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EVALUACIÓN DE LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA PRODUCCIÓN ECOLÓGICA

DE LA PROVINCIA DE ENTRE RÍOS Y SU POTENCIALIDAD.


Área Temática 9. Gestión Ambiental y desarrollo sostenible.
Autores: García, Ana Laura; Almada, Natalia; Bonnin, Andrea; Jourdan, Nilda Beatriz;
Piccinali, Ricardo José.
Institución: Facultad de Ciencias Agrarias. Universidad de Concepción del Uruguay.
Correo electrónico: anagp@arnet.com.ar

Resumen
El trabajo presenta los resultados de un proyecto de investigación que tuvo por objetivo
caracterizar el sector orgánico de la provincia de Entre Ríos, describiendo sus principales
características e identificando sus principales potencialidades y limitaciones.
En las últimas décadas, desde diferentes movimientos ecologistas como así también desde
algunas posiciones del campo académico, se han criticado las consecuencias de la agricultura
moderna y se han propuesto distintas prácticas alternativas, entre las que se encuentra la
agricultura orgánica.
En Argentina, la producción orgánica certificada comienza a desarrollarse en la década del
‟80 y crece en forma sostenida durante dos décadas. En el año 2002 la superficie orgánica
certificada cae y recién en el año 2008 supera el máximo histórico del 2001 (SENASA, 2009).
Esta caída de la producción orgánica se dio en un contexto de condiciones macroeconómicas
favorables para los productos de exportación, crecimiento de la producción primaria
convencional a nivel nacional y crecimiento de la producción orgánica a nivel mundial a tasas
del 30% anual.
La provincia de Entre Ríos, por su parte, ha mostrado un comportamiento fluctuante. En el
año 2009, la provincia registraba 57 establecimientos con certificación orgánica, que
representaban el 3% del total de establecimientos orgánicos del país. Sin embargo, en el
período 2000-2009, la cantidad de establecimientos ha oscilado entre los 45 y los 64.
La superficie bajo seguimiento, representaba el 1,4% del país en el año 2000, creció hasta
alcanzar el 2,8% en el 2002 y luego cayó hasta ubicarse por debajo del 1% en el año 2009.
La participación de la provincia en la superficie orgánica cosechada también tiene un
comportamiento y en el período considerado pasa del 4,6% al 12%. En el mismo período, las
existencias ganaderas orgánicas caen del 1,2% al 0,5% del total del país y la apicultura
orgánica pasa del 8,8% al 26,8% del total del país con importantes variaciones entre los
extremos del período 2000-2009.
A partir de estos datos nos preguntamos, cuál es la situación de la producción orgánica en
Entre Ríos? ¿Cuáles es el perfil de los productores que permanecen y que abandonaron en
términos de sus valoraciones y sus prácticas? ¿Cuáles son las principales limitaciones para el
desarrollo del sector orgánico provincial?
La metodología del trabajo fue de tipo cuantitativa y la técnica de recolección consistió en
encuestas administradas a productores con certificación y productores que abandonaron la
producción orgánica certificada, elaboradores y comercializadores de productos orgánicos de
la provincia de Entre Ríos. El trabajo de campo se realizó entre los meses de agosto y
septiembre de 2009.

Palabras Clave: Producción Orgánica – Certificación Orgánica - Producción Agropecuaria


Sostenible - Agroecología.

1. Agricultura y ambiente: relaciones, impactos y desafíos.


La relación ambiente – sociedad ha cambiado a lo largo del tiempo en función tanto de
determinadas condiciones ambientales como sociales. Asimismo, las teorías y categorías que
buscan dar cuenta de esta relación han construido explicaciones en las que uno de los
términos condiciona al otro, como también otras que apuntan a la interrelación compleja entre
naturaleza y sociedad.
En la década del ‟70 comenzaron a socavarse “los fundamentos materiales de una agricultura
mundial relativamente independiente de las fuerzas del mundo biofísico (…) En la actualidad,
existe la convicción generalizada de que las consideraciones ecológicas (…), las
construcciones sociales y las manifestaciones políticas de dichas fuerzas, son determinantes
cada vez mayores de los problemas agrarios y de las medidas políticas para solucionarlos”
(Buttel, 1995: 10).
La Revolución Verde, entendida como “la utilización a escala global de productos químicos y
de tecnologías afines de selección vegetal y animal con intención de superar la especificidad
agroecológica local o con tal efecto” (Buttel, 1995: 17-18), implicó un cambio de signo en la
valoración de la especificidad agroecológica y del papel del hombre en la conservación de la
misma. De esta forma, se transitó de agriculturas tradicionales que se caracterizaban por la
diversidad biológica, ecológica y social –producto de la variabilidad ecológica de los distintos
ambientes y de la construcción activa de la misma que realizaba el hombre a través de sus
prácticas de rotación de cultivos, explotación de diversidad de razas, interrelación entre
agricultura y ganadería, etc.- a una agricultura mundial homogeneizada, un aumento de
escalas de producción, especialización espacial y a nivel de las explotaciones y una creciente
dependencia respecto a un reducido número de cultivos e insumos externos.
La extensión e intensificación de la agricultura se operó argumentando la necesidad de
aumentar la producción y la productividad para responder a la demanda de alimentos de una
población en constante crecimiento. Sin embargo, mientras hoy existe un amplio consenso en
torno a que el problema de la alimentación era más complejo, la extensión e intensificación de
la agricultura ha desencadenado problemas a nivel de los ecosistemas no agrícolas y agrícolas:
pérdida de hábitats, alteración de la estructura y funcionamiento de los ecosistemas y
disminución de su capacidad para continuar proveyendo servicios y recursos valiosos entre
los primeros, y grados crecientes de erosión, pérdida de fertilidad, sobrepastoreo y
contaminación, entre los segundos (Cabido, 2008; Altieri y Nicholls, 2000).
En el campo de las ciencias sociales y naturales, las consecuencias de la modernización
agrícola de la Revolución Verde comienzan a ser denunciadas desde perspectivas críticas y
ecológicas a fines de los años ‟70. En este contexto, se produce una revisión del modelo
industrial de desarrollo, de la relación entre ambiente y sociedad y de los instrumentos que
median esa relación. De esta forma, en el campo agronómico comienza a registrarse un interés
por el desarrollo de estrategias alternativas para el desarrollo de la agricultura, mientras que
las ciencias sociales empiezan a incluir al ambiente en sus análisis de los procesos de
desarrollo. A su vez, los movimientos sociales que se conforman como resultado de los
procesos de exclusión que induce la modernización de la agricultura, proponen una
“agricultura alternativa” que rescata técnicas productivas tradicionales y demandan que la
investigación y la extensión preste mayor atención a estas prácticas (Brandenburg, 2005,
Buttel, 2006; Sevilla Guzmán y Martínez-Alier, 2006).
En este contexto surge el concepto de desarrollo sostenible (o sustentable). Numerosos
autores han señalado el carácter ambiguo y problemático del término, producto de la
indefinición de los mismos conceptos de desarrollo y sostenibilidad, así como de su doble
carácter normativo/cognitivo y las diversas escalas técnicas y conceptuales a las que puede ser
analizado. Al mismo tiempo, identifican en esta vaguedad las razones de la amplia y rápida
adopción del concepto por los más diversos actores sociales y la consiguiente dilución de su
sentido y eficacia (Buttel, 2006, Brandenburg, 2005; Naredo, 2004; Fodadori y Tomassino,
2000; Reboratti, 1999).
Fodadori y Tomassino (2000), por ejemplo, han identificado tres concepciones: la
sustentabilidad ecológica (los problemas ambientales se reducen a la depredación y
contaminación del medio abiótico y del resto de los seres vivos), la sustentabilidad social
limitada (reclama la solución de los problemas sociales considerados causa de la
insustentabilidad ecológica) y la coevolución sociedad-naturaleza. Desde esta última
perspectiva, el medio ambiente está integrado por el entorno abiótico, otras especies vivas y
los seres humanos, por lo que la problemática ambiental debe ser analizada a nivel técnico y a
nivel de las relaciones sociales. Es decir, el problema de la sustentabilidad/insustentabilidad
no puede limitarse al análisis de las técnicas de producción, sino que debe incluir a las propias
relaciones sociales capitalistas.
En la misma dirección, Reboratti (1999: 200) señala que cuando el concepto „desarrollo
sostenible‟ aparece en el informe Brundtland, lo hace no ya desde el campo de la ecología,
sino del de las ciencias sociales: “el desarrollo no sería ahora visto desde el ambiente, sino
desde la sociedad. Esto significa que no es que la sociedad realiza el desarrollo sostenible del
ambiente, sino que el desarrollo sostenible de la sociedad incluye, entre otras cosas, una
dimensión ambiental”.
Aplicado a la agricultura, el término sostenible también ha generado usos encontrados y
propuestas diversas. Ha sido utilizado tanto por quienes critican las prácticas e instituciones
de la agricultura moderna y por quienes la defienden: de un lado se denuncia la amenaza a la
calidad ambiental, la disminución de los ingresos netos y los retornos de capital decrecientes
y los procesos de concentración y exclusión social que su dinámica genera; mientras que del
otro lado se defiende el carácter renovable de los recursos naturales y la eficacia y eficiencia
de la agricultura en proveer alimentos y fibras a bajo costo.
Más allá de lo conflictivo de la noción, permanece como una noción útil en términos teóricos
y políticos en tanto no hay otro concepto que refleje mejor la visión deseable del futuro del
sistema agroalimentario. Esto no debe oscurecer el hecho de que si bien la noción de
sostenibilidad lleva implícita la idea de que los sistemas insostenibles colapsarán, la
agricultura moderna tiene gran capacidad para mantener sus dinámicas aún a pesar de los
costos y riesgos socioambientales y del agotamiento de los recursos naturales. En segundo
lugar, que la agricultura sostenible es un proceso y no un punto de llegada (Buttel, 2006;
Reboratti, 1999).
La agricultura alternativa o sostenible es un conjunto diverso de estrategias productivas que
buscan conciliar la sostenibilidad ambiental, la seguridad alimentaria y biológica, la
disminución de la pobreza y la desigualdad social. Es decir, proponen estrategias de manejo
sostenible de los recursos naturales para la práctica de una agricultura alternativa y el
desarrollo sostenible (Altieri y Nicholls, 2000).
No es un sistema concreto de prácticas agrarias, sino un conjunto variado que abarca desde la
agricultura ecológica hasta prácticas como el uso prudente de agroquímicos, el control
integrado de plagas, las rotaciones de cultivos, el cultivo de leguminosas para fijar nitrógeno y
prácticas de laboreo y siembra para reducir la erosión del suelo.
La especialización, la intensificación y la concentración espacial que caracterizan a la
agricultura moderna no responden meramente a innovaciones tecnológicas o al crecimiento de
la población, sino a los cambios en la economía política de la agricultura y la dinámica propia
del sistema capitalista. Es decir, es la dinámica del sistema de producción capitalista la que
permite sostener y reproducir en el tiempo la sostenibilidad de la insostenibilidad (Buttel,
2006). En este sentido, la insostenibilidad de la agricultura del siglo XX tiene una dimensión
económica y social, además de ecológica.
La orientación de los sistemas públicos y privados de investigación, la falta de aplicación de
regulaciones ambientales al sector agrícola, los reducidos costos de los principales insumos de
la agricultura convencional que ocultan la insustentabilidad del modelo productivo, el
distanciamiento de los productores agrícolas y de la población urbana de las externalidades
negativas de la producción agrícola y el neoliberalismo globalizado que obstaculiza la
aplicación de regulaciones ambientales, son algunos de los principales procesos que permiten
la reproducción social y ecológica de la insustentabilidad.

2. La agricultura orgánica: ¿movimiento o mercado?


En las dos últimas décadas el sistema agroalimentario orgánico pasó de ser un conjunto de
redes locales de productores y consumidores escasamente articulados, a un sistema
globalizado de comercio formalmente regulado que vincula, social y espacialmente, sitios
muy distantes de producción y consumo.
Si bien los productos orgánicos representan una escasa proporción del mercado mundial de
alimentos, la multiplicación de productos certificados y su creciente disponibilidad en los
supermercados han hecho de los orgánicos, el segmento de más rápido crecimiento del
sistema agroalimentario (Raynolds, 2004).
Si bien los métodos de producción orgánicos tienen orígenes diversos y antiguos, fueron
popularizados por movimientos sociales de los países nórdicos que en la década del ‟60
comenzaron a criticar la naturaleza destructiva de las prácticas agroindustriales. Como una
alternativa, promovieron la creación de sistemas locales de producción-distribución-consumo,
apoyados en valores como la confianza personal, el conocimiento local, la diversidad
ecológica, el comercio justo y la justicia social en oposición a las tradicionales convenciones
industriales y comerciales basadas en la eficiencia, la estandarización y competencia de
precios.
Con el crecimiento de la demanda, la producción de alimentos orgánicos de los países
europeos se volvió insuficiente y comenzaron a importar alimentos orgánicos de otros países,
particularmente de los países del Sur. Conjuntamente, se amplió la demanda de productos
orgánicos comercializados para incluir productos tropicales (como bananas, café, té, cacao y
especies), de contraestación (como manzanas, peras, lechuga, espárragos), productos
congelados y enlatados, carne, huevos, leche, queso y alimentos procesados.
De esta forma, la consolidación e institucionalización de estas experiencias junto a la
conformación de redes orgánicas globales, ha llevado una paulatina reafirmación de las
convenciones agroindustriales y el consecuente debilitamiento de los principios alternativos
del movimiento. Mientras la creación de la Federación Internacional de Movimientos de
Agricultura Orgánica (IFOAM) en 1972 fortaleció los principios de la agricultura orgánica, en
su evolución posterior se consolidaron funciones orientadas al mercado (establecimiento de
los estándares internacionales de certificación orgánica). En este proceso, reforzado por la
incorporación de los estándares en el Codex Alimentario de la Unión Europea, la agricultura
orgánica fue progresivamente despojada de los valores y significados que le dieron origen y
definida como un conjunto de prácticas de producción y procedimientos de certificación. De
esta forma, se afirma la posición de las convenciones industriales y comerciales en la
definición de normas y la configuración de las redes globales de intercambios de productos
orgánicos (Raynolds, 2004).
Inicialmente dominio de una contracultura minoritaria, el consumo de productos orgánicos se
ha expandido a poblaciones más grandes y dominantes que buscan evitar alimentos con
residuos de agroquímicos y otros contaminantes. Por este motivo, Raynolds (2004)
caracteriza al sector como liderado por el consumidor.
Acompañando el movimiento realizado por el consumo, al principio los productos orgánicos
eran suministrados por los canales de distribución alternativos (mercados de productores
familiares, pequeñas cooperativas, etc.) pero a medida que creció la demanda comenzaron a
ser distribuidos por los canales convencionales de distribución. La creciente importancia de
los comercializadores grandes y las corporaciones de alimentos en el Norte, refuerza la
posición de los grandes productores del Sur, capaces de garantizar grandes y continuos
suministros de bienes estandarizados. Desde que los bienes orgánicos entran en la misma red
comercial que los bienes convencionales, son afectados similarmente por economías de
alcance y de escala (Raynolds, 2004).
Así, mientras el crecimiento del mercado orgánico fue alimentado por la desconfianza hacia el
sistema alimentario agroindustrial, ese crecimiento paradójicamente llevó a adoptar las
normas, prácticas y las relaciones de mercado de la agroindustria convencional a las redes
orgánicas nacionales e internacionales. La producción agroindustrial dominante y las
corporaciones de distribución y comercialización controlan los principales mercados
orgánicos, manteniendo convenciones industriales y comerciales en el establecimiento de
redes de suministro de gran volumen, altamente reglamentadas y de larga distancia. En
síntesis, Raynolds (2004) señala que aparentemente estaríamos viendo una bifurcación entre
sistemas de distribución orientados al mercado y consumidores orientados por el movimiento.
Argentina con más de 3 millones de has certificadas es el país con mayor superficie bajo
producción orgánica certificada de América Latina. Además, es el país que registra el mayor
tamaño promedio de las explotaciones orgánicas certificadas.
La superficie bajo producción orgánica creció en forma sostenida desde el año 1993 debido a
los atractivos precios de los productos orgánicos y la construcción de un marco normativo y
operativo adecuado para las distintas producciones. En la elaboración de las normativas que
regulan el sector se tomaron como base de referencia las normas de IFOAM, de la Unión
Europea y de organizaciones nacionales relacionadas con el sector, que le valieron al país ser
el primero de América del Sur incluido en la lista de seis miembros del Tercer Mundo con
acceso permitido a la UE sin controles adicionales.
En el año 2002 la superficie orgánica certificada argentina registra una caída importante que
recién logra superarse en 2008, año en que se supera el máximo histórico del 2001 (SENASA,
2009).
La producción orgánica se destina prácticamente en su totalidad al mercado externo. El
mercado interno, si bien ha crecido en los últimos años, aún tiene escasa significación. Esto
reproduce la dependencia histórica del país de los mercados de agroexportación y su
vulnerabilidad a las fluctuaciones del mercado global (Raynolds, 2004; Scialabba, N. y
Hattam, C., 2003; SENASA, 1996; SENASA, 2009).

3. El sector orgánico en la provincia de Entre Ríos.


La provincia de Entre Ríos, por su parte, ha mostrado un comportamiento fluctuante. En el
año 2009, la provincia registraba 57 establecimientos con certificación orgánica, que
representaban el 3% del total de establecimientos orgánicos del país. Sin embargo, en el
período 2000-2009, la cantidad de establecimientos ha oscilado entre los 45 y los 64.
La superficie bajo seguimiento, representaba el 1,4% del país en el año 2000, creció hasta
alcanzar el 2,8% en el 2002 y luego cayó hasta ubicarse por debajo del 1% en el año 2009.
La participación de la provincia en la superficie orgánica cosechada en el período considerado
pasa del 4,6% al 12%. En el mismo período, las existencias ganaderas orgánicas caen del
1,2% al 0,5% del total del país y la apicultura orgánica pasa del 8,8% al 26,8% del total del
país con importantes variaciones entre los extremos del período 2000-2009.
Los datos que se presentan a continuación son producto de una investigación desarrollada con
el objetivo de conocer con mayor profundidad la situación de la producción orgánica
certificada en la provincia de Entre Ríos, describir el perfil de los productores, elaboradores y
comercializadores orgánicos con certificación, sus opiniones y prácticas y las limitaciones y
potencialidades para el desarrollo del sector orgánico provincial.
La metodología del trabajo fue de tipo cuantitativa y la técnica de recolección consistió en
encuestas administradas a productores con certificación y productores que abandonaron la
producción orgánica certificada, elaboradores y comercializadores de productos orgánicos de
la provincia de Entre Ríos. A partir de los datos publicados por SENASA y algunas
certificadoras se elaboró un listado de productores, elaboradores y comercializadores activos e
inactivos al año 2008 conformado por: 36 productores y 38 inactivos, 12 elabores activos y 10
inactivos y 3 comercializadores activos y 1 inactivo. El trabajo de campo se realizó entre los
meses de agosto y septiembre de 2009. Se entrevistaron 37 productores, de los cuales
21actualmente producen en forma orgánica certificada (56,8%) y 16 lo hicieron pero
abandonaron (43,2%). Asimismo, se entrevistaron 11 elaboradores y 5 comercializadores de
productos orgánicos certificados.
De los 21 productores orgánicos activos, 7 se dedican a la producción orgánica vegetal (arroz,
lino, girasol, soja, alfalfa, acelga, achicoria, calabaza, cebolla de verdeo, coliflor, lechuga,
perejil, mandarina, naranja, pomelo y pecán) y 14 a la producción orgánica animal
(apicultura). En ningún caso se observa la combinación de producción orgánica animal y
vegetal y el grado de especialización es alto.
Entre los motivos que llevan a los productores a la producción orgánica, los de tipo
económico ocupan un lugar preponderante. La obtención de un precio diferencial (59,4%), la
diversificación productiva (24,3%) y la existencia de una demanda creciente (21,6%) son los
principales motivos enunciados por los entrevistados. En menor medida, se señalan también
la mayor estabilidad de los precios de los productos orgánicos y las facilidades de
comercialización. Las consideraciones relacionadas con el cuidado del medioambiente
(2,7%), la salud humana (13,5%) y la obtención de un producto ecológico (10,8%) se
encuentran en un segundo plano. Adicionalmente, cabe señalar que mientras las referencias a
las dimensiones ecológicas y sociales de la producción orgánica tienen mayor peso entre los
productores que han abandonado la producción certificada, las referencias a la dimensión
económica son más importantes entre los productores activos. Lo mismo se observa al
preguntar por los motivos que llevan a certificar la producción orgánica: mientras un 61,6%
busca obtener un precio diferencial por sus productos y otro 47,2% persigue entrar en nuevos
mercados, sólo en el 5,6% de los casos se manifiesta el interés por producir en forma más
sana y vender un producto ecológico.
En relación a los cambios operados para certificar la producción, se refieren cambios en los
productos utilizados para controlar plagas y malezas, para el manejo de la fertilidad y en
mayores requerimientos de monitoreo y control. Sin embargo, en un 18,9% de los casos se
señala que no se han realizado grandes cambios por la similitud de los manejos.
Los productores que abandonaron la producción certificada (16 casos) señalan la falta de
rentabilidad (31,3%), los problemas de escala (25%) y la falta de campos adecuados (18,8%)
entre las razones que los llevaron a tomar esta decisión. De estos productores sólo uno
continúa produciendo en forma orgánica.
De los productores que realizan o realizaban agricultura orgánica con certificación (15 casos),
el 73,4% señala que los rendimientos son menores a los de la producción convencional,
mientras un 26,7% sostiene que son iguales. Entre las causas de los menores rendimientos se
indican las dificultades asociadas al manejo de la fertilidad y el control de plagas y malezas
sin agroquímicos. Entre los que consideran que el rendimiento es igual se argumenta que no
existen diferencias importantes entre un tipo de producción y otra y que los rendimientos
dependen del manejo.
En cuanto al rendimiento de la producción animal orgánica, sobre un total de 23 casos
(considerando activos e inactivos), el 65,2% sostiene que es igual al de la producción
convencional y el 34,8% que es menor. En este caso, se observan diferencias importantes
entre los productores orgánicos con certificación y los que abandonaron: mientras que el
78,6% de los primeros cree que los rendimientos de la producción animal orgánica son
iguales a los de la producción convencional, sólo el 44,4% de los productores que
abandonaron la producción orgánica certificada contesta que los rendimientos son iguales.
Las causas que generan menores rendimientos son las limitaciones para suplementar la
alimentación de las colmenas, para controlar las enfermedades y para conseguir mano de obra.
La producción orgánica es vendida a acopiadores (43,8%), exportadores (43,8%) y
supermercados (6,3%). Los productos orgánicos comercializados son: miel (68,8%), cereales
y oleaginosas (25%) y frutas (6,3%). Los productores que han abandonado la producción bajo
certificación, comercializaban miel (50%), cereales y oleaginosas (18,8%) y frutas (25%).
Por la comercialización de sus productos orgánicos certificados, los productores perciben un
precio diferencial. El 13% de los productores percibió un precio entre un 40-50% más alto, un
54% de los productores percibió un precio entre un 25%-30% más alto y un 27% de los
productores recibió un precio hasta un 20% más alto.
De estos productores, el 45,2% no considera que haya dificultades en la comercialización de
los productos orgánicos certificados. Por su parte, un grupo menor señala que el mercado es
muy cambiante (12,9%), que la normativa es muy exigente (9,7%) y que el volumen de
producción manejado es muy bajo (9,7%). Entre los aspectos que facilitan la comercialización
de los productos orgánicos certificados se mencionan, básicamente el precio diferencial
(59,4%) y la existencia de una importante demanda de estos productos (25%).
Finalmente, en relación al perfil de los productores podemos señalar que el 100% de los
productores orgánicos certificados y el 93% de los productores que abandonaron la
producción bajo certificación, trabajan directamente en la explotación. El 60% entre los
primeros y el 40% entre los segundos, además, trabajan fuera de la explotación. En el 36,4%
de los casos ocupan dos trabajadores permanentes, y en el restante 63,4% ocupan entre 3 y 20
trabajadores permanentes.
En cuanto al nivel educativo, más de la mitad de los entrevistados tienen estudios terciarios y
universitarios (51,3%, 19 casos), el 30% tiene educación de nivel medio y el 18,9% restante
tiene educación de nivel primario.
El 81% de los productores orgánicos con certificación y el 100% de los productores que ya no
tienen certificación tienen residencia urbana y en el 76,5% de los casos, viven en ciudades de
más de 10 mil habitantes.
Por último, el 48,6% tiene asesoramiento agronómico permanente, un 26% tiene
asesoramiento en forma esporádica y el 24,3% restante no tiene asesoramiento.
Los elaboradores de productos orgánicos certificados fueron 11 en total. Los productos que
elaboran son: cera estampada, jugos, aceites esenciales, yerba, te, pollos parrilleros y
ponedoras, jalea real, propóleo, miel, aceite de girasol y arroz.
Los motivos que los llevaron a elaborar productos orgánicos con certificación son,
nuevamente, de tipo económico: conseguir mejores precios, responder a la demanda existente,
hacer la cadena completa para aprovechar la producción primaria, etc.
Un aspecto interesante es que 8 de los 11 elaboradores produce directamente la materia prima
con la que trabaja. De los tres elaboradores que compran la materia prima a otros productores
orgánicos, uno lo hace mediante contrato y los dos restantes mediante acuerdos informales.
De todas formas, los tres manifiestan comprar siempre a los mismos productores.
Los comercializadores entrevistados fueron 5 (cinco), 2 (dos) acopiadores y 3 exportadores.
La mayoría (cuatro) comercializa productos orgánicos junto a productos convencionales. Los
productos comercializados son: jugos, aceites esenciales, lino, arroz y miel. Los
comercializadores señalan el precio diferencial de los productos orgánicos, la demanda de los
mercados internacionales, la estabilidad de estos mercados y la ausencia de intervención del
Estado como los factores que favorecen la comercialización de productos orgánicos
certificados.

Conclusiones
A partir de los datos analizados, podemos señalar que el sector orgánico de la provincia de
Entre Ríos presenta las siguientes características:
Alto nivel de especialización y separación entre ganadería y agricultura.
Clara orientación económica de los productores, elaboradores y comercializadores
orgánicos
La conversión de la producción convencional a orgánica no demandaría grandes
cambios, sólo cambios en los productos y fundamentalmente mayores requerimientos
de control y monitoreo.
La evaluación de los rendimientos de la producción orgánica en comparación con la
convencional es más positiva para la producción animal que para la vegetal.
El principal destino de la producción es el mercado externo, el mercado interno
prácticamente no tiene relevancia.
Las dificultades de comercialización se asocian a las condiciones cambiantes del
mercado internacional, la normativa y la falta de volumen.
La cantidad de productores que abandonan la producción orgánica y las causas
enunciadas indican que las mayores dificultades tienen que ver con la dinámica del
sistema agroalimentario orgánico.
El perfil de los productores no es el de pequeños productores pobres, sino más bien el
de productores empresarios o familiares capitalizados.
Por todo esto, podemos concluir que la agricultura orgánica en la provincia de Entre Ríos
exhibe una dinámica dominada por las normas, prácticas y relaciones de mercado de la
agroindustria convencional antes que por los principios ecológicos y sociales de la agricultura
alternativa. La modalidad que asume la producción y la comercialización reproducen los
procesos de especialización, concentración y comercialización orientados hacia el mercado.
De todas formas, estos resultados no deberían llevar a un abandono de la agricultura orgánica
como alternativa de desarrollo sustentable. Experiencias como las ferias francas y las redes de
comercio justo indican que es posible la construcción de redes de productores orgánicos de
pequeña escala y consumidores conscientes. El papel de las universidades en el desarrollo de
las tecnologías apropiadas y en la formación de profesionales con las herramientas necesarias
para acompañar estos procesos es de suma importancia y requiere ser asumido.
Bibliografía
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