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¿Quién es Milcíades Arévalo?

Conversación con Jorge Consuegra


Tomado de Libros & Letras

6 de julio de 2010.

Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
M
uchos lectores y seguidores de la revista Puesto de Combate saben y conocen lo
que ha sido- parcialmente- la vida de Milcíades Arévalo, un hombre que ha
conocido las duras y las maduras, que recorrió el mundo siendo marinero, que
vendió libros por lo todo lo largo y ancho de la Costa Atlántica, que vivió el esplendor del hippismo
y el nadaísmo en Colombia, que la mayoría de los escritores y poetas latinoamericanos han sentido
su afecto y su espaldarazo, que ha sufrido a lo largo de los años por sacar adelante su publicación
y cada día se le cierran más las puertas porque en este país hay más presupuesto para la guerra
que para la cultura, que tiene una inimaginable colección de fotografías de poetas, escritores,
columnistas, dramaturgos, editores, que todos los años lleva decenas de cajas cargadas de revistas
para ir a venderlas en la feria del libro de Bogotá, que…

El recorrido es largo. Larguísimo y doloroso. Ha sido más que un Calvario. Y él lo reconoce, lo sabe
y le duele, y aún más porque ya con 67 años la vida se le ha puesto aún más dura. A veces se
encierra en sí mismo y dura días y semanas sin pronunciar una sola palabra y no entiende cómo él,
que ha sido Mecenas de decenas de intelectuales, esté hoy asilado en el olvido, rumiando dolor y
angustia.

La Fundación Santillana para Iberoamérica, junto a la Fundación Cultural Libros y Letras le


hicieron un merecido homenaje junto a Mario Rivero director de Golpe de dados y a Carlos
Enrique Ruiz director de la revista Aleph y esa noche, con lo ojos inundados de tristeza, dijo que
habían transcurrido más de cuatro décadas trabajando por la cultura del país “y hoy estoy aquí sólo
con una carga de recuerdos, pero siempre en el olvido”.

Decidimos hablar con él y, aunque no se crea, es la primera vez prácticamente se “desnuda” de


cuerpo y alma para mostrar lo que es él, Milciades Arévalo.

Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
- ¿Cuál es la imagen más lejana que tienes
de tu infancia?
- La de un niño corriendo descalzo bajo la
lluvia camino a la escuela.

- ¿En dónde ocurrió esa escena?


- Cuando yo estudiaba en la Escuela La
Fuente, una vereda de El Cruce de los
Vientos, en 1953. Por aquella época, llegó
un señor y empapeló la escuela con
carteles donde anunciaban al presidente el
señor teniente Coronel Gustavo Rojas
Pinilla.

- ¿Cómo fueron esos primeros años en la


escuela?
- Fueron los años más difíciles de mi vida,
pues carecía de todo. Vivía con mi papá y
un hermanito menor. Por consiguiente me
tocaba hacer el almuerzo, la comida e ir a
la escuela. En mi casa no había luz
eléctrica, solo velas. Así que el día se
terminaba a las seis de la tarde. Me
encantaba mirar las noches cuajadas de
estrellas, y pensaba que mi madre debía ser una de ellas. Inclusive, esperaba que volviera. Hay un
cuento que resume todo eso, se llama “Ella no volvió”. Ahí cuento mi tragedia y mi soledad.
También tuve días placenteros, cuando llevaba la bandera patria en los desfiles importantes por
culpa de mis buenas notas. La maestra, era toda linda, sabía de las necesidades de mi hogar y de
mi soledad y me daba a beber de su leche y comer de su comida que hacía en la escuela. Yo, a
cambio le llevaba leña, para que calentara sus noches que eran tan frías como las mías. Ella y mi
abuela, fueron las que me enseñaron a escribir, y también a soñar. Mi abuela me contaba de la
Guerra de los Mil Días donde estuvo mi abuelo y regresó con un balazo en el pecho y una guitarra
en bandolera. Mientras mi abuela me contaba esas cosas, yo soñaba, soñaba e imaginaba.
Imaginar era mi dicha y mi pasión más afortunada. De todo lo que contaba mi abuela, escribí un
cuento, “El difunto”, que trata de mi abuelo cuando regresó de la guerra.

- ¿Cómo fue tu profesora?


- De mi profesora… ¿Qué podría contarte de ella? Sabía tantas cosas y era tan feliz que por la
noche se bañaba desnuda en la alberca de la escuela, ahí donde los niños jugaban con barquitos
de papel que no iban a ninguna parte. Esa parte de la escuela y de mi maestra, está en un cuento
que titulé “La segunda muerte del tío Gregorio”. Todo lo que yo escribo, no es autobiográfico pero,
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
claro, he tomado mucho de la vida, creo que demasiado, tanto que literatura y vida no se
distinguen en mí. A veces pienso que soy un personaje de un cuento. Ignacio Ramírez dijo en
alguna ocasión que yo me parecía más a mis cuentos que al que era realmente. Y es cierto. Yo soy
una historia que alguien va a contar algún día; no serán mis hijos, ni mis amigos pues he vivido
todo el tiempo en soledad, tanta, que a veces pienso que yo nunca tuve amigos, sino cómplices,
cómplices en la literatura, cómplices en el trabajo, cómplices en el amor. Es duro contar todo eso,
pero la verdad, es que soy el escritor más alejado de los escritores; ni siquiera me parezco a ellos.

- ¿Y lo lamentas?
- No. No lo lamento, pues pienso que la mayoría lo ha tenido todo, mientras que yo he carecido de
todo, pero nunca me ha faltado nada para alimentar mi imaginación. La imaginación la alimento
con las realidades, las verdaderas, las que me ha dado la vida. Por eso he hecho tantas cosas.

- Supe que te habías escapado de la casa cuando niño…


- Sí. Cuando niño me escapé de la casa por tantas privaciones y me fui a recorrer el mundo en un
barco. Desde entonces he conocido muchas ciudades, muchos puertos y muchos rostros.

- ¿Qué sucedió con tu mamá?


- Mi madre se llamaba Aurora y mi abuela Alba. Para morirse sucedió que un día amaneció preñada
y me dijo que iba a tener un hermanito. -¿Un hermanito? Ya habían nacido 9 y todavía esperaba un
hermanito. Yo pensé que de seguro iba a ser mejor que yo porque yo no daba pie con bola. Me
tropezaba con el aire, me daban duro las madrugadas al pie del ordeño en medio de la niebla, se
me regaba el agua cuando iba por ella a la quebrada que bajaba del monte como una serpiente de
plata y cristal, confundía el norte con el sur y en mi casa no había en dónde leer una palabra, ni un
libro, ni una guitarra, pero éramos nueve hermanos; los mayores nunca nos visitaban. Y los
menores apenas sabíamos hacer las cosas que no saben hacer los niños. Cuando mi madre iba a
dar a luz, me mandaron para donde unas tías. Nos fuimos una noche en el Ferrocarril del Nordeste,
pero no alcanzamos a llegar a donde íbamos porque nos avisaron por telégrafo que mi madre se
había muerto de parto. Debió ser por el vidrio de una botella rota que se le incrusto en el pie por
andar descalza y se desangró.

- ¿Sólo por eso?


- Sí. Pero también por las muchas hambres que había aguantado, la soledad en que vivíamos y
también la violencia que se veía en el campo, pues hasta nos quemaron el rancho para que nos
fuéramos de allí.

- Realmente triste todo ese comienzo de tu vida.


- Sí. Esas cosas son muy tristes para ponerse uno a recordarlas, por fortuna tengo una memoria
tan tenaz que me parece que estuviera viendo todo eso que nos pasó. De modo que por esa razón
se murió mi madre, por un embarazo, y… me dejó solo. A eso explico esta soledad que vivo en esta
ciudad. No es que no me gusten las fiestas, el jolgorio, andar con los amigos, no. Es que me siento
muy solo. Por eso prefiero pasarme todo el día escribiendo, sin molestar a nadie.

- ¿Cómo fueron esos primeros años con la maestra? ¿Cómo era ella? ¿Cómo fue tu relación?

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Entrevista de Jorge Consuegra
- Mi maestra era como de aire... La enviaban del municipio y debía vivir en la escuela. . Ella no iba
a la escuela los lunes porque llovía mucho, pero trabajaba hasta el sábado por la tarde... Yo salía a
esperarla todos los Martes a la orilla de un puente y después nos devolvíamos para la escuela
recogiendo leña, cantando, que se yo. Yo iba detrás de ella y la miraba como a un ser de otro
mundo, tanto, que hasta me parecía que era transparente, tanto así, que cuando ella se bañaba
desnuda en la alberca de la escuela, al verme me decía: “Ponme a calentar la leche que tengo frío,
gatito”. Y yo iba corriendo a la cocina y ponía a calentar la leche, para que cuando ella saltara de la
alberca a su cama, tuviera su vaso de leche calientico.

- ¿E intercambiabas con ella algo de poesía?


- Ella no sabía nada de poesía, pero sabía matemáticas, historia, cosas prácticas también, porque
sabía hacer el almuerzo y la comida. Tenía cachumbos en su pelo que era dorado como el trigo y
usaba unas faldas largas que le llegaban hasta el calcañal. Sus faldas eran vaporosas y cuando las
lavaba, colgaban de la cerca de alambre de púas que colindaba con la escuela. Me quería mucho y
en vez de decirme “huerfanito” me decía “gatico”. Y yo aceptaba el oficio de gato, y cuando iba al
monte escribía su nombre con candela. Y cuando íbamos todos los muchachos de paseo al río,
escribíamos su nombre en el agua. Pero ella no se casó con ninguno de los muchachos de la
escuela sino con un señor de bigotes y sombrero alón que un día vino por ella y se la llevó en una
carreta tirada por bueyes. Un día la vi hace algunos años. Estaba vieja, pero el timbre de su voz
estaba intacto. No tuvo hijos y murió ciega. Fue una relación linda.

- ¿Y cómo recuerdas a tu abuela?


- Mi abuela era alta, garbosa, delgadita. Mi sonrisa apenas le alcanzaba a la altura de la cadera y
siempre me miraba desde sus antiparras como diciendo: “Este chico es un demonio”. Sin embargo,
yo siempre la miraba como un ser admirable, aunque no me gustaba ir a misa todos los Sábados.
Mi casa quedaba lejos del pueblo y había que madrugar porque el cura se iba para otro pueblo a
dar misa y a cuidar sus vacas. Quería mucho a mi abuelo, que se llamaba Valeriano, yo no sé si por
el tiro de escopeta que le dieron en la batalla de Palonegro o porque de verdad se llamara así. A mi
abuela le gustaba leerme todo lo que le convenía, claro. Y lo único que le convenida era la Biblia,
las oraciones de los santos, etc. Tenía una oración para cada santo y también una oración para
cualquier suceso. Por ejemplo, cuando llovía mucho leía la “Oración contra las Tormentas”. Pero un
día cayó una tormenta tan violenta, que de nada valió la oración, ni las velas encendidas, ni las tres
Avemarías, porque de todas maneras llovió a cántaros; cayó un rayo en un árbol cercano y del
susto, mi abuela quedó muda; nunca más pudo hablar, creo que tampoco oía porque todo había
que decírselo a gritos. Antes de que eso sucediera, mi madre Aurora la bañaba en el patio de la
casa. Claro que mi abuela se ponía una paruma, que era algo así como un vestido largo y sobre el
vestido la bañaba mi madre.

- ¿Era buena lectora la abuela?


- Mi abuela sabía leer y escribía, aunque nunca escribió un cuento sino cartas. Le escribía cartas a
mi madre cuando ella estaba lejos. Recuerdo que sus cartas comenzaban siempre: “Tomo en mis
manos la pluma y el papel para enviarte este saludo”... Hoy nadie escribe así. El día que murió, yo
hice la primera comunión. Ella tenía como cien años porque ese día me dijo que sería muy bello
vivir otros cien años. Lástima que no pudo hacerlo porque todavía estaría contándome todo lo que
mi abuelo hizo en la guerra.
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Entrevista de Jorge Consuegra
- ¿Cómo fue tu abuelo a la guerra?
- Mi abuelo fue llevado no por don Próspero Pinzón sino porque se fue detrás de un burrito que
arriaron por delante, así como todo lo que encontraban a su paso. Allá estuvo mi abuelo dándose
bala con los Liberares porque eran ateos y enseñaban a bailar y todo ese mundo de “corrupciones”
del mundo moderno. Yo recuerdo todavía a mi abuela por todo lo buena que fue conmigo, porque
hasta me regaló 10 centavos el día que me fugué de la casa y me fui a conocer el mar.

- ¿Qué te decía de la Guerra de los Mil Días?


- Mi abuela me decía tantas cosas de la Guerra de los Mil Días, que se echaba bendiciones a cada
rato para poder dormir. Me decía por ejemplo, que el general Próspero Pinzón había salido de
Bogotá arriando con todo lo que encontraba a su paso: bueyes, mulas, burros, hombres y mujeres,
dejando a su paso mera desolación. Al llegar al campo de batalla, el general Uribe, debido a que
estaba perdiendo la guerra, decidió disfrazar unos cardones de rojo en las montañas para que el
general Próspero Pinzón se sintiera amilanado y echara para atrás la matanza, pero en vez de
hacer eso siguió combatiendo con machetes, escopetas de fisto, algunos máuseres que le había
quitado al enemigo, pero eran tantos los muertos, que cada vez que terminaba un combate les
rociaban petróleo y comenzaban a quemarlos. Era tanta la humerada, el olor a mortecina, los
muertos y los heridos que ni siquiera tenían tiempo de enterrar los muertos. Mi abuelo y mi abuela
al ver tanta mortandad, a ver a tantas mujeres preñadas y sacudidas por la muerte, cogieron un
burrito y se vinieron a pie desde Palonegro para el Cruce de los Vientos. A mi abuelo le habían
dado un tiro y regresó muy mal herido y al poco tiempo se murió. Por eso cuando yo me sentaba
con ella en un banco que había en el corredor, se ponía las antiparras después de limpiarlas con
Puloil y comenzaba a leer sus oraciones, las que sabía de memoria y otras de su invención, y
rogaba para que nunca hubieras más guerras, más dolor, más hambre. Sin embargo, nada de eso
se ha acabado porque hasta hoy hay más muertos anónimos en los campos, más “falsos positivos”,
más hambre y más dolor. Después de la muerte de mi abuelo, mi abuela Alba duró unos cuantos
años más, unos años más porque quería saber qué iba a ocurrir en los próximos cien años. Por eso
me pedía que estudiara para que no me fueran a quedar burro toda la vida y abusaran de mí en
toda su dimensión. Yo si aprendí a leer con mucha dificultad por falta de libros, y a escribir con la
misma dificultad de quien tiene mucha memoria pero no tienen dónde hacerlo...

- ¿Cómo fue tu adolescencia?


- Mi adolescencia fue la de un muchacho que soñaba llegar a la otra orilla del mar... vivía
estudiando bachillerato en Zipaquirá, en el Colegio Nacional. El hermano Pedro siempre me andaba
persiguiendo porque yo no llevaba el misal, ni el saco del uniforme, ni el escapulario, ni recitaba
oraciones como una lora en la capilla del colegio, ni era el más sapo, ni me metía con nadie...Por
todas esas cosas, después de cultivar flores (gladiolos, azucenas, jacintos, dalias, amapolas,
curubos, duraznos, rábanos, etc., hice lo posible por irme de la casa. Yo tendría 15 años, pero ya
había leído toda la Biblia, El Quijote, La Romana, La divina comedia, La Odisea y una cantidad de
libros que yo compraba en San Victorino cuando venía a Bogotá...

- ¿Siempre te inquietaron los libros?


- Siempre. Siempre me inquietaron los libros. Yo ahorraba para comprar libros porque en mi casa
no había, además, literariamente mi familia era completamente analfabeta, pero yo salía a comprar
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Entrevista de Jorge Consuegra
libros, y cuando me fui de la casa, me llevé mis libros y conocí el mar y conocí Cartagena, la
Escuela de Grumetes de Barranquilla. Estando un día por allí, después de prestar el servicio militar
en la Marina de Guerra, me embarqué con Ariel Canzani en su barco. El tenía una revista llamada
Cormorán y Delfín, que son animales del mar, un pájaro y el otro un pez. En la biblioteca del barco
leí cantidad de libros de poesía, narrativa, ensayos y política como tú nunca te podrá imaginar. Yo
no creo que en Colombia alguien haya leído tanto como yo “perdone la tristeza”... Mis
conocimientos en libros y en ediciones me hicieron famoso de la noche a la mañana, porque
cuando desembarqué, le dije al capitán que yo también iba a hacer una revista, no solo dedicada a
la poesía sino también al cuento, al ensayo, a todo lo que tuviera que ver con la literatura. No me
vine de inmediato para Bogota, sino que me quedé vendiendo libros en la Costa, desde el Cabo de
La Vela hasta el Golfo de Urabá.

- ¿Tuviste alguna relación afectiva en aquel entonces?


- Viví con una turca que me incendio mi biblioteca, pero al mismo tiempo conocí a muchos
escritores y pintores durante los años 60. Hablé, por ejemplo, con Álvaro Cepeda Samudio, con
el Capitán Arturo Echeverri Mejía que fue novelista y navegante, con el filósofo Fernando
González, con Alejandro Obregón, con Ciro Mendía, Luis Vidales, Gonzalo Arango y con
X-504. También tuve la grata ocasión de hablar varias veces con Germán Vargas y con muchas
más, tantas gentes que conocí que hasta pierdo la memoria de sus nombres; con todos ellos hice
amistad, inclusive les vendía libros. A mí de todo ese grupo de “La Cueva”, el más bueno era
Germán Vargas, que se pasaba de bonachón. Yo conozco muchos secretos de ellos, pero no
quiero decirlos ahora porque son parte del sumario.

- ¿Y hay muchos secretos?


- Creo que todos los escritores tienen muchos, muchísimos secretos, pero no voy a entrar en esos
detalles, son cosas póstumas, o mejor, son cosas que uno nunca debe decir de los colegas. ¿No te
parece?...

- Sigamos con tu caminar y vayamos a Bogotá.


- Cuando volví a Bogotá en 1967, viví en la casa de Eduardo Mendoza, en un apartamento que
me arrendó. Por allá, por los 70, yo escribía mucho en El Tiempo, en el suplemento dominical
porque Eduardo Mendoza quería publicarme a cada rato, ya que él era el director de Lecturas
Dominicales. En esos años también conocí más escritores, como Pedro Gómez Valderrama y
Manuel Mejía Vallejo, Gustavo Álvarez Gardeazabal, y claro, a Orietta Lozano, a Soad,
Raúl Gómez Jattin y a otro poco de gente. Por eso te digo que mi juventud fue maravillosa ¿Qué
prefiero de mi juventud? Mi libertad de ser escritor. No lo digo por vanidad o para posar de
gracioso, no. La vida es mil veces mejor, con todas sus desventajas, sobre todo las desventajas que
yo he tenido, falta de dinero, de relaciones públicas, etc. Lo poco que he recibido de la elite
intelectual no han sido más que migajas porque la mayoría son miserables, ni siquiera son
escritores, sino realmente miserables. Tanta gente a la que yo le he publicado y he apoyado, y voy
a pedirles apoyo para poder continuar en la brega, y lo único que dicen es: “Hombre, Milciades, tú
ya lo hiciste todo, ¿para qué mas? Lo que pasa es que sólo esperan que me calle pronto ¡y ya! Pero
no les voy a dar ese gusto, porque como decía mi abuelita: “Ojalá cumpla otros cien años para
saber como será el mundo”.

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Entrevista de Jorge Consuegra
- Volvamos un poco atrás ¿Por qué no llevabas misal?
- Mejor te contaré algo diferente, posiblemente extraño: Mientras sembraba flores en mi casa para
ganarme lo de los dulces de la semana, yo aprovechaba leer todo lo que cayera en mis manos. Y si
no caía nada en mis manos, vendía litros de sangre para comprar libros. Es cierto. No te invento
nada. Recuerdo que para comprar Una temporada en el infierno que vendían en la Buchholz por
$16,50, bajé al hospital San José y vendí un litro de sangre por 50 pesos, que me sirvieron para
comprar ese libro que tanto quería y otro de Raquel Jodorowsky; me quedó algo para el pasaje
del bus, porque en ese tiempo yo no vivía en Bogotá sino en El Cruce de los Vientos, en Zipaquirá.
Por eso te digo que en las horas de descanso, después de cultivar flores, yo leía de todo. Leí, como
te dije antes, la Biblia entera, La Divina Comedia, La Guerra y la Paz, El Quijote y otros libros
gordos, pero nunca en la vida se me ocurrió comprar un misal, pues me parecía que la monserga
del sacerdote no alcanzaba a llegarle a los oídos de Dios. Por eso yo iba siempre a misa sin misal y
allí, frente al altar, rezaba una oración de mi invención. Le pedía que se acordara de mi, que me
diera alientos para vivir todos los años de la vida, que nunca me faltara amor, que la gente me
quisiera como yo a ellos, y ante todo, que el cura Pedro no me sacara delante de todos los alumnos
del colegio para mofarse de mi: “¿No tiene plata ni para comprarse un misal? ¿Cómo les parece?”.
El pasaporte para llegar a Dios, según el Hermano Pedro, era el misal, que ellos mismos vendían.
Para evitar tanta sátira, tanta mofa y tanto sarcasmo, no volví al Colegio Nacional La Salle, ni
siquiera a pisar sus predios, por eso me fui a recorrer el mundo, a conocer puertos y ciudades
fabulosas. Desde entonces he creído que mi vida ha sido un viaje.

- Ese colegio formó a muchos escritores hoy famosos.


- Sí. El colegio formó a muchos alumnos, y también a algunos poetas y escritores que salieron
domesticados de sus aulas; yo los he visto hoy por ahí ocupando cargos en las oficinas del
Ministerio de Cultura y posando de genios.

- ¿Cómo fue la aventura de vender libros en la Costa?


- Vender libros en la Costa fue una aventura y casi un riesgo, porque había que competir con el
mar, los turistas, los políticos, los vagos, los analfabetas, y los que, para colmo de males, no sabían
hacer nada. Bueno, pues sucede que al desembarcar, después de varios años de navegación y en
compañía del Capitán Ariel Canzani, del que te conté arriba, que era un lobo de mar que dirigía la
revista Cormorán y Delfín que imprimía en su barco, le prometí que yo iba a hacer en Colombia la
mejor revista de literatura, sin amiguismos sino abierta a todas las tendencias imperantes, y con un
sugestivo titulo como es Puesto de Combate.

- ¿Cómo fue tu llegada a la casa de Eduardo Mendoza?


- Como yo había sido marinero de verdad y tenía que saber todo eso de electricidad y voltajes, un
día que yo estaba en la casa de Jaime Jaramillo Escobar, por más señas mi compadre, pues es
padrino del bautizo de Nicolás, mi hijo mayor, llegó Eduardo Mendoza buscando un electricista y
Jaime le dijo que yo era el indicado. Debo aclararte antes que yo conocí a Jaime Jaramillo en la
casa de Meira del Mar, en Barranquilla, y a Gonzalo Arango en Santa Marta; con ambos trabajé
años después como corrector de la revista Nadaísmo 70, y en los libros que Jaime publicaba como
la Antología de Ciro Mendía y el Libro de los Relatos de León de Greiff. Por eso, esa vez yo
estaba con Jaime, haciendo correcciones a los textos de esos libros, que años después publicó el
Banco de América Latina, entonces le dije a Eduardo que yo le servia de electricista y hasta le hice
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Entrevista de Jorge Consuegra
una conexión a su mujer. Ambos quedaron encantados con mi trabajo y yo me desdoblé y
aproveché para decirle que yo venía escribiendo desde chico y Eduardo me pidió unos textos a El
Tiempo. Y claro, los publicó.

- ¿Y ahí nació esa entrañable amistad?


- Si. Me dijo que me fuera a vivir a un apartamento que tenía en su casa. Y así fue, me fui a vivir
en la casa de Eduardo, en la Calle del Volcán, frente a la Casa de Vargas Vila. En ese tiempo
entonces conocí a Elisa Mujica, Pedro Medina Avendaño, Mario Rivero, que siempre fue
envidioso conmigo. A cada rato me hacía fieros con su revista Golpe de Dados; lástima, fue muy
envidioso conmigo y nunca supe la razón; a la hora de la verdad Golpe de Dados sólo la conocían
unos cuantos poetas de Bogotá y yo, por el contrario, quería que mi revista la disfrutara y
escribiera la gente de la provincia y que publicara gente desconocida. Por eso Puesto de Combate
dio a conocer a tanta gente nueva, que aún hoy se mantiene en la palestra; Golpe de Dados nunca
descubrió ningún poeta, todos estaban hechos, todos aparecían publicados allí cuando ya eran
famosos. En todo caso Eduardo Mendoza me dio la bendición de escritor, aunque ya en el año 66
me la había dado don Guillermo Cano en El Espectador. Ellos siempre aceptaron mis textos, lo
mismo Manuel Mejía Vallejo, quien escribió notas en Cromos y Gonzalo Arango, que siempre
consideró que había en mi si no un gran poeta, si un narrador.. Cuando uno es joven, sueña
demasiado.

- ¿Y qué viste en esa casa llena de libros y recuerdos?


- Cuando él se iba para Guateque o cuando lo nombraron Agregado en Washington, me dejada su
casa a mi cuidado y así pode enterarme de las primeras ediciones de La María, El Moro y todo lo
demás.

- ¿Y qué pasó después en tu vida?


- Años más tarde, cuando yo trabajaba en un banco, él me nombró director de la revista Mosaico
del Instituto de Cultura Hispánica. Muchos textos míos aparecieron en El Tiempo en la década del
70-80, y me los pagaba muy bien. Recuerdo que me daba 6 mil pesos, que era un jurgo de plata...
Muchos años después, tristemente, estuve en su entierro. Su mujer vendió la biblioteca de
Eduardo por miserables 18 millones de pesos a un señor muy rico. Ella no sabía nada de libros,
pero era muy buena persona conmigo. Yo la nombro en uno de mis cuentos y digo que “Leíto salía
a su patio de aromas a darle de comer polen a las mariposas del páramo o a orinar al pie del
papayuelo o a colgar sus prendas de seda en los hilos de la tarde”....

- Bien. Regresemos a aquellos años mozos ¿Cómo fue el drama de vender tu sangre para comprar
libros?
- Siempre viví el drama económico. A partir de que comenzaron a interesarme los libros, por allá en
mi infancia empezó mi drama. En mi casa no había ni siquiera un libro, solo cuando fui a la escuela
y la profe Adelfa me regaló un libro de la colección “Sembrador”, donde contaban una serie de
historias de niños perdidos, perros, dramas pequeños y cotidianos pero que uno en su mente
engrandecía, quiero decir, los volvía más trágicos. Por eso, tan pronto aprendí a leer me dio por
averiguar si esas historias eran ciertas. Sí, eran ciertas porque otros escritores también las
plasmaban en sus textos. Naturalmente desde joven también fui muy aficionado a la poesía,
plagiaba autores para enviarles poemas a mis novias y ellas los recibían como si verdaderamente
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Entrevista de Jorge Consuegra
yo los hubiera escrito, pero dentro de mi les daba las gracias a Julio Flórez, a Porfirio Barba
Jacob, a los poetas del romancero español y a otros muchos, pues gracias a sus versos yo me
conseguía novias y esa era una gracia muy bien calificada por entonces. No digo ahora porque hay
tantos poetas que cuando uno va caminando, le da una patada a una piedra y salta un poeta.

- ¿Hay una buena oferta de libros de poesía?


- Hay muchos libros de poesía, pero de verdadera mala poesía. Por eso para mí elegí desde joven a
varios de los mejores poetas que había en el escenario, como por ejemplo Rimbaud. Cuando
marinero, bien me habría podido quedar siendo eso, quedarme en los puertos, ir a donde las putas,
emborracharme... Pero yo siempre hice lo contrario, bajaba a los puertos, compraba libros y en vez
de salir me quedaba leyendo, leyendo. Fueron infinitos los libros que leí y que sigo leyendo. A
veces, cuando vienen poetas y escritores novatos a mi casa, les pregunto qué han leído. Si veo que
sus lecturas son muy superficiales, les regalo un libro de los mucho que tengo. Siempre les he
regalado libros, y podría decir, de excelentes autores. No me importa el precio que tengan, lo que
quiero es que lean tanto o mas como lo hice yo.

- ¿Y eso haces en la Feria del Libro?


- En la Feria del Libro, en el stand de Sociedad de la Imaginación, por ejemplo, no se venden
muchos libros que digamos. Entre nos, ese stand es de la Cámara Colombiana del Libro, pero me lo
dan a mi para que le reciba los libros a aquellos autores que publican su obra por cuenta y riesgo,
pero yo de alguna manera intercambio o regalo libros a la lata, o hago relaciones publicas entre los
escritores; les ayudo a los que
vienen de Montelíbano y otros de
Fonseca y otros más allá de
Arauca. Como nadie los conoce,
procuro que entren en el redil y
siempre encuentren en la Feria del
Libro una mano amable, una
palabra sincera, o un libro.

- ¿Cómo fueron esos años rodeado


de novias?
- No eran tantas. Al fin de cuentas
uno es demasiado soñador,
idealista y ante todo poeta, que es
lo mismo. Aunque a decir verdad,
hace ya varios años -no como
ahora- los poetas no eran tan
idealistas, trabajaban, sufrían,
amaban, hacían grandes
realizaciones. Por ejemplo, hoy
ningún poeta tiene una fábrica de
baldosines como Silva o como
tantos otros escritores de Boyacá o
Santander o inclusive Antioquia.
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Entrevista de Jorge Consuegra
Hoy los poetas son prácticamente una masa amorfa que no tienen dónde caer muertos porque
aprendieron a que ser holgazanes era ser poetas. Pero conocí a muchos que trabajaban
verdaderamente, como el caso de Jaime Jaramillo Escobar que vivía trabajando hasta muy tarde
todas las noches. Naturalmente hablo de los que conozco, de los que verdaderamente trabajaban.

- Pero…tú también fuiste multifacético…


- Yo trabaje 13 años en un banco, 6 años en una agencia de publicidad, pero también hice
instalaciones eléctricas en la Feria del Libro, vendí libros, tuve una librería en la Costa, cargué
racimos de guineos en el muelle. Los poetas que hoy veo, andan con un librito debajo del brazo,
esperando que alguien les de un desayuno. Claro que como te digo, no todos son así ¡Y no conozco
a todos los poetas, ni más faltaba! Pero te respondo la pregunta anterior sobre las mujeres que
siempre me rodearon. Estuve en su compañía, compartí sus sueños, les di alas a su imaginación,
les desperté los instintos dormidos y muchas de ellas terminaron siendo unas auténticas fieras. Mi
primera novia se llamaba Cielo, era un “cielote” de colita de caballo, rubia y alta como una
palmera. Fue con la primera que tuve sexo y de la manera mas extraña, en un baño, contra un
espejo. Después conocí a Argénida, una turca de ojos negros, reidora, sensual, feliz. Fumaba
“calillas” (“calillas” son tabacos delgaditos que fuman las mujeres de la Costa con la candela dentro
de la boca). Vivimos un año. Ella fue la que me quemó la biblioteca, de libro en libro... Yo tenía en
aquel entonces una biblioteca muy grande y vivía en Barranquilla, pero estaba sin trabajo y salía a
cargar guineo en el puerto. Un día, al regresar, la encontré quemando los libros y todo porque no
teníamos gas ni petróleo y ella se puso a hacer arroz y para que no se apagara la candela;
entonces la atizaba con libros de la mejor calidad, los más gruesos, que eran los que prod ucían
más calor. Después conocí a Azaria, una “sardina” que quería ser poeta, pero se casó con un
señor y se fue a vivir a Puerto Rico. Conocí a Orietta a quien amé desde el primer momento,
cuando tenia 14 años; me mostró sus poemas y me gustaron tanto, que le publiqué tres libros
(Fuego Secreto, El Vampiro Esperado, Memoria de los Espejos) y cuando fue famosa nos
convertimos en simples amigos. También estaba Mónica, con la que tuve una casa de cristal; Luz
Ángela y Bertha, que eran compañeras de trabajo en el banco. La primera se quedaba
acompañándome y cuando terminábamos la jornada, hacíamos el amor en un sillón de la gerencia.
Cosa rara: casi a ninguna les gustaba ni la poesía, ni los cuentos. Por ejemplo: con la mujer de mis
hijos nunca me entendí porque ella siempre consideró vulgares mis libros y los libros de mi
biblioteca. Por eso digo que en esto del amor, hay cosas lindas y bellas, como también amargas y
patéticas. Naturalmente que este es un inventario a medias. Sería mucho más extenso todo este
repertorio del amor en el que yo he sido el único que ha llevado la peor parte porque he tenido que
pagarlo muy caro, y todavía lo estoy pagando. El amor solo me dejó soledad. Y por eso trato de
escribir en mis cuentos cuan intenso fue ese amor o esos amores, que no son imaginarios, sino que
tienen una realidad, que yo vi crecer y morir.

- ¿Por qué esa “manía” de regalar libros?


- Me gusta regalar libros porque todo el tiempo no tengo para comprar flores. Sencillo, pero
también si vamos al grano, yo te conté que en mi casa no había libros cuando yo nací ni mucho
menos después. Mi padre era completamente analfabeto, pero era práctico en todo. Construyó la
escuela donde yo hice mis primeras letras, y luego hizo un viaducto en el Ferrocarril del Nordeste,
que iba de Bogotá a Belencito, entablilló bestias y hombres, trabajo en las minas de sal, constructor
en diferentes empresas y también boyero en una hacienda. Mi madre era ama de casa, pero tenía
Milcíades Arévalo
11
Entrevista de Jorge Consuegra
tiempo para hacerlo todo. Fue la que me enseñó a leer y a valerme de todo, aunque nada
teníamos. Quedé huérfano a los 6 años. Debido a eso, mi padre lo único que le importó fue
ponerme en la escuela que él mismo había construido, pero en la escuela tampoco había libros. Y
mucho más tarde cuando yo fui a vivir a Zipaquirá donde un hermano, tampoco había libros en su
casa, ni mucho menos cuando vine a vivir a Bogotá. Mi hermano Haroldo apenas tenía unos
cuantos libros, nada más.

- ¿Te han regalado libros?


- Sí. Muchos. En la casa de inquilinos donde yo viví en el Barrio Santa Fe, frente a la casa de León
de Greiff, recuerdo que un chico que era checoslovaco, un día que fui a visitarlo porque estaba
enfermo, me regaló el primer libro: América de Kafka. Ese día supe que la mejor las amistades
importantes se construían con libros. Luego, Teresita, la hija de doña Tera, dueña de la pensión
donde yo vivía, tenía entre sus más preciados tesoros La sembradora de lascivias que ella misma se
había ido a comprarlo a San Victorino para mí. Cuando me lo pillaron, me lo quemaron. Por eso
siempre me gustó comprar libros, para leerlos y después regalarlos. Sobre todo porque yo quería
tener grandes amistades con gente que le gustara la literatura. Un día tú me diste una significativa
cantidad de libros con la leyenda “Donación de Libros y Letras”; esos libros fueron a parar a otras
bibliotecas del país que yo mismo regalé. Actualmente tengo como 5 cajas de libros para enviarlos
a una Biblioteca de Valledupar, regalados. A muchos escritores y poetas cuando llegaban a mi casa
(o mejor) cuando se iban, se llevan un libro que yo les he regalado. Cuando yo vivía en la Costa, en
Barranquilla, tenía como 10 mil libros, muchos de los cuales quemó mi primera compañera, de la
que antes te hablé y los otros, poco a poco los fui regalando. A Raúl Gómez yo le enviaba
cantidades de libros a Cereté y lo mismo hice con Soad Louis Lacka, y con Orietta y con
Guillermo Martínez y Robinson Quintero, y en fin, a tanta gente que le he regalado libros, que
si no los quemaron o si no los vendieron o si no los regalaron, deben estar en sus bibliotecas.
También he tenido sorpresas. Una vez me invitaron a la Localidad de San Cristóbal a dictar una
charla y yo les regalé libros míos con autógrafos incluidos, y después los encontré en la Carrera 7ª,
en los puestos callejeros y tuve que comprarlos a 5 mil pesos cada uno. Eso debe suceder con
frecuenta porque yo he encontrado libros en la calle dedicados a Roca, libros de otros amigos
dedicados a Elisa Mújica y otras grandes figuras y yo claro, los compro por unos cuantos pesos. O
como me sucedió una vez, por allá en la edición No. 7 de Puesto de Combate que salí a vender
frente al Teatro Jorge Eliécer Gaitán y venía un señor de barbas y le ofrecí la revista y orondamente
me dijo: “No, gracias. Yo no te la compro porque Milciades me la manda gratis”. Como te digo, yo
regalo libros porque durante toda mi vida he tenido sed de lectura y porque quiero que otros
también vibren y sueñen y escriban como los grandes escritores.

- ¿Cómo fue la experiencia de trabajar en un banco mientras los libros esperaban a ser leídos?
- Trabajar en un banco no fue ningún problema, ni con los libros, ni con la vida, ni con las
muchachas bonitas, ni mucho menos con las feas. Yo trabajé 15 años con un banco y ocupé los
cargos de Jefe de Departamento de Información Comercial, Revisoría, Secretaría, Gerencia y
finalmente me echaron porque ya no había más cargos para mi, ni yo era un experto financiero, ni
mucho menos un relacionista público. Llegó una época en que los Gerentes y Secretarios debíamos
ir de casa en casa, de oficina en oficina, buscando clientes, y la verdad es que yo si iba a buscar
clientes pero casi siempre terminábamos hablando de libros, de mujeres o borrachos. Cuando
comencé a trabajar en ese banco, para el florecimiento de esa empresa tuvo que ver mucho el
Milcíades Arévalo
12
Entrevista de Jorge Consuegra
narcotráfico, aunque hoy se laven las manos los dueños. Desde allí se enviaban cantidades de
dinero para Tumaco, Riohacha, Santa Marta, Barranquilla y Cartagena. Oír esa época lo que se
daba en dinero era la “marimba” y para esos estaban los bancos, para lavar dinero, especialmente
mi banco. No me sorprendió que un día un personaje de esos saliera en televisión con un parche
en un ojo. Supe toda la vida que él había sido un pirata disfrazado de ejecutivo. Para matizar el
ambiente te diré que los nadaistas también se metían mucho en eso de ser “mulas” y llevaban
droga a los EUA... Recuerdo que a Elmo Valencia lo detuvieron en Panamá con su mujercita y
otras “mulas” y estuvo pagando cana en EUA como 10 años. Yo le ayudé a abrir una cuenta en mi
banco, sin ninguna referencia. Mucha de la plata tenía, pero como estaba preso en EUA, la mujer la
fue sacando de a poquito y desapareció.

- Pero hay una parte humana de tu trabajo en el banco…


- El banco era un mundo que se agitaba constantemente. Yo no se si tu te acuerdas que antes los
bancos no tenían la seguridad de ahora. A mi me atracaron en la oficina del barrio 7 de Agosto y
hubo como 5 muertos esa vez y yo, como siempre, salí ileso. Cuando algún cuento mío salía en El
Tiempo, desde el gerente para abajo me preguntaban quién me lo había escrito, pero poco a poco
se fueron dando cuenta que yo era escritor, que yo podía escribir sobre sus vida y me fueron
ascendiendo en sus relaciones personales. Ya no era el pequeño empleado, el anónimo empleado
que le miraba las tetas a la secretaria del gerente sino un escritor. Por eso me dieron permiso
muchas veces para ir a Cuba, a Santo Domingo, España, Panamá y París. Yo conocí todas esas
ciudades gracias a los permisos que me dio el banco, aunque, cómo es la vida, nunca me dieron
viáticos. Había gente muy chévere, pero también había gente perversa. La gente chévere por
ejemplo, nos invitaba a Cali, donde estuve junto con Daniel Samper Pizano dictando charlas
sobre periodismo y todo porque el banco tenía un periódico, El cuadre, y allí, aunque nadie
escribiera, escribía. Generalmente todo eso lo redactaba y lo corregía yo. Es más: a varios
escritores los contrataron gracias a gestiones mías, no para que escribieran historias sino para que
les enseñaran redacción y ortografía a las secretarias y en general a todo el personal. También la
plástica se beneficio mucho allí porque muchos pintores fueron beneficiados ya que el banco se dio
cuenta que tener una pinacoteca era importante y me contactaron para que yo ubicara pintores y a
muchos de ellos les compraron cuadros. Desgraciadamente lo que el banco nunca compró fue
libros. Sin embargo, cuando yo salía del banco por la noche, me reunía con Juan Manuel Roca y
otros poetas en la cafetería Monteblanco, en la Calle 17 con Carrera 7ª. Allí nos emborrachábamos,
bebíamos hasta las madrugadas, lo mismo con Evelio Rosero y otros escritores que hoy no
parecen no ser de este mundo. Y digo eso porque yo los conocí mucho cuando nadie sabía de ellos,
cuando nadie daba un centavo por ellos. Cuando la gente del banco se dio cuenta que yo escribía,
lo que más rabia les daba no era que yo apareciera en los periódicos de vez en cuando y que ellos
no podían hacer lo mismo. Esa gente de los bancos, la mayoría de empleados son pequeño
burgueses que quieren tenerlo todo y no les importa a quién tengan que enlodar para que los
asciendan.

- ¿Hubo gente así?


- Si y eso sucedió con uno de mis jefes quien le dio por hablar pestes de mi, a decir que yo me la
pasaba escribiendo y comenzó a pasarme memorandos, hasta que se rebosó la copa y me retiré
dignamente en 1987, para ser exactos. Son muchas las historias que yo podría contarte…Perdona
mi tristeza como decía César Vallejo.
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
- ¿Qué pasó con Cielo, Orietta, Bertha?...
- Todas las mujeres que han pasado por mi vida, algunas han hecho cosas célebres y otras no
tanto. La primera de ellas fue Amalia, cuando yo era niño. A ella le gustaba bañarse desnuda en
un río que pasaba cerca de mi casa y que era tan cristalino y puro como en ninguna otra parte del
mundo. Un día fui con ella al Cruce de los Vientos a traer agua bendita para su mamá y como era
un día de mucho calor, ella decidió bañarse en la pila del agua bendita el pelo, la cara, el cuello y el
pecho, pero llegó el cura Ruperto y la pilló haciendo esas cosas y la sacó de la iglesia a fuete. Ella,
en todo caso, con el tiempo se casó con un señor muy importante de la vereda y tuvo muchos hijos
y todos fueron modelo. Modelo en el hogar, en el colegio, en la familia. A Sofía la conocí en
Zipaquirá cuando yo estudiaba en el Colegio Nacional. Ella era de lo más linda, pero su papá era el
matón del pueblo y lo único que hizo cuando ella cumplió 18 años, fue casarla con el chico más rico
del pueblo. Fue una historia muy hermosa porque en esa época yo era acólito y entraba a todas las
casas del pueblo. Y de tanto entrar en la casa de Sofi, un día me descubrió todos sus secretos.
Inclusive yo fui el acólito cuando ella se casó. Después me vine a Bogotá a estudiar y conocí a
Teresita, a Cielo, a Amparo, Argénida. A todas ellas las describo bastante bien en El oficio de la
adoración.

- ¿Siempre han sido ellas protagonistas de tus libros?


- En casi todos mis libros he descrito mis amores, las mujeres que amé, la que significaron algo en
mi vida. Si me preguntas por Orietta, para mí es la que mejor escribe poesía erótica, y creo que
en Colombia, ninguna, ninguna poeta llega a las alturas que ella toca, porque es única. Lástima que
este país de devoradores y antropófagos casi nadie se de cuenta de lo que ha sido Orietta en la
poesía colombiana. Marcela, otra de mis novias, tú la conociste en la Feria del Libro, fue casi un
sueño para mí, porque desde que leyó El Oficio de la Adoración en 1988, se enamoró de mí y sólo
tuvo ocasión de decírmelo en 1995, cuando cumplió 20 años. Ella terminó siendo una actriz
famosa. 20 años me parece la edad más hermosa de la vida, inclusive ella ilustró con su cuerpo
varias portadas de Puesto de Combate. Y en mi libro Manzanitas verdes al desayuno, la portada la
ilustra mi más reciente amor: Angélica. Y curiosamente tiene 20 años y estudia periodismo en la
Central.

- ¿Cómo fue la vida de El cuadre?


- El Cuadre era un periódico de Bienestar Social del Banco; allí hacíamos una especie de periodismo
cultural y social como toda empresa. Teníamos corresponsales en todas las ciudades y cada
sucursal enviaba sus artículos. Yo me encargaba de redactarlos para que se vieran un poco más
literarios sin perder la esencia social, cultural y deportiva. Con las demás oficinas hacíamos una
especie de campeonato y yo me encargaba de hacerles la corrección de estilo. Inclusive una vez
fuimos con Daniel Samper Pizano a Cali y estuvimos como 5 días. Él nos dictaba charlas sobre
periodismo y de paso sacaba a darle solecito a su mujer. Yo me encargaba de tomar las fotos;
siempre he tomado fotos, tanto de las actividades sociales como de las deportivas. Además de eso,
muchas veces y durante varios años participé en los campeonatos de caminatas, atletismo y otras
actividades. Todo eso sucedió mientras duré en el banco y mientras me duraron las ganas, las
cuales me fueron quitadas por Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo y Héctor Rojas Herazo.

- ¿Qué sucedió?
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
- Una vez que salimos de “El Cisne”, nos fuimos a llevar a una amiga a La Soledad. Y pasando por
debajo del puente de la Calle 26 con Avenida Caracas, se nos varó el carro. Dijeron que era
gasolina y yo me bajé a tanquear, con tan mala suerte que asomó un carro por debajo del puente y
¡tras! La gasolina salio volando y yo quede empapado, con una pierna en las costillas, vuelto
polvo... Recuerdo que entre todos me llevaron a la Clínica San Pedro Claver y allí estuve como dos
años enyesado. Hay un cuento que se llama “Juegos de azar”, en Manzanitas Verdes para el
desayuno que relata esa cosa y cómo sufrí, tanto, que hasta fui perdiendo a la mujer (claro que ella
nunca ha sido mi mujer porque si lo fuera, hoy viviríamos en un idilio. Ella vive en Girardot y yo
aquí en Bogotá trotando, dándole vueltas al mundo). En todo caso, El Cuadre siguió funcionando, y
como no había más cargos para mí, me iban a mandar a trabajar en la revista Credencial, pero
como debía renunciar al Banco, preferí retirarme del banco y también de la revista. Eso fue en
1987.

- Pero haz trabajado en muchos lugares…


- En cantidad de cosas, como de electricista en la Feria Internacional de Bogota, vendedor de libros
en la Feria del Libro, corrector, publicista, fui director de arte en Publicidad Sancho, donde tenía
que corregirle los textos a los creativos. Allí trabajé 6 años. También fui Asesor Cultural de la Casa
de la Cultura de Montería. También monté una obra con el Teatro Taller de Colombia “El jardín
subterráneo”; y con el grupo nos fuimos a recorrer Europa. Presentamos mi obra en toda España, y
también en las Baleares, en Palma de Mallorca y en las calles de París. Mi vida ha sido un viaje, un
cuento, una novela, algo fantástico, aunque claro, con miles de privaciones, pero pienso que eso es
la vida, un “cuento narrado por un idiota” como dijo Hamlet.

- Cuéntame cómo era la vida en “El Cisne”…


- Cuando yo conocí Bogota, era una ciudad luminosa, la gente se amaba de una manera tan
romántica que me parecía que estaba en otro país y no en Bogotá. Poco a poco el cielo se fue
oscureciendo y la gente de por sí, se volvió hipócrita y pecadora. En 1957, yo salía todas las tardes
a recorrer la Séptima y podía ver toda esa belleza, ese sol esplendoroso cayendo sobre la ciudad.
Las muchachas usaban las faldas largas, los señores con sombrero y paraguas y hasta bufanda. No
parecían de este mundo ni de Bogotá tampoco. Existían los griles, los cafés, las tabernas, los
arrabales. Los arrabales estaban fuera del perímetro de mi visión, pero en esos paseos por la
Séptima uno podía ver a toda Colombia, conociendo esa ciudad de humo en la que por sus calles
transitaban los troles y unos buses antidiluvianos. Había muy pocos “gamines”, no había tantas
rejas como hoy. Los almacenes del centro mantenían la luz encendida hasta altas horas de la noche
y en las vitrinas se exhibían las modas de París o de Londres o de Fontibón, pero en todo caso,
había vitrinas repletas de cosas. Las calles de por sí, estaban iluminadas, tan iluminadas que uno
podía pasear por la Séptima hasta después de ver la última película, es decir, había matiné,
vespertina y noche. Los cafés, que eran donde se reunían los poetas como “El Automático” o “El
barco”, que quedaba frente, “El Club Lester”, todo eso tenía tanta vida, que a uno le daban ganas
de pasear toda la noche en sitios como esos. También existían los restaurantes italianos, entre ellos
“El Cisne”, que era un lugar donde vendían pastas y vinos y allí estaba toda esa gente que escribía,
más exactamente los nuevos, es decir, los “Nadaistas”, los que querían sobresalir con un poema,
los escritores que comenzaban, los ya consagradas, todos ellos querían estar en “El Cisne”,
compartiendo una cerveza, una pasta o un tinto. Era divertido y alegre ese mundo. Quedaba donde
hoy está el edificio Colpatria. Por todo ese sector abundaban los toreros, los poetas, los vagos, los
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
gamines, las vampiresas de la incipiente televisión colombiana como Rebeca López, Lida
Zamora y Alberto Granados, todos ellos pasaron alguna vez por allí. La “Terraza Pasteur”
existía, pero no era un sitio importante como lo es hoy. Cuando inauguraron ese edificio tan
espantoso, el lugar se volvió insufrible pues solamente se reúnen los marihuaneros y ladrones que
pululan por la Séptima.

- ¿Allí conociste a Gonzalo Arango?


- Si, lo conocí un poco más, porque yo lo había conocido en Santa Marta. Estuve varias veces con
Gonzalo Arango, con Javier Arango Ferrer, con Héctor Rojas Herazo y con mi compadre
Jaime Jaramillo Escobar; también se la pasaban allí Jaime Osorio y Jorge Bejarano que
hacían cine o hacían los primeros pinitos para hacer cine. No íbamos todos los días. Yo por esa
época- y hablo de 1968, 69 y 70-, era empleado del Banco. A la salida me reunía con Jaime y con
otros poetas, buenos unos y malos otros. Yo pasaba desapercibido, porque sencillamente era
Milciades Arévalo, un empleado de banco. Siempre han desdeñado a los empleados de los
bancos porque creen que ellos no leen, ni respiran, ni sueñan, sin embargo no era así. Ya para
entonces yo había escrito varios cuentos en El Espectador, gracias a Guillermo Cano, que fue
quien primero publicó una obra de teatro: “Bajo la Luna todos los muertos son iguales”. En el
Magazín Dominical de El Espectador me destacó como un Nuevo Autor Dramático, porque siempre
he escrito sobre teatro y lo que primero me publicaron fue un texto dramático en un acto. Después,
cuando comenzaron a construir las Torres del Parque, “El Cisne” comenzó a decaer y todos los
escritores y hippies del momento comenzaron a trasladarse a la Calle 60. Allí fundaron un periódico,
mejor dicho, José Manuel V, fundó un periódico Olvídate, pero fue en La Calle, detrás del Hotel
Hilton, donde propiamente comenzó a reunirse el hipismo revuelto con nadaísmo. Allí tenían todo lo
que uno quisiera: droga en cantidad suficiente para alcanzar las estrellas. “La Maga” tenía un
aeropuerto espacial donde todas las noches aterrizaban los ovnis que rasgaban el cielo bogotano.
Pero eso también se acabó porque comenzó la policía a rondar muy de cerca el sitio y fue así como
esos lugares emblemáticos, donde alguna vez se gestó la literatura colombiana, se fueron
acabando de a poquitos.

- ¿Nostalgia del antes, hoy?


- Mucha. Hoy no sé dónde se reúne esa casta de escritores y poetas. Yo, por mi parte, siempre
ando solo de un lugar a otro. A veces me los encuentro por la calle y nos saludamos con un simple
“¡hola!”, que más sabe a nostalgia que a amistad. En los años sesenta, la amistad era más linda,
porque primaban la literatura, el conocimiento de autores, nos estábamos empapando el alma con
Borges, con Rimbaud, con Sartre y otros autores. Podría decir que todo eso quedó convertido
en nostalgia.

- En esos años ¿eras absolutamente feliz?


- Yo no sabría decirte si era feliz o no. Nunca he experimentado sensaciones de felicidad pasajera,
ni de felicidad mensual, ni de felicidad anual; considero que durante toda la vida he sido
eternamente feliz. Nunca, por ningún motivo me dejé vencer por la envidia o el deseo de tener
más. Me he conformado con tener lo necesario para vivir y lo necesario para mí ha sido el aire que
respiro, el agua que bebo, los labios que beso, la mujer que me ama, los amigos que tengo, mi
imaginación, la que cultivo diariamente, los paisajes que veo durante mis viajes, los asombros de
mis amigos, la sonrisa de un niño, la ternura que me despiertan los animales, el perfume de una
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
flor, los colores del día, la lluvia. Todo el mundo detesta la lluvia, yo no. Hasta escribí un libro
llamado Inventario de invierno, porque amo la lluvia, su caída sobre mi rostro, sobre el cabello de
una mujer, sobre el cuerpo de una mujer. Me pasaría toda la vida viendo llover, no como Isabel en
Macondo sino como yo, ver caer las gotas del techo de mi casa y las evocaciones que eso me da.
Pero también he sido feliz a la orilla de un río, un día caluroso y ardiente de esos ríos que yo conocí
en el trópico donde yo mismo parecía una barca abandonada a sus orillas. La felicidad es también
escribir sin medida. Yo escribo mucho, corrijo demasiado, pero casi nunca publico. Mis primeros
contactos con la literatura fueron las cartas. Desde Fernando González, Gonzalo Arango y
Jaime Jaramillo, hasta las cartas de Henry Miller, todos esos escritores que han escrito cartas
me han fascinado y todo porque al fin de cuentas lo que uno busca como escritor es un único
lector. No millones de lectores sino uno solo. Y cuando uno escribe una carta, es para una sola
persona, para un solo lector. Así pienso cuando escribo un cuento, pienso que escribo para un solo
lector. Desafortunadamente hay muchos libros que al fin de cuentas nadie lee, y hay muchas cartas
que uno escribo al viento. Claro que todas estas cosas las digo a toda velocidad como para ahorrar
tiempo en la cabina de Internet, pero algún día me sentaré tranquilamente a escribir. Pienso que la
vida me alcanzará para todo porque yo voy a vivir eternamente. Con decirte que este año también
voy a tener stand en la Feria del Libro. Muchos me han dicho que deje de hacer esas cosas, que
esas cosas son para chinos, no para mí, que este año cumpliré 67 años, pero no, no voy a dejar de
hacerlo porque entonces mi vida no tendría sentido.

- ¿Cuál ha sido tu mayor tristeza?


- La vida de todos los hombres es un conjunto de tristezas y alegrías. Si hiciera un balance, podría
decir que el fiel de la balanza se quedaría en pleno centro. He sido feliz todas las veces de la vida.
Y todas las veces no quiere decir por un momento sino siempre. Pero también he tenido tristezas,
desengaños, frustraciones, todas las cosas que padecen los hombres y las mujeres que habitan
esta ciudad, este país, este mundo. Cuando yo fui niño, sufrí muchas tristezas. La primera de todas
fue la de haber nacido en un hogar pobre, pero totalmente pobre, en la que no había nada para
comer; en un hogar donde éramos arrendatarios de una mala persona que un día nos quemó la
casa para que saliéramos de allí, no porque nos fuéramos a apropiar de la tierra, sino por pura
maldad. Nos quemó la casa y tuvimos que quedarnos mirando cómo el incendio iba apañando
todas las cosas...Fue algo triste y conmovedor. Eran tiempos de Violencia, eran días del 9 de Abril y
las chusmas enceguecidas querían arrasarlo todo. Por eso ardió mi casa y la cosecha de maíz que
mi padre había sembrado, ¡Todo! Después nos tocó seguir dando vueltas por el Cruce de los
Vientos y por esos días se murió mi madre a quien yo consideraba mejor que la Virgen de Fátima.
Por ella escribí un cuento muy lindo que se llama “Ella no volvió”, que inclusive ganó un premio y
que hace parte de mi libro Inventario de Invierno. Después de eso, yo no sé cuántas veces he
estado triste, porque son incontables las veces. También estuve triste la vez que no me dejaron
entrar al circo en el Parque de la Independencia porque no tenía para la boleta y tuve que hacerme
pasar por hijo de otro señor para que me dejaran entrar. Estuve triste cuando Argénida, la mujer
que yo tenía en Barranquilla me quemó la biblioteca. Estuve triste cuando quemaron el Palacio de
Justicia, porque toda la noche oí el bombardeo y además, porque mis hijos también lo oyeron toda
la noche, dado que nosotros vivimos a unos pasos, en el barrio La Candelaria. Estuve triste cuando
a Cielo la operaron de la apendicitis y ella guardó el pedazo de tripa varios días en un frasquito; a
mi me parecía que ese pedazo de tripa era parte de su alma. Me sentí desgraciado y triste cuando

Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
supe que mi hija Iohanna sufría de lupus herimatoso y diabetes y eso no lo arreglaría ninguna
medicina.

- ¿Y tu esposa?
- Nunca le han gustado las historias eróticas que escribo, siempre dice que son las historias de las
mujeres con las que me acuesto. La verdad es que eso es falso. Hay historias que me sucedieron,
es cierto, pero como padre, se que he sido el mejor padre del mundo y que he preferido antes que
nada ser padre que escritor. En eso me diferencio del resto. Para mi la literatura no es más que
alimento para el espíritu porque eso no da para vivir, pero qué grandes sueños se tienen a través
de ella.

- Pero hay mucha tristeza en tu alma…


- Si. Es verdad. Y fíjate que otra de mis tristezas es que nunca he podido conseguir un patrocinio
para publicar mis libros y tampoco la revista, tanto así que hoy lo único que pido es una ayuda que
me permita llegar al No. 80, y al menos publicar dos o tres libros que tengo inéditos. Con solo eso
podría quitarme la tristeza de encima. ¿Qué más podría decirte de mis tristezas? La verdad es que
la tristeza de mi vida no cabe en este mundo y también digo de la felicidad. Mi felicidad no cabe en
el mundo, porque he amado todo lo imposible y tal vez eso es mejor que haber escrito miles de
libros.

- ¿Qué hechos del hombre te han puesto a reflexionar?


- No se si te pueda responder bien la pregunta que me haces, porque hechos hay muchos,
muchísimos que me han dolido, que me duelen, que son como una herida que nunca cicatriza. Por
ejemplo, la violencia que el país ha padecido durante todas las épocas, durante todos los años es
un hecho que no he podido olvidar. A mi la violencia no me ha golpeado como para estar
quejándome todos los días (a no ser como cuando le quemaron la casa a mi papá y tuvimos que
quedarnos toda la noche viendo como ardían las pocas cosas que teníamos), pero he sido testigo
de una violencia tan radical y tremenda como la que ha padecido Colombia desde sus inicios, más
particularmente a partir de la Guerra de los Mil Días. Recientemente y también porque mi abuela
era muy conversadora conmigo, me puse a leer cuantos libros se han escrito sobre esta guerra y
supe que no fue una verdadera guerra sino simplemente una matanza en la que no se combatía
por ningún ideal sino por un trapo rojo y otro azul. Se daban garrote, patadas, pedradas, cuchillo,
con lo que fuera con tal de que el otro cayera muerto. Perdimos Panamá y perdimos el sentido de
nuestra historia donde los únicos ganadores fueron los más pudientes, que de alguna manera
acrecentaron tanto su poder económico como político. Otro hecho que me sacudió fue el 9 de Abril
donde prácticamente se acabó la República y comenzaron a aparecer en el campo las bandas de
“chulavitas” y asesinos de todos los colores, y que más tarde dio como consecuencia la creación de
las guerrilla comunista, que en ese entonces luchaba por un ideal, pero después apareció la coca y
todos los principios se desquiciaron, y comenzaron a aparecer los narcotraficantes, los capos y los
paramilitares que prácticamente querían acabar no solo con el nido de la perra sino con el país, casi
al amparo de las autoridades tanto civiles como militares. Hoy Colombia parece más un cementerio,
que un país posible.

- ¿Y lo sucedido en el Palacio de Justicia?

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Entrevista de Jorge Consuegra
- Si, me afectó mucho la toma del Palacio, debido a varios factores, entre ellos porque yo vivo a
casi tres cuadra de él y durante toda la noche oí los cañonazos, las balas, el color de la muerte y a
causa de eso, mi hija Iohanna, cada vez que oye algún estruendo, comienza a temblar, no de
miedo, sino porque su sistema nervioso colapsó. Por ahí tengo un cuento que se llama
precisamente “En nombre de la democracia”, que refiere ese suceso.

- ¿Y en plano cultural qué te ha puesto a pensar?


- Lo mas sobresaliente fue el Premio Nobel a García Márquez. Me alegré enormemente, que uno
de los escritores colombianos se ganara semejante premio, y a la vez, porque la literatura
colombiana despertó de su adormecimiento. Ya no eran los “piedracielistas”, ni los poetas
acostumbrados a hacer versos transparentes como si fueran seres intocables, sino que la literatura
se volvió humana, Se podía tocar.. Uno podía ver a los escritores, oírlos hablar, conversar con ellos
sin tanta sacralidad ni solemnidad como se hacía antes. Eso sirvió para que en los pueblos y
ciudades de la provincia también surgieran poetas y escritores con otras posturas, con otros sueños
y con otra manera de ver el mundo. Otro hecho importante es naturalmente la comunicación, que
ha servido entre otras cosas para romper el aislamiento a que nos tenían sometidos. Esta
comunicación se traducía en cartas que iban y venían desde Alaska hasta la Tierra del Fuego, con
algo muy importante que se llamaban revistas culturales. Y fue así que nacieron cantidad de este
tipo de publicaciones en Colombia y nuestro pensamiento comenzó a ir al exterior, las ideas
comenzaron a fluir. Y es allí donde se gestan revistas tan importantes como El corno emplumado,
Mito, Letras Nacionales, Pájaro Cascabel,
Cormorán y Delfín, O Pasquin, etc. Eso
fue importante para nosotros los que no
teníamos una cultura literaria; esas
publicaciones nos ayudaron y marcaron
hitos importantes en nuestra vida.

- ¿Qué te exaspera?
- Me exasperan muy pocas cosas, pero
tal vez soy impaciente cuando me dicen
“espere” y demoran cientos de años en
darme una respuesta. Y tal vez es porque
cuando alguien me pide un favor y puedo
hacerlo, no demoro en corresponder. Por
ejemplo: si alguien me dice: “¿Tiene una
foto de tal escritor?”, yo no me pongo
con rodeos me voy a buscarla, “espere a
ver si la encuentro”. Soy en todo caso
oportuno, pues sé de la importancia que
cada persona tiene para hacer algo. Por
ejemplo: cuando pido un aviso para la
revista, me exaspera que se tengan que
consultar a cientos de funcionarios para
que al final me digan no. Me exaspero
cuando viajo en bus, cosa que
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Entrevista de Jorge Consuegra
frecuentemente hago, me exaspera que se demore uno tanto de ir de un lugar a otro. Pero todo se
debe a la demora en todo como estamos acostumbrados los colombianos. Para no exasperarme,
siempre llevo un libro en mi maleta y mientras todo eso sucede, lo leo o hago otras cosas. Por eso
digo que yo creo no exasperarme mucho. La paciencia es una de las gracias que da la sabiduría, los
años.

- ¿Qué cosas te conmueven?


- Entre las muchas cosas que me han conmovido están por ejemplo, la muerte de mi madre,
aunque no tanto porque yo creí que estando muerta estaba viva en otra parte, porque como decía
mi abuela, que cuando uno era bueno, se iba a vivir al cielo, y entonces yo la imaginaba viva pero
en el cielo y me pasaba mirando para arriba a ver si de un momento a otro mi madre se acordaba
de mi y miraba hacia abajo, hacia donde estaba su hijo cuidando una cabra a la orilla de un río.
También me conmovió mucho la vez que yo estaba parado en la esquina del atrio de la catedral de
Zipaquirá (o sea el Cruce de los Vientos), por allá en el año 52, en la representación de “Los
Mártires Zipaquireños”. Yo creí que era cierto que lo que estaban representando esos señores que
llevaban en un camión, colgados de las manos y heridos por todos los costados. Nunca se me
olvidarán las lágrimas que derramé porque creí que eso era cierto. Y años después, en el 56,
estando en el mismo atrio de la iglesia, vi a unos señores amontonados alrededor del kiosco de
periódicos leyendo la noticia de que unos camiones habían estallado en Cali y habían matado a no
sé cuántas personas. Eso fue terrible, porque para esos días no solo la muerte de esos seres
anónimos me conmovió, sino también la muerte de “Pateperro”, un perro canijo que iba conmigo a
todas partes.

- Un primo tuyo estuvo en Corea…


- Eso también me conmovió. Cuando vino mi primo Martiniano de la Guerra de Corea, a la que lo
había llevado “El Batallón Colombia” para que lo mataran dos veces. Cuando el volvió de la guerra
fumando cigarrillos Camel y lo vi, no creí que fuera mi primo, sino su sombra y como sombra lo
seguí tratando varios años sin olvidar jamás el olor a cigarrillo Camel que le habían dado los gringos
por matar a no sé cuántos coreanos. Son tantas cosas las que me han conmovido en la vida, como
por ejemplo, la vez que Teresita entró volando a mi habitación (cuando yo apenas tenía 15 años);
se paró frente al espejo y me pidió que cerrara los ojos para que no la mirara mientras se
desnudaba. Yo, con la belleza en todo su esplendor a mi lado, no resistí la tentación de verla y los
abrí más…. Cerré los ojos y cuando ella me dijo: “Ya puedes abrirlos”. Pero quizá lo que más he ha
conmovido son los miles de desplazados, muertos, torturados, desaparecidos, masacrados, violados
que ha tenido mi país durante los últimos años. Son tantos muertos por parte del Estado, por parte
de los paramilitares, de los guerrilleros y demás bandas criminales que operan en todo el territorio,
que hay días en que me levanto y me pregunto si vivo en Colombia o en otro lugar del mundo. Si
eso sucede en mi país, ¿es que verdaderamente no existe la justicia? Pero ese sería otro capítulo al
que habría llamar “El país de los muertos”.

- ¿En Colombia nos hemos acostumbrado a morir?


- Jorge, nadie se ha acostumbrado a morir, nadie. Aquí las cosas suceden de otro modo, nos han
enseñado a ver morir a la gente sin decir nada. Y eso viene sucediendo desde mucho antes, desde
que los españoles pusieron sus inmundas patas en estos territorios donde adorábamos al sol y las
estrellas. Claro, el español acostumbrado a matar, después de tantos años de guerras con los
Milcíades Arévalo
20
Entrevista de Jorge Consuegra
musulmanes, y después la inquisición, y después la conquista de América, a nuestros indios, que
eran salvajes y puros, los fueron matando por montones. Después con la tenencia de la tierra y la
religión continuaron matándolos, para que no quedara ninguno. Hoy en día los siguen matando y
nadie dice nada. Sucedió con la Guerra de los Mil días, y sucedió con La violencia de los años 50, y
sucedió con los paramilitares y guerrilleros de los últimos años. Nos hemos acostumbrado a ver a la
muerte de frente. Y los que de alguna manera se han sacudido ante tanto horror, también
terminarán por matarlos. Es casi una condena eso de que la muerte esté en todas partes. Si
viviéramos en México, al menos tendríamos alguna razón válida para adorar la muerte (porque allá
celebran el Día de los Difuntos con una fiesta), pero vivimos en Colombia que ni siquiera los
muertos viven en Paz porque los desaparecen con los falsos positivos, porque los desaparecen por
apropiarse de sus tierras, porque los desaparecen por decir la verdad. ¿No te parece entonces que
la muerte siempre ha estado en nuestra vida? A mí me duele ver tantos muertos y sobre todo,
tanta gente que es capaz de decir algo y no lo dice. Yo no entiendo como un presidente es capaz
de decir que un General Plazas es inocente cuando fue el que mando matar (según dicen los
periódicos), a once personas que nada tenían que ver con la toma del Palacio de Justicia. Por eso
reina la impunidad, por personas como nuestro presidente, como nuestro candidato Santos (el
organizador de los falsos positivos), como nuestro ejército, como tantos senadores que por fortuna
hoy en día tienen en la cárcel y que cometieron tantos crímenes en los departamentos de la costa
tan solo para apoderarse de las tierras del pobre campesino. Nosotros vivimos en un Paraíso, es
cierto, Colombia es un paraíso, hay todo lo que tú quieras, pero si lo miramos bien al fondo,
podremos descubrirle sus heridas, causadas por las mafias de la muerte. Yo personalmente seré el
último en acostumbrarme a morir. quisiera vivir eternamente para algún día poder escribir sobre mi
país y todo lo que me ha dolido, lo que me han dolido sus dirigentes insensibles al dolor humano.
Todo esto que escribo, es posible que tenga muchas inconsistencias que no he podido corregir a
tiempo. Aunque como te dije al comienzo, yo siempre digo la verdad, aunque la verdad me mate...

- ¿Qué te conmueve más: un indígena pidiendo limosna en la ciudad, regalar un voto por un tamal,
un hijo convertido en un “falso positivo”, un presidente que le dice “mentiroso” a un Magistrado?...
- Todas esas cosas me conmueven tremendamente.... pero también tengo mis observaciones. Por
ejemplo, es cierto que durante los últimos años ha habido un gran desplazamiento del campo a la
ciudad, pero cuando veo a un indígena pidiendo limosna no me conmueve tanto, pues pienso que
ellos deberían estar en sus resguardos, en su tribu, en su entorno. Como es posible que
diariamente veamos una cantidad de mujeres indígenas en la carrera 7a, con hasta 10 o doce
peladitos, comiendo helados Mc Donals y bien vestidos y pidiendo limosna... Yo he visto a muchas
de esas indígenas que por la tarde vienen a recogerlas y a contabilizarles el producto, miembros de
la misma tribu. Seria muy injusto de mi parte, pero esto lo he visto varias veces. En la costa es
frecuente regalar un voto por un tamal y no solo por un tamal sino por cincuenta pesos, cien,
doscientos pesos, o la cantidad necesaria, pues esos hacendados de allá terminan siendo
compadres con todos los pobres de la tierra el día de las elecciones. Claro, se aprovechan de la
"cheveridad del costeño", pero su riqueza nunca la va a compartir. Pudimos verlo cuando las
Autodefensas se hacían sentir en la costa. Podían despojarlos de todo cuanto quisieran. Y las
Autodefensas nunca fueron un brazo de la ley sino de los gamonales, de los terratenientes, de los
hacendados. Este fenómeno se vio no solo en la costa, también el interior del país. Lo de los falsos
positivos, es quizá lo más doloroso que se hayan podido inventar en este país. Cómo es posible que
se juegue con la necesidad de quien necesita un trabajo, para trasladarlo a otro sitio y matarlo
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
haciéndolo pasar por guerrillero Claro que la violencia siempre ha existido, la mano negra siempre
ha existido, la violencia siempre ha existido en Colombia particularmente y de un modo muy
particular. A mí no se me hace extraño.. Es que Colombia es ciega, es que los dirigentes
colombianos son ciegos, es que la vida de un ser humano vale huevo. No hay derecho. Recuerdo
que Hitler dijo que el pueblo alema fue el culpable del genocidio que el cometió. De la misma
manera diré yo: Colombia es culpable de tanta barbarie. Los ciudadanos colombianos son también
culpables de tanta barbarie por haberla permitido. Todos los colombianos somos culpables de
tantas muertes, no nos lavemos las manos diciendo que solo el que esta en el poder tiene la culpa.
De los falsos positivos somos tan culpables como el presidente que tenemos, no nos digamos
mentiras. Si no es cierto, entonces por que Santos esta candidatizado para ser el próximo
presidente. El Presidente no me conmueve cuando le dice Mentiroso a Un magistrado, no mas
faltaba. Juzguen ustedes, desde el comienzo de su mandato ha sido un mentiroso frente a un país
que acepta la mentira. Tenemos el presidente que los colombianos han querido mantener, un
mentiroso y solapado dirigente político. Cómo es posible que frente a las desapariciones del Palacio
de Justicia salga a defender a Plazas, y mucho antes, cómo es posible que haya salido a defender a
Noguera, cómo es posible que haya salido a gritarle a unos manifestantes en Cali “Venga y me lo
dice marica”, cómo es posible que crea que por ser presidente la única verdad sea la de él. Me
duele este país que tenemos, pero me duele mucho mas cuando me doy cuenta que todo el mundo
le haya creído el cuento, sobre todo cuando habla como si fuera el Papa, dios en Persona... Bueno,
yo no soy un político y tú apenas me pediste una opinión.

- En todos los 67 años vividos, ¿cuál fue la década que más sentiste correr por tus venas la
literatura?
- Yo creo que toda la vida ha sido para mi una experiencia, un goce, una aventura, un sueño. Es
cierto, tal vez porque desde niño siempre viví expectante, pendiente de cómo la gente hablaba, y
más tarde, cuando toqué los libros, creía que todo lo que contaban era verdad, tanto en una novela
como en un cuento, y lo tomaba para mí como modelo de vida. Tal vez por eso he estado tan
equivocado en el mundo, creer que la ficción es mi realidad, pero que la realidad es cosa cierta, lo
es. Eso no me ha defraudado en nada. ya te dije que en mi casa desde el momento en que nací
hasta que conocí la escuela, nunca tuve un libro en mis manos, y eso fue hasta los siete años. Me
gustaba más oír a mi abuela que aprender a leer. Y sin embargo aprendí a leer sin que nadie me
enseñara, de la manera más prosaica. Si veía que en un talego estaba pintada una monja, la
asociaba con las palabras que estaban escritas: Harinas La Monjita, por ejemplo. La harina estaba
en la bolsa. La monja trabajaba seguramente en un molino. Y todo se reducía a leer. Harinas La
Monjita. Eso lo explicó García Márquez años más tarde, en Cien años de soledad, con motivo de
la Fiebre del Olvido. Había que ponerle nombre a las cosas para que nos se le olvidara a uno el
nombre de la cosa en sí. Después que aprendí a leer lo que más me gusto fue la Poesía, sobre todo
la del siglo de Oro, y más luego García Lorca, Miguel Hernández, el cante jondo, la poesía
gitana. Y todo porque a mi pueblo llegaban muchos circos y muchos gitanos y con solo verlos me
imaginaba otros mundos, llenos de colores y música. Con poesía o mejor dicho, plagiando poetas
andaluces tuve muchas novias. Durante mi vida en el Barrio Santa fe, conocí en persona a León de
Greiff, me parecía tan sencillo que yo creía que era un ángel que llevaba muchas migajas de pan
en los bolsillos para las palomas del parque a la hora del almuerzo. Nunca me sedujo un León
Valencia, pero si un Julio Flórez. Las poesías de Silva me parecían demasiado almibaradas y
pegajosas, algo así como lágrimas con ariquipe.
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
Después me fui de la casa y llegue al mar. Y cayó en mis manos la poesía de Neruda y El
Extranjero de Camus, que fue mi perdición. Era el año 1964, y como te dije en un comienzo, yo
creí que la ficción era mi realidad y amé ese libro porque contaba una historia tan bella que no
podía ser cierta. Desde entonces amé a Camus, pero después llegaron Los beatniks, Kerouac,
Gonzalo Arango y Jaime Jaramillo, Cien años de soledad, el Che en Bolivia, seguí amando la
literatura con pasión, pero la verdad es que nunca he intensado ser escritor. No lo digo por maldad,
sino porque pensaba que los escritores eran otros, los autores de mis libros favoritos. Nunca he
sido prepotente en estas cosas, ni he pretendido que mi obra sea mejor que otra, porque al fin de
cuentas todas las historias son diferentes. Cuando me puse a escribir fue cuando creí que todavía
nadie había contado lo que yo había vivido. Eso me hace diferente de los demás miembros de la
tribu. No cuento las cosas con dolor, y tú lo podrás ver en Inventario De Invierno, que inclusive tú
le diste un segundo premio de novela en Pereira, en 1991. Allí cuento la vida de un niño descalzo,
feliz, riente, enamorado de la vida y del mundo, jugando con los pocos elementos que hacen de un
niño un genio de invenciones sobrenaturales.

- Quizá la época más bonita de mi vida como escriviviente, fue entre los años 70 y 80, y todo
porque era amigo de gente linda, Mendoza Varela, X-504, Gonzalo Arango. Manuel Mejía
Vallejo me pronosticaba un futuro en la literatura colombiana, me dieron el tercer premio en los
90 Años de El Espectador. me escribía con muchos poetas, Edmundo Valadés me enviaba la
revista El cuento de México, me escribían de Paris, pude publicar el primer libro a Orietta, fui
editor de la revista Mosaico II. Yo era una celebridad, casi me candidatizan para papa, y eso que en
ese momento la literatura estaba demasiado politizada. Fue una época bella en la literatura porque
todos los escritores al fin de cuentas eran amigos. Después los premios los dividieron, nadie
hablaba con nadie, sólo por interés, si tú me sirves yo te sirvo, si tu eres famoso me interesas, en
fin... Si mi literatura es diferente es precisamente para no parecerme a nadie. Recuerdo que para
Manzanitas Verdes al Desayuno, le pedí el prólogo a un escritor famoso que he apoyado en todo
sentido, y sin embargo ni siquiera se atrevió a decirme “su libro es muy malo” o cosa por el estilo.
No estoy fastidiado por esto. Al contario, los años me han demostrado que ciertas personas me dan
risa y que es una lastima que no trabajen en un circo. Podrían hacer reír a las fieras.

- ¿Con qué escritor, vivo o muerto, te gustaría encontrarte cualquier día en la calle y te pondrías a
hablar con él?
- Son tantos los escritores con los que me gustaría encontrarme en esta vida o en la otra...
Naturalmente con Rimbaud. Su vida y mi vida se emparentan en mucho. Fue rebelde desde niño,
se fue de su casa, vivió una vida bohemia, viajo por todas partes, terminó haciendo fotografías
para una Sociedad Geográfica, escribió Una temporada en el Infierno y murió de una gangrena en
una rodilla. Aunque tú no lo creas, a mí también me ha pasado lo mismo: durante varios años
estuve atado a unas muletas, casi pierdo mi pierna izquierda en un accidente, inclusive todavía se
me nota, a veces se me olvida la pierna en una silla y me voy sin darme cuenta. Además, porque
en Rimbaud se nota el espíritu francés, y yo toda la vida he estado enamorado de Paris. Otro poeta
que me gustaría encontrarme es con César Vallejo. Su vida y mi vida se emparentan también. Yo
vengo del campo como Vallejo, yo no soy un ciudadano y no tengo modales finos. Vallejo nunca
estudio ni yo tampoco, era rebelde por naturaleza, aunque no fuera capaz ni siquiera de tirarle una
piedra al Gobierno, y estuvo preso. Yo también estuve preso una vez. En todo caso me gustaría
encontrarme de todos modos con Vallejo, tanto así que cuando me gane un premio, me voy para
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
Santiago de Chuco, a conocer la casa donde nació Vallejo. Yo también amo a Vallejo, no solo por
sus poemas sino por su vida, su obra, su soledad... Con Mark Twain, también me gustaría
encontrarme, porque fue tan libre como yo. Recuerdo todos sus libros, pero especialmente el Diario
de Eva: Donde estaba ella, estaba el Edén. Con Rulfo, Miller, con Bukoswski, con todos esos
escritores que aprendieron a escribir no en la Academia sino en la vida, me gustaría encontrarme
algún día. Sé que todos los días me encuentro con ellos porque los tengo en mi biblioteca, y de vez
en cuando salen a charlar conmigo, rondan por mi casa, se tropiezan en las escaleras, saltan de un
lado a otro, fuman largos tabacos, leen mis cuentos, me dan razones de por qué se escribe así y no
de otro modo. Si, definitivamente los grandes escritores no son los que se han pasado en la
Academia dictando talleres de cómo ser escritores sino los que han tomado la vida y la vida les ha
enseñado a escribir. Con ellos y solo con ellos me gustaría encontrarme de nuevo. Con el único
poeta colombiano que me gustaría hablar siempre y que deseo no se muera nunca, es con Jaime
Jaramillo Escobar (X-504). Y con el único escritor vivo que me gustaría hablar alguna vez es con
Gustavo Álvarez Gardeazabal. Y con la única mujer que me gustaría estar siempre es con la
mujer que me ame de verdad porque solo así uno escriben cosas bellas, Desafortunadamente en
estos tiempos el amor no es mas que una comedia. Quisiera seguir extendiéndome en esta charla,
pero desafortunadamente el tiempo vuela....

- ¿Qué tipo de accidente tuviste? ¿Te angustió la situación?


- Accidentes he tenido mucho en la vida y estoy penando como dijera César Vallejo. Una vez que
íbamos con Gonzalo Arango, Jaime Jaramillo Escobar y otros escritores, debajo del puente de
la Caracas con 26, se varo el carro y yo me baje a ayudar y fui a traer gasolina a la estación
cercana y me puse a echarle gasolina al carro, cuyo tanque estaba en la parte trasera, pero al
conductor se le olvido encender las luces de peligro y vino un carro por detrás y me volvió añicos la
pierna izquierda (en eso también me parezco a Rimbaud, casi me muero de gangrena). Como la
gasolina cayó sobre mi cuerpo, yo no sentía dolor, ni mi pierna y cuando la vi ahí tirada en el
pavimento comencé a arrancármela para poder pararme porque al día siguiente me iba a encontrar
con mi novia en El Cruce de los Vientos y quería al menos estar bien presentado. Yo nunca había
experimentado algo así. No sentía dolor y veía los huesos de mi pierna, triturados, vueltos añicos.
Por fin me llevaron a la clínica San Pedro Claver. Después de casi tres horas con la piernas
colgando y sangrando por todos lados, la enfermera me dijo" Eso le pasa por borracho". Yo, que ni
siquiera me había tomado un tinto esa noche; no dejo de sorprenderme. Dos años estuve así,
enyesado, con los meniscos vueltos nada, tanto que hoy en día cuando voy caminando a veces la
pierna se suelta y empiezo a caminar al revés. Ni esa vez, ni cuando se estalló un cañón del barco
donde yo era marinero y hubo como 10 muertes me angustió tanto. De niño había visto morir a mi
madre que murió en un parto y todo porque había perdido mucha sangre días antes al cortarse un
pie con el filo de una botella de "Cabrito" que habían dejado tirada en la sementera, porque ella
andaba siempre descalza para ahorrar alpargates (Yo escribí eso en un cuento, Ella No Volvió; a los
vecinos de la vereda también los vi morir (La Segunda Muerte Del Tío Gregorio, relata una de esas
muertes); a mi perro "Pateperro", a mi hermanita Lucía que se murió en mis brazos una noche de
mucha luna y a mi padre también lo vi morir. Todas esas muertes me sobrecogieron, me hicieron
doler el alma, que es un dolor que no se ve pero que está dentro de uno y por el cual uno a veces
se pregunta ¿Por qué, Dios mío? Sin embargo esas muertes yo las considero como parte de la
película que me correspondió en la vida, pero la muerte que mas recuerdo fue la vez que yo bajaba
de la escuela, un día de mercado en la Plaza de Zipaquira, la misma plaza que le sirvió a los
Milcíades Arévalo
24
Entrevista de Jorge Consuegra
Comuneros de mesa para las capitulaciones. Bajaba yo recochando con los muchachos de la
escuela cuando de pronto un hombre se le fue a otro y le asestó como cien puñaladas
Tranquilamente tiro el cuchillo sobre el techo de una casa vecina y siguió campante y se perdió
entre la multitud. Y otras vez en Chiquinquirà, un día que me escapé del colegio y me fui a jugar
trompo con unos chinos de la calle, Efraín González, el Siete colores, se apareció en la plaza con
su cuadrilla y mató a unos parroquianos (esmeralderos serian), que iban a rezarle a la Virgen de
Chiquinquirà. Tantas muertes que he visto en la vida que a veces me da pena no tener tiempo para
sentarme juiciosamente a escribir, pero que voy a escribir si todo el tiempo me la paso trabajando
en nada para conseguir lo de la comida.

- ¿Cómo fue a experiencia de estar preso?


- Más que una experiencia fue algo así como un absurdo, y los absurdos no son experiencias.
Sucede que llegué a Zipaquirá el día que se iniciaba el Carnaval de la Sal, recién inaugurado por el
Alcalde y el Obispo. Descendí del tren --porque en ese entonces existía el tren de la sabana y
también El Expreso del Sol, que iba hasta Santa Marta--.con una tula llena de cosas, caracuchas y
recuerdos del mar, y además una pistola de soldar (Así le decíamos los marineros a los cautines
que se emplean hoy en día en electrónica). . Un policía que estaba en la estación al verme con mi
caminado de marinero, el rostro tostado por el sol y con el acento de la orilla del trópico, no le
gustó la cosa y se me vino encima. --¿Que lleva ahí? --me pregunto. --Unas caracuchas y una
pistola. El policía me dejo avanzar entre la multitud y luego desapareció en su bicicleta y se fue a
llamar a otros policía. Al poco rato me vi acorralado, maniatado a la espalda, pero no les di la llave
de mi tula y me la tragué. Volvieron a hacerme las mismas preguntas y yo les respondí lo mismo. --
Queda detenido e incomunicado- me dijeron y me llevaron a un calabozo que estaba lleno de
ladrones de gallinas, carteristas, ladronzuelos y hampones de poca monta. No tenía ni modo de
avisarle a mi papá, ni a mis hermanos, ni a un amigo, no tenía absolutamente a nadie. Eran días de
carnaval y la alcaldía estaba cerrada. Por lo demás, ninguno en mi casa sabía que yo había llegado.
Cuando los detenidos me vieron entrar a la celda, todos a una me preguntaron: --¿Y a usted por
qué lo trajeron, mano?... ¿Se robó una gallina, preño a la hija del alcalde o a la moza del cura? Yo
me quedo mirándolos, detallándolos uno a uno para verles las intenciones y les respondí: --Por
unas caracuchas y una pistola. Inmediatamente me ofrecieron sus servicios, me ofrecieron de su
plato. “Las caracuchas debían ser granadas o algo terrible" pensaron. Por la noche se esmeraron en
darme sus jergones, sus cobijas y empezaron a contarme sus fanfarronadas. Yo los miraba y de vez
en cuando escupía contra la pared donde estaban pintados los rostros más horribles, las mujeres
más inmundas y grotescas, los palitos con que contaban los días, las cruces, etc. Mientras tanto el
pueblo entero se divertía. Cada rato durante, los cuatro días de Carnaval, entraban más hampones,
más raponeros y entre ellos se comunicaban y muy respetuosamente me ofrecían parte de la
comida que sus mujeres o sus mozas les llevaban. Yo lo único que pensaba era en los poemas
Cavafis, en las ciudades que amaba, en un cuento de Gonzalo Arango, en El Extranjero. Los ojos
se me volvían borrosos de tanto mirar el techo... En fin, fueron cuatro días horribles con la peor
plebe, con la que definitivamente no intimé durante esos días de cautiverio. Al quinto día de estar
encerrado, por fin en mi casa ya se habían enterado y estaban todos al pie de la alcaldía. --Traigan
al preso. --Tiene una tula con una pistola y unas caracuhas. --¿Una Pistola? ¿En qué movimiento
milita? Oí la voz de mi padre: --El es inocente. Y mis otros familiares gritaban en coro: --Si, el chino
es inocente. El alcalde dio orden de abrir la tula. Y vaya sorpresa cuando sacaron el contenido: Una
pistola de soldar, unas caracuchas o caracoles. --Yo sabia que mi hijo es inocente --dijo mi padre
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
quitándose el sombrero. --¿Por qué no dijo que era una pistola de soldar? --me pregunto el alcalde.
--Nadie me lo preguntó. Mi padre salió de la alcaldía con la Frente en alto; Yo también. Mi madre
no pudo estar porque había muerto cuando yo tenía seis años.

- ¿Crees que la vida con los libros salva a este país del infierno político?
- Eso no es posible, quiero decir, los libros nunca salvaran a ningún país, menos a Colombia, menos
el infierno político en que estamos enclaustrados desde hace siglos. Para que los libros sean
capaces de cambiar o transformar el país, se necesitan muchos lectores, muchos poetas y
escritores buenos, no en el sentido que nos los nombran los periódicos de todos los días, sino
verdaderamente buenos, que dejen una impronta en la literatura colombiana. Hoy en día las
editoriales y publican mucha basura que la gente consume como si fueran papas fritas, chitos y
todo eso, sin reflexión ni análisis Y para colmo de males, somos un país iletrado, y todo el mundo
quiere ser iletrado. Si no hay para comprar el pan diario mucho menos hay para comprar libros. Por
lo demás, los libros están por las nubes, no quiero decir cargados de poesía sino que son muy
caros en un país que no solo produce caña de azúcar sino también pulpa de papel. Tenemos
buenas tintas, pero el papel es carísimo. Tenemos grandes, buenas y pequeñas editoriales, pero el
costo de los insumos es muy grande. Y como te decía al comienzo, aquí nadie lee por placer sino
para desaburruirse. ¿A quién no le interesa leer los embrollos de doña Ingrid Betancourt que de
la noche a la mañana convirtieron en Juana de Arco, la madre Teresa de Calcuta, la Virgen de
Fátima y otras santas? Chismes es lo que nos gusta leer. De ahí que los libros de Alfredo
Molano, por ejemplo, no se vendan tan bien como uno de Aura Cristina Gainer. La basura es lo
que le gusta al lector colombiano. ¿Cuándo un lector colombiano digiere lo que los periódicos no
dicen? Por ejemplo, cuándo se ha visto que un lector compre un libro que no haya sido ensalzado
por una gran editorial o por un comentarista de Arcadia o del Tiempo. Si el libro no esta firmado
por a, b o c escritor tal, no es buen libro. Pero yo digo todo lo contrario. Pedro Badran es un buen
escritor y eso nadie lo puede negar. Evelio Rosero es un buen escritor y eso tampoco nadie lo
puede negar. Muchos escritores del Huila, de Santander, de la costa, de Nariño o de otras partes,
son buenos escritores pero casi nadie los nombra porque los reseñadores practican el ninguneo, la
mala leche. Desconocer a otros es lo más sabroso. Yo conozco a muchos escritores buenísimos que
viven en Colombia, que publican en Colombia y que cuentan cosas bellas y buenas. Me ufano de
ello, Me ufano de que sean mis amigos, me ufano de leerlos cada vez que sale alguno de sus libros.
No hay que olvidar que vivimos en Canibalia, y al rey de allí no le gusta la belleza sino la envidia, la
confusión, la negación y el oscurantismo.

- ¿Qué es un buen amigo?


- Querido Jorge, me preguntas que es un buen amigo y la verdad es que yo no sabría como
responder tamaña pregunta. Para mi un buen amigo es un libro. el libro es capaz de hacerme
conocer lo que yo no se, de viajar por todas partes sin fatiga y sin mesura, de compartir su belleza
conmigo sin pedirme nada a cambio, de ir a todas partes sin tener que pagar el boleto de regreso.
Un libro es para mí lo más parecido a un amigo. Es capaz de compartir la fatiga del camino y
compartir el agua y compartir la belleza. Es mas, cuando veo el mundo oscuro y con ganas de
muerte, un amigo es capaz de darme la luz y darme fuerzas para llegar hasta la otra esquina. Cosa
que solo pueden hacer los libros, compartir su amistad, sus palabras, su belleza. Y de paso, eso me
permite conocer al autor de estos y otros libros. al fin de cuentas la vida es para compartirla. Y
quienes mejor la comparten conmigo es cuando me enseñan a vivir la belleza en todo su esplendor.
Milcíades Arévalo
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Entrevista de Jorge Consuegra
Yo no he tenido ni he sido de grandes amigos, aunque he sido amigo de todos sin que se den
cuenta. prefiero a un bue n amigo dejarlo vivir su vida y ayudarle en todo lo que pueda, para que
después no tenga que ruborizarse por los favores que yo le hice, ni tampoco tenga yo que
ruborizarme por los favores que él me hizo. Tengo grandes amigos que han escrito bellos libros,
bellas novelas, bellos poemas y otros que no han escrito nada, ni una palabra y que son totalmente
analfabetas pero que han sido capaces de demostrarme su amistad con lo que saben.

- ¿Qué libros haz repetido de lectura a lo largo de tus años?


- Yo he repetido la lectura de muchos libros, tanto de poemas como de cuentos o novelas, e
inclusive de historia, porque yo soy un lector empedernido de la historia y los que no leen historias
no saben donde están parados, y por eso muchas historias en Colombia hemos tenido que
repetirlas. Por ejemplo, yo leí Una Temporada En El Infierno cuando tenía 20 años. Lo compré
cuando iba bajando por la avenida Jiménez y de pronto lo vi en la Librería Buchholz, publicado por
Editora Fabril Argentina, una gran editorial que después publicaría la Antología de la Poesía
Surrealista de Aldo Pelligrini. Valía. $16.50 me dijeron. Yo no tenía ni un centavo en el bolsillo,
pero bajé corriendo al Hospital San José y le vendí un litro de sangre a un vampiro que compraban
sangre para un paciente. Me dieron una Poni malta, un huevo y cincuenta pesos. Subí corriendo a
la librería y compré el libro, que estaba traducido por Enrique Molina. Es la traducción mas bonita
que he leído, y por eso la he leído como unas cuarenta veces y me se de memoria muchos de sus
poemas. Después leí Pedro Paramo, El Llano en Llamas, América, que me había regalado el chico
dientes de conejo del Barrio Santa Fe. He leído muchas veces a César Vallejo, y a Ciro Alegría,
pero mucho más a Jorge Icaza, porque antes que nada me interesaba la cuestión indígena del
Ecuador y de toda América. Leí con mucha devoción varias veces a Fayad Jamis, a quien podría
publique varias veces y de primera mano en Puesto de Combate su poema El Horcado Del Café
Bonaparte. Cuando vivía en la costa, en el mar, mi libro de cabecera era El Extranjero. Si, yo toda
la vida he sido un extranjero, en mi casa, en mi hogar, en la ciudad, en el mundo. No estoy ubicado
en ninguna parte, soy siempre extranjero hasta en las ferias del libro, en los cocteles y en todas
partes. Siempre me gustó ser diferente-A Eduardo Mallea también lo he leído muchas veces, a
Miller, todos los Trópicos, toda la crucifixión rosada. Muchos libros loe he leído varias veces. Por
ejemplo, de Arturo Echeverri Mejía he leído muchas veces su Hombre de Talara, un cuento que
se parece a El viejo y el mar, pero es muy nuestro. También Mark Twain, Bierce, Jack London,
Bukowski, toda la literatura Norteamérica, incluyendo repetidas veces a Truman Capote. Para
qué negarte si he sido un admirador de los poemas de Jaime Jaramillo, de Cóndores no entierran
todos los días, Cuchilla de Evelio Rosero y en fin, son tantos los autores, los libros y los poemas
que he leído cantidad de veces que yo mismo me siento como si fuera parte de un texto literario y
no una persona que come, bebe, sueña, canta y llora. Pasando a otro tema, mi deseo es llegar al
No, 80, de Puesto de Combate, y también publicar por mi propia cuenta Inventario De Invierno, la
cuarta edición de El Oficio De La Adoración y la primera edición de Las Otras Muertes. quisiera
poder publicar esos libros antes de morir. Ya no soy tan joven como comprenderás., y quiera o no,
también me he ido cansando de esperar lo que no se me debe.

- ¿Qué autores no leerías por nada del mundo?


- Generalmente yo leo a todo el mundo, pero principalmente a los que apenas empiezan. Me gusta
que alguien en la calle me entregue un poema o un cuento, que alguien me envíe un correo con
poemas o cuentos. Me gusta saborear eso con toda la emoción del mundo, porque al fin de cuentas
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Entrevista de Jorge Consuegra
es una materia prima, un material incontaminado, un primer arañazo a la belleza. Claro que
muchas veces esos primeros intentos son fallidos, especialmente en los jóvenes escritores, tal vez
porque quien no ha vivido no puede contar, no puede escribir, mucho menos cuando no ha leído
mucho. Cuando yo comencé a escribir nadie me leía ¡Nadie! Un compadre mío que para mi es muy
importante en la literatura cada vez que me veía escribiendo me decía: “Deje de escribir, la
literatura no sirve, primero hay que conseguir lo de la comida, hay que producir cosas útiles. De la
literatura nadie vive, la literatura es el oficio de los vagos Ese compadre mío, después de 25 años
de silencio en la poesía, volvió a escribir, y escribió muchos libros bellos. Por eso siempre leo a todo
el mundo. Lo que me da rabia es que algunos escritores sean tan petulantes y se consideren la
mama del gallo de los huevos de oro con historias cursis. En los años 70s los escritores escribían
sobre la violencia, uno cogía sus libros y escurría sangre, y siempre el tema era la lucha fratricida,
el partido liberal contra el conservador. Hoy en día sigue la violencia, la violencia no termina, pero
nadie podrá decir que por ejemplo Los Ejércitos no es una buena novela. Es tal vez la mejor novela
sobre la violencia que se ha escrito últimamente. . Es tan buena que ni siquiera sangre hay, pero es
una buena novela sobre la violencia que estamos padeciendo. Volviendo a tu pregunta, si yo no
hubiera leído a Raúl Gómez Jattin, nadie habría dicho de él ni mú, ni siquiera el Fondo de Cultura
se hubiera interesado en sus poemas. Pero yo creí en su poesía como he creído en muchos
escritores y poetas. Por eso leo a todo el mundo. Si sus libros son buenos, están en mi biblioteca,
en el altar de mis amores, pero si el libro definitivamente es malo, no lo quemo porque el papel
esta muy caro sino que lo encesto, para que los reciclen y no escasee el papel. Un libro que yo
nunca leería, es MI LUCHA. Ni siquiera he intentado hojearlo.

- ¿Qué personajes (protagonistas) de novelas te llenan de nostalgia?


- Me preguntas ahora qué personajes de novelas me llenan de nostalgia. En realidad ningún
personaje de novela me produce nostalgia, pero hay muchos personajes de novela que recuerdo
con inmenso amor. A veces el amor produce nostalgia y tal vez eso es lo que siento por esos
personajes, porque fueron míos, porque los amé cuando los conocí, porque quise encarnarme en
uno de ellos para vivir su mundo, sus vivencias, son amores, sus terrores y desastres. Por ejemplo,
yo nunca he ido a Venecia, pero el señor Gustavo Aschenbach, asediado por la belleza y la peste,
me produce un sentimiento de desolación inmenso, tal vez porque yo he sido un solitario durante
toda mi vida, nada de grupos, solitario como un faro en mitad del mar, como un ermitaño en lo alto
de la montaña, pero también he tenido inmensos días de alegría, que se reflejan en El Vino Del
Estío de Bradbury. Esa es una novela de Alegría, que viví y amé como luego lo fue Tom Sawyer
de Twain. Esos libros me producen nostalgia, tal vez porque solo en la niñez los hombres son
felices, solo en libertad uno puede ser feliz. en las ciudades nadie es libre, nadie es feliz, así este
pudriéndose en riqueza. Yo fui feliz cuando niño y lo sigo siendo ahora tal vez porque no he
deseado más de la cuenta sino lo necesario y justo. Uno debe ser justo para ser feliz... Podría
seguir hablándote de personajes de las novelas que me han sacudido en todo sentido. lastima que
no haya ninguna novela colombiana que haya logrado hacerlo. Recuerdo con mucho cariño y
especial delectación a Aureliano Buendía, a Úrsula Iguarán, a Remedios la Bella. Recuerdo muy
bien al señor que se la pasaba fisgoneando a las muchachas del cercado vecino en Los Ejércitos, a
pesar de la violencia tenía tiempo para deleitarse y regodearse con el cuerpo de una joven que
vivía en el cercado vecino. Recuerdo con honda nostalgia, si, con verdadera nostalgia a Amarilla, de
Opio En Las Nubes, superior mil quinientas veces más que Viva La Músia; no me parece tan genial
como quieren hacérnoslo creer críticos y aduladores. Lástima que el tiempo corra tan rápido porque
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Entrevista de Jorge Consuegra
tengo un mundo de cosas que contar. Y es que a mi me gustan las palabras tanto como la música,
la armonía de los sentidos y la poesía.

- ¿Con qué escritores, muertos o


vivos te gustaría compartir un
chocolate o una buena copa de
vino?
- Hay varios escritores con los que
me gustaría compartir, si no un
chocolate una botella de vino. En
primer lugar, sentaría a mi mesa a
Samuel Becket. Su genialidad para
el absurdo me parece asombrosa.
Muchos de mis cuentos tienen un
sabor bastante absurdo. El absurdo
me vuelve loco. Oír hablar a Becket
en torno a una botella de Whisky,
para mi seria fabuloso. Recuerdo
que a mediados de los años 60,
mucho del teatro colombiano que se
veía en Bogotà tenía mucho que ver
con el absurdo, y hasta se montaban
muchas de las obras de Becket. Por
ejemplo, Acto sin Palabras. El teatro
que más me ha llamado la atención
es el teatro absurdo porque siempre
he vivido en un mundo absurdo.
Porque es absurdo que si en mi
casa, en mi primera infancia no habían libros, de tanto desearlos he tenido todos los libros que he
querido y para colmo de males, los he leído para aprender a escribir bien, por una parte, porque la
otra parte de la escritura te la da la vida.

Con otro escritor que me gustaría compartir otra botella de Whisky, seria con Charles Bukowski.
Fue un escritor terriblemente vital, pendenciero, camorrista, buscapleitos, errante, proscrito y por si
fuera poco, muy buen escritor. Me gustaría describir situaciones, ambientes lugares como lo hizo él,
r y que dejó plasmados en una cantidad de libros. Lastima que Arturo Echeverri Mejía se murió
demasiado joven, porque con el también me gustaría tomarme una botella de vino, para que
habláramos de su travesías en canoa desde la desembocadura del Amazonas hasta Cartagena, para
que me hablara del Bajo Cauca y en fin, para que me hablara de todo lo que yo no sé. Parece un
poco traído de los cabellos hablar de uno mismo, pero me gustaría tomarme un chocolate con mi
madre, preguntarle por que me dejo cuando yo era tan niño y si el cielo existe. Mi madre era muy
sabia porque a qué madre se le ocurre decirle a su hijo cuando lo ve descalzo entrando a la iglesia
el día de su primera comunión: “la pobreza no es pecado, hijo mío... a Dios solo le importa que uno
sea bueno”.

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Entrevista de Jorge Consuegra
- ¿Con Bukowski te tomarías una botella
de whisky, dos copas de vino o un café
colombiano?
- Con Bukowski, no necesariamente seria
una botella de whisky sino dos y hasta
cinco botellas de whisky escoses bien
refinado, o una copa de vino español o un
café colombiano, del mejor café
colombiano, del que hace mi amigo Jader
Rivera en Teruel (Huila), el cual no esta
sembrado al descampado sino bajo
frondosos de los árboles, bien pueden ser
guarumos, chirimoyos, aguacates o
sicomoros. Tan rico que es el olor de un
café a las seis de la mañana en esos parajes, sintiendo todavía el frescor de la mañana
impregnando en las hojas de los árboles, reverdes de tanto verdor. digo todo esto porque una vez
fui a dar un recital por esos lugares y mi amigo, que es un poeta como Aurelio Arturo y que
todavía habla del campo con esa admiración que uno siente por las plantas cultivadas por su propia
mano... No olvidare ese día. En la emisora local, frente a un vetusto transmisor me senté a leer uno
de mis cuentos y sentí que toda la selva, allá afuera, escuchaba mi voz, porque era tan profundo el
silencio que hasta el sonido de la música parecía ensordecer con el canto de las chicharras, de las
abejas y avispas. Ese, y unos cuantos campesino que habían venido al pueblo eran todo mi
auditorio. Yo me sentía como en Siddhartha hablando de tu a tu con los dioses milenarios de la
tierra. Después de leer mi cuento "Ella No Volvió", un campesino me llamó para preguntarme si
todo eso que yo contaba era cierto. Le dije que sí, que todo había sido cierto, tan ciento que hasta
mi madre se había muerto. El campesino me trajo después una manotada de plátanos y me invito a
tomar café a su casa, que era de bahareque y con tantos huecos por todas partes que el sol no
aguantaba tanto calor y se metía por entre los huecos de su casa a refrescarse. Pero era tan
delicioso su café que poco importaban los picotazos de las abejas, el zumbido de los mosquitos. Me
sentí como un héroe, porque después salimos a caminar por todas partes y hasta oímos con
tremenda nitidez unos tiros de la guerrilla y tuvimos que devolvernos. Pero lo que mas recuerdo en
su taza de café, preparado con aguade panela, la sonrisa de su hija y los ladridos de los perros.
Aunque a Bukowski no le gustaría estar a mi lugar, si me gustaría tomarme un café con él, en
una calle de Los Ángeles y revolotear de un lado a otro de la noche...

- Finalmente ¿cuál será el porvenir de Colombia sin cultura?


-No creo que haya alguien que lo sepa, pero sería un destino muy trágico. Por eso me gustaría que
me preguntaras más bien ¿Quién es Milcíades Arévalo? La respuesta es sencilla, alguien como
tú, frágil, con todos los defectos y virtudes que le dio la vida y al que únicamente la gusta la
cultura, que todos la tengan para que no tengamos que soportar un destino trágico en el futuro.

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