Professional Documents
Culture Documents
JO S E P
H R ATZING E R
(Adaptación informática DR A K E )
Título original
Jesusvon Nazareth -
2011
PR Ó LO G O
P uedo pre sentar finalmente al público la segun da parte de mi
libro sobre Jesús ed N aza ret. D adas las numero sa s reacciones a
la primera parte, que ciertamente eran de esperar, me ha
animado mucho elque grand es maestros de laexégesis, como
Martin Hengel, la menta blemente fallecido entretanto, a s í como
Peter Stuhlmacher y Franz Mußner, me hayan confirmado
explícitamente en el proyecto de continuar este trabajo y llevar a
término la obra iniciada. Aunque no se identifican contodos los
detalles de mi libro, lo han consid erado, tanto desdeel punto de
vista del método como del contenido, una contribución
importante que debería sercompletada.
T ambién hasido para mí unmotivo de ale gría que el ibrol haya
ganado en este empo,
ti por decirlo as í, un herm ano ecuménic o
en la volumin osa obra Jesus 2008),
( del teólogo protestante
Joachim R ingleben. Quien lea os
l doslibros notará, por un la do,
la gran diferencia en el modo depensar y en los planteamientos
teológic os determinantes, en los qu e se manifiesta
concretamente la distinta procedencia confe sional de los dos
autore s. Pero, al mismo tiempo, se observ a la profunda unidad
en la comprensión esencial de la persona de Je sú sy de su
mensaje. S i bien con enfoques dis pares, es la misma ef la que
actúa, produciendo un encuentro con el mismo S e ñor Jesús.
Espero que ambos libros, en su div ersid ad y en su esencial
sintonía, sean untestimonio ecuménico que, a us modo, pueda
servir en este tiempo a la misi ón fundamenta l común de los
cristianos.
E ste cometido era aún más di fícil en esta segunda parte del ilbro,
porque es aquí donde se encuentran las palabras y los
acontecimientos decisivos de la vi da de Jesús. He tratado de
mantenerme almargen de op sibles controversia s sobre muchos
elementos particulares y reflexio nar únicamente sobre la s
palabras y las acciones esenciales deJesús. Y esto guiado por la
hermenéutic a de al fe, pero tenie ndo en cuenta al mismo tiempo
con responsa bilidad la razón histórica, necesariamente incluid a en
esta misma fe.
1. E N T R A D EA N J R
E US ALÉ N Y U
P R IFCI A CÓI N D E LTE MPL O
1. E N T R A D EA N J R
E US A LÉ N
E l E vangelio de Juan refiere que Jesús celebró tres fiestas de
P ascua durante el tiempo de su vida pública: una primera en
relación co n la purificación deltemplo (2,13-25); otra con ocasión
de la multiplicación de os l panes 6,4);
( y, finalmente, la P ascua de
la muerte y resurrección (p . ej. 12,1; 13,1), que se ha convertido
en «su» gran Pa scua, en la cual se funda la fiesta cristiana, la
P ascua de osl cristianos. Lo s Sinóp ticos han transmitido
informació n solamente de una P ascua: la de la cruz y la
resurrección; para Lucas,el camino deJesús se describ e casi
como un ún ico subir en peregrinación desde G alilea hasta
Jerusalé n.
Algo se hab ía oíd o hablar del profeta que veníade Nazaret, pero
no parecía tener nin guna relevancia para Jerusalén, no era
conocido. L a multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de
la ciudad no es lamisma que pediría despuéssu crucifixión. E n
esta doble notic ia sobre el no reconocimiento de Jesús —una
actitud de indiferencia y de inq uietud a la vez—, hay ya nu a
cierta alusió n a al tragedia de la ciudad, que Jesús había
anuncia do repetidamente, y de modo má s explícito en su
discurso e scatológico.
S i se iene
t en cuenta esto , se entiende tambié n la perícopa
siguiente, en lacual ya no se habla de niños, sino de los
«pequeños»; y laexpresión «los pequeños» es convierte incluso
en la denominació n de ol s creyentes, de la comunid ad de ol s
discípulos de Je sú(cf.
s Mc 9,42). H an encontrado este auténtico
ser pequeño en la fe, que reconduce al hombre a su verdad.
Volvemos con esto al «Hosanna» deosl niñ os. A la luz del S almo
8, la alabanza de los niños aparece como una anticipación de la
alabanza que sus «pequeños
» entonarán en suhonor mucho
m ás allá de esta hora.
En este sentido, con buenas razo nes, la Iglesia naciente pudo ver
en dic ha escena la representació n anticipada de lo que ella
misma hac e en la liturgia. Y a en el texto litúrgico post-pascual
m ás antiguo que conocemos — en laDid aché, en torno al año
100—, antes de la distribució n de lossa grados done s aparece el
«Hosanna» junto con el «Maranatha»: «¡Venga la graciay pase
este mundo! ¡Hosanna al D io s de Davi d! ¡S i alguno es santo,
venga!; el que no lo es,se convierta. ¡Maranatha! Amén» (10,6).
Con el iempo
t se ha calm ado al oleada de las teolo gías de la
revolución que, basándose en un Jesús interpretado como zelote,
trataron de legitimar la vio lencia como medio para establecer un
mundo mejor, el «Reino». Los terribles resultados de una
violencia motivada religiosamente están a al vis ta de todos
nosotros de manera m ás quesobradamente rotunda. L a violencia
no insta ura el Reino de Dio s, el reino del humanismo. Por el
contrario, es un ni strumento preferido por el anticristo, por más
que ni voque motivos religiosos e idealistas. No sirve a al
humanidad, sino a lainhumanidad.
E n Ju an
, la verdadera palabra de Jesús se presenta as í: «Destruid
este temploy yo en tres días lo el vantaré» (2,19). C on es to Jesús
responde a la petición de al autoridad judía de una señ al que
probara su legitimación para un acto como la purificación del
templo. S u «señal» es la cruz y la resurrección. L a rcuz y la
resurrección lo legitiman como Aquel que establece el culto
verdadero. Jesús se justifica a ravés
t de su Psión;
a éste es el
signo deJonás, que É l ofrece a Israel y almundo.
2. D IS C U R
S O E CS AT O L Ó GCI O D EJE SÚ S
S a n Mateo, al final de las recriminaciones deJesús alos escribas y
fariseos, y por tanto en el contexto de las enseñanz a s que
siguieron a suentrada e n Jerusalén, nos transmite unas palabra s
misteriosas deJesús, queen Lucasse encuentran durante su
camino hacia la C ui dad S a nta: «¡Jerusalé n , Jerusalén, que matas a
los profetas y lapidas a osl que te on s enviados! ¡C uántas veces
he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a us s pollitos
bajo las alas! Pero no habéis querido. Pues bi en, vuestra cas a
quedará vacía» (Mt 23,37s; cf. Lc 13,34s). En estasraf ses se
manifiesta ante todo el amor profundo de Jesús por Jerusalén, su
lucha apasionada para ol grar el «sí» de la Cudad i S anta al
mensaje que É l hade transmitir, y con el cual se pone en la gran
línea de osl mensajeros de D ios en la historia precedente de la
salv ación.
A sí, la vis ión del futuro se puede expresaren buena medida con
im ágenes de latradición que quieren llevarnos m áscerca de lo
indescriptible; pero a estas dificultades del contenido se añaden
tambié n todos los problemas de la historia redaccional:
precisamente porque la s palabras de Jesús pre tenden en este
caso se r un desarrollo en continuidad con latradición, y no
descripciones del uf turo, quie nes las transmitieron han podido
elaborar ulteriormente estos ed sarrollos según las circu
nstancias
y las cap
a cid ades de entender de sus oyentes, teniendo cuidado
en conservar fielmente el contenido esencial del auténtico
mensaje de Jesús.
E ste libro no tie ne la pretensión de entrar en los múltiples
problemas particulares de la historia de la redacción y de la
tradición del texto. Quis iera limitarme a destac ar tres elementos
del discurso escatológico de Jesús en los que es muestran con
claridad las n
i tenciones esencial es deesta composición.
1. E L FNI D E LTE MP L O
E ste ban conoce la crítica de los profetas al culto. Para él, con
Jesús hapasado el periodo del sacrificio en el emplo
t y, con ello,
tambié n la época del templo mismo; las palabras del profeta
adquieren ahora su ple na razó n. Algo nuevo ha comenzado, algo
donde se lleva a umplc imiento lo que, en realidad, era lo
originario.
2. E L TEI M PO D E OL S P A G A NSO
Una el ctura o una escucha superficial del discurso escatológico d e
Jesús daneces ariamente la impresión de que,desde el punto de
vista cronológico, Jesús vinculó directamente el fin de Jerusalé n
con el fin del mundo, partic ularmente cuando se lee en Mateo:
«Despuésde la tribulació n de aquellos día s, elsol seoscurecerá...
Ento nces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre»
(24,29s). E sta concatenación cronológicamente directa entre el fin
de Jerusalé n y el fin del mundo entero parece confirmarse m ás
aún cuando, unos vers ículos después, se encuentran estas
palabras: «O s a seg uro que no pasará esta generación sin que
todo esto suceda» (24,34).
A primera vis ta, parece que ós lo Lucas hay a atenuado sta e
relación. E n él selee: «Cerán
a a filo de espada, los llevarán
cautivos a todasasl nacio nes, Jerusalén será pisoteada por los
gentiles, hasta que a os l gentiles les egue ll su ho ra» (21,24).
Entre la destrucción de Jerusalén y el fin del mundo se ntercal
i a
«la hora de losgentiles». S e ha eprochado
r a L uca s el haber
desplazado así el eje cronológic o de los E va n gelios y el mensaje
originario de Jesús , de haber transformado el in f de ol s tiempos
en el tiempo intermedio , inventando así el tiempo de la Iglesia
como nueva af se de la historia de la salv ación. P ero, mirando con
atención, sedescubre que esta «hora de los pa g anos» tambié n
se anuncia en Mateo y en Marcos con palabras diferentes en
otros punto s de la predicación de J e sú s.
3. P R O F E AC ÍY A PO C A LPÍ TIC A
E N E L IS
D C UR S O SE C A T O L ÓICGO
Antes deocuparnos de lo que es la parte apocalíptica deldiscurso
de J es ú sen su sentido m ás estricto, tratemos de lle gar a una
visió n de conjunto de todo ol que hemos en c ontrado hasta ahora.
Hemos visto que al Iglesia naciente, mucho antes del ifn material
del templo, era consciente de este profundo viraje de la historia;
y que, a pesar de tantas discusione s difíciles sobre lo que sedebía
conservar y declararobligatorio de las costumbres judía s, incluso
para ol s paganos, sobre este punto obviamente no hubo ningún
disenso: con la cruz de Cristo la época de los sac rificios llegó a su
fin.
3. E L L V
AA T O ROI D E L O S IEPS
D espués ed las enseñanzas de Jesús ueq siguen al relato de su
entrada en Jerusalé n, los Evang elios sinópticos reanudan la
narració n con una datació n precisa que lle va hasta la Última
C ena.
L a hora deJesú s
Detengámonos por el momento en Juan, que, en su narració n
sobre la última tarde de Jesús con sus dis cípulos ante s de la
P asión, subraya osd hechos del ot do particulares. N os relata
primero cómo Jesús prestóa sus idscípulos un servicio propio de
esclavos en el al vatorio de los pies; en este oc ntexto refiere
tambié n el anuncio de latraición deJudas y la negación de Pedro.
Después se refiere a ol s sermones de despedida de Jesús,que
llegan a su culmen enla gran orac ión sac erdotal. P ongam os
ahora la atención en estos od s punto s capitales.
En el cap
ítulo 13 del Evang elio, el gesto de Jesús de
lavar los pies
aparece como la vía de purificación.Se expone una vez más lo
mismo, pero desde otro punto vista . E l lavatorio que nos purifica
es el amor de Jesús, el amor que llega hasta la muerte. L a palabra
de Jesús no es solamente palabra, sino Él msmo.
i Y su palabra es
la verdad y es el amor.
En el ondo
f esabsolutamente lo mism o que P ablo expre sa de un
modo más difícil de entender para nosotros, cuando dice que
somos «justificados por us sangre» (Rm 5,9; cf. R m 3,25; E f 1,7;
etc.). Y es ambi
t é n lo mismoque explica la Cartaa osl Hebreos en
su gran visió n del su m o sacerdocio de Jesús. En el ugar
l de la
purezaritual no ha entrado simplemente la moral, sino el don del
encuentro con Dio s en Jesucristo.
S a cramentum y exemplum,
S iguiendo en estaínea,
l Tom ás ed Aquino pudo decir: «L a nueva
ley es la msma
i gra cia del E spíritu S anto» (S . Theol., I-II, q. 106, a.
1), no una norma nueva, sino lanueva interioridad dadapor el
m ism o Espíritu de Dios. Agu stín pudo resumir al ifnal esta
experienciae spiritual de la verdadera novedad en el cristianismo
en la famosa fórmula: «D a quod iu bes et ube i quod vis», «dame
lo que manda s y manda lo que quieras» (C onf., X, 29, 40).
Dos coloqui
os con Pedro
E n Judsa encontramos el peligro que atravie sa to dos los tiempos,
es decir, el peligro de que también los que «fueron una vez
iluminados, gust aron el don celestia l y fueron partícipes del
E spritu
í S anto» (Hb 6,4), a través de múltiples formas de
infidelidad en apariencia ntrascende
i ntes, decaigan anímicamente
y así, al final, salie ndo de laluz, entren en la noche y ya no sean
capace s de conversión. E n Pedro vemos otro tipo de am enaza, de
caíd a m ás bien, pero que no se convierte en deserción y, por
tanto, puede ser rescatada mediante la conversión.
Juan 13 nos relata dos coloquios entre Jesús y P e dro en los que
aparecen ambos aspectosde este peligro. Enel primer coloquio ,
Pedro,el Apóstol, no quiere al principio dejarselavar los pie s por
Jesús. E so contrasta con su dea i de la relación entre maestro y
discípulo, contrasta con su magen i del Me sías, que él ha
reconocido en Jesús. En elfondo, su resiste ncia a dejars e lavar
los pie s tie ne el mismo sentido que su objeción contra el anuncio
que Jesú s hace de su pasión después de la confesión del Apóstol
en C esa rea de Felip e: «¡No lo per mita Dios, S e ñor! E s o no puede
pasarte» (Mt16,22), dijo entonces.
COMO R
T A S F O NOD BÍB L IC O
D E L A O RCAIÓ N SA C E R D O T A L
He encontrado la clave para al comprensión justa de este gran
texto en el libro citado de Feuillet. É l hace ver que esta oració n
sólo puedeentenderse teniendo como telón de fondo la liturgia
de la fiesta judía de la E xpiación (Yom Hakkippurim).E l rito de la
fiesta, con su rico contenid o teológico, tiene sucumplim iento en
la oración deJesús, se «realiza» en elmás estricto senti do de la
palabra: el rito se convierte en la realidad que significa. Lo que
allí se representaba con acciones rituales, ahora sucede de
manera real y se cumple definitivamente.
2. C U A TR O GR A N DE S T E M
AS
D E L A O RCAIÓ N SA C E R D O T A L
Quisiera entresacar ahora cuatro temas principales dela rgan
riqueza de Juan 17, en los que aparecen aspectosesencia les de
este importante texto y, con ello , del mensaje joánic o en
general.
«Santifícalos en la erdad»
v
E n segun do lu gar quisiera esco ger el tema de la consagració n y
del consagra r, santificar, el tema que indica de lamanera m ás
neta la conexió n con el caontecimiento de lareconciliación y con
el sum o sac erdocio.
Tras el in
f del templo, tambié n el judaísmo ha tenido que buscar
por su parte una nueva nterpretación
i de al s prescripciones
cultuales. É ste veía ahora la «santificación en el cumplimiento de
los mandamientos: en al inmersión en la palabra sagrada de D ios
y en la volu ntad de Dios que en ella se m ani fiesta (cf.
S chnackenburg , Johannesevang elium, III, p. 211).
E l Señorha pedido por esto: por una unidad que sólo esposible a
partir de Dios y a través de Cristo, pero una unid ad que aparece
de una manera tan concreta que deja ver la presencia y la acción
de la fuerza de Dios . Por eso, los esfuerzos po
r una unidad visible
de los discípulos de Cristo siguen siendo una at rea urgente para
los cristianos de todo tiempo y lugar. No bast a la unidad invisible
de la «comunid ad».
E n su úcleo,
n esta fe es «invisible». Pero, puesto que los
discípulos seunen al únic o Cristo , la fe se convierte en «carne» e
incorpora a cada uno en unverdadero «cuerpo». La E ncarnació n
del Logos ontinúa
c hasta la plenitud de Cristo (cf. E f 4,13).
En el ondo,
f la filosofía de scribe con esto precisamente lo que la
fe lla ma «pecadooriginal» . Esta especie de«mundo» tiene que
desaparecer; debe ser transformado en el mundo de Dio s . Ésta
es propiamente la misió n de Jesús,en la que se implica a los
discípulos: levar al «mundo» fuera de la alienación del hombre
respecto de Dios y de sí m ism o, para que el mundo vuelva a ser
de Dio s y el hombre, al hacerse una os la cosa con Dio s, torne a
ser totalmente él m ism o. sEta transformación, sin embargo,
tiene el precio de al cruz y, para lo s testig os de Crist
o, el de la
disponibilidad al martirio.
Si mri am os finalmente en retrospectiva el conjunto de al petición
por la unidad, podemos decir que en ella se cumple la institución
de la Iglesia, aunque no se usela palabra «Ig lesia» . En efecto,
¿qué es la Iglesia sino la comunidad de los discípulos que,
mediante la fe en eJ sucristo como enviado del Padre, recibe su
unidad y se ve implicada en la misió n de Je sús desalv ar el mundo
llevándolo al conocimiento de Dios?
5. L A Ú L TMI A C ENA
L as narracio nes sobre la Últim a C enad e Jesús la
y institución de
la E ucaristía —m ás aún que el discurso escatológico de Jesús del
que hemos hablado enel capítulo segundo de estelibro— están
cubiertas por una maraña de hipótesis dis crepantes entre sí, y
esto parece impedir el acceso a ol realmente acontecido,
haciendo nútil
i cualq uier esfuerzo. Pero esto no sorprende,
tratándose de un exto t que se refiere al núcle o esencial del
cristianismo y que, de hec ho, plantea cuestiones hist óricas
difíciles.
Intentaré seguir el mismo procedimiento ya aplicado al caso del
discurso escatológico. E l cometido de este bro, li que ni tenta
reconstruir la figura de Jesús dejan do a los espe cialista s los
problemas específicos, no es el de abordar las num erosa s
cuestio nes particulares, absolutamente justa s, sobre cada uno de
los detalles de las palabras y de lahistoria. Pero no podemos
exim irnos ciertamente de af rontar la cuestión de lahistoricidad
real de los acontecimientos his tóricos esenciales.
E l mensaje neotestamenta rio no es sólo una id ea; pertenece a su
esencia precisamente el que se hayaproducido en la historia real
de estemundo: la fe bíblica no relata historias como sím bolos de
verdades metahistóricas, sino queesfunda en al historia que ha
sucedido sobre la faz de esta tierra (cf. primera parte, p. 11). S i
Jesús no dio a susdiscípulos su cue rpo y su sangre bajo las
especies del pan y del vin o, la celebració n eucarística quedaría
vacía, sería una ficción pia dosa, no un a realidad que establece la
comunión con Dios y de loshombres entre sí.
1. L A F E C H A D E ÚLLATM
I A C ENA
E l problema de la datació n de laÚltim a C ena ed Jesús se basaen
las divergencia s sobre este punto entre los Evangelios sinópticos,
por un lado, y elE vangelio de Juan, por otro. Marcos, al que
Mateo y L uca ssiguen en lo esencial, da una datació n precisa al
respecto. «E l primer día de los ácimos, cuando se sacrificaba el
cordero pascual, le dijeron a Jesús sus dis cípulos: "¿Dónde quieres
que vayamos a prepararte la cena de Pa scua?"... Y al atardecer,
llega él con los Do
ce» (Mc 14,12.17). L a tarde del primer día de los
ácimos, en la que e s inmolaban en el templo los corderos
pascuales, es la víspera de P ascua. Segúna l cronología de los
S inópticos es un ueves
j .
L a P as cua comenzaba tras al puesta de sol, yentonces se tenía la
cena pascual, como hizo Jesús con sus dis cípulos, y como hacía n
todos los pe regrinos que egaban
ll a Jerusalén. E n al noche del
jueves alviernes —según la cronología sinóptica— arrestaron a
Jesús y lo lle varon ante el tribunal; el viernes por la mañana fue
condenado a muerte por P liato y, seguid amente, a al «hora
tercia» (sobre las nueve de la mañana), le lle varon a crucificar. La
muerte de Jesús es datada en al hora nona (sobre las tres de la
tarde). «Al anochecer, como era el día de la preparación, víspera
del sábado, vino José de Arimatea..., se presentó decidido ante
P ilato y le pidió el cuerpo de Jesús» (M c 15,42s). E l entierro debía
tener lugar antes de la puesta del sol, porque después comenzaba
el sábado. El sábado es el día de reposo sepulcral de Jesús. L a
resurrección tiene lugar la mañana del «prim er día de la semana»,
el domingo.
2. L A NI S TTI U CÓ
I N D E L A ECUA R ISÍA
T
E l llamado relato de la institución, es decir, de las palabras y los
gesto s con los queJesússe entregó así msi mo a sus discípulos en
el pan yel vino, es el núcleo de la tradición de al Últim a Cena.
E ste relato se encuentra en ol s Evangelios sinópticos —Mateo,
Marcos y Lucas —, pero, ademá s, también en la Prime ra C arta de
san P ablo a ol s C orintios (cf. 11,23-26). Las cuatro narraciones
son muy par ecidas en su nú cleo, pero muestran alg unas
diferencias en osl detalles que es han convertido
comprensiblemente en objeto deamplios debates exegéticos.
P esch onsi
c d era probada la precedencia histórica de la na rració n
de Marcos por el hecho de que ésta sería aún un sim ple relato,
mientras que considera 1 Corintios 11 como una «etio logía
cultual» y, por tanto, como un texto ya formulado iltúrgicamente
y adaptado a al liturgia (cf. Markusevangelium, II, pp. 364-377,
especialmente p. 369). E sto es seguramente cierto. Pero no me
parece que haya una diferencia at n decisiva entre el cará cter
histórico y el teológico de los dos textos.
3. L A T E OOG
L ÍA DE L A S P AABRA
L S DE L A NI S TTI U CÓI N
D espués ed todas estas reflexio nes so bre el marcohistórico y la
fiabilidad histórica de las palabras de la institución pronunciadas
por Jesús, ha legadol el momento de prestar ate nción al
contenid o de su mensaje . H ay que recordar ante todo, una vez
m ás, que en loscuatro relatos sobre la E ucaristía encontram os
dos tipos de tradición con características peculiaresque aquí no
debemos examnar i en sus pormenores, aunque sí m enc ionar
brevemente las diferencias m ás im o prtantes.
E sta fidelidad suya consis te en que Élno sólo catúa como Dios
respecto a ol s hombres, sino ambi
t é n como hombre respecto a
Dio s, fundando asíla alianza de modo irrevocablemente estable.
Por eso, la figura del siervo de Dios qu e carga con el pecado de
muchos (cf. Is 53,12), va unida a la promesa de la nueva alianza
fundada de manera in destructible. E ste injerto ya inconmovible
de la alianza en el cora zón del hombre, de la humanid ad misma,
tiene lugaren el sufrimiento vicariodel Hijo que se hahecho
siervo. D esde entonces, a toda al marea sucia del mal se
contrapone la obediencia del Hi jo, en el cual Dio s mismo ha
sufrido y cuya obediencia es, po
r tanto, siempre infinitamente
mayor que al m asa creciente del mal (cf. R m 5,16-20).
L a sangre de los animale s no podía ni «expiar»el pecado niunir a
los hombres con Dios. S ólo podía ser un signo de laesperanza y de
la perspectiva de una obedi encia m ás grandey verdaderamente
salvadora.E n asl palabras de Je sú s obre
s el
cáliz, todo esto seha reasumido y convertido en realidad: É l da la
«nueva alianza sellada con su sa ngre». «Su sa ngre», es decir, el
don total de sí m is mo en que El sufre todos los male s de la
humanidad hasta el fondo, elimina toda traición asumié ndola en
su fidelidad incondicional. É ste es el culto nuevo, que É l instituyó
en la Últim a Cena:atraer a la humanid ad a su obediencia vicaria.
P articipar en el cuerpo y la san gre de Cristo significa que Él
responde «por muchos» —por nosotros— y, en el S acramento,
nos acogeentre estos «muchos».
C on as
l palabras y gesto s de Jesús se había dado ciertamente el
elemento esencial del nuevo «culto», pero aún no se había
establecido una forma litúrgica definitiva. É sta debía
desarrollarse todavía en la vida de la Iglesia. S egún elmodelo de
la Últim a Cena, eraobvio que ant es se cenaba juntos, y que luego
se añadía la E ucaristía. Rudolf Pesch ha demostrado que, dada la
estructura social de laIglesia naciente y los hábitos de vida, esta
comida consis tía probablemente sólo en pan, sin otros alimentos.
E n al Primera C arta a los Corintios (11,20ss.34) vemos cómo las
cosas podí an hacerse de modo diferente en una sociedad distinta:
los acomodados levaba
l n consig o su com ida y se servían con
abundancia, mientras que para los pobres que estaban allí sólo
había pan. E xperiencias de este tipo l evaron muy pronto a la
separació n entre la Cena del Señ or y la co m ida normal, y
aceleraron al m ismo tiempo la formació n de una estructura
litúrgica específica. En ningún caso ehmos de pensar que la
«Cena delSeñor» consistiera sólo en recitar las palabras de la
consagració n. A partir de Je sú smismo, éstas aparecen como una
parte de su berakha, de suoració n de acción de raci g a s y de
bendic ión.
6. G E T S E A
MNÍ
1. E N C A M
IN O H AC IA E L M O N
T E DE L O S O LVO
I S
«C antados los himnos, salieron para el Monte de los Olivos».
Mateo y Marcos concluyen con estas palabras sunarración de al
Última Cena (Mt26,30; Mc 14,26). La última comida d e Jesús —
fuera cena pa scual o no— es sobre todo un acontecimiento
cultual. En su centroestá la oració n de acción ed gracias y de
bendic ión, y desemboca al final de nuevo ne la oración. Jesús
sale con lo s suyos para orar en la noche, que recuerda aquella
noche en la que mataron a lo s primogénitos de Egi pto, e Israel
fue salvado por lasangre del cordero (cf. E x 12), la noche en la
que Él debe asu mir el destino del cordero.
Se supon e que Jesús, en el contexto de la P ascua que había
celebrado a su rpopio modo, haya ca ntado quizás algunos
S am
l os del Hallel (113-118 y 136),en los cuale s se da gracia s a
Dio s por la liberació n de Israe l de Eg
ipto, pero en losque se
habla
173
tambié n de la piedra que desecharon los const ructores,
convertida ahora prodigiosamenteen pie dra angular. En e stos
S am
l os la historia pasada se convierte siempre en momento
presente. L a acción de gracias por la liberación es almismo
tiempo un grito de socorro en medio de las pruebasy las
am enaza s siempre nuevas;y, en las palabras sobre lapiedra
descartada , se hacen presentes at nto la oscuridad como al
promesa de aqu ella noche.
174
cristiano de orar con lo s S amos l —un modo desarrollado muy
tempranamente— diciendo que, en lo s S amos, l es siempre Cristo
quien habla, a vece s como C abeza, a veces como Cuerpo (cf. p.
ej. E n . in P s,. 60,1s; 61,4; 85,1.5). P ero por E l, Jesucristo, nosotros
somos ahora un único sujeto y podemos por tanto, junto con Él,
hablar realmente con Dio s.
2. L A O R
A CÓ
I N D EL S E Ñ O R
D e la oració n en el Huerto de los Oli vos, que viene a
continuación, tenemos cinco relatos: en primer lugar los tres de
los E vang elios sinópticos (cf. Mt 26,36-46; Mc 14,32-42; Lc 22,39-
46); a ol s que es han de añadir un breve texto en el E van gelio de
Juan, pero que el autor ha colocado en el conjunto de las
palabras pronunciadas el «Doming o de R amos» (cf. 12,27s); y,
finalmente, un texto de la Carta a los Hebreos, ba sado en una
tradición particular (cf. Hb 5,7ss ). Tratemos ahora de acercarnos
en lo posible al misterio de aque lla hora de Jesús ate ndiendo al
conjunto de los textos.
D espués el d rezo ritual en común de lo s S amos,
l Jesús oraba
solo, como había hecho antes tanta s otras noche s. Pero deja
cerca al grupo de losret s, conocido at mbién en otras ocasio nes,
y partic ularmente en el relato de la Transf iguració n: Pedro,
S a ntiago y Juan. As í, aunque vencidos continuamente por el
sueño, éstos se convierten en testigos de su ucha l nocturna.
Marcos nos dic e que Jesús o c menzó a «entristecerse y
angustiarse». E l Señor dice a sus isd c ípulos: «Me mue ro de
tristeza: quedaos aquí y velad conmigo» (14,33s).
En el ondo,
f la articulación entre las dos peticiones no es
diferente en Juan de la que seve en los Sinópticos. Laaflicción
del alma humana de Jesús «Mi ( alm a está agitada», que
Bultmann rt aduce como «te ngo miedo», p. 327) impulsa a Jesúsa
pedir ser salv ado de aquella hora. Pero la concienciade su misió n,
de que É l ha venido precisamente para esa hora, le hace
pronunciar la segunda petición, la petición de que D iosglorifique
su nombre: justa mente la cruz, la ace ptació n de algo terrible, el
entrar en la ignominia del exterminio de la propia dignidad, en la
ignominia de una muerte infamante, se convierte en la
glorificación del nombre de Dios . E n efecto, Dios ha ce ver
claramente asíprecisamente lo que es: elD io s que,en el abismo
de su amor, en la entrega de sí mismo, opone a todos los
poderes delmal el verdadero poder del bien. Jesús pronunció la s
dos peticiones,pero la primera, la de ser «librado» se funde con
la segun da, en la que ruega por la glorificación de Di os en la
realización de su oluntad;
v as í, el conflicto en lo másntimo
í de la
exis tencia humana d eJesús serecompone en launid ad.
3. L A VO L U N TA D DE J E ÚS
S Y L AV O LUN T A DD E L AP D R E
Pero ¿qué significa esto? ¿Q ué significa «mi» oluntad v
contrapuesta a «tu » voluntad? ¿Q uiéne s so n lo s que se
confrontan? ¿ El P adre y el Hijo o el hombre Je s ú sy Dios, el D ios
trinitario? En ningún otro lugar de las E sriturasc podemos
asomarnos tan profundamente al m isterio interior de J esús como
en la oració n del Monte de los Olivos. Por eso no es una
casualidad que la búsqu eda apasio nada de la Iglesia antigua para
comprender la figura de Jesucristo haya encontrado su forma
conclusiva en al meditació n creyente de esta oració n.
En este punto quizás sea encesario echar unarápida mirada a la
cristología de la Iglesia antigua, para ente nder su dea i del
entramado entre la voluntad divina y human a en al figura de
Jesucristo . El Concilio de Nicea 325)
( había aclarado el concepto
cristiano de Dios.Las tres personas—P adre, Hijo y Espíritu S a nto
— son uno en la única «substancia» de Dios.Más de cien años
después, e l Concilio de Calc edonia (451) trató de entender
conceptualmente la unió n de la divinidad y la humanidad en
Jesucristo con la fórmula de que, en É l, la única Persona del Hijo
de Dios lle va consigo y comprende las dos na turalezas —la
humana y ladivina— «sin confusió n ni divisió n».
4. L A O R
A CÓ
I N D EJE S Ú S E N EMONT
L E DE L O SO L V
I OS
E N L A C A R TAA L OS H E R
BEOS
Finalmente debemos ocuparnos del texto de la Carta a los
Hebreos quese refiere a laoració n en el Monte de los Olivos. En
él leemos: «Cristo, en los días de su vida mortal, a grito s y con
lágrimas, presentó oracio nes y súplica s al que podía salvarlo dela
muerte, y por su actitud reverente fue escuchado» (5,7). E neste
texto se puede reconocer una tradición autónoma del
acontecimiento en G etsem aní , pues ol s E vangelios no hablan de
gritos y lágrimas.
7. E L P R O CS EO D EJE S ÚS
S egúnla narració n de los cuatro E vang elios, la oración no cturna
d e Jesús e
t rminó cuando llegó el grupo armado depen diente de
las autoridades del emplo,
t guiado por Judas, y prendió a Jesús,
sin encausa r a losdiscípulos.
Tras el allido
f intento de pre sentar una acusac ión clara contra
Jesús basa da en su declaraciónsobre la destrucción y renovación
del templo, se llega a la dramática confrontació n entre el sumo
sacerdote de sI rael en cargo, la autoridad suprema del pueblo
elegido, y Jesús, en quien los rcistianos reconocerán al «Sum o
S acerdote de los bienes definitivos» (Hb9,11), el S um o Sacerdote
definitivo «según el rito de Melquisedec» (S al 110,4; Hb 5,6, etc.).
E ste momento de la historia del mundo se presenta en los cuatro
E vangelios como un dramaen el quese entrecruzan tres pla nos,
que han de verse untosj para entender el acontecimiento en
toda sucomplejid ad (cf. Mt 26,57-75; Mc 14,53-72; Lc 22,54-71;
Jn 18,12-27). En elmismo momento en que Cai fás ni terroga a
Jesús y le hace finalmente la pregunta sobre su dentidad i
mesiánica, Pedro está sentado enel patio del palacio y reniega
d e Jesús.Juan, de modo especial, ha explicado al trabazón
cronológica de am bos ev entos de manera im presionante; Mateo,
en su versión de la pregunta sobre la identidad mesián ica, hace
ver sobre todo al relación interior entre la confesión de Jesús y la
negación de Ped ro. P ero el interrogatorio de Jesús se encuentra
inmediatamente rela cio nado también con la burla de os l
sirvientes del emplot (e o de los mismos miembros del
S a nedrín?), burla a la que se añadiría la de los solda dos romanos
en el pro ceso ante P ilato.
E n aquel mismo insta nte, Pedro reitera por tercera vez que no
tenía nada que ver conJesús. « Y enseguida, por segunda vez,
cantó el gallo . Y Pedro se acordó...» (Mc 14,72). E l canto del gallo
se consideraba como el final de la noche y el comienzo del día .
C on el can to del gallo termina también para Pedro la noche del
alma en laque sehabía hundido. L as pa labras de Je sú sde que le
negaría antes de que el gallo cantara reaparecen de repente ante
él, y ahora en suterrible verdad. L ucas añade lanoticia de que, en
aquel mismo momento, se lle varon a Jesús, oc ndenado y atado,
para comparecer ante el tribunal de Pilato. Jesú sy Pedro se
encuentran. L a mirada de Jesús llega a ol s ojos y al alma del
discípulo infiel. Y Pedro, «saliendo afu era, lloró amargamente»
(L c 22,62).
3. JE SÚS A N TE PLI A T O
E l interrogatorio de Jesús ante el S a nedrín concluyó como C aifá s
había previsto : Jesús había sid o declarado culpable de blasfemia,
un crimen para el que estaba previsto la pena ed muerte. Pero
como al facultad de sanci onar con la pena capital estaba
reservada a los rom anos, es debía transferir el pro ceso ante
P ilato, con lo cualpasaba a primer plano el aspecto político de la
sentencia de culpabilidad. Jesús sehabía declarado a sí msmo i
Mesía s, había, pues, reclamado para s í la dignidad regia, aunque
entendida de unamanera del todo sin gular. La reivindicación de
la realeza mesiánica era un delito polític o que debía ser castigado
por la justicia romana. C on el canto del gallo había comenzado el
día. E l gobernador romano acostum braba a despachar los juic ios
por la mañanatemprano.
A sí, Jesús fue lle vado por sus acu sadores al pre-torio y
presentado a Pilato como un malh echor merecedor de la
muerte . E sel día de la «Parasce
ve» de la fiesta de la P ascua: por
la tarde se preparaban los corderos para al cena de al noche.
P ara ello se requiere la pureza ritual; por tanto, los sacerdotes
acusadores no pued en entrar en el Pre torio pagano y tratan con
el gobernador romano a al s puertas del palacio . Juan, que nos
transmite esta información (c f. 18,28s), deja entrever de este
modo la o c ntradicción entre la observancia cor recta de la s
prescripciones cultuales de pureza y la cuest ión de la pu reza
verdadera e interior del hombre: a ol s acusad ore s no le s cabe en
la cabeza que ol que contamin a no es entrar en la ca sapagana,
sino el sentimiento íntimo del cora zón. Al mis mo tiempo, el
evangelista subraya con esto que al cena pascual aún no ha
tenido lugar y debe hacerse todavía la mata nza de los corderos.
D espués el
d interrogatorio, P ilato tuvo claro lo que en principio
ya sabía ante s. E st
e Jesús no es un revolucio nario político, su
mensaje y su comportamie nto no representa una amenaza para
la dominación romana. S i at l vez ha violado la Torá, a él,que es
romano,no le interesa.
Los segui
dores de Jesús no están en el lu gar del proce so . Están
ausentes por miedo. Pero faltan también porque no se presentan
como masa . S u voz se hará oír en P entecostés,en el sermón de
Pedro, que ntonces
e «traspasará el cora zón» de aquellos
hombres que anteriormente habían preferido a Barrabás.
C u ando ésto s preguntan: «¿Qué tenemos que hacer,
hermanos?», es les responde: «Convertíos»; renovady
transformad vuestra forma de pen sar, vuestro ser (cf. Hch 2,37s ).
É ste es el grito que, ante la e scena de Barrabás, como en toda s
sus er presentaciones suce sivas, de be desgarrarnos el cora zón y
llevarnos alcambio de vida.
8. C R UC IF IX IÓ N Y S EUPLT UR A D EJE SÚ S
1. R E F LXEIÓ N P R EIMIN
L A R:
P A L A B R A AYC O N ET C MIE
I N TO E N E LR E L A T O DLA
E P A SIÓ N
Los cuatro evangelistas nos hablan de las horasen las que Jesú s
sufre y muere en la cruz. Concuerdan en ol esencial del
acontecimiento, pero con matices diferentes en los detal les. Lo
singular en estas narracio nes es que están llenas de al usiones y
citas del Antiguo Testamento: la Palabra de D ios y el
acontecimiento se compenetran mutuamente. Los ehchos, por
decirlo así , están repletos de palabra, de sentido; y también
viceversa: lo que hasta ahora había sido sólo palabra —a veces
palabra in comprensible— se hace realidad, y sólo as í se abre a la
comprensión.
Los vers ículos 7-9 hablan del escarnio que rcundaci al orante.
E ste escarnio se convierte en un desafío a Dios y, así, enuna
afrenta todavía mayor al desdichado: «Acudió al S eñor, que ol
ponga a sal vo; que lo libre, si tanto lo quiere». E l sufrimiento
indefenso es interpretado como prueba de qu e Dio s no ama
verdaderamente al afligido. E l vers ículo 19habla del echar a
suertes sus vestidos, como ocurrió de hecho a o l s pie s de la cruz.
Pero el grito de angustia se transforma despué s en una profesió n
de confianza, m ásaún, en tres vers ículos seanticipa y se celebra
la gran acogida que haobtenido. Ante todo: «É l esmi ala banza en
la gran asamblea, cumpliré mis votos delante de sus fieles»(v.
26). La Iglesia naciente esconsciente de ser la gran saamblea en
la que se celebra al acogida de quien implora, su salv ación: la
resurrección. S ig
uen despu és otro s dos elementos
sorprendentes. L a sa lvación no se mitali solamente al orante,
sino que seconvierte en un «saciar a los desval idos» (v. 27). Y ,
m ás aún: «Volverán al Señorhasta de los confines del orbe; en su
presencia se pos trarán al s fa milias de los pueblos» (v. 28).
2. JE SÚS E N L A C U
RZ
«P adre, perdónalo s»
L a primera palabra de Je sú s enla cruz, pronunciada casi mentras
i
lo crucificaban, es la petición de perdón para quienes le tratan a s í:
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (L c
23,34).
Lo que el eñor
S había predicado enel S ermón de laMontaña, lo
cumple aqu í personalmente. É l no conoce odio alg uno. No grita
venganza. S uplica el perdónpara todos los que lo ponen en al
cruz y da al razón de esta sú
plica: «No saben ol que hacen».
L as burlas a J se ús
E n e l Ev angelio aparecen tres grupos de gente que se burlan de
Jesús. Primero, el de los que pasaban por allí. Repiten al Señor
las palabras con as l que serefería a la destrucción deltemplo:
«¡Anda!, tú que destruías eltemplo y lo reconstruías entres días,
sálv ate a ti mismobajando de al cruz» (Mc 15,29s). Quie nes se
mofan a sí del Señ or expresan con ello su desp recio por el
impotente, le hacen sentir una vez más su debilidad. Al mismo
tiempo, le quieren hacer caer en tentació n, como ya intentó el
diablo: «S álvate a ti mismo. Utiliza tu poder» . No saben que
justamente en este momento se está cumpliendo la destrucción
del templo y que, a sí, se está formando el nue vo templo .
E s cmo prensible que los mie mbros del S ane drín se vieran
contrariados por este título, con el que Pilato quiere seguramente
expresar tambié n su cinismo contra la s autoridades judías y,
aunque con retraso, vengarse de ellos. Pero esta inscripción, que
equivale a unaproclamación co mo rey, está ahora ante la historia
del mundo.Jesús ha sido «elevado». L a cruz es su trono desde el
que atrae el mundo hacia sí. D esde sete lugar de la extrema
entrega de sí, edsde este lug ar de un amor verdaderamente
divino, É l domina como el verdadero rey, domina a su modo; de
una manera que ni P i- lato ni los
miembros del S ane drín habíanpodid o ente nder.
Ante todo hay que consid erar el hecho de que, según el relato de
am bos ev angelistas, los uq e pa•s aban por allí no comprendieron
la exclamación de Jesús, pero la interpretaron como un grito
dirigido a Eías.
l E n estudios erudito s se ha tratado de reconstruir
precisamente la exclamación deJesús de modo que, por un la do,
pudiera ser malentendid a como un grito hacia Eías l y, por otro,
fuera la exclamació n de aban dono del S almo 22 (cf. R udolf
Pesch, M rakusevangelium, II, p. 495). Com oquiera que sea, sólo
la comunidad creyente ha comprendido la exclam ación deesús J
—que lo s que estaban por allí no ente ndieron o male ntendieron
— como el inicio del S a ml o 22 y, sobre esta base, la ha podido
comprender como un grito verdaderamente mesiánico.
E n al teología m ás eciente
r se han ehcho muchos intentos
perspic aces paraescudriñar, basándose en este grito de angustia
d e Jesús, en los abism os de su alma y comprender el mis terio de
su perso na en el extremo tormento. Todos estos esfuerzos, a fin
de cuentas, se caracterizan por un planteamiento demasia do
limitado e individualista.
E chan a sue
rtes sus evstidos
Los evang elistas nos dicen que los cuatro soldados encargados de
la ejecución de Jesús se repartieron sus vesti dos echándolos a
suerte. E sorespondía a la costumbre romana, según la cual las
ropas del ejecutado correspondían al pelotón de ejecución. Juan
cita explícitamente el S amo l 22,19 con estas palabras: « S e
repartie ron m is ropas y echaron a suertes mi túnica» (19,24).
S iguiendo el paralelismo típico de la poesíajudía, en laque una
sola acción se expresa en do s tiempos , Juan distingue dos
momento s: primero, los solda dos hacen cuatro partes con lo s
vestid os de Jesús y las distribuyen entre ellos. Luego toman
tambié n «la túnica». P ero aquella túnica era sin costuras, te jida
toda ella de una sola pieza. Por eso dicen entre ello s: «No al
ra sguemos, sino echemos a suertes a ver a quién toca» (19,23s).
«Tengo sed
»
Al inicio de la rcucifixión, como era costumbre, se ofreció a Jesús
una bebid a calm ante para atenua r los dolore s insoportables.
Jesús la rechazó. Quiso soportar totalmente consciente su
sufrimiento (cf. Mc 15,23). Al término de la Pasió n, bajo el sol
abra sador del mediodía, colgado en la rcuz, Jesús gritó: «Tengo
sed» Un 19,28). C omo solía hacerse, se le ofreció un vino
agriado, muy común entre los pobres, que tam bién se podía
considerar vinagre; se al tenía como una bebid a para calmar la
sed.
Jesúsmuere en la cruz
S egúnla narració n de los evang elistas , Jesús murió orando en al
hora nona, es decir, a las tres de la tarde. E n L cuas, su lútima
plegaria está tomada del Slamo 31: «P adre, en tus m anos
encomiendo m i espíritu» (Lc 23,46; cf. S a l 31,6). P ara Juan, la
última palabra deJesús fue: «E stá cumplido» (19,30). En el texto
griego, esta palabra (tetélestai) remite haciaatrás, alprincipio de
la Pasió n, a al hora del lavatorio de los pie s, cuyo relato
introduceel evangelista subrayando que Jesú s amó a ol s suyos
«hasta el extremo (télos)» (13,1). E ste «fin », este extremo
cumplim iento del amor, se alcan za ahora, en el momento de la
muerte. É l ha ido realmente hasta el final, hasta el límite y m ás
allá del límite. É lha realizado la totalidad delamor, se ha dado a
s í mismo.
Del cora zón traspa sado de Jesús brotó sangre y agua. L a glesia,
I
teniendo en cuenta la s palabras de Zacarías, ha mirad o en el
transcurso de lossiglos a estecora zón traspasado, reconociendo
en él la uente
f de bendic ión ni dicada anticipadamente en la
sangre y el agua. La s ap labras de Zacarías impulsan además a
buscar unacomprensión m ás honda de lo que allí ha ocurrido.
L a sepultura de Jesús
Los cuatro evangelistas nos relatan que un miembro acomodado
del S an edrín, José de Arimatea, pidió a Plato
i el cuerpo de Jesús.
Marcos (15,43) y Lucas 2( 3,51) añaden que Jo séera uno
«queaguardaba elReino de Dios», mientras que Juan (cf. 19,38)
lo consid era un discípulo secreto deJesús, un discípulo que hasta
aquel momento no se había manifestado abiertamente como tal
por temor a los círculos judíos dominantes. Juan menciona
además al participación de Nicod emo (cf. 19,39), de cuyo
coloquio nocturno con Jesús sobre el nacer y el volver a nacer de
nuevo había hablado en el tercer capítulo (cf. vv. 1-8). Después
del drama del proceso, en el cualtodo parecía una conjura contra
Jesús y ninguna voz parecía levantarse en su fa vor, venimos
ahora a saber del otro Israel: personas qu e están a al espera.
P ersonasque confían en las promesas deD ios yvan enbusca de
su cumplimiento. Personas que en la palabra y en la obra de
Jesús reconocen la irrupció n del Reino de Dios, el inicio del
cumplimiento de las promesa s.
H abíam os encontrado en los Evan gelios personas como éstas ,
sobre todo entre la gente sencilla: María y José, Isabel y Zacarías,
Sim eón y Ana, ad em ás de losdis cípulos; pero nin guno de ellos
pertenecía a os l círculos nfluyentes,
i aunque provenían de
distintos niv elesculturales y diferentes corrientes de Israel.Ahora
—tras al muerte de Jesús— sale n a nue stro encuentro dos
personaje s destac a dos de la clase culta de Israel que, aun si n
haber osado declarar su condic ión de discípulos, tenían sin
embargo ese cora zón sencillo que hace al hombre capaz de la
verdad (cf. Mt 10,25s).
E s mportante
i adem ás lanoticia segúnla cualJosé compró una
sábana en al que envolvió al difunto. Mientras ol s Sinópticos
hablan simplemente de una sábana, en singular, Juan habla de
«vendas» de lin o (cf. 19,40), en plu ral, como solía n hacer los
judíos en la sepultura. E l relato de la resurrección vuelve sobre
esto con m ás detalle. Aquí no entramos en la cu estió n sobre la
concordancia con el sudario de Turín; en to do caso , el aspecto de
dicha reliquia es fun damentalmente conciliable con ambas
versiones.
3. LA M U ER T E D EJE S Ú SCOMO R E C O
N C LI IA C Ó
I N
(E X PAI C Ó
I N ) Y S AVA
L CÓ
I N
En un último punto quisiera tratar de hacer ver, al menos a
grandes lín eas, cómo la Ig lesia naciente, bajo la guía del E spíritu
S a nto, fue ahondando le ntamente en la verdad más profunda de
la cruz, movida por el deseo de entender siquiera de lejos su
motivo y su objeto. S orprendentemente, una cosa estaba clara
desde el principio: con la rcuz de Cristo, los antiguos sacrificios
del templo quedaron superados definitivamente. H abía ocurrido
algo nuevo.
L a expectación suscitada en al crítica de los pr ofetas, que se
había manifestado en partic ular también en los Sal mos, había
encontrado su cumplimiento: Dios no quería ser glorificado
mediante los sac rificios de toro s y machos cabríos, cuya sangre
no puede purificar al hombre ni expiar por él. E l nuevo culto
anhelado, pero has ta ento nces todavía sin definir, se había
hecho realidad. E n al cruz de Jesússe había verificado ol que en
vano se hab ía intentado con lo s sacrificios de animale s: el mundo
había obtenido la expiació n. E l «C ord ero de Dios»había cargad o
sobre sí elpecado del mundo y lo había quitado de allí. L a relación
de Dio s con el mundo, perturbada por la culp a de loshombres,
había sido renovada. L a reconciliació n se había cumplid o.
D esde setas reflexio nes, la mirada se abre por fin hacia una
dimensió n ulterior de la idea cristiana de culto y s acrificio. S edeja
ver nítidamente en este versíc ulo de al C arta a los Filipenses,en
la que P ablo prevé sumartirio y, al mismo tiempo, lo interpreta
teológicamente: «Y sitambién mi san gre se ha dederramar com o
sacrificio y en la liturgia de vuestra ef , yo estoy alegre y me
asocio a vuestra alegría» (2,17; cf. 2 Tm 4,6). P ablo considera su
presentido martirio como liturgia y como un acontecimiento
sacrificial. T ambién esto,una vez m ás, no es simplemente una
alegoría y un m o do de hablar impropio. No, en el martirio es
llevado totalmente dentro de la obediencia de Cristo , dentro de
la liturgia de la cruz y, a sí, dentro del verdadero culto.
L a Iglesia antigua, apoyándoseen esta interpretació n, ha podido
comprender el martirio en su ev rdadera profundidad y grandeza.
Ignacio de Antioquía, porejemplo, según la tradición, decía ser
como el trigo de Cristo, que debía ser triturado para convertirse
en pan de Cristo (cf. Ad Rom., 4, 1). En el relato del martirio de
san Policarpo se dice que al s lam as qu e le ban i a quemar
tomaron la forma de unavela hinchadapor el viento; ésta
«envolvíael cuerpo del mártir, y él estaba en el centr o, no como
carne que se quem a, sino oc mo el pan que seestá cociendo», y
emanaba «un aroma como de incie nso perfumado» (Mart.
Polyc., 15). T ambién los cristianos deRoma han interpretado de
modo análogo el martirio de san Lorenzo, abrasado en una
parrilla; no sólo vieron en ello su perfecta unión con el misterio
de Cristo, que en el martirio se ha hecho panpara nosotros, sino
tambié n una imagen de la exis tencia cristiana en general: en al s
tribulacio nes de la vi
da se nos pu rifica lenta mente al fuego,
podemos transformarnos en pan,por decirlo así, en la medida en
que en nue stra vida y en nu e stro sufrimiento se comunic a el
misterio de Cristo, y su amor hace de nosotros una ofrenda para
Dio s y para los hombres .
9. L A R SEUR R E C Ó
C IN D E J E S Ú
D E E NT R E L S
O M UE R T O S
D E J EÚSS
«S i C rist
o no ha resucita do, nuestra predicación carece de
sentid o y vuestra fe lo mismo. Además, como testig os de Dio s,
resultamos unos embuste ros, porque en nuestro testimonio el
atribuimos falsamente haberresucita do a Cristo» (1 Co 15,14s).
S a n P ablo resalta con estas palabra s de manera tajante la
importancia que tiene la ef en la resurrección de Jesuc risto para
el mensajecristiano en su conjunto: es su fun damento. La ef
cristiana se mant iene o cae con la verdad del testimonio de que
Cristo ha resucita do deentre los muertos.
S i se pr
escinde de esto, aún se pueden tomar sin duda de la
tradición cristiana ciertas ideas nteresa
i ntes sobre Dios y el
hombre, sobre su ser hombre y su deber ser —una especie de
concepción religiosa del mundo—, pero la fe cristiana queda
muerta. E n este caso, Jesús es una personalidad religiosa fa llida;
una personalidad que, a pesar de su fracaso, sig
ue siendo grande
y puede dar lugar a nuestra reflexió n, pero permanece en una
dimensió n puramente humana, y su autoridad sólo es válida en
la medida en que su mensajenos convence. Y a no es el criterio
de medida; el criterio es entonces únic amente nuestra
valoració n personal que elige de supatrimonio particular aquello
que le parece útil. Y e so significa que estamos abandonados a
nosotros mismos. L a última instancia es nuest ra valoración
personal.
2. L O S D SO TPI O SD IF E R E N T E SE DT ES T M
I ONIO S
D E L A R EU SR R E CIÓ
CN
O cupémonos ahora de cada uno de los testimonios so bre la
resurrección en el Nuevo Tes tamento . Al examinarlos, se verá
ante todo que hay dos tipos diferentes de testimonios, que
podemos calificar como tradición en forma de confesión y
tradición en of rma de narració n.
2.1. L A T R
A D IC IÓ N E N F O RAMD E C N
O F E SÓI N
L a tradición en orm
f a de confesión sintetiza lo esencial en
enuncia dos breves que quieren conservar el núcleo del
acontecimiento . Son la expresión de la identidad cristiana, la
«confesión» gracias a al cual nos reconocemos mutuamente y
nos hacemos reconocer ante D ios yante los hombres. Quisiera
proponer tres ejemplos.
E l relato de los di
scípulos de Emaús concluye refiriendo que lo s
dos encu entran en Jerusalé n a los on
ce discípulos reunid os, que
los saludan diciendo:
E l tercer día
Volvamos a nuestro Credo. El artículo sig uiente dice: «Resucitó al
tercer día , según las Escrit uras» (1 Co 15,4). E l «según als
E scrituras» vale para la frase ensu conjunto y sólo implícitamente
para el ercer
t día. Lo esencial consis te en que la resurrección
misma es oc nforme con la E scritura, que forma parte de la
totalidad de al promesa , que en Jesús de palabra ha pasado a ser
realidad. Así se puedepensar ciertamente como trasfondo en el
S alm o 16,10, pero naturalmente también en
textos fundamentales parala promesa, como Is a ía s 53. P ara el
tercer día no exis te un testimonio bí
blico directo.
L a tesis segúnla cual «el tercer día» se habríadeducido quizás de
O sea s6,1s es inso stenible, como han demostrado por ejemplo
H ans C onz elmann o también Martin Hengel y Anna Maria
Schwemer. E l texto dice: «Volvamos al Señor, él nos desgarró, él
nos curará... En dos días ons sanará, el tercero nos resucitará y
viviremos delante de él».E ste texto es una oració n penitencial del
Israel pecador. N o sehabla de una resurrección de la muerte en
sentid o propio. Ni en el NuevoT e stamento , ni tampoco a lo largo
de todo el sig lo II se cita este texto (cf. Hengel-S chwemer, Jesus
und das Judentum, p. 631). P udo convertirse en una referencia
anticipada a al resurrección al tercer día sólo cuando el
acontecimiento del domingo después de lacrucifixión del Señor
hubo dado a este día un sentido particular.
Los et stigos
Mientras el vers ículo 4 de nuestro Credo interpretael hecho de la
resurrección, con el vers ículo 5 comienza la ista
l de los te stigos.
« S e le apareció a Cefas y más ta rde a los Doce» , se afirma
lapidariamente . S i podemos consid erar este vers ículo como el
último de la antigua fórmula jerosolimitana, estamención tiene
una importancia teológic a particular: en ella se indica el
fundamento mismo de la fe de laIglesia.
Por un lad o, «los Doce» siguen siendo lapiedra-fundamento de
la Ig lesia, ala cual siempre se remite. Por otro, se subraya el
encargo especial de Pedro, que le fue confiado primero en
C esarea de Felipe y confirmado después enel C enác ulo (cf. L c
22,32), un encargo que ol ha ni troducido, por decirlo así, en la
estructura eucarística de la Iglesia. Ahora, después de la
resurrección, e l S eñ or se manifiesta a él antes que a os
l Doce, y
con ello le renueva una vez m ás sumisió n únic a.
2.2. L A T R
A D IC IÓ N E N F O R M A D ERRA
N ACÓ
I N
P asemos ahora —tras esta reflexió n sobre la parte m ás
importante de la tradición en of rma de confesión— a la tradición
en forma de narración. Mientras al primera sintetiza la fe común
del cristianismo de manera normativa mediante fórmulas bie n
determinadas e impone la fidelidad incluso a al le tra para toda la
comunidad de los creyentes, las narracio nes de las pariciones
a del
Resucitado reflejan en cambio tradicionesdistintas. Dependende
transmisores dif erentes y están distribuidas localmente entre
Jerusalén y G alilea. No son uncriterio
vinculante en todos los detalles, como lo son en cambio las
confesio nes; pero, dado que han sid o recogidas en los
E vangelios, han de consid erarse ciertamente como un válido
testim onio que da contenid o y forma a al fe. L as confesiones
presuponen la s narracio nes y se han desarrollado a partir de
ellas. Concentranel núcleo delo que se ha relatado y remiten a
la vez al relato.
Todo el ctor notará enseguida las diferencias entre los relatos de
la resurrección en los cuatro Evang e lios. Mateo, además de la
aparició n del R esucitado a al s mujere s junto al sepulcro vacío,
conoce solam ente una aparició n a osl O nce en G alilea. L uca s
conoce sólo tradiciones jerosolimitanas. Juan habla de
aparicio nes tanto e n Jerusalén como en G alilea. Nin guno de los
evangelistas describe la resurrección misma deJesús. E sta es un
proceso que se ha desarrollado enel secreto de Dios, entre Je sú s
y el P adre, un pro ceso quenosotros no podemos describir y que
por su naturaleza escapa a la experie ncia humana.
P ara el verdadero destin atario, Saul o-P ablo, los dos ele mentos
van uj ntos: al lu z resplandeciente, que puede recordar el
acontecimiento del T abor —el R esucitado es simplemente luz (cf.
primera parte, pp. 361s)—, y luego lapalabra, con laque Jesús se
identifica con laIglesia perseguid a y, al mismo tiempo, confía a
S a ulo una misión. En el primero y el segundo relato se habla de
la misió n de Saulo, diciéndole que lemanda a D am asco, donde
se le indicarán osl detalles, mientra s que en el tercero se le
dirigen unas palabras detalladas y muy concretas sobre su
misión: «Levántate y ponte en pie; pues m e heaparecido a ti
para constituirte servidor y testigo anto
t de las cos a s que demí
has visto como de las que te manifestaré. Yo et lib raré de tu
pueblo y de los gentiles, a lo s cuale s yo te envío, para uq e les
abras ol s ojos; pa
ra que seconviertan de las tinieblas a la luz, y
del poder de S ataná s a Dio s; y reciban el perdón de lospecadosy
una parte en la herencia entre los que han sido santificados porla
fe en m í» (Hch26,16ss).
A pesar ed todas la s diferencias ent re los rt es relatos, resulta
claro que la aparició n (la luz) y la palabra van junto s . El
Resucita do, cuya esencia es luz
, habla como hombre con Pablo y
en su engua.l S u alabra,
p por una parte, e s una
autoidentificación que significa a la vez di entificación con la
Iglesia perseguid a y, por otra, una misión cuyo contenido se
manifestará sucesivamentecon mayor amplitud.
É sta s son ci
ertamente solamente analogías, porque la ovedad
n
de la «teofanía» del Resucita do consiste en el hecho de que
Jesús es realmente hombre: como hombre, ha padecido y ha
muerto; ahora vive de modo nuevo en la dimensió n del Dio s
vivo; aparece como auténtico hombre y, sin embargo, aparece
desde Dios, y É lmismo es D oi s.
Son importantes, pues, dos acotaciones. Por una pa rte, Jesús no
ha retornado a al existencia empí rica, sometida a al ley de la
muerte, sino que vive de modo nuevo en lacomunió n con Dio s,
sustraído para siempre a la muerte. Por otra parte —y tambié n
esto es imp ortante— los encuentros con el Resucita do son
diferentes de los acontecimiento s interiores o de experiencias
místicas: sonencuentros reale s con el Vivie nte que, en un modo
nuevo, posee un cuerpo y permanece corpóreo. Lucas lo su b raya
con mucho énfasis: Jesús on es, com o temiero n en un primer
momento los discípulos, un «fantasm a», un«espíritu», sino que
tiene «carne y huesos» (cf. L c 24,36-43).
L a diferencia con n
u fantasm a, ol que es la ap arición deun
«espíritu» respecto a al aparición del Resucita do, se ve muy
claramente en el er lato bíblico sobre la nigromante de Endor
que, por la insistencia de S aúl, evoca el espíritu de S ma uel y lo
hace subir del mundo de osl muertos(cf. 1 S 28,7ss). E l«espíritu»
evocado es un muerto que, como una existencia-sombra, mora
en los av ernos; puede ser temporalmente lla mado fuera, pero
debe volver luego al mundo de losmuertos.
Y S U S IG NCIFAI CÓN
I HS
I T Ó RCI A
Preguntémonos ahora, unavez m ásy de manera sum aria, de
qué género fue el encuentro con el Señor resucitado. Son
importantes las siguientes distinciones:
Pero ¿no es éste acaso el estilo div ino? No arrollar con el poder
exterior, sino dar libertad, ofrecer y suscita r amor. Y , lo que
aparentemente es tan pequeño, ¿ no es tal vez —pensándolo
bien— lo verdaderamente grande ? ¿No emana tal vez d e Jesús
un rayo de luz que crece a lo largo de los siglos, un rayo que no
podía venir de ningún simple ser humano; un rayo a tra vés del
cual entra realmente en el mundo el resplandor de la luz de
Dio s? E lanuncio de los Apóstoles, ¿podría haber encontrado la fe
y edificado una comunid ad universal si no hubiera actuado en él
la fuerza de la verdad?
P E R S PCET VI A:
SUB IÓ A L C IE L O ,
Y D EN U EVO VE N DR Á
C O N G L O AR I
Los cuatro E vange lios, y también san P ablo en su narración sobre
la resurrección en 1 C orintios15, presuponen que las aparicio nes
del Resucit ado tuvieron lu gar en un periodo de tiempo limitado.
P ablo es consciente de que a él, omo c el último, se le ha
concedido todavía un encuentro con Cristo re sucitado. Tambié n
el sentido de las apariciones es tá claro en toda la tradición: se
trata ante todo de agrupar un círc ulo de dis cípulos que puedan
testim oniar que Jesús no hapermanecido en el sepulcro, sino
que estávivo. S u et stimonio concreto seconvierte esencialmente
en una misión: han de anuncia r al mundo que Jesús es el
Viviente, la Vida mism a.
E l Nuevo Tes tamento —desde los Hechos de los Apó stoles hasta
la C arta a los Hebr eos—, haciendo referencia al S amo l 110,1
describe el «lugar» al que Je sús es ha id o con unanube como un
«sentarse» (o estar) a la derecha de Dio s. ¿Qué significa esto?
E ste modo de hablar no se refiere a un espacioósmic c o lejano, en
el que Dios, por decirlo así, habría erigido su rt ono y en él habría
dado un puesto ta mbié n a eJ sús. Dosi no está enun espacio untoj
a otros espacio s . Dios se Doi s. Él es el presupuesto y el
fundamento de toda dimensió n espacial exis tente, pero no forma
parte de ella. La relaci
ón de Dios con todo lo que tiene espacio es
la del Dios y Creador. S u rpesencia no es espacial sino,
precisamente, divin a. E star «sentado a al derecha de Dios»
significa participar en la soberanía propia de Dios sob re todo
espacio.
L a fe en el etorno
r de Cristo es el segundo pilar de la confesión
cristiana. É ,l que se ha hecho carne y permanece Hombre sin
cesar, que ha ina ugurado para siem pre en D io s el pues
to del ser
humano, llam a a todo el mundo a entrar en los bra zos abiertos
de Dio s, para que al final Dio s se haga todo en todos, y el Hijo
pueda entregar al P adre al mundo entero asumido en É l (cf. 1 C o
15,20-28). E sto implica la certeza en la esperanza de que Dios
enjugará toda lá grima, que nad a quedará sin sentido, que toda
injusticia quedará superada y establecida la justicia. L a victoria
del amor será la última palabra de la historia del mundo.
Com o actitud de fondo para el «tiempo intermedio », a lo s
cristianos se les pid e la vigilancia. E sta vig ilancia significa, de un
lado, que el hombre no se encierre en el momento presente,
abandonándose alas cosasangi t bles, sino que levante la mirada
m ás allá de lo momentáneo y sus urgencia s.
S a bemos por la D id aché (ca. 010) que este grito formaba parte
de las ple garias iltúrgicas de lacelebració n eucarística de los
primeros cristianos; aquí se encuentra tambié n concretamente la
unidad de ol s dos modos de lectu ra. L os rcistianos invocan la
llegada definitiva de Jesús y ven al mismo tiempo con ale gría y
gratitud que ya ahora Él an ticipa esta llegada: ya ahora viene a
estar entre nosotros.
B IB L IO G RFAÍA
INDIC A COI N E S G E N E R A L E S
P A R A L A PMRER
I APARTE
Com o he indicado en el prólogo este libro presupone la exégesis
histórico-crítica y utiliza sus resultados, pero pretende ir m ás allá
de este método para l egar a una interpretació n propiamente
teológic a. No dese a entrar en la discusión específica de la
exégesis his tórico-crítica. Por este motivo, tampoco he
pretendid o ser exhaustivo en el uso de la bibliografía que, por
otro lado, sería interminable. Las obras utilizadas son ci tadas en
cada caso, entre paréntesis y de modo abreviado; los títulos
completos se en cuentran en la bibliografía que se indica a
continuación".
Joachim Gnilka , Jesus von Naza reth. Botschaft and G esc hichte
[Herders theologischer K ommentar zum Neuen Testament,
Suplemento, vol. 3], Herder, Friburgo 1990 (trad. e sp. Jesús de
N azaret. Mensaje e historia, H erder, Barcelona 1993').
INDIC A COI N E S G E N E R A L E S
P A R A L A SGEU N DA P A R T E
A las indicacionesgeneralesreferentes a la primera parte, que
siguen siendo válidas también para esta segunda, hay que añadir
aún algunos títulos que co nciernen a la obra en suconjunto.
1. E N T R A D EA N J R
E US A LÉ N
Y PURIF IC A CÓI N DE L TE M PL O
A la entradae n Jerusalé n está dedica do el fa scíc ulo I/2009 de la
R evista Internacional de Teolog ía y Cultura Communio (ed.
alemana, año 38, pp. 1-43). R emito en partic ular a al
contribución de Harald Buching er, «Hosanna dem S ohn e
D avids!». Zur L ti urgie des P almsonnta gs, pp. 35-43. P ero en el
momento dela publicación de est e fascíc ulo ya esta ba redacta do
el primer capítulo de esta segunda parte.
Rudolf Pesch, DsaMarkusevangelium, Zweiter Teil [Herders
theologischer Kommentar zum Neuen Testa ment, vol. II, 2],
Friburgo 1977.
E duard Lohse, art. «hósanna» , en: Theologis chesWörterbuch
zum Neuen Testa ment, vol. IX , Gerhard Friedrich (e d.),
Kohlhammer, Stuttgart 1973, pp. 682s s .
Sobre apurificación
l deltemplo , adem ás de loscomentarios:
Vittorio Messori, Pati sotto
Ulrich Wilckens, Theologie des Neuen Testa ments , op. cit. (cf.
bibliografíageneral), vol. I, 2, pp.59-65.
2. D IS C U R
S O E CS AT O L Ó GCI O D EJE SÚS
Con m i exp osición sobre el discurso escato lógico de Jesús trato
de desarrollar, profundizar y —donde es necesario— corregir el
análisis que he pres entado antes en m i escatología de 1977
(nueva edición: E schatologie – Tod und ewiges Lebe n,Pustet,
R atisbona 2007 (trad. e sp . E
s cato logía. La m uerte y la vida
eterna, Herder, B arcelona 2007).
F lavio Josefo, D e bello Judaico. DerJüdische Krieg. E dic ión bilingüe
en griego y al emán, editado por Otto Michel y Otto Bauernfeind,
VI, 299s (cit. según: vol. II, 2), Múnich 1969, pp. 52s; notas pp.
179-190 (trad. esp. La uerrag de los judíos, Gredos,Madrid 1997-
1999).
Alexander Mittelstaedt, Luka s als Hsi toriker. Zur D atierung des
lukanis chen Dopp elwerkes, Francke, Tubinga 2006, pp. 49-164.
Joachim Gnilka, Dei N azarener and der Koran. E ni e Spurensuche,
Herder, Friburgo 2007.
Barcelona 1980-1987).
C h arle s K. Barrett, The G ospel According to St. John,
Westminster, Philadelphia 1978; citado según al edición
alemana: D as E va ngelium nach Johannes ritisch-exege
[K tischer
Kommentar über das Neue Testament], Sonderband,
Vandenhoeck & Ruprecht, Gotinga 1990.
3. E L L V
AA T O ROI D E L O S IEPS
4. L A O R
A C IÓ N SCAE R D O T ADLEJE SÚ S
5. L A Ú L TMI A C ENA
Annie Jaubert, «L a date de la derniére Cène», en: Revue de
el'histoire des religions 146 (1954), 140-173; id, La date de la
C ene . Clendrier
a biblique et ilturgie chrétienne, J. G abalda & Ce,
i
P arís 1957.
J. C . Hinrichs, Leipz
ig 1921, pp. 143-172.
Willy Rordorf, S a b at and Sonntag in der Alten Kirche,
Theologis cher Verlag, Zürich1972; id, Lex orandi -lex credendi.
G esammelte Aufsätze zum 60 G eburtstag, Editorialde la
Universidad de Friburgo (S uiza) 1993, en particular pp. 1-51.
6. G E T S E A
MNÍ
P ara la s ni dicaciones sob
re Getsemaní: Gerhard K
roll, Auf den
SpurenJesu, S t. Benno, Leipzig 19755.
7. E L P R O CS EO D EJE S ÚS
L a obra clásic a sobre el proceso a Jesús sigue siendo:Josef
Blinzler, Der Prozes s Jesu, Pustet, R atisbona 19694 (trad. esp . El
proceso de Je sú s,Editorial L ti úrgic a Española, Barcelona 1959).
Por lo que se refiere a las cuestiones históricas, me ate ngo
esencialmente a Martin Hen- gel y Anna Maria S chwemer, Je su s
and das Judenturn, op. cit. (cf. bibliografía general), pp. 587-611.
Intuiciones importantes se encuentranen Franz Mugner, Die Kraft
der Wurzel. Judentum-Jesu s-Kirche, Herder, Friburgo 1987,
especialmente pp. 125-136.
Sobre al versión joánica del proceso y la cuest ión acerca de la
verdad, me ha servido de ayuda : Thom as Söding, «Die Macht der
Wahrheit and das Reich der Freiheit. Zur johanneischenDeutu ng
des Platus-P
i rozesses»,en: Zeits chrift für Theologie and Kirche
93 (1996), 35-58.
Gerhard von R ad, Theologie des Alten Testaments , vol. I: Die
Theologie der geschichtlichen Uberlieferungen Israels, Chr. K ais er,
Múnic h 1957 (trad. esp. Teología del Antiguo Testamento, vol. I,
S ígueme,S aamanca
l 2002).
C harles K . Brrett,
a D a s E vangelium nach Johann es, op. cit. (cf.
bibliografía cap. 3). Rudolf Pesch, D as Markusevangelium,
Zweiter Teil, op. cit. (cf. bibliografía cap. 1), pp. 461-467.
8. C R UC IF IX IÓ N Y S EUPLT UR A D EJE SÚ S
Un análisis conmovedor de Is 53 en: Marius R eiser, Bibelkritik
and Auslegung der Heiligen Schrif t, op. cit. (cf.bibliografía
general), pp.337-346.
T ambién acerca de P latón y el L ib ro de la S abiduría, cf. Reiser,
pp. 347-353.
9. L A R SEUR R E C Ó
C IN D E J E S Ú
D E E NT R E L S
O M UE R T O S
Para al s cuestiones exegéticas (tradición enforma de confesión,
aparicio nes, etc.), es fundamental: Béda R iga ux, Dieu el'a
re ssuscité . E xé gèse et théologie biblique, Ducul
ot,Gembloux
1973.
E s mportante
i también: FranzMuLner, Die Auferstehung Je su ,
K ösel, Múnich 1969 (tr. esp. La resurrección de Jesús , Sal Terrae,
S a ntander 1971).
Reflexio nes útiles en: Thom asSoding, Der Tod ist tot, das Leben
lebt. Ostern zwischen Skepsisnd a Hoffnung,Matthia s Grünewald,
Ostfildern 2008.
C IT A S B ÍBCL IA S
A BREVIA T UR A S
Antiguo Testamento
Dn D aniel
Dt Deuteronomio
Ex É xodo
G n G énesis
Is Isa ía s
Jc Jueces
Jos Josué
Jr Jeremías
LvLevítico
1M 1 ° Macabeos
Nm Números
Os O seas
1R 1Reye s
2R 2 Reyes
Sb S a biduría
Za Z acaría s
Nuevo Testamento
Ap Apocalipsis