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La tercera encíclica de Benedicto XVI reivindica el papel

insustituible del Evangelio y del humanismo cristiano para


promover el verdadero e integral desarrollo humano.

Firmada el pasado 29 de junio, en las vísperas de la cumbre


del G-8, la Santa Sede hacía pública el 7 de julio la tercera encíclica
del Papa Benedicto XVI. “Caritas in veritate” (La caridad en la
verdad) es su título. Con anterioridad, Benedicto XVI escribió
“Deus caritas est”, en 2006, sobre el sentido del amor cristiano y de
la caridad; y “Spe salvi”, en 2007, sobre las virtudes teologales de la
fe y de la esperanza y sobre el concepto cristiano de la soteriología
Su nuevo texto, la “Caritas in veritate”, bien engarzado y
relacionado con sus dos encíclicas precedentes, se inserta
plenamente en la llamada Doctrina de la Social de la Iglesia,
inaugurada en 1891 por el Papa León XIII con la encíclica “Rerum
novarum”. La Doctrina Social de la Iglesia es la mirada, la
interpelación y la aplicación de la luz del Evangelio a los problemas
sociales: desde el movimiento obrero hasta la globalización,
pasando por el medio ambiente, el hambre, la cultura de la muerte,
el desarrollo, el paro, las desigualdades sociales, las migraciones...
A la “Rerum novarum” de León XIII ella siguieron, en la mayoría de los casos, al cumplirse sus distintos
aniversarios, “Quadragesimo anno” de Pío XI, en 1931; “Mater et Magistra”, en 1961, y “Pacem in
terris”, en 1963, de Juan XXIII; “Populorum progressio”, en 1967, y, en 1971, la “Octogesiva adveniens”
(no fue encíclica, sino solo carta apostólica), de Pablo VI; y “Laborem exercens”, en 1981, “Solicitudo rei
socialis”, en 1987, y “Centisimus annus”, en 1991, de Juan Pablo II.
Además y con todo, la ”Caritas in veritate” da un paso más adelante en esta trayectoria de la
Doctrina Social, al englobar toda la realidad humana y social y al proponer las claves de la propuesta
cristiana sobre el verdadero e integral desarrollo humano.

El papel imprescindible del Evangelio para el desarrollo

En la introducción, Benedicto XVI recuerda que la caridad es la vía maestra de la doctrina


social de la Iglesia. A fin de que esta no sea mal entendida o excluida de la ética vivida o pública, advierte
que un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva, un cúmulo, de
buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero, en el fondo, marginales. De ahí la
necesidad de insertar la caridad en la verdad y la verdad en la caridad. (NO CAER EN UN VANO
SENTIMENTALISMO). Para ello, en pro del auténtico desarrollo y porque el cristiano está llamado a la
caridad, la justicia y el bien común han de ser siempre los dos criterios orientadores de la acción
moral.
El primer capítulo de la “Caritas in veritate” está dedicado a evocar la encíclica “Populorum
progressio” del Papa Pablo VI, en la que se reafirma la importancia imprescindible del Evangelio para la
construcción de la sociedad según la libertad y la justicia. Al respecto, abunda Benedicto XVI, “la fe
cristiana se ocupa del desarrollo no apoyándose en privilegios o posiciones de poder, sino solo desde
Jesucristo”. Las causas del subdesarrollo no solo ni principal materiales. Se hallan en la falta de
fraternidad entre los hombres y los pueblos. Y aquí el Evangelio de Jesucristo aporta la dimensión esencial
de la fraternidad humana y cristiana, que sí propicia el verdadero desarrollo de todos.

El avaro beneficio de unos colapsa el justo desarrollo de todos

El desarrollo humano en nuestro tiempo es el tema del segundo capítulo de la encíclica. Al


auténtico desarrollo humano se contrapone la visión del beneficio material como objetivo exclusivo de la
humanidad. Sin el bien común como fin último, ese supuesto beneficio corre el riesgo de destruir riqueza
y de generar pobreza. De ahí que a renglón seguido Benedicto XVI enumere algunas distorsiones del
desarrollo como la actividad financiera preferentemente especulativa, los flujos migratorios provocados y
después no gestionados de modo adecuado o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra. Frente a
estos problemas, ligados entre sí, Benedicto XVI propone una nueva síntesis humanista a la luz de la
propuesta del humanismo cristiano.
Para ello es necesario, en primer lugar, aprovechar bien las verdaderas posibilidades de interacción
cultural y social, evitando el doble riesgo del eclecticismo cultural –donde todas las culturas se consideran
equivalentes- y, como riesgo opuesto, rebajar la cultura y homologar los estilos de vida.

El escándalo del hambre y de la cultura contra la vida

Además, para lograr el verdadero desarrollo de todos, es necesario que la humanidad tome conciencia del
escándalo y de la vergüenza que supone el hambre en el mundo, en tantos miles y millones de seres
humanos. Ello reclama una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo y una eficaz respuesta
solidaria. Asimismo, el Papa pone en evidencia que el respeto por la vida humana –por toda vida humana
y por toda la vida- en modo alguno puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los
pueblos. “Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y supresión de la vida, acaba por no
encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del
hombre”.
También el respeto y promoción por el derecho a la libertad religiosa es fuente de auténtico
desarrollo. Y la negación de este derecho y el uso de la violencia contra él, frena el desarrollo, como
acontece especialmente en territorios de inspiración fundamentalista.

La prioridad del bien común, del bien de todos, es viable

“Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil” es el tema del tercer capítulo de la encíclica,
que comienza con un elogio de la experiencia del don frente a una visión de la existencia que antepone
todo a la productividad y a la utilidad. “El desarrollo, si quiere auténticamente humano, necesita, en
cambio, dar espacio a la gratuidad”. Y, en lo que se refiere al mercado y a la lógica mercantil, Benedicto
XVI recuerde que este ha de estar ordenada “a la consecución del bien común”, que “es la
responsabilidad, sobre todo, de la comunidad política”.
El sistema económico y financiero ha de basarse en tres instancias: el mercado, el Estado y la
sociedad civil. Para “civilizar la economía” es preciso arbitrar formar de economía solidaria y tanto el
mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco.
Este capítulo tercero de la “Caritas in veritate” concluye como una nueva valoración del fenómeno
de la globalización, que no puede entenderse solo como un proceso socioeconómico y que necesita una
reorientación cultural, personalista, comunitaria, abierta a la trascendencia y capaz de corregir sus
disfunciones.

La economía necesita una ética amiga del hombre

En el cuarto capítulo la encíclica aborda el tema “Desarrollo de los pueblos, derechos y deberes,
ambiente”. A lo largo del mismo, del capítulo, el Papa habla sobre la objetividad y fundamentación de los
derechos, de los correlatividad de los deberes y el crecimiento demográfico.
Benedicto XVI asimismo reafirma que la sexualidad no se puede reducir un mero hecho
hedonístico y lúdico, y llama a los Estados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia,
como célula básica de la sociedad.
“La economía –subraya el Papa en este capítulo cuarto- tiene necesidad de la ética para su correcto
funcionamiento: no de cualquier ética, sino de una ética amiga de la persona”. En este sentido, “la misma
centralidad de la persona debe ser el principio guía en las intervenciones para el desarrollo de la
cooperación internacional”. De ahí, que “los organismos internacional –interpela el Papa- deberían
interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos, con frecuencia muy costosos”.
El Santo Padre se refiere más adelante a las problemáticas energéticas. “El acaparamiento de los
recursos por parte de los Estados y grupos de poder –denuncia- constituyen un grave impedimento para el
desarrollo de los países pobres”. “Las sociedades técnicamente avanzadas –prosigue- pueden y deben
disminuir la propia necesidad energética, mientras debe avanzar la investigación sobre energías
alternativas.
Somos una sola y única familia

“La colaboración de la familia humana” es el epígrafe y el corazón del quinto capítulo de la


encíclica, fundamentado sobre la idea de que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo de ser una
sola familia”. De ahí la oferta del cristianismo a que Dios encuentre también su puesto en la esfera pública
pues la negación de Dos, tarde o temprano, se convertirá en la negación del hombre, en la negación del
desarrollo.
Desde estas premisas, Benedicto XVI incide en la conocida doctrina del magisterio social de la
Iglesia de la subsidiariedad, que es “el antídoto más eficaz contra toda forma de asistencialismo
paternalista y la más adecuada para humanizar la globalización”.
Insiste también el Papa en la urgencia de que los Estados ricos destinen mayores cuotas de su
propio producto interior bruto para el desarrollo, respetando, de esto modo, los compromisos adquiridos.
Benedicto XVI pide igualmente que se garantice el acceso a la educación y a la formación más completa e
integral de la persona como vía insoslayable para el desarrollo y la justicia.

Denuncia del turismo sexual y reforma de la ONU

La denuncia del llamado turismo sexual, a veces avalado por los Gobiernos es objeto del número
61 de la encíclica. En el número 62 Benedicto XVI escribe sobre las migraciones, recordando que se trata
de un fenómeno y realidad históricos y que “todo emigrante es una persona humana, que posee derechos
que deben respetados por todos y en toda situación”.
En el último número de este capítulo quinto, la “Caritas in veritate” reclama la reforma de la ONU
y del arquitectura económica y financiera internacional. “Urge la presencia de una verdadera Autoridad
política mundial, que goce de poder efectivo”.

No idolatrizar la técnica

“El desarrollo de los pueblos y la técnica” es el tema del sexto y último capítulo. El Papa alerta
sobre la pretensión prometeica según la cual la humanidad cree poderse recrear, valiéndose de los
prodigios de la tecnología. La ciencia y la técnica son buenas, maravillosas, pero no pueden tener una
libertad absoluta ni son un fin en sí mismas.
Y como campo primaria de la lucha cultural entre el absolutismo de la tecnicidad y la
responsabilidad moral del hombre el Papa alude a la bioética. “La razón sin fe –subraya Benedicto XVI-
está llamada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. Y, al respecto, alude a la investigación
con embriones, la clonación y la sistemática planificación eugenésicas de los nacimientos. Todas estas
realidades son tentaciones idolátricas, que, lejos de garantizar el desarrollo, lo hacen un espejismo y lo
pervierten.

El humanismo cristiano

De este modo, la cuestión social se convierte en cuestión antropológica. Y es que “la fuerza más
poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar
por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios”.
Por ello, “el desarrollo tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de
oración, de amor y de perdón, de renuncia de sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz”.

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