Professional Documents
Culture Documents
1
Prólogo
al
libro
de
John
Beverley:
Políticas
de
la
teoría.
Escritos
sobre
hegemonía
y
subalternidad,
forthcoming,
Venezuela,
2011.
1
intelectual
advertida
tanto
de
sus
limitaciones
endémicas
(asociadas
a
su
posición
en
la
división
social
del
trabajo),
como
de
su
carácter
secundario
en
relación
con
las
prácticas
políticas
subalternas.
En
otras
palabras,
la
interrogación
de
Beverley
no
es
teórica
sino
que
está
relacionada
con
la
olvidada
pregunta
por
el
qué
hacer.
La
consecuencia
fundamental
de
este
desplazamiento
es
que
aún
cuando
podríamos
dedicarnos
a
socavar
las
afirmaciones
urdidas
por
el
razonamiento
de
sus
textos
y
vincularlas
con
la
metafísica
de
la
presencia
y
del
sujeto,
estos
textos
parecen
demandar,
en
atención
a
sus
propias
dinámicas
significantes,
un
tipo
de
lectura
diferente,
en
retirada
de
la
deconstrucción
de
la
deconstrucción
ad
infinitum
que
marca
el
ritmo
de
la
crítica
profesional.
Y
esto
tiene
que
ver,
básicamente,
con
el
hecho
de
que
las
preocupaciones
esbozadas
en
sus
ensayos
no
son
ajenas
a
las
preguntas
constitutivas
de
la
tradición
de
izquierda,
si
entendemos
por
dicha
tradición
el
archivo
material
de
las
luchas
por
la
liberación
de
cualquier
tipo
y
bajo
cualquier
bandera.
En
efecto,
se
trata
de
preocupaciones
relativas
a
la
cuestión
del
poder
y
la
representación,
la
democracia
real
y
la
emancipación;
en
tal
caso,
lo
que
estos
ensayos
hacen
posible
es
una
recuperación
del
horizonte
problemático
de
izquierda,
crucial
para
elaborar
una
alternativa
al
actual
modelo
de
acumulación
imperial
y
de
devastación
planetaria.
Obviamente,
sería
erróneo
considerar
la
contribución
de
Beverley
como
una
propuesta
definitiva,
pues
su
mérito
consiste
en
volver
a
poner
en
discusión
la
necesidad
de
la
organización
política
y
del
poder
popular,
de
la
lucha
contra-‐hegemónica
y
de
la
centralidad
del
Estado,
más
allá
de
las
narrativas
desarrollistas
y
modernizadoras
que
habrían
caracterizado
a
la
intelligentsia
latinoamericana
en
su
necesidad
de
corregir
las
imperfecciones
del
modelo
regional
de
modernidad.
En
vez
de
habitar
el
pathos
de
la
crisis
y
el
fin
de
la
historia,
su
trabajo
muestra
cómo
los
obstáculos
que
enfrentan
hoy
los
movimientos
sociales
latinoamericanos
pasan,
indefectiblemente,
por
una
problematización
de
los
partidos
y
organizaciones
políticas
populares,
incluyendo
al
mismo
Estado
nacional,
aparentemente
abolido
o
subordinado
a
los
imperativos
del
mercado
global.
2
Por
supuesto,
el
carácter
aporético
de
los
estudios
subalternos,
esto
es,
el
que
sean
tanto
un
campo
disciplinario
alojado
en
la
universidad
contemporánea,
como
una
reflexión
precipitada
por
las
precarias
condiciones
de
existencia
de
aquellos
despojados
de
toda
posibilidad
de
justicia
social
–los
pobres
del
campo
y
la
ciudad-‐,
no
se
resuelve
con
este
desplazamiento.
Por
el
contrario,
el
cambio
de
énfasis
operado
por
el
autor
termina
por
radicalizar
la
condición
aporética
de
dichos
estudios
y
los
inscribe
en
la
conflictiva
tradición
moderna
relativa
a
las
relaciones
entre
teoría
y
práctica.
Es
allí
donde
interesa
retomar
este
asunto,
no
para
producir
síntesis
teóricas
aparentemente
indiscutibles,
sino
para
elaborar
un
trazado,
una
topografía
de
problemas
que
distingan
el
horizonte
político
de
la
izquierda
en
el
mundo
actual.
En
este
sentido,
antes
que
referir
la
problemática
de
los
estudios
subalternos
a
cuestiones
de
orden
epistemológico
o
ético
(analíticamente
separados),
lo
que
importa
es
mostrar
la
yuxtaposición
de
dichos
órdenes
y,
de
esa
manera,
escapar
al
fetichismo
analítico
que
convierte
las
preocupaciones
del
subalternismo
en
un
asunto
meramente
académico.
Obviamente,
no
se
trata
de
negar
la
pertinencia
de
interrogaciones
teóricas
o
metodológicas,
sino
de
dotar
a
dichas
interrogaciones
de
un
contexto
histórico
acotado
para
evitar
que
se
transformen
en
limitaciones
burocráticas.
Lo
estudios
subalternos
son
aporéticos
precisamente
porque
ponen
en
escena
esta
paradoja,
la
de
ser
un
producto
“letrado”
y,
a
la
vez,
la
de
expresar
una
voluntad
política
de
cambio
social.
Más
importante
que
los
estudios
subalternos
son
los
subalternos
en
tanto
que
tales,
y
esto
es
algo
que
Beverley
no
se
cansa
de
repetirnos.
*****
Por
otro
lado,
si
atendemos
a
la
historia
interna
del
subalternismo
latinoamericano,
es
fácil
percibir
cómo
su
emergencia
estaría
relacionada
con
la
crisis
del
socialismo
real,
con
la
derrota
del
Frente
Sandinista
en
Nicaragua
y
con
los
eventos
que
marcaron
la
caída
del
“comunismo”
en
Occidente.
En
dicha
historia
interna,
los
estudios
subalternos
habrían
funcionado
como
una
reorganización
paradigmática,
3
epistemológica
y
política
para
una
generación
de
latinoamericanistas
que,
en
la
década
de
los
90,
veían
desvanecerse
las
esperanzas
de
transformación
social
asociadas
con
los
paradigmas
liberacionistas
y
marxistas
tradicionales.
Para
entonces,
la
transformación
radical
del
patrón
de
acumulación
capitalista
(nacional)
ya
era
una
realidad
indesmentible,
pero
una
realidad
que
se
debía
más
a
las
dinámicas
internas
de
la
misma
acumulación
capitalista
–expandida
ahora
más
allá
del
Estado
nacional
en
un
franco
proceso
de
globalización-‐,
que
a
los
movimientos
anticapitalistas
del
siglo
XX.
Así,
los
estudios
subalternos
cumplían
una
función
rearticuladora:
por
un
lado,
permitían
reformular
una
serie
de
problemas
internos
a
la
tradición
crítica
moderna
(relativos
a
la
representación
y
sus
límites,
al
historicismo,
al
eurocentrismo,
y
a
las
taras
economicistas
y
clasistas
del
marxismo
europeo,
etc.);
y,
por
otro
lado,
permitían
leer
las
dinámicas
de
restructuración
de
América
Latina
sin
perder
de
vista
los
compromisos
políticos
y
éticos
con
aquellos
que
siguen
siendo
receptores
pasivos
del
tibio
reformismo
de
las
clases
dirigentes.
En
este
sentido,
la
emergencia
del
subalternismo,
tanto
en
la
India
como
en
América
Latina,
está
indefectiblemente
ligada
a
la
crisis
contemporánea
del
marxismo,
ya
sea
que
expliquemos
esta
crisis
de
manera
histórica
o
teórica.
En
el
primer
caso,
sus
causas
se
retrotraen
hasta
el
mismo
proceso
de
estalinización
de
la
Unión
Soviética,
al
fracaso
de
la
Revolución
Cultural
china
y
su
incapacidad
para
suprimir
las
persistentes
tendencias
capitalistas
al
interior
del
Partido
Comunista
Chino
(como
advertía
tempranamente
Mao),
a
la
nacionalización
de
los
procesos
revolucionarios
y
a
la
burocratización
de
la
Tercera
Internacional
y
de
los
respectivos
Partidos
Comunistas
nacionales.
A
la
sustantivación
de
la
estrategia
del
los
Frentes
Populares,
tácticamente
diseñados
para
resistir
el
fascismo,
y
convertidos
en
alianzas
electorales
orientadas
a
perpetuarse
en
el
poder
del
Estado,
en
vez
de
transformarlo,
etc.
Sin
embargo,
si
ponemos
el
énfasis
en
los
aspectos
teóricos
de
esta
crisis,
entonces
la
emergencia
de
modelos
eurocomunistas
alternativos
al
estalinismo,
junto
al
desarrollo
de
corrientes
existencialistas
(Sartre)
y
estructuralistas
(Althusser
et.
al.)
al
interior
del
marxismo
occidental,
y
del
llamado
neomarximso
de
los
años
60
(Marcuse
y
la
Nueva
Izquierda)
y
4
del
postmarxismo
de
los
años
80
(Chantal
Mouffe
y
Ernesto
Laclau),
aparecerían
como
instancias
necesarias
para
entender
este
proceso.
El
subalternismo
sería,
en
tal
caso,
una
revisión
no-‐europea
(a
pesar
de
su
referencia
central
a
Gramsci)
de
las
limitaciones
del
marxismo
moderno,
preocupada
con
la
inoperatividad
conceptual
y,
finalmente
política,
de
los
modelos
narrativos
todavía
desarrollistas
de
esta
tradición.
Efectivamente,
el
subalternismo
surge
en
la
India
contemporánea,
con
figuras
tales
como
Ranajic
Guha
y
Dipesh
Chakrabarty
(junto
al
grupo
de
historiadores
asociados
con
los
Subaltern
Studies
Group)
precisamente
como
una
crítica
al
historicismo
marxista
y
sus
modelos
de
racionalidad
y
evolución
política,
inapropiados
para
dar
cuenta
de
la
historicidad
concreta
de
los
procesos
constitutivos
de
la
realidad
del
subcontinente
asiático.
De
la
misma
manera,
desde
el
Founding
Statement
del
Grupo
Latinoamericano
de
Estudios
Subalternos2,
hasta
las
expresiones
mas
recientes
relativas
al
campo
latinoamericano,
el
subalternismo
aparece
como
una
instancia
reflexiva
abocada
a
corregir
y
reformular
las
limitaciones
de
la
tradición
marxista
y
liberacionista
latinoamericana.
Por
otro
lado,
sin
embargo,
en
la
medida
en
que
los
estudios
subalternos
se
inscriben
en
el
horizonte
emancipatorio
moderno,
horizonte
indefectiblemente
asociado
al
marxismo,
y
en
la
medida
en
que
nociones
tales
como
agencia
subjetiva,
hegemonía,
clases
o
fracciones
de
clase,
y
la
problemática
del
poder
son
relevantes
en
el
trabajo
subalternista,
entonces
los
mismos
estudios
subalternos
pueden
ser
considerados
como
un
desarrollo
alternativo
al
marxismo
occidental,
un
desarrollo
que
habitaría,
en
cualquier
caso,
la
misma
problemática3.
Es
decir,
más
que
pensarlos
como
una
manifestación
post-‐marxista
divorciada
radicalmente
de
su
horizonte,
habría
que
concebirlos
como
una
variación
complementaria
atenta
tanto
a
las
especificidades
2
“Founding
Statement”,
Latin
American
Subaltern
Studies
Group,
en:
John
Beverley,
José
Oviedo
y
Michael
Aronna,
The
Postmodernism
Debate
in
Latin
America
(Durham:
Duke
University
Press,
1995),
135-‐
146.
3
Usamos
la
noción
althusseriana
de
problemática
para
enfatizar
la
copertenencia
epistémica
entre
subalternismo
y
marxismo,
sin
que
esto
signifique
indiferenciar
u
omitir
las
críticas
sublternistas
al
marxismo
ni
reterritorializarlo
en
“Occidente”.
5
regionales
del
desarrollo
capitalista,
como
a
sus
dinámicas
contemporáneas.
En
tal
caso,
el
subalternismo
es
también
una
crítica
radical
del
modo
de
acumulación
capitalista
y
de
su
lógica
de
espacialización
y
homogeneización
de
la
temporalidad
(específicamente,
de
su
teoría
del
valor),
lo
que
Beverley
muestra
mediante
sus
alusiones
al
trabajo
de
Dipesh
Chakrabarty
y
su
crítica
del
modelo
teológico
y
monolítico
de
modernidad
y
secularización,
propios
de
la
razón
colonial
occidental.
*****
Esto
caracterizaría
otro
de
los
elementos
importantes
en
los
ensayos
reunidos
acá,
a
saber,
el
paso
desde
el
momento
testimonialista,
que
marcó
la
decepción
del
mismo
Beverley
con
la
tradición
literaria
latinoamericana
y
con
su
inscripción
institucional
(arielista),
hacia
una
problematización
de
la
hegemonía
política
y
cultural
como
instancia
ineludible
en
la
autoconstitución
de
las
clases
subalternas
en
cuanto
poder
popular4.
En
efecto,
mientras
que
el
debate
en
torno
al
testimonio
de
Rigoberta
Menchú
definió
una
primera
etapa
en
el
desarrollo
de
los
estudios
subalternos
y
produjo
una
imagen
negativa
y
despolitizada
del
subalterno,
totalmente
capturada
por
el
orden
estatal
colonial
o
post-‐colonial5,
la
reformulación
del
problema
de
la
subalternidad
desde
el
horizonte
de
la
pregunta
por
la
hegemonía
abre
al
menos
tres
dimensiones
fundamentales
para
el
debate
contemporáneo:
1)
La
relación
entre
subalternidad
y
hegemonía
nos
obliga
a
problematizar
la
naturalizada
noción
de
hegemonía
que
circula
en
los
ámbitos
políticos
e
intelectuales
(de
ahí
la
pertinencia
del
marxismo
como
horizonte
problemático).
En
primera
instancia,
hegemonía
significa
tanto
la
facticidad
del
poder
y
de
su
organización
en
general,
como
una
teoría
específica
de
su
funcionamiento
a
través
de
mecanismos
de
subordinación
y
4
John
Beverley,
Subalternidad
y
representación.
Debates
en
teoría
cultural
(Alemania:
Iberoamericana-‐
Vervuert,
2004).
Y,
Testimonio:
On
the
Politics
of
Truth
(Minneapolis:
University
of
Minnesota
Press,
2004).
5
El
caso
ejemplar
está
en
las
críticas
de
David
Stoll
a
la
veracidad
de
la
narración
de
Menchú.
Ver
de
Stoll
y
Arturo
Arias,
The
Rigoberta
Menchu
Controversy
(Minneapolis:
University
of
Minnesota
Press,
2001).
6
persuasión
ideológica.
En
el
primer
caso,
la
hegemonía
imperial
norteamericana
en
el
contexto
de
la
post-‐Guerra
fría
es
un
hecho
indesmentible,
independientemente
de
que
este
poder
imperial
se
articule
o
no
de
manera
hegemónica,
es
decir,
a
través
de
mecanismos
de
interpelación
discursiva,
o
se
auto-‐constituya
como
excepcionalidad
radical.
Así,
la
hegemonía
imperial
contemporánea
sería
post-‐hegemónica,
debido
a
que
la
Pax
Americana
(ultima
manifestación
de
la
Pax
Imperial
occidental)
se
presentaría
como
estrategia
preventiva
y
devastación
de
la
disidencia
(desde
Irak
hasta
Libia)6.
La
pregunta
por
la
relación
entre
el
subalterno
y
la
hegemonía
tiene,
por
lo
tanto,
distintas
acepciones
si
consideramos
la
hegemonía
como
sinónimo
del
poder,
o
si
la
consideramos
como
una
teoría
del
espacio
político
y
de
las
luchas
por
posicionarnos
en
él.
2)
Por
otro
lado,
la
noción
teorética
de
hegemonía
que
prima
en
los
debates
culturales
y
políticos
contemporáneos
en
América
Latina,
tiene
que
ver
con
la
muy
específica
recepción
del
pensamiento
de
Antonio
Gramsci,
a
través
de,
por
lo
menos,
tres
instancias
de
recepción:
a)
el
trabajo
de
José
Aricó
y
del
grupo
de
intelectuales
argentinos
asociados
a
los
cuadernos
de
Pasado
y
Presente,
en
la
década
del
707;
b)
La
recuperación
del
modelo
cultural
gramsciano
para
pensar
la
lucha
hegemónica
en
contextos
autoritarios,
desarrollada
por
los
sociólogos
culturales
chilenos
en
la
década
de
los
80,
de
la
que
se
deriva
una
teoría
de
las
transiciones
democráticas
y
de
la
6
En
una
perspectiva
todavía
general,
desde
el
argumento
cristiano
sobre
el
mal
menor,
hasta
las
disputas
entre
Ginés
de
Sepúlveda
y
Bartolomé
de
las
Casas
relativas
a
las
causas
de
la
guerra
justa
sobre
los
naturales
de
las
Indias
occidentales;
desde
la
primera
cruzada,
momento
en
que
Occidente
habría
tomado
conciencia
plena
de
su
proyecto
cristiano-‐imperial,
hasta
la
formuación,
el
año
2001,
del
documento
“Responsibility
to
Protect”
(R2P),
que
habilita
a
la
comunidad
internacional
(expresada
en
la
voz
del
presidente
norteamericano,
indudablemente)
a
intervenir
en
países
donde
la
soberanía
quedaría
en
suspenso
en
nombre
de
la
defensa
de
la
humanidad,
la
Pax
Imperial
occidental
ha
encontrado
diversos
mecanismos
justificatorios
de
su
acendrada
política
de
intervención
y
demonización
de
las
diferencias
geo-‐culturales.
Ver,
Talal
Asad,
“Thinking
about
Terrorism
and
Just
War”,
Cambridge
Review
of
International
Affairs
(23:
1)
2010:
3-‐24.
Y,
Mahmmod
Mamdani,
Good
Muslin,
Bad
Muslin:
America,
The
Cold
War,
and
the
Roots
of
Terror
(New
York:
Pantheon,
2004).
7
José
Aricó,
La
cola
del
diablo.
Itinerario
de
Gramsci
en
América
Latina
(Buenos
Aires:
Siglo
XXI,
2005).
Raúl
Burgos,
Los
gramscianos
argentinos:
cultura
y
política
en
la
experiencia
de
“Pasado
y
Presente”
(Buenos
Aires:
Siglo
XXI,
2005).
7
modernidad
tardía
latinoamericana
en
tiempos
de
neoliberalismo
y
globalización8.
Y,
c)
la
reconstrucción
del
pensamiento
marxista
desde
un
post-‐marxismo
advertido
de
la
centralidad
y
limitaciones
de
la
noción
de
hegemonía
gramsciana,
y
de
los
aportes
del
pensamiento
crítico
contemporáneo,
en
el
trabajo
de
Chantal
Mouffe
y
Ernesto
Laclau,
a
mediados
de
los
809;
trabajo
que
marcará
la
escena
de
discusión
política
y
cultural
hasta
nuestros
días,
y
a
la
cual
pertenece
Beverley.
3)
Sin
embargo,
como
nos
indica
la
lectura
del
proceso
boliviano
–y
del
trabajo
de
García
Linera
en
particular-‐
que
se
realiza
en
el
último
ensayo,
la
pregunta
por
la
hegemonía
también
implica
una
interrogación
sobre
la
naturaleza
del
Estado,
del
poder
y
de
la
organización
popular.
En
este
sentido,
la
posición
de
Beverley
disiente
profundamente
de
aquella
representada
por
el
trabajo
de
Michael
Hardt
y
Antonio
Negri
(particularmente
sus
tres
best-‐sellers
en
colaboración,
Empire,
War
and
Multitude,
y
Commonwealth)
y
de
su
respectiva
apelación
a
nociones
tales
como
potencia
y
multitud.
Como
puede
verse,
la
discrepancia
con
el
trabajo
de
Negri
y
Hardt
es
explícita,
aunque
más
reveladora
es
su
distancia
con
el
horizonte
post-‐hegemónico,
ejemplarmente
desarrollado
por
Jon
Beasley-‐Murray10.
La
preocupación
central
con
la
problemática
del
poder
popular,
esto
es,
con
la
posibilidad
de
romper
con
el
artilugio
del
poder
como
producción
trascendental
de
subalternidad
y
producir
un
referente
político
viable
para
que
el
subalterno
pueda,
efectivamente,
transformar
las
condiciones
de
opresión
que
le
castigan,
lleva
a
Beverley
a
retomar
no
sólo
la
pregunta
por
las
organizaciones
de
resistencia,
sino
también
a
cuestionar
la
centralidad
del
Estado
nacional
en
la
misma
disputa
política
contemporánea.
El
argumento
es
bastante
directo,
la
supuesta
disolución,
abolición
o
modernización
del
Estado
nacional
no
es
un
logro
de
las
luchas
sociales,
sino
un
imperativo
del
proceso
neoliberal
de
globalización,
es
decir,
se
debe
al
paso
desde
el
patrón
de
acumulación
industrial
hacia
el
patrón
de
8
Además
de
la
teoría
cultural
de
José
Joaquín
Brunner,
ver
el
temprano
texto
de
Eduardo
Sabrovsky,
Hegemonía
y
racionalidad
política.
Contribución
a
una
teoría
democrática
del
cambio
(Santiago:
Ornitorrinco,
1988).
9
Ernesto
Laclau
y
Chantal
Mouffe,
Hegemonía
y
estrategia
socialista.
Hacia
una
radicalización
de
la
democracia
(Buenos
Aires:
Siglo
XXI,
2000),
fue
primero
publicado
en
inglés
en
el
año
1985.
10
Ver
el
reciente
libro
de
Jon
Beasley-‐Murray,
Post-‐Hegemony.
Latin
American
and
Politicl
Theory
(Minneapolis:
University
of
Minnesota
Press,
2011).
8
acumulación
flexible
asociado
con
el
capitalismo
financiero
actual.
Si
esto
es
así,
la
izquierda
post-‐hegemónica
y
anti-‐estatista
(como
en
su
análisis
de
los
Zapatistas
en
México)
tendería
a
desconsiderar
la
condición
táctica
del
Estado
en
el
empoderamiento
de
las
organizaciones
subalternas,
convirtiéndose
en
una
disoluta
posición
internacionalista
que
se
equilibra
entre
las
determinantes
éticas
del
regionalismo
crítico
(Spivak)
y
la
antropología
fundacionalista
de
la
multitud
transnacional
(Beasley-‐Murray).
La
gravedad
de
esta
ceguera
teórica
se
acentuaría
aún
más
al
constatar
el
rol
preponderante
del
estado
nacional
militarizado
en
la
implementación
y
expansión
del
modelo
neoliberal
a
escala
planetaria11.
*****
Por
esto
decimos
que
Beverley
ha
vuelto
a
plantear
la
pregunta
por
el
qué
hacer,
y
ha
vuelto
a
aterrizar
la
discusión
en
el
ámbito
acotado
de
los
actuales
procesos
de
transformación
política
y
social
que
se
están
desarrollando
en
América
Latina
y
en
el
mundo.
Se
trata
de
superar
la
falsa
alternativa
entre
reformismo
y
radicalismo
centrada
en
la
forma
de
tomar
el
poder
del
Estado.
La
toma
del
poder
del
Estado,
en
otras
palabras,
es
una
instancia
táctica
en
la
constitución
y
fortalecimiento
del
poder
popular,
y
no
una
finalidad
en
sí
misma.
Quizá
esta
sea
la
relevancia
del
trabajo
teórico
y
político
de
García
Linera
en
Bolivia,
o
de
Marilena
Chaui
en
Brasil12,
es
decir,
la
subordinación
de
la
administración
del
Estado
a
una
refundación
de
la
práctica
política
basada
en
la
participación
ciudadana
directa
y
permanente,
una
instancia
subordinada
a
los
imperativos
del
poder
constituyente
(para
recordar
al
mismo
Negri).
Sin
embargo,
esto
no
significa
desechar
el
Estado
como
instancia
irrelevante
en
la
lucha
política,
11
David
Harvey,
A
Brief
History
of
Neoliberalism
(Cambridge:
Oxford
University
Press,
2007).
Este
rol
preponderante
está
relacionado,
indudablemente,
con
el
incremento
de
la
brutalidad
en
las
campañas
militares
norteamericanas
en
el
periodo
inaugurado
con
el
fin
de
la
Guerra
Fría
(Irak,
Yugoslavia,
Haití,
Panama,
Afganistán,
Irak,
Libia,
etc.).
A
pesar
de
su
discurso
ideológico
post-‐estatal,
el
neoliberalismo
contemporáneo,
al
igual
que
el
liberalismo
clásico,
depende
fuertemente
de
las
funciones
represivas
y
policiales
del
Estado
moderno.
12
Ver
de
García
Linera,
“Crisis
estatal
y
poder
popular”,
New
Left
Review
37
(2006):
66-‐77.
Y,
del
extenso
trabajo
de
Marilena
Chaui,
Leituras
da
crise.
Diálogos
sobre
o
PT,
la
democracia
brasileira
e
o
socialismo
(Entrevistados
por
Juarez
Guimarães)
(São
Paulo:
Fundação
Perseu
Abramo,
2006),
17-‐83.
9
precisamente
porque
desde
él
se
juega
una
serie
de
posicionamientos
y
contradiscursos
capaces
de
contrarrestar
las
arremetidas
neoliberales
y
neocorporativas
que
tienden
a
convertir
la
política
en
un
simulacro
meramente
ilusorio.
En
esto
consiste
el
pragmatismo
desenfadado
de
Beverley,
en
no
temer
aparecer
como
un
reformista
o
un
social-‐demócrata,
cuando
se
trata
de
pensar
las
posibilidades
efectivas
para
la
rearticulación
de
una
práctica
política
de
izquierda
advertida
de
sus
fracasos
y
ofuscaciones,
y
a
resguardo
de
un
infantilismo
de
izquierda
que
terminaría,
en
su
ineficacia,
por
ser
cómplice
con
la
misma
lógica
de
desterritorialización
del
capitalismo
mundial
integrado13.
Esto
conlleva,
a
su
vez,
la
recuperación
genealógica
de
las
luchas
y
debates
que
constituyen
la
tradición
de
la
izquierda
occidental
y
mundial,
donde
el
subalternismo,
en
cuanto
horizonte
problemático,
aparece
fuertemente
emparentado
con
la
problemática
latinoamericana
de
la
dualidad
de
poderes
y
la
constitución
del
poder
popular14.
En
efecto,
sus
reflexiones
sobre
el
estado
actual
y
el
futuro
de
la
llamada
“marea
rosada”
latinoamericana
no
adolecen
de
un
optimismo
ciego
frente
a
las
limitaciones
que
se
imponen
a
los
Estados
nacionales
desde
los
imperativos
del
orden
mundial
(El
Pentágono,
el
FMI
y
el
Banco
Mundial);
sin
embargo,
los
Estados
nacionales
y
la
posible
articulación
de
una
instancia
transestatal
a
nivel
latinoamericano
no
sólo
reactualizan
el
panamericanismo
bolivariano
y
martiano
de
nuestra
historia
inmediata,
sino
que
aparecen
como
una
responsabilidad
ineludible
para
contrarrestar
las
arremetidas
de
la
Pax
Imperial
y
su
descarada
política
de
intromisión
y
aliniamiento.
13
La
diferencia
entre
comunismo
e
izquierdismo
y
la
recuperación
de
la
izquierda
como
campo
político
pertienete
pare
el
debate
contemporáneo
es
lo
que
destaca
en
los
aportes
de
Alain
Badiou
y
Bruno
Bosteels,
respectivamente.
Alain
Badiou,
The
Communist
Hypothesis
(New
York:
Verso,
2010).
Y,
Bruno
Bosteels,
“The
Leftist
Hypothesis:
Communism
in
the
Age
of
Terror”.
En:
The
Idea
of
Communism.
Costas
Douzinas
and
Slavoj
Zizek
(editores)
(London
and
New
York:
Verso,
2010).
33-‐66.
14
Por
ejemplo,
René
Zavaleta
Mercado,
El
poder
dual
en
América
Latina.
Estudio
de
los
casos
de
Bolivia
y
Chile
(México:
Siglo
XXI,
1974).
Hugo
Cancino
Troncoso,
Chile.
La
problemática
del
Poder
Popular
en
el
proceso
de
la
Vía
Chilena
al
socialismo
1970-‐1973
(Dinamarca:
Aarhus
University
Press,
1988).
Gabriel
Salazar,
La
violencia
política
en
las
grandes
alamedas.
La
violencia
en
Chile
1947-‐1987
(Santiago:
Lom
ediciones,
2006).
10
Aquí
es
donde
corresponde
complementar
las
sugerencias
de
Beverley
para,
una
vez
desplazado
el
campo
de
análisis
desde
los
estudios
subalternos
hacia
el
problema
del
poder
y
la
subalternidad,
podamos
destacar
la
pertinencia
de
sus
ensayos:
1)
Por
un
lado,
la
relación
entre
subalternidad
y
hegemonía
implica
una
revisión
del
mismo
concepto
de
hegemonía,
demasiado
inscrito
en
la
estela
gramsciana-‐laclaudiana,
en
menoscabo
de
las
contribuciones
que
Rosa
Luxemburgo,
Mao
Zedong
y
Nicos
Poulantzas,
entre
otros,
han
realizado.
Tanto
Luxemburgo
como
Mao
habrían
elaborado
sus
reflexiones
advertidos
de
los
procesos
de
burocratización
intestinos
a
las
orgánicas
populares,
y
habrían
enfatizado
la
necesidad
de
dinamizar
la
misma
relación
entre
los
subalternos
y
el
poder
para
evitar
la
“reproducción
de
las
elites”.
Sin
embargo,
tanto
Luxemburgo
como
Mao
han
sido
destituidos
sistemáticamente
del
imaginario
de
izquierda
en
un
sentido
inversamente
proporcional
a
como
este
imaginario
ha
tendido
a
burocratizarse
en
la
lógica
rutinaria
de
los
partidos
comunistas
estalinistas.
Por
otro
lado,
las
contribuciones
de
Poulantzas,
en
su
famoso
debate
en
torno
a
la
teoría
marxista
del
Estado
con
Ralph
Miliband,
y
en
su
teoría
del
Estado
en
el
capitalismo
contemporáneo,
habría
sido
opacada
por
el
impacto
de
la
teoría
discursiva
de
la
hegemonía
(Mouffe
y
Laclau)
y
constituiría
lo
que
hoy
en
día
se
conoce
como
un
paradigma
perdido15.
Dicho
paradigma
aparecería
en
la
actualidad
como
un
eslabón
ineludible
en
el
análisis
de
la
composición
de
clases
del
poder,
y
en
la
caracterización
de
las
instancias
de
coordinación
del
capitalismo
global;
a
la
vez,
gracias
a
su
atención
a
los
procesos
de
estatalidad
(identificación
con
la
“fictive
ethnicity”
nacional
estatal,
según
Etienne
Balibar),
la
teoría
del
Estado
y
de
la
hegemonía
efectivamente
operante
desarrollada
por
Poulantzas,
aparecería
también
como
un
antecedente
directo
del
modelo
biopolítico
desarrollado
por
Michel
Foucault
en
el
mismo
periodo.
De
cualquier
forma,
nuestro
objetivo
acá
consiste
sólo
en
sugerir
las
complejidades
meta-‐discursivas
15
Ademas
de
los
intercambios
entre
Nicous
Poulantzas
y
Ralph
Miliban
en
las
páginas
de
la
New
Left
Review
a
fines
de
los
años
60
y
comienzos
de
los
70,
ver
el
volumen
compilado
por
Stanley
Aranowitz
y
Peter
Bratsis,
Paradigm
Lost.
State
Theory
Reconsidered
(Minneapolis:
University
of
Minnesota
Press,
2002).
11
de
la
articulación
hegemónica
del
Estado,
más
allá
de
la
reducción
de
la
política
a
una
forma
generalizada
de
interpelación
populista.
La
política,
en
su
acepción
radical,
es
una
disputa
por
las
formas
de
organización
social,
y
este
sería
el
horizonte
irrenunciable
para
una
izquierda
radical,
es
decir,
la
permanente
constitución
de
poder
popular.
2)
Esto
último
nos
lleva
al
desplazamiento
que
subyace
a
todos
los
ensayos
de
Beverley.
Más
que
dar
respuesta
a
la
interrogante
ético-‐política
¿puede
hablar
el
subalterno?
(Spivak),
podríamos
decir
que
la
pregunta
que
se
perfila
como
definitiva
en
sus
ensayos
es
esta
otra:
¿puede
gobernar
el
subalterno
en
una
forma
que
no
sea
la
simple
repetición
de
la
hegemonía
tradicional?
Las
posibles
respuestas
a
dicha
pregunta
requieren
no
sólo
la
reevaluación
de
la
problemática
del
Estado,
sino
también
una
reflexión
a
escala
local
y
mundial,
acotada
a
las
formas
específicas
de
organización
y
resistencia
popular,
pero
en
diálogo
con
las
instancias
internacionales
de
lucha
oposicional.
No
porque
hayan
dos
tipos
de
luchas,
las
comunitarias
y
las
transnacionales.
Por
el
contrario,
las
llamadas
luchas
transnacionales
son
luchas
desarraigadas
de
sus
contextos
de
historicidad
y
sobre-‐teorizadas
en
un
marco
filosófico
general,
que
las
convierte
en
referencias
fetichistas
de
la
izquierda
universitaria.
Sólo
hay
luchas
internacionales,
es
decir,
luchas
locales
que
en
su
misma
espacialidad
ponen
en
cuestión
la
geopolítica
imperial
heredera
del
modelo
colonialista
y
del
capitalismo
industrial
moderno.
Si
el
subalterno
puede
gobernar
en
una
forma
diferente
a
la
hegemonía
tradicional,
es
decir,
en
una
forma
que
esté
advertida
de
la
producción
de
la
misma
subalternidad
por
parte
del
poder,
entonces,
también
puede
constituirse
en
un
eslabón
de
la
lucha
contra
el
neoimperialismo
contemporáneo.
Las
referencias
a
García
Linera
y
a
Dipesh
Chakrabarti
son,
en
este
sentido,
importantes.
Mientras
que
Chakrabarti
devela
la
espacialización
de
la
temporalidad
como
una
característica
definitoria
del
modelo
de
modernidad
asociada
al
capitalismo
contemporáneo,
García
Linera
cruza
el
campo
de
la
temporalidad
neoliberal
con
los
tempi
diferenciados
de
las
comunidades
indígenas
bolivianas,
es
decir,
cruza
el
modelo
homogéneo
y
acelerado
del
12
capitalismo
financiero,
con
la
historicidad
sucia
y
opaca
de
lo
local,
desvirtuando
la
promesa
progresista
de
la
filosofía
de
la
historia
del
capital16.
*****
Finalmente,
es
en
este
plano
donde
se
juega
la
relevancia
del
subalternismo
como
instancia
de
rearticulación
para
una
política
de
izquierda,
en
su
capacidad
para
leer
el
carácter
heterogéneo
pero
simultáneo
de
las
revueltas
y
luchas
sociales
contemporáneas,
cuya
convergencia
estaría
dada
por
un
orden
económico
y
político
mundial,
sin
importar
cuan
diversificado
sea
su
rostro
local.
La
constitución
de
la
Pax
Americana
como
instancia
de
dominación
imperial
contemporánea,
después
de
la
Guerra
Fría,
y
más
decididamente,
después
de
los
eventos
del
9/11
del
año
2001,
tiene
como
correlato
la
necesaria
redefinición
del
internacionalismo
proletario.
El
viejo
excepcionalismo
norteamericano
autofundado
en
su
extraordinaria
misión
civilizatoria
en
la
tierra,
adquiere
un
carácter
renovado
gracias
al
pasaje
que
va
desde
la
estrategia
de
intervención
preventiva
(The
Doctrine
of
Preemptive
War
que
exacerbó
las
brutalidades
de
la
anterior
Doctrine
of
National
Security)
del
gobierno
de
Georges
W.
Bush,
hacia
el
modelo
de
alineación
euroamericano
priorizado
por
el
gobierno
de
Barak
Obama17.
Se
trata
de
un
nuevo
tipo
de
administración
imperial,
donde
la
excepción
democrática
americana
ahora
se
presenta
como
realización
teleológica
de
las
reivindicaciones
del
activismo
negro,
desactivando
precisamente
las
luchas
por
la
emancipación
racial
(económica
y
cultural)
en
América
y
el
mundo.
El
carácter
teológico-‐
político
del
“milagro”
asociado
con
la
elección
de
Obama
(“Yes,
we
can!”),
su
viaje
conciliatorio
al
Medio
Oriente
y,
recientemente,
a
América
Latina,
confirma
la
redefinición
de
la
estrategia
internacional
norteamericana,
su
paso
desde
un
intervencionismo
activo
y
unilateral
hacia
un
modelo
normativo,
aparentemente
16
Dipesh
Chakrabarty,
Provincializing
Europe.
Postcolonial
Thought
and
Historical
Difference
(New
Jersey:
Princeton
University
Press,
2000).
Álvaro
García
Linera,
Forma
valor
y
forma
comunidad.
Aproximación
teórico-‐abstracta
a
los
fundamentos
civilizatorios
que
preceden
al
Ayllu
universal
(La
Paz:
Muela
del
diablo
editores,
2009).
17
Donald
E.
Pease,
The
New
American
Exceptionalism
(Minneapolis:
University
f
Minnesota
Press,
2009)
13
democrático,
y
coordinado
multilateralmente
(todavía
en
el
marco
de
la
articulación
euro-‐americana18).
Ranajit
Guha
llamó
a
esta
estrategia
de
recodificación,
“prosa
de
la
contrainsurgencia”
porque
narra
desde
el
poder
la
historia
de
los
movimientos
de
resistencia,
capturando
en
su
relato
interesado
no
sólo
la
historicidad
de
dichas
luchas,
sino
su
potencialidad
actual.
Prosa
ésta
que
capturó
y
desactivó
los
procesos
de
democratización
latinoamericanos
que
a
fines
de
los
80
y
comienzos
de
los
90
permitieron
acabar
con
las
dictaduras
regionales.
Prosa
ésta
que
leyó
la
caídas
de
las
burocracias
del
Este
a
principios
de
los
años
90,
como
confirmación
del
triunfo
del
modo
de
vida
americano
y
fin
de
la
historia.
Prosa
de
la
contrainsurgencia,
igualmente,
aquella
perorata
común
que
lee
los
procesos
de
auto-‐organización
popular
en
América
Latina
(Zapatistas,
Mapuches,
movimientos
de
trabajadores,
etc.)
desde
el
paradigma
biopolítico
de
la
seguridad
y
la
soberanía
nacional.
Prosa
reaccionaria
y
de
contrainsurgencia,
aquella
que
lee
los
recientes
levantamientos
árabes
en
Túnez,
Egipto,
Libia,
Bahrein,
Yemen,
etc.,
como
revueltas
orientadas
por
el
deseo
de
democracia
occidental
(coca-‐cola
y
hamburguesas),
justificando
la
narrativa
imperial
de
Occidente;
o
como
brotes
de
fundamentalismo
islámico
orientados
a
desestabilizar
la
institucionalidad
democrática
que
arduamente
Occidente
ha
tratado
de
construir
en
la
región.
La
posibilidad
de
una
estrategia
política
de
izquierda
en
el
mundo
contemporáneo
pasa,
inexorablemente,
por
desbaratar
la
prosa
de
la
contrainsurgencia,
pero
para
tal
efecto
no
basta
con
la
constitución
de
una
historia
alternativa,
de
un
saber
subalterno
reificado
en
la
circulación
universitaria.
Se
necesita
la
potenciación
radical
de
formas
de
organización
antagonistas,
después
de
todo,
el
problema
de
la
lucha
contra
la
18
Es
aquí
donde
el
derecho
internacional
encuentra
su
límite,
en
la
constitución
de
un
nomos
planetario
(para
recordar
a
Carl
Schmitt)
para
el
cual
las
Naciones
Unidas
constituyen
una
suerte
de
meta-‐Estado
al
servicio
de
la
Pax
Americana.
En
cualquier
caso,
podemos
entender
el
cambio
de
estrategia
entre
Bush
y
Obama,
como
el
pasaje
desde
el
modelo
de
políticas
internacionales
basadas
en
el
analisis
de
Samuel
Huntington
y
la
guerra
de
civilizaciones,
hacia
el
modelo
cooperativo
de
Bernard
Lewis
y
su
orientalismo
moderado
(Mamdani
2004).
14
dominación
sigue
siendo
el
de
la
organización
política,
no
del
partido
ni
de
la
vanguardia,
sino
de
la
constitución
permanente
de
más
poder
popular.
Sergio
Villalobos-‐Ruminott
Fayetteville,
abril
2011
15