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LA FAMILIA Y LOS LÍMITES

Seguramente, todos hemos sido testigos alguna vez de


cómo un niño controla a su madre en el supermercado. ¡Cada
pasillo y cada estantería son grandes tentaciones! Galletas,
golosinas, dulces…, es muy difícil aceptar un NO. La madre que no
quiere pasar vergüenza delante de la gente, le ruega al niño que
se calme para que deje de montar un escándalo. Y finalmente le
compra “algo” para recuperar el control. ¡Pero esto es solo una
ilusión!

¿Qué significa la palabra límite? ¿Por qué debemos poner


límites?
Según el diccionario, la palabra límite significa “línea real o
imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos territorios”;
significa también “fin, término”; “extremo a que llega un
determinado tiempo” y también “extremo que pueden alcanzar lo
físico y lo anímico”. En síntesis, un límite es una línea
demarcatoria que indica” aquí comienza mi propiedad”. Define
dónde comenzamos y dónde acabamos. De qué somos
responsables y de qué no. El dueño de una propiedad es el único
responsable de lo que ocurra dentro de sus límites. Parece fácil
de reconocer en el mundo físico, pero ese principio rige también
para todas las relaciones entre las personas y tanto en lo
referente a los límites con uno mismo como a los límites de los
otros. Los límites permiten diferenciarnos de otras personas.
¿Cuáles son los alcances de nuestra responsabilidad? ¿Dónde
comienzan los límites de los demás? Todos sabemos que invadir la
propiedad privada tiene consecuencias, implica sanciones. Y estas
consecuencias sirven para darnos cuenta de que no respetar los
límites ajenos es grave, como lo es también que los otros no
respeten nuestros límites.
El problema de límites tiene dos caras: para quien no puede
ponerlos (y todos tenemos que aprender a hacerlo para ser
respetados en todas las áreas de nuestra vida) y para quien no
puede respetar los límites ajenos.
¿Cómo actúa una persona sin límites o con límites muy
débiles?
Los límites no se heredan, no vienen dados; se enseñan, se
construyen, se trabajan. Y las etapas más importantes son los
primeros años, cuando se forma nuestro carácter y las bases de
nuestra personalidad adulta.
Cuando los padres no enseñamos a nuestros hijos a respetar
los límites, les estamos haciendo creer que son omnipotentes, que
sus deseos están siempre por encima de los demás. Si crecen
sordos al NO, les estamos impidiendo ejercitarse para los NO
que la vida misma se encargará de ponerles. Por otro lado, el hijo
que siente que puede hacer lo que quiera, crecerá de manera
egocéntrica. Sentirá que el mundo gira alrededor de sus deseos y
en esto les estaremos mintiendo además de hacerles daño.
Alguna vez nos hemos topado con adultos que no aceptan un
NO, que no respetan los límites ajenos, que necesitan controlar a
los demás para salirse con la suya. Al mismo tiempo, tampoco
asumen la responsabilidad de sus propias vidas y las
consecuencias de sus acciones. Estas han sido personas con
déficit en su educación con respecto a los límites.
Hay otra forma en que aparecen las dificultades con los
límites, y es cuando estos son muy débiles. Y es el hijo que no
puede hacer uso de su libertad para decir NO, para poner límites
al avance del otro, a los que no se comportan correctamente con
él. Temen perder la relación con la otra persona y acceden
siempre a sus exigencias, posponiendo sus propias necesidades y
deseos.
Cuando a los niños no se les enseña a decir NO a los adultos no
los respetamos, quedarán incapacitados para defenderse ante el
atropello del otro. Un niño tiene que poder decir “no estoy de
acuerdo con eso”, “no quiero jugar contigo”, “no me gusta esto”.
“no quiero que me toques ahí…”.
¿Cómo actúa un niño con límites claros?
Como padres, debemos transmitir a nuestros hijos que son
bienvenidos, amados y que estamos a su lado de manera
incondicional, física y emocionalmente. Ofrecerles un mundo
seguro, estable, que los ayude a crecer incorporando aquellos
fundamentos que les permitan sentir que tienen control sobre
sus vidas y sobre sus decisiones. Formar hijos bien adaptados
con amor genuino y disciplina firme los llevará a desarrollar
seguridad y autonomía. Muchas veces, los padres, para evitarles,
dolor, les aliviamos las consecuencias negativas de sus actos, y
las conductas tienen naturalmente consecuencias y estas son los
mejores métodos de enseñanza. Como padres, deberíamos dejar
que nuestros hijos cosechen las consecuencias naturales de sus
conductas.
Criarlos con amor y límites, con ternura y consecuencias,
hará niños seguros de sí mismos, con un sentido de control sobre
sus vidas, y les permitirá asumir la responsabilidad sobre sus
decisiones y no depositarlas en otro. Aprender a elegir y a asumir
las consecuencias. En nuestra propia historia hemos tenido que
incorporar diferentes NO: padres, hermanos, maestros,
compañeros, jefes o supervisores, la ley, etc. Y esto es necesario
tanto para aprender el respeto por los límites ajenos como para
que respeten los nuestros.
Y la construcción de estos límites es evidente a los tres
años, cuando el niño tiene que lograr ser capaz de vincularse con
los otros sin temor a perder su libertad; decir No sin temor a
perder el amor de los otros, y aceptar el No de los otros sin
inhibirse o retraerse emocionalmente. Este será el punto de
partida para alcanzar la adolescencia con mayor seguridad y
autonomía. “No solo las relaciones sanas, sino también los
caracteres maduros se construyen a partir de los “no” oportunos.
Los niños en etapa de desarrollo deben saber que sus límites
serán respetados.
Conclusión
Si queremos tener hijos libres y responsables, tendremos
que estar dispuestos a poner límites. Es una tarea que no
podemos eludir y que muchas veces requerirá un esfuerzo extra.
¡Vale la pena intentarlo!

LOS LÍMITES NO SE HEREDAN,


NO VIENEN DADOS, SE ENSEÑAN,
SE CONSTRUYEN, SE TRABAJAN.

¡AYUDAME Y
PONME LÍMITES!

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