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Cecilia Bustamante: en la sangre tibia de la vida

por Max Silva Tuesta

Se ha dicho que la Cronología y la Geografía son los dos ojos de la Historia. Yo digo ahora
que mi anfitrión, el poeta Marco Martos, se constituye en mis dos ojos a la hora en que
espero marchar correctamente por los predios de la poesía. De ahí que leyera con avidez su
Llave de los sueños con la que abre el número uno de Documentos de literatura, número
dedicado a “La generación del cincuenta”. En la primera página de Llave de los sueños,
Marco Martos dice, a la letra: “Todos los poetas a los que consideramos en este trabajo
nacen entre 1917 (Mario Florián) y 1931 (Manuel Velásquez).”1 Tácitamente, pues, todos
los poetas nacidos después de 1931 deberían pertenecer a la generación del 60 en adelante.
Como Cecilia Bustamante y Moscoso 2 nació en 1932, su poesía debería ser la puerta de
entrada de la llamada “generación del sesenta”.
No hace más de dos años, el propio Marco Martos me recomienda que adquiera el libro
Generación poetica peruana del 60 3. Para mi sorpresa, a pesar de ser sexagenario y ya
nada debía sorprenderme, el libro comienza con la poesía de Arturo Corcuera, nacido en
1935. En conclusión, Cecilia Bustamante no existía como poeta, ella y los nacidos entre los
años 32 y 34.

Así las cosas, apelo al libro La generación del 50: un mundo dividido de Miguel Guitiérrez.
Contrario a Marco Martos, Gutiérrez estira más bien la cronología demasiado hacia delante
para incluir en ella a Mario Vargas Llosa, nacido en 1936. De este modo, los de la
generación del 60, por obra y gracia de Miguel Gutiérrez, nos hemos quedado sin el mejor
de nuestros novelistas.

Aquí sí –me refiero al libro de Miguel Gutiérrez- se encuentra el nombre de Cecilia


Bustamante, pero solamente el nombre, entre muchos otros que, en conjunto, parecen
conformar los huesos de una fosa común. Luego de consultar el índice onomástico, sí,
Cecilia Bustamante está ubicada en la cabalística página cincuenta, entre los que el autor
llama “la tercera generación [que] estaría integrada por Oswaldo Reynoso, Enrique
Congrains, Antonio Gálvez Ronceros, Luis Alvarado, Cecilia Bustamante, Luis Loayza, Arturo
Corcuera y Mario Vargas Llosa [...], nacidos entre 1931 –1935” 4.

No sé si Miguel Gutiérrez ha leído los libros de cada uno de los integrantes de la generación
del cincuenta. Por lo menos a Cecilia Bustamante parece haberla leído. De otro modo no se
explica que haya titulado su novela La violencia del tiempo, utilizando uno de los tantos
versos escritos por Cecilia Bustamante, exactamente dos años antes que apareciera dicha
novela 5, sin que su autor dejara constancia, ya no digamos que por honradez intelectual,
sino por simple cortesía, que el nombre La violencia del tiempo pertenece en realidad a
Cecilia Bustamante y Moscoso.

Hace muy poco tiempo conocí a Cecilia Bustamante en casa de un gran amigo, el poeta y
profesor universitario Aníbal Portocarrero quien, a la vez que me presentó a la poeta, me
obsequió un poemario de ella: Nuevos poemas y audiencia 6, libro con el que su autora
ganó en 1965 el Premio Nacional de Poesía.

De inmediato me llamó la atención el poema “Audiencia” y, según una vieja costumbre mía,
leí el comienzo y el final del mismo. Debo confesar que, para mi sorpresa, experimenté lo
que se conoce con el nombre de déjà vu: “Lo ya visto [que], consiste en que el sujeto, al
ver por primera vez un objeto, un paisaje, cualquier cosa, tiene la impresión viva [...] de
haberlo visto ya en idéntica situación de conjunto, sabiendo al mismo tiempo que no es
así”7.
Está demás decir que nunca había leído “Audiencia” y que, no bien pude hacerlo, cotejé el
comienzo y el final de este poema con el comienzo y el final de Cien años de soledad. En tal
cotejo encontré la clave de mi supuesto déjà vu que, en este caso concreto, habría que
llamarlo más bien “lo ya leído”.

Parifiquemos. ¿Cómo comienza Cien años de soledad? Con esta frase: “Muchos años
después”. ¿Y cómo comienza“Audiencia”? Con una expresión semejante: “Un siglo más
tarde”, verso de la primera estrofa, la cual termina con este verso sorprendente, por decir lo
menos: “estará sujeto, cien años después”. Veamos ahora la parte final de cada libro.
EnCien años de soledad, se lee: “pues estaba previsto que la ciudad de los espejos [...]
sería arrasada por el viento”. En“Audiencia”, se lee: “Egipto y el bisonte / helaron su huella
bajo tierra / en un cataclismo que el polvo fijó”.

A pesar de que Cecilia Bustamante se anticipó dos años a ese comienzo y a ese final
portentosos de Cien años de soledad, nadie en su sano juicio podría aseverar que el
novelista colombiano pudo haber etado influenciado por la poeta peruana; sin embargo, de
haber ocurrido al revés, siempre en términos cronológicos, se hubiera hablado sin empacho
alguno de una influencia decisiva de García Márquez sobre Cecilia Bustamante,
desbarrando, por supuesto, una vez más, los presuntos críticos.

Para nosotros, este hecho se trata simplemente de que estamos frente a dos creadores que,
cada uno a su modo, trata sobre el gran tema del TIEMPO y, ciertamente, sobre los
estragos que ese TIEMPO produce mientras transcurre, como fatalmente tiene que
transcurrir, sin que nadie ni por asomo pueda hacer nada para que suceda lo contrario: “Así
es la dimensión en que el hombre se mueve”, diría Cecilia Bustamante, o también:

Los que vienen y se van


con sus pequeñas vidas,
nos dicen adiós 8.
Y esas “pequeñas vidas” de las que Cecilia Bustamante habla, ¿acaso no son sino eso,
precisamente, las “pequeñas vidas” de cada uno de los personajes de Cien años de soledad?
Y, si en vez de precisar que AQUÍ ES MACONDO, se decide nombrar AQUI ES LA TIERRA
(Lima,1955), se obtendrá de este otro libro de Cecilia Bustamante, un coro del más puro
lirismo, coro compuesto por esas mujeres enamoradas y orgullosas, apasionadas y
rencorosas, resignadas y sensuales que pueblan Cien años de soledad y también, ¿por qué
no?, por ese batallón de Aurelianos y Arcadios, coro con la letra al azar de diversos poemas
de Cecilia Bustamante y con la música del TIEMPO:

Aquí sucede un rito sereno, invariable, siempre


mi corazón se hunde y se entierra
entre raíces presentes e ignoradas de los campos
y allí germina su sangre, poderosamente unida
al agua, al polvo y al viento.
Porque cálida y melancólica avanza la tierra
yo abandono mis lágrimas al tiempo.

Escucha rodar los mundos. Acoge su sonido sordo,


su sonido triste, su sonido largo y eterno. Acógelo.
Tú que moras como un solo rostro en el mundo,
alejando, rompiendo las estrellas, trizando las nubes.
He visto rotas y muertas las plantas,
he permanecido entre ramas y raíces,
entre cápsulas resecas, rociando semillas ...

Tengo como un sello en la frente un nombre original


muy antiguo. He destrozado cerrojos, he arrojado brillantes
para poder llenar un fondo dulce recién descubierto
y desde el cual todo debe elevarse.

Nadie sabe lo triste y reclinado que vive el amor

No hay rito que no hayamos celebrado,


ni miradas que no hayamos descubierto.
Todo ha permanecido en nuestro fondo eternamente,
traído desde mil generaciones para unirnos.

Mi recuerdo te tiene manando una sangre purísima,


como jamás habías vertido, y te arrastra
a una atmósfera nueva. Yo te encuentro
y te crees perdido. Me tienes y reclamas tenerme,
es como sucede en la playa cuando la arena es victoria del viento.

Ciertamente, Cecilia Bustamante, en cuanto poeta, no nació por generación espontánea.


Muchos deben haber sido sus maestros en el aprendizaje del más bello y sabio de los
idiomas que es la poesía.
La huella de César Vallejo en sus poemas es más que evidente. Incluso la segunda estrofa
de su poema “Sedición seducción”10 no puede haberlo comenzado más vallejianamente: “y
la vida me placía/su instrumento estas palomas”. Es mucho menos evidente, pero también
resulta fácil ver la influencia de Vallejo en estos versos:

mi asedio sorpresivo falla, lamentablemente. Tengo ganas de escribirlo pero estoy


totalmente dividida.11
Tales versos, repito, nacieron casi seguro bajo los auspicios de estos conocidísimos versos
de Vallejo:

Quiero escribir, pero me sale espuma


quiero decir muchísimo y me atollo; 12
También cabe la posibilidad de que la poesía de Cecilia Bustamante está influenciada por su
condición de artista plástica. Muy pocos son los que conocen esta faceta de nuestra autora.
En una suerte de apunte autobiográfico, ella anota: “obtuve una beca en la Escuela Nacional
de Bellas Artes, donde estudié y me gradué. Allí encontré a las personas más auténticas que
he conocido en mi país: los pintores aprendices de entonces y quienes algunos más tarde,
lograrían imponer sus nombres internacionalmente: Víctor Delfín, José Bracamonte Vera,
Armando Villegas, Alberto Dávila, Alberto Guzmán, Angel Chávez, Miguel Angel Cuadros,
Alberto Quintanilla, Milner Cajahuaringa, y los profesores Ugarte Eléspuru, Sabino Springett,
Teodoro Núñez Ureta, Emilio Goyburo, Carlos Quispez Asin, hermano de César Moro”. 13
De lo expuesto, se entiende por qué puede espigarse de la poesía de Cecilia Bustamante un
inusual uso de colores. “Antes de que se seque la humedad del pincel”14, nombrémoslos
pronto: “negros corazones”, “negro anciano”, “avecitas negras”, “plumas negras”, “pez
negro”, “ramas negras”, “río negro”, “baldosas grises”, “gris crispado de la niebla”,
“sombras grises”, “arena gris”, “mar plomo”, “blancas corolas”, “rosa blanca”, “flores
blancas”, “bandera blanca”, “rostro blanco”, “agua blanca”, “cuello blanco”, “cuerpo blanco”,
“piedra blanca”, “blanco mango”, “blanco eléboro”, “blanco hueso”, “arma blanca”, “blanco
potro”, “campo blanco”, “toro albo”,”blanca pavesa” “ojos verdes”, “piel verdiazul”, “mano
lapislázuli”, “sillita azul”, “chispas azules”, “costas azules”, “campos azules”, “el pájaro
azul”, “máquinas verdes”, “verde mes de mayo”, “praderas amarillas”, “globos amarillos”
“cajita amarilla”, “corolas amarillas”, “luz amarilla”, “patas amarillas”, “rosas amarillas”,
“amarilla señal”. En fin, tiempo de algún color/que asombra los guijarros grises.

Si bien es cierto que el color rojo tiene poca representatividad en la poesía de Cecilia
Bustamante (pajarillos rojos, tacitas rojas, lámparas rojas), en cambio, si lo tiene y en
grado considerable su equivalente biológico: la sangre. Veamos algunos ejemplos:

Y allí germina su sangre,


Mi recuerdo te tiene manando una sangre purísima,
Nos muestras el ritmo de tu sangre,
La sangre que a ti te atormenta,
Desarma mi corazón y debilita mi sangre,
y en las honduras de la sangre,
de agazaparnos en la sangre,
ya no es para el amor la sangre,
su mirada radiante ha iluminado mi sangre,
se estremece su sangre fina,
y sí el nido heroico de la sangre,
avanza la sangre/ en tus deseos,
sangre silente, nada más,
atisbando tras la sangre,
en su sangre sin pulir,
bajo lámparas rojas y mi sangre,
era un cuerpo mío, un peso de sangre,
Etcétera, etc. Y su último poemario escrito en inglés y ya traducido al alemán por el prof.
Wolfgang Karrer de la Universidad de Osnabrück, Colección Autores Marginados, se titula
Mother Blood. (Madre Sangre, en español). Sin caer en el llamado furor interpretativo, el
uso frecuente del término “sangre” por Cecilia Bustamante, tiene que ver con su
temperamento. Cinco siglos antes de Cristo se hubiera hablado, sin más, del
“temperamento sanguíneo”, y sin renegar de esta denominación hipocrática, debo decir que
estudios recientes han enriquecido el conocimiento de este concepto. Así tenemos que
(“temperamento sanguíneo”) denota, en quien lo posee, fuerza, temple y tenacidad. Por lo
tanto, son capaces de luchar con denuedo cuando se trata de defender lo suyo y con parejo
denuedo cuando se defienden a los injustamente maltratados. Entre la guerra y la paz en
que transcurre cada una de nuestras vidas, de hecho Cecilia Bustamante está más en
guerra. Razones biográficas pueden haber reforzado su temperamento sanguíneo. Integrar,
por ejemplo, una familia de once hermanos -otro factor compartido con Vallejo- tiene que
haber marcado indeleblemente a nuestra poeta.
Más, muchos aspectos más, se descubren en la obra de Cecilia Bustamante y se podría
hablar sobre ellos hasta términos impredecibles, tomando su creatividad poética como
cantera de estudio.

Ahora bien. No sólo posee un temperamento férreo y combativo. Suyas son también la
exacta reflexión y la espléndida serenidad que se reflejan en su libro Discernimiento que,
desde el título, la autora nos invita a ingresar a otras de sus moradas creativas; pero ya es
hora de terminar y lo haré, como pequeña compensación por el excesivo tasajeo en que he
incurrido en el afán de analizar su poesía; quiero terminar, repito, citando íntegramente los
siguientes poemas de Cecilia Bustamante:

Desvelo de amor
“El niño camina en mí”
como blanco tropel ansioso
de competir con el mundo.
Me lo han puesto en la vida
cuando soñaba, como tantos poetas,
con un pueblo hermoso
adornado de casas y de frutos.
Le haré ver esta ciudad
y su campo estéril de ubres apagadas.
Este lugar, donde a la intemperie,
se viste la piel de los pobres.

¿Adónde llevaré al niño


que me ha esperado tanto,
que haré con su sabiduría cuando duerma,
entre el amor, su piedra pura?
¿Qué le diré sobre estas gentes hoscas
que se miran siempre a través
de líneas enemigas?
¿A qué lugar iré con este niño,
que no le desvelen para siempre el sueño?
Solamente él mismo me responde,
enseñando su estandarte y sus tambores.

(del libro Símbolos del corazón)

Poema 1

El perfume de los campos de mi patria


dista, pero no se pierde.
Los cielos que me cubren
poseen la estrella de mis padres
y los ríos que llegan de las altas lagunas
acarician la simiente,
que colma las retamas florecidas.

Estos hombres que saludan


son los hombre de mi patria,
acallados y lejanos junto al r?o,
anidando en la noche haste que brote el día.

Yo les ofrezco la inquietud de mi corazón


y la calma de mi mano vacía.

(del libro Altas Hojas)

Notas Bibliográficas
Martos, M. Llave de los sueños. En Documentos de Literatura. Editorial Monterrico. Lima,
1993.
En adelante habrá que precisar el apellido materno de Cecilia Bustamante, porque da fe de
existir Cecilia Bustamante de Roggero en el libro Fin de azar. Editorial Talismán: Lima,
1994.
López Degregori C. y Ohara, E. Generación poética peruana del 60. Universidad de Lima.
1998. pág. 31.
Gutiérrez, M. La generación del cincuenta: un mundo dividido. Ediciones Sétimo Ensayo.
Lima, 1988: 50.
Bustamante, C.: Modulación transitoria. Ediciones Capulí. Lima, 1986: 21, octavo verso del
poema que da nombre al libro.
Bustamante, C.: Nuevos poemas y audiencia. Ediciones Flora: Lima, 1965.
Delgado, H.: Curso de psiquiatría, Universidad Peruana Cayetano Heredia. Fondo Editorial.
Lima, 1993).
Bustamante, C.: Discernimiento (1971-1979). Premiá Editora: México, 1982: 89.
Este verso y los siguientes pertenecen al libro Aquí es la tierra, Libro incluido en Poesía,
Ediciones, Flora: Lima, 1963.
Modulación transitoria, p. 24.
Discernimiento, p. 27.
Vallejo, C.: “Intensidad y Altura”, de Poemas humanos. Mosca Azul Editores: Lima, 1974.
Bustamante, C.: “En busca del espacio.” Revista Iberoamericana Nº 132-133 Madrid,
1984.14.Verso de “Sábado de Gloria”, en su libro inédito Guardia de Corp. Selección
publicada en La Insignia, Madrid, 2002.

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