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VISIÓN GENERAL
DE LA JORNADA
1.- ¿QUÉ ES UNA JORNADA DE VIDA CRISTIANA?
"El Padre eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su
sabiduría y bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de su Vida Divina
y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, y les dispensó siempre su ayuda en
atención a Cristo redentor... Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa
Iglesia" (L.G. 2).
"La Jornada constituye el momento evangelizador por excelencia, que exige una
respuesta personal a Cristo, que lleva al Padre por el Espíritu Santo. Se vive en una
experiencia comunitaria que abre a los jóvenes al compromiso social" (L.B. 22).
La Jornada busca hacer realidad el llamado de Juan Pablo II hecho a los jóvenes en San
Juan de los Lagos:
"Se necesita escuchar la voz límpida de los jóvenes que han experimentado cómo el
fuego del amor de Cristo ardía en su corazón. ¡Jóvenes, ayudad a vuestros amigos a
salir de la cárcel de la indiferencia y de la desesperanza! ¡Cristo os llama a resucitar
en otros jóvenes la ilusión por la vida!" (Juan Pablo II, homilía a los Jóvenes, San Juan
de Los Lagos, 1990).
2.1 Al joven
El M.J.V.C. es, pues, una expresión de la Pastoral Juvenil. Cumplimos así con una
exigencia de la Nueva Evangelización: "el joven evangeliza al joven". La Jornada es
una oportunidad de vida significativa para nuestro hermano joven. Debe ser toda ella
plenamente juvenil.
2.2 al joven con una situación concreta
Cada joven que asiste a una Jornada es una persona con una historia y una situación
muy particular, que exige del Auxiliar de Jornadas que lo vea como es, y que su trato
hacia él vaya encaminado a que descubra, desde su realidad muy específica, lo que el
Señor quiere decirle a él y qué le exige, precisamente a él, para que sea de verdad
protagonista de la vida nueva en su propio mundo.
Es importante que antes de Jornada, el joven se sienta atraído por conocer a Jesús. Al
ir descubriendo su propia dignidad y la de los demás y lo que Jesús significa en su
vida, se despierta en él el deseo de conocer más al Señor. Esta inquietud nace a
través del trato con un Auxiliar, en la Pre-Jornada misma o de otras varias formas que
el Señor ponga a su alcance.
Sea lo que fuere, es importante que al joven se le ofrezca un momento previo que lo
prepare a su encuentro personal y comunitario con Dios en la Jornada. De esta
manera, el joven, en quien hemos despertado ya su propio sentido de búsqueda,
siente necesidad de una respuesta adecuada al sentido de su misma vida y se
cuestiona sobre todo lo que lo rodea, y así queda abierto a lo que vamos a ofrecerle en
la jornada.
Por esta razón no es válido llevar al joven a la Jornada engañándolo con la promesa de
tratarse solo de un rato de diversión, o de conocer más gente. Esto, además de
presentar una seria incongruencia con el mensaje de Jesús, puede crear un rechazo a
todo lo que se vive en la Jornada. ¡Es importante que nosotros mismos creamos que el
joven se sentirá atraído por la misma fuerza del Evangelio!
El joven, pues, que asiste a la Jornada, ha decidido vivir una experiencia. Recordemos
que todo trabajo de Prejornada "tiene como objetivo preparar al muchacho y a la
muchacha a tener un encuentro personal y comunitario con Dios, Padre, Hijo y Espíritu
Santo de tal forma que su participación en la Jornada dé mejores frutos" (L.B. 15).
Este joven quiere abrirse al encuentro con los demás, desea encontrarse consigo
mismo, pero, sobre todo, busca el encuentro con Dios. Quizás aún no sepa bien de qué
se trata, pero asiste tocado en su corazón por la inquietud previa que hemos
sembrado en él. El testimonio de otros que luchan porque Jesús sea el Señor de sus
vidas, lo anima a vivir en plenitud la experiencia de la Jornada.
3.1 Conocer la realidad que viven todos y cada uno de los jóvenes.
Es preciso conocer esta realidad para que el mensaje vaya dirigido más directamente
a ella. Asimismo nuestro lenguaje y los medios empleados en la Jornada estarán
respondiendo mejor a la necesidad del grupo concreto.
"Jesucristo nos pide proclamar la Buena Nueva con un lenguaje que haga más cercano
el mismo Evangelio de siempre a las nuevas realidades culturales de hoy. Desde la
riqueza inagotable de Cristo, se han de buscar las nuevas expresiones que permitan
evangelizar los ambientes marcados por la cultura urbana e inculturar el evangelio en
las nuevas formas de cultura adveniente. La Nueva Evangelización tiene que
inculturarse más en el modo de ser y de vivir de nuestras culturas" (S. D. 30).
La Jornada es parte del proceso evangelizador que el M.J.V.C. ofrece hoy a la Iglesia en
una Nueva Evangelización. Este proceso lo sabemos bien abarca tres etapas al servicio
de la juventud:
Es importante que el joven viva cada una de estas etapas, para ayudar a que esa
alegría que ha experimentado al conocer a Jesús y recibir la Vida Nueva que se le
ofrece a través del Espíritu Santo se convierta en un proceso contínuo de conversión
durante toda su vida, que cale en lo hondo de su corazón, y transforme su interior, y
así pueda responder al llamado a ser Santo y al mismo tiempo sea capaz de
transformar, con su propio testimonio, ejemplo de vida y servicio, el ambiente que lo
rodea.
Por esto, la Jornada , más que buscar una formación doctrinal o ser una escuela de
Biblia, propias para alguien iniciado en la fe, busca suscitar, a través del Espíritu
Santo, un encuentro con Jesús.
Toda Jornada debe ubicarse dentro de un plan de Pastoral Juvenil de la diócesis. Debe
responder a una necesidad específica de su parroquia y de su diócesis. No deben
celebrarse Jornadas tan sólo por un motivo cualquiera, porque me gusta, porque ya es
tiempo, para juntar al grupo, etc. la Jornada debe tener una razón de ser muy clara.
Por eso, celebrar una jornada que no tenga sentido en la vida de una Iglesia
diocesana, no tiene razón de ser. No se debe hacer (cfr. L.B.12)
Este anuncio que realizamos en las Jornadas tiene un contenido esencial, mismo que
por sí sólo transforma y cambia el corazón del joven que lo escucha. Dicho mensaje
debe ser escuchado, acogido, aceptado, asimilado, haciendo nacer entonces una
adhesión vital a Dios en quien lo recibe.
"En efecto, la palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble
filo. Penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, sondeando los huesos y los tuétanos
para probar los deseos y los pensamientos más íntimos" (Hb 4, 12).
Señalemos aquí que, además del contenido esencial, la Jornada tiene elementos
secundarios que deben ser adaptados de acuerdo a la cultura y a las circunstancias
propias de cada una de las personas a las que se está evangelizando.
Pongamos ahora, para mayor claridad, el contenido esencial del Kerygma, que
encontramos en la 1ª proclamación, que realiza Pedro, de la Salvación en Jesús en el
día de Pentecostés:
"Israelitas, escuchen mis palabras: Dios había dado autoridad a Jesús de Nazaret entre
todos ustedes: hizo por medio de él milagros, prodigios y cosas maravillosas, como
ustedes saben. Sin embargo, ustedes lo entregaron a los malvados, dándole muerte,
clavándolo en la Cruz, según el Plan de Dios, que conoció todo esto de antemano. A Él
Dios lo resucitó, librándolo de los dolores del lugar de los muertos ya que no era
posible que quedara bajo su dominio...
"A Jesús, Dios lo resucitó, de lo cual todos somos testigos. Y, engrandecido por la
mano poderosa de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido: hoy lo
acaba de derramar, y eso es lo que ustedes ven y oyen...
"Sepa entonces con seguridad toda la gente de Israel que Dios ha hecho Señor y
Cristo a este Jesús a quien ustedes crucificaron
¿Cuáles son los elementos más importantes de la proclamación de Pedro? Sin duda
alguna dos:
El Evangelio es, ante todo, un testimonio claro y explícito de Dios Padre revelado por
Jesucristo mediante el Espíritu Santo.
"La Evangelización también debe contener siempre -como base, centro y a la vez
culmen de su dinamismo- una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios
hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como
don de la Gracia y de la Misericordia de Dios." (E.N. 27).
Es necesario que en la Jornada el joven reciba el mensaje con fidelidad y tenga todos
los momentos adecuados para que exprese su respuesta y pueda convertirse
plenamente al Señor Jesús.
A) Su amor es eterno. El Profeta Isaías nos dice:"Así habla tu Dios: ... mas con amor
que dura para siempre, me he apiadado de ti" (54,8). "los cerros podrán correrse y
moverse las lomas; más no yo retiraré mi amor" (54, 10).
B) Es incondicional y más grande que el de una madre: "¿Puede una mujer olvidarse
del niño que cría, o deja de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna
lo olvidase, ¡Yo nunca me olvidaría de ti!" (Is 49, 15 ).
Todo hombre está llamado a vivir y participar de este amor. Nuestro mismo nacer y
nuestra propia existencia son ya pruebas reales del gran amor de Dios. Sin embargo
es necesario reconocer, aceptar y vivir este amor durante toda nuestra vida.
Solamente así podremos alcanzar la plenitud de nuestra persona.
Cada joven que asiste a la Jornada está llamado a descubrir en plenitud este amor de
Dios hacia su persona. Necesita saber y sentirse amado por Dios. Creer en este amor
es ya comenzar a disfrutar del mismo y entregarse todo uno a él. Necesitamos
descubrir, ver este amor para en realidad encontrar la verdadera dignidad de la
persona y el sentido real de la vida.
"Desde el mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y
simplemente por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en
la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a
su creador" (G.S. 19 ).
Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre. Dios se hace Hombre en Jesús, lo afirma
claramente el prólogo del Evangelio de San Juan: "En el principio era el Verbo, y el
Verbo estaba frente a Dios y el Verbo era Dios... Y el Verbo se hizo carne, y habitó
entre nosotros; y nosotros hemos visto su gloria, la que corresponde al Hijo Único del
Padre... (Jn 1, 1-18).
En la plenitud de los tiempos el designio maravilloso del amor del Padre alcanza su
culmen en la encarnación del Verbo. El Hijo único de Dios se hace Hombre; Dios ha
visitado a su pueblo. La promesa hecha desde antiguo por fin se cumple: el mismo Hijo
amado es enviado como Salvador de todos los hombres.
Dios es amor, lo hemos afirmado, y nos amó tanto, que envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados (1Jn 4,10). Dios se hace Hombre para salvarnos y
restablecer la comunión entre nosotros y Él. Jesús,"El, y sólo El, es nuestra salvación,
nuestra justicia, nuestra paz y nuestra reconciliación" (S.D. 16).
Jesús, siendo de condición divina, se hizo humano para que, desde nuestra naturaleza,
nos amara. "En El, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada
también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha
unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre.
Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en
todo a nosotros excepto en el pecado" (G.S. 22).
Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, viene a darnos los criterios de una vida nueva.
Nos revela la misma vida de Dios y nos ofrece un modelo a seguir para llegar a la
santidad : "Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me
siga " (Mc 8,34).
Jesús es la vida, lo sabemos muy bien. En su primera carta, el Apóstol Juan lo afirma
categóricamente. Oigamos: "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo
que hemos visto con nuestros ojos. Lo que hemos mirado y nuestras manos han
palpado acerca del Verbo que es Vida " (1 Jn.1,1). Jesús mismo lo dijo:"Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida". No podemos dudar. Y sin embargo, Jesús muere.
Dios, que es Padre amoroso, quiere salvarnos y reconciliarnos con El, y busca nuestra
perfección precisamente en su Misterio de Amor. Este, a su vez, es un verdadero
Misterio de comunión entre los hombres y Dios. Sabemos que, así como por la
desobediencia y el orgullo de un hombre (Adán) entró el pecado en el mundo y rompió
la comunión con Dios, así también, por la obediencia de otro hombre (Jesús), hemos
sido salvados (cfr.1 Cor 15,21-23 ).
En la Sagrada Escritura, a partir del siglo VIII antes de Cristo, Isaías nos habla ya de la
muerte y resurrección de Jesús. En el comentario de la Biblia Latinoamericana al
cuarto poema sobre el Servidor de Yavé, encontramos el siguiente comentario: "Tal
vez es la revelación cumbre de la Biblia antes de Cristo, el anuncio hecho a todos los
hombres de un Salvador que muere por sus pecados y resucita para darles vida".
'Después de sus penas, verá la luz y será colmado y le daré las muchedumbres' ".
Es útil acudir al texto de Isaías a partir del cap. 52,13 hasta el final del cap. 53.
Transcribimos aquí algunas frases que seguramente nos ayudarán a captar mejor este
misterio:
castigado y humillado.
Al enviar el Padre a su Hijo, libre de todo pecado, a una humanidad caída y destinada
a la muerte, "Dios lo hizo pecado por nosotros, para que nosotros en él, lleguemos a
participar de la vida santa de Dios" (2 Cor 5,21).
Y en todo esto Dios tiene y ha tenido siempre la iniciativa del amor redentor universal.
Sabemos que " al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su
designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo
mérito por nuestra parte : 'En esto consiste el amor : no en que nosotros hayamos
amado a Dios, sino en que el nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados' 1 Jn 4,10 ). 'La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros' (Rm 5,8)." (C.C. 604 ).
Pablo predica en Antioquía y dice:"nosotros les venimos a anunciar esta Buena Nueva.
Eso mismo que Dios prometió a nuestros padres, lo ha cumplido con sus hijos, es
decir, con nosotros, al resucitar a Jesús" (Hech 13,32).
La resurrección de Cristo es un hecho real cuyos testigos lo proclaman sin cesar. Las
mujeres, por ejemplo, que iban a embalsamar su cuerpo se encuentran con el
acontecimiento de que el sepulcro está vacío y el cadáver no está. Ellas son las
primeras en encontrar al Resucitado y son las primeras en proclamar la resurrección.
Jesús que ha muerto, resucita ahora a una nueva vida. No es, de ninguna manera una
resurrección como la de Lázaro, quien volvería a morir, sino que Cristo resucitado pasa
de la muerte a la vida llena del Espíritu Santo, pues "Cristo, una vez resucitado de
entre los muertos, ya no muere más: la muerte ya no tiene dominio sobre él" (Rom
6,9-10).
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que " la resurrección de Cristo es objeto de
fe en cuanto es una intervención trascendente de Dios mismo en la creación y en la
historia... Se realiza por el poder del Padre que 'ha resucitado' (cfr. Hech 2,24) a
Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad - con
su cuerpo- en la Trinidad " (C.C. 648 ).
Terminemos contemplando como San Pablo resume este Misterio en un himno, que es
toda una declaración de fe, en su carta a los cristianos de Filipos. En él, Pablo propone
el ejemplo de Cristo, su trayectoria de Dios a hombre, de rico a pobre, de primero a
último, de dueño a servidor. Escuchemos:
Jesús afirma: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia"(Jn
10,10). Hermosa realidad es esta palabra del Señor, cuestionante y tremendamente
exigente. Recordemos lo que dijimos en el apartado anterior: " La vida se dio a
conocer, lo hemos visto y somos testigos, y les comunicamos la Vida Eterna" (1 Jn
1,2). Y esta Vida es Jesús.
El Misterio Pascual encierra un doble aspecto: Jesús, por su muerte, nos libera del
pecado, y por su resurrección, nos abre el acceso a una nueva vida. Esta vida es, en
primer lugar, la justificación que nos devuelve la Gracia de Dios. Consiste en la victoria
sobre la muerte y el pecado. Es nuestra propia participación en la Vida Divina (cfr.
Rom 4,25 ).
La Gracia nos descubre la Vida de Dios: "pues al ser bautizados fuimos sepultados
junto con Cristo para compartir su muerte, a fin de que, al igual que Cristo, quien fue
resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, también nosotros caminemos
en una vida nueva" (Rom 6.4 ). La resurrección de Cristo es la victoria de una vez para
siempre de la muerte y del pecado y la participación de la humanidad en la Vida
Divina.
San Pablo habla del hombre nuevo, de una nueva creación, en donde el pecado ya
pasó y ha quedado atrás. La muerte quedó vencida y prevalece la vida en el Espíritu,
es decir, una vida llena de Dios y de acuerdo con Su Voluntad. Vida Nueva que es
reflejo del Amor de Dios y trae consigo frutos de santidad para el mundo. Nos hace
santos a nosotros.
Al participar de la Vida de Dios nos relacionamos con las tres personas de la Santísima
Trinidad:
La vida es para todos. Leemos en San Pablo que "ustedes, los que en otro tiempo
estaban lejos, han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo" (Ef 2,13). Y es cierto,
Cristo establece una Nueva Alianza con Dios; Su sangre derramada ha sido aceptada,
consagrada y vivificada por el Espíritu Santo.
Cristo gana así para nosotros, no solamente el perdón de los pecados, sino que El
mismo es principio de nuestra reconciliación. Nos llama a la santidad. San Pedro
asegura que "podemos participar en la Vida Divina por las maravillosas promesas de
Dios" (cfr. 2 Pe 1,4).
Es cierto que recibimos la gracia inicial en el bautismo, que borra nuestro pecado
original, pero también es verdad que nuestra naturaleza débil e inclinada al mal
persiste en nosotros y necesitamos mantener "un combate espiritual" para no caer en
la tentación y seguir viviendo en gracia de Dios.
La gracia es un don que nos ayuda a perfeccionar nuestro ser, a que tengamos la
disposición adecuada para obrar según la vocación divina a la que hemos sido
llamados. Podemos pensar como Dios, sentir como Dios, amar como Dios, claro, no en
igualdad pero sí en proporción.
Esta Vida Nueva nos la da Cristo en abundancia, insistimos. Es el agua viva de la cual
habla la Samaritana (Jn 4,1-42 ). Es El mismo quien, por la acción del Espíritu Santo, se
dona una y otra vez, a cada corazón que desea aceptarlo y que lo reconoce como su
Señor.
La Gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu Santo que nos justifica y
nos santifica. Comprende también los dones que el mismo Espíritu nos concede para
asociarnos a Su obra y hacernos capaces de colaborar en la salvación de otros y en el
crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia.
La noticia más importante para nuestra vida es que sí podemos participar de la Vida
de Dios. Aquél que lo es todo, nos invita a participar de El mismo, a través de una vida
en santidad. Es pues, el gran designio de Dios, mucho antes de la creación, que
seamos santos e irreprochables ante su presencia. Además, que fuéramos hijos
adoptivos del Padre en Cristo Jesús (cfr. Carta a los Efesios ).
No olvidemos que, por la sola fuerza del mensaje que se proclama, nace en la persona
que lo escucha un deseo de conversión y una adhesión vital a Jesucristo. De aquí
surge y se explica la exigencia de una respuesta personal y la aceptación de Jesús
como Dueño y Señor de todas las cosas en el Cielo y en la Tierra. Jesús es el Señor de
la Vida y el Señor de la Historia. Jesús es la Vida que hace Vivir.
Hemos ido avanzando y toca ahora, dentro de la Visión General de la Jornada, trabajar
las implicaciones que el Evangelio tiene para nosotros, jóvenes cristianos, En primer
lugar veremos la visión del Hombre y luego el encuentro con Jesús. De aquí resulta
claro que debemos hablar de una vida en plenitud y ésta, compartida con los demás,
acompañados de María. Todo esto nos permite captar mejor nuestra Jornada de Vida
Cristiana.
En esta búsqueda del hombre Dios sale a su encuentro y responde que El lo ha creado
por amor, sí como a todas las cosas. Dios ha creado todas las cosas.."no para
aumentar su gloria sino para manifestarla y comunicarla... Dios no tiene otra razón
para crear que su amor y su bondad... Abierta su mano con la llave del amor surgieron
todas las cosas" (cfr. C.C. 293).
Dios nos ha creado a cada uno por amor, como personas únicas e irrepetibles, como
alguien eternamente elegido: alguien llamado y denominado por su nombre. Desde la
creación del mundo Dios nos consideró como la cumbre de su creación. Puso a nuestro
servicio todo lo creado como un don, una herencia que nos fue destinada y confiada
para cuidar y preservar así como para disponer de ella con responsabilidad.
" Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó" (Gen 1, 27).
El hombre ocupa un lugar único en la creación. Está hecho "poco inferior a los
ángeles" (Sal 8,6). Y al hacerlo a imagen y semejanza suya imprimió en el hombre la
capacidad de solidarizarse con su hermano, de aceptarlo incondicionalmente, de ser
auténtico, congruente, de tener sentimientos profundos en su corazón, de ser libre y
construir su propia historia. por esta razón, en la medida que somos más humanos
somos más imagen y semejanza con Dios. Dios creó al hombre a su imagen y
semejanza para que dominara; es decir, lo hizo señor; capaz de dominio, dotado de
poder con el despliegue existencial del ser que se define en la historia.
"¿Quién es el hombre para que de él te acuerdes?... Y le has hecho poco menos que
Dios, le has coronado de gloria y honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus
manos, todo lo has puesto debajo de sus pies" (Ps 8, 5-7).
"Todo hombre y toda mujer por más insignificantes que parezcan, tienen en sí una
nobleza inviolable que ellos mismos y los demás deben respetar y hacer respetar sin
condiciones; toda vida humana merece por sí misma, en cualquier circunstancia, su
dignificación; toda convivencia humana tiene que fundarse en el bien común, consiste
en la realización cada vez más fraterna de la común dignidad, lo cual exige no
instrumentalizar a unos en favor de otros y estar dispuestos a sacrificar aún bienes
particulares" (D.P. 317)
La raíz de una superior calidad humana esta precisamente en la condición libre del ser
humano.
La dignidad está directamente vinculada con la libertad. El hombre es libre por
naturaleza. la libertad es un inmenso don; da cierta capacidad creadora a la persona,
proyectando su historia a partir de ella. El hombre al perder su libertad se
deshumaniza.
"La libertad implica siempre aquella capacidad que en principio tenemos todos para
disponer de nosotros mismos (cfr. G.S. 17) a fin de ir construyendo una comunión y
una participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos
inseparables: la relación del hombre con el mundo, como señor; con las personas
como hermano y con Dios como Hijo" (D.P. 322).
Necesitamos hoy día descubrir la verdadera libertad. "Tiene que revalorarse entre
nosotros la imagen cristiana de los hombres, tiene que volver a resonar esa palabra
en que viene recogiéndose ya de tiempo atrás un excelso ideal de nuestros pueblos:
LIBERTAD. Libertad que es a un tiempo don y tarea. La libertad que no se alcanza de
veras sin liberación integral (cfr. Jn 8, 36) y que es, en un sentido válido , meta del
hombre según nuestra fe, puesto que 'para la libertad, Cristo nos ha liberado' (Gal 5,1)
a fin de que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10, 11) como 'hijos de
Dios y coherederos con el mismo Cristo' (Rm 8, 17)" (D.P.321).
"Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, hombre y mujer los
creó" (Gen 1,27).
Cada hombre está llamado a la plenitud de su vida , a vivir en armonía con él mismo
con su hermano, con la creación entera, plantas, animales, la tierra y el universo
mismos, gobernando y aprovechando sabiamente aquello que Dios le otorgó bajo su
dominio; pero ante todo el hombre está llamado a vivir una relación plena, infinita, con
su propio creador.
"El hombre que quiere llegar, que quiere comprenderse hasta el fondo de si mismo,
debe, con inquietud, incertidumbre, e incluso con su debilidad y pecaminosidad,
acercarse a Cristo. Debe por así decirlo, asimilar toda la realidad de la encarnación y
la redención para encontrarse a sí mismo. Si se actúa en él este hondo proceso,
entonces él da frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profunda maravilla
de si mismo" (cfr. R.H. 10), y con ello de los demás, pudiendo aceptar y amar a los
otros como se ama y acepta a sí mismo.
Cristo nos ha mostrado que el ser humano está llamado a vivir en plenitud aún con
todas sus limitaciones.
Dado que estas capacidades son únicas para cada hombre es necesario que éste
reflexione, entre en sí mismo, se cuestione para descubrirlas y desarrollarlas de
manera integral a fin de lograr conquistar, a lo largo de su historia personal, su propia
humanidad.
Cada hombre es único e irrepetible, con una historia propia, rica, con luces y sombras
que le dan forma, al tiempo que lo impulsan a buscar y forjar su propio destino, fruto
de la libertad que Dios le ha conferido.
Para llegar a él, para descubrir su ideal de vida, el hombre debe poner en juego todas
sus capacidades, desarrollarlas y estar atento a los acontecimientos diarios que le
habrán de proporcionar un índice revelador, una pauta para descubrir en la reflexión
su vocación de vida que lo plenificará.
"Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, hombre y mujer los
creó" (Gen 1,27). El hombre ocupa un lugar único en la creación: está hecho a imagen
de Dios; en su propia naturaleza une al mundo espiritual y al mundo material; es
creado hombre y mujer; Dios lo estableció en la amistad con EL." (C.C. 355).
Dios dispuso vivir una comunión con el hombre, al cual quiso en su "sabiduría
revelarse a si mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, mediante el cual los
hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu
Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina" (D.V. 2).
El hombre no puede vivir la comunión con Dios, más que en la forma de libre sumisión
a Dios. El hombre debe reconocer y respetar libremente su condición de creatura.
Tiene que confiar y entregarse a su creador. "El hombre depende del Creador, está
sometido a las leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la
libertad" (C.C. 396).
"La orientación del hombre hacia el bien sólo se logra con el uso de la libertad, que
posee un valor que nuestros contemporáneos ensalzan con entusiasmo. Y con toda
razón. Mas con frecuencia la fomentan de manera depravada como si fuese pura
licencia para hacer cualquier cosa, con tal que deleite, aunque sea mala. La verdadera
libertad es signo eminente de la imagen divina en el hombre. Dios ha querido 'dejar al
hombre en manos de su propia decisión', para que así busque espontáneamente a su
Creador y, adhiriéndose libremente a El, alcance la plena y bienaventurada perfección.
La dignidad humana requiere, por tanto, que el hombre actúe según su conciencia y
libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y no bajo la
presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa. El hombre logra
esta dignidad cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a
su fin con la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con
eficacia y esfuerzo crecientes. La libertad humana, herida por el pecado, para dar la
máxima eficacia a esta ordenación a Dios, ha de apoyarse necesariamente en la
gracia de Dios. Cada cual tendrá que dar cuenta de su vida ante el tribunal de Dios
según la conducta buena o mala que haya tenido." (G.S. 17).
A pesar del pecado, Dios siguió amando a los hombres y prometió enviarles un
salvador que los haría nuevamente hijos y amigos de Dios. Para preparar la venida del
Salvador, Dios quiso formar un pueblo y escogió para padre de ese pueblo a
ABRAHAM: "Yo haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre...
Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan. Por ti serán
bendecidas todas las naciones de la tierra" (Gen. 12, 1-4).
Dios le promete a Abraham que tendrá una descendencia numerosa como las estrellas
del cielo y las arenas del mar. Abraham comprende que Dios lo llama y lo destina para
una obra grande. Dios le pidió fidelidad y obediencia, y Abraham lo siguió lleno de fe.
Abraham es el hombre de la fe. Acepta todo cuanto Dios le dice y manda sin
maravillarse y sin oponerse; a todo renuncia por Dios, incluso está dispuesto a
sacrificar a su propio hijo. Por eso, se le llama a Abraham el "padre de los creyentes".
La fe y la esperanza de Abraham en las promesas que Dios le había hecho se realizó
plenamente cuando Dios le concede a su esposa Sara, en su vejez, concebir y dar a luz
a su hijo Isaac. Isaac se casó con Rebeca y le dio dos hijos, que fueron Esaú y Jacob.
Pero Dios tenia destinado que fuera precisamente de la descendencia de Jacob de
donde nacería el Redentor prometido.
Dios ratifica a Jacob la promesa hecha a Abraham: "Te daré una tierra donde
descanses, tu descendencia será como el polvo de la tierra, te extenderás de norte a
sur y de oriente a poniente. Por ti y por tu descendencia serán bendecidas todas las
naciones de la tierra. Yo no te abandonaré hasta que se hayan cumplido mis
promesas" (Gen. 28,13-15).
Jacob tuvo 12 hijos. Uno de ellos fue José, quien fue vendido por sus hermanos a causa
de la envidia que le tenían y fue a parar como esclavo a Egipto, en donde sufrió
mucho; pero después llegó a ser poderoso. Una gran hambre que azotó Palestina hizo
que Jacob y sus hijos llegaran a Egipto; ahí encontraron a José, quien les perdonó y
acogió en su casa. Dios permitió todos estos acontecimientos para que descubrieran
los caminos de su Providencia. En Egipto, se fue formando el pueblo escogido y, un
día. Dios decide liberarlos con mano poderosa de la esclavitud .
En estos acontecimientos Dios nos enseña que a veces permite males para sacar
bienes en beneficio de todos nosotros.
El sucesor de Moisés para llevar al pueblo de Israel a la tierra prometida fue Josué.
Después de varias penalidades, lograron cruzar el río Jordán, llegaron a Jericó y
tomaron posesión de la tierra prometida, no sin antes librar varias batallas con los
pueblos que estaban en posesión de aquellas tierras. Cuando el pueblo se estableció
en la tierra prometida, Dios les dio como gobernantes a los Jueces, que eran hombre
elegidos por Dios para librar a Israel de sus enemigos, entre ellos a: Gedeón, Sansón,
Débora, Jefté; el ultimo de los Jueces fue Samuel, quien desde niño fue consagrado a
Dios y le sirvió en el templo; siempre escuchó a Dios e hizo su voluntad. A él le tocó,
nombrar a Saúl como primer rey de Israel.
Después de los jueces vino en Israel el período de los Reyes. Dios envió a ambos
reinos a sus mensajeros, los Profetas, para que hablaran al pueblo en su nombre.
Profeta es el hombre que habla en nombre de Dios. Recordaban al pueblo el gran
amor de Dios y le reprochaban su mal comportamiento, los invitaban a la conversión y
le recordaban la promesa hecha por Dios, de un Salvador o Redentor.
Es el plan de Salvación que Dios tenía trazado desde antiguo, un plan eterno. En la
plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y sometido a la Ley; todo
ello para rescatar a los que estaban sometidos a la Ley, para que así llegáramos a ser
hijos adoptivos de Dios. (cfr. Gal 4,4-6). San Pablo dirá más adelante: "ya no eres
esclavo sino hijo, y tuya es la herencia por gracia de Dios" (Gal 4,7).
"Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de
Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César
Augusto; de oficio carpintero, muerto y crucificado en Jerusalén, bajo el procurador
Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios
hecho hombre que ha "salido de Dios" (Jn 13, 3), 'bajó del cielo' (Jn 3, 13;6, 33), 'ha
venido en carne' (1 Jn 4, 2), por que 'la palabra se hizo carne, y puso su morada entre
nosotros, y hemos visto su gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia
y de verdad... Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia' (Jn 1, 14.
16)." (C.C. 423).
Así comienza Jesús su Ministerio, una "misión liberadora"; no una liberación como la
esperaban los judíos, es decir una liberación política o social. Jesús viene a LIBERAR AL
HOMBRE INTEGRALMENTE.
Ya el nombre mismo de Jesús nos revela su identidad y su misión liberadora: Jesús=
Yaveh salva". Dios salvará en Jesús, por medio de Jesús, a través de Jesús. Jesús , es
entonces el gran liberador enviado por Dios. "Es verdaderamente el Salvador del
mundo" (Jn 4, 42).
"El nombre de Jesús significa que el Nombre mismo de Dios está presente en la
persona de su Hijo (cfr. Hch 5, 41; 3 Jn 7) hecho hombre para la redención universal y
definitiva de los pecados. El es el Nombre divino, el único que trae la salvación (cfr. Jn
3, 18; Hch 2, 21) y de ahora en adelante puede ser invocado por todos porque se ha
unido a todos los hombres por la Encarnación (cfr. Rm 10, 6-13) de tal forma que "no
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos
salvarnos (Hch 4,12; cfr. Hch 9, 14; St 2, 7) " (C.C. 432).
San Juan en su Evangelio define a Jesús como "el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo". Dicha misión Jesús la realiza al dar la vida en la cruz y recuperarla en la
resurrección. Jesús durante toda su vida pública, libera al hombre explícitamente de
sus pecados. Hay un pasaje que refleja exactamente la actitud de Jesús, él sabe que
aquello que le impide al hombre ser libre, es el pecado y de eso lo libera (cfr. Mt. 9,1-
7).
Esta liberación del pecado comprende también las consecuencias innumerables que
han seguido al pecado. Liberación amplísima que abarca todas las situaciones del
hombre. Es liberación como persona individual en su espíritu, en su alma y su cuerpo,
y es liberación del hombre como célula viva que construye la comunidad humana. Es
una liberación del hombre como individuo, para poder así, a través de los individuos
liberar a toda la humanidad.
"Con alegría testimoniamos que en Jesucristo tenemos la liberación integral para cada
uno de nosotros y para nuestros pueblos; liberación del pecado, de la muerte y de la
esclavitud, que está hecha de perdón y de reconciliación." (S.D. 123).
Es pues preciso que se dé al joven esta gran verdad: sólo Jesús puede llenar las
aspiraciones más altas y entre ellas el descubrimiento de la verdadera libertad. Así lo
afirma el Documento de Puebla:
"La juventud camina, aún sin darse cuenta, al encuentro de un Mesías, Cristo, quien
camina hacia los jóvenes. Sólo El hace verdaderamente libre al joven. Este es el Cristo
que debe ser presentado a los jóvenes como liberador integral, quien por el Espíritu de
las Bienaventuranzas ofrece a todo joven la inserción en un proceso de conversión
constante; comprende sus debilidades y le ofrece un encuentro personal con El y la
Comunidad, en los sacramentos de la reconciliación y la Eucaristía. El joven debe
experimentar a Cristo como amigo personal, que no falla nunca. camino de total
realización. Con El y por la ley del amor, camina al Padre común y a los hermanos. Así
se sienten verdaderamente feliz" (D.P. 1183).
Como todo hombre nace en un país concreto, con una determinada situación cultural e
histórica. Jesús debió aprender en forma experimental como todo hombre. Necesitaba
ser enseñando a SER cada día más PERSONA como cualquier otra ser humano en la
tierra. En el Evangelio de San Lucas, nos habla de como Jesús, tuvo que ir creciendo,
"en sabiduría, en edad y en gracia para Dios como para los hombres" (Lc 2, 52). Al
igual que todos los hombres, de todas las épocas, Jesús pasa por diversas etapas: la
niñez, adolescencia, juventud. En cada una de ellas quiso experimentar todo aquello
que es propio de la humanidad.
Él, siendo de condición divina, se hizo uno más igual que nosotros. Dios quiso
compartir todo con el hombre, incluso su misma debilidad, en todo menos el pecado.
San Pablo expresa el misterio de la encarnación del Hijo de Dios diciendo: "El cual
siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se
despojó, de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los
hombres y apareciendo en su porte como hombre." Fil. 2, 6-7.
"El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre.
Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad
de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el
pecado." (G.S. 22).
Jesús es la imagen del Dios invisible , Dios "que era invisible en su naturaleza se hace
visible" (Prefacio de Navidad). Posee como todo hombre un cuerpo con capacidades
físicas, psicológicas y espirituales.
Físicamente, Jesús también padece necesidades humanas: Hambre (Mt 11,18-19); Sed
(Jn 4,7; Jn 19,28); Sueño (Mt 8,23-27); Cansancio (Jn 4,6), etc.
" 'La voluntad humana de Cristo sigue a su voluntad divina sin hacerle resistencia ni
oposición, si no todo lo contrario estando subordinada a esta voluntad omnipotente'
(DS 556) " (C.C. 475).
"En el principio era el verbo y frente a Dios era el Verbo, y el Verbo era Dios... Y el
Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 1.14).
" ' La naturaleza humana del Hijo de Dios, no por ella misma sino por su unión con el
Verbo, conocía y manifestaba en ella todo lo que conviene a Dios' (S. Máximo el
Confesor, qu. dub. 66). Esto sucede ante todo en lo que se refiere al conocimiento
íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre (cfr. Mc 14, 36;
Mt 11, 27; Jn 21, 18; 8, 55)." (C.C. 473).
Juan el Bautista lo declara como el "Cordero de Dios, el que carga con el pecado del
mundo" (Jn 1, 29).
"Jesús acompaña sus palabras con numerosos 'milagros, prodigios y signos' (Hch 2,
22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que Jesús es el
Mesías anunciado (cfr. Lc 7, 18-23)." (C.C. 547).
Los milagros son una respuesta de Jesús, verdadero Dios, hacia el hombre. Para
responder a la Fe del hombre, para acrecentar o para despertar la Fe en los hombres.
"Por lo tanto, los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre:
éstas testimonian que él es Hijo de Dios" (C.C. 548). Dios libera integralmente al
hombre y Jesús al ver el sufrimiento de los hombres los libera también de la
enfermedad, la injusticia, y el hambre. Pero sobre todo su misión es liberar al hombre
del pecado.
Muchas personas que han conocido a Cristo lo han proclamado como verdadero Dios,
como San Pedro: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". De hecho el mismo Jesús
declara su divinidad ante Caifás. "le preguntaron todos: 'Entonces, ¿tú eres el Hijo de
Dios? ' Les declaró: 'Dicen bien, lo soy' ". (Lc 22, 70).
Es pues Jesús hombre y Dios, no es un Hombre que se ha hecho Dios. Es DIOS que se
ha hecho HOMBRE. Esta gran verdad el Documento de Puebla nos pide que la
anunciemos como un deber:
"Es nuestro deber anunciar claramente, sin dejar lugar a dudas o equívocos, el
misterio de la Encarnación: tanto la divinidad de Jesucristo tal como lo profesa la fe de
la Iglesia, como la realidad y la fuerza de su dimensión humana e histórica." (D.P.
175).
"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado" (G.S. 22)
Jesús nos llamó a un estilo de vida radical. El trasciende la ley del Antiguo Testamento
para invitarnos a buscar la felicidad. Todos buscamos universalmente la felicidad,
luchamos por alcanzarla y parece que en ocasiones ésta se niega.
Jesús que conoce lo que existe en el corazón del hombre, al comenzar su predicación,
manifiesta todo un programa de vida. Un programa para ser FELIZ. Dicha predicación
la realizó en lo que hoy conocemos como el Sermón de la Montaña, cuyo centro son
las BIENAVENTURANZAS.
Jesús comienza así su predicación, no recordando los viejos preceptos y dando algunos
nuevos. Viene a dar un cumplimiento pleno a la Ley. Viene a inaugurar la época del
Reino de Dios, Reino del cual Jesús mismo es el Rey.
Dios se ha hecho presente entre los hombres. Con esta llegada todos los hombres de
aquí en adelante podrán gozar de los privilegios de la Dignidad de los Hijos de Dios. El
hombre a pesar de las dificultades podrá recibir consuelo, obtener misericordia, poseer
la sabiduría, el amor, la paciencia y conocer la voluntad, del mismo Dios. Podrán gozar
y participar de su naturaleza divina.
Jesús coloca a las Bienaventuranzas como el centro de su mensaje. "Con ellas Jesús
recoge las promesas hechas al pueblo elegido desde Abraham; pero las perfecciona
ordenándolas no sólo a la posesión de una tierra, sino al Reino de los Cielos." (C.C.
1716)
Cada una de las bienaventuranzas están compuestas por dos partes, una condición
moral y una promesa. La promesa en cada una es la misma, aunque expresada de
diversas formas (verán a Dios, serán consolados, serán llamados Hijos de Dios), todas
prometen el mismo Reino de Dios.
Jesús nos da los verdaderos criterios de vida, criterios de felicidad. Nos revela aspectos
que por sí solo el hombre no podría descubrir. Esta predicación de Jesús "nos coloca
ante opciones morales decisivas. Nos invita a purificar nuestro corazón de sus
malvados instintos y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la
verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el
poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y
las artes, ni en ninguna criatura, sino sólo en Dios, fuente de todo bien y de todo
amor" (C.C. 1723).
"Mi mandato es éste: Ámense unos a otros como yo los he amado. No hay amor más
grande que éste: dar la vida por sus amigos" (Jn 15, 12-13).
Solo con amor es posible caminar por la senda de las Bienaventuranzas. Con amor se
puede hacer vida aquello:
" Ustedes saben que se dijo ' Ojo por ojo y diente por diente'. En cambio yo les digo:
No resistan a los malvados. Preséntale la mejilla izquierda al que te abofetea la
derecha....Si alguien te obliga a llevarle la carga, llévasela el doble más lejos. Dale al
que te pida algo y no le devuelvas la espalda a quien te solicite algo prestado" (Mt 5,
38-42).
¿Hasta que grado hay que AMAR?. Jesús expresa en el Sermón de la Montaña que hay
que amar a los enemigos; más adelante San Juan expresará "nos amó hasta el
extremo". Jesús nos ha dado ejemplo de esa nueva manera de vivir, la vida según el
amor. Se podrá dar la vida, pero si no hay amor de nada sirve (cfr. 1 Cor 13). Todos los
cristianos estamos llamados a vivir según la Ley de Dios, la cual encuentra su
cumplimiento pleno, solo en el AMOR.
San Juan al inicio de su Evangelio, confiesa esta gran verdad, que Jesús es el Hijo de
Dios: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros: hemos visto su gloria, la que
corresponde al Hijo Único cuando su Padre lo glorifica." (Jn 1, 14). Llegada la plenitud
de los tiempos Dios envió a su Hijo, el cual nació de mujer y fue sometido a la Ley,
para que así llegáramos a ser hijos adoptivos de Dios. Dios ha querido que por medio
de Jesucristo seamos sus Hijos. Cristo es el primero de muchos hermanos. Pero Él es el
Hijo único, y nosotros somos hijos adoptivos de Dios, por los méritos de nuestro
Hermano Jesucristo. Nuestra filiación respecto al Padre, es muy distinta a la de Jesús.
Él es el Hijo Único de Dios, que es uno mismo con el Padre, al participar de su Gloria y
que desde siempre ha existido.
Jesús al hacerse hombre , por su muerte y su resurrección, gana para nosotros una
filiación con Dios. Ahora somos Hijos adoptivos. Sin embargo no es la misma filiación
divina que la de Jesús. Él a pesar de haber enseñado a sus discípulos a dirigirse a Dios
llamándole "Padre" (Lc 11,2), sin embargo, distingue su filiación divina de los demás
hombres. Con excepción de la oración del Padre nuestro. Jesús habla a sus discípulos
del Padre, refiriéndose a "vuestro Padre" (Mt 6, 8 y 15), a "su Padre" (Mt 13, 43).
Así lo confesamos cada domingo "Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de
Dios....Engendrado, no creado. de la misma naturaleza que el Padre." (Credo). "El
nombre de Hijo de Dios significa la relación única y eterna de Jesucristo con Dios su
Padre: El es el Hijo único del Padre (cfr. Jn 1, 14.18; 3, 16.18) y El mismo es Dios (cfr.
Jn 1, 1). Para ser cristiano es necesario creer que Jesucristo es el Hijo de Dios (cfr. Hch
8, 37; 1 Jn 2, 23)" (C.C. 454).
Jesús se hace hombre, haciendo la voluntad del Padre, que lo ha enviado. Su presencia
significa cuánto vale el hombre para Dios. ¿Qué es el hombre Señor, para que de él te
acuerdes?. Dios ha visitado a su pueblo, enviando a su hijo amado para la salvación de
los hombres. ha enviado a su HIJO amado, por amor al hombre. La presencia de Jesús
es signo inequívoco y real del amor de Dios al hombre.
"Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, ' los
amó hasta el extremo' (Jn 13, 1) porque ' nadie tiene mayor amor que el que da su
vida por sus amigos' (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su
humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino, que quiere la
salvación de los hombres (cfr. Hb 2, 10.17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó
libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre
quiere salvar: 'Nadie me quita la vida: yo la doy voluntariamente' (Jn 10,18). De aquí la
soberana libertad del Hijo de Dios cuando El mismo se encamina hacia la muerte (cfr.
Jn 18, 4-6; Mt 26, 53)." (C.C. 609).
Es pues la vida de Jesús un Sacramento del Padre. Jesús durante toda su vida desde la
encarnación hasta la muerte y resurrección nos muestra la imagen del Padre. Al
comenzar su predicación Jesús, proclama la Buena Nueva
"El plazo está vencido, el Reino de Dios se ha acercado. Arrepiéntase y crean en la
Buena Nueva" (Mc 1, 15). " "Este Reino inaugurado por Jesús nos revela primeramente
al propio Dios como ' un Padre amoroso y lleno de compasión' (RM.13), que llama a
todos, los hombres y mujeres, a ingresar en él." (S.D. 4).
Cristo "es el Evangelio viviente del amor del Padre" (S.D. 8). Cada uno de sus palabras,
obras, gestos nos revelan al Padre "El que me ha visto a mí ha visto al Padre" (Jn 14,
9). Es el centro mismo del designio amoroso de Dios hacia el hombre.
Rompe con todo el esquema que tenía el Pueblo Judío del Dios lejano, del Dios de los
Ejércitos. Jesús, cuando enseña a sus discípulos a orar, les dice que se dirijan a Dios
como a un PADRE. Muchas de sus Parábolas (el hijo pródigo, la oveja perdida, etc.) nos
hablan de la misericordia, la paciencia, el amor intenso y personal que Dios tiene para
cada hombre.
Jesús revela la estrecha comunión que existe entre el Hijo y el Padre: "créanme: yo
estoy en el Padre, y el Padre está en mí" (Jn 14. 11). Cristo nos pide permanecer en Él,
para que el Padre permanezca en nosotros y podamos gozar de la plenitud del amor. "
Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará y vendremos a él para
hacer nuestra morada en él" (Jn 14, 23).
Después de esta gran revelación del Amor de Dios. se nos revela que el amor de Dios
se atestigua en el amor fraterno (cfr. 1 Jn 4, 20), del cual no se puede separar: 'Si nos
amamos unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en
nosotros a su plenitud ' (1 Jn 4, 12). ' Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión
de todos los seres humanos entre sí y con Dios' (R.M. 15)" (S.D. 5).
Jesús nos libera de la esclavitud del pecado, nos libera de Satanás y de sus obras. En
el evangelio de San Juan, nos narra como con su muerte en la cruz y su resurrección
queda vencido Satanás y la humanidad liberada. "Ahora es el juicio del mundo; ahora
el amo de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo haya sido elevado de la
tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12, 31-32)
Jesús, al cumplir "el mandato del Padre, se entregó libremente a la muerte en la Cruz,
meta del camino de su existencia. El portador de la libertad y del gozo del Reino de
Dios quiso ser la víctima decisiva de la injusticia y del mal de este mundo. El dolor de
la creación es asumido por el Crucificado que ofrece su vida en sacrificio por todos:
Sumo Sacerdote que puede compartir nuestras debilidades: Víctima Pascual que nos
redime de nuestros pecados; Hijo obediente que encarna ante la justicia salvadora de
su Padre el clamor de liberación y redención de todos los hombres." (D.P. 194)
"La Eucaristía que instituyó en este momento será el 'memorial' (1 Cor. 11, 25) de su
sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla
(cfr. Lc 22, 19). Así Jesús instituye a sus Apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: '
Por ellos me consagro a mi mismo, para que ellos sean también consagrados en la
verdad ' Jn 17, 19; cfr. C. Trento: DS 1752, 1764)." (C.C. 611).
Así pues cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, celebra el paso de Jesús a su
Padre por su muerte y su resurrección, para la salvación del mundo. Aunque la
Eucaristía sea el memorial, no significa que el Sacrificio en la cruz se repita a cada
momento. "Este sacrificio de Cristo es único, da plenitud y sobrepasa todos los
sacrificios (cfr. Hb 10, 10). Ante todo es un don del mismo Dios Padre: es el Padre
quien entrega al Hijo para reconciliarnos con El (cfr. Jn 4, 10). Al mismo tiempo es
ofrenda del Hijo de Dios hecho hombre que, libremente y por amor (cfr. Jn 15, 13),
ofrece su vida (cfr. Jn 10, 17-18) a su Padre por medio del Espíritu Santo (cfr. Hb 9,
14), para reparar nuestra desobediencia." (C.C. 614). El Sacrificio de Jesús es también
irrepetible, es definitivo. Con él trae la salvación a todos los hombres, de todos los
tiempos, no sólo a unos cuantos, no sólo a los de su tiempo, sino a toda la humanidad.
"Ningún hombre, aunque fuese el más santo, estaba en condiciones de tomar sobre sí
los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. La existencia en
Cristo de la Persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas
las personas humanas y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible
su sacrificio redentor por todos." (C.C. 616).
Jesús se dirige al Huerto de los Olivos, para hacer oración. En esos momentos, como
nunca antes, expresa, de una forma tan viva, la situación emocional por la que estaba
pasando. Cuando empieza a experimentar pavor y angustia, confiesa su debilidad
"Siento en mi alma un tristeza mortal" (Mc 14, 34). Pero es ahí, en esos momentos
precisos, en los que Jesús reafirma que ha venido al mundo para cumplir la voluntad
de su Padre.
El juicio hecho a Jesús comprueba que, en verdad, Cristo da la vida; nadie se la quita.
La Iglesia vive el camino de la Cruz en la piedad popular en lo que conocemos como el
VIA CRUCIS. Jesús carga con los pecados de la humanidad.
Jesús es el cordero inmaculado que quita el pecado del mundo, el cordero que con su
pasión, su dolor, su muerte y su Resurrección se entrega por nosotros.
En la Cruz Jesús consuma el sacrificio que redime a todos los hombres. Ha aceptado
plenamente su pasión, desde la última cena hasta su resurrección. Dios ha querido
que en la hora del poder de las tinieblas, el hombre se salve. En Jesús Dios nos
reconcilió consigo mismo y con todos los hombres. "me amó y se entregó por mí " (Gal
2, 20).
Al padecer por nosotros Jesús nos dió ejemplo de lo que sus discípulos tenemos que
hacer, y hasta qué grado llega el "amar hasta el extremo". Abrió el camino donde el
dolor y la muerte adquieren un nuevo valor y un nuevo sentido.
"La Cruz es el único sacrificio de Cristo, "único mediador entre Dios y los hombres (I
Tm 2, 5). Pero, porque en su Persona divina encarnada 'se ha unido en cierto modo
con todo hombre' (G.S. 22, 2), El 'ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de
Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual' (G.S. 22, 5). El llama a sus
discípulos a 'tomar su cruz y a seguirlo' (Mt 16 24), porque El 'sufrió por nosotros
dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas' (I P2, 21). El quiere, en efecto,
asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios
(cfr. Mc 10,39; Jn 21, 18-19; Col 1, 24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre,
asociada mas íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cfr. Lc 2,
35)" (C.C. 618).
5.2.9. Resucita para que tengamos una Vida Nueva
Al igual que el punto anterior este tema ya lo hemos tratado en el apartado 2.4.¿Cúal
es el mensaje central ?. No obstante, veremos de nuevo algunos aspectos
significativos.
" 'Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha
cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús' (Hch 13, 32-33). La Resurrección
de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera
comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la
Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como
parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz: " (C.C. 638).
"A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su
descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho
de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres (cfr. Lc 24, 3.
22-23), y después de Pedro (cfr. Lc 24, 12). 'El discípulo que Jesús amaba' (Jn 20, 2)
afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir 'las vendas en el suelo' (Jn 20,
6), 'vio y creyó' (Jn 20, 8). Eso supone que constató el estado del sepulcro vacío (cfr. Jn
20, 5-7), que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que
Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de
Lázaro (cfr. Jn 11, 44)." (C.C. 640).
Una de las primeras apariciones fue a María Magdalena, la cual no reconoció a Jesús
debido a que lo imaginaba según su anterior vida terrena, y no cae en la cuenta de
que Cristo, aun siendo el mismo de antes, se encuentra de una manera transfigurada.
La resurrección de Cristo no es simplemente una reanimación, Este hecho es otra
cosa; Él no se ha limitado a retornar al tipo de vida nuestro para volver a morir de
nuevo. La vida de Cristo es vida eterna.
"Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no muere más y que la
muerte, en adelante nada podrá con él. La muerte de Cristo fue un morir al pecado y
un morir para siempre; su vida ahora es vivir para Dios " (Rm 6, 9-10). En su cuerpo
resucitado, Jesús pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del
espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo;
participa de la vida de Dios en el estado de su gloria que su persona divina ya gozaba
desde la eternidad, pero que es toda una novedad para su persona humana, y por
consiguiente para la nuestra. Tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es "el
hombre celestial" (cfr. 1 Co15, 35-50).
La gloria, no del Verbo, sino del Verbo encarnado, es una ganancia de la Pascua de
Jesús, que será comunicada a todos nosotros, en la medida que, por el bautismo y una
vida digna del bautismo, seamos asociados al Misterio Pascual de Cristo." Pues, por el
bautismo, fuimos sepultados junto con Cristo para compartir su muerte, y, así como
Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, también nosotros
hemos de caminar en una vida nueva. Hemos sido injertados en Él y participamos de
su muerte; pero también participaremos de su resurrección" (Rm 6, 4-6).
"Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto
(cfr. Lc 24, 39; Jn 20, 27) y el compartir la comida (cfr. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-
15). Les invita así a reconocer que El no es un espíritu (cfr. Lc 24, 39), pero sobre todo
a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el
mismo que ha sido martirizado y crucificado, ya que sigue llevando las huellas de su
pasión (cfr. Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee, sin embargo,
al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el
espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y
cuando quiere (cfr. Mt 28, 9.16-17; Lc 24, 15.36; Jn 20, 14.19.26; 21, 4), porque su
humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al
dominio divino del Padre (cfr. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es
soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cfr.
Jn 20, 14-15) o bajo otra figura (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los
discípulos, y eso para suscitar su fe (cfr. Jn 20, 14.16; 21,4.7)." (C.C. 645).
" 'Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe ' (1 Cor
15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo
hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano,
encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su
autoridad divina según lo había prometido. " (C.C. 651).
Con la Resurrección, Jesús es "constituido Hijo de Dios con Poder por obra del Espíritu
Santo " (Rm 1, 3-4). Jesús es asociado al poder y a la gloria de Dios, con todo y su
persona humana transfigurada. Jesús con toda su persona se encuentra ahora
definitivamente en Dios y en medio de nosotros de una nueva manera. Ha sido
constituido como "Señor", lo cual indica una igualdad plena con Dios.
La Resurrección de Cristo se refiere ante todo a Él. Pero también tiene que ver con
nosotros. En Jesús vemos la meta final de nuestra condición humana. Una vida que
desde siempre Dios ha querido para el hombre. Es un nuevo sentido para todo el
creyente y fundamenta su esperanza. La resurrección es la expresión permanente de
Dios para con el hombre. Para el creyente es creer que Dios actúa en nosotros y por
medio de nosotros con un inmenso poder que hace brotar la vida de la muerte, lo
nuevo de lo viejo y nos proyecta a una vida futura que nunca el hombre podrá siquiera
imaginar, la Gloria Celestial.
Hoy Jesús te dice: "No temas nada, soy Yo, el primero y el último. Yo soy el que vive
por los siglos de los siglos, y tengo en mi mano las llaves de la muerte y del infierno".
(Ap 1, 17-18).
Seguir a Jesús es algo que caracteriza a las personas que se han encontrado con El.
Pero no se trata simplemente de una actitud intrascendente, sino de un actitud y
conducta que implica toda la vida.
Cristo es quien nos lleva a esta vida nueva y nos indica como vivirla. El es el camino a
seguir, es nuestro modelo.
"Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo (cfr. Rm 15, 5; Flp 2, 5): El es el
'hombre perfecto' (G.S. 38) que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su
anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar (Cf Jn 13, 15); con su oración
atrae a la oración (cfr. Lc 11, 1); con su pobreza, llama a aceptar libremente la
privación y las persecusiones (cfr. Mt 5. 11-12)." (C.C. 520).
Jesús es quien ha tomado la iniciativa y llama a las personas a que lo sigan, "Síganme,
que yo los haré pescadores de hombres" (Mt 4, 19). Seguir a Jesús implica una
decisión permanente , que no admite espera ni tardanza. Se requiere de un
seguimiento inmediato. No es necesario ofrecer sacrificios o estar libre de pecado para
seguirle, es más, podríamos decir que la condición para seguirle es ser pecador. Hay
dos condiciones para seguirlo: ser radical en esta opción y que involucre toda la vida.
Así lo expresa Jesús en el evangelio de Lucas.
" A otro le dijo 'Sígueme' Este le contestó: 'Deja que vaya y pueda primero enterrar a
mi padre' Pero Jesús le dijo: ' Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú
tienes que salir a anunciar el Reino de Dios'.
" Otro le dijo: ' Te seguiré, Señor, pero permíteme que me despida de los míos' Jesús
entonces le contestó: ' Todo el que pone la mano en el arado y mira para atrás no
sirve para el Reino de Dios' " (Lc 9, 59-62).
Por eso el seguir a Cristo implica también la Cruz, para compartir con Él la
resurrección. Jesús es el que llama y capacita, Su vida se puede reflejar en nosotros y
Él nos puede conducir a la vida eterna si aceptamos el llamado a seguirle.
"Todo lo que Cristo vivió hace que podamos vivirlo en El y que El lo viva en nosotros.
'El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido en cierto modo con todo hombre ' (G.S.
22, 2),. Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con El; nos hace comulgar
en cuanto miembros de su Cuerpo en lo que El vivió en su carne por nosotros y como
modelo nuestro" (C.C. 521).
Seguir a Cristo implica la renuncia y el amor hasta el extremo, como Jesús mismo lo
hizo. No estamos solos: Él nos acompañará todos los días de nuestra vida y nos
indicará, como a los discípulos de todos los tiempos, el Camino a seguir para llegar a
la patria celestial, a la Gloria de Dios.
A los discípulos al preguntar a Jesús cómo conocer el camino para llegar a la felicidad,
a la vida plena, cómo llegar al Padre celestial, les responde: "Yo soy el Camino la
Verdad y la Vida". (Jn 14,6).
Repitamos nosotros hoy con el Apóstol San Pablo la confianza que tenemos en el amor
de Dios:
"Estoy seguro que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los poderes espirituales, ni
el presente, ni el futuro, ni las fuerzas del universo, sean de los cielos, sean de los
abismos, ni creatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios, que encontramos en
Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rm 8, 38-39).
Durante su ministerio público, Jesús había hablado del Espíritu Santo que habrían de
recibir los que creyeran en Él, simbolizado por el Agua Viva (Jn.7,37-39; Jn.4,14), Agua
que daría Vida en abundancia (Jn.10,10)
Antes de su muerte Jesús promete enviar a su Espíritu Santo para enseñarnos y
recordarnos todas sus palabras. (Jn.14,25-26), En efecto, convenía que Jesús regresara
al Padre, para que pudiera venir a nosotros el Consolador a rebatir las mentiras del
mundo y mostrar el pecado (Jn.16,8).
El día de Pentecostés, Cristo Resucitado derrama el Espíritu Santo sobre los Apóstoles,
cumpliendo así su Promesa. Leemos en los Hechos de los Apóstoles:
Ese día se consuma la Pascua de Cristo con esta efusión del Espíritu Santo, que se
manifiesta y comunica como Persona Divina: Desde su plenitud Cristo, el Señor,
derrama profusamente su Espíritu (cfr. C.C. 731)
Esta promesa de poder recibir al Espíritu Santo no es solamente para los Apóstoles,
sino para todos nosotros, como la Escritura misma lo afirma:
"El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera que reciba gratuitamente el Agua
de Vida" (Ap. 22,17b).
"La promesa es para ustedes y para sus hijos y para todos los extranjeros a los que el
Señor llame" (Hech.2, 38-39).
Con la efusión del Espíritu Santo se cumple la Misión de Jesús, ya que nuestra vida
llega a su plenitud. Al enviar al Espíritu Santo Cristo completa por medio de Él nuestra
salvación. Somos liberados de la muerte, del pecado y de todo aquello que no nos
permite lograr nuestra plenitud humana. Participamos por medio del Espíritu Santo del
misterio pascual. Resucitamos en Cristo a una vida nueva. Es un nuevo nacimiento
que cambia radicalmente nuestra forma de vivir:
Al recibir el Espíritu Santo, toda ruptura con el Padre, debida al pecado, queda
eliminada. La imagen y semejanza con Dios es restaurada, es decir, que todo aquello
que Dios imprimió en nuestros corazones desde un principio (Ver Visión del Hombre)
es renovado por el Espíritu Santo.
Pero más allá de todo esto Dios nos comunica Su Vida. Recibimos la filiación divina,
somos Hijos de Dios. Por la acción del Espíritu Santo el hombre es libre de entrar a
formar parte del misterio de amor y de vida que es la realidad trinitaria (cfr.
Diccionario de Espiritualidad, "hijos de Dios") en la cual se nos hace partícipes de la
naturaleza de Dios (2 Pe. 1,4)
Muchísimas veces hemos llamado a Jesús Señor y otras tantas nos hemos dirigido a
Dios como Padre. el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda al respecto:
"Nadie puede decir :'Jesús es Señor! sino por influjo del Espíritu Santo" (1 Cor. 12,3)
"Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama Abbá, Padre
(Gal. 4,6). Este conocimiento de Fe no es posible sino en el Espíritu Santo. Para entrar
en contacto con Cristo, es necesario primero haber sido atraído por el Espíritu Santo.
El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe ." (C.C.683)
"El Espíritu Santo con su Gracia es el 'primero' que nos despierta en la fe y nos inicia
en la vida nueva que es "que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero y a tu enviado
Jesucristo' (Jn.17,3)" (C. C. 684).
"El Espíritu Santo "es quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender
la Palabra de Salvación" (E.N. 75) y predispone "el alma de quien escucha para
hacerla abierta y acogedora de la Buena Nueva y del Reino anunciado" (E.N. 75).
Esta fe que suscita el Espíritu Santo en nosotros no proviene de conocer una serie de
preceptos morales o principios teológicos, sino del encuentro personal con Cristo
Resucitado. De esta manera la fe es una adhesión a la persona de Jesús, a su mensaje,
a su plan de salvación; es abrirse a las promesas y al amor de Jesús y a la
transformación de nuestra persona por medio del Espíritu Santo.
Aquí llegamos al misterio más increíble del Amor de Dios en nuestras vidas, y que, hoy
más que nunca, necesita ser afirmado con toda claridad. Esta Vida abundante que
Dios nos da por su Espíritu, esta Agua Viva que derrama en nosotros, nos es otra que
la Vida misma de Dios: Por el Espíritu Santo participamos en la Vida de Dios. Dios
mismo viene a habitar en nosotros: "Si alguno me ama, mi Padre lo amará, y
vendremos a él, y haremos en él nuestra morada" (Jn.14,7) No es una simple
apariencia, sino que Dios mismo habita en el corazón del creyente y lo convierte en
hijo de Dios (cfr. Jn.1,12-18), partícipe de la naturaleza Divina (cfr. 2 Pe. 1,4) y
heredero de la Vida eterna (cfr. Jn.17,3)
"Dios, con su poder y mediante el conocimiento de aquel que nos llamó con
su propia gloria y poder, nos ha otorgado todo lo necesario para la vida y la
religión. Y también nos ha otorgado valiosas y sublimes promesas. para que,
evitando la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo, SE
HAGAN PARTÍCIPES DE LA NATURALEZA DIVINA." (2. Pe 1,3-4).
Dios, en su Infinito Amor, se dona a sí mismo con gratuidad a cada hombre y entra a
habitar en él por medio de su Espíritu Santo, y le participa de su vida, asemejándolo y
uniéndolo a Él, haciéndolo hermano de Cristo y coheredero del Reino (cfr. Rm.8,17) .
Esta presencia real de Dios en nosotros, esta inhabitación del la Santísima Trinidad en
el creyente es lo que conocemos con el nombre de GRACIA.
La participación de la Vida de Dios hace de nosotros criaturas nuevas: "el que está en
Cristo es una nueva creación; lo viejo pasó, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios,
que nos reconcilió consigo por Cristo" (2 Cor. 5,17-18). La Gracia nos hace vivir una
relación plena con el Padre; despertar y crecer en la Fe; renovarnos y perfeccionarnos
en la práctica del Amor, hacia nosotros y hacia nuestros hermanos; y nos guía hacia
esa humanidad y santidad plena que tiene en Cristo Jesús su modelo. Por eso dice el
Catecismo Universal: "La Gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu
Santo que nos justifica y nos santifica" (C.C. 2003).
"El amor de Dios ya fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se
nos dio" (Rm.5,5).
Este amor derramado en nuestros corazones, a la vez que nos lleva a entrar en
comunión íntima con el Padre, nos permite amar tal como Dios ama. Nos abre al
infinito, nos trasciende, nos permite salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo,
para ir al encuentro del otro, sin alienarlo o manipularlo. El amor de Dios nos libera y
nos dignifica como seres humanos, y lejos de infantilizarnos nos hace que tomemos en
nuestras manos nuestro propio destino.
Al actuar bajo el influjo del amor de Dios atestiguamos con nuestras palabras y actos
que Dios existe y que la oferta de ese amor es real para todos los hombres. El amor de
Dios que recibimos en el Espíritu Santo, que damos y concretizamos en nuestra vida,
se convierte en el principal motor de construcción de solidaridad, fraternidad y unidad
entre los hombres.
"El amor es paciente, servicial y sin envidia. No quiere aparentar. No actúa con bajeza,
ni busca su propio interés. El amor no se deja llevar por ira, sino que olvida las ofensas
y perdona. Nunca se alegra de algo injusto y siempre le agrada la verdad. (1 Cor.13, 1-
7)
El verdadero amor excluye, pues, todo orgullo, toda autosuficiencia y voluntad de
imponerse por la fuerza.
Por el Bautismo se nos concede poder vivir y obrar mediante la moción del Espíritu
Santo mediante los dones del Espíritu Santo (cfr. C.C. 1266): Sabiduría, consejo,
fortaleza, ciencia, piedad, temor de Dios (cfr.Is.11, 1-2)
Desde aquél día la Iglesia ha celebrado el Bautismo como la recepción personal del
Espíritu Santo y el cumplimiento de las promesas de Jesús para cada uno de nosotros.
Siguiendo la enseñanza de Jesús, la Iglesia ha afirmado siempre la necesidad del
Bautismo para la salvación (cfr. Jn3,1ss). Por el bautismo renacemos a la vida misma
de Dios. El sacramento de la Confirmación nos da la plenitud del Bautismo y con ello la
plenitud del Espíritu Santo.
Este renacer se pone de manifiesto en toda nuestra vida, cuando como bautizados nos
dejamos conducir por el Espíritu Santo, dejando que abarque sus aspectos de luz y
sombras, de victorias y derrotas, dándole un sentido diferente, a la luz del amor de
Dios, de su misericordia, para que Él mismo nos ayude a orientar y vincular nuestro
proyecto de vida con el proyecto de Dios.
5.3.7. Quita el pecado y restablece nuestra relación con el Padre y con los
hombres
Desde el principio de los tiempos el pecado es una realidad dolorosa entre nosotros,
nos separa de Dios privándonos de la comunión plena con el Padre.
El origen de este pecado, y que subsiste hasta nuestros días, no es otro más que el
libre y consciente rechazo del plan que Dios ha preparado para nosotros. Esta ruptura
se da cuando confiamos más en nuestras fuerzas y nuestros criterios, cuando
depositamos nuestra confianza en ídolos falsos, como son el dinero, el poder, la
imagen, y centramos alrededor de ellos nuestras vidas.
Sucede, sobre todo, cuando rompemos la fraternidad que el proyecto de hermandad
querido por Dios nos exige y que, al no vivirla, de una u otra manera hacemos daño a
nuestro prójimo "Amarás al Señor tu Dios ... amarás a tu prójimo como a ti mismo"
(Mt. 22,37-38) San Juan especifica bien: "¿Cómo se puede amar a Dios a quien no ve si
no se es capaz de amar al hermano a quien sí se ve?" (1 Jn.1,20).
El pecado es, pues, falta de amor hacia Dios, hacia el prójimo y para consigo mismo.
Esta ausencia de amor genera odios, injusticias, robos, abusos sexuales, asesinatos,
egoísmos, orgullo, apatía y otras muchas expresiones del ser humano que lo
destruyen. Nos daña, puesto que no nos permite crecer como personas, ser libres y
plenos, y únicamente nos deja vacíos, resentidos desilusionados, sin esperanza, y sin
vida.
Para liberarnos del pecado el Padre envía a su Hijo Único, el cual se entregó en la Cruz,
y con Él, fue crucificado algo de nosotros, que es el hombre viejo, para destruir lo que
de nuestro cuerpo estaba esclavizado al pecado (cfr. Rm.6,6) Al enviar al Espíritu
Santo nos hizo entrar en comunión con el misterio pascual. por el cual hemos sido
liberados del pecado y resucitados con Cristo.
"Dios es Amor" (1 Jn. 4,8,16) y el Amor que es el primer don contiene todos los demás.
Este Amor 'Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos
ha sido dado' (Rm. 5,5)" (C.C. 733).
"Puesto que hemos muerto, o al menos hemos sido heridos por el pecado, el primer
efecto del Don del Amor es la remisión de nuestros pecados" (C.C. 734)
Además el Espíritu Santo sana las heridas infligidas por el pecado, que no nos
permiten descubrir el amor del Padre y abrirnos a su perdón y su misericordia. Al
mismo tiempo, nos fortalece para poder vencer el mal en cada momento de nuestra
vida.
Al quitar y liberarnos del pecado, el Espíritu Santo nos lleva a restablecer la relación de
amor con el Padre y los hombres, con la oportunidad de reconstruir y reconciliarnos.
5.3.8. Estamos llamados a vivir esta relación plena con el Padre y con los
hermanos en la Iglesia y como Iglesia al servicio del hermano.
La vida en el Espíritu orienta, fortalece y vivifica la relación entre los hombres y entre
el hombre y Dios. Desde un principio el proyecto querido por Dios, expresado en sus
mandamientos de amor, ha sido este: que el hombre viva en armonía con él mismo,
con el hermano, con la creación entera, pero ante todo con su creador. Y es en estas
cuatro vértices, en su balance, donde se realiza la presencia de Dios. No en alguno en
particular sino en todos teniendo como centro a Cristo.
Somos pues llamados a tener relaciones de justicia y equidad, solidaridad, ayuda
mutua, edificación, servicio, aceptación y respeto a la dignidad humana con todos
nuestros hermanos. Esto es lo que agrada a Dios "Misericordia quiero y no sacrificios"
(Os.6,6) "Busquen la justicia, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano
y defiendan a la viuda" (Is.,1,17). Recordemos además que el Espíritu, que "nos ha
injertado en la vid verdadera, hará que demos 'el fruto del Espíritu que es caridad,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, mansedumbre, templanza' (Ga. 5,22-23) "
(C.C. 736). Todo esto lo vivimos en la Iglesia y como Iglesia.
Sin embargo esta relación con mi hermano debe estar referida e impregnada de mi
relación íntima y plena con Dios. Es en el seno de esta relación íntima con Dios que se
da la posibilidad de reconciliación y encuentro con mis hermano, en forma plena, pues
Dios mismo es quien la alimenta y le da su verdadera dimensión..
Porque Dios nos llama incansablemente a la comunión con Él, la oración, esa
"elevación del alma hacia Dios" (San Juan Damasceno, f.o.,3,24) se convierte en una
llamada constante a la comunión con Dios.
Al enseñarnos a orar, Jesús insiste primero en la conversión del corazón, que así
aprende a orar en la fe. Nos enseña a pedir en su nombre, con audacia y confianza,
con insistencia y humildad, con paciencia y amor.
Sabemos por la Palabra de Dios que quien no ama a su hermano a quien ve no puede
amar a Dios a quien no ve (cfr. I Jn. 4,20). Al descubrir nuestra dignidad trascendente y
nuestra vocación divina, descubrimos la imagen de Dios en cada hombre,
especialmente en los que más se parecen a Cristo por ser pobres y necesitados. La
Gracia nos compromete a trabajar en la salvación de nuestros hermanos y a servirlos,
a ejemplo de Jesús, quien vino a servir y no a ser servido (cfr. Mt.20,28) Esta es la
prueba de nuestro amor a Dios y de que el Espíritu Santo habita en nosotros: en que
sabemos amar y servir. Encontramos en el servicio y la caridad la expresión concreta
del Amor del cual nosotros mismos somos objeto.
Jesús que es la Vida, nos ha llamado a la Vida Nueva. No es una vida que deba llevarse
aislada o escondida lejos de otros. Es para vivirla compartida con los demás. Es un
vida en comunión.
A "ser santos e irreprochables en el amor" (Ef 1,4 ) nos exhorta el Apóstol Pablo. El
primer llamado que tenemos en nuestra vida es a ser Santos. Vivir esta santidad es
renacer por el Espíritu Santo según la imagen y semejanza con Dios. Es vivir en el
amor, con y para el amor, (Dios es amor). Es reconocernos hijos de Dios, y amar con
todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todo nuestro Ser a Dios. Ahora
bien, es necesario concretizar nuestro amor a Dios. No se puede quedar en meras
palabras. Tenemos que expresar nuestros amor a Él, en el reconocimiento de los
demás como hijos suyos. Hay que amarlos.
Dios ha querido que todos los hombres vivamos formando una sola familia, puesto que
todos hemos sido creados a imagen y semejanza con Dios, tenemos un mismo origen
y estamos llamados a un mismo fin: DIOS. Nuestra vocación es compartir todos la
Gloria de Dios.
Jesús mismo que, con su muerte y resurrección nos ha traído la reconciliación con el
Padre y la reconciliación entre nosotros, es quien hace oración al Padre para que
nosotros seamos uno solo, como Él y el Padre son Uno (cfr. Jn 17, 21). Con esta oración
suya, Jesús "sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la
unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que
el hombre, única creatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede
encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" .
(G.S. 24)
Quede bien claro "si no tengo amor, nada soy" (1 Cor 13, 1-4)
Dios nos ha llamado a vivir en comunión con Él y con nuestros hermanos, lo cual lo
logramos si estamos centrados en torno a Jesús y unidos a El. Nuestra vida tiene que
ser profundamente cristocéntrica.
Jesús desde el principio y a lo largo de toda su vida publica, congrega en torno suyo a
los discípulos. Es Él quien los elige, y los llama a la unidad en Su persona. Ellos, al
escuchar el llamado de Jesús, experimentan una conversión, es decir un verdadero
cambio en su vida. Esta renovación es tan sólo el principio de un largo caminar para
quien se decide seguir a Jesús. Es una actitud que se toma una vez y debe durar. Se
trata de un comportamiento constante, de una decisión permanente.
No basta en nuestra vida con haber aceptado la Buena Nueva y ser discípulo de Cristo.
No basta con haber recibido la Gracia de Dios sino que es indispensable permanecer
unido siempre a Jesús. Estar unido a Jesús significa para uno permanecer :
en la caridad fraterna
en la Eucaristía.
en los sacramentos
Jesús sabe bien de que barro estamos hechos y El mismo nos pide que
permanezcamos en su amor, para que demos mucho fruto y no desfallezcamos.
Transcribamos la parábola de la Vid que nos señala con firmeza la exigencia de
nuestra unión con Cristo.
" El que no se quede en mi, será arrojado afuera y se secará como ramas
muertas...
(Jn 15 1-7).
5.4.3. Esta comunidad es la Iglesia. Pueblo de Dios peregrino.
Consumada la obra para la cual el Padre envío a su Hijo, a saber, la reconciliación del
hombre con Dios y la reconciliación entre los hombres mismos, y con la llegada recia
del Espíritu Santo el día de Pentecostés, Dios determinó congregar a los seres
humanos para que le amasen y se amarán en un mismo Espíritu.
Este ha sido el designio de Dios aún desde antes de la creación. Así lo afirma el
Concilio Vaticano II al decirnos que " el Padre Eterno... estableció convocar a quienes
creen en Cristo en la Santa Iglesia...". (L.G. 2). Este llamado de Dios, lo sabemos, es
para todos los hombres no importando el país, lengua o cualquier otro factor. Es un
llamado para congregarnos en torno a Jesús convirtiéndonos en sus discípulos. "La
Iglesia es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero" (C.C. 752)
"La palabra 'Iglesia' [ekklesia, del griego ek-kalein, 'llamar fuera'] significa
"convocación"... es el término frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo
Testamento para designar la asamblea del pueblo elegido en la presencia de Dios.
como su Pueblo Santo. Dándose así misma el nombre de 'Iglesia', la primera
comunidad de los que creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea."
(C.C. 751)
La Iglesia es un hecho importante en la historia del Hombre " ' El mundo fue creado en
orden a la Iglesia' decían los cristianos de los primeros tiempos. Dios creó el mundo en
orden a la comunión en su Vida Divina, 'comunión' que se realiza mediante la
'convocación' de los hombres en Cristo, y esta 'convocación' es la Iglesia' " (C.C. 760)
La Iglesia designio de Dios "fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada
admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza" (L.G. 2). A
ésta, seguirá una Alianza Nueva que será eterna y definitiva.
Llegada la plenitud de los tiempos, Jesús realiza esta Nueva Alianza. El hijo cumple la
voluntad del Padre y comienza a formar su Iglesia, ya desde el mismo momento en
que predica la Buena Nueva. Jesús anuncia el Reino Dios. El mismo es el Reino de
Dios.
"El Pueblo de Dios tiene características que lo distinguen claramente de todos los
grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:
se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el
'nacimiento de arriba', 'del agua y del Espíritu' (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y
el bautismo.
Este Pueblo tiene por jefe (cabeza) a Jesús el Cristo (ungido, Mesías): porque la
misma unción. el Espíritu Santo, fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es 'el Pueblo
mesiánico'.
'Su ley es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (cfr Jn 13,
34). ' Esta es la ley 'nueva' del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5,25)
Su misión es ser la sal de la Tierra y la luz del mundo (cfr. Mt 5, 13-16). 'Es un
germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género
humano'
'Su destino es el Reino de Dios, que Él mismo comenzó en este mundo, que ha de
ser extendido hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección' (L.G. 9)" (C.C. 782)
"La Iglesia ' va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de
Dios' anunciando la cruz del Señor, hasta que Él venga (I Cor 11, 26). Está fortalecida,
con la virtud del resucitado, para triunfar con paciencia y con caridad de sus
aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente
su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el
esplendor al final de los tiempos" (L.G. 8).
" La Iglesia es inseparable de Cristo porque El mismo la fundó por un acto expreso de
su voluntad sobre los Doce, cuya cabeza es Pedro, instituyéndola como Sacramento
universal y necesario de Salvación" (D.P. 222). El ha decidido llamar y congregar a
todos los hombres, de todas las naciones y de todos los tiempos, a vivir en la unidad
de los Hijos de Dios. " A sus hermanos, convocados de entre todos los pueblos, los
constituyó místicamente su cuerpo, comunicándoles su Espíritu". (L.G. 7)
Gracias a esta unión a través del Espíritu, la Iglesia y cada uno de sus miembros
comparten la vida de Cristo, y así, los hombres "están unidos a Cristo, paciente y
glorioso por los sacramentos, de un modo arcano y real" (L.G. 7). Esto es
especialmente cierto en dos sacramentos, el Bautismo y la Eucaristía.
Efectivamente, "al ser bautizados fuimos sepultados junto con Cristo para compartir su
muerte, a fin de que, al igual que Cristo, quien fue resucitado de entre los muertos por
la Gloria del Padre, también nosotros caminemos en una vida nueva." (Rm 6, 4-5).
Insistimos, " Todos nosotros, ya seamos judíos o griegos, esclavos o libres, hemos sido
bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo" (1 Cor 12, 12)
El Espíritu Santo, quien santifica a la Iglesia, derrama sobre ella sus dones tanto
ordinarios como extraordinarios, con la finalidad de que pueda ser Sacramento visible
de comunión y salvación. Estos dones están ordenados a la edificación de la Iglesia, el
bien de los hombres y a responder a las necesidades del mundo. De aquí que cada
uno de sus miembros tenga una función diversa, de acuerdo a la misión muy
específica que Dios le ha dado.
"El cuerpo no se compone de una sola parte, sino de muchas. Por eso, aunque el pie
diga: Yo no soy mano, y por eso no soy del cuerpo, no por esto deja de ser del
cuerpo...si todos fueran la misma parte, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero hay muchas
partes y un solo cuerpo." (1 Cor 12, 14. 19)
El mayor don que el Espíritu Santo ha derramado en la Iglesia, es la Caridad. San Pablo
afirma: "ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor, los tres. Pero el mayor de los
tres es el amor " (1 Cor 13,13). La Caridad es el gran don al que todos los miembros
debemos aspirar. Por la Caridad Dios dispone que cada uno de los miembros del
cuerpo se preocupen unos por otros. "Cuando uno sufre, todos los demás sufren con
él, y cuando recibe honor, todos se alegran con él." (1 Cor 12, 26)
Estos dones son dados gracias a los méritos de la Cabeza. En efecto, "ustedes son el
cuerpo de Cristo y cada uno en particular es miembro de él" (1 Cor 12, 27). Cristo es el
principio y el fin, por Él fueron creadas las cosas del cielo y de la tierra, lo visible y lo
invisible. (cfr. Col 1)
Vivificados por el Espíritu somos hijos y podemos exclamar "Abbá, Padre" hablando
con Dios. Unidos a Cristo estamos unidos a su pasión y si "ahora sufrimos con El, con
El recibiremos la gloria" (Rm 8,17).
Los Obispos señalan que "los jóvenes deben sentir que son Iglesia, experimentándola
como lugar de comunión y participación... en ella los jóvenes se sienten pueblo nuevo;
el de las Bienaventuranzas, sin otra seguridad que Cristo... La Virgen Madre,
bondadosa, la creyente fiel, educa al joven para ser Iglesia" (D.P. 1184).
Comprendemos ahora mejor toda la riqueza que encierra para nosotros el que "la
cabeza de este cuerpo es Cristo" como lo expresa la Lumen Gentium en su número 7.
Ante los ataques constantes que por todos lados recibe la Iglesia, los Auxiliares del
M.J.V.C. deberemos tener un cuidado especial de profundizar más y más en lo que de
verdad es la Iglesia fundada por Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre. Debemos
estudiar los Documentos del Vaticano II, en especial Lumen Gentium y Gaudium et
Spes, así como el Documento de Puebla y otros más que sin duda alguna nos
ayudarán en nuestro propósito.
5.4.5. Es el germen y principio del Reino de Dios
Jesús durante su vida publica, no anuncia la venida de la Iglesia, anuncia la llegada del
Reino de Dios. Su presencia inaugura y hace presente entre los hombres, este Reino
prometido por Dios. Mismo que se manifiesta con la Palabra y las obras de Jesús. Este
Reino de Dios, se da con mayor fuerza donde quiera que Dios esté reinando mediante
su Gracia y Amor.
Esta acción de reinar Jesús la desea realizar en el mundo a través de la Iglesia. Jesús
envía a sus discípulos a proclamar la Buena Nueva a todos los hombres, y la
predicación de la Buena Nueva ha sido el principio de la Iglesia. Los discípulos, al
obedecer el mandato del Señor, anuncian a la persona de Jesús y con ella están
anunciado ya el Reino de Dios. No anuncian propiamente el Reino sino a Jesús mismo.
Es pues la Iglesia por la acción de Jesús Germen y principio del mismo Reino de Dios.
"En ella se manifiesta, de modo visible, lo que Dios está llevando a cabo,
silenciosamente en el mundo entero. Es el lugar donde se concentra al máximo la
acción del Padre, que en la fuerza del Espíritu de Amor, busca solícito a los hombres,
para compartir con ellos -en gesto de indecible ternura- su propia vida trinitaria. La
Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres para
impulsarlos hacia su meta definitiva" (D.P. 227). Y es "germen que deberá crecer en la
historia, bajo el influjo del Espíritu, hasta el día en que 'Dios sea todo en todos' [1 Cor.
15,28]" (D.P. 228)
Hasta que llegue ese momento la Iglesia debe anunciar continuamente este Reino de
Cristo, pero necesita ser purificada, ser autoevangelizada, ser convertida y renovada
continuamente para que pueda llevar a cabo la tarea encomendada por Dios.
Esto no indica que el Reino no esté presente ya en el mundo por medio de la Iglesia,
que es signo del Reino de Dios. El misterio de la Iglesia es una realidad compleja , en
la que se unen lo divino y lo humano
"Es una realidad humana, formada por hombres limitados y pobres, pero penetrada
por la insondable presencia y fuerza de Dios trino que en ella resplandece, convoca y
salva" (D.P. 230)
" 'La Iglesia es en Cristo como un Sacramento o signo e instrumento de la unión íntima
con Dios y de la unidad de todo el género humano' (L.G. 1): Ser el sacramento de la
unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión
de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la
unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne
hombres 'de toda nación, raza, pueblo y lengua' (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia
es 'signo e instrumento' de la plena realización de esta unidad que aún está por
venir." (C.C. 775)
Todos los hombres de todos las épocas y de todas las razas están llamados ser parte
de este Sacramento de unión con Dios. La Iglesia es una y única. Así todos los
hombres pertenecen a un mismo Reino, el Reino de Dios. Este se hace presente
siempre de acuerdo a las costumbres y culturas de cada pueblo. La Nueva
Evangelización recoge este gran desafío. La Iglesia de Jesús es una Iglesia universal.
Es una Iglesia Católica. Es una.
Si bien "todos los hombres, están llamados a formar parte del nuevo Pueblo de Dios" ,
también es cierto que " todos los hombres están llamados a esta unidad católica del
Pueblo de Dios... y a ella pertenecen o se ordenan de diversos modos, sea los fieles
católicos, sea los demás creyentes en Cristo, sea también todos los hombres en
general, por al Gracia de Dios llamados a la salvación" (L.G. 13).
El ser humano ha orientado siempre su trabajo y su esfuerzo a vivir mejor, ser más
pleno, más libre, alcanzar la perfección. Sin embargo, por sí solo nunca podrá llegar a
la plenitud, ya que se trata, lo hemos visto, de un camino de perfección que significa
vivir la santidad.
"Todos los fieles, de cualquier condición y estado... son llamados por el Señor, cada
uno por su camino , a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el
mismo Padre" (L.G. 11).
La Iglesia, por ser esposa de Cristo, esta unida a Él. Esta unión la santifica. Santa por
Cristo, en Cristo, y para Cristo, al mismo tiempo que es santificada ella misma,
también son santificados todos sus miembros, a través de ella.
LA FE
"La fe es ante todo, una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo, e
inseparablemente, el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado" (C.C.
150). Es creer en Dios y en lo que nos ha revelado. Es creerle a Dios.
"La Fe es un don de Dios, una virtud sobrenatural infundida por El " (C.C. 153). Es
posible vivirla por la gracia y los auxilios del Espíritu Santo, siendo al mismo tiempo un
acto humano para nada ajeno a la voluntad y a la inteligencia de la persona.
"En la Fe, la inteligencia y la voluntad humanas cooperan con la gracia divina: ' creer
es un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina por imperio de la voluntad
movida por Dios mediante la gracia"" (C. C. 155). La fe nos lleva a decir : CREO.
"La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se
revela. Pero la fe no es un acto aislado. Nadie puede creer solo, como nadie puede
vivir solo. Nadie se ha dado la fe a sí mismo, como nadie se ha dado la vida a sí
mismo. El creyente ha recibido la fe de otro, debe transmitirla a otro." (C.C. 166).
c) y a transmitirla a otros.
La Iglesia es pues la primera en creer y en sostener nuestra fe. Solamente por ella
somos impulsados a decir CREO-CREEMOS. La Salvación viene de Dios, y es a través
de la Iglesia, con y en la Iglesia que recibimos este don, que "recibimos la fe y la vida
nueva en Cristo por el bautismo" (C.C. 168).
" Puesto que recibimos la vida de la fe a través de la Iglesia, ésta es nuestra madre ...
Porque es nuestra madre, es también la educadora de nuestra fe" (C.C. 169).
LA ESPERANZA.
"La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los Cielos y a la
vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de
Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del
Espíritu Santo." (C.C. 1817).
"Podemos, por tanto esperar la gloria del Cielo prometida por Dios a los que lo aman
(cfr. Rm 8, 28-30) y hacen su voluntad (cfr. Mt 7,21). En toda circunstancia, cada uno
debe esperar, con la gracia de Dios, 'perseverar hasta el fin' (cfr. Mt 10, 22; cfr.
Trento: DS 15541) y obtener el gozo del Cielo, como eterna recompensa de Dios por
las obras buenas realizadas con la gracia de Cristo. En la Esperanza, la Iglesia implora
que ' todos los hombres se salven' (1 Tm 2,4) Espera estar en la gloria del Cielo unida
a Cristo, su esposo.(C.C. 1821).
LA CARIDAD.
"La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por
Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios" (C.C. 1822.)
Este amor es fruto del Espíritu Santo, y por ello es posible hacer realidad lo que el
Apóstol San Pablo, nos dice acerca del amor:
"El ejercicio de todas las virtudes está animado e inspirado por la caridad. Esta es 'el
vínculo de la perfección' (Col 3, 14); es la forma de las virtudes; las articula y las
ordena entre sí; es fuente y término de su práctica cristiana. La caridad asegura y
purifica nuestra facultad humana de amar. La eleva a la perfección sobrenatural del
amor divino" (C.C. 1827).
Dice San Pablo:: "Ahora tenemos la Fe, la Esperanza y la Caridad, estas tres. Pero la
mayor de todas ellas es la Caridad" (1 Cor 13, 13). Esta virtud es el fundamento de la
Iglesia. Es el primer mandamiento de Jesús y lo que da sentido a nuestra vida. Nuestro
corazón está hecho para amar. Es Dios quien ha derramado la caridad en nuestros
corazones, pero hay que hacer que dé fruto. Para ello es necesario escuchar la palabra
de Dios, cumplir con las obras siguiendo la Voluntad del mismo Dios, perseverar en la
oración, llevar una vida de sacramentos, especialmente la Eucaristía, negarse a sí
mismo y practicar las demás virtudes.
El mayor fruto de la caridad es la comunión; por consiguiente, la Iglesia es un misterio
de caridad por ser un misterio de comunión. El amor a Dios y al prójimo es lo que
realmente distingue a los discípulos de Jesús, lo que distingue a la Iglesia de otras
realidades.
"En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la
medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos
conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen
con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la Santidad del
Pueblo de Dios producirá abundantes frutos , como brillantemente lo demuestra la
historia de la Iglesia la vida de tantos Santos" (L.G. 40).
Cada uno necesita de los demás, y éstos, a su vez, de cada uno. Todos, por más
pequeños, insignificantes y poco apreciables que parezcan son necesarios. Jesús no
formó discípulos aislados o separados, sino que Él mismo forma su pequeña
comunidad, el grupo de los Doce. Les explica las parábolas, comparte su vida con ellos
y los llevando a través de su pasión y muerte hasta la realidad de la resurrección.
Convertidos en Apóstoles y testigos, a ellos se debe la expansión de la Iglesia "por
todo el mundo" (Cf Mt 28, 19-20).
Al igual que los primeros discípulos, la Iglesia, y nosotros dentro de ella, estamos
llamados a formar la comunidad. Esta es un verdadero ambiente de Fe, Esperanza y
Caridad, donde se hace palpable la salvación de Cristo Jesús, como acontecía en la
primera comunidad:
La comunidad es un fruto de la vida del cristiano. Este fruto es necesario para todo
aquél que haya nacido de nuevo a la vida en gracia y que quiera crecer en la misma.
Para los recién nacidos en la Fe es importante el ingreso a la comunidad de creyentes,
en donde recibirán todo el amor, el apoyo y el cuidado que necesitan para continuar
en la Vida Nueva, de Jesús Resucitado.
Jesús en la Última Cena dice a sus discípulos que, los reconocerán como tales, al ver el
amor que se tengan unos a otros (cfr. Jn.13,35). Queda claro que, el verdadero vínculo
de unión es el amor. Este se manifiesta en la unidad de Fe, esperanza, de criterios y
de valores que rigen el estilo de vida. Admitiendo que cada uno tiene y manifiesta
gran diversidad de dones y tareas, es claro que siempre se manifiesta en ellos un
mismo Espíritu, que une a la comunidad.
"El testamento espiritual del Señor nos dice que la unidad entre sus seguidores no es
solamente la prueba de que somos suyos, sino también la prueba de que El es el
enviado del Padre, prueba de credibilidad de los cristianos y del mismo Cristo.
Evangelizadores: nosotros debemos a los fieles de Cristo, no la imagen de hombres
divididos y separados por las luchas que no sirven para construir nada, sino la de
hombres adultos en la fe, capaces de encontrarse más allá de las tensiones reales
gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad. Sí, la suerte de la
evangelización está ciertamente vinculada al testimonio de unidad dado por la Iglesia.
He aquí una fuente de responsabilidad, pero también de consuelo.
Dicho esto, queremos subrayar el signo de la unidad entre todos los cristianos, como
camino e instrumento de evangelización... Por eso, al anunciar el Año Santo creímos
necesario recordar a todos los fieles del mundo católico que 'la reconciliación de todos
los hombres con Dios, nuestro Padre, depende del restablecimiento de la comunión de
aquellos que ya han reconocido y aceptado en la fe a Jesucristo como Señor de la
misericordia, que libera a los hombres y los une en el espíritu de amor y de verdad ' "
(E.N. 77).
"En realidad, ya han gustado lo bueno que es el señor. Acérquense a Él : ahí tienen la
piedra viva rechazada por lo hombres, y sin embargo, preciosa para Dios que la
escogió. Y ustedes también son piedras vivas con las que se construye el Templo
espiritual destinado al culto perfecto, en el que por Cristo Jesús se ofrecen sacrificios
espirituales y agradables a Dios. (1 Pe 2, 3-5).
Ustedes... son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación consagrada, un
Pueblo que Dios eligió para que fuera suyo y proclamará sus maravillas." (1 Pe 2, 4-6.
9)
Por el bautismo, formamos parte de este pueblo elegido por Dios, y somos "piedras
vivas con las que se construye".
Sacerdote.
Así como Jesús se ha ofrecido a sí mismo en la cruz por la salvación de los hombres, y
se sigue continuamente ofreciendo en la celebración Eucarística, nosotros laicos, que
estamos incorporados a Él desde el Bautismo, debemos ofrecernos como hostias vivas
y santas que agradan a Dios; ofrecer nuestra persona y nuestras actividades.
"todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el
cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechas en el Espíritu, e
incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten
en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cfr. 1 Pe 2-5), que en la
celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la
oblación del Cuerpo del Señor. De este modo, también los laicos, como adoradores
que en todo lugar actúan santamente, consagran el mundo mismo a Dios " (L.G. 34)
"Todos los fieles de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan
poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a
la perfección de aquella Santidad con la que es perfecto el mismo Padre." (L.G. 11).
Profeta.
"El Pueblo de Dios participa por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su
realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cfr. Jn 12,
32). Cristo Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo ' venido
a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate de muchos' (Mt 20, 28) Para el
cristiano "servir es reinar" (L.G. 36), particularmente 'en los pobres y en los que
sufren'; allí descubre 'la imagen de su Fundador pobre y sufriente' (L.G. 8). El pueblo
de Dios realiza su 'dignidad regia' viviendo conforme a esta vocación de servir con
Cristo (C.C. 786).
Los fieles deben de ordenar todo lo creado al verdadero bien del hombre, a través de
su actividad cotidiana.
" Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus
pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta,
ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera
concederles" (E.N. 73).
Hemos sido llamados para dar fruto: de hecho la comunión entre lo creyentes es el
fruto más importante de la unión con Cristo. El dar fruto significa cumplir con la tarea
que Jesús nos ha dado, es decir cumplir con la misión.
Jesús llamó a los que El quiso y después los envió a predicar. "como mi padre me
envió, también yo los envió" (Jn 20,21). Este mandato del Señor resulta más claro
todavía al final del Evangelio de Mateo: " Vayan y hagan que todos los pueblos sean
mis discípulos. Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado. Yo estoy con ustedes todos
los días hasta que se termine este mundo." (Mt 28, 19-20).
"Enviada por Dios a las gentes para ser sacramento universal de salvación, la Iglesia,
por exigencia radical de su misma catolicidad, obedeciendo al mandato de su
fundador se esfuerza en anunciar el Evangelio a todos los hombres" (AG 1).
en Jesús de Nazaret,
"Por su propia misión, 'la Iglesia... avanza junto con toda la humanidad y experimenta
la misma suerte terrena del mundo, y existe como fermento y alma de la sociedad
humana, que debe ser renovada en Cristo y transformada en familia de Dios' (G.S.
40). El esfuerzo misionero exige entonces la paciencia. Comienza con el anuncio del
Evangelio a los pueblos y a los grupos que aún no creen en Cristo (cfr. RM 42-47);
continua con el establecimiento de comunidades cristianas, 'signo de la presencia de
Dios en el mundo' (A.G. 15), y en la fundación de Iglesias locales (cfr. RM 48-49); se
implica en un proceso de inculturación para así encarnar el Evangelio en las culturas
de los pueblos (cfr. RM 52-54)." (C.C. 854)
Jesús prometió a sus discípulos estar con ellos hasta el fin de los tiempos. Ha enviado
a la Iglesia para que sea principio y germen del Reino de Dios, para anunciar y ser
testigo de su muerte y resurrección hasta los últimos días
"El deber y el derecho del seglar al apostolado deriva de su misma unión con Cristo
Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la
confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al
apostolado" (AA3).
Cristo mismo es la fuente y origen de todo el apostolado en la Iglesia, y es por eso que
la fecundidad del apostolado, depende de la unión que se tenga con Cristo. Es por la
acción del Espíritu Santo, quien distribuye sus dones según su voluntad, que los fieles
de acuerdo a la gracia recibida, la ponen al servicio de los demás, para construir el
cuerpo de Cristo.
"Es necesario que los seglares avancen por este camino de santidad con espíritu
decidido y alegre, esforzándose por superar las dificultades con prudente paciencia."
(AA 4)
"Puesto que la Iglesia es consciente de que el hombre -no el hombre abstracto, sino el
hombre concreto e histórico- 'es el primer camino que ella debe recorrer en el
cumplimiento de su misión' (Redemptor Hominis, 14),
"La promoción humana implica actividades que ayudan a despertar la conciencia del
hombre en todas sus dimensiones y a valerse por sí mismo para ser protagonista de
su propio desarrollo humano y cristiano. Educa para la convivencia, da impulso a la
organización, fomenta la comunicación cristiana de bienes, ayuda de modo eficaz a la
comunión y a la participación." (D.P. 477)
"Hermanos ¿qué provecho saca uno cuando dice que tiene fe, pero no lo demuestra
con su manera de actuar? ¿acaso lo puede salvar su fe? Si a un hermano o a una
hermana les falta la ropa y el pan de cada día, y uno ustedes les dice: 'Que les vaya
bien; que no sientan frío ni hambre' sin darles lo que necesitan, ¿de qué les sirve? Así
pasa con la Fe: si no se demuestra por la manera de actuar, está completamente
muerta..." Ya lo ven: son las obras las que hacen justo al hombre y no sólo la Fe."
(Stgo 2, 14-17. 24).
Para que la plenitud del amor de Dios se manifestara entre los hombres, era necesario
valerse de un criatura. Necesitaba "formarle un cuerpo". Toda la carta a los Hebreos
nos ayuda a comprender el sentido de la humanidad de Jesús. Es a través de una
Virgen donde el Verbo se encarna por la acción del Espíritu Santo. "Y el nombre de la
Virgen era María" (cfr Lc 1, 26).
María contesta "he aquí a la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,
37-38). Y a partir de ese momento "fue hecha Madre de Jesús, y abrazando la voluntad
salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno se
consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su
hijo, sirviendo al Misterio de la redención con El y bajo El, por la gracia de Dios
omnipotente". (L.G. 56)
"Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los
hijos de Adopción en el Espíritu Santo por la Fe. "¿Cómo sería eso?" (Lc. 1,34; cfr.
Jn.3,9). La participación de la vida divina no nace 'de la sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de hombre, sino de Dios' (Jn.1,13). La acogida de esta vida es virginal
porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación
humana con relación a Dios (cfr. 2 Cor. 11,2) se lleva a cabo perfectamente en la
maternidad virginal de María." (C.C. 5055).
María Madre de Cristo es también Madre de la Iglesia. Así como María dio a luz a Cristo
en el mundo, así también lo realiza en el momento de la pasión, da a luz a Cristo en la
Iglesia. María es la verdadera Madre de Dios, y Madre de todos aquellos hermanos de
Cristo, de todos aquellos que se han congregado por amor a su Hijo.
"Jesús, al ver a la Madre, y junto a ella al discípulo que más quería, dijo a la Madre:
'Mujer, ahí tienes a tu hijo'. Después dijo al discípulo: 'Ahí tienes a tu Madre'. Desde
ese momento, el discípulo se la llevó a su casa. (Jn 19, 26-27).
"Y esta Maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el
momento en que prestó fiel asentimiento en la Asunción, y lo mantuvo sin vacilación
al pie de la cruz hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez
recibida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por
su múltiple intercesión, los dones de la eterna salvación. Por su amor materno cuida
de los hermanos de su Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y
luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz." (L.G. 62).
Como nuestra Madre, Ella nos cuida en todo momento y en los acontecimientos
importantes de la Historia de la Humanidad se ha hecho presente como respuesta de
una Madre ante las necesidades de sus hijos.
En la Iglesia Naciente vemos como, después de que Jesús sube al cielo, los discípulos
reconocen en la persona de María, a la criatura más parecida a su Maestro. Leemos,
en efecto, en los Hechos de los Apóstoles que "todos ellos perseveraban en la oración
y con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de
Jesús, y de sus hermanos" (Hch 1, 14). Es así como estuvo presente en Pentecostés
cuando Jesús derramó el Espíritu Santo y manifestó solemnemente el misterio de la
salvación humana.
Esto nos está indicando cómo los discípulos reconocían en ella a la Madre de Dios y
Madre suya, así como al mismo tiempo a quien era modelo del discípulo. Es por eso,
sin duda alguna, que se congregaban en torno a María.
"Su figura maternal fue decisiva para que los hombres y mujeres de América Latina se
reconocieran en su dignidad de Hijos de Dios. María es el sello distintivo de la cultura
de nuestro continente. Madre y educadora del naciente pueblo latinoamericano, en
Santa María de Guadalupe, a través del Beato Juan Diego, se 'ofrece un gran ejemplo
de Evangelización perfectamente inculturada' (Juan Pablo II, Discurso Inaugural, 24).
Nos ha precedido en la peregrinación de la fe y en el camino a la gloria, y acompaña a
nuestros pueblos que la invocan con amor hasta que nos encontremos definitivamente
con su Hijo. Con alegría y agradecimiento acogemos el don inmenso de su
maternidad, su ternura y protección, y aspiramos a amarla del mismo modo como
Jesucristo la amó. Por eso la invocamos como Estrella de la Primero y de la Nueva
Evangelización" (S.D. 15).
Dice el dicho "las palabras mueven pero el ejemplo arrastra". El ejemplo de María
atrae irresistiblemente a los fieles a la imitación del modelo divino, Jesucristo, de quien
la Virgen es la más pura y fiel imagen.
"La escritura la muestra como la que, yendo a servir a Isabel en la circunstancia del
parto, le hace el servicio mucho mayor de anunciarle el Evangelio con las palabras del
Magnificat. En Caná está atenta a las necesidades de la fiesta y su intercesión provoca
la fe de los discípulos que 'creyeron en ÉL' (Jn 2, 11) Todo su servicio a los hombres es
abrirlos al Evangelio e invitarlos a su obediencia: 'Haced lo que Él les diga' (Jn.2,5)"
(D.P. 300).
Después del saludo del ángel cambia la vida de María, quien no pierde la paz interior.
No se pone soberbia, ni intenta presumir por esa gracia tan esperada por todas las
mujeres de Israel y que Dios le ha regalado a Ella. Se siente y actúa como "la Esclava
del Señor". Y bien sabemos que el esclavo es precisamente aquel que pertenece
totalmente a su dueño.
María sabe que es llena de gracia y esta certeza la lleva a vivir un mayor
anonadamiento, mayor actitud de dependencia y aceptación de la voluntad de Dios.
María acoge la Palabra de Dios como algo maravilloso, porque ella ya vive para Dios. Y
si El es su dueño y ella esclava, aceptarlo y obedecerlo es lo normal. Esto ya para ella
es tan habitual, que la voluntad de Dios y la suya son una sola. Obedece sin
condiciones. Por esto la asocia al Misterio de la Redención del hombre. La Madre y su
Hijo (Jesús) le obedecen al Padre con mucho amor y es posible la liberación del
hombre. Entonces, Dios deja de estar distante para estar cerca: "El Verbo se hizo
carne y habitó entre nosotros" (Jn. 1, 14). María obedece... Dios se Encarna... el
hombre es Redimido. Vivamos así nosotros. Dios nos quiere dispuestos a obedecerle,
para construir con nosotros el Reino. María nos enseña cómo hacerlo si queremos
aprender.
Tenemos otro texto del Evangelio que nos muestra a María en actitud también de
verdadero amor, las bodas de Caná. Aquí , ella advierte que se han quedado sin vino
en un momento mas importante de la fiesta (Cf. Jn. 2, 4-5). Sin hacer críticas, se
acerca a Jesús para interceder. Su confianza y seguridad en El, hacen que comience
los milagros, cuando aun no había llegado la hora. No se quedó indiferente ante la
posibilidad de que los novios pasaran un mal rato. Para María, nuestras carencias la
acercan más a nosotros. Cuando algo falta, está lista para ayudarnos a superar esos
vacíos.
María es la gran servidora de la humanidad. Ofrece el servicio más grande que conoce
la Historia, porque le da Jesús al mundo. Amar como ama María, nos exige: escuchar,
obedecer aceptando la voluntad de aquél que lo puede todo y entregarnos a los
hombres por amor a Dios y a ellos.
María la Madre de Dios, con un corazón generoso se consagró como la esclava del
Señor. Fue un instrumento que cooperó para la salvación del mundo por la libre fe y
obediencia. Así como la obediencia de Jesús nos trae la salvación, por María Dios quiso
que la mujer también participará de una manera muy especial en la redención, así
como había participado en la caída del género humano. Si la muerte vino por Eva, la
vida vino por María.
Como buena judía, va a Jerusalén a celebrar las fiestas del pueblo, asiste puntual a la
sinagoga En el cenáculo, cuando los apóstoles, todavía cobardes, esperaban al Espíritu
Santo, María, la mujer del pueblo, ora con ellos; sostiene su fe débil, alimenta su
esperanza y fortifica los vínculos de fraternidad. Está en medio de ellos como la fiel
creyente, para pedir la fuerza del Espíritu para el cuerpo de su Hijo, la Iglesia (Cf.
Madre del Redentor No. 26).
Qué interesante para nosotros contemplar a María como mujer libre, cuando toma sus
decisiones. Ella decide cambiar los planes en los cuales estaba comprometida su vida
afectiva y su futuro, sin dejarse manipular por su novio y por otras circunstancias. En
esa decisión fundamental, fue ella misma. Aunque ya estaba comprometida con José,
dice si a Dios, con total autonomía, sin dejarse condicionar por su ambiente.
Cuando Dios entra en una persona, la transforma desde dentro, destruye en ella las
raíces del mal y la libera. Quien vive como María, destruye en si los poderes que
envanecen y las fuerzas que esclavizan. María es el modelo del cristiano, su trabajo y
amor a Dios, la llevan a ser ignorada y oculta, pero con una entrega y servicio
efectivo. En el Evangelio encontramos otros textos que nos hablan de María como
modelo de otras virtudes. Veámoslas:
Piedad hacia Dios, pronta a cumplir sus deberes religiosos (Cf. Lc. 2, 21. 22-
40. 41).
Gratitud por los bienes recibidos (Lc. 1, 46-49), que ofrece en el templo (Lc. 2,
22-24).
Fortaleza en el destierro (Cf. Mt 2,13-23); en el dolor (Cf. Jn.19, 25; Lc. 2, 34-
35).
María esta íntimamente ligada a su Hijo, en ella " todo está referido a Cristo y todo
depende de él" (M.C. 25). Desde el momento de la anunciación hasta la misma
Ascensión de Jesús a los cielos. Ella comparte todo con Él, para la salvación de los
hombres: el dolor de la cruz y la gloria de la resurrección. Es exaltada por su Hijo y por
los hombres, reconociéndola como la Madre de Nuestro Señor, y dándole el lugar que
se merece.
"No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo" (E.N. 75).
El Espíritu Santo es quien realiza la conversión en cada persona y el que suscita el que
verdaderamente podamos ser santos, de verdad fieles al Señor Jesús.
El Espíritu Santo pone en el Auxiliar palabras que por sí solo no podría encontrar. Es a
través de la acción del Espíritu Santo que el mensaje evangelizador deja de ser un
mero conjunto de palabras que por sí solas nada o poco lograrían, para convertirlas en
Vida. El Espíritu Santo dispone el alma de quien escucha abriéndola para que acoja la
Buena Nueva de Jesús y la comprenda. Sin El no somos capaces de amarla ; sin el
Espíritu Santo los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas y psicológicas
se revelan pronto vacíos y desprovistos del verdadero valor.
El Espíritu Santo es quien inspira todos nuestros esfuerzos apostólicos y los lleva a
plenitud. El da testimonio de Jesús en nuestra época y nos confirma como sus testigos.
Testigos de su Señorío entre nosotros y testigos transparentes de Su Evangelio de
Amor. El sigue suscitando en cada una de nuestras Jornadas nuevos testigos jóvenes.
Muchachas y muchachos valientes, audaces y alegres, testigos una vez más de la
Gracia Divina presente en su mundo.
Llena de Gracia, está unida a su Hijo y está presente siempre en el Movimiento. Ella
está con nosotros; camina con el M.J.V.C. y es un ejemplo a seguir. María nos
acompaña al encuentro con su Hijo; nos ayuda a ser discípulos fieles de Cristo. Es la
mujer creyente; la mujer fiel.
Al igual que María, el joven del M.J.V.C. se esfuerza por ser servidor de todos en la gran
tarea de la evangelización. Como Ella, nosotros tratamos de ser desconocidos y
ocultos a los ojos del mundo, para que Jesús aparezca como Señor y Salvador.
Somos conscientes de que "hay un contenido esencial, una sustancia viva, que no se
puede modificar ni pasar por alto sin desnaturalizar gravemente la evangelización
misma" (E.N. 25).
En este mismo capítulo, en el numero 4 " ¿Que implicaciones tiene la Buena Nueva?"
hemos tratado de dejar claro el contenido fundamental de la Evangelización y por
tanto de la Jornada. Tenemos "una sola Fe, un solo Señor, un solo Bautismo, un solo
Dios y Padre" (Ef 4,4-6). Siguiendo a San Ireneo afirmamos una vez más que "esta fe
que hemos recibido de la Iglesia la guardamos con cuidado" (Adv. Haer. 3,24,1).
"Yo les he dicho todas estas cosas para que participen en mi alegría y sean
plenamente felices " (Jn 15,11) Juan Pablo II lo actualiza diciéndonos "¡que esta Buena
Nueva de Jesús sea siempre vuestra alegría! ¡ Que su Evangelio penetre siempre con
su luz y su fuerza! ¡ Que sea vuestra salvación !"
En el M.J.V.C. anunciamos la Buena Nueva, anunciamos una Gran Noticia que nos
entusiasma, amamos y nos llena de alegría. Vivimos con verdadero gozo la Vida Nueva
en Cristo Jesús. Sí, nos gozamos de verdad con la Gracia de Dios.
Como jóvenes evangelizadores que somos, debemos ser mensajeros de esperanza y
alegría, dejando que la Buena Nueva de Jesús irradie nuestros corazones. Debemos
estar alegres :
Nosotros, jóvenes que evangelizamos a otros jóvenes debemos ser testigos de esta
alegría y de este gozo que sobrepasa todo entendimiento. También nosotros, al igual
que los ángeles la noche del nacimiento de nuestro Salvador, anunciamos "una Gran
Alegría" (Lc 2,10) a la juventud de hoy y de todos los tiempos.
"Jóvenes, no perdáis la esperanza, sois peregrinos de esperanza" (Juan Pablo II, S. Juan
de los Lagos, 1990, nº 179).
Una muchacha después de haber hecho su Jornada, a sus 17 años de vida, afirma en
una canción suya, no estar de acuerdo con la realidad del mundo del cual ella forma
parte. Y se cuestiona: "¿Por qué? ¿Por qué? me pregunto yo ¿Por qué? Puedes acaso
responder pues no encuentro explicación". Y continúa : "Pero sé que un día. el amor
triunfará. Yo estoy segura de que sucederá. Aunque ese día no me encuentre yo aquí
para ver si es verdad". Ella conoció a Cristo en su Jornada. Le abrió su corazón lleno de
su esperanza juvenil.
Muchacha de esperanza, sabe sin embargo que es Cristo, el Hombre Nuevo, quien
hace nuevo al joven y nueva a la joven de hoy. Esperamos un mundo nuevo; lo
estamos construyendo ya." No tengas miedo; Cristo vive".
6.6. Creyendo en la fuerza del auténtico encuentro con Jesús.
"Es preciso anunciar de tal manera a Jesús que el encuentro con El lleve al
reconocimiento del pecado en la propia vida y a la conversión, en una experiencia
profunda de la Gracia del Espíritu recibida en el Bautismo y en la Confirmación" (S.D.
46).
Habiendo encontrado a Jesús no nos queda otra salida que, como al Apóstol Andrés, ir
a buscar a nuestro hermano joven y presentárselo sin ambigüedades. De frente y sin
miedo. El Papa Juan Pablo II nos ha invitado a tener " un encuentro de ojos abiertos y
corazón palpitante con Jesús".
Creemos que sólo Jesús es capaz de transformar el corazón del joven y que este
encuentro personal con El puede, con su misma fuerza, suscitar la conversión y el
cambio de vida.
Por eso, cada Jornada de Vida Cristiana debe esforzarse por suscitar y lograr el
encuentro personal de cada participante con el Señor Jesús. Es un encuentro que
hemos preparado con toda seriedad. Un Auxiliar que no se haya preparado espiritual y
humanamente con responsabilidad no debe participar en la Jornada. Los Auxiliares
debemos seguir siempre el ejemplo de Juan Bautista que abre el camino a Jesús;
debemos "menguar para que Jesús crezca" en el joven que vive la Jornada.
" El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me
siga " (Mt 16,24 ).
Jesús es claro; no engaña; no miente. Afirma "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida"
(Jn 14,6 ). No hay otro Camino para llegar al Padre. Llamados a ser cristianos por
nuestro bautismo, el único camino para ser fiel a ese llamado del Padre es el
seguimiento de Jesús. "Oíste decir "... es cierto efectivamente hay muchas formas de
resolver la vida. "Yo te digo", Jesús tiene una. " Tu, sÍgueme".
Llamado por Dios a ser un joven cristiano, llamada por Dios a ser una joven cristiana,
yo libremente he aceptado serlo. Únicamente siguiendo a Jesús en fidelidad lo soy.
"El que quiera seguirme... cargue con su cruz " (Mt 16,24 ).
"Las técnicas de evangelización son buenas pero ni las más perfeccionadas podrían
reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del
evangelizador no consigue absolutamente nada sin El" (E.N. 75).
"El predicador del Evangelio... no vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de
agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o por el deseo de
aparentar. No rechaza nunca la verdad. No oscurece la verdad revelada por pereza de
buscarla, por comodidad, por miedo" (E.N. 78).
Nuestra sociedad actual parece estar fascinada por los resultados rápidos y brillantes.
La publicidad, la psicología, las técnicas de mercadotecnia y ventas parecen ofrecer
nuevos medios para alcanzar la felicidad. El hombre moderno se ve cada día sometido
a una lluvia de presiones, mensajes subliminales y todo tipo de técnicas para modificar
su comportamiento.
Existe hoy la tentación en los Movimientos de Iglesia de recurrir a estas técnicas para
propagar el Evangelio. La búsqueda de nuevos métodos, de adaptaciones novedosas
puede ser muy útil, pero corre también el riesgo de desvirtuar el Evangelio y de
coartar la libertad individual.
Ante esta tentación de utilizar presiones psicológicas para obtener resultados visibles
y rápidos, el Auxiliar confía, no en recursos humanos, sino en la fuerza del Espíritu.
Nunca nos cansaremos de repetirlo. El Auxiliar sabe que la Palabra de Dios es capaz
por sí misma de convertir el corazón del joven. Por eso, más que sus recursos, su
inteligencia o su habilidad, el confía en la acción discreta del Espíritu que mueve los
corazones.
No debemos nunca buscar usar otros medios que los que usaban Jesús y sus
discípulos, a saber, el testimonio auténtico, la predicación viva y sincera la oración y el
sacrificio, el amor ardiente hacia el prójimo. Aprovechemos utilizar dinámicas evitando
cuidadosamente toda manipulación o presión sobre el joven que hace su Jornada.
Estamos convencidos de que sólo el Evangelio puede transformar a fondo y para
siempre el corazón de cada oyente.
La utilización de los recursos que nos ofrecen las ciencias humanas (sicología,
sociología, etc.) se hará siempre con prudencia y a la luz del Evangelio y del Magisterio
de la Iglesia. Conscientes de que estas técnicas pueden ser buenas si se saben utilizar
con profesionalismo y no "al aventón", estamos también igualmente conscientes que
son en sí mismas limitadas, pues no alcanzan a revelar la verdad total sobre el
hombre. Sólo Dios ha sondeado el corazón humano, pues El lo ha modelado, y sólo El
puede hacer del hombre una Criatura Nueva.
Dios nos llama a la Santidad y nos envía como predicadores de la Buena Nueva, pero
también nos capacita para vivir este llamado. Los Auxiliares del M.J.V.C. hemos
decidido responder al llamado de Dios, pero es necesario que exista una preparación.
Toda acción de la Pastoral Juvenil debe tener un objetivo formativo hacia sus agentes:
los jóvenes. La Pastoral juvenil en la línea de la evangelización debe ser un verdadero
proceso de educación en la fe que lleve a la propia conversión y a un compromiso
evangelizador.
Para que nuestra labor evangelizadora alcance su plena eficacia, necesitamos que los
Auxiliares de cada una de las escuelas tengan una formación multiforme y completa.
Es necesario un continuo progreso espiritual y doctrinal del Auxiliar, así como también
una preparación de acuerdo a las diversas circunstancias, personas y deberes, a los
que tiene que dirigir su actividad.
La vocación y misión que el joven Auxiliar tiene que vivir, surge de la unión íntima con
Jesucristo, que lo invita a dar fruto por la acción de la Santísima Trinidad. " Yo soy la
vid verdadera, y mi Padre el viñador. Todo sarmiento que en mi no da fruto, lo corta, y
todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto " (Jn 15, 1-2)
Es pues la acción de Dios la que nos capacita o dicho de otra manera nos forma. Dios
ha llamado a cada uno de los hombres, y este encuentro con Él, interpela a la persona,
la cual libremente decide el aceptar este llamado, que la conducirá a una vida de
continua formación, a una vida de continuo crecimiento; pero puede también decir no .
Esta es una respuesta personal que necesariamente involucra toda nuestra VIDA.
"En este diálogo entre Dios que llama y la persona interpelada en su responsabilidad
se sitúa la posibilidad -es más, la necesidad- de una formación integral y permanente
de los fieles laicos" (C.L. 57).
Entendemos una Formación integral, como el proceso continuo por el cual la persona
va madurando en su Fe, Esperanza y Caridad, y cada día se va transformando en la
persona de Cristo: " ya no soy Yo, sino Cristo en que vive en mí" , según la voluntad
del Padre, con la guía del Espíritu Santo. (cfr. C.L. 57).
Dicha formación que el Auxiliar, como discípulo de Jesús que es, necesita, tiene como
objetivo fundamental" el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación y la
disponibilidad siempre mayor para vivirla en el cumplimiento de la propia vocación"
(C.L. 58).
Es Dios quien en su llamado quiere que vivamos su propia vida divina, hacernos sus
hijos adoptivos, hermanos de Cristo y templos del Espíritu Santo; en una palabra ser
santos. Esta es la voluntad de Dios, que se va revelando a través del desarrollo de
nuestra vida, de sus diversos acontecimientos y de manera gradual día a día.
Nosotros. los Auxiliares del M.J.V.C., gozamos de una época privilegiada en nuestra
vida para comenzar y hacer crecer nuestro proceso de formación, y dejar ver la
voluntad del Padre en nuestra existencia, siendo fieles al llamado de la santidad,
viviendo de acuerdo a los criterios de Jesús las diversas situaciones personales,
sociales e históricas en las que nos toca desarrollar nuestro existir.
"Esta es la tarea maravillosa y esforzada que espera a todos los fieles laicos, a todos
los cristianos, sin pausa alguna: conocer cada vez más las riquezas de la Fe y el
Bautismo y vivirlas en creciente plenitud. El apóstol Pedro hablando del nacimiento y
crecimiento como de dos etapas de la vida cristiana, nos exhorta: "Como niños recién
nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la
salvación" (1 Pe.2,2) (C.L. 58).
La preparación que cada Auxiliar debe recibir es una tarea primordial en los objetivos
de las Escuelas de Auxiliares. Cuando no existe este proceso de crecimiento, o de
maduración, impulsado por la Formación integral, se viven situaciones de divorcio
entre la Fe, la Esperanza y la Caridad, del joven y su vida cotidiana.
"En su existencia no puede haber dos vidas paralelas: por una parte, la denominada
vida 'Espiritual', con sus valores y exigencias; y por otra, la denominada vida 'secular',
es decir la vida de familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso
político y de la cultura" (C.L. 59).
Dentro de cada uno de estos campos es necesario que el Discípulo de Cristo dé fruto,
y fruto en abundancia, Todo este estilo de vida exige "un ejercicio continuo de la Fe,
de la esperanza y de la caridad" (A.A. 4). Es cierto pues, que no pertenecemos a este
mundo pero no por ello tenemos que descuidar las labores propias del mismo. " Se
equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente,
pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin
darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto
cumplimiento de todas ellas, según la vocación personal de cada uno... El divorcio
entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más
graves errores de nuestra época "(G.S. 43).
Es pues una tarea urgente en la Pastoral Juvenil, y en nuestro caso concreto, que el
M.J.V.C. a través de sus escuelas de Auxiliares, brinden a los jóvenes que las integran,
una formación integral adecuada, para que vivan la unidad de su persona, en profunda
comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que conformen su ser auténtico, libre
y fiel a la vocación y misión que Dios les ha concedido.
Para tener una buena formación en este campo, se requiere cultivar buenas relaciones
humanas, que estén cimentadas en los auténticos valores del hombre, sobre todo el
arte de la convivencia y de la colaboración fraterna, así como el diálogo.
Por medio de una formación sabiamente ordenada hay que cultivar también a los
Auxiliares a una necesaria madurez humana, cuyas principales manifestaciones son la
estabilidad de espíritu, la capacidad para tomar prudentes decisiones y la rectitud en
el modo de juzgar sobre los acontecimientos y los hombres. Además, el dominio de su
propio carácter, y el fomento de la sinceridad, del sentido permanente de la justicia, la
fidelidad a la palabra dada, la buena educación y la moderación en el hablar, así como
la unidad en la caridad. Pero sobre todo es necesario que se forme al Auxiliar para que
no sólo realice actos buenos, sino que entregue lo mejor de sí en cada acto, y es
necesario entonces acrecentar en él las virtudes cardinales:
la templanza
la justicia
la fortaleza
la prudencia.
La preparación humana tiene que tener en cuenta al hombre "imagen y semejanza de
Dios" y objeto de su amor con toda su realidad existencial, sin perder de vista su edad,
su ambiente familiar y grupal, sus intereses psicológicos y su situación social. Tomar
en serio las aspiraciones del Auxiliar, de su situación y estructuras sociales (cfr. CT 45,
53; E.N. 70; CDC 777).
Toda esta preparación llevará al Auxiliar a realizar su papel en la sociedad y poder así
responder como testigo fiel del Evangelio, aprovechando mejor el don de la FE . El
Auxiliar esta llamado a ser un SANTO en los diferentes aspectos de su vida social:
cultura, economía, política, profesión, es decir, en todas las situaciones humanas, etc.
El Auxiliar del M.J.V.C., bien formado en lo humano, y desde su fe, sabe dar luz a todos
los problemas humanos, a saber:
a la vida política,
a la sexualidad,
Es necesario brindar al Auxiliar una serie de elementos que pueda vivir, y lo hagan
crecer en la Vida en Gracia, para que vaya dejando actuar al Espíritu Santo. Los
elementos que cada Auxiliar tiene que vivir, se desglosarán en el capítulo VII, y son los
siguientes:
Podríamos decir que en la medida en que Auxiliar viva cada uno y todos los anteriores
elementos estará creciendo en su vida Espiritual, la cual reflejará en su vivir cotidiano,
a través de los siguientes signos, como nos dicen los obispos en Puebla:
Toda esta preparación tiene siempre un carácter trinitario: sentir la presencia del
Padre en nuestra vida, la acción del Espíritu Santo en nuestra misión y como proyecto
a realizar, el modelo de Jesús, que guía nuestro ser al encuentro con el Padre.
Es necesario que el Auxiliar este preparado pastoralmente, para que pueda responder
a las necesidades propias de su comunidad y de su Iglesia particular.
"Los jóvenes deseosos de realizarse en la Iglesia, pueden quedar defraudados cuando
no haya una buena planificación y programación pastoral que responda a la realidad
histórica que viven. " (D.P. 1181).
Debe ser una prioridad, para la Escuela de Auxiliares, así como para el asesor
sacerdote, laico, o religioso la preparación pastoral del Auxiliar. Ya en Lineamientos
Básicos nos habla de la importancia del conocimiento y de la integración del M.J.V.C.
en la vida pastoral de la Iglesia.
Para el M.J.V.C.
Recordemos que el Movimiento tiene un desafío, a saber, que "''es necesario que los
jóvenes bien formados en la fe y arraigados en la oración, se conviertan cada vez más
en los apóstoles de la juventud' (E.N. 72)" (L.B. 11,3). Ahora bien, debe vivirlo, una y
otra vez, según le marcan sus Lineamientos Básicos, a saber:
El Movimiento trabajará con honestidad para que en cada una de las Iglesias
Particulares se pueda vivir una Pastoral Juvenil fuerte y sólida (L.B. 12).
Se requiere formar a los apóstoles también en el aspecto técnico y doctrinal para que
desempeñen su labor evangelizadora. Se precisa una preparación general, y una
preparación encaminada a desempeñar mejor su misión particular en la Iglesia.
En nuestro caso, como Auxiliares de Jornadas, tenemos que prepararnos, para ser
testigos y maestros de la Palabra de Dios, de la Buena Nueva que proclamamos en
cada Jornada, y hacer que el mensaje llegue de la mejor manera posible a nuestros
destinatarios, la juventud de México.
"Se revela hoy cada vez más urgente la formación doctrinal de los fieles laicos, no sólo
por el natural dinamismo de profundización de su fe, sino también por la exigencia de
'dar razón de su esperanza' que hay en ellos, frente al mundo y sus graves y
complejos problemas. Se hacen así absolutamente necesarias una sistemática acción
de catequesis, que se graduará según las edades y las diversas situaciones de vida, y
una más decidida promoción cristiana de la cultura, como respuesta a los eternos
interrogantes que agitan al hombre y a la sociedad de hoy" (C.L. 60).
Es pues la catequesis, pieza clave en la preparación del Auxiliar del M.J.V.C. Por ello en
este capítulo tocamos elementos de esta importante labor de la Iglesia.
Todos "los esfuerzos realizados por la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los
hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, mediante la fe, ellos tengan
la vida en su nombre, para educarlos e instruirlos en esta vida y construir así el
Cuerpo de Cristo.", reciben el nombre de catequesis.
La catequesis, por ser un proceso de educación, está involucrada con varios elementos
de la vida de la Iglesia, sin que ello implique una confusión o sustitución; pueden
prepararla o surgir de ella. Dichos elementos son los siguientes: El primer anuncio o
Kerygma, la celebración de los sacramentos, la integración en la comunidad eclesial, y
el testimonio apostólico y misional. (cfr. CT 18).
Se tienen que abarcar los diferentes aspectos: Antropológico, moral, familiar, social,
cultural, económico, político, pastoral, teológico, doctrina social de la Iglesia,
Enseñanza del Magisterio, etc.
Todo Auxiliar debe esforzarse en adherirse a Jesucristo por la fe y debe consolidar esta
fe mediante la catequesis, Tiene necesidad de vivirla en comunión con aquellos
hermanos Auxiliares que han decidido consagrar su vida al Evangelio.
Hemos tratado con amplitud el aspecto doctrinal. Veamos ahora, aunque no tan a
fondo, algo de lo técnico. Es necesario que el Auxiliar conozca los elementos mínimos
para el manejo de grupos. También técnicas y recursos pedagógicos que ayuden a la
comprensión del mensaje de Dios.
Es pues un equipo de hermanos, que comparten su Fe, Esperanza, Caridad, los dones
que Dios les ha regalado y que da testimonio individual y grupal, no sólo en la jornada,
sino en todo momento.
Es por ello necesario que tengamos en cuenta qué criterios deben normar o prevalecer
en las actividades y preparación del Equipo para la Jornada. A continuación señalamos
algunos:
Los criterios fundamentales que han sido enumerados, se comprueban en los frutos
concretos que acompañan la vida y las obras de las diversas formas asociadas; como
son el renovado gusto por la oración, la contemplación, la vida litúrgica y sacramental;
el estímulo para que florezcan vocaciones al matrimonio cristiano, al sacerdocio
ministerial y a la vida consagrada; la disponibilidad a participar en los programas y
actividades de la Iglesia sea a nivel local, sea a nivel nacional o internacional; el
empeño catequético y la capacidad pedagógica para formar a los cristianos; el
impulsar a una presencia cristiana en los diversos ambientes de la vida social, y el
crear y animar obras caritativas, culturales y espirituales; el espíritu de
desprendimiento y de pobreza evangélica que lleva a desarrollar una generosa caridad
para con todos; la conversión a la vida cristiana y el retorno a la comunión de los
bautizados alejados.
Siendo el M.J.V.C. una forma asociada de fieles laicos jóvenes, debe tener siempre en
cuenta, en la formación de sus Auxiliares, los criterios anteriores. Necesitamos formar
y ser todos verdaderos "laicos", es decir, muchachos y muchachas de Iglesia, que
saben comprometer su vida con el Evangelio y continuar presentes en su Iglesia, al
servicio de un mundo nuevo, una vez concluida la etapa juvenil.