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O fe rtas
Queremos saber de productividad
(Tiempo estimado de lectura: 15 minutos)
La productividad es la producción por hora trabajada, no por trabajador; y, tal y como
Humpty Dumpty le decía a Alicia, "cuando utilizo una palabra quiere decir exactamente
lo que yo quiero que diga: ni más ni menos".
O, según fuentes gubernamentales, y en palabras del máximo responsable de Trabajo
estadounidense Robert Reich, "con este aumento de la productividad, no se ha
producido un aumento de los puestos de trabajo; ni siquiera, entre los que tienen
trabajo, se ha apreciado un incremento en los sueldos reales". Pero también se
equivocó con la definición cuando intentó meter los dólares en el saco de la
productividad, pues no figuran éstos en ninguno de los términos de la ecuación. De lo
contrario, una empresa podría aumentar la productividad por medio de la reducción de
los salarios o mediante el aumento de los precios, o de las dos formas.
Quizá el discurso económico del ministro Reich estuviera marcado con tintes políticos,
lo cual no es de extrañar cuando dos meses antes "su patrón" había dicho a sus
compatriotas que "el aumento de la productividad en el país todavía no se ha traducido
en la creación de puestos de trabajo". Como casi todo el mundo sabe, el resultado
inmediato de un aumento de la productividad será probablemente una reducción de los
puestos de trabajo (éste es con frecuencia el objetivo). Un aumento de los puestos de
trabajo sería, en el mejor de los casos, un efecto terciario muy posterior y, dado que
intervienen otros muchos factores, puede que no llegue a producirse nunca.
Nada tiene todo esto que ver con la política del garrote y la zanahoria: seduzca o
amenace a sus trabajadores lo suficiente y trabajarán mejor. Y es que, por muy
atractivos o cuantiosos que puedan resultar los incentivos, sin inversión en bienes de
equipo no hay manera de que los trabajadores puedan trabajar mejor de lo que ya lo
hacen. De hecho, existe un umbral de productividad que determina irremisiblemente si
una operación se llevará a cabo o no. Una vez que se alcanza un nivel dado de
productividad, toda empresa se encuentra en un punto crítico de equilibrio por encima
del cual el negocio es rentable; por debajo, no queda más remedio que "echar el
cierre".
Hace ya algunos años, un cochero y su acompañante tardaron diez días en recorrer
los 265 kilómetros que separaban Death Valley de la estación ferroviaria de Mojave en
California, sin tener en cuenta por supuesto cuánto bórax transportaban. Cuanto más
pesada era la carga, más mulas se necesitaban pero, aun así, sólo se precisaban un
cochero y un acompañante. La productividad resultante de 20 días de mano de obra
para transportar 10 toneladas de bórax tiradas por 12 mulas no reportaría ningún
beneficio, ya que hay otros costes tales como el heno a 60 dólares la tonelada o el
grano a 140 dólares la tonelada. Así que hace un siglo, la dirección se puso manos a la
obra para planificar y calcular la inversión necesaria para transportar cargas mucho
más pesadas. Se construyeron dos vagones lo suficientemente resistentes como para
que cada uno soportara 12 toneladas de bórax; se engancharon esos dos vagones
con una carga total de 24 toneladas, más un tercero con agua, a 20 mulas; incluso de
esta forma sólo eran necesarios un cochero y un acompañante. Así se consiguió que
la productividad arrojara beneficios para el negocio.
En algunos casos, la productividad se hace inconmensurable, infinita. Tal es el caso de
los cajeros automáticos y los trenes-lanzadera en los aeropuertos de Dallas/Ft. Worth
u Orly. La dirección hizo la inversión y se eliminó la totalidad de la plantilla. Es la
dirección la que lleva las riendas.
Los maestros en el cálculo de indicadores lamentan el deplorable récord de los
aumentos de la productividad en el sector servicios, al que pertenece más del 80% de
los trabajadores. Al mismo tiempo, los evaluadores expresan su frustración al intentar
medirlos. Pero si de productividad se trata, deja de tener sentido la existencia del
sector servicios. Se supone que, para poder realizar generalizaciones sobre cualquier
"sector", deben existir las suficientes constantes entre sus elementos constituyentes,
lo cual de ninguna manera sucede entre socorristas, banqueros, abogados, cabecillas
de tribus urbanas o neurocirujanos. Sin embargo, sí que sería posible reducir los
grupos hasta el punto en que tuviesen cabida las generalizaciones estableciendo
clasificaciones tales como "los que tratan con el público", "los artesanos", "los que
manipulan papeles" o "los que transportan cosas".
Pero, incluso si alguien se tomara la molestia de clasificar los empleos de esta forma,
se seguiría midiendo la productividad en la macroescala. Y ¿de qué nos serviría?: pues
de bien poco. Hay que centrarse en las formas en que se puede aumentar la
productividad de una determinada empresa. Los únicos indicadores realmente útiles
son los puntos de referencia quese establezcan en las "mismas" operaciones
funcionales a lo largo del tiempo. Para rizar el rizo, se pueden comparar operaciones
análogas en una empresa y utilizar operaciones similares con la competencia si es que
se pueden averiguar sus cifras. Téngase en cuenta que, prácticamente en cualquier
empresa, más de la mitad del monto de las nóminas se va en empleados de apoyo
ingeniería, márketing, compras, contabilidad, recursos humanos y todo lo demás, y no
en los trabajadores de la cadena de producción, que son los que realmente "fabrican"
el producto de la empresa. Por último, al fijar estos puntos de referencia, no debe
perderse de vista que fueron los burócratas de la macromedición los que nos
endilgaron la diferencia entre "fabricación industrial" y "servicios" y no es que sea
precisamente útil.
• La subcontratación
Aunque consiga aumentar de forma automática la productividad de su empresa
prescindiendo de trabajadores que realizaban las actividades que ahora subcontrata a
terceros, no se trata del mero traspaso de los costes de un libro mayor a otro. La
especialización es la esencia de cualquier negocio (y siempre lo ha sido). Si su
empresa sigue en pie, es porque sabe hacer su trabajo y lo hace bien; y lo mismo se
puede decir de las empresas que le prestan servicios a la suya. Es muy posible que
una empresa especializada pueda gestionar sus nóminas con más eficiencia que
usted, o que, al subcontratar el transporte de sus productos a UPS, consiga gastar
menos que si los transportasen sus propios camiones. Así que, de esta forma, no sólo
está aumentando la productividad total sino que directamente está reduciendo los
gastos totales.
A los clientes les gusta la variedad y la calidad; y prefieren los productos hechos a
medida, únicos. Pero, ante todo, les encanta participar y hacer las cosas a su manera.
Una razón más que convincente para que deje que disfruten. La productividad de su
empresa crecerá y verá cómo se reducen sus gastos.
• Ayudar al trabajador
Con objeto de ayudar a los empleados a hacer más en el mismo tiempo, o lo mismo en
menos tiempo, piense en tareas cuya realización pueda facilitar un sistema de apoyo,
o sencillamente reemplace el equipo obsoleto existente por tecnología moderna y más
rápida. Una fotocopiadora que haga 60 copias por minuto puede multiplicar por cuatro
la productividad de un oficinista que normalmente utilice un cacharro de 15 copias por
minuto.
Hace años, los remolques para el transporte de automóviles cargaban cuatro coches
en fila en la plataforma inferior y cuatro en la superior. Después llegaron los remolques
con plataformas accionadas hidráulicamente que permitían introducir, en el mismo
espacio, diez coches en distintos ángulos de reposo; lo cual aumenta la productividad
de los camioneros en un 25%. Si el aumento no llega exactamente al 25%, se debe a
que el remolque va un poco más despacio cuesta arriba. Si se invierte más en motores
con mayor potencia y en deflectores de viento, se logra que el tiempo y, con él, la
productividad lleguen al nivel en que deberían estar.
Algo así debían de pensar las prestigiosas y antiguas compañías de Wall Street hasta
que Charles Schw ab comenzó su andadura en los setenta. Lejos de las restricciones
que imponía la ideología de Wall Street, se estableció cerca de Silicon Valley, y su
empresa todavía sigue muy por delante de sus rivales en la utilización de nuevas
tecnologías.
La moraleja: mire a su alrededor; puede que las respuestas que necesita le estén
esperando.
Por lo tanto, el aumento de la productividad lleva aparejado el del líquido, lo cual podría
plantearle el feliz dilema de decidir qué hacer con él. Así se podrían repartir dividendos
entre los accionistas; cabría la posibilidad de aumentar los sueldos de la plantilla y
acrecentar con ello la estabilidad en el trabajo (tal y como hizo Whirlpool en 1992); con
las reservas en efectivo podría realizar nuevas adquisiciones; los clientes podrían
aprovecharse de unos precios más bajos o se podrían desarrollar nuevos productos...
Sin embargo, la historia de su empresa sólo vivirá este final feliz si consigue sacudirse
la confusión sobre qué es o deja de ser la productividad, y se pone manos a la obra.
Frederick D. Buggie - Presidente de Strategic Innovations Inc. y autor de
varios artículos en revistas especializadas
07 octubre 2010
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