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Paradigmas y bosques

Por: Rodrigo Arce Rojas1

A propósito del Día Forestal Mundial (21 de marzo) y del Año Internacional de
los Bosques (2011) es importante reflexionar sobre la relación entre los
humanos y los bosques con la finalidad de ratificar compromisos y promover
la acción colectiva. En esta ocasión queremos hacer un análisis desde la
perspectiva de los paradigmas y su influencia en el estado de conservación de
los bosques.

Los paradigmas constituyen la forma cómo vemos el mundo y aluden a las


creencias profundas, al patrón básico que nos sirve para interpretar el mundo.
Los paradigmas tienen gran influencia en los discursos, en las actitudes y las
prácticas de personas y grupos pues inciden tanto en los pensamientos y
sentimientos.

Por eso es importante revisar en la historia y el presente cuáles han sido, o


son, los paradigmas que tenemos con relación a los bosques. En los diferentes
continentes se encuentran relatos relacionados con el carácter sagrado de los
árboles. Incluso se llegó a considerar a los bosques como templos o morada de
dioses y espíritus. A los árboles se les relaciona con la madre y con la vida. Por
ejemplo, para los celtas, los árboles siempre han sido elementos sagrados y
preciosos, integrados plenamente dentro de su propia concepción del mundo
(Maus, 2001). En la tradición europea es frecuente encontrar el carácter de
santos en una diversidad de especies de árboles.

El árbol ha sido utilizado como símbolo de la unión del cielo y la tierra: ahonda
sus raíces en la tierra y se levanta hasta el cielo; por eso en muchas religiones,
sobre todo en las orientales, el árbol es un signo de encuentro con lo sagrado,
del encuentro del hombre con la divinidad y de la divinidad con el hombre
(Church Forum, 2011). Por ejemplo, en la civilización maya el árbol de la ceiba
(Ceiba pentandra) tenía un profundo significado religioso y cósmico pues
mediaba entre el hombre y la naturaleza. El árbol permitía la comunicación
entre los tres niveles del cosmos: el subterráneo a través de sus raíces, la
superficie de la tierra a través del tronco y las alturas por medio de sus ramas
(Chevalier y Cheerbrant, 1991). En la tradición Ticuna la ceiba caída está

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Ingeniero Forestal. rarcerojas@yahoo.es

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presente en su cosmogonía, las raíces representan al mar y las ramas a los
ríos y quebradas.

También es frecuente encontrar a los árboles como soporte del planeta. De ella
da cuenta un proverbio hindú que menciona que "Los árboles son las columnas
de la tierra, si los derribamos el cielo caerá sobre nosotros". En contraste, es
interesante mencionar que en la tradición hindú figura la noción de un árbol
invertido, es decir que arraiga en el cielo y extiende sus ramas bajo tierra,
posible símbolo de la energía vivificante del Sol, en lo físico, y de la Luz o
iluminación espiritual. El árbol invertido según el Bhagavad Gita representa
como todo lo que se nace de una causa primigenia: las raíces son el principio
de todo lo fenoménico, las ramas su realización concreta y detallada
(Diccionario Enciclopédico, 2011). La estrecha relación que existe entre los
pueblos indígenas y la naturaleza, por lo tanto la viabilidad de la vida misma,
ha sido reconocida como un elemento fundamental para el reconocimiento de
los derechos territoriales de estos pueblos.

Con la consolidación de la civilización occidental y la ciencia, del respeto


profundo a la naturaleza se pasa a una relación de dominio. Son los intereses
económicos y políticos los que van produciendo una desacralización de la
naturaleza hasta llevarla a la mínima expresión. El modelo civilizatorio se
realiza a expensas de los bosques.

Se menciona que en el inicio de la conquista y durante la colonia se veía a la


naturaleza como el espacio agreste a la que había que dominar. La conquista
de la naturaleza se justificaba por la civilización de los espacios salvajes
(Gudynas, 2002). Este pensamiento no sólo se ha mantenido sino que ha sido
reforzado por el predomino de los valores económicos de nuestra civilización

Vemos entonces una confrontación entre lo cultural y lo natural. Transformar


los bosques para convertirlos en chacras, pastizales y ciudades es entendido
como avance civilizatorio. Es así como se explica que para las entidades y
funcionarios de titulación de tierras el desbosque es señal de progreso y por
tanto amerita la titulación de tierras. Los bosques son vistos así como espacios
por conquistar, como espacios para llevar civilización.

Esta forma de ver los bosques es considerada como una señal de modernidad y
lo podemos encontrar entre los campesinos y colonos. En un estudio realizado
entre finqueros costarricenses se encontró que el bosque primario, con sus
diferentes grados de intervención, es entendido como natural y opuesto a la
cultura. Es oscuro, cerrado y húmedo como un sótano. Por ser difícilmente
controlable es un espacio para disfrutar sólo para los hombres muy valientes.
Para la mayoría de los monteses, es un lugar poco conocido y poco atractivo.

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Más que todo es un terreno potencial para dedicarlo a la agricultura (Nygren,
1993).

En muchas partes del mundo, los bosques son todavía el único hogar posible
para pueblos indígenas que no podrían vivir sin ellos. La enorme diversidad de
culturas indígenas, de sistemas de vida, de lenguas y conocimientos se pierde
a medida que se destruyen los bosques. Sin embargo, aunque los bosques son
nuestros aliados pareciera que estuviéramos en guerra con ellos (Díaz-Salazar,
2003). Resulta preocupante la alta tasa de deforestación de los bosques
tropicales no sólo por la reducción de medios de vida de las poblaciones locales
sino por los efectos en la concentración de Gases de Efecto Invernadero
causantes del cambio climático.

Crews (2003) señala que aunque la veneración de ciertos árboles o bosques


puede persistir en las tradiciones locales, el culto a los árboles ha desaparecido
en su mayor parte en el mundo moderno. Sin embargo, los símbolos que
quedan en el lenguaje, el folclore y la cultura nos recuerdan la rica relación
entre el pensamiento humano y el mundo forestal. El interés moderno por
conservar los bosques es quizás una extensión natural de la lógica de antiguos
ritos arbóreos. El bosque sagrado de ayer es hoy una reserva de la biosfera, un
patrimonio natural o una zona protegida. Ahondando en el reino de los
símbolos podemos muchas veces explicarnos los vínculos entre los antiguos
sistemas de valores y las prácticas modernas.

Actualmente también podemos apreciar diferentes formas de ver al bosque


según cada actor o sector. Existen diferentes historias, significados,
percepciones, intereses y sentires que influyen en la percepción sobre los
bosques. Los procesos de aculturación también modulan la forma cómo las
comunidades locales perciben a los bosques. Para algunos los bosques
constituyen los espacios que no hay que tocar y para otros los bosques son
para explotarlos. Algunos celebran la diversidad forestal otros consideran que
es principal obstáculo para el desarrollo. Para algunos hay que simplificar al
máximo el acceso y su aprovechamiento y para otros hay que hacer manejo
forestal sostenible aunque ello implique convivir con la complejidad y asumir
los costos que ello implica. Unos ven el bosque y otros miran el bosque.
También hay quienes estando frente a un bosque no logran verlo. No es
cuestión de hacer simplificaciones conceptuales que derivan en posiciones
engañosas o ficticias. A la alta diversidad hay que tratarla también con
incorporación de marcos conceptuales y metodológicos que celebren y
convivan con la diversidad.

También se aprecia que en la actualidad hay una mayor predisposición para


entender el bosque de manera ecosistémica aunque no siempre existe la
estructura institucional, administrativa, legal y profesional para implementar
efectivamente los enfoques ecosistémicos. Se requiere generar condiciones
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objetivas y subjetivas para institucionalizar los enfoques ecosistémicos en la
gestión forestal. Como forestales no estamos estrictamente en un sector
productivo o un sector ambientalista sino que se produce una superposición de
campos porque estamos hablando de un sector productivo que para ser
sostenible debe tener un cuidadoso tratamiento ambiental y social.

Incluso habría que cuestionar la mirada de recurso que tienen los bosques.
Recurso es aquello que tiene carácter utilitario para el ser humano y bajo esta
perspectiva aquello que no tiene valor (actual y conocido) no es digno de ser
tomado en cuenta. Los bosques y la vida misma tienen un valor intrínseco y no
dependen de la perspectiva que tiene el evaluador. Por ello es pertinente el
derecho de la naturaleza incorporada en la legislación ambiental y forestal
ecuatoriana.

Como corolario nos quedan dos preguntas: i) ¿cuál es nuestro paradigma con
el cual vemos al bosque?, ii) ¿cuál es la influencia de nuestro paradigma en la
conservación de bosques? Confiamos que las respuestas nos ayuden a delinear
compromisos, estrategias y acciones a favor de los bosques que es decir de la
vida misma.

Bibliografía revisada:

Chevalier, Jean y Alain Cheerbrant. 1991. Diccionario de los símbolos. Herder. Barcelona.

Church Forum, 2011. El árbol de navidad. Disponible en: http://www.churchforum.org/arbol-


navidad.htm Acceso el 19 de marzo del 2011.

Crews. J. 2003. Significado simbólico del bosque y del árbol en el folclore. En: Unasylva.

Díaz-Salazar, Rafael. 2003. Justicia global. Las alternativas de los movimientos del Foro de Porto
Alegre. Icaria Editorial. Intermón Oxfam. Barcelona, 359 p.

Diccionario Enciclopédico. 2011. Árbol. Disponible en:


http://webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:OmLr4e-
L6DgJ:www.ecovisiones.cl/diccionario/A/ARBOL.htm+el+arbol+en+la+mitologia&hl=es&strip=1.
Acceso el 19 de marzo del 2011.

Gudynas, Eduardo. 2002. Ecología Economía y Ética del desarrollo sostenible en América Latina.
DEI-UNED-UBL-CLAES. San José, C.R. 303 p.

Maus, Eliseo. 2001. La mitología arbórea. Disponible en:


http://www.almargen.com.ar/sitio/seccion/cultura/sabarb3/index.html. Acceso el 19 de marzo
del 2011.

Nygren, Anja. 1993. El bosque y la naturaleza en la percepción del campesino costarricense. Un


estudio de caso. CATIE. Informe Técnico N° 203. C.R. 106 p.

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