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CHOCÓ

DIVERSIDAD CULTURAL
Y MEDIO AMBIENTE

Myriam Jimeno
María Lucía Sotomayor
Luz María Valderrama

ÍNDICE GENERAL

Las autoras
Agradecimientos
Introducción

I.
Región, diversidad cultural y medio ambiente
La región en la ideología nacional
La región y la conformación de la unidad nacional

II.
Perfiles de la historia chocoana

III.
La población chocoana y su entorno
El espacio físico natural
Características demográficas
Condiciones de vida
Grupos étnico-culturales, modelos de vida, interacciones y conflictos
Los modelos indígenas y el medio natural Jaibaná y naturaleza

IV.
Los procesos económicos principales
La producción agrícola y pecuaria
La pesca artesanal
Deforestación y otras actividades forestales
La minería, presencia renovada

V.
Las subregiones chocoanas
Subregión de Urabá, de economía tradicional a ganadera
La subregión central, epicentro departamental
Entre la selva y el mar, subregión del Pacífico
El oro y la subregión del San Juan

VI.
La diversidad cultural y la construcción de la región del Chocó
Conflictos, modelos culturales y tenencia de la tierra

EL CHOCÓ EN FOTOS

Bibliografía
Anexos

ÍNDICE DE DIAGRAMAS

Diagrama No.1 Sistema comarcal típico del hábitat fluvial


Diagrama No.2 Esquema perfil aprovechamiento afluente Medio Atrato

ÍNDICE DE GRÁFICOS

Gráfico No.1 Población de cada subregión del total departamental


Gráfico No.2 Area de cada subregión del total departamental

ÍNDICE DE ANEXOS

Anexo No.1 Permisos de explotación de maderas en el Chocó, 1986


Anexo No.2 Relación total de permisos forestales otorgados por CODECHOCO
Anexo No.3 Permisos mayores otorgados por CODECHOCO
Anexo No.4 Aserríos en 1984
Anexo No.5 Recaudos por aprovechamiento forestal
Anexo No.6 Actividades de la minería artesanal por bombeo
Anexo No.7 Actividades de la minería artesanal con dragueta
Anexo No.8 Actividades de la minería semindustrial con retroexcavadoras
Anexo No.9 Actividades de la minería industrial con draga
Anexo No.10 Producción nacional de oro y plata por
departamentos, 1989-1990

LAS AUTORAS

MYRIAM JIMENO . Antropóloga de la Universidad de Los


Andes, es profesora asociada del Departamento de Antropología
de la Universidad Nacional de Colombia. Fue Directora de ese
Departamento, Decana de la Facultad de Ciencias Humanas y
Vicerrectora Académica de ese centro universitario, entre otros. En
dos ocasiones dirigió el Instituto Colombiano de Antropología. Participó como secretaria
ejecutiva en la subcomisión "Igualdad y Carácter Multiétnico", preparatoria de la Asamblea
Nacional Constituyente. Ha investigado en los temas de colonización de la Amazonia, en
proyectos de evaluación de impacto social, políticas indigenistas, etnicidad e identidad
étnica. Sus últimas investigaciones son sobre conflicto social y violencia. Coautora de los
libros Estado y minorías étnicas en Colombia (1985) y Colombia Amazónica (1989), y de
numerosos artículos sobre los temas investigados.

MARÍA LUCÍA SOTOMAYOR. Antropóloga de la Universidad de Los Andes, con


estudios de magister en Historia de Colombia en la Universidad Nacional. Desde 1976 se
vinculó al Instituto Colombiano de Antropología en calidad de investigadora. Su principal
interés se ha centrado en estudios relacionados con los procesos de formación de las
categorías sociales y culturales de los campesinos en diferentes áreas del país y en
etnohistoria colonial. Ha publicado artículos sobre etnohistoria de los muiscas y las
cofradías en la colonia y modelos económicos entre campesinos del Tolima y Boyacá.

LUZ MARÍA VALDERRAMA. Trabajadora Social de la Universidad Tecnológica del


Chocó Diego Luis Córdoba. Oriunda de Quibdó, es magister en Planeación del Desarrollo
Rural de la Universidad Javeriana. Ha sido Jefe de Planeación del Departamento del Chocó
y del Municipio de Quibdó, Delegada del PNR en ese Departamento y Directora del
INURBE. Ha realizado investigaciones en el tema regional y en medicina tradicional dentro
del programa Rural de Salud del Convenio Colombo-Holandés en el Chocó.

AGRADECIMIENTOS

LA INVESTIGACIÓN fue realizada gracias al interés y al apoyo del INDERENA y de la


FUNDACIÓN MANOA que fue la sede generosa y eficiente del proyecto. El Fondo FEN
Colombia y la paciencia de Angel Guarnizo, su director, permitieron que saliera al público.

En el Chocó, CODECHOCO, INCORA, el Banco de la República, el Ministerio de Minas,


la OREWA, la OBAPO, permitieron el acceso a documentación y discusiones de especial
valor. Muchas personas compartieron su tiempo para guiarnos en la comprensión
preliminar de la sociedad chocoana. En Condoto, Luz Stella y Jorge Perea nos acercaron a
las minas del San Juan. Por Carlos Arturo Benavides y Myriam Sora tuvimos hospitalidad y
entre charla y charla, mucho de su conocimiento de cada día. Con Elena Roldán
exploramos los contrastes y cambios del Chocó, entre Quibdó y Nuquí, frente al "mar que
siempre sin cesar recomienza". De Ismael Roldán extrajimos recuerdo tras recuerdo, con la
meta elusiva de que el Chocó escrito conserve algo de la calidez de lo vivido.

INTRODUCCIÓN

EL CHOCÓ es una región casi desconocida para los


colombianos, acostumbrados a reducirla a estereotipos
sociorraciales arraigados. Sin embargo, surge ahora un interés
por el Chocó, nacido de los temores cada vez más generales
frente a la destrucción ambiental.
El esplendor natural chocoano y la variedad de sus recursos están estrechamente
relacionados con las culturas de las poblaciones que allí habitan, con la manera como los
conciben y el papel que ocupan en la continuidad de sus patrones culturales de vida. Pero
nuevas alternativas de explotación cada vez más extendidas, plantean disyuntivas entre
conservación o desarrrollo.

Los países desarrollados otorgan particular importancia a los recursos de los ecosistemas
tropicales por su potencial económico, por una parte, y por las implicaciones generales de
su destrucción, por la otra. Colombia tiene una riqueza en biodiversidad ampliamente
reconocida que, como lo expresan diversos documentos oficiales, "adquiere un valor antes
no considerado".

Esta, sin embargo, no está repartida en forma uniforme en el territorio colombiano y, por el
contrario, sólo ciertas regiones por razones físico-naturales y por las características de los
procesos históricos que vivieron, concentran una mayor biodiversidad. Es indudable que la
conservación está asociada, por una parte, a la presencia de culturas cuyas formas de
relación con el medio natural no implican la explotación intensiva de los recursos. Por otra,
a la coincidencia entre rasgos físico-naturales y procesos históricos especiales de
integración socioeconómica al resto del país.

La débil integración permitió la reproducción de culturas rurales, amerindias y


afroamericanas, en estrecha relación con la selva húmeda. Su presencia imprimió un
carácter especial a estas regiones, incluso en contra del querer de élites locales que
deseaban que no se las tomara como regiones de indios o de negros.

Pero las distintas formas culturales no sólo desarrollaron expresiones especiales de


adaptación, sino también medios de intervención y modificación ambientales a través de
conocimientos y prácticas acumulativas y complejas. Ya no es sostenible la idea de grupos
pasivos, víctimas o espectadores de un medio natural intocado e idealizado. Estudios
diversos muestran, por ejemplo, cómo la distribución y abundancia de especies vegetales y
animales en las selvas amazónicas, ha tenido una fuerte influencia indígena (Wolf, 1990).
Las formas indígenas de subsistencia han modificado numerosos ecosistemas y las selvas
remanentes en el mundo están asociadas con una variedad cultural grande (Ibid). Lo
particular de algunas sociedades son sus estrategias sociales para transformar, sin destruir,
ciertos ambientes naturales. Sin embargo, su manejo ambiental es parte indisociable de una
sociedad con baja densidad demográfica, uso intensivo de la fuerza humana de trabajo y
débil acumulación de excedentes.

Existe una ligazón estrecha entre la desaparición de recursos aprovechables y la


homogeneización de patrones culturales a nivel mundial. La extinción de culturas
milenarias, de sus conocimientos y prácticas ambientales, ha corrido paralela con la
expansión de modelos culturales que implican presiones y demandas crecientes sobre los
recursos naturales. De allí el interés de realizar un bosquejo general de las condiciones
sociales en una zona de amplia riqueza biocultural. No se pretende sin embargo, por
razones de las limitaciones en su realización, profundizar en el tema o en la región, sino
ofrecer un panorama general.
Los materiales de este libro tienen interés como elementos para un diagnóstico general del
Chocó, con énfasis en la interrelación entre la diversidad cultural y el manejo del medio
ambiente. A través de diversos indicadores sociales se ofrece una visión somera del Chocó
y sus principales rasgos en el presente. Un presente que si bien prolonga el hilo histórico de
la región como periferia extractiva, la coloca como centro de interés internacional en razón
precisamente de la conservación de un elemento estratégico: la biodiversidad.

Para la investigación se acudió a información sobre las subregiones chocoanas, sobre los
indicadores económicos, la dinámica de población, los principales modelos socioculturales,
las condiciones de vida y los principales procesos de intervención sobre los recursos
naturales, a partir de fuentes de campo, de primera mano, y de la revisión documental y
bibliográfica, realizadas durante 1991 y los primeros meses de 1992.

Se llevaron a cabo entrevistas con funcionarios locales y con mineros, madereros, nativos
indígenas y negros, organizaciones comunitarias, maestros e instituciones locales. Se hizo
énfasis en entrevistas con los pobladores tradicionales indígenas, negros y blanco-mestizos.

Como procesos principales se tomaron en cuenta los asentamientos tradicionales y sus


modificaciones urbanas y rurales; las actividades agrícolas, mineras y de extracción de
maderas y sus cambios y el nivel social de vida.

A través del trabajo sobre fuentes secundarias se ubicaron algunas documentales de


importancia, entre las cuales vale la pena destacar el catálogo bibliográfico elaborado por
Angela Hernández de Caldas con apoyo de la FEN, que contiene 939 referencias sobre la
Costa Pacífica. Así mismo los informes disponibles sobre Chocó en CODECHOCO en el
Departamento Nacional de Planeación, el DANE y en agencias de consultoría privada
como CORPOS y SER Consultores. Como bibliografía especializada se consultó la
elaborada por el antropólogo Mauricio Pardo para los grupos indígenas del Chocó,
publicada por el Instituto Colombiano de Antropología en 1985.

El Chocó mantuvo hasta fechas relativamente recientes una relación económica, política y
cultural con el país como región de enclave, basada en procesos delimitados, tales como la
minería o la explotación de recursos forestales. En la actualidad, múltiples presiones se
ejercen sobre el bosque, sobre las riberas auríferas y sobre los hombres que han vivido de
ellos. Es por eso que este trabajo resalta la conexión entre diversidad cultural y diversidad
biológica.

Así mismo, entre procesos históricos diferenciales dentro del país y persistencia de mayor
potencial de biodiversidad regional. Una política de protección ambiental deberá basarse en
la peculiaridad regional de estos procesos históricos y de las prácticas culturales allí
presentes.

Las comunidades locales poseen conocimientos y prácticas de manejo de la naturaleza que


poco se conocen o bien se desestiman, pero podrían servir de fundamento a procesos de
desarrollo sostenido con arraigo social. Otras prácticas y conceptos tradicionales requieren
reformulaciones a la luz de las necesidades actuales de preservación, manejo y desarrollo
económico. Se hace necesaria su identificación y conocer los vínculos profundos de su
reproducción social.

El Chocó ha presenciado en los últimos años nuevos movimientos sociales, nuevas


realidades políticas a través de los movimientos indígenas y más recientemente los de
negritudes. Las organizaciones indígenas con su proyección en la arena pública nacional,
por una parte, y por otra la reglamentación del artículo 55 transitorio de la Constitución
Política Nacional que dio lugar a la ley de Comunidades Negras, ley 70 de 1993, han sido
hitos recientes de una nueva historia. Estos movimientos tienen ahora voz propia para
expresar sus puntos de vista, que a menudo se alejan de las prácticas políticas de vieja
usanza y desean resignificar su región para ellos y para el resto de colombianos.

I
REGION, DIVERSIDAD CULTURAL
Y MEDIO AMBIENTE

EL PROCESO de interconexión y estrecha relación que se vive


a nivel mundial ha puesto de presente la fuerza de las
peculiaridades culturales de diverso orden: desde las étnicas
que rebasan sus bases biológicas, hasta las de lengua, religión o
las políticas. El avance del proceso de integración mundial ha
permitido, aunque parezca contradictorio, construir una
sensibilidad hacia la diferencia, como parte esencial del hombre
mismo. Como nunca antes, el conocimiento sobre la variedad
sociocultural humana podrá disminuir el temor casi instintivo
frente a quienes se comportan de manera distinta a nosotros,
para lograr su participación en un proceso mayor.

Hoy en día sabemos que las mal llamadas sociedades primitivas no son salvajes
amenazantes. Una ética o una política excluyentes y etnocéntricas, son cada vez más
insostenibles a nivel mundial (Ver Jimeno, 1991).

La reflexión sobre la relación entre sociedad, cultura y naturaleza ha ocupado al hombre en


las más variadas épocas y es, por supuesto, mucho más que una inquietud especulativa o
teórica. En ella está presente la preocupación permanente del hombre por reafirmar su
singularidad, su carácter especial, es decir, su misma naturaleza.

S. Moscovici plantea que el hombre levanta barreras y se coloca en contraste con el resto de
seres vivos; el saberse distinto le lleva a la necesidad de afirmar una y otra vez su
singularidad. La búsqueda de lo que le es propio, la ruptura entre sociedad y naturaleza,
juegan para él un papel capital (Moscovici, 1975).

No es pertinente extenderse aquí en la multiplicidad de enfoques que tratan teóricamente el


tema. Sin embargo, vale la pena mencionar cómo el predominio humano sobre los más
remotos ambientes y especies naturales, su extensión sobre el planeta y la consagración del
poder de la cultura humana como ente de transformación han traído una creciente
preocupación por este predominio. Se teme en la actualidad por el futuro del proceso
evolutivo general y, por supuesto, por el de la especie humana en particular.

Surgen dudas sobre la ruptura sociedad-naturaleza, sobre el principio del hombre como
amo y señor de la naturaleza, conquistada desde fuera (Moscovici, cit.), conceptos
arraigados en la tradición cultural cristiana.

El conocimiento sobre las sociedades nativas ha contribuido a acrecentar las dudas, al poner
de presente cómo el hombre teje siempre, desde sus albores, una red compleja de
interacciones y ante todo de transformaciones del mundo natural. Es evidente que cultura y
sociedad no son artificios, sino parte del estado natural del hombre, que le acompañan
desde siempre.

Se han podido constatar formas distintas de percibir y vivir la relación sociedad-naturaleza


donde una y otra, antes que unidades en contraposición y lucha, están engranadas en un
sistema vital. Como lo ha planteado el antropólogo G. Reichel-Dolmatoff para el Vaupés, el
manejo ecológico de un área no es sólo una respuesta a un ambiente físico, sino una
respuesta a "una condición humana, a la historia; se trata esencialmente de una actitud
ética" (Reichel-Dolmatoff, 1990: 39).

Esta actitud, por supuesto, no es generalizable y no debe prestarse a la idealización de los


indígenas y otras sociedades nativas como conservacionistas a ultranza. Su manejo
ambiental es parte, como se dijo en la Introducción, de una sociedad con baja acumulación
de excedentes.

La diversidad cultural humana ha corrido pareja con su expansión sobre la tierra, pero su
presencia en la mayor parte de ella va acompañada de una menor diversidad cultural, con la
homogeneización de las culturas y con el fin de numerosas fuentes de vida.

Colombia hace parte de un proceso mundial que tiende a la homogeneización de patrones y


hábitos culturales. La sociedad toda, en las regiones, en los campos o en las ciudades, se ha
visto permeada por su predominio. La extensión de ciertos modelos culturales implica una
mayor utilización de productos y un consumo general creciente de bienes.

Esto significa, por un lado, formar parte de un proceso global que afecta a los residentes en
ciudades o áreas urbanas y se extiende a la vida rural e impone una manera específica de
utilizar los recursos naturales y demandas por bienes y servicios. El campesino actual dista
mucho del productor de antaño, relativamente autosuficiente, con una ética estricta de
austeridad y de bajo consumo, aislado del resto del país.

Por otro lado, desde una perspectiva opuesta, estos fenómenos culturales y la reubicación
de la población en ciudades, son relativamente recientes en Colombia y, como tales, crean
necesarios reajustes en otros niveles del comportamiento social. Es decir, si bien se han
impuesto ciertos patrones culturales comunes, estos están aún en proceso de sustituir los
antiguos modelos. No han corrido paralelos con el surgimiento de nuevas pautas de arraigo
al medio urbano, de manejo de los espacios como espacios colectivos; está aún en camino
una reinterpretación de los roles regionales, de los familiares, de las relaciones entre las
generaciones y, por supuesto, de los étnicos, para mencionar algunos de ellos.

La diversidad cultural del país, tanto la étnica como la regional, pueden servir como base de
construcción nacional, pues en un sentido amplio es tan grave el fin de la diversidad
biológica, como el de la cultural.

La diversidad humana aún existente es fruto de la historia exitosa de su expansión


territorial, y si bien ha ocasionado la ocupación casi completa del planeta y la destrucción
de fuentes de vida, puede utilizarse en la protección ecológica. La protección ecológica
debe considerar las necesidades económicas y sociales de las poblaciones locales, en vez de
pretender excluir la actividad humana. (Ver por ejemplo, Poole, 1989). Ciertas formas de
desarrollo son compatibles con la conservación de ambientes naturales.

Existen sin embargo, estudios que muestran la complejidad de la convergencia entre


explotación tradicional de recursos y conservacionismo, pues no todas las formas
tradicionales lo permiten, entendida la protección en los términos nuestros (Ibid). De allí la
importancia de conocer de la mejor manera la relación de nativos, campesinos y otros
pobladores con el medio ambiente; reconocer sus necesidades de producción, las demandas
de recursos y el reclamo de autonomía dentro de sus territorios.

El éxito de las políticas de mitigación de efectos indeseables sobre el ambiente radica en el


conocimiento por parte de las acciones oficiales de las peculiaridades cognoscitivas y las
diversas prácticas culturales, de manera que la población sea activa y convencida partícipe
de planes y programas.

La Región en la ideología nacional

Las ciencias sociales han explorado desde sus inicios las bases de la consolidación y
diferenciación de los grupos humanos a partir del contraste entre nosotros y los otros. El
antropólogo brasileño Ruben Oliven, por ejemplo, menciona a Marcel Mauss y a Emilio
Durkheim, quienes compararon los símbolos externos y los emblemas a través de los cuales
se representan las naciones modernas y también los clanes primitivos y que permiten
diferenciar cada grupo. Cita también a Lévi-Strauss, quien al hablar de la ilusión totémica,
mostró que sirve para distinguir a los hombres unos
de otros. Pero las sociedades estatales tienen una
historicidad propia que procura integrar sus
diferentes partes desde el punto de vista territorial,
regional y social. Tienen ideologías que enfatizan
una sólida integración y se presentan como antiguas
y a veces inmemoriales (Oliven, R., 1992).

La consolidación de la unidad nacional, no obstante, es un proceso relativamente reciente


no sólo en nuestro caso, sino como fenómeno histórico occidental. A lo largo del mismo se
conforman tradiciones, nuevas y viejas, como dicen los historiadores y se enfatizan ciertos
rasgos culturales como distintivos de la unidad nacional.

La forma conceptual de explicar estos rasgos, dice el historiador Perry Anderson, se ha


desplazado en Europa, desde la noción de carácter nacional a la de identidad nacional, hoy
en boga. Explicaciones sobre el carácter nacional francés, británico, italiano, germano, se
encuentran en ensayos de diferentes pensadores, entre los cuales sobresale D. Hume. A
comienzos del siglo veinte, el carácter nacional se volvió tema de tratados teóricos
mayores, con distintas perspectivas, como la de A. Fouilleé en Francia o la de Otto Bauer
en Austria, con influencia marxista este último (Anderson, P., 1991). Pero hacia los años
sesenta, dice Anderson, ya no se consideraba serio este tema en razón de que el mundo
cultural y los ingredientes que se suponía caracterizaban cada nación europea habían
sufrido de hibridación y homogeneización. Desde los valores hasta los objetos de uso
cotidiano, desde la socialización y la moral, hasta los patrones de consumo. "Los viejos
significantes de diferencia se habían desvanecido progresivamente" (Ibid: 6).

Desde los años ochenta, el discurso de la diferencia nacional, continúa Anderson, se dirigió
a la identidad nacional. Esta noción, a diferencia de la de carácter, es más selectiva, menos
global y tiende a basarse en rasgos de esencia y no en caracteres típicos de un grupo; es
relacional y se hace necesaria la noción de alteridad, pues no es autocomprendida. Como
concepto es simultáneamente más profundo y más frágil y puede tender a la metafísica.
Supone un autorreconocimiento, de manera que posee una dimensión subjetiva y
autorreflexiva, mientras que el carácter supone rasgos objetivos, conscientes o no.
Finalmente, la identidad nacional implica un proceso de selección en el cual las
experiencias colectivas se decantan y simbolizan. La memoria adquiere una mayor
importancia que en el carácter y el campo político es su arena natural. Ciertas experiencias
históricas se llevan a un plano emblemático y sirven de fundamento a ideologías de unidad
nacional que a menudo ocultan la división y la desigualdad (Anderson, cit.).

Ahora bien, la región actual tiene como referente necesario al estado nacional, con el cual
mantiene relaciones múltiples, contradictorias y a menudo conflictivas. En la relación entre
las regiones y la nación se crean también símbolos de diferenciación y contraste a partir de
representaciones sobre lo que sería el carácter propio regional y simultáneamente se
establece la pertenencia al conjunto. Unos y otros, contrastes y vínculos, se establecen de
manera diferencial según cada historia regional y según la relación geopolítica y económica
construida a lo largo del proceso de conformación de la unidad del estado nacional.

Las regiones sufren una adscripción al estado nacional, que las sitúa de manera desigual, no
homogénea, les atribuye ciertos rasgos y les asigna roles específicos.

Si se examinan con detenimiento las características que particularizan cada región y que
serían la base fáctica del arraigo regional, no sólo son cambiantes a través del tiempo, sino
además relativamente difusas. Si bien las regiones pueden definirse con base en refencias
físico-naturales particulares que delimitan unidades espaciales naturales, la pertenencia y la
definición misma de la región, son construcciones que sobre las bases naturales tejen
relaciones particulares y sistemas de signos y símbolos de identificación, relativamente
arbitrarios.

El proceso de consolidación y afianzamiento del estado nacional implica, como se ha dicho,


la selección de rasgos culturales y también la reiteración y delimitación de fronteras
culturales tanto como de las geopolíticas, como dice R. Oliven. Pero ese intento de forjar
unidad cultural y como ideal alcanzar la homogeneidad, conduce simultáneamente a un
manejo de las diferencias culturales dentro de la nación. Por un lado, como procesos de
exclusión y negación de la diversidad de culturas dentro de la nación, como luego veremos;
pero por otro, también incluye y resalta determinados elementos y tradiciones. En el caso
colombiano se resalta a Colombia como un país de regiones, cada una peculiar y con rasgos
distintivos, que no siempre tienen valoración positiva, y a menudo sirven como
explicaciones naturales de fenómenos sociales. Características biológicas, raciales,
climáticas, del medio geográfico pretenden tipificar cada región y explicar la situación
regional, destacada o marginal dentro del conjunto.

Pero más aún, las regiones mismas pueden convertirse en parte de la ideología de identidad
nacional. Perry Anderson al comentar la obra de Fernand Braudel sobre la Identidad de
Francia, señala cómo Braudel dedica la primera parte a describir las principales regiones de
Francia y proclama que este país es especial dentro del continente europeo por la variedad
de nichos físicos regionales. Braudel insiste en este punto y celebra la diversidad francesa
como un rasgo de identidad. Por supuesto, dice Anderson, desde el punto de vista teórico,
Braudel otorga una primacía histórica a las determinaciones espaciales, que son para él las
más importantes en la historia profunda. Pero si bien los contrastes climáticos de Francia
entre una zona Mediterránea, otra Atlántica y una Continental son reales, no son suficientes
para tener mayor diversidad regional que otros países europeos, por ejemplo Alemania o
Italia. Para Anderson, en Francia la idea popularizada de la variedad nacional como motivo
ideológico hay que buscarla más bien en la temprana unidad nacional, distintiva francesa y
en su papel como compensación simbólica del triunfo del estado unitario. En este caso
también los atributos de identidad son menos específicos que aparentes y pueden leerse
menos como hallazgos empíricos y más como puntos fijos de la ideología nacional
(Anderson, 1991). Las ideologías nacionalistas trabajan sobre mitemas básicos, retrabajan
las mitologías étnicas y las tranforman en espacio poético y memoria heroica (Ibid).

En nuestro caso, el país se ha representado desde las éliites hasta la conciencia del hombre
común, como un país de diversidad regional, y cada una con su propia cultura. Se llega con
relativa frecuencia a cuestionar y descalificar normas y políticas nacionales en aras de su
inaplicabilidad por las marcadas particularidades regionales y locales. Esta es una ideología
de amplia aceptación, incluso por quienes se sienten con conciencia culposa desde el
centro. A diferencia del mencionado caso francés, su importancia como motivo de la
ideología de identidad nacional tal vez se encuentre en la misma debilidad y precariedad de
la integración nacional. Quizás también entra en juego el ocultamiento de la variedad
cultural que atraviesa las mismas regiones y que se excluye o se silencia cuando éstas se
oponen como conjuntos culturales específicos frente a la nación. La diversidad cultural
suele así ser entendida como variedad de culturas regionales. Este es tal vez el rasgo con
mayor consideración dentro del colombiano como peculiaridad atribuida del país y
difícilmente se encuentra arraigo más poderoso.

La Región y la conformación de la unidad nacional

Se ha insistido con frecuencia en la implantación de la Constitución Política de 1886, que


optó por un modelo de relaciones entre región y nación y entre estado nacional y modelos
de cultura nacional. De todas maneras es necesario referirse a este modelo político, pues a
través de él, al menos como patrón ideal, se fijaron las bases para la unidad nacional y se
proporcionó el marco político para los vínculos entre las unidades regionales y el conjunto.

Como es conocido, estuvo inspirado en la hegemonía del centro sobre las regiones. Los
centralismos administrativo, fiscal y político, que pregonó esa Constitución, pretendieron
dar fundamento a la consolidación de un estado nacional frente a la fragmentación y
contraposición de poderes locales. El programa de la Regeneración triunfó en contrarréplica
de los excesos ultrafederalistas que debilitaron el orden interno (ver Bushnell, D., 1993). La
constitución denominó departamentos a los estados federales y dejó limitado poder a las
Asambleas Departamentales, colocó el nombramiento de los gobernadores en manos del
presidente y consagró un monopolio del partido en el gobierno sobre el poder ejecutivo en
todos los niveles. Bushnell agrega que la total exclusión de uno de los partidos nacionales
sirvió para exacerbar el sectarismo político y de manera indirecta al incremento de la
violencia campesina.

Pero la exclusión no fue sólo de los partidos diferentes al triunfante, sino de todo lo que se
saliera del modelo católico hispanista.

Las regiones quedaron así supeditadas a los dictámenes del gobierno central. Los vínculos
entre éstas y el gobierno quedaron en manos de dirigentes políticos y élites locales, quienes,
mediante una red de intermediaciones manejadas a través de las maquinarias partidistas,
hacían de puente con la dirigencia y el gobierno nacional. En forma simultánea, en cada
región tomó fuerza el sentimiento contra el centralismo como fuerza opuesta al progreso
regional. Las evidentes diferencias geográficas, la precariedad de las comunicaciones, el
relativo aislamiento de cada una, alimentaron la idea de la particularidad regional y el
resentimiento contra un centro que las desconocía. Los dirigentes locales desde entonces y
hasta el presente, alimentan esta tendencia local y se sirven de ella en el juego político, para
sacar partido a nivel central.

Interesa, sin embargo, resaltar las progresivas fisuras en la red de intermediaciones entre
región y estado nacional a través de las maquinarias partidistas. En la medida en que se
debilitaron los centralismos, perdió poder esta red de intermediación. Los acuerdos
nacionales suprapartidistas del Frente Nacional, los cambios en la ubicación espacial de la
población y la consiguiente debilidad de los controles tradicionales que se ejercían en las
localidades, fueron algunos elementos de un cambio en la relación estado-región, marcado
por el descrédito de la efectividad de los partidos políticos. El sistema de valores y
controles culturales que sustentaban esas relaciones entraron en crisis con la paulatina
urbanización. La emigración de las élites locales hacia las ciudades como parte funcional de
la reproducción de esa normatividad, hizo parte de su debilitamiento.

Otra señal particular de la crisis de los controles sociales ha sido el debilitamiento de las
creencias religiosas tradicionales (católicas), como modelos normativos. Ya Fernán
González en diversos trabajos mostró la importancia de la Iglesia Católica como
constructora de unidad nacional y su contribución a la identidad nacional. Esta ha sido, por
supuesto, otro canal de comunicación entre lo local y lo nacional y formó parte del conjunto
cultural ideal para servir de fundamento a la cultura nacional. Este ideal, como es sabido,
excluía y aun condenaba importantes diferencias culturales dentro del ámbito nacional, bien
como síntomas de atraso o amenazas para la unidad nacional y aún como inmorales y por
tanto inaceptables. La pérdida de influencia del modelo cultural impulsado por la Iglesia
Católica abrió la posibilidad para que se consideraran con otra óptica las diferencias
culturales y se permitiera la formulación de un estado nacional pluricultural, al menos como
modelo posible. Su pérdida de influencia dentro de la ideología de unidad nacional,
también contribuyó a la necesidad de redefinir la participación regional en las decisiones
nacionales.

El debilitamiento de los vínculos partidistas como vehículos centrales de la relación entre


región y nación, llevó a una búsqueda de una nueva relación con mayores derechos
políticos y mayor reconocimiento de las regiones en las diferentes instancias decisorias, que
se plasmó en el variado conjunto de medidas de los últimos años sobre descentralización.

Hemos asistido en la última década a una reinterpretación de los roles regionales y al auge
de la regionalidad como peculiaridad de la nacionalidad colombiana.

Pero el entusiasmo regionalista diluye y anebla otros fenómenos: la jerarquización y


desigualdad de los espacios regionales, la existencia de otras formas de diversidad cultural
y la particular relación que parece existir entre marginalidad regional y diversidad cultural
y aún biodiversidad en general.

Las regiones con presencia importante de diversidad de culturas nativas ocupan una
posición particular dentro del conjunto nacional. El antropólogo P. Wade se ha detenido en
la constitución espacial de la sociedad, pues toda sociedad crea una zonificación que
concentra espacialmente interacciones sociales y prácticas sociales rutinizadas (Wade, P.,
1991). La interconexión y la interdependencia de las regiones constituidas hacen parte de la
conformación espacial de la sociedad global. Las regiones que emergen tienen no sólo un
significado en la nacionalidad, sino que expresan relaciones y clasificaciones étnicas y
raciales (Wade, Ibid).

El Chocó, por ejemplo, hace parte de una jerarquía de espacios regionales que sitúa en una
escala ascendente la importancia sociopolítica de cada región, sus oportunidades de acceso
a recursos y la valoración de la misma en el conjunto. La posición en la base de la escala se
relaciona con su composición étnica y racial (ver Wade, cit.)

La historia colombiana llevó a la constitución de regiones con estructuras económicas,


demográficas y políticas, así como mezclas raciales diferentes, que sirvieron como base
para una diferenciación cultural más amplia. La identidad por origen regional ha tenido
simultáneamente un significado sobre origen racial, de manera que "la raza se regionalizó"
(Ibid).

La ideología del mestizaje, entendiendo el blanqueamiento como lo deseable, hace parte de


la ideología nacional y se afianza espacialmente, de manera que ciertas regiones se ven
como periféricas y atrasadas por ser racialmente negras o indias, como el caso del Chocó.
La discriminación hace parte no evidente de esta categorización socioespacial, que tiene
implicaciones en diversos órdenes de la vida regional y para quienes allí habitan. Basta
mirar los indicadores de calidad y cobertura de servicios incluidos en otros capítulos, para
apreciar una dimensión de sus implicaciones.

La identidad nacional fusiona en su concepto lo factual y lo ideal y captura, a través de


símbolos, el pasado y anuncia el futuro, como expresa Anderson (1991). En la
reinterpretación de los roles regionales en Colombia, la ideología regionalista bien debe
empezar a contemplar, para el futuro, su propia diversidad.

II

PERFILES DE LA HISTORIA CHOCOANA

LA ECONOMIA predominante a lo largo de la


historia chocoana ha sido la extractiva, cuya
característica principal es exportar los capitales
generados. La permanente exportación de riqueza,
minera, maderera, pesquera, incluso en menor escala
agropecuaria, no condujo a una acumulación local.
Los ciclos de auge económico se depositaron fuera de
la región y la infraestructura básica económica y de servicios no se modificó
sustancialmente. Incluso los modelos culturales nativos (indios y negros) han tenido una
alta permanencia a través de estos ciclos.

Germán Colmenares muestra que desde el siglo XVI, los pobladores de las provincias de
Popayán y Antioquia intentaron repetidamente la ocupación definitiva del Chocó, pues ya
se conocían sus riquezas en oro. Sin embargo, este proyecto no era de interés para la
metrópoli, por sus posibles efectos sobre la población nativa. A pesar de ello, en 1666 se
autorizó a las autoridades de las gobernaciones vecinas la reducción de indígenas. Algunos
caciques pronto se convirtieron en tributarios y entraron 100 esclavos negros para trabajar
en las minas. En el poblamiento competían las gobernaciones de Antioquia y Popayán y
misioneros de distintas órdenes (Colmenares, G., 1975).

Hernández (1993), con base en varios investigadores, menciona que el territorio chocoano a
comienzos de la colonia estaba ocupado por chancos en el río Garrapatas, yacos en el alto
Calima, tootuma e ingarae en el río Sipí, noanamá (wanana) en el bajo san Juan, surucos en
el río Quito, poromeas en el Bojayá y cunas en el bajo Atrato. Los tatamá y los ima del alto
San Juan y los citará del alto Atrato eran subgrupos emberá a quienes los españoles
llamaron genéricamente chocó. Entre los mismos emberá existían diferencias culturales
expresadas, por ejemplo, en la pintura corporal y en variedades dialectales (Vargas, 1993).

Según documentos del siglo XVII los españoles subdividían el territorio en provincias
indígenas. Varios grupos fueron forzados al trabajo minero en el San Juan y afluentes del
Atrato. Pero a mediados de ese siglo se produjeron grandes rebeliones indígenas que
arrasaron los centros mineros y los poblados coloniales y culminaron con la búsqueda
masiva de refugio en tierras apartadas, algunas hacia la cuenca del Pacífico. A lo largo de
los siglos coloniales ocurrieron numerosos desplazamientos de etnias nativas y la
reubicación y aún fusión y desaparición de otras.
En 1684 se produjo otra importante rebelión de los indígenas del norte del Chocó, en la
provincia de Citará, que llevó a la interrupción de los trabajos en las minas, especialmente
en el pueblo de Neguá, donde los antioqueños habían llevado un alto número de esclavos.
La pacificación, dice Colmenares, fue catastrófica pues "diezmó la población indígena y
dispersó los esclavos". En el último cuarto de siglo XVII se llevó a cabo la reducción
definitiva de los indígenas, hecho que abrió un nuevo auge del oro con repercusiones en
toda la Nueva Granada. Se beneficiaron empresarios de Popayán y Cali y otros que habían
contribuido a su pacificación (Colmenares, 1975: 135). Desde entonces el oro se convirtió,
con auges y retrocesos, en el cordón de unión del Chocó con el resto del país.

P. Wade plantea que durante el régimen colonial la región fue una frontera minera, al
margen de los centros de desarrollo. Los blancos eran muy pocos, mineros,
administradores, comerciantes, soldados y misioneros (Wade, P., 1989). Los campamentos
mineros, organizados en cuadrillas bajo estricto control, se trasladaban continuamente.
Wade cita a Sharp, al comentar que el 90% de las cuadrillas tenían más de 30 esclavos
(Wade, P., 1990).

Paulatinamente se establecieron pobladores libres, negros que habían comprado su libertad


gracias al trabajo minero durante sus días de descanso; cultivaron las vegas de los ríos y
continuaron lavando oro, que vendían en los pueblos (Ibid).

La población indígena fue obligada a cultivar y realizar distintas obras para los
campamentos mineros, a pesar de la expresa prohibición de las normas coloniales.

La población blanca fue siempre reducida y no intentó en la época colonial poblar la región
ni la colonización agrícola; el mestizaje fue escaso. Los blancos mantuvieron una fuerte
barrera social, alimentada entre otros por el temor a las rebeliones de esclavos. El
asentamiento inestable de éstos contribuyó al escaso mestizaje.

Los libres se retiraron a la selva, con poco contacto con los blancos y fueron en aumento
por la manumisión y el crecimiento demográfico. Algunos negros y mulatos libres tuvieron
esclavos, pero siempre menos de cinco, que era el número requerido para ser admitidos al
gremio de los mineros. De esta manera quedaron relativamente aislados del sistema
colonial local. A su vez, entre los libres y los indígenas se establecieron relaciones
comerciales y de compadrazgo pero tampoco se dio un mestizaje de importancia (Wade, P.,
1989). La sociedad colonial vio en el Chocó un sitio inhóspito, utilizado para extraer
recursos y gastarlos fuera (Ibid).

En 1778 el Chocó tenía, según fuentes documentales utilizadas por Sharp (citado en Wade,
1989), un total de 14.662 personas; de éstas 2.3% eran blancos, 36.9% indios, 21.5%
negros libres y 39.2% esclavos. Es claro el predominio étnico afrochocoano. Según la
misma fuente, la proporción de blancos en el Chocó era la más baja, en comparación con
Antioquia (17%) y la Costa Atlántica (10.8%). Esta proporción de blancos descendió al
1.6% para 1808. Ya para entonces, en el Chocó los libres eran el 60.7% de la población
(25.000 habitantes), los indios habían bajado al 17.8% y los esclavos al 19.8%. Estas
tendencias de descenso de los indios, los blancos y los esclavos, numérica y proporcional,
continuó, dice Wade, hasta la manumisión de los esclavos en 1851.
Entre los rasgos históricos de poblamiento, vale la pena resaltar el asentamiento ribereño
disperso, que se dio en estrecha relación con el modelo minero. La actividad agrícola fue
practicada desde un comienzo por pequeñas comunidades indígenas y negras, mediante el
uso alterno de distintos medios y recursos; estas últimas tomaron de los indígenas patrones
de referencia socioeconómicos basados en grupos de parientes y en una agricultura
itinerante que aprovechaba los ciclos de oferta de recursos naturales de las distintas cuencas
fluviales. Con el tiempo se establecieron entre ambos grupos vínculos de compadrazgo,
comercio e intercambio de conocimientos etnobotánicos, etnomédicos y mágicos (Arocha,
J., 1993b), intercambios no exentos de conflictos y confrontaciones.

Las posteriores olas migratorias hacia el Chocó, por ejemplo, alrededor del caucho y la
tagua a finales del siglo pasado y del repunte del oro a comienzos de este siglo, atrajeron
inmigrantes de distintas zonas del país y entre otros a sirio-libaneses. Las corrientes
migratorias más recientes en el Urabá chocoano, o la influencia antioqueña y caldense, se
comentan a lo largo del texto, en relación con cada subregión chocoana.

La minería del oro continuó siendo, de todas formas, el eje del proceso social y económico
de la zona, con épocas de auge y retroceso. Los años 20 de este siglo abrieron uno de estos
ciclos que se cerró hacia el final de esa década con una profunda depresión de quienes
vivían de la minería industrial y su comercio local. La extracción de oro tuvo un nuevo
repunte en la postguerra y de nuevo, a mediados de los años setenta decayó el monopolio
extractivo. La década pasada trajo la proliferación de la minería semiindustrial y de la
pequeña explotación con motobombas, como veremos.

Vale la pena mencionar que a partir de los años cincuenta se acentuó la emigración de la
élite blanco-mestiza del Chocó hacia diferentes ciudades del país. Varios elementos
confluyeron para acelerar la salida de la mayoría de las familias: por una parte, el Chocó
había dejado atrás unas décadas de relativo auge, cuando barcos cargados de mercancías
extranjeras remontaban el Atrato, el comercio local florecía y aún se intentaba establecer
industrias de gaseosas y jabones. La distancia entre el Chocó y otras regiones
paulatinamente se acrecentó; las oportunidades educativas, laborales y de ascenso social
estaban fuera de la zona, cada vez más periférica.

Wade (1990) enfatiza, como influjo para la emigración blanca, el ascenso de sectores
negros educados que paulatinamente presionaron sobre la maquinaria partidista, la
burocracia y la administración regionales y circunstancias como el incendio de Quibdó en
1966, que destruyó justamente lo poco que quedaba del sector blanco tradicional.

Como síntesis, podemos decir que en el Chocó han prevalecido tres grandes
modelos socioculturales, indígenas, afrochocoanos y blancos, que interactúan y
han tenido una desigual distribución de recursos económicos y una desigual
valoración social. A lo largo del tiempo se han transformado y confrontado,
pero también se han imbricado, unidos por su condición de periferia.

Las poblaciones nativas emberá y wanana se reacondicionaron como producto


del contacto colonial. Hoy día su ubicación preferencial son las partes altas y
medias de afluentes del río San Juan, el Baudó y el Bojayá, donde núcleos de
familias extensas practican la agricultura itinerante. Grupos de parientes culturalmente
definidos se entrelazan a lo largo de vastas extensiones, que recorren en función de
celebraciones rituales, prácticas curativas, resolución de conflictos. El patrón social
segmentario comentado en la literatura antropológica, sigue una dinámica de atomización o
nucleamiento según las circunstancias (Vargas, 1993).

La creación de territorios delimitados bajo la figura de resguardos a propiciado


reasentamientos y el surgimiento de nuevas figuras de prestigio y poder, diferentes de la
tradicional del jaibaná, figuras que a su vez se articulan con organizaciones
departamentales y nacionales de carácter étnico reivindicativo.

Los ensayos de etnografía emberá se detienen en la relación entre la cultura y el medio


natural, entrelazados a través de complejos de significado, con intervenciones muy
normatizadas. Conocimientos botánicos, sobre el comportamiento animal, los suelos y
ecosistemas, están sólidamente integrados dentro de las nociones de vida, origen y
conservación de la vida humana y las distinciones míticas entre lo humano y lo no humano
(ver detalles en el trabajo de grado de Hernández, C., 1993). Para los emberá, como para
otras culturas indígenas, en el origen existió una continuidad sociedad-cultura-naturaleza,
donde los héroes culturales hombres-animales, van distinguiendo los elementos de la
naturaleza. A partir de luchas y competencias de distintos héroes, los mundos se van
separando y el hombre-animal se escinde en dos mundos particulares, mientras en otros
mundos alternos, subterráneos y aéreos, subsisten rezagos de esa primera unidad. El
hombre domina los animales en este mundo, pero frente a ellos, como frente a otros
recursos, las transacciones nunca están finalizadas; es preciso cuidar las relaciones con
ellos y sus dueños y para ello los jaibaná, deben realizar una intensa y constante acción
propiciatoria. Cada suceso social está conectado en forma compleja con entidades mítico-
naturales que cada hombre debe respetar (Hernández, C., 1993; Vasco, L. G., 1985). Existe
pues, una estrecha conexión entre relaciones sociales, creencias y uso de los recursos y
conceptos sobre la sociedad humana y su puesto en un universo extenso de fuerzas, como
D. Forde expresó respecto a otras sociedades nativas (Forde, D., 1954).

El modelo ahora denominado afrochocoano para enfatizar la herencia cultural afro, cubre la
mayoría de las áreas rurales chocoanas. Se estima que constituyen el 84% de la población
del Chocó (Losoczy, A. M.; citada en Arocha, J., 1993b). En cierta medida, por intercambio
de influencias y también por procesos adaptativos similares, este modelo guarda
semejanzas con el anterior. Sus rasgos centrales son una población dispersa por las riberas
y las costas, que aprovecha en forma cíclica y extensiva las terrazas cultivables, la pesca y
la minería del oro. La apropiación territorial busca el aprovechamiento de distintos recursos
de selva y río. Los grupos de parientes dispersos en una vasta área mantienen numerosos
mecanismos de apoyo y encuentros religiosos, festivos o de duelo. En lo religioso se
conectan y confluyen lo festivo y lo doloroso, lo sacro y lo profano, con débiles fronteras
entre ellos. Alrededor del juego, del baile y del drama y su puesta en escena, con la música
omnipresente, se aglutinan, resuelven sus conflictos y renuevan sus vínculos. (Con base en
conferencias de Vargas y Ferro, 1992 y Arocha, J., 1993 a y b).

Si bien la población mayoritaria es rural, los cascos urbanos reciben un flujo permanente de
pobladores que circulan entre unos y otros, por un lado en busca de salud, educación y
empleos temporales y, por otro, van al campo por los recursos estacionales y las cosechas
de arroz, maíz , plátano. Las organizaciones de pobladores negros habla ahora de la
continuidad campo-poblado, para denominar este circuito.

En el tercer modelo, una población minoritaria, situada en los principales cascos urbanos y
en las áreas de influencia de Urabá, Córdoba, Antioquia y Risaralda, practica la agricultura
y la ganadería de corte andino, el comercio o sirven de intermediarios en la extracción
maderera, minera y pesquera. Unos pocos pertenecen a la tradición blanca que data al
menos de comienzos de siglo; otros de olas de colonización campesina especialmente desde
los años cincuenta y sesenta; los más recientes llegaron en los años ochenta atraídos por las
explotaciones semi-industriales de oro.

Aquellos que provienen de varias generaciones de chocoanos, unas pocas familias hoy en
día, a pesar de que mantuvieron barreras raciales y culturales que inclusive llegaron a
delimitaciones claras socio-espaciales, adoptaron costumbres y numerosos rasgos de los
afrochocoanos: el habla, la sexualidad, la estructura familiar, la expresión corporal, el papel
del vestuario, algunas comidas, el manejo de la agresión, el significado del río, entre otros.

Aunque en el Chocó existió hasta los años cincuenta un sistema de exclusiones raciales que
cobijó el acceso a los mejores planteles educativos, señaló el lugar para escuchar las
retretas en el parque de Quibdó, fijó el lugar de residencia, prohibió el acceso a las fiestas
de blancos, caracterizó la comida de negros o de indios y estratificó las ocupaciones, a
pesar de todo ello, se entrecruzaron numerosos hilos culturales entre estos tres modelos.

Abuelas blancas chocoanas contaban que por los tiempos del fin del siglo pasado un cura
maldijo el Chocó; entonces un gigantesco mero desbordó el Atrato y las aguas de los ríos
cercanos fueron cubriendo el pueblo; muchos huyeron hacia sitios apartados, pero otros
murieron devorados por el feroz pez carnívoro. Afirman que los emberá encuentran a veces
en ciertos sitios de su territorio jais, monstruos que residen en ciertos lugares de los ríos y
tienen tamaño descomunal; el nunsí, parece un pez gigantesco y feroz que devora a quienes
caen al agua y causa el terror (Hernández, C., 1993).

Pero más allá de muchas creencias compartidas, los tres grandes tipos de pobladores, hasta
el presente, se sienten partícipes de una región abandonada, donde el auge descentralista
amenaza sólo con dejar nuevas obligaciones y reproducir la jerarquización espacial.

Desde el centro existe ahora un nuevo interés en esta periferia, el de la gran biodiversidad,
cuya permanencia sin duda obedece a la prevalencia de modelos culturales de explotación
no intensiva de los recursos.

A pesar de la relativa desarticulación del territorio departamental en términos de circuitos


productivos, de comunicaciones y de acción institucional, los nuevos repuntes extractivos
(oro, maderas, pesca) tienen un efecto sin precedentes sobre la población rural, afro y
amerindia.
En la actualidad los auges extractivos han traído un número elevado de empresarios. Su
actividad tiene un efecto devastador sobre los ríos, la fauna acuática, los suelos de ribera,
ejes de la subsistencia chocoana y de su diversidad cultural.

La población rural aislada resiente también los efectos de las nuevas actividades extractivas
y de la colonización agrícola de ciertas zonas, como una presión y un atentado en contra de
su posesión territorial y sobre la producción de los modelos productivos no intensivos.

La muy reciente expedición de la ley 70 de 1993 sobre Comunidades Negras, se propone


ofrecer mecanismos para garantizar que no sean arrasadas estas comunidades. Pero la
población se encuentra con fuerzas contradictorias, que por una parte cambian sus modelos
culturales y su hábitat, pero por otra, ofrecen una oportunidad de mayores ingresos

III
LA POBLACION CHOCOANA Y SU ENTORNO

El espacio físico natural

El territorio chocoano, al noroccidente de Colombia, se extiende sobre 46.530 km,


atravesado por un gran valle de orientación norte-sur, por donde corren
los ríos Atrato y San Juan. Para 1993 el censo arrojó una población
ajustada de 365.782 habitantes (1) (Ver Mapa Nº 1 y Cuadro Nº 1).

Los ríos han sido los ejes del poblamiento, de la vida productiva, de la
identidad social colectiva. Además del Atrato y el San Juan, son de
importancia para el departamento el Andágueda, Baudó, Beberá,
Bebaramá, Bojayá, Capá, Docampadó, Domingodó,
Munguidó, Opogodó, Quito, Salaquí, Tanela, Condoto y Tamaná
(IGAC, 1986).

Desde el punto de vista físico natural, "La región de Chocó es el


epítome de la selva
húmeda tropical" (Gentry, A., 1990,: 40). En rigor y de acuerdo con la terminología de
las biozonas de Holdridge, es el único lugar del neotrópico en donde se encuentra el
verdadero "bosque pluvial tropical". Unica en términos ecológicos, esta región es muy
probablemente la más lluviosa del globo y es igualmente probable que en alguna parte
de su geografía se encuentre el punto más húmedo del planeta (Ibid).

Cuadro No.1
CHOCO, POBLACION POR MUNICIPIOS, 1973-1993

Area Poblacion censada


Minicipios Mpal.Km2 1973 1985 1993

Quibdó 6.164 53.199 75.524 105.172


Acandí 1.858 8.145 8.402 9.555
Alto Baudó 2.195 11.927 9.633 17.019
Bagadó 979 8.264 5.977 13.938
Bahía Solano 1.150 5.548 5.674 6.894
Bajo Baudó 4.840 18.917 17.063 15.930
Bajo San Juan -- 8.733 -- 6.831
Bojayá 3.693 7.932 6.150 7.904
El Carmen 1.017 7.422 5.790 8.169
Istmina 6.414 29.144 29.086 32.667
Juradó 992 2.983 2.747 4.038
Lloró 905 7.975 6.006 9.622
Nóvita 1.184 8.093 7.302 6.486
Nuquí 956 4.401 4.478 5.252
Riosucio 10.376 15.484 20.450 27.666
San José del Palmar 766 7.281 5.636 6.258
Sipí 1.561 2.644 2.755 2.831
Tadó 878 18.697 14.755 19.056
Unguía 1.179 5.445 9.534 10.782
Condoto 890 18.989 12.969 13.952
TOTAL 245.223 249.931 328.022

FUENTE: DANE, Censos 1973, 1985, 1993, Bogotá.

Otra peculiaridad ecológica de la zona, según Gentry, es la frecuencia con que se


presentan en ella los suelos más deslavados y pobres en nutrientes: el subsuelo de
arcilla blancuzca que se encuentra en algunas áreas es uno de los de menor contenido
de elementos esenciales como el fósforo y de elementos menores como el boro y el
zinc.

Por otra parte, el Chocó se encuentra aislado biogeográficamente por las cordilleras
andinas del resto del territorio nacional. Esta característica natural ha incidido en una
aislamiento relativo de los principales circuitos económicos nacionales.

Como consecuencia de su peculiar ecología, de su aislamiento geográfico y de las


culturas que lo han poblado, el Chocó alberga una de las selvas más sui géneris de toda
Suramérica. El sur del territorio del Chocó al parecer contiene la proporción más elevada
de endemismo específico de todo el continente (Gentry, A., 1990:41). Pero la
biodiversidad chocoana tiene como características fundamentales mucha diversidad y
poca cantidad, lo que la hace ecológicamente frágil.

Su bosque aluvial "se ubica en terrenos temporalmente anegadizos o pantanosos de los


planos aluviales y terrazas del Pacifico" (Durán y otros, 1989: 67). Se destacan el
catival, dominado por el árbol de cativo y algunas formaciones en transición hacia la
selva neotropical inferior (Ibid). Actualmente el catival está restringido a la región
noroccidental, en los planos inundables de los ríos Atrato, León y Salaquí, debido a que es
el foco de atracción de los aserradores y las grandes compañías madereras. Su
desaparición tiene efectos múltiples, pues como se establece por Durán y otros, "el
catival y demás formaciones de selva aluvial contribuyen a mantener estable el cauce
de los ríos. Su carácter de formaciones riparias hace que el aporte regulado de
nutrientes y frutos a las aguas, contribuya al soporte de comunidades animales
acuáticas, tal como sucede en las várzeas de la Amazonia" (Ibid: 69).

El tiempo que requiere un árbol de cativo para su máximo desarrollo es entre 80 y 100
años; no se regenera naturalmente y se calcula, según el Plan de Fomento Regional
para el Chocó (DNP, 1961), que puede ocupar una zona por 200 años.

La mayor parte del territorio se encuentra dentro de las zonas de las calmas
ecuatoriales, por lo tanto el régimen de lluvias se prolonga durante todo el año. "Una
alta precipitación lluviosa se correlaciona, generalmente, con una gran riqueza en
especies vegetales y, sin lugar a duda, la espectacular diversidad que ostentan los
bosques chocoanos es el resultado directo de esta circunstancia" (Gentry, 1990: 43).

La humedad excesiva, aunada a la temperatura en el bosque húmedo tropical, alteran


los minerales primarios y causan la pérdida, por lavado, de elementos químicos
indispensables para la alimentación de las plantas. Esto impide el desarrollo genético del
suelo y lo expone a procesos erosivos. Estas características imponen limitaciones para
el uso intensivo agrícola del suelo y acentúan la fragilidad de los suelos cuando se
remueve la cubierta vegetal por actividades mineras o agricultura permanente.

Una peculiaridad más de las tierras bajas del Chocó es que familias de plantas,
generalmente circunscritas a las alturas andinas, se encuentran aquí a nivel del mar o
muy cerca. La presencia de estas especies de montaña es una más de las similitudes
que tienen las selvas húmedas chocoanas con los bosques de niebla.

En los bosques del Chocó la dispersión de semillas con la ayuda del viento es escasa, en
cambio la dispersión llevada a cabo por aves y mamíferos es alta. Más del 90% de las
especies de plantas leñosas son propagadas en esta última forma (Gentry, G.,
1990:44). El descenso de la fauna tiene entonces una vasta implicación sobre la
diversidad vegetal.

El Chocó, por la biodiversidad descrita someramente, se constituye en reserva y


patrimonio nacional. Pero distintas formas de intervención humana modifican con
celeridad el ambiente natural.

Características demográficas

A comienzos de los años sesenta el antropólogo G. Reichel-Dolmatoff describía el Chocó


como una región con 161.666 habitantes, de los cuales tan sólo 25.430 vivían en
centros nucleados de población y el resto en viviendas dispersas. Quibdó tenía cerca de
10.000 habitantes en 1961. Estimaba que el 80% de la población era "estrictamente
negroide", pero con una "cultura criolla" (Reichel-Dolmatoff, Gerardo y Alicia, 1966). La
conformación racial del Chocó la dividía así:

Negros 80 %
Indios 6%
Blancos y mestizos 4%
Mulatos 10 %

Actualmente, la población chocoana está constituida principalmente por los


afrochocoanos, en diferentes grados de mestizaje. Entre los grupos nativos indígenas se
encuentran los cuna, emberá y wanana (Ver Mapa Nº 2). En los centros urbanos y
ciertos sectores rurales de Quibdó, Istmina, Tadó, Unguía, Riosucio, Acandí, El Carmen
de Atrato y San José del Palmar, se encuentra población de colonos blancos
provenientes de Antioquia, Risaralda, Caldas, Córdoba y Valle del Cauca, principalmente.

La población indígena y negra se ubica al lado de los ríos, ejes primordiales para los
asentamientos humanos y su economía se orienta a los recursos ribereños y los de la
selva cercana.

En 1985 la mayor parte de la población censada (67.2%) era rural. Tan sólo el municipio
de Quibdó tenía el 63.5% de sus pobladores en la cabecera. En municipios como Sipí,
Bojayá y Alto Baudó, la concentración de habitantes en el casco urbano era realmente
insignificante. Para 1993 (Cuadro Nº 1) se observa una disminución moderada de la
población rural, que representa el 59.5% según el censo de ese año. Los únicos
municipios con mayor número de habitantes en la cabecera son Quibdó, que mantiene
casi la misma proporción del censo anterior (64.3%), Condoto (59.9%) y Nuquí (50.3%).

Por otra parte, es común que quienes viven en los poblados, tengan sus medios de vida
en el campo y respondan a una cultura rural. Son corrientes los flujos de pobladores
entre el campo y los poblados y cascos urbanos. Aquellos que dependen únicamente de
actividades como el comercio, los servicios o el sector politico administrativo son
escasos y se concentran principalmente en Quibdó, de manera que predominan las
culturas rurales en el departamento.

El incremento urbano en Condoto refleja al parecer, la intensidad de la afluencia de


mineros en la década pasada. El municipio de Quibdó concentra casi la tercera parte,
33%, de la población departamental (ver Cuadro Nº 1), con un total de 105.172
habitantes, de los cuales 67.649 se encuentran en el casco urbano de Quibdó. El
segundo municipio en volumen es en la actualidad Istmina (con casi el 10% de la
población), lo que reitera lo dicho sobre el auge minero en el San Juan; en 1985 el
principal era Riosucio, en el bajo Atrato, que cedió ligeramente en importancia en estos
años, pero tiene el tercer lugar en la población departamental (8.5%). Quibdó, Istmina y
Riosucio albergaban poco más de la mitad de la población censada (51.5%) en 1985,
proporción que se redujo en 1993 al 45.2%.
Estas tres concentraciones de población muestran los ejes socio-económicos del
Chocó: el centro político, administrativo y comercial, la minería de oro y platino y la
explotación maderera, respectivamente.

Otros municipios con cierta concentración de población son Tadó y Alto y Bajo Baudó;
este último descendió en población respecto a 1985. En el último período intercensal
crecieron en forma apreciable los municipios de Quibdó, Alto Baudó, Bagadó y en menor
cantidad Riosucio; descendieron en población en números absolutos Bajo Baudó y
Nóvita.

El Chocó sigue siendo eminentemente rural, pero de la población que vive en las
cabeceras, el 51% vive en la capital, Quibdó. (2)

En las décadas pasadas el Chocó expulsó población hacia la Costa Atlántica, Bogotá,
Medellín y Cali y en forma simultánea ocurrió migración interna hacia Quibdó, Istmina y
Riosucio (Ver Cuadro Nº 2). Pero de otra parte, un alto porcentaje de la población nació
en el mismo municipio; los inmigrantes corresponden en una alta proporción a
migraciones anteriores a 1980. Es decir, si bien existen movimientos migratorios de
chocoanos hacia y desde otras regiones y cierta movilidad interna, su ámbito es
relativamente circunscrito.

Las zonas de penetración de migrantes en las últimas décadas, se concentran en


Acandí, Unguía y Riosucio que reciben campesinos colonizadores oriundos de la región
paisa y de Córdoba; San José de Palmar, el Carmen y Bojayá, son zonas fronterizas y de
penetración antioqueña y caldense. Un número reducido de inmigrantes, comerciantes y
mineros, se dirigen principalmente al San Juan. El cordón minero tradicional, Tadó,
Condoto, Sipí, Lloró e Istmina, presenta los más altos índices de población nativa de allí, al
igual que la zona del Bajo y Alto Baudó.

Los Cuadros Nos. 3 y 4 registran la composición de la población por sexo y grupos de


edad y por municipios, para 1993.

CUADRO No.3
POBLACION POR SEXO Y GRUPOS DE EDADES, 1993

Edad Hombres Mujeres


0-4 25.414 24.880
5-9 27.107 25.850
10-14 24.402 22.437
15-19 18.694 17.638
20-24 13.037 13.786
25-29 10.460 11.879
30-34 9.348 10.542
35-39 8.042 9.054
40-44 6.840 6.512
45-49 4.890 5.120
50-54 4.329 4.505
55-59 3.051 3.082
60-64 3.103 3.050
65-69 1.748 1.775
70-74 1.567 1.629
75 y más 1.908 2.343
TOTAL 163.940 164.082
TOTAL POBLACION: 328.022

FUENTE: DANE, Censo 1993.

VER CUADRO No 4

En estos cuadros resalta que el 45.8% de la población (150.090 habitantes) es menor de 14


años. En 1973 la proporción era similar (45.6%). En el total nacional la población de estos
grupos de edad equivale aproximadamente al 36%.

Otro hecho de interés que se observa en el cuadro anterior, es la disminución en los grupos
de edad de 15 a 19 años con respecto al de 20 a 24 años. Esto podría explicarse a partir de
la emigración en busca de fuentes de empleo y estudio. La población migrante, en
apariencia, es ligeramente mayor en el sexo masculino.

En 1973, el promedio de hijos por mujer era de 5.3 para la región Pacífica; en ese año, el
28.6% de la población del Chocó vivía en zonas urbanas. Para 1985, la población urbana
aumentó al 32.8% y el número de hijos por mujer fue de 3.4, en tendencia similar a todo el
país. No se dispone aún de esa información para 1993.

La comparación de tasas de crecimiento demográfico entre 1964 y 1993 muestra una


reducción de las tasas de crecimiento especialmente entre 1973 y 1985, lo que indica
expulsión poblacional. Excepto la cabecera departamental, el resto crece a una tasa al
estancamiento demográfico (José Olinto Rueda, 1993).

En breve, los rasgos demográficos más sobresalientes son la importancia de la población


rural, la relativa baja densidad territorial, 5,5 hab./km2 y la concentración de población en
el casco urbano de Quibdó; la emigración hacia otras zonas del país es persistente, si bien
simultáneamente se recibe una corriente de otros departamentos y una parte importante de
la población rural presenta una gran estabilidad en sus asentamientos. En los últimos veinte
años, los cambios más destacados de población apuntan a la concentración urbana en
Quibdó. Han ganado población en mayor proporción Condoto, Bagadó y Alto Baudó.
Antiguos centros de penetración como San José del Palmar y El Carmen de Atrato
perdieron dinamismo y Riosucio tiende a estabilizarse. Algunos continúan expulsando
población, como Lloró, Nóvita y Sipí.

En el Chocó se hace evidente que el equilibrio entre densidad demográfica y recursos


naturales es la condición del mantenimiento de la biodiversidad en su más amplio sentido.
Las tendencias de concentración de población en ciertas zonas del Departamento pueden
implicar el desajuste de las formas adaptativas y la necesaria búsqueda de nuevas relaciones
socioambientales.

Condiciones de vida

Los antropólogos suelen sopesar con una mirada de relatividad cultural los parámetros de
medición de calidad de vida de los sujetos de estudio, para hacerlos dependientes de los
patrones e ideales de cada cultura. Pero en la medida en que las culturas locales se
entrelazan con las nacionales y se constituyen unidades mayores, ciertos parámetros pueden
describir las condiciones regionales y ofrecer una comparación con los de otras regiones y
el país como conjunto. Ilustran también la desigualdad en la distribución nacional de
servicios institucionales. En este sentido, se hace referencia a los principales indicadores de
condiciones de vida en el Chocó como una parte del conjunto de aspectos del complejo
sociocultura que se evoca al hablar sobre estas condiciones.

Un primer elemento se destaca: la importancia de los modelos rurales de vida y


simultáneamente la condición periférica chocoana que se refleja en los índices de nivel de
vida de la población. Por supuesto, como se dijo, estos índices sólo miden ciertos aspectos
de la vida social, mientras desestiman otros no mensurables que pueden brindar un contexto
complejo a los indicadores y sobre los cuales luego se hará referencia.

Para 1960, Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1966) indicaban que el nivel de salud del
Chocó era el más bajo de los departamentos del país, con una esperanza de vida al nacer de
sólo 35 años. La educación también era precaria, con 72.7% de analfabetismo. Quibdó era
entonces la única ciudad con 9.640 habitantes.

Los cuadros Nos. 5 y 6 muestran los principales indicadores actuales sobre calidad de
vivienda, servicios públicos, nivel educativo y el porcentaje de necesidades básicas
insatisfechas (NBI).

CUADRO No.5
MUNICIPIOS CON MAYOR

INDICE

DE NECESIDADES
BASICAS INSATISFECHAS
% Poblacion con
Lugar del municipio Nombre del municipio Necesidades Básicas
Insatisfechas
19 Sipí 97,8
22 Riosucio 97,5
43 Nóvita 93,2
54 Lloró 91,7
74 Bagadó 90,1
83 Alto Baudó 89,9
92 Tadó 89,1

FUENTE: Mapa Municipal de Pobreza. DANE 1985.

CUADRO No.6
INDICADORES DE POBREZA

Calidad Calidad Servicios Nivel


Municipios % NBI
vida vivienda públicos educat.
Acandí 23.5 30.3 24.3 31.3 79.9
Alto Baudó 7.4 13.8 0 27.4 89.9
Bagadó 24.7 29.0 13.6 40.2 90.1
Bahía Solano 38.7 45.0 32.8 47.6 62.3
Bajo Baudó 5.9 19.8 3.4 13.4 83.2
Bojayá 17.8 26.5 15.0 36.6 88.4
El Carmen 38.0 39.2 16.1 52.6 55.9
Condoto -- -- -- 56.2 70.5
Istmina 15.7 26.3 6.1 27.1 85.4
Juradó 35.1 38.1 26.1 61.1 78.6
Lloró 16.6 29.3 15.6 26.8 91.7
Nóvita -- -- -- 4.7 93.2
Nuquí 30.6 37.2 32.3 48.6 68.3
Quibdó 50.9 50.4 35.8 62.0 80.6
Riosucio -- -- -- 19.3 97.5
San José del Palmar 21.6 29.0 9.1 26.2 64.6
Sipí -- -- -- 1.1 97.8
Tadó 25.4 32.6 13.3 38.6 89.1
Unguía 22.9 25.3 22.4 35.3 83.9
PROMEDIO NACIONAL 39.0 46.6 44.5 42.2 45.6
PROMEDIO
27.9 31.4 17.7 34.4 82.8
DEPARTAMENTAL

FUENTE: Sistema de Consulta de Información Municipal. Instituto SER de Investigación,


PNR, DANE, 1985. NBI: Necesidades Básicas Insatisfechas.

Al comparar este conjunto de índices con los promedios nacionales, el índice de calidad de
vida en el departamento es de 27.9, mientras el nacional es de 39.0. La proporción de NBI
en el Chocó es de 82.8%, mientras en el país es de 45.6%.

Ningún municipio alcanza el promedio nacional en cuanto a servicios básicos y para el


nivel educativo, únicamente seis municipios lo superan. Las cifras no solamente reflejan las
deficiencias o irregularidades en cuanto a la prestación de servicios, sino la carencia
absoluta de ellas, para una parte importante de la población.
Dentro de los 1.000 municipios de Colombia, ordenados por grado de incidencia de
pobreza, siete son municipios chocoanos con el porcentaje más alto de necesidades básicas
insatisfechas del país.

En 1985 el 60.3% de las viviendas no tenían ningún servicio de energía eléctrica, acueducto
o alcantarillado y solamente el 7.9% tenía todos aquellos (Ver Cuadro Nº 7). Para 1993,
quienes tenían este servicio aumentaron muy poco y cerca de la mitad de la población
carece de todo servicio.

CUADRO No.7
VIVIENDAS Y SERVICIOS PUBLICOS, 1993

Energía eléctrica 44,6 %


Acueducto 21,7 %
Alcantarillado 9,6 %
Sin servicios 46,3 %

VIVIENDAS CENSADAS SEGUN TIPO DE VIVIENDA

Casa 92,7 %
Apartamento 2,0 %
Tipo " Cuarto " 3,5 %
Otro tipo de vivienda 1,8 %

HOGARES SEGUN TAMAÑO

De 1 persona 8,0 %
De 2 personas 9,6 %
De 3 personas 13,1 %
De 4 personas 14,6 %
De 5 personas 14,5 %
De 6 personas y más 40,2 %

VIVIENDAS OCUPADAS CON PERSONAS PRESENTES


SEGUN MATERIAL EN LAS PAREDES

Bloque, ladrillo 35,8 %


Bahareque 2,6 %
Madera burda 54,5 %
Guadua, otro vegetal 6,8 %
Zinc, material de desechos 0,3 %

FUENTE: DANE, Censo 1993.


La subnormalidad de las viviendas en el Chocó es de gran magnitud; el déficit estimado es
cercano a 5.000 viviendas en total, y se concentra en las cabeceras, específicamente
Quibdó. En la zona rural, la mayoría de las casas son fabricadas por sus mismos habitantes
y la materia prima la encuentran en el bosque (maderas, palma). Pero el déficit de servicios
de agua potable, alcantarillado y electrificación, aumenta el índice de necesidades básicas
insatisfechas.

La carencia de agua potable tiene una incidencia directa en la salud de la población. La


utilización de las fuentes de agua, tanto para aprovisionamiento como para basurero,
aumenta la incidencia de la calidad del agua sobre la salud humana. Se pueden observar los
ríos Atrato, San Juan y Condoto, en las inmediaciones de Quibdó, Istmina y Condoto, como
depósitos deambulantes de desechos, orgánicos e inorgánicos.

Según el Censo de 1985, la esperanza de vida al nacer en el Chocó era de 53.9 años, en
Antioquia de 67.4 años y en Bogotá de 68.5. Chocó tenía la tasa más baja del país; el más
cercano es Nariño con 61.2 años. "Por su parte, los indicadores de salud tomados por
Planeación Nacional muestran que Chocó, Cauca y Nariño tienen los más bajos del país.
El Pacífico cuenta con los mayores riesgos de morbi-mortalidad y la más baja esperanza
de vida al nacer" (Roldán, I., 1994: 85).

Los registros del Servicio Seccional de Salud sobre mortalidad infantil en el Chocó
muestran 100 niños menores de un año por cada 1.000 nacidos vivos, lo que equivale a 891
niños muertos antes de cumplir su primer año de vida, en 1988. (Servicio de Salud Chocó,
Sección de Información. Mortalidad Infantil. Chocó, 1988). Pero estas cifras presentan un
subregistro considerable. Estudios nacionales sobre salud en Colombia muestran 150 niños
muertos antes del primer año de edad, por cada mil nacidos vivos.

En términos de morbi-mortalidad, la población está gravemente afectada por el pobre


saneamiento ambiental. Las muertes están relacionadas con la carencia de alcantarillados,
la deficiente disposición de basura y la calidad del agua para uso humano. Los ríos del
Chocó son acueductos, alcantarillados, vertederos de sedimentos de la explotación minera y
maderera, algunos de alta toxicidad, como el mercurio, bañaderos y vías.

Las lagunas y pozos creados por la explotación minera de retroexcavadoras y motobombas


se convierten en criaderos de zancudos y mosquitos, vectores de la malaria. Igualmente, el
dengue tiene el ambiente propicio para su proliferación.

El paludismo y el cólera son enfermedades reconocidas como endémicas en el Chocó. Otras


enfermedades como la tuberculosis, la parasitemia, que ocasiona entre otras cosas la
desnutrición y la leishmaniasis, hacen grandes estragos en la población.

En el Chocó se encuentran las diez especies que se conocen en el mundo del zancudo
anopheles, transmisor de la malaria. Según funcionarios de los servicios de prevención, se
requieren campañas continuas y a largo plazo, con costos elevados. Hoy en día, el servicio
de prevención contra la malaria sólo cubre el 46% del territorio por falta de presupuesto y
de personal.
En el aspecto educativo, el Cuadro No 8 muestra el nivel del Chocó en comparación con el
país. Al igual que con los servicios aludidos, la situación del Chocó es sensiblemente
inferior al promedio nacional.

CUADRO No.8
NIVEL EDUCATIVO EN EL CHOCO

POBLACION DE 5 AÑOS Y MAS SEGUN


ASISTENCIA ESCOLAR

Asisten: 34,1 %

POBLACION DE 5 AÑOS Y MAS SEGUN ALFABETISMO

Alfabetas 68,6 %
Analfabetas 31,4 %

POBLACION DE 5 AÑOS Y MAS SEGUN NIVEL EDUCATIVO

Ningún nivel 27,2 %


Primaria 47,9 %
Secundaria 21,6 %
Superior 3,3 %

FUENTE: DANE, Censo 1993.

El analfabetismo en el departamento en 1985 alcanzó el 40.28% de la población total


mayor de 5 años y quienes cursaron la primaria completa fueron el 43%, de manera que el
porcentaje de analfabetismo efectivo era mayor. En 1993, el analfabetismo se redujo al
31.4% y el 48% completaron la primaria.

Para el censo de 1985 en la educación por sexo, del total de población mayor de 5 años, el
18.33% de los hombres y el 19.86% de las mujeres eran analfabetas.

En la zona rural las tasas de analfabetismo rural en ese año fueron del 46.80% masculino y
el 53.19% femenino y las de escolaridad de 25.27% y el 24.68% respectivamente. Es decir,
el sector rural en su conjunto y las mujeres dentro de este, presentaban las tasas más altas
de analfabetismo en el Chocó, para educación básica primaria. El porcentaje de mujeres
analfabetas rurales está por encima del total departamental de analfabetas (39%).

De la población censada en 1985, el 16.3% alcanzó la básica secundaria, pero completó la


formacion tan sólo el 4.2% de la población. El 1.6% de la población censada, llegó al nivel
universitario; 0.86% lo conformaban los hombres y el 0.77% las mujeres. El 1.49% de la
población residente en cabecera tuvo acceso a la educación superior o universitaria,
mientras el 0.14% de la población residente en el sector rural tiene acceso a este nivel
educativo. En 1993, cursaron educación universitaria el 3.3% (ver Cuadro Nº 8).
La dispersión de las escuelas, la falta de docentes en el sector rural, el deficiente estado
físico de escuelas y colegios, la falta de muebles y dotación de materiales educativos, y la
ausencia de contenidos educativos acordes con las necesidades y potencialidades del
ambiente regional, son característicos del Chocó.

La intervención de la mano de obra infantil en las actividades productivas incide en el


abandono escolar, así como la falta de metodologías que dinamicen el proceso enseñanza-
aprendizaje. Existe, según el Centro Experimental Piloto de Quibdó, una vasta problemática
educativa, que sería preciso evaluar de manera integral y proponer estrategias, contenidos
educativos y programas específicos.

Es preciso contemplar aspectos como las implicaciones de la municipalización de la


educación. Así mismo, la influencia del manejo político y el del clientelismo político en la
educación.

Mientras en los años 50 y 60, los maestros chocoanos eran enviados a otras zonas del país
por la buena reputación en su formación, a juicio de algunos maestros del Chocó la calidad
de la formación del magisterio se ha deteriorado en los últimos lustros.

La Universidad Tecnológica del Chocó no ha logrado mejorar la formación del magisterio


y en forma periódica sufre crisis prolongadas. En los últimos años, sin embargo, se ha
realizado un esfuerzo por abrir nuevos programas de mayor incidencia regional.

La carrera docente tiene un lugar social de importancia, pues no sólo ha sido, desde hace
años, una de las pocas ofertas del sistema educativo superior en el Chocó sino continúa
siendo un canal de ascenso y movilidad social. Es, a menudo, la única oportunidad para los
jóvenes distanciados de la vida rural. Adicionalmente, el maestro fue central en la vida de
las pequeñas comunidades rurales y tiene aún un papel como líder comunitario, aunque sin
la importancia de antes.

Para las poblaciones indígenas del Chocó existe una problemática especial con el sistema
educativo formal, que se relaciona con el papel de la Iglesia Católica y con los multiformes
medios a través de los cuales la sociedad nacional ha incidido sobre estas culturas. Esa
especial problemática amerita estudios particulares.

Los indicadores enunciados dibujan un marco de condiciones dentro de las cuales viven día
tras día los habitantes del Chocó. Por supuesto, frente a las restricciones y ausencias de los
servicios y sus repercusiones la sociedad chocoana, con su variedad cultural, brinda
alternativas recurriendo a medios tradicionales y nuevos. Formas de solidaridad, cadenas de
comunicación y reciprocidad, aprovechamiento de recursos de la naturaleza, desarrollo de
especialistas de la curación y el consuelo, fiestas y ceremonias mortuorias y también, por
supuesto, el apoyo de las redes del clientelismo político.

Es tan abrumador el panorama de carencias y dolencias, que parecería dibujarse una región
triste y desolada. Pero quien la recorre desprevenidamente, por el contrario, se sorprende
con la alegría y la presencia activa de lo festivo, bullicioso y sonoro en la vida cotidiana.
Pero sin duda, también, sus carencias los llevan a dejar atrás los usos no destructivos de los
recursos naturales y los presionan para entrar en la carrera para conseguir superarlas.

Grupos étnico-culturales, modelos de vida, interacciones y conflictos

En el departamento del Chocó se pueden distinguir como grupos étnico-culturales


diferenciados, los negros, ahora también denominados afrochocoanos, los indígenas y los
blanco-mestizos.

La población negra se estimaba en 300.000 personas, 80% del total departamental, pero si
bien no se cuenta con cálculos sobre el número de blancos, se calcula que representaban
alrededor del 10% de la población departamental.

Los blanco-mestizos de las subregiones del San Juan y el Atrato medio difieren en cuanto
al origen y la orientación cultural, de aquellos asentados en municipios como San José del
Palmar, Unguía y el Carmen de Atrato, producto de la migración blanca de los
departamentos de Antioquia, Caldas, Risaralda y Valle del Cauca. Los primeros pertenecen
a una minoría demográfica que provino de corrientes migratorias del Cauca, la costa
Atlántica y países árabes, ocurrida desde finales del siglo pasado y las primeras décadas del
presente.

De este grupo muy pocos permanecen en la zona. Tienen ciertos rasgos de influencia
afrochocoana, como por ejemplo, patrones familiares y formas de socialización, entre otros
aspectos, pues como élite local, sostuvieron un contacto directo con la población negra, aun
a pesar de prácticas discriminatorias. Los blanco-mestizos de los municipios atrás
mencionados, se encuentran en zonas de inmigración paisa, en general reciente y no han
tenido un contacto interétnico prolongado.

Los indígenas pertenecen a los grupos cuna, emberá y wanana. Los dos últimos tienen
diferencias lingüísticas pero comparten una cultura similar. Su población total está
alrededor de 21.041 habitantes en algunos estimativos y en 26.700 en otros, distribuidos en
112 pequeñas comunidades en distintas partes del territorio chocoano. Representan el 8.4%
de la población departamental; según la Organización Indígena Emberá-Wanana -OREWA-
los emberá y wanana habitan principalmente en cercanías de ríos del Baudó, el bajo Atrato,
el bajo y medio San Juan, el alto Andágueda y zonas cercanas a Quibdó. Llama la atención
el número que vive en inmediaciones de carreteras (Quibdó-El Carmen, principalmente; ver
Cuadro Nº 9). Los cuna se encuentran reducidos en resguardos indígenas en el Urabá
chocoano.

CUADRO No.9
POBLACION INDIGENA EN EL DEPARTAMENTO DEL CHOCO

Zona Número de comunidades Número de habitantes


Juradó 8 1.100
Costa Pacífica 7 1.000
Bajo San Juan 13 2.500
Medio San Juan 9 1.500
Serranía Wanana 4 500
Alto Andágueda 11 3.000
Alto Baudó 6 1.600
Medio Baudó 5 3.400
Medio Atrato 9 2.000
Bajo Atrato 11 3.500
Zona Carretera 14 2.700
Zona Quibdó 15 3.000
TOTAL 112 26.700

FUENTE: INCORA-Quibdó, 1988, documento de trabajo.


Nota: La OREWA, en 1988 registró 26.700 habitantes y 112 comunidades; sin embargo, en
1991 constataron estas cifras y arrojó un nuevo total de 21.041 habitantes y 204
comunidades.

CUADRO No.10
RESGUARDOS INDIGENAS CONSTITUIDOS

Cod. Cod. Cod.


Nombre comunidad Nombre comunidad Nombre comunidad
mapa mapa mapa
El Doce o Quebrada
1 Tanela 21 41 Sta. María de Pángala
Bordellón
2 Juradó 22 Río Pangüí 42 Río Curicha
El Veinte, Playalta y
3 Cutí 23 43 Río Orpúa
El Noventa
4 Arquía 24 Río Torreidó Chimaní 44 Caimanero de Jampapa
5 Tiosilidio 25 Río Quiparadó 45 Guayabal del Partadó
Cabeceras o
6 26 Río Mumbú 46 Motoldó
Pto.Pizarro
7 Salaquí Pavarandó 27 Chapién 47 Ríos Pató y Jengadó
Beté, Alto Beté y Unión Chocó San Puerto Alegre y La
8 28 48
Alto del Buey Cristóbal Divina
Bellavista y Unión
9 Río Domingonó 29 49 Río Bebamará
Pitalito
Tahamí del Río Ichó y Quebrada
10 30 50 Tarena
Andágueda Baratudo
11 Río Uva y Pogue 31 Río Neguá 51 Mondó Mondoncito
Togoromá
12 Río Lanas o Capá 32 Río Taparal 52
togoromacito
13 Papayo 33 Río Pichimá 53 Agua Clara y Bella
Luz del Río Amporá
Ríos Valle y Santa Cecilia de la
14 34 Alto Río Tagachí 54
Boroboro Quebrada Oro Chocó
Puerto Libre del Río
15 Jagual Río Chintadó 35 Alto Río Buey 55
Pepé
Puadó, Nataré, La
16 Togoromá 36 56 Trapiche del Río Pepé
Lerma y Terdó
17 Docordó Balsalito 37 Alto Río Bajayá
18 Río Nuquí 38 Alto Río Cuia
19 Ríos Catrú y Dubasa 39 Napipí
Ríos Jurubidá, Chorí
20 40 Opogadó Jiguam.
y Alto Baudó

FUENTE: INCORA, Subgerencia Jurídica, Sección Resguardos Indígenas, Bogotá, 1992.


Nota: Información correspondiente a 1989.

Los tres grandes modelos culturales han tenido un contacto diferencial pero prolongado por
centurias y marcado por la presencia hegemónica de los blanco-mestizos como patrón ideal
de comportamiento y de supremacía sociopolítica. Los largos años de contacto han traído
influencias recíprocas, además de lazos sociales y simbólicos. La organización familiar, las
formas simbólicas de parentesco, los intercambios económicos y curativos, son algunos
aspectos donde se reconocen los contactos históricos (ver por ejemplo, Arocha, J., 1993 a y
b).

El examen de los tres grandes modelos culturales chocoanos no debe restringirse a los
elementos culturales internos y típicos de cada grupo, sino también a las formas y medios
de distinción empleados para diferenciarse unos de otros, a las marcas reconocibles de
separación simbólica y, por supuesto, a todo lo que a pesar de esas marcas culturales, pasa
de unos a otros y se vuelve común para la sociedad local. Es decir, los procesos de
diferenciación intercultural son simultáneamente procesos de intetcambio cultural. En este
trabajo se pretende apenas enunciar ciertos rasgos para otros estudios que profundicen en la
complejidad de los tejidos interétnicos y nos ofrezcan visiones menos estereotipadas y
rígidas de sus relaciones.

Se puede plantear con Peter Wade que las diferencias étnicas se manifiestan de muy
diversas formas, entre las cuales vale la pena mencionar la división del trabajo regional. En
estudio sobre el Urabá chocoano (Wade, 1986), divide la población entre grupos negros y
no negros. Estos últimos son básicamente los colonos de Antioquia y la Costa Atlántica.
De acuerdo con el estudio, la población negra predomina en la minería, el empleo público y
en menor grado en la pequeña agricultura; los antioqueños en el comercio y ganadería y los
costeños en la pequeña agricultura.

Esta división del trabajo se asemeja a la de todo el Chocó. El trabajo se encuentra como
una de las principales marcas de diferenciación étnica; en rasgos generales, los blanco-
mestizos tradicionales no se ocuparon de actividades agrícolas, no fueron propietarios
rurales y se ubicaron en los cascos urbanos, como comerciantes, o funcionarios en los
cargos públicos. Las olas colonizadoras trajeron campesinos colonos hacia el suroriente del
departamento (San José del Palmar, El Carmen de Atrato) y el norte (Urabá chocoano), han
matizado esta distinción que, sin embargo, se mantiene para el grueso de la población. No
hubo hasta fechas recientes, minero blanco.

La población negra se dedica a labores agrícolas, a la minería, y desde hace tres décadas
ingresó a los empleos públicos, antes bajo predominio casi exclusivo blanco. Las mujeres
negras venden frutas, hacen panadería, lavan ropas, actividades impropias de las blanco-
mestizas.

La gran minería estuvo, no obstante, en manos de blancos extranjeros, quienes ocuparon a


los negros y blancos locales en escalas de labores diferentes. Desde la década pasada
mineros blanco-mestizos de la región antioqueña se dedicaron a la mediana extracción de
oro, compitiendo con la minería artesanal negra y con los pequeños empresarios negros.

Los indígenas, por su parte, se dedican casi exclusivamente a las labores de su chagra y
venden esporádicamente artesanías, cestería en especial. Otro tipo de trabajo, el mágico
curativo, es propio de los especialistas indígenas, los jaibaná. Sin embargo, se sabe de un
"intercambio de procedimientos etnomedicinales" entre emberá y afrocolombianos
(Losonczy, 1993; Arocha, 1993 a y b) y en otra proporción, con los blanco-mestizo.

Entre los rasgos de diferenciación se contó hasta hace algunos años con la comida como
marcador de diferencias étnicas; la de los blancos elude los cocidos y prefiere los fritos, en
contraposición a la de los negros e indios. Para los dos últimos y especialmente para los
negros, son de importancia las carnes deshidratadas, saladas, con variedad de
preparaciones, que los blancos poco aprecian. Pero unos y otros comen plátano y queso en
su dieta diaria.

Otro campo, son las celebraciones y rituales, de gran complejidad para las culturas cuna,
wanana y emberá (Hernández, C., 1993; Pardo, 1987; Pineda Giraldo R. y V. de Pineda,
1950; citados en Hernández, 1993; Isacsson, 1994), asociadas a sistemas filosóficos de
interpretación sobre la vida humana.

De la cultura negra, P. Wade dice que los ritos colectivos de celebración, que cuentan con
la presencia central de la música y el canto y el baile, según la ocasión, hacen parte de un
viejo foco de resistencia proveniente de la época esclavista (Wade, P., 1990: 135-136).
Estos ritos de celebración van desde las celebraciones religiosas, hasta las seculares fiestas
patronales (Ibid). En estas no han participado los blancos y hoy en día se limitan a dar sus
aportes económicos. La distinción que existió en Quibdó hasta el incendio de 1966, entre
las carreras (primera, segunda y tercera) y los barrios, los unos sitio de habitación de
blancos y los otros de negros, estaba presente en las patronales de San Pacho, fiesta por
excelencia de los barrios. Pero el baile de la chirimía y en general el gusto por bailar, cubre
negros y blancos.

La música, por su parte, ha tenido según Wade (Ibid), un importante papel en la definición
étnica de la identidad negra, aún adaptando modelos musicales europeos; pero a diferencia
de las apreciaciones de Wade, en el estudio se observó que el papel de la música negra, la
chirimía, traspasa las fronteras étnicas y es símbolo de identidad regional, parte del ser
chocoano de tradición. Los blancos chocoanos de la vieja élite, experimentan una gran
carga emocional con esa música, aun cuando la escuchan desde Bogotá o Medellín. Es
decir, a diferencia de otros campos, donde lo típico de un grupo, en este caso el negro, tiene
connotaciones negativas para los otros, la música tiene una valoración positiva para los
blancos tradicionales y es asumida como señal de un ser chocoano, que además les
distingue de los paisas, vistos como recién llegados, como no chocoanos.

Desde el punto de vista de la ocupación territorial, las principales áreas actuales de


intervención humana son la subregión de Urabá, el medio Atrato y la subregión central,
especialmente los alrededores de Quibdó y parte del eje vial Quibdó-Carmen de Atrato; en
la subregión del San Juan, especialmente los municipios de San José del Palmar, Tadó,
Istmina, Condoto y Nóvita; en la subregión de la Costa Pacífica una estrecha zona de los
municipios de Bahía Solano, Nuquí y Pizarro (ver Mapa Nº 3). La zona de ocupación
humana más densa se encuentra en los alrededores de Quibdó. Allí, la zona de la carretera
Quibdó-Medellín, fue ocupada en la década del 30, a raíz de la construcción vial.

La colonización blanca, a partir de esa década, se dirigió a tierras por encima de los 500
metros sobre el nivel del mar, mientras las tierras bajas fueron ocupadas por nativos negros.
Los migrantes procedían en buena parte de los asentamientos de población antioqueña
localizados desde el siglo pasado en El Carmen de Atrato (Valencia E. y W. Villa, 1991) y
de los trabajadores de la vía, antioqueños en su mayoria.

En los alrededores de Quibdó, en las cuencas de los ríos aledaños, se encuentra una
población negra con largo tiempo de asentamiento, sustentada alrededor de una economía
que integra la minería y la agricultura de rotación. Igual ocurrió en el medio Atrato que fue
tempranamente ocupado por la población proveniente de la dispersión de la sociedad
esclavista que se orientó a los recursos del río y la agricultura ribereña (Ibid).

Quibdó es centro de atracción de población rural de la subregión, del resto del


departamento y de algunos comerciantes del occidente del país. Es lugar de paso para
migrantes, hacia otras ciudades del país.

La subregión del San Juan, a lo largo de su valle medio, fue ocupada por esclavos
sometidos a la explotación minera colonial, mientras los indios sobrevivientes fueron
replegados hacia otras áreas o reducidos a pequeños enclaves. Esta zona atrajo en los años
veinte de este siglo algunos comerciantes de origen árabe. También allí, hasta mediados de
los años ochenta, el patrón de poblamiento y explotación fue ribereño, pues la minería del
oro, en el Chocó, es de aluvión. Desde mediados de los años ochenta, un nuevo repunte de
la minería atrajo migrantes mineros y comerciantes, especialmente de Antioquia y Caldas,
como ya se dijo.

El Urabá chocoano comenzó a recibir migrantes colonos blanco mestizo, principalmente


cordobeses y antioqueños, desde la segunda mitad de los años 50, hecho que continúa.

Desde inicios de los años 60 se ocupó la franja oriental baja del río Atrato por madereros y
colonos provenientes del interior del país y la Costa Atlántica. Se trata de una colonización
sabanera de campesinos cordobeses que se ubicaron en la parte baja oriental del río Atrato,
donde se encuentran relativamente establecidos como economía campesina. Su límite
inferior de expansión, según Valencia y Villa, se detuvo en la transición entre el bajo y
medio Atrato, pues en este último se encuentra el campesino nativo chocoano en forma
estable (Valencia y Villa, 1991).

Como patrones distintivos de asentamiento, varios estudios mencionan la vivienda rural


ribereña tanto para nativos negros como indígenas, que incluso se reproduce en la
ocupación del litoral Pacífico (ver Aprile, J., 1991). Este patrón sólo se modifica con una
densidad de población superior a 100 casas, cuando el poblado, con necesidades crecientes
de servicios, cambia de modelo, tanto de diseño como de funcionamiento. El patrón rural
básico para negros e indios, parte de la "vía acuática como elemento estructurador e
integrador del hábitat" (Ibid: 270). El río facilita el establecimiento de viviendas aisladas y
la conformación de aldeas de distinto grado de desarrollo; en ellas "está integrado a la vida
cotidiana y a los múltiples quehaceres domésticos" (Ibid; ver también Torres, T., 1985).

Jacques Aprile distingue varios tipos y fases de vivienda y conformación de aldeas rurales
negras, desde el cultivador solitario. En las primeras fases y tipos el diseño es lineal, sobre
el río, con una integración entre vivienda y río y el bosque detrás. El río es eje de las
relaciones sociales. Las casas tienen acceso frontal al río o al mar y se tocan por el huerto
posterior, que termina en la selva; se conectan también por senderos paralelos al río.
Posteriormente, se construye un hábitat residencial, un pueblo, con algunos servicios y
reconocimiento institucional (status político administrativo, escuela, capilla, inspección de
policía). Algunos de estos (Diagramas 1 y 2), se convierten en centros veredales de una
población dispersa alrededor. El comercio cobra auge, así como construcciones
institucionales. Finalmente, al modelo lineal se sobreponen en hilera vías paralelas y se da
un trazado rectangular, organizado en manzanas. La actividad productiva se diversifica y la
población se estratifica (Aprile, J., 1991).

El poblamiento en el Chocó, dice Aprile con base en lo ocurrido en el Atrato, no se sustenta


en una red urbana regional extensiva, tal como la surgida en el eje cafetero. El poblamiento
chocoano se ubica en las orillas fluviales, donde " proliferan aldeas y caseríos de reducido
tamaño físico y demográfico que conforman un sistema articulado a nivel regional, con
Quibdó como polo urbano" (Ibid: 274). Son excepciones a este patrón los cascos urbanos
de influencia caldense y antioqueña. Pero aún los pueblos litorales tienen un patrón
semejante.

La población indígena presenta otras características: las viviendas palafíticas, llamadas


tambos, se ubican aisladas, preferencialmente en los cauces altos de los ríos y son habitadas
por grupos de familiares, las parentelas.

A partir de los procesos históricos descritos, desde la colonia y luego con la liberación de
esclavos, la presión sobre las riberas determinó el desplazamiento de las comunidades
indígenas a las cabeceras de los ríos, mientras en las zonas medias y bajas se ubicó
preferencialmente población blanca, mestiza y negra.

En áreas de colonización más reciente, a partir de los años ochenta, especialmente en


Acandí, Unguía, El Carmen de Atrato, San José del Palmar y La Y, el patrón de
asentamiento para todos los grupos étnico-culturales difiere del ribereño, especialmente
como efecto de la ocupación agropecuaria. Allí se ha dado una ocupación hacia el interior
selvático, basada en caminos y carreteables de penetración, cuyo impacto sobre el bosque
es mayor.

En las últimas décadas, el poblamiento rural disperso, tanto indígena como


afrocolombiano, tiende a agruparse en núcleos urbanos. Sin embargo, los poblados y
caseríos rurales y la mayoría de los urbanos siguen una urbanización lineal, a lo largo del
río y con viviendas palafíticas. En el caso de Quibdó, el centro de la ciudad se ubica a lo
largo del río Atrato y el proceso de ruptura de la urbanización lineal es reciente.
Adicionalmente, los cascos urbanos y los caseríos continúan conectados a través de los
ríos, activas vías de comunicación.

Este patrón de asentamiento ribereño está asociado a una economía rural basada en una
agricultura de rotación, que implica dispersión de cultivos, desplazamientos durante los
períodos de labor y la utilización estacional de recursos mineros, de pesca y del bosque.
Este modelo cultural adaptado a las limitaciones de tierras aprovechables y orientado a la
combinación de actividades productivas (Aprile, cit.), presenta numerosos elementos
comunes entre indios y negros. La mayoría de los estudios asignan este modelo a uno u
otro grupo étnico, en desmedro de las numerosas similitudes entre ellos.

A diferencia de J. Aprile, en el trabajo se observó que esta presencia central del río se
convierte en un elemento común a los distintos pobladores tradicionales incluyendo los
blancos y se modifica y atenúa, pero no desaparece, en los centros urbanos mayores como
Quibdó e Istmina. Istmina serpentea sobre el río San Juan y Quibdó se orienta al Atrato y
trata de seguir los cauces secos de sus afluentes, hoy convertidos en extensos basureros.

El universo mítico emberá está integrado por una red fluvial que comunica diferentes
mundos, realidades alternas; el río es trama y es serpiente; y la gran serpiente generó el
territorio emberá (Hernández, C., 1993).
Del Chocó puede decirse con Lygia Sigaud sobre una región del Brasil, que el río
constituye la principal referencia de tiempo y espacio; sus movimientos se utilizan para
señalar las épocas del año, las diferencias entre años, los momentos oportunos para las
conmemoraciones religiosas, las jerarquías en el interior del espacio y en ese sentido su
importancia contamina toda la vida social regional (Sigaud, L., 1992: 21 y también Torres,
T., cit., sobre la importancia del río en Neguá).

El lenguaje y la gesticulación han sido otras marcas de diferenciación étnica; no sólo por el
uso entre los indígenas de lenguas diferentes al español, sino por los hábitos del habla
española misma y la gesticulación. Está presente, aunque con menos vigor que antaño, el
esmerado esfuerzo de las madres blancas para que sus hijos, especialmente sus hijas, no
utilicen ciertas entonaciones, cierta pronunciación y expresiones de negros o de cholos
(indios) o gesticulen en determinada forma como ponerse la mano en la cadera, torcer la
boca en ademán de desdén, o caminar descalzos. Pero no es del todo raro que las
expresiones reprimidas afloren de tanto en tanto y según la ocasión.

A comienzos del siglo, dice Wade (1990), el Chocó era una sociedad muy estratificada, con
la élite blanca en la cúspide; pero no todos los blancos pertenecían a la aristocracia y
muchos ocupaban una posición mediana. Adicionalmente, algunas familias negras habían
logrado éxito económico y se dio el mestizaje y la presencia de migrantes sirio-libaneses y
de otras partes de Colombia (cit.:124). Sin embargo, esta estratificación aludida por Wade
parece mucho más matizada de lo que él sugiere.

En primer lugar, la élite blanca que logró acumulación significativa a comienzos del siglo y
en las primeras décadas, excepcionalmente vivió con sus familias en el Chocó. Muchos
venían del Cauca o el Valle, donde permanecieron, si bien unos pocos vivieron allí, como
algunos Chaux, Angel y Ferrer. En el Chocó residieron en cambio, lo que Wade denomina
capas blancas medias, comerciantes y empleados públicos, los que si bien conformaban una
estructura local estratificada, no alcanzaron, salvo pocos casos como el de don Félix
Meluk, Antonio Bechara y Salomón Ganem, una acumulación apreciable.

De cierta manera, blancos y negros hacían parte de una vida local modesta, carente del
esplendor de una sociedad aristocrática. Con el tiempo, especialmente en los años cuarenta
con la afluencia de comerciantes más exitosos de otras partes, esas capas medias blancas
perdieron preeminencia y poco a poco abandonaron casi por completo el Chocó. Distintos
factores contribuyeron a su emigración: su relativa declinación económica, el ascenso de
negros educados a la vida política y a la administración, la distancia cada día mayor entre
los recursos y servicios de los centros urbanos del Chocó, Quibdó e Istmina, frente a
ciudades como Medellín, Cali o Bogotá. Estas ciudades, junto con Cartagena, se volvieron
polos de atracción para los blancos chocoanos, que buscaron educación para sus hijos y
mejores oportunidades económicas. El incendio de Quibdó en 1966 marcó un hito en el
éxodo de las élites blancas, pues fueron los principales afectados.

En segundo lugar, desde las primeras décadas y hasta mediados de los setenta, la minería
de gran escala pasó a manos de una compañía multinacional que desplazó los capitales
mineros nacionales. La extracción de recursos forestales ha sido empresa de grandes
compañías sin asidero en élítes locales. Es decir, el Chocó ha carecido de acumulación
local de grandes capitales. Los auges extractivos, como ya se dijo, se generan fuera y dejan
fuera sus riquezas, de manera que no se generó una sociedad local con grandes abismos
económicos. El principal intento de acumulación fue el liderado por Félix Meluk, quien
quebró a raíz de la gran depresión mundial del año 29.

El repunte de la minería y de un comercio asociado a ella, es fuente de generación de


nuevos capitales en manos de los llamados paisas, denominación aplicada en general a
todo forastero blanco. Pero su producto no es una marcada estratificación local, pues hoy
como ayer una vez generada cierta acumulación, se produce la emigración y otros
recomienzan el ciclo. En cierto sentido, en el Chocó la estratificación sociorracial ha sido
un hecho histórico, pero matizado por la ausencia de acumulación local, que ha sido
supeditada y englobada dentro de un sistema mayor de estratificación socio-espacial
nacional. La región como conjunto ha permanecido deprimida frente a otras del país.

Los diferentes grupos étnico-culturales han vivido diferentes conflictos. Algunos han
tenido como eje el predominio sociocultural blanco, las tensiones sociorraciales. Otros más
recientes, se generan en la disputa por tierras y recursos forestales y mineros.

En la actualidad, un foco de tensión se presenta entre las comunidades indígenas que hoy
representan un bajo porcentaje de la población total y los campesinos negros y algunos
colonizadores de otras regiones, en torno a la creación de nuevos resguardos y el
saneamiento de los existentes. Los conflictos entre los colonos y los indígenas, entre éstos
y los nativos negros, han llevado a la violencia en algunas zonas como el alto Andágueda,
Tanela, Cutí, Arquía y Juradó.

Los conflictos territoriales están al orden del día y tienden a aumentar por la lenta respuesta
institucional, sobre todo en las disputas entre indígenas y negros. Los procesos migratorios
de colonos y mineros desde la Costa Atlántica y el interior del país aumentan las tensiones
interétnicas actuales. La misma ley 70 de 1993 ha suscitado roces por liderazgo entre los
activistas de las negritudes y entre éstos y comunidades indígenas.

Por otra parte, como plantea P. Wade (1986), las relaciones de conflicto social se presentan
tanto entre los distintos grupos culturales, como dentro de la misma población de éstos.
Existen presiones contradictorias que, por un lado, los inducen a incorporarse a la cultura
sin distinciones étnicas y, por otro, subrayan el sentido positivo de mantenerlas. Wade
concluye en su estudio, que el camino que escoge cada uno entre las fuerzas contradictorias
está en alguna medida determinado por las mismas estructuras culturales.

Pero las interacciones no se limitan a los conflictos, a los enfrentamientos; entre los
campesinos afrochocoanos y los indígenas emberá y wanana se estableció un circuito de
intercambios y de alianzas, algunos de cuyos ejemplos ya se mencionaron. Incluso todo
parece indicar que aprendieron unos de otros formas de manejo del ambiente húmedo que
los rodea, hasta conformar un complejo de prácticas, conocimientos e interpretaciones.
Entre los afrochocoanos de los cascos urbanos y los blancos de las élites tradicionales
urbanas y posiblemente también con los actuales, se creó otro circuito de intercambios.
Círculos más débiles se establecieron entre los blancos y los indígenas en este siglo; apenas
algunas leyendas e imaginarios. Algunas nos hablan del enorme mero que un día surgió en
el Atrato para devorar a la población, tal como el sábalo monstruo de los emberá; otros
cuentan del mohán de Ichó, fiera entre tigre y león que podía devorar los niños y aún
adultos del río Ichó, otra figura familiar a los emberá.

Las diferencias étnico-culturales son un juego permanente de rasgos atribuidos de unos a


otros y rasgos distintivos que, sin embargo, suelen atravesar estas barreras; algunos
vínculos son vistos como transgresiones como en el caso de los matrimonios interraciales y
en menor grado, en las uniones informales; otros son flujos inconscientes de elementos,
como circuitos invisibles que conectan unos con otros a pesar de ellos mismos. Así, los
rasgos atraviesan las barreras étnico-culturales y crean campos comunes o cobran por el
contrario significados opuestos para cada grupo. En ese flujo interétnico, los grupos
culturales dibujan círculos de aproximación entre ellos, que como las ondas sonoras se
alejan según condiciones específicas.

En el detenido y hermoso artículo, "La Canción del río, el sonido sagrado del paisaje y los
hombres emberá", dice Sven-Erik Isacsson, que para los emberá el río conecta los pueblos
tanto como sus ideas y es el marco de su identidad cultural.

El río cósmico es el agente uterino que trae el principio de la vida. Cuando Karagabí corta
las raíces ofídicas del jenené, el árbol de la vida, emana el río, metamorfosis de la
gigantesca culebra del agua. La partícula ne es en emberá la palabra para describir la
esencia de todo concepto, que expresa una naturaleza binaria. El árbol jenené tiene la
misma esencia doble de la culebra mítica je, como el hombre mismo. La estructura cósmica
en tres planos, el mundo del cielo, el humano y el del río, se encuentra representada en la
casa y en la canoa.

El concepto del río como un ser transformable está ampliamente descrito en los mitos; en
sus manifestaciones y apariencias múltiples, amenaza o influye la vida y acciones de los
humanos. Variedad de seres amistosos o fatales residen en el río y sólo el shamán, el
jaibaná, puede manejarlos con su conocimiento y habilidad para comunicarse con el
mundo espiritual. Pero el conocimiento no existe, dice Isacsson, aparte de la rutina diaria,
el conocimiento se expresa en acciones, de manera que la vida de un hombre es una lección
práctica de cosmología.

Las metáforas sobre el río y el cuerpo humano, el río como la boca, sugieren para Isacsson
que el río no sólo come y defeca, también habla. El río como ser viviente tiene su propio
lenguaje. El río es la apertura uterina y una metamorfosis del huevo cósmico que habla su
mensaje. El habla del río es visible porque sus palabras son la gente que vive en sus orillas.
Los hombres son su habla. El emberá representa la naturaleza binaria del cosmos en su
cuerpo, como cosmos mismo. El cosmos del cielo y el mundo de abajo que rodean al
emberá, al parecer pueden hablar también. El río donde habitan los emberá es su propia
boca. En el pensamiento emberá la creación es cobrar existencia como sonido, como
palabras. El shamán, Karagabí el creador, y el río, comparten la misma canción de
creación, la canción del río donde la melodía es la sociedad humana y el mundo mismo,
una canción compartida entre el hombre y su entorno (Isacsson, 1994: 1-10).

El río hace parte de referencias muy propias de cada modelo cultural, pero al mismo tiempo
los trasciende y es parte profunda de la vida social y la identidad genérica regional, con
significaciones múltiples. Seguramente para todos los modelos culturales chocoanos, así
como para los emberá, "separar el río del hombre es separar al hablante del habla,
silenciar la existencia" humana (Isacsson, Ibid).

Los modelos indígenas y el medio natural

Tierra y lengua son para el antropólogo Sven-Erik Isacsson, en su pormenorizado estudio,


los pilares de la identidad emberá. Tierra y lengua que estrechamente interrelacionadas dan
lugar a la existencia del hombre y del universo (Isacsson, S., 1994). Pero la existencia
social, la creación del hombre y la sociedad, dice, no son actos del pasado ocurridos en
tiempos pretéritos. La creación ocurre una y otra vez, activada por el hombre mismo
cuando formula en palabras el mito de la creación; el mito no contiene así una verdad
histórica inmutable. Cuando se participa, aún como escucha, en un mito, se participa en la
formación de un evento que es más veraz que cualquier pasado histórico (Ibid: 9-10).

Estas nociones nos llevan a resaltar el carácter esencialmente dinámico del conocimiento
emberá, extensible a los wanana y cuna, sobre ellos mismos y lo que los rodea. Dinámica
que se puede reconocer en actos rituales sagrados pero quizás también en la política
indígena actual, donde se han colocado como activos interlocutores de la sociedad
chocoana y nacional.

Cuando los españoles llegaron al Chocó estaba habitado por una veintena de grupos
indígenas que los conquistadores llamaron chocoes. En primera instancia se refirieron con
esa denominación a los grupos Emberá que habitaban la parte superior de los ríos Atrato y
San Juan y luego el término se amplió para designar también a todos los demás grupos de
habla wanana del bajo San Juan. Por tanto, el término Chocó ha sido usado para designar
tanto el grupo étnico como al grupo lingüístico integrado por los idiomas Emberá y
Wanana (Pardo, 1987: 252). En la actualidad, en el departamento del Chocó se encuentran
tres grupos diferenciados: cuna, emberá y wanana.

En la zona norte, en el Urabá, habitan los cuna con estrechas relaciones con Panamá.
Emberá y Wanana, aunque diferentes en lengua, comparten una cultura similar; según ellos
los wanana tenían como su territorio ancestral la parte media del río San Juan hasta su
desembocadura y los emberá, los ríos Atrato, Baudó y la Costa Pacífica desde el río Sabirú
y Juradó.

Los emberá, grandes migrantes, son designados de distintas maneras según la región:
cholos en la Costa Pacífica; chamí en Risaralda; meme en algunas zonas de la cordillera;
catío en Antioquia y Córdoba y se estiman en cerca de 50.000 en el país. Los wanana
ocupan principalmente la cuenca media y baja del río San Juan.

Los tres grupos hablan idiomas distintos y en el pasado no tenían contacto matrimonial e
incluso hoy en día lo evitan. Reconocen que en un pasado no muy lejano se miraban con
desconfianza y tenían enfrentamientos entre sí, a pesar de las similitudes culturales.

La población actual de los tres grupos en el departamento es de 21.041 habitantes que


equivalen aproximadamente a 4.005 familias y al 8% de la población del departamento.

En el caso emberá y wanana antes de la constitución de los resguardos y de la


conformación de cabildos y caseríos, hace algo menos de 20 años, el sistema de
asentamiento indígena era disperso a la orilla de ríos y quebradas; como máximo se reunían
dos o tres casas que cobijaban una misma parentela. La unidad básica social coincidía con
una microcuenca, pero con lazos con un grupo más amplio, por la vecindad en el río o
quebrada. Hoy en día esto sigue vigente.

El arquitecto Roberto Cañete (Entrevista, Quibdó, 1992 y materiales inéditos), enfatiza que
el eje de la identidad de emberá y wanana no es la cuenca de los grandes ríos, sino las
microcuencas de afluentes y quebradas y a partir de allí se teje todo el sistema de relaciones
sociales, políticas y económicas y se recrea culturalmente la población. La imagen, según
R. Cañete, es la de una atarraya. Este sistema, dice, es extensivo a comunidades negras que
de una u otra forma aprendieron de los indios a vivir en este ecosistema.

El asentamiento disperso y de fácil movilidad no fue así en épocas tempranas, al menos


para algunos de los habitantes prehispánicos. Reichel-Dolmatoff con base en excavaciones
de asentamientos humanos a orillas del río San Juan que datan de los siglos X y XI de C.,
deduce por la acumulación de basuras de más de un metro de espesor, que esta región
soportaba un número de habitantes superior a cualquier asentamiento del momento de la
excavación (1960). Así mismo, colige que la adaptación al medio había logrado niveles
altos que permitían la nucleación y sedentarización sin ir en detrimento de su reproducción
social (Reichel-Dolmatoff, G., 1962).

Se ha planteado que una de las formas adaptativas al ecosistema frágil del Chocó es
precisamente el seminomadismo y la dispersión de la población. Sin embargo, la
excavación de Reichel-Dolmatoff hace pensar que este modelo, disperso e intermitente, es
producto histórico, basado en estrategias políticas de resistencia ante los españoles y quizás
tomado después por los negros, una vez obtuvieron la libertad.

Documentos de archivo del siglo XVII dan cuenta así mismo de poblaciones nucleadas
hasta de 5.000 y 10.000 habitantes; específicamente se refieren a grupos cunas a orillas del
río Atrato (Vargas, Patricia, 1984). Sería necesario investigar a través de la arqueología y
documentos históricos las tecnologías y la organización social que permitió este tipo de
poblamiento nucleado y sedentario.

Desde hace alrededor de 25 años se vienen constituyendo resguardos de indios para los tres
grupos (ver Cuadro No.11). Los resguardos son territorios delimitados, otorgados
legalmente como unidades territoriales comunitarias. Este proceso indujo a la
conformación de cabildos como forma de autoridad y representación reconocida desde
fuera, organización social sin tradición entre los indígenas del Chocó. Los cabildos son, sin
embargo, adoptados como coyuntura positiva para reproducirse como sociedad y como
cultura.

CUADRO No.11
DISTRIBUCION GENERAL DE LOS INDIGENAS POR MUNICIPIOS

Habitantes con
Municipios Habitantes sin resguardo
resguardo
Quibdó 1.189 311
Bajo Baudó 2.203 861
Alto Baudó 2.682 602
Bagadó 1.054 --
Bojayá 1.451 172
Juradó 573 30
Riosucio 1.145 641
Unguía 1.451 172
Istmina 707 562
Sipí -- 85
Tadó 411 --
Bahía Solano 258 --
Nuquí 288 --
San José del Palmar -- 147
El Carmen 110 401
Lloró 255 373
Acandí -- 81
TOTAL 16.775 4.266

FUENTE: INCORA, Quibdó, 1992

Como es sabido, este tipo de organización se originó en estructuras coloniales españolas e


implicó una relativa centralización de la autoridad. En forma simultánea, el contacto con la
sociedad nacional ha fomentado la constitución de caseríos. Pero quizás lo más importante,
es la delimitación precisa de un territorio, que cobra fuerza frente a invasores. Esta nueva
territorialidad se constituye en patrimonio precioso para la reproducción cultural. Así, la
política de la organización indígena emberá y wanana, ha sido impulsar cabildos y
asentamientos en caseríos.

Al modificar éstos las pautas de asentamientos y pasar de vivienda dispersa a caseríos, se


hacen necesarias ciertas instituciones como la educación formal y los servicios de salud y
se crean vínculos y dependencias nuevos.

Los grupos indígenas practican la agricultura itinerante;


utilizan parcelas no mayores de un cuarto de hectárea por
cultivo, ubicadas en las zonas ribereñas. Según el cultivo,
realizan máximo hasta tres cosechas y cambian de parcela.
Una parcela puede durar hasta siete años en descanso.

Utilizan el sistema de tala y descomposición; primero se


socola, es decir, se quita la vegetación menuda y luego se derriban los árboles. El hacha, el
machete y la azuela son las herramientas por excelencia.

Mauricio Pardo comenta para los emberá que una parcela se usa una sola vez para maíz,
aunque inmediatamente después puede sembrarse plátano en el mismo sitio. Una siembra
de plátano produce unos tres años y después se deja descansar la tierra. La siembra de
banano sí puede durar varios años y la caña de azúcar es prácticamente perenne... (Pardo,
1987: 253).

Los cultivos más antiguos son el plátano, el maíz y la caña de azúcar; luego incorporaron el
arroz y en las zonas cordilleranas la yuca y el fríjol y más recientemente el cacao y el café
(Ibid:252). Complementan esta dieta con la recolección, la caza y la pesca.

En principio la alimentación es suficiente y balanceada; sin embargo, parece que la caza y


la pesca no se llevan a cabo sino en determinadas épocas del año y se presenta deficiencia
en proteína animal. Por otra parte, el grado de parasitismo es muy elevado, lo que
contribuye a la desnutrición, especialmente entre los niños. Los ha afectado la tala de
bosques y en mucho menor grado la minería.

Entre wanana y emberá es frecuente que los trabajos se lleven a cabo a partir del
intercambio de servicios mediante dos modalidades, el de persona a persona o mano
cambiada y el de la minga o convites, donde el dueño del trabajo ofrece comida y bebida a
un grupo (Zuluaga, y otros, 1987: 65; Pardo, 1987: 254).

Los productos que se llevan al mercado son pocos y su producto se destina a mercancías
básicas tales como ropa, sal, pólvora, etc.

En los últimos años se han vinculado indígenas de los diferentes grupos a la tala de bosques
a diferentes niveles; por una parte, individuos indígenas trabajan por contrato para
empresas madereras, con motosierras; detrás de ellos pasa un tractor que baja los árboles
hasta el río para que un remolcador los lleve hasta los aserríos (Cardona, 1985). Otra forma
es la venta de trozas a los intermediarios o directamente a las empresas y los aserríos. Por lo
general los posibles compradores utilizan el sistema de endeude para adelantar pagos y a
ninguno les interesa si la madera extraída está dentro o fuera de los límites de una
concesión legal (Zuluaga y otros, 1987: 67).

Otra forma de vinculación es de grupo; un comerciante o intermediario contrata con toda la


comunidad un determinado número de trozas o rastras de madera (Cardona, cit.). Por lo
general, son engañados en estos negocios pues no tienen una idea clara de la competencia,
de los precios, del valor de su mano de obra y del mismo dinero.

Las formas de vinculación a la tala se han prestado para enfrentamientos intracomunitarios,


e incluso para el abuso de algunos individuos sobre los recursos del bosque. Tienen como
modelo a otros pobladores quienes a través de ese medio obtienen dinero. Afortunadamente
la mayoría conoce que el aprovechamiento de los bosques es beneficioso, siempre y cuando
se tengan amarrados los hilos de su proceso económico. Conocen sus limitaciones y
plantean estrategias que permitan controlar las concesiones y preservar las zonas de
resguardo.

Jaibaná y naturaleza

El jaibaná es la figura de mayor prestigio entre los emberá, con símiles en los nele cuna y
el benkun entre los wanana. Como especialistas de la vida espiritual, su papel no se reduce
a prácticas rituales sino que se extiende a la filosofía general de la vida, al bienestar
individual y de la comunidad. En su cotidianidad no experimentan privilegios.

El Jaibaná cumple un papel de primer orden en el proceso de adaptación hombre-


naturaleza. Según Vasco (1985), la concepción antigua del Jaibaná es aquel que cura con el
canto, pero la persecución que han sufrido desde épocas coloniales ha hecho que estos
personajes se hayan mimetizado como yerbateros. Son famosos los especializados en
mordedura de culebras. Esta nueva concepción, el que cura a través de yerbas, es un
complemento al verdadero sentido del Jaibaná, aquel que busca la causa de la enfermedad a
través del sueño y cura con el canto, pidiendo ayuda a los diferentes Jai o espíritus de todas
las cosas que lo rodean: animales, arco iris, plantas, personas muertas, objetos inanimados,
etc.

Para curar utiliza la chicha y el pildé, ingredientes que le ayudan a tener mejor contacto con
los Jai y dentro del canto ritual le permiten interpretar la causa del mal y tener mayor fuerza
de curación. La parafernalia y el altar son complejos y el Jaibaná debe elaborarlos,
organizarlos y manejarlos de forma ritual para que conserven su verdadera eficacia.

El jaibaná es algo más que un curandero u hombre de medicina; la capacidad de curar va


unida a la capacidad de enfermar, hechizar o hacer maleficio. Pero además, tiene un total
dominio de la naturaleza (Vasco, 1985: 47 y siguientes). El Jaibaná sintetiza los puntos que
relacionan el cosmos, la naturaleza y los seres humanos.
Por ello el Jaibaná es capaz de manejar un sinnúmero de situaciones; predice el futuro y
conoce las cosas ocultas por medio del sueño. Cura la tierra y propicia así la buena
agricultura. Tiene poder y comunicación directa sobre los animales de caza y pesca,
insectos y plagas y animales peligrosos para el hombre como las culebras. Domestica el
territorio o humaniza el espacio para hacerlo territorio. Puede robar a otros el poder,
quitándole los espíritus y la capacidad de tener alucinaciones. Tiene un conocimiento
extenso de plantas curativas que a su vez utiliza. El jaibaná es hombre de este mundo y
hombre del mundo de abajo, en ello reside la razón de su eficacia (Pardo, 1989: 254).

Por tanto el jaibaná es quien sintetiza el sentido de la vida, la esencia; su legitimidad está
dada mitológicamente. El debe buscar la esencia y accede a ella mientras que los demás
viven el mundo de la experiencia empírica. La esencia es la causa y explicación de cada
hecho y faceta fundamental de lo real (Vasco, 1985: 52).

Los jaibaná pueden ser hombres o mujeres y en los mitos antiguos están asociados a la
mujer. Hoy en día es trabajo especialmente masculino. Cada grupo familiar tiene o desea
tener un Jaibaná para que cure al grupo. Este complementa y ratifica la organización social
de los indígenas donde el grupo familiar y la parentela es la base de la organización y el
principio de la estrategia de segmentación.

No es claro cómo se escogen, hoy en día, los nuevos jaibaná pero éstos deben empezar
como aprendices y como mínimo deben tener cuatro maestros. El servicio del jaibaná se
paga y se compran los bancos, la parafernalia y la loza que se utiliza en los rituales.

Quizás lo más importante de este personaje es que concentra el conocimiento que tienen los
indígenas sobre el entorno. Es conocimiento estructurado, que da cuenta de la conducta
adaptativa como diría Reichel-Dolmatoff, en el sentido que incrementa la posibilidad de
sobrevivencia individual o del grupo (Reichel-Dolmatoff, 1977: 7).

Territorio, parentela y organización política, son tres elementos interrelacionados


estrechamente en la organización social emberá. La parentela es una familia ampliada, y
según Mauricio Pardo, se reconocen hasta cuatro grados de consanguinidad tanto por línea
materna como paterna. Cada vivienda es ocupada por una familia que atraviesa algún
momento del ciclo de existencia de la familia extensa: una pareja construye una casa y con
el tiempo los hijos e hijas mayores se unen en matrimonio y siguen residiendo allí con los
hijos que van naciendo hasta que la casa se hace estrecha y alguna de las jóvenes parejas
decide construir una nueva para reiniciar el ciclo (Pardo, 1987: 256).

El jefe es el dueño de la casa. Se legitima por ser la cabeza de referencia en la


descendencia, goza de gran respeto y es la base estructural de la autoridad.

Algunas parejas nuevas pueden buscar otros territorios pero tratan de hacerlo cerca de sus
padres, en la misma microcuenca, que es su territorio. Participan en actividades laborales,
fiestas y otros eventos comunes. No se puede, sin embargo, dar límites precisos a estos
territorios.
Se reconoce la utilización individual de las parcelas pero la norma implícita es defender
determinado territorio y evitar que se establezcan extraños a las parentelas que habitan la
microcuenca.

El sistema sociopolítico es flexible y permite, entre otras cosas, una gran movilidad
territorial. Las migraciones son frecuentes entre los indígenas chocoanos; los emberá van a
Panamá, Antioquia, Risaralda, Córdoba, Valle del Cauca y al interior del mismo
departamento y la cuenca. Como se dijo, la mayoría de la población cuna emigró a Panamá
y se los conoce como habilidosos navegantes.

Según documentos coloniales existió al parecer una autoridad central en las unidades
sociales pequeñas y uniones socio-políticas mayores, coyunturales. Dice Pardo que algunos
documentos mencionan que los chocó se organizaban en Provincias y éstas se dividían en
parcialidades lideradas por caciques guerreros que se unían coyunturalmente para pelear
contra un enemigo común (Ibid: 257). Esta organización política fue rota por el contacto
con los españoles. Las guerras que suscitaron obligaron a una estrategia basada, como ya se
dijo, en la dispersión, que tal vez les permitió a todos los grupos, pese al drástico descenso
demográfico, la supervivencia.

Vasco opina, sin embargo, que la característica básica de la organización socio-política de


los indígenas de esta región es la segmentación (Vasco, L. G., 1985). Pero hay que
considerar, como Zuluaga y otros comentan refiriéndose a los wanana, que los indígenas
tienen una gran conciencia sobre el momento histórico en que viven y desarrollan una gran
capacidad para asumir cambios (Zuluaga y otros, 1987).

En la actualidad, la defensa del territorio bajo la forma de resguardos, tiende a favorecer la


nucleación en vez de la segmentación, lo que implicará en el futuro cambios en la
organización socio-política. La creación de los resguardos tiene, por lo demás, efectos
sobre la protección de determinadas áreas como reservas de recursos naturales y del
subsuelo, como ya es explícito en la legislación.

En cada resguardo habitan varias comunidades compuestas por dos o más parentelas
asentadas sobre quebradas. Tienden ahora a fundar caseríos, cada uno con un cabildo cuyo
jefe es denominado gobernador. Desde hace pocos años los miembros del cabildo son
elegidos al comienzo de cada año y se posesionan ante el alcalde del municipio donde está
el caserío, en forma similar a lo acostumbrado en el suroccidente colombiano. Los cabildos
se unen a nivel subregional en cabildos mayores siguiendo las cuencas de los ríos
principales: medio San Juan, bajo San Juan, bajo Atrato, etc. En total hay 18 zonas y se
estiman en 204 las comunidades en el departamento.

En la adopción de los cabildos como forma política de organización se reconoce la


influencia de los movimientos indígenas del país conformados desde los años setenta con
clara preponderancia de las formas organizativas del suroccidente del país, y las presiones
de las instituciones oficiales que los han adoptado como patrón deseable.
El primer cabildo se formó hace casi 20 años en La Lerma (río San Juan), entre un grupo
wanana. Posteriormente surgieron organizaciones indígenas como la OREWA,
Organización Regional Emberá-Wanana, que se constituyó legalmente en 1979.

Este proceso de conformación de organización nucleada regionalmente no ha sido fácil, por


cuanto contradice una vivencia de muchos años. Sin embargo, la mayoría, con espíritu
pragmático y sentido de cambio, observa los beneficios que les reporta. Algunos aluden a
disputas, chismes y envidias entre familias. Aducen que el cabildo les asigna trabajos
comunales contra su voluntad y consideran que les toma demasiado tiempo y pierden
autonomía en sus trabajos individuales. Sin embargo, se puede estimar que la gran mayoría
reconoce en mayor o menor medida sus cabildos.

Los dirigentes indígenas cuentan que el origen de la OREWA fue un grupo de estudiantes
indígenas del internado del Vicariato Apostólico en Istmina. Allí, los emberá y wanana se
debían entender entre sí en español; comenzaron por criticar los reglamentos y el maltrato
del Vicario, quien los obligaba a trabajar en fincas del Vicariato. Decidieron partir para
Quibdó pero como no tenían recursos para seguir estudiando, decidieron pedir ayuda para
fundar una casa estudiantil, con el objeto de apoyar a indígenas en sus estudios.

Es de anotar que la creación de organizaciones indígenas reivindicativas venía ocurriendo


en distintas zonas desde inicios de los años setenta. Algunas de ellas, especialmente las del
Cauca, estimularon la creación de otras en el país. En 1977 se llevó a cabo el primer
Congreso Indígena Regional. La organización dejó entonces de tener carácter estudiantil y
se convirtió en una organización de vocería de los intereses de los indígenas del Chocó.
Pronto consiguieron personería jurídica y constituyeron una junta directiva.

En 1982, con ocasión del segundo congreso regional, estuvieron presentes 73 comunidades
del Chocó y 753 indígenas representantes de otras organizaciones del país.

Ya en 1980 habían asistido a Lomas de Hilarco, en el Tolima, convocados por el Consejo


Regional Indígena del Tolima, CRIT, quienes habían padecido el desalojo, por parte de la
policía, de terrenos que reclamaban. Allí nació una coordinación nacional indígena que
poco después desembocó en la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC.

Por su parte los cuna, quienes por tradición manejan un consejo comunitario deliberante,
entraron a formar parte de la ONIC y la presiden en la actualidad.

La OREWA en este momento y según palabras de su Junta Directiva, desarrolla programas


en todas las comunidades. El primero de ellos es elevar el nivel organizativo de las
comunidades a través de cabildos y la constitución de resguardos y el segundo, mejorar el
nivel de vida a través de acciones en salud, educación y producción.

La OREWA misma ha desarrollado un programa llamado Experiencia Educativa, que trata


de llevar un programa de educación bilingüe a largo plazo. Su objetivo es una combinación
entre etnoeducación y escuela nueva, en el que los primeros años escolares afianzan lo
propio y toman conocimientos externos. Se proponen recuperar los conocimientos
tradicionales, por ejemplo la botánica, cuyo conocimiento tienen los jaibaná. Todavía no
están resueltas las diferencias con los jaibaná, para quienes éste es un conocimiento
sagrado, especializado y ritualizado.

Respecto a la relación con el ambiente natural, éste no es para los indígenas únicamente el
medio que les proporciona lo necesario para la sobrevivencia; es la confluencia cultural de
múltiples elementos animados e inanimados, es un todo interrelacionado.

La acumulación de los conocimientos indígenas en los distintos planos de la naturaleza es


vasta y compleja; sobre los animales, por ejemplo, no se limitan a observarlos; los animales
enseñan a los hombres a usar ciertos recursos. Se constituyen en modelos de adaptación
(Reichel-Dolmatoff, 1990).

Dentro de la concepción de ambiente se encuentra el hombre mismo, que debe guardar


interdependencia con la naturaleza y buscar su justo equilibrio. Plantas, animales y hombres
se unen en múltiples interrelaciones a través de relatos míticos que dan una perspectiva
temporal. Este conjunto estructurado es el eje alrededor del cual se entiende la explotación
económica, las estrategias adaptativas, la conservación del medio ambiente, la concepción
de vida y muerte.

La relación con el ambiente implica entonces no sólo conocimientos, sino control a partir
de reglas sobre lo permitido y lo prohibido, un sistema de castigos y consecuencias de las
trasgresiones, a través de conceptos de enfermedad y muerte.

Es preciso enfatizar las funciones del shamán, el especialista de la vida espiritual, en la


relación con la naturaleza; de especial importancia es su papel frente a la llamada
humanización del espacio para hacerlo territorio.

Así, entre los diferentes grupos indígenas, no se encuentran tan sólo descripciones y
conocimientos sobre la naturaleza, sino la naturaleza insertada en la cultura a través de los
mitos, las tradiciones e innumerables espíritus. Es una naturaleza plena de significados,
tratada ritualmente.

Edgardo Cayón y Silvio Aristizábal, al investigar sobre los emberá-chamí de Risaralda,


concluyen que: el sistema de creencias indígenas dentro del cual incluimos sus
conocimientos botánicos y sus modelos de acción, constituyen sobre todo respuestas de
tipo adaptativo (y por tanto con valor de sobrevivencia) a la interacción hombre-
naturaleza-cultura a través de procesos históricos durante los cuales ella transforma el
sistema y es transformada por él (Cayón, E. y Aristizábal, 1980: 7).

Y es que el conocimiento mítico no existe separado de las prácticas cotidianas y es a través


de la práctica rutinaria misma, del conocimiento de la práctica, como dice Isacsson (1994),
como se llega al conocimiento del significado.

IV
LOS PROCESOS ECONOMICOS PRINCIPALES
EN LA ECONOMIA chocoana predominan los procesos productivos primarios, la minería
de oro y platino, la agricultura, la pesca, la explotación de madera y en algunas zonas la
ganadería.El comercio es ahora una actividad concentrada en agentes de origen no
chocoano, quienes remplazaron a los comerciantes que vivieron el auge minero con el
establecimiento de la Chocó Pacífico en 1920.

Ciertas características del departamento, tales como la precariedad de las vías de acceso y
la inexistencia de un mercado interno regional, inciden en los procesos económicos. Los
mercados se fragmentan en una serie de circuitos relativamente aislados, orientados
alrededor de las cabeceras urbanas, tanto por la ineficiente integración física intrarregional,
como por la mayor influencia de otras regiones sobre ciertos sectores del departamento. El
Chocó asume así la forma de subregiones articuladas a otros polos de desarrollo, alrededor
de algunos productos con destino extradepartamental y débiles lazos entre sí.

Así por ejemplo, el Bajo Baudó y Nuquí tienen mayor interrelación con Buenaventura; San
José del Palmar con el Valle del Cauca; El Carmen de Atrato con Medellín; Acandí,
Riosucio y Unguía con el Urabá antioqueño. En resumen, puede ser más importante el
vínculo económico hacia fuera que hacia dentro del departamento.

Las actividades relacionadas con la explotación de recursos naturales renovables y no


renovables, carecen de una estructura de transformación de bienes que permita canalizar los
excedentes generados de las actividades de explotación minera o maderera para
reinvertirlos en la región. El Chocó es entonces un generador de riquezas hacia otras zonas
del país y aún del exterior, pues los recursos que se explotan se transforman y se convierten
en mercancías fuera. Esto ha convertido al departamento en importador de la mayoría de
los bienes de consumo y aún de bienes procesados que de allí se extraen, como cierto tipo
de maderas.

Los altos costos de inversión, la carencia de servicios básicos, sobre todo viales, son
algunas de las trabas que impiden la creación de industrias capaces de ofrecer empleo y
beneficio a la población departamental y servir como punto de expansión de las actividades
tradicionales.

Debido a la debilidad de "la economía departamental, se vuelve más notable la


dependencia que tiene la población del sector público, como fuente de empleo más estable"
(CIDER-SW 1991: 29).

Esta característica refuerza la debilidad de infraestructura económica, pues buena parte de


los recursos departamentales los absorbe la nómina oficial. No es tampoco un secreto la
existencia de corrupción en el manejo de los dineros públicos y la ardua y constante lucha
por el control institucional por parte de los distintos sectores políticos locales.

La producción agrícola y pecuaria

Si bien existe poca información actualizada, la información disponible plantea que el área
total dedicada a las actividades agropecuarias es reducida, ya que se estima que casi el 60%
del territorio en explotación se dedica a las actividades de minería y explotación forestal.
El Departamento Nacional de Planeación calculaba que hace diez años cerca del 42% de la
tierra se dedicaba a la agricultura. Desde entonces la frontera agrícola se ha expandido
especialmente al norte y nororiente, pero aún predominan la minería y la explotación
forestal.

Los productos agrícolas principales son el plátano, el arroz, la caña, el maíz y el banano.
Otros productos menores son frutales como el borojó y el chontaduro. Desde el punto de
vista del volumen de la produccción, el plátano ocupa el primer lugar. Le siguen la yuca, el
arroz secano y la caña panelera. Por superficie sembrada el maíz tradicional es el producto
más importante.

Quibdó sirve como centro de acopio y exportación de productos agrícolas hacia fuera del
departamento y hacia otros municipios de la región. Este papel está dado tanto por ser
puerto fluvial, como por su conexión con las principales vías terrestres del departamento:
Quibdó-Medellín; Quibdó-Tadó-Pereira; Quibdó-Istmina-Condoto.

Aunque Quibdó es el centro comercial más importante del departamento, cabe destacar a
los municipios de Istmina y Tadó como centros subregionales.

Es indudable que el producto con mayor circulación dentro del departamento es el plátano,
alimento básico en la dieta diaria y a la vez es el que más se exporta; le sigue el arroz que
se produce en el medio Atrato y especialmente en el alto y bajo Baudó, con limitadas
condiciones técnicas.

Los municipios de Riosucio, Acandí, Unguía y San José del Palmar muestran una tendencia
mayor a la exportación, en vez de abastecer mercados internos. Ello refleja tanto las
limitaciones de la conexión vial, especialmente con San José del Palmar, como la
importancia que tiene la actividad agrícola en la zona del Urabá chocoano. En contraste, los
municipios de Alto Baudó, Istmina y Bojayá tienen mayores niveles de comercio con otros
municipios del Chocó.

En San José del Palmar y El Carmen de Atrato tienen relativa importancia las hortalizas y
el café. Aunque no hay datos precisos para estos dos municipios, se considera que El
Carmen comercia básicamente con Bolívar (Antioquia) y Quibdó y San José del Palmar
con Cartago (Valle). San José no tiene ninguna vía que lo conecte con el resto del
departamento, como ya se ha dicho.

La ganadería en el departamento se limita básicamente a satisfacer el consumo local. Las


zonas más ganaderas son los municipios de influencia colonizadora, como Acandí, Unguía,
Riosucio, El Carmen de Atrato y San José del Palmar. La ganadería se ubica básicamente
en la región del Urabá chocoano y en el sur-oriente del departamento. En el Urabá, los
colonos iniciales fueron reemplazados por grandes ganaderos, por lo general propietarios
ausentistas; los pastos rodean los resguardos indígenas y desplazaron a los campesinos
negros.

Durante años los indígenas y la población negra utilizaron la caza tradicional para el
consumo familiar; el venado, la guagua, el perico, el saíno, hoy agotados en las selvas
chocoanas, proveían de proteína animal a las familias asentadas en el sector rural. La
explotación intensiva, la introducción de nuevas tecnologías y la falta de políticas sobre
manejo y conservación de estos recursos, llevaron al ecocidio faunístico de especies propias
y la dependencia de la ganadería.

Desde el punto de vista jurídico, la mayor parte de las tierras cultivadas están cubiertas por
la reserva forestal del Pacífico, lo cual implica limitaciones para su titulación. Este hecho
fue manejado mediante canales tradicionales de reconocimiento y legitimación de la
apropiación y de la propiedad territorial entre las familias negras y entre los indígenas y no
estuvo exento de conflictos y roces, especialmente en áreas colindantes.

Paulatinamente se presentaron presiones para levantar áreas de reserva, bien con destino a
nuevas zonas de colonización (Urabá chocoano especialmente y alrededores de poblados
costeros), bien para los indígenas, bajo la forma de resguardos o reservas especiales. Los
campesinos negros presenciaron la conformación de nuevos derechos, unos individuales,
otros colectivos, que modificaron los acuerdos de la tradición y no los tomaban en cuenta.

Algunas organizaciones populares, ACIA (1) y OBAPO (2) , y otros activistas negros,
intentaron que la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 considerara la necesidad de
reglamentar los derechos territoriales de los campesinos negros y los tomaran como grupo
étnico cultural. Después de numerosas discusiones obtuvieron el artículo transitorio 55. El
artículo consideró la necesidad de reglamentar dichos derechos para los habitantes rurales
ribereños de los ríos de la cuenca del Pacífico; para ello se creó una Comisión Especial, con
participación de entidades del gobierno, delegados de las comunidades negras del Pacífico,
algunos políticos y expertos en el tema. Esta comisión, después de un arduo trabajo,
propuso la ley que reglamentó el artículo transitorio, la ley 70 de 1993. Nuevas comisiones
deberán dar forma a los derechos territoriales y a las garantías de respeto étnico cultural y el
acceso a mecanismos de fomento social y económico.

Es claro, sin embargo, que el desarrollo agropecuario del Chocó, por su biodiversidad y por
la fragilidad del suelo, debe estar supeditado a determinadas áreas. El Chocó no tiene
definitivamente una vocación agropecuaria y la expansión de esta frontera va en detrimento
del equilibrio ecológico y fundamentalmente de las culturas rurales afro y amerindias.

Está vigente la pregunta sobre cómo puede llegarse a un nuevo balance dados los cambios
en las formas de apropiación territorial, en los equilibrios interétnicos de distribución
territorial, en los modelos de explotación agrícola y frente al uso no destructivo de la
biodiversidad.

La pesca artesanal

El Chocó, por su posición geográfica y su biodiversidad en el ecosistema, tiene tanto en sus


ríos como en las costas, un enorme recurso pesquero. El litoral Pacífico chocoano es la
zona de gran potencialidad para la captura, comercialización y procesamiento de productos
marinos.
La Costa Pacífica chocoana, según Takahisa Mituhasi, tiene una extensión aproximada de
650 kilómetros sobre el mar y se divide en dos partes: la parte sur, desde el límite con el
departamento del Valle hasta el Cabo Corrientes y la parte norte, desde éste hasta la
frontera con Panamá.

La parte sur se caracteriza por la selva del mangle y los esteros; la plataforma continental es
estrecha y los pueblos están asentados en las bocas del río y de los esteros.

En la parte norte, el fondo marino presenta un declive abrupto y la montaña se aproxima a


la orilla del mar; las comunidades se asientan principalmente en las playas (Takahisa,
1992).

A lo largo de la zona costera del Pacífico chocoano hay unas sesenta comunidades con
aproximadamente 900 pescadores profesionales de pequeña escala, según Takahisa: "la
forma de pesca es principalmente individual, existen muy pocos grupos y asociaciones de
pescadores. Los aparejos utilizados son también en pequeña escala" (Ibid: 10).

Los aparejos y métodos de pesca se clasifican en tres categorías: pesca con anzuelo, pesca
con red y pesca con otros instrumentos. Cada uno tiene sus técnicas y objetivos propios. La
introducción de materiales pesqueros como el nylon o el paño de red, si bien están
difundidos, son caros para los pescadores artesanales.

Dice Takahisa que "La mayoría de los pescadores se dedican a sus actividades de pesca en
lugares cercanos al pueblo. Una parte de ellos salen a pescar lejos, en grupo, y realizan su
actividad mientras se encuentran hospedados en pueblos cercanos al sitio de pesca. El
esfuerzo pesquero está concentrado en los peces bentónicos de carne blanca. La capacidad
de las embarcaciones utilizadas está haciendo muy limitados los sitios para las faenas
destinadas a la captura de los peces bentónicos" (Takahisa, 1992: 15-17). Dicha tendencia
hace que los pescadores en la actualidad se alejen más y más de las comunidades para
realizar su faena, elevando los costos del transporte y de la actividad.

Los buques arrastraderos de la pesca comercial hacen su faena en alta mar y a veces cerca
de la costa; botan al mar los peces no aprovechados y causan el agotamiento de recursos
pesqueros en la zona. Por ello y por la falta de recursos tecnológicos para la conservación y
manejo del pescado y demás productos marinos, la actividad pesquera es de consumo
familiar y los excedentes son para la comercialización local y eventualmente se llevan a
Buenaventura y Quibdó.

Para la conservación del producto utilizan la técnica del secado al sol y el ahumado; en
unos pocos sitios existen cuartos fríos y cavas de hielo donde se almacena el pescado para
comercializar. En general, el proceso de conservación es un cuello de botella para el
pescador artesanal que no puede utilizar la técnica de congelación del producto fresco, pues
carece de los recursos financieros y tecnológicos que se lo permitan.

La comercialización se realiza por vía aérea hacia Bahía Solano y Nuquí o por el mar hacia
Buenaventura.
En general, tanto para el norte como para el sur, los intermediarios son quienes se encargan
de la comercialización del pescado, sobre todo el de carne blanca, y el de los camarones.
Los precios de compra son muy bajos. Los intermediarios suelen hacer el negocio al fiado
con los pescadores artesanales y les proporcionan facilidad para los aparejos de pesca,
combustible, hielo y medios de subsistencia.

En varias comunidades se produce pescado seco salado y ahumado para autoconsumo o la


venta en los mercados locales. Los pescados salados y ahumados son parte de las comidas
típicas, con variedad de preparaciones locales.

Desde hace algunos años se intenta, aún débilmente, la producción de enlatados (Nuquí) y
precocidos con destino al interior.

Las comunidades asentadas en los ríos Atrato y Baudó y en el San Juan, utilizan las viejas
técnicas de salado, ahumado y secado al sol y buena parte de la producción se consume
localmente. La hoya del río Atrato en la parte media y baja es la más rica y abundante en
especies tales como bocachico, sabaletas, bagre, dentón, sábalo, barbudo. El río Baudó
también tiene recursos pesqueros considerables.

Para el río San Juan es interesante resaltar los estudios que indican que el río no tiene los
nutrientes necesarios para albergar una abundante fauna acuática que sirva de alimento a
los peces del sistema hídrico. Es probable que la alta concentración de sólidos en
suspensión, como consecuencia de la actividad minera, sea un factor que aleje los peces de
la zona. Otro factor que puede afectar la abundancia de la ictiofauna, es la introducción del
tucunare (cichla ocellaris), pez carnívoro de la cuenca amazónica traído hace
aproximadamente 20 años; este pez pudo depredar a las especies del río San Juan, muchas
de ellas endémicas (SER, 1991).

El estudio del Instituto SER sobre impacto de la minería plantea que "las acciones
desarrolladas por la minería industrial que producen impactos adversos de magnitud alta
y de alta importancia en la actividad pesquera en el San Juan son las disposiciones de
lodos, el dragado y la separación de mercurios. Los vertimientos y la disposición de
aceites de la minería semiindustrial afectan la fauna acuática" (Ibid: 113).

El SER resalta el impacto sobre la ictiofauna pues en "las comunidades de organismos


acuáticos se destruyen los nichos donde estas comunidades se asientan. Los peces, por el
incremento de los niveles de sólidos en el agua, así como por la escasez de alimentos, son
alejados de las zonas de actividad de esta minería, ocasionando una disminución de la
oferta alimentaria a los pobladores del lugar" (Ibid).

El uso del mercurio en la actividad minera constituye otro efecto negativo para la fauna
acuática. Según el estudio ya mencionado, las concentraciones de mercurio en los peces son
altamente preocupantes; por ejemplo, a dos ejemplares de sábalo se les realizó un análisis y
se encontraron concentraciones alarmantes de mercurio en el tejido muscular y en el
visceral (entre 1.4 y 2.4 Mg/kg).
En legislaciones de "países como E. U. y Suecia, el límite permitido de mercurio en tejido
de peces es de 0.5 Mg/kg., lo que revela la enorme magnitud de este impacto adverso en la
fauna acuática del río San Juan" (Ibid: 12).

El mercurio analizado se encuentra acumulado en los tejidos, lo que indica que los peces
vienen recibiendo este contaminante en dosis pequeñas, pero en un tiempo largo, dado el
tamaño de los ejemplares analizados.

En los ríos Atrato, Baudó y afluentes como el Capá, Andágueda y Tumutumbudó, el uso
del taco de dinamita tiene un impacto adverso sobre la fauna acuática. Igualmente, el
barbasco y los fungicidas utilizados para el tratamiento de las maderas, inciden enormente
en el deterioro de la fauna acuática.

Deforestación y otras actividades forestales

Ya se destacó cómo el territorio chocoano contiene la proporción más elevada de


endemismo específico de todo el continente (Gentry, 1990: 41). Sin embargo, sufre hoy día,
la tala intensiva e indiscriminada de los bosques. En un proceso que se refuerza
internamente, las escasas oportunidades de ingresos adicionales a la agricultura inducen a
los campesinos a participar en las talas para las grandes compañías madereras, o a formar
sus pequeños aserríos. Pero el empobrecimiento del bosque y del ecosistema, aumentan el
empobrecimiento de las comunidades rurales
(ver DIAR, 1987:40 y DNP, 1988).

La sobre-explotación de los bosques trae consigo el desequilibrio del ecosistema: erosión,


pérdida de nacimientos de agua y desaparición de fauna y flora.

Pero, por otra parte, estos mismos bosques han sido subutilizados por cuanto se explotan
sólo las especies que tienen interés como madera, pero no se aprovecha la diversidad
existente.

La explotación de maderas se concentra en el Urabá (Riosucio, Acandí y Unguía), en la


zona del Atrato medio (Bojayá y Quibdó), en el bajo San Juan (Istmina) y en el litoral
Pacífico.

Sobresalen como especies de madera, típicas del norte chocoano, la asociación pancanal (3)
, la asociación catival, la que comprende las especies de cedro, quino, tanjeras, caoba, roble
y ceiba toluá; la asociación entre sande, guasco, caimo, nuánamo y la del abarco. En el
centro, el pino, abarco, anime, sande, aserrín, carrá, cedro, la asociación manglar y nato.

Numerosas discusiones han surgido en los últimos años sobre los permisos de
aprovechamiento forestal, discusiones que han recorrido las instituciones regionales y
nacionales y dividen en ocasiones a las propias comunidades en bloques antagónicos. Si
bien se ha ampliado la conciencia general sobre la importancia de modificar las formas
rapaces de aprovechamiento, los intereses que giran sobre la explotación maderera son
fuertes y numerosos y se enraizan localmente.
Los problemas se inician con el otorgamiento y continúan con el control y la vigilancia
sobre volúmenes, áreas, especies y sitios de explotación. Las deficiencias son ampliamente
conocidas, especialmente en la delimitación de áreas y especies. En estos años se han
presentado conflictos, por la sobreposición de permisos de explotación con los resguardos
indígenas y territorios de otros pobladores locales. Ciertas zonas de Juradó, alto Andágueda
y Tanela o Riosucio, son ejemplos de lo anterior. Los mayores volúmenes de madera
movilizados en 1990 y 1991, provinieron de Riosucio. En los Anexos Nos. 1, 2, 3 y 4 se
describen los permisos otorgados en esos años.

A raíz de las discusiones promovidas en 1992 y 1993 por los delegados comunitarios de la
Comisión Especial de Comunidades Negras sobre el permiso de explotación denominado
Balsa II (Atrato medio), se evidenció una vez más la precariedad en la toma de decisiones
para el otorgamiento de los permisos. Los permisos adolecen de una delimitación precisa y
se otorgan principalmente a grandes compañías madereras. Por ello es de la mayor
importancia incorporar las comunidades en la toma de decisiones y en la vigilancia del
cumplimiento de las condiciones de extracción para evitar que se exploten especies no
autorizadas y mayores volúmenes de los permitidos.

Si analizamos los volúmenes por especie movilizados en 1990-91 encontramos que el


cativo (204.488.78 m3 para 1990 y 110.303.62 m3 en 1991) representa el 74.57% de las
especies movilizadas. Como ya se dijo, el catival es importante para mantener estable el
cauce de los ríos y regular los nutrientes y frutos de las aguas que contribuyen al soporte de
comunidades animales acuáticas (Durán y otros, 1989; ver Cuadro Nº 12).

CUADRO Nº 12
VOLUMEN DE MADERA MOVILIZADO POR ESPECIES, 1992

Especies Volumen ( m3 ) Porcentaje ( % )


cativo 204.488,73 74,57
cedro 15.343,74 5,59
chanú 12.573,81 4,56
abarco 10.327,60 3,76
güino 11.940,20 4,35
otras 10.578,88 7,14
TOTAL 274.293,01 100,00

FUENTE: CODECHOCO, División de Recursos Naturales, 1992.

En las regiones donde predomina el fenómeno de colonización (Urabá chocoano y zona de


influencia de la carretera al océano Pacífico), la tala del bosque ha ocasionado ya
irreparables daños ecológicos. Esto contribuye a la progresiva pauperización de las culturas
chocoanas y hace urgente establecer proyectos alternativos de reposición natural. Es
necesario estudiar la gama de posibilidades económicas de los productos menores (resinas,
gomas, aceites, látex, etc.). Apenas se inicia el conocimiento del papel del bosque en las
comunidades rurales y su formas de uso, el empleo de tecnologías tradicionales eficientes
en su explotación y el papel de la familia como unidad básica de producción, manejo y
conservación del ambiente.

Los permisos pequeños, denominados persistentes de explotación forestal, corresponden a


la clase D (200 m3 de madera en bruto), inciden también de manera adversa en la
degradación del ambiente por su concentración en los ríos y quebradas.

Los precarios recaudos por aprovechamiento forestal reflejan la falta de eficiencia estatal
(ver Anexo Nº 5). La ausencia de proyectos de uso, manejo y conservación ambiental que
aprovechen de manera no destructiva los recursos es también evidente.

La presión hacia la explotación rápida de maderas y la falta de una estructura institucional


eficiente que permita enfrentar la destrucción de los bosques, hacen temer que en corto
tiempo el Chocó habrá perdido buena parte de su cubierta vegetal. Todavía no prosperan
los proyectos de conservación y manejo sostenido del recurso bosque en interacción con los
modelos culturales existentes.

La minería, presencia renovada

La minería ha sido el hilo histórico de unión del Chocó con el país y el exterior, su marca
como zona de frontera, como al comienzo se señaló. Impregna la vida social regional, plena
de múltiples significados culturales.

En el Chocó la actividad minera se puede clasificar, según la técnica de explotación, en


minería artesanal, semiindustrial y minería industrial (ver Anexos Nos. 6, 7, 8 y 9).

Las principales zonas mineras se encuentran en la cuenca del río San Juan, en especial en
Istmina, Condoto y Tadó.

La explotación del oro aluvial se realizaba y aún se practica marginalmente, a través del
llamado barequeo. Las técnicas del barequeo, según el tipo de mina, son el hoyadero, la
manga y el zambullidero, en la denominación local. La población afrochocoana ha utilizado
como instrumentos tradicionales bateas, almocafres, barretones, mates, canaletes.

La minería artesanal se practica por grupos de 10 a 12 personas denominados cuadrillas.


Cada cuadrilla tiene un jefe y básicamente están conformadas por familiares, aunque
incorporan también, ocasionalmente, compadres o amigos.

La actividad minera varía según las condiciones estacionales y las de la mina misma. Se
trabaja cada yacimiento a lo largo de ríos y quebradas con técnicas apropiadas a sus
características. En el curso del año, la explotación se ajusta al caudal de las fuentes; en las
épocas con mayor caudal (mayo, noviembre) se buscan nuevas minas o se detiene la
actividad; en el verano, (diciembre, enero, febrero) se modifica el acceso a las minas, lo que
obliga a la suspensión de actividades. La técnica de zambulleo, por ejemplo, se utiliza más
en esta época. Cuando no se puede practicar la minería, los hombres aprovechan para
trabajar en las distintas parcelas (ver Torres, T., 1989).
Las redes de los troncos familiares determinan los derechos sobre los terrenos y cauces
mineros y sobre el reparto de las utilidades. Quienes tienen un derecho sobre una mina
pueden ceder a otros su usufructo y reciben por ello utilidades preestablecidas. También
pueden conformar una compañía con tres tipos de participantes: el dueño de la mina, los
asociados por utilidades y los obreros, quienes trabajan por jornal.

En la mayoría de los casos, la minería artesanal se complementa con la agricultura, la pesca


y la caza, pero la minería es el eje social y cultural de la mayoría de la población negra. "La
minería y su producto final, el oro, nos dictan qué hacer y qué no hacer todo momento",
dice Tomás Torres (Ibid: 30), refiriéndose a Neguá.

Como innovaciones tecnológicas de la minería artesanal, se introdujeron hace unos años los
motores estacionarios de gasolina (entre 9 y 15 H.P.), las motobombas y las draguetas. Su
utilización fue aprendida de las zonas mineras de Antioquia, en especial en Nechí,
Zaragoza, El Bagre y Machuca, donde emigraron mineros negros por algunos años; de allí
muchos volvieron con ahorros, que dedicaron a la maquinaria.

Los pequeños motores impulsan la succión de agua, que se aplica a una pena (4) ; el
material pasa a un canalón, donde se clasifica. Las motobombas pueden emplearse también
dentro del río donde se trabaja con buzos, hasta 5 y 6 mts. de profundidad.

Los costos de una motobomba (alrededor de un millón de pesos) y el capital de trabajo


necesario para comestibles, campamento y combustible, llevan a la búsqueda de apoyo
financiero. Algunos comerciantes financian entonces las compañías, compuestas al menos
por tres mineros y un maquinista.

Desde mediados de los años 80 se han extendido las motobombas y draguetas; su número
es difícil de precisar, pues no operan con licencia, pero se encuentran en toda el área minera
del San Juan, con mayor concentración en Lloró, Bebará, Bebaramá, Condoto, Andágueda
y los ríos Zuruco e Iró.

Para el trabajo con motobombas se realiza un acuerdo con quien tiene el derecho sobre el
terreno; este recibe un puesto dentro del negocio, que equivale a un porcentaje de las
ganancias. El dueño de la motobomba quien suele ser el jefe del grupo, recibe otro
porcentaje y los otros socios, uno menor. Los comerciantes que fían los equipos o los
víveres, suelen comprar parte del producto formando una cadena de dependencias
característica de las zonas mineras, pero que al parecer no es tan importante en el Chocó
como en otras regiones.

El empleo de motobombas y draguetas eleva los ingresos de los asociados y modifica la


organización minera artesanal en varios sentidos. Las compañías son casi exclusivamente
masculinas, se tienden a convertir en actividad permanente y toman características de
pequeña empresa.

También se presentan disputas y enfrentamientos sobre los derechos de explotación de


ciertas minas. Algunos dirigentes plantearon que "en los núcleos familiares que pertenecen
a un tronco compuesto por cinco, siete o hasta quince familias, una vez que la mina entra
en producción comienzan los problemas, pues ya no se tiene la misma estructura
organizativa para la explotación. Ya no están ligadas a la posesión familiar sobre una
determinada extensión de tierra para los diferentes ramajes".

La explotación con motobombas y draguetas causa impactos adversos en quebradas, ríos y


zona selvática; contribuye al deterioro de la fauna acuática por el efecto de desechos y el
uso del mercurio y deja hoyos en las áreas intervenidas, que se convierten en zoocriaderos
de mosquitos y zancudos (ver Anexo Nº 6).

Numerosas creencias sobre el oro alimentan prácticas rituales, algunas secretas. El minero
recela y desconfía. Debe protegerse continuamente de otros. El oro, dicen, está vivo,
camina, corre. Si la persona "es ambiciosa y tiene ansia, se vuelve agua". Si no reparte las
ganancias de la mina con sus parientes, el oro huye. Es preciso dar ganancias a los
familiares que tienen derechos sobre el terreno y en general, es necesario compartir las
bonanzas con la parentela (5) .

Por su parte, el barequeo, principalmente llevado a cabo por mujeres, se ha reubicado


alrededor del trabajo minero semiindustrial. Los pozos abiertos por las retroexcavadoras
son trabajados por enjambres de barequeros, mujeres, niños y algunos hombres, que siguen
paso a paso el trabajo de las máquinas.

Se entiende por minería semiindustrial la realizada por empresarios con equipos de


retroexcavadoras y motores estacionarios de 80 H.P. de potencia. Como equipo de apoyo
usan clasificadoras del material, volquetas, canalones. Cada retroexcavadora tiene un costo
entre 150 y 200 millones de pesos y el motor alrededor de 20 millones de pesos, lo que
implica inversiones altas.

Genera excedentes apreciables para los propietarios, en su gran mayoría paisas y cambios
importantes en las estructuras socioculturales de la población nativa y en el ambiente
natural.

Esta minería inició su auge alrededor de 1985, con la afluencia de empresarios de la zona
minera antioqueña, atraídos por el precio del oro y la tranquilidad de la región.

El número de retroexcavadoras en el San Juan, típicas de la minería semiindustrial, para


1992 era aproximadamente la siguiente:

Condoto: 45 retroexcavadoras.

Istmina: 10 retroexcavadoras.

Tadó: 13 retroexcavadoras.

Los impuestos que se han logrado recaudar en los diferentes municipios no se compadecen
con el deterioro ambiental que producen. Adicionalmente, el oro extraído se vende y
registra fundamentalmente en Antioquia y Risaralda, pues allí lo declaran los comerciantes,
de manera que se evaden las regalías locales.

Efectos inmediatos son la afluencia de inmigrantes como trabajadores de la minería o


comerciantes, con un aumento del costo de vida en la región. La demanda por vivienda, por
ejemplo, elevó notablemente el valor de los arrendamientos. Los cascos urbanos de la
región han recibido un flujo de población foránea, alrededor de la cual se intensifican la
prostitución y el consumo de alcohol.

Otra de las modificaciones es la generalización del arrendamiento de terrenos, que rompen


los derechos de la red familiar más amplia y generan tensiones dentro de ella.

La extracción del mineral por las retroexcavadoras ocasiona un impacto de gran magnitud
sobre la vegetación de vega. Se destruye no sólo la capa vegetal sino las geoformas, hecho
que hace difícil y muy lenta la recuperación de la cobertura vegetal (SER
CONSULTORES, 1991). Hasta el presente no se ha logrado el relleno de los pozos que
dejan, que implican una inversión adicional para los empresarios.

Al disminuir la vegetación con sus diferentes estratos se elimina el hábitat de muchas


especies de vertebrados, que aunque no desaparecen, disminuyen su capacidad de
adaptación y supervivencia en el nuevo hábitat invadido (Ibid: 92).

Este tipo de minería no contempla normas mínimas de manejo ambiental y puede


considerarse como depredadora en cuanto a lo físico-espacial.

La minería industrial en el Chocó se limita a los trabajos realizados en la subregión del San
Juan por la compañía conocida en la actualidad como Mineros del Chocó. El trabajo se
realiza mediante dragas estacionadas en distintos lechos (ver Anexo Nº 9). Hoy en día sólo
se encuentran en servicio tres dragas ubicadas en la zona de Condoto, con unos 300
trabajadores.

Héctor Melo en su investigación sobre la inversión foránea en el oro señala que los
capitales británicos estuvieron asociados al inicio de las operaciones mineras mecanizadas
en el Chocó (Melo, H., 1985).

En 1907, el presidente Rafael Reyes otorgó al general Cicerón Castillo una concesión para
realizar operaciones mineras en el río Condoto. Castillo formó una compañía en Bogotá;
realizó trabajos de prospección e inició luego modestas operaciones hidráulicas. Las
dificultades que enfrentó Castillo, lo llevaron a ofrecer su concesión en venta a la compañía
inglesa Consolidated Gold Fields, que realizó negociaciones con el oferente y formó la
Anglo-Colombian Development Co., para conducir sus operaciones en el río Condoto. Esta
compañía inició la compra de otra serie de propiedades adyacentes pertenecientes a
antiguos adjudicatarios (Ibid).

En 1912 la Anglo-Colombian estableció un campamento en Andagoya y con una draga de


vapor traída de Inglaterra, inició operaciones en julio de 1915. Operó esta draga en el
Chocó algo más de 40 años, hasta su traslado al departamento del Nariño, río Telembí
(Melo, H., 1985).

En estos años se produjeron intensas disputas sobre títulos de propiedad y litigios con
quienes reclamaban derechos de posesión sobre los yacimientos del río Condoto. Una de las
disputas más importantes fue interpuesta por Henry Granger, un norteamericano que había
estado en Colombia desde 1889 realizando exploraciones en los lechos de los ríos Atrato y
San Juan. Granger había obtenido adjudicación de títulos sobre extensas áreas que él
consideraba dragables. Una de estas áreas era el río Condoto, desde su desembocadura
hasta la isla llamada Bazan.

Héctor Melo dice que Henry Granger formó la compañía Pacific Metal Co. y después de
varias disputas legales, logró un acuerdo con la Anglo-Colombian Development Co. Se
formó así la compañía South American Gold and Platinum Company, como compañía
holding donde estaban representadas las dos anteriores. En 1916, como subsidiaria de la
nueva compañía, hizo su aparición la Chocó Pacífico con un capital declarado de cien mil
pesos (Melo, 1985: 42).

El holding anglo-norteamericano importó dragas y grúas, ampliando la infraestructura


existente en Andagoya convertido en centro administrativo minero. Se elevaron allí dos
pueblos separados por el río Condoto: el de los obreros negros, Andagoyita y el de los
administradores anglo-norteamericanos, Andagoya. Los del primero no podían deambular
por el segundo, contruido este como campamento de ultramar, segregado del entorno
social.

Auspiciada por la South American Gold and Platinum Company, nació la International
Mining Corporation que controló la Compañía Chocó Pacífico S.A., la Compañía Minera
de Nariño S.A., la Frontino Gold Mines Limited y la Consolidated Gold Dredging Limited.

Entre 1948 y 1972, la Chocó Pacífico extrajo metales por valor superior a los 196 millones
de dólares. El salario de los obreros, siempre fue el decretado por el gobierno, mientras los
técnicos extranjeros, gerentes, pilotos de dragas (wincheros), jefes de secciones (mecánica,
electricidad, bodegas, etc.) devengaban altas remuneraciones.

Durante 1964, una sola draga remitió a New York 90.000 onzas de platino. En ese mismo
año, las regalías para los municipios sanjuaneños de Bagadó, Tadó, Condoto, Istmina y
Nóvita sumados, escasamente sobrepasaron los ciento cuarenta mil pesos (SER
CONSULTORES, cit.).

Se dice que la Compañía Minera Chocó Pacífico con el producto de la explotación de los
recursos naturales del Chocó, aportó el Yankee Stadium a Nueva York.

Posteriormente, después de casi sesenta años de explotación intensiva, en los años 70, se
introdujo el régimen de empresa mixta con la participación del capital privado y público
colombiano en la Chocó Pacífico, en lo que se conoce como la colombianización.
En 1974, Mineros Colombianos S.A., en negociación hasta ahora poco clara, adquirió la
Chocó Pacífico por $42’OOO.OOO. La nueva razón social de la empresa fue Mineros del
Chocó S.A.

Pero, dice SER CONSULTORES, "en 1987, entró en crisis la empresa, no canceló
salarios a los obreros durante dos años. Las condiciones socio-económicas fueron
desastrosas para la población, los niños se desmayaban de hambre en las escuelas,
muchos estudiantes abandonaron las escuelas y las gentes beneficiarias de la empresa
comían una vez al día cuando conseguían" (Ibid:93, Testimonio de Felipe Ibarguen,
Vicepresidente del Sindicato de Trabajadores).

El gobierno, por ley 13 de enero de 1986, constituyó la empresa Metales Preciosos del
Chocó S.A. y liquidó la anterior empresa. A los obreros y pensionados se les entregaron
bonos o acciones de la nueva entidad como pago de dos años sin salario. El congreso
autorizó al gobierno para garantizar una refinanciación hasta el año 2000, norma que luego
fue modificada, con grandes sobresaltos para sus ya ancianos pensionados (600 jubilados,
328 trabajadores en 1991).

La historia de la Chocó Pacífico es la historia de la debilidad nacional en las negociaciones


con empresas extractivas y de la explotación sin beneficios para el desarrollo regional.

El deterioro ambiental de la llanura del río San Juan es una muestra fehaciente del impacto
humano sobre el ecosistema. El San Juan sigue bajo el peso de la carencia en servicios y en
bienestar. La época de esplendor de oro y platino pertenece al recuerdo.

En la actualidad, el 95% de la actividad minera en el departamento del Chocó se realiza en


forma ilegal. En buena parte esto obedece a la excesiva centralización de los trámites para
la solicitud de títulos mineros en las oficinas del Ministerio de Minas en Bogotá y al
desinterés de algunas administraciones municipales para hacer cumplir las normas
establecidas en el Código de Minas.

Es probable que estos procesos cambien con las nuevas disposiciones sobre tenencia de
tierra comunitaria y los nuevos controles sobre los recursos naturales que implican mayores
responsabilidades de los entes regionales y locales.

La producción de oro en el departamento fue de 99.416 onzas troy y 41.053 onzas de


platino para 1990 (ver Cuadro Nº 13 y Anexo Nº 10). Toda la transformación de este metal
se hace por fuera del país.

CUADRO Nº 13
PRODUCCION DE PLATINO POR DEPARTAMENTOS
ONZAS TROY, 1989-1990

Departamentos 1989 1990 ( % ) Variación 89/90


Antioquia 552.47 667.11 22.56
Nariño 84.37 110.42 30.88
Chocó 30.281,20 41.053,0 35.57
Cauca 316.38 279.10 -11.78

FUENTE: Banco de la República, 1991.

El departamento del Chocó fue el segundo productor de oro en Colombia hasta 1989. En
1990 aparece en tercer lugar, antecedido por Antioquia y Bolívar. Sin embargo, este
período ha sido el de mayor intensificación de la actividad minera, lo que sugiere cambios
en el sitio de venta del metal, mas no descenso en la producción.

La nación, a través del Banco de la República, da regalías a los municipios productores de


metales preciosos. Sin embargo las cifras de los desembolsos no constituyen un indicativo
real de la cantidad de minerales que se explotan en las localidades, pues con frecuencia no
se registran en éstos.

El Banco de la República, con sedes en Quibdó y Condoto, recibe el oro y platino limpio, es
decir, sin impurezas, como los vestigios de mercurio, pues no disponen en estos lugares de
la tecnología apropiada para separar metal precioso e impurezas. Esto hace que buena parte
del oro salga para la sucursal del Banco en Medellín, donde la información sobre regalías y
sobre el sitio donde se explota se modifica, pues los comerciantes lo registran como
procedente de fuera del Chocó.

Por otra parte, los intermediarios y comerciantes que compran oro de distintas zonas, no
llevan un registro municipal.

La actividad minera ha sido central en la historia del Chocó, de su poblamiento


contemporáneo y sigue siendo eje socio-económico. Las modificaciones que ha traído la
extracción aurífera con la proliferación de motobombas, draguetas y retroexcavadoras,
tienen un efecto creciente sobre el medio natural, en particular sobre la cubierta vegetal
ribereña, el cauce de los ríos y la sedimentación y contaminación de los mismos. La
organización negra, en especial las formas de dominio territorial y organización social para
la producción, también se ven afectadas y a menudo desprovistas de medios para
sobrellevar nuevos conflictos.

1 . Asociación Campesina del Medio Atrato. (Regresar)

2 . Organización de Barrios Populares. (Regresar)

3 . formación boscosa típica de la región chocoana. (Regresar)

4 . En el habla local se denomina peña a los montículos de tierra o a la banca de los ríos.
(Reresar)

5 . la parentela es una red extensa de familiares, afines y cosanguíneos, por línea tanto
materna como paterna y sus límites cobijan varias generaciones. A la parentela
cosanguínea y afín se asocian los compadres que se convierten en parientes una vez
establecido el vínculo. (Regresar)

V
LAS SUBREGIONES CHOCOANAS

EN EL CHOCO se pueden distinguir unidades sociogeográficas diferenciadas; algunos


ensayos de subregionalización (1) , distinguen cuatro unidades físico-territoriales (CIDER-
SIP, 1991: 120-122; ver Mapa N° 4) que pueden resumirse así:

— Hacia el noreste, en la cuenca baja del Atrato, la subregión de Urabá; está influida por la
colonización antioqueño-cordobesa y se vincula con la Costa Pacífica por lazos naturales y
sociales. Comprende los municipios de Acandí, Unguía y Riosucio.

— Hacia el centroeste, la cuenca alta del Atrato se puede denominar subregión central; las
actividades económicas más dinámicas se concentran en Quibdó y se ha generado un
corredor con los municipios de la vertiente occidental de la cordillera andina. Sus
municipios son Quibdó, Bojayá, Lloró, Bagadó y El Carmen de Atrato.

— En el sur, la cuenca del río San Juan o subregión del San Juan, ligada a la cuenca marina
del Pacífico, hacia donde drena este río; su población ha estado más dedicada a la
explotación del oro. Comprende los municipios de Istmina, Tadó, Condoto, Nóvita, Sipí y
San José del Palmar.

— En el litoral Pacífico, la subregión del Pacífico está separada del resto por la serranía del
Baudó; con menor poblamiento, está más vinculada a la dinámica general de la costa
occidental de Colombia. Pertenecen a ella los municipios de Juradó, Bahía Solano, Nuquí,
Alto Baudó y Bajo Baudó.

Entre las cuatro subregiones identificadas existe una débil integración económica y
político-administrativa. Las comunicaciones entre ellas son precarias y lentas. Pero si bien
cada una presenta formas culturales propias, comparten numerosos rasgos que se pueden
identificar como típicos de adaptaciones socio-culturales de la región en su conjunto.

En los gráficos 1 y 2 se observa el área ocupada por cada subregión dentro del territorio
departamental y la distribución de población en ellas, con base en el censo de 1985.

Subregión de Urabá,
de economía tradicional a ganadera
La zona del Urabá chocoano fue ocupada tradicionalmente por población cuna, parte de la
cual hoy en día se encuentra agrupada en resguardos, mientras la mayoría emigró hacia
Panamá.

Al final del siglo pasado, la explotación del caucho, de la tagua y la raicilla y la apertura de
las minas del río Tigre, atrajeron migrantes de la Costa Atlántica y del interior del Chocó.
Una vez pasado el auge extractivo, parte de esta población emigró de nuevo (ver Valencia y
Villa, 1991).

En los años 20, Félix Meluk, próspero comerciante que había llegado al Chocó en la
primera década del siglo proveniente de Siria, estableció allí un ingenio azucarero y
plantaciones de banano (información recogida en Quibdó, 1992). Ambos ocuparon cientos
de obreros en forma permanente y se convirtieron en factores de atracción de colonos (2) ,
especialmente de trabajadores negros del interior del Chocó.
Sin embargo, la población cuna fue la mayoritaria hasta la década de los cuarenta.

La gran depresión de la década del año 29, trajo la quiebra de Félix Meluk y el posterior
fracaso del ingenio, que había llegado a tener ferrocarril propio. Sus inversiones en platino
en la bolsa de New York sufrieron una mengua considerable, y se unieron al estancamiento
del comercio de oro, dirigido también al exterior. El ingenio y su infraestructura, compleja
para la época, cayeron en el abandono.

Hacia 1960, la zona recibió un nuevo auge colonizador centrado en las plantaciones de
banano y en la extracción maderera. La apertura de la vía Medellín-Turbo facilitó el
proceso. Para entonces la población indígena ya se encontraba disminuida y fue colocada
como minoría demográfica y socio-cultural. Valencia y Villa (cit.) mencionan que los cuna
pasaron de 5.000 registrados en el censo de 1912, a 500 en los años ochenta, reducidos
principalmente a los resguardos de Unguía y Cutí. Un pequeña población emberá y wanana
se aprieta en el resguardo de Tanela. La información reciente del INCORA en Quibdó
registra una población indígena total en la zona de 387 habitantes.

Las plantaciones bananeras se concentraron en la zona antioqueña de Urabá, mientras el


área chocoana quedó como retaguardia, poco a poco apropiada por extensos hatos
ganaderos, propiedad principalmente de antioqueños. La economía campesina de la
población negra fue paulatinamente desplazada por la ganadería, que hoy domina el paisaje
de manera abrumadora.

El ambiente geográfico está ligado a las condiciones del Golfo y a la cuenca baja del río
Atrato, en cuya planicie de desborde se forma una amplia zona pantanosa, con varias
ciénagas.

Hasta 1985 se encontraba el municipio con el más alto índice de crecimiento poblacional,
Riosucio (4.38% anual); aún recibe la afluencia de población extradepartamental
(Antioquia y Córdoba) atraídos por la extracción de madera de pequeños y grandes
empresarios y de colonos ganaderos.
La subregión de Urabá tiene la mayor porción del territorio departamental, 28%, seguida de
la subregión central (26%). Pero en términos de población, la primera tenía en 1985 el 16%,
mientras la central albergaba el 41%. En 1985 un total de 38.386 personas habitaban los
13.410 km del Urabá chocoano, mientras en 1993, ascendió a 48.003 habitantes, pero la
proporción continúa igual con respecto a la subregión central.

CUADRO N° 14
POBLACION SUBREGION DE URABA, 1993

Area mpal.
Municipios Total Cabecera Resto
Km2
Acandí 9.555 4.446 5.109 1.858
Riosucio 27.666 4.554 23.112 10.373
Unguía 10.782 3.464 7.318 1.179
TOTAL 48.003 12.464 35.539 13.410

FUENTE: DANE, Censo de 1993.

Riosucio representaba en 1993 más de la mitad de la población de la subregión, pero al


mismo tiempo ocupa más de las tres cuartas partes de su área ( 10.000 km2 ).

Para 1985 se observó que apenas el 47.4% de la población de la subregión de Urabá nació
en el municipio y el 59.4% en el departamento, lo cual hace evidente el origen
extrarregional de la mayoría de la población; no se puede establecer la procedencia precisa
de estos flujos migracionales con los datos disponibles. Pero se observa que Riosucio es el
polo receptor de población, mientras que Acandí es un expulsor neto con tasa de
crecimiento negativa, especialmente para el sexo femenino; Riosucio tiene aún tasas de
crecimiento superiores a las medias nacionales (CIDER, cit.: 131).

La actividad dominante en la subregión es la explotación de madera de Riosucio y en


menor medida, la producción de ganado en Acandí y Unguía. Según los datos de la Caja
Agraria, el área cultivada en Riosucio es ya considerable. Si esta actividad se consolida, la
expansión poblacional de la subregión se tiende a frenar, como ya se observa en el pasado
censo.

Es interesante anotar que el CIDER encontró en esta subregión la mayor y más estable
proporción de relación salarial dentro del departamento, mientras que la subregión del
Pacífico presenta el índice más bajo (CIDER, cit.), reflejo del cambio en las relaciones
sociales que desplaza a los nativos indios y negros y sus modelos tradicionales. Incluso la
subregión del San Juan aparece con empleo más estable y consolidado que la Subregión
Central, pero ambas en una condición inferior a la de Urabá. En pocas palabras, allí se
encuentra el mayor motor de la expansión de las relaciones salariales, bien en torno a la
ganadería, bien a los aserríos. Los enclaves antiguos, El Carmen y San José del Palmar no
tienen ya, al parecer, la dinámica del Urabá chocoano.
No obstante lo anterior, en términos de estabilidad laboral es la Subregión Central la que
tiene casi el doble de empleados ocupados más de nueve meses cada año, explicable por el
predominio del sector servicios en ésta, lo que seguramente está relacionado con un mayor
nivel de ingresos para la población ocupada.

En el Urabá chocoano la ausencia de títulos de propiedad de la tierra contribuyó para que el


nativo paulatinamente se quedara sin ella; aquellos que permanecen, trabajan como obreros
en las fincas, como aserradores independientes, o como braceros en las empresas madereras
y en los entables mineros.

Pese a la dinámica demográfica y ocupacional que muestran las estadísticas, el Urabá


chocoano sobresale por tener el índice departamental más alto de necesidades básicas
insatisfechas, 87.1%. Sobresale precisamente Riosucio, polo de desarrollo, con 97.5% de
NBI, que lo colocan en el segundo lugar departamental, después de Sipí.

Según el DANE en esta subregión apenas el 0.8% de las viviendas cuentan con los
servicios de acueducto, alcantarillado y energía. De hecho el 57.7% de las viviendas carece
de todos los servicios públicos; de las viviendas localizadas en la cabecera, apenas el 1.3%
cuenta con los servicios básicos. La mayoría de las viviendas no tiene ningún servicio
público, al tiempo que el 0.8% los tiene todos (DANE, 1985).

La dispersión de los asentamientos, la concentración del recurso docente en las cabeceras


municipales, la falta de infraestructura física y la falta de programas de seguimiento y
evaluación marcan la problemática educativa. Los niveles de analfabetismo en población
adulta y la deserción escolar en niños son altos.

Si bien el deterioro de ciertos ecosistemas es uno de los principales problemas debido al


incumplimiento de las normas mínimas de protección ambiental en los aserríos y por la
deforestación que abre el paso a la ganadería, los contenidos educativos sobre el aspecto
ambiental son superficiales.

Pero, sobre todo, los responsables institucionales otorgan poca importancia a los procesos
de daño ecológico en la subregión, ocasionados por las compañías explotadoras de madera
y la tala cotidiana del pequeño aserrador.

La minería intensiva es menos frecuente en la zona, pero cuenta con las nuevas tecnologías
(draguetas, motobombas) que ocasionan deterioro de ríos, quebradas y caños.

Ya se observan efectos ambientales nocivos del turismo en áreas como Capurganá y


Sapzurro. En las palabras de indígenas de la región "en el pasado hubo abundante comida;
mucha guagua, mucho venao y tatabro, y las ciénagas y ríos tenían buen bocachico y buen
pescado; hoy día ya no se consigue de qué vivir " (3) .

En el Urabá Chocoano 72.000 km2 pertenecen a los parques naturales de los Catíos y las
Teresitas, que podrían servir de base para proyectos de ecoturismo y etnoeducación con las
comunidades locales.
El Urabá está más relacionado en términos de flujos comerciales y de población con la
Costa Atlántica y el Urabá antioqueño, mientras está pobremente articulado con la
Subregión Central. Pero si bien el efecto de su dinámica sobre los mercados
departamentales es débil, el efecto ecológico, social y político sobre el conjunto
departamental es amplio. El proceso de colonización, con sus consecuencias sobre la
población nativa, sobre los sistemas naturales y sus recursos de fauna y flora, está
acompañado de conflictos que se extienden y se unen con los provocados alrededor de
actividades ilícitas varias, que erosionan al Chocó en su conjunto, donde las diferencias
socio-raciales se resolvían por medios no violentos.

El paisaje ganadero, que implica potreros limpios, ha devorado ya miles de hectáreas del
otrora temible tapón del Darién. La punta colonizadora que avanza desde Córdoba se une
con los aserríos y las talas de las empresas madereras; el Urabá chocoano se asemeja cada
vez más a su vecino, con su carga de conflictos sociales y deterioro ambiental.

La Subregión Central, epicentro departamental

En términos históricos esta subregión ha sido el centro político, administrativo y comercial,


papel que cobró fuerza desde el fin de la era colonial.

La actividad comercial que se generó en torno al abastecimiento de las minas del sur, y
posteriormente en relación con la explotación maderera, contribuyó a la consolidación de
un núcleo de poblamiento donde se organizaron las actividades político-administrativas
más importantes.

Las cuencas alta y media del río Atrato le dan a esta subregión una configuración ambiental
específica, en la que se destaca una vastísima área de bosque intervenido por agricultura
migratoria, especialmente en la vega de los ríos.

Hacia el occidente predomina la formación de bosques heterogéneos, sobre la estribación


oriental de la Serranía del Baudó (Cortés, Abdón, citado en: CIDER-SIP, 1991). El relieve
de esta zona varía desde el rango del ondulado hasta lo muy quebrado. Esto limita sus
posibilidades de aprovechamiento, aunado al clima y a la superficialidad y pobreza del
suelo.

El reordenamiento de la población que se produjo una vez finalizó la minería basada en


esclavos, implicó la dispersión de la población negra y la ocupación de las riberas de las
cuencas alta y media del río Atrato, eje geográfico y social de la zona. Significó también
conflictos con los indígenas, si bien estos se habían visto obligados por la presión colonial a
remontarse a las cabeceras de los ríos y afluentes del Atrato como el Neguá, Munguidó,
Paimadó, Tanguí, Beté, Amé, Capá, Bebará, Buey, Buchadó, Domingodó, Chintadó,
Truandó, Salaquí, Tanela y afluentes del río Quito (ver Pardo, M., 1981: 81).

La población negra desarrolló como patrón de asentamiento, las viviendas y caseríos


ribereños dispersos, de baja densidad demográfica, comunes también al resto del Chocó
como se ha mencionado. La producción se dirigió a la agricultura itinerante y la minería
artesanal, ambas articuladas entre sí en un ciclo de aprovechamiento anual. Los recursos de
ríos, ciénagas y de la selva vecina, sirvieron de soporte a la economía rural.

La rotación de pequeños cultivos de plátano, maíz, caña de azúcar, distantes entre sí,
trabajados con apoyo de una densa red familiar y de lazos de compadrazgo, guarda
marcadas similitudes con los modelos emberá y wanana. Los diferencia, sin embargo, la
composición del grupo de parientes y la minería del oro que los indígenas no practican,
mientras, dice Tomás Torres, "la minería ha estado presente en toda la vida de mi pueblo"
(Torres, T., .1989: 30).

En los cascos urbanos, sobre todo en Quibdó, se concentró la población blanca, siempre
minoritaria. A Quibdó llegaron a finales del siglo pasado refugiados de las guerras civiles,
provenientes especialmente de la Costa Atlántica. Los lazos político-administrativos con el
Cauca también atrajeron familias de ese origen.

En las primeras décadas del siglo Quibdó recibió inmigrantes de procedencia siria y
libanesa; la mayoría llegaron directamente de sus países de origen, pero otros vinieron de la
Costa Atlántica. Con el auge del oro y el platino en los años 20, algunos como el ya
mencionado Félix Meluk, logran conformar poderosas empresas comerciales que
importaban bienes por mar desde Jamaica y Panamá, a través de una flotilla de buques que
remontaban el Atrato.

Participaron activamente en el comercio internacional de oro y platino, con vínculos en


New York y Londres.

Así, entre los años 20 y los 50 de este siglo, la región mantuvo vínculos comerciales más
fuertes hacia el exterior que con el interior del país. Con éste, los lazos principales eran de
orden administrativo y político y débiles en lo económico.

Las comunicaciones con el interior eran en extremo precarias. La carretera Quibdó-


Medellín, construida en los años 30, es todavía hoy una vía precaria, casi una trocha.

Precisamente la construcción de esa carretera atrajo inmigrantes principalmente de


Antioquia, quienes se asentaron en inmediaciones de la vía. No se generaron, sin embargo,
corrientes colonizadoras de envergadura, ni vínculos económicos importantes. El río Atrato
continuó siendo la arteria de comunicaciones orientadas hacia la Costa Atlántica. La
importancia del Atrato sólo decayó en las últimas décadas, con el fortalecimiento relativo
de la red vial terrestre y aérea.

La población blanca de la región se concentró en Quibdó alrededor de la administración


pública y el comercio. Mantuvieron el monopolio de la administración hasta los años 60.
En 1966 se produjo, con gran revuelo, el nombramiento del primer gobernador negro del
Chocó, en la presidencia de Carlos Lleras. Los comerciantes por su parte han estado sujetos
a los ciclos de repunte y depresión en la explotación aurífera y maderera.
Para cuando se designó al gobernador Mosquera, ya las familias blancas habían iniciado su
traslado hacia la Costa Atlántica (Barranquilla y Cartagena) y al interior (Bogotá y
Medellín). El control blanco sobre la administración cedió el paso a los dirigentes locales
negros. La administración pública, sin embargo, ha mantenido una desafortunada
dependencia del ejercicio partidista local, que puede comprenderse a la luz de la forma
como se entienden las solidaridades locales y las alternativas de subsistencia, pero no ha
contribuido a la calidad de la vida de la mayoría.

Vale la pena destacar que los blancos en la región no sumaban más de 14 grandes familias a
mediados de los años 50. De éstas, sólo permanecen tres. Unas pocas lograron acumulación
significativa de capital, que no se reinvirtió en la zona. El ideal social desde finales de los
años cincuenta fue emigrar a una ciudad mayor, que ofreciera mejores servicios y
oportunidades. Así, la presencia de una élite tradicional blanca se debilitó y fue
parcialmente sustituida por migrantes prósperos, especialmente paisas, vinculados al
comercio.

Estos cambios han repercutido en el funcionamiento del aparato institucional local en las
últimas décadas, visto como una de las pocas fuentes de empleo y aun de acumulación
personal. La lucha por cada empleo es ardua, y es controlada por jefes políticos en un
circuito de favores y protecciones. Las decisiones sobre inversión pública pasan también
por consideraciones de conveniencia política y sin duda han tenido su parte en la carencia
de servicios públicos.

La precariedad institucional estatal en la subregión, por su carácter como sede de la


cabecera departamental, influye en el conjunto y si bien la estrechez de los presupuestos
locales hace parte de su debilidad, no lo es menos el circuito de reproducción de liderazgos
políticos basados en el control de la administración pública.

Estos son persistentes, pues se fundan y activan a través de lazos tradicionales de


solidaridad familiar y de compadrazgo. Cada jefe político es también líder de un tronco
familiar y de compadres comprometidos con él. Este debe retribuírles su apoyo con los
empleos que pueda obtener. Los jefes principales cuentan con capitanes que suelen ser sus
parientes, quienes a su vez mueven su propia red familiar. El capitán, cuentan algunos en
Quibdó, era la denominación del jefe de las cuadrillas de esclavos.

La población blanca de Quibdó, si bien desarrolló y mantuvo hasta casi los años sesenta
mecanismos de segregación racial en la vida diaria, en el acceso a la educación, en las
actividades festivas y aun en el uso de ciertos espacios públicos (4) , adoptó, probablemente
sin darse cuenta, elementos culturales de los nativos negros, como se hizo referencia en el
capítulo tercero

Si bien no se dio en este siglo un mestizaje biológico inter-racial apreciable, múltiples


rasgos de las sociedades negras modelaron a los pobladores blancos con larga permanencia
en la zona. La organización familiar, el papel central de la mujer y la abuela materna en
ella, los lazos de compadrazgo, las concepciones del cuerpo y de la sexualidad, son
algunos.
Dentro de la Subregión Central, Quibdó tiene una de las densidades de población más altas
de todo el departamento (12.3 hab/km2 ). Hacia el norte y el sureste, las densidades varían
desde 1.7 hab/Km2 hasta 6.6 hab/km2 (Bojayá y Lloró respectivamente) (CIDER-SIP, cit.:
143).

CUADRO N° 15
POBLACION SUBREGION CENTRAL, 1993

Area mpal.
Municipios Total Cabecera Resto
Km2
Quibdó 105.172 67.649 37.523 6.164
Bojayá 7.904 690 7.214 3.693
Lloró 9.622 1.666 7.956 905
Bagadó 13.938 3.654 10.284 979
El Carmen 6.169 1.743 4.426 1.017
TOTAL 132.805 75.402 67.403 12.758

FUENTE: DANE, Censo 1993.

El total de población de la subregión para 1985, era de 99.447 habitantes sobre un área de
12.758 km; para 1993, fue de 132.805. Representa el 26% del territorio y cerca de la mitad
de la población departamental (ver Gráficos 1 y 2).

Quibdó tiene el sesenta por ciento de la población urbana departamental y el 32% de la


totalidad.

En el lapso entre 1973 y 1985, Bagadó experimentó una tasa negativa de crecimiento; pero
en el último período intercensal aumentó de manera apreciable la población en la zona
rural, en parte debido a la influencia de la carretera Bagadó-Cértegui-vía Panamericana.

Las actividades comerciales en la subregión son más intensas que en cualquier otra, pero en
cambio sus relaciones con otras, son débiles. Esta subregión es, sin embargo, la que
presenta los niveles más altos de articulación interna. Con la del San Juan mantiene
vínculos muy estrechos, geográficos, viales, administrativos y comerciales.

La población de esta subregión es en su mayoría afrochocoana, con excepción de El


Carmen de Atrato fundamentalmente de origen antioqueño y de pequeños enclaves emberá.

La dinámica de la población en la subregión, según los datos del DANE, gira en torno a la
urbanización de Quibdó, que es un receptor de importantes flujos intrarregionales. "Puede
pensarse que Quibdó ocupa una doble función, como receptor de población rural y de
otras cabeceras de la misma subregión y como estación de paso de la migración de fuera
del Departamento." (CIDER-SIP, cit.: 45). Un dato que puede ser significativo para la
subregión es que, mientras en el período intercensal 73-85, cuatro de los cinco municipios
de la subregión perdieron población, en el anterior todos aumentaron, aunque con tasas
diferenciales. Este aumento, aunque poco apreciable en términos relativos, en datos
absolutos de población es importante y puede actuar como presión desestabilizadora de la
relación sociedad-ambiente natural.

En el período intercensal 1973-1985 el municipio de Quibdó aumentó su población a una


tasa de crecimiento de 3.47%, la más alta del departamento, con una concentración
creciente en su cabecera. En el último período continuó el acelerado crecimiento del casco
urbano de Quibdó. La subregión en su conjunto creció a un ritmo más lento que el de la
población agregada del país en el período 1973-85; pero el municipio de Quibdó creció a
un ritmo superior.

Estos procesos de recomposición espacial de la población del departamento pueden


acentuarse si se mantienen las tendencias actuales.

Según el estudio del CIDER (ver Cuadro N° 2), es notable el hecho de que en esta
subregión casi el 40% de la población urbana, concentrada en Quibdó, no nació en el
municipio donde fue censado en 1985, aunque sí en el departamento; un porcentaje mayor
de mujeres que de hombres está en esta situación, lo que parece mostrar mayor afluencia
femenina desde la zona rural. De hecho, se observa el traslado a Quibdó de mujeres en
busca de educación para sus hijos, mientras los hombres se suelen quedar en el campo.

Un 20% de la población rural no nació en el municipio donde reside, cifra que indica
movilidad inter-rural en la subregión. En conjunto, esta subregión es receptora de
población.

La región central tiene también índices muy elevados de necesidades básicas insatisfechas,
que sobrepasan el 90% en los municipios de Lloró y Bagadó, alcanzan el 80% en Quibdó, y
descienden al 60% en El Carmen de Atrato.

Esta región cuenta con el mayor número de viviendas y de estas apenas el 9% tiene todos
los servicios públicos y el 45% carece de todos ellos.

La educación y la salud presentan, no obstante, una mayor oferta de servicios en la


Subregión Central, con respecto al resto del Departamento. Quibdó cuenta con una Unidad
Regional de Salud y El Carmen de Atrato con hospital local. Como en el resto del Chocó, la
comunidad acude a un sistema tradicional de salud, con agentes especializados, la partera,
el tonguero, el yerbatero, el curandero, quienes suplen la falta de los servicios de salud
institucionales.

En el aspecto educativo, en la Subregión Central se encuentra la sede de la Universidad


Tecnológica del Chocó, así como establecimientos de educación secundaria y primaria. En
general, los docentes se concentran en las cabeceras municipales, a pesar de algunos
programas encaminados al estímulo de los maestros rurales. Las condiciones de vida en
estas zonas influyen en la inestabilidad de los docentes rurales, pero en Lloró y Bagadó por
su cercanía a Quibdó, los docentes permanecen en sus cargos mayor tiempo que en otras
zonas.
Desde el punto de vista del empleo, Quibdó concentra la oferta de empleo permanente,
ligado especialmente a los servicios, donde pesa el papel del sector público; mientras en la
capital el 22% tiene algún empleo permanente, en los demás municipios escasamente llega
al 1%. Pero en Quibdó se observa como fenómeno social creciente el subempleo; por
ejemplo, crecen las ventas de chance, las rifas, las ventas callejeras de frutas, comestibles y
ropa.

La minería es una actividad que contribuye de manera importante a la generación de


ingresos familiares. El barequeo, el mazamorreo, el hoyadero, los entables con
motobombas, draguetas y retroexcavadoras constituyen fuentes de empleo tanto para
hombres como para mujeres. En El Carmen de Atrato 150 familias dependen de la mina de
cobre colombo-japonesa El Roble Explotación.

El arroz y el plátano generan los principales excedentes agrícolas, sobre todo en el


municipio de Bojayá.

Quibdó, como epicentro regional, condensa los problemas que llegan con los cambios
sociales; en Quibdó ya es apreciable el deterioro ambiental urbano, como el caso de las
viviendas asentadas en las quebradas La Yesca, Las Consentidas, Las Margaritas y La
Cascorva; allí la discusión sobre recuperación ambiental y arquitectónica apenas se inicia,
con no pocos conflictos con la población allí asentada, que no ve garantizados sus derechos
en las propuestas urbanísticas. Otros sitios con impactos ambientales adversos, son el río
Cabí, donde se encuentra la bocatoma para el acueducto de Quibdó y el mismo río Atrato, o
el basurero superficial de la ciudad.

La ciudad ha sido completamente desbordada por los inmigrantes rurales, pues no sólo se
agotaron sus limitados servicios públicos, sino también la planificación urbana. El paisaje
urbano de otras décadas apenas se deja adivinar en unas cuantas casonas de madera, poco
valoradas localmente, amenazadas de ruina, y uno que otro edificio público de arquitectura
republicana. La arquitectura estrecha y gris del interior se ha acoplado a la construcción por
etapas de los nuevos habitantes.

En cierto sentido, Quibdó es un laboratorio de la adaptación del hombre campesino a un


hábitat urbano. En Quibdó se reconoce aún el asentamiento ribereño en fuentes casi secas
que lo recorren parcialmente. Numerosas creencias y costumbres rurales se incorporan al
modo de vida urbano. Pero, sobre todo, una buena parte de las familias de los estratos más
pobres, vive de ingresos de origen rural, agrícola, minero y pesquero. Hombres y mujeres
viajan periódicamente a sus cultivos y minas y es posible observar grupos que regresan al
atardecer a Quibdó después de minear durante el día. Más aún, tratan de aprovechar en la
ciudad misma los recursos ya conocidos del campo. Por eso buscan el río: el Atrato, La
Yesca, La Yesquita, el Caraño, el Cabí. Pero el río sin la selva, sobrepoblado, no puede con
los desechos de la nueva vida, se convierte en basurero, apocado y empobrecido.

1 . Ver Plan de Desarrollo del Chocó para los años 1958-59 y Plan de Acción Chocó 1988-
92, CIDER-SIP, 1991, trabajos que con varias décadas de diferencia sugieren similares
sub-unidades regionales. (Regresar)

2 . Valencia y Villa, con base en un informe de la Contraloría de la República, mencionan


700 obreros permanentes en el ingenio de Sautatá y 400 en las plantaciones bananeras.
(Regresar)

3 . Comentarios de Josecito, Cacique Cuna de Arquía y Eloy Sanapí, Gobernador de


Jagual.(Regresar)

4 . En el colegio femenino de La Presentación no recibían niñas negras hasta entrados los


años 50. En las fiestas no se aceptaba la presencia de jóvenes negros, hombres o mujeres.
En alguna ocasión una orquesta paró de tocar cuando una joven blanca bailó con el
entonces Senador negro Diego Luis Córdoba. Hasta 1976, cuando un incendio destruyó la
parte antigua de Quibdó, las tres primeras carreras contra el río eran sólo para vivienda
blanca. (Regresar)

Entre la selva y el mar, la Subregión del Pacífico

La Serranía del Baudó delimita buena parte la subregión con su relieve muy quebrado, de
afloramientos rocosos en las partes altas y menos escarpado hacia el norte (Abdón Cortés,
en CIDER, 1991).

En general los suelos son muy pobres, con una vocación de uso exclusivamente forestal.
Los bosques son heterogéneos en especies, lo que hace muy difícil y costoso su
aprovechamiento. Pero en algunos sitios favorables, ya se han establecido aserríos.

Las condiciones de pluviosidad son extremas en la Serranía, especialmente en la


estribación occidental, con registros de hasta 10.000 mm al año. Estas características
dependen del régimen climático que le impone la cuenca del Pacífico a todo el Andén, pero
son más rigurosas hacia el norte. Hacia el occidente de la Serranía se despliega la franja
costera.

Juradó, Bahía Solano, Alto Baudó y Bajo Baudó, son las unidades municipales de esta
region (5) .

Para la región costera, Jacques Aprile distingue tres corrientes históricas en su


poblamiento. Una primera aborigen; una segunda, a comienzos de este siglo, emberá y
negra, que aún prosigue y una tercera impulsada entre los años veinte y cuarenta de este
siglo.

Durante la colonia, el litoral al parecer sirvió de refugio para contrabandistas y cimarrones.


Luego, a comienzos de este siglo, llegaron inmigrantes del alto San Juan, de los ríos Atrato,
Condoto e Iró, que recorrieron las playas y conformaron aldeas playeras. Sembraron
cocales, plátano y arroz. Aprile ha encontrado casos de asociación entre emberás y negros,
con cruce matrimonial y de rasgos culturales.

Una tercera corriente de colonos mestizos del interior fue impulsada entre 1925 y 1940 por
el gobierno de Abadía Méndez y terminó en el fracaso colonizador (Aprile, J., 1991).
Como parte de ella en 1935 se instaló entre Cupica y Utría una colonia agrícola
denominada Ciudad Mutis, que atrajo colonos del interior del país, pero su éxito pronto
decayó.

En la segunda mitad de los años 60 se consolidó Bahía Solano como centro administrativo
subregional y Juradó, Nuquí, Puerto Pizarro (Bajo Baudó), como núcleos urbanos de menor
importancia, creando una demanda local por productos agropecuarios. Aparte de estos
centros urbanos, ninguno de los cuales llegaba a 2.000 habitantes para el censo de 1985, se
encuentran pequeñas aldeas playeras (100 a 200 personas) que siguen el patrón de
asentamiento y utilización territorial de las aldeas lineales ribereñas, características del
Chocó.

Según el censo de 1993, los municipios de esta subregión aumentan su población dentro de
las mismas tendencias anteriores, con dos fenómenos dignos de destacar. El municipio de
Alto Baudó duplicó su población rural entre 1985 y la fecha, en parte tal vez debido a la
influencia de la carretera Panamericana, asociada a procesos de tala de madera y
deforestación. En ese lapso la población de ese municipio pasó de 9.634 en 1985, a 17.019
en el año noventa y tres.

A su vez el Bajo Baudó es el único municipio que presentó disminución de su población en


el último período intercensal dentro de un proceso de concentración en la cabecera, pues
ésta casi se quintuplicó, mientras se disminuyó la población rural. En contraste, la
tendencia entre 1973 y 1985 era de paulatino y lento crecimiento absoluto, tanto en la
cabecera (6) como en la zona rural.

Entre 1973 y 1985, Bahía Solano y Nuquí tuvieron tasas de crecimiento ligeramente
superiores al 2%; mientras Juradó (1.2%) y Alto Baudó (0.4%) las tuvieron inferiores a las
vegetativas.

Existe un flujo de emigración permanente hacia Panamá, Quibdó y Buenaventura y en


general, el crecimiento poblacional es lento.

CUADRO N° 16
POBLACION SUBREGION DEL PACIFICO, 1993

Area mpal.
Municipios Total Cabecera Resto
Km2
Juradó 4.038 1.753 2.285 992
Bahía Solano 6.894 2.665 4.229 1.150
Nuquí 5.252 2.842 2.610 956
Alto Baudó 17.019 1.569 15.450 2.195
Bajo Baudó 15.930 5.229 10.701 4.840
TOTAL 49.133 14.058 35.275 10.133

FUENTE: DANE, Censo 1993.

El hábitat, dice Aprile, sigue las pautas tradicionales que los colonos conocían en las
regiones fluviales de origen: el trazado lineal sobre la playa, arteria de relaciones y
comunicaciones. En la parte posterior de las viviendas un huerto limita con la selva. Se
practica una agricultura itinerante, con rotación continua de cultivos de plátano, batata,
yuca, ñame. En el caserío se ignora la propiedad amojonada, basta con la tradición oral
(April, J., 1991: 256).

La mayoría de la población en la Subregión Pacífico es de habitantes negros y se estiman


en 15% los emberá y 5% blancos. Estos últimos se concentran en las cabeceras municipales
y tuvieron como origen los colonos de Boyacá, Cundinamarca, Huila, Valle, Caldas y
Antioquia de los años 30 y 40. Según el censo de 1985, en la región se encontraban 1.500
emberaes.

La economía primaria predomina en la región; son importantes la pesca, el cultivo de arroz,


el plátano y la explotación de maderas. La población local no indígena realiza la pesca en
forma artesanal, básicamente de peces de carne blanca, camarones, jaibas, piangua y
langostinos. En los municipios de Juradó, Nuquí, Bahía Solano y Bajo Baudó ésta es la
actividad económica principal, asociada a cultivos de reducida comercialización. En Alto
Baudó sobresalen la explotación de maderas, la agricultura de pequeña escala y en menor
grado la pesca. Como en otras subregiones, las unidades domésticas se basan en una
asociación de prácticas productivas: pesca, agricultura, ingresos adicionales por
explotación ocasional de madera. Salen de este patrón los empresarios madereros y de
pesca.

La producción agrícola genera algunos limitados excedentes comerciales, especialmente de


plátano en el Bajo Baudó. El mercado de la subregión está ligado al municipio de
Buenaventura (Valle del Cauca), al puerto de Jaqué (Panamá) y algunas zonas del interior.
La tecnología de cavas de frío ha incentivado la pesca artesanal y su comercio hacia
Medellín y Buenaventura (ver aparte sobre los Procesos Económicos Principales y la Pesca
Artesanal).

La Subregión hace parte de la reserva forestal del Pacífico, de manera que los derechos
territoriales se transmiten por reglas de posesión familiar tradicionales. Sin embargo, el
decreto de creación de la colonia agrícola en 1935 dio algunos títulos a colonos del interior,
pese a las protestas de los nativos, indígenas y negros, pues tomaron como baldíos tierras
de uso tradicional. La creación de la reserva forestal detuvo la titulación, pero en los
últimos años se han sustraído miles de hectáreas, de las cuales la población negra e
indígena ha sido desplazada. Por lo general, empresarios, comerciantes o individuos en
busca de fincas de recreo, compran las mejoras cercanas a las playas por poco precio e
inician luego el proceso de titulación, sin mayores trabas jurídicas.

En la misma medida en que crece la afluencia externa, el nativo ha perdido la tierra. Es


fácil observar en las playas y en toda la zona costera en tierras de vocación agrícola, a
nuevos propietarios, sobre todo antioqueños y caldenses. La presión colonizadora de este
tipo ha aumentado desde la apertura de la carretera Puerto Rico-Santa Cecilia-Tadó-Las
Animas-Nuquí. Igualmente, la explotación de maderas y sus efectos sobre el bosque se han
acrecentado, como se puede observar en el tramo carreteable Cértegui-La Y y en zonas del
Alto Baudó, parte del Bajo Baudó y Juradó.

En la zona del litoral, la actividad pesquera artesanal se ve afectada por el barrido de los
barcos de la empresa Vikingos y los de otros empresarios de Japón y Estados Unidos. La
faena pesquera artesanal se realiza en sitios cercanos a los poblados (ver Pesca Artesanal),
pero las explotaciones intensivas de la pesca comercial y los costos de combustibles,
aparejos y motores fuera de borda, tienden a dificultar esta actividad. Los pescadores deben
salir cada día más lejos, con mayores riesgos.

En el litoral, los dueños de cavas, cuartos fríos y máquinas productoras de hielo son los
intermediarios del pescado, quienes imponen precios bajos al pescador artesanal. Los
intentos tanto de CODECHOCO, como de los mismos pescadores para adelantar
programas de apoyo a la pesca artesanal todavía no se consolidan.

Allí el turismo constituye una actividad que podría producir excedentes financieros a la
población, pero se encuentra en manos de empresarios de fuera, quienes en épocas de alta
temporada atraen turistas especialmente del Valle del Cauca, Antioquia y el eje cafetero. La
afluencia de turistas ha traído un aumento en los costos de alimentación, servicios y
transportes que crean una compleja situación para la población nativa de Bahía Solano y
Nuquí.

La mejor expresión de la calidad de vida de la población se pone de presente en los índices


de necesidades básicas insatisfechas. Los índices municipales de Juradó, Alto y Bajo
Baudó se sitúan por encima del 70% de NBI, y ligeramente por debajo; Nuquí y Bahía
Solano. Estas últimas concentran la oferta de servicios públicos pero en conjunto, la
subregión presenta precarias condiciones de nivel de servicios básicos.

En términos de la estructura ocupacional, la situación de Juradó, Bahía Solano y Nuquí es


diferente a la de Alto y Bajo Baudó. La importancia del turismo y de los puertos alternos
que se proyecta construir en Bahía Solano y Nuquí, se manifiesta en un índice más alto de
empleos estables. En Juradó las actividades productivas primarias parecen más
importantes, pues se encuentra una mayor contratación de obreros permanentes.
Sin embargo, hay pocos obreros estables en los municipios de la subregión y los que se
consideran patronos no representan ni el 0.5% de la población. No es exagerado afirmar
que la actividad económica de la subregión es de pequeños productores.

La situación educativa en la subregión presenta índices desfavorables; como en las demás,


se concentran los docentes en las zonas urbanas, mientras en las zonas rurales con mayor
número de alumnos, los docentes disminuyen. A esta situación contribuyen las condiciones
habitacionales, el acceso difícil de algunos sitios, los elevados costos de transporte, la falta
de cumplimiento en el pago del personal docente y la infraestructura física inadecuada.

A nivel de educación secundaria y media vocacional, en la subregión encontramos que de


los ocho establecimientos existentes, seis se ubican en la zona urbana.

En general, la infraestructura locativa y la dotación de planteles es deficiente en la zona.


Otro factor condicionante de la problemática educativa es la municipalización de la
educación, pues por una parte, los municipios carecen de los recursos financieros
suficientes para el pago del funcionamiento del sector educativo y por otra, intervienen
intereses de los políticos para el nombramiento y manejo de los docentes, independiente de
su capacidad. Así, no es raro que año tras año se cambien los maestros, sin tener en cuenta
la capacitación recibida o la idoneidad en el desempeño docente.

En materia de servicios de salud, la subregión cuenta con un hospital local en Bahía Solano
y centros de salud en Nuquí, Juradó, Bajo y Alto Baudó. Su precariedad se suple con los
agentes tradicionales. El tonguero, el curandero, la partera y el jaibaná, son los oficiantes
del ritual de vida que invocan a diario los pescadores, agricultores y aserradores del litoral
Pacífico chocoano.

La actividad de explotación de maderas en gran escala, en la subregión, se realiza mediante


permisos que se encuentran a veces superpuestos a los resguardos indígenas, como en el
municipio de Juradó, con los conflictos consiguientes. Los aserríos de los pequeños y
medianos madereros tienen también una significativa importancia y se realizan sin
permisos o controles institucionales.

La subregión está desarticulada geográfica, comercial y administrativamente, de manera


que el litoral y el Baudó, sus grandes zonas, se comunican con dificultad.

La zona costera tiene una mayor presión de población foránea, en especial en busca de
fincas de recreo y aserríos. Desde el mar los grandes pesqueros compiten desigualmente
con la pesca artesanal y los puertos previstos sobre varias bahías, pueden desplazar aún más
la población nativa. El Parque Natural Utría puede tener un papel de importancia en la
contención del movimiento que se extiende por las playas y las privatiza, en desmedro de
toda norma o consideración social.

El agotamiento del bosque por la explotación de maderas genera desequilibrios ecológicos


y sociales; la contraposición de intereses, por una parte, entre los grandes, medianos y los
pequeños madereros y entre éstos y los indígenas y negros campesinos, hacen de esta
región un potencial de mayores conflictos.

El oro y la Subregión del San Juan

"Condoto es un pueblo de calles retorcidas con enormes casas de madera en las que hace
veinte años se comía en vajillas importadas directamente de China y hoy parecen restos de
un naufragio."

Gabriel García Márquez


Crónicas y reportajes, 1954

La región del San Juan, Istmina, Tadó, Condoto, Nóvita, Sipí sintetiza el hilo central de la
historia del Chocó: la extracción aurífera. En Condoto y en el San Juan, no sólo se ven los
"restos de un naufragio", se sienten los efectos de la explotación intensiva de la minería
sobre el ecosistema y sobre las descendencias indígenas y negras, que un día usaron el
metal en los rituales de la vida y la muerte (ver Los Procesos Económicos Principales, La
Minería).

Los recursos mineros del Chocó fueron mencionados por los primeros cronistas; ya Balboa
habló de la riqueza del río Opogodó (municipio de Condoto) desde la provincia nativa de
Abanumaqui, en carta dirigida al Rey en el año de 1513. Cieza de León escribió:"Son muy
riquísimos los indios del San Juan y los ríos llevan abundancia de oro" (citado en
Echavarría, J., 1986: 22).

Desde el siglo XVI, dicen Arocha y Friedemann, se establecieron "campamentos rústicos,


sin mayor planificación, todos a lo largo de los ríos", campamentos que sufrieron
numerosos contratiempos por la resistencia indígena al sometimiento. Nóvita y Tadó sobre
el río San Juan, y Citará (Quibdó) y Lloró sobre el Atrato, fueron los principales centros
mineros del Chocó durante la colonia (Friedemann, N., y Arocha, J., 1982: 191). Pero,
"Resultaron vanos los esfuerzos de los españoles para concentrar a los indios en poblados
y forzarlos a trabajar en minería. En 1586 Nóvita fue arrasado y aunque se reconstruyó,
varias veces más sufrió ataques de los indios" (Ibid).

Desde 1511 los españoles abundaron en la búsqueda del oro en el Chocó y en 1536 los
expedicionarios españoles al mando de Pascual de Andagoya llegaron al río San Juan, pero
la resistencia y el clima aunados, los llevaron al fracaso (ver Arocha y Friedemann, cit., y
Colmenares, 1975).

Desde 1624, se encomendó a órdenes misioneras la reducción de los indios, denominados


chocó. Algunos jesuitas entraron al río San Juan, y posteriormente lo hicieron los
franciscanos, quienes se establecieron en el río Atrato. Pero sólo décadas más tarde, hacia
1666, se consolidó en forma estable la extracción del oro con base en mano de obra
esclava.

En 1688 se dio ya la primera rebelión de esclavos. En junio de 1729 se promulgó la Real


Cédula, por la cual se exoneró a los indios del régimen de mita o cuotas para el sector de la
minería, hecho que coincidió con la segunda sublevación de mineros esclavos. Según R.
Velásquez, se estableció así el primer grupo de negros confederados en rebeldía contra el
gobierno de la Corona, quienes se apropiaron de la zona minera más rica del Chocó, el hoy
municipio de Tadó, en el San Juan. Esta aldea fue fundada en marzo de 1583 y allí vivían
los esclavos de la mina de Monte Carmelo. Las minas del conflicto fueron Santa Lucía, San
Francisco, Santa Rosa y Real de Minas de Monte Carmelo. (Echavarría, J., 1986).

"La tercera sublevación del denominado Cantón del San Juan", dice J. Echavarría, fue ya
"durante la nueva República, contra el Decreto Ejecutivo N° 30 de marzo de 1825
promulgado por Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la Nueva Granada. El
movimiento se extendió a Nóvita y a las parroquias de San Agustín, Noanamá, Baudó,
Tadó." (Echavarría, J, cit.: 16).

El derrumbe demográfico indígena, pues se pasó de 60.000 indígenas a comienzos del siglo
XVII, a 15.000 a finales del siglo XVIII, fue solucionado con los esclavos. En 1704 el
Chocó contaba con 600 esclavos importados y en 1782 ya representaban casi el 75% de la
población de un total aproximado de 35.000 habitantes. Como se mencionó en el primer
capítulo, los blancos eran dueños o supervisores de las minas, oficiales de la corona, curas
o comerciantes, pero no fueron colonos (ver Arocha y Friedemann, cit.: 191-192 y Wade,
P., 1989).

Desde el punto de vista físico-natural, el valle del río San Juan se encuentra encerrado por
la Serranía del Baudó, la Cordillera Occidental, el Macizo de los Farallones de Cali y el
Océano Pacífico. Es una zona de transición de alta lluviosidad y quietud; su morfología es
bien distinta a ambos lados del río. Posee una vegetación selvática casi cerrada pero muy
variable en sí, típica de los bosques tropicales lluviosos (Guhl, E., 1974).

La llanura del río San Juan, cuya longitud es de 190 km, forma suelos aluviales que
contienen ricos yacimientos de minerales muy variados, metálicos y no metálicos. Sin
embargo, la minería se ha dedicado prioritariamente a la explotación del oro y platino y
recientemente al cobre, carbón y calizas.

Los bosques son ricos en maderas de muy buena calidad, porque su intervención no es tan
marcada como en otras áreas del departamento. Pero en las riberas del río San Juan, donde
el objetivo no ha sido primordialmente la explotación forestal sino la minería, se aprecia en
los últimos años el descuaje del bosque, tanto para uso comercial como doméstico.

La población en esta subregión, en el censo de 1985, era de 72.494 habitantes, localizados


en un área de 12.093 km, que representa el 26% del territorio y el 26.9% de la poblacion
del departamento (ver Gráficos 1 y 2).
CUADRO N° 17
POBLACION SUBREGION SAN JUAN, 1993

Area mpal.
Municipio Total Cabecera Resto
Km2
Istmina 32.667 11.344 21.323 6.814
Tadó 19.056 6.932 12.124 878
Condoto 13.952 8.307 5.645 890
Nóvita 6.486 1.466 5.020 1.184
Sipí 2.831 229 2.602 1.561
San José del Palmar 6.258 2.009 4.249 776
TOTAL 80.251 30.287 63.087 12.093

FUENTE: DANE, Censo 1993.

Los municipios de Istmina, Tadó y Condoto representan más de las tres cuartas partes de la
población de la subregión. En 1985 la mayoría de la población se localizó en las áreas
rurales. Condoto decrecía en 1985 a tasas elevadas de -1.2%, mientras que Istmina, Tadó y
San José del Palmar no crecían en absoluto o decrecían a tasas moderadas (CIDER, 1991:
37). Para 1993, Nóvita acentuó su decrecimiento de población y perdió más de la mitad de
su población en la cabecera. Condoto, en cambio, aumentó mucho en su cabecera e Istmina
lo hizo en forma moderada. De seguir esta tendencia, Condoto puede reemplazar a Istmina
como centro regional.

La comparación de los censos de 1973 y 1985 revela los bajos índices de crecimiento,
incluso decrecimiento de todos los municipios de la subregión, y la expulsión de población.
Pero en la década del ochenta al noventa afluye población en torno a la minería, desde el
viejo Caldas, Antioquia y otras zonas, manteniendo una nueva población, alguna flotante.
Esta es más significativa por su actividad económica, que por su valor numérico. El
crecimiento de las cabeceras según censo de 1993, excepto Nóvita, y el decrecimiento de
las áreas rurales es otra constante para todos los municipios de la subregión.

La población de esta subregión en su mayoría es de origen afroamericano, pero se


encuentra población wanana y de inmigrantes blancos dedicados a la explotación minera
semi-industrial.

En la subregión, el único municipio donde prevalecen los blanco-mestizos es en San José


del Palmar, cuya actividad económica principal es la agropecuaria: café, cacao, maíz y
frutales, son cultivos que generan excedentes para el campesino de la zona. San José del
Palmar tiene acceso vial a los departamentos del Valle del Cauca y Risaralda; de allí la
marcada influencia económica, política y cultural de éstos en la vida de dicho municipio.

De conformidad con el Mapa de Pobreza del DANE, el porcentaje de necesidades básicas


insatisfechas en la subregión oscila entre 93% de NBI en Nóvita y 70% en Condoto; en San
José del Palmar desciende al 65%.

Como quedó ya dicho, la minería es la principal actividad económica de la subregión:


artesanal, industrial y semi-industrial, descritas en lo referente a minería.

La organización del trabajo minero tradicional en el Chocó está determinada por el sistema
amplio de parentesco denominado de troncos o ramaje, ya descrito.

Es de importancia insistir en los impactos causados por la actividad minera en el San Juan,
con base en estudio realizado por SER Consultores, para CODECHOCO.

La minería artesanal afecta adversamente la categoría biótica, en particular la fauna


acuática y la flora terrestre, y en menor grado la fauna terrestre, por la disposición de lodos,
el lavado de costales, la disposición de materiales estériles y el desmonte del terreno (SER
Consultores, 1991: 112). Aún así, la minería artesanal no tiene un efecto sobre el medio tan
grave como las otras, dada su magnitud limitada.

Sin embargo, el auge del trabajo con motobomba modifica sustancialmente las condiciones
técnicas y la organización del trabajo, y aumenta la capacidad de impacto de la pequeña
minería, que deja de ser artesanal para seguir un patrón de miniempresa. La tecnificación
de este tipo de minería ha beneficiado marginalmente la estructura del ingreso familiar.

En la minería semiindustrial e industrial, los efectos ambientales y sociales son más


profundos y duraderos.

En la primera, desde el desmonte y la limpieza, hasta los vertimientos, la disposición de


aceites, la disposición de materiales gruesos y estériles afectan de manera drástica la flora y
la fauna terrestres y acuáticas. Los carreteables y campamentos son también fuente de
perturbación y destrucción de la flora y fauna terrestres.

La minería industrial durante un largo período (ver La Minería), funcionó como una
economía de enclave, con las características de baja reinversión local y gran impacto
ambiental. Desde la nacionalización, la empresa Metales Preciosos del Chocó se encuentra
en una semiparálisis, con efectos depresivos especialmente sobre la población de
Andagoya. El dragado, la disposición de lodos y la separación del mercurio han ocasionado
ya efectos devastadores.

Este tipo de explotación no ha generado cambios en la estructura poblacional ni en las tasas


de migración, por cuanto la mayoría de los trabajadores han sido nativos de la región. En
cambio la minería semiindustrial tiene también repercusiones en la composición de la
población. No sólo atrae inmigrantes temporales y desestabiliza la pirámide poblacional,
sino que también comienza a generar presiones sobre la economía y la estructura social
locales, y expulsa población nativa.
El empleo que genera esta actividad es limitado y se dirige a las labores menos calificadas,
pues los empresarios acostumbran traer los trabajadores más calificados de su región de
origen, por lo general de la zona minera de Antioquia. En cambio, el aumento general en el
costo de vida afecta a los nativos.

Otro campo de conflictos gira alrededor de la tierra, en la medida en que es frecuente que
los nativos se vean expropiados por la carencia de títulos de propiedad. Adicionalmente, el
daño causado a las tierras explotadas en arriendo obliga a una dispendiosa adecuación.

En el campo de la salud han aumentado algunas enfermedades infectocontagiosas; la


malaria crece por los focos de zancudos en las lagunas dejadas por las excavaciones.

La estructura ocupacional documentada por el censo de 1985, ha cambiado. Hoy día los
obreros con más de 9 meses en Tadó y Condoto son casi el 4% de las categorías, mientras
en 1985 no alcanzaban el 0.25%. En 1985 sólo se alcanzaba esa cifra en San José del
Palmar, con un 6.4%. Otra categoría que se ha incrementado, es la de patrono con más de 9
meses en la zona.

En general, en la subregión del San Juan, de las 14.213 viviendas registradas en 1990,
apenas el 5.5% tenía todos los servicios (acueducto, alcantarillado y energía). En esta
subregión se encuentra el municipio de Sipí, que tiene uno de los índices más altos del país
en necesidades básicas insatisfechas, 97.8%.

En Istmina funciona la sede de la universidad a distancia de la Universidad Tecnológica del


Chocó, principalmente ofrece licenciatura en Ciencias de la Educación. A nivel de primaria
y por la concentración de la población escolar en el sector rural, la subregión sufre los
efectos de dispersión, mala calidad y deterioro de la infraestructura física.

Se sienten también en la región los efectos de la municipalización de la educación, al punto


que en el municipio de Istmina no hubo año escolar durante 1991 para básica primaria, por
dificultades en la contratación y pago de los docentes.

Lo más destacado de la subregión del San Juan es el vasto impacto de la minería sobre los
bosques de las riberas, sobre los cauces, la flora, la fauna y la vida cultural asociada a ellos.
Se requieren con prioridad proyectos de desarrollo sostenido que no multipliquen más, "los
restos de un naufragio ".

5 . La información disponible se concentra en la franja costera, en desmedro de la Serranía


del Baudó. (Regresar)

6 . La cabecera tuvo en el censo de 1973, 639 habitantes; en 1985, 1.382 y en 1993


ascendió a 5.229. En la zona rural, en su orden, fue de 13.777; 15.681 y 10.701
respectivamente. (Regresar)
VI

LA DIVERSIDAD CULTURAL Y LA CONSTRUCCIÓN


DE LA REGIÓN DEL CHOCÓ

AL INICIO del libro se planteó cómo las regiones son ante todo
construcciones socio-históricas sobre fundamentos físico
naturales. La significación del entorno natural que realiza la
cultura es interactiva e implica ajustes y adaptación, pero también
intervención y modificación, a veces reñidas con ese entorno. Las
formas específicas de éstos dependen de balances relativos a las
condiciones históricas, tanto de la región misma, como de su
relación con conjuntos mayores. Se sabe que las condiciones
regionales no pueden explicarse sólo con referencia a sus
características internas, sino también en relación con su articulación externa, que se
modifica históricamente.

La región, adicionalmente, juega un papel cambiante en la construcción de


representaciones sociales globales. En Colombia la conformación de ideologías nacionales,
en la ideología de identidad nacional contemporánea, las regiones, la relación centro-
región, centro-periferia, ocupan un lugar central. También su valoración cultural desigual,
atravesada por nociones de raza y desarrollo. El Chocó ha tenido el significado dentro del
conjunto nacional, de periferia, de marginalidad, con valoración racial. Incluso estas
condiciones se atribuyen con frecuencia a su condición racial.

¿Qué papel puede cumplir la diversidad cultural en esa construcción simbólica y material
del Chocó como región?

Pueden esbozarse al menos dos grandes líneas de dinámica histórica, distinciones


necesarias en el proceso continuo de reinvención cultural y de construcción de
representaciones nacionales.

Por una parte, desde fechas tempranas, la zona se relaciona como periferia de otros centros.
Periferia que, sin embargo, alimenta de oro la sociedad colonial, esencial para la economía
de la época. Se signa así una primera gran línea. Las culturas locales, las nativas y las
hechas a la fuerza nativas, se ven sometidas a alimentar la relación extractivista. Pero
florecen a su sombra modelos nuevos, reacomodos lentos de las culturas amerindias y
afroamericanas. Las minorías blancas son poco estables en el largo plazo, sin acumulación
significativa y con lazos de subordinación con quienes logran el gran lucro de la extracción,
sean estos la Chocó Pacífico o Maderas del Darién. Sin embargo, durante la mitad de este
siglo, quienes permanecieron recibieron la influencia múltiple de los modelos afro y
amerindio, aun a pesar de la presencia de formas abiertas y veladas de discriminación o
segregación racial y cultural. Los intercambios entre población y medio natural produjeron
complejos culturales con los cuales desarrollaron, cada uno a su manera y muchas veces en
forma similar o asimilada, un manejo ambiental con equilibrios específicos. Es decir, la
diversidad cultural logró desarrollar alternativas de adaptación y utilización de la selva
húmeda que permitieron su existencia hasta el presente, selva que la economía extractiva
intervino de manera focalizada. Pero la diversidad cultural construida y reconstruida, fue
ignorada y aun devaluada dentro de la imagen regional.

En esta dinámica, el Chocó existe dentro del conjunto nacional como zona marginada,
fundamentalmente negra, con riqueza minera, supeditada al centro político y económico.
La contraposición ideológica región versus nación, aquí oculta y silencia la diversidad
cultural dentro de la región genérica denominada Chocó. Se ignoran o desprecian las
culturas indias y negras y su relación con las selvas húmedas, en favor de una noción
genérica de regionalidad chocoana. Y esa forma de concebir la región no es sólo central;
tiene arraigo local estable. Atrasada frente al modelo deseable es espejo sin luz del
desarrollo.

Una segunda dinámica puede encontrarse a partir de la desestabilización de las relaciones


internas y externas. En las internas, porque los modelos nativos han sufrido modificaciones
drásticas en sus condiciones de existencia. Emigraron sus minorías blancas, emigraron los
campesinos negros a los centros locales y a las ciudades cercanas. Llegaron campesinos
colonos de la vecindad y detrás de ellos los ganaderos y algunos otros negocios menos
lícitos. Abundaron las concesiones forestales y proliferaron los aserríos; el monopolio
minero dejó de existir en manos de extranjeros y surgieron mil cabezas de medianos y
pequeños mineros nacionales. Llegaron quienes creen tener en sus manos armadas el
remedio para toda injusticia y se sienten autorizados para intervenir en la vida de unos y
otros. Pero también surgieron organizaciones y movimientos que reivindicaron primero la
etnicidad y las culturas indias, luego las de negritudes. Pronto saltaron como actores activos
al plano nacional, donde se han encontrado con el reajuste del papel político e ideológico
de las regiones.

En el plano global ya no se trata del centralismo contrapuesto a lo regional, sino de lo


regional como espacio necesario de acciones y discursos nacionales, de lo regional como
esencia de la nacionalidad. Allí se abren espacios nuevos para las reivindicaciones locales,
para la diversidad silenciada. Existe además un interés que rebasa las fronteras nacionales
en aquellas zonas donde se conservan recursos bióticos importantes y el Chocó es lugar
privilegiado en ese campo. La diversidad cultural reclama entonces, de manera académica
o reivindicativa, su estrecha relación con la existencia de la biodiversidad en general. Se
plantea así una ironía. Quienes localmente permanecen apegados al esquema de la región
como conjunto homogéneo contrapuesto al centro y podrían disfrutar del auge
descentralista, se han visto con sorpresa y disgusto desplazados por desconocidos actores
locales, que tiene recibo en sectores nacionales y del exterior, y para quienes la región
misma está internamente diversificada, con grupos étnico-culturales diferenciados que
desean vocería propia. Estos últimos han encontrado un punto de confluencia con el
replanteamiento nacional del papel simbólico de la región, el interés en la protección
ambiental y sus reclamos específicos de reconocimiento para sus culturas.

Así, en la segunda línea de dinámica, la diversidad interna tiene recibo dentro de ciertas
tendencias generales e incluso se le asigna un papel protector no pocas veces exagerado e
idealizado. De manera simultánea, empero, avanzan los procesos que erosionan los
fundamentos de la reproducción de los modelos culturales diversificados. La diversidad
cultural tiene un espacio inicial en la reconstrucción simbólica de la regionalidad y dentro
de la ideología de identidad nacional. Pero es aún incierto si este espacio de
representaciones logrará detener los procesos materiales que socavan las bases que les dan
existencia y desplazar a quienes en el centro, y desde la misma región, auspician un modelo
homogeneizante.

Conflictos, modelos culturales y tenencia de la tierra

Sobre la tenencia de las casi cinco millones de hectáreas del Chocó, y pese a la ley que
declara buena parte de ellas como reserva forestal, existe una polémica que ha venido
cobrando fuerza. El resultado de la misma tendrá un impacto cierto sobre los recursos
bióticos del Chocó y sus actuales pobladores.

La polémica tiene como fuentes por una parte, la Ley Segunda de 1959 y por la otra, los
usos y formas tradicionales de tenencia de la tierra. Se le suman otros frentes de conflicto
territorial en zonas diversas del departamento.

La región parece extensa en relación con su población por lo cual no se percibió por mucho
tiempo la urgencia de solución del problema de tierras. La forma de utilización cíclica y
estacional del territorio, tanto de indígenas como de negros, no hizo necesaria otra
legislación por largo tiempo.

Sin embargo, las sustracciones de extensiones relativamente considerables de la Ley


Segunda de 1959 han sido un factor de desestabilización, en la medida en que rompen las
formas tradicionales en favor de la titulación individual. Quienes han permanecido con las
formas tradicionales, principalmente los afrochocoanos (rurales y urbanos), se encuentran
desprotegidos frente al avance de la apropiación legalizada mediante títulos de propiedad
individuales y aún colectivos (resguardos indígenas).

Las presiones surgidas de los núcleos colonizadores desde los años sesenta hasta el
presente han motivado la sustracción de un total de 129.103 hectáreas de la reserva, que
adoptan la forma de propiedad privada.

Hasta 1992, las sustracciones eran las siguientes:


1. Zona Bajirá (Urabá). Area: 61.000 ha Acuerdo 038/74.
2. Zona Dabeiba (Antioquia). Area: 204.375 ha.
3. Zona de Andí y Unguía (Urabá). Acuerdo 169/68. No se determinó el área sustraída.
4. Bahía Solano, Nuquí y Alto Baudó (Costa Pacífica). Area: 185.000 ha. Acuerdo 033/76.
5. Zona de Condoto, Istmina, Tadó, Nóvita, Lloró, Bagadó y Quibdó. Area: 346.000 ha
Resolución 222/84.
6. Juradó. Area: 85.000 ha de las cuales 25.000 ha son resguardos indígenas. Resolución
110/65

En todas estas áreas sustraídas (Mapa Nº 5), se han otorgado en todo el departamento 4.613
títulos de propiedad sobre 129.103 ha (Según información de INCORA, Quibdó, 1992).
Además de estas sustracciones se han adjudicado cerca de 60 resguardos indígenas,
especialmente a partir de la década de los 80, que cubrían, hasta 1992, 922.000 ha (ver
Cuadros Nos. 10 y 11 y Mapa N° 6).

La tendencia a sustraer áreas de la reserva se ha aminorado en los últimos años ante sus
resultados sobre las condiciones ecológicas y de los suelos (Hernández, Humberto, 1986a)
y por la presión de las organizaciones de pobladores. Pero si al área total del Chocó,
aproximadamente 4’700.000 ha, le restamos las tierras otorgadas como resguardos, la
adjudicación de baldíos y los parques naturales, quedan aproximadamente 3’500.000 ha.
De éstas el 75% son selvas, cuyo potencial económico es el maderable. Y dadas las
limitaciones agrológicas y climáticas la supervivencia del ecosistema del Chocó reside en
el modelo de explotación fluvio-forestal, de nativos indios y negros.

Los indígenas han logrado, gracias a la fuerza de sus organizaciones, el reconocimiento de


amplias zonas de resguardo. Tienen 922.000 ha en resguardos, que equivalen
aproximadamente al 19.6% del total del departamento. Según INCORA, 16.775 indígenas
(3.224 familias), residen en resguardos, mientras 4.266 (781 familias), carecían de
delimitación territorial. La conformación de nuevos resguardos avanza, lo que parece
suponer el cubrimiento total de la población en los próximos años.

La adjudicación de resguardos indígenas data principalmente de la década de los años 80


(ver Mapa N° 6). Es posible discutir esta política como una estrategia de congelamiento de
áreas de interés para el Estado, por razones geopolíticas y de conservación de las selvas
húmedas tropicales por su irracional explotación (ver Triana, A., 1991).

De hecho esta circunstancia, provechosa para las etnias indígenas, ha desencadenado


numerosos enfrentamientos con nativos negros. Una de las razones principales de los
choques ha sido la política de ignorar en la constitución de resguardos, la población negra
que ha vivido dentro de estos territorios por varias generaciones. En Juradó, por ejemplo, se
constituyeron tres resguardos en 1982 y en 1987. Previo al resguardo vivían allí pobladores
indios, negros y colonos procedentes de Antioquia y Caldas que explotaban la madera. Los
indígenas obtuvieron la constitución del resguardo. Pero los negros quedaron excluidos y a
través de la ANUC, exigen derechos sobre el territorio. Se niegan a dejarlo y ya se han
presentado algunas muertes (1) . Ante la situación se creó una comisión conformada por
representantes de distintas entidades oficiales que busca soluciones.

La solución general que ha dado el INCORA, es sanear los resguardos, lo que consiste en
pagarles las mejoras a los nativos negros para que se ubiquen en otro sitio. Este proceso,
sin embargo, ha sido lento y dispendioso, además de costoso. Algunos están dispuestos a
dejar los terrenos a cambio del pago de sus mejoras, pero otros aducen una larga
permanencia, respaldada por pólizas y piden otras soluciones territoriales.

La Asociación Campesina Integral del Atrato (ACIA), agrupación de pequeños


cultivadores del medio Atrato ha desarrollado campañas para llamar la atención estatal.
Plantean que durante muchos años negros e indios han convivido y sin embargo, la política
oficial fomenta la división entre estos grupos sociales. Están de acuerdo con la
adjudicación de los resguardos indígenas, siempre y cuando se cuente con la opinión de los
pobladores locales negros para acordar criterios conjuntos. Consideran que no
necesariamente los negros deben salir de los resguardos, cuando éstos llevan toda la vida
allí. Se podrían establecer, plantean, convenios en los cuales se estipule el respeto a la
reglamentación sobre resguardos, lo que implica limitaciones en la venta de tierras. Sin
embargo, restan aspectos de difícil acuerdo, como el sometimiento a una autoridad
indígena, elemento central de los resguardos.

La actual población blanco-mestiza proviene de distintos orígenes y ha llegado a la región


en diferentes épocas; si bien es minoritaria desde el punto de vista demográfico, los
inmigrantes de las últimas tres décadas juegan un nuevo papel en la zona. Los blancos
locales tradicionales, hasta los años sesenta, no tuvieron como propósito la explotación
agrícola, si bien en algunos casos se dio apropiación privada de baldíos cercanos a los
cascos urbanos, sobre todo en Quibdó. Se dedicaron al comercio y la administración
pública, salvo casos excepcionales mencionados.

Pero los colonos blanco-mestizos son agricultores pobres en busca de tierra y compiten con
los habitantes nativos, negros e indios. Desconocen las reglas de apropiación territorial
tradicionales y buscan la titulación de su parcela, que les permita acceso al crédito. En
ciertas zonas, siguiendo una tendencia general de la colonización, se ha conformado ya un
nuevo proceso de concentración territorial. Un gran número de pequeños colonos proviene
del departamento de Córdoba. Se les denomina chilapos. En menor cantidad se encuentran
antioqueños, risaraldenses y vallunos, migración que ha aumentado desde que se abrió la
carretera Quibdó-Risaralda.

En este momento INCORA se propone reubicar parte de éstos a través de la compra de


mejoras.

ACIA y otras organizaciones comunitarias negras, participaron activamente en la


reglamentación del artículo 55, transitorio de la Constitución de 1991, con el fin de abordar
de manera integral el problema territorial en el Pacífico. Como resultado surgió la ley 70 de
1993, que reglamentó la titulación de terrenos de los moradores de las riberas de ríos de la
cuenca del Pacífico y otros derechos fundamentales. Por esa ley "el Estado adjudicará a
las comunidades negras ('que han venido ocupando tierras baldías en zonas rurales
ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico', Artículo 1o.) la propiedad colectiva sobre
las áreas (...) que vienen ocupando de acuerdo con sus prácticas tradicionales de
producción"(Artículo 4o.).

El territorio colectivo debe ser plenamente delimitado y dentro de su plan de desarrollo se


debe contemplar la forma particular de producción. Las mismas comunidades deben asumir
la administración interna de sus territorios mediante un Consejo comunitario. Su propiedad
es inembargable, inalienable e imprescriptible. Sin embargo, a nivel de reglamentos se
pueden definir zonas de propiedad individual, colectiva, de reserva, ajustando la
distribución de la propiedad de acuerdo con sus usos y costumbres (Triana, 1991).

Dado que los suelos aptos para cultivar se suelen encontrar en una franja de 30 metros
desde la orilla del río hacia el fondo y detrás se encuentran ciénagas y sitios anegables
aptos para caza, pesca y recursos madereros, ACIA propone una propiedad familiar a las
orillas; esta tendría 30 metros de profundidad y derechos colectivos hacia el interior (Ver
Diagrama 2). Esta iniciativa está respaldada por otras organizaciones locales, tales como
OBAPO (Organización de Barrios Populares), OREWA (Organización Regional Waunana-
Emberá) y ACADESAN (Asociación de Agricultores del San Juan).

Frente a los conflictos con comunidades negras, la OREWA plantea que las entidades
estatales apoyen acuerdos, convenios, contratos, entre las distintas partes, para llegar a una
solución justa. Para ellos es importante continuar con la titulación de resguardos y el
saneamiento de los mismos y apoyan la titulación comunitaria para las comunidades
negras. Sin embargo, el punto de discrepancia son los asentamientos negros y de otros
pobladores dentro de los resguardos.

En torno a la tenencia territorial se observa en la actualidad una gran dinámica de


organización comunitaria. Distintas organizaciones, tanto indígenas como negras, formulan
propuestas de desarrollo con la idea de administrar territorios que consideran propios. Este
aspecto se ha convertido en elemento aglutinador de población indígena, de pobladores
rurales negros y aún de la población urbana, especialmente en Quibdó y Nuquí.

El problema de titulación de tierras en el sector urbano difiere por su propia naturaleza del
de las zonas rurales y vale la pena detenerse en él.

En 1941, el Ministerio de la Economía Nacional adjudicó al municipio de Quibdó los


terrenos baldíos ubicados dentro del área de esta población, que cubren 5 kilómetros a la
redonda. El municipio de Quibdó debía administrarlos y adjudicarlos directamente (2) .
Antes de esta fecha, el mismo Ministerio de la Economía había otorgado terrenos en
propiedad, a pobladores blancos como los Meluk, los Wilches y de La Torre. La mayoría
abandonó luego las tierras urbanas, que fueron invadidas y adecuadas mediante rellenos,
por población proveniente del campo. El municipio no puede vender estos terrenos pues ya
no se encuentran dentro del régimen de baldíos: sin embargo ha otorgado títulos sobre ellos
y representantes de las familias antiguas se han opuesto legalmente. Esta situación ha traído
problemas sociales de difícil resolución.

Por otra parte, desde que el municipio se encargó de los baldíos urbanos, muchas personas,
especialmente políticos, compraron extensiones de tierra en el casco urbano, a precios muy
bajos. En 1985, por Acuerdo N° 10 de 1985, se regularon los precios de los ejidos
municipales, se establecieron los valores del metro cuadrado según su ubicación dentro del
casco urbano, se dictaminó también que no se podrían vender predios mayores a 300 m y se
prohibió la venta de lotes de esa extensión a quienes los posean. Sin embargo, la puesta en
práctica de la reglamentación se ha dificultado, por carencia de información y distintas
presiones.

En la actualidad, el municipio no posee un inventario de lo que tiene, lo que ha motivado la


venta de terrenos que no le pertenecen o ha adjudicado un mismo predio dos y tres veces a
distintas personas. De esta manera, cerca de las dos terceras partes de la población de
Quibdó vive en forma de invasión y la mitad ha construido sin licencia.

Este desorden en la titulación territorial se ha unido a los escasos y deficientes servicios,


con malestar entre los habitantes. Quibdó no cubre con servicio de agua sino el 7.8% de la
población, la luz 38.4% y el alcantarillado 4.7%.

A raíz de los anteriores problemas, especialmente alrededor de la tenencia de tierra, se creó


en 1988 la Organización de Barrios Populares (OBAPO) que asocia más de 5.000 familias
en los cascos urbanos de Quibdó y Nuquí (cuya situación no es muy diferente). Sus
afiliados son principalmente vendedores ambulantes y según OBAPO ascienden a 5.000
familias en Quibdó y 2.000 en Nuquí.

Esta organización plantea la necesidad de acuerdos para solucionar los problemas


prediales. Algunos se niegan a comprar los lotes pues los han recibido en herencia de sus
antepasados y tienen sus pólizas tradicionales que los respaldan. Otros los adecuaron
dificultosamente. Este conflicto aún no tiene solución a la vista y es manipulado con
frecuencia alrededor de las campañas electorales.

Por otro lado, desde los años ochenta han llegado mineros, empresarios pequeños y
medianos que buscan el buen precio del oro y la calma de la zona. Los derechos sobre las
minas de las familias negras campesinas, basados en la ubicación de las mismas dentro de
un terreno familiar, son ignorados y se convierten en centro de abusos y disputas. En el
caso indígena, fue especialmente divulgado hace algunos años el desalojo sangriento de
familias emberá-catío en el alto Andágueda, por antioqueños que pretendieron apoderarse
de una mina de oro.

En los últimos diez años han llegado a las playas paisas (3) (de Antioquia, Risaralda y el
Valle del Cauca) con un interés turístico de comercio del turismo. Estos nuevos habitantes
han traído innumerables problemas, se han adueñado de lotes baldíos; de morros de uso
público; han destruido manglares para liberar playas para el turismo, entre otros,
rompiendo así el entramado bio-cultura del nativo negro (Informe de campo de Patricia
Vargas y Germár Ferro, 1993: 29).

Las comunidades rurales negras o afrocolombíanas, expresan la importancia para ellos de


"las comunidades de fuerte intercambio y solidaridad en una continua interacción
cotidiana"; el apoyo de "una amplia red de parientes (...) arraigada en una tradición de
oralidad, en un contexto musical dominante, una religiosidad pagana, y unas prácticas de
salud que cuentan con especialistas que les han permitido una relativa autonomía. (...) y el
manejo de los ámbitos rural, urbano como un continuo" (Taller de OBAPO, citado por
Vargas y Ferro, cit.: 2). Ellos han legitimado la posesión territorial mediante la tradición
oral. Los terrenos pertenecen a grupos familiares extensos, que cobijan los grupos de
padres y hermanos y su descendencia.

El estudio de CORPOS para el medio Atrato muestra cómo, para las comunidades rurales
negras, la propiedad se orienta a buscar el espacio para desarrollar las actividades agrícolas
de rotación, la minería, la pesca y el uso del bosque. El conocimiento de la tradición de
propiedad descansa en los mayores y se reconoce en los cultivos. Cada familia tiene una
propiedad ribereña delimitada, que cubre terrenos en reserva para los descendientes. Posee
lotes en distintas riberas, en distintas fases del ciclo productivo. Cada joven recibe su
derecho de herencia al independizarse y puede también abrir nuevos terrenos, en general
cerca a otros parientes. El cabeza de familia ostenta el título grande (CORPOS, 1991).

Una gran movilidad de la población y la emigración mantienen un equilibrio entre la


población y los recursos territoriales. La compra y venta de terrenos permite ampliar la
propiedad familiar, que se registra en documentos privados denominados pólizas. De
manera similar se registra también el arriendo de terrenos. El derecho sobre las minas, por
su parte, supone el derecho del dueño a recibir parte del rendimiento de la explotación.

Además de los lotes de cultivo, el uso del bosque (maderas, bejucos, etc.) y de las ciénagas,
es abierto para los miembros de la comunidad local a través de normas consuetudinarias.
Como lo plantea CORPOS, si bien estas zonas no tienen apropiación privada, no pueden
considerarse baldíos y permiten el mantenimiento y reproducción del bosque, con
utilización humana (Ibid).

Este patrón de subsistencia permite la reproducción de los recursos a través de su


utilización estacional, siguiendo un ciclo anual. En el verano se preparan tierras, se
aprovecha la subienda de peces y se va a la mina; durante las lluvias, se siembra. La
dispersión de lotes de cultivos y minas hace parte de ese patrón. Las familias se desplazan
continuamente a sus lugares de trabajo, con una división sexual del trabajo no estricta: el
hombre trabaja más la agricultura y la mujer la minería de barequeo. En promedio, las
distintas parcelas no sobrepasan las 5 hectáreas (ver CORPOS, 1991 y Torres, T., 1989).

Así, el núcleo social es el denominado tronco familiar, compuesto por una red de parientes
consanguíneos y afines. Por la pertenencia a un tronco familiar se hereda un derecho de
explotación territorial. Un individuo hereda derechos sobre una orilla, en sus propias
palabras, tanto de la familia de la madre como del padre. Estos derechos, por lo general,
están esparcidos por las riberas y se hacen efectivos cuando el individuo precisa cultivar o
explotar una mina. Los derechos no se pierden y después de varios años es posible
reclamarlos a los otros parientes que en el entretanto los han usufructuado.

Por su parte los emberá, dicen Arocha y Friedemann, "viven de sus huertos sobre riberas
de los ríos (...) donde cultivan plátano, bananos, caña de azúcar, frutales y hierbas
medicinales, que crecen en canastos colocados sobre plataformas cerca de los tambos.
Complementan su alimentación con caza y pesca. La agricultura de los negros es similar,
ambos usan el sistema de tumba y descomposición." Este patrón permite adecuar el número
de habitantes que vive en cada río a la intensidad de sus cultivos y a las posesiones
territoriales. "Cuando la producción disminuye a causa del agotamiento del suelo, las
gentes se marchan" (Arocha y Friedemann, 1982: 202).

La titulación individual por la cual presionan los colonos, trastrueca este sistema
reproductivo y con él la supervivencia de los recursos bióticos.

Los modelos culturales rurales nativos arrojan una apropiación discontinua espacio-
temporal del territorio que entra en conflicto con otras formas de apropiación, por ejemplo,
con la delimitación de áreas de colonización con títulos de propiedad, la minería de
empresarios de fuera y aun con la delimitación de reservas indígenas.

Es posible plantear que los modelos tradicionales de tenencia y uso territorial, tanto de
blanco-mestizos como de nativos indios y negros, entraron progresivamente en crisis a
partir de la colonización agrícola de Urabá y otros sitios desde los años sesenta, de la
inmigración de medianos empresarios mineros y madereros, de la apropiación de las playas
por los paisas y de la delimitación de zonas de resguardo para los indígenas desde la midad
de los años setenta.

Así, la tenencia de tierras en el Chocó, se ha convertido en los últimos años en área de


conflicto entre las distintas etnias e incluso cobija y contrapone entre sí a los nativos.

En la medida en que la economía del Chocó se ha orientado hacia una economía extractiva
de enclave, con núcleos rurales relativamente cerrados, la legislación colombiana ha estado
más preocupada por legislar sobre las reservas forestales y las concesiones para
explotaciones extractivas (mineras, forestales), que en resolver los problemas de tenencia
de tierras de una población relativamente pequeña. La ley 70 de 1993 que legitima la
propiedad de las comunidades negras rurales, abre para el Chocó otra etapa del proceso
adaptativo de sus gentes.

Al recobrar la región un papel nuevo en el replanteamiento de la relación con el centro y de


su rol dentro del conjunto nacional, se han cambiado el interés y la forma de caracterizar la
región. Se ha modificado la imagen construida de la región, lo que ella representa y se
arroja luz sobre campos y relaciones antes en penumbra. Uno de los efectos de este
replanteamiento deja relativamente sin piso y desconcertadas a las élites locales que los
ignoraban. Si bien no es propiamente una inversión simbólica, sí es un desplazamiento
simbólico de la esencia construida de la región, de los aspectos de contraste, de las
relaciones ideales esperadas, aunque posiblemente no alcance a modificar la naturaleza del
vínculo mismo con el centro, es decir, el vínculo de subordinación. En ese sentido, es
posible que se mantenga la jeraquía socio-espacial de la cual habla Wade en sus trabajos
sobre el Chocó.

Ahora, el interés se dirige a lo que aún se conserva de diversidad biótica y cultural que
valorizan de forma nueva al Chocó. Pero sobre esa revalorización no existe un
interpretación única, sino varias paralelas y contrastadas, pues para algunos actores locales
y nacionales significa la recuperación simultánea de la etnicidad ligada a la diversidad
cultural; pero para otros actores locales y nacionales, es la oportunidad para aprovechar los
recursos en un esquema desarrollista, es la oportunidad para salir del atraso. Cada
interpretación es, a su vez, internamente polivalente; desarrollo y conservación, diversidad
y homogeneización, centro y periferia las atraviesan y producen oscilaciones entre unas y
otras y también tensiones y enfrentamientos entre ellas. Cada una puede dar contenidos
específicos y contrastados a la revalorización del Chocó, a su paso de espejo sin luz a
espejo de futuro.

1 . Información funcionarios INCORA, Quibdó. (Regresar)

2 . Decreto 026 de Junio de 1944, que se protocolizó mediante escritura número


11 de 1944. (Regresar)

3 . Todo aquel que no es negro ni cholo; definición dada por los nativos negros e indios
de la región. (Regresar)
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