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Universidad de Chile

Departamento de Pregrado
Cursos de Formación General
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CFG: “Explorando la pregunta por el sentido”

Artículo Seducción, producción y sentido en Baudrillard

Versión de: Holzapfel, Cristóbal. Seducción, producción y sentido en Baudrillard.


Extracto reflexiones acerca del sentido.

SEDUCCIÓN, PRODUCCIÓN Y SENTIDO EN BAUDRILLARD

CRISTOBAL HOLZAPFEL

“La seducción es lo que sustrae al discurso su sentido y lo aparta de su verdad”.


(Baudrillard)

A través de la distinción entre producción y seducción, propuesta por Jean


Baudrillard, se puede abordar la pregunta por el sentido de una manera que resulta
particularmente esclarecedora. La pro-ducción es aquello con lo que normalmente
estamos comprometidos, en la medida en que nos conducimos en "pro" de la realización
de unas metas, objetivos o finalidades, en una sola palabra: sentidos, deliberadamente
trazados por nosotros; esto sucede en el trabajo, el estudio, la política, la ciencia, la
moral, y otros. La se-ducción, en cambio, nos desvía de esos sentidos, es capaz de
desbaratarlos, desarticularlos, revertirlos.
Visto de esta forma, la producción es la que está tras el orden y la organización
económica, política, moral y militar del mundo en su integridad.
Para Baudrillard ello atañe a la relación sujeto-objeto, considerada en sus
alcances más amplios y radicales. En atención a la relevancia de esta relación en la
modernidad, en términos de un primado cartesiano-kantiano del sujeto sobre el objeto,
con nuestro autor se trata no solamente de que en ello está en juego que el sujeto
define al objeto, sino también que lo domina. Ello nos hace ver que la cuestión de la
relación sujeto-objeto no concierne únicamente al modo como concebimos la realidad
y el mundo, sino al mismo tiempo la relación en términos de dominio, sumisión,
respeto o admiración que podemos tener con cosas, fenómenos, con el entorno y con
los otros.
Pero, justo en vistas de que la seducción puede desbaratar las proyecciones de
sentido de la producción, se entiende que haya sido y siga siendo víctima de una
condena:
"Un destino indeleble recae sobre la seducción. Para la religión fue la estrategia
del diablo, ya fuese bruja o amante. Es el artificio del mundo. Esta maldición ha
permanecido a través de la moral y la filosofía, hoy a través del psicoanálisis y la
"liberación del deseo". Puede parecer paradójico que, promocionados los valores del
sexo, del mal y de la perversión, festejando hoy todo lo que ha sido maldito su
resurrección a menudo programada, la seducción, sin embargo, haya quedado en la
sombra - donde incluso ha entrado definitivamente".1
En efecto, vivimos hoy en el mundo de la liberación, de la emancipación sexual,
pero también moral, intelectual, y de todo orden, estando todo ello traspasado por la
seducción, sin embargo no nos hemos preocupado de reflexionar en torno a ella. Y si
la seducción es capaz de desarticular a la producción y sus cometidos, esto nos
muestra como la aparente autonomía del sujeto moderno, emprendedor de una
pujante economía y de una deslumbrante tecnología, no es tal. En el fondo, este sujeto
moderno está dominado por lo que él mismo ya no controla, como puede ser el que
haya desarrollado un arsenal atómico tal, capaz de destruir miles de veces la vida del
planeta.
Al estar el objeto bajo el control del sujeto, el objeto – que puede ser no
solamente la naturaleza, sino también la economía, la política, la moral, el arte, y otros –
está, por decirlo así en su lugar. Pero, a la luz del pensamiento baudrillardiano, esto no
es así. Cuando ya no hay cánones estéticos definidos, la estética tiende a desaparecer
bajo el imperio de la moda; cuando entramos en la sospecha de que nuestros sistemas
de enseñanza deforman más bien al alumno, nos congraciamos con la anti-pegagogía;
cuando, sospechamos también de que el mundo que estamos construyendo es
literalmente una locura, y la psiquiatría comienza a ver a los que son supuestamente
"cuerdos" como a-normales, entramos en la anti-psiquiatría; cuando la sociedad no tiene
más unas metas políticas claras, y todo queda librado al economicismo, la sociedad se
transforma en masa; y asimismo, cuando en lo sexual está todo permitido, nos
acercamos al fin de lo sexual, que es a su vez su exceso - el porno -.
En buenas cuentas, acabamos perdiendo el sentido de la realidad. Baudrillard
define (diríamos, sobre la base de Kant) la "realidad" como el resultado de una
proyección humana, es decir, de acuerdo a lo que nos representamos (la relación sujeto-
objeto); la así llamada "realidad" corresponde pues a una proyección de sentido por
parte del hombre. Pero, cuando las cosas se salen de los límites en que ellas han sido
proyectadas (cuando “salen de madre”), lo que llamamos "realidad" queda atrás y
entramos en el terreno de lo que nuestro autor entiende por "hiperrealidad", y que ya no
dominamos. La estética, la pedagogía, la psiquiatría, y también la sexualidad, al perder
su esfera de sentido, entran así en el terreno de la hiperrealidad, la que, podríamos
decir, corresponde a una "realidad" que nos sobrepasa. La hiperrealidad se entiende a
su vez sobre la base de que el objeto, que incluye, como vemos, no sólo la naturaleza,
sino también la sociedad, queda “fuera de sí”, se convierte en “objeto extático”.
Para mostrar esto con mayor claridad los alcances de la hiperrealidad y del
éxtasis del objeto podemos hacernos las siguientes preguntas (retóricas): ¿Qué
significa, cuando el poder económico se erige sobre todo otro poder (entre otros, sobre
valores tradicionalmente aceptados) y un criminal en Estados Unidos que ha asesinado
a más de una decena de personas, se convierte en un best-seller? ¿Qué significa
cuando, en el orden periodístico, en particular en el afán de revelar todos los detalles
más nimios de una historia personal, se genera así también una tendencia a ir más allá
de lo verdadero, que es igual a lo obsceno. La mencionada obscenidad condice con una
obesidad, patente en una informática ilimitada e indiscriminada, imposible de asimilar.
Y como el sujeto humano y moderno no tiene más un control político de esta
situación, nos dice Baudrillard que hemos entrado asimismo en la era de la
"transpolítica". En este contexto, al no presentarse más el hombre con una autonomía
relativamente asegurada, se muestra sobre todo como "rehén".
Ejemplifiquemos: somos rehenes del poder atómico; aparentemente no está más
en nuestras manos, ni en las manos de ninguna autoridad humana, suprimirlo, y ese
mismo poder nos pone ante el peligro inminente de terribles catástrofes, como lo
ocurrido en Tshernobil o en Bophal.
1
Jean Baudrillard, De la seducción, trad. Elena Benarroch, Edit. Cátedra, Madrid, 1989, p. 9. En lo
sucesivo ‘S’.
La seducción tiene lugar entonces no únicamente cuando alguien va al trabajo
-movido por una proyección de sentido, característica de la producción-, y es
literalmente se-ducido por la imagen correspondiente a una mujer que se cruzó en su
camino; sucede también cuando un artista nos seduce con un nuevo concepto de arte,
rompiendo cánones estéticos tradicionales; cuando un profeta irrumpe en nuestro
medio, seduciéndonos con un nuevo mensaje mesiánico; o simplemente, cuando un
publicista nos seduce con el spot de un nuevo producto. En todos estos casos
experimentamos el agotamiento de nuestras proyecciones usuales de sentido,
dejándonos atrapar por lo nuevo. Pero, más que todo eso, la seducción tiene lugar en el
desvío de las proyecciones de sentido de la producción que procura ordenar y organizar
el mundo, y por eso incluye al espectro del terrorismo, del sida, del porno, del
calentamiento del planeta, entre otros, suscita el aludido desvío.
Desde la mirada de Baudrillard la seducción es pura y simplemente este desvío,
que no tiene contemplaciones ni se rige en absoluto por la legitimación, justificación o
sentido que ello pudiera tener. Justamente porque nos aparta de todo aquello, ella
puede ir de la mano con lo que sería para nosotros una crueldad.
Veamos cómo se da la tensión entre producción y seducción en uno de los
terrenos más distintivos de la producción: la moral. La seducción desbarata lo que el
hombre ha proyectado en lo moral; ella es, desde este punto de vista, "in-moral" (por
contraste con la moral tradicional). Leemos en Las estrategias fatales:
"¿Cómo funcionan nuestras sociedades pretendidamente racionales y
programadas? ¿Qué hace avanzar, qué hace moverse a los pueblos? ¿El progreso de
la ciencia, la información "objetiva", el aumento de la dicha colectiva, la comprensión de
los hechos y de las causas, el castigo real del culpable o la calidad de vida? En
absoluto: nada de todo eso interesa a nadie, salvo en las respuestas a los sondeos. Lo
que fascina a todo el mundo, es la corrupción de los signos, es que la realidad, en todo
lugar y en todo momento, esté corrompida por los signos. Esto sí que es un juego
interesante - y es lo que ocurre en los media, en la moda, en la publicidad -, más
generalmente en el espectáculo de la política, de la tecnología, de la ciencia, en el
espectáculo de cualquier cosa, porque la perversión de la realidad, la distorsión
espectacular de los hechos y de las representaciones, el triunfo de la simulación es
fascinante como una catástrofe; y lo es, en efecto, es una desviación vertiginosa de
todos los efectos de sentido".2
En otro pasaje Baudrillard sostiene que la inmoralidad es lo que mueve al mundo
- y ella está del lado de la seducción -. Con ello se describe una situación que
pretendidamente es de hecho así, más aún, que probablemente nunca ha sido de otra
forma. Y si la pro-ducción está del lado de la moral como proyección de sentidos y
valores a nuestro quehacer, ocurre que la se-ducción sería siempre más fuerte que toda
pro-ducción - según hemos visto -.
¿Hay alguna salida a esta situación desde el punto de vista de nuestro autor? En
otras palabras, el “éxtasis del objeto” que determina nuestra situación, ¿puede ser
refrenado? o, incluso ¿se le puede definitivamente torcer el rumbo? De acuerdo a
Baudrillard no. Sin embargo, habría que decir que el hombre no tiene más alternativa, si
pretende organizar una sociedad relativamente estable y armónica, que apostar por la
producción.
"Todo es seducción, sólo seducción. / Han querido hacernos creer que todo era
producción. Leitmotiv de la transformación del mundo: el juego de las fuerzas
productivas es el que regula el curso de las cosas. La seducción no es más que un
proceso inmoral, frívolo, superficial, superfluo, del orden de los signos y de las
apariencias, consagrado a los placeres y al usufructo de los cuerpos inútiles. ¿Y si todo
contrariamente a las apariencias -de hecho, según la regla secreta de las apariencias- si
todo obedeciera a la seducción?" (Ef, p. 81).
2
Baudrillard, Las estrategias fatales, Trad. de Joaquín Jodrá, Edit. Anagrama, Barcelona, 1991, p. 78. En
lo sucesivo, ‘Ef’.
Sucede además que la propia producción está de punta a cabo determinada por
la seducción. Por de pronto esto se debe a que ante todo seduce lo que la producción
no logra más concebir adecuadamente, definir, ordenar, organizar o controlar. Así son
tremendamente seductores los que rompen con cánones establecidos ya sea en la
ciencia, en el arte, la filosofía o los negocios: cantantes, empresarios, filósofos, profetas.
Y resultan tanto más seductores, cuando tienen carisma, es decir un halo natural
envolvente -diríamos lúdico-. Parece entonces que juegan con el mundo, como si fuera
arcilla que amoldan a su manera, quebrando los sentidos en los que nos hemos
instalado y acostumbrado.
Y como la producción es en definitiva de sentidos, lo que se aproxima al sin-
sentido o definitivamente se presenta como sin-sentido, es por lo mismo máximamente
seductor. Baudrillard pone un ejemplo extraordinariamente lúcido:
"Un niñito le pide al hada que le conceda lo que desea. El hada acepta con una
sola condición, la no de no pensar nunca en el color rojo de la cola del zorro. "¡Si no es
más que eso!”, responde con desenvoltura. Y ahí va en camino para ser feliz. Pero,
¿qué ocurre? No consigue deshacerse de esta cola de zorro, que creía haber olvidado
ya. La ve asomar por todos lados, en sus pensamientos y en sus sueños, con su color
rojo. Imposible apartarla, a pesar de todos sus esfuerzos. Y hele aquí, obsesionado, en
todo momento, por esta imagen absurda e insignificante, pero tenaz, y reforzada por la
desilusión que tiene al no poder quitársela de encima. No sólo las promesas del hada se
le escapan, sino que pierde el gusto de vivir. Quizá está de alguna manera muerto, sin
haberse podido deshacer nunca de la cola de zorro" (S, p. 73).
Claro está, prohibirle a alguien que piense en “el color rojo de la cola del zorro”
carece de todo sentido, por lo cual se convierte también en algo irresistiblemente
seductor. Si le prohíben a un niño no comer dulces, seguramente que con esto se
"manejará" de alguna manera, porque la prohibición tiene un sentido patente. Mas, la
primera prohibición es absolutamente imposible de controlar.
Del mismo modo nos seduce también lo que está oculto, lo que se presenta tras
alguna máscara, tras un perfume o tras el maquillaje; así también ocultismo, esoterismo
y hermetismo. En esta forma, por supuesto la muerte, pero ciertamente también Dios
como lo máximamente oculto y envuelto en el misterio sublime, es también
máximamente seductor.
Estos distintos rasgos de la seducción - el sinsentido, lo oculto y la muerte - se
mezclan en el siguiente relato:
"Según los antiguos, la pantera es el único animal que emana un olor perfumado.
Utiliza este perfume para capturar a sus victimas. Le basta esconderse (pues su visión
les aterroriza), y su perfume les embruja - trampa invisible en la que caen" (S, p. 74).
Y el comentario de Baudrillard al respecto:
"Pero ¿qué es eso de decir que la pantera seduce con su perfume? ¿Qué
seduce en el perfume? (y además, ¿qué hace que incluso esta leyenda sea seductora?
¿Cuál es el perfume de esta leyenda?) ¿Qué seduce en el canto de las sirenas, en la
belleza de una cara, en la profundidad de un precipicio, en la inminencia de la catástrofe,
como en el perfume de la pantera o en la puerta que se abre al vacío? ¿Una fuerza de
atracción escondida, la fuerza de un deseo? Términos vacíos. No: la anulación de
signos, la anulación de su sentido, la pura apariencia" (S, p. 75).
Al decir que lo seductor es también la apariencia, enfrentamos con ello una
cuestión de enorme gravitación filosófica y que podemos vincular con una vasta tradición
filosófica, la que en cierto modo se inicia con los tres caminos del Poema del ser – el
ser, el no-ser y la apariencia (el mundo de los bicéfalos) -. En Parménides, como en
Platón: ¿qué es lo que tiene la prerrogativa: la verdad o la apariencia? ¿Logra triunfar la
verdad y acabar con las apariencias?
Lo que se juega con la seducción y su supuesto poder es pues una cuestión
filosófica decisiva: si el juego de las apariencias y las imágenes está por sobre ciertas
supuestas verdades eternas (como las ideas platónicas), o, si no se trata de esa calidad
de verdades, si el juego seductor de apariencias estaría por sobre la proyección humana
de sentidos, de normas y leyes, como de supuestas verdades. Esto es lo que podríamos
decir, en aras de dimensionar como se presenta este enfrentamiento hoy.
Siguiendo entonces con esa discusión tradicional, en los sofistas, en Nietzsche
("No creemos que la verdad siga siendo verdad cuando se le quita el velo", S, p. 60),
como por cierto también en Baudrillard, la opción sería por la apariencia.
En el caso de Baudrillard, cabría aducir que la verdad se vincula con una
proyección de sentido: decir que esto es así, que es de tal forma y constitución, o que es
justo, bello o bueno, todo ello corresponde siempre a proyecciones de sentido, que en
cualquier momento se derrumban debido al poder de la apariencia, del sinsentido y de la
seducción que se sirve de ellos.
Pero, antes que hablar de un poder destructor de la producción y de sus
proyecciones de sentido, como es sobre todo lo que enfatiza Baudrillard, podemos
reconocer que la seducción es no solamente lo que alimenta la producción, sino incluso
lo que la posibilita. Si justamente la producción está siendo seducida por lo que todavía
no tiene sentido para ella, porque no lo logra explicar o controlar, lo que por lo tanto echa
a andar la máquina de la producción es la seducción.
Si ejemplificamos lo anterior, planteemos, por ejemplo, lo siguiente: ¿cómo dar
con una verdad definitiva y absoluta de algo (una proyección de sentido que se
justifique a cabalidad), si aun las teorías científicas en torno a lo que sea la materia,
cambian – lo que tiene que ver con el espíritu geométrico -? ¿Cómo no habrían
entonces de cambiar mucho más nuestras supuestas verdades en torno a lo humano –
lo que tiene que ver con el espíritu de la fineza -?

Excurso
Dos paseos peripatéticos

Haciendo los siguientes paseos o caminatas observemos cómo se da el


afiatamiento entre producción y seducción, las que prácticamente son dos caras de la
misma moneda, y, en todo caso, reconociendo que la seducción es definitivamente lo
que manda:

1.Camino por una playa y de pronto me encuentro con un baúl antiguo, bello y
grande, cerrado con candado. Ahí está un poco hundido en la arena, unas olas ya leves
corren hacia arriba por la suave pendiente de la playa, lo rodean y lo mojan. Miro en
derredor, no hay nadie, es demasiado temprano, hace poco no más ha amanecido.

¿Qué hago? Iba profundamente meditabundo, aclarando varias cosas en mi


mente, pero aquí estoy ahora clavado, no puedo seguir, este baúl me intriga. ¿Y si
tratara de abrirlo? ¡Pero cómo, si no es de mi propiedad! ¡Qué ganas de abrirlo! ¿Será
quizás algo para mí?
Entonces lo golpeo, a ver si hay alguna respuesta. Ninguna.
Tal vez debo ir al retén de carabineros más cercano para comunicar que aquí
está esta cosa. ¡Pero en buenas cuentas qué aburrido! En ese caso, preferiría seguir mi
camino; seguro que otro más tarde se hará cargo de este asunto, que, al fin y al cabo,
parece que tiene que convertirse en un latoso trámite.
Pues bien, ¿a qué viene toda esta historia que aquí interrumpo y que podría
continuarse, supongamos con el hecho de que de pronto llegan al lugar unos
trasnochados que quedan igualmente intrigados por el asunto del baúl, que parece haber
venido del mar?
Se trata de que - siguiendo a Baudrillard - voy caminando por una playa,
pensando, es decir, proyectando sentidos sobre distintas cosas, quizás sobre mi propia
vida, sobre el estado actual del mundo, sobre el amor, o qué se yo; esto significa que
estoy en un trance de producción (precisamente de sentidos sobre distintas cosas).
Y bien, ocurre que el baúl me seduce, esto es, me aparta de mi producción,
porque es inusual ver un baúl en la playa... golpeado por las olas del mar... sin que haya
nadie alrededor que se muestre como quien sabe algo acerca de él.
Esto revela que basta que las cosas se aparten un poco de los carriles
acostumbrados, de los códigos, de las coordenadas según las cuales se desenvuelven
usualmente, que escapen apenas a los márgenes de su "ley" para que seamos
seducidos. De hecho, he quedado ahí clavado en la playa, mis pensamientos anteriores
se han interrumpido completamente, y ello ocurre a tal punto que ahora no sé si ir para
adelante o para atrás: quizás simplemente volver a casa, porque parece claro que con lo
ocurrido no podré volver a concentrarme en mis pensamientos.
Si meditamos sobre nuestro ejemplo, podríamos decir que el baúl está siempre
ahí, que esta existencia que acaba en la muerte es como el baúl, nos intriga radicalmente
y nunca encontramos la respuesta.
El enigmático baúl está siempre ahí. Podemos ir tal vez a carabineros con un
grupo de personas que se han congregado alrededor de él. Es más que probable que el
asunto se aclare. Quizás contenía alguna droga, y ya está, tenemos una explicación por
lo menos suficiente. Hay producción de sentido tras ello: se trata de narcotraficantes que
naturalmente a estas alturas ya no se aparecen para buscar la mercancía. Si se trata de
algo así, de seguro que quedaremos preocupados los involucrados en este hallazgo,
puesto que en torno a ese negocio hay mucha peligrosidad.
Pero ¿qué tal, si los carabineros rompen el candado, abren el baúl y se
encuentran nada más que con una corbata? Entonces el enigma persiste, sigue siendo
como la existencia. Y aunque, como en el primer caso el enigma se descifrara a través
de alguna explicación que nos dejara medianamente conformes, siempre habrá otro
baúl, lo cual significa que la seducción está siempre al acecho.
Lo que venimos diciendo de la seducción a través del ejemplo del baúl es ante
todo de orden intelectual. Por de pronto, es importante reconocer esto, quiero decir de
como el intelectual es seducido, que los problemas de que se ocupa el filósofo, el
escritor, el artista, el investigador son cuestiones que lo seducen, y, si puede verse su
quehacer como producción de sentidos, esa producción está de punta a cabo suscitada
por la seducción; de otro modo, no tendría además fuerza alguna.
Pero, la seducción no se limita obviamente al ámbito de lo intelectual, sino que
llega a nuestra sensibilidad, a nuestra región emocional y sentimental, en fin, toca todo
nuestro ser. Si bien, el baúl que nos intriga nos seduce primariamente en forma
intelectual, sin embargo, la propia intelectualidad únicamente tiene fuerza, si es
acicateada a la vez por nuestra afectividad.
Así es, todo aquello respecto de lo cual se agota nuestra producción y no logra
abrazarlo, atraparlo, explicarlo, definirlo - el ser, la nada, el cosmos, la vida, la muerte,
Dios - es por ello mismo seductor. Ante ello se estrellan nuestras proyecciones de
sentido y su única, más sincera y más noble posibilidad es abrirse al enigma, a lo abierto,
al abismo, al vacío, al trasfondo en que todo pudiera tener o no tener sentido.

2.Camino por una calle y unos carteles anuncian que al interior de un local se
realiza un acto que nos iluminará de una vez y para siempre, pero agregando a ello la
aclaración de que hay que presentar una solicitud de ingreso y enviarla a cierta dirección,
advirtiendo además que es posible que no haya respuesta alguna a esa solicitud.
Desde luego que a pesar de ser probablemente nada más que una charlatenería
y un negocio, porque hay que pagar, si finalmente se es aceptado, para tener el privilegio
de esta "experiencia", igual seduce esto a más de algún transeúnte.
Mas, supongamos también que la cosa está bien hecha, desde un punto de vista
estético, dando a entender que se trata de algo serio a través de todos los signos por
medio de los cuales ello se presenta; por ejemplo, la persona que nos atiende, una vez
que hemos sido aceptados, nos causa buena impresión, induciéndonos así a descartar la
posibilidad de que trate al fin y al cabo de una tontería, algo sórdido u obsceno.
Finalmente asistimos pues a este evento que ofrece algo casi al nivel de la tierra
prometida. Entramos a una sala de teatro y nos sentamos en una butaca frente a un
escenario oscuro que, después de mucho rato, al iluminarse, se ve a una mujer acostada.
Vemos nada más que esto y tras un largo tiempo de espera, sucede que la mujer
comienza a levitar.
Pues bien, esto seduce inmediatamente, porque nunca ha habido una explicación
clara y convincente acerca de la levitación. Lo mismo ocurriría con un extraterrestre o con
un mono que comenzara a hablarnos.
Ya sabemos que en todos estos casos sucede que algo nos seduce porque
nuestra proyección de sentidos carece para ello de toda explicación apoyada en el saber
empírico o científico.
Pero, qué tal, si lo único que hay en el escenario es una mariposa polinésica
multicolor de grandes dimensiones que vuela dentro de una enorme cúpula de cristal,
donde vive en medio de plantas y flores; en este caso, ello seduce por la belleza, pero
habría que agregar, por el secreto, el enigma de la belleza que se basta a sí misma, y
que es imposible, además de torpe, definir.
Y bien, extrememos más la situación de estar en este escenario a la espera de
algo que tendría que iluminarnos: resulta que sólo hay un racimo de uvas o, incluso
menos que eso: no hay nada. Seguramente que entonces nos sentiríamos engañados no
solamente porque hemos pagado por esta "experiencia" que parece no ser ninguna, sino
además porque nos han hecho perder el tiempo, máxime durante meses.
Sin embargo, si nos detenemos a pensar sobre la experiencia en cuestión,
probablemente la última - el no encontrar nada delante de nosotros, nada que ver, oir u
oler - sea efectivamente la más iluminadora de todas, porque nos enseñaría
filosóficamente que el secreto es siempre la ilusión del secreto, que en el fondo no hay
ninguno, pero también que el secreto estará siempre, porque está en cada cosa, está en
el hecho de que simplemente haya algo, de que sea el ser.
(Fin “Excurso”).

Baudrillard:
"El secreto. Cualidad seductora, iniciática, de lo que no puede ser dicho y, sin
embargo, circula. Sé el secreto del otro, pero no lo digo y él sabe que yo lo sé, pero no
corre el velo: la intensidad entre ambos no es otra cosa que ese secreto del secreto. Esta
complicidad no tiene nada que ver con una información oculta. Además, si cualquiera de
los implicados quisiera levantar el secreto no podría, pues no hay nada que decir..." (S, p.
77).
Si bien lo pensamos, el secreto es (como el sentido), porque en cierto modo lo
hay y al mismo tiempo no lo hay. No podemos saber si hay algún secreto, si lo que hay,
lo que vemos y palpamos se basta a sí mismo, que no hay nada más allá de eso, que no
hay secreto en el acto de nacer, hacer una breve estadía aquí, y después morir; pero,
con igual fuerza hay aquí un secreto, e interesa que nos detengamos en sus
características y su nexo con la seducción:
"Lo que se esconde o lo que se rechaza tiene la vocación de manifestarse, el
secreto no la tiene en absoluto. Es una forma iniciadora, implosiva: a la que se entra,
pero de la que no se sabría salir" (S, p. 77).
Al secreto (al trasfondo) le es propia la figura implosiva, su estar en sí mismo, la
imposibilidad de su revelación y que puede generar una pasión, como le ocurre a Kafka a
lo largo de toda su obra, como en El Proceso donde el protagonista nunca llega a saber
de qué se le acusa, con todo lo que ello metafóricamente significa respecto de la estadía
del hombre en el mundo, ante la incógnita de su misión y de la muerte.
Esta consideración en torno al secreto permite entender la discusión de
Baudrillard con el psicoanálisis que pretende hacernos creer que habrían sentidos ocultos
- ciertas verdades ocultas - en nuestro inconsciente que habría que develar, y ésta sería
la tarea del psicoanalista. En los términos de la escuela psicoanalítica: habría tras el
discurso manifiesto - lo que regularmente hablamos o escribimos - un discurso latente,
que habría que descifrar y de-codificar a través de cierta interpretación. Por ejemplo, si
me equivoco al decir una palabra, es decir, cometo un lapsus linguis, esto se debería a
algún deseo oculto. Imaginemos una mujer que se siente atraída por alguien que tiene
fama de Don Juan, lo cual la perturba. Un día decide llamarlo por teléfono y le dice que lo
ha llamado anteriormente, pero que no ha querido dejar un recado en el "conquistador".
Pero, Baudrillard nos invita a cuestionar ese supuesto de que el discurso latente
escondería siempre las claves, la llave maestra, las verdades ocultas. Él supone, al
contrario, que es siempre el discurso manifiesto el poderoso, el que tiene tal poder que
nos hace imaginar sentidos y verdades ocultas; en otras palabras, el propio discurso
psicoanalítico es el que nos seduce:
"La seducción es lo que sustrae al discurso su sentido y lo aparta de su verdad.
Sería lo inverso de la distinción psicoanalítica entre el discurso manifiesto y el discurso
latente. Pues el discurso latente desvía el discurso manifiesto no de su verdad, sino
hacia su verdad. Le hace decir lo que no quería decir, le hace translucir las
determinaciones y las indeterminaciones profundas. /.../ La interpretación es lo que al
romper las apariencias y el juego del discurso manifiesto, liberará el sentido enlazándolo
con el discurso latente. / A la inversa, en la seducción es de alguna manera lo manifiesto,
el discurso en lo que tiene de más "superficial", lo que se vuelve contra el imperativo
profundo (consciente o inconsciente) para anularlo y substituirlo por el encanto y la
trampa de las apariencias. Apariencias en absoluto frívolas, sino lugar de un juego y de
un estar en juego, de una pasión de desviar - seducir los mismos signos es más
importante que la emergencia de cualquier verdad - que la interpretación desdeña y
destruye con su búsqueda de un sentido oculto" (S, p. 55).
O también el siguiente pasaje:
"Sin embargo, el inconsciente, la "aventura" del inconsciente, puede aparecer
como el último intento de gran envergadura por rehacer el secreto en una sociedad sin
secreto. El inconsciente sería nuestro secreto, nuestro misterio en una sociedad de
confesión y transparencia. Pero en realidad no lo es, pues ese secreto es sólo
psicológico, y no tiene existencia propia, ya que el inconsciente nace al mismo tiempo
que el psicoanálisis, es decir, que los procedimientos para reabsorberlo y las técnicas de
denegación del secreto en sus formas más profundas" (S, p. 78).
En La transparencia del mal Baudrillard plantea la reveladora distinción entre
alteridad y diferencia. Las alteridades son lo completamente otro, aquello que la
producción de sentido no ha explorado, penetrado, dilucidado, y entre ellas aparece
justamente el inconsciente, como también las lenguas vernáculas, y otros. Mas,
nuevamente en esto la característica de nuestro mundo ante todo de producción es
agotar, explotar, y al fin y al cabo, suprimir esas alteridades. 3 Por lo mismo, el
psicoanálisis contribuye también a eso.
De camino a la mentada supresión lo que nuestro filósofo llama diferencia es el
primer paso, y ella alude, por ejemplo en el caso del psicoanálisis, a la estrategia
terapéutica de comenzar a hurgar en la mina del inconsciente, que en vez de
reconocérsela de partida como alteridad absoluta, al considerarla como nada más que
diferente, ello viene a ser el inicio del agotamiento de esa mina. La diferencia por cierto
también tiene lugar en el enfrentamiento de las lenguas vernáculas (africanas,
polinésicas o americanas), sucediendo que a través de un proceso de asimilación de
verlas en principio nada más que como diferentes, acabarán siendo nuevas extensiones
del “Infierno de lo Mismo”.
En este singular infierno está contenida la igualación de todo lo que caracteriza
nuestro tiempo – los mismos automóviles, los mismos refrigeradores, la misma ropa, pero
también las mismas maneras, y otros –. Ello se condice con el fenómeno de la
globalización, el cual ya comenzaran a anticipar Jaspers, Ortega y Gasset y Heidegger.
Baudrillard ve como punta de lanza de este proceso de igualación especialmente
a la hermenéutica y el afán vinculado con ella de una interpretación sin límite. Ello atañe
particularmente a la producción de sentido:
"/.../ ésta /la interpretación/ es la que por excelencia se opone a la seducción, por
ello todo discurso interpretativo es lo menos seductor que hay. No sólo sus estragos son
incalculables en el dominio de las apariencias, sino que bien podría ser que hubiera un
profundo error en esta búsqueda privilegiada de un sentido oculto. Pues no es en otro
lado, en un Hinterwelt [trasmundo] * o un inconsciente donde hay que buscar lo que
desvía un discurso - lo que verdaderamente le desplaza, le "seduce" en sentido propio, y
lo hace seductor, es su misma apariencia, la circulación aleatoria o sin sentido, o ritual y
minuciosa, de sus signos superficiales, sus inflexiones, sus matices, todo eso es lo que
elimina la dosis de sentido, y eso es lo seductor, mientras que el sentido de un discurso
nunca ha seducido a nadie" (S, p. 55-56).
La interpretación, la obsesión por interpretarlo todo, la hermenéutica, constituyen
así un quehacer no por anticipado justificado, y, agregaría, especialmente la
interpretación literaria, ya que en cierto modo ésta inevitablemente "mata" el texto, el
poema, la novela, la obra de teatro.
Si la pretensión de toda interpretación, de toda explicación es acabar con las
apariencias, podemos claramente advertir que esto involucra también a la ciencia. En
efecto, la lluvia puede haber sido para el primitivo suscitada por un dios - diríamos que de
esa manera la lluvia lo seducía -, pero el inexorable avance del saber científico pulveriza
esa apariencia. La idea triunfa por sobre la apariencia.
Estamos pues determinados por una ambición de logos, de saber, y de un saber
que le da poder al hombre, porque él mismo es también una forma de poder, un afán de
explicarlo e interpretarlo todo. Si observamos esta ambición y afán desde los griegos,
reconocemos que se trata de un tránsito del mito al logos, a través del cual se explica el
origen de la filosofía y de las ciencias: ya no basta suponer que tras la lluvia, los truenos y
relámpagos sean unos dioses la causa.
Wilhelm Nestle, el antiguo grecista, plantea en su extraordinaria obra, cuyo título
es justamente Del mito al logos, que en este tránsito están empeñados no sólo los
griegos, sino la mayoría de los pueblos, y, en definitiva, la humanidad toda. Sin embargo,
agrega Nestle, el tránsito en cuestión nunca se cumple a cabalidad, nunca logra el logos
desplazar al mito, ya que el misterio del ser, de la realidad, de por qué estamos aquí, de
dónde venimos y hacia dónde vamos, siempre persiste, y el logos (solo) jamás logrará
explicar esto.4

3
Baudrillard, La transparencia del mal, trad. de Joaquín Jordá, Anagrama, Barcelona, 1995, p. 134 ss.
4
Cfr. Wilhelm Nestle, Vom Mythos zum Logos (Del mito al logos), Edit. Alfred Kröner, Stuttgart, 1942,
“Einleitung” (Introducción”).
En los términos de Baudrillard, cabe decir que el discurso en el que se expresa el
saber y la interpretación, ocurre que él mismo no es ajeno a la seducción:
"Todo discurso de sentido quiere acabar con las apariencias, ésa es su artimaña
y su impostura. Y al mismo tiempo un intento imposible: inexorablemente el discurso se
entrega a su propia apariencia y, en consecuencia a los desafíos de seducción, y a su
propio fracaso en tanto que discurso. Quizá también todo discurso está tentado en
secreto por este fracaso y por esta evaporación de sus objetivos, de sus efectos de
verdad por medio de efectos superficiales que actúan como espejo de absorción, de
pérdida de sentido. Es lo primero que ocurre cuando un discurso se seduce a sí mismo,
forma original a través de la cual se absorbe y se vacía de su sentido para fascinar aún
más a los demás: seducción primitiva del lenguaje" (S, p. 56).
Efectivamente, no solamente la palabra poética y literaria es seductora - ya que lo
es por su naturaleza propia -, sino todo discurso no es ajeno a la seducción, y si está
demasiado apartado de ella, por lo mismo deja de interesar. Es como eso que ocurre hoy
con tanto escrito - con tanta “escribiduría” - de diarios y libros que los dejamos a un lado,
precisamente porque ya no nos seducen.
Mas, hay una insoslayable objeción a los planteamientos de Baudrillard que nos
sale al camino en todo lo que venimos diciendo, y es que su propio discurso, como
discurso filosófico sobre la seducción, es él mismo un discurso de producción de sentido
y tiene que regirse de punta a cabo por los cánones de la coherencia, la fundamentación,
la objetividad, y lo más importante de todo, por la búsqueda de la verdad. En otras
palabras, parece que al final triunfa la claridad de la idea, de "las ideas claras y distintas"
(para decirlo con Descartes) sobre las apariencias.
Pienso que Baudrillard concedería esto, pero agregando (y reiterando) que si su
propio discurso se rige por esos cánones, sin embargo, si tiene alguna fuerza, ésta es la
de su propia fuerza seductora. Vale decir, se aplicaría aquí lo mismo que ya
adelantáramos: que el secreto de la producción es la seducción.

La supremacía y el poder irresistible de la seducción, quebrantadora de los


códigos que forja y en los que se apoya la producción, se muestra en una sugerente y
antigua narración de un anónimo, recordada por Baudrillard - "La muerte en
Samarkande":
"Como la historia del soldado que se encuentra con la muerte en el desvío de un
mercado, y cree verle hacer un gesto amenazador hacia él. Corre al palacio del rey a
pedirle su mejor caballo para huir de la muerte durante la noche, lejos, muy lejos, hasta
Samarkande. Con motivo de ello el rey convoca a la muerte al palacio para reprocharle
que espante de ese modo a uno de sus mejores servidores. pero ésta le contesta
asombrada: "No he querido causarle miedo. Era solamente un gesto de sorpresa, al ver
aquí a ese soldado, cuando teníamos cita a partir de mañana en Samarkande"" (S, p.
71).
Desde luego, se puede leer primero esta leyenda, atendiendo a cierta verdad que
encierra, lo que queda encuadrado en nuestra proyección de sentido, precisamente
porque contribuye a enriquecerla: esa verdad que la leyenda comunica es como la propia
de las parábolas: que cuando alguien quiere escapar a su destino, acude a él tanto más
pronto, y que la muerte es ese destino insoslayable.
Sin embargo, en esta leyenda los signos y sentidos de las cosas están
desbandados: todo resulta azaroso, fuera de control y no exento de malos entendidos: el
azaroso encuentro de la muerte con el soldado, el malentendido del soldado e incluso de
la propia muerte.
Una de las claves de la teoría de la seducción de Baudrillard consiste en que la
seducción actúa mediante la absorción de los sentidos de las cosas, es decir, sucede en
ella que los signos que se ponen en juego literalmente se "tragan" los sentidos, por lo
cual ellos quedan cargados de lo enigmático y mágico.
Esto sucede con todo lo vinculado con aquellas grandes preocupaciones
filosóficas en torno al ser y otros. El tiempo, la vida, la realidad, el destino absorben todo
sentido y por ello nos seducen. ¿Será así que el origen de la filosofía, junto con ser el
asombro que plantearon Platón y Aristóteles, es también la seducción? Esta es una
pregunta que dejamos aquí simplemente lanzada. Ahora volvamos a nuestra historia de
la muerte en Samarkande.
Sucede allí que, por ejemplo, la muerte, una figura ficticia personificada, de
acuerdo al modo usual como se la concibe, es quien sabe todo, quien contiene los
secretos del más allá, quien puede predecir todos los movimientos de los llamados a
morir, mas en esta leyenda la muerte no sabe, y manifiesta un gesto de sorpresa. Esto ya
es seductor, porque junto con apartarse de nuestras proyecciones de sentido, al mismo
tiempo, el signo - el significante, diríamos - la muerte, se traga todo sentido.
Cuando, por otro lado, nuestra proyección de sentidos, cuando nuestro discurrir
filosófico piensa la muerte, puede que se justifique entenderla nada más que como cita
(Baudrillard hace notar esto: la muerte es en esta leyenda nada más que una cita). Aquí
cabe agregar que a ello se debe también su gesto de sorpresa: ella tan sólo actúa como
cita - no sabe nada de lo que sucede ni cómo se ordenan las cosas, el devenir de los
seres vivos antes o después de la cita - la cual de todas maneras se cumplirá. Pero, en
este caso ¿por qué sigue ello siendo seductor? Diría que precisamente porque no nos
hemos detenido lo suficiente a pensar que tal vez la muerte sea nada más que una cita.
Sucede además en ello que el signo 'cita' absorbe los sentidos que pululan intentando
explicarla; la cita misma se carga como un reactor nuclear de lo enigmático, o esa cita
está cargada desde siempre como el plutonio que alimenta a ese reactor.
Más aún, la muerte no es únicamente "alguien" que sabe nada más que de su ser
cita (si es que siquiera pudiera decirse, que sabe algo y no simplemente es ), sino que su
comportamiento es frívolo, incluso simpático, como el de una persona abierta y
comunicativa - así se muestra ante el rey que la ha mandado a llamar -, casi parece
tratarse de una chiquilla locuela, ingenua que no sabe quién es, en qué está metida ni
siquiera cuál es propiamente su métier. Pero, por otra parte, se trata justamente de lo
menos simpático o agradable del mundo - la muerte - que, incluso, como al parecer en el
caso del soldado, llega más encima a deshora, cortando una vida en la flor de su edad. Y
este carácter frívolo, ajeno al signo de la muerte, cargado de lo sombrío y tenebroso,
multiplica pues su seducción.
Hay que atender a su vez a dos planos en los que actúa la seducción: el de lo que
circunda a la muerte y el de la leyenda misma: ella es también seductora, y, claro está
todo lo que hemos dicho de la muerte vale también a propósito de como aparece en esta
leyenda. Ello implica que los significados atribuibles a la muerte, como los signos mismos
que aparecen en la leyenda: que la muerte sea una cita, el soldado, el rey, seducen,
porque absorben cualquier sentido que se proponga descifrarlos:
"La muerte no es un destino objetivo, sino una cita. Ella misma no puede dejar de
ir puesto que es esa cita, es decir, la conjunción alusiva de signos y de reglas que se
acoplan. La muerte misma es sólo un elemento inocente, y esto provoca la ironía secreta
del relato, en lo que se distingue de un apólogo moral o de una vulgar historia de pulsión
de muerte, y se resuelve en nosotros como una ocurrencia, en lo sublime del placer. El
rasgo espiritual del relato refuerza el ingenio gestual de la muerte, y las dos seducciones,
la de la muerte y la de la historia, se confunden" (S, p. 72).
Así es la seducción: el desvío de los sentidos proyectados, el ser desviados del
punto o meta al que nos guiaban nuestros pasos. Y en esta leyenda le acontece este
desvío al soldado y a la propia muerte. De este modo, los signos se absorben en ellos,
con la promesa que en ellos estaría la clave, que tal vez, no es ninguna. Habría así sólo
apariencias, fulguraciones, fuegos fatuos, y tras ellos, nada. Escuchemos la alusión de
Baudrillard a esta desviación de sentidos, que lo lleva a la fórmula final de que un signo
seduce porque es seducido él mismo:
"Además, el soldado ha ido a la muerte por haber dado un sentido a un gesto que
no lo tenía, y que no le concernía. Ha tomado para él algo que no estaba dirigido hacia él,
como se toma para sí una sonrisa que pasa ligeramente a la izquierda y se va hacia
alguien distinto. Este es el colmo de la seducción: no tenerla. El hombre seducido es
atrapado a pesar de él en la red de los signos que se pierden. / Porque el signo es
desviado de su sentido, porque es "seducido", ésta historia es seductora por sí misma.
Cuando los signos son seducidos se vuelven seductores" (S, p. 72-73).

Ya he destacado que lo verdaderamente grande que hay en el pensamiento de


Baudrillard en torno a la seducción es que definitivamente instala este fenómeno como un
concepto filosófico fundamental (incluso, me atrevería a decir, así como no dándose
cabalmente cuenta él mismo del alcance de lo que está planteando, o tal vez, como
dejando deliberadamente que nosotros saquemos nuestras propias conclusiones).
La dimensión filosófica de la seducción se advierte claramente en que, a
diferencia de la producción, que siempre se limita al hombre, porque se refiere a una
proyección precisamente humana de sentidos, la seducción está o puede estar en las
cosas mismas, en todo lo ancho y lo largo del ser - así nos pueden seducir la pureza del
color de la nieve, una escultura, unos ojos, un spot publicitario, pero también la muerte.
Uno de los mecanismos más interesantes a través de los cuales actúa la seducción
corresponde a la absorción de los sentidos que el hombre proyecta. Veíamos como,
desde esta perspectiva, el ser, el tiempo, la vida, el destino, el bien y el mal se
constituyen en las preocupaciones primordiales de la filosofía, precisamente porque toda
proyección de sentidos jamás logra dar cuenta o siquiera explicar suficientemente qué
sea todo eso: de esta forma pues literalmente esas cuestiones nos seducen.
Aquí estamos ante uno de los puntos decisivos de la seducción: su capacidad de
absorber sentidos. ¿Cuáles? habría que preguntar. Justamente los correspondientes a
nuestras proyecciones de sentido. En eso precisamente consistiría el mecanismo de la
reversibilidad propio de la seducción, esto es, que revierte todas nuestras proyecciones
de sentido.
Y esas proyecciones en cierto modo “apuestan” porque ellas calzan con sentidos
que efectivamente están ahí, vale decir, dan cuenta de un logos (de un sentido) que hay
en la plenitud del acontecer, del devenir, del ser.

Excurso
Un nuevo paseo peripatético

Camino por el Parque Forestal de Santiago. Es sábado por la tarde. Me aproximo


a una plaza de juegos infantiles. Algunos padres columpian y entretienen a sus hijos,
otros simplemente miran cómodamente sentados como ellos juegan, o están enfrascados
en su propia conversación.
Esto no seduce porque es regular, habitual, una rutina de fin de semana.
Pero, qué tal, si caminando nos encontramos con la misma situación, pero esta
vez son los niños los que columpian a los padres, son los niños los que distraídamente
conversan mientras los padres juegan.
Esto escapa a nuestra proyección de sentido respecto de situaciones como la
descrita.
Mas, hay que destacar otro punto que es crucial: esta situación nueva logra
inmediatamente seducirnos y literalmente apartarnos de los sentidos que proyectamos,
porque el sentido que ella pudiera tener está absorbido. Me explico: si los niños o los
padres al verme detenerme algo estupefacto ante ellos, dieran cualquier señal de que se
trata de un experimento que están ensayando, quizás suscitado a instancias de los
padres mismos, la situación inmediatamente deja de ser seductora. Lo que seduce de
ella, por lo tanto, es precisamente ese estar absorto, ese acontecer en sí mismo, de
acuerdo al cual los niños divierten a los padres como si no hubiera un ojo que los mirara.
(Final, “Excurso”).

Y, a propósito de la mirada, nada más seductor que los ojos y justo porque están
absortos en sí mismos. Baudrillard describe bellamente la mirada:
"La seducción de los ojos. La más inmediata, la más pura. La que prescinde de
palabras, sólo las miradas se enredan en una especie de duelo, de enlazamiento
inmediato, a espaldas de los demás, y de su discurso: encanto discreto de un orgasmo
inmóvil y silencioso. Caída de intensidad cuando la tensión deliciosa de las miradas luego
se rompe con palabras o con gestos amorosos. Tactilidad de las miradas en la que se
resume toda la sustancia virtual de los cuerpos (¿de su deseo?) en un instante sutil,
como en una ocurrencia - duelo voluptuoso y sensual y descarnado al mismo tiempo -
diseño perfecto del vértigo de la seducción, y que ninguna voluptuosidad más carnal
igualará en lo sucesivo" (S, p. 75).
Si bien lo aquilatamos, se nos habla aquí de esa mirada que simplemente se ha
posado en nosotros o la nuestra en ella, y en la que mágicamente estamos envueltos en
un nimbo de atracción, presos de un vértigo que aún no implica presencia alguna de
deseo, sino más bien de lo que nos deja atónitos y que no alcanzamos a pasar por el
cedazo de la racionalidad. A veces puede que incluso esa mirada induzca a una fuerte
secreción de adrenalina y de un sudor helado, pero aún así, no se trata de la expresión
de un deseo, sino de un abismo en el que estamos cayendo, sintiéndonos
completamente perdidos en él.
Baudrillard distingue la mirada seductora (de la que hablamos) del deseo en estas
palabras:
"Pues el deseo no tiene duende, pero los ojos, como las apariencias fortuitas,
tienen duende, y ese duende está hecho de signos puros, intemporales, duales y sin
profundidad" (S, p. 75).
Claro está, no hay ningún duende tras el deseo, él simplemente se expresa y ya;
no hay enigma porque hay simplemente una enfática manifestación de la sexualidad;
mientras que la mirada tiene un duende seductor.
La aludida absorción de los signos y sentidos es lo que resulta fascinante,
por ejemplo, en el conjunto de obras chilenas "Cuerpos pintados", cuya exposición
nacional e internacional se iniciara en 1991. Vemos caras, frutas, animales, rayas de
distintos colores y formas en esos cuerpos que a la vez que se muestran, están vueltos
hacia sí, por lo cual se trata de una forma de esoterismo. El cuerpo se muestra, pero en
lo esencial se oculta, absorbe todos los sentidos de nuestras proyecciones:
"Todo sistema que se absorbe en una complicidad total, de tal modo que los
signos ya no tienen sentido, ejerce por eso mismo un poder de fascinación extraordinario.
Los sistemas fascinan por su esoterismo, que les preserva de las lógicas externas. La
reabsorción de todo lo real debida a que se basta a sí mismo y se aniquila a sí mismo es
fascinante. Sea un sistema de pensamiento o un mecanismo automático, una mujer o un
objeto perfecto e inútil, un desierto de piedra o una chica strip-tease (que tiene que
acariciarse y "encantarse" para ejercer su poder) - o Dios, naturalmente, la más hermosa
máquina esotérica" (S, p. 75).
Baudrillard ejemplifica también la aludida absorción a través de la star, la estrella,
la cual, agrega, es siempre femenina, como que para él lo femenino sería más seductor
que lo masculino. La estrella es femenina (aunque sea Elvis Presley). Ella - la star - está
vuelta hacia sí misma, está absorta en su propio sentido, por lo cual suscita un fenómeno
de atracción hacia sí, así como un hoyo negro que se traga hasta la luz.
Y esto se aplica también a las cosas y las situaciones que nos seducen.
Más aún, junto con el fenómeno de absorción de sentidos, se da un fenómeno de
apartamiento de sí de lo seductor. Me explico: por ejemplo, cuando la belleza es
excesiva, supongamos una mulata extraordinariamente bella, se produce como un
contagio de signos y sentidos hacia todo lo demás, es decir, esa manifestación particular
de la belleza se convierte en un centro absoluto apartado de sí mismo porque logra tocar
cuanto hay en derredor. Es como cuando la multitud de fieles y no fieles ven pasar al
Papa, los signos de él, su hábito blanco, su mirada, su brazo que levanta en ademán de
bendición, se apartan de él mismo y empapan el paisaje, la calle, los edificios, su mirada
parece estar en cada rostro. La antropóloga Cristina Farga me cuenta que cuando Juan
Pablo II visitó Ecuador, los indígenas del oriente selvático, los otavaleños, lo veían como
un chamán y al escuchar sus palabras, tenían en sus manos distintos objetos domésticos
y no domésticos que los ponían en dirección del Papa para que éstos se cargaran de
cierta energía sobrenatural. Dice Baudrillard:
"La belleza absorbida por la pura atención que de sí misma tiene es
inmediatamente contagiosa porque, por exceso de sí misma, es apartada de sí, y todo lo
apartado de sí se sume en el secreto y absorbe lo que le rodea" (S, p. 76).
Pero, este apartamiento no se refiere únicamente a ese desplazamiento y
descentralización de los signos y sentidos producidos, sino a que él se da ante todo en el
propio seductor como apartamiento de sí mismo. Para entender esto, hay que tener
presente la imagen del hoyo negro que, en este caso, alude a que lo que se absorbe en
sí, se aparta a la vez de sí mismo, generando un vacío.
Se me ocurre que el paradigma de esto es Marilyn Monroe y especialmente como
la muestra Andy Warhol de manera serial, esto es, se trata de la figura absorta en sí
misma, encantada de sí, presa de su propio embrujo, pero al mismo tiempo
deliciosamente apartada de sí, revelando su propio vacío hacia el que saltan las
multitudes dominadas por la atracción del vértigo:
"En el fondo de la seducción está la atracción por el vacío, nunca la acumulación
de signos, ni de los mensajes del deseo, sino la complicidad esotérica en la absorción de
los signos. La seducción se traba en el secreto, en esta lenta o brutal extenuación del
sentido que funda una complicidad entre los signos, ahí, más que en un ser físico o en la
cualidad de un deseo, es donde se inventa. También es lo que produce el hechizo de la
regla del juego" (S, p. 76).
Baudrillard hace una análisis muy lúcido en torno al juego y al ritual. Ellos están
organizados de acuerdo a reglas, no a leyes, y lo característico de la regla es no tener
ningún sentido, mientras que la ley - jurídica o científica - siempre lo tiene; y el no tener
sentido de la regla - supongamos como en el juego de la pelota de los aztecas, de la
cultura del Tajín: al que pierde lo decapitan - es lo que la vuelve fascinante. Juego y ritual
son así expresiones de la seducción de lo que no tiene sentido, o lo tiene únicamente en
su propio acontecer, vuelto hacia sí, absorto y a la vez apartado de sí.

Entremos a continuación en la relación entre seducción, desafío y secreto.


Para lograr empero una entrada adecuada debemos tener presentes las distintas
cualificaciones de la seducción ya aclaradas. De ellas escojo las decisivas: 1. Seducir es
ser seducido, y la par: 2. La seducción es autoseducción. 3. Lo que especialmente
seduce es aquello que la producción, nuestra proyección de sentidos no logra explicar o
dominar; ello explica que la muerte, Dios, o los grandes problemas filosóficos - el ser, el
tiempo, el destino - sean seductores. 3. Seduce a su vez quien está absorto en sí mismo,
espontáneamente sumido en su modo de ser (pudiendo tratarse desde luego también de
una persona particularmente comunicativa o que lucha por una causa social, esto es, que
no obstante encontrarse de este modo abierta e incluso dedicada a los otros, como la
Madre Teresa de Calcuta, está completamente absorto y sumida en su quehacer). 4.
Quien está absorto en sí mismo es como un hoyo negro que al "tragarse" su propio
sentido y verdad genera en sí un vacío, al cual los seducidos saltarán presas del vértigo.
Arranquemos ahora de este último punto: hemos visto que el pensamiento de
Baudrillard se enmarca dentro de aquella directriz filosófica, según la cual sólo habría el
juego de las imágenes y apariencias - ellas son el terreno de la seducción.
Pues bien, justo porque la imagen o la apariencia no poseen la claridad del
concepto, se aloja en ellas un inerradicable secreto. Una experiencia de ello la tenemos
cuando nos encontramos en un temple particularmente perceptivo y sensible, y
contemplamos la mirada del gato, la nube arrebolada, la nervadura de la hoja; entonces
todo parece esconder cierto secreto. Y este secreto es lo que nos seduce, mas teniendo
en consideración, según agrega Baudrillard, de que en el fondo no hay ninguno.
Como que entre concepto e imagen hay siempre una tensión, e incluso diríamos
una partida en juego, pudiendo entonces constatar en el desarrollo humano histórico que
desde Grecia en adelante el logos en alianza con el concepto comienza a ser el ganador
indiscutible de esta partida ininterrumpida. Mas, si bien el logos, el concepto, y por último
la razón suficiente explican con claridad por qué la mirada del gato tiene tales y cuales
características, cierto claroscuro que hay en sus ojos, y demás, por qué la nube tiene ese
color blanco como la nieve, o acaso arrebolada, por qué la nervadura de la hoja tiene tal
estructura, la razón suficiente no logra erradicar el secreto, y junto con ello, la seducción
persiste en la producción de sentidos.
Ahora bien, la seducción va siempre enmascarada, más aún, la seducción es de
la no-seducción. La seducción no se declara y por lo mismo su guarida es secreta.
Apenas la seducción es desenmascarada, nuestra producción toma resguardos frente a
ella para defenderse. Ciertamente que puede ser seductor incluso que alguien,
supongamos un hombre que se le acerca a una mujer, y le declara “yo quiero seducirte”,
mas ello se explica en función de que una tal declaración se aparta completamente de los
códigos habituales (y habría que agregar aquí que también la seducción en sus formas
habituales tiene sus códigos, en todo caso más tácitos que explícitos). Apenas algo o
alguien comienza a apartarse de lo habitual, ello se vuelve seductor, como en esos
documentales en los que vemos a los animales en insólitos comportamientos, o como
puede suceder con cierto rictus, una sonrisa o una mirada de hipnotizador.
A la seducción le es pues consustancial el secreto. Pero, si bien lo pensamos el
secreto no es sino ella misma y el juego de las apariencias, o el ritual que se articula en
función de reglas que en sí mismas no tienen ningún sentido; de esta forma ellas son
esotéricas, y, a diferencia de las leyes jurídicas o científicas, ellas no se dan a conocer.
Por ello también, hemos dicho que la seducción practica una absorción y un
apartamiento de sentidos, un vacío que genera un vértigo tal que en él van cayendo los
seducidos. Para Baudrillard sexo y amor son entendidos como producción de sentidos; el
sexo es tanto búsqueda de placer o en tanto tiene como finalidad la reproducción, y el
amor se confunde incluso con el que valdría como el sentido de la existencia. Pero tras
ambos, no sólo late la seducción, en la medida en que para que ellos tengan algún
efecto, tienen ante todo que seducirnos, sino también la seducción está siempre a la
acechanza para desbaratar (Baudrillard nos dice, para “revertir”) sus producciones de
sentido y reducirlas a mera seducción:
"Fuerza de atracción y de distracción, fuerza de absorción y de fascinación,
fuerza del derrumbamiento no sólo del sexo, sino de todo lo real, fuerza de desafío -
nunca una economía de sexo y de palabra, sino un derroche de gracia y de violencia, una
pasión instantánea a la que el sexo puede llegar, pero que puede también agotarse en sí
misma, en ese proceso de desafío y de muerte, en la indefinición radical por la que se
diferencia de la pulsión, que es indefinida en cuanto a su objeto, pero definida como
fuerza y como origen, mientras la pasión de seducción no tiene sustancia ni origen: no
toma su intensidad de una inversión libidinal, de una energía de deseo, sino de la pura
forma del juego y del reto puramente formal" (S, p. 79).
Ahí lo tenemos: el desafío, el reto, el lance, el envite, el mejor ejemplo de la
seducción, y, sin embargo, carente de todo sentido, salvo el sentido esotérico que ello
tiene para sí mismo.

Excurso
Siguen los paseos peripatéticos

Suelo ir al "Club de Ajedrez Chile" en la Alameda y es extraordinario lo que pasa


allí. Nunca se si tengo más ganas de jugar o de observar: no hay dinero de por medio
como en las carreras de caballo, hay el puro desafío dual de los jugadores que se
enfrentan, mientras otros observan atentos, esperando a su vez su turno; durante cada
partido se escucha de todo, frases de pronto tremendamente ofensivas,
descalificaciones, alusiones a que el otro no tiene cojones y cosas así. Al mirar con
atención, advertimos que hay a veces notorias diferencias de toda índole entre ellos:
sociales, económicas, políticas y culturales, y esos quasi insultos, o decididamente
insultos, son dichos sin ningún problema, fluyen de un lado a otro, el aludido responde a
alguno de ellos con otro más grande aún que, a veces es tan bueno que resuenan las
carcajadas que se confunden con el ruido seco de las piezas de ajedrez, todo lo cual
provoca una permanente resonancia en la amplia sala.
De este modo, se transparenta el hecho de que algo más fuerte que todo aquello
los une, un pacto secreto del que ellos mismos no saben.
Luego pasa el tiempo y no aparezco nuevamente por el Club durante un año o tal
vez dos, y, si vuelvo a ir, ahí están nuevamente los mismos, un poco más viejos, con
canas incipientes, o definitivamente decrépitos, pero con la misma pasión de antes, otra
vez en el desafío y con los mismos amigos, faltando a lo mejor alguno que ya se fue.
(Final “Excurso”)

Baudrillard al respecto:
"Tal es el desafío. /.../ Con capacidad de embrujo, como un discurso despojado
de sentido, al que por esta razón absurda no se le puede dejar de responder. ¿Por qué
un desafío exige respuesta? La misma interrogación misteriosa: ¿qué es lo que seduce?"
(S, p. 79).
Inquietante pregunta que podría traducirse también en ésta: ¿por qué aceptamos
el desafío? Los contrincantes, los que están en bandos irreconciliables suelen no saber
del pacto secreto que los une. De pronto ellos incluso tienen que aliarse como Mao Tse
Tung con Skang Kai Shek para defender China de la invasión nipona.
Pensemos además en las amistades, también aquellas entre hermanos (como los
gemelos Castor y Polux) que al parecer no se explican simplemente por la concepción
aristotélica de la amistad por virtud y las otras formas de amistad, con todo lo reveladora
que ella es. Desde este punto de vista la explicación no está en que, dado que en la
amistad se expresan la prudencia, la sensatez, la honestidad, se le presentó al griego
como superior. Hay lazos subterráneos que unen a los amigos que no tienen nada que
ver con ciertas cualidades morales. La amistad está atada a un pacto secreto del que los
propios amigos no saben. Ellos están desde el comienzo mismo, quizás desde el colegio
lanzados a un envite, a una suerte de apuesta tampoco para nada clara. Esto sería lo
que de fondo los mantiene férreamente unidos, más allá de cualquier diferencia, de
distintas plazas, escaques del tablero de ajedrez ocuparán hacia su madurez. ¡Quién no
conoce admirables amistades entre un comunista y un derechista, entre un cura y un
ateo!:
“¿Qué hay de más seductor que el desafío? Desafío o seducción, es siempre
enloquecer al otro, pero de un vértigo respectivo, locos de la ausencia vertiginosa que los
reúne y de una absorción respectiva. Tal es la fatalidad del desafío, por lo que no se
puede dejar de responder: inaugura una especie de relación loca, muy diferente a la que
se establece en la comunicación y el intercambio: relación dual que pasa por signos
insensatos, pero unidos por una regla fundamental y por su aplicación secreta. El desafío
pone fin a todo contrato, a todo cambio regulado por la ley (ley de naturaleza o ley del
valor) y lo sustituye por un pacto altamente convencional, altamente ritualizado, la
obligación incesante de responder y de mejorar la apuesta dominada por una regla del
juego fundamental y medida según su propio ritmo. Contrariamente a la ley que está
siempre inscrita en las tablas, en el corazón o en el cielo, esta regla fundamental nunca
necesita enunciarse, no debe enunciarse nunca. Es inmediatamente ineludible (la ley es
trascendente y explícita)" (S, p. 78-79).

Excurso
Otro paseo

Imaginemos lo que le ocurre a alguien en un viaje en tren. De pronto, caminando


al coche comedor encuentra a alguien que captura de inmediato su atención ¡y ya está!
Ahí está sentada esa niña de mirada somnolienta, y sin que tenga el más mínimo interés
en seducir a nuestro viajero, lo hace por su sola presencia, y ya hace tiempo se ha
acostumbrado a que, sin quererlo, genera un vértigo en una amplia gama de hombres
que deja caer despreocupadamente en su propio vacío. Y entonces comienza el
verdadero desafío, que no puede más ser visto ingenuamente como que ahí va en un
lance el seductor hacia ella que mira el paisaje distraídamente por la ventana y que sólo
lo ha mirado de reojo por un breve segundo, sino que ese seductor es a la vez seducido,
más aún, sólo puede seducir si es seducido, y más precisamente auto-seducido. Así
también, podemos decir, el desafío resulta siendo auto-desafío.
(Final “Excurso”).

Toda forma de amistad y de amor supone algún nivel de compromiso que


puede adoptar hasta cierto punto la forma de una relación contractual (así como el
matrimonio). Pero, con Baudrillard tendríamos que reconocer que amistad y amor en
el fondo son formas más bien de desafío:
“No podría haber contrato de seducción, contrato de desafío. Para que haya
desafío o seducción hace falta que toda relación contractual se desvanezca ante una
relación dual, construida de signos secretos al margen del intercambio, que adquieren
toda su intensidad en su reparto formal, en su reverberación inmediata. Tal es el hechizo
de la seducción, que pone fin a toda economía del deseo, a todo contrato sexual o
psicológico, y lo sustituye por un vértigo de respuesta - nunca una inversión: un envite -
nunca individual: dual - nunca psicológico: ritual - nunca natural: artificial. La estrategia de
nadie: un destino” (S, p. 80).
Puesto que de la seducción no escapamos, se destaca de manera preeminente
su nexo con el destino, lo cual nuevamente nos permite detectar su grandeza, dada en
este caso por su carácter inexorable e incólume.
Caracteriza a la seducción: el vértigo de respuesta, el envite dual, ritual, artificial
(porque es la práctica de un artificio) y que viene dado por el destino, es decir, no es algo
que esté de ninguna manera en nuestras manos. Ya sabemos: apenas nos creemos
seductores y que estamos seduciendo a alguien, inmediatamente se liquida nuestra
pretendida autonomía, ya que para que ello sea posible, tenemos que ser antes nosotros
mismos seducidos.
Además en ese desafío entre uno y otro somos más bien puestos, y, a tal punto
que podemos estar con un amigo o con un hermano permanentemente en él desde la
infancia, sin saber nunca por qué nos afanamos en carreras a caballo, en juegos de
ajedrez, en cruzar ríos a nado, en un envite que tiene lugar en tierra, agua y aire.
Mas, seducción y desafío se distinguen:
“¿no habría una diferencia, al consistir el desafío en llevar al otro al terreno de tu
propia fuerza, que será también la suya, con el objeto de una sobrepuja ilimitada,
mientras que la estrategia (?) de la seducción consiste en llevar al otro al terreno de tu
propia debilidad, que será también la suya? Debilidad calculada, debilidad incalculable:
reto al otro a dejarse atrapar. Fallo o desafallecimiento: el perfume de la pantera, ¿no es
una falla, un abismo al que los animales se acercan por vértigo? De hecho, la pantera de
perfume mítico no es más que el epicentro de la muerte y las emanaciones sutiles
provenientes de esa cisura” (S, p. 80).
En el desafío está en juego la fuerza, mas en la seducción se trata de sorprender
al otro en su fragilidad, y es por eso que se da tan especialmente en las relaciones entre
hombre y mujer, y no porque la mujer sea considerada el sexo débil (ya que en todo caso
sería al revés para Baudrillard, para quien la mujer, por ser más seductora, es más fuerte
que el hombre), sino porque como el seductor es al mismo tiempo siempre seducido,
manifiesta en ello su debilidad.
Un buen ejemplo de esta asociación seducción-debilidad es cuando en Ricardo III
de Shakespeare, el cojo siniestro seduce a la hija de quien él mismo ha mandado a
matar, y ella lo sabe. Él se muestra en su completa fragilidad y es capaz, de manera
inesperada, de despertar su instinto maternal:
“Seducir es fragilizar. Seducir es desfallecer. Seducimos por nuestra fragilidad,
nunca por poderes o signos fuertes. Esta fragilidad es la que ponemos en juego en la
seducción y la que le proporciona esta fuerza. / Seducimos por nuestra muerte, por
nuestra vulnerabilidad, por el vacío que nos obsesiona. El secreto está en saber jugar
con esta muerte a despecho de la mirada, del gesto, del saber, del sentido” (S, p. 80).
Con esto damos de paso en el clavo respecto del hombre seductor: éste, junto
con estar rodeado por una aureola de misterio, algo deja entrever: cierto rasgo de niño
desprotegido, destetado prematuramente, en una cierta inocencia infantil y pícara, todo lo
cual no representa sino signos de fragilidad, a los cuales se suele sumar incluso un cierto
andar desarrapado con una barba de algunos días, tal vez además con algunas roturas
en su atuendo.
Y si interpretamos esto, nos damos cuenta que en se hace presente la figura del
vacío generador de vértigo en los otros, dispuestos a saltar en él sin titubeos.
Pero, no olvidemos este otro argumento del filósofo francés, y es que el secreto
de la producción y del poder, como su expresión más conspicua, es precisamente la
seducción. En efecto ¿cómo no reconocer que el poder también seduce, hace algunos
venderse y entregar hasta el alma y claudicar a toda moral por él? Pero, ya sabemos,
Baudrillard agregaría que lo que seduce del poder es su propio vacío, ya que él será
siempre como otro de esos “cacharros reales” destinado a desaparecer.
Nos encontramos siempre en el combate entre producción, comprometida con la
verdad (o con lo que se justifica en cada caso como verdad), con el logro de ciertas
finalidades, y la seducción que nos aparta de esas finalidades. Pero, la producción no se
puede jamás desligar de la seducción; ella misma es ya la apuesta por un determinado
camino, porque las cosas tienen que ser decididas y hechas de una determinada forma y
en función de la realización de determinadas finalidades:
"La producción no hace sino acumular y no se desvía de su fin. Reemplaza todas
las trampas por una sola: la suya, convertida en principio de realidad. La producción,
como la revolución, pone fin a la epidemia de las apariencias" (S, p. 81).
Más todavía, podríamos decir que aún cuando se trata del tema, muy actual por
lo demás, de definir la muerte - si es según la muerte cerebral, medida por
electroencéfalogramas, u otro - esta definición puramente médica está visiblemente
dentro del marco de la producción. Es más, ella persigue a su vez facilitar la donación de
órganos, cuando éstos todavía siguen vivos. Todo ello naturalmente obedece a razones
debidamente fundadas. Pero ¿qué tal si no definimos más la muerte desde el punto de
vista de la producción, sino de la seducción?:
"/.../ la seducción es ineludible. Nadie que esté vivo se escapa - ni siquiera los
muertos en la operación de su nombre y de su recuerdo. Sólo están muertos cuando no
les llega ningún eco del mundo para seducirlos, cuando ya ningún rito los desafía a
existir. / Para nosotros sólo está muerto el que ya no puede producir en absoluto. En
realidad, sólo está muerto el que ya no quiere seducir, ni ser seducido" (S, p. 81).
Así es, tal es el poder de la seducción que ni los muertos escapan a ella, y lo más
penoso para alguien, vivo o muerto, es no seducir, aunque para el moribundo pueda ser
motivo de alegría, de su propia y merecida paz eterna que lo dejen de "molestar" con
invocaciones y recuerdos.

Si analizamos la seducción en su forma más trivial como se presenta en la


cotidianidad (lo que Baudrillard llamaría la “seducción vulgar”), habrían tres posibilidades
de como ella se manifiesta, pensando ésta en el marco de la relación de pareja (así lo
manifestaba en cierta ocasión un amigo reflexionando por su propia cuenta acerca de la
seducción):
1. O bien aparece como una mera simulación, ya que de antemano está claro lo
que la pareja quiere (supongamos algo de orden sexual), de tal manera que si hay un
juego de seducción, éste tiene su razón de ser únicamente en función de las
convenciones sociales. La seducción se presenta aquí como una mera parafernalia, un
teatro que - habría que decir - es falso, porque no corresponde al teatro que se hace en
serio y que, por decirlo así, tiene un fin en sí mismo.
2. A diferencia de la primera, en esta segunda posibilidad la seducción manifiesta
ahora su poder, ya que se trata aquí de que ella podría torcer la voluntad de la otra
persona, es decir, si, por ejemplo, ella no tiene ningún interés en mí y su querer está
dirigido a un tercero, yo podría eventualmente - por medio de la seducción - cambiar la
dirección de esa voluntad.
3. Pero, la seducción manifiesta su máximo poder cuando es capaz de hacer
nacer una voluntad donde no había ninguna.
Respecto de estas posibilidades de la seducción habría que aducir que ésta
aparece en todas ellas simplemente como un medio y nunca como un fin en sí mismo.
Por lo tanto, en estas posibilidades la seducción es patentemente minimizada. La
seducción es enmarcada aquí en función de la producción, y la sexualidad es también
una manifestación de la producción, ya que en ella se persigue el fin del placer o de la
reproducción. En general se cumple pues respecto de esas posibilidades que la
seducción se ordena a un fin sexual, y aún cuando se trate de cambiar la dirección de la
voluntad de alguien o incluso de hacer nacer una voluntad donde no había ninguna.
El que alguien - en este caso un amigo vinculado con la filosofía - piense en la
seducción de acuerdo a esas posibilidades, es ya de por sí decidor en relación a como
ella ha sido históricamente postergada.
“Todo es seducción, sólo seducción. / Han querido hacernos creer que todo era
producción. Leitmotiv de la transformación del mundo: el juego de las fuerzas productivas
es el que regula el curso de las cosas. La seducción no es más que un proceso inmoral,
frívolo, superficial, superfluo, del orden de los signos y de las apariencias, consagrado a
las placeres y al usufructo de los cuerpos inútiles. ¿Y si todo, contrariamente a las
apariencias - de hecho según la regla secreta de las apariencias - si todo obedeciera a la
seducción?" (S, p. 81).
Relativamente al vínculo entre seducción y sexo, vivimos en una época en la que
ya no hay tiempo para la seducción. Somos, como dice Baudrillard una "cultura de la
eyaculación precoz"; tendemos a la inmediatez del hecho consumado.
Atendiendo en esto a la temporalidad, tal como ha sido pensada por Heidegger,
vivimos en una temporalidad inauténtica, en que ella se presenta como una especie de
timing, como un tiempo cronometrado, de segundo a segundo, saltando de un instante a
otro, habiendo perdido completamente de vista lo que es el tiempo como una plenitud
entre el nacimiento y la muerte, el tiempo de nuestra estadía en el mundo, en el que
habitamos en el recuerdo nostálgico y la expectativa de largo aliento. Para el filósofo
nacido en Messkirch los tiempos modernos se caracterizan `por comenzar con la in-
quietud, Un-ruhe, en el sentido de la pérdida de la quietud.
“/.../ la creciente pérdida de tiempo no está ocasionada por este contar el tiempo,
sino que: este contar el tiempo comenzó en el instante en que el hombre
sorpresivamente llegó a la in-tranquilidad, ya que no tenía más tiempo. Este instante es el
comienzo de los tiempos modernos” .5
Cabría decir además de aquella teoría de la seducción en sus tres posibilidades
que, por ejemplo, si analizamos la primera en la que ella es máximamente minimizada
como mera parafernalia, resulta que se olvida allí que si la pareja ya sabe de antemano
qué quiere, para que esto suceda tiene que haber habido ya seducción.
Quiero decir con ello que de la seducción no nos desligamos jamás, ni aún
cuando pretendemos que ella la hacemos sólo teatralmente. Es más, ese mismo hecho
de hacer una seducción teatral está traspasado de punta a cabo por la seducción.
Por lo demás, tengamos en cuenta todo lo que ya hemos adelantado respecto de
la seducción, entre otros que seducir es ser seducido, que la seducción va siempre
enmascarada, que ella es, por lo mismo, de la no-seducción, como para advertir su
poder. En rigor, estos puntos implican que, más bien sucede con el seductor que, por ser
él mismo seducido, es presa de la seducción, que él no la maneja, que él en su condición
de sujeto seductor es siempre objeto seducido.
Incluso, como ya decíamos: que la seducción suele actuar más fuertemente por
ausencia que por presencia. La ausencia deja el hueco del sentido, el vacío que nos
provoca vértigo. Esto explica la mitificación de los "héroes", o más bien de los que se
hicieron héroes y mártires con su muerte, los cuales tal vez en vida pasaban
relativamente desapercibidos, o en todo caso, eran menos considerados que tras su
muerte. Es lo que ocurre también con pensadores y artistas: Nietzsche, Van Gogh,
Shakespeare:
"Efecto prismático de la seducción. Otro espacio de refracción. No consiste en la
apariencia simple, en la ausencia pura, sino en un eclipse de la presencia. Su única
estrategia es: estar / no estar ahí, y asegurar así una especie de intermitencia, de
dispositivo hipnótico que cristaliza la atención fuera de todo efecto de sentido. La
ausencia seduce a la presencia" (S, p. 83).
En el capítulo "La efigie de la seductora", de donde está tomada la cita anterior,
Baudrillard tiene presente la imagen por decirlo así "químicamente pura" de la seductora
en todo su poder, en su carácter resplandeciente, obnubilante, como una luz blanca que
nos encandila.

5
Cfr. Heidegger, Was heisst Denken?, Reclam, Stuttgart, 1992, p. 62.
Desde ya tiene que llamar la atención que se trate no de la efigie del seductor,
sino de la seductora, y es que, como ya se ha adelantado, para nuestro autor la
seducción tiene ante todo cara de mujer.
¡Y esto cómo no reconocerlo! Hay situaciones en las que al aparecer una mujer
de ciertas características muy especiales, suscita inmediatamente un revuelo
relativamente disimulado y a veces no tanto en los bancos, las calles, los cafés; a veces
no solamente los hombres, sino las mismas mujeres participan de una manera muy
divertida de este revuelo, esta especie de consternación, como de algo descomunal,
haciendo comentarios elogiosos a viva voz o algo resentidos y rencorosos:
"Fuerza soberana de la seductora: "eclipsa" cualquier contexto, cualquier
voluntad. No puede permitir la instauración de otras relaciones, incluso de las más
cercanas, afectivas, amorosas, sexuales - sobre todo éstas - sin romperlas, sin volver a
verterlas en una fascinación extraña. Elude sin tregua todas las relaciones en las que con
seguridad se plantearía en un momento dado la cuestión de la verdad. Las deshace sin
esfuerzo. No las niega, no las destruye: las hace centellear. Ahí reside todo su secreto:
en la intermitencia de una presencia. No estar nunca allí donde se la cree, allí donde se la
desea" (S, p. 83).
La seducción nos aparta de lo que regularmente, desde los parámetros de la
producción, se considera como "verdad". De acuerdo a nuestro modo de ser,
determinado en primer lugar por la producción, ordenamos nuestras vidas (muy
sensatamente por lo demás ) en función de la prosecución de determinadas finalidades.
Si interpretamos esto, podemos darnos cuenta que hay una identidad siempre en juego
entre finalidad y verdad, así como en la Ética aristotélica se trata de que la última
finalidad de la existencia sería la verdadera felicidad, que es la de la sabiduría, no
simplemente la del placer o de los honores. Que algo sea verdadero se justifica de
acuerdo a la finalidad que representa: de este modo, la finalidad del bien común adopta
el carácter de lo verdadero en el plano ético y político, como pueden serlo también los
principales valores, en la medida en que son también finalidades e ideales a realizar que
le dan una justificación y un sentido a nuestras actividades cuando éstas se orientan en
pos de aquello: así la justicia, el amor, la paz. Ello explica también que en el mundo
platónico de las ideas la verdad pertenezca a una tríada junto con el bien y la belleza.
Pero así sucede que de pronto la verdad puede identificarse también con lo útil,
así como es lo característico del pragmatismo: verdadero es lo útil. El reclamo que ello
inmediatamente suscita para la ética tradicional es que lo útil no puede representar una
verdadera finalidad, y menos una finalidad última de todo lo que hacemos y deshacemos.
Pues bien, la seductora químicamente pura (o el seductor, pero ontológicamente
feminizado) anula toda verdad en la que se pretenda aterrizar, aún la verdad del sexo e
inclusive la verdad del amor, ella vive única y exclusivamente de la seducción pura, que
inevitablemente conlleva un carácter de crueldad. Mas, el juzgarla así tampoco nos
defiende de ella, porque es irresistible.
La seducción de Sören Kierkegaard a Cordelia (Regina Olsen) representa esta
figura extrema, con la consiguiente crueldad que le acompaña.
La asociación entre seducción y secreto se manifiesta con mucha fuerza en uno
de los libros claves sobre la seducción: el Diario de un seductor de Kierkegaard, en el
que se relata la relación que mantuviera con Cordelia. Baudrillard se detiene en especial
en este libro, y entre muchas cosas, comenta lo siguiente:
"En el Diario de un Seductor la seducción tiene la forma de un enigma y, para
seducirla, hay que volverse a su vez enigma para ella: es un duelo enigmático, que la
seducción resuelve sin que el secreto sea revelado. Levantado el secreto, su revelación
sería la sexualidad. El quid de esta historia, si tuviera alguno, sería el sexo - pero
precisamente no lo tiene" (S, p. 77).
En efecto, si seguimos a Kierkegaard, la finalidad de la seducción de Cordelia no
es en absoluto algo sexual, o, si se quiere, lo es igualmente porque ella será desflorada,
pero, al mismo tiempo, ello no es la finalidad; en otras palabras, el acto sexual está
determinado allí por un desafío, por algo de destino (y con ello entramos en el segundo
término unido a la seducción - el desafío -). Baudrillard ya en los primeros pasos de su
descripción sobre la relación dual Sören- Cordelia hace una descripción magistral:
"Si la característica de la mujer seductora es hacerse apariencia para introducir el
desconcierto en las apariencias, ¿qué ocurre con la otra figura, la del seductor? / El
también se transfigura para introducir el desconcierto, pero curiosamente esta
transfiguración adopta la forma del cálculo, y el adorno cede aquí paso a la estrategia.
Pero si el adorno es evidentemente estratégico en la mujer, la estrategia del seductor ¿no
es al contrario un alarde de cálculo, con que se defiende de cierta fuerza adversa?
Estrategia del adorno, adorno de la estrategia..." (S, p. 95).
Preguntamos ahora nosotros: ¿no fascina precisamente a la mujer el juego
estratégico masculino y sobre todo cuando no se muestra en él nada predecible? Y, por
otra parte, ¿no fascina justamente porque en él se revela el tipo de hombre de que se
trata, porque desde luego - lo que la mayoría de los hombres olvidan por lo demás – es
que a cada uno su propia estrategia, en otras palabras, que ésta debe enseñar quienes
somos, que no puede ser mero cliché.
Pero, ante todo lo extraordinario en la última cita de Baudrillard es que la
estrategia, el cálculo, la artimaña, la añagaza, el artilugio que normalmente son
expresiones de proyecciones de sentidos, de finalidades trazadas de antemano,
aparecen aquí en su dimensión seductora. Mas, inmediatamente agrega a esto lo
siguiente, como evitando un posible malentendido al respecto:
"Los discursos demasiado seguros de sí mismos - entre ellos el de la estrategia
amorosa - deben leerse de otra manera: en plena estrategia "racional", no son aún más
que los instrumentos de un destino de seducción, del que tanto son víctimas como
directores. El seductor ¿no acaba por perderse en su estrategia como en un laberinto
pasional? ¿No lo inventa para perderse en él? Y él, que se cree dueño del juego ¿no es
la primera víctima del mito trágico de la estrategia?" (S, p. 95).
Así es, en la tragedia griega el héroe, siguiendo su estrategia, su voluntad, su
racionalidad, corre a perderse, a la muerte, al dolor, a la perdición. Se cree autónomo,
pero los hilos del destino determinan su rumbo. Y esto también ocurre en el ámbito
erótico y amoroso: que, sin tenerlo para nada claro, creyendo ser sujetos seductores,
somos más bien objetos de seducción.
Mas, esa posibilidad extrema de la seducción no tiene únicamente asidero en la
literatura, y - diría - que se da en la realidad mucho más de lo que uno imaginaría.
Veamos lo que dice Baudrillard de una seductora imaginaria:
"Hace funcionar el deseo mismo como cebo. Para ella, no hay verdad del deseo o
del cuerpo, no más que cualquier otra cosa. El amor mismo y el acto sexual pueden
volver a ser un rasgo de seducción a poco que sean retomados en la forma elíptica de
aparecer/desaparecer, es decir, en la discontinuidad del trazo que pone término a todo
afecto, a todo placer, a toda relación, para reafirmar la exigencia superior de seducción,
la estética trascendente de la seducción frente a la ética inmanente del placer y del
deseo. Incluso el amor y el acto carnal son un adorno seductor, el más refinado, el más
sutil de cuantos maquina la mujer para seducir al hombre. Pero el pudor y el rechazo
pueden jugar el mismo papel. Todo es ornamento en ese sentido, es decir, talento de
apariencias" (S, p. 83-84).
Caso anómalo éste de la seducción pura - diríamos -, caso loco, fuera de toda
sensatez, el de alguien que no lo interese nada más que seducir (tal vez incluso sin
siquiera estar consciente de ello), sin llegar a nada más, sin que la seducción, como se la
considera usualmente, sea un medio para desembocar en lo sexual; ¿será posible algo
así? Forma perfecta de un ritual implacable, de la acción de una regla secreta que
determina a desenvolverse a la seductora de cierta forma. Las siguientes palabras que
Baudrillard pone en boca de la seductora pura o del seductor puro ponen al descubierto
una peculiar psicología, en verdad, una psicología perversa:
"Lo que quiero no es amarte, quererte, ni siquiera gustarte: es seducirte - lo que
no significa que me ames o me gustes, sino que seas seducido " (S, p. 84).
Sin embargo, tras esto que parece por de pronto tan descabellado, tan insensato,
hay una pregunta muy importante que atañe a la existencia o no existencia real y efectiva
del amor. En efecto, ¿no será que lo que hay tras la frase "yo te amo", que está siempre
amenazada de volverse trivial, lo que en definitiva de veras se manifiesta es "yo quiero
seducirte"?
En definitiva, algo así como un juego de sentido: entre seguirlo ordenadamente,
o ser apartado caóticamente, entre producirlo o seducir y ser seducido.

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