ser producidas y generar rentabilidad.
Se ha renunciado, pues, al principio de precaución. La phronesis griega, que los
latinos tradujeron como prudentia, la sabiduría práctica que privilegia la vida buena de
todos los seres vivos y busca la superación de la distinción entre medios y fines para
procurar la toma de decisiones justas, se ha abandonado para abrir paso a la racionalidad
instrumental. Así, como sostiene Luc Ferry (1994: 208), la prudencia está en el centro de
estos debates, pues, “(…) incluso cuando cree estar haciéndolo bien, el hombre
incesantemente engendra ‘consecuencias inesperadas’ y ‘efectos perversos’ (...) [asuntos
que] deberían por lo menos recordarnos la phronésis, esa famosa prudencia de los antiguos
de la que tan faltos están nuestros políticos modernos”.
Es posible que con argucias pueda llegar a demostrarse la viabilidad técnica del
desarrollo de agrocombustibles, más aún, puede forzarse su implementación a sangre y
fuego, pero no por ello se dará respuesta a la cuestión esencial de qué tan necesario es
actuar con tan poca prudencia para fines que no humanizan a la humanidad. Es claro que
estas jugadas del capital, que estos movimientos en pro de la producción en sí misma, de
la ciencia y de la tecnología, son auspiciadas por las grandes corporaciones trasnacionales
de las semillas, de los automóviles y de la energía. A este pacto de las Corporaciones
Trasnacionales (CTN) son ajenos grandes sectores de la población que simplemente serán
productores directos o imperturbables consumidores. Las víctimas somos todos, pero
primero que todo lo son los más empobrecidos. Es por ello que emprendemos nuestra
defensa de las víctimas, nuestra propuesta de construir un Movimiento de Víctimas del
Cambio Climático.
Producción mundial de Etanol por país. 2005.
(Millones de galones, todos los grados)
Estados Unidos 4264
Brasil 4227
China 1004
India 449
Francia 240
Rusia 198
Alemania 114
Sur África 103
España 93
Reino Unido 92
Tailandia 79
Ucrania 65
Canadá 61
Polonia 58
Indonesia 45
Argentina 44
Italia 40
Australia 33
Arabia Saudita 32
Japón 30
Suecia 29
Pakistán 24
Filipinas 22
Corea del Sur 17
Guatemala 17
Ecuador 14
Cuba 12
México 12
Nicaragua 7
Zimbabwe 5
Kenya 3
Mauricias 3
Swazilandia 3
Otros 710
Total: 12149
Fuente: Renewable Fuels Association, Industry Statistics, http://www.ethanolrfa.org/industry/statistics/#E

Recolonización de la naturaleza
La agroenergía es sin duda fruto de nuevas formas de distribución de la naturaleza, de la
reconfiguración de las relaciones capitalistas globales en medio de la disputa por la
hegemonía que se da entre los nuevos y viejos centros de poder, de los desarrollos
tecnológicos que presionan el cambio en los equipos de trasporte hacia unos que usen más
eficientemente los agrocombustibles y, sin duda, fruto también de la perseverancia de los
modos de vida y consumo de los países con mayores ingresos per capita. La opción de los
agrocombustibles es, desde esta perspectiva, una decisión tecnopolítica que compromete el
paisaje y la vida de las generaciones venideras, asumiendo sin prudencia los riesgos de
una catástrofe ecológica mayor, cuyos efectos se socializan mientras se buscan beneficios
para intereses económicos exclusivos. Estas estrategias buscan garantizar el control por las
CTN de los sistemas energético, alimentario y tecnológico, y así la reproducción del
capital. Ese es el alcance de la alianza entre petroleras, corporaciones de biotecnología, de
autos, de granos y trasnacionales de la conservación.
Sin duda hay detrás de esta andanada de los agrocombustibles un proceso de
redistribución de la naturaleza y rediseño geopolítico de la distribución de sus bienes, así
como nuevos procesos de “ordenamiento territorial” orientados a favorecer los grandes
intereses de la producción y el uso de carburantes. Tierras que estaban destinadas al
pastoreo o a la agricultura de alimentos son ahora empleadas para la producción de
agrocombustibles, y el ganado que pacía en aquellas áreas, ahora es llevado a nuevos
lugares, antes selvas o cultivos. La competencia por el espacio está mediada por la lógica
de la ganancia y no por una racionalidad ecológica o conservacionista. Los procesos
productivos se sitúan allí donde se producen las mayores utilidades para los detentadores
del poder, que suelen ser los mismos que concentran los beneficios de la economía. En
Colombia esos nuevos territorios están localizados en las sabanas del Caribe y la
Orinoquia y en el Chocó biogeográfico, así como en los fértiles valles interandinos.

El lenguaje embaucador
Esta nueva semiótica de la dominación no se restringe a la esfera económica sino que
entrelaza aspectos ideológicos, de subjetivación, culturales y sociales; el dominio se ejerce
en nombre de la satisfacción de demandas y anhelos, fruto precisamente de la dominación,
el colonialismo y el patriarcalismo. Es un círculo vicioso: el Ouroboro, la serpiente que se
come la cola.
Así como se usa el término bio para hacer creer que los agrocombustibles son
armoniosos con la naturaleza, otros conceptos son usados como instrumentos ideológicos
para su promoción: “seguridad”, “empleo”, “combustibles limpios”, “alivio a la pobreza y
a la escasez” y “altos costos de los combustibles”. Por ejemplo, la escasez se naturaliza
desentrañándole de sus determinantes históricas y culturales, haciéndole aparecer como
un concepto ajeno a los modos de vida y al modelo civilizatorio. En un artículo de
Pimentel (2005) que está en boga el autor afirma que: “Los Estados Unidos necesitan
desesperadamente un combustible líquido que reemplace el petróleo en el futuro”. He ahí
la escasez, aquella que existe concretamente como resultado de la forma capitalista de
acumulación económica y de uso de la naturaleza.
La preocupación por los “altos precios” de los combustibles fósiles se hace ver como
una preocupación universal, cuando lo que preocupa, al menos a los ambientalistas, es
más bien la subvaloración y el desconocimiento de los costos ambientales y sociales de las
“mochilas ecológicas” que acarrean las actividades petroadictas. Dicho en el lenguaje de la
economía ambiental, a los ambientalistas nos preocupa que las “externalidades negativas”
se conviertan en un “éxito” al trasladar los costos a los consumidores. Las gentes del
corriente, los más de dos mil millones de personas que no tienen acceso a la energía en el
mundo, se preocupan por el alza en los precios de los combustibles fósiles sobre todo
porque resienten las altas tarifas del trasporte y la carencia de energía para cocinar, pues
sus bolsillos están tan vacíos como sus estómagos. No hay una preocupación universal y
única sino diferentes preocupaciones e intereses enmarcados por un modelo energético
decadente. Pero son los consumidores adictos al petróleo los más altamente preocupados,
y son los países de más alto consumo los que levantan el lema de la seguridad energética.
El concepto de seguridad, reducido su significado a “seguridad política” o “seguridad
nacional”, que es para las élites seguridad económica y para los consumidores de los
países del Norte seguridad de abastecimiento para sus altos niveles de consumo, queda
huérfano de otros componentes como por ejemplo la seguridad social, la seguridad
alimentaria, etc.
Así, también el concepto de combustibles limpios deja la apariencia de que la tecnología
que usa agrocombustibles podrá remediar los efectos a la salud del ambiente. Esta
apariencia eclipsa una realidad que es adversa a la naturaleza.
Todo este conjunto discursivo, que se estructura a partir de la especulación con la
escasez de los combustibles fósiles, el impacto de ellos en el clima, la seguridad energética,
el discurso de alivio a la pobreza en las Metas de Desarrollo del Milenio (MDM), la
conciencia de las víctimas del cambio climático, se instrumenta para fomentar nuevas
formas de expropiación y ocupación de la naturaleza. Así, se promueven los
agrocombustibles líquidos y la agroenergía a gran escala como amigables con el medio
ambiente y la salud pública. Valiéndose de este discurso y de las estructuras de poder que
lo sustentan, un grupo minoritario de personas convierte en mercancía la capacidad de la
atmósfera de absorber gases, haciendo de la crisis climática una oportunidad para
mercantilizar la naturaleza y sacar provecho para sus negocios.

Cambio climático y agrocombustibles


Las generaciones que hoy compartimos estancia en el planeta Tierra seremos testigos de
uno de los fenómenos más impresionantes en la historia reciente de la humanidad: en un
período de tiempo relativamente corto, probablemente en los siguientes dos o tres lustros,
veremos declinar la calma climática que la humanidad ha apreciado durante los últimos
siglos. Esto será llamado por nosotros el “cataclima”4: un cataclismo del clima. En un
artículo en The Guardian, del 23 de abril de 2007, se afirma que con el incremento de 1°C en
la temperatura del planeta se salinizarán los suelos agrícolas, crecerá el desierto, habrá
sequías que devastarán la agricultura y se provocarán dramáticos éxodos humanos. Con
un aumento en 2°C los océanos se volverán nuevos desiertos, el nivel de los mares crecerá
hasta 7 metros y desaparecerán los picos nevados andinos que vierten sus aguas a la
ciudades, por ejemplo Lima, Santiago, Quito o Manizales. Con 3°C el clima estará fuera de
control, habrá millones de refugiados climáticos y los huracanes incrementarán su poder y
frecuencia. Así, los efectos alcanzarán escenas apocalípticas alrededor de los 6°C, cuando
sólo sobrevivirán menos del 5% de las especies vivas de la Tierra.
No sólo se esperan efectos directos sino que hemos de advertir la existencia de
retroalimentaciones negativas no lineales: por ejemplo el deshielo de las cumbres nevadas
y los glaciares pondrá al descubierto superficies obscuras, menos reflexivas que cuando las
cubría el hielo y por tanto habrá un efecto de retroalimentación del calentamiento. Un
aumento de las temperaturas, particularmente en el cordón más biodiverso del planeta,
alrededor del paralelo 4, implica mayor velocidad de descomposición de la materia
orgánica y con ello más emisiones de metano (un gas 20 veces más efectivo que el CO2 en
producir efecto invernadero). Un aumento de la sequedad en regiones como la Amazonia
provocará incendios espontáneos que harán sinergia con el calentamiento. Un aumento en
la concentración de CO2 en el agua la hará más ácida y menos apta para la producción de
biomasa y los cambios en la salinidad oceánica modificarán las corrientes marinas,
imposibilitado todo ello, por ejemplo, que la Corriente del Golfo llegue a calentar el norte
de Europa y, en consecuencia, se produzca allí un enfriamiento extremo.
Aún reconociendo estas trasformaciones en la dinámica de los ecosistemas, no debemos
naturalizarlas para no velar su antropogenia. No pueden ocultarse las responsabilidades
de los países y sectores mayormente emisores que han colonizado y privatizado
unilateralmente la atmósfera. La alteración antropogénica del clima guarda relaciones con
las asimetrías en el acceso y disponibilidad de energía para determinados fines, con la
dinámica de precios nacionales e internacionales de los combustibles fósiles controlada
por las grandes CTN, con la densidad geográfica y las formas de ocupación del espacio,
con el consumo y los ingresos per capita de los consumidores y, también, con la
dependencia y la obsolescencia tecnológica, entre otros factores. De ahí, por ejemplo, que
un análisis de los impactos y desequilibrios ambientales ocasionados por el uso de los
agrocombustibles no pueda simplificarse, reduciéndole a aspectos meramente físicos o
económicos, especialmente al análisis de la disminución o aumento de los gases de efecto
invernadero emitidos para su producción y por su uso. Más aún, debería tenerse la
precaución de evitar que estas estrategias de uso de la energía ahonden los problemas que
ya el modelo de agroindustria y monocultivo ocasionó durante el último siglo. Este
modelo ha sido una causa importante del aumento de las emisiones de carbono a la
atmósfera, de la deforestación y de la pérdida de biodiversidad, amén de la destrucción de
formas de vida campesinas, afrodescendientes e indígenas más adaptativas. Para el
análisis de los temas relacionados con el cambio climático y los agrocombustibles hay que
tener, pues, aproximaciones holistas y desde las ciencias de la complejidad.
Sin duda el cambio climático es el producto de la manera occidentalista de asumir las
relaciones con la naturaleza, globalizada gracias al neoliberalismo. Es por esta sociedad
energívora y petroadicta que se suscita la crisis ambiental a la que están asociadas, no sólo
el calentamiento global, sino también la acelerada y definitiva pérdida de especies vivas, la
desaparición en los últimos 50 años del 90% de las especies de peces para la alimentación
humana, la contaminación de las aguas, la destrucción de las selvas, los manglares y los
ecosistemas de montaña, así como el hambre y la falta de acceso a sanidad básica que hace
más incidentes enfermedades fatales.
Deteniéndonos en lo que significa usar unilateralmente la atmósfera común como
depósito de residuos, en la comparación que se enseña en el cuadro siguiente vemos que
para definir las responsabilidades y los derechos es posible establecer datos de porcentajes
y gradientes entre países que permiten comparar la responsabilidad de cada región según
sus características demográficas, de ingresos y de emisiones acumulativas. En ellas, EEUU,
como es de Perogrullo, aparece como el país que, con un porcentaje discreto de población
y grandes ingresos, emite las más inmensas cantidades de CO2. Además, según estas
cifras, el 15,6% de la población, que recibe más de la mitad de todos los ingresos, es
responsable por el 52% de la emisiones acumuladas en el periodo entre 1990 y 2005,
mientras el 84,4% de la población restante es responsable sólo del 48% de las emisiones y
de ellos el 36% más pobres sólo lo es del 6,8%.

Emisiones de CO2 acumulativas

% de la % de los % de las
población ingresos Emisiones
global globales Acumulativas
1990-2005

Estados Unidos 4.6 20.5 24.0


Reino Unido 0.9 3.3 2.5
UE (27) 8.9 22.8 18.5
Rusia 2.2 2.6 6.9
China 20.5 14.6 14.1
India 17.1 6.2 4.1
PMA 8.2 1.4 0.4
Todos los de
altos ingresos 15.6 53.6 51.9
Todos los de
ingresos medianos47.9 36.7 41.3
Todos los de
bajos ingresos 36.5 9.7 6.8
Fuente: BAER, Paul y ATHANASIOU, Tom. ECOEQUTY (2007)

Los datos presentados permiten mostrar que una posible reducción efectiva de las
emisiones ha de conjugar distintos aspectos, pues no siempre que hay crecimiento
económico, incluso bajo indicadores clásicos, éste corresponde con un aumento de
emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), ni tampoco con un aumento de la
demanda y consumo de energía. Asimismo, no siempre que hay disminución en el
consumo de energía, ella es debida a la implementación de procesos productivos más
eficientes, ya que también tal disminución puede asociarse bien sea al aumento en los
precios de la energía que la hacen inaccesible, bien sea a la pérdida de poder adquisitivo
de los consumidores, o bien a cambios en la matriz energética. De igual manera, no
siempre que haya ingresos similares en un país o región habrá niveles de consumo
energético per capita equivalentes. Además, habría siempre que considerar las condiciones
históricas que hacen inevitable referirse a la deuda ecológica que tienen los países de las
metrópolis con sus colonias, llevando a operativizar indicadores históricos de deuda
ecológica y de Intercambio Ecológico Desigual.
Ahora bien, uno de los argumentos que más frecuentemente se usa para advertir la
necesidad de transitar hacia una nueva matriz energética, y de allí para impulsar los
agrocombustibles, es que se ha llegado al “pick oil” (punto de inflexión en la curva de
Hubbert donde el petróleo es cada vez más inaccesible, costoso y contaminante). Ello
estimula pensar que es urgente que se introduzcan otras fuentes de energía distintas a las
fósiles para suplir la creciente demanda. De esta reflexión se pasa a decir que entre esas
energías, las más promisorias son las obtenidas de los agrocombustibles, la hidroenergía y
la hidroelectricidad o, incluso, la energía nuclear. A otras fuentes sólo se les atribuye un
papel secundario. Entonces, según este discurso, la realidad habrá de seguir las
predicciones, y la historia no tendrá ninguna posibilidad de desviación de este destino
trazado. Todos los países han de embarcarse en la adecuación de las condiciones para que
las predicciones se materialicen. Esto semeja el cuento de García Márquez donde se
anuncia que por alguna profecía el poblado habrá de incendiarse y, así, en una huida
atropellada, alguien accidentalmente inicia el fuego y la profecía se cumple.
Preferiríamos pensar, sin embargo, que la copa está llena y que una gota más la
rebosará desastrosamente: la humanidad ya sobrepasó los límites del crecimiento y,
anclados en el margen de incertidumbre de la curva de Hubbert, no podemos esperar los
cambios que son necesarios adoptar para frenar la catástrofe en la que estamos
arremolinados y que nos legó esta civilización que se trazó como principal actividad de los
seres humanos la acumulación material y monetaria privada. Las negociaciones
internacionales seguirán un camino hostil si no llevan a cambiar radicalmente los patrones
de vida y las relaciones de los humanos con la naturaleza. De otro lado, los ambientalistas
hemos de advertir radicalmente que no puede asumirse el camino contumaz que siguen
quienes perseveran en apropiarse unilateralmente de la atmósfera, impidiendo la equidad
y la justicia ambiental.

Alianzas trasnacionales
y agendas gubernamentales
En este contexto se producen nuevas alianzas entre empresas productoras de vehículos,
empresas de energía, empresas de semillas y empresas que especulan con el mercado de
carbono. Repsol aliada con BUNGE construye plantas de agrodiesel en España. Estas
alianzas se configuran también en instituciones que buscan certificar los agrocombustibles
“sustentables”. A las compañías que se han apropiado de los mercados de
agrocombustibles se les suman las que ganan fortunas especulando con los certificados de
emisiones de carbono, que son hoy uno de los comodities que más precio gana en el
mercado. Con el dinero que acumulan las compañías que inundan con GEI a la atmósfera,
ahora se le echa el diente a estos nuevos negocios. Las CTN marchan con su pacto sin
importar cuán negligentes han sido en el pasado y qué prácticas antiecológicas y
antisociales han tenido, cuánto han defraudado las estadísticas de sus propias emisiones, o
cuán poco han hecho realmente por la protección del entorno ambiental.
El modelo civilizatorio se ha mantenido en la medida que limita y/o elimina a sus
objetores mediante estrategias militares, económicas y simbólicas. Hoy tales estrategias se
denominan “Estrategias de Seguridad”, cuando la verdad es que son las que más riesgo de
inseguridad generan sobre la vida y sobre los pobladores de este planeta. Así, las políticas
de seguridad energética tienen el verdadero propósito de garantizar el flujo de energía
hacia las sociedades energívoras y petroadictas, que son las mayormente responsables de
estas relaciones patológicas con la naturaleza que ponen en peligro la vida misma. La
seguridad energética aparece como el motor que alienta el conjunto de las políticas
multilaterales, particularmente guiadas por los intereses del G8; políticas que se diseminan
como si fuesen de interés general. La seguridad energética se impulsa a través de los
planes de integración, de los Tratados de Libre Comercio (TLC) y de la presencia militar
de los países altamente consumidores de hidrocarburos en los países que poseen
abundantes fuentes de energía. Está claro, y no sobra repetir, que tanto las estrategias
comerciales como las estrategias militares son mecanismos que buscan asegurar el flujo de
reservas energéticas desde los países del Sur hacia los países del Norte, desde los que se
empobrecen hacia los que se enriquecen. Es el caso de los TLC de los países de América
del Sur con EEUU, en los que resulta evidente que el país del Norte busca aprovecharse de
las reservas energéticas de sus vecinos del Sur, de su “patio trasero”, como se les ha
llamado.
La búsqueda de seguridad energética presiona hacia el fortalecimiento de organismos
como la OTAN, la invasión de países petroleros (llamados algunos de ellos los “ejes del
mal terrorista”) y el despliegue militar en América Latina, todo ello a pesar del fracaso de
la ocupación de Irak y de la pérdida de hegemonía estadounidense en América Latina y en
el Medio Oriente, como lo reconocen influyentes personajes de la vida estadounidense
(Golup, 2007).
Ahora bien, después de diez años de firmado el Protocolo de Kyoto (PK), su aplicación
no compromete a algunos de los países con mayor responsabilidad en las emisiones de
GEI a la atmósfera. Así, se han conformado dos agendas paralelas, una alentada por los
firmantes y suscriptores del PK y otra impulsada por EEUU. Ambas agendas son
coincidentes en su pretensión de mercantilizar la naturaleza, atribuyendo al mercado los
principios que deben ser de la democracia. De ahí resulta una democracia marchita, que se
rige por criterios darwinistas, que sustancializa las características del mercado haciendo
creer que la economía capitalista es un hecho natural e incuestionable. Por esta vía se niega
la crudeza de las realidades materiales de las víctimas, que se asumen como fallos en el
mercado, mientras se ensalzan las virtudes democráticas del mercado capitalista. La
economía capitalista, el mercado de carbono, los certificados de carbono y los Mecanismos
de Desarrollo Limpio (MDL) aparecen como un resultado “natural” del enfrentamiento al
cambio climático, mientras la defensa de la naturaleza que hacen los ambientalistas
aparece como una ideología, invirtiéndose los términos, pues son realmente quines
defienden el ambiente los que tienen “los pies en la tierra”, en tanto los defensores de las
ilusiones del mercado son quienes nos embaucan con su falsa ideología. Son concretos los
ambientalistas cuando emprenden la lucha por la justicia ambiental y en defensa de las
víctimas del cambio climático porque reconocen que hay injusticia en la distribución de los
impactos, las vulnerabilidades y los bienes ambientales comunes, y además asumen que es
posible un mundo donde no haya esas injusticias.
Ahora bien, desde la perspectiva de los promotores del mercado de carbono hay un
modelo subyacente en el que coinciden las dos tendencias (de EEUU y del PK):
a. Es claro que los suscriptores no están dispuestos a abandonar el consumo de los
combustibles fósiles. Explotarán hasta la última gota, pues existe una tasa de retorno
prevista por las CTN y por los países poseedores de hidrocarburos a la cual no
renunciarán. Siempre les será preferible sacrificar la naturaleza y a los seres humanos
deleznables, es decir, a los más empobrecidos, que asumir la responsabilidad de evitar
más daños a la naturaleza y a la humanidad. La naturaleza seguirá siendo sometida,
como lo augurara Bacon cuando afirmaba que a ella se la debe “someter como a una
mujer pública a nuestros deseos”. Es esto lo que une esencialmente los intereses de los
capitalistas. El resultado será que el aumento de temperatura de la atmósfera, que
pueda ser atribuido a los combustibles fósiles, no se detendrá sino que se irá
dosificando y las víctimas aparecerán tarde o temprano, pues las medidas de
mitigación y adaptación puestas bajo las reglas del mercado estarán impregnadas de la
misma sustancia que origina el cataclima: la apropiación privada de la naturaleza.
b. Ambas tendencias incentivan una composición de la matriz energética que no
abandonará las grandes centrales hidroeléctricas ni las centrales nucleares; estas
últimas, dicho sea de paso, proliferan en los planes de energía de India y China. Los
países del Norte seguirán invirtiendo en hidrógeno y fusión nuclear, sobre todo
asegurándose el control militar de esta última fuente.
c. La oferta de centrales térmicas con ciclos cerrados para carbón (capturar y almacenar
el carbono emitido) resulta aún inasequible a los países del Sur. Las fuentes solar,
eólica y de hidrógeno sólo se volverán viables cuando se permita que sus precios sean
competitivos con los de los hidrocarburos. En general, el problema consiste en que la
difusión de estas y otras tecnologías, que pudieran ser benévolas en términos de
reducción de emisiones, al estar sometidas a las lógicas de acumulación de capital, no
resuelven para los países empobrecidos los problemas de la iniquidad en el acceso a
las tecnologías y al conocimiento, y en algunos casos no contemplan o no ponderan
adecuadamente los costos ambientales.
d. Se impulsará el desarrollo de los agrocombustibles indiscriminadamente, buscando
trasladar las externalidades negativas de estos agronegocios desde los países del Norte
hacia los países del Sur, mientras la biomasa (real o virtual en forma de alcohol y
diesel) fluirá principalmente desde los países del Sur hacia los del Norte o generará
excedentes energéticos nacionales para que sigan fluyendo los hidrocarburos desde el
Sur hacia el Norte.
e. El dilema que se planteará a los países que están económicamente bajo la órbita de
EEUU será cómo sacar beneficios de esos dos mercados, el creado por el PK y el
mercado de EEUU y sus aliados. Sin embargo, es claro que lo que los peces chicos
podrán arrebatarle a los peces gordos no trasformará las reglas darwinistas del
mercado. Las asimetrías en los puntos de partida del mercado sólo permiten que
algunos peces chicos sobrevivan a costa de que los peces gordos se lleven la mayor
tajada: los peces gordos están generalmente mejor informados y tiene un acceso mayor
a la ciencia, la tecnología y a muchas de sus aplicaciones benévolas y mortíferas. Esta
relación desigual también se sustenta en lo que podría llamarse “violencia
epistémica”, es decir, en la imposición violenta de una verdad por quienes ostentan
una forma de cultura hegemónica: la occidentalista. Las reglas del mercado están
plagadas de trucos para hacer que los desequilibrios en la información operen a favor
de los países que controlan todo. Así funcionan los mercados, el valor de las acciones y
las divisas, los bonos, el capital virtual y, desde luego, el tamaño de los yacimientos, la
disponibilidad de stocks y reservas, etc. Ya los casos de fraude estadístico sobre los
niveles de emisiones y los niveles de absorción de los sumideros de CO2 influyen en el
valor especulativo de los certificados de emisiones y en el cumplimiento de las metas
de reducción de emisiones de GEI de los países. La información y el fraude estadístico
son herramientas para el control estratégico de precios y para succionar economías de
países subordinados.
Ahora bien, la seguridad energética para los países subordinados no es la misma que
para, por ejemplo, el G8. Se incentiva el agrodiesel y el alcohol carburante para que se
impulsen los negocios del Norte en el Sur (por ejemplo se impulsa que haya un cambio en
el parque automotriz para que se adquiera tecnología que da regalías principalmente en el
Norte), también para que haya excedentes de agrocombustibles y un ahorro de petróleo y
refinados que puedan ser destinados a la exportación hacia los países del Centro.
EEUU necesita asegurar su provisión de combustibles y derivados del petróleo, la cual
representa el 26,6% del consumo mundial. De ahí que Sur América sea su mejor proveedor
por razones geográficas, especialmente el Caribe colombiano por su corta distancia al
Golfo de EEUU y su localización en un área fuera del alcance de los huracanes. Entonces,
el impulso que EEUU da a estos agrocombustibles en la región pretende asirse a estos
excedentes energéticos de agrocombustibles, de combustibles fósiles y derivados.
Gobiernos de algunos países, como lo destaca el Plan Nacional de Desarrollo 2007-2010
para Colombia, quieren obcecadamente hacernos ver en esto una oportunidad positiva.

La seguridad energética en el caso colombiano


La tendencia reciente de elevación de los precios de los combustibles fósiles arrastra el
conjunto de los energéticos y seguramente no declinará. Este aumento de precios ha sido
el argumento que ha permitido establecer políticas de seguridad para el abastecimiento
energético, la autosuficiencia, los mercados energéticos, los precios eficientes y el acceso de
las zonas marginales y no interconectadas, y para fomentar la integración energética
regional. La “oportunidad”, en nombre de garantizar la seguridad, la aprovechan
fundamentalmente los promotores del desarrollo de infraestructuras energéticas (Ver en
este mismo libro el artículo de Rosa Bermúdez).
En Colombia, para atender a esta situación, la Unidad de Planeación Minero Energética
(UPME) inició en el 2006 el proceso de actualización del Plan Energético Nacional 2003-
2020 (PEN), basándose en el plan Visión Colombia 2019, que traza directrices para el largo
plazo y se articula con el Plan Nacional de Desarrollo. Este plan se apoya en estudios como
“Formulación de una Estrategia Nacional de Abastecimiento Energético” y “Diseño de
una Política Integrada de Precios de los Energéticos”, contratados por la Agencia Nacional
de Hidrocarburos y la UPME, así como en el documento de la Agenda Interna de
Competitividad para el Sector de Energía.
Tal plan sigue directrices que a nivel internacional se derivan de las MDM, las Alianzas
Globales (Global Partnerships), el Global Compact, los TLC y los Tratados Bilaterales de
Inversiones (TBI), las reglas de comercio de la OMC y las convenciones internacionales.

Metas del Plan de Desarrollo 2007 – 2010


Capital Físico. Algunas de las
metas principales. Línea de base Meta Cuatrienio

Nuevos contratos en exploración


y explotación petrolera 150 120
Nuevos kilómetros de sísmica
equivalente 2 dimensiones
Incorporados 31.947 32.000
Número de departamentos donde
la gasolina contiene un 10%
de alcohol carburante (acumulado.) 13 26
Número de departamentos donde
el ACPM contiene un 5%
de biodiesel (acumulado.) 0 26

Fuente: Bases del Plan Nacional de Desarrollo 2007–2010. Estado comunitario:


desarrollo para todos.

El PEN se ha articulado en el Plan Nacional de Desarrollo que fija, entre otras, las
siguientes metas:
El cuadro anterior deja ver que Colombia aspira a sustituir combustibles fósiles por
agroenergéticos, lo que tiene el propósito de liberar parte de su producción de los
primeros para exportar a EEUU.
En el caso de la agroindustria palmífera, se aseguran condiciones para alcanzar los
propósitos en términos de productividad y rentabilidad para los inversionistas y
propietarios. Amén de mecanismos ilegales, y violentos en no pocos casos, se ha
desplegado un gran número de instrumentos legales y desarrollos normativos, de
garantías fiscales, de subsidios, de seguros y de reaseguramientos de riesgos que asume el
Estado, para que los empresarios logren sus expectativas en las tasas de ganancia. El
Estado se ocupa, a la vez, de otros soportes como la calificación de la fuerza de trabajo y el
desarrollo de ciencia y tecnología que será útil al sector privado. Los empresarios acuden a
mecanismos de “Alianzas Productivas” que, por la vía de la “maquilización” de la
producción y de la constitución de un mercado de monopsonio (donde hay un sólo
comprador para determinado producto o servicio), se permiten reducir costos laborales y
evadir el pago de impuestos. Según se demuestra, la seguridad es, sobre todo, seguridad
en la renta y las ganancias.

La desmitificación de los agrocombustibles


La racionalidad que lleva a pensar en los beneficios de los agrocombustibles trae instalada
su propia negación. Algunos de los mitos que se han levantado en torno a los
agrocombustibles han sido desmentidos por doquier (FOE Europa y Agrofuels, 2007).
Ofrecen bienestar, pero generan destierro; ofrecen empleo y, sin embargo, cuando se hacen
las cuentas se pierden empleos en todo el ciclo del producto o no se crean nuevos. Se dice
que ellos encajan en la lucha contra la pobreza que promueve también Naciones Unidas
mediante las MDM, pero el resultado es empobrecimiento de las culturas, de la naturaleza
y de las estrategias de vida de las gentes.
El balance energético sólo da un saldo positivo, comparado con los combustibles fósiles,
bajo condiciones ideales; incluso algunos autores muestran resultados negativos. Según
Pimentel (Cornel University) y Patsek (Berkeley University) la energía producida por
unidad de energía gastada es del 0.778 en el maíz que se emplea para metanol y del 0.534
en la soya empleada para agrodiesel (Ver en este mismo libro el cuadro completo que
expone Mario Mejía).
Dicen que habrá menos contaminación, pero al parecer la contaminación puede incluso
aumentar en tanto se emplean estrategias de producción de monocultivos, cuyos
problemas ambientales están bastante probados: erosión, desertificación y pérdida de
suelos, contaminación de aguas con agroquímicos y contaminación ambiental por las
emisiones de cancerígenos durante el proceso de combustión y, particularmente, por las
emisiones de óxidos de nitrógeno, cuyo ciclo está bien determinado y puede resultar
empeorando los impactos del calentamiento climático. Según se reconoce, la combustión
de agrodiesel produce NO, cuyo efecto invernadero es 24 veces superior al del CO2. Estos
gases dejarán una huella de carbono equivalente, que se adicionará a la deuda de carbono
(Ver en este mismo libro el artículo de Mónica Vargas).

Cambio relativo de emisiones a la atmósfera en el ciclo


de vida de combustible con el 20% y el 100% de agrodiesel

Contaminante B20 - % B100 - %

CO -6.90 -34.50

PM -6.48 -32.41

HF -3.10 -15.51

SOx -1.61 -8.03

CH4 -0.51 -2.57


NOx 2.67 13.35

HCl 2.71 13.54


HC 7.19 35.96
Fuente: U.S. Department of Agriculture and U.S. Department of Energy.
An Overview of Biodiesel and Petroleum Diesel Life Cycles May 1998

Después de 15 años de firmadas las Convenciones de Biodiversidad y Cambio


Climático en Río de Janeiro en 1992, la crisis forestal mundial no se ha detenido. En este
contexto, la reducción de las fronteras de selvas y bosques, gracias al avance de los
agrocombustibles, puede darle un empuje al vacío a esta crisis. Las cifras y las imágenes
satelitales muestran que hay en el planeta una gran pérdida de bosque primario en todas
las latitudes. La destrucción de las selvas tropicales y ecuatoriales y de los bosques
boreales y su trasformación en tierras agrícolas, agroindustriales y ganaderas no ha
resuelto los problemas de empobrecimiento y destierro de los pobladores tradicionales. En
la medida en que el capital y el neoliberalismo colonizan con su ambición las selvas y los
bosques, o les sustituyen por plantaciones y monocultivos agrícolas, se produce el
empobrecimiento del entorno ambiental, la pérdida de oferta ambiental para las formas de
vida vernáculas y la acumulación de riqueza para las élites locales y trasnacionales.
En estas regiones del cinturón húmedo del planeta, especialmente en la zona amazónica
y en la confluencia intertropical, como es el caso colombiano, la pérdida de biodiversidad
debida a la tala de las selvas y la ocupación con ganadería extensiva y monocultivos,
conlleva a su vez la pérdida del dosel arbóreo y del material biológico disperso en la
atmósfera, y de otros elementos que constituyen los núcleos naturales de condensación
atmosférica, y que son fundamentales en las dinámicas de formación de nubes y en los
ciclos de lluvia. El paulatino deterioro de estos elementos ocasiona graves alteraciones en
los sistemas de precipitación, lo cual conduce a hacer estos ecosistemas más secos y más
vulnerables a los incendios espontáneos.
Las formas de ocupación de estas zonas, la tala de las selvas, los monocultivos que
reducen las formaciones vegetales multiestratas, son factores de afectación de los ciclos de
recarga de los acuíferos, que ya no poseen los volúmenes y frecuencias de precipitaciones,
ni de las fuentes de recarga.
Daños irreversibles y desecación de humedales, sumados a la erosión de los suelos,
liberan carbono como dióxido y otros GEI. Estas alteraciones de los sistemas hidrológicos,
incluidas las riveras de los ríos, para ganar tierra agrícola o ganadera, modifica también la
dinámica de las aguas de escorrentía que encuentran alteradas sus funciones ecológicas y
desviados los cursos de sus corrientes, causando inundaciones y salinización de las tierras
y de las aguas dulces. El endurecimiento de los suelos por el uso de maquinarias y
sistemas de cultivo industrializados que hacen impermeables los suelos, la pérdida de
vegetación multiestrata por el aumento de las áreas de monocultivo, son factores que
acentúan la pérdida de capacidad de recarga del los acuíferos, el aumento de la
escorrentía, la sedimentación y el aumento de inundaciones.
En relación al cambio climático, la incidencia creciente de incendios forestales no es un
fenómeno menor: la deforestación tropical produce el 20% de las emisiones de carbono
que se pueden atribuir a la actividad humana y destruye los sumideros de carbono
(Picard-Aitken, 2007). Así, la reducción de la deforestación tropical sería una de las formas
menos onerosas para mitigar el cambio climático: la plantación de agrocombustibles que
contribuye a disminuir la cobertura de bosque –sea a través de la tala de árboles o de los
incendios forestales– tiene precisamente el efecto opuesto.

Infraestructura
La adecuación de estos espacios para la explotación agroindustrial se acompaña de planes
de inversión en infraestructura, que sirven como ejes de conectividad y de articulación de
las cadenas productivas. Esta infraestructura se adelanta con recursos de deuda pública y
con recursos fiscales, lo que en el fondo significa que los recursos fluyen desde todos los
contribuyentes hacia los empresarios que se benefician directamente de las nuevas obras.
En América Latina y Centro América se promueven dos planes, la Integración de
Infraestructura de la Región de Sur América (IIRSA) y el Plan Puebla Panamá (PPP), que
resultan complementarios y que se articulan a la estrategia estadounidense de crear un eje
comercial de cara al Pacífico. Infraestructura para la agroenergía que escalará la dimensión
de la industria petrolera: puertos de embarque, embarcaciones de gran calado, refinerías,
poliductos, sistemas de tratamiento de las aguas servidas, grandes autopistas, hidrovías,
etc.
Muchos de los megaproyectos para distritos de riesgo y embalses están orientados a
satisfacer la creciente demanda de agua que tendrán los desarrollos de la industria de la
agroenergía, trayendo impactos sobre las aguas no sólo relacionados con la competencia
que se genera con otros usos sino directamente con la destrucción de los manantiales, los
acuíferos, las zonas de recarga y con su contaminación con agroquímicos. Buena parte de
los nuevos emprendimientos de riego están en función del fortalecimiento de los
agronegocios y no, desde luego, de la producción campesina ni de la producción de
alimentos. Asociada con los agrocombustibles que se exportan hay agua virtual, la cual se
trasporta directamente contenida en los productos, siendo una transferencia neta que, en
algunos casos, no constituye un volumen considerable por ejemplo si se traslada materia
procesada; también tiene asociada una huella hídrica por el agua que se requirió para
producir los productos, siendo ésta reveladora del impacto que sobre los ciclos
hidroecológicos en todo el ciclo de producción tiene esta agroindustria.
Por otro lado, la trasferencia hacia los países del Norte a través de los agrocombustibles
es también de nutrientes de los suelos, que se empobrecen de manera irreversible. El
impacto es sentido también por la diversidad que se pierde en la dinámica de colonización
de paisajes. Igualmente se destinan a la producción de agrocombustibles, en detrimento de
la producción de alimentos, las maquinarias, la mano de obra, los silos de
almacenamiento, los medios de trasporte transoceánico, la capacidad de almacenamiento
de los puertos, etc. Según el periodista George Monbiot “(…) para mover solamente
nuestros coches y autobuses con agrodiesel se requeriría sembrar 25.9 x 106 hec. [y en UK
hay] solo 5.7 millones de hectáreas.”
Además de los incentivos y subsidios indirectos que la producción de agrocombustibles
obtiene de las inversiones en infraestructura, hay otra serie de incentivos fiscales y
forestales, así como desgravaciones que aseguran que los empresarios no correrán riesgos
y que los riesgos que hubiese estarán respaldados por los estados. A esto se refiere más
específicamente, en este mismo libro, el artículo de Mario Mejía.

La soberanía alimentaria
y el hambre de agrocombustibles
Organismos internacionales multilaterales, cuya finalidad sería la lucha contra la pobreza,
contra el hambre en el mundo y a favor del desarrollo sostenible, tales como CEPAL
(Comisión Económica para América Latina y el Caribe), FAO (Organización de las
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) y BID (Banco Interamericano de
Desarrollo), han llevado sus intereses hacia la promoción de la agroenergía. Instrumentos
como la Declaración de Johannesburgo de la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo
Sostenible en el 2002 (CMDS) y los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) sirven de
mampara ideológica para ocultar el domino que sobre la agenda multilateral tienen las
CTN. Otros instrumentos como el Global Compact y los Acuerdos Partnerships tipo II,
también supeditan los fines sociales a los intereses transnacionales. Bajo esta condición,
por ejemplo, la FAO, en lugar de aplicarse a resolver los problemas del hambre en el
mundo, destina su conocimiento y su capacidad de divulgación a alentar políticas directas
y de asistencia técnica hacia los agrocombustibles, a pesar de las objeciones e
incertidumbres que surgen por doquier.
La FAO ha preparado una Plataforma Internacional de Bioenergía (IBEP) que hace
apología de los agrocombustibles a nombre de supuestos beneficios para la humanidad, el
ambiente y las futuras generaciones. Sin embargo, las críticas y dudas surgen desde el
seno mismo de esta institución: el documento elaborado para el Comité de Seguridad
Alimentaria Mundial, “Evaluación de la Situación de la Seguridad Alimentaria Mundial”
(2007), señala que hay competencia entre la producción de alimentos y la agroenergía, y
que el crecimiento incontrolado de ésta traerá grandes dificultades e impactos
imprevisibles sobre los alimentos, tanto en su disponibilidad como en el acceso, la
estabilidad y su utilización. Estos agrocombustibles, especialmente los líquidos, prenden
las alarmas en la medida en que se producen con base en productos agrícolas que también
se usan para la alimentación, amenazando la soberanía alimentaria de los pueblos (Ver en
este mismo libro el artículo de Juan Carlos Morales).
Es un lugar común afirmar que, a pesar que en el mundo se producen alimentos
suficientes para alimentarnos a todos, según la FAO en el mundo hay 842 millones de
personas subnutridas y cada año mueran 36 millones de personas como consecuencia
directa o indirecta del hambre y de carencias nutricionales, la mayoría de ellas mujeres y
niños, en particular en los países más empobrecidos.
El gráfico siguiente muestra cómo se distribuyen los millones de subnutridos en el
mundo. En este contexto, la situación de América Latina resulta lamentable, pues, a pesar
de ser la principal región exportadora de alimentos del mundo, 52,4 millones de personas
padecen hambre (10% de la población regional total) (FAO, 2006). En alguna medida esta
situación se explica por la falta de producción de alimentos de consumo local, por la
exportación en detrimento del consumo local y por el aumento de los precios y la pérdida
de capacidad de consumo de la población.

POBLACIÓN SUBNUTRIDA POR REGIONES 1999-2001 Millones

Economías de mercado
desarrolladas; 10 Países en transición; 34
Cercano Oriente y África
del Norte; 41

América Latina y el Caribe;


53

África Subsahariana; 198


Asia y el Pacífico; 505

Fuente: FAO

Otros indicadores de acceso a la alimentación son los índices de pobreza. Existen 209
millones de personas que viven en condiciones de pobreza (39,8% de la población), 81
millones en la pobreza extrema o la indigencia (15,4% de la población) (CEPAL, 2006).
Lester Brown, director de Earth Policy Institute, advertía que “(…) la cantidad de cereal que
se necesita para llenar un tanque de 5gls (aprox. 100ltr) con etanol una sola vez alcanza
para alimentar a una persona un año entero”.
El estímulo a la producción de agrocombustibles es retroalimentado por los precios del
petróleo, lo cual también puede encarecer los costos de producción de alimentos5,
especialmente aquellos más intensivos en el empleo de energía. Se teme que la demanda
de agrocombustibles empeorará tal situación, pues induce aumentos de los precios de los
cultivos energéticos y en la asignación de tierras agrícolas para su producción (CEPAL,
2007). Ejemplo es el abandono de la soya y la sobreproducción de maíz por cultivadores
estadounidenses, alentada por el aumento de los precios del maíz, que conducirá a una
sobreoferta de materia prima para el alcohol carburante, situación que probablemente
contraerá el mercado internacional de ese grano, pues, como es obvio, EEUU favorecerá el
consumo de su maíz para la producción de agroenergía. Tal situación, a su vez, hace que
el precio de la soya en Argentina aumente y estimula a los cultivadores de ese país a
sembrar soya y dejar de lado la siembra de alimentos.
Aunque hay alertas sobre una situación similar en Brasil, que es el mayor exportador
mundial de etanol y cuya superficie de tierras dedicada a la producción de
agrocombustibles está en expansión, otros prefieren defender las políticas agropecuarias y
energéticas del gobierno del Partido de los Trabajadores. Este país tendría que
comprometer 205 mil pequeños agricultores familiares a utilizar aproximadamente 603 mil
hectáreas para completar el 2% de mezcla de agrodiesel.

Agricultura y alimentos
Asunto clave en el análisis de la dinámica del negocio de los agrocombustibles es la
manera como se articulan los llamados factores de producción6: la tenencia de la tierra y el
agua (las formas de colonización, ocupación y valorización del espacio), el factor trabajo y
el factor tecnológico son los elementos sobre cuya rentabilidad y productividad se impulsa
el modelo del monocultivo de los agroenergéticos, el empleo de sus derivados como
combustibles y las industrias química-farmacéutica y de alimentos relacionadas.
La valorización obtenida por el capital, las ganancias y la plusvalía quedan en manos
del capital transnacional comercial y financiero, principalmente. Estos procesos de
acumulación se cargan al gasto de dones de la naturaleza y a la subsunción de la
creatividad y el trabajo humano. Dicho en el leguaje económico, se trata de una
transformación en detrimento del “capital natural” y del “capital social” y a favor del
capital comercial y financiero. El resultado es la desvalorización de la naturaleza y el
surgimiento de pasivos sociales y ambientales. Entre los problemas más frecuentemente
revelados está la pérdida de valor del espacio por la deforestación atribuida a la expansión
del monocultivo de palma aceitera que, por ejemplo, entre 1985 y 2000 causó en Malasia el
87% de la deforestación (Sahabat, 2007). También se señalan los riesgos que deja el modelo
de la revolución verde y los monocultivos, que la Red Latinoamericana contra el
Monocultivo de Árboles denomina «desiertos verdes», así como el uso de árboles y
plantas genéticamente modificados y de agroquímicos. Estos últimos, fertilizantes y
plaguicidas, traen graves consecuencias a las comunidades locales y afectan la fauna y
flora asociadas. También se encuentran con increíble frecuencia fenómenos de intoxicación
por el almacenamiento y aspersión de agrotóxicos, siendo especialmente vulnerables las
trabajadoras7 agrícolas expuestas permanentemente (una sustancia muy frecuentemente
utilizada es el Paraquat, que está prohibida en algunos países europeos). Sin duda,
también hay referencia a la ocupación unilateral de la atmósfera por el alto consumo de
insumos derivados del petróleo, las emisiones de GEI, las desterritorializaciones y
pérdidas de estrategias de sobrevivencia de los grupos humanos locales, el
endeudamiento de los países y la intervención de los organismos multilaterales e IFIS que
animan el modelo del monocultivo de agroenergéticos8, la división internacional de la
naturaleza a favor de los países altamente consumidores, y la consecuente pérdida de la
soberanía alimentaria.
Los impactos del boom de los agrocombustibles también se dejan sentir en el incremento
de los precios de la tortilla de maíz en México, que no se explica sólo por la derivación del
maíz que se compra en EEUU hacia sus nuevas plantas de alcohol carburante, sino
también por la especulación que eleva artificialmente los precios.
La industria de los agrocombustibles hereda, reproduce y actualiza los viejos esquemas
coloniales de tenencia de la tierra y expropiación de la fuerza de trabajo, así como el
encalve europeo y norteamericano en los países del Sur. En general, podríamos enfatizar
en que el bienestar de las élites y de las minorías altamente consumidoras se consigue a
costa del dolor de los trabajadores y de las mayorías empobrecidas en todo el planeta9. Y
son estas mayorías, sometidas a condiciones de empobrecimiento, quienes sufren los
impactos del cambio climático, y la violencia y contaminación típicas de la industria
extractiva del petróleo, así como se someten a las condiciones de trabajo o de subempleo
de la agroindustria, en tanto que una minoría disfruta un “bienestar” basado en el lucro y
consumo excesivos.
Las cifras sobre empleo y agricultura indican que la cantidad de trabajadores por
hectárea es supremamente baja en la agroindustria. Así, por ejemplo, la agroindustria de la
caña genera solamente 10 empleos por cada 100 hectáreas mientras la agroindustria de la
soya dos por cada cien (Trevisan, 2007). Un análisis de los resultados de las alianzas
productivas en Colombia muestra que el capital empleado de esta manera requiere mayor
cantidad de fuerza de trabajo que la agroindustria, de manera que se genera menos de un
empleo (0,69473) por hectárea, mientras que la inversión por hectárea es de casi 7 millones
de pesos (6’862.477,01). En la medida en que no es posible pensar un sistema productivo
por fuera de las estructuras socio-políticas que lo hacen posible, es claro que la manera
como se estructuran los llamados factores de producción es la que da al capitalista una
mayor ganancia y, simultáneamente, un mayor control político y social sobre la población
(Biswanger, Deininger y Feder, 1995).
El crecimiento económico que reporta la economía mundial se da a favor del factor
capital y en contra del factor trabajo. En el caso colombiano, durante 2006 la economía
creció el 6,8% mientras que la población empleada disminuyó en 1.136.965 personas
(Banco de la República, 2007). De esta manera, otro asunto de gran importancia para la
región en el marco de este sistema productivo es el sindical. Los empresarios ven en la
reducción de costos laborales una posibilidad para alcanzar sus metas de productividad y
reducir los costos de producción. Ello conduce a una pérdida de estabilidad laboral, a la
tercerización y precarización contractual, y a la pérdida de condiciones de reproducción
social de la fuerza de trabajo. No existen sindicatos en la mayoría de las empresas
agroindustriales, lo cual conduce a que los trabajadores no tengan condiciones
organizativas para negociar mejores condiciones salariales ni laborales.
El trabajo es distinto del empleo. El empleo es la manera como la capacidad de trabajo y
creación humana pierde su esencia en el proceso de producción en favor de la valorización
del capital. La gente no necesita empleo, la gente ha de trabajar para reproducirse como
sociedad, como humanidad. Ahora bien, los impactos negativos sobre el empleo pueden
ser constatados en regiones donde las gentes tienen trabajo y la industria de
agrocombustibles les desplaza, creando otras formas y densidades de empleabilidad que
suelen ser de un volumen menor. Más allá que los números, en el caso de las comunidades
locales lo que se pierde no es el empleo sino las estrategias de sobrevivencia y los modos
de vida adaptados a las condiciones ecosistémicas que muchas comunidades han
desarrollado en función de su sobrevivencia.
Como en antiguas épocas en las que algunos habitantes locales mantenían vínculos con
su terruño, pero de la producción y de los frutos del trabajo se apropiaban
fundamentalmente el encomendero, el terrateniente y el latifundista, en la actualidad esta
apropiación la hacen empresarios trasnacionalizados. Un rastreo de la propiedad de la
tierra, de la propiedad de los ingenios azucareros, de las destilerías de alcohol carburante,
de las plantaciones de palma, de la refinerías de los polioles y de las estructuras de
comercialización revelarían vínculos enmarañados con las estructuras de propiedad y
poder colonialistas.
Pero no podemos hablar de la colonización como si fuese algo que únicamente se nos
impone desde el exterior, también hay una autocolonización (Lander, 2005). Una
colonización que se re-construye y re-produce a partir de prácticas de saber/poder que
hemos normalizado para nuestro propio calvario (Escobar, 1987), y que practicamos en
ámbitos tanto institucionales como cotidianos. Así, por ejemplo, la idea del gobierno
colombiano de colonizar las praderas de las llanuras orientales nos deja sinsabores;
también la idea de gobiernos de izquierda de desarrollar los agrocombustibles, pues de
ellos esperariamos que levantaran banderas de autonomía y que criticaran los modelos de
desarrollo y civilización euro–estadounidense, y no que los interiorizaran y naturalizaran
como destino único de una pulsión irredentista. Estas son, también, maneras de ser
víctimas de la colonización: asirse en la dialéctica de colonizado-colonizador sin construir
nuevas maneras de hacer y pensar que superen los artilugios del poder hegemónico. La
colonización y la autocolonización traen consigo el Intercambio Ecológico Desigual, que
implica la transferencia inicua de energía y materia desde los países del Sur hacia los
países del Norte, desde las regiones periféricas hasta las regiones centrales y
metropolitanas que concentran los beneficios.
En la medida en que la fiebre por producir agrocombustibles aumenta, la demanda de
tierras agrícolas también aumenta y, así, los conflictos sobre qué es lo que hay que cultivar,
para quién y a qué costo. La superficie necesaria para la producción de agrocombustibles
en el mundo se muestra enseguida:
Superficie necesaria para agrocombustibles 10³ hectáreas. Fuente BP

Asia Pacífico; América del Norte;


463456 481200

África; 53445
Sur & Cent.
América; 92390
Medio Oriente;
111012

Europa y Euroasia;
393676

Según datos de la British Petroleum Company (BP), si se empleara la superficie agrícola


para la producción de agrocombustibles, EEUU utilizaría el 81% de ella, Europa el 48% y
Sur y Centro América el 15%. Es decir que ni EEUU ni Europa tendrían disponibilidad de
tierras agrícolas para destinar a los agrocombustibles sin que ello les significara un
sacrificio enorme de su producción alimentaria.

Superficie total agrícola por región y héctareas


necesarias paras sustituir petróleo por
agrocombustibles. FAO, 2003.
1800000

1600000 1528715

1400000

1200000 1135372
Miles de hectáreas

1000000
813973
800000
591707 614147
600000
479282,67 458614,5
390707,04
400000 297968

200000 92122,05 110248,16


34061,16
0

América del Sur & Cent. Europa y Medio África Asia Pacífico
Norte América Euroasia Oriente
Fuente: Datos para el conumo de petroleo. British Petroleum. Datos de áreas FAO 2003

Superficie agrícola de la región Superficie requerida para agrocombustibles

Y si se compara la superficie total regional, ya no sólo la superficie de tierras agrícolas,


la ocupación por agrocombustibles sería en todos los casos fracciones menores, aunque
significativas, como se aprecia en el cuadro siguiente.
Superficie total regional y área necesaria para
agrocombustibles.
Fuente: Datos para el conumo de petroleo. British Petroleum. Datos de áreas FAO 2003

3500000

3000000

2500000
Miles de Hectáreas

2000000

1500000

1000000

500000

América Sur & Cent. Europa y Medio África Asia


del Norte América Euroasia Oriente Pacífico
Total superficie terrestre de los países Hectáreas necesarias para agrocombustibles

Comunidades y tierra
Ahora bien, desde el punto de vista de la situación colombiana, que podría no ser distinta
a la de otros países de la región, pueden reconocerse tendencias diferenciadas y con
actores diferenciados en lo relativo a la tenencia de la tierra y su uso para agroenergía: una
es el cambio de orientación en el negocio por parte de terratenientes e industriales
vinculados a la industria de la caña y de la palma aceitera y otros monocultivos agrícolas
que hoy dirigen sus negocios hacia los agrocombustibles dada su creciente demanda. Otra
es la ocupación de tierras llamadas baldías o de la nación (algunas de ellas en litigio con
comunidades campesinas, indígenas o afrodescendientes), y que en otros países se
denominan tierras fiscales, que son asignadas a empresarios nacionales y extranjeros para
el desarrollo de grandes proyectos agroindustriales, como sucede en la región de la
Orinoquia10.
Otra tiene que ver con la trasformación en la tenencia de la tierra y su uso por efecto de
la desterritorialización violenta de comunidades y grupos humanos por parte de
terratenientes y capitales mafiosos que pueden legalizarse posteriormente o articularse
fraudulentamente con capitales legalizados. De esta manera, los usos tradicionales por
campesinos y afrodescendientes se trasforman en agroindustrias de productos energéticos
o maderables. El desarrollo de plantaciones a gran escala para cultivos energéticos
conlleva frecuentemente el despojo violento de comunidades locales, que suelen no tener
reconocidos sus derechos legales a la tierra. Finalmente, otra tendencia son las “alianzas
productivas” de pequeños y medianos propietarios con el gran capital trasnacional a
través de cadenas de producción controladas por sectores terratenientes e industriales
hegemónicos, donde no hay cambio en la tenencia de la tierra pero sí en su uso sobre la
base de una oferta, durante un período de tiempo definido, de renta constante a sus
titulares que pueden ser individuos, resguardos indígenas o territorios colectivos de
comunidades negras.
Como quiera que sea, estas tendencias se conjugan con las tendencias históricas
(Fajardo, 2004) que se caracterizan por una concentración cada vez mayor de la propiedad
de la tierra y el agua en manos privadas, por el carácter violento que entraña esa
desterritorialización, por la orientación de la producción agrícola hacia el mercado externo
(incluido el cultivo de hoja de coca) y por la generación de excedentes de mano de obra
rural
y su concentración en la periferia urbana en condiciones mar-ginales.
Según un documento de Amigos de la Tierra Internacional, la industria palmífera
avanza enterrando los derechos a la tierra de comunidades en todo el mundo. En
Indonesia 2.000 comunidades Dayak en el Kalimantan Central se encuentran bajo amenaza
y alta vulnerabilidad de sus derechos políticos, sociales, económicos y culturales. También
en Sumatra se reportaron más de 450 conflictos por tierra entre las comunidades locales y
la industria de la palma entre los años 1998 y 2003.
En Papua Nueva Guinea no es distinta la situación: a pesar de que el 95% del suelo es
de propiedad tradicional, el gobierno está entregando grandes concesiones a las
trasnacionales de la agroindustria de palma. Mientras tanto en Brasil, en el estado de Mato
Grosso do Sul, las disputas por la tierra aumentaron en un 87,5% entre 2003 y 2005,
especialmente en las áreas de expansión de la industria de la caña de azúcar.
En Colombia el conjunto de las denuncias que las comunidades locales interponen
hacen referencia a genocidio, exterminio, tortura, persecución de un grupo o colectividad,
ejecuciones extrajudiciales, masacres, retención ilegal, asesinato, destrucción de bienes
civiles, desplazamiento forzado de poblaciones, vulneración de los derechos a la vida, a la
integridad, a la seguridad, a la libertad personal, a la libre locomoción, a la residencia, al
trabajo y a la dignidad humana, todo ello siguiendo procedimientos legales y con soportes
jurídicos que las comunidades esgrimen infructuosamente.

Reflexiones finales
La extrema, antiecológica e inhumana concentración de riqueza que alientan el
neoliberalismo y la economía de mercado global, impone un aumento de consumo de
energía y se constituye en el principal obstáculo para que la humanidad trasforme
ostensiblemente sus patrones energéticos y pueda realmente enfrentar el cataclismo
climático.
Sin duda la situación puede empeorar gracias al rápido crecimiento de la producción y
el consumo de países como China, India y Brasil, cuyas economías se dicen en “transición”
y son atraídas hacia el abismo del crecimiento económico, sin consideraciones sobre los
límites ambientales y materiales del planeta. Sin duda la interrelación de estos fenómenos
y sus sinergias están impregnando de nuevos elementos estos problemas. Así, por
ejemplo, es claro que el crecimiento de la economía de América Latina en los últimos años
se debe en parte a la demanda de materias primas y productos por parte de China e India.
La tendencia de crecimiento de las exportaciones que se veía durante el 2002 y 2003 en
América Latina ha continuado, registrándose un aumento tanto en el volumen como en el
valor de las exportaciones, principalmente en Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica y
Ecuador (Calderón, 2003). Estos países encontraron una coyuntura favorable de precios y
demanda de los países de Asia y, sobre todo, de China. Los principales productos de
exportación han sido los mineros y agrícolas, fundamentalmente la soya, el algodón, las
lanas, el cobre y el hierro.
Mientras el poderío comercial Chino hace que sea necesario repensar los procesos de
regionalización de las alianzas internacionales en los campos comercial y político, el
cuadro geoestratégico mundial se recompone con la presencia de este coloso comercial: la
República Popular de China, con una población de 1.267 millones, de los cuales 200 viven
bajo línea de pobreza, tiene un PIB de 1.074 billones de dólares y una deuda externa de
157,6 billones de dólares. En los últimos 25 años China ha crecido 10 veces. Allí se
registran 3.000 empresas foráneas que exportan el 50% del total de las exportaciones. Aún
así, como lo mostramos arriba, el consumo per capita de energía y las emisiones de CO2
siguen siendo inferiores a las de EEUU, el Reino Unido o los Países Bajos.
El abastecimiento energético es, sin embargo, uno de sus cuellos de botella. China
devora energía para mantener un crecimiento económico y se constituye en la cocina
donde se fabrican los productos que se consumen masivamente en occidente. Para
mantener el crecimiento del PIB en el 8% debe importar hidrocarburos de Rusia, Medio
Oriente y Venezuela. Los agrocombustibles son, sin duda, una tentación para los chinos
(ya Brasil tiene asegurada sus ventas a ese país para los próximos quinquenios).
Pero el análisis se vuelve más complejo si nos adentramos en la trama de flujos de
energía y materia que se transfieren en una economía globalizada, donde los intercambios
económicos y ecológicos siguen siendo desiguales. Por ejemplo, mientras Sur América
trasfiere materia y energía, que a su vez puede consumirse o constituirse en materia prima
en Asia, los productos allí obtenidos se consumirán en cualquier parte del globo, pero
especialmente se consumirán por quienes tienen más capacidad de compra, que, desde
luego, no son los más empobrecidos sino aquellos consumidores de los países y sectores
con altos ingresos, particularmente los del Norte.
La experiencia nos indica que los gobiernos de América Latina, sobre todo los
gobiernos de izquierda, no tienen una política que rete estos desafíos globales y, más bien,
salvo contadas excepciones, se mantienen en el esquema de sembrar el petróleo, o sacarle
ventajas a las condiciones geopolíticas que favorecen la producción de agrocombustibles.
Así, por ejemplo, la naciente Unión Suramericana de Naciones (UNASUR), cuyo primer
secretario es el expresidente de Ecuador Rodrigo Borja, se enfrenta a nuevos dilemas,
donde la naturaleza podrá seguir siendo sólo medio para la prosperidad capturada por
élites y burocracias. ¿Qué tanto es una oportunidad para nuestras economías la crisis de la
civilización urbano–rural–agraria–capitalista? Lo que podría constituirse en una
oportunidad para los países latinoamericanos puede no serlo si la orientación que
prevalece sigue el camino manido del mercado capitalista: el de guiar la producción por la
demanda de los países altamente consumidores, el de someterse a las reglas de las
compañías trasnacionales de las semillas, los vehículos y la energía.
Ahora bien, la complejidad de flujos de materia y energía deja al descubierto la
imposibilidad de un acercamiento veraz y ajustado a la realidad por parte de los análisis
simplistas que derivan de modelos que establecen los compromisos de reducción de
emisiones de GEI, bien sea bajo el Protocolo de Kyoto o no, a costa de una alta
incertidumbre. En este sentido, estos cálculos deberían incorporar la huella de carbono y
las mochilas ecológicas de CO2 y GEI que acompañan estos procesos de intercambio
desigual, y, además, incorporar los pasivos ambientales y la deuda ecológica.
Un nuevo régimen de construcción de verdad emerge, afianzado en instituciones e
instrumentos burocráticos que albergan nuevos expertos y voces autorizadas, y vigilado
por las autoridades internacionales que cuidan de las palabras y de los conceptos.
Encuentra eco en sectores medios de la sociedad provenientes de ONGs y organizaciones
que dicen llevar las voces de las comunidades y que pugnan por ser reconocidas por el
aparato institucional e incorporarse al discurso hegemónico. Aunque resulten dudosas las
cantidades de carbono absorbidas mediante los sumideros de CO2, no queda la menor
duda de que el mercado de carbono, ese nuevo instrumento de poder económico e
ideológico que resulta de los esfuerzos intensivos del capital trasnacionalizado para
controlar el planeta, no dejará ningún beneficio a los pobres: beneficiará e incentivará a las
economías más intensivas en carbono e intentará dividir a las comunidades.
Por su parte, la Unión Europea (UE) tiene un objetivo para el 2020 de lograr 20% de
energías renovables. De ellas el 10% del consumo total provendrá de agrocombustibles. La
UE tiene pensado aumentar su propia producción de agrocombustibles en forma
significativa. La Comisión Europea ha declarado que 400.000 hectáreas serán destinadas a
la plantación de cultivos energéticos, pero esto será a expensas de las “tierras reservadas”
actualmente, algunas de las cuales son importantes para la conservación de la naturaleza.
La OECD ha reconocido que producir biocombustibles para reemplazar el 10% de los
combustibles usados para el transporte requeriría el 70% de la superficie cultivable de la
UE11.
Entonces, el modelo de trasporte prevalente seguirá tirando de la cadena si no se
producen cambios radicales en el uso de los vehículos particulares y en los sistemas de
trasporte. Actualmente en Europa (The IPTS report, 2006), al igual que en los Estados
Unidos, alrededor del 67% de todo el petróleo en uso se destina a combustible de
vehículos particulares (Environmental Health Perspectives, 2005), inaugurándose
actualmente una destilería por semana, sumándose a las ya más de 120 que EEUU posee.
Ahora bien, si en Estados Unidos todos los automóviles utilizaran como único combustible
uno que tenga 100% de etanol, sería necesario destinar el 97% de la superficie de la tierra
al cultivo de maíz para abastecer esa producción, con consecuencias extremas para la
biodiversidad (Segelken, 2001).
¿Qué tan presionados están los gobiernos o qué tanto actúan en contubernio con los
comisionistas de las CTN de la fabricación de vehículos, con las empresas fabricantes de
autopartes, con las trasnacionales del hambre y las semillas, con las de energía y petróleo,
con la industria de los polioles, etc.? Es una pregunta cuya respuesta no requiere
demasiada imaginación.
Intentar satisfacer esta demanda sustituyendo los combustibles fósiles por
agrocombustibles llevará inevitablemente a la competencia entre la alimentación de las
personas y la alimentación de los autos. No podemos permitir que haya gente en el mundo
que pase hambre simplemente para que los autos puedan circular. Por eso campañas como
“Llenando Tanques Vaciando Territorios” o las consignas relacionadas con el hambre y los
agrocombustibles cobran fuerza entre el movimiento social y el ambientalismo.
Los debates no cesan ahí. Preguntas sobre la manera como se produce y consume la
energía están al orden del día. Es claro que uno necesita movilizarse y los combustibles
son un medio para ese fin, pero preferiríamos patrones de ocupación y poblamiento del
especio que hicieran más cortas las distancias. No se puede confundir el medio con el fin,
la necesidad con el satisfactor (Max Neef, 1984). Más que nuevas reglamentaciones para el
manejo de los agrocombustibles y medidas para que haya una reducción en su consumo,
que sin duda son importantes, tendría que procurarse, como lo proponen algunas
corrientes, objetar al desarrollo o apelar al decrecimiento económico, que Martínez-Alier
adjetiva como sustentable, y promoverse economías por fuera del mercado capitalista, que
se alejen del Intercambio Ecológico Desigual, que aboguen por la defensa de las soberanías
de los pueblos y que actúen en contra de la distribución ecológica y económica desigual,
que demanden el reconocimiento de la deuda de CO2 y la deuda ecológica, y otros
aspectos que nos encaminen hacia sociedades sustentables.
Por otra parte, no se trata del comercio justo de emisiones o de mercancías sobre el que
ya se dio un amplio debate a raíz de la propuesta de libre comercio de Oxfam, frente a la
cual Vandana Shiva (2002) demostró que al basarse en el “acceso al mercado de los países
ricos importadores, [se] oculta y hace invisibles los costos económicos, sociales y
ecológicos generados por las políticas agrarias obsesionadas por la exportación y
dominadas por ésta en los países pobres del Tercer Mundo. (…) Aunque se llama a los
países ricos a hacer un sacrificio, son los países pobres a los que se les pide un autentico
sacrificio”.
En general, este aumento de las exportaciones agrícolas suele ser en detrimento del
consumo local y nacional; los ingresos adicionales en dólares nunca compensan los costos
ambientales y sociales, ni la pérdida de estrategias de subsistencia de los agricultores y
pescadores locales desplazados por los agronegocios. Además, hay que estar sometidos a
los factores de cambio, que suelen ser favorables a países ricos en divisas y desfavorables
para países de economías frágiles. Por ello, antes que esperar que sean los
agrocombustibles los que resuelven los problemas del campo, hay que abogar por
verdaderas y sustentables reformas agrarias y acuarias.
No cabe duda que hay que priorizar la producción de alimentos, la ocupación
campesina intensiva en mano de obra y la soberanía de los pueblos sobre los dones de la
naturaleza.

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http://listi.jpberlin

1
Frente a la indiferenciación en el uso de los términos agrocombustibles y biocombustibles, preferimos
concordar con Joao Pedro Stedile, dirigente del MST y de la Vía Campesina, quien afirmó en entrevista para el
diario La Jornada de México (29-08-2007) que: “…hay una gran manipulación por parte de ese capital, en llamar
a los combustibles de origen vegetal, renovable, con el prefijo bio, que significa vida. Es una aberración (…)
ellos pasan a utilizar el prefijo bio para dar a entender que es una cosa buena, políticamente correcta”. Se trata
pues de una manipulación ideológica. Es por ello que en el Foro de Nyéléni, en Malí, África, concordamos
llamarlos agrocombustibles o agroenergía. Ahora bien, si quisiéramos ser más estrictos, parafraseando la
definición de la FAO, podría plantearse que hay tres tipos de agroenergía i) la que aprovecha energía de la
biomasa quemándola directamente para cocinar y proporcionar calefacción, usualmente en comunidades
tradicionales agrícolas y pastoriles (que podría llamarse biocombustible siempre que su producción y uso sean
sustentables); ii) la que se usa para generar electricidad mediante tecnologías sofisticadas; y iii) y los
agrocombustibles líquidos como el etanol y agrodiesel, utilizados principalmente para trasporte.
2 Miembro de Censat Agua Viva. Coordinador de la Campaña Internacional de Cambio Climático de Amigos
de la Tierra Internacional.
ifis@censat.org
3
Filósofa de la Universidad Nacional de Colombia. Maestría en Estudios Culturales de la Universidad
Nacional de Colombia. Investiga fenómenos de migración y diferencia cultural.
irenevt@gmail.com.
4
Neologismo que junta la palabra cataclismo y clima, para connotar que el cambio climático es un cataclismo.

5Para una discusión más detallada de dichos efectos véase OECD, 2006. “Agricultural Market Impacts of
Future Growth in the Production of Biofuels” Working Party on Agricultural Policies and Markets, Paris.
6 Estos “factores” no se pueden homogenizar como lo hace la economía. Para nosotros la tierra, más que factor
de producción, es también el lugar donde se entierran los ancestros, es la Pacha Mama, es la piel de GAIA, es
una fuerza creadora de riqueza y de imaginarios. Por ello tampoco puede convertirse, como se hace incluso
desde defensores de la economía ecológica, en capital natural. “Capital” es una categoría abstracta con la que
se valor a las gentes y a la naturaleza en tanto son reducibles respectivamente a capital natural y a capital
social (Coronil, 2005).
7
Son las mujeres especialmente vulnerables por su subnutrición más sentida, por su función en la
reproducción biológica de otros seres, por su situación de inequidad salarial, por la carencia de tiempo libre
para su propia reproducción biológica, por el androcentrismo en las relaciones laborales y otros aspectos que
resulta indispensable tratar con mayor profundidad y cuidado de lo que aquí podemos.

8
En conferencia realizada en Miami el 18 de diciembre de 2006, el presidente del BID, junto al Gobernador de
la Florida y el ex ministro de Agricultura de Brasil, anunciaron la creación de la Comisión Interamericana de
Etanol.
9 A quienes la tierra se les ha arrebatado o no tienen posibilidades de acceder a ella arrendándola, no les queda

otro camino que someterse a condiciones de peonaje. Aunque perseveran maneras de organización formal de
la fuerza laboral con algunos niveles de protección social, la mayoría de las formas de organización de la
producción son una mezcla de tecnologías modernas en la producción de materias primas y en el proceso de
producción de polioles (semillas genéticamente modificadas, catalizadores de gran eficiencia) con formas de
trabajo neoesclavistas. Al carecer los trabajadores de la protección del estado de bienestar que caracterizó el
periodo keynesiano ya extinto en muchos países, y al no tener condiciones de reproducción de la fuerza de
trabajo y de negociación salarial que caracterizó el periodo fordista, el camino que ha adoptado el capital en su
relación con el trabajo es de vinculación precaria y de sobreexplotación bajo condiciones de acumulación
primaria. Es decir, ha optado por el uso directo de la fuerza física del trabajador, con escasos niveles de
mecanización, y con remuneraciones y condiciones de reproducción adversas al trabajo. El salario no
encuentra mecanismos de regulación entre otras razones por el debilitamiento sindical, que en algunos casos
se da por la persecución y la criminalización de las luchas reivindicativas, y en los peores casos por la
desaparición y el asesinato de los sindicalistas, como ha sido en Colombia.
La renta y las ganancias de las empresas se obtienen gracias a las mayores cuotas de producción de los
trabajadores, a la reducción de costos laborales y al desconocimiento de los costos ambientales. Se trata en
muchos casos de una racionalidad instrumental productivista, que se conjuga con formas arcaicas de
organización del trabajo. Los sectores del capital nacional buscan articularse en los circuitos internacionales del
capital monopólico, mediante esquemas sofisticados de incorporación a los mercados, con instalaciones
modernas y en algunos casos automatizadas (burótica), mientras a los trabajadores se les vincula mediante
mecanismos tayloristas. El capital se acumula a expensas de las condiciones precarias en que se mantiene a los
trabajadores. Así sucede en la industria palmífera del Chocó colombiano, en Tailandia y en Malasia.
Otros trabajadores, pequeños propietarios de tierra, se articulan bajo alianzas productivas, que son una especie
de maquila agrícola, situada entre la gran producción agrícola y las gentes sin tierra, pero más cerca de estas
últimas.
10
Según la revista SEMANA (http://www.semana.com/wf_InfoArticulo. aspx?idArt=102372) el 30 de octubre y
el 17 de noviembre de 2006 fueron expedidas resoluciones adjudicando a 13 personas allegadas del senador
risaraldense Habib Merheg, 16.330 hectáreas de tierras baldías, un área superior a la mitad del perímetro
urbano de Bogotá. Se entregaron otras 21.805 hectáreas a 18 personas más. En el año 2004 se titularon en
Vichada 43 predios, y en 2005 fueron 15; en 2006 se entregaron títulos a 277 baldíos. La zona ha sido dominada
por un paramilitar apodado Macaco.

11 Ver: biofuelscongress.org/index_esp.asp Consultado 01-31-2007


LA DEUDA ECOLÓGICA
DE LOS AGROCOMBUSTIBLES
Mónica Vargas Collazos*

La mayoría de nosotros somos productores y productoras


de alimentos y estamos dispuestos, somos capaces
y tenemos la voluntad de alimentar
a todos los pueblos del mundo…
Declaración de Nyéléni
Foro Mundial de Soberanía Alimentaria
Mali, 27/02/2007

El año 2007 podrá pasar a la historia como aquel del auge de los agrocombustibles. En
efecto, no solamente se ha potenciado mediáticamente esta “alternativa” ante la crisis
ambiental planetaria, pero además ha recibido importantes incentivos por parte de los
gobiernos de los países del Centro, y se ha acelerado su producción. Al considerar esta
problemática, proponemos aquí partir de una perspectiva integral, considerando diversos
ámbitos a partir de los cuales se requiere implementar una reflexión responsable. Nos
situamos en el paradigma de la deuda ecológica, definida como la deuda contraída por los
países industrializados con el resto de los países debido al expolio histórico y actual de los
recursos naturales, a los impactos ambientales exportados y a la libre utilización del
espacio ambiental global. Esta deuda se articula estrechamente con el modo de consumo y
de producción implementado por el sistema capitalista (Ortega, 2007: 20).

Una solución milagrosa


Quizás una de las características predominantes del actual proceso de globalización se
ubique en la generación de problemas que atañen al conjunto de la humanidad y que
comienzan a ser reconocidos oficialmente. Desde las reuniones del G8 y del Foro
Económico Mundial hasta los foros de las Naciones Unidas, dos temáticas globales han
sido reiteradas durante este año: el cambio climático y el hambre. Tras años de intensos
debates y el desdén de los objetivos mínimos fijados por el Protocolo de Kyoto, en febrero
de este año 2007, el Cuarto Informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático
(IPCC) estableció que la mayor parte del calentamiento global observado durante el medio
siglo pasado ha sido causado por actividades humanas (con un 90% de certeza). Por otra
parte, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la
Alimentación (FAO), actualmente más de 850 millones de personas en el mundo padecen
de hambre y en 2015 serán 100 millones más. Si escuchamos a los diferentes actores que
promueven activamente el desarrollo de los agrocombustibles1, parecería que ahí radica
una de las respuestas más adecuadas frente a ambas problemáticas. ¿En qué consiste esta
milagrosa solución? Actualmente la producción de carburantes a partir de la biomasa se
concentra en el bioetanol y el biodiesel. El primero es obtenido a partir de productos ricos
en sacarosa (caña de azúcar, melaza y sorgo dulce), de substancias ricas en almidón
(cereales como el maíz, el trigo o la cebada), y mediante la hidrólisis de substancias que
contienen celulosa (madera y residuos agrícolas)2. Puede ser utilizado para reemplazar la
gasolina, pero requiere de una adaptación previa de los motores. A su vez, el biodiesel
proviene de aceites vegetales (palma aceitera, colza, soja y jatrofa) o de grasa animal. Se
destina al reemplazo del diesel y puede ser usado en estado puro o mezclado3.
Partiendo de una percepción, hoy cuestionada desde diferentes ámbitos, según la cual
los agrocombustibles no aumentarían la concentración de CO2 en la atmósfera, varios
países han legislado a favor de una implementación obligatoria de estos carburantes en el
sector de los transportes, sin disponer de la capacidad de producción necesaria. En
Estados Unidos se ha dispuesto que hacia 2030 por lo menos 30% del combustible en el
transporte se derive de agrocombustibles (sobre todo etanol), lo que requerirá una
producción anual de 227 millones de litros. La producción estadounidense de maíz
destinada al bioetanol se incrementó entre 2000 y 2006 del 6 al 20%. Ante los objetivos que
este país se ha fijado, tendría que disponer prácticamente la totalidad de sus cosechas de
maíz a la generación de carburantes.
Por su parte, la Unión Europea ha optado por cuatro tipos de incentivos a los
agrocarburantes, todos ellos utilizando recursos públicos: los subsidios agrícolas en el
marco de la Política Agraria Comunitaria, la desfiscalización, la obligación de mezclar un
porcentaje de 5,75% en 2010 y el doble en 2020 en los carburantes para el transporte, el uso
en proyectos pilotos por parte de empresas de transporte público. Al respecto, cabe
destacar que el porcentaje mencionado atañe únicamente al sector del transporte, el cual
representa menos de un tercio (30%) del consumo total de energía en Europa. Por lo tanto,
el 5,75% de los carburantes en el sector del transporte representan únicamente 1,8% del
consumo energético total. Así, el ahorro real sería de 36 millones de toneladas de CO2 , es
decir, menos de 1% de las emisiones totales europeas (Russi, 2007). Actualmente, Europa
produce 3 millones de toneladas de biodiesel, aspira a alcanzar los 7 millones en 2010, lo
que requerirá 13 millones de toneladas de materia prima, y a mediano plazo cuenta con la
segunda generación basada en residuos lignocelulósicos para suplir 30% del consumo.
Europa tampoco cuenta con las tierras necesarias para cumplir con estas metas. Por
ejemplo, se calcula que en un país como Gran Bretaña, intentar alcanzar el objetivo de 2020
demandaría la utilización de casi la totalidad de las tierras de cultivo (Redes-AT y GRAIN,
2007b). Por tanto, todos estos países deberán recurrir a la importación de materia prima o
de agro-carburantes. De hecho, en el Plan Europeo de Acción sobre la Biomasa se destaca:
“La productividad de la biomasa es más alta en los ambientes tropicales y los costes de
producción de los biocombustibles son comparativamente menores en un gran número de
países en desarrollo. (…) Países en desarrollo como Malasia, Indonesia y Filipinas, que
producen actualmente biodiesel para sus mercados domésticos, podrían bien desarrollar
un potencial de exportación”. Además, se contempla que la negociación del Tratado de
Libre Comercio entre la Unión Europea y el MERCOSUR tendrá un impacto favorable en
la apertura del mercado del bioetanol4. Para responder a esta demanda, se ha intensificado
la producción de la materia prima en países como Brasil, Argentina, Colombia, Malasia e
Indonesia, donde se sitúan las mejores y más abundantes tierras.
Hacia los bionegocios
Es evidente que se abren las posibilidades de negocios muy jugosos. No se explicaría de
otra manera la intervención de las grandes corporaciones transnacionales en la agenda de
los agrocombustibles desde distintos ámbitos (Rulli y Semino, 2007). Hecho sin
precedentes: con la producción de este tipo de carburantes observamos en los últimos años
la convergencia de corporaciones del sector petrolero, automovilístico, alimentario,
biotecnológico y financiero. Si bien muchas de ellas han obtenido beneficios millonarios
generando cambio climático5, a partir de ahora ganarán todavía más “mitigándolo”. Son
tiempos en los que BP se asocia con la biotecnológica DuPont para proveer el mercado
británico del biobutanol, firma con ConocoPhillips contratos con productores de carne
para producir biodiesel a partir de grasa animal o invierte en cultivos de jatrofa. Empresas
biotecnológicas como Monsanto o Syngenta intensifican su producción e investigación en
semillas transgénicas6, al tiempo que Ford, Daimler-Chrysler y General Motors se
disponen a vender en la próxima década más de dos millones de automóviles que
funcionen con bioetanol. Wal-Mart planifica la venta generalizada de agro carburantes en
sus 380 tiendas estadounidenses y las empresas del sector agroalimentario conforman
redes integradas para controlar toda la cadena productiva, desde las semillas hasta el
transporte7.
Tomaremos acá un ejemplo de la convergencia corporativa de diferentes
transnacionales considerando brevemente el caso del Estado español. Allí, Repsol YPF
flirtea con la semillera Bunge y la constructora Acciona para el establecimiento de una
planta de biodiesel en el Puerto de Bilbao. Además, la petrolera española, conjuntamente
con catorce otras empresas, entre las cuales figuran Acciona y Sacyr Vallehermoso, ha
recibido 22 millones de Euros por parte del Ministerio español de Industria, Turismo y
Comercio, a través del Centro para el Desarrollo Tecnológico Industrial (CDTI), destinados
a un proyecto de investigación y desarrollo sobre biodiesel. En la misma línea, Abengoa
tiene destinados 300 millones de Euros en investigación y desarrollo de nuevas tecnologías
para conseguir costes más competitivos en la producción de bioetanol durante los
próximos cuatro años. Un examen de las plantas de producción de agrocarburantes en este
país destaca también inversiones de las grandes corporaciones como la petrolera Cepsa
(de la cual la petrolera francesa Total controla 48%, el Banco Santander Central Hispano
30% y Unión Fenosa 5%) y del gigante agroalimentario Ebro Puleva. Así, las cinco
empresas con mayor volumen de producción de agrocarburantes en el Estado español
reunieron en 2006 una cuota conjunta del 88% sobre el total de la producción (Binimelis,
Jurado y Vargas, 2007).
Entonces, si los agrocombustibles aparecen a todas luces como un buen negocio, lo que
queda mucho menos claro es si los cultivos energéticos contribuirán efectivamente en la
reducción de las emisiones y en el mejoramiento de las condiciones de vida de las
poblaciones más empobrecidas del planeta. Para evaluarlo, consideraremos algunas de las
consecuencias de su producción masiva, sin pretender ser exhaustivos.

Agricultura y cambio climático


A partir de los agrocombustibles se establece una relación peculiar entre el cambio
climático y los problemas de malnutrición a nivel mundial. La producción de estos
carburantes a gran escala destinada a responder a los nuevos requerimientos de los países
del Centro pasa inevitablemente por una profundización del proceso de industrialización
de la agricultura, el avance de la frontera agrícola y, por consecuente, de la deforestación.
De hecho, un informe realizado por la NASA en 2006 establece la correlación entre el
precio de la soja y la tasa de destrucción de la selva amazónica. A su vez, Indonesia ha
perdido en los últimos veinte años un cuarto de su cobertura forestal al expandir las
plantaciones de palma aceitera de 6 millones de hectáreas (en 1985) a 6,4 millones de
hectáreas en 20068.
Ahora bien, recomendar el desarrollo de la agroindustria para mitigar los efectos del
cambio climático resulta cuando menos descabellado. El modelo agrícola actual se
sustenta en el petróleo, desde la elaboración de insumos químicos hasta el transporte de
mercancías. Además, tal como lo advirtió el Informe Stern (2006), la agricultura y los
cambios del uso del suelo (deforestación) representan respectivamente 14 y 18% de las
emisiones de gases responsables del calentamiento global. En particular, la conversión de
las selvas en tierras de cultivo, el uso de fertilizantes de nitrato, el cultivo a gran escala de
leguminosas como la soja y la descomposición de residuos orgánicos han sido
identificados como las causas de emisión de óxido nitroso, el tercer gas en importancia de
efecto invernadero. Únicamente en Brasil, 80% de las emisiones provienen de la
deforestación debida a la expansión de los cultivos de soja y de caña de azúcar. Además,
se evalúa que la destrucción de la turba vinculada con los monocultivos provocará la
liberación de cerca de 40 billones de toneladas de carbono en la atmósfera (GRAIN, 2007).
Finalmente, según la FAO, la producción de arroz es quizás la mayor fuente de emisiones
de metano originada por la actividad humana y representa entre 50 y 100 millones de
toneladas por año, procedentes de los 130 millones de hectáreas de arrozales. Nos
encontramos aquí ante un círculo vicioso porque la misma institución demuestra
preocupación por los impactos negativos del cambio climático sobre la agricultura y el
acceso a los alimentos en los países más empobrecidos (FAO, 2007).

Aumento de los precios de los cereales


y especulación
De acuerdo con la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG,
Estado español), la política de incentivos públicos a los cultivos energéticos impulsa a los
productores de cereales a destinar sus cosechas a la agroenergía en lugar de a la
alimentación animal y humana. En los países del Centro, esta situación preocupa
particularmente a la industria ganadera. Es importante recordar que 70% de las tierras
agrícolas del planeta son destinadas de manera directa o indirecta a la ganadería, y que
únicamente la producción de piensos para la alimentación animal representa 33% de la
producción agrícola. Los cereales representan 55% en la producción de pienso. Así, por
ejemplo, en el Estado español, de los 30,6 millones de toneladas de cereal que se
consumen, 23 millones son para la alimentación animal (de porcinos en particular). Por
otra parte, si la Unión Europea es la segunda productora de piensos a nivel mundial, la
producción española representa por sí sola el 15% del total europeo. En ninguno de estos
lugares las tierras cultivables que tienen a su disposición pueden proporcionar la materia
prima necesaria, por lo que gran parte de los cereales son importados de Estados Unidos
(maíz y soja), Brasil y Argentina (soja) (COAG, 2007).
En los últimos años se ha observado una contracción de la oferta de cereales debido a
una producción inestable, vinculada en parte con contratiempos climáticos. Sin embargo,
la demanda no ha dejado de aumentar, particularmente en Estados Unidos, a raíz de la
producción de bioetanol a partir de maíz. Por otra parte, el precio del barril de petróleo se
incrementa de manera continua, incidiendo en los costes logísticos (insumos y transporte)
de la producción agrícola. En este contexto, los precios de los cereales y del maíz en
particular (que constituye el cereal base en las fórmulas de alimentación animal), han
alcanzado niveles muy elevados. Asimismo, se ha incrementado la producción de maíz
amarillo para etanol, en detrimento del maíz blanco para consumo humano. Aquí es
cuando el sector se convierte en un mercado interesante para los capitales especulativos y
donde se desencadena lo que condujo a la “crisis de la tortilla” en México a principios de
2007: en los Estados Unidos se produjo un despliegue importante de las fábricas de
bioetanol que coincidió con una baja ligera de la producción de maíz y por tanto una
reducción de los stocks estadounidenses (40% de las reservas mundiales)9. En esta
situación, la principal comercializadora de grano del mundo, Cargill, especuló con el maíz
generando una alarmante duplicación del precio de la tortilla de maíz, un bien de primera
necesidad en México (Llistar, 2007)10. En lo que atañe a las oleaginosas, también se observa
la desigual competencia entre los coches y los seres humanos. Así, por ejemplo, en
Indonesia, segundo productor mundial de palma aceitera, el Secretario General de la
Federación de Sindicatos Campesinos (FSPI), Henry Saragih, destaca que ante el auge de
los agrocombustibles empresas como IndoAgri y London Sumatra proyectan extender sus
plantaciones hasta 250.000 hectáreas en 2015. Cerca de 1,5 millones de toneladas son
exportadas hacia la Unión Europea y convertidas en agrocarburantes. Mientras tanto, en el
país productor de este commodity, la gente debe hacer frente a la escasez de aceite de cocina
de palma, una de las bases de su alimentación (Saragih, 2007).
La consideración de esta realidad ha llevado al Relator Especial de las Naciones Unidas
sobre el Derecho a la Alimentación a observar que “la producción de agrocombustibles es
inadmisible si lleva a los pobres de los países en desarrollo más hambre y escasez de
agua”. De ahí su recomendación de que sea declarada una moratoria de cinco años sobre
la producción de estos carburantes (ONU, 2007).

Impactos sociales: del despojo al malvivir


La industrialización de la agricultura ha demostrado ser un fracaso social en varios países.
El caso de Bolivia, Guatemala, Honduras y Paraguay nos presenta una gran paradoja: los
agroalimentos constituyen un alto porcentaje de las exportaciones al tiempo que la
subnutrición adquiere un carácter estructural (Gudynas, 2007). Se ha propuesto a los
agrocombustibles como una alternativa laboral que permitiría a los campesinos del Centro
y de la Periferia incrementar sus ganancias y alcanzar el bienestar social. Nada parece estar
más alejado de la realidad. En el caso de la Unión Europea existe aún incertidumbre y
algunos estudios refieren que 1 millón de toneladas de agrocombustibles pueden crear
entre 2 y 8 empleos de tiempo completo, concentrados esencialmente en torno a refinerías
y puertos (Biofuelwatch, Carbon Trade Watch/TNI, Corporate Observatory, 2007). Pero en
los países de la Periferia, de donde finalmente vendrá gran parte de la materia prima, el
desarrollo de cosechas para combustibles automotores se sustenta en la creación de
economías de escala y en un modelo agrícola industrial altamente centralizado donde se
estrechan las relaciones entre el capital transnacional y las élites terratenientes locales
(GRAIN, 2007). Los habitantes de las comunidades rurales resultan cada vez más
prescindibles y tienen sólo dos opciones: migrar o ser jornaleros agrícolas. Consideremos
brevemente algunos casos.
El Grupo de Reflexión Rural (GRR) destaca que la Revolución Verde aplicada en el
campo argentino se vincula con el empobrecimiento de la población. Así, en un país que
fue considerado “granero del mundo”, la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud de 2006
registró que 34% de los niños menores de dos años sufren de desnutrición y anemia. De
acuerdo con el GRR, parte de la explicación de este fenómeno se ubica en la conversión de
Argentina en un país productor de transgénicos y exportador de forraje, con la
implementación de monocultivos a gran escala de soja RR. Así, se produjo una
concentración empresarial de la tierra que arruinó a 400.000 pequeños productores y
provocó el éxodo rural, engordando los cordones de pobreza de las urbes (Rulli y Semino,
2007). La realidad no es muy diferente en Brasil, primer productor de bioetanol a nivel
mundial. En el municipio de Ribeirao Preto (Sao Paulo), considerado como la “California
brasileña” por el desarrollo tecnológico en la producción de caña, 30 fábricas controlan
toda la tierra, 100 millones de personas (20% de la población total) viven en fabelas, y hay
más gente en la cárcel (3’813) que campesinos en sus tierras (2’412) (Vicente, 2007).
Durante el Foro Permanente de las Naciones Unidas sobre Poblaciones Indígenas, que
sesionó en mayo de 2007, se subrayó que las poblaciones originarias están siendo
desplazadas de sus tierras por la expansión de los cultivos energéticos, lo que contribuye a
la destrucción de sus culturas y a la migración hacia las ciudades. Sólo en una provincia
indonesa de West Kalimantan son 5 millones de personas las que tendrán que dejar sus
territorios ancestrales (Biofuelwatch, Carbon Trade Watch/TNI, Corporate Observatory,
2007). Así, los campesinos indonesios resaltan que el auge de los agrocombustibles
amenaza con acabar la corrosión de su sistema agrícola y alimentario. Existe una
concentración de la tierra en manos de un puñado de grandes empresas que llegan a
poseer 67% de la tierra cultivable. De esta forma, los monocultivos de palma han
profundizado la marginalización de los pequeños productores iniciada en tiempos
coloniales: en Indonesia, únicamente en 2006, estas plantaciones provocaron 350 conflictos
agrarios, a pesar de que la reforma agraria figure en la Constitución y las leyes nacionales
(Saragih, 2007).
En Paraguay, el avance de los monocultivos de soja transgénica y de caña de azúcar se
expresa también en un compulsivo proceso de acaparamiento de las mejores tierras. El
país destina 2,4 millones de hectáreas a la producción de soja, pero contempla alcanzar los
4 millones para cumplir con sus compromisos de venta a la Unión Europea. Este es un país
donde el 21% de la población vive en la extrema pobreza, el 1% de los propietarios posee
55% de la tierra, y 40% de los productores cultivan lotes de entre 0,5 y 5 hectáreas. En
septiembre de 2006, la Corte Suprema confirmó que el Instituto Nacional de la Reforma
Agraria había vendido de manera ilegal tierras a grandes productores de soja. Según la
organización Sobrevivencia, cada año cerca de 70.000 personas abandonan el campo debido
a la presión para que vendan sus parcelas. Empero, otros métodos de descampesinización
están siendo denunciados por organizaciones civiles: este año, en el departamento
paraguayo de San Pedro, una de las zonas donde el gobierno promueve la producción de
etanol, cinco personas han muerto y siete han sido heridas por guardias armados de la
agroindustria11. Peor suerte han tenido las comunidades afrodescendientes colombianas de
Jiguamiandó y Curvaradó. La violencia militar y paramilitar las forzó a dejar sus tierras,
que fueron ilegalmente ocupadas por la empresa Urapalma (Redes-AT y GRAIN, 2007b).
Los que se atrevieron a regresar a duras penas pudieron reconocer sus casitas destruidas.
La selva que habían estado preservando fue arrasada por cultivos de palma aceitera que se
extendían hasta el horizonte.
¿Y qué ocurre con los que se quedan? De acuerdo con el Foro Brasileño de ONGs y
Movimientos Sociales para el Medio Ambiente y el Desarrollo, los monocultivos no
generan tantas fuentes de trabajo como prometen. Si en los trópicos 100 hectáreas de
agricultura familiar crean 35 empleos, la misma extensión dedicada a plantaciones de
eucaliptos representa un puesto de trabajo, en el caso de la soja son dos y en los cultivos de
caña de azúcar y de palma, diez. En muchos casos, los cortadores de caña sólo son
remunerados si consiguen una cantidad de producción pre-establecida por la empresa. No
obstante, trabajan en condiciones difíciles, que incluyen el uso de agroquímicos sin equipo
de protección, viviendas precarias, falta de servicios sanitarios y de agua potable, y hasta
trabajo infantil12.
En lo que atañe a las poblaciones aledañas a los cultivos de palma y de soja, su salud se
ve amenazada por la aplicación de potentes herbicidas. Así, por ejemplo, se estima que en
Malasia, entre 1977 y 1997, cada cuatro días murió un jornalero agrícola envenenado por
paraquat. Comunidades argentinas urbanas y rurales han lanzado la campaña “Paren de
Fumigar” ante la dispersión aérea de herbicidas sobre los campos sojeros vecinos. Más
aún, un estudio del Ministerio de Salud realizado en cinco ciudades del sur de la provincia
de Santa Fe en Argentina descubrió un número alarmante de casos de cáncer
(Biofuelwatch, Carbon Trade Watch/TNI, Corporate Observatory, 2007).

Megaproyectos y agrocombustibles
Un hecho innegable: el biodiesel y el bioetanol no suelen tele-transportarse de los campos
a los tanques de gasolina. Y aquí se ubica otro aspecto muy poco “bio” en el auge de los
agrocombustibles: la creciente necesidad de integración de infraestructuras que implica su
transporte y exportación. Salen a la luz, entonces, el (lamentablemente) resucitado Plan
Puebla Panamá (PPP) y la Iniciativa para la Integración de las Infraestructuras
Sudamericanas (IIRSA)13. Estos megaproyectos consideran a la rebelde geografía
latinoamericana como un obstáculo para la extracción de materias primas y para el
transporte de mercancías. Su misión es doblegarla mediante corredores intermodales de
autopistas, represas hidroeléctricas, hidrovías, tendidos eléctricos, oleoductos, etc. Ni qué
decir de los importantes beneficios que estos proyectos traerán a empresas como las
españolas Iberdrola y Gamesa (parque eólico en México), ACS (gestión portuaria y
dragados en Brasil), e incluso a desconocidas consultoras como TYPSA o Norcontrol. A
pesar de las promesas de “desarrollo local” que hacen estos proyectos (evocando la
agotada teoría del “derrame de riqueza”), resultan nefastos porque se sitúan sobre
territorios indígenas y comunidades campesinas, y atraviesan zonas de alta biodiversidad.
En su diseño ha participado, sin ninguna consulta de las poblaciones locales, una de las
principales entidades generadoras de deuda en el continente americano, y de la cual el
Estado español es miembro: el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el cual
promueve los agrocombustibles de distintas maneras. Estima que a América Latina le
tomarán 14 años convertirse en una zona productora de biodiesel y bioetanol y que se
requerirán 200.000 millones de dólares14. El propio presidente del BID, Luís Alberto
Moreno, co-dirige un grupo del sector privado, conjuntamente con Jeb Bush (ex–
gobernador del Estado de Florida) y el ex primer ministro japonés Junichiro Kozumi,
llamado Comisión Interamericana del Etanol. Así, el BID apoya la expansión de cultivos
de palma en Colombia y de caña de azúcar y soja en la amazonía brasileña. De hecho, este
año el Directorio Ejecutivo del BID aprobó el primer financiamiento al sector privado para
un proyecto de agrocombustibles en este país por un total de 120 millones de dólares,
concretamente para Usina Moema Açucar e Alcohol Ltda. (Sao Paulo). Esta operación
forma parte de una iniciativa del banco para la promoción de la estructuración de
financiamiento de deuda prioritaria para cinco proyectos de bioetanol que tendrán un
costo de 997 millones de dólares (BID, 2007).
Por otro lado, importa asegurar un fluido vaciado de los commodities hacia los puertos,
no únicamente atlánticos, sino también del Pacífico, de cara a los mercados asiáticos. Así,
el banco recomienda a Brasil gastar en infraestructuras 1.000 millones de dólares por año
durante 15 años. Aspira también a acelerar proyectos del IIRSA rechazados por la
sociedad civil, como por ejemplo la Hidrovía Paraguay-Paraná-Plata, el proyecto de
navegabilidad del Río Meta, Ferro Norte (red ferrovial que conectaría a los estados sojeros
de Paraná, Mato Grosso, Rondonia y Sao Paolo), y el Complejo del Río Madera.
Este último constituye uno de los principales proyectos del Eje de IIRSA Perú-Brasil-
Bolivia y se sitúa sobre la frontera brasileño-boliviana. Actualmente consiste en la
construcción de dos mega-represas hidroeléctricas en territorio brasileño, en San Antonio
y en Jirau, con una capacidad de generación conjunta de 6.400 Megawats, y un coste de
10.300 millones de dólares. Comenzarían a construirse en 2008. La primera se encontraría a
190 kilómetros de Bolivia, y la segunda a 84 kilómetros. Estudios independientes han
demostrado que ambas represas tendrán impactos sociales y ambientales graves, no
solamente en Brasil, sino también en Bolivia. El Banco Santander Central Hispano y el
banco portugués Banif participan activamente en este problemático megaproyecto, y están
creando un Fondo de Inversiones y Participaciones (FIP) para financiar la construcción de
la represa de San Antonio. El Fondo aspira a captar 220 millones de dólares. El banco
español asesora a un consorcio liderado por la constructora brasileña Odebrecht que
competirá por la licitación del proyecto. Expertos del Servicio Técnico de Protección
Ambiental brasileño recomendaron que no se diera licencia al proyecto antes de realizar
nuevos estudios de impacto ambiental; por su parte, el gobierno boliviano ha protestado y
solicitado también nuevos estudios para verificar los impactos de las represas en su país.
Se establece en este caso un vínculo importante con el auge de los agrocombustibles,
puesto que las hidroeléctricas abastecerán de energía a los estados brasileños de Rondonia
y Matto Grosso, permitiendo la extensión de la producción sojera, de por sí muy
importante en este último estado gobernado por Blairo Maggi, uno de los más grandes
productores de soja del planeta15.
El ámbito de los megaproyectos de integración de las infraestructuras resulta, tal como
lo vemos, crucial a la hora de considerar el transporte de mercancías como las materias
primas necesarias para la producción de agrocombustibles. No sólo implica el incremento
de la deuda externa de los países donde tienen lugar estos planes, puesto que, además, por
los impactos sociales y ambientales que comportan, generan simultáneamente una deuda
ecológica considerable de las grandes corporaciones frente a las poblaciones locales que
carecen de toda posibilidad de participación o de ejercer su derecho de consulta.

Segunda generación: de mal en peor


Ante los múltiples problemas presentados por los agrocombustibles de primera
generación se ofrece nuevamente una respuesta tecnológica: la producción de
agrocombustibles líquidos (BtL, Biomass to Liquid), que puedan ser obtenidos a partir de
biomasa lignocelulósica como la paja o las astillas de madera. Entre ellos se incluyen el
bioetanol producido por la fermentación de biomasa hidrolizada, así como los
agrocarburantes conseguidos por vía termoquímica, tales como los bio-hidrocarburos
obtenidos por pirolisis (carbonización), las gasolinas y gasóleos fabricados por síntesis de
Fischer-Tropsch, entre otros16.
De momento, los impactos sociales y ambientales generados por la producción a gran
escala de estos carburantes son relativamente similares a la primera generación. La
recolección de residuos orgánicos en los campos necesita el uso de más fertilizantes, lo que
implica más emisiones de óxido nitroso. Además, la recogida masiva de árboles muertos
tendrá por consecuencia pérdidas en términos de biodiversidad, puesto que miles de
especies dependen precisamente de los residuos vegetales que yacen en los suelos. Ello
podría reducir la capacidad de absorción de carbono en los bosques. Por otra parte, puesto
que se requiere reducir el número de enzimas para romper la estructura molecular de las
plantas, se preferirá la materia prima que provenga de monocultivos de árboles.
Actualmente, la industria genética investiga la modificación de las plantas para producir
menos lignina, facilitar el rompimiento de la celulosa y acelerar el ritmo de crecimiento de
las plantas. No obstante, se desconocen los riesgos que implica la liberación en el medio
ambiente de los árboles transgénicos (Biofuelwatch, Carbon Trade Watch/TNI, Corporate
Observatory, 2007). Los entusiastas de la segunda generación y de las plantaciones de
árboles parecen olvidar que un bosque no es un conjunto de árboles, es un ecosistema17. El
Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM) nos recuerda que en Chile las
plantaciones de árboles son conocidas como “milicos plantados”: son cultivos de gran
extensión que ocupan tierras amenazando las fuentes tradicionales de subsistencia de los
pobladores. En Tailandia se denomina a los eucaliptos “el árbol egoísta” porque retiene
toda el agua necesaria para el arroz, alimento básico en la subsistencia de los campesinos.
El modelo de los monocultivos de árboles, implementado por la creciente industria
papelera, se repite en diferentes países y sus impactos sociales y ambientales han sido
denunciados continuamente.

Seres humanos, no máquinas


Hemos podido constatar hasta aquí que los agrocombustibles constituyen una respuesta
cuando menos inadecuada ante problemáticas globales como el calentamiento global y el
hambre. En efecto, la producción de estos carburantes a gran escala no representa ningún
deslinde frente a los combustibles fósiles, que son requeridos para su elaboración y
transporte. Además, implica una intensificación del modelo agrícola industrial,
responsable de manera sustancial de la actual crisis ambiental y del empeoramiento de las
condiciones de vida de las poblaciones más empobrecidas. Los únicos beneficiarios de esta
propuesta resultan ser conglomerados de grandes grupos empresariales, varios de los
cuales han contribuido de hecho en la generación del cambio climático y de una deuda
ecológica no asumida, mediante su participación en la industria petrolera, automovilística,
agroalimentaria y constructora. De acuerdo con la FAO, la rápida transición hacia un
mayor uso de agrocombustibles podría reducir las emisiones de gases de efecto
invernadero “siempre que sean tenidas en cuenta la seguridad alimentaria y las
consideraciones ambientales” (FAO, 2007). A partir de todos los elementos considerados
en este ensayo, pensando también en la obsesión por el crecimiento sostenido –y no
sostenible-, pilar de la lógica capitalista, la propuesta de la FAO nos sitúa ante una
ecuación imposible de resolver. Además, parte de una consideración simplista tanto del
medio ambiente como de las poblaciones afectadas.
Esto se debe a que desdeña un parámetro clave: los seres humanos todavía no somos
autómatas. Los millones de personas empobrecidas en todo el planeta no pueden ser
consideradas como máquinas que requieren una fuente de energía adecuada. Ante la
pregunta sobre por qué reivindicaba los derechos de su Pueblo, un dirigente indígena mixe
de Oaxaca (México) me respondió que lo que buscaban era la autonomía, un complejo
equilibrio que incluía conceptos como: estómago propio, esperanza propia, poder de
decisión propio, pensamiento propio, palabra propia, territorio propio, camino propio,
educación propia, vida y muerte propias. Por su parte, las comunidades andinas pugnan
por la introducción en la naciente Constitución boliviana del Suma Qamaña, entendido
como el “vivir bien”, en un territorio que para ellos es sagrado y donde la diversidad de la
naturaleza y sus divinidades conviven con la especie humana. En México, el maíz no sólo
constituye un alimento básico para los Wixárika, tiene además un carácter sagrado y se
expresa en el trabajo colectivo para la siembra, la caza de venado, las ceremonias. La
“milpa” o parcela cultivada, es como un espejo de la comunidad indígena, donde
conviven y se complementan el maíz, el fríjol, la calabaza, el amaranto, plantas
medicinales (Redes-AT y GRAIN, 2007a).
Tras años de estudio de diversas culturas indígenas en América Latina, la antropóloga
Alicia Barabas (2003) señala que las representaciones sobre el espacio y las pautas
culturales de construcción constituyen categorías estructurantes en una cultura puesto que
sus significados y orientaciones resultan claves para la reproducción social. Por tanto, es a
partir del reconocimiento de la complejidad y diversidad cultural de los seres humanos
que podemos acercarnos a dilemas como el cambio climático y a las contradicciones
generadas por el sistema capitalista. Ante ello, las posibilidades de actuar son múltiples.
Las organizaciones indígenas y campesinas han plasmado sus reivindicaciones en el
concepto abarcador e integral de la soberanía alimentaria y más recientemente de la
soberanía energética. Existen también campañas populares que demandan que sea
detenida la plantación de cultivos energéticos y piden una moratoria frente a las políticas
de la UE de incentivos a los agrocombustibles, importaciones de agrocombustibles y
monocultivos agroenergéticos de la UE o que trabajan sobre la deuda ecológica y la
soberanía alimentaria18.
Cabe destacar también que actualmente cobra cada vez más fuerza un lema aglutinador
de una gran diversidad de ideas de cambio: el descrecimiento, entendido como “la
necesidad de salir del modelo económico actual y romper con la lógica del crecimiento
continuo” (Mosangini, 2007). Surge esencialmente del pensamiento de Nicholas
Georgescu-Roegen, el cual desarrolló la teoría de la bioeconomía, entendida como la
formulación de una ciencia económica, ecológica y social sostenible, que aspira a re-situar
a la economía como un subsistema de la biósfera, en el respeto de las leyes y límites físicos
de esta última. En torno a esta noción se desarrollan, por ejemplo, propuestas
particularmente urgentes en los países del Centro tales como: la producción a escala local
y sostenible, la agricultura agroecológica, la desindustrialización, el fin del actual modelo
de transporte, el fin del consumismo y de la publicidad, la desurbanización, la
autoproducción de bienes y servicios, la austeridad, los intercambios no mercantilizados.
Es a partir de este tipo de iniciativas, y en un esfuerzo de empatía, escucha y colaboración
entre las diferentes resistencias al sistema capitalista, que podremos, sin duda, encarar de
manera responsable los actuales problemas globales y recuperar la posibilidad de una vida
digna para todos los pobladores del planeta.

Referencias bibliográficas
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*Antropóloga social
Investigadora en el Observatorio de la Deuda en la Globalización
Cátedra UNESCO de Sostenibilidad (Universidad Politécnica de Cataluña)
monica.vargas@odg.cat
1 No utilizaremos aquí la denominación “biocombustible” ni “biocarburante”. Adoptamos la postura de

cientos de organizaciones campesinas reunidas en el Foro Social Mundial sobre Soberanía Alimentaria de
Nyéléni, según las cuales se trata de una industria que constituye una agresión para el medio ambiente.
2
Se trata esencialmente de los agrocombustibles de segunda generación, que serán considerados más adelante.
3Por ejemplo, el término B30 indica que el diesel contiene 30% de biodiesel (GRAIN, 2007)
4
Biomass Action Plan, COM/2005/628 Final (pp. 6 y 14). Véase: http://ec.europa.
eu/energy/res/biomass_action_plan/doc2005_12_07_ comm_biomass_ action_plan_en.pdf
5 De acuerdo con la Revista Fortune 2007, las ganancias de las diez primeras transnacionales sumaron 119.691

millones de Euros (más de 10 veces el PIB de los Estados Unidos). Seis de ellas son petroleras, tres
automovilísticas y una lidera la provisión de mercancías y alimentos.
6
No consideramos acá, por ejemplo, la estrecha relación entre los agrocombustibles y el incremento de los
cultivos transgénicos. En los siguientes enlaces se encuentran detallados análisis al respecto:
http://www.etcgroup.org, http://www.biodiversidadla.org, http://www.grr.org.ar.
7 Para un examen exhaustivo de las empresas globales que más invierten en agrocombustibles véase: GRAIN,

2007.
8
Para algunos, se trata de un excelente negocio: los grupos empresariales malayos Sinar Mas y Raja Garuad se
encuentran presentes en el cultivo de palma, la producción de biodiesel y la explotación maderera
(Biofuelwatch, Carbon Trade Watch/TNI, Corporate Observatory, 2007)

9
Se prevé que para 2012 el maíz para los agrocarburantes en este país sea el doble de aquel destinado a la
exportación, por lo que su oferta de este cereal se reducirá y los precios continuarán subiendo (COAG, 2007).
10
Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el consumo de este bien
básico en México ha sido encadenado a la producción estadounidense, aumentando las importaciones de
medio millón de toneladas en 1993 a 7,3 (libres de arancel) en 2004. El año 2008, con la entrada en vigor de la
última etapa del TLCAN, México será inundado por millones de toneladas de maíz y de fríjol
estadounidenses, lo que promete una crisis social y política de gran magnitud.
11
Para más información al respecto, véase Rulli (2007) y Biofuelwatch, Carbon Trade Watch/TNI, Corporate
Observatory (2007).

12
Consúltese Biofuelwatch, Carbon Trade Watch/TNI, Corporate Observatory (2007) y Holt-Giménez (2007).
13
Para más información sobre el carácter geoestratégico de ambos planes y sus impactos sociales y
ambientales, véase: http://www.odg.cat/es/inicio/enprofunditat/plantilla_1.php?identif=582
14
Diario La Nación, 14 de mayo de 2007 (http://www.nacion.com/ln_ee/2007/mayo/14/economia1095035.html)

15
Para más información al respecto, consultar: http://www.biceca.org y http://internationalrivers.org/

16
Consultar al respecto: Programa del Encuentro Biocarburantes’07 (http://www.iir.es)

17 Película “Invasión verde”, http://www.wrm.org.uy

Véase http://www.biofuelwatch.org.uk/ y http://www.noetmengiselmon.org


II.

Conflictos
ambientales
y sustentabilidad
LOS AGROCOMBUSTIBLES: ¿SÓLO CANTO
DE SIRENAS?
Análisis de los impactos ambientales
y sociales para el caso colombiano
Mario Alejandro Pérez-Rincón1

Introducción
La crisis de abastecimiento de energía fósil y el calentamiento global ponen en el derrotero
de las políticas internacionales y nacionales la promoción de energías alternativas dentro
de las que se destacan los agrocombustibles. En el 2003, por ejemplo, la Unión Europea
(UE) publicó una directiva2 que establecía que para el año 2005 el 2% de toda la energía
usada en el sector del transporte tenía que derivar de biocarburantes. En el 2010, ésta
debería incrementarse al 5,5%. Para Colombia, esta opción es parte central de la estrategia
de política energética y para ello ha adecuado su marco legal abriendo el camino a la
producción de combustibles de origen agrícola. La ley 693/2001 estipula que la gasolina
colombiana deberá tener un 10% de etanol en 2009 y alcanzar gradualmente una
proporción del 25% en los próximos 15 ó 20 años. La Ley 788/2002 (de Reforma Tributaria),
introduce exenciones de IVA, Impuesto Global y Sobretasa al componente de alcohol de
los combustibles oxigenados. La ley 939/2004 estimula la producción de biodiesel hasta en
un 5% para este tipo de motores.
El argumento principal que justifica las políticas a favor de los agrocombustibles a nivel
mundial, aunque se centra en aspectos ambientales, incluye también aspectos socio-
económicos. Dentro de los primeros se resalta el hecho de que no aumentaría la
concentración de CO2 en la atmósfera, ya que el CO2 que se desprende en la fase de
combustión es el que se ha absorbido en la fase de crecimiento de las plantas gracias a la
fotosíntesis. Además, el reemplazo de cierta cantidad de combustibles fósiles por el uso de
biocarburantes resolvería parte del problema de escasez de fuentes energéticas y de
dependencia de las mismas (Russi, 2007). En términos sociales, la Comisaría de
Agricultura y Desarrollo Rural de la UE señalaba: “las materias primas para la producción
de biocarburantes proporcionan también en potencia una nueva salida para los
agricultores europeos, permitiendo ahora convertirse en verdaderos empresarios”.
Argumentos similares son usados por el gobierno colombiano. En la página web del
Ministerio de Agricultura se plantean los siguientes beneficios al producir biocombustibles
para el país: i) proteger las reservas de petróleo colombiano y disminuir la dependencia
del uso de combustibles fósiles; ii) beneficiar el ambiente por el carácter biodegradable de
los mismos; y, iii) desarrollo agrícola a través de la generación de empleos y la
diversificación de cultivos, reduciendo además la importación de combustibles con un
ahorro anual para el país de 500 millones de dólares (Minagricultura, s.f.).
Todo parece ser “canto de sirenas”. Sin embargo, presentar a los agrocombustibles
como la “varita mágica” que resuelve todos los problemas puede resultar un discurso
peligroso y engañoso. Diferentes estudios realizados a nivel internacional y nacional han
señalado los riesgos de esta alternativa (Pimentel y Patzek, 2005; Russi, 2007; ETC Group;
HREV-CBC, 2006; HRW-Diócesis de Quibdo, 2004; Pérez, 2007). Estas opciones, a pesar de
estar basadas en el uso y explotación de recursos naturales de carácter renovable,
conllevan también importantes implicaciones ambientales y sociales en varios aspectos:
ampliación de la frontera agrícola a costa de importantes áreas boscosas tropicales;
incremento de la demanda de agua y alteración de los regímenes hidrológicos en cuencas
con importantes situaciones de estrés hídrico; contaminación del suelo y el agua con el uso
exagerado de insumos agroquímicos para aumentar la productividad; impulso a patrones
de desarrollo agrícola que además de ser energéticamente ineficientes (bajo balance
energético output/input) (Cussó et al, 2006; Pimentel, 1996), ponen en riesgo la seguridad
alimentaria e incrementan la pobreza al presionar al alza los precios de los bienes básicos y
generarse un desplazamiento de la producción de alimentos por la producción para
biocombustibles.
Por estas razones, tratar de identificar los impactos ambientales y sociales de la
producción de agrocombustibles para la economía colombiana resulta una necesidad
imperiosa si se quiere evitar entrar en el juego de la insostenibilidad y del desmesurado
costo socio-ecológico. Así, este escrito pretende avanzar en la identificación y evaluación
de los impactos ambientales y sociales de la producción de agrocombustibles para la
economía nacional desde la perspectiva de la Economía Ecológica. Una evaluación
rigurosa de estos impactos dará elementos para reconsiderar esta estrategia por parte del
gobierno nacional, así como brindará información a los movimientos sociales para que no
se dejen encantar con estos “cantos de sirena” y traten de desmontar los planes a gran
escala como una estrategia inadecuada que pretende, como señala Russi (2007), “matar
muchos pájaros de un solo tiro: altos precios del petróleo, cambio climático, seguridad
energética y contaminación urbana”.

¿Qué son los agrocombustibles?


Los agrocombustibles son cualquier tipo de combustible líquido, sólido o gaseoso,
proveniente de la biomasa vegetal. Este término incluye principalmente dos tipos de
combustibles: el Bioetanol (o alcohol carburante) y el Biodiesel.
El bioetanol, o alcohol carburante, se define como compuesto orgánico líquido, de
naturaleza diferente a los hidrocarburos derivados de petróleo, gas natural o carbón, que
tiene en su molécula un grupo hidroxilo (OH) enlazado a un átomo de carbono. La norma
colombiana NTC 5308 define alcohol carburante como etanol anhidro obtenido a partir de
la biomasa, con un contenido de agua inferior a 0,7% en volumen (Minagricultura, s.f.). El
bioetanol es obtenido a través de un proceso de fermentación y destilación de plantas ricas
en azúcar (caña de azúcar, remolacha), cereales (maíz, cebada) o madera (biocarburantes
de segunda generación). Éste substituye a la gasolina. Por su parte, el biodiesel es un
combustible para motores diesel, que se obtiene con un proceso llamado
transesterificación a partir de semillas oleaginosas (palma aceitera, colza, girasol, soya,
etc.). Substituye al diesel o el llamado ACPM en Colombia.
La producción de este tipo de combustibles tiene dos grandes ciclos: el ciclo agrícola, el
cual corresponde a la siembra, cultivo y cosecha de la planta, y el ciclo industrial o de
transformación de la materia prima en etanol o biodiesel. Así, siendo esta una actividad de
tipo agroindustrial, los impactos ambientales y sociales de estas opciones energéticas
pasan por ambos ciclos de vida. De tal manera, para su evaluación es necesario abordar el
uso de las diferentes funciones ambientales y sus respectivos impactos a lo largo de ambos
procesos de producción (Gráfico 1).

Gráfico 1: Esquema agregado de actividades y procesos implicados en la producción


de etanol y biodiesel

Sistema de producción de agrocombustible


Subsistemas agrícolas y productivos
Agua, tierra,
otros RN Adecuación Abonado y Siembra
1 de tierras fertilización
Producción
herbicidas Cultivo
agrocom-
bustible (caña Herbicida Cosecha Transporte
Producción
fertilizantes o palma)

Producción Caña o
fertilizantes racimo Uso de funciones abastecedora y receptora del ambiente

Transporte
2 Fermen- Destilación/
Molienda Mezcla
tación Deshidratación
Transformación a
etanol o biodisel

Transporte Etanol Vinazas


Etanol o
Biodisel

Producción Biodisel
Transporte y aceite vegetal Transeste-
distribución rificación Transporte

Uso final Alcohol Gliserina

Fuente: Propia con base en: Asocaña (s.f.); Fedepalma (s.f.); Ciemat (2005).

Impactos ambientales y sociales


de la producción de agrocombustibles
Cuando se hace referencia a los impactos ambientales, estos pueden definirse como el
efecto positivo o negativo de las actividades antrópicas sobre la estructura y
funcionamiento no sólo de los sistemas naturales sino también de aquellos transformados
por la acción humana como por ejemplo un campo de cultivo, un paisaje o una ciudad
(Figueroa et al, 1998: 56). En el caso del efecto propiamente sobre el medio, éste se refiere a
cualquier cambio en la dinámica o condiciones del ambiente (ciclo del agua, estructura del
suelo, calidad del aire, etc.), independientemente de la valoración social que pueda existir
sobre el mismo. Buena parte de los efectos ambientales son fenómenos físicos, químicos y
biológicos que se han producido históricamente como consecuencia de cualquier acción
humana significativa sobre el medio aunque nadie tuviera conciencia de su ocurrencia
(Folchi, 2004: 4). Con base en estos criterios se puede establecer que a escala local existen,
solapados entre sí, tres órdenes de acciones sobre el medio que acarrean efectos
ambientales: las emisiones y descargas de elementos extraños (contaminación), la
extracción y uso de recursos y la transformación del paisaje.
Las acciones de la actividad económica afectan lo que se ha denominado en el lenguaje
especializado las funciones ambientales de la biosfera. En particular, se puede señalar que
la biosfera desempeña tres funciones esenciales: la función abastecedora, que provee
recursos naturales (renovables y no renovables) y energía a la sociedad. La función
receptora, que permite asimilar los residuos y desechos producidos por la actividad
económica. Y la función de los servicios ambientales que posibilita mantener los procesos
naturales para conservar el funcionamiento de la biosfera o el soporte de vida, y que
además ofrece atractivos lúdicos a la sociedad (Hauwermeiren, 1998 y Pearce y Turner,
1995). Cuando una o más de estas funciones ambientales son afectadas aparece un
problema ecológico, pues el ambiente deja de cumplir o lo hace parcialmente con su papel
ecosistémico, afectando también la sostenibilidad del desarrollo de la sociedad.
Guiándonos por esa clasificación, el Cuadro 1 presenta un inventario de los principales
impactos ambientales sobre las diferentes funciones de la biosfera relacionados con la
producción de agrocombustibles. Igualmente, presenta la unidad de medida que se puede
utilizar para valorar tales impactos. Además, aunque en el campo social, el desarrollo,
producción y comercialización de combustibles de origen agrícola puede tener
importantes efectos económicos como generación de empleo, aumento de ingresos o
contribuir a mejorar la balanza comercial de un país, también lleva aparejado impactos
socio-económicos negativos que regularmente no son tomados en cuenta, pero que es
necesario considerar para un balance más realista de la estrategia. Estos también son
presentados en el Cuadro 1.

Cuadro 1. Impactos ambientales y socio-económicos de los agrocombustibles


Aspectos ambientales y sociales impactados
Problemas Unidad de medida del Funciones ambientales Aspectos
impacto impactadas directamente Socio-
Función Función Función económicos
abastecedora receptora servicios
y
soporte
Disminución Hectáreas sembradas X X
zona boscosa zonas boscosas
Consumo de m3 X
A agua
M Uso intensivo Salinización X
B del suelo
I Contaminación DBO5; SST X
E hídrica
N Emisiones (Ton/año) y
T Contaminación concentraciones (µg/m3) X X
A atmosférica CO2; CO; PM10; SO2
L Emisiones de gases de
E efecto invernadero X X
S Calentamiento (Ton/año)
global Global Warming
Potential (GWP)
Balance Output energético/ X X X
energético Input energético
Biodiversidad # de especies X X
(agrícola y de Has cultivo X /Has
especies) cultivadas totales
Afectación del Cambio de paisajes X X
paisaje
$/unidad de consumo
Precios de (azúcar, panela, índice X
alimentos de precios básicos de
S alimentos)
O Producción per cápita de
C alimentos
I Estabilidad en el tiempo
O Seguridad ($) X
- alimentaria Impacto en canasta
E familiar ($/canasta
C familiar)
O Autosuficiencia
N alimentaria Output
O energético per cápita
M /Requerimientos
I nutricionales
C Aumento $/Km/galón/combustible X
O costos
S propietario
vehículo
Dependencia Importación de X
importación alimentos (ton y $)
alimentos
Concentración Has/propietario X
de la
propiedad
Salud pública Índice de enfermedades X
respiratorias
Derechos Desplazamiento y X
humanos derechos adquiridos
Mecánica Duración del motor X
automotriz (años)

Evaluación de impactos
Por razones de espacio y de objetivos, este artículo no pretende ser exhaustivo en la
evaluación de los impactos generados por la producción de agrocombustibles en el país
(palma aceitera y caña de azúcar), por lo cual se abordarán los que consideramos más
significativos. Los impactos ambientales analizados corresponden a: ahorro de energía y
de gases efecto invernadero; presión sobre zonas boscosas; usos del agua y del territorio.
Dentro de los impactos sociales se analizarán los relacionados con la seguridad
alimentaria.

Impactos ambientales
Ahorro de energía y reducción de gases efecto invernadero
El principal argumento a favor de los agrocombustibles es que contribuirán al ahorro de
energía fósil y ayudarán a reducir la concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en
la atmósfera. Para comprobar el primer punto, es necesario hacer el balance energético neto
estableciendo la relación output/input de energía expresada en Joules (o calorías), que
permita apreciar cuánta energía se genera (output) por cada input energético invertido en
la producción de un bien a lo largo de su ciclo de vida (ver Gráfico 1).
En la mayor parte de los balances energéticos se ha encontrado que la agricultura
moderna ha alterado la naturaleza de esta actividad. La agricultura pasó de apoyarse en
un flujo de energía renovable para transformarse en una actividad muy exigente en
combustibles fósiles y recursos no renovables. A este respecto, análisis detallados del ciclo
de vida (ACV) de la producción de agrocombustibles revelan que el ahorro de energía
puede no ser tan alto como se piensa, e incluso puede llegar a ser negativo según algunos
autores para algunos tipos de cultivos. Esto se debe a que la materia prima que se usa en la
producción de agrocarburantes se obtiene mediante agricultura intensiva, lo cual implica
un alto uso de fertilizantes y pesticidas (basados en petróleo) y maquinaria (que son
producidas e impulsadas con derivados del petróleo), ya que con métodos agrícolas
menos intensivos la producción sería mucho menor y los requerimientos de tierra y costos
serían mucho más altos (Russi, 2007). Este proceso requiere, además, del uso de
combustibles fósiles (carbón y petróleo) tanto durante las fases de producción como en el
transporte desde y hacia las plantas de procesamiento.
Sobre el balance energético en los agrocombustibles hay todavía mucha discusión. En
estudios realizados sobre el ciclo de vida tanto del bioetanol como del biodiesel por
Pimentel y Patzek (2005) se concluye que en la producción de ambos biocarburantes, con
los métodos de procesamiento actual, se consume más energía de origen fósil de la que
proporcionan posteriormente durante su uso. Así, por cada unidad de energía gastada en
energía fósil, el retorno es 0,778 de energía de metanol de maíz; 0,688 unidades en etanol
de switchgrass; 0,636 unidades de etanol de madera y el peor balance es el biodiesel de
soya con 0,534 unidades de biodiesel. Por su parte, Frondel y Peters (2007), en un trabajo
basado en diferentes estudios europeos, muestran que aunque hay un ahorro energético
en el uso del biodiesel frente al diesel convencional, el primero no es un sustituto perfecto.
De hecho, sólo 2/3 partes de energía fósil puede ser ahorrada por este proceso de
sustitución (idem, pág. 1679). Ello se explica porque el valor calorífico del biodiesel (32,8
MJ/l) es menor en un 10% que el valor calorífico del diesel convencional (35,7 MJ/l) [IEA,
1999]. Como consecuencia, sólo 0.921 del diesel convencional es necesario para el mismo
rendimiento generado por un litro de biodiesel (idem, pág. 1678).
También, aunque otras investigaciones han arrojado resultados positivos en términos
energéticos, éstos se disminuyen cuando el contenido de biocombustible es bajo dentro de
la mezcla. Un estudio realizado por los Departamentos de Agricultura y de Energía de los
EEUU (1998), encontró una eficiencia energética del 95%, cuando se reemplaza
completamente el petróleo por el biodiesel. Pero, cuando se le agrega un 20% de biodiesel
(B20) al gasoil, el ahorro en el consumo de petróleo es del 19% (idem, pág. v). Además, el
mismo estudio considera que los vacíos de información en el balance energético a lo largo
del ACV es más la regla que la excepción. Otro estudio realizado por el Centro de
Investigaciones Energéticas (CIMAT) del Ministerio del Medio Ambiente de España
(2005), concluye que el uso de etanol derivado de cereales permite ahorrar un 17% de
energía primaria si se mezcla a la gasolina un 85% de etanol (B85). El ahorro disminuye a
un 0,28% si la mezcla de alcohol se reduce al 5% (B5) (Idem, pág. 64). Pero, igual que el
estudio norteamericano, el trabajo tiene algunos vacíos de información que pueden afectar
los resultados. En particular, el análisis se circunscribe al territorio español, quedan
excluidos del análisis el uso de combustibles para la fabricación de maquinaria, así como el
análisis del gasto energético para la recuperación de los suelos. Estos aspectos subvaloran
el consumo energético del bioetanol. Además, este estudio señala que los mismos
resultados advierten que el proceso de obtención de los biocombustibles, especialmente en
la etapa de producción de la materia prima, puede y debe ser optimizado para mejorar el
balance energético.
Por su parte, los datos presentados por el Ministerio de Agricultura de Colombia,
Asocaña y Fedepalma muestran un optimismo energético que requiere “beneficio de
inventario” por el propio carácter de los actores. Para la palma aceitera y la caña de azúcar
la eficiencia energética es de 6,6 y 8,3 respectivamente, muy por encima del resto de
agrocombustibles, sin mostrar las fuentes de investigación en que se basa esta información
(Minagricultura, s.f.).
De todas maneras, la gran dispersión de los resultados, las limitaciones de las
investigaciones en términos de sus alcances, las etapas del proceso excluidas de los
análisis, los límites geográficos usados (excluyendo casi siempre la energía incorporada y
los impactos ambientales trasladados a otros países, como también el gasto energético en
el transporte), la no inclusión de los efectos producidos en recursos naturales tan
importantes para el proceso productivo de los agrocombustibles como el agua
(contaminación y uso) y el suelo (pérdida de su calidad por la agricultura intensiva), y las
dificultades de obtener datos lo suficientemente sólidos, dejan duda sobre la validez de los
resultados de las estimaciones que arrojan un balance positivo de energía asociada a la
producción de agrocombustibles.
Por su parte, con respecto a la contaminación y a la producción de gases efecto
invernadero (GEI)3, estos biocombustibles aparecen como una opción «verde» global y
local para reducir la contaminación atmosférica. Sin embargo, las ventajas en este aspecto
son muy modestas cuando la mezcla de bioetanol o biodiesel en la gasolina o en el diesel
utilizada para los vehículos es baja. Si se sustituyera el diesel con una mezcla de 5,75% de
biodiesel (B5,75) -tal como intenta establecer la UE-, los óxidos de nitrógeno (NOx)
aumentarían de forma insignificante (2%) y el monóxido de carbono (CO) y las partículas
en suspensión (PS) disminuirían respectivamente en sólo 3% y 6% (Russi, 2007). Por su
parte, el estudio realizado por los Departamentos de Energía y de Agricultura de los
EEUU (1998) concluye que el uso del biodiesel (B100) genera emisiones netas de CO2
inferiores en más de un 78% a las producidas por el diesel tradicional, las que se reducen
al 15,7% cuando se usa la combinación B20. Para esta combinación, hay reducciones
moderadas en las principales emisiones contaminantes: el monóxido de carbono se reduce
en 6,9% frente al emitido por el gasóleo, las partículas lo hacen en 4,9%, los óxidos de
azufre en 1,6% y los hidrocarburos en 4,4%. Por contra, los óxidos de nitrógeno se
incrementan en un 2,7% respecto al uso del gasóleo. Igualmente, el estudio realizado por el
CIMAT del Ministerio del Medio Ambiente de España para el etanol producido a partir de
cereales encuentra un ahorro de 90% y 4% en emisiones de CO2 cuando hay combinaciones
de etanol en el combustible utilizado en el transporte de 85% y 5% respectivamente. Para
N2O, contrariamente, los incrementos son en forma respectiva de 39,5% y 17,7%. El balance
general arroja reducciones totales en los GEI de 70 y 3% para B85 y B5. Frondel y Peters
(2007), con base en información originada en varios estudios, encuentran reducciones de
los GEI que van entre 41 y 78%. Reducciones similares encuentra un estudio de la EPA4
(2002) y de Beer y Grant (2007).
Así, aunque hay importantes ventajas en la reducción de la contaminación ambiental en
el uso de agrocombustibles, éstas se reducen cuando el contenido de este tipo de
carburante es bajo dentro del total del combustible utilizado, aspecto que precisamente es
lo que caracteriza a esta estrategia energética por las limitaciones técnicas y ambientales
para usar combustibles 100% agrícolas. Además, dado que estos resultados están
íntimamente relacionados con los balances de energía presentados antes, las limitaciones
encontradas en los mismos respecto a la información, afectan similarmente los resultados
sobre la contaminación. De tal manera, se puede concluir frente a estas modestas ventajas
que los impactos de la producción a gran escala de biocombustibles son enormes, sobre
todo en lo relacionado a la competencia por el uso del territorio (bosques y otros cultivos
para la alimentación), agua y el impacto producido en la seguridad alimentaria, aspectos
que se mirarán a continuación.

Competencia por la tierra: presión sobre zonas boscosas


Después de cinco décadas de actividad, la palma aceitera en el país es un cultivo en
consolidación ocupando un territorio de 301 mil has en 20065, con un crecimiento
sostenido en los últimos diez años tanto en el área sembrada (8,5% promedio anual) como
en la producción de aceite (5,9%). Por su parte, las exportaciones colombianas crecieron a
una tasa anual de 18% y en la actualidad representan el 34% de la producción de aceite de
palma, frente a 11% en 1996, siendo un producto cada vez más transable en el mercado
internacional (DNP, 2007). Colombia en la actualidad es el primer productor de América y
el quinto en el mundo, pasando de producir 409 mil a 711 mil toneladas de aceite en los
últimos diez años, con proyecciones al 2010 de 1,1 millón de toneladas en un área
sembrada de 443 mil has. Sin embargo, aún se está muy lejos de Malasia e Indonesia, los
mayores productores, con un total de 4,2 millones y 5,2 millones de has de palma
sembradas y una producción de 15,9 millones y 15,8 millones de toneladas,
respectivamente.
El imaginario económico creado por el gran volumen de transacciones de estos países
que comparten espacio tropical con nosotros, junto a un contexto donde las exportaciones
mundiales del aceite derivado de la palma han crecido en los últimos diez años a tasas
promedio anuales de 10,5%, jalonadas por la crisis de los combustibles fósiles, han llevado
al país a apostarle al desarrollo a gran escala de este cultivo. Sin embargo, la misma
experiencia internacional, no sólo de Indonesia y Malasia, sino también de Nigeria,
Tailandia y Nueva Guinea, nos muestra que su desarrollo se ha hecho a costa de tumbar
bosques y selvas tropicales. Amigos de la Tierra publicó un informe que mostraba que
entre 1985 y 2000, las plantaciones palmeras en Malasia fueron responsables de un 87% de
la deforestación de este país. En Sumatra y Borneo (Indonesia) unos 4 millones de has de
bosque se han convertido en tierras de cultivo de palma aceitera. Además, se programa
despejar 6 y 16,5 millones de has adicionales en forma respectiva entre Malasia e Indonesia
para sembrar este cultivo, casi todo dirigido a la producción de biodiesel para satisfacer la
demanda de la UE (Mombiot, 2006)6.
En Colombia los departamentos con mayor presencia de cultivo de palma
corresponden a Nariño, Meta, Casanare, Santander, Cesar y Magdalena. Estos concentran
el 94% del área sembrada del país (Cuadro 2). Por su parte, Cenipalma y Corpoica
plantean que el potencial de expansión del cultivo, según criterios edafoclimáticos, es de
3,5 millones de has, encontrándose el área potencial en los mismos departamentos más
Antioquia, Bolívar, Córdoba, La Guajira y Norte de Santander (DNP, 2007). Sin embargo,
acorde a otros planes de expansión que ya comienzan a tener desarrollos específicos,
existen otras áreas de interés para los palmicultores como son: la Costa Pacífica del
departamento de Nariño, Caquetá, Putumayo, Chocó, Guaviare y Vichada7. Estos planes
buscan reducir el grado de dispersión de los cultivos que incrementan los costos de
producción.
Precisamente, en el Cuadro 2 se puede apreciar paralelamente a la intensidad del
cultivo por departamentos, la vocación boscosa de los mismos. Así, se encuentra que
aunque en la actualidad los departamentos con menor vocación forestal son los que
contribuyen con mayor área sembrada de palma alcanzando las 126.254 has (53,3% del
área sembrada en palma), la participación de los departamentos de mediana y gran
riqueza forestal contribuyen también de manera significativa con un 45% del área
sembrada (106.580 has). Pero no sólo eso, los planes de expansión del cultivo de palma
aceitera se concentran en buena medida en los departamentos donde la mayor parte del
espacio territorial es ocupado por bosques. Con ello se puede decir que en forma similar a
los casos de Indonesia y Malasia, la expansión de este cultivo con miras a satisfacer al
mercado interno y externo de aceite, buena parte del mismo destinado a la producción de
biodiesel, ejercerá una gran presión sobre las reservas forestales y naturales del país,
muchas de ellas consideradas como patrimonio de la humanidad por su gran riqueza de
biodiversidad.

Cuadro 2. Superficie sembrada y proyectada con palma aceitera para Colombia


Superficie
Vocación sembrada Áreas
Departamentos boscosa 2005 (has) % proyectadas

Poca vocación boscosa (1)

Bolívar 1 3.560 1,5 X

Casanare 1 11.983 5,1 X

Cesar 1 32.669 13,8 X


Córdoba 1 0 - X

Cundinamarca 1 3.189 1,3

La Guajira 1 328 0,1 X

Magdalena 1 28.683 12,1 X

Santander 1 45.842 19,3 X

Subtotal 126.254 53,3

Alguna riqueza boscosa (2)

Antioquia 2 354 0,1 X

Norte Santander 2 3.743 1,6 X

Subtotal 4.097 1,7

Mediana y gran riqueza boscosa (3 y 4)

Meta 3 74.950 31,6 X

Caquetá 4 385 0,2 X

Chocó 4 3.245 1,4 X

Nariño 4 28.000 11,8 X

Guaviare 4 0 X

Putumayo 4 0 X

Vichada 4 0 X

Subtotal 106.580 45,0

TOTAL 236.931 100,0

Fuente: Minagricultura y DNP (2007).

1/ Área boscosa menor al 25% del territorio; 2/ Área de bosques menor al 40% del territorio; 3/ Área boscosa menor al 60% del
territorio; 4/ Área de bosques mayor al 80% del territorio del departamento.

Por su parte, el cultivo de caña de azúcar, dadas sus características y requerimientos de


riqueza de suelos y otras condiciones naturales, no parece ejercer en la actualidad mucha
presión sobre los territorios boscosos del país, aunque esto sí ocurrió en el pasado. La
concentración de este cultivo se desarrolla básicamente en la zona plana del valle del río
Cauca, donde se ubica el 97% del área sembrada.

Presión sobre el recurso hídrico y la frontera agrícola


En las diferentes evaluaciones ambientales que se han realizado sobre el cultivo de
agrocombustibles con base en el ciclo de vida (Departamento de Energía y Agricultura,
1998; Ciemat, 2005; Frondel y Peters, 2007; Beer y Grant, 2007), poco se hace referencia a la
presión que se ejerce sobre el recurso hídrico en las zonas donde se siembran tales cultivos.
En forma contraria, algo se plantea sobre la competencia generada por territorio con otros
usos (bosques y otros cultivos).
En este contexto, los indicadores biofísicos usados por la sostenibilidad fuerte ayudan a
identificar la presión del subsistema económico sobre el ambiente. Para este caso se puede
trabajar con dos conceptos interrelacionados: la cantidad de tierra destinada a la siembra
de estos cultivos y la huella hídrica agrícola (HHA) [m3/año], que corresponde al volumen de
agua usada para producir la materia prima requerida para generar los agrocumbustibles;
en Colombia la caña de azúcar y la palma aceitera. La Huella Hídrica de los
Agrocombustibles (HHAc), resulta de la sumatoria de los Requerimientos de Agua de cada
uno de estos cultivos (RAAc), dividido entre el rendimiento respectivo de los mismos
(ton/ha) y multiplicado por la producción (ton/año) de cada uno de ellos (Chapagain y
Hoekstra, 2004). Donde los RAAc son el resultado de parámetros climáticos
(evapotranspiración) y del Coeficiente de Absorción del Cultivo (Kc) (Allen et al, 1998).
Con base en este concepto, se estimó la HHA de los cultivos que pueden ser destinados a
producir agrocombustibles con una proyección al año 2010. En el Gráfico 2 se aprecia esta
estimación incluyendo el territorio ocupado.

G r á f ic o 2 . P r e s ió n a m b ie n t a l d e lo s c u lt iv o s c o n p e r s p e c t iv a
a g r o c o m b u s t ib le e n C o lo m b ia : 1 9 8 0 - 2 0 1 0 ( a g u a y t e r r it o r io )

1 .0 0 0 1 2 ,0
Miles de hectáreas

800 1 0 ,0 Gm3 de agua


8 ,0
600
6 ,0
400
4 ,0
200 2 ,0
- -
1980 1984 1988 1992 1996 2000 2004 2008

Tie r r a c u ltiv a d a ( h a s ) Hu e lla h íd r ic a ( G m3 )

Fuente: Cálculos propios con base en Minagricultura. Incluye: caña de azúcar, panelera y palma.

En términos de tierra, la superficie sembrada en cultivos con proyección


agrocombustible (caña de azúcar, caña panelera y palma africana) pasó de 318 mil has
(7,4% del total de tierras cultivadas) en 1980 a 560 mil (14,2%) en 2001, lo cual representa
una dinámica de crecimiento del 2,1% promedio anual. A partir de 2002, donde comienza
a proyectarse la política de agrocombustibles en Colombia y hasta 2006, la tierra sembrada
se incrementa en 207 mil has, duplicándose su crecimiento al 4,4% anual y alcanzando
para ese año un total sembrado cercano a las 800 mil has (18% del total de tierras
cultivadas). Para el 2010, la proyección de tierras para estos cultivos alcanzará, acorde con
el Ministerio de Agricultura, las 921 mil has (20% del total), disminuyendo un poco su
dinámica de crecimiento al 3,5% anual. El efecto de esta expansión de los cultivos
agrocombustibles, en términos de costos de oportunidad, es la competencia por la tierra
con respecto a otro tipo de cultivos con perspectiva alimentaria. Así, por ejemplo, un
departamento como el Valle del Cauca donde se concentra el 81% del cultivo azucarero, el
cual ocupa el 48% del total de las cerca de 400 mil has sembradas allí, tiene que importar
de otras regiones cerca del 90% de sus alimentos, dado que el cultivo de los mismos ha
sido desplazado por la caña de azúcar. Este proceso de especialización es mucho más
acentuado en el sur del departamento y en algunas cuencas hidrográficas como la del río
Bolo, donde el cultivo cañero ocupa el 95% de las tierras cultivadas.
Por su parte, con relación al agua, la huella hídrica de estos cultivos con perspectiva
agrocarburante, pasó de 3,1 a 5,9 Gm3 (2,1% de crecimiento promedio anual), entre 1980 y
2001 (Gráfico 2). Para el año 2006, la HHAc alcanzó un nivel de 8,7 Gm3 lo que significó
más que la duplicación de su crecimiento anual al pasar a 5,4%. En términos de
proyecciones al 2010, la HHAc alcanzará para este año un nivel de 10,6 Gm3 de consumo
de agua, con un crecimiento de 4,6% anual, representando el 21,5% del total de agua
consumida por la agricultura frente al 10% de 1980. Esta situación muestra una creciente
presión sobre el recurso hídrico por parte de los cultivos con posibilidades
agrocombustibles, situación que parece no crítica al compararla con la disponibilidad de
agua accesible a nivel nacional que alcanza 440 Gm3 anuales. Sin embargo, dado que los
procesos de especialización productiva en este tipo de cultivos se desarrollan, no sobre
todo un país, sino sobre regiones y zonas específicas con una determinada dotación de
recursos naturales, es sobre estos territorios donde se trasladan específicamente las cargas
ambientales de los procesos de especialización. Así, por ejemplo, en el caso del Valle del
Cauca y en determinadas cuencas hidrográficas al sur del departamento (p.e. río Bolo), con
la extensión del monocultivo cañero ya se ven situaciones importantes de estrés hídrico
que afectan la sostenibilidad del recurso, generando conflictos con otros usos como el
consumo humano y el caudal ecológico. El consumo de agua para el cultivo de caña de
azúcar en el Valle del Cauca (1,6 Gm3) ya ocupa el 25% del aporte departamental de agua
al río Cauca y en la cuenca del río Bolo, éste demanda más del 100% de la oferta hídrica
del río, teniendo que buscar fuentes alternas superficiales y subterráneas, extendiendo la
presión ambiental sobre otras regiones y recursos (Pérez, 2007).

Gráfico 3. Requerimientos de agua por hectárea para algunos


cultivos

12.000

10.000

8.000
m3/ha

6.000

4.000

2.000

-
Palma Caña Tomates Maíz Sorgo

El carácter agua-intensivo de este tipo de cultivos (Gráfico 3), hace que cualquier
proceso de especialización agrícola dirigido a los mismos deba considerar como estrategia
fundamental el desarrollo de Planes de Manejo Integral del Recurso Hídrico (PMIRH) que
tengan en cuenta las limitaciones ambientales asociadas a la capacidad de soporte de
territorios, ecosistemas y recursos. Bajo este panorama, la puesta en marcha de proyectos
agrícolas a gran escala como estos, debe considerar la capacidad de las funciones
ambientales del recurso hídrico, en un contexto donde las presiones del mercado externo y
los grandes grupos económicos nacionales y trasnacionales para apropiarse de un negocio
que parece próspero, hacen que las posibilidades de gobernabilidad y soberanía del estado
para hacer respetar los límites ecológicos se vean cada vez más disminuidas. La autoridad
ambiental tiene allí un gran reto para, desde ya, establecer señales claras para promover
una gestión sostenible de una alternativa agro-energética que tiene como uno de sus
insumos principales al agua, tanto en su función abastecedora como receptora. Sin
embargo, las señales parecen contrarias a estos requerimientos: Ley Forestal, Ley del
Agua, desregularización estatal y pérdida de autonomía de los territorios comunales.
En este panorama se plantea que la capacidad potencial de siembra de palma aceitera
en Colombia es de 3,5 millones de hectáreas (DNP, 2007), sin considerar la capacidad de la
oferta hídrica para soportar este modelo agro-industrial-exportador, ni la demanda por
agua de otros sectores, incluyendo el caudal ecológico. La presión sobre el recurso hídrico,
originada por esta cantidad de hectáreas de palma proyectadas, alcanzaría los 48,8 Gm3 de
agua. Ello significaría más que duplicar el consumo total de agua actual de la agricultura
(43,7 Gm3), teniendo un crecimiento superior al 114% frente al agua consumida en 2005,
sin incluir la dinámica de crecimiento de los otros cultivos. De tal manera, sumando ambas
cuantías se podría alcanzar una demanda total de agua para uso agrícola cercana a los 95
Gm3, lo cual contribuiría a incrementar el estrés hídrico en muchas de nuestras cuencas
hidrográficas y los conflictos por el uso del agua. Igualmente, en términos de territorio, y
si no se produce desplazamiento de cultivos, la frontera agrícola se vería casi duplicada
alcanzando los 7,5 millones de has. Esta situación generaría impactos ambientales
adicionales en muchos aspectos.

Impactos sociales
Seguridad alimentaria
Acorde a la FAO (1996), “existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tienen en
todo momento acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para
satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin de
llevar una vida activa y sana”. Esta definición fue aprobada en la Cumbre Mundial sobre
Alimentación de la FAO, siendo bastante aceptada como fundamento conceptual por
diferentes organismos y naciones. Dicha concepción de seguridad alimentaria involucra
sus aspectos clásicos: la disponibilidad de alimentos básicos, la estabilidad de los
suministros y el acceso de todos a dichos suministros, y agrega una noción de
alimentación adaptada a lo que se llamaba “utilización biológica de los alimentos”,
relacionada con la salud y la nutrición de las personas, es decir la capacidad que tiene cada
organismo de asimilar los nutrientes ingeridos (FAO, 2000).
Aunque la definición anterior es ampliamente aceptada, el concepto de seguridad
alimentaria asume diferentes connotaciones según los parámetros que define el nuevo
modelo de desarrollo, donde se le da más preponderancia a la acción del mercado en
relación con la del Estado. En los países en desarrollo que han adoptado como modelo
económico la vía del mercado, cada país garantiza su acceso a los alimentos a través de
mantener una capacidad para comprarlos, no importa si son importados o producidos
nacionalmente. En este sentido, el acopio físico al interior de cada país para mantener
reservas de alimentos deja de ser importante. En esta visión el concepto pasa de la
seguridad alimentaria a la autosolvencia alimentaria (Machado y Pinzón, 2002). En países
desarrollados (UE, EEUU) se mantiene una política que privilegia las producciones
nacionales con el fin de garantizar la independencia alimentaria, en esta concepción la
actividad agrícola es estratégica y la sociedad paga por el costo que ello representa
(Machado, 1998).
Existe un amplio y variado conjunto de indicadores para evaluar cuantitativa y
cualitativamente la seguridad alimentaria de un país. Ellos pueden referirse a la
disponibilidad de alimentos: la producción, las importaciones y las exportaciones de
productos agrícolas y agroindustriales; o a la estabilidad de la oferta: el funcionamiento de
los mercados tanto nacionales como internacionales; o a el acceso a los alimentos: pobreza,
ingresos y empleo; y, a información general sobre el consumo y el estado nutricional de las
personas. Todos ellos son pertinentes en la evaluación del estado de la alimentación y la
vulnerabilidad de la población (Machado y Pinzón, 2002). Pero también, en el contexto del
trabajo que estamos realizando, desde la economía ecológica se pueden desarrollar nuevos
indicadores que permiten identificar el nivel de satisfacción de los requerimientos
energéticos o calóricos de una población, posibilitando conocer, además, si la economía
está orientada a cumplir con este compromiso básico de cualquier sociedad o tiene una
perspectiva dirigida a satisfacer los requerimientos de materia prima de la industria,
incluyendo la perspectiva agroenergética.
En este caso particular se mirarán tres tipos de indicadores:
- Disponibilidad (oferta) total de alimentos: se observará la tendencia de la producción per
capita de alimentos básicos de origen agrícola (ton). Ello permitirá apreciar si la
producción de bienes agrícolas con potencial energético ha afectado la disponibilidad
de alimentos, utilizando además las proyecciones del Ministerio de Agricultura hasta el
2010.
- La estabilidad en el tiempo de dicha disponibilidad, es decir el funcionamiento de los
mercados, tanto nacionales como internacionales. Acá se observará la evolución de los
precios de los principales productos asociados a la producción de biocarburantes.
Hacemos referencia a: azúcar, aceite y panela. Un cambio en los precios de estos bienes,
los cuales son básicos dentro de la canasta familiar, afecta el ingreso disponible para
otros gastos alimenticios y de otro tipo, teniendo repercusiones sobre la seguridad
alimentaria.
- Afectación de los requerimientos energéticos o calóricos de las personas. Se apreciará la
evolución del output energético agrícola8 respecto a los requerimientos energéticos por
persona. Igualmente miraremos la tendencia del output energético dirigido a la
alimentación humana y el dirigido a la producción de materia prima para la industria.

Disponibilidad per cápita de alimentos


Este es un indicador de la dinámica del esfuerzo económico, y relaciona la producción
de alimentos básicos y la población. Su tendencia a lo largo del tiempo muestra la
capacidad de un país por esforzarse en la producción de alimentos en relación con el
cambio demográfico. Se define como la relación entre la producción y el número de
habitantes (Machado y Pinzón, 2002):

PC = PA / PT (1)

Donde, PC = producción per cápita, PA = volumen de producción de alimentos (ton),


PT = población total. El índice mide la producción en toneladas por habitante, o puede
expresarse en kilogramos por persona (kg/persona).

Gráfico 4. Producción per cápita de alimentos agrícolas


básicos (1980-2010)

470
450
y = -0,1814x + 423,28
Kg/persona

430

410
390

370

350
1980
1982
1984
1986
1988
1990
1992
1994
1996
1998
2000
2002
2004
2006
2008
2010

Fuente: Fuente: Minagricultura; FAOSTAT; DANE.

Como se observa en el Gráfico 4, en Colombia la producción per capita de alimentos de


origen agrícola ha tenido un comportamiento inestable a lo largo del periodo analizado,
aunque con una ligera tendencia al descenso. Se pueden distinguir cuatro periodos. Una
caída importante en el primer quinquenio de los ochenta hasta alcanzar los 390 kg/persona
en 1985; un incremento en los siguientes años estabilizándose alrededor de 420 kg/persona
hasta 1996; un descenso significativo en 1998 en donde alcanza el nivel más bajo de 371 kg.
A partir de este año se produce un continuo incremento estabilizándose alrededor de 400
kg/persona en los años transcurridos del presente del siglo. Las proyecciones del
Ministerio de Agricultura al 2010 son optimistas, estimándose que para ese año alcanzará
los 458 kg por persona. El comportamiento de la oferta de alimentos agrícolas básicos
durante lo corrido del siglo parecería indicar que la política de promoción de los
agrocombustibles a partir de 2002 no estaría afectando mucho la seguridad alimentaría
vista desde este indicador. Hay que decir, sin embargo, que este incremento no significa
siempre que la población esté consumiendo más alimentos, pues buena parte de ella
puede irse al exterior vía exportaciones.

Comportamiento del precio de los alimentos


El incremento de los precios de los alimentos puede tener como consecuencia la
reducción relativa en la disponibilidad de bienes alimenticios. Un ejemplo reciente se vio
con el precio del maíz en EEUU que aumentó a su valor más alto en 10 años debido a la
creciente demanda en ese país de bioetanol derivado del maíz. México -principal
importador de maíz de EEUU- resultó especialmente afectado ya que la gente debió pagar
hasta 30% más por uno de sus alimentos básicos: la tortilla de maíz. Este fenómeno ya
comienza a ser conocido con el término “etanolinflación”9.
Para el caso particular colombiano, miraremos la evolución de los precios del azúcar, de
la panela (etanol) y del aceite de palma (biodiesel). En el Gráfico 5 se puede apreciar el
comportamiento de estos precios en lo trascurrido del presente siglo. Así, encontramos
que en general ha habido una tendencia al crecimiento de los precios de los tres productos
analizados, tanto a nivel nacional como internacional. En el caso particular del precio de la
panela y el azúcar su respectivo índice pasó de un nivel de 61 y 73 en enero de 2000 a 119 y
106 respectivamente en julio de 2007, significando ello crecimientos mensuales promedio
de 1% y 0,5% para cada tipo de bien básico. Ello, obviamente, debió haber golpeado la
canasta familiar de los más pobres que son los que destinan más recursos a la adquisición
de este tipo de bienes.

Gráfico 5. Comportamiento de los precios nacionales e internacionales del azúcar,


la panela y el aceite de palma (2000-2007)

Indice de precios al consumidos: panela y azúcar (2000-2007)

140,00

120,00

100,00

80,00

60,00

40,00

20,00

0,00
Ene- Jul- Ene- Jul- Ene- Jul- Ene- Jul- Ene- Jul- Ene- Jul- Ene- Jul- Ene- Jul-
00 00 01 01 02 02 03 03 04 04 05 05 06 06 07 07

IPC panela IPC azúcar


Precios nacionales e internacionales del aceite de palma

550 1.800

500 1.600

450 1.400

M ile s d e $ /T o n
U S $ /T o n

400 1.200

350 1.000

300 800

250 600

200 400
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006

Internacional Doméstico

Fuente: Fedepalma (informes anuales), Asocaña (informes anuales); Minagricultura (varios años
y 2006)

Por su parte, el precio del aceite de palma también creció en el periodo analizado,
aunque un poco más irregularmente. Mientras el precio internacional del aceite pasó de
US$ 310 a US$ 506 por tonelada entre 2000 y 2006 (9% de crecimiento anual), el precio a
nivel nacional creció a un ritmo un poco menor al pasar de $ 804 mil/ton a $ 1,12
millones/ton en el mismo periodo. Esto representa un crecimiento anual de 5,6%. Además,
se observa un importante descenso entre 2003 y 2005 del aceite palmícola en el mercado
nacional al pasar de $ 1,56 millones por tonelada a $ 1,1 millones. El menor crecimiento del
precio local frente a los precios internacionales está relacionado con la revaluación del
peso y con la disminución de los aranceles dentro del Mercado Andino y con Mercosur,
que redujo la tasa de importación al aceite crudo de soya que compite con el de palma,
presionando los precios hacia abajo (Fedepalma, varios años).
En general, el comportamiento al alza de los precios de estos tres productos básicos de
la canasta familiar durante este siglo permite afirmar que la política de promoción de
agrocombustibles a nivel nacional e internacional ha generado un efecto negativo en la
disponibilidad real de alimentos a través de lo que se conoce como el efecto ingreso, el
cual se ve disminuido en términos relativos por el encarecimiento del precio de los
productos básicos, disminuyendo asimismo la capacidad de consumo. Este efecto tiene
impactos importantes sobre la seguridad alimentaria de la población, en especial de las
familias de más bajos ingresos.

Afectación de los requerimientos energéticos de las personas


En la estimación del output energético se ha considerado sólo el flujo de bienes
agrícolas, sin incluir las calorías de origen animal10. En el Gráfico 6 se aprecia el output
energético per capita generado por la actividad agrícola colombiana con proyección al año
2010. La energía primaria de origen agrícola se ha dividido en dos componentes: la
derivada de la producción de alimentos básicos que tiene como destino el abastecimiento
directo de las necesidades calóricas humanas y que se constituye en el componente
principal de la seguridad alimentaria de un país; y la energía primaria dirigida a abastecer
de materias primas a la industria. Igualmente, se presenta los requerimientos energéticos
per capita al año para sostener una vida en forma saludable (Menchú, 2006; Naredo y
Campos, 1980).

Gráfico 6. Energía prim aria percápita requerida y producida


en Colom bia (1980-2010)

4,00
GigaJoules/persona

3,50
3,00
2,50
2,00
1,50
1980

1982

1984
1986

1988
1990
1992
1994

1996

1998
2000

2002

2004
2006

2008
2010
Output energético alimentos básicos
Output energético productos agroindustriales
Requermientos humanos energéticos

Fuente: Minagricultura; FAOSTAT; DANE; Menchú (2006).

De esta gráfica resultan varios aspectos de interés para analizar el tema que nos ocupa:
el conflicto entre la producción de agrocombustibles y la seguridad alimentaria. Por un
lado, se observa una tendencia decreciente en el comportamiento del output energético per
capita de productos alimenticios básicos a lo largo del periodo estudiado, al pasar de 2,7
Gj en 1980 a 2,2 Gj en 2006. Las proyecciones del Ministerio de Agricultura permiten una
pequeña recuperación hasta 2,4 Gj en 2010. Esta situación de por sí ya es preocupante pues
la actividad económica interna no está dirigida a satisfacer los requerimientos energéticos
primarios de la población colombiana. En segundo lugar, a partir del año 2000, hay una
tendencia de la dinámica energética primaria a producir más energía para satisfacer los
requerimientos de la agroindustria. Este énfasis se acentúa a partir de 2004 y las
perspectivas del Ministerio de Agricultura al 2010 hacen más redundante este sesgo
energético. Así, mientras el output energético agroindustrial fue en promedio de 1,75 Gj
por persona entre 1980-2000, éste se incrementó a 1,81 Gj entre 2000-2004. Para 2006 se
alcanza un output de energía primaria de 2,34 Gj y las proyecciones del Ministerio de
Agricultura suponen obtener un nivel de energía para el uso agroindustrial de 2,78 Gj.
Este sesgo, resultado de la política de promoción de agrocombustibles en el plano
nacional e internacional y de los altos precios de las materias primas de origen agrícola
para uso industrial, genera un cambio estructural en la producción energética primaria
agrícola. Acorde a las perspectivas del Ministerio de Agricultura, en 2010 la generación de
energía primaria agrícola para la industria superará en cerca del 18% la energía producida
para el consumo humano directo (2,8 vs. 2,3 Gj por persona respectivamente). Esta
situación hace que se mantenga el déficit energético primario para suplir las necesidades
calóricas por persona en un nivel promedio de 1,4 Gj en los últimos 11 años analizados,
desde 2000 (ver Gráfico 6). Este déficit en la generación de energía primaria agrícola frente
a las necesidades calóricas per capita, es resuelto con energía de procedencia animal y por
las importaciones de alimentos, modelo que además de acentuar la dependencia
nutricional externa, genera altos impactos ambientales asociados al desarrollo pecuario.
En este contexto, la estrategia de promover la producción y uso de agrocombustibles no
ayuda a solucionar el problema del déficit alimentario en términos calóricos de la
población colombiana. Por el contrario, se produce un sesgo hacia la producción agrícola
con potencial de satisfacer las necesidades energéticas de la movilidad. Este sesgo puede
ser observado en el Gráfico 7, donde se aprecia los claros efectos de la política de
producción de agrocombustibles en Colombia, en el sentido de apropiarse en forma
creciente del output energético generado por la agricultura nacional al pasar de un 33% en
1980 a 46,4% en 2006. En términos absolutos, esto significó un incremento de 1,6 a 2,5 Gj
por persona en el mismo periodo, para un crecimiento promedio anual del 1,2%. Las
perspectivas del Ministerio de Agricultura mantienen la misma tendencia hasta llegar esta
participación en 2010 a cerca del 50% (2,5 Gj/hab.) del total de energía primaria generada
por la agricultura colombiana.

Gráfico 7. Dinám ica del output energético de los cultivos con


perspectiva agrocom bustible: caña y palm a (1980-2010)

55,0 3,00
50,0 2,50
Porcentaje (%)

Gj/persona

45,0 2,00
40,0 1,50
35,0 1,00
30,0 0,50
25,0 -
80
82
84
86
88
90
92
94
96
98
00
02
04
06
08
10
19
19
19
19
19
19
19
19
19
19
20
20
20
20
20
20

Output energético percápita


Output energético agrocombustible/Output energético total

Todos estos fenómenos afectan en forma importante la seguridad alimentaria, pues la


generación de calorías primarias agrícolas no está dirigida a satisfacer los requerimientos
energéticos de la población sino a satisfacer las demandas de la agroindustria y ahora las
necesidades energéticas del transporte. Ello valida la afirmación del escritor británico
George Maniot al decir que: “En una competencia entre su demanda por combustible y la
demanda por alimentos de los pobres, los conductores ganarían siempre” (citado por
Bravo, 2006).

Conclusiones
 Hemos escuchado decir a autoridades y “expertos”: “el biodiesel y el etanol son
combustibles con impacto ambiental cero”. Frases de cajón que no son ciertas. El
proceso de transformación de la materia prima (caña, frutos de palma, maíz, soya, etc.)
en agrocombustibles implica el uso de las funciones ambientales (abastecedora y
receptora) a lo largo del ciclo de vida del producto final (etanol y biodiesel), tanto en
su fase de producción agrícola como de transformación, que hacen que los impactos
ambientales y sociales se extiendan en forma amplia a lo largo de una gran cadena
productiva, impactando diferentes vectores ambientales (tierra, agua, aire,
biodiversidad, salud), diferentes grupos sociales (pequeños agricultores, comunidades
pobres, grupos vulnerables) y extendiéndose por diferentes territorios nacionales y
continentales, aspecto que se intensificará en la medida en que estos combustibles de
origen agrícola aumenten su transabilidad internacional.
 Dada esta realidad, la producción y consumo de agrocombustibles no tienen un efecto
neutro sobre la sociedad y el ambiente. Afectan de diferente manera las funciones
ambientales y a los grupos sociales. Los impactos son amplios y se pueden destacar:
afectación de zonas boscosas; cambio en los consumos de agua para uso agrícola; uso
intensivo del suelo; contaminación hídrica y atmosférica; cambio en la producción de
gases efecto invernadero; cambio neto en el uso de energía fósil; afectación de la
biodiversidad de especies y agrícola; afectación del paisaje; efectos sobre la seguridad
alimentaria; concentración de la propiedad; efectos en la mecánica automotriz; cambio
en los costos de sostenimiento y reparación de vehículos, entre los principales.
 Aunque el balance energético neto y el relacionado a la producción de GEI arrojan
resultados positivos para la producción de agrocombustibles al compararlos con los
combustibles fósiles, estos se reducen cuando el contenido de biocombustible es
menor, como es lo habitualmente usado a nivel mundial y en el caso colombiano.
Además, los estudios realizados tienen limitaciones en la información pues excluyen
de la misma varios aspectos importantes: el impacto generado sobre otros países,
asociado a lo que se conoce como costo ambiental trasladado de un territorio a otro para
mantener sus niveles de consumo; costo ambiental relacionado con el transporte;
desestimación de efectos sobre el uso y contaminación del agua y el suelo, tanto del
propio proceso productivo como de los subproductos generados (vinasa y glicerina),
entre otros. Todo ello deja duda sobre la validez de los resultados de las estimaciones
que arrojan un balance positivo de energía asociada a la producción de
agrocombustibles.
 La presión que el cultivo de palma africana, en particular, ejerce sobre las reservas
forestales y naturales del país se manifiesta en que los departamentos con mayor
vocación boscosa contribuyen actualmente con una parte importante del área
sembrada, el 45% (107 mil has). Pero, más aún, los planes de expansión del cultivo de
palma aceitera se concentran en mayor medida en los departamentos con mayor
riqueza forestal, pudiendo seguir el modelo desarrollado por Indonesia y Malasia, en
donde la producción aceitera y de biodiesel se hace a costa de reducir las áreas
boscosas. El cultivo de caña de azúcar, por su parte, ya tuvo en el pasado ese efecto de
desplazamiento de zonas de reserva forestal como puede corroborarse en el
departamento del Valle del Cauca entre los años 1940 y 1980.
 La presión de los cultivos con perspectiva agrocombustible sobre el uso del territorio
para la actividad agrícola se manifiesta en la dinámica de crecimiento de su área
sembrada, la cual se acentuó a partir del establecimiento de la política agroenergética
colombiana en 2002. El crecimiento promedio anual de la tierra sembrada alcanzó el
4,4% hasta 2006. Para el año 2010, el Ministerio de Agricultura plantea cubrir con
palma el 20% de las tierras cultivadas en Colombia (921 mil has), lo cual implicará el
desplazamiento de otros cultivos esenciales para la alimentación básica colombiana,
priorizando la producción de bioenergía para la movilización vehicular por encima de
la de comida para la población.
 La estrategia de masificación de los cultivos agrocombustibles para ciertas partes del
territorio nacional significa intensificar la presión sobre el recurso hídrico en las
cuencas hidrográficas donde se desarrollan o piensan desarrollar tales cultivos, dado
su carácter agua-intensivo. Por tal razón, resulta fundamental diseñar Planes de
Manejo Integral del Recurso Hídrico que consideren la capacidad de soporte de un
territorio y las restricciones ambientales asociadas de los ecosistemas fluviales. La
autoridad ambiental debe jugar un rol protagónico en la exigencia de estrictos
parámetros ambientales que respeten la capacidad de los ecosistemas hídricos para el
establecimiento a gran escala de este tipo de cultivos. Sin embargo, su carácter
estratégico como generador de divisas y captador de grandes capitales, junto a su
perfil latifundista, limita la gobernabilidad y soberanía de la autoridad ambiental, y
del estado en general, para ganar competitividad en los mercados nacionales e
internacionales a través de la externalización de las externalidades, siendo asumidas
éstas por la población nativa y los ecosistemas de las regiones agroenergéticas.
 Para evaluar el conflicto generado entre la producción y consumo de
agrocombustibles y la seguridad alimentaria en Colombia se utilizaron tres tipos de
indicadores: la disponibilidad de alimentos, la estabilidad de la oferta, y el nivel de
satisfacción de los requerimientos calóricos de la población. En el primer punto se
encuentra que aunque hay una tendencia general a reducirse la disponibilidad per
capita de alimentos en ton, ésta tiene signos de recuperación desde el 2000. Ello
permitiría afirmar que la política de agrocombustibles que se inició en 2002 no ha
afectado la seguridad alimentaria vista bajo la lupa de este indicador. Sin embargo,
esto hay que tomarlo con beneficio de inventario porque parte de este crecimiento
puede haber enriquecido las exportaciones.
 Con respecto a la estabilidad del mercado de alimentos, hay suficiente evidencia para
considerar que la política de promoción de agrocombustibles a nivel nacional e
internacional ha afectado la seguridad alimentaria en Colombia a través del alza de los
precios de algunos productos básicos de la canasta familiar asociados a la producción
de biocombustibles (azúcar, panela, aceite y maíz, aunque este último no se incluyó en
el análisis). El impacto sobre la seguridad alimentaria se produce a través del efecto
ingreso, el cual desplaza la curva de demanda hacia abajo disminuyendo el consumo
de estos bienes o de otros bienes básicos de la canasta familiar.
 Frente a los requerimientos energéticos de la población se concluyen tres aspectos
relevantes: i) existe una tendencia decreciente en el comportamiento del output
energético per capita de productos alimenticios básicos a lo largo del periodo
estudiado, mostrando que la actividad económica sacrifica la satisfacción de los
requerimientos energéticos primarios de la población colombiana por abastecer a la
industria de materia prima. ii) Este sesgo energético se acentúa a partir de 2002, como
resultado de la política de promoción de agrocombustibles, generando una situación
en la que, a pesar del déficit energético para suplir de requerimientos calóricos a la
población, se intensifica la producción de energía primaria para satisfacer los
requerimientos industriales y ahora la demanda de combustibles de origen agrícola
para el transporte. Esta situación acentúa el modelo de dependencia nutricional de los
aportes energéticos de origen animal y de las importaciones, modelo que sacrifica el
papel estratégico que debe tener la alimentación para los países e incrementa los
impactos ambientales por el uso intensivo de los recursos naturales que caracteriza a
la actividad pecuaria. iii) La estrategia de promover la producción y uso de
agrocombustibles, contrario a ayudar a resolver el problema del déficit alimentario en
términos calóricos, intensifica el sesgo hacia la producción agrícola con potencial de
satisfacer las necesidades energéticas de los sectores industriales y ahora del
transporte.
 Bajo esta realidad se puede afirmar que en un escenario internacional y nacional de
inestabilidad de precios de parte de los productos básicos de la canasta familiar, en
donde existe una gran demanda de energía alternativa de origen agrícola por los altos
precios del petróleo, la seguridad alimentaria de la población resulta una de las
sacrificadas en la aplicación de la estrategia de promoción del sector agrocombustible
en Colombia.
 El balance que hemos desarrollado en este artículo nos muestra que en términos
ambientales y sociales, la producción y uso de agrocombustibles no es una solución
neutra y que por el contrario puede resultar peor el remedio que la enfermedad.
Frente a las modestas ventajas que presenta esta opción energética relacionadas con la
reducción del consumo de energía fósil y la disminución de los GEI, aspectos que
además son cuestionados, las desventajas de la producción a gran escala de biodiesel y
etanol son enormes, sobre todo en lo relacionado a la competencia por el uso del
territorio (bosques y otros cultivos para la alimentación), agua y el impacto producido
en la seguridad alimentaria.
 La política internacional y nacional de energía y combustibles está caracterizada por
un enfoque de oferta en donde la prioridad es mantener los niveles y patrones de
consumo, para lo cual es requerida una determinada cantidad de energía. El
desarrollo económico y tecnológico intenta abastecer, de diferente manera, estos
requerimientos energéticos, sin consideraciones ambientales ni sociales. Bajo este
esquema, los biocarburantes aparecen como la solución tecnológica que posibilitará
mantener los niveles de consumo, “evadiendo las restricciones ambientales”. Sin
embargo, como ya se vio, presentarlo así no es sólo falso sino también peligroso. Estas
políticas no abordan el control de la demanda del consumo energético como una
alternativa que puede ayudar a resolver el conflicto entre energía y desarrollo
sostenible. Como lo señala Russi (2007), “los agrocombustibles no contribuirán a la
solución de los problemas energéticos, fomentando por el contrario un falso
optimismo de que hay una solución tecnológica para resolver el problema de nuestra
excesiva dependencia a los combustibles fósiles”. La única forma posible de lograrlo es
modificar nuestros patrones de consumo con medidas de ahorro energético y de
diversificación de fuentes de energía”.

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doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, Cerdanyola, España.

1
Profesor Universidad del Valle, Cali, Colombia. Master y PhD en Ciencias Ambientales de la Universidad
Autónoma de Barcelona (España). E-mail: aleperez@univalle.edu.co.
2 Council Directive 2003/30/EC del Parlamento Europeo y el Concejo del 8 de Mayo de 2003, The promotion of the
use of biofuels or other renewable fuels for transport.
3
Incluyen: Vapor de Agua H2O; Dióxido de Carbono (CO2); Metano (CH4); Óxidos de Nitrógeno (NOx); Ozono
(O3); Cloroflourocarburos (artificiales).

4
Environmental Protection Agency de los EEUU.

5En 2005 ocupaba el sexto lugar en área sembrada en el país después del maíz, café, arroz, caña y plátano
(Minagricultura, s.f.).

6
En el Anexo 11 del Plan de Acción para la Biomasa de la Comisión Europea, se ha calculado que para
alcanzar la cifra del 5,75% de agrocombustibles establecidos por la UE se necesitarían 17 millones de hectáreas,
es decir, una quinta parte del suelo agrícola europeo. Por ello la Comisión plantea la necesidad de importar
buena parte de las materias primas de los países del Sur, estimulando a estos países a sustituir cultivos de
alimentos y zonas forestales tropicales por grandes monocultivos de oleaginosas, palmeras o caña de azúcar.
7
En la zona del Urabá antioqueño y chocoano, las comunidades que están en la mira de grandes proyectos
para sustituir los bosques naturales por plantaciones de palma son: San José y las de los ríos Cacarica, Salaquí,
Jiguamiandó y Cubaradó. Los palmeros tienen proyectada la siembra de 200.000 hectáreas solamente en el
Chocó, lo que implica inversiones gigantescas en el derribe del bosque, la siembra, las vías, las plantas
extractoras y refinadoras para implantar los llamados “desiertos verdes” (Molano, 2005).
8
Este trabajo solo incluye el análisis de las necesidades caloríficas de la población y no las proteínicas y de otro
tipo. Igualmente, está excluido de análisis el output energético de origen animal.

9El precio internacional del maíz amarillo y del blanco pasó de US$ 88 y US$ 87/ton en 2000 a US$ 138 y US$
151/ton respectivamente en 2006.

El valor energético por unidad de producto se ha realizado a partir de Moreiras et al (1996) y McCance y
10

Widdowson´s (2002). Para café se tomó a Duke (1983) y para paja y capacidad de combustión a Naredo y
Campos (1980). La información sobre la producción agrícola es de FAOSTAT y del Ministerio de Agricultura.
La producción total de caña de azúcar y de palma africana fue convertida respectivamente a azúcar y aceite,
con base en coeficientes reportados por ASOCAÑA y FEDEPALMA. La población se obtuvo del DANE. Las
unidades que expresan el aporte energético corresponden a: 1 Kcal = 4184 Joules (J); 1 MJ = 106 J; 1 GJ = 109 J; 1
MGJ = 1015 J. El ser humano necesita en promedio consumir unas 2.400 kcalorías diarias, suponiendo una
actividad física moderada y un 10% de pérdidas asociadas al desperdicio y mal manejo de alimentos (Menchú,
2006). Esto significa un requerimiento anual calórico de 3,67 Gj. El proceso para el cálculo del output energético
es sencillo: los contenidos energéticos (calorías o Joules por gramo) de cada alimento se multiplican por la
producción agrícola en toneladas de cada cultivo y la suma de todos genera el output energético de la
agricultura en un año dado.
MONOCULTIVOS
Y SUSTENTABILIDAD
EN MEGAPROYECTOS AGRÍCOLAS
Especial referencia a palma africana y caucho

Mario Mejía Gutiérrez*

“Resistimos (es muy importante escuchar a Franz Fanon) sobre todo cuando nos negamos a
juzgarnos con los criterios de nuestros opresores. Cuando rechazamos los valores de la
manipulación. Cuando rechazamos no sólo los términos de nuestros opresores, sino la historia
como ellos la cuentan. Debemos recordar que la peor ocupación es tener invadidos el espíritu y
el pensamiento”.
John Berger.
“La esperanza entre los dientes”
En: Biodiversidad, Julio de 2007.

Resumen
Consideraciones sobre sustentabilidad de monocultivos en megaproyectos agrícolas desde
los puntos de vista cultural, ecológico, económico, político. Vía campesina. Vía
empresarial. Especial referencia a palma africana y caucho en las cinco grandes regiones
geográficas colombianas, con énfasis en Orinoquia.

Método
Visitas a megaproyectos en Orinoquia colombiana; financiación CENSAT - Agua Viva.

Introducción
Pat Roy Mooney, fundador y director del grupo ETC -Erosion, Thecnology and
Concentration-, relata que en 1977, con la reunión de un discreto número de ambientalistas
en Saskatchewan, Canadá, se inició la organización de formas de resistencia, a escala
global y con sentido geopolítico, frente a las que en ese momento se consideraban las tres
amenazas más agresivas de la vía empresarial, científica y tecnológica: el control político
del agua, la piscicultura y la pesca a escala industrial; la globalización industrial lechera; y
en menor término la apropiación de las semillas. En la década de 1960 habían surgido
tanto la UPOV (Unión para la Protección de los Obtentores Vegetales) como la OMPI
(Organización Mundial de la Propiedad Intelectual), ejecutoras de la apropiación privada
de semillas frente al milenario derecho de los agricultores a perpetuar este recurso como
patrimonio de la humanidad. No era posible en 1977 prever el advenimiento de la
ingeniería genética (primeras liberaciones comerciales en 1993); de la nanotecnología (con
su desarrollo industrial en la primera década del 2000); de la concentración del mercadeo
global de los granos en cuatro transnacionales; el oligopolio global de los agroquímicos y
de las semillas industriales en cuatro corporaciones de “las ciencias de la vida”; el
surgimiento de la actual crisis energética de las fuentes fósiles, orientada ahora por las
organizaciones petroleras hacia alternativas de combustibles de biomasa, llamados
biocombustibles o agrocombustibles.
Como respuesta al susto de la crisis energética de los setenta, que dio lugar a la teoría
de los “límites del crecimiento”, fueron formuladas en la década de los ochentas la teoría
del desarrollo sostenible del lado de los pensadores sociales, y la propuesta política
neoliberal del lado de la empresarialidad con el liderazgo ejecutivo global de Reagan y
Thatcher.
La agricultura comercial resulta actualmente orientada desde los intereses de la
empresarialidad, particularmente en los campos de la gran propiedad privada y de la
concentración de tierras; de la zootecnia industrial que genera tragedias sociales como la
de Argentina con la soya forrajera; del oligopolio mercantil de los granos alimenticios y de
los sistemas de los supermercados; del corporativismo de los insumos, de las semillas y de
los alimentos; de las transferencias de finanzas públicas para incentivar megaproyectos; de
la actividad diplomática para los tratados de “libre comercio” a favor de financistas,
terratenientes, industriales, exportadores…
No cuentan para esta agricultura empresarial los mil quinientos millones de habitantes
rurales, la cuarta parte de la población mundial, que sostienen economías campesinas; el
sector famélico, que comprende la sexta parte de la humanidad; el sector de desposeídos,
desempleados, subempleados, desplazados, pobres absolutos, excluidos, condenados a la
miseria, vulnerables, otra quinta parte de la población; el sector de trabajadores pobres y
empleados rasos, una tercera parte del globo.
Es el diseño del mundo para la acumulación de la riqueza por un puñado de personas:
doscientas veinticinco que poseen el patrimonio de la mitad del globo y quince que
superan el PIB del conjunto de los países subdesarrollados del mundo (World Watch,
septiembre 25 de 2002). Alrededor de esta economía de privilegio y exclusión medra una
décima parte de la población mundial con satisfecho nivel de vida: entre ellos los
poseedores de los quinientos millones de automóviles que demandan combustibles. Se
trata de mantener los patrones de consumo de energía de los privilegiados, no de construir
una sociedad justa y por lo tanto austera. La palma africana y el caucho se convierten en
íconos del automovilismo.
En los dos últimos años la producción de etanol ha duplicado en Colombia los precios
del maíz (80% importado), del azúcar, de la panela, del trigo (90% importado), de la yuca
(un alimento popular que ha desaparecido en localidades del Caribe) y la melaza
(alimento ganadero de extendido uso que ha triplicado su precio).
Así, los agrocombustibles de “primera generación” privan a la población de opciones
alimenticias; los de “segunda generación” apuntan a todos los residuos afines a la
conservación de la materia orgánica de los suelos agrícolas, su condición principal de
sanidad y fertilidad; y los de “tercera generación” vendrán de la ingeniería genética, es
decir, de los dominadores del mundo por el alimento y las semillas.
Toda clase de biomasa es opcionada para producir etanol. Los proyectos en ese sentido
proliferan. Vayan como ejemplos algunos de los actualmente en marcha con participación
del CIAT -Centro Internacional de Agricultura Tropical, en Colombia-. Desde el 2005 se
están validando dos plantas prototipo, una en el Valle del Cauca (800 litros al día de
etanol) y otra en el Quindío (1800 litros al día de etanol), además de una planta móvil de
100 litros al día de etanol. En esta alianza participan el Ministerio de Agricultura, el CIAT,
la fundación DOEN de Holanda, Diligent Energy Sistems B. V. de Holanda y Fedeplátano.
La cereza del café es uno de los recursos a la vista. A una microplanta de US$42.000 se le
calcula un retorno de US$180 diarios en bioetanol. Una microplanta se abastecería con 58
hectáreas de banano y 630 de café. Estas microplantas producirán alcohol en bruto que
será luego refinado en instalaciones más complejas. En realidad, encadenan al pequeño
agricultor en redes de dependencia, como ocurre en gran escala con los “colonos” o
proveedores de caña a los ingenios azucareros del Valle del Cauca. La propuesta calcula
un ingreso neto de US$1.300 por hectárea y año para el productor de banano; de
US$860/ha/año al de café. La alianza CORPOICA, CLAYUCA, Ministerio de Agricultura,
Diligent Energy Sistems B. V. de Holanda, Grupo Protesting de Colombia y el Parque
Científico Agronatura ejecuta un proyecto de dos plantas de 800 litros al día cada una en
Turipaná, Córdoba, para convertir yuca y batata. Se estima que un rendimiento bruto de
yuca de 30 toneladas permite destilar cinco mil litros de etanol. Este mismo sistema de
intereses estudia recursos vegetales que prosperen en tierras marginales; por ejemplo,
Jatropa, una papayuela, está opcionada para zonas semidesérticas (comunicación personal
con el Ingeniero William Salas del Grupo Diligent Energy Sistems B. V. de Holanda.
Correo electrónico: william salasro@yahoo.com).
La historia de la relación entre agricultores ricos y proveedores de caña a ingenios
azucareros del Valle del Cauca ilustra lo que puede ser, en el mejor de los casos, la
“cadena” de agricultores pobres proveedores de biomasa para refinadores de
agrocombustibles. No siempre los contratos de la “cadena productiva” se resuelven en
dinero. En el caso del azúcar se liquida ahora la caña al 50% de su rendimiento. En
ocasiones se pagó en especie a los “colonos” o proveedores de donde surgió la industria
ilegalizada de los “derretideros de azúcar” para su reversión a panela, en que el colono
frecuentemente entregaba su azúcar a precio castigado. Pero también existe la posibilidad
de importar azúcar no refinada de excedentes extranjeros (Brasil y Perú, por ejemplo)
porque, como ocurre hoy, este azúcar se cotiza a mitad de precio con respecto al azúcar
refinado al menudeo. Los proveedores de caña para fabricación de etanol se consideran
peor tratados porque se les ha ofrecido de 19 a 24 litros por tonelada de caña fresca,
mientras que el rendimiento en destilería puede ser del orden de 75 litros de etanol. Algo
así como trasladarle al agricultor también los costos de fábrica (comunicación personal con
el Ingeniero Carlos López, septiembre 2 de 2007).
En el proceso de transformación de materias primas suelen resultar residuos,
frecuentemente utilizables para la preparación de abonos orgánicos (bagazos, cachazas,
cenizas, vinazas, bagacillos, en el caso de la caña de azúcar). Tampoco escapan estos
residuos a la opción combustible. Por ejemplo, la Universidad de Putra, Malasia, y el
Instituto Kyushu de Tecnología, Japón, se han asociado a un proyecto de electricidad a
partir de biogás (metano) generado de las aguas residuales de los molinos de las aceiteras
de palma. Residuos también estudiados para polímeros (comunicación personal, agosto 24
de 2007. Correo electrónico: notransgenicos@accionecologica.org).
La palma africana constituye el objetivo prioritario en la ingeniería genética para
combustibles. En Malasia se han asociado Synthetic Genomics Inc y Asiatic Center for
Genome Thecnology para “leer” el genoma de palma y obtener adaptación a climas secos,
menor altura del árbol y mayor rendimiento en aceite. Synthetic es la compañía de J. Craig
Venter, una de las dos empresas que leyeron el genoma humano y que intentó patentarlo;
Asiatic Genome es propietaria del 55% de Asiatic Development Berhad, miembro del
grupo Genting, que opera 66 mil hectáreas de palma en Malasia y 98 mil en Indonesia.
Este coloso ofrece el aceite de palma al menor precio del mercado global; puede moler dos
millones de toneladas de fruta, de las cuales produce actualmente más de un millón. El
89% global del aceite de palma es producido por Malasia o Indonesia (comunicación
personal, agosto 20 de 2007. Correo electrónico: notransgenicos@accionecologica.org).
Como es sabido, el mega desarrollo no considera los costos sociales y ambientales. Son
ejemplos locales las camaroneras de exportación en los manglares colombianos o los
desiertos verdes de la caña de azúcar, el banano de exportación, el café empresarial, el
propio caso de la palma y el caucho y, en general, los cultivos y ganaderías de máximo
rendimiento económico.
Otro aspecto de la reingeniería de la naturaleza consiste en la manipulación de enzimas
que transformarían grasas insaturadas de plantas aceiteras de climas templados en aceites
más saturados de plantas tropicales.
Desde luego, existen otras fuentes de agrocombustibles. En el caso del etanol, según
Grupo Protesting de Colombia, 2007:

Fuentes agrícolas para etanol

Cultivo Producción materia Alcohol litros

prima por toneladas Por tonelada Por


hectárea

Caña. Valle, Col. 120 75 9.000

Yuca 30 200 6.000

Remolacha 40 125 5.000

Sorgo dulce 40 55 2.200

Maíz 4 400 1.600


(Obtener un litro de etanol de maíz cuesta 2.37 kilos de maíz, 500 gramos de carbón y 4
litros de agua. Dominique Guillet. Comunicación personal, julio 6 de 2007. Correo
electrónico: sgeral@mst.org.br).
Rivera (2007) aporta cifras preocupantes y a la vez alternativas:
“David Pimentel, de la Universidad de Cornel (New York) y Tad Patzek de la
Universidad de Berkeley (California) establecieron un balance totalmente negativo, para
todos los cultivos, entre la energía fósil requerida para producir el equivalente energético
en biocombustibles” (Rivera, 2007).

Balance de cultivos

Cultivo Energía producida por Producto


unidad de energía
gastada

Maíz 0.778 Metanol

Pasto Aguja 0.688 Etanol

Madera 0.631 Etanol

Soya 0.534 Biodiesel

Fuente: Rivera (2007).

“Si hablamos de producir combustible a partir de vegetales, aparte de desarrollar


tecnología más eficiente, es necesario recurrir primero a la utilización de especies vegetales
que no compitan con la alimentación humana, que se puedan establecer en áreas no aptas
para producir alimentos y que sean viables para la economía campesina. (...) Están
identificadas varias especies vegetales que cumplen estas condiciones: piñón, higuerilla,
cacto cardical, sasafrás, palo de aceite, sacha inchi, etc. son plantas con gran potencial
energético que ameritan la destinación de recursos para su investigación y el
establecimiento de protocolos agronómicos confiables” (Rivera, 2007).

Dependencia
Estos megaproyectos constituyen una etapa avanzada de la dependencia. Ser como ellos,
título de uno de los libros de Eduardo Galeano, que bien ilustra el concepto de
dependencia, como si no hubieran bastado Las venas abiertas de América latina.
Desde la administración Santander (misión Boussingault, 1823) hasta 1926 (misión
Chardon puertorriqueña a órdenes de Estados Unidos) el polo del modelo agrícola
colombiano apuntó siempre a Bélgica y Francia. La misión Chardón modificó “a lo gringo”
los planes de estudio de la educación superior agrícola en Colombia diseñados por el
belga Charles Denemoustier en 1916. Desde 1898 ya se había instaurado en la zona
bananera de Santa Marta la tecnología que la United Fruit Co. había desarrollado en
Centroamérica.
En la década de 1880 se iguala el valor de las relaciones comerciales de Colombia con
Inglaterra y Estados Unidos, que habían predominado con dependencia con respecto a
Inglaterra desde los inicios de la guerra de liberación frente al dominio español. En el
período 1890-1946 se establece el pleno control de Estados Unidos en las políticas agrarias
colombianas.
En 1890 los Estados Unidos de América pusieron en marcha la iniciativa de la Unión de
Repúblicas Americanas, Unión Panamericana en 1910, que crea en 1918 la Oficina de
Cooperación Agrícola, iniciativa en que participó el Dr. Wilson Popenoe, científico que en
1925 orientara la estación experimental de la United Fruit Co. en Tela, Honduras. A la vez,
en 1925 una empresa privada, la Tropical Plant Research Foundation, inició labores en
Cuba sobre azúcar, en Perú con un “survey” agrícola y en Brasil sobre asuntos forestales.
A consecuencia de la expansión japonesa en Asia a partir de 1936, la visión política de
Estados Unidos sobre el resto de América adquiere también sentido militar. En agosto de
1936 se crea la OFAR –Office of Foreing Agricultural Relations-, dependencia del
Departamento de Agricultura hacia “cultivos complementarios de la producción
norteamericana”. En 1941 ya se habían firmado “acuerdos cooperativos con quince
naciones latinoamericanas” en especial para caucho (15 estaciones experimentales y
viveros). Durante la Segunda Guerra Mundial el llamado “padre de la etnobotánica”, Dr.
Richard Evan Schultes, se vinculó en Colombia a la Colombian Rubber Development Co.
para la extracción de caucho silvestre en la Amazonia, de donde surgieron personajes ya
legendarios como Tío Barbas en Carurú, Vaupés, quien fuera chofer en Bogotá de la
Embajada Americana. El caucho fue precursor y continúa siendo actor de megaproyectos
estratégicos de interés internacional, como lo es ahora la palma y afines.
En 1942 se creó en Costa Rica el IICA -Instituto Interamericano de Ciencias Agrícolas-,
bajo el signo de la producción para la guerra, en este caso la Segunda Guerra Mundial. Y
como todo en Estados Unidos es negocio, en 1942 el Institute of Interamerican Affairs
había establecido programas en nueve países. En 1946 el IICA crea el primer posgrado
agrícola de América Latina. En 1953 la Fundación Rockefeller organiza en Tibaytatá,
Colombia, el DIA -Departamento de Investigaciones Agrícolas-, derivado a ICA -Instituto
Colombiano Agropecuario, 1965-. También en 1953 se iniciaron contratos entre facultades
de agronomía colombianas y universidades de Estados Unidos para “capacitación” de
profesores (Mejía, 2006).
A partir de 1961 la ocupación de Estados Unidos en asuntos agrícolas se traslada a la
AID -Agency for Internacional Development-. Es la época de Operación Colombia ideada
por el Dr. Lauchlin Currie, quien fuera asesor del presidente Franklin Roosevelt antes de
serlo del presidente Carlos Lleras Restrepo; dicha “operación” propició la migración de
campesinos pobres a las ciudades, donde se ocuparían de labores de construcción. La
Operación Colombia concretó una política gubernamental de crecimiento urbano y de
“modernización” del campo en un momento (década de 1960) en que todavía la mayoría
de la población colombiana era rural, signo evidente de “atraso”, según la ideología del
desarrollo económico. Ya en 1965 el CIAT (centro con sede en Palmira, uno de los 18
institutos del CGIAR, Consultive Group for Internacional Agricultural Research, del Banco
Mundial), vendría a liderar la investigación agrícola colombiana. En 2006 el Congreso
colombiano aprueba el TLC -Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos-, remache
de la cadena de dependencia.

Sostenibilidad política y financiera


Procesos diplomáticos de larga historia constituyen requisitos básicos para la
sostenibilidad política y financiera de los megaproyectos. De aquí fluye la “legitimidad”
de la entrega de los recursos naturales y la transferencia de fondos públicos al sistema de
empresarialidad privada.
La concentración de la propiedad privada sobre la tierra, que en Colombia alcanza uno
de los niveles más elevados del mundo, se ha construido mediante un proceso de
violencia: desde el despojo colonial a indígenas (aun vigente y legalizado en disposiciones
como la Ley forestal) hasta el paramilitarismo y la narcocracia modernos (para ejemplo
reciente la apropiación violenta de tierras de comunidades populares para palma en
Curvaradó y Jiguamiandó, en el Pacífico chocoano).

Estímulos, incentivos y exenciones


Según lo refiere el Ministerio de Agricultura, los siguientes son los estímulos, incentivos
y exenciones que buscan privilegiar los cultivos de tardío rendimiento, de exportación y
para combustibles:
 CIF -Certificado de Incentivo Forestal-, Ley 139 de 1994: donación del 75% de los
costos de establecimiento y del 50% de los costos de mantenimiento del segundo al
quinto años.
 ICR -Incentivo de Capitalización Rural-: hasta el 40% del crédito para modernización
rural, establecimiento y sostenimiento de pequeños productores.
 AIS -Agro Ingreso Seguro-: para pequeños productores cubre hasta el 100% del
proyecto. Para medianos hasta el 80% de los costos directos, con el DTF menos dos
puntos, plazo 15 años y 3 años de gracia.
 FAG, que respalda el redescuento de créditos presentados ante FINAGRO cuando el
productor no da las garantías que pide la banca normal.
 Decreto 1970 de 2005: exención de renta líquida gravable por diez años en cultivos de
tardío rendimiento.
 Fomento cauchero según Ley 686 de 2001, a partir de un fondo creado con el 3% de las
ventas.
 Fondo de Estabilización de precios de aceite palmero, Ley 101 de 1993.
 Ley 788 de 2002 que exonera al etanol del impuesto al valor agregado –IVA- y de los
impuestos y sobretasas a los combustibles; exenciones calculadas en 100 millones de
dólares por año (Mondragón, 2004: 207, citando a Aurelio Suárez Montoya).
 Precios que se fijan por resolución del Ministerio de Minas: Resolución 181861 de
diciembre de 2006, $5.482,86 por galón de enero 1 a 31 de 2007; $4.865,08 por galón del
1 al 31 de marzo de 2007, resolución 180449 de 2007. Mezcla al 10% de etanol en
gasolina, obligatoria para ciudades de más de 500 mil habitantes (Bogotá, Cali,
Medellín, Barranquilla, Bucaramanga, Cartagena, Cúcuta, Pereira). (Protesting, 2007.
www.protesting.com.co).
Cuando se inició en la década de 1960 el fomento de la palma africana en Colombia, se
creó el FIP -Fondo de Inversiones Privadas-, con algunos privilegios, ni sombra de los
actuales. La CEPAL -Comisión Económica para la América Latina-, constituida por
economistas argentinos y chilenos, orientaba entonces la economía colombiana; uno de sus
“desiderata”: sustitución de importaciones y aumento de exportaciones; algo diferente a
“cultivos complementarios de la producción estadounidense” de los años cuarenta, a los
que regresamos con las políticas del momento refrendadas en el TLC. La orientación de la
CEPAL era una propuesta de soberanía, que buscaba abastecer con producción nacional
las necesidades de la industria y de la alimentación.

Sustentabilidad ecológica
Contaminación y calentamiento global
El censo de automóviles del 2006 en USA alcanzó a doscientos treinta millones, o sea, la
mitad de los circulantes del globo. En ese país el 98% de la energía proviene del petróleo y
su consumo constituye el 55% del total global: Bush, presidente petrolero. Los
agrocombustibles “limpios” son simplemente una continuación del paradigma de los
fósiles, controlados mediante los sistemas de mercadeo de las petroleras, en especial las
“estaciones de servicio”. Ninguna otra forma de energía alternativa limpia, y desde luego
en ningún caso la adopción de un patrón austero de consumo, constituye una prioridad de
las petroleras. El motor de hidrógeno, por ejemplo, podría interesar a la industria
automovilística en grado diferente a la petroquímica.
Estados Unidos con sólo el 4,7% de la población global emite el 25% del total de gases,
cinco veces más que el promedio internacional. A pesar de un 75% de la opinión
norteamericana popular a favor del Protocolo de Kyoto, tanto la mayoría republicana del
Congreso como el presidente Bush lo han bloqueado. Así hicieron fracasar tanto la
Cumbre del Clima de la ONU en noviembre de 2000, como la reunión de Bonn en julio de
2001. El 14 de Febrero de 2002 Bush (el mismo que promueve ahora agrocombustibles
especialmente en Brasil y Colombia) declaró: “cumplir con el Protocolo hubiera costado a
nuestra economía hasta 400.000 millones de dólares y 4.9 millones de empleos”. En la
Tercera Cumbre de Ministros del Medio Ambiente, reunida en Cartagena en febrero 16 de
2002, Bush propuso sustituir el Protocolo de Kyoto por una política de “cielos limpios”, en
que USA reduciría en 4,5% sus emisiones en los siguientes diez años y subsidiaría sus
industrias con 4.600 millones de dólares (Mejía, 2004). La alternativa política representada
por Al Gore en su propuesta de 2006, “Una verdad molesta”, enfatiza medidas de
eficiencia tecnológica en la quema de combustibles vanguardiada por la industria
automovilística estadounidense; tampoco aquí se asoma la economía budista que Ernst
Friedrich Schumacher propuso en “Lo pequeño es hermoso” con motivo de la crisis
energética de los años setentas.
Se atribuye a la agricultura mundial el aporte de alrededor del 24% de gas carbónico
(agricultura de corte y quema) y metano (ganadería de poligástricos, en especial vacunos,
y arroz inundado); el metano es veintiún veces más activo que el CO2 como gas de
invernadero. La ganadería vacuna global, en especial su forma industrial, se calculaba en
2006 en 1.200 millones de cabezas. El CO2 representa del 29 al 40% de los gases emitidos
por los bovinos y el CH4 del 15 al 20% para cerca de un total de 94 millones de toneladas
por año. En contraste con lo logrado por la gran industria petrolera y automovilista,
algunos ambientalistas han encontrado que una ración en que intervenga un 30% de saúco
–Sambucus nigra (tóxico si se da en exceso)- reduce en 67% las mencionadas emisiones (Dr.
Orlando Barahona, CORPOICA, declaración televisiva en La Finca de Hoy, 2006).
Además, diversas escuelas agrícolas alternativas han aportado maneras de cultivo en
ausencia de quema y fijando carbono al suelo en forma de abonos orgánicos.

Clima
La palma africana y el caucho son originarios de regiones ecuatoriales húmedas, la
primera en Guinea y el segundo en Amazonia. La Hevea brasiliensis, la especie más
cultivada, parece ser originaria de la rivera derecha del Amazonas, extendiéndose hasta
quince grados de latitud sur a partir de Iquitos y hacia el oriente.
Por su importancia estratégica industrial militar, el caucho se extendió (9.3 millones de
hectáreas en 2005) más ampliamente que la palma: de 24 grados latitud norte en China a
25 grados latitud sur en Sao Paulo, concentrándose en la faja de 16 grados latitud norte y
sur, con una adaptación a condiciones de clima y suelo que superan a los de palma. Es el
caso de la proyección de diversificación cafetera propuesta por la Federación del gremio
para 10.000 hectáreas de cota inferior en Cundinamarca, Tolima, Caldas, Quindío,
Risaralda y Antioquia.
El límite mínimo de temperatura para caucho se estima en 20º centígrados y su óptimo
en 25º C. Precipitaciones entre 1.800 a 2.500 milímetros (algunos admiten 3.000
milímetros). Luminosidad del orden de 1.650 horas al año, situación especialmente crítica
en el Pacífico colombiano cuyo litoral central (ej. Buenaventura) ofrece 600 a 1.200 horas;
valles interiores del Atrato y San Juan y sector de Tumaco 1.000 a 1.400 horas; Urabá 1.400
a 1.800 horas. El límite inferior para palma sería 1.500 horas (Mejía, 1.992).
La palma exige los rangos mayores de temperatura, por encima de 25ºC. promedio y
precipitaciones de 1.800 a 2.200 milímetros y ojalá ningún mes debajo de 100 milímetros.
La palma se adapta a climas húmedos todo el año (Congo, Malasia, Amazonia y
Pacífico, Catatumbo y Magdalena Medio colombianos) o a climas húmedos con períodos
secos, aun sin disponer de riego (Gana, Guinea, India, Brasil central y Orinoquia y Caribe
colombianos. Precipitaciones mayores a 3.000 milímetros anuales parecen ser adversas a la
palma, como se comprueba con los fracasos en el Pacífico central colombiano que llaman a
la prudencia: Palmares del Pacífico, 500 hectáreas, bajo Dagua, fundados por John Sanz en
1958, abandonados en 1980; Los palmares del bajo Calima, fundados en 1961; San Luís, la
primera en deprimirse por pudrición de la flecha, 1.978; Sabacal, con 130 hectáreas; La
Mojarra, con 200 hectáreas; todas fueron historia en 1989 (Mejía, 1992). Todos estos casos
relacionados, además, con historias laborales conflictivas, en especial el abandono e
incluso fuga de los empresarios al agotarse el ciclo productivo de las plantaciones
(Mondragón, 2007).

Suelos
Los suelos de cenizas volcánicas (eje cafetero) son los mejores o más productivos entre los
nuestros. A diferencia de Indonesia (suelos volcánicos), Colombia posee pocos enclaves
con estas características en zonas para palma y caucho, situación distinta también a la de
Ecuador que cuenta con un millón de hectáreas de suelos de origen volcánico en su
Amazonia. De modo que nuestros mejores suelos para palma y caucho se originan en
procesos aluviales (vegas, valles interandinos, pies de monte cordilleranos), siendo
marginales los complejos colinares lateríticos, las sabanas de altillanura o bien drenadas, y
demás suelos seniles de Orinoquia y de Amazonia.

Clima y materia orgánica del suelo


El talón de Aquiles de la agricultura ecuatorial consiste en la velocidad de degradación de
la materia orgánica del suelo en la medida que se superan temperaturas promedio de 25º
C y 2000 milímetros de precipitación pluvial anual. Es el principio de Mohr, 1922,
complementado por el de Corbet (exposición al sol), 1936, descubiertos ambos en
Indonesia bajo el colonialismo holandés.
Bajo cobertura de vegetación secundaria hemos encontrado en el bajo Anchicayá del
Pacífico central colombiano una velocidad de degradación del 80% de la materia orgánica
superficial en sólo tres meses (Acosta, 1989). En agricultura de corte y quema en Manaus,
Amazonia, se ha constatado la pérdida del 50% de la materia orgánica en el primer año de
cultivo y del 30% en el segundo (Santos y Crisi, 1981). Nuestros ensayos en Leticia,
Amazonas, indican la necesidad de abonamiento orgánico cada cuatro meses en cultivos
limpios. Estudios realizados en la selva del Andén orinoqués, Río Negro, perciben que la
restitución de la selva original en una superficie raspada con buldózer podría tomar mil
años (Uhl y Saldarriaga, 1986).
Cultivos como caucho y palma cuentan con la ventaja de ser de naturaleza arbórea, que
permiten modelos agroforestales y cobertura de suelo economizadoras de materia
orgánica. Las coberturas más utilizadas en palma, según clima, son Kudzú, Flemingia y
Desmodium.

Sistemas de producción
Tanto la extracción y el uso de aceite de palma como el de látex de caucho son creaciones
de culturas primarias, aun supervivientes. Por ejemplo, en el bajo Dahomey, África
occidental, la unidad familiar agrícola es del orden de seis hectáreas, soportando una
densidad demográfica de 175 habitantes por kilómetro cuadrado. Se cultivan de 70 a 90
palmas por hectárea, densidad que permite la asociación de maíz, yuca, batata y fríjoles
que abastecen la autonomía alimentaria. El aceite es el recurso de intercambio. (Gourou y
Pappy, 1977; Derruaux, 1967). Desde luego no es éste el modelo que se receta a los
campesinos pobres colombianos, sino el de monocultivo intensivo en asociación con
empresarios ricos.
La tragedia de la cauchería de extracción silvestre es uno de los capítulos más
vergonzosos de la obtención de una materia prima estratégica industrial-militar, que se
prolongó en Colombia hasta la década de 1950 cuando a presión de misioneros
monfortianos colombianos del Vaupés se declaró ilegal el comercio de los campos
caucheros incluyendo los indios (ver “Se venden 80 indios” de Germán Castro Caicedo).
No sobra mencionar que los cauchos del Caribe extrajeron del pie de monte llanero y del
Pacífico colombiano árboles del género Castilloa, exterminado por la práctica de tala y
desangre, a diferencia de la cauchería amazónica por sangría sin tala del género Hevea. El
historiador Lemaitre relata que durante el gobierno del General Reyes, éste favoreció a la
East Magdalena Explotation Co. que extraía caucho de Castilloa, aceite de copaiba,
bálsamo, tagua…
En las zonas pantanosas, inundables, del Caribe colombiano proliferaba la palma nolí
(variedades roja y amarilla por el color de sus frutos), Elaeis melanococca o Corozo oleifera,
versión local de la Elaeis guineensis o africana. Los sectores populares caribeños obtenían su
aceite por métodos artesanales (pilar la fruta y lavarla con agua caliente). Este recurso
natural, centenas de miles de palmas de estipe inclinada, fáciles de cosechar, fueron
exterminadas por latifundistas ganaderos que odiaban ver sus haciendas recorridas por un
vulgo a la vez confianzudo y no confiable. En la década de 1960 se hicieron en la región de
Montería y Córdoba cruces de ambas Elaeis, calificados de superiores comercialmente a
sus padres bajo la división de oleaginosas del extinto Instituto de Fomento Algodonero,
logro del Ingeniero Agrónomo José Reynaldo Hurtado, entre noviembre de 1959 y julio de
1964. Es de destacar que la palma nolí es típica de suelos bajos, inundables, que la africana
no acepta. Nolí combina bien con pastizales de pasto pará.
Hacia 1870 la manteca de nolí era la base del alumbrado doméstico en Cartagena. En
1959 V. M. Patiño entrevistó 32 molinos noliceros en Córdoba (31 alrededor de Cereté y 1
en Tierralta) que producían por año 105.000 litros de aceite rojo (de la pulpa) y 6.000 litros
de aceite negro (de las semillas). En 1963 todavía algunos potreros contaban con 180
palmas de noli por hectárea, con un potencial de mil kilos de manteca roja y 600 kilos de
manteca negra (comunicación personal con M. Valderrama y R. Hurtado, 1964).
Es conocido el episodio del robo de semillas de Hevea desde Belem por el diplomático
inglés Wickham en 1876, base de las plantaciones coloniales en Ceilán y Malasia, cuya
producción comercial se inició en 1910, desplazando en cantidad y calidad a los cauchos
suramericanos. La quina es otro caso con afinidades.
Los ingleses se interesaron en un principio en organizar palmerales subespontáneos en
sus colonias africanas. Los holandeses plantaron entre 1911 y 1925 cien mil hectáreas en la
costa este de Sumatra de la variedad Dura. Los Belgas y franceses se orientaron por la
variedad Tenera, un cruce de Dura por Picífera. El “atraso” campesino africano, es pues,
superado por la innovación tecnológica de los cultivos industriales.

Historia reciente
Colombia entra en la era de la palma africana en la década de 1960, a promoción del IFA -
Instituto de Fomento Algodonero-. Recojamos aquí a sus actores iniciales: Víctor Manuel
Patiño en Calima, Valle; Luís Carlos Rojas Cruz, y los agrónomos Zuleta, Barreneche,
Hurtado y Cabrera. Las primeras plantaciones (además de los ya citados del Pacífico
central) fueron (Mejía, 1990):
 Coldesa, en Urabá, que tenía plantadas 1500 hectáreas en 1965, proyectadas a 3000 y
abandonadas en 1987 a causa de los conflictos que han caracterizado a la región.
Coldesa sembró híbridos de nolí por africana.
 Acandí, doscientas hectáreas de don Luís Pérez Ayala, 1960.
 Al sur, en Tumaco, se hablaba entonces de 75 mil hectáreas aptas, donde en 1985 se
habían plantado 9000, en la actualidad 35.000, siendo las primeras desde 1961:
 Tangareal del IFA, 110 hectáreas.
 Viguaral, 110 hectáreas.
 Palmar del Río, hermanos Jaramillo, 500 hectáreas.
 Sociedad Agrícola de Nariño, 130 hectáreas.
En 1988 algunos empresarios se preocuparon por disponer de alternativas de
diversificación en palma en Tumaco. Procepalma, por ejemplo, exploraba achote,
pimienta, jengibre, cúrcuma y otros (comunicación personal con Felipe Ranquin, julio 21
de 1988), debido a la presión de problemas sanitarios.
En el Magdalena Medio las primeras plantaciones, iniciadas en 1960, fueron:
 Palmas oleaginosas Hipinto, San Alberto, 500 hectáreas.
 Palmas oleaginosas Bucarelia Ltda., Puerto Wilches, 500 hectáreas.
 Palmas oleaginosas Monterrey, 500 hectáreas.
 Sociedad Industrial La Palma, San Alberto, Moris Gutt, origen de INDUPALMA,
megaproyecto palmero por excelencia.
En el Caribe los precursores fueron:
 Hacienda Patuca, de don Pepe Vives, en la zona bananera de Santa Marta, 20
hectáreas, 1948.
 Hacia 1947, en Caucasia, plantación del Sr. Pedro Nel Ospina, elevada a 200 hectáreas
en 1963 por otros dueños.
 Pepilla, en Aracataca, 12 hectáreas, 1951 a 1953.
 Palmas oleaginosas del Ariguaní Ltda. y Palmas San Juan de Cañas, del grupo
Pumarejo, 500 hectáreas, 1964.
 Palmas oleaginosas de Casacará Ltda., de los Dangond, 500 hectáreas, 1964.
 Hacienda El Labrador, de Alfonso Lozano, 350 hectáreas, Ariguaní, 1960.
En Amazonia la palma fue apadrinada desde 1965 por el INCORA en los sectores de La
Mono y Maguaré, Caquetá, simultáneamente con plantaciones de caucho Hevea.
En Orinoquia la labor inicial del IFA, 1960, dio origen a plantaciones como:
 Palmas oleaginosas Sabucán, Acacías, 500 hectáreas.
 Palmas oleaginosas La Cabaña, Cumaral, 200 hectáreas.
 Palma Llanera de los hermanos Rivero, Acacías.
 La Nohra de Fabio Serna, San Martín, 140 hectáreas.
 La Guaira, San Martín, 100 hectáreas en sabanas, que entonces se calificaron como mal
localizadas.
 Agricultores varios en el Meta con lotes de 5 a 30 hectáreas hasta por un total de 2.500
hectáreas.
En el Catatumbo, Palmas Oleaginosas Risaralda Ltda., 500 hectáreas del Ingeniero
Agrónomo Jesús Atehortúa.

Sustentabilidad de los sistemas de producción


En todos los casos se han adoptado los puntos de vista de los asesores extranjeros, traídos
para palma y caucho: el arrase de la vegetación arbórea natural, frecuentemente con
maquinaria pesada, el establecimiento de cobertura del suelo y la plantación de un
máximo número de árboles por hectárea: ciento cuarenta y tres en palma y quinientos en
caucho.
SAPUGA S. A., iniciada en 1987, núcleo de un megaproyecto cuya meta en 2007 es de
7.000 hectáreas de palma en las sabanas de la vía a los campos petrolíferos de El Tigre y
Rubiales, Puerto Gaitán, Meta, ha optado por sólo limpiar el “plato” de la palma y
conservar la vegetación de yerbas naturales de sabana, ya que la sequía del verano
(diciembre-marzo) deprime la cobertura de kudzú y desmodium (comunicación personal con
Juan Carlos Ortiz Sterling, septiembre 12 de 2007). Posteriormente la cobertura de la palma
deprime la vegetación de sabana.
Se ha avanzado más en caucho que en palma en términos de plantas de cobertura, e
incluso se afirma que modelos agroforestales en caucho rinden 3,6 kg/árbol/año frente a
1,75 kgs por árbol/año en monocultivo, lo que permite un menor número de árboles de
caucho por hectárea. Es más: en caucho se plantean cultivos asociados (plátano, por
ejemplo) en las primeras etapas de su crecimiento (Torres, 1999).
En palma africana se conoce sólo el método inventado por el Ingeniero Agrónomo
Anselmo Ayala, cultivo orgánico, aplicado actualmente por el Grupo DAVOON de Santa
Marta en 2300 hectáreas, en Aracataca, Magdalena, producto exclusivo de exportación.
En conclusión, los monocultivos, incluso bajo métodos orgánicos, mientras más
intensivos más aportes de afuera requieren. La agricultura es en esencia intervención
humana sobre la naturaleza. Los modelos que más se aproximan a la sustentabilidad
ecológica son los silvopastoriles y agroforestales.
Los modelos construidos con base en sistemas arbóreos biodiversos son los más
adecuados ecológicamente a los climas ecuatoriales húmedos, conclusión que se obtiene
de nuestra propuesta de uso de la tierra a partir del cociente P/B (precipitación pluvial /
brillo solar) (Mejía, 1982).

Insumos
Fertilidad y sanidad son los dos frentes de aplicación de insumos en agricultura.
Fertilidad en caucho
Tomaremos como referencia en caucho las 8.152 hectáreas plantadas en Colombia hasta
1997. Las recomendaciones de fertilización indican aplicación durante los primeros seis
años de plantación al nivel anual de 420 kgs/ha de Nitrógeno, 240 kgs/ha de P2 O5, 420
kgs/ha de K2O y 50 kgs/ha de MgO. Luego, en plantaciones adultas, según análisis, cada
dos años (Torres, 1999).
Fertilidad en Palma
Para el efecto tomaremos como referencia cifras para los suelos más pobres en
nutrientes, como los de las Sabanas de Orinoquia, y métodos de mínimo consumo como
los del palmar SAPUGA, de Puerto Gaitán, Meta (comunicación personal con Juan Carlos
Ortiz Sterling, septiembre 12 de 2007): en cada hoyo de siembra se ponen 300 gramos de
enmienda en forma de roca fosfórica, calfos y sulfato de magnesio, además de abono
orgánico en forma de raquis del racimo de palma. Al mes siguiente se adicionan 200
gramos de los mismos materiales en corona sobre el “plato” de cada palma, más 300
gramos a los dos meses. Al tercer año la fertilización ha subido a 400 gramos de la fórmula
14 – 4 – 23 – 4, que luego asciende a 900 gramos por año y palma. Todo el raquis de los
racimos procesados en fábrica regresa como abono orgánico en corona a cada palma.

Sanidad en Caucho
Torres (1999) informa de 62 plagas de origen animal en Colombia; de ellas 44 son
insectos; y de éstos son principales seis especies, cuatro de las cuales son tratadas con
insecticidas químicos y dos con sustancias biológicas.
Las enfermedades constituyen en América el principal limitante del cultivo del caucho,
atacando follaje y tallo. Uno de los productos más usados es el oxicloruro de cobre,
además de fungicidas químicos con base en Azufre, Zinc, Cobre y Manganeso.

Sanidad en Palma
Las enfermedades de mayor preocupación en Palma son: marchitez sorpresiva,
pudrición de estipe, pudrición del cogollo y mancha anular. En cuanto a plagas se ha
adoptado como política gremial el Manejo Integrado.
La alternancia de lluvias y soles fuertes favorece la explosión de la pudrición de la raíz,
causada por el hongo Fusarium, para lo cual se aplica el hongo Trichoderma desde el vivero,
cada mes, y luego en los meses siguientes al trasplante.
Las plagas causadas por coleópteros (cucarrones) se tratan con el hongo Beauveria
bassiana; las mariposas con la bacteria Bacillus thuringiensis; también se utilizan feromonas
para capturar al cucarrón vector del anillo rojo.
La palma es consumidora de innecesarios biocidas: herbicidas, fungicidas, insecticidas.
Las mayores erogaciones provienen del consumo de fertilizantes: C. I. Acepalma
(www.acepalma.com) reconoce los siguientes: nitrato de amonio (explosivo), sulfato de
amonio, úrea, fosfato diamónico, superfosfato triple, roca fosfórica, roca acidulada, cloruro
de potasio (tóxico al suelo a corto plazo), sulfato de potasio, sulfato de magnesio, kieserita,
bórax (tóxico al suelo a corto plazo) y zinc. Además de cantidades altas de “correctores”:
sulfato de calcio, carbonatos de calcio y de magnesio, dolomitas, roca fosfórica, escorias
Thomas (calfos)…
Aunque las páginas web de los palmeros mencionan el uso de inoculantes para
leguminosas de cobertura, hay silencio en caucheros y palmeros sobre el uso de micorrizas.
El renglón de los “correctores” y fertilizantes es de consideración (del orden de dos
millones/ha) si nos atenemos a datos de Protesting (www.protesting.com.co): $700
millones en sus iniciales 350 hectáreas.
Esta acumulación de agrotóxicos configura un “pronóstico reservado” a los suelos si no
se compensan con adiciones de materia orgánica: como ejemplo, el aporte de los desechos
de maíz en Aliar S. A., donde el efecto benéfico sobre la sabana es notorio.
La teoría de la trofobiosis pudiera ser de aplicación tanto en caucho como en palma
(como la generalidad de los cultivos). En las visitas que hemos realizado y en los
documentos consultados no se patentiza la decisión de llegar finalmente a caucho y palma
orgánicos. Al igual que en otros megaproyectos agrícolas, la lógica dominante es la de tasa
de ganancia. No obstante, se aplican medidas medioambientales que permiten la
continuidad de la licencia de funcionamiento. En diciembre de 1997 se firmó un convenio
de concertación entre el sector palmero y el Ministerio del Ambiente y sus Corporaciones
Regionales.

Rentabilidad y sostenibilidad económica


Además de los estímulos ya citados, la palma participa de un trato preferente consignado
en la Ley 939 de 2004: estímulo a la producción de biocombustible. Además el gremio ha
creado su propio Fondo de Fomento Palmero.
La tasa de ganancia en caucho se estima según órganos como CORPOICA en cinco
millones de pesos por hectárea diez millones en piña. Nuestros cálculos a partir de la
información obtenida en SAPUGA S.A. alcanzan arriba del orden de dos millones de
pesos por hectárea y año. (Base de datos: 18 toneladas de fruta por hectárea; 20% de aceite
rojo; 6% de almendras; costo por kilo de aceite $850; venta del kilo de aceite $1.400). El
promedio nacional del costo de aceite según Fedepalma, 2004, es $942 por kilo.
La distribución del costo colombiano es la siguiente: costo del capital 30,2%; mano de
obra 31,5%; fertilizantes 18,4%; administración 6,6%; otros 13,4%. (www.fedepalma.com).
El 90% del costo de producción corresponde a labores en el cultivo y el 10% a la fábrica.
El establecimiento de una hectárea de palma puede estar en el orden de cinco millones
de pesos.

Empleo y sustentabilidad social

Caucho
De la superficie sembrada hasta 1997 en Colombia, el 91%, 8.152 hectáreas, corresponde
a “pequeñas plantaciones” en 17 departamentos. El resto, 730 hectáreas, corresponde a dos
grandes plantaciones: Meta, 470 hectáreas de Mavalle en Puerto López y 260 hectáreas en
Caquetá. La plantación de 350 hectáreas del INCORA en Caquetá (La Mono y Maguaré) se
parceló entre 45 familias en 1979. Una de las razones del “mini tamaño” de las parcelas se
debe a las labores del cultivo, en particular la sangría, que sólo puede hacerse en días secos
pues la lluvia lava el látex fresco. Otra razón son los riesgos sanitarios. El promedio es de 1
a 2 hectáreas por familia (Torres,1999).

Palma
El área sembrada en palma, registrada a abril de 2005 (www.fedepalma.com) fue de
191.920 hectáreas, correspondientes a 2.751 cultivadores, para un engañoso promedio de
69,8 hectáreas por cultivador; pequeños cultivadores existen en Becerril, María la Baja,
Tibú, Magdalena Medio, Tumaco. En realidad, si se tiene en cuenta que las fábricas o
beneficiaderos de la fruta eran 51, el promedio es de 3,763 hectáreas por fábrica, que refleja
más ciertamente el carácter de megaproyecto y latifundio industrial en palma.
Cifras de noticiero televisivo (Ministro Arias Leyva y Gerente de Fedepalma) fluctúan
entre 80 mil y 90 mil empleos en palma, o sea, cerca de cuatro empleos por cada diez
hectáreas ó 0.4 por hectárea, incomparablemente menor al empleo en panela, café, papa,
cacao, y en general en economía campesina.
El personal administrativo de SAPUGA S.A., 3.200 hectáreas, es de 15 personas, y el de
campo y fábrica 120 personas, para un promedio de 23,7 hectáreas por persona para el
total de la finca, y de un empleo por cada 5,3 hectáreas, si sólo contamos las 720 hectáreas
en producción; 89% de este personal de campo es suministrado por una cooperativa de
trabajadores de Acacías y Puerto Gaitán; apenas 11% del personal es de nómina: los
“empleos de calidad” están representados por salarios del orden de $700 mil mensuales,
que pueden ascender a 1.5 millones en época de cosecha.

Comercio

Caucho
“La inestabilidad de los precios del caucho natural a través de la historia sugiere una
alta competitividad en el mercado internacional convirtiéndose en un riesgo para los
productores” (Torres, 1999), otra razón para que las plantaciones resulten de pequeño
tamaño. Mediante el acuerdo de Viena de 1987 se llegó a la creación de un “stock”
estabilizador de los precios al productor. La producción colombiana es altamente
deficitaria, por lo que toda la producción se consume interiormente.

Palma
La Palma disfruta de tres frentes de comercio: exportación, consumo nacional y biodiesel
(www.fedepalma.com).
C.I. Acepalma S.A. –Comercializadora Internacional de Aceite de Palma-, promovida
por Fedepalma y creada en 1991 con aportes de los afiliados, controla el 80% de las
exportaciones de aceites y derivados.
La producción colombiana de aceite de palma fue en 2005 de 673.000 toneladas frente a
un consumo interno de 440.000 toneladas. El total de exportaciones fue de 248.000
toneladas.

Posición de Colombia frente al total global

Caucho
Según el Ministerio de Agricultura de Colombia, el área mundial en caucho a 2005 fue de
7.895.200 hectáreas, correspondientes a Indonesia 32%, Malasia 17%, Tailandia 20%.
Colombia, con 20.800 hectáreas en 2006 representa apenas el 2,6 por mil (0.26%) de la
superficie total global.
La producción mundial de caucho natural se estimó en 2005 en 8,7 millones de
toneladas. Colombia consumió en 1995 29.900 toneladas, abastecidas por sólo mil
toneladas de la producción nacional (Torres, 1999). El Ministerio de Agricultura estima
que la producción nacional (2.586 toneladas en 2006) abastece sólo el 7,5% del consumo.
Se estima que la demanda mundial está creciendo al 2,6% anual.

Palma
La oferta y consumo mundial de los 17 principales aceites y grasas comestibles fue de
138.200.000 toneladas: soya 24%, palma 24%, colza 11,6%, palmiste 2,9%, una de cuyas
fuentes es la palma (www.fedepalma.com).
La producción colombiana en 2005 de 673.000 toneladas de aceite de palma representa
el 0,49% de la producción global de los 17 principales aceites y grasas comestibles y el 2%
de la de aceite de palma global. Algunos países con los que toca competir en porcentaje de
producción global (33.590.000 toneladas de aceite de palma) son: Malasia 44,5%, Indonesia
40,5%, Nigeria 2.4%, Tailandia 2%, Ecuador 0,9%, otros 6,6%.

Biodiesel de palma
El balance entre consumo colombiano interno a 2005 (440.000 toneladas) contra la
producción (673.000 toneladas) arroja un excedente para exportación o para combustible
diesel de 300.000 toneladas anuales. Como hemos visto no es en Colombia donde se forma
el precio internacional del aceite.
El experto en petróleos, Senador Hugo Serrano (debate de septiembre 18 de 2007 en la
Comisión Quinta del Senado) afirma que el único agrocombustible viable a la fecha sería el
etanol, especialmente el de caña de azúcar, si se comparan precios:
$3.241 por galón de gasolina, precio Ecopetrol, versus $4.450 por galón de etanol en
ingenio azucarero del Valle del Cauca. El biodiesel colombiano, según el Senador Serrano,
estaría actualmente al nivel de US$130 por barril versus US$75 por barril de ACPM. En
efecto, con los precios actuales de $1.400 por kilo de aceite crudo en fábrica el barril sale
costando en sitio de producción, sin transportar, refinar y mezclar, cerca de los US$130. De
modo que el juego del biodiesel de palma, en el momento, sólo puede realizarse a favor de
un precio internacional más bajo que el colombiano y sólo para los excedentes del
consumo humano local. Un fondo de estabilización sería funcional para el manejo de los
excedentes e incluso para la importación del aceite de palma a precios menores.
Partidarios del biodiesel de palma argumentan una visión futurista en que la demanda
mundial de petróleo en 2007 (82 millones de barriles) ascendería en el 2030 a 120 millones
de barriles, ante un panorama global de agotamiento de las reservas de crudo. Y entonces
el aceite de palma podría pasar del consumo humano al de las máquinas. Esto si los
movimientos sociales populares lo siguen permitiendo, como han permitido el alza de
precios de maíz, azúcar, panela, yuca.
Partidarios del biodiesel de palma hacen notar que tratándose de “excedentes” del
consumo local, el punto realmente crítico del precio de venta es el costo de producción
($942 por kilo de aceite en promedio nacional 2004), lo que se asemeja a US$90 por barril,
cercano a los precios del petróleo en octubre de 2007, que viene superando los US$80 por
barril.

Megaproyectos
La estructura latifundiaria, la concentración de la propiedad de la tierra, constituye una
condición favorable al desarrollo de megaproyectos agrícolas, social y ecológicamente
llamados “desiertos verdes”, como es el caso del desarrollo azucarero vallecaucano. El
Caribe colombiano, el Magdalena Medio y en máximo grado la Orinoquia se caracterizan
por esta situación latifundiaria.
En el momento, la mejor opción nacional para el establecimiento de megaproyectos se
da en la altillanura o sabanas no inundables de Orinoquia, donde todavía la tierra se cotiza
a precio del orden del millón de pesos por hectárea, dependiendo de la disponibilidad de
títulos legales y de la proximidad a todavía precarias vías de comunicación.
Maderas, caucho, palma y ganaderías “mejoradas” fueron las primeras opciones en la
década de 1980 soportados por Triples Pizano, CIAT, Centro Experimental Las Gaviotas,
mientras se fueron creando técnicas de manejo agrícolas de las sabanas, proceso iniciado
desde 2001 en cultivos de maíz y soya. De éstos, es actual espectacular manifestación la
firma Aliar S.A. con su proyecto de 50 mil hectáreas que fabrica alimentos para la ceba
permanente de una piara estabulada del orden de doce mil lechones, que serán
beneficiados en instalaciones propias del megaproyecto (localización según visita
personal, septiembre 12 de 2007: La Victoria, Pueblo Nuevo, en la vía Puerto López –
Puerto Gaitán, y vereda Santa Bárbara, Guasipati, en Puerto Gaitán).
Macroproyectos de yuca para etanol del Grupo Protesting Colombia en alianza con
CIAT y CLAYUCA - Consorcio Latinoamericano y del Caribe para el Apoyo a la
Investigación y el Desarrollo de Yuca-, se desarrollan en Puerto López, en las sabanas y
serranías de Canta Claro. Primera etapa ya iniciada con 350 hectáreas hacia 20.000
litros/día (algo así como diez mil hectáreas), proyectado a un millón de litros/día, o sea,
cincuenta mil hectáreas.
Tal vez el proyecto de mayor magnitud en caucho sería el de Cumaribo en un orden
mayor a 10 mil hectáreas (www.minagricultura.gov.co). De otro lado, el caucho es una de
las opciones objeto de mayor privilegio para sustitución de cultivos ilegalizados.
El Ministerio de Agricultura agrupa las perspectivas caucheras en seis núcleos: cordón
cauchero-cacaotero en Antioquia y Córdoba; zona marginal cafetera de Caldas y Tolima;
Magdalena Medio Santandereano; Magdalena Medio Central; Orinoquia; Amazonia de
Caquetá, Putumayo, Guaviare; y destaca una extensión de 890.000 hectáreas del territorio
nacional, concentradas en valles interandinos de del Caribe y la Orinoquia, que
climáticamente (al menos dos meses secos consecutivos al año) escapan al hongo del
follaje Microcyclus ulei, el limitante más grave para el cultivo. Afirmar, como lo hace el
Ministerio de Agricultura, que además existen doce millones de hectáreas potenciales para
caucho mediante avances tecnológicos parece ser manifestación de un síndrome
patológico del poder público.
La estación experimental Carimagua ahora está abandonada y a la oferta de algún
megaproyecto de 17 mil hectáreas por parte del Ministerio de Agricultura. La otrora visión
exclusiva del CIAT hacia ganadería vacuna en el Llano ha quedado rezagada ante los
megaproyectos agrícolas. Cambio de época, 40 años de burocracia internacional científica
a la vera de la sabana. Es el viraje del Banco Mundial (el CIAT, su órgano en Colombia)
hacia los agrocombustibles, según los intereses del imperio.

Vía campesina
La visión de la vía campesina existe con anterioridad a los megaproyectos y constituye
un modo propio de construcción social exitoso, observable sobre el terreno. Son
distinguibles al menos cuatro modalidades: la indígena y la de cultivos ilegalizados, de los
cuales no trataremos en esta oportunidad, la campesina popular representada por
desplazados reasentados, y la de pequeños y medianos empresarios con niveles de
escolaridad elevados (incluso universitarios).
Un ejemplo de esta última modalidad es el grupo de amigos de la región del Caño La
Ema, zona de Menegua, Puerto López, donde a la actividad comercial ganadera se
incorporan elementos de conservación de los morichales y de la fauna, así como prácticas
de agricultura orgánica. Paradigma de este grupo el veterinario Gustavo Giraldo
Bermúdez con 50 hectáreas, cuatro cabezas por hectárea, producción comercial de semillas
de pastos y leguminosas, uso de arado de cincel cada tres años, enmiendas al suelo con
minerales naturales, creador de un excelente cruce de brahman por charolais. Paradigma el
señor Régulo Olivares quien ensila maíz para alimentación vacuna (30 toneladas/hectárea
en 2,5 meses de maíz variedad Guacavía de CORPOICA) y participa de prácticas racionales
de enmiendas al suelo y de manejo de pastos y ganados. Paradigma el señor Alberto de la
Roche con 250 hectáreas de pino caribea, teca, eucalipto, Acacia mangium, con un grado
discreto de intervención de la sabana natural. No se trata de logros de corto plazo, sino de
alrededor de cuatro décadas de convivencia regional y de asimilación de experiencias.
Otro ejemplo son los desplazados reasentados en Santa Bárbara, Guasipati. Este
asentamiento se inició hace siete años mediante una parcelación de INCORA: 32 familias
con 57 hectáreas cada una, las cuales recibieron apoyo para construcción de vivienda y
escuela. Las ayudas para construcción de corrales, división de potreros, siembra de pastos
y adquisición de ganados han sido modestas. La política del gobierno actual y del vecino
megaproyecto porcícola de Aliar S.A. están interesados en esas tierras (1.824 hectáreas)
además de las de los resguardos cercanos de Corocito, Yopalito y Walabó, y por supuesto
en la mano de obra, la asociación de los pobres con los ricos. De los 32 parceleros, 16 son
asistidos por la Pastoral Social de Puerto Gaitán, y de ellos 10 han creado su propia opción
con base en autonomía alimentaría y biodiversidad; son notables sus huertos de frutales,
donde se destacan plátano, cítricos, cacao y mango, demostrando la factibilidad de líneas
agrícolas y pecuarias desarrollables si hubieran más apoyos efectivos. Paradigmas el
campesino Señor Orny Oviedo, su esposa Rubiela Góngora y otros. (visita conjunta con la
Ingeniera Agrícola Martha Currea. Puerto Gaitán, Pastoral Social, septiembre de 2007)
Un tercer ejemplo son los parceleros de la reforma agraria actual, representados en 127
familias de desplazados ubicados en parcelas de 27 hectáreas correspondientes a una
hacienda del narcotraficante Leonidas Vargas (cerca de 3.500 hectáreas). Este asentamiento
en la región de La Victoria, Pueblo Nuevo, data de un año. Apena la condición precaria de
las viviendas y la pobreza de los reasentados, quienes desde un principio han plantado
pequeñas áreas de autonomía alimentaría (yuca, principalmente). También este
asentamiento es vecino de uno de los dos focos del megaproyecto porcícola Aliar S.A.,
que, desde luego, se interesa en la mano de obra disponible y en llegar a un acuerdo de
asociación con los parceleros.
La civilidad de una vía campesina podría ser el escenario de proyectos de desarrollo de
recursos que alguna vez tuvieron y aún tienen perspectivas comerciales, a semejanza de
cauchos y quinas que fueron acogidos en países con otras visiones. Son los casos del
bálsamo de Tolú que incineramos con entusiasmo para “civilizar” tierras para algodón y
ganado, de la sarrapia, de la palma nolí, de la zarzaparrilla, del dividivi, del caucho
Castilloa, la balata, juansoco, el palo brasil, la ceiba tolúa, la caoba, el payandé o gallinero o
chiminango, el algarrobo, el cañafístolo, el marañón, la ipecacuana, el cativo, los cedros, el
roble, la guadua, el palo mora, el trupillo… Y tantas especies animales…
Nuestra incapacidad para mirarnos a nosotros mismos en relación con la actitud
arrodillada y copiona de la burocracia está bien documentada en estudiosos como “Frutas
silvestres de Colombia” de Rafael Romero Castañeda, “Flora medicinal de Colombia” de
Hernando García Barriga, “Plantas útiles de Colombia” de Enrique Pérez Arbeláez,
“Colombia y la economía mundial 1830 – 1910” de Antonio Ocampo y “Plantas cultivadas
y animales domésticos en América equinoccial…” de Víctor Manuel Patiño.

En conclusión...
Los nuevos megaproyectos agrícolas de mayor magnitud nacional se están localizando
en uno de los ejes del sistema
IIRSA (Iniciativa de Integración Regional Suramericana) correspondiente al Orinoco –
Meta – Bogotá, a favor de la estructura latifundiaria de la tierra, ésta a precios todavía
asequibles y a favor de las políticas gubernamentales.
Es en la altillanura no inundable y en el pie de monte llanero donde existen las
condiciones más favorables para los tres millones de hectáreas en palma que el ex-
presidente Pastrana ofreció al capital malasio, o los siete millones de hectáreas de
megaproyectos de la política del presidente Uribe.
Pero es, a la vez, un escenario prioritario para el trabajo en ambientalismo, en cultura
popular, en economía campesina, en métodos alternativos de uso de la tierra, en
conservacionismo de la naturaleza.
La vocación de la altillanura es agroforestal, silvopastoril, incluso agrícola, y conocemos
tecnologías tanto desde lo agroquímico como desde lo ecológico. El punto del debate es
quién y cómo se apropia de la tierra, cómo construye social y políticamente región, en
especial donde son evidentes poderes narcotraficantes y paramilitares.
Petróleo, megaproyectos y narcotráfico vienen acompañados de lacras sociales como
prostitución, alcoholismo, corrupción administrativa, desplazamiento del sector rural
pobre y desarrollo hacia fuera que ni siquiera genera autonomía alimentaria local:
regiones ganaderas donde la leche viene de Bogotá (250 kms), donde la comida cuesta el
doble que en el interior del país, y donde grupos de niños acechan las sobras de los
comensales en los restaurantes.

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*
Ingeniero agrónomo y agricultor orgánico, mariomejiag@hotmail.com
AGROCOMBUSTIBLES:
SUS MENTIRAS Y SU CAPACIDAD
GENERADORA DE HAMBRE

Juan Carlos Morales González1

La dinámica de los agrocombustibles (AGC) representa, indudablemente, una grave


amenaza para nuestras sociedades y los entornos medioambiental, social y económico
sobre los que están erigidas. Dicha amenaza planetaria también se cierne sobre nuestro
país, pues, lejos de ser una excepción, en Colombia se conjugan diversos aspectos que la
hacen atractiva para tal actividad: condiciones geográficas, climáticas y edafológicas
excelentes; un ambiente favorable a la inversión extranjera; inserción completa del país en
la globalización neoliberal; un Estado violador sistemático de los derechos humanos;
anuencia y/o pasividad crítica de los medios de comunicación y buena parte de la
academia, etc.
Todos estos factores, en términos generales, suelen hallarse también en los otros lugares
del mundo en desarrollo que han sido lanzados a la vorágine de los AGC. No obstante, en
Colombia adquieren una particular notoriedad dado que acompañan un evidente proceso
de destrucción del sector campesino, afro e indígena, al tiempo que se legitima política,
económica y socialmente el crimen organizado (narcoparamilitarismo) cuyos evidentes
vínculos con importantes sectores de la clase política e industrial del país son de
conocimiento público. En ese sentido, los AGC devienen una herramienta fabulosa para
que estos sectores criminales terminen de consolidar la apropiación de tierras, recursos y
riquezas, a la par que se amplía y profundiza la tragedia social por la que atraviesa el
conjunto de la nación.
Ese accionar, sin embargo, no puede pensarse como un ejercicio autónomo de quienes
son los agentes locales de tal dinámica. De hecho, y puede parecer de Perogrullo al
subrayarlo, el impulso a los AGC en Colombia no podría ser “exitoso” si no contara con
un contexto internacional que le fuera favorable. En el ámbito hemisférico, el papel de los
Estados Unidos (EUA) ha sido más que protagónico no sólo por los intereses
geoestratégicos, geopolíticos y geoenergéticos del gobierno Bush, sino también por la
cercana afinidad que existe (aunque en relación de vasallaje) entre el sector político y
agroindustrial colombiano respecto a los núcleos de poder de aquel país.

Algunas precisiones necesarias


La utilización de productos agrícolas para la fabricación de combustibles es algo muy viejo
en la historia humana. Sin embargo, sólo hasta ahora se ha convertido en una obsesión
mundial, lo que tendrá terribles consecuencias para el futuro planetario. En efecto,
amplios y profundos estudios, análisis y prospecciones realizadas por conocedores de
diferentes especialidades en todo el orbe dan cuenta del carácter nocivo que la dinámica
productiva y de consumo de los AGC tiene y tendrá sobre los agricultores, el medio
ambiente, la biodiversidad, los consumidores, el cambio climático, los derechos humanos,
etc.2
Más que una preocupación por las consecuencias que el cambio climático está
generando en nuestro mundo y que se supone es el argumento ético a la hora de justificar
a los AGC, su boom obedece en esencia a una adecuación estratégica, en términos de lo
energético y lo geopolítico, por parte de las grandes potencias. De tal magnitud es esta
preocupación que el gobierno norteamericano y la Unión Europea pretenden que para el
2017 y el 2020, respectivamente, en el sector del transporte se utilicen 35000 millones de
galones de etanol (para el caso de los EUA) o se haya sustituido en un 20% el diesel (para
el caso de Europa) con AGC3.
Así las cosas, el nuevo orden económico mundial y sus agentes son conscientes que el
rápido agotamiento de los combustibles fósiles representa una amenaza para su
despilfarrador modo de vida. Modo de vida que es, precisamente, el principal responsable
del deterioro planetario.
Imbuidos de la anti ética del capitalismo salvaje, no obstante ven en el problema una
nueva oportunidad de enriquecimiento y dilapidación. Es, en ese sentido, que los AGC
devienen una mina de oro en la que las necesidades estratégicas del primer mundo se
complementan y actúan de consuno con los intereses del poder corporativo.
Monsanto, ADM, DuPont, Syngenta, Cargill, Syntethic Genomics, British Petroleum
Company, General Motors, Ford Motors, Daimler-Chrysler, Banco Mundial, Fondo
Monetario Internacional, son apenas algunas de las transnacionales, compañías o poderes
financieros, que están detrás del negocio de los AGC y de la oficiosidad de muchos
mandatarios que dan eco e impulso a los intereses descritos4. Unas y otros, casi sin
excepción, comparten oscuros historiales en los que la corrupción, la venalidad, el saqueo
y la violación de los derechos humanos hacen parte de su hoja de vida.
Desde ya, los críticos mejor informados anticipan que el boom de los AGC permitirá
que ese entronque de intereses consolide, en poquísimas manos, el control sobre los
sistemas energético y alimentario mundial; es decir, el dominio casi absoluto sobre el
destino de los países del sur5.
La conjunción de intereses descrita puede sintetizarse en el esquema que presento al
final del texto. En él se resalta que el negocio de los AGC no surge como un espacio
industrial o agro industrial independiente e inconexo con otros ya existentes. De hecho, es
la consecuencia de la intervención más o menos articulada de las empresas transnacionales
(ETNs) ligadas al sector energético (petroleras, compañías gasíferas), al sector automotriz,
a la agroindustria (incluyendo la de simientes y agroquímicos), a la biotecnología y, para
un futuro inminente, a los centros de desarrollo de la biología sintética. Todos juntos son
lo que podríamos denominar el “núcleo impulsor de tipo corporativo” de los AGC.
Pero para que ese núcleo (conjunta o separadamente) pueda impulsar la dinámica de
los AGC en los países en desarrollo se requiere de la coacción. Ésta, agenciada por lo que
denomino el “núcleo de presión” (medios de comunicación, instituciones académicas,
organismos financieros internacionales), se encarga no sólo de “legitimar” los “avances”
científicos y técnicos relacionados con los AGC (la academia), sino que incluso ayuda a
darles un supuesto carácter ético (los medios) o forzar su implementación a través, por
ejemplo, de los programas de ajuste estructural (FMI, Banco Mundial) impuestos a
nuestros países.
Ahora bien, la rentabilidad del negocio tiene su fundamento en cinco razones:
1. Gozan de un alto precio en el mercado internacional.
2. Son una prioridad estratégica y tienen el impulso de las grandes potencias.
3. Hacen parte de los paquetes de reforma estructural impuestos por los organismos
financieros internacionales.
4. Su desarrollo es generosamente subsidiado y/o se da en condiciones de alta
rentabilidad en la que la explotación inmisericorde de los recursos y la mano de obra
permiten una mayor cuota de ganancia.
5. Su proceso productivo y comercialización aún no son totalmente rechazados gracias al
manejo mediático de las supuestas ventajas de esta actividad económica.
Es importante detenernos un poco en este último punto pues incita a la reflexión en
torno a algunas de las motivaciones y justificaciones que se esgrimen para impulsar los
AGC y que, para el caso colombiano, por ejemplo, eran notorias en el fallido Proyecto de
Ley 113 de 2006 de la Cámara de Representantes6.

¿Qué tan buena es la dinámica de los AGC?


En la promoción de los AGC como alternativa “exitosa” frente al actual consumo de
energía fósil se han construido varias ficciones que, ampliando las enunciadas por el
experto Eric Holtz-Giménez7, director del Institute for Food and Development Policy, se
enumeran a continuación:
1. Que los AGC son energéticamente más rentables que los combustibles fósiles.
2. Que son “limpios” y protegen el medio ambiente.
3. Que son fundamentales para revertir el cambio climático.
4. Que impulsan el desarrollo rural.
5. Que la materia prima que permite su fabricación es sostenible y renovable.
6. Que su dinámica no propicia la violación de los derechos humanos (DDHH).
7. Que los AGC de segunda generación tienen grandes potencialidades y comparten las
“bondades” arriba enumeradas.
8. Que los AGC no causarán hambre.
Pero, ¿tantas virtudes son ciertas? Demos una rápida mirada crítica a esos enunciados.

Primero: los países más ricos gastan actualmente el 56% de la energía total del planeta y
tal ritmo de consumo está incrementándose aceleradamente en buena parte, como ya se
dijo, gracias a un despilfarrador modelo de desarrollo.
La producción y utilización masiva de AGC es incapaz de sustituir, siquiera
mediocremente, tales requerimientos energéticos. Para el 2030, por ejemplo, la Agencia
Internacional de Energía pronostica que los AGC únicamente podrán reemplazar el 8% del
consumo mundial de combustibles para el transporte8; incluso otros expertos consideran
que para poder suplir la demanda actual de petróleo con AGC se necesitaría destinar para
este fin la superficie cultivable de tres planetas tierra9.
En términos del balance energético de los AGC, varios estudios han demostrado que los
requerimientos de energía fósil son más altos para su producción que la propia energía
que ellos generan (ver tabla 1). En síntesis, los AGC no son energéticamente más rentables.
Segundo: la producción y uso de AGC se caracteriza por ser terriblemente destructora
del medio ambiente. Procesos acelerados de compactación y erosión de la tierra (por maíz
en EUA y soya en Argentina, Brasil, Paraguay, Bolivia y EUA)10, daños irreversibles en
ecosistemas y reducción de la biodiversidad (en todas las regiones palmíferas del mundo,
especialmente en Colombia, Indonesia y Malasia)11, altos consumos de agua12,
eutrofización de biotas lacustres y marinas por residuos de fertilizantes, liberación a la
atmósfera de grandes cantidades de ozono y de los cancerígenos carbanilos (Bogotá con el
uso del bioetanol)13, etc., son apenas algunas de las muchas evidencias que desmienten el
supuesto carácter “limpio” y protector del medio ambiente por parte de los AGC.

Tabla No. 1. Balance energético (energía fósil requerida para la producción y


disposición final Vs. energía generada) de algunos AGC1.

TIPO DE AGC BALANCE ENERGÉTICO


BIOETANOL A BASE DE:
Maíz -29%
Césped -50%
Madera -57%
BIODISEL A BASE DE:
Soya -27%
Girasol -118%
Tabla construida con base en datos contenidos en: Pimentel, David. 2003. “Ethanol
Fuels: Energy Balance, Economics, and Environmental Impacts are Negative”. Natural
Resources Research. Vo. 12. No. 2. June 2003. pp: 127-134; y, Pimentel, David y Tad W.
Patzek. Op. cit. pp: 65-76.

Tercero: la dinámica de producción de los AGC lejos de detener el cambio climático lo


acelera14. Ya se sabe, por ejemplo, que la deforestación y quema necesarias para que
Indonesia y Malasia se consolidaran como unos de los mayores cultivadores de palma de
aceite contribuyeron con el 40% del total de emisiones de CO2 del planeta en esos años15. Si
a eso sumamos la liberación de gases invernadero por la combustión de energía fósil
durante la producción de los AGC, la pérdida de carbono por deterioro del suelo, la
masiva liberación de óxido nitroso (uno de los principales gases causantes del efecto de
invernadero) por efecto del uso descontrolado de fertilizantes, el daño de las turberas (que
retienen carbono)16 y la rápida desaparición de los bosques y selvas (contenedores
naturales de CO2), debemos concluir que difícilmente se puede afirmar que la producción
de AGC mitiga el cambio climático.
Cuarto: de los países del mundo en desarrollo que ahora se dedican a la producción de
AGC (incluyendo el nuestro), no hay uno solo en el que dicho proceso no se acompañe del
empobrecimiento del sector rural (entendido como aquel integrado por los campesinos y
campesinas, no por los grandes industriales), la pérdida masiva de tierras incluso a través
de la violencia (Colombia, Indonesia, Malasia, Brasil, Argentina, Paraguay), y el
desplazamiento y marginalización del campesinado. Las políticas que impulsan al sector
de los AGC están concebidas para favorecer el gran capital, la concentración de tierras y la
legitimación del saqueo de recursos y querencias. Argüir, por ejemplo, que son impulsoras
de la generación de puestos de trabajo no es más que una falacia (ver tabla 2).

Tabla No. 2. Puestos de trabajo creados en los países del trópico por la economía
campesina Vs. producción de AGC (por cada 100 hectáreas de cultivo)2

TIPO DE PRODUCCIÓN PUESTOS CREADOS


Agricultura familiar 35
Palma aceitera 10
Caña de azúcar 10
Soya 2
Tabla elaborada con base en: Holtz-Gimenez, Eric. Op. cit. No. 6. p: 15; y, Biofuelwatch,
et al. Op. cit. No. 1.

Para el caso colombiano, ya se ha denunciado que las famosas “alianzas estratégicas” o


“asociaciones productivas” no son más que una mampara tras la cual “los campesinos,
indígenas y afros entregan la tierra, su mano de obra sin contrato de trabajo, son
explotados, no se les paga horas extras ni prestaciones, etc.”17
El “desarrollo rural”, en síntesis, termina siendo un proceso por el cual la sociedad
entera subvenciona el enriquecimiento de unos pocos y, como en el caso colombiano,
legitimando las actividades económicas de criminales que han “invertido” en el sector de
los AGC. La relación entre palma de aceite y paramilitarismo en el pacífico colombiano y
otras regiones de nuestra geografía es más que elocuente al respecto18.
Quinto: quienes afirman que la materia prima para la producción de AGC es renovable
ignoran, sin excepción, que dicho proceso, al deteriorar el medioambiente
(sobreutilización de los suelos, contaminación, agotamiento de fuentes hídricas), reduce
rápidamente las posibilidades y sustratos que garantizan la sostenibilidad de los recursos.
El caso argentino es ilustrativo y está lejos de ser una excepción: únicamente en 2002 la
superficie argentina dedicada al cultivo de soya perdió 900.000 toneladas de Nitrógeno,
200.000 de Hierro y 140.000 de Fósforo, lo cual redunda en ingentes gastos para la
restitución artificial de nutrientes, a la vez que hay un empobrecimiento acelerado del
suelo que, a corto o mediano plazo, se traducirá en la desertización absoluta19.
Sexto: en todos los países del mundo en desarrollo donde se ha impulsado o se viene
fomentando que el sector agrícola se vuelque hacia los AGC, dicho proceso se ha
acompañado de serias violaciones a los derechos humanos.
Se ignoran los derechos de propiedad individual o colectiva (Brasil, Colombia); se
desplaza a la población campesina, afro o nativa (Indonesia, Malasia, Colombia,
Paraguay); se vulneran los derechos de los trabajadores; se genera desempleo o se
promueve un servilismo disfrazado (Colombia, Brasil, Paraguay, Indonesia); se coacciona,
asesina o desaparece a los trabajadores o sus representantes sindicales (Colombia, Brasil)20;
se irrespeta el derecho a la salud, la alimentación, la cultura, el ambiente sano y el uso de
recursos de las comunidades rurales.
Resumiendo, la imposición de una economía agrícola favorable a los AGC no puede
sustraerse de impulsar la violación sistemática de los DDHH; esto en virtud, como ya se
dijo, de que su productividad se sustenta en la sobreexplotación de mano de obra, el
saqueo de los recursos, el daño al medio ambiente, la consolidación de grandes zonas de
cultivo, entre otros factores.
Séptimo: muchos expertos coinciden en que, frente a la creciente preocupación por los
AGC, la promesa de los países desarrollados consistente en desarrollar biocombustibles de
segunda generación (a partir de modificaciones genéticas de plantas ya existentes, la
creación de microbios que desnaturalicen rápidamente la celulosa y la lignina, etc.), que
supuestamente limitaría la competencia que se generará por los cereales, tubérculos,
oleaginosas y otros alimentos. Esta promesa, sin embargo, no podrá ser viable nunca21.
Aun suponiendo que sí, los perjuicios que esto tendría serían sumamente altos: la rápida
pérdida de la biomasa contenida en los bosques y selvas sobrevivientes, la destrucción del
20 al 25% de las especies del planeta (entre ellas muchas de origen microscópico y
fundamentales para los equilibrios ecológicos)22, la generación artificial de organismos
destructores del medio ambiente, la interrupción de los ciclos evolutivos naturales, y la
sobrevivencia de nuestra especie puesta al borde del abismo.
Octavo: indudablemente la mayor mentira de todas es plantear que la dinámica de los
AGC no causará hambre. Afirmación que contradice todas las evidencias y que incluso ha
sido criticada por miembros del establecimiento en aquellos países que promueven la
producción y consumo masivo de AGC23.
Nos detendremos un poco más en este punto pues es urgente llamar la atención sobre
las serias consecuencias que tendrá en nuestro país la producción de AGC para la
soberanía, autonomía y seguridad alimentarias.
Los AGC y el hambre
Lejos de ir por buen camino, la meta de reducir a la mitad el número de hambrientos en el
mundo está fuera de alcance24.
Tomando como base los reportes estadísticos más recientes de la FAO, de 1996 al 2002
(último año registrado) el número de hambrientos en los países subdesarrollados aumentó
en casi 24 millones de personas. La tendencia registrada hasta el momento, como muchos
expertos lo han aseverado, es una consecuencia del nuevo orden económico mundial, el
mismo que hoy impulsa los AGC.
Conociendo que el 95% del hambre de la humanidad es un hambre estructural (es decir,
resultado de la pobreza y la exclusión social), resulta cuando menos ofensivo que se gasten
tantos esfuerzos en imponer una estrategia energética que limitará, precisamente, la
disponibilidad energética de tipo biológico para estos y muchos otros seres humanos.
Se sabe, por ejemplo, que los cereales constituyen la principal fuente alimentaria del 80
a 90% de la humanidad y son, a su vez, materia prima para la producción de AGC.
Especialistas calculan que en virtud de la concurrencia que hay y se agudizará entre los
automóviles y las personas por los cereales, éstos subirán de precio a pasos agigantados en
el tiempo por venir (para el 2020 un 40% en el caso del maíz y un 30% en el del trigo; para
el 2010 será de 20 y 11%, respectivamente). Un cálculo del incremento en el precio de éstos
y otros alimentos puede verse en la tabla 3.

Tabla No. 3. Porcentaje de incremento en el precio mundial de algunos de los


alimentos a consecuencia de su transformación en AGC (año base: 2005)3

PRODUCTO AÑO
2010 2020
Yuca 33 135
Maíz 20 41
Semillas oleaginosas 26 76
Remolacha 7 25
Caña de azúcar 26 66
Trigo 11 30
* Rosegrant, Mark W.; et al. “Biofuels and the Global Food Balance”. En: Bioenergy an
Agriculture: Promises and Challenges. International food policy Research Institute.
Documento en PDF disponible en: http://www.ifpri.org/2020/focus/focus14 focus14.pdf
[Consulta: 12/VII/07]
Lo anterior significa que hacia el año 2025 el aumento de precios en los cereales
producto de su uso para la elaboración de AGC elevará el número de hambrientos a 1200
millones de personas (cada elevación del 1% en el precio de los alimentos crea 16 millones
de nuevos hambrientos)25.
Pero ese incremento de precios no sólo afectará a los cereales; también se encarecerán
otros alimentos en cuya producción aquellos son importantes: cárnicos, lácteos, huevos.
Así las cosas, en un futuro muy próximo la mayoría de habitantes del planeta verán
restringido seriamente su acceso a las fuentes energéticas y proteínicas, fundamento de la
vida misma.
¿A cuenta de qué se van a crear estos nuevos hambrientos? De la necesidad del primer
mundo de que sólo una pequeña parte de sus automotores se movilice con AGC y a un
costo energético, social y humano sin precedentes.
Valga ilustrar lo afirmado con lo siguiente: tomando como base algunos datos de
referencia suministrados por Pimentel y Patzek26, con el maíz necesario para producir el
etanol que requiere un automóvil del primer mundo para recorrer sus 32000 km/año
podrían cubrirse las necesidades calóricas diarias de una persona durante 22947 días (62
años) o, lo que es lo mismo, alimentar durante un año a 62 personas. En conclusión, bajo el
régimen productivo de los AGC la vida de 62 personas vale menos que la supuesta
movilidad “ecológica” de un automóvil.
Ahora bien, de los 24 millones de nuevos hambrientos que surgieron en los países en
desarrollo (PVD) entre 1996 y 2002, 800.000 fueron colombianos y colombianas, lo cual
representa un incremento del 16% respecto a las estadísticas de 1996 (5,1 millones) y en
una proporción 5 veces superior al retroceso que en el mismo periodo se registró en el
mundo en desarrollo.
Esto, que debería concitar la vergüenza nacional, ha hecho que el ritmo de crecimiento
del hambre en Colombia supere al registrado en el promedio de los PVD e, incluso, en la
propia África Subsahariana27.
No son estos los únicos indicadores que permiten valorar la gravedad de la realidad
alimentaria del país. La Encuesta Nacional de la Situación Nutricional en Colombia 2005
(ENSIN 2005)28 pone en evidencia, para el año referido, datos como los siguientes: el 41%
de los hogares colombianos padece inseguridad alimentaria; más del 20% de los niños y
niñas menores de cinco años tienen algún tipo de desnutrición; 33% de los menores de
cinco años y 45% de las gestantes colombianas sufren de anemia; 32% de la población
colombiana tiene deficiencias en Vitamina A, 62.3% de Zinc y 86% de Calcio; 64% de los
colombianos y colombianas presentan deficiencia en la ingesta de energía; entre otras
cifras escalofriantes.
La situación de hambre en Colombia no es un hecho inconexo sobre el que pueda
pensarse sin considerar el papel que, en su generación, ha tenido el conflicto interno, la
creciente
inequidad, la inserción del país al neoliberalismo, la impunidad en todas sus expresiones,
la corrupción, el abandono estatal del campo y la adopción de políticas que, como el
fallido Proyecto de Ley 113 de 2006, buscan favorecer a unas poquísimas empresas
colombianas y varias transnacionales.
A lo largo de este texto se han mencionado apenas unos casos, propios y ajenos, del
potencial lesivo o los daños en marcha implicados en la vorágine de los AGC. Aquellos
interesados en profundizar en el tema sólo tienen que remitirse a las organizaciones
defensoras de DDHH, la Procuraduría, las Defensorías, etc. quienes tienen conocimiento
de cómo en varias partes de Colombia donde los AGC son un “polo de desarrollo”,
“coincidencialmente” la situación de dichos derechos es una de las más graves del país. De
hecho, en algunos lugares de nuestra geografía la sola mención de las compañías
palmicultoras suscita el terror en las comunidades29, cual si se gritase el nombre de Atila a
los antiguos romanos o los infames nombres de la Casa Arana o la United Fruit Company
para las poblaciones indígenas y campesinas del sur y norte del país, respectivamente, a
principios del siglo veinte.
¿Por qué Colombia, en vez de lanzarse a la vorágine de los AGC cuya estela de hambre
es ampliamente reconocida, no se dedica, más bien, a revivir la economía campesina y la
producción de alimentos para consumo interno?
¿Por qué ese empeño en debilitar la soberanía alimentaria del país al insertarlo en una
carrera productiva y energética que le hará más dependiente, y cuya dinámica restringirá
sus posibilidades de decidir sobre su propio proceso alimentario?
¿Por qué ampliar el área dedicada al cultivo de materia prima para los AGC y no más
bien corregir la actual vocación en el uso de la tierra?
¿Cuál es el afán en seguir impulsando los monocultivos, la concentración de capitales,
tierras y ganancias?
¿Por qué, en aras de la defensa y promoción de los AGC, se continúa tolerando la
apropiación y tenencia indebida de tierras y querencias colectivas, la legalización de lo
usurpado, el desplazamiento forzado, la destrucción de las economías campesinas, los
ecosistemas y la pérdida de la autonomía alimentaria de las comunidades?
¿Cómo justificar que la producción de AGC y, en general, las políticas de “desarrollo
rural” del Estado colombiano vayan tan en contravía de las necesidades del grueso de la
población rural?
¿Por qué el Estado, contrariando el clamor de las comunidades, se niega a hacer uso del
Principio de Precaución y así evitar que las dinámicas de los AGC y los transgénicos, tan
asociadas una a otra, tengan un libre ejercicio en nuestro territorio?
¿Cuál es la necesidad de sumergir al país en un estado permanente y cada vez más
generalizado de inseguridad alimentaria a consecuencia, precisamente, de la pérdida de
la soberanía y autonomías alimentarias?
¿No sería mejor, por ejemplo, que las aproximadamente 270.000 Has de palma africana
se convirtieran más bien (en las zonas geográficas y tierras adecuadas) en cereales para
consumo interno, lo cual serviría para cubrir una y media veces las necesidades
energéticas de los casi 6 millones de personas que, según la FAO, padecen de hambre
crónica en Colombia?
Frente a lo anterior, como muy bien lo demuestran muchos expertos de todo el mundo,
es imperioso insistir en que no existen evidencias serias de que el boom de los AGC sea
provechoso para países como el nuestro. Lo único que estamos haciendo con ello es
auspiciar políticas predatorias que aumentarán la miseria en nuestro país, la cual, de
seguro, será ya muy difícil de ocultar por más que se insista en los malabarismos
estadísticos.
Reiterando que una de las peores consecuencias de la dinámica de los AGC en
Colombia será la profundización del hambre, es importante recordar finalmente que en
virtud del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, del cual
Colombia es signataria, el Estado tiene el deber de garantizar el derecho a la alimentación
(DA) de quienes habitan su territorio. En ese sentido y ante la amenaza de los AGC, el
Estado colombiano está obligado a:
1. Respetar el derecho a la alimentación absteniéndose de adoptar medidas que, como
viene ocurriendo con la dinámica de los AGC, terminen socavando la autonomía
alimentaria y las economías familiares o colectivas del campesinado y poblaciones afro
e indígena colombianas.
2. Proteger a todos los habitantes del país y especialmente a la población rural, afro e
indígena de las vulneraciones del DA que directa o indirectamente sean generadas por
las compañías nacionales y extranjeras involucradas en el negocio de los AGC.
Igualmente, proteger a las comunidades de la coacción violenta de que son víctimas
por parte de grupos armados que, en ocasiones, buscan la apropiación de tierras y
territorios para su inserción en la economía de los AGC.
3. Facilitar la garantía del DA a todos los colombianos y colombianas, concitando sus
mayores esfuerzos y recursos a la población rural, permitiendo que en el legítimo
derecho de ejercer su autonomía alimentaria ellos se constituyan en el garante de una
adecuada y suficiente disponibilidad alimentaria.
4. Hacer efectivo el DA suministrando los alimentos e insumos necesarios a aquellas
poblaciones o individuos que, en virtud de la expansión de los AGC, han visto
conculcados sus derechos y la posibilidad de alimentarse digna y suficientemente.
Asimismo, propiciar la justa reparación y retorno de las poblaciones que han perdido
sus bienes o han sido desplazadas de sus territorios en los que ahora campea, por
ejemplo, la palma africana30.

Para concluir, es indudable que la inserción plena del país a la dinámica de los AGC
marcará un punto de inflexión del que muy posiblemente no habrá retorno.
En ese sentido, el presente texto es un llamado de atención para que toda la sociedad
colombiana se movilice frente a una de las peores amenazas en su historia. A no ser, claro,
que la aniquilación de nuestros ecosistemas, la pertinaz violación de los DDHH, el
desplazamiento, la ruina del campesinado, las poblaciones afro e indígenas, el saqueo de
nuestros recursos, y la expansión del hambre en Colombia sigan siendo asuntos de poca
importancia para un país que pareciera naufragar impertérrito bajo los cantos de sirena de
un régimen tan proclive al saqueo, la destrucción del país y el crimen.

Esquema de los intereses transnacionales


detrás del negocio de los AGC.
1
Médico (Universidad Nacional de Colombia) y Magister en Historia Contemporánea y Relaciones
Internacionales (Universidad de la Habana).
Actualmente se desempeña como miembro de la Secretaría Técnica de la Campaña Nacional por el Derecho a
la Alimentación – Plataforma Colombiana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo.
2 Ver por ejemplo: Altieri, Miguel A. y Bravo, Elizabeth. 13/V/07. “Tragedia social y ecológica: producción de

biocombustibles agrícolas en América”. En: www.foodfirst.org/files/Altieri-Bravo-Biocombustibles-ES.doc;


Biofuelwatch, et al. 2007. Agrofuels. Towards a Reality Check in Nine Key Areas. Documento en PDF disponible en:
http://www.biofuelwatch.org.uk/docs/agrofuels_
reality_check.pdf. Naciones Unidas también comenta varios de esos riesgos, aunque de manera matizada, en:
United Nations. 2007. Sustainable Bioenergy. A Framework for Decision Makers. UN-Energy. New-York.

3
Ver: Ford, Runge y Senauer, Benjamin. 2007. “How Biofuels Could Starve the Poor” En: Foreign Affairs.
Edición digital. Mayo/junio del 2007. En: http://www.foreignaffairs.org/20070501faessay86305/c-ford-runge-
benjamin-senauer/how-biofuels-could-starve-the-poor.html? [Consulta: 8/VIII/07]
4
Se sabe, citando un sólo caso, que tras la preocupación de George W. Bush por el tema se encuentran las
compañías automotrices arriba descritas. Ver: Ken, Thomas (AP). 2007. “Bush elogia fabricación de autos a
combustible alternativo”. Associated Press. Washington.
5 Ver: Altieri, Miguel A. y Bravo, Elizabeth. Op. cit. No. 2.
6
Proyecto archivado durante la segunda semana de octubre y que pretendía favorecer aún más esa actividad
económica. El Proyecto fue archivado por no ser tan agresivo como lo deseaba el gobierno.
7
Ver: Holtz-Gimenez, Eric. 2007. “Cinco mitos sobre agrocombustibles”. En: Le Monde Diplomatique. Edición
Colombia. Bogotá. Junio 2007. pp: 14-16.
8 Citada en: Biofuelwatch. 2007. “Biofuels Threaten to Accelerate Global Warming”. Biofuelwatch UK. En:

www.biofuelwatch.or.uk [Consulta: 24/V/07]


9
Observatorio Transnacional www.repsolmata.info. Citado en: Comisión Intereclesial de Justicia y Paz.
“Palma africana en Colombia. Impactos ambientales, socioeconómicos y efectos sobre la tenencia de la tierra,
en comunidades campesinas, negras e indígenas”. Documento disponible en:
http://www.semillas.org.co/sitio.shtml?apc=b1e1—&x=20154778#_ftnref5
10
En EUA el cultivo intensivo del maíz hace que cada año un acre pierda 19 Tn de suelo. Ver: Altieri, Miguel
A. y Bravo, Elizabeth. Op. cit. No. 2.
11En Colombia, más precisamente en la zona de Jiguamiandó y Curvaradó (Chocó), la expansión de la palma
aceitera se ha acompañado de la deforestación de más de 5000 Has. y la grave amenaza a cerca de 80 especies
forestales y 96 faunísticas. Ver: Comisión Intereclesial de Justicia y Paz. “Agronegocios de palma y banano.
Impactos ambientales y socioeconómicos”. Documento en medio magnético facilitado por la Comisión.
12
Ver: Biofuelwatch, et al. Op. cit. No. 1. p: 6; y, Carpintero, Oscar. 2006. “Biocombustibles y uso energético de
la biomasa: un análisis crítico”. En: El Ecologista No. 49. Madrid. p: 22.
13
García Lozada, Héctor. 2007. “La biogasolina en Bogotá”. Columna de opinión. I/07. www.minminas.gov.go
14
Valga citar un caso: se estima que la producción de una Tn de biodisel a partir de la palma de aceite está
ligada con la liberación a la atmósfera de 10 a 30 Tn de CO2. Ver: Biofuelwatch. Op. cit. No. 7.
15
Panos Media Toolkit. 2006. “Fuelling Controversy – Can Biofuels Slow the Speed of Climate Change?”.
London. October 2006. Documento en PDF disponible en:
<http://regserver.unfccc.int/seors/file_storage/xjndj336r 2xav3i.pdf> [Consulta: 1/III/07]
16
Biofuelwatch, et al. Op. cit. No. 1. p: 9.

17 Mondragón, Héctor. 2007. “Los negocios del biocombustible y de la caña de nuestros empresarios y el
gobierno nacional”. Mayo 2007. En: http://www.semillas.org.co/sitio.shtml?apc=w—1—&x=20154967
[Consulta: 21/V/07]
18
Sobre la convivencia entre el paramilitarismo, el Estado y las palmicultoras en el proceso de expropiación de
tierras colectivas, saqueo de recursos, desplazamientos, asesinatos y otras violaciones de los DDHH en la
región pacífica ver: Flores López, Jesús Alfonso y Millán Echeverría, Constanza. 2007. “Derecho a la
alimentación y al territorio en el Pacífico colombiano”. Diócesis de Tumaco, Quibdó, Buenaventura e Itsmina.
Colombia. pp: 201-235. Vale acotar que uno de los firmantes de la Ponencia para Segundo Debate al Proyecto
de Ley 113 es el representante Héctor Julio Alfonso López, hijo de “La Gata” Enilce López, cuyo clan, aparte de
agenciar un asiduo apoyo regional al Presidente Uribe, tiene estrechos vínculos con el paramilitarismo.
19
La restitución de los nutrientes perdidos equivalió a 900 millones de dólares; es decir, ¡el 20% de las ventas
totales de la soya Argentina de ese año! Ver: Hambre de Soya. Documental dirigido por Marcelo Viñas y
producido por Ícaro Producciones y Fundación Biodiversidad Argentina. Buenos Aires. 2004.
20 Desde el 2000, en el bajo Atrato (Colombia) y en relación con la expansión de los cultivos de palma aceitera,

han ocurrido dos desplazamientos forzados en la zona del río Cacarica, 13 en Curvaradó, y 200 crímenes entre
asesinatos y desapariciones (sin contar con el saqueo de bienes, quema de viviendas, bloqueo económico). Ver:
Comisión Intereclesial de Justicia y Paz. Op. cit. No. 10.
21
Biofuelwatch, et al. Op. cit. No. 1. p: 13.
22 Ibid. p: 15.
23 Algo muy explícito en el trabajo de C. Ford, Runge y Senauer, Benjamin. Op. cit. No. 2.
24 Compromiso adquirido por todos los países del mundo en la Cumbre Mundial Sobre la Alimentación
reunida en Roma en 1996.
25 C. Ford, Runge y Senauer, Benjamin. Op. cit. No. 2; y, Holtz-Gimenez, Eric. Op. cit. No. 6. p: 16.
26
Pimentel, David y Tad W. Patzek. 2005. “Ethanol production Using Corn, Switchgrass, and Wood; Biodisel
production Using Soybean and Sunflower”. Natural Resources Research. Vo. 14. No. 1. March 2005. p: 68.
27 Ver: Morales González, Juan Carlos. 2006. El hambre al servicio del neoliberalismo. Ediciones Desde Abajo. p:

186.
28 Profamilia, INS, Universidad de Antioquia, OPS, ICBF. Encuesta Nacional de la Situación Nutricional en

Colombia 2005 (ENSIN 2005). Bogotá. 2006.


29
Valga el caso de la compañía “Urapalma” en el medio y bajo Atrato, o el de “Salamanca” y “Palmeiras” en
Nariño.

30La producción de AGC o los productos agrícolas destinados para tal fin no se limita a las zonas
mencionadas; de hecho, algunos otros sitios insertos en ese proceso son o serán: Sucre (producción de yuca
para bioetanol), Cesar (plantas de biodisel con base en palma aceitera), Llanos Orientales y Costa Norte
(plantas de biodisel), Magdalena Medio (plantas de biodisel en asocio con Ecopetrol);
todas, zonas que son fortines políticos del establecimiento, áreas de extrema pobreza
y regiones donde el terror paramilitar ha abierto espacio para la dinámica de los
AGC.
MEGAPROYECTOS
DE INFRAESTRUCTURA
Y AGROCOMBUSTIBLES
EN EL PACÍFICO COLOMBIANO
Rosa Emilia Bermúdez Rico1

El Pacífico colombiano es considerado uno de los sitios del planeta con mayor
diversidad, tanto de fauna como de flora. La región posee bosques tropicales con una
enorme riqueza biológica y minera. La preservación de este ecosistema ha estado
estrechamente relacionada con el uso y la relación establecida por parte de las
comunidades negras e indígenas que han habitado ancestralmente este territorio. En este
sentido, las reflexiones que presento en este texto buscan aportar a la construcción de una
estrategia intercultural y de acción ambiental por parte de la población afrocolombiana
que habita esta zona y enfrenta cotidianamente los efectos de los megaproyectos en el
Pacífico colombiano.
En la perspectiva analítica desarrollada en este documento, uno de los aspectos que
cobra importancia es el complejo régimen de propiedad que se ha configurado en esta
zona y que centra la discusión en la región. La FAO calcula que en Colombia quedan unos
49 millones de hectáreas de bosques naturales. De esos, 23 millones pertenecen a
comunidades negras e indígenas y 10 millones al sistema de parques. Lo que significa que,
aproximadamente, el 50% del bosque natural está por fuera de la lógica mercantil y se
inscribe en formas de apropiación colectiva o de manejo especial. Más que una
característica de valoración positiva, esta situación ha retado al gobierno nacional y a los
grandes capitales nacionales y extranjeros a apropiarse de estos territorios por viales
legales e ilegales que les garanticen su explotación. En esta disputa los más afectados han
sido, sin duda, los pueblos tradicionales que resisten con sus vidas frente a la usurpación
de sus territorios y culturas.
En este contexto, en la década de 1990 el Pacífico colombiano aparece como un
escenario central de la guerra, adquiriendo importancia por su ubicación estratégica en el
control de los flujos en el mercado de armas y narcotráfico. El desarrollo del conflicto
armado en el Pacífico ha sido reseñado por diversas organizaciones tal como aparece en el
siguiente fragmento:
“En la última década, la región del Chocó Biogeográfico ha sido escenario de importantes
transformaciones. Allí confluyen gran parte de los conflictos políticos, económicos y sociales,
presencia de los actores armados y de diversos intereses económicos. La importancia de la
región del Chocó Biogeográfico debido a su ubicación estratégica y a la riqueza de los
recursos naturales, ha generado la disputa por el control de estos territorios, especialmente
por los grupos armados y por los intereses del capital internacional”.
Esta condición estratégica de la región ha ido derivando múltiples nuevos fenómenos
sociales: la generalización del desplazamiento forzado de la población, el establecimiento
de nuevos órdenes sociales mediados por el miedo y la violencia cotidiana, la sustitución
de las bases productivas tradicionales por alternativas ilícitas. En este escenario de guerra
las posibilidades de intervención de los Consejos Comunitarios son absolutamente
precarias y marginales. De allí que estas organizaciones se encuentren altamente
interpeladas y con muy pocas alternativas para el fortalecimiento organizativo y la
actuación pública, situación que convoca a la discusión en torno a la construcción
democrática en el país y al ejercicio de la ciudadanía de las poblaciones étnicas.
El destierro es una de las consecuencias sociales y ambientales más dramáticas de este
modelo de desarrollo y acumulación-destrucción que transforma el paisaje, que crea
nuevos ordenamientos del territorio, y que erosiona las condiciones de existencia social.
Mientras oleadas de población son desterradas, el capital ocupa sus lugares, sus territorios,
presentándose una dinámica de desterritorialización que hace mucho más compleja la
desigualdad social históricamente existente. Este es el caso del Pacífico colombiano y la
condición de la población ancestral que lo ha habitado, condenada históricamente a
padecer los indicadores críticos de las necesidades básicas insatisfechas.
Ahora bien, ante la firma de los Tratados de Libre Comercio, en varios de los países de
América Latina se ha desatado una carrera contra reloj para la construcción de puertos en
el Pacífico. Este es el caso de Panamá (Puerto Farfán, Balboa y Cristóbal), Ecuador (Puerto
Manta) y Perú (Puerto Callao). Estos países evalúan la ampliación de sus puertos o la
construcción de nuevos que ofrezcan condiciones y amplíen su capacidad para mover,
cargar y transportar mercancías ante el nuevo marco de expectativas generadas por el libre
comercio. Es una carrera que se adelanta de espaldas a la población negra e indígena
directamente afecta, es la intervención en un territorio sin el consentimiento de la
población que durante siglos ha convivido en este entorno.
Las decisiones, en materia de inversión pública, por parte del gobierno nacional se
inscriben bajo esta ambición de equipamiento infraestructural. Así, a finales del mes de
abril del año 2006, el gobierno aprobó partidas por 375 mil millones de pesos para
reconstruir la vía al mar, iniciar las obras de la doble calzada y acondicionar la antigua vía,
como vía alterna. En mayo de este mismo año, anunció como prioridad la construcción de
la vía que por Risaralda comunica al Atrato con el Pacífico y la construcción allí de un
puerto de aguas profundas. Finalmente, en septiembre de ese mismo año, el gobierno
nacional aprobó la construcción de la carretera entre Nuquí y el municipio de Las Ánimas,
en el departamento del Chocó que, a su vez, conecta con la ciudad de Pereira. La
financiación de la construcción de esta vía por parte del gobierno nacional es el indicio
más importante que los inversionistas privados requerían para adelantar los trámites para
la construcción de un puerto en la bahía de Tribugá, cercana a Nuquí. El puerto costaría
600 millones de dólares.
En este contexto, para el gobierno nacional ha resultado prioritario retomar el proyecto
de construir un puerto en el Pacífico, que opere de manera complementaria al puerto de
Buenaventura y ofrezca una alternativa económica, ampliando la capacidad portuaria en
la cuenca del Pacífico. Se han considerado varias opciones: El Puerto de Aguas Profundas
(PAP) de Bahía Málaga, el PAP de Tribugá, la ampliación del Puerto de Tumaco, la
ampliación del Puerto de Buenaventura.
La alternativa de construir un PAP en Bahía Málaga cumple con el requisito de
profundidad de hasta 20 metros, pero la gran desventaja es la carretera porque en este
caso sería igualmente la vía a Buenaventura la que se mantendría como única opción. Con
respecto a la construcción del PAP en Bahía Málaga se han adelantado algunas iniciativas.
En el Ministerio de Transporte se encuentra inscrita la sociedad promotora de la
construcción del puerto. El Ministerio convocó a concurso privado para la licitación del
estudio de factibilidad económica, financiera, comercial y ambiental, y declaró la zona del
área de Bahía Málaga de interés público, mediante Resolución No. 001222 de junio 7 de
2005.
No obstante, la alternativa del PAP de Bahía Málaga es una de las más cuestionadas por
su impacto ambiental. El punto crítico está centrado en las ballenas jorobadas –de
conocimiento público y mundial- que llegan a este lugar todos los años a aparearse y tener
sus crías. La colisión con grandes barcos, la contaminación acústica por motores de los
barcos, y la contaminación por residuos de hidrocarburos, químicos y domésticos
afectarán con toda seguridad la reproducción de las yubartas. Los barcos para llegar al
PAP utilizarían la misma ruta que han utilizado por siglos las ballenas que recorren ocho
mil kilómetros desde zonas australes para aparearse.
Por su parte, la viceministra del Ministerio del Medio Ambiente, Claudia Patricia Mora
Pineda, informó que mediante el auto 502 del 28 de julio de 1997, el Ministerio del Medio
Ambiente determinó que la construcción de un Terminal Marítimo en Bahía Málaga no es
viable ambientalmente. También afirmó que no ha otorgado licencia ambiental para
desarrollo de proyectos de alto impacto en el área de Bahía Málaga, así como tampoco ha
iniciado trámite de licencia ambiental para el desarrollo portuario en dicha área, a la fecha
de la comunicación (diciembre 29 de 2006).
Por otro lado, la experiencia desarrollada por las comunidades negras e indígenas en el
caso de la construcción de la carretera Nuquí-Ánimas en el Chocó resulta ilustrativa como
antecedente en el derecho a la participación de los grupos étnicos, a través del instrumento
de consulta previa que podría adelantarse contra el PAP en Bahía Málaga. Para el caso de
esta carretera, el Consejo Comunitario Nuquí-Los Riscales tuvo un papel protagónico en el
proceso de negociación y concertación adelantado con las comunidades negras e indígenas
de la zona. Esta experiencia resulta valiosa ya que en ella se pueden identificar aspectos
centrales para la construcción de una estrategia de defensa del territorio. Se trata de
recuperar de esta experiencia las lecciones aprendidas en los procesos de negociación
realizados por comunidades que han afrontado la defensa de sus derechos ante
situaciones equivalentes.
Un primer aspecto que cobra importancia en el análisis es el punto de partida del
Consejo Comunitario del municipio de Nuquí–Los Riscales: la posición de rechazo por
parte de la población con respecto a la evaluación de las consecuencias negativas de la
carretera y la construcción de un PAP en Tribugá:
(…) No queremos que después de dañar el manglar y gastar miles de millones de pesos se
diga que no era el sitio correcto para un puerto. Que hay demasiadas corrientes marinas que
trasladan arenas que en una noche acaban con el puerto. Que hubo mucha tala de bosque y
los taludes dejaron caer millones de toneladas de tierra (como sucedió en Cupica) y se llenó de
tierra el puerto y ya no sirve. Que el río Tribugá perdió su cauce y se secó la ensenada. No
queremos eso.
No queremos que se roben la plata.
Es muy común que las obras se queden a mitad de camino.
Una carretera y un puerto deben ser distintas de una invasión. En el país muchas obras han
significado sacar a la gente de su tierra. Donde hoy pasa la carretera Tumaco-Pasto vivía
gente negra. Hoy esas tierras tienen palma africana y la gente sobra. Los antiguos dueños
dieron su tierra por dos centavos. Hoy piden limosna en la carretera, andan de mendigos en
Tumaco, roban y malviven.
En el país muchas obras han significado mayor violencia. Muchas obras no han traído ni
progreso ni paz. Sólo han sido motivo para atraer grupos armados. No queremos eso.
A partir de este análisis de la experiencia que han tenido las comunidades en la
construcción de este tipo de infraestructura, el Consejo Comunitario propone unos
criterios fundamentales bajo los cuales entra en un proceso de concertación. Entre los
aspectos más importantes están:
El proyecto de la carretera y puerto debe incluir entre sus costos todas las acciones de
prevención, compensación, mitigación, atención, regalías e indemnizaciones. No puede
alegarse que estas tareas incrementan indebidamente los costos. Se va a hacer una obra en un
territorio colectivo de una etnia protegida por la ley y en zona de amortiguación de un Parque
Nacional Natural. Las labores de mitigación y protección significan efectivamente un costo
mayor de la obra que debe estar presupuestado al lado de los demás costos de ingeniería.
Conforme a lo anterior el diseño de la obra debe incluir una propuesta integral en la cual se
camine desde el escenario actual sin puerto y sin carretera a uno con puerto y carretera donde
la gente, la cultura, el territorio y ojala los recursos naturales estén en las mejores
condiciones que materialmente sea posible lograr. Una propuesta que no tenga este nivel de
integralidad será considerada una obra de improvisación y despilfarro desde su inicio.
Con respecto al proyecto de PAP de Bahía Málaga, la población afrocolombiana
habitante de la zona ha manifestado su desacuerdo con respecto a la construcción de este
puerto en su territorio. El Consejo Comunitario se ha pronunciado públicamente al
respecto señalando las nefastas consecuencias para el hábitat y su cultura que este tipo de
infraestructura ocasionaría. Adicionalmente a la destrucción de sus formas tradicionales
de vida, la población ha manifestado que no existe ninguna garantía para ellos en este tipo
de proyectos, ya que desconfían de que éstos mejoren sus condiciones de vida y, por el
contrario, tienen la certeza que un PAP los colocaría en una situación de pobreza y pérdida
equivalente a la ya vivida por la población de Buenaventura.
El plan estratégico de construcción de este tipo de infraestructura portuaria y de vías
para el comercio internacional en el Pacífico colombiano se enmarca en el proyecto político
y territorial hegemónico que se está agenciando por parte de los gobiernos nacionales en
asocio con la banca multilateral y el gobierno de los Estados Unidos. En el centro de esta
estrategia se encuentra el negocio de los agrocombustibles. Este negocio, con su modelo de
producción y exportación, constituye una amenaza para el patrimonio natural y la
soberanía de los pueblos en la región.
La zona occidental del país, departamentos de Nariño y Valle del Cauca, en el año 2005
concentró 32.416 hectáreas –en producción y desarrollo- de plantaciones para
agrocombustibles, que representan el 12% del total de área ocupada por estos cultivos en
el país. Esta significativa expansión de los cultivos de palma aceitera está asociada con la
puesta en marcha del Plan Colombia. El gobierno nacional, en asocio con el gobierno de
Estados Unidos, ha diseñado políticas con las que pretende sustituir las plantaciones de
los llamados cultivos ilícitos por palma africana.
Esta política de impulso al monocultivo de palma aceitera por parte del gobierno
nacional se explica por la combinación de factores que giran alrededor del compromiso
político adquirido con respecto al control territorial en función de los llamados cultivos
ilícitos y las expectativas creadas con respecto a alcanzar niveles de alta rentabilidad en
este negocio por parte de los empresarios que están proyectando su inversión en el
procesamiento y la producción del llamado petróleo verde: biodisel.
Por otro lado, la expansión del cultivo de palma aceitera en el Pacífico colombiano se ha
dado en zonas donde han incursionado los grupos paramilitares a partir de mediados de
la década de 1990. Las acciones paramilitares en estas zonas han tenido como foco
“recuperar” los territorios colectivos entregados a las comunidades negras en
cumplimiento de la Ley 70 de 1993. El resultado ha sido el desplazamiento de la población
y la aniquilación física de líderes de estas comunidades.
En este sentido, el estudio de la Diócesis de Quibdó y la Human Rights Everywhere, El
cultivo de palma africana en el Chocó: legalidad ambiental, territorial y derecho humanos (2004),
demuestra tres dinámicas básicas: primero, la inconveniencia de sembrar palma africana
en el Chocó por sus impactos ambientales y ecológicos negativos, teniendo como
referencia los estudios adelantados en los cultivos de palma en el municipio de Tumaco,
cuyas condiciones biogeográficas son muy similares a las del Chocó; segundo, a pesar de
demostrarse que el cultivo de palma trasgrede el equilibrio ecológico, en la región se ha
venido extendiendo bajo el amparo de los paramilitares; tercero, la presencia de los
paramilitares y su presión para que el cultivo se extienda es un factor que amenaza la
integridad territorial, cultural y física de las comunidades indígenas y negras que se
oponen a su siembra. (Citado por Contreras, 2004)
En el caso de Urabá y el Chocó antioqueño, la acción paramilitar centralizada en el
Bloque Élmer Cárdenas de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), desplazó a las
poblaciones de comunidades negras de sus territorios colectivos, demostrando que el
desplazamiento forzado hay que dejarlo de valorar como una mera consecuencia del
conflicto, entendiéndolo como una de las estrategias adoptadas por los actores armados
para apoderarse de los territorios ancestrales (Contreras, 2004).
El desplazamiento forzoso de los habitantes de los territorios colectivos de Curvaradó y
Jiguamiandó resulta ilustrativo de las formas bajo las cuales se implementa esta estrategia
de exterminio de las comunidades negras en el Pacífico colombiano. En el año 2000, el
Incora expidió las resoluciones mediante las cuales se les adjudica a las comunidades
negras los terrenos baldíos ocupados ancestralmente por estas etnias. En el año 2001, la
empresa Urapalma S.A. (Unión de Cultivadores de Palma de Aceite en el Urabá, Sociedad
Anónima) promueve la siembra de palma aceitera en tierras de comunidades negras con la
protección armada del Ejército y de civiles armados. En el año 2005, el Incoder hace
público el informe mediante el cual certifica que el 93% de las áreas sembradas por
cultivos de palma pertenecientes a las empresas Urapalma, Palma de Curvaradó, Palmas
S.A. y Palmadó, se encuentran en los territorios colectivos de las comunidades negras;
señala que al tiempo se constata que casi la totalidad de los caseríos tradicionales han
desaparecido y hay procesos de repoblamiento con personas distintas a las comunidades
desplazadas2. Aún más crítica es la situación al hacerse público que Urapalma y otras
empresas palmicultoras financiaron sus cultivos con recursos públicos del Banco Agrario y
con ayudas de la Agencia de Desarrollo de los Estados Unidos (USAID) (Quevedo, 2006)3.
Los agrocombustibles están en el centro de la construcción de un nuevo consenso de la
reproducción del capital en la era del imperio, un nuevo consenso que gira en torno a los
agronegocios que intentan apropiarse de un discurso ambientalista pero que adquieren un
nuevo sentido en la lógica de la reproducción del capital, demostrando una vez más la
capacidad del imperio para incorporar una parte del contenido de la crítica a su modelo de
producción y hacerla eficiente para la lógica del capital.
Este diverso cruce de actores e intereses dan cuenta de la complejidad del entramado
que estructura la estrategia del cultivo de la palma aceitera en el Pacífico colombiano. De
un lado la influencia directa de la política del gobierno de los Estados Unidos
implementada por sus agencias internacionales que financian empresas colombianas que
desarrollan el cultivo de la palma bajo el argumento de la sustitución de los cultivos de
coca y amapola. De otro lado, el Estado colombiano que coloca el Ejército y las entidades
de crédito agrario al servicio de esta iniciativa, articulando estrategias de seguridad para la
inversión del gran capital en la zona. Y, finalmente, la acción paramilitar que desaloja y
destierra a los habitantes afrocolombianos para hacer más efectiva la expansión del cultivo
de la palma aceitera en la zona. Estas tres vertientes de la dinámica regional de los
agrocombustibles se definen en contrapunto con los megaproyectos de infraestructura
que, animados por los TLC, son otra faceta que el sistema productivo de
agrocombusrtibles desarrolla para su impulso nacional e internacional.

Bibliografía
Collazos, Jaime Andrés y Borrero, Santiago. 2006. “Las sociedades portuarias regionales en
el comercio exterior colombiano: Una reseña sobre la importancia del Puerto de
Buenaventura, 1990-2004” En: Ensayos sobre Economía Regional, Centro Regional de
Estudios Económicos. Cali.
Duque Escobar, Gonzalo. 2007. Un contexto para el puerto de aguas profundas en Tribugá,
Colombia. Universidad Nacional de Colombia, sede Manizales, Concejo Municipal de
Manizales.
Fenwarth, Andrés (Asesor del Ministro de Agricultura). Portafolio, 8 de mayo 2006.
Maertner Peyrelongue, Carlos. 1999. “Puertos, redes globales y territorio en el Pacifico
mexicano” En: Espiral, Estudios sobre el Estado y Sociedad, Vol. V, No. 15, Mayo/Agosto
de 1999.
Mondragón Báez, Héctor. Colombia: Caña de Azúcar, Palma Aceitera. Biocombustibles y
relaciones de dominación. http://www.lafogata.org/07planeta/planeta4/pla.14.7.htm
Quevedo, Norbey. “Dinero gringo a cultivos en líos” En: El Espectador, 8 de septiembre de
2006.
Incoder, 2005. Informe de la comisión de verificación realizada entre el 25 de octubre y el 1
de noviembre de 2004.
Revisión de prensa regional y nacional:
-Semanario El Espectador: años 2006 y 2007 (hasta agosto 2007)
-Periódico El País: años 2006 y 2007 (hasta julio 2007)
-Revista Semana: años: 2006 y 2007 (hasta agosto 2007)
-Revista Cambio: años 2006 y 2007 (hasta agosto 2007)
Artículos consultados en páginas electrónicas por Internet:
Palma africana: del ensueño a la pesadilla.
http://www.swissinfo.org/spa/reportajesdetailPalma_
africana_del_ensue_oa_la_ pesadilla.html?siteSe ct=108
&sid=5957539&cKey=1122057566000
Palma africana: un proyecto mundial socialmente y ecológicamente destructor.
http://www.piedadcordoba.net/ipw-
web/portal/cms/modules.php?name=News&file=article&sid=1708
La palma de aceite
http://www.fedepalma.org/palma.htm
Una agricultura a la medida de los Estados Unidos
http://www.lainsignia.org/2006/mayo/econ_030.htm
Colombia: incentivo económico perverso para la plantación de palma aceitera.
http://www.wrm.org.uy/boletin/47/Colombia.html
COLOMBIA: La guerra de los biocombustibles. Gloria Helena Rey
http://ipsnoticias.net/nota.asp?idnews=41496
Colombia: ¿la redención o el infierno para el Chocó Biogeográfico? Palma africana en
los territorios de las comunidades negras de Jiguamiandó y Curvaradó, Chocó
http://biodiversidadla.org/content/view/full/19744

1Magíster en Sociología. Líneas de investigación: cultura e identidades, sociología del trabajo y conflicto y
convivencia.
Integrante del equipo de coordinación del proyecto “Implementación de una estrategia para fortalecer la
capacidad organizativa y de acción política-ambiental de las comunidades afrocolombianas para afrontar los
megaproyectos en el Pacífico colombiano, Censat Agua Viva-Proceso de comunidades Negras-Ecofondo”.
rosaber@uniweb.net.co.
2 Incoder, 2005. Informe de la comisión de verificación realizada entre el 25 de octubre y el 1 de noviembre de

2004.

3Entre 2000 y 2005, el Banco Agrario otorgó créditos, tanto a Urapalma como a la empresa asociada Palmas de
Curvaradó S.A., por $10.957 millones, incluyendo incentivos de capitalización rural. La Defensoría del Pueblo
establece un dato muy cercano, incluyendo Urabá y Río Sucio por valor de $12.677 millones en créditos
otorgados por el Banco Agrario para la siembra de palma aceitera. Asimismo, según consta en informes
presentados por el Programa de Cooperación en Agronegocios con Colombia (ARD/CAPP), la Defensoría
señaló que la sociedad Urapalma suscribió el contrato 089 para la siembra de 1.720 hectáreas de palma de
aceite con 200 beneficiarios, por valor de US$6’059.000, de los cuales el 12%, es decir, US$700.000, se financió
con recursos provenientes de la Agencia de Desarrollo de los Estados Unidos (USAID) para promover
proyectos sustitutivos a los cultivos de coca y amapola (Quevedo, 2006).
III.

Una mirada
desde lo local
DINÁMICAS
DE UNA RESISTENCIA CANTADA
“Una sola golondrina no llama agua”
Juan Ventes1

Tatiana Roa Avendaño2


Jessica Toloza3

El viaje no acaba aún. Pareciera que la navegación por el Pacífico Sur culminó con las
últimas actividades realizadas en Tumaco. Sin embargo, los debates, discusiones y
denuncias que se generaron en medio de la presentación y advertencia sobre los
megaproyectos, que marginan y desangran los territorios, han hecho de esta campaña por
la vida y la libertad un encuentro con los rezagos de la esclavitud y la marginación
vigente. Íbamos como aves migratorias, de puerto en puerto, escuchando un mundo
adolorido. Concientes de que el relato debía ser confirmado por los protagonistas de este
escrito: hombres y mujeres campesinas, víctimas de la injusticia y el atropello, pero alegres
como la vida. Construimos con ellos un fuego fraterno, una barcaza en donde se comía por
igual y se cantaba o se tarareaba en disonancia. Fuimos familia y fraternidad, a pesar de
nuestras diversas procedencias (Buenaventura, Bogota, Bahía Málaga, Ladrilleros, Cali,
Sala Onda, Guapi, Timbiqui y Tumaco) y diferentes oficios. Conciliamos visiones y sueños
por una sola causa: tomarnos la palabra y relatar los desmanes e injusticias que asolan y
destierran al pueblo afro, como resultado de las políticas y prácticas discriminatorias del
capitalismo, que como lo escribe Bolívar Echeverría, “implica el fenómeno de la enajenación
del sujeto humano, de la suspensión de su capacidad de auto reproducirse, de generar formas para sí
mismo”4.
Esta “Navegación por el Pacífico Sur” fue promovida conjuntamente por el Proceso de
Comunidades Negras (PCN) y CENSAT Agua Viva, Amigos de la Tierra Colombia, con el
objetivo de difundir entre las comunidades locales la Campaña en resistencia a los
agrocombustibles: Llenando Tanques, Vaciando Territorios. Este recorrido “pacífico” por
el Pacífico, iniciado en el Puerto de Buenaventura el 28 de septiembre de 2007 y culminado
en Tumaco el 8 de octubre de este mismo año, evidenció la realidad que los pueblos afro
descendientes tienen que afrontar ante el continuo asedio de megaproyectos que
amenazan con su soberanía, su libertad y su territorio, en especial la agroindustria,
escenificada en el monocultivo de palma aceitera de origen africano en la región.
Las múltiples inquietudes y problemáticas evidenciadas durante el recorrido, no sólo
dejan un sinsabor de impotencia y desolación, sino que hacen urgente la ejecución de
futuros ejercicios que permitan reforzar la articulación entre estas comunidades alrededor
del análisis y diseño de estrategias locales y regionales para la defensa del territorio,
vinculando de este modo a toda la población afrodescendiente del Pacífico Sur dentro de
una perspectiva que profundice los Planes y Proyectos de Vida autónomos, que hagan
énfasis en las propias capacidades de investigación y conocimiento, que pugnen por el
fortalecimiento de las culturas y por la valoración de los saberes ancestrales. En este
sentido, el posicionamiento político de estas comunidades se concentraría “en la capacidad
que tiene el ser humano de decidir sobre sí mismo, sobre sus formas de convivencia. Capacidad que
se ejerce necesariamente en un proceso de adquisición de una consistencia concreta para su vida
cotidiana, de creación de identidades”5. Se refuerza, así, el conocimiento de sus derechos y
herramientas jurídicas, a las cuales pueden apelar dentro de la construcción de propuestas
alternativas, asumiendo su ancestralidad y cultura; constituyéndose esto como un
mecanismo de cohesión de un pueblo y una cultura en riesgo. Pues como diría el tío Juan
de Guapi “una sola golondrina no llama agua”.
El Pacífico Sur no es sólo un espacio geográfico, es un universo y una palabra que se
reitera a orillas del río. En este universo se sigue contando a través del canto lo que se
piensa y lo que se pensó en algún tiempo sobre la marimba: “el diablo es…la marimba”, dice
la canción. Ahora, después de palpar y conocer las tierras del río y del mar, se podría
pensar que el único diablo del Pacífico Sur es la presencia avasallante e indiscriminada de
una lógica de desarrollo que se expresa en los megaproyectos, caracterizados por su fuerte
componente de racismo ambiental e indiferencia por las comunidades y sus culturas. Estos
obedecen a una lógica de destrucción del patrimonio natural y difuminación de la
autonomía cultural; a su vez, esta lógica desterritorializa a comunidades históricamente
empobrecidas y rebajadas dentro del imaginario idiosincrático nacional.

Ahí viene el diablo… y no es la marimba


Con el decir del desarrollo se deja ver la sombra de los megaproyectos que han empezado
a nombrarse en la región, como se nombra a un fantasma o a un hombre armado; han
dado la alerta a las distintas organizaciones y concejos comunitarios que pueblan toda la
región. Estas propuestas de desarrollo generadas desde el gobierno colombiano por
iniciativa de instituciones multinacionales (CAF, BID y FONPLATA), sin consultar ni
priorizar los proyectos de etnodesarrollo fraguados desde la tradición y la propia visión de
los habitantes de la región, son una clara estrategia de despojo y desterritorialización; son
un mecanismo que arrebata el derecho que corresponde a los afrocolombianos de definir
sus propias formas de vida, despreciando la Ley 70 de 1993 y el Decreto 1320 de 1998
sobre Consulta Previa.
El interés del estado colombiano por territorios ricos en diversidad natural no es
gratuito. Capitales y empresas extranjeras trazan el devenir de comunidades enteras,
“desarrollan sus políticas basadas en la acumulación histórica del capital para apoderarse del
patrimonio genético, intelectual y cultural de los pueblos, y en nombre de la democracia y la
civilización instalan y desarrollan los monocultivos”6. Estos intereses desconocen a las
comunidades, desprecian y anulan sus creencias, prácticas y trabajos, y acondicionan un
terreno sin pobladores, es decir, sin campesinos, sin indígenas, sin negros. Desde las
primeras décadas del siglo XX se han otorgado los medios legales para la usurpación de
las tierras de los colonos o campesinos, y en este caso específico de las comunidades afro
descendientes. Los métodos coloniales no se han modificado en su esencia: sigue
desterrándose al campesino para brindarles garantías jurídicas y económicas a los grandes
propietarios, que actualmente se presentan en forma de trasnacionales.
Un estado que instiga al desalojo o al sometimiento frente a nuevas formas de
mercantilización de la vida, y que impone la presencia de grandes empresas
multinacionales, únicas beneficiarias de las propuestas gubernamentales, es un estado que
impide una relación viable y pacífica entre el territorio y sus gentes. Este fenómeno de
extracción acelerada y sin remilgos del patrimonio natural, así como su mercantilización,
ambas características del lugar que ocupan los países del sur en los mercados
globalizados, amenaza de manera dramática toda la riqueza cultural, biológica y ancestral
de las comunidades negras del Pacífico Sur colombiano.
Los ejemplos más claros y evidentes que pudimos constatar durante la navegación
sobre la asechanza de megaproyectos son el Puerto de Aguas Profundas en Bahía Málaga
(Valle del Cauca), construcción que no sólo afectaría los derechos de los pueblos locales a
la diversidad cultural, al territorio y a la participación, a través de la consulta previa, sino
que comprometería territorios que ya han sido titulados colectivamente. En la comunidad
de Bahía Málaga, y por medio de un grupo de jóvenes ambientalistas, se ha liderado un
proceso de eco-turismo, desde una perspectiva comunitaria local y no desde la lógica de
las agencias de viajes o de los promotores del consumo turista, que impulsa un nuevo
consumo de paisajes y culturas. Este proceso busca reivindicar y concienciar a los
visitantes de la zona sobre la belleza de sus tradiciones y su territorio, y hacer comprender
que existen otras formas de ver el mundo y de relacionarse con la naturaleza. Son estas
formas de vida local las que se verían seriamente amenazadas con el proyecto marítimo de
un puerto de aguas profundas, además de una soberanía y autonomía tanto alimentaria
como territorial que terminaría siendo administrada por foráneos.
Por otro lado, en la región del Gran Patía se cierne la amenaza del megaproyecto de La
acuapista, que junto con el Puerto de Aguas Profundas de Bahía Málaga hace parte del
Proyecto Arquímedes. La estrategia del gobierno con esta propuesta ha consistido en
desagregar por partes este proyecto y vincular a los diferentes municipios por donde
pasaría. Este megaproyecto articularía a tres departamentos y catorce municipios. La
acuapista atravesaría todo el complejo ecosistema de manglares de esta región provocando
innumerables daños, como los ya sucedidos con el Canal Naranjo.
Este Canal comunica el Río Patía Viejo con la quebrada La Turbia, afluente del río
Sanquianga, y fue hecho para agilizar el transporte de las maderas extraídas en la zona. El
canal fue construido en los años setenta del siglo XX. Esta construcción ha acelerado la
sedimentación del río Patía, haciendo casi imposible su navegación. Recordemos que para
los habitantes del Pacífico la única vía de acceso y de comunicación son sus ríos; la pérdida
del río Patía no sólo dejaría aislada y marginada a toda una población (más de lo que ya
están), también alteraría todo un ecosistema y una cuenca hidrográfica que ha servido de
sustento y referencia cultural durante décadas. Los habitantes aun recuerdan cuando el río
era ancho y profundo; ahora sólo se escucha el grito “¡¡¡Canalete!!!” que indica la urgencia
de salir de los bloques de lodo y tierra que llenan el río.
Proyectos como el de La acuapista, y otros que hacen parte del Proyecto Arquímedes,
están articulados a la Iniciativa de Integración Regional para Sur América, IIRSA, que
busca la construcción de infraestructura para garantizar la apertura de nuevas rutas
comerciales, y así facilitar los procesos de expoliación propiciados por el comercio
internacional a través de los Tratados de Libre Comercio y de los Tratados Bilaterales de
Inversión. Estos proyectos de infraestructura buscarían agilizar el transporte de
mercancías de las grandes empresas y multinacionales, despreciando y marginando, aun
más, los comercios y alianzas locales y regionales.
El territorio del Patía está bajo la Asociación de Consejos Comunitarios del Gran Patía,
ACAPA, la cual fue una de las primeras Asociaciones a las que titularon colectivamente
las tierras que ancestralmente ocupaban los pobladores de esta región; hoy en día tiene
96.000 hectáreas tituladas y abarca tres municipios: Mosquera, Francisco Pizarro-Sala-
Onda y Tumaco, en Nariño. A pesar de estas titulaciones y de la permanencia tradicional
de las comunidades negras en la región, se han reportado casos de venta de tierras a
personas foráneas de terrenos que hacen parte del título colectivo. Estos terrenos
“vendidos” están siendo explotados en prácticas que no son tradicionales en la región,
como la ganadería extensiva.
Por otro lado, Guapi es un municipio del Pacífico caucano que está siendo involucrado
dentro de la dinámica de los megaproyectos mediante la siembra indiscriminada de la
palma aceitera en áreas que hacen parte de terrenos colectivos. La preocupación en Guapi
no es sólo de los viejos; los y las jóvenes están preocupados por el megaproyecto que
compromete sus tierras en la siembra de palma aceitera durante 60 años: 15 mil hectáreas
de las 23 mil que tiene el Consejo Comunitario del Bajo Guapi están comprometidas,
amenazando la integridad del territorio al entregar en concesión estas tierras a la empresa
palmera Salamanca.
Hay también preocupación de la gente local por la construcción de la Pequeña Central
Hidroeléctrica PCH de Brazo Seco. La gente cree que ésta, como otros proyectos, no será
para el bienestar de la población sino para garantizar la energía que requiere la
agroindustria, violando nuevamente el Decreto 1320 del 1998 sobre Consulta Previa. La
hidroeléctrica Brazo Seco amenaza con un impacto ecológico severo en la región.
Los guapireños tienen la oportunidad de percatarse de los efectos de la siembra de
palma aceitera con el ejemplo dramático de Tumaco. Este último es el municipio con
mayor presencia de cultivos de palma en la región del Pacífico Sur, y fue allí donde se
iniciaron las siembras. Se habla de que hoy existen alrededor de 40 mil hectáreas, mientras
en 1998 sólo había 18 mil hectáreas; es decir, en menos de 10 años la extensión de cultivo
de palma en Tumaco se duplicó. Mientras los campesinos afrocolombianos mantienen una
cultura tradicional, basada en la agricultura variada y sostenible, que les permite hacer de
su tierra un microcosmos con diversas variedades de plantas y animales, el cultivo de la
palma aceitera, según dice la gente, sólo genera esterilidad de la tierra y una mancha
uniforme de una planta que homogeniza el paisaje y el territorio, y que ni siquiera se
puede comer. Tan es así, que una mujer asistente a la reunión de los Consejos
Comunitarios dijo: “la palma aceitera es egoísta, porque no deja producir otra cosa, quien la
cultiva no vuelve a tener plátano, papa china, frutales, nada, nada, por eso digo que la palma
aceitera es egoísta”.
Charo Mina, una líder del PCN que vive en EEUU y participó en la navegación,
escribió: “Las comunidades expuestas al cultivo de palma en el área de Tumaco han experimentado
los devastadores efectos ambientales, sociales y culturales de su presencia a través de la expropiación
(en muchos casos violenta), la contaminación de aguas, la pérdida de prácticas tradicionales de
producción como la finca tradicional donde se concentra un intrincado ecosistema de comestibles,
maderables y controladores ecológicos. Los monocultivos representan para las comunidades
afrodescendientes un problema ético desde el punto de vista ambiental, económico y cultural y desde
el punto de vista histórico. La insistencia del gobierno colombiano en imponer monocultivos en los
territorios colectivos de comunidades afrodescendientes es una afrenta contra su moral y su ética”.
Si bien los cultivos de palma en Tumaco se implementaron a mediados de los años 70
del siglo XX, mediante la presión y modalidades coercitivas o cruentas, a partir de 1999 los
promotores de la palma emprenden una nueva estrategia para acceder al territorio, que
complementa la anterior. En 1999 se crea la Corporación para el Desarrollo
Agroempresarial de Tumaco, Cordeagropaz; ésta es una entidad mixta creada para
promover las llamadas “alianzas estratégicas”. Estas alianzas han desconocido el aval de
las Juntas Directivas de los Concejos Comunitarios, organizando a pequeños cultivadores
de palma aceitera en empresas asociativas alternas a los Concejos. Cordeagropaz, a través
de recursos USAID, promueve la mediación entre el gobierno, bancos y empresas
palmeras, violando normas elementales de la legislación étnica especial. Estas alianzas,
auspiciadas por Cordeagropaz, buscan intensificar la plantación agroindustrial de la
palma en medio de territorios titulados colectivamente, creando los mecanismos
necesarios por medio de asociaciones que no tienen el aval para decidir sobre el territorio.
Estas asociaciones no son más que la expresión de relaciones desiguales entre el capital y
la gente local, donde los nativos colocan su tierra y su trabajo al servicio de este cultivo,
mientras se endeudan y ponen en riesgo no sólo su cultura y su soberanía alimentaria,
sino su propio territorio: hay que vaciar los territorios para que la palma se expanda.
Se entiende, pues, que la desterritorialización por medio de la apertura y dinamización
de megaproyectos a que están sometidas las comunidades negras es una estrategia para
debilitar el control que éstas empezaron a desarrollar a partir de la titulación colectiva y la
instalación de los Consejos Comunitarios como instancias administrativas del territorio. En
esa medida, el fortalecimiento de los Consejos Comunitarios y su reconocimiento como
entes que gobiernan su propio territorio, no sólo como organizaciones de base,
introduciría nuevos elementos en las discusiones que se plantean entre las políticas
gubernamentales y las comunidades afrocolombianas.

Y el diablo viene con sus demonios


Múltiples políticas que buscan integrar las comunidades negras con el resto del país
están basadas en megaproyectos que no sólo agreden la ancestralidad en los territorios de
estas comunidades, sino que intensifica los conflictos y amenazan el medio en el que éstas
viven. Las propuestas son generadas en base a requerimientos económicos de fuera, sin
consultar con las comunidades las iniciativas que éstas mismas desean generar en sus
parcelas.
La incursión de cultivos ilícitos en varias zonas del Pacífico Sur ha focalizado y
recrudecido el conflicto armado: los distintos bandos luchan, con la población civil en
medio, por el control del territorio. En medio de esta violencia, surgen las supuestas
“propuestas alternativas” por parte del gobierno, propuestas que no tienen más asidero
que la penetración a los territorios y el desalojo de sus gentes, concretando modelos
hegemónicos, trazados a partir de los intereses del gran capital e inversión de
multinacionales extranjeras, avaladas por tratados de comercio injustos y desiguales.
Los megaproyectos han venido surgiendo a manera de pretexto dentro de la política de
erradicación de cultivos ilícitos generada por el gobierno colombiano. Entre ellos, y tal vez
el más fuerte, es la implantación del monocultivo de palma aceitera para la generación de
aceites comestibles y agrodiesel. La llegada de la coca por medio de agentes foráneos a
algunas regiones del Pacífico Sur se ha convertido en el “karma” de las comunidades. Por
un lado, están las fumigaciones con glifosato, hechas de forma indiscriminada, afectando
tanto la salud de las personas como los cultivos de pancoger y la biodiversidad de los
territorios. Las alternativas productivas agrícolas que se han generado y los cultivos que
remplazan la coca, propuestos por el mismo gobierno, han resultado afectados por las
aspersiones. Un caso concreto de esta afectación ha sido la comunidad de San José de
Tapaje, corregimiento que hace parte del municipio del Charco.
Por otro lado, aparece el conflicto armado que ha dejado a la población civil en medio,
violando el derecho internacional humanitario (DIH), y socavando la tranquilidad que se
vivía en los hogares del Pacífico. Las comunidades asentadas en las márgenes del río
Tapaje han tenido que soportar el flagelo de los grupos armados (legales e ilegales),
instalados muy cerca de sus caseríos, perdiendo así el derecho a recorrer sus propios
territorios y aprovechar sus riquezas naturales. Después de las seis de la tarde el río es una
serpiente solitaria cuya corriente es el miedo.
A pesar de todo, en el Tapaje continúan viviendo aquellos que le temen más al
desarraigo y a la nostalgia que a las balas. Mujeres, hombres, ancianos y niños siguen
bañándose en las riveras del río, continúan cantándole a sus aguas y no dejan de sembrar
plátano, caña y esperanza. Subsisten proyectos alternativos como los de la Asociación de
Mujeres Afro Colombianas por la Paz (AMAC). Éste es un grupo de mujeres de San José
de Tapaje que ha tenido que resistir a la amenaza constante contra sus propuestas
agrícolas y culturales.
El río Tapaje es el epicentro de múltiples problemáticas, las mencionadas son sólo
algunas de ellas. Al mezclarse la coca con los grupos armados, además de la población
civil, las únicas afectadas son las comunidades y los territorios donde viven, dejando como
consecuencia el desplazamiento forzado de multitud de familias.
Alternamente, el desplazamiento sufrido por las comunidades ribereñas del Tapaje ha
asumido nuevos matices. “Los resistentes”, como se llaman ellos mismos, hacen parte de
una nueva categoría dentro del fenómeno de desplazamiento, un desplazamiento también
simbólico y psicológico que altera las dinámicas relacionales con el territorio y sus
recursos, y que deja a los niños con el miedo instalado en los ojos y a los mujeres con el
vientre vacío. Estas gentes no están catalogadas como desplazadas, por lo tanto no son
prioridad dentro de las asistencias que brinda el gobierno nacional para las comunidades
que sufren este flagelo.
“Los resistentes” no quieren abandonar su territorio, “su paraíso”. Acongojados se
preguntan por qué el gobierno no ofrece otras alternativas, que no sea despedirse de sus
hogares. Al contrario, reciben amenazas e instigaciones de todos los grupos armados, que
los conminan a “vaciar el territorio”. Las únicas herramientas que desde la resistencia les
han permitido subsistir y hacer frente a los embates de la violencia son su cultura y los
procesos de etnoeducación que les han permitido apropiarse y hacer suyo el territorio a
partir del amor a sus tradiciones y su cultura. Estos elementos son, en gran medida, el
asidero de aquellos que muy valientemente deciden apostarle a la vida y su comunión con
la tierra. Los cantos, la poesía y el baile son las armas de estos hombres y mujeres que le
hablan al río y al canalete, y que enfrentan de esta manera las balas que han pretendido
sacarlos de sus hogares.
“Tanto quienes se desplazan como quienes se resisten pierden el derecho a ejercer libremente su ser
cultural y social en la medida en que pierden autonomía para moverse libremente, mantener sus
cultivos tradicionales, ejercer libremente su derecho a organizarse y participar políticamente e incluso
divertirse y recrearse. Los habitantes del Territorio Región del Pacífico Sur viven en situación de
confinamiento, secuestrados en su propio territorio, hostigados por lo que representan y lo que les
pertenece”7.
Estos acontecimientos son los que caracterizan las políticas de despojo y alteración de
los territorios que ancestralmente han pertenecido a las comunidades negras colombianas.
Se percibe el asedio que tanto el estado como las empresas trasnacionales hacen a las
comunidades y territorios de esta región, reconocida mundialmente como la tercera más
rica en patrimonio genético y, en general, en patrimonio natural.

Alguien que rece al diablo


La diversidad y la cultura de un universo inmenso y cantor está siendo amenazada por
los monocultivos para agrocombustibles, al igual que los megaproyectos destinados a
generar un supuesto “desarrollo” para las comunidades. Estas iniciativas que afectan la
naturaleza, los imaginarios geográficos, los mundos culturales, las tradiciones agrícolas y
la belleza de un territorio amable y contagioso, es toda una afrenta a la vida.
En muchas comunidades como Bahía Málaga o San José de Tapaje se sigue luchando
por alternativas que permitan mejorar las condiciones en las que viven todos y todas,
conciliando a las comunidades con su medio ambiente y con las tradiciones de los
mayores.
Por último, queda sólo recordar cómo río arriba nos topamos con los hombres y las
mujeres de la resistencia cantada. Estaban allí, mojando la ropa y el vientre con las aguas
del río, alegrando los días con biche recién hecho y jugo de “naidy”. Contemplando la
espina de pescado que deja el hambre y los químicos esparcidos sin distingo.
Allí, el color desabrido de la piel se vuelve tierra, y es entonces cuando se nos oprime el
pecho por el desarraigo y la nostalgia apresurada de aquellos que no pueden recorrer su
territorio y recrear su tradición libremente.
A pesar de no tener tierras ancestrales y colectivas, de no saber “ahogar” un
canalete, de no distinguir el sabor de la “pepa e’ pan” y de no tener un río atravesándonos
el recuerdo, fuimos acogidos por este territorio y sus gentes: las mujeres nos cantaron un
arrullo y nos condimentaron la lengua con chillangua y chillarán; las músicas locales nos
recordaron la arritmia de nuestros pies bajo el sonar de una marimba; y las comunidades
nos encomendaron gritar a los cuatro vientos todo el dolor y la injusticia que viven en sus
propias tierras. Así se vive en el Pacífico, así se vive en medio de la guerra, exorcizando las
balas y los intrusos con rezos y cantos.

1 Integrante de la Navegación por el Pacífico sur, viejo marino y campesino de Guapi (Cauca).
2
Directora de CENSAT Agua Viva, Amigos de la Tierra Colombia
petroleo@censat.org
3 Estudiante de antropología de la Universidad Nacional de Colombia
chorpatelic@gmail.com
4
Bolívar Echeverría. Cultura y barbarie. www.bolivare.unam.mx/ensayos/barbarie.html
5
Bolívar Echeverría. Cultura y barbarie. www.bolivare.unam.mx/ensayos/barbarie.html
6 Almendares, Juan. Reflexiones sobre derechos humanos, tortura y tratos crueles inhumanos y degradantes y
la justicia ambiental

7
Comentario hecho por Charo Mina en su reporte “La diáspora africana en Colombia está en la mira de una
estrategia de extinción”.
DE LA SIEGA DE LA PALMA
A LA BIODIVERSIDAD
Comisión Intereclesial de Justicia y Paz1

Desde el 31 de julio hasta el 16 de agosto de 2007, más de 200 pobladores del


Curvaradó, en la subregión del bajo Atrato, norte del departamento de Chocó,
acompañados de 16 organizaciones internacionales y 3 nacionales de derechos humanos,
realizaron una acción positiva.
Actuando desde los principios de la desobediencia civil y fundamentados en el derecho
de los pueblos, segaron durante estos días cerca de 70 hectáreas de palma de aceite, de
7000 sembradas ilegalmente. Los afrocolombianos, quienes han ocupado ancestralmente
este territorio colectivo desde hace 120 años, fueron sometidos desde 1996 a una
sistemática persecución en desarrollo de una supuesta estrategia contrainsurgente militar
y paramilitar en estas zonas. El saldo documentado hasta ahora es de más de 113 crímenes
de lesa humanidad, 13 desplazamientos forzosos, judicialización de los líderes
comunitarios y destrucción ambiental de más de 20 mil hectáreas consideradas desde la
década de 1950 como reserva forestal.
Desde el 2001, los afrocolombianos y mestizos han reclamado la actuación del Estado
en busca de protección, de justicia y de cese de las operaciones para-empresariales de
palma. A pesar del reconocimiento de la situación, de la evidencia de las pruebas contra
militares y paramilitares, traficantes de drogas y empresarios, no existe voluntad
institucional para lograr la restitución de la propiedad colectiva y de los predios
individuales en los que han habitado más de 2200 personas. Los anuncios oficiales de la
devolución de la tierra han sido permanentes desde 2006, al tiempo que se ha desarrollado
una política pública destinada a fomentar, a través del Estatuto de Desarrollo Rural, la
siembra de palma en todo el país y el consumo de agrocombustibles. Entre tanto, en el
Curvaradó las estructuras criminales continúan protegiendo las más de 7000 hectáreas
sembradas ilegalmente, y ampliando la extensión de la siembra a más de 20 mil hectáreas.
La acción de los afrocolombianos y mestizos es un signo de esperanza en medio de tanta
ignominia sustentada en agronegocios que son humana y ambientalmente criminales e
insostenibles. La palma del Curvaradó se muestra públicamente como palma de progreso,
de calidad de vida para los empobrecidos y como aporte ambiental para la humanidad; sin
embargo, ésta no es la realidad que viven los pobladores.

Las imágenes del ecologismo,


muerte e impunidad
La crisis ambiental es una crisis planetaria que expresa las secuelas de un modelo de
desarrollo que ha ido sosteniéndose en el agotamiento de las fuentes de Vida: la
diversidad étnica, cultural, espacial y creativa de los seres humanos, así como el ambiente
en el que se reproducen sus sistemas de vida.
Los paliativos a esa grave situación han sido, entre otras cosas, el desarrollo de
investigaciones y de técnicas discursivas que vacían de contenido y de sentido lo
ambiental y lo biodiverso para instrumentalizarlo. El incremento de monocultivos de
palma, maíz y caña de azúcar, la industrialización del campo, la ampliación de la frontera
agrícola y de la urbanización, están siendo estimulados por empresas privadas de
alimentos, energía y automovilismo que definen políticas públicas en el Norte, y que se
reproducen también en el Sur.
El gobierno planea sembrar por lo menos 1 millón de hectáreas con palma y otro tanto
con caña de azúcar. Siembras que, entre otros incentivos, están siendo estimuladas con la
reducción de impuestos para quienes cultiven a gran escala. Supuestamente, los habitantes
de las zonas rurales serán los mayores beneficiados, mejorarán sus condiciones de vida y
se convertirán en empresarios.
En las lecturas mediáticas, las causas del cambio climático no son explicadas, ni
suficientemente razonadas. Las inundaciones, la crisis alimentaria, las catástrofes y las
migraciones ambientales, las amenazas sobre la supervivencia de grupos humanos
originarios, de comunidades y de poblaciones son atribuidas al calentamiento global. En
una mirada plana, casi “naturalista”, se atribuye al calentamiento global el problema del
planeta. Poco se aborda a profundidad la responsabilidad del modelo capitalista y el tipo
de desarrollo configurado en las diversas fases de industrialización. No se enuncia con
precisión y claridad la responsabilidad de la crisis profunda que hoy vivimos en los
centros de poder político, militar y económico. La crisis no se analiza desde quiénes han
producido un agotamiento de las fuentes de reproducción de la vida, quiénes se han
beneficiado y cuál ha sido el rol que frente a esos intereses hemos jugado los habitantes-
ciudadanos-consumidores, en particular, los del Sur.
Así las cosas, con los seres humanos concebidos en abstracto, los sujetos de poder
dominante buscan salvarse de su responsabilidad, al tiempo que estimulan y promueven
un consumo colectivo sobre la base del sostenimiento de un modelo de desarrollo que
mercantiliza lo ambiental e industrializa y descampesiniza el campo. Según este modelo,
el problema es de los ciudadanos-consumidores y la solución se encuentra, entonces, en
sujetos que habitan el planeta y que podrían ofrecer sus espacios territoriales por el bien
de la humanidad y la supervivencia de la especie humana. Es la misma fórmula de ayer:
en contra de los pobladores del Sur, el Norte encuentra una salida. Su biodiversidad, como
bien de la humanidad, debe ser negociada, es negociable. Su ubicación estratégica en lo
geográfico debería facilitar la vida de todos, así esto signifique la transformación natural
de fuentes de vida hacia monocultivos, sea de palma, de azúcar o de remolacha.
Esa lógica se contrapone con la afirmación de los sujetos colectivos campesinos,
indígenas y comunidades negras que afirman el sentido de la justicia, el sentido de las
responsabilidades en un modelo económico que reconoce unos responsables directos, y el
sentido no comercial del Territorio.

Afirmación de la justicia
La decisión de las comunidades afrocolombianas y mestizas de segar la palma sembrada
con violencia parainstitucional, impunidad y destrucción ambiental y de la biodiversidad,
en medio de la presión de nuevas estructuras paramilitares o mal llamados grupos
emergentes o de “Águilas Negras”, alerta sobre los efectos nocivos de los
agrocombustibles. Al tiempo, por parte del gobierno se estimula una política pública que
alienta las inversiones empresariales y el lavado de activos de las estructuras criminales
que han cometido más de 63 mil crímenes de lesa humanidad, que se han apropiado de
más de 6,8 millones de hectáreas, que han deforestado y desertizado millares de bosques y
de tierras húmedas.
Después de 6 años de siembra ilegal de la primera palma aceitera en los territorios
colectivos del Curvaradó, por más de 14 empresas que operan como testaferrato
paramilitar, las comunidades decidieron emprender una acción de dignificación. Esta
decisión la adelantaron después de agotar todas las vías posibles tendientes a la restitución
de la propiedad colectiva y, en muchos casos, individual
Luego de 7 años de desplazamiento forzado, y en ese momento más de 100 crímenes
cometidos por agentes estatales y su estrategia paramilitar, mientras la selva húmeda era
deforestada y transformada en palma, en febrero de 2004 el gobierno nacional accedió
adelantar una verificación sobre el territorio con una comisión interinstitucional, que
constató la ilegalidad de la siembra y los daños ambientales causados. Meses después, en
octubre, se realizó una comisión técnica de la que surgió un informe del Instituto
Colombiano de Desarrollo Rural, INCODER, en el que esta institución reconoció que el
93% de la palma (7000 hectáreas) se encontraba sembrada de manera ilegal en los
territorios colectivos de las comunidades, y que se proyectaba una siembra total de 22.121
hectáreas, es decir, cerca del 50% del territorio ocupado ancestralmente por los
afrocolombianos. El mismo informe indicaba la adecuación de 4.010 hectáreas para
ganadería y el intento de legalización de esa actividad a través de contratos de
compraventa de mejoras, contratos de usufructo y compra de algunas tierras con títulos
individuales, mecanismos sin validez jurídica y en contravía de la Ley 70 de comunidades
negras y las disposiciones de predios otorgados como Unidades Familiares Agrícolas (bajo
la Ley de adjudicación de previos individuales).
Las empresas favorecidas por el accionar paramilitar para dar piso de legalidad a la
ilegalidad constituyeron “asociaciones campesinas” y emprendieron el montaje de
procesos judiciales con falsos testigos para intentar que las mujeres y hombres líderes de
esas cuencas fueran puestos en prisión. En otros casos, falsificaron firmas de personas
fallecidas, para legalizar la usurpación y acudieron a la figura legal del crecimiento de la
tierra por el cambio del curso de los ríos. Así, han pretendido justificar la propiedad en
más de 17.000 hectáreas.
El informe de INCODER reconoció el impacto ambiental por la construcción de vías,
canales de drenaje, tala de bosques y aprovechamiento de fuentes de agua. Algunos
ingenieros forestales que participaron de una de las verificaciones calcularon que el área
en la que se han construido vías es de 20,25 hectáreas, teniendo en cuenta el ancho de las
vías de 5,5 metros y longitud de 36.819 metros En el caso de las zanjas de drenaje, el área
se calculó entre 138,6 hectáreas y 184,8 hectáreas, Para la construcción de las zanjas se
removieron entre 2‘772.333 y 3‘696.444 mts3 de tierra.
Una porción del Chocó biogeográfico ha sido destruida. De acuerdo con un informe
adelantado por Justicia y Paz, en los territorios colectivos del Curvaradó se han perdido 39
especies de árboles maderables, 15 de árboles frutales, 11 especies que utilizan las
comunidades para la construcción, 5 especies de colorantes, 8 especies de plantas
medicinales, 64 especies de fauna que no aprovechamos directamente y 28 especies de
fauna comestibles, para un total de 170 especies de las que más conocemos. Toda la
biodiversidad de una zona declarada como reserva forestal en la década de 1950 ha sido
convertida en un desierto de palma; un experimento contra todos los principios del Estado
Social de Derecho, en el que el paramilitarismo como estrategia militar ha sido baluarte de
crímenes contra la humanidad, crímenes ecológicos y agronegocios consonantes con el
mercado global.
La siega de la palma que desarrollaron las comunidades víctimas ha ido mostrando que
hasta tanto la formalidad del Estado de Derecho siga siendo sólo palabras en papel, o
mientras se mantengan los mismos fines de la sobrevivencia de un modelo de desarrollo
que se define por el lucro, el lujo y el consumismo, donde el 80% de los recursos naturales
está dispuesto para menos del 20% de la población, o mientras se mercantilice y erosione
el sentido colectivo de los territorios, no hay ninguna salida al problema del cambio
climático. Los agrocombustibles serán sólo una máscara, un rostro amable de un estado
crítico ambiental y humano. Sin justicia no es posible la sobrevivencia del planeta.

La siega de la palma
Durante doce días, en medio de amenazas paramilitares a los afrocolombianos y a los
acompañantes nacionales e internacionales, en medio de la intensificación de las
actuaciones empresariales con la extracción del fruto de la palma aceitera, las
comunidades han venido segando palma e iniciando la siembra y la recuperación de
alimentos, reforestando e inventariado las ciénagas perdidas para lograr la constitución de
zonas de biodiversidad; esa es la afirmación del sentido de justicia y de soberanía de los
pueblos. Aunque los afrocolombianos aún esperamos la restitución de la propiedad
individual y colectiva de las tierras que hemos habitado ancestralmente desde hace más de
120 años, y que desde hace 10 años, en desarrollo de operaciones paramilitares propiciadas
por la Brigada 17, nos fueron usurpadas y ocupadas ilegalmente para ser sembradas en
palma de aceite, hemos abierto ahora un camino hacia el Derecho.
”Todas las cosas tienen su tiempo”, dice la sabiduría de una tradición, ese tiempo de
12 días en el Curvaradó fue el tiempo de la siega.
No estaba nada calculado. Lo único que fluía en los cuerpos era la inspiración que nace
de la memoria. El deseo, la utopía del corazón, el amor por lo propio, por la dignidad
lacerada, la pasión por la propia tierra arrebatada, el recuerdo de lo perdido, de lo
destruido, la experiencia de verse burlados por la justicia estatal. Ellas y ellos, de diversas
edades, con los brazos dispuestos al azadón, al hacha, a los espontáneos abrazos. Ellas y
ellos, con el rostro expuesto al sol, a la mirada vigilante, al llanto y al horizonte.
Experiencia sublime construida en el sentimiento cotidiano de arrancar la muerte como
cimiento de la palma, de reconstruir la vida toda contra las sirenas del progreso y del
modelo de desarrollo que continúa arrojando a los pobres a la miseria, a los campesinos a
las urbes, que convierte la vida en muerte. Evocación de la vida, inspiración de la
preparación de la siembra.
Después de nueve desplazamientos forzados que se iniciaron en octubre de 1996 con la
masacre de Brisas, ofensivas armadas que se mantuvieron en 1997, 1998, 1999 y con una
estocada final en el 2001 que logró el arrasamiento total del Curvaradó; la estrategia
paramilitar de la Brigada 17, falsamente justificada como contrainsurgente, bajo los
nombres de “Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá”, “Autodefensas Unidas de
Colombia”, “Bloque Bananeros”, “Bloque Elmer Cárdenas”, que coincidió con el desalojo
total del territorio colectivo y el inicio de la siembra del monocultivo y la extensión
ganadera. En ese mismo año 2001, en Cetino y Andalucía, Caño Claro, la palma de aceite
empezó a invadirlo todo, convirtiendo lo biodiverso en un solo cultivo protegido por el
verde militar de los camuflados oficiales y paramilitares.
Coincidente con las amenazas de muerte y crímenes a los desplazados en Belén de
Bajirá, Chigorodó, Apartadó, Mutatá, Medellín y Jiguamiandó, los paramilitares les
intimidaron, les coaccionaron con fusiles en mano, y les expresaron: “o nos venden o le
compramos a la viuda”, “esa tierra es de nosotros”, “esa tierra la necesita el patrón”. Esa
fue la misma expresión de los militares en diciembre de 2005 en Pueblo Nuevo en donde
los efectivos de la Brigada 17 les dijeron, señalando a los cultivos de palma, “este territorio
no es de ustedes, esto es de H 20”, paramilitar de la zona. Ese mismo día les dijeron:
“vayan a ese otro lado a trabajar en la palma”. Evidentemente no se trata solamente de la
violencia, del despojo, sino también de una nueva esclavitud. Allí estaban los pobladores
enfrentando esa expresión del poder, ese destino marcado con la violencia y la impunidad:
territorios para la palma. Los afrocolombioanos y los mestizos estaban allí enfrentando el
terror, el del Estado y el de los paramilitares, ese terror del que poco se habla o se escribe,
pues aunque la guerra es cierta desde hace mucho tiempo, no está registrada más que en la
vida de las gentes.
Por esa afortunada memoria que todos tienen es que en el Curvaradó no se interpreta
la palma como vida. La palma es alimento de carros y por eso la gente se pregunta “¿De
qué vida se habla cuando se habla de agrocombustibles derivados de la palma? Aquí la
palma es desolación verde, es destrucción humana, es muerte de toda la vida”. Sembrar la
comida, volver a sembrar en la tierra heredada es la resistencia legítima ante la ilegalidad,
el crimen y la corrupción. Muy bien lo expresó el Ministro de Agricultura, Andrés Felipe
Arias: “el vuelo forestal de la palma es de los campesinos, tanto como el territorio”. Por
esa razón, que es un derecho real, es posible disponer del territorio, aunque también es
cierto que aún no ha existido la restitución de la propiedad colectiva e individual como lo
muestra exitosamente el Ministro Arias.
Las razones de los excluidos, de los violentados, no cuentan, sólo las del poder
parainstitucional. Muchas actitudes policiales, militares y de los poderes civiles
acompañaron a los usurpadores en sus intimidaciones, en sus amenazas y en su ardid para
mostrar a las víctimas como victimarios. Por eso, allí la autoridad no es autoridad, es
terror, es complicidad con la criminalidad. Y eso no es nuevo: las comunidades han sido
testigos de más de una década de lo mismo. Una persona de las comunidades lo reafirma:
“Cuando se produjo la masacre de Brisas en octubre de 2006, vimos allí a militares, vimos
lo que hizo la policía al lado de los paramilitares, se hacen así, para mostrar que son
distintos, pero es igual, hoy se llaman Águilas Negras”.
Y, efectivamente, es comidilla cotidiana en Belén de Bajirá, en Llano Rico, en Mutatá, en
el Curvaradó, en donde se dice: “es lo mismo que antes, ahí están, ahora se llaman Águilas
Negras, al mando de Elkin Castañeda o Hermógenes Daza. Los mismos que se encuentran
entre Dabeiba, Mutatá, Pavarandó, Belén de Bajirá”. Durante los días de la siega, las
Águilas Negras estuvieron atentas, se movilizaron entre fincas de Nuevo Oriente y de
Pavarandocito, allí estaban prestas a dar respuesta criminal a los afrocolombianos y
mestizos.
Coincidencialmente, sus actuaciones han sido anunciadas por los desmovilizados o los
trabajadores de las empresas palmeras. Así sucedió cuando se acercaron a presionar a los
legítimos dueños del territorio colectivo, al mando de quien se conoce como El Chupa.
Mientras tomaban registros fotográficos y de video de todos los allí presentes, El Chupa
manifestó en tono amenazante: “ese corte de la palma, se le va a cobrar por otro lado y les
va a salir muy caro, así como cortan por pedazos les va a pasar...”.
A lo largo de varios días, en unas agitadas jornadas, los empresarios de la palma
transitaron por las vías de Cetino y Caño Claro hasta Mutatá por lo menos con 10
camiones con el fruto de la palma aceitera. En algunos de esos camiones se transportaron
también hombres vestidos de civil con radios, algunos con armas cortas, y hombres con
vestidos de camuflado. La ofensiva empresarial mostró su violencia rompiendo los cercos
de propiedad del campesino Enrique Petro para transportar corozo de palma. Todo allí se
vuelve costumbre: el conductor es una mujer que acompaña al paramilitar conocido como
El Gago.
En estos días se acercó al caserío de Cetino un funcionario de la entidad ambiental de
la región, Codechocó, a expresar a la familia Rentería que tenía una denuncia en su contra
por daños ambientales y que iba a verificar la situación, y amenazó a los afrocolombianos
indicando que por lo mismo podrían ser capturados. Argumento absolutamente risible y
paradójico: la entidad ambiental Codechocó nunca intervino en el Curvaradó ni en el
Jiguamiandó cuando la mayoría de las 50 mil hectáreas del territorio colectivo era selva
virgen, recurso forestal primario, con más de 25 ciénagas que fueron arrasadas,
desertizadas con la siembra de la palma.
Por eso los afrocolombianos, con los mestizos, con los indígenas que sumaron más de
200 personas, juntaron sus fuerzas, sus pensamientos y sus corazones. Sus palabras eran
ciertas y precisas: estaban sembrando, estaban protegiendo la vida humana, estaban
sembrando para comer, reconstruyendo la vida toda. No era la violencia terrorista, era la
dignidad expresada en el trabajo sagrado, en la palabra, en el derecho a la existencia, a la
alimentación y a la preservación del planeta. A su lado, sin armas, sin amenazas, sin
intimidaciones y con la fraternidad solidaria los acompañaron personas de Estados
Unidos, Italia, España, Inglaterra, Alemania, Uruguay, Argentina, México, Paraguay,
Santo Domingo e Indonesia, invitados a sembrar. Se hizo la siega que fue un NO a la
destrucción ambiental, a la destrucción humana, a la imposición de un modelo de
desarrollo excluyente, consumista, individualista y destructivo de la vida natural y de la
vida humana.
Sin una mínima ética profesional, que debería cobijar a la prensa liberal, el diario El
Heraldo de Urabá calificó la acción como terrorista: “Esta acción terrorista está dejando sin
trabajo unos 800 trabajadores y perdidas que sobrepasan los $ 400 millones de pesos, sin
tener en cuenta la falta de operaciones de planta extractora de aceite y 20 hectáreas que
dejan de producir porque han sido tumbadas con machete y motosierra”.
Y agregó, sin confrontar las fuentes, citando un documento empresarial: “se ha
bloqueado bajo amenaza de quemar los tractores y camiones trasportadores, la salida de
fruta hacia la planta extractora situada en Mutatá. Todo ello en un ambiente cargado de
agresiones verbales y físicas contra los empleados y contratistas de la Empresa y sin que
las autoridades competentes hayan hecho lo pertinente para evitar los hechos punibles que
oportunamente han denunciado”.
Falsedad de falsedades... Ya que ni los medios ni los fines de los afrocolombianos y
mestizos son los mismos que los usados por los empresarios. Ellos no usan de la amenaza,
no usan de la fuerza irracional. En cambio, todo era justificable, razonable, humano y en
Derecho. Pero, por supuesto, la mentira criminal acusó a los legítimos dueños de
“terroristas”, a los acompañantes internacionales de “orquestadores de actos terroristas”.
Es siempre el mismo libreto. El único argumento de defensa es la mentira que queda al
descubierto, sin mayores raciocinios, por las acciones turbias que se encuentran tras la
palma. En el Curvaradó, los beneficiarios de la estrategia paramilitar, consentida por el
Estado a través de la Brigada 17, son sectores políticos, empresariales y clanes familiares
del paramilitarismo y del tráfico de drogas. Ante tal verdad se desató la propaganda
contra la decisión de los habitantes originarios de segar la palma e iniciar la resiembra. A
ellos se les sindicó de invasores.
La directora de El Heraldo de Urabá en un juego de palabras expresó que: “quiso hablar
con el grupo “invasor” entre quienes se encontraban Ovidio Rentería reclamante del
predio, además de funcionarios de la ONG y no fue posible” y “mientras 40 trabajadores
estaban cesantes sentados en un campamento con las miradas angustiosas, ya que bajo
amenazas los hicieron retirar del predio”. Curiosa acusación que encubre a los
responsables del terror y que miente sobre la realidad. La directora olvidó, eso sí, precisar
que no portaba un carné que la acreditara como periodista, que se acercó al lugar en las
motocicletas de las empresas en que se movilizan frecuentemente los paramilitares, de los
que aún no se sabe si son o no desmovilizados, y que no se tomó la molestia de investigar,
por ejemplo, los documentos de acreditación de la propiedad que constatan que los
legítimos propietarios del predio son los integrantes de la familia Rentería, cuestión que
no tiene duda jurídica. La prensa olvidó decir que la fuerza ética de la decisión de la siega
de la palma es el cimiento de una decisión que objeta en conciencia un Estado de hecho allí
instaurado. Olvidaron registrar las noches de llantos y de cantos en que el alma de los
afros recordó la esclavitud y la lucha por la libertad, o la de los campesinos sin tierra como
errantes acogidos en las selvas del Chocó.
Lo cierto es que cada mañana estaba precedida del ritual de la esperanza, de la
invocación a la Vida, de convocatoria a la memoria, de las espiritualidades que protegen al
planeta, que anuncian la posibilidad de la sobrevivencia de la humanidad sobre la base de
la justicia, de la multiplicidad, expresada en la biodiversidad y en el derecho a la
alimentación, a la libertad, a la restitución de la propiedad.
La siega era la indignación ante lo evidentemente injusto. Así lo expresó un poblador:
“¿Cómo es posible que nosotros seamos tildados de invasores, cuando han sido ellos los
que han ocupado con la violencia, el engaño, la muerte, la falsificación, los territorios?”.
Todo es parte de una misma infamia. Cerrando el círculo de la criminalidad, con el
poder de control empresarial sobre el Estado local, la falsificación de documentos, la
“resurrección” de los muertos, la creación de falsas asociaciones, la mutación de
estructuras paramilitares, la ampliación de la siembra de palma, la extracción del fruto de
la palma con la total complicidad de todas las instituciones, la negación del acceso pronto
y eficaz a la justicia. No fueron de extrañar las falsas acusaciones, algunas que se han
convertido en demandas penales y civiles, y que ahora se hacen, sin fundamento alguno,
sobre los integrantes de la Comisión Ética, integrada por organizaciones internacionales
como Vía Campesina, Ecologistas en Acción de España, Movimiento Mundial por los
Bosques, Movimiento por el Cierre de la Escuela de las Américas de Usa, Coalición de los
Pobres de USA, Solidaridad Italiana, Instituto de Investigaciones Sociales de Paraguay,
Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones Campesinas (CLOC), Centro de
Investigación Popular de México y Amazon Watch, que estuvieron presentes en la región.
Estas organizaciones ambientalistas, de derechos humanos y de solidaridad fueron
señaladas por la prensa local como las responsables de la “invasión”, así lo expresó El
Heraldo de Urabá: “En la zona corre el insistente rumor que los extranjeros que lideran las
invasiones están convocando la presencia de más cómplices para continuar durante el fin
de semana la depredación total del cultivo que constituye una alternativa de ingresos para
sus habitantes”.
La prensa omitió decir que los trabajadores, forzados por paramilitares, se vieron
obligados a escribir los siguientes letreros amenazantes “Fuera Gringos de Urabá”,
“Muerte a gringos”. Que las víctima son sujetos de Derecho, de afirmación y de dignidad,
que no deben ser manipulados para conocer con certeza qué es lo bello y qué es lo bueno,
qué es lo justo y qué lo injusto.
Al final, luego de uno, de dos, de tres y hasta de doce días fueron 40 hectáreas, o más, lo
que sembraron. No son necesarias esas cifras porque estas sumas no son parte de la lógica
de las víctimas. Otro modo de ser en su conjunto es la epopéyica de la dignificación. No se
apuesta por la rentabilidad; en cambio, la sustentabilidad es la ética. No son las ganancias
su propósito, es la restitución en Derecho. La razón no está en lo aparente: las relaciones
matemáticas hacen parte de la lógica de los victimarios que han sembrado la palma en
tierras que no son suyas, que se han apropiado de todo o han destruido todo para lavar
sus dineros del tráfico de drogas, para ocultar sus inversiones manchadas de sangre, de
destrucción de la vida natural, de la muerte con balas, de la muerte con hambre.
Pero ha llegado el tiempo de la cosecha, el tiempo de un sueño donde el territorio sea
posibilidad para la vida propia, para la vida del planeta. Todas las cosas tienen su tiempo.
Ahora es el tiempo de la espera y de la siembra. De la espera a la respuesta del Estado
colombiano, de la espera de la restitución. Mientras tanto en Cetino, en la zona de la
biodiversidad, mientras tanto en Caño Claro, en la zona humanitaria, mientras tanto en el
caserío de Caracolí y en el Curvaradó, los afrocolombianos y los mestizos siembran. E
indígenas y afrocolombianos del Jiguamiandó regresan a sus tierras a conservar, a
proteger el territorio en el que duerme el cerro “Cara de perro”, ambicionado desde ya por
empresas multinacionales para extraer recursos mineros. Porque el planeta es uno solo,
porque el territorio es bien de la humanidad, porque lo injusto es injusto aquí y allá,
porque este tiempo de dignificación es tiempo de memoria, es tiempo de justicia.

1 Justicia y Paz es una organización de acompañamiento en materia de protección jurídica, ambiental,


agroecológica y psicosocial en zonas de conflicto armado interno a grupos afrocolombianos, indígenas y
campesinos mestizos que afirman integralmente sus derechos a la Vida y al Territorio. Su labor se enmarca en
el Derecho Internacional de los Derechos Humanos y los derechos de los pueblos. Su acompañamiento se
realiza en el norte del Chocó y el bajo Atrato, Chocó; Turbo y Dabeiba, Antioquia; Bajo Naya, Buenaventura,
bajo Calima y Trujillo, Valle del Cauca; Villavicencio y Ariari, Meta; Sucre Tequendama, Inza, San Francisco y
Toribío, Cauca; Puerto Asís, Puerto Caicedo y La Hormiga, Putumayo.
IV.

Mandatos
LA GEOPOLÍTICA DE LOS
AGROCOMBUSTIBLES

Documento de posición del Sur Global


sobre Soberanía Alimentaria, Soberanía Energética
y la transición hacia una sociedad post-petróleo

Convocadas a la primera reunión de trabajo para discutir sobre los agrocombustibles y el


reto del “desarrollo” en una sociedad post-petrolera, las organizaciones reunidas en
Ecuador, latitud 0, del 27 de junio al 01 de julio de 2007, invitamos al debate desde el Sur
Global en los siguientes términos:
Denominados apropiadamente por los movimientos sociales como
AGROCOMBUSTIBLES, los llamados “biocombustibles” y toda la generación de
energía a través de la biomasa, tal como viene sido promovida por gobiernos,
corporaciones, agencias de ayuda, las Naciones Unidas, las instituciones financieras
internacionales y demás agentes interesados en su producción a gran escala y en su
comercio internacional, NO cambian, sino que PERPETÚAN el modelo de
producción y consumo de la civilización moderna, urbana e industrial.
La crisis ecológica y energética que se impone sobre todo el Planeta, junto a la urgencia
ineludible de frenar el calentamiento global y dar paso a una transición hacia una sociedad
y una economía post-petrolera, nos obligan a un análisis más profundo y a generar
cambios políticos realmente transformadores.
Reconociendo que tenemos una tarea necesaria de buscar energías alternativas, es
imprescindible plantear la estrategia global en curso de promoción febril de la agro-
energía en sus términos estructurales.
Los hidrocarburos son la principal fuerza motriz de la economía globalizada, donde la
extracción y control de los combustibles fósiles tiene intrínseca relación con las redes de
poder que controlan el mundo a través del control de la energía. Además, podemos
ratificar que en esta civilización petrolera las principales desgracias, catástrofes climáticas,
guerras, hambrunas, desplazamientos forzados y la esclavitud están vinculadas
precisamente al control militar del territorio y de la energía fósil.
La matriz energética/industrial basada en combustibles fósiles, que sustenta la actual
civilización urbana industrial y el estado de desarrollo se encuentra en crisis. Vivimos en
el momento en que estas fuentes de energía están agotándose, por lo que el capitalismo
imperativamente busca nuevas formas de generación de energía, incluyendo los
agrocombustibles. Desde nuestra perspectiva como países agroexportadores del Sur,
sometidos a esta condición bajo la lógica de la deuda externa y de nuestra historia colonial,
los agrocombustibles profundizan el modelo del agronegocio y de la agricultura
industrial, entendida como la sumatoria de monocultivos, biotecnología, agrotóxicos y
capital financiero y exportación.
Los agrocombustibles significan la instalación de una nueva geopolítica global.

Antecedentes y ejes de resistencia:


La Soberanía Alimentaria
El modelo de agricultura industrial iniciado con la Revolución Verde es petro-dependiente
en energía e insumos, y el fin de uno significa el ocaso de la otra. Además, la raíz histórica
de los monocultivos industriales actuales fueron las plantaciones, un invento colonial, que
hoy reproduce y multiplica su racionalidad y lógica productiva correspondiente.
El control del sistema agroalimentario mundial constituye uno de los principales
componentes de la globalización. Los efectos de las políticas neoliberales en el campo, la
expansión de la agro-biotecnología, la proliferación de los acuerdos de libre comercio,
incluyendo la lucha en contra de un Acuerdo sobre Agricultura en la OMC, fueron la
fuerza catalizadora de un movimiento campesino internacional (La Vía Campesina). Del
mismo modo, la resistencia de los Pueblos Originarios se viene fortaleciendo frente a la
privatización de recursos y ecosistemas naturales en territorios indígenas.
La propuesta política de esos movimientos es la “Defensa de la Soberanía Alimentaria”,
que se expresa en el derecho de los pueblos a decidir y controlar sus políticas de
producción, distribución y consumo de alimentos, y la comercialización o no de
excedentes, sólo después de haber garantizado las necesidades de la población con los
recursos propios de su territorio y en un patrón cultural y ambientalmente adecuado. Ésta
es una propuesta radical que exige la transformación de las economías agroexporadoras
del Sur y el patrón de consumo en el Norte.
En tanto la protección de recursos naturales como la tierra y el agua es inseparable de la
práctica de la agricultura, las decisiones sobre su uso y manejo no pueden ser tomadas por
productores individuales en función de la propiedad privada de la tierra. Por eso, la
Soberanía Alimentaria como principio político propone que la autodeterminación de los
pueblos sea garantizada por la decisión colectiva sobre la producción de alimentos, y
actividades agrícolas, pastoriles, pesqueras o recolectoras, enfatizándola como principio
fundamental.
Tomando en cuenta la riqueza del debate político colectivo desarrollado por los movimientos
sociales, planteamos el tema de los agrocombustibles –que ya los definimos como una
profundización del agronegocio- en los términos de la Soberanía Alimentaria.
La industrialización del agro es consustancial a la expulsión del campesinado y
configura una agricultura sin agricultores, afectando desde el campo a toda la sociedad.
Implica el despojo de comunidades y sus territorios, la concentración y privatización de la
tierra y fuentes de agua, la erosión de la biodiversidad, la destrucción de ecosistemas
naturales, y la violencia y militarización en función del control de recursos naturales.
Este proceso de marginación que se inicia en el campo agudiza el circuito insostenible
de la urbanización acelerada, que da lugar a la crisis de energía, infraestructura, viviendas,
alimentación, salud y otros servicios básicos, puestos de trabajo y acceso a los alimentos en
las ciudades. La pobreza urbana genera violencia, conflictos y el malestar social que
caracteriza a las grandes ciudades del Sur.
Éste es un proceso global, hegemónico y dialéctico, que ha conducido a una crisis
ecológica y energética incuestionable. Por ello no son aceptables las respuestas
tecnológicas como las semillas transgénicas, ofrecidas como una solución al “hambre”,
cuando su propósito final es el control de la producción agrícola, la imposición de los
derechos de propiedad intelectual, y la mercantilización de la vida y la Naturaleza. Ni
tampoco los agrocombustibles, promovidos para solucionar una posible crisis energética, o
como falsa solución al cambio climático sin tener en cuenta cuestiones estructurales que
han generado grandes conglomerados urbanos que son abastecidos por mercancías
transportadas desde distintos lugares del planeta, y que obligan a la gente a desplazarse
cada vez a distancias más grandes, lo que genera una demanda interminable de energía.
La solución tampoco puede ser a través de instrumentos mercantiles como el comercio
de carbono, la venta de servicios ambientales, las certificaciones verdes, las mesas
redondas “sustentables”, la inserción de las plantaciones de carbono en los proyectos del
Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kyoto y otras creaciones
promocionadas por el ambientalismo de mercado, instrumentos que generan más
problemas que los que solucionan, y a cuyas propuestas y posiciones nos oponemos
radicalmente.
La ideología del “desarrollo”, elaborada después de la segunda guerra mundial como
una manera de extender el colonialismo, oculta la continuidad y profundización de la
lógica de saqueo. Alrededor de esta ideología se crearon prácticas, instituciones y
estructuras que a nombre del desarrollo, prolongaron y diversificaron las formas de
saqueo en el Sur. A finales del siglo XX, el desarrollo se vistió de verde y se acuñó el
término “desarrollo sustentable”, que lo que hace en realidad es “sustentar” la dominación
y el abastecimiento colonial.
Los puntos expuestos arriba son el resultado del debate mantenido durante nuestra reunión y
expresan el conjunto y complejidad de las reflexiones que hicimos sobre el tema. Consideramos que
estos puntos son no-negociables. Si usted comparte nuestra visión, le invitamos a continuar con la
lectura.

La geopolítica de los agrocombustibles


El sometimiento de los sistemas agrícolas locales al modelo industrial y a una demanda
energética exógena es una cuestión política que implica relaciones de poder sobre los
ecosistemas y los pueblos. Este poder se manifiesta en dos niveles bien definidos:
Primero. La actual dependencia mundial de combustibles fósiles se satisface mediante
una geopolítica de guerra.
Para garantizar el control de los recursos hidrocarburíferos, y ahora los
agrocombustibles, los países industrializados y sus corporaciones transnacionales han
desarrollado mecanismos tanto económicos y financieros como políticos y militares. En
este sentido, se han diseñado acuerdos comerciales internacionales que permiten el libre
acceso a los recursos a través de leyes del mercado. Estos tratados mercantiles, bilaterales
o multilaterales, van de la mano con la expansión de proyectos de infraestructura: ductos
para transportar gas, petróleo, minerales y hoy agrocombustibles como etanol o biodiesel;
carreteras, hidrovías, puertos, infraestructura de procesamiento, almacenamiento y
expendio de combustibles, tendidos eléctricos, etc. Las instituciones financieras
internacionales, a través de diversas estrategias y mecanismos, entrampan a los países en
una espiral de dependencia y muerte, por ejemplo a través de la deuda. Cuando un
gobierno o su pueblo se plantea romper con esta dependencia, corre el riesgo de sufrir
represalias económicas, políticas o militares. La geopolítica del petróleo está diseñada no
sólo para tener acceso a los hidrocarburos, sino para controlar su distribución. Esto explica
muchos de los conflictos armados en el Medio Oriente, Afganistán y el Caucazo, donde se
juega el control de las rutas del transporte del crudo del Caspio por parte de empresas
estadounidenses, europeas y rusas, y sus gobiernos.
Así como se configuró una nueva geopolítica para asegurar el acceso a los combustibles
fósiles, de la misma manera se está configurando en torno a los agrocombustibles una
nueva correlación de fuerzas a nivel mundial. El ejemplo más nítido es la alianza Lula-
Bush (Brasil y Estados Unidos) para la creación de un mercado mundial de commodities
agroenergéticos, que ya se traduce en un reacomodo del poder global. Es así como el
anuncio efectuado por Brasil sobre el reinicio de su programa nuclear y el ciclo de
enriquecimiento de uranio no generó la oposición que han enfrentado países como Irán o
Corea del Norte, pues hoy Brasil forma parte de los países que conforman el círculo de
amigos de Bush y del poder de intereses estadounidenses.
Aclaramos categóricamente y sin ninguna ambigüedad que la energía nuclear es
inaceptable, esta posición es no-negociable, sin importar la razón por la cual la energía
nuclear sea promovida. La humanidad y el ambiente ya han experimentado suficientes
impactos y sufrimientos por sus consecuencias.
Segundo. La geopolítica de los agrocombustibles impone un reordenamiento territorial
a nivel global.
Este reordenamiento significa, en este primer momento, la desterritorialización de
cultivos alimentarios para la producción de insumos energéticos, con los impactos en
cadena sobre toda la economía y los costos, por la obvia competencia de precios con los
alimentos (como ya se observa en la subida de precios del maíz y aceites en distintas
partes del mundo, y cuyo ejemplo más paradigmático fue la guerra de las tortillas en
México, a inicios de 2007).
En un nivel más amplio, y ya relacionado a la segunda generación de agrocombustibles
a partir de especies no alimenticias (eucalipto, switch grass, miscanthus, entre otros) la
ocupación de la tierra a escala creciente y progresiva para ‘reemplazar’ al petróleo,
impactará más gravemente a la población rural, generando fuertes flujos migratorios,
además de una reducción drástica en la producción y oferta de especies alimenticias con la
consiguiente alza en los precios y menores posibilidades de acceso a la alimentación.
Esta presión sobre los territorios se va a acentuar, como resultado del lema repetido por
sus promotores quienes sostienen que los agrocombustibles se van a asentar en las
llamadas “tierras marginales” o “áridas”, que en realidad son las tierras más allá de la
actual frontera agroindustrial y que son las que justamente alimentan a la gran mayoría de
la población pobre y campesina, y a los pueblos indígenas de África, Asia y América
Latina con cultivos no comerciales como varias especies de tubérculos y hortalizas. Son en
estas “tierras marginales” donde se intenta introducir millones de hectáreas con cultivos
de Jatropha, que está siendo promovido como un cultivo milagroso en regiones áridas de la
India, el Sahel y África Occidental.
En síntesis, la reproducción del capitalismo en una sociedad en transición hacia la era
post petrolera depende en este momento de la incorporación y control, incluso militar, de
gigantescas extensiones de territorio. Así, el eje de la resistencia es asegurar la integridad
de la soberanía sobre los territorios, garantizando alimentos y energía local: construyendo
la soberanía energética y alimentaria; y redefiniendo la soberanía política.

Las grandes rutas de los agrocombustibles


Al momento identificamos las siguientes grandes rutas centrales de flujo de
agrocombustibles desde el Sur:

El abrazo del etanol: Brasil y Estados Unidos


y el corredor de América Central
La alianza estratégica y mediática entre Lula y Bush, los dos países lideres mundiales en la
producción de etanol (caña de azúcar y maíz respectivamente) tiene un objetivo claro:
definir una nueva geopolítica para América Latina (petróleo versus agrocombustibles) a
través de impulsar la creación de un mercado internacional de commodities agroenergéticas
con la realización de una “Conferencia Internacional sobre Biocombustibles”, auspiciada
por la ONU en Brasil en julio de 2008.
En este contexto Brasil tiene como proyecto político convertirse en el principal
proveedor de agrocombustibles y de tecnología para etanol. Para eso, el presidente Lula se
perfila como nuevo líder mundial y Brasil como la potencia del Sur, para lo cual se han
establecido alianzas estratégicas con China, India, Sudáfrica etc., aspirando a acceder al
Consejo de Seguridad de la ONU. En el plano económico, el interés de Brasil es acceder al
mercado de los Estados Unidos y Europa, vía las ventajas arancelarias que tienen países de
Centro América y Caribe. Por eso quiere expandir la producción de caña de azúcar y
palma aceitera, y plantas de procesamiento a esos países.
El Plan Nacional de Agroenergía de Brasil estima como área potencial para expansión
de cultivos energéticos la cifra de 200 millones de hectáreas, incluyendo la “recuperación
de áreas degradadas, reconversión de pastos y ‘reforestación’ de la Amazonia con palma”.
Para poner en marcha el Plan, se tiene que construir una red de Alcohol-ductos, plantas de
acopio, procesamiento, puertos, carreteras e hidrovías, lo que incrementará el uso de
hierro proveniente de las minas del Gran Carajás, la destrucción de ecosistemas naturales
y del tejido social en esta región de Amazonia, además de incrementar dramáticamente la
producción de cemento y concreto, una de las industrias más energívoras.

De granero del mundo a refinería global:


la soja transgénica en Argentina y el Cono Sur
Transformar el paisaje del campo argentino en un monocultivo de 17 millones de
hectáreas de soja transgénica sólo tomó 10 años –reemplazando la producción de cereales,
carne y otros alimentos por la de sólo un commodity para la exportación, concentrada en
manos de las principales trasnacionales del comercio internacional-. Ahora, siendo el
primer exportador mundial de aceites, Argentina busca convertirse en el principal
proveedor para la demanda europea de biodiesel, para lo cual el gobierno argentino ya
solicitó aranceles preferenciales a la Unión Europea.
La apuesta del agronegocio en la exportación de agrocombustibles ha puesto a
funcionar un engranaje de producción de biodiesel en asociación con capitales nacionales
como Vicentín, AGD-Bunge S.A y SACEIF-Louis Dreyfus, y del sector petrolero Repsol-
YPF y la nacional ENARSA que participan en proyectos de entre 25 y 30 millones de
dólares.
Para suplir la demanda de exportación de aceites y granos, sumada ahora a la del
biodiesel de soja, y además cumplir los requerimientos internos legislados de incorporar
obligatoriamente un porcentaje de agrocombustible en los combustibles fósiles, se
programa la deforestación de entre 4 y 7 millones más de hectáreas de bosques nativos
para avanzar con la frontera sojera, el desplazamiento de montes frutales y de cultivo de
hortalizas y los cultivos bajo riego en la Patagonia, así como la importación de 3 a 4
millones de toneladas de soja provenientes de Bolivia, Brasil, y especialmente Paraguay.
Por ello se ha acelerado la concreción de la hidrovía Paraguay-Paraná, vía de
escurrimiento de los commodities producidos en territorio interior hasta el puerto de
Rosario (y zona de refinamiento), proyectada en el marco de la Iniciativa para la
Integración de la Infraestructura Sudamericana (IIRSA) que incluye la construcción de
carreteras, hidrovías y represas con inversiones significantes del sector privado en la
extracción de recursos y la agroindustria.
Esta es la columna vertebral que consolida el proyecto político y territorial del
agronegocio en el Cono Sur, que trasciende las fronteras de los Estados para establecer un
área de expansión de la producción y movimiento de commodities para exportar al Norte,
que se consolida con la producción de agrocombustibles.

La amarga historia del aceite de palma: las plantaciones


de palma en ecosistemas naturales y territorios indígenas
Al momento, el 88% del comercio mundial de aceite de palma proviene de Malasia e
Indonesia, lo que obedece a una expansión del área cubierta por este cultivo. En los
últimos 20 años la producción se duplicó en Malasia y se triplicó en Indonesia a costa de la
desaparición de sus bosques tropicales. El crecimiento de las plantaciones de palma en
Malasia e Indonesia responde a la creciente demanda de aceite de palma especialmente
para el mercado europeo.
A pesar de la defensa oficial de que la industria de la palma aceitera no ha producido
deforestación, el gobierno de Sarawak, en el Borneo malayo, aceptó que se ha
concesionado 2,4 millones de hectáreas de bosques para la industria palmícola y de la
pulpa y papel, extensión que puede llegar a 3 millones de hectáreas ha finales del 2007 y
que constituye una cuarta parte del área total de Sarawak. Las plantaciones industriales de
palma con frecuencia son propiedad de empresas madereras transnacionales, las que una
vez que deforestan una zona para la extracción de la madera, la siembran con
monocultivos de palma, transformando el bosque en aceite.
Aun cuando estos bosques son reclamados por comunidades indígenas como parte de
sus territorios tradicionales, y aunque muchas de estas comunidades dependen de los
recursos del bosque para su subsistencia, ni la legislación ni el gobierno han reconocido
totalmente su derecho consuetudinario; y a pesar de sus continuas protestas, las
plantaciones de palma continúan extendiéndose.
El aceite de palma se perfila como la principal fuente para la producción de biodiesel a
costa de ecosistemas naturales y territorios indígenas también en otros países tropicales,
constituyendo el caso más preocupante: el de Colombia, donde las plantaciones de palma
se extienden de la mano del paramilitarismo, desplazando a poblaciones enteras.
La expansión de los cultivos de palma en Malasia, Indonesia y otros países tropicales,
responden al aumento en la demanda de aceite de palma en el mercado mundial, sobre
todo luego del incremento en las metas que se ha impuesto la Unión Europea para
reemplazar combustibles fósiles por agrocombustibles.

África: en la vía hacia un mayor saqueo


Del colosal número de actores relacionados con la promoción de agrocombustibles en
África, Brasil se perfila como el más estratégico y rapaz.
Brasil se ha volcado hacia el continente africano, al que lo ve como una pieza
importante en sus ambiciones de crear un mercado global para el etanol. Este país ha
logrado de manera exitosa obtener el apoyo de varios países africanos, como Senegal y
Benin a través de acuerdos bilaterales y trilaterales de cooperación, y se ha apuntalado en
la Unión Africana, pasando por alto varias agencias de las Naciones Unidas, para
asegurarse la implementación de instrumentos legales y económicos armonizados para
sostener un mercado viable de agrocombustibles. A través del Foro Internacional de
Biocombustibles, Brasil con sus socios China, India, Sudáfrica, los Estados Unidos y la
Unión Europea, promoverán agresivamente un mercado internacional para
agrocombustibles, sin importarles el resto del mundo, y así asegurar que el etanol se
convierta en una commodity en el mercado internacional. Para conseguir estos objetivos, las
plantaciones de caña, silenciosas y estériles, proliferarán en los suelos africanos, otrora
dedicados al cultivo de alimentos.
En este contexto, varias transnacionales de la energía como BP, D1 Engrasa y Petrobras
han iniciado proyectos de agrocombustibles en África para producir de manera
indiscriminada ya sea combustibles fósiles o agrocombustibles en países tan pequeños
como Suazilandia o potencias petroleras como Nigeria. Estas empresas depredadoras
sostendrán cualquier aventura, a cualquier costo social y ambiental, si es que esto va a
contribuir a su estrategia global de prolongar el pico del petróleo. Países como Ghana, las
grandes plantaciones de Jatropha están fuertemente relacionadas con el mercado de
carbono en el marco del Protocolo de Kyoto.
El escenario político en África está listo para la producción a gran escala de
agrocombustibles. Mozambique ha sido elegido como el líder en el Sur de África. A través
de la empresa petrolera estatal se espera tener una inversión de 55 millones de dólares
para proyectos con caña de azúcar y Jatropha, y así suplir al mercado regional e
internacional de etanol y biodiesel.
MANIFIESTO
POR EL DES-DESARROLLO: EL CAMINO QUE
PROPONEMOS
DESDE EL SUR
Los agrocombustibles y toda la generación de energía a través de la biomasa tal como
viene sido promovida por gobiernos, corporaciones, agencias de ayuda, las Naciones
Unidas, las instituciones financieras internacionales y demás agentes interesados en su
producción a gran escala y en su comercio internacional, no cambian sino que perpetúan el
modelo de producción y consumo de la civilización moderna, urbana e industrial que ha
generado inequidad, guerra y destrucción ambiental.

El ocaso de la civilización petrolera


y la reproducción del capitalismo
La reproducción del estado actual de la civilización occidental depredadora, cuya forma es
el neoliberalismo globalizado, tiene como base material al petróleo.
Todas las fuerzas motrices detrás de la producción, circulación y comercialización
global de mercancías dependen de los hidrocarburos: la industria hidrocarburífera en sí
misma, la industria agroalimentaria, las compañías farmacéuticas, de fibras textiles, las
industrias involucradas en la producción de detergentes, cosméticos, explosivos, celuloide,
plásticos en general, materiales de construcción, embalajes, electrodomésticos, etc. De la
misma forma, el transporte global de personas y materiales, la movilidad y velocidad con
la cual los trabajadores y los productos se mueven y son intercambiados alrededor del
globo, dependen también de los combustibles fósiles, ya sea por la dependencia que se ha
creado en torno al automóvil; por la manera como se han diseñado, construido y
expandido las megalópolis, o por la forma de ocupación del espacio urbano y otros
territorios.
La demanda de energía y materias primas para suprimir y mantener el patrón de vida
de las sociedades del Norte, traducida cotidianamente en alimentación, vestuario,
vivienda y movilidad es la que da carne y cuerpo al ideal universal de estilo de vida,
bienestar y “progreso” promovidos agresivamente a través de la globalización como un
patrón universal para la humanidad.
En el actual paradigma de “crecimiento” orientado hacia la integración del mercado y
el comercio global, los agrocombustibles son impulsados como substitutos paulatinos del
petróleo para mantener patrones ambientalmente insustentables de producción y consumo
del Norte. Frente a eso, entendemos que el estilo de vida promovido por el Norte y las
elites del Sur y que alcanza su máxima expresión en el llamado “American way of life” es lo
que debe ser transformado. Son los principales consumidores de energía, Estados Unidos
junto con Europa Occidental y a quienes se suman hoy, China y las elites minoritarias del
Sur.
China, la gran fábrica del mundo, reproduce el modelo de producción y consumo
creado por el Norte, al tiempo que abastece al mercado mundial, sobretodo del Norte, con
todo lo que éste consume. Entendemos que el modelo de crecimiento de China no es un
modelo para el Sur.
La materialidad de todo lo que hace parte de la vida cotidiana de los países
“desarrollados”, promocionados al mundo como modelo universal de bienestar material,
calidad de vida y progreso humano, depende enteramente de una demanda energética y
ecológica irracional, construida históricamente a través del saqueo continuo de la
naturaleza y los pueblos del Sur. Para el Sur del mundo este modelo «petrolero» permitió
perpetuar el intercambio desigual, la dependencia tecnológica, el endeudamiento, el
empobrecimiento de los pueblos, el despojo de sus territorios y la desacralización de sus
lugares sagrados. Hemos experimentado, desde el Sur, que el patrón de vida que la
minoría del Planeta disfruta, se mantiene con la explotación de la Naturaleza y el trabajo
humano, para alimentar los flujos de mercancías y servicios que han causado
históricamente los cambios climáticos, el calentamiento global y la dominación colonial del
Norte sobre el Sur.
En síntesis: el impulso prioritario de los agrocombustibles, como substitutos paulatinos
del petróleo, es mantener la circulación global de mercancías y la demanda
ambientalmente insustentable de energía y materias primas para promover como ideal
universal el patrón de vida de las sociedades del Norte, en su lógica histórica de
dependencia y explotación colonial sobre los ecosistemas y pueblos del Sur.
Nuestra respuesta a la falacia del balance energético positivo de los agrocombustibles
es la verificación histórica de la devastación ecológica y social generada por la Revolución
Verde –petrodependiente- y con los efectos imputados a la agricultura industrial, que ha
resultado en la pérdida de 75% de biodiversidad a lo largo del último siglo, según la FAO;
además de haber promocionado la desarticulación de las agriculturas y mercados locales
para imponer el sistema agroalimentario mundial a través de las corporaciones que
controlan la cadena productiva con la mayor concentración de poder en el mundo: los
agronegocios.
Entendemos que la única forma de superar la crisis climática y energética que amenaza
definitivamente la continuidad de toda la Vida en el planeta es la superación del
capitalismo.
La transición hacia una sociedad post-petrolera y un nuevo sentido del “desarrollo”, en
la construcción de una Vía de superación del capitalismo, será sobre bases ecológicas o no
podrá ser.
La cuestión energética, así como la producción de alimentos, son los ejes concretos e
indivisibles de resistencia y de construcción de otro proyecto de sociedad, y de nuevas
relaciones de intercambio entre los pueblos de la humanidad, y de estos con la naturaleza;
y así subvertir -de facto- la lógica colonial y de subordinación.
Acordamos que la lógica política de la nueva sociedad global en esta ruta de transición
–y la estrategia de autonomía de los pueblos sobre sus territorios- deberá orientarse a
partir de la premisa central de garantizar la Soberanía Energética en acuerdo y
complementariedad con la defensa radical de la Soberanía Alimentaria.
Por lo tanto, el único debate consecuente sobre agrocombustibles debe enmarcarse en
un nuevo paradigma de des-desarrollo que incluya una transformación estructural radical
de toda la economía y de nuestro estilo de vida y el desmantelamiento del macro sistema
energético que sustenta y garantiza el poder global.
Son ejes del des-desarrollo:
 des-urbanizar, para restituir la existencia de la población a escala humana, supliendo
las necesidades en el mercado local y con fuentes de energía locales.
 des-globalizar el comercio y el transporte de mercancías, sobre todo agrícolas y
alimentarias, para atacar la principal fuente de consumo de combustibles líquidos: los
camiones refrigerados que transportan toda la cadena de carnes y lácteos, los aviones
que transportan flores y frutas tropicales; los gigantescos navíos cerealeros movidos a
diesel para llevar soja a Europa y a China, etc.; que generan un flagrante balance
energético negativo, y que sostiene el discurso ilusorio del “crecimiento”.
 des- tecnologizar la producción de alimentos, a partir de tomar a los sistemas
productivos como agroecosistemas donde la biodiversidad y la nutrición adecuada de
los suelos reemplacen a las tecnologías puntuales y contaminantes derivadas del
petróleo.
 des-petrolizar la economía, la mejor política contra el cambio climático es la
eliminación de los combustibles fósiles, dejando el petróleo y el gas en el subsuelo. Eso
no debe confundirse con soluciones ficticias como “descarbonizar la economía” o sea
promocionar el mercado de carbono, los mecanismos de desarrollo limpio y la
implementación conjunta que perpetúan el modelo petrolero destructivo bajo la lógica
del mercado.
 des-centralizar la generación y distribución de energía, a través de tecnologías que
no recreen la dependencia, y que garanticen el abastecimiento de acuerdo a las
necesidades de la población local, lo que se diferencia de promover la privatización de
la energía, aun de fuentes “alternativas” bajo el argumento de “proveer acceso de
energía para los pobres”. En otras palabras: recuperar y defender el principio de la
energía como un servicio y no un negocio y una mercancía ofrecida en el mercado. En
esta línea de argumentación debe construirse la Soberanía Energética.
Se trata de abrir esta agenda de debate en el seno de los sectores de “izquierda” en nuestras
distintas regiones del globo, replanteando en estos términos radicales el entendido de una propuesta
de enfrentamiento y superación del capitalismo en acuerdo con las contradicciones de la
acumulación, en este momento histórico.
Por el rol estratégico de la región Latinoamericana en la promoción e instalación del modelo
global de Agroenergía, y en vista a la Conferencia Internacional de Biocombustibles, auspiciada por
la ONU, a ser realizada en Brasil en julio de 2008, reafirmamos nuestra tarea de cuestionar entre
los gobiernos promotores del “Socialismo del Siglo XXI” cuál será el modelo energético que
sustentará esta propuesta, sin aceptar cooptaciones nacionales al modelo propuesto por el capital.
Para que esta visión sea el fundamento de un programa político de la era post-petrolera, los abajo
firmantes nos comprometemos a replantear nuestros posicionamientos -sin concesiones– como lo
impone la radicalidad de la crisis ecológica y energética actual.

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