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Carla Cordua sobre el Bicentenario: “¿En qué consiste la independencia chilena?

No consiste
en nada” Por Vicente Undurraga Foto: Alejandro Olivares

Doctora en filosofía, profesora y ensayista, Carla Cordua acaba de publicar “Once ensayos
filosóficos” (Ediciones UDP), donde repasa las obras de algunos de los pensadores a los que ha
dedicado buena parte de su vida, desde Hegel y Kant hasta Wittgenstein y Sloterdijk. También
publica “Descifrando la ocasión” (Catalonia), que recoge sus columnas publicadas en El
Mercurio y algunas revistas entre 2005 y 2008. Aquí, Cordua reflexiona sobre el derrotero del
mundo globalizado en el contexto de la explosión demográfica, advirtiendo del colapso
planetario pero haciendo críticas al ecologismo radical; también comenta las payasadas del
gobierno, la educación chilena y el medievalismo con que piensa la iglesia católica.
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Usted dice que aparentemente, por oposición


al monismo totalitario antiguo, somos todos pluralistas, pero que en el fondo no es tan así.
-Me río de eso: hoy día no importa poner el tema del pluralismo porque todos somos pluralistas,
pero no lo somos del todo.

¿En Chile particularmente?-En Chile particularmente, por el aislamiento, porque el océano


Pacífico y la Cordillera de los Andes son las murallas más altas que un país puede tener. Realmente,
Chile es el último rincón del mundo. Y esto yo encuentro que se nos nota mucho, tenemos que
batallar para no escandalizarnos de todo lo que es distinto a nosotros. Es una batalla. Todos los
chistes de Darwin son a costa de la ignorancia de la clase alta chilena.

¿Por ejemplo? -Darwin habla con el gerente de una mina que le pregunta por la familia de los
Rex… Porque los reyes de Inglaterra se escriben, por ejemplo, Carolus Rex, que viene del latín y
quiere decir rey, entonces este gerente le pregunta si los Rexes tienen descendientes. Es una cosa
terrible.

En su libro “Cabos sueltos”, usted escribe, bajo el título de “Originalidad”: “hemos inventado
en América, sin quererlo, una especie inusitada de clase social: la burguesía radicalmente
inculta”. -Sí, yo pienso eso en contraste con Europa, donde la burguesía es la clase culta –no el
proletariado ni los nobles con mucho dinero, que no tienen para qué educarse porque tienen tanta
plata–. Aquí la burguesía es la clase ignorante. Y también porque el sistema de clases en Chile está
tan asentado y enraizado que no ha corrido nunca ningún peligro.

¿Cómo? -Nacer dentro de una familia ya significa tener la vida resuelta, porque el hijo o toma el
negocio de la familia, o hereda el dinero o las tierras que desde el comienzo del país han sido de la
familia. Entonces, la educación no forma parte de las necesidades vitales de los miembros de esa
clase. A mí eso me parece una burguesía ignorante en serio, una burguesía sólidamente ignorante.
No es que no haya miembros con intereses, pero son excepciones, vocaciones personales. Los
padres de familia, si patrocinan que los hijos vayan a la universidad y aprendan una profesión, están
pensando en dos o tres profesiones que dan bastante dinero: abogado, ingeniero o médico. En todo
lo cual se ve que el interés de estas familias no es que el hijo se eduque ni que desarrolle todas sus
capacidades de inteligencia, sino que gane plata.
Hay un diagnóstico compartido respecto a la mala calidad de la educación chilena. ¿Usted lo
suscribe? -Absolutamente.

¿Cuál es el problema de la educación en Chile? -Que, por ejemplo, los ministros de educación,
antes, durante y después de la dictadura han sido ingenieros. Ahora hay uno que no lo es. Pero,
¿cómo un país, que tiene un interés serio en la educación, se la entrega a los ingenieros? No se
puede elegir una profesión más ajena a una comprensión amplia y generosa de la educación. Un
ingeniero es bueno para hacer caminos y puentes…

No siempre. -Bueno, claro, a veces se les caen los puentes. Pero lo que no se les puede pedir es
que sean ministros de educación. Y aquí nunca ha llamado la atención eso. La educación es una
oportunidad que una cultura le ofrece a una persona para que se comprometa íntimamente a
desarrollarse todo lo que pueda, sentimental, intelectualmente, en todas direcciones; es una
oportunidad muy íntima, y hay que saber respetar la relación que una persona tiene consigo mismo,
si es que le interesa aprender algo o no; es verdaderamente autoeducación, en el fondo. Asistida,
cuidada, fomentada.

¿Qué le parece la idea del nuevo ministro de aunar en una misma institucionalidad a
universidades públicas y privadas? -Aquí la situación de las universidades es bastante caótica. No
conozco muy bien el plan del gobierno, y no sé si obedece o no a un intento de establecer algún tipo
de control estatal sobre el desorden de universidades que ofrecen carreras para las que no hay
campo de trabajo. Es una locura cómo le venden a personas de escasos recursos carreras carísimas
que no van para ninguna parte. Y no hay ningún control oficial de eso. Es un negocio que es un
negociado desde la partida.

Buena parte de las universidades privadas, además de muy lucrativas, son confesionales,
cuando no ideológicas, ¿podría tener facultades el estado para regular eso o no?
-Yo creo que el Estado debe intervenir con la educación sólo para exigir eficacia y rendimiento.
Rendimiento en terrenos reconocidamente útiles para las personas, el país y la producción en
general. Las ideologías no deben ser controladas estatalmente. Debería haber una defensa de las
personas individuales –o de las familias para sus hijos– si les tratan de imponer una ideología. Pero
no debe haber prohibición. No debería nunca haber una ideología perseguida por el estado, como el
marxismo o el anarquismo. Aquí hubo un movimiento anarquista, por los años 20 del siglo pasado.
Si hay gente que quiere informarse sobre eso, o incluso embarcarse en eso, eso no debería
perseguirse. O sea que podría haber escuelas profesionales en las cuales se patrocinara una cosa
como el anarquismo. Ahora, que tuviera eso una utilidad para los anarquistas, lo dudo mucho
porque un poco se derrota a sí misma una ideología de ese tipo, pero hay que dejar hacer. Y dejar
que la gente tal vez se retire. ¿Quién quiere ser anarquista? Nadie, en realidad. Lo peor es la
prohibición, porque le da un carácter tentador a estas cuestiones que ojalá que no lo tuvieran.

Cuando la universidad se transforma en un ente replicador –ubicado en el mismo barrio en


que se vive– de un puñado de prejuicios de la familia, e independiente de que usted crea que el
estado no deba regular eso, uno le puede hacer una crítica, ¿no? -Eso sí, naturalmente. ¡Crítica!,
todo el mundo debería criticar para todos lados, a los demás y a sí mismos. En eso no tiene por qué
haber una cortapisa. Los que tienen miedo de la crítica es porque tienen miedo de pensar en
realidad, de tener que enfrentarse a alguien que hace un argumento. Lo que no hay que permitir es
la crítica armada, la crítica de los que fabrican bombas o le disparan a sus rivales, pero la crítica
como tal –proponer argumentos para la discusión–, eso debería ser libérrimo. Aquí hay mucho
miedo de escuchar que se digan en voz alta ciertas opiniones que no le gustan a la gente.

¿Por ejemplo? -Ya casi nadie se dice comunista en Chile después de la dictadura. No es que no
haya comunistas, pero se han buscado ahora otros nombres, son progresistas o alguna otra cosa más
blanda, cubierta de un disfraz. ¿Y por qué? Porque en un momento dado se pagaba en Chile con la
libertad el militar en un partido. Pero ser comunista es una cosa perfectamente comprensible;
digamos, yo no lo soy, pero eso no quiere decir que me parezca absurdo. Igual los anarquistas: el
estado suele ser tan opresivo, arbitrario y peligroso para los individuos que no puedo pensar en
alguien que no aspire a la desaparición total del estado, en algunos momentos de su vida al menos,
que sea un anarquista de fin de semana.

CAPITALES GLOBALES

“En el siglo XX, que trajo los cambios más vertiginosos de la historia universal, el
pensamiento político no produjo novedades duraderas que desplazaran estas proposiciones”,
escribe usted, aludiendo a la democracia liberal capitalista del siglo XVIII y el socialismo del
XIX. ¿Se atreve a especular con algún derrotero para el siglo XXI? -Eso que dije ya no lo diría
así, por el hecho de que hoy día las grandes preguntas políticas son un derivado de la globalización,
del intento de debilitar las fronteras nacionales y pensar políticamente en función del puro dinero,
de los capitales que circulan por el mundo. Por ejemplo, si vamos a interpretar una guerra como la
de Afganistán, pensamos con toda razón primero que nada en por qué diablos los americanos se han
ido a meter ahí, y por qué no se salen si no han podido ganar la guerra. ¿Qué hacen ahí? ¿Otro
Vietnam? No del todo; parecido en el sentido de que no pueden ganar la guerra, pero desigual en el
sentido de que los intereses económicos en ciertos territorios donde hay minas de litio y petróleo
son los que los llevaron a invadir. Los motivos económicos están a la vista, aun cuando ellos siguen
hablando de la guerra contra el terrorismo, toda una retórica que no tiene ningún espesor y no
explica nada. Si vemos cómo una marea del dinero envuelve a la tierra hoy día, tenemos allí una
situación bastante nueva, porque los capitales han sido internacionales por mucho tiempo, pero no
globales, y ahora lo son, eminentemente.

¿Lo que significa qué? -Por ejemplo, que los EE.UU. inviertan furiosamente en China; ellos
hablan mal del gobierno chino, se presentan como críticos y enemigos, pero invierten. Porque en
China el dinero invertido da más interés. Y hacen guerras por esa razón o se retiran de guerras
perdidas porque ya no tienen interés en alguna de estas fuentes de riquezas naturales. Entonces,
pensar políticamente a partir de esta corriente global de los grandes capitales es un pensamiento
político que está en pañales y que se tiende a confundir con la teoría de Marx que dice que los
intereses económicos son los que gobiernan las culturas, pero eso es todavía metafísico. No tenemos
grandes teorías políticas que nos expliquen todo esto suficientemente, hay ahí una tarea pendiente.

¿Por qué hacer la tarea? -Para pensar qué va a pasar a la larga con esta situación, porque como los
mayores capitales son de grandes empresas o de propiedad personal de algunos pocos, eso en cierto
sentido determina un futuro para la globalización, a la que no hay quien ataje. Si bien el futuro
nunca puede ser descrito porque no ha llegado, puede decirse que el futuro mundial que se esboza a
partir de este hecho del flujo global de capitales requiere de una teoría o una nueva forma de pensar.

¿Y usted ya tiene alguna idea? -No. Veo la novedad de la situación. Y que los enemigos de la
globalización están desenfocados, porque eso no lo gobierna nadie, lo gobierna el dinero.

GLOBO CHICO

Otro aspecto crucial para Carla Cordua a la hora de pensar la política actual es el crecimiento
de la población mundial. -Estamos muy cerca de que este globo nos quede chico. Muy, muy
cerca. ¿Y qué quiere decir chico en este caso? Que no dé para que todos coman. La situación
política que se va a definir a partir de la falta de agua consumible por las personas –de agua y de
alimento– es pavorosa. No sabemos todavía cómo va a ser, porque, aun cuando hay cientos de miles
de niños que mueren de hambre en ciertos puntos perfectamente definidos del planeta, todavía los
países en los cuales hay que comer no se dan por aludidos. Siguen hablando de patrocinar la
igualdad, lo que es muy fácil cuando uno es un teórico de la democracia y dice que todos tienen
derecho a voto, a respirar, a comer, a beber agua y todo lo demás, pero…

Tiene que haber agua. -Claro, cuando llegue el momento en que el agua que yo tomo se la quiera
tomar mi vecino, y solo haya para uno de los dos, no hay democracia que alcance. La población
crece de la manera más desaforada y sin control. A pesar de las guerras, de las hambrunas, de los
aviones que se caen. ¿Y hay alguna clase o nación de personas dispuestas a compartir aquello que
es necesario para sobrevivir? No. Y eso no se dice. Se sigue hablando de que estamos detrás de la
igualdad, pero la igualdad no va a significar nada cuando cada uno esté peleando por sobrevivir.
Esto se está llenando. Y la iglesia católica sigue oponiéndose, pensando en términos medievales, a
los controles de la natalidad, que son ¡urgentes!, y no sólo en nuestro medio, sino también en los
sitios en que la gente no tiene ninguna tecnología para controlar esto. Algunos pocos que piensan en
esto son vistos como enemigos de la humanidad, del humanismo.

Catastrofistas. -Claro, gente que anuncia el fin del mundo y cosas así. Y no es eso. Peter Sloterdijk
habla de híperpolítica para referirse al pensamiento político que se ocupa de las posibilidades de
seguir viviendo, de comunidades que no caben en el mundo.

CONO SUR
Hace usted una apología del ecologismo, pero a continuación señala que “sus limitaciones
como enfoque inteligente de la vida se sienten desde el comienzo”. -Habitualmente los
ecologistas son bastante limitados en su punto de vista. En primer lugar, tienen el prejuicio de que
el hombre no es parte de la naturaleza, lo que es completamente absurdo. Dicen: “El hombre ha
envenenado el aire y las aguas, es malhechor, explota la caza de la ballena y derrama sangre…”. No
podría haber la cantidad de hombres que hay hoy día si no fuera el hombre un abusador de la
naturaleza no humana. Eso es obvio. El hombre es como una enfermedad del mundo, que se ha
adecuado a todos los climas y se ha multiplicado locamente y tiene que comerse a los demás seres
vivos, y ya no es una cuestión de elegir si se come los pollitos o los cría para mirarlos crecer con
ternura. El hombre es una parte de la naturaleza que destruye otras partes. Y ha podido sobrevivir y
expandirse porque lo hace sin escrúpulos. Entonces, no es la hora de empezar a hacernos
vegetarianos. ¿Y qué? ¿Dejar que los virus nos devoren a nosotros? La gente dice “yo sólo como
lechugas y naranjas”.

O: “yo no como cadáveres”. -Así dicen. Muy bien, pero las naranjas sí se las come, es todo lo
mismo. En ese sentido es que yo hallo un poco sosa la postura ecologista cuando es muy radical. El
ecologista de alguna manera sigue pensando, en términos teológico-metafísicos, que el hombre,
puesto aquí por una agencia supranatural, actúa contra la naturaleza.

Usted buscaría un ecologismo racional. -Exactamente. Que nosotros empezáramos a tomar


medidas para no agotar ciertos recursos naturales. Por ejemplo, podríamos contentarnos con
explotar cuidadosamente el petróleo –ahora se ha visto que no pueden tapar los hoyos que le han
hecho a la costra terrestre–. Llegar y comerse todo el alimento en un fin de semana es el disparate
más grande. Hay que pensar a la larga y no envenenar los océanos, el aire.

Del proyecto de Hidroaysén, ¿qué piensa? -Nuestra visión está presionada por la situación
internacional. Nosotros como país relativamente pobre tenemos derecho a hacer hoyos y sacar lo
que podamos para desarrollarnos y poder darle de comer a la gente que no tiene. Porque los países
ricos, que son los que gastan más energía, los que queman el petróleo y producen más desechos, no
ahorran en el gasto, y mientras ellos no lo hagan, ¿por qué nosotros, o Brasil, por ejemplo, que es un
país con grandes dificultades económicas, no va a talar los bosques de la selva amazónica? ¡Si
nosotros somos los pobres, los atrasados! En lo que habría que pensar es en que después le vamos a
ceder esos depósitos de combustibles que puede haber en el sur a una gran compañía internacional,
para que ellos lo exploten en vez de hacerlo el estado. Y como las naciones son en este momento
una máscara un poco ilusoria –estamos metidos en una corriente de poderes que ya no es nacional,
el pensamiento nacional tuvo su hora–, tenemos que pensar en términos universales.

¿Y? -Y si lo hacemos, la cuestión de Hidroaysén hay que verla a la luz de si nosotros podemos
cultivar lo que hay en nuestro territorio para tener el punto de partida y hacer ciertas cosas que
hacen una falta inmensa, como atender justamente a la educación, para que sea decente y no lo que
tenemos ahora…Y ya deberíamos estar conversando con la Argentina para hacer planes en
conjunto, con Bolivia, con Perú. Los planes políticos estarían mucho mejor pensados en términos
del Cono Sur. Sería una unidad mucho más razonable en este momento, en vez de estar pensando si
nos gusta o no que en la Argentina se haya convertido en ley el matrimonio homosexual, a lo que
los obispos aquí dicen que “es una aberración”, aun cuando la mayoría de esos homosexuales que se
casan son católicos. Es toda una confusión grande.

A cuestiones como la del matrimonio homosexual, ¿Chile se podrá negar eternamente o sólo
puede aspirar a dilatarlas? -Sólo puede dilatarlas. En Europa esto ya es cosa reconocida, no se
discrimina por preferencias sexuales. ¿Qué interés tiene eso para nosotros? Déjenlos que hagan lo
que quieran. La iglesia católica en Chile es tan retrógrada, no se quiere poner al día, considera eso
una amenaza espantosa. Aquí hacen ahora objeciones a que trabajemos unidos a estos países
vecinos con argumentos idiotas. El Perú hace lo mismo: la cosa de que Chile compra demasiadas
armas y pone en peligro la independencia del Perú, que no es ninguna independencia tampoco. No
es independiente de nada. Ningún país lo es. Aquí se celebra el bicentenario de la independencia
como la gran cosa. ¿En qué consiste la independencia chilena? No consiste en nada.
Unasur, ¿qué le parece? -Es de nuevo un grupito de intereses ideológicos más o menos parecidos
que no va para ninguna parte.

¿Ve en Latinoamérica algún liderazgo atractivo? -No. Estamos mal nosotros. Lo que sí me
interesaría sería mantenerme más o menos al día en el pensamiento político europeo, donde hay
gente pensando en el futuro en términos inteligentes.

¿Como quién? -Alain Badiou se me ocurre en este momento como una persona instructiva de leer.
Se lo recomiendo.

¿Se lo recomienda a los políticos chilenos? -No, no lo van a leer. No lo van a entender tampoco.

PAYASADAS

¿Qué aprecia y qué teme del nuevo gobierno que tenemos? -Lo que más temo es la novedad.

¿Cómo así? -El que esté constituido por gente que se ha preciado hasta hoy de ser mayormente
apolítica. Eso lo hallo peligroso. Ver a esos ministros que no tienen idea en lo que están metidos,
perdidos completamente. Son empresarios que lo único que saben es ganar dinero, pero sin ninguna
experiencia política. Por ejemplo, el presidente los nombra embajadores en la China. Y aceptan.
Luego van a ver la embajada, la encuentran un desastre, porque no hay dinero, y renuncian. Les
importa un pepino. No son personas que entiendan la situación. Ese que fue de embajador a la
Argentina…

Miguel Otero. Pero con Otero más que apoliticismo o inexperiencia, lo que asoma es el
conservadurismo y pinochetismo que existe en buena parte de la derecha. -Sí, pero que el
presidente no comparte, no es un extremo conservador. Hay varios factores aquí que están pesando.
No es sólo que la derecha haya ganado, cosa que yo lamento, pero como la izquierda se dividió, ahí
tiene el resultado, y tampoco es para ponerse a llorar por cuatro años que hasta quizá le sirvan a la
Concertación para desperezarse. Los puestos públicos son muy mal pagados en Chile, entonces a
estos caballeros a los que el presidente ha sacado de sus gerencias, de sus participaciones en
consejos de tal empresa, que ganan plata por todos lados, los mete en un puesto público, duran
quince días y empiezan a decir “en qué me he metido”.

¿Y el presidente? -El presidente obviamente representa una posición política que no comparte la
gente que tiene en sus ministerios. ¡Y no les hace ningún caso! Anda por todos lados luciéndose
porque tiene un fuerte elemento histriónico; él mismo dice: “yo desde chico quería ser presidente”.
Es atroz pero ya está. Tiene mucha plata, para él era como la cereza que le faltaba a la torta esta
cuestión de ser presidente.

¿Y a qué hora gobierna? -Va por todas partes, como trabajador, dándose un toque proletario;
falso, por cierto. Anda con esa parka roja, y ya los subsecretarios van de parka azul. Es una
payasada. Pero los países subsisten a pesar de sus gobiernos. Habrá que pasar estos cuatro años con
esta gente, en quienes veo poco rendimiento. Por todo le echan la culpa al terremoto, pero tampoco
han atendido bien al terremoto.

¿No? -Empezaron a reconstruir el país antes de recoger las ruinas del terremoto, lo que ya hace
sospechar que no han hecho la tarea básica. No han hecho sino esas mediaguas que son, la verdad,
inhabitables.

¿Y la famosa experticia? -Es que todo está improvisado, las cosas no está saliendo bien. La
ministra de vivienda va y hace dos o tres casas, instala a tres familias, se fotografía con ellas y se
vuelve para Santiago, porque ya la reconstrucción está andando. Hay un fuerte elemento de
exhibición, más teatral que otra cosa.

Actúan pensando en las encuestas. -En las encuestas no les ha ido tan mal justamente porque la
propaganda es muy poderosa. Se consigue dar la impresión de que están pasando muchas cosas. El
presidente VA a todas partes; no hace mucho pero VA. Se muestra. Se abraza con la gente. Se aloja
en una mediagua, y después se sabe que es una mediagua un poquito rara, con electricidad, con un
baño. Hay un elemento histriónico muy poderoso. ¿Qué resultado da esto a largo plazo, en cuatro
años? Es difícil de prever.

¿Prefiere entender estos cuatro años como una oportunidad para que la Concertación se
rearticule? -Sí, pero no sé si lo que nos conviene es que vuelva o que simplemente se refunda en
una cosa más llevadera. Era tan frágil, pensando que Enríquez Ominami obtuvo el 20% de los
votos. Mejor que se haya hundido el barco de una vez y que se vea alguna alternativa de
organización. Una cosa buena ha pasado.
¿Qué? -La primera intención de la derecha al ganar las elecciones fue traspasar a la DC al lado
derecho, y no pudo. Esa es una buena señal. La DC es un partido bastante desgastado, en que hay
mucha decadencia: son los radicales de ahora, tratando de pescarse de todas las cosas, pero el
partido no cambió de alianza.

¿Y eso es bueno? -Es que sin la DC no hay cómo ganar una elección aquí. Vamos a quedarnos con
este democracia un poco de apariencia que tenemos, porque ¿cuál es la alternativa? ¿Los militares?
No son confiables políticamente, No nos queda otra que trabajar con estos partidos políticos, que
son harto poca cosa, por Dios que son poca cosa. Arrate, por ejemplo. no hacía mala impresión,
pero yo a Enríquez Ominami lo hallo muy dudoso. Él, junto a la elección de Frei como candidato
que no iba a salir de ninguna manera, era el fracaso garantizado de la Concertación.
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DESCIFRANDO LA OCASIÓN.
Carla Cordua.
Editorial Catalonia.

2010, 160 páginas.

ONCE ENSAYOS FILOSÓFICOS.

Carla Cordua.

Ediciones Universidad Diego Portales


2010, 268 páginas.

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