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DIVERSIDAD CULTURAL
Y MEDIO AMBIENTE
Myriam Jimeno
María Lucía Sotomayor
Luz María Valderrama
ÍNDICE GENERAL
Las autoras
Agradecimientos
Introducción
I.
Región, diversidad cultural y medio ambiente
La región en la ideología nacional
La región y la conformación de la unidad nacional
II.
Perfiles de la historia chocoana
III.
La población chocoana y su entorno
El espacio físico natural
Características demográficas
Condiciones de vida
Grupos étnico-culturales, modelos de vida, interacciones y conflictos
Los modelos indígenas y el medio natural Jaibaná y naturaleza
IV.
Los procesos económicos principales
La producción agrícola y pecuaria
La pesca artesanal
Deforestación y otras actividades forestales
La minería, presencia renovada
V.
Las subregiones chocoanas
Subregión de Urabá, de economía tradicional a ganadera
La subregión central, epicentro departamental
Entre la selva y el mar, subregión del Pacífico
El oro y la subregión del San Juan
VI.
La diversidad cultural y la construcción de la región del Chocó
Conflictos, modelos culturales y tenencia de la tierra
EL CHOCÓ EN FOTOS
Bibliografía
Anexos
ÍNDICE DE DIAGRAMAS
ÍNDICE DE GRÁFICOS
ÍNDICE DE ANEXOS
LAS AUTORAS
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN
Los países desarrollados otorgan particular importancia a los recursos de los ecosistemas
tropicales por su potencial económico, por una parte, y por las implicaciones generales de
su destrucción, por la otra. Colombia tiene una riqueza en biodiversidad ampliamente
reconocida que, como lo expresan diversos documentos oficiales, "adquiere un valor antes
no considerado".
Esta, sin embargo, no está repartida en forma uniforme en el territorio colombiano y, por el
contrario, sólo ciertas regiones por razones físico-naturales y por las características de los
procesos históricos que vivieron, concentran una mayor biodiversidad. Es indudable que la
conservación está asociada, por una parte, a la presencia de culturas cuyas formas de
relación con el medio natural no implican la explotación intensiva de los recursos. Por otra,
a la coincidencia entre rasgos físico-naturales y procesos históricos especiales de
integración socioeconómica al resto del país.
Para la investigación se acudió a información sobre las subregiones chocoanas, sobre los
indicadores económicos, la dinámica de población, los principales modelos socioculturales,
las condiciones de vida y los principales procesos de intervención sobre los recursos
naturales, a partir de fuentes de campo, de primera mano, y de la revisión documental y
bibliográfica, realizadas durante 1991 y los primeros meses de 1992.
Se llevaron a cabo entrevistas con funcionarios locales y con mineros, madereros, nativos
indígenas y negros, organizaciones comunitarias, maestros e instituciones locales. Se hizo
énfasis en entrevistas con los pobladores tradicionales indígenas, negros y blanco-mestizos.
El Chocó mantuvo hasta fechas relativamente recientes una relación económica, política y
cultural con el país como región de enclave, basada en procesos delimitados, tales como la
minería o la explotación de recursos forestales. En la actualidad, múltiples presiones se
ejercen sobre el bosque, sobre las riberas auríferas y sobre los hombres que han vivido de
ellos. Es por eso que este trabajo resalta la conexión entre diversidad cultural y diversidad
biológica.
Así mismo, entre procesos históricos diferenciales dentro del país y persistencia de mayor
potencial de biodiversidad regional. Una política de protección ambiental deberá basarse en
la peculiaridad regional de estos procesos históricos y de las prácticas culturales allí
presentes.
I
REGION, DIVERSIDAD CULTURAL
Y MEDIO AMBIENTE
Hoy en día sabemos que las mal llamadas sociedades primitivas no son salvajes
amenazantes. Una ética o una política excluyentes y etnocéntricas, son cada vez más
insostenibles a nivel mundial (Ver Jimeno, 1991).
S. Moscovici plantea que el hombre levanta barreras y se coloca en contraste con el resto de
seres vivos; el saberse distinto le lleva a la necesidad de afirmar una y otra vez su
singularidad. La búsqueda de lo que le es propio, la ruptura entre sociedad y naturaleza,
juegan para él un papel capital (Moscovici, 1975).
Surgen dudas sobre la ruptura sociedad-naturaleza, sobre el principio del hombre como
amo y señor de la naturaleza, conquistada desde fuera (Moscovici, cit.), conceptos
arraigados en la tradición cultural cristiana.
El conocimiento sobre las sociedades nativas ha contribuido a acrecentar las dudas, al poner
de presente cómo el hombre teje siempre, desde sus albores, una red compleja de
interacciones y ante todo de transformaciones del mundo natural. Es evidente que cultura y
sociedad no son artificios, sino parte del estado natural del hombre, que le acompañan
desde siempre.
La diversidad cultural humana ha corrido pareja con su expansión sobre la tierra, pero su
presencia en la mayor parte de ella va acompañada de una menor diversidad cultural, con la
homogeneización de las culturas y con el fin de numerosas fuentes de vida.
Esto significa, por un lado, formar parte de un proceso global que afecta a los residentes en
ciudades o áreas urbanas y se extiende a la vida rural e impone una manera específica de
utilizar los recursos naturales y demandas por bienes y servicios. El campesino actual dista
mucho del productor de antaño, relativamente autosuficiente, con una ética estricta de
austeridad y de bajo consumo, aislado del resto del país.
Por otro lado, desde una perspectiva opuesta, estos fenómenos culturales y la reubicación
de la población en ciudades, son relativamente recientes en Colombia y, como tales, crean
necesarios reajustes en otros niveles del comportamiento social. Es decir, si bien se han
impuesto ciertos patrones culturales comunes, estos están aún en proceso de sustituir los
antiguos modelos. No han corrido paralelos con el surgimiento de nuevas pautas de arraigo
al medio urbano, de manejo de los espacios como espacios colectivos; está aún en camino
una reinterpretación de los roles regionales, de los familiares, de las relaciones entre las
generaciones y, por supuesto, de los étnicos, para mencionar algunos de ellos.
La diversidad cultural del país, tanto la étnica como la regional, pueden servir como base de
construcción nacional, pues en un sentido amplio es tan grave el fin de la diversidad
biológica, como el de la cultural.
Las ciencias sociales han explorado desde sus inicios las bases de la consolidación y
diferenciación de los grupos humanos a partir del contraste entre nosotros y los otros. El
antropólogo brasileño Ruben Oliven, por ejemplo, menciona a Marcel Mauss y a Emilio
Durkheim, quienes compararon los símbolos externos y los emblemas a través de los cuales
se representan las naciones modernas y también los clanes primitivos y que permiten
diferenciar cada grupo. Cita también a Lévi-Strauss, quien al hablar de la ilusión totémica,
mostró que sirve para distinguir a los hombres unos
de otros. Pero las sociedades estatales tienen una
historicidad propia que procura integrar sus
diferentes partes desde el punto de vista territorial,
regional y social. Tienen ideologías que enfatizan
una sólida integración y se presentan como antiguas
y a veces inmemoriales (Oliven, R., 1992).
Desde los años ochenta, el discurso de la diferencia nacional, continúa Anderson, se dirigió
a la identidad nacional. Esta noción, a diferencia de la de carácter, es más selectiva, menos
global y tiende a basarse en rasgos de esencia y no en caracteres típicos de un grupo; es
relacional y se hace necesaria la noción de alteridad, pues no es autocomprendida. Como
concepto es simultáneamente más profundo y más frágil y puede tender a la metafísica.
Supone un autorreconocimiento, de manera que posee una dimensión subjetiva y
autorreflexiva, mientras que el carácter supone rasgos objetivos, conscientes o no.
Finalmente, la identidad nacional implica un proceso de selección en el cual las
experiencias colectivas se decantan y simbolizan. La memoria adquiere una mayor
importancia que en el carácter y el campo político es su arena natural. Ciertas experiencias
históricas se llevan a un plano emblemático y sirven de fundamento a ideologías de unidad
nacional que a menudo ocultan la división y la desigualdad (Anderson, cit.).
Ahora bien, la región actual tiene como referente necesario al estado nacional, con el cual
mantiene relaciones múltiples, contradictorias y a menudo conflictivas. En la relación entre
las regiones y la nación se crean también símbolos de diferenciación y contraste a partir de
representaciones sobre lo que sería el carácter propio regional y simultáneamente se
establece la pertenencia al conjunto. Unos y otros, contrastes y vínculos, se establecen de
manera diferencial según cada historia regional y según la relación geopolítica y económica
construida a lo largo del proceso de conformación de la unidad del estado nacional.
Las regiones sufren una adscripción al estado nacional, que las sitúa de manera desigual, no
homogénea, les atribuye ciertos rasgos y les asigna roles específicos.
Si se examinan con detenimiento las características que particularizan cada región y que
serían la base fáctica del arraigo regional, no sólo son cambiantes a través del tiempo, sino
además relativamente difusas. Si bien las regiones pueden definirse con base en refencias
físico-naturales particulares que delimitan unidades espaciales naturales, la pertenencia y la
definición misma de la región, son construcciones que sobre las bases naturales tejen
relaciones particulares y sistemas de signos y símbolos de identificación, relativamente
arbitrarios.
Pero más aún, las regiones mismas pueden convertirse en parte de la ideología de identidad
nacional. Perry Anderson al comentar la obra de Fernand Braudel sobre la Identidad de
Francia, señala cómo Braudel dedica la primera parte a describir las principales regiones de
Francia y proclama que este país es especial dentro del continente europeo por la variedad
de nichos físicos regionales. Braudel insiste en este punto y celebra la diversidad francesa
como un rasgo de identidad. Por supuesto, dice Anderson, desde el punto de vista teórico,
Braudel otorga una primacía histórica a las determinaciones espaciales, que son para él las
más importantes en la historia profunda. Pero si bien los contrastes climáticos de Francia
entre una zona Mediterránea, otra Atlántica y una Continental son reales, no son suficientes
para tener mayor diversidad regional que otros países europeos, por ejemplo Alemania o
Italia. Para Anderson, en Francia la idea popularizada de la variedad nacional como motivo
ideológico hay que buscarla más bien en la temprana unidad nacional, distintiva francesa y
en su papel como compensación simbólica del triunfo del estado unitario. En este caso
también los atributos de identidad son menos específicos que aparentes y pueden leerse
menos como hallazgos empíricos y más como puntos fijos de la ideología nacional
(Anderson, 1991). Las ideologías nacionalistas trabajan sobre mitemas básicos, retrabajan
las mitologías étnicas y las tranforman en espacio poético y memoria heroica (Ibid).
En nuestro caso, el país se ha representado desde las éliites hasta la conciencia del hombre
común, como un país de diversidad regional, y cada una con su propia cultura. Se llega con
relativa frecuencia a cuestionar y descalificar normas y políticas nacionales en aras de su
inaplicabilidad por las marcadas particularidades regionales y locales. Esta es una ideología
de amplia aceptación, incluso por quienes se sienten con conciencia culposa desde el
centro. A diferencia del mencionado caso francés, su importancia como motivo de la
ideología de identidad nacional tal vez se encuentre en la misma debilidad y precariedad de
la integración nacional. Quizás también entra en juego el ocultamiento de la variedad
cultural que atraviesa las mismas regiones y que se excluye o se silencia cuando éstas se
oponen como conjuntos culturales específicos frente a la nación. La diversidad cultural
suele así ser entendida como variedad de culturas regionales. Este es tal vez el rasgo con
mayor consideración dentro del colombiano como peculiaridad atribuida del país y
difícilmente se encuentra arraigo más poderoso.
Como es conocido, estuvo inspirado en la hegemonía del centro sobre las regiones. Los
centralismos administrativo, fiscal y político, que pregonó esa Constitución, pretendieron
dar fundamento a la consolidación de un estado nacional frente a la fragmentación y
contraposición de poderes locales. El programa de la Regeneración triunfó en contrarréplica
de los excesos ultrafederalistas que debilitaron el orden interno (ver Bushnell, D., 1993). La
constitución denominó departamentos a los estados federales y dejó limitado poder a las
Asambleas Departamentales, colocó el nombramiento de los gobernadores en manos del
presidente y consagró un monopolio del partido en el gobierno sobre el poder ejecutivo en
todos los niveles. Bushnell agrega que la total exclusión de uno de los partidos nacionales
sirvió para exacerbar el sectarismo político y de manera indirecta al incremento de la
violencia campesina.
Pero la exclusión no fue sólo de los partidos diferentes al triunfante, sino de todo lo que se
saliera del modelo católico hispanista.
Las regiones quedaron así supeditadas a los dictámenes del gobierno central. Los vínculos
entre éstas y el gobierno quedaron en manos de dirigentes políticos y élites locales, quienes,
mediante una red de intermediaciones manejadas a través de las maquinarias partidistas,
hacían de puente con la dirigencia y el gobierno nacional. En forma simultánea, en cada
región tomó fuerza el sentimiento contra el centralismo como fuerza opuesta al progreso
regional. Las evidentes diferencias geográficas, la precariedad de las comunicaciones, el
relativo aislamiento de cada una, alimentaron la idea de la particularidad regional y el
resentimiento contra un centro que las desconocía. Los dirigentes locales desde entonces y
hasta el presente, alimentan esta tendencia local y se sirven de ella en el juego político, para
sacar partido a nivel central.
Interesa, sin embargo, resaltar las progresivas fisuras en la red de intermediaciones entre
región y estado nacional a través de las maquinarias partidistas. En la medida en que se
debilitaron los centralismos, perdió poder esta red de intermediación. Los acuerdos
nacionales suprapartidistas del Frente Nacional, los cambios en la ubicación espacial de la
población y la consiguiente debilidad de los controles tradicionales que se ejercían en las
localidades, fueron algunos elementos de un cambio en la relación estado-región, marcado
por el descrédito de la efectividad de los partidos políticos. El sistema de valores y
controles culturales que sustentaban esas relaciones entraron en crisis con la paulatina
urbanización. La emigración de las élites locales hacia las ciudades como parte funcional de
la reproducción de esa normatividad, hizo parte de su debilitamiento.
Otra señal particular de la crisis de los controles sociales ha sido el debilitamiento de las
creencias religiosas tradicionales (católicas), como modelos normativos. Ya Fernán
González en diversos trabajos mostró la importancia de la Iglesia Católica como
constructora de unidad nacional y su contribución a la identidad nacional. Esta ha sido, por
supuesto, otro canal de comunicación entre lo local y lo nacional y formó parte del conjunto
cultural ideal para servir de fundamento a la cultura nacional. Este ideal, como es sabido,
excluía y aun condenaba importantes diferencias culturales dentro del ámbito nacional, bien
como síntomas de atraso o amenazas para la unidad nacional y aún como inmorales y por
tanto inaceptables. La pérdida de influencia del modelo cultural impulsado por la Iglesia
Católica abrió la posibilidad para que se consideraran con otra óptica las diferencias
culturales y se permitiera la formulación de un estado nacional pluricultural, al menos como
modelo posible. Su pérdida de influencia dentro de la ideología de unidad nacional,
también contribuyó a la necesidad de redefinir la participación regional en las decisiones
nacionales.
Hemos asistido en la última década a una reinterpretación de los roles regionales y al auge
de la regionalidad como peculiaridad de la nacionalidad colombiana.
Las regiones con presencia importante de diversidad de culturas nativas ocupan una
posición particular dentro del conjunto nacional. El antropólogo P. Wade se ha detenido en
la constitución espacial de la sociedad, pues toda sociedad crea una zonificación que
concentra espacialmente interacciones sociales y prácticas sociales rutinizadas (Wade, P.,
1991). La interconexión y la interdependencia de las regiones constituidas hacen parte de la
conformación espacial de la sociedad global. Las regiones que emergen tienen no sólo un
significado en la nacionalidad, sino que expresan relaciones y clasificaciones étnicas y
raciales (Wade, Ibid).
El Chocó, por ejemplo, hace parte de una jerarquía de espacios regionales que sitúa en una
escala ascendente la importancia sociopolítica de cada región, sus oportunidades de acceso
a recursos y la valoración de la misma en el conjunto. La posición en la base de la escala se
relaciona con su composición étnica y racial (ver Wade, cit.)
II
Germán Colmenares muestra que desde el siglo XVI, los pobladores de las provincias de
Popayán y Antioquia intentaron repetidamente la ocupación definitiva del Chocó, pues ya
se conocían sus riquezas en oro. Sin embargo, este proyecto no era de interés para la
metrópoli, por sus posibles efectos sobre la población nativa. A pesar de ello, en 1666 se
autorizó a las autoridades de las gobernaciones vecinas la reducción de indígenas. Algunos
caciques pronto se convirtieron en tributarios y entraron 100 esclavos negros para trabajar
en las minas. En el poblamiento competían las gobernaciones de Antioquia y Popayán y
misioneros de distintas órdenes (Colmenares, G., 1975).
Hernández (1993), con base en varios investigadores, menciona que el territorio chocoano a
comienzos de la colonia estaba ocupado por chancos en el río Garrapatas, yacos en el alto
Calima, tootuma e ingarae en el río Sipí, noanamá (wanana) en el bajo san Juan, surucos en
el río Quito, poromeas en el Bojayá y cunas en el bajo Atrato. Los tatamá y los ima del alto
San Juan y los citará del alto Atrato eran subgrupos emberá a quienes los españoles
llamaron genéricamente chocó. Entre los mismos emberá existían diferencias culturales
expresadas, por ejemplo, en la pintura corporal y en variedades dialectales (Vargas, 1993).
Según documentos del siglo XVII los españoles subdividían el territorio en provincias
indígenas. Varios grupos fueron forzados al trabajo minero en el San Juan y afluentes del
Atrato. Pero a mediados de ese siglo se produjeron grandes rebeliones indígenas que
arrasaron los centros mineros y los poblados coloniales y culminaron con la búsqueda
masiva de refugio en tierras apartadas, algunas hacia la cuenca del Pacífico. A lo largo de
los siglos coloniales ocurrieron numerosos desplazamientos de etnias nativas y la
reubicación y aún fusión y desaparición de otras.
En 1684 se produjo otra importante rebelión de los indígenas del norte del Chocó, en la
provincia de Citará, que llevó a la interrupción de los trabajos en las minas, especialmente
en el pueblo de Neguá, donde los antioqueños habían llevado un alto número de esclavos.
La pacificación, dice Colmenares, fue catastrófica pues "diezmó la población indígena y
dispersó los esclavos". En el último cuarto de siglo XVII se llevó a cabo la reducción
definitiva de los indígenas, hecho que abrió un nuevo auge del oro con repercusiones en
toda la Nueva Granada. Se beneficiaron empresarios de Popayán y Cali y otros que habían
contribuido a su pacificación (Colmenares, 1975: 135). Desde entonces el oro se convirtió,
con auges y retrocesos, en el cordón de unión del Chocó con el resto del país.
P. Wade plantea que durante el régimen colonial la región fue una frontera minera, al
margen de los centros de desarrollo. Los blancos eran muy pocos, mineros,
administradores, comerciantes, soldados y misioneros (Wade, P., 1989). Los campamentos
mineros, organizados en cuadrillas bajo estricto control, se trasladaban continuamente.
Wade cita a Sharp, al comentar que el 90% de las cuadrillas tenían más de 30 esclavos
(Wade, P., 1990).
La población indígena fue obligada a cultivar y realizar distintas obras para los
campamentos mineros, a pesar de la expresa prohibición de las normas coloniales.
La población blanca fue siempre reducida y no intentó en la época colonial poblar la región
ni la colonización agrícola; el mestizaje fue escaso. Los blancos mantuvieron una fuerte
barrera social, alimentada entre otros por el temor a las rebeliones de esclavos. El
asentamiento inestable de éstos contribuyó al escaso mestizaje.
Los libres se retiraron a la selva, con poco contacto con los blancos y fueron en aumento
por la manumisión y el crecimiento demográfico. Algunos negros y mulatos libres tuvieron
esclavos, pero siempre menos de cinco, que era el número requerido para ser admitidos al
gremio de los mineros. De esta manera quedaron relativamente aislados del sistema
colonial local. A su vez, entre los libres y los indígenas se establecieron relaciones
comerciales y de compadrazgo pero tampoco se dio un mestizaje de importancia (Wade, P.,
1989). La sociedad colonial vio en el Chocó un sitio inhóspito, utilizado para extraer
recursos y gastarlos fuera (Ibid).
En 1778 el Chocó tenía, según fuentes documentales utilizadas por Sharp (citado en Wade,
1989), un total de 14.662 personas; de éstas 2.3% eran blancos, 36.9% indios, 21.5%
negros libres y 39.2% esclavos. Es claro el predominio étnico afrochocoano. Según la
misma fuente, la proporción de blancos en el Chocó era la más baja, en comparación con
Antioquia (17%) y la Costa Atlántica (10.8%). Esta proporción de blancos descendió al
1.6% para 1808. Ya para entonces, en el Chocó los libres eran el 60.7% de la población
(25.000 habitantes), los indios habían bajado al 17.8% y los esclavos al 19.8%. Estas
tendencias de descenso de los indios, los blancos y los esclavos, numérica y proporcional,
continuó, dice Wade, hasta la manumisión de los esclavos en 1851.
Entre los rasgos históricos de poblamiento, vale la pena resaltar el asentamiento ribereño
disperso, que se dio en estrecha relación con el modelo minero. La actividad agrícola fue
practicada desde un comienzo por pequeñas comunidades indígenas y negras, mediante el
uso alterno de distintos medios y recursos; estas últimas tomaron de los indígenas patrones
de referencia socioeconómicos basados en grupos de parientes y en una agricultura
itinerante que aprovechaba los ciclos de oferta de recursos naturales de las distintas cuencas
fluviales. Con el tiempo se establecieron entre ambos grupos vínculos de compadrazgo,
comercio e intercambio de conocimientos etnobotánicos, etnomédicos y mágicos (Arocha,
J., 1993b), intercambios no exentos de conflictos y confrontaciones.
Las posteriores olas migratorias hacia el Chocó, por ejemplo, alrededor del caucho y la
tagua a finales del siglo pasado y del repunte del oro a comienzos de este siglo, atrajeron
inmigrantes de distintas zonas del país y entre otros a sirio-libaneses. Las corrientes
migratorias más recientes en el Urabá chocoano, o la influencia antioqueña y caldense, se
comentan a lo largo del texto, en relación con cada subregión chocoana.
La minería del oro continuó siendo, de todas formas, el eje del proceso social y económico
de la zona, con épocas de auge y retroceso. Los años 20 de este siglo abrieron uno de estos
ciclos que se cerró hacia el final de esa década con una profunda depresión de quienes
vivían de la minería industrial y su comercio local. La extracción de oro tuvo un nuevo
repunte en la postguerra y de nuevo, a mediados de los años setenta decayó el monopolio
extractivo. La década pasada trajo la proliferación de la minería semiindustrial y de la
pequeña explotación con motobombas, como veremos.
Vale la pena mencionar que a partir de los años cincuenta se acentuó la emigración de la
élite blanco-mestiza del Chocó hacia diferentes ciudades del país. Varios elementos
confluyeron para acelerar la salida de la mayoría de las familias: por una parte, el Chocó
había dejado atrás unas décadas de relativo auge, cuando barcos cargados de mercancías
extranjeras remontaban el Atrato, el comercio local florecía y aún se intentaba establecer
industrias de gaseosas y jabones. La distancia entre el Chocó y otras regiones
paulatinamente se acrecentó; las oportunidades educativas, laborales y de ascenso social
estaban fuera de la zona, cada vez más periférica.
Wade (1990) enfatiza, como influjo para la emigración blanca, el ascenso de sectores
negros educados que paulatinamente presionaron sobre la maquinaria partidista, la
burocracia y la administración regionales y circunstancias como el incendio de Quibdó en
1966, que destruyó justamente lo poco que quedaba del sector blanco tradicional.
Como síntesis, podemos decir que en el Chocó han prevalecido tres grandes
modelos socioculturales, indígenas, afrochocoanos y blancos, que interactúan y
han tenido una desigual distribución de recursos económicos y una desigual
valoración social. A lo largo del tiempo se han transformado y confrontado,
pero también se han imbricado, unidos por su condición de periferia.
El modelo ahora denominado afrochocoano para enfatizar la herencia cultural afro, cubre la
mayoría de las áreas rurales chocoanas. Se estima que constituyen el 84% de la población
del Chocó (Losoczy, A. M.; citada en Arocha, J., 1993b). En cierta medida, por intercambio
de influencias y también por procesos adaptativos similares, este modelo guarda
semejanzas con el anterior. Sus rasgos centrales son una población dispersa por las riberas
y las costas, que aprovecha en forma cíclica y extensiva las terrazas cultivables, la pesca y
la minería del oro. La apropiación territorial busca el aprovechamiento de distintos recursos
de selva y río. Los grupos de parientes dispersos en una vasta área mantienen numerosos
mecanismos de apoyo y encuentros religiosos, festivos o de duelo. En lo religioso se
conectan y confluyen lo festivo y lo doloroso, lo sacro y lo profano, con débiles fronteras
entre ellos. Alrededor del juego, del baile y del drama y su puesta en escena, con la música
omnipresente, se aglutinan, resuelven sus conflictos y renuevan sus vínculos. (Con base en
conferencias de Vargas y Ferro, 1992 y Arocha, J., 1993 a y b).
Si bien la población mayoritaria es rural, los cascos urbanos reciben un flujo permanente de
pobladores que circulan entre unos y otros, por un lado en busca de salud, educación y
empleos temporales y, por otro, van al campo por los recursos estacionales y las cosechas
de arroz, maíz , plátano. Las organizaciones de pobladores negros habla ahora de la
continuidad campo-poblado, para denominar este circuito.
En el tercer modelo, una población minoritaria, situada en los principales cascos urbanos y
en las áreas de influencia de Urabá, Córdoba, Antioquia y Risaralda, practica la agricultura
y la ganadería de corte andino, el comercio o sirven de intermediarios en la extracción
maderera, minera y pesquera. Unos pocos pertenecen a la tradición blanca que data al
menos de comienzos de siglo; otros de olas de colonización campesina especialmente desde
los años cincuenta y sesenta; los más recientes llegaron en los años ochenta atraídos por las
explotaciones semi-industriales de oro.
Aquellos que provienen de varias generaciones de chocoanos, unas pocas familias hoy en
día, a pesar de que mantuvieron barreras raciales y culturales que inclusive llegaron a
delimitaciones claras socio-espaciales, adoptaron costumbres y numerosos rasgos de los
afrochocoanos: el habla, la sexualidad, la estructura familiar, la expresión corporal, el papel
del vestuario, algunas comidas, el manejo de la agresión, el significado del río, entre otros.
Aunque en el Chocó existió hasta los años cincuenta un sistema de exclusiones raciales que
cobijó el acceso a los mejores planteles educativos, señaló el lugar para escuchar las
retretas en el parque de Quibdó, fijó el lugar de residencia, prohibió el acceso a las fiestas
de blancos, caracterizó la comida de negros o de indios y estratificó las ocupaciones, a
pesar de todo ello, se entrecruzaron numerosos hilos culturales entre estos tres modelos.
Abuelas blancas chocoanas contaban que por los tiempos del fin del siglo pasado un cura
maldijo el Chocó; entonces un gigantesco mero desbordó el Atrato y las aguas de los ríos
cercanos fueron cubriendo el pueblo; muchos huyeron hacia sitios apartados, pero otros
murieron devorados por el feroz pez carnívoro. Afirman que los emberá encuentran a veces
en ciertos sitios de su territorio jais, monstruos que residen en ciertos lugares de los ríos y
tienen tamaño descomunal; el nunsí, parece un pez gigantesco y feroz que devora a quienes
caen al agua y causa el terror (Hernández, C., 1993).
Pero más allá de muchas creencias compartidas, los tres grandes tipos de pobladores, hasta
el presente, se sienten partícipes de una región abandonada, donde el auge descentralista
amenaza sólo con dejar nuevas obligaciones y reproducir la jerarquización espacial.
Desde el centro existe ahora un nuevo interés en esta periferia, el de la gran biodiversidad,
cuya permanencia sin duda obedece a la prevalencia de modelos culturales de explotación
no intensiva de los recursos.
La población rural aislada resiente también los efectos de las nuevas actividades extractivas
y de la colonización agrícola de ciertas zonas, como una presión y un atentado en contra de
su posesión territorial y sobre la producción de los modelos productivos no intensivos.
III
LA POBLACION CHOCOANA Y SU ENTORNO
Los ríos han sido los ejes del poblamiento, de la vida productiva, de la
identidad social colectiva. Además del Atrato y el San Juan, son de
importancia para el departamento el Andágueda, Baudó, Beberá,
Bebaramá, Bojayá, Capá, Docampadó, Domingodó,
Munguidó, Opogodó, Quito, Salaquí, Tanela, Condoto y Tamaná
(IGAC, 1986).
Cuadro No.1
CHOCO, POBLACION POR MUNICIPIOS, 1973-1993
Por otra parte, el Chocó se encuentra aislado biogeográficamente por las cordilleras
andinas del resto del territorio nacional. Esta característica natural ha incidido en una
aislamiento relativo de los principales circuitos económicos nacionales.
El tiempo que requiere un árbol de cativo para su máximo desarrollo es entre 80 y 100
años; no se regenera naturalmente y se calcula, según el Plan de Fomento Regional
para el Chocó (DNP, 1961), que puede ocupar una zona por 200 años.
La mayor parte del territorio se encuentra dentro de las zonas de las calmas
ecuatoriales, por lo tanto el régimen de lluvias se prolonga durante todo el año. "Una
alta precipitación lluviosa se correlaciona, generalmente, con una gran riqueza en
especies vegetales y, sin lugar a duda, la espectacular diversidad que ostentan los
bosques chocoanos es el resultado directo de esta circunstancia" (Gentry, 1990: 43).
Una peculiaridad más de las tierras bajas del Chocó es que familias de plantas,
generalmente circunscritas a las alturas andinas, se encuentran aquí a nivel del mar o
muy cerca. La presencia de estas especies de montaña es una más de las similitudes
que tienen las selvas húmedas chocoanas con los bosques de niebla.
En los bosques del Chocó la dispersión de semillas con la ayuda del viento es escasa, en
cambio la dispersión llevada a cabo por aves y mamíferos es alta. Más del 90% de las
especies de plantas leñosas son propagadas en esta última forma (Gentry, G.,
1990:44). El descenso de la fauna tiene entonces una vasta implicación sobre la
diversidad vegetal.
Características demográficas
Negros 80 %
Indios 6%
Blancos y mestizos 4%
Mulatos 10 %
La población indígena y negra se ubica al lado de los ríos, ejes primordiales para los
asentamientos humanos y su economía se orienta a los recursos ribereños y los de la
selva cercana.
En 1985 la mayor parte de la población censada (67.2%) era rural. Tan sólo el municipio
de Quibdó tenía el 63.5% de sus pobladores en la cabecera. En municipios como Sipí,
Bojayá y Alto Baudó, la concentración de habitantes en el casco urbano era realmente
insignificante. Para 1993 (Cuadro Nº 1) se observa una disminución moderada de la
población rural, que representa el 59.5% según el censo de ese año. Los únicos
municipios con mayor número de habitantes en la cabecera son Quibdó, que mantiene
casi la misma proporción del censo anterior (64.3%), Condoto (59.9%) y Nuquí (50.3%).
Por otra parte, es común que quienes viven en los poblados, tengan sus medios de vida
en el campo y respondan a una cultura rural. Son corrientes los flujos de pobladores
entre el campo y los poblados y cascos urbanos. Aquellos que dependen únicamente de
actividades como el comercio, los servicios o el sector politico administrativo son
escasos y se concentran principalmente en Quibdó, de manera que predominan las
culturas rurales en el departamento.
Otros municipios con cierta concentración de población son Tadó y Alto y Bajo Baudó;
este último descendió en población respecto a 1985. En el último período intercensal
crecieron en forma apreciable los municipios de Quibdó, Alto Baudó, Bagadó y en menor
cantidad Riosucio; descendieron en población en números absolutos Bajo Baudó y
Nóvita.
El Chocó sigue siendo eminentemente rural, pero de la población que vive en las
cabeceras, el 51% vive en la capital, Quibdó. (2)
En las décadas pasadas el Chocó expulsó población hacia la Costa Atlántica, Bogotá,
Medellín y Cali y en forma simultánea ocurrió migración interna hacia Quibdó, Istmina y
Riosucio (Ver Cuadro Nº 2). Pero de otra parte, un alto porcentaje de la población nació
en el mismo municipio; los inmigrantes corresponden en una alta proporción a
migraciones anteriores a 1980. Es decir, si bien existen movimientos migratorios de
chocoanos hacia y desde otras regiones y cierta movilidad interna, su ámbito es
relativamente circunscrito.
CUADRO No.3
POBLACION POR SEXO Y GRUPOS DE EDADES, 1993
VER CUADRO No 4
Otro hecho de interés que se observa en el cuadro anterior, es la disminución en los grupos
de edad de 15 a 19 años con respecto al de 20 a 24 años. Esto podría explicarse a partir de
la emigración en busca de fuentes de empleo y estudio. La población migrante, en
apariencia, es ligeramente mayor en el sexo masculino.
En 1973, el promedio de hijos por mujer era de 5.3 para la región Pacífica; en ese año, el
28.6% de la población del Chocó vivía en zonas urbanas. Para 1985, la población urbana
aumentó al 32.8% y el número de hijos por mujer fue de 3.4, en tendencia similar a todo el
país. No se dispone aún de esa información para 1993.
Condiciones de vida
Los antropólogos suelen sopesar con una mirada de relatividad cultural los parámetros de
medición de calidad de vida de los sujetos de estudio, para hacerlos dependientes de los
patrones e ideales de cada cultura. Pero en la medida en que las culturas locales se
entrelazan con las nacionales y se constituyen unidades mayores, ciertos parámetros pueden
describir las condiciones regionales y ofrecer una comparación con los de otras regiones y
el país como conjunto. Ilustran también la desigualdad en la distribución nacional de
servicios institucionales. En este sentido, se hace referencia a los principales indicadores de
condiciones de vida en el Chocó como una parte del conjunto de aspectos del complejo
sociocultura que se evoca al hablar sobre estas condiciones.
Para 1960, Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff (1966) indicaban que el nivel de salud del
Chocó era el más bajo de los departamentos del país, con una esperanza de vida al nacer de
sólo 35 años. La educación también era precaria, con 72.7% de analfabetismo. Quibdó era
entonces la única ciudad con 9.640 habitantes.
Los cuadros Nos. 5 y 6 muestran los principales indicadores actuales sobre calidad de
vivienda, servicios públicos, nivel educativo y el porcentaje de necesidades básicas
insatisfechas (NBI).
CUADRO No.5
MUNICIPIOS CON MAYOR
INDICE
DE NECESIDADES
BASICAS INSATISFECHAS
% Poblacion con
Lugar del municipio Nombre del municipio Necesidades Básicas
Insatisfechas
19 Sipí 97,8
22 Riosucio 97,5
43 Nóvita 93,2
54 Lloró 91,7
74 Bagadó 90,1
83 Alto Baudó 89,9
92 Tadó 89,1
CUADRO No.6
INDICADORES DE POBREZA
Al comparar este conjunto de índices con los promedios nacionales, el índice de calidad de
vida en el departamento es de 27.9, mientras el nacional es de 39.0. La proporción de NBI
en el Chocó es de 82.8%, mientras en el país es de 45.6%.
En 1985 el 60.3% de las viviendas no tenían ningún servicio de energía eléctrica, acueducto
o alcantarillado y solamente el 7.9% tenía todos aquellos (Ver Cuadro Nº 7). Para 1993,
quienes tenían este servicio aumentaron muy poco y cerca de la mitad de la población
carece de todo servicio.
CUADRO No.7
VIVIENDAS Y SERVICIOS PUBLICOS, 1993
Casa 92,7 %
Apartamento 2,0 %
Tipo " Cuarto " 3,5 %
Otro tipo de vivienda 1,8 %
De 1 persona 8,0 %
De 2 personas 9,6 %
De 3 personas 13,1 %
De 4 personas 14,6 %
De 5 personas 14,5 %
De 6 personas y más 40,2 %
Según el Censo de 1985, la esperanza de vida al nacer en el Chocó era de 53.9 años, en
Antioquia de 67.4 años y en Bogotá de 68.5. Chocó tenía la tasa más baja del país; el más
cercano es Nariño con 61.2 años. "Por su parte, los indicadores de salud tomados por
Planeación Nacional muestran que Chocó, Cauca y Nariño tienen los más bajos del país.
El Pacífico cuenta con los mayores riesgos de morbi-mortalidad y la más baja esperanza
de vida al nacer" (Roldán, I., 1994: 85).
Los registros del Servicio Seccional de Salud sobre mortalidad infantil en el Chocó
muestran 100 niños menores de un año por cada 1.000 nacidos vivos, lo que equivale a 891
niños muertos antes de cumplir su primer año de vida, en 1988. (Servicio de Salud Chocó,
Sección de Información. Mortalidad Infantil. Chocó, 1988). Pero estas cifras presentan un
subregistro considerable. Estudios nacionales sobre salud en Colombia muestran 150 niños
muertos antes del primer año de edad, por cada mil nacidos vivos.
En el Chocó se encuentran las diez especies que se conocen en el mundo del zancudo
anopheles, transmisor de la malaria. Según funcionarios de los servicios de prevención, se
requieren campañas continuas y a largo plazo, con costos elevados. Hoy en día, el servicio
de prevención contra la malaria sólo cubre el 46% del territorio por falta de presupuesto y
de personal.
En el aspecto educativo, el Cuadro No 8 muestra el nivel del Chocó en comparación con el
país. Al igual que con los servicios aludidos, la situación del Chocó es sensiblemente
inferior al promedio nacional.
CUADRO No.8
NIVEL EDUCATIVO EN EL CHOCO
Asisten: 34,1 %
Alfabetas 68,6 %
Analfabetas 31,4 %
Para el censo de 1985 en la educación por sexo, del total de población mayor de 5 años, el
18.33% de los hombres y el 19.86% de las mujeres eran analfabetas.
En la zona rural las tasas de analfabetismo rural en ese año fueron del 46.80% masculino y
el 53.19% femenino y las de escolaridad de 25.27% y el 24.68% respectivamente. Es decir,
el sector rural en su conjunto y las mujeres dentro de este, presentaban las tasas más altas
de analfabetismo en el Chocó, para educación básica primaria. El porcentaje de mujeres
analfabetas rurales está por encima del total departamental de analfabetas (39%).
Mientras en los años 50 y 60, los maestros chocoanos eran enviados a otras zonas del país
por la buena reputación en su formación, a juicio de algunos maestros del Chocó la calidad
de la formación del magisterio se ha deteriorado en los últimos lustros.
La carrera docente tiene un lugar social de importancia, pues no sólo ha sido, desde hace
años, una de las pocas ofertas del sistema educativo superior en el Chocó sino continúa
siendo un canal de ascenso y movilidad social. Es, a menudo, la única oportunidad para los
jóvenes distanciados de la vida rural. Adicionalmente, el maestro fue central en la vida de
las pequeñas comunidades rurales y tiene aún un papel como líder comunitario, aunque sin
la importancia de antes.
Para las poblaciones indígenas del Chocó existe una problemática especial con el sistema
educativo formal, que se relaciona con el papel de la Iglesia Católica y con los multiformes
medios a través de los cuales la sociedad nacional ha incidido sobre estas culturas. Esa
especial problemática amerita estudios particulares.
Los indicadores enunciados dibujan un marco de condiciones dentro de las cuales viven día
tras día los habitantes del Chocó. Por supuesto, frente a las restricciones y ausencias de los
servicios y sus repercusiones la sociedad chocoana, con su variedad cultural, brinda
alternativas recurriendo a medios tradicionales y nuevos. Formas de solidaridad, cadenas de
comunicación y reciprocidad, aprovechamiento de recursos de la naturaleza, desarrollo de
especialistas de la curación y el consuelo, fiestas y ceremonias mortuorias y también, por
supuesto, el apoyo de las redes del clientelismo político.
Es tan abrumador el panorama de carencias y dolencias, que parecería dibujarse una región
triste y desolada. Pero quien la recorre desprevenidamente, por el contrario, se sorprende
con la alegría y la presencia activa de lo festivo, bullicioso y sonoro en la vida cotidiana.
Pero sin duda, también, sus carencias los llevan a dejar atrás los usos no destructivos de los
recursos naturales y los presionan para entrar en la carrera para conseguir superarlas.
La población negra se estimaba en 300.000 personas, 80% del total departamental, pero si
bien no se cuenta con cálculos sobre el número de blancos, se calcula que representaban
alrededor del 10% de la población departamental.
Los blanco-mestizos de las subregiones del San Juan y el Atrato medio difieren en cuanto
al origen y la orientación cultural, de aquellos asentados en municipios como San José del
Palmar, Unguía y el Carmen de Atrato, producto de la migración blanca de los
departamentos de Antioquia, Caldas, Risaralda y Valle del Cauca. Los primeros pertenecen
a una minoría demográfica que provino de corrientes migratorias del Cauca, la costa
Atlántica y países árabes, ocurrida desde finales del siglo pasado y las primeras décadas del
presente.
De este grupo muy pocos permanecen en la zona. Tienen ciertos rasgos de influencia
afrochocoana, como por ejemplo, patrones familiares y formas de socialización, entre otros
aspectos, pues como élite local, sostuvieron un contacto directo con la población negra, aun
a pesar de prácticas discriminatorias. Los blanco-mestizos de los municipios atrás
mencionados, se encuentran en zonas de inmigración paisa, en general reciente y no han
tenido un contacto interétnico prolongado.
Los indígenas pertenecen a los grupos cuna, emberá y wanana. Los dos últimos tienen
diferencias lingüísticas pero comparten una cultura similar. Su población total está
alrededor de 21.041 habitantes en algunos estimativos y en 26.700 en otros, distribuidos en
112 pequeñas comunidades en distintas partes del territorio chocoano. Representan el 8.4%
de la población departamental; según la Organización Indígena Emberá-Wanana -OREWA-
los emberá y wanana habitan principalmente en cercanías de ríos del Baudó, el bajo Atrato,
el bajo y medio San Juan, el alto Andágueda y zonas cercanas a Quibdó. Llama la atención
el número que vive en inmediaciones de carreteras (Quibdó-El Carmen, principalmente; ver
Cuadro Nº 9). Los cuna se encuentran reducidos en resguardos indígenas en el Urabá
chocoano.
CUADRO No.9
POBLACION INDIGENA EN EL DEPARTAMENTO DEL CHOCO
CUADRO No.10
RESGUARDOS INDIGENAS CONSTITUIDOS
Los tres grandes modelos culturales han tenido un contacto diferencial pero prolongado por
centurias y marcado por la presencia hegemónica de los blanco-mestizos como patrón ideal
de comportamiento y de supremacía sociopolítica. Los largos años de contacto han traído
influencias recíprocas, además de lazos sociales y simbólicos. La organización familiar, las
formas simbólicas de parentesco, los intercambios económicos y curativos, son algunos
aspectos donde se reconocen los contactos históricos (ver por ejemplo, Arocha, J., 1993 a y
b).
El examen de los tres grandes modelos culturales chocoanos no debe restringirse a los
elementos culturales internos y típicos de cada grupo, sino también a las formas y medios
de distinción empleados para diferenciarse unos de otros, a las marcas reconocibles de
separación simbólica y, por supuesto, a todo lo que a pesar de esas marcas culturales, pasa
de unos a otros y se vuelve común para la sociedad local. Es decir, los procesos de
diferenciación intercultural son simultáneamente procesos de intetcambio cultural. En este
trabajo se pretende apenas enunciar ciertos rasgos para otros estudios que profundicen en la
complejidad de los tejidos interétnicos y nos ofrezcan visiones menos estereotipadas y
rígidas de sus relaciones.
Se puede plantear con Peter Wade que las diferencias étnicas se manifiestan de muy
diversas formas, entre las cuales vale la pena mencionar la división del trabajo regional. En
estudio sobre el Urabá chocoano (Wade, 1986), divide la población entre grupos negros y
no negros. Estos últimos son básicamente los colonos de Antioquia y la Costa Atlántica.
De acuerdo con el estudio, la población negra predomina en la minería, el empleo público y
en menor grado en la pequeña agricultura; los antioqueños en el comercio y ganadería y los
costeños en la pequeña agricultura.
Esta división del trabajo se asemeja a la de todo el Chocó. El trabajo se encuentra como
una de las principales marcas de diferenciación étnica; en rasgos generales, los blanco-
mestizos tradicionales no se ocuparon de actividades agrícolas, no fueron propietarios
rurales y se ubicaron en los cascos urbanos, como comerciantes, o funcionarios en los
cargos públicos. Las olas colonizadoras trajeron campesinos colonos hacia el suroriente del
departamento (San José del Palmar, El Carmen de Atrato) y el norte (Urabá chocoano), han
matizado esta distinción que, sin embargo, se mantiene para el grueso de la población. No
hubo hasta fechas recientes, minero blanco.
La población negra se dedica a labores agrícolas, a la minería, y desde hace tres décadas
ingresó a los empleos públicos, antes bajo predominio casi exclusivo blanco. Las mujeres
negras venden frutas, hacen panadería, lavan ropas, actividades impropias de las blanco-
mestizas.
Los indígenas, por su parte, se dedican casi exclusivamente a las labores de su chagra y
venden esporádicamente artesanías, cestería en especial. Otro tipo de trabajo, el mágico
curativo, es propio de los especialistas indígenas, los jaibaná. Sin embargo, se sabe de un
"intercambio de procedimientos etnomedicinales" entre emberá y afrocolombianos
(Losonczy, 1993; Arocha, 1993 a y b) y en otra proporción, con los blanco-mestizo.
Entre los rasgos de diferenciación se contó hasta hace algunos años con la comida como
marcador de diferencias étnicas; la de los blancos elude los cocidos y prefiere los fritos, en
contraposición a la de los negros e indios. Para los dos últimos y especialmente para los
negros, son de importancia las carnes deshidratadas, saladas, con variedad de
preparaciones, que los blancos poco aprecian. Pero unos y otros comen plátano y queso en
su dieta diaria.
Otro campo, son las celebraciones y rituales, de gran complejidad para las culturas cuna,
wanana y emberá (Hernández, C., 1993; Pardo, 1987; Pineda Giraldo R. y V. de Pineda,
1950; citados en Hernández, 1993; Isacsson, 1994), asociadas a sistemas filosóficos de
interpretación sobre la vida humana.
De la cultura negra, P. Wade dice que los ritos colectivos de celebración, que cuentan con
la presencia central de la música y el canto y el baile, según la ocasión, hacen parte de un
viejo foco de resistencia proveniente de la época esclavista (Wade, P., 1990: 135-136).
Estos ritos de celebración van desde las celebraciones religiosas, hasta las seculares fiestas
patronales (Ibid). En estas no han participado los blancos y hoy en día se limitan a dar sus
aportes económicos. La distinción que existió en Quibdó hasta el incendio de 1966, entre
las carreras (primera, segunda y tercera) y los barrios, los unos sitio de habitación de
blancos y los otros de negros, estaba presente en las patronales de San Pacho, fiesta por
excelencia de los barrios. Pero el baile de la chirimía y en general el gusto por bailar, cubre
negros y blancos.
La música, por su parte, ha tenido según Wade (Ibid), un importante papel en la definición
étnica de la identidad negra, aún adaptando modelos musicales europeos; pero a diferencia
de las apreciaciones de Wade, en el estudio se observó que el papel de la música negra, la
chirimía, traspasa las fronteras étnicas y es símbolo de identidad regional, parte del ser
chocoano de tradición. Los blancos chocoanos de la vieja élite, experimentan una gran
carga emocional con esa música, aun cuando la escuchan desde Bogotá o Medellín. Es
decir, a diferencia de otros campos, donde lo típico de un grupo, en este caso el negro, tiene
connotaciones negativas para los otros, la música tiene una valoración positiva para los
blancos tradicionales y es asumida como señal de un ser chocoano, que además les
distingue de los paisas, vistos como recién llegados, como no chocoanos.
La colonización blanca, a partir de esa década, se dirigió a tierras por encima de los 500
metros sobre el nivel del mar, mientras las tierras bajas fueron ocupadas por nativos negros.
Los migrantes procedían en buena parte de los asentamientos de población antioqueña
localizados desde el siglo pasado en El Carmen de Atrato (Valencia E. y W. Villa, 1991) y
de los trabajadores de la vía, antioqueños en su mayoria.
En los alrededores de Quibdó, en las cuencas de los ríos aledaños, se encuentra una
población negra con largo tiempo de asentamiento, sustentada alrededor de una economía
que integra la minería y la agricultura de rotación. Igual ocurrió en el medio Atrato que fue
tempranamente ocupado por la población proveniente de la dispersión de la sociedad
esclavista que se orientó a los recursos del río y la agricultura ribereña (Ibid).
La subregión del San Juan, a lo largo de su valle medio, fue ocupada por esclavos
sometidos a la explotación minera colonial, mientras los indios sobrevivientes fueron
replegados hacia otras áreas o reducidos a pequeños enclaves. Esta zona atrajo en los años
veinte de este siglo algunos comerciantes de origen árabe. También allí, hasta mediados de
los años ochenta, el patrón de poblamiento y explotación fue ribereño, pues la minería del
oro, en el Chocó, es de aluvión. Desde mediados de los años ochenta, un nuevo repunte de
la minería atrajo migrantes mineros y comerciantes, especialmente de Antioquia y Caldas,
como ya se dijo.
Desde inicios de los años 60 se ocupó la franja oriental baja del río Atrato por madereros y
colonos provenientes del interior del país y la Costa Atlántica. Se trata de una colonización
sabanera de campesinos cordobeses que se ubicaron en la parte baja oriental del río Atrato,
donde se encuentran relativamente establecidos como economía campesina. Su límite
inferior de expansión, según Valencia y Villa, se detuvo en la transición entre el bajo y
medio Atrato, pues en este último se encuentra el campesino nativo chocoano en forma
estable (Valencia y Villa, 1991).
Jacques Aprile distingue varios tipos y fases de vivienda y conformación de aldeas rurales
negras, desde el cultivador solitario. En las primeras fases y tipos el diseño es lineal, sobre
el río, con una integración entre vivienda y río y el bosque detrás. El río es eje de las
relaciones sociales. Las casas tienen acceso frontal al río o al mar y se tocan por el huerto
posterior, que termina en la selva; se conectan también por senderos paralelos al río.
Posteriormente, se construye un hábitat residencial, un pueblo, con algunos servicios y
reconocimiento institucional (status político administrativo, escuela, capilla, inspección de
policía). Algunos de estos (Diagramas 1 y 2), se convierten en centros veredales de una
población dispersa alrededor. El comercio cobra auge, así como construcciones
institucionales. Finalmente, al modelo lineal se sobreponen en hilera vías paralelas y se da
un trazado rectangular, organizado en manzanas. La actividad productiva se diversifica y la
población se estratifica (Aprile, J., 1991).
A partir de los procesos históricos descritos, desde la colonia y luego con la liberación de
esclavos, la presión sobre las riberas determinó el desplazamiento de las comunidades
indígenas a las cabeceras de los ríos, mientras en las zonas medias y bajas se ubicó
preferencialmente población blanca, mestiza y negra.
Este patrón de asentamiento ribereño está asociado a una economía rural basada en una
agricultura de rotación, que implica dispersión de cultivos, desplazamientos durante los
períodos de labor y la utilización estacional de recursos mineros, de pesca y del bosque.
Este modelo cultural adaptado a las limitaciones de tierras aprovechables y orientado a la
combinación de actividades productivas (Aprile, cit.), presenta numerosos elementos
comunes entre indios y negros. La mayoría de los estudios asignan este modelo a uno u
otro grupo étnico, en desmedro de las numerosas similitudes entre ellos.
A diferencia de J. Aprile, en el trabajo se observó que esta presencia central del río se
convierte en un elemento común a los distintos pobladores tradicionales incluyendo los
blancos y se modifica y atenúa, pero no desaparece, en los centros urbanos mayores como
Quibdó e Istmina. Istmina serpentea sobre el río San Juan y Quibdó se orienta al Atrato y
trata de seguir los cauces secos de sus afluentes, hoy convertidos en extensos basureros.
El universo mítico emberá está integrado por una red fluvial que comunica diferentes
mundos, realidades alternas; el río es trama y es serpiente; y la gran serpiente generó el
territorio emberá (Hernández, C., 1993).
Del Chocó puede decirse con Lygia Sigaud sobre una región del Brasil, que el río
constituye la principal referencia de tiempo y espacio; sus movimientos se utilizan para
señalar las épocas del año, las diferencias entre años, los momentos oportunos para las
conmemoraciones religiosas, las jerarquías en el interior del espacio y en ese sentido su
importancia contamina toda la vida social regional (Sigaud, L., 1992: 21 y también Torres,
T., cit., sobre la importancia del río en Neguá).
El lenguaje y la gesticulación han sido otras marcas de diferenciación étnica; no sólo por el
uso entre los indígenas de lenguas diferentes al español, sino por los hábitos del habla
española misma y la gesticulación. Está presente, aunque con menos vigor que antaño, el
esmerado esfuerzo de las madres blancas para que sus hijos, especialmente sus hijas, no
utilicen ciertas entonaciones, cierta pronunciación y expresiones de negros o de cholos
(indios) o gesticulen en determinada forma como ponerse la mano en la cadera, torcer la
boca en ademán de desdén, o caminar descalzos. Pero no es del todo raro que las
expresiones reprimidas afloren de tanto en tanto y según la ocasión.
A comienzos del siglo, dice Wade (1990), el Chocó era una sociedad muy estratificada, con
la élite blanca en la cúspide; pero no todos los blancos pertenecían a la aristocracia y
muchos ocupaban una posición mediana. Adicionalmente, algunas familias negras habían
logrado éxito económico y se dio el mestizaje y la presencia de migrantes sirio-libaneses y
de otras partes de Colombia (cit.:124). Sin embargo, esta estratificación aludida por Wade
parece mucho más matizada de lo que él sugiere.
En primer lugar, la élite blanca que logró acumulación significativa a comienzos del siglo y
en las primeras décadas, excepcionalmente vivió con sus familias en el Chocó. Muchos
venían del Cauca o el Valle, donde permanecieron, si bien unos pocos vivieron allí, como
algunos Chaux, Angel y Ferrer. En el Chocó residieron en cambio, lo que Wade denomina
capas blancas medias, comerciantes y empleados públicos, los que si bien conformaban una
estructura local estratificada, no alcanzaron, salvo pocos casos como el de don Félix
Meluk, Antonio Bechara y Salomón Ganem, una acumulación apreciable.
De cierta manera, blancos y negros hacían parte de una vida local modesta, carente del
esplendor de una sociedad aristocrática. Con el tiempo, especialmente en los años cuarenta
con la afluencia de comerciantes más exitosos de otras partes, esas capas medias blancas
perdieron preeminencia y poco a poco abandonaron casi por completo el Chocó. Distintos
factores contribuyeron a su emigración: su relativa declinación económica, el ascenso de
negros educados a la vida política y a la administración, la distancia cada día mayor entre
los recursos y servicios de los centros urbanos del Chocó, Quibdó e Istmina, frente a
ciudades como Medellín, Cali o Bogotá. Estas ciudades, junto con Cartagena, se volvieron
polos de atracción para los blancos chocoanos, que buscaron educación para sus hijos y
mejores oportunidades económicas. El incendio de Quibdó en 1966 marcó un hito en el
éxodo de las élites blancas, pues fueron los principales afectados.
En segundo lugar, desde las primeras décadas y hasta mediados de los setenta, la minería
de gran escala pasó a manos de una compañía multinacional que desplazó los capitales
mineros nacionales. La extracción de recursos forestales ha sido empresa de grandes
compañías sin asidero en élítes locales. Es decir, el Chocó ha carecido de acumulación
local de grandes capitales. Los auges extractivos, como ya se dijo, se generan fuera y dejan
fuera sus riquezas, de manera que no se generó una sociedad local con grandes abismos
económicos. El principal intento de acumulación fue el liderado por Félix Meluk, quien
quebró a raíz de la gran depresión mundial del año 29.
Los diferentes grupos étnico-culturales han vivido diferentes conflictos. Algunos han
tenido como eje el predominio sociocultural blanco, las tensiones sociorraciales. Otros más
recientes, se generan en la disputa por tierras y recursos forestales y mineros.
En la actualidad, un foco de tensión se presenta entre las comunidades indígenas que hoy
representan un bajo porcentaje de la población total y los campesinos negros y algunos
colonizadores de otras regiones, en torno a la creación de nuevos resguardos y el
saneamiento de los existentes. Los conflictos entre los colonos y los indígenas, entre éstos
y los nativos negros, han llevado a la violencia en algunas zonas como el alto Andágueda,
Tanela, Cutí, Arquía y Juradó.
Los conflictos territoriales están al orden del día y tienden a aumentar por la lenta respuesta
institucional, sobre todo en las disputas entre indígenas y negros. Los procesos migratorios
de colonos y mineros desde la Costa Atlántica y el interior del país aumentan las tensiones
interétnicas actuales. La misma ley 70 de 1993 ha suscitado roces por liderazgo entre los
activistas de las negritudes y entre éstos y comunidades indígenas.
Por otra parte, como plantea P. Wade (1986), las relaciones de conflicto social se presentan
tanto entre los distintos grupos culturales, como dentro de la misma población de éstos.
Existen presiones contradictorias que, por un lado, los inducen a incorporarse a la cultura
sin distinciones étnicas y, por otro, subrayan el sentido positivo de mantenerlas. Wade
concluye en su estudio, que el camino que escoge cada uno entre las fuerzas contradictorias
está en alguna medida determinado por las mismas estructuras culturales.
Pero las interacciones no se limitan a los conflictos, a los enfrentamientos; entre los
campesinos afrochocoanos y los indígenas emberá y wanana se estableció un circuito de
intercambios y de alianzas, algunos de cuyos ejemplos ya se mencionaron. Incluso todo
parece indicar que aprendieron unos de otros formas de manejo del ambiente húmedo que
los rodea, hasta conformar un complejo de prácticas, conocimientos e interpretaciones.
Entre los afrochocoanos de los cascos urbanos y los blancos de las élites tradicionales
urbanas y posiblemente también con los actuales, se creó otro circuito de intercambios.
Círculos más débiles se establecieron entre los blancos y los indígenas en este siglo; apenas
algunas leyendas e imaginarios. Algunas nos hablan del enorme mero que un día surgió en
el Atrato para devorar a la población, tal como el sábalo monstruo de los emberá; otros
cuentan del mohán de Ichó, fiera entre tigre y león que podía devorar los niños y aún
adultos del río Ichó, otra figura familiar a los emberá.
En el detenido y hermoso artículo, "La Canción del río, el sonido sagrado del paisaje y los
hombres emberá", dice Sven-Erik Isacsson, que para los emberá el río conecta los pueblos
tanto como sus ideas y es el marco de su identidad cultural.
El río cósmico es el agente uterino que trae el principio de la vida. Cuando Karagabí corta
las raíces ofídicas del jenené, el árbol de la vida, emana el río, metamorfosis de la
gigantesca culebra del agua. La partícula ne es en emberá la palabra para describir la
esencia de todo concepto, que expresa una naturaleza binaria. El árbol jenené tiene la
misma esencia doble de la culebra mítica je, como el hombre mismo. La estructura cósmica
en tres planos, el mundo del cielo, el humano y el del río, se encuentra representada en la
casa y en la canoa.
El concepto del río como un ser transformable está ampliamente descrito en los mitos; en
sus manifestaciones y apariencias múltiples, amenaza o influye la vida y acciones de los
humanos. Variedad de seres amistosos o fatales residen en el río y sólo el shamán, el
jaibaná, puede manejarlos con su conocimiento y habilidad para comunicarse con el
mundo espiritual. Pero el conocimiento no existe, dice Isacsson, aparte de la rutina diaria,
el conocimiento se expresa en acciones, de manera que la vida de un hombre es una lección
práctica de cosmología.
Las metáforas sobre el río y el cuerpo humano, el río como la boca, sugieren para Isacsson
que el río no sólo come y defeca, también habla. El río como ser viviente tiene su propio
lenguaje. El río es la apertura uterina y una metamorfosis del huevo cósmico que habla su
mensaje. El habla del río es visible porque sus palabras son la gente que vive en sus orillas.
Los hombres son su habla. El emberá representa la naturaleza binaria del cosmos en su
cuerpo, como cosmos mismo. El cosmos del cielo y el mundo de abajo que rodean al
emberá, al parecer pueden hablar también. El río donde habitan los emberá es su propia
boca. En el pensamiento emberá la creación es cobrar existencia como sonido, como
palabras. El shamán, Karagabí el creador, y el río, comparten la misma canción de
creación, la canción del río donde la melodía es la sociedad humana y el mundo mismo,
una canción compartida entre el hombre y su entorno (Isacsson, 1994: 1-10).
El río hace parte de referencias muy propias de cada modelo cultural, pero al mismo tiempo
los trasciende y es parte profunda de la vida social y la identidad genérica regional, con
significaciones múltiples. Seguramente para todos los modelos culturales chocoanos, así
como para los emberá, "separar el río del hombre es separar al hablante del habla,
silenciar la existencia" humana (Isacsson, Ibid).
Estas nociones nos llevan a resaltar el carácter esencialmente dinámico del conocimiento
emberá, extensible a los wanana y cuna, sobre ellos mismos y lo que los rodea. Dinámica
que se puede reconocer en actos rituales sagrados pero quizás también en la política
indígena actual, donde se han colocado como activos interlocutores de la sociedad
chocoana y nacional.
Cuando los españoles llegaron al Chocó estaba habitado por una veintena de grupos
indígenas que los conquistadores llamaron chocoes. En primera instancia se refirieron con
esa denominación a los grupos Emberá que habitaban la parte superior de los ríos Atrato y
San Juan y luego el término se amplió para designar también a todos los demás grupos de
habla wanana del bajo San Juan. Por tanto, el término Chocó ha sido usado para designar
tanto el grupo étnico como al grupo lingüístico integrado por los idiomas Emberá y
Wanana (Pardo, 1987: 252). En la actualidad, en el departamento del Chocó se encuentran
tres grupos diferenciados: cuna, emberá y wanana.
En la zona norte, en el Urabá, habitan los cuna con estrechas relaciones con Panamá.
Emberá y Wanana, aunque diferentes en lengua, comparten una cultura similar; según ellos
los wanana tenían como su territorio ancestral la parte media del río San Juan hasta su
desembocadura y los emberá, los ríos Atrato, Baudó y la Costa Pacífica desde el río Sabirú
y Juradó.
Los emberá, grandes migrantes, son designados de distintas maneras según la región:
cholos en la Costa Pacífica; chamí en Risaralda; meme en algunas zonas de la cordillera;
catío en Antioquia y Córdoba y se estiman en cerca de 50.000 en el país. Los wanana
ocupan principalmente la cuenca media y baja del río San Juan.
Los tres grupos hablan idiomas distintos y en el pasado no tenían contacto matrimonial e
incluso hoy en día lo evitan. Reconocen que en un pasado no muy lejano se miraban con
desconfianza y tenían enfrentamientos entre sí, a pesar de las similitudes culturales.
El arquitecto Roberto Cañete (Entrevista, Quibdó, 1992 y materiales inéditos), enfatiza que
el eje de la identidad de emberá y wanana no es la cuenca de los grandes ríos, sino las
microcuencas de afluentes y quebradas y a partir de allí se teje todo el sistema de relaciones
sociales, políticas y económicas y se recrea culturalmente la población. La imagen, según
R. Cañete, es la de una atarraya. Este sistema, dice, es extensivo a comunidades negras que
de una u otra forma aprendieron de los indios a vivir en este ecosistema.
Se ha planteado que una de las formas adaptativas al ecosistema frágil del Chocó es
precisamente el seminomadismo y la dispersión de la población. Sin embargo, la
excavación de Reichel-Dolmatoff hace pensar que este modelo, disperso e intermitente, es
producto histórico, basado en estrategias políticas de resistencia ante los españoles y quizás
tomado después por los negros, una vez obtuvieron la libertad.
Documentos de archivo del siglo XVII dan cuenta así mismo de poblaciones nucleadas
hasta de 5.000 y 10.000 habitantes; específicamente se refieren a grupos cunas a orillas del
río Atrato (Vargas, Patricia, 1984). Sería necesario investigar a través de la arqueología y
documentos históricos las tecnologías y la organización social que permitió este tipo de
poblamiento nucleado y sedentario.
Desde hace alrededor de 25 años se vienen constituyendo resguardos de indios para los tres
grupos (ver Cuadro No.11). Los resguardos son territorios delimitados, otorgados
legalmente como unidades territoriales comunitarias. Este proceso indujo a la
conformación de cabildos como forma de autoridad y representación reconocida desde
fuera, organización social sin tradición entre los indígenas del Chocó. Los cabildos son, sin
embargo, adoptados como coyuntura positiva para reproducirse como sociedad y como
cultura.
CUADRO No.11
DISTRIBUCION GENERAL DE LOS INDIGENAS POR MUNICIPIOS
Habitantes con
Municipios Habitantes sin resguardo
resguardo
Quibdó 1.189 311
Bajo Baudó 2.203 861
Alto Baudó 2.682 602
Bagadó 1.054 --
Bojayá 1.451 172
Juradó 573 30
Riosucio 1.145 641
Unguía 1.451 172
Istmina 707 562
Sipí -- 85
Tadó 411 --
Bahía Solano 258 --
Nuquí 288 --
San José del Palmar -- 147
El Carmen 110 401
Lloró 255 373
Acandí -- 81
TOTAL 16.775 4.266
Mauricio Pardo comenta para los emberá que una parcela se usa una sola vez para maíz,
aunque inmediatamente después puede sembrarse plátano en el mismo sitio. Una siembra
de plátano produce unos tres años y después se deja descansar la tierra. La siembra de
banano sí puede durar varios años y la caña de azúcar es prácticamente perenne... (Pardo,
1987: 253).
Los cultivos más antiguos son el plátano, el maíz y la caña de azúcar; luego incorporaron el
arroz y en las zonas cordilleranas la yuca y el fríjol y más recientemente el cacao y el café
(Ibid:252). Complementan esta dieta con la recolección, la caza y la pesca.
Entre wanana y emberá es frecuente que los trabajos se lleven a cabo a partir del
intercambio de servicios mediante dos modalidades, el de persona a persona o mano
cambiada y el de la minga o convites, donde el dueño del trabajo ofrece comida y bebida a
un grupo (Zuluaga, y otros, 1987: 65; Pardo, 1987: 254).
Los productos que se llevan al mercado son pocos y su producto se destina a mercancías
básicas tales como ropa, sal, pólvora, etc.
En los últimos años se han vinculado indígenas de los diferentes grupos a la tala de bosques
a diferentes niveles; por una parte, individuos indígenas trabajan por contrato para
empresas madereras, con motosierras; detrás de ellos pasa un tractor que baja los árboles
hasta el río para que un remolcador los lleve hasta los aserríos (Cardona, 1985). Otra forma
es la venta de trozas a los intermediarios o directamente a las empresas y los aserríos. Por lo
general los posibles compradores utilizan el sistema de endeude para adelantar pagos y a
ninguno les interesa si la madera extraída está dentro o fuera de los límites de una
concesión legal (Zuluaga y otros, 1987: 67).
Jaibaná y naturaleza
El jaibaná es la figura de mayor prestigio entre los emberá, con símiles en los nele cuna y
el benkun entre los wanana. Como especialistas de la vida espiritual, su papel no se reduce
a prácticas rituales sino que se extiende a la filosofía general de la vida, al bienestar
individual y de la comunidad. En su cotidianidad no experimentan privilegios.
Para curar utiliza la chicha y el pildé, ingredientes que le ayudan a tener mejor contacto con
los Jai y dentro del canto ritual le permiten interpretar la causa del mal y tener mayor fuerza
de curación. La parafernalia y el altar son complejos y el Jaibaná debe elaborarlos,
organizarlos y manejarlos de forma ritual para que conserven su verdadera eficacia.
Por tanto el jaibaná es quien sintetiza el sentido de la vida, la esencia; su legitimidad está
dada mitológicamente. El debe buscar la esencia y accede a ella mientras que los demás
viven el mundo de la experiencia empírica. La esencia es la causa y explicación de cada
hecho y faceta fundamental de lo real (Vasco, 1985: 52).
Los jaibaná pueden ser hombres o mujeres y en los mitos antiguos están asociados a la
mujer. Hoy en día es trabajo especialmente masculino. Cada grupo familiar tiene o desea
tener un Jaibaná para que cure al grupo. Este complementa y ratifica la organización social
de los indígenas donde el grupo familiar y la parentela es la base de la organización y el
principio de la estrategia de segmentación.
No es claro cómo se escogen, hoy en día, los nuevos jaibaná pero éstos deben empezar
como aprendices y como mínimo deben tener cuatro maestros. El servicio del jaibaná se
paga y se compran los bancos, la parafernalia y la loza que se utiliza en los rituales.
Quizás lo más importante de este personaje es que concentra el conocimiento que tienen los
indígenas sobre el entorno. Es conocimiento estructurado, que da cuenta de la conducta
adaptativa como diría Reichel-Dolmatoff, en el sentido que incrementa la posibilidad de
sobrevivencia individual o del grupo (Reichel-Dolmatoff, 1977: 7).
Algunas parejas nuevas pueden buscar otros territorios pero tratan de hacerlo cerca de sus
padres, en la misma microcuenca, que es su territorio. Participan en actividades laborales,
fiestas y otros eventos comunes. No se puede, sin embargo, dar límites precisos a estos
territorios.
Se reconoce la utilización individual de las parcelas pero la norma implícita es defender
determinado territorio y evitar que se establezcan extraños a las parentelas que habitan la
microcuenca.
El sistema sociopolítico es flexible y permite, entre otras cosas, una gran movilidad
territorial. Las migraciones son frecuentes entre los indígenas chocoanos; los emberá van a
Panamá, Antioquia, Risaralda, Córdoba, Valle del Cauca y al interior del mismo
departamento y la cuenca. Como se dijo, la mayoría de la población cuna emigró a Panamá
y se los conoce como habilidosos navegantes.
Según documentos coloniales existió al parecer una autoridad central en las unidades
sociales pequeñas y uniones socio-políticas mayores, coyunturales. Dice Pardo que algunos
documentos mencionan que los chocó se organizaban en Provincias y éstas se dividían en
parcialidades lideradas por caciques guerreros que se unían coyunturalmente para pelear
contra un enemigo común (Ibid: 257). Esta organización política fue rota por el contacto
con los españoles. Las guerras que suscitaron obligaron a una estrategia basada, como ya se
dijo, en la dispersión, que tal vez les permitió a todos los grupos, pese al drástico descenso
demográfico, la supervivencia.
En cada resguardo habitan varias comunidades compuestas por dos o más parentelas
asentadas sobre quebradas. Tienden ahora a fundar caseríos, cada uno con un cabildo cuyo
jefe es denominado gobernador. Desde hace pocos años los miembros del cabildo son
elegidos al comienzo de cada año y se posesionan ante el alcalde del municipio donde está
el caserío, en forma similar a lo acostumbrado en el suroccidente colombiano. Los cabildos
se unen a nivel subregional en cabildos mayores siguiendo las cuencas de los ríos
principales: medio San Juan, bajo San Juan, bajo Atrato, etc. En total hay 18 zonas y se
estiman en 204 las comunidades en el departamento.
Los dirigentes indígenas cuentan que el origen de la OREWA fue un grupo de estudiantes
indígenas del internado del Vicariato Apostólico en Istmina. Allí, los emberá y wanana se
debían entender entre sí en español; comenzaron por criticar los reglamentos y el maltrato
del Vicario, quien los obligaba a trabajar en fincas del Vicariato. Decidieron partir para
Quibdó pero como no tenían recursos para seguir estudiando, decidieron pedir ayuda para
fundar una casa estudiantil, con el objeto de apoyar a indígenas en sus estudios.
En 1982, con ocasión del segundo congreso regional, estuvieron presentes 73 comunidades
del Chocó y 753 indígenas representantes de otras organizaciones del país.
Por su parte los cuna, quienes por tradición manejan un consejo comunitario deliberante,
entraron a formar parte de la ONIC y la presiden en la actualidad.
Respecto a la relación con el ambiente natural, éste no es para los indígenas únicamente el
medio que les proporciona lo necesario para la sobrevivencia; es la confluencia cultural de
múltiples elementos animados e inanimados, es un todo interrelacionado.
La relación con el ambiente implica entonces no sólo conocimientos, sino control a partir
de reglas sobre lo permitido y lo prohibido, un sistema de castigos y consecuencias de las
trasgresiones, a través de conceptos de enfermedad y muerte.
Así, entre los diferentes grupos indígenas, no se encuentran tan sólo descripciones y
conocimientos sobre la naturaleza, sino la naturaleza insertada en la cultura a través de los
mitos, las tradiciones e innumerables espíritus. Es una naturaleza plena de significados,
tratada ritualmente.
IV
LOS PROCESOS ECONOMICOS PRINCIPALES
EN LA ECONOMIA chocoana predominan los procesos productivos primarios, la minería
de oro y platino, la agricultura, la pesca, la explotación de madera y en algunas zonas la
ganadería.El comercio es ahora una actividad concentrada en agentes de origen no
chocoano, quienes remplazaron a los comerciantes que vivieron el auge minero con el
establecimiento de la Chocó Pacífico en 1920.
Ciertas características del departamento, tales como la precariedad de las vías de acceso y
la inexistencia de un mercado interno regional, inciden en los procesos económicos. Los
mercados se fragmentan en una serie de circuitos relativamente aislados, orientados
alrededor de las cabeceras urbanas, tanto por la ineficiente integración física intrarregional,
como por la mayor influencia de otras regiones sobre ciertos sectores del departamento. El
Chocó asume así la forma de subregiones articuladas a otros polos de desarrollo, alrededor
de algunos productos con destino extradepartamental y débiles lazos entre sí.
Así por ejemplo, el Bajo Baudó y Nuquí tienen mayor interrelación con Buenaventura; San
José del Palmar con el Valle del Cauca; El Carmen de Atrato con Medellín; Acandí,
Riosucio y Unguía con el Urabá antioqueño. En resumen, puede ser más importante el
vínculo económico hacia fuera que hacia dentro del departamento.
Los altos costos de inversión, la carencia de servicios básicos, sobre todo viales, son
algunas de las trabas que impiden la creación de industrias capaces de ofrecer empleo y
beneficio a la población departamental y servir como punto de expansión de las actividades
tradicionales.
Si bien existe poca información actualizada, la información disponible plantea que el área
total dedicada a las actividades agropecuarias es reducida, ya que se estima que casi el 60%
del territorio en explotación se dedica a las actividades de minería y explotación forestal.
El Departamento Nacional de Planeación calculaba que hace diez años cerca del 42% de la
tierra se dedicaba a la agricultura. Desde entonces la frontera agrícola se ha expandido
especialmente al norte y nororiente, pero aún predominan la minería y la explotación
forestal.
Los productos agrícolas principales son el plátano, el arroz, la caña, el maíz y el banano.
Otros productos menores son frutales como el borojó y el chontaduro. Desde el punto de
vista del volumen de la produccción, el plátano ocupa el primer lugar. Le siguen la yuca, el
arroz secano y la caña panelera. Por superficie sembrada el maíz tradicional es el producto
más importante.
Quibdó sirve como centro de acopio y exportación de productos agrícolas hacia fuera del
departamento y hacia otros municipios de la región. Este papel está dado tanto por ser
puerto fluvial, como por su conexión con las principales vías terrestres del departamento:
Quibdó-Medellín; Quibdó-Tadó-Pereira; Quibdó-Istmina-Condoto.
Aunque Quibdó es el centro comercial más importante del departamento, cabe destacar a
los municipios de Istmina y Tadó como centros subregionales.
Es indudable que el producto con mayor circulación dentro del departamento es el plátano,
alimento básico en la dieta diaria y a la vez es el que más se exporta; le sigue el arroz que
se produce en el medio Atrato y especialmente en el alto y bajo Baudó, con limitadas
condiciones técnicas.
Los municipios de Riosucio, Acandí, Unguía y San José del Palmar muestran una tendencia
mayor a la exportación, en vez de abastecer mercados internos. Ello refleja tanto las
limitaciones de la conexión vial, especialmente con San José del Palmar, como la
importancia que tiene la actividad agrícola en la zona del Urabá chocoano. En contraste, los
municipios de Alto Baudó, Istmina y Bojayá tienen mayores niveles de comercio con otros
municipios del Chocó.
En San José del Palmar y El Carmen de Atrato tienen relativa importancia las hortalizas y
el café. Aunque no hay datos precisos para estos dos municipios, se considera que El
Carmen comercia básicamente con Bolívar (Antioquia) y Quibdó y San José del Palmar
con Cartago (Valle). San José no tiene ninguna vía que lo conecte con el resto del
departamento, como ya se ha dicho.
Durante años los indígenas y la población negra utilizaron la caza tradicional para el
consumo familiar; el venado, la guagua, el perico, el saíno, hoy agotados en las selvas
chocoanas, proveían de proteína animal a las familias asentadas en el sector rural. La
explotación intensiva, la introducción de nuevas tecnologías y la falta de políticas sobre
manejo y conservación de estos recursos, llevaron al ecocidio faunístico de especies propias
y la dependencia de la ganadería.
Desde el punto de vista jurídico, la mayor parte de las tierras cultivadas están cubiertas por
la reserva forestal del Pacífico, lo cual implica limitaciones para su titulación. Este hecho
fue manejado mediante canales tradicionales de reconocimiento y legitimación de la
apropiación y de la propiedad territorial entre las familias negras y entre los indígenas y no
estuvo exento de conflictos y roces, especialmente en áreas colindantes.
Paulatinamente se presentaron presiones para levantar áreas de reserva, bien con destino a
nuevas zonas de colonización (Urabá chocoano especialmente y alrededores de poblados
costeros), bien para los indígenas, bajo la forma de resguardos o reservas especiales. Los
campesinos negros presenciaron la conformación de nuevos derechos, unos individuales,
otros colectivos, que modificaron los acuerdos de la tradición y no los tomaban en cuenta.
Algunas organizaciones populares, ACIA (1) y OBAPO (2) , y otros activistas negros,
intentaron que la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 considerara la necesidad de
reglamentar los derechos territoriales de los campesinos negros y los tomaran como grupo
étnico cultural. Después de numerosas discusiones obtuvieron el artículo transitorio 55. El
artículo consideró la necesidad de reglamentar dichos derechos para los habitantes rurales
ribereños de los ríos de la cuenca del Pacífico; para ello se creó una Comisión Especial, con
participación de entidades del gobierno, delegados de las comunidades negras del Pacífico,
algunos políticos y expertos en el tema. Esta comisión, después de un arduo trabajo,
propuso la ley que reglamentó el artículo transitorio, la ley 70 de 1993. Nuevas comisiones
deberán dar forma a los derechos territoriales y a las garantías de respeto étnico cultural y el
acceso a mecanismos de fomento social y económico.
Es claro, sin embargo, que el desarrollo agropecuario del Chocó, por su biodiversidad y por
la fragilidad del suelo, debe estar supeditado a determinadas áreas. El Chocó no tiene
definitivamente una vocación agropecuaria y la expansión de esta frontera va en detrimento
del equilibrio ecológico y fundamentalmente de las culturas rurales afro y amerindias.
Está vigente la pregunta sobre cómo puede llegarse a un nuevo balance dados los cambios
en las formas de apropiación territorial, en los equilibrios interétnicos de distribución
territorial, en los modelos de explotación agrícola y frente al uso no destructivo de la
biodiversidad.
La pesca artesanal
La parte sur se caracteriza por la selva del mangle y los esteros; la plataforma continental es
estrecha y los pueblos están asentados en las bocas del río y de los esteros.
A lo largo de la zona costera del Pacífico chocoano hay unas sesenta comunidades con
aproximadamente 900 pescadores profesionales de pequeña escala, según Takahisa: "la
forma de pesca es principalmente individual, existen muy pocos grupos y asociaciones de
pescadores. Los aparejos utilizados son también en pequeña escala" (Ibid: 10).
Los aparejos y métodos de pesca se clasifican en tres categorías: pesca con anzuelo, pesca
con red y pesca con otros instrumentos. Cada uno tiene sus técnicas y objetivos propios. La
introducción de materiales pesqueros como el nylon o el paño de red, si bien están
difundidos, son caros para los pescadores artesanales.
Dice Takahisa que "La mayoría de los pescadores se dedican a sus actividades de pesca en
lugares cercanos al pueblo. Una parte de ellos salen a pescar lejos, en grupo, y realizan su
actividad mientras se encuentran hospedados en pueblos cercanos al sitio de pesca. El
esfuerzo pesquero está concentrado en los peces bentónicos de carne blanca. La capacidad
de las embarcaciones utilizadas está haciendo muy limitados los sitios para las faenas
destinadas a la captura de los peces bentónicos" (Takahisa, 1992: 15-17). Dicha tendencia
hace que los pescadores en la actualidad se alejen más y más de las comunidades para
realizar su faena, elevando los costos del transporte y de la actividad.
Los buques arrastraderos de la pesca comercial hacen su faena en alta mar y a veces cerca
de la costa; botan al mar los peces no aprovechados y causan el agotamiento de recursos
pesqueros en la zona. Por ello y por la falta de recursos tecnológicos para la conservación y
manejo del pescado y demás productos marinos, la actividad pesquera es de consumo
familiar y los excedentes son para la comercialización local y eventualmente se llevan a
Buenaventura y Quibdó.
Para la conservación del producto utilizan la técnica del secado al sol y el ahumado; en
unos pocos sitios existen cuartos fríos y cavas de hielo donde se almacena el pescado para
comercializar. En general, el proceso de conservación es un cuello de botella para el
pescador artesanal que no puede utilizar la técnica de congelación del producto fresco, pues
carece de los recursos financieros y tecnológicos que se lo permitan.
La comercialización se realiza por vía aérea hacia Bahía Solano y Nuquí o por el mar hacia
Buenaventura.
En general, tanto para el norte como para el sur, los intermediarios son quienes se encargan
de la comercialización del pescado, sobre todo el de carne blanca, y el de los camarones.
Los precios de compra son muy bajos. Los intermediarios suelen hacer el negocio al fiado
con los pescadores artesanales y les proporcionan facilidad para los aparejos de pesca,
combustible, hielo y medios de subsistencia.
Desde hace algunos años se intenta, aún débilmente, la producción de enlatados (Nuquí) y
precocidos con destino al interior.
Las comunidades asentadas en los ríos Atrato y Baudó y en el San Juan, utilizan las viejas
técnicas de salado, ahumado y secado al sol y buena parte de la producción se consume
localmente. La hoya del río Atrato en la parte media y baja es la más rica y abundante en
especies tales como bocachico, sabaletas, bagre, dentón, sábalo, barbudo. El río Baudó
también tiene recursos pesqueros considerables.
Para el río San Juan es interesante resaltar los estudios que indican que el río no tiene los
nutrientes necesarios para albergar una abundante fauna acuática que sirva de alimento a
los peces del sistema hídrico. Es probable que la alta concentración de sólidos en
suspensión, como consecuencia de la actividad minera, sea un factor que aleje los peces de
la zona. Otro factor que puede afectar la abundancia de la ictiofauna, es la introducción del
tucunare (cichla ocellaris), pez carnívoro de la cuenca amazónica traído hace
aproximadamente 20 años; este pez pudo depredar a las especies del río San Juan, muchas
de ellas endémicas (SER, 1991).
El estudio del Instituto SER sobre impacto de la minería plantea que "las acciones
desarrolladas por la minería industrial que producen impactos adversos de magnitud alta
y de alta importancia en la actividad pesquera en el San Juan son las disposiciones de
lodos, el dragado y la separación de mercurios. Los vertimientos y la disposición de
aceites de la minería semiindustrial afectan la fauna acuática" (Ibid: 113).
El uso del mercurio en la actividad minera constituye otro efecto negativo para la fauna
acuática. Según el estudio ya mencionado, las concentraciones de mercurio en los peces son
altamente preocupantes; por ejemplo, a dos ejemplares de sábalo se les realizó un análisis y
se encontraron concentraciones alarmantes de mercurio en el tejido muscular y en el
visceral (entre 1.4 y 2.4 Mg/kg).
En legislaciones de "países como E. U. y Suecia, el límite permitido de mercurio en tejido
de peces es de 0.5 Mg/kg., lo que revela la enorme magnitud de este impacto adverso en la
fauna acuática del río San Juan" (Ibid: 12).
El mercurio analizado se encuentra acumulado en los tejidos, lo que indica que los peces
vienen recibiendo este contaminante en dosis pequeñas, pero en un tiempo largo, dado el
tamaño de los ejemplares analizados.
En los ríos Atrato, Baudó y afluentes como el Capá, Andágueda y Tumutumbudó, el uso
del taco de dinamita tiene un impacto adverso sobre la fauna acuática. Igualmente, el
barbasco y los fungicidas utilizados para el tratamiento de las maderas, inciden enormente
en el deterioro de la fauna acuática.
Pero, por otra parte, estos mismos bosques han sido subutilizados por cuanto se explotan
sólo las especies que tienen interés como madera, pero no se aprovecha la diversidad
existente.
Sobresalen como especies de madera, típicas del norte chocoano, la asociación pancanal (3)
, la asociación catival, la que comprende las especies de cedro, quino, tanjeras, caoba, roble
y ceiba toluá; la asociación entre sande, guasco, caimo, nuánamo y la del abarco. En el
centro, el pino, abarco, anime, sande, aserrín, carrá, cedro, la asociación manglar y nato.
Numerosas discusiones han surgido en los últimos años sobre los permisos de
aprovechamiento forestal, discusiones que han recorrido las instituciones regionales y
nacionales y dividen en ocasiones a las propias comunidades en bloques antagónicos. Si
bien se ha ampliado la conciencia general sobre la importancia de modificar las formas
rapaces de aprovechamiento, los intereses que giran sobre la explotación maderera son
fuertes y numerosos y se enraizan localmente.
Los problemas se inician con el otorgamiento y continúan con el control y la vigilancia
sobre volúmenes, áreas, especies y sitios de explotación. Las deficiencias son ampliamente
conocidas, especialmente en la delimitación de áreas y especies. En estos años se han
presentado conflictos, por la sobreposición de permisos de explotación con los resguardos
indígenas y territorios de otros pobladores locales. Ciertas zonas de Juradó, alto Andágueda
y Tanela o Riosucio, son ejemplos de lo anterior. Los mayores volúmenes de madera
movilizados en 1990 y 1991, provinieron de Riosucio. En los Anexos Nos. 1, 2, 3 y 4 se
describen los permisos otorgados en esos años.
A raíz de las discusiones promovidas en 1992 y 1993 por los delegados comunitarios de la
Comisión Especial de Comunidades Negras sobre el permiso de explotación denominado
Balsa II (Atrato medio), se evidenció una vez más la precariedad en la toma de decisiones
para el otorgamiento de los permisos. Los permisos adolecen de una delimitación precisa y
se otorgan principalmente a grandes compañías madereras. Por ello es de la mayor
importancia incorporar las comunidades en la toma de decisiones y en la vigilancia del
cumplimiento de las condiciones de extracción para evitar que se exploten especies no
autorizadas y mayores volúmenes de los permitidos.
CUADRO Nº 12
VOLUMEN DE MADERA MOVILIZADO POR ESPECIES, 1992
Los precarios recaudos por aprovechamiento forestal reflejan la falta de eficiencia estatal
(ver Anexo Nº 5). La ausencia de proyectos de uso, manejo y conservación ambiental que
aprovechen de manera no destructiva los recursos es también evidente.
La minería ha sido el hilo histórico de unión del Chocó con el país y el exterior, su marca
como zona de frontera, como al comienzo se señaló. Impregna la vida social regional, plena
de múltiples significados culturales.
Las principales zonas mineras se encuentran en la cuenca del río San Juan, en especial en
Istmina, Condoto y Tadó.
La explotación del oro aluvial se realizaba y aún se practica marginalmente, a través del
llamado barequeo. Las técnicas del barequeo, según el tipo de mina, son el hoyadero, la
manga y el zambullidero, en la denominación local. La población afrochocoana ha utilizado
como instrumentos tradicionales bateas, almocafres, barretones, mates, canaletes.
La actividad minera varía según las condiciones estacionales y las de la mina misma. Se
trabaja cada yacimiento a lo largo de ríos y quebradas con técnicas apropiadas a sus
características. En el curso del año, la explotación se ajusta al caudal de las fuentes; en las
épocas con mayor caudal (mayo, noviembre) se buscan nuevas minas o se detiene la
actividad; en el verano, (diciembre, enero, febrero) se modifica el acceso a las minas, lo que
obliga a la suspensión de actividades. La técnica de zambulleo, por ejemplo, se utiliza más
en esta época. Cuando no se puede practicar la minería, los hombres aprovechan para
trabajar en las distintas parcelas (ver Torres, T., 1989).
Las redes de los troncos familiares determinan los derechos sobre los terrenos y cauces
mineros y sobre el reparto de las utilidades. Quienes tienen un derecho sobre una mina
pueden ceder a otros su usufructo y reciben por ello utilidades preestablecidas. También
pueden conformar una compañía con tres tipos de participantes: el dueño de la mina, los
asociados por utilidades y los obreros, quienes trabajan por jornal.
Como innovaciones tecnológicas de la minería artesanal, se introdujeron hace unos años los
motores estacionarios de gasolina (entre 9 y 15 H.P.), las motobombas y las draguetas. Su
utilización fue aprendida de las zonas mineras de Antioquia, en especial en Nechí,
Zaragoza, El Bagre y Machuca, donde emigraron mineros negros por algunos años; de allí
muchos volvieron con ahorros, que dedicaron a la maquinaria.
Los pequeños motores impulsan la succión de agua, que se aplica a una pena (4) ; el
material pasa a un canalón, donde se clasifica. Las motobombas pueden emplearse también
dentro del río donde se trabaja con buzos, hasta 5 y 6 mts. de profundidad.
Desde mediados de los años 80 se han extendido las motobombas y draguetas; su número
es difícil de precisar, pues no operan con licencia, pero se encuentran en toda el área minera
del San Juan, con mayor concentración en Lloró, Bebará, Bebaramá, Condoto, Andágueda
y los ríos Zuruco e Iró.
Para el trabajo con motobombas se realiza un acuerdo con quien tiene el derecho sobre el
terreno; este recibe un puesto dentro del negocio, que equivale a un porcentaje de las
ganancias. El dueño de la motobomba quien suele ser el jefe del grupo, recibe otro
porcentaje y los otros socios, uno menor. Los comerciantes que fían los equipos o los
víveres, suelen comprar parte del producto formando una cadena de dependencias
característica de las zonas mineras, pero que al parecer no es tan importante en el Chocó
como en otras regiones.
Numerosas creencias sobre el oro alimentan prácticas rituales, algunas secretas. El minero
recela y desconfía. Debe protegerse continuamente de otros. El oro, dicen, está vivo,
camina, corre. Si la persona "es ambiciosa y tiene ansia, se vuelve agua". Si no reparte las
ganancias de la mina con sus parientes, el oro huye. Es preciso dar ganancias a los
familiares que tienen derechos sobre el terreno y en general, es necesario compartir las
bonanzas con la parentela (5) .
Genera excedentes apreciables para los propietarios, en su gran mayoría paisas y cambios
importantes en las estructuras socioculturales de la población nativa y en el ambiente
natural.
Esta minería inició su auge alrededor de 1985, con la afluencia de empresarios de la zona
minera antioqueña, atraídos por el precio del oro y la tranquilidad de la región.
Condoto: 45 retroexcavadoras.
Istmina: 10 retroexcavadoras.
Tadó: 13 retroexcavadoras.
Los impuestos que se han logrado recaudar en los diferentes municipios no se compadecen
con el deterioro ambiental que producen. Adicionalmente, el oro extraído se vende y
registra fundamentalmente en Antioquia y Risaralda, pues allí lo declaran los comerciantes,
de manera que se evaden las regalías locales.
La extracción del mineral por las retroexcavadoras ocasiona un impacto de gran magnitud
sobre la vegetación de vega. Se destruye no sólo la capa vegetal sino las geoformas, hecho
que hace difícil y muy lenta la recuperación de la cobertura vegetal (SER
CONSULTORES, 1991). Hasta el presente no se ha logrado el relleno de los pozos que
dejan, que implican una inversión adicional para los empresarios.
La minería industrial en el Chocó se limita a los trabajos realizados en la subregión del San
Juan por la compañía conocida en la actualidad como Mineros del Chocó. El trabajo se
realiza mediante dragas estacionadas en distintos lechos (ver Anexo Nº 9). Hoy en día sólo
se encuentran en servicio tres dragas ubicadas en la zona de Condoto, con unos 300
trabajadores.
Héctor Melo en su investigación sobre la inversión foránea en el oro señala que los
capitales británicos estuvieron asociados al inicio de las operaciones mineras mecanizadas
en el Chocó (Melo, H., 1985).
En 1907, el presidente Rafael Reyes otorgó al general Cicerón Castillo una concesión para
realizar operaciones mineras en el río Condoto. Castillo formó una compañía en Bogotá;
realizó trabajos de prospección e inició luego modestas operaciones hidráulicas. Las
dificultades que enfrentó Castillo, lo llevaron a ofrecer su concesión en venta a la compañía
inglesa Consolidated Gold Fields, que realizó negociaciones con el oferente y formó la
Anglo-Colombian Development Co., para conducir sus operaciones en el río Condoto. Esta
compañía inició la compra de otra serie de propiedades adyacentes pertenecientes a
antiguos adjudicatarios (Ibid).
En estos años se produjeron intensas disputas sobre títulos de propiedad y litigios con
quienes reclamaban derechos de posesión sobre los yacimientos del río Condoto. Una de las
disputas más importantes fue interpuesta por Henry Granger, un norteamericano que había
estado en Colombia desde 1889 realizando exploraciones en los lechos de los ríos Atrato y
San Juan. Granger había obtenido adjudicación de títulos sobre extensas áreas que él
consideraba dragables. Una de estas áreas era el río Condoto, desde su desembocadura
hasta la isla llamada Bazan.
Héctor Melo dice que Henry Granger formó la compañía Pacific Metal Co. y después de
varias disputas legales, logró un acuerdo con la Anglo-Colombian Development Co. Se
formó así la compañía South American Gold and Platinum Company, como compañía
holding donde estaban representadas las dos anteriores. En 1916, como subsidiaria de la
nueva compañía, hizo su aparición la Chocó Pacífico con un capital declarado de cien mil
pesos (Melo, 1985: 42).
Auspiciada por la South American Gold and Platinum Company, nació la International
Mining Corporation que controló la Compañía Chocó Pacífico S.A., la Compañía Minera
de Nariño S.A., la Frontino Gold Mines Limited y la Consolidated Gold Dredging Limited.
Entre 1948 y 1972, la Chocó Pacífico extrajo metales por valor superior a los 196 millones
de dólares. El salario de los obreros, siempre fue el decretado por el gobierno, mientras los
técnicos extranjeros, gerentes, pilotos de dragas (wincheros), jefes de secciones (mecánica,
electricidad, bodegas, etc.) devengaban altas remuneraciones.
Durante 1964, una sola draga remitió a New York 90.000 onzas de platino. En ese mismo
año, las regalías para los municipios sanjuaneños de Bagadó, Tadó, Condoto, Istmina y
Nóvita sumados, escasamente sobrepasaron los ciento cuarenta mil pesos (SER
CONSULTORES, cit.).
Se dice que la Compañía Minera Chocó Pacífico con el producto de la explotación de los
recursos naturales del Chocó, aportó el Yankee Stadium a Nueva York.
Posteriormente, después de casi sesenta años de explotación intensiva, en los años 70, se
introdujo el régimen de empresa mixta con la participación del capital privado y público
colombiano en la Chocó Pacífico, en lo que se conoce como la colombianización.
En 1974, Mineros Colombianos S.A., en negociación hasta ahora poco clara, adquirió la
Chocó Pacífico por $42’OOO.OOO. La nueva razón social de la empresa fue Mineros del
Chocó S.A.
Pero, dice SER CONSULTORES, "en 1987, entró en crisis la empresa, no canceló
salarios a los obreros durante dos años. Las condiciones socio-económicas fueron
desastrosas para la población, los niños se desmayaban de hambre en las escuelas,
muchos estudiantes abandonaron las escuelas y las gentes beneficiarias de la empresa
comían una vez al día cuando conseguían" (Ibid:93, Testimonio de Felipe Ibarguen,
Vicepresidente del Sindicato de Trabajadores).
El gobierno, por ley 13 de enero de 1986, constituyó la empresa Metales Preciosos del
Chocó S.A. y liquidó la anterior empresa. A los obreros y pensionados se les entregaron
bonos o acciones de la nueva entidad como pago de dos años sin salario. El congreso
autorizó al gobierno para garantizar una refinanciación hasta el año 2000, norma que luego
fue modificada, con grandes sobresaltos para sus ya ancianos pensionados (600 jubilados,
328 trabajadores en 1991).
El deterioro ambiental de la llanura del río San Juan es una muestra fehaciente del impacto
humano sobre el ecosistema. El San Juan sigue bajo el peso de la carencia en servicios y en
bienestar. La época de esplendor de oro y platino pertenece al recuerdo.
Es probable que estos procesos cambien con las nuevas disposiciones sobre tenencia de
tierra comunitaria y los nuevos controles sobre los recursos naturales que implican mayores
responsabilidades de los entes regionales y locales.
CUADRO Nº 13
PRODUCCION DE PLATINO POR DEPARTAMENTOS
ONZAS TROY, 1989-1990
El departamento del Chocó fue el segundo productor de oro en Colombia hasta 1989. En
1990 aparece en tercer lugar, antecedido por Antioquia y Bolívar. Sin embargo, este
período ha sido el de mayor intensificación de la actividad minera, lo que sugiere cambios
en el sitio de venta del metal, mas no descenso en la producción.
El Banco de la República, con sedes en Quibdó y Condoto, recibe el oro y platino limpio, es
decir, sin impurezas, como los vestigios de mercurio, pues no disponen en estos lugares de
la tecnología apropiada para separar metal precioso e impurezas. Esto hace que buena parte
del oro salga para la sucursal del Banco en Medellín, donde la información sobre regalías y
sobre el sitio donde se explota se modifica, pues los comerciantes lo registran como
procedente de fuera del Chocó.
Por otra parte, los intermediarios y comerciantes que compran oro de distintas zonas, no
llevan un registro municipal.
4 . En el habla local se denomina peña a los montículos de tierra o a la banca de los ríos.
(Reresar)
5 . la parentela es una red extensa de familiares, afines y cosanguíneos, por línea tanto
materna como paterna y sus límites cobijan varias generaciones. A la parentela
cosanguínea y afín se asocian los compadres que se convierten en parientes una vez
establecido el vínculo. (Regresar)
V
LAS SUBREGIONES CHOCOANAS
— Hacia el noreste, en la cuenca baja del Atrato, la subregión de Urabá; está influida por la
colonización antioqueño-cordobesa y se vincula con la Costa Pacífica por lazos naturales y
sociales. Comprende los municipios de Acandí, Unguía y Riosucio.
— Hacia el centroeste, la cuenca alta del Atrato se puede denominar subregión central; las
actividades económicas más dinámicas se concentran en Quibdó y se ha generado un
corredor con los municipios de la vertiente occidental de la cordillera andina. Sus
municipios son Quibdó, Bojayá, Lloró, Bagadó y El Carmen de Atrato.
— En el sur, la cuenca del río San Juan o subregión del San Juan, ligada a la cuenca marina
del Pacífico, hacia donde drena este río; su población ha estado más dedicada a la
explotación del oro. Comprende los municipios de Istmina, Tadó, Condoto, Nóvita, Sipí y
San José del Palmar.
— En el litoral Pacífico, la subregión del Pacífico está separada del resto por la serranía del
Baudó; con menor poblamiento, está más vinculada a la dinámica general de la costa
occidental de Colombia. Pertenecen a ella los municipios de Juradó, Bahía Solano, Nuquí,
Alto Baudó y Bajo Baudó.
Entre las cuatro subregiones identificadas existe una débil integración económica y
político-administrativa. Las comunicaciones entre ellas son precarias y lentas. Pero si bien
cada una presenta formas culturales propias, comparten numerosos rasgos que se pueden
identificar como típicos de adaptaciones socio-culturales de la región en su conjunto.
En los gráficos 1 y 2 se observa el área ocupada por cada subregión dentro del territorio
departamental y la distribución de población en ellas, con base en el censo de 1985.
Subregión de Urabá,
de economía tradicional a ganadera
La zona del Urabá chocoano fue ocupada tradicionalmente por población cuna, parte de la
cual hoy en día se encuentra agrupada en resguardos, mientras la mayoría emigró hacia
Panamá.
Al final del siglo pasado, la explotación del caucho, de la tagua y la raicilla y la apertura de
las minas del río Tigre, atrajeron migrantes de la Costa Atlántica y del interior del Chocó.
Una vez pasado el auge extractivo, parte de esta población emigró de nuevo (ver Valencia y
Villa, 1991).
En los años 20, Félix Meluk, próspero comerciante que había llegado al Chocó en la
primera década del siglo proveniente de Siria, estableció allí un ingenio azucarero y
plantaciones de banano (información recogida en Quibdó, 1992). Ambos ocuparon cientos
de obreros en forma permanente y se convirtieron en factores de atracción de colonos (2) ,
especialmente de trabajadores negros del interior del Chocó.
Sin embargo, la población cuna fue la mayoritaria hasta la década de los cuarenta.
La gran depresión de la década del año 29, trajo la quiebra de Félix Meluk y el posterior
fracaso del ingenio, que había llegado a tener ferrocarril propio. Sus inversiones en platino
en la bolsa de New York sufrieron una mengua considerable, y se unieron al estancamiento
del comercio de oro, dirigido también al exterior. El ingenio y su infraestructura, compleja
para la época, cayeron en el abandono.
Hacia 1960, la zona recibió un nuevo auge colonizador centrado en las plantaciones de
banano y en la extracción maderera. La apertura de la vía Medellín-Turbo facilitó el
proceso. Para entonces la población indígena ya se encontraba disminuida y fue colocada
como minoría demográfica y socio-cultural. Valencia y Villa (cit.) mencionan que los cuna
pasaron de 5.000 registrados en el censo de 1912, a 500 en los años ochenta, reducidos
principalmente a los resguardos de Unguía y Cutí. Un pequeña población emberá y wanana
se aprieta en el resguardo de Tanela. La información reciente del INCORA en Quibdó
registra una población indígena total en la zona de 387 habitantes.
El ambiente geográfico está ligado a las condiciones del Golfo y a la cuenca baja del río
Atrato, en cuya planicie de desborde se forma una amplia zona pantanosa, con varias
ciénagas.
Hasta 1985 se encontraba el municipio con el más alto índice de crecimiento poblacional,
Riosucio (4.38% anual); aún recibe la afluencia de población extradepartamental
(Antioquia y Córdoba) atraídos por la extracción de madera de pequeños y grandes
empresarios y de colonos ganaderos.
La subregión de Urabá tiene la mayor porción del territorio departamental, 28%, seguida de
la subregión central (26%). Pero en términos de población, la primera tenía en 1985 el 16%,
mientras la central albergaba el 41%. En 1985 un total de 38.386 personas habitaban los
13.410 km del Urabá chocoano, mientras en 1993, ascendió a 48.003 habitantes, pero la
proporción continúa igual con respecto a la subregión central.
CUADRO N° 14
POBLACION SUBREGION DE URABA, 1993
Area mpal.
Municipios Total Cabecera Resto
Km2
Acandí 9.555 4.446 5.109 1.858
Riosucio 27.666 4.554 23.112 10.373
Unguía 10.782 3.464 7.318 1.179
TOTAL 48.003 12.464 35.539 13.410
Para 1985 se observó que apenas el 47.4% de la población de la subregión de Urabá nació
en el municipio y el 59.4% en el departamento, lo cual hace evidente el origen
extrarregional de la mayoría de la población; no se puede establecer la procedencia precisa
de estos flujos migracionales con los datos disponibles. Pero se observa que Riosucio es el
polo receptor de población, mientras que Acandí es un expulsor neto con tasa de
crecimiento negativa, especialmente para el sexo femenino; Riosucio tiene aún tasas de
crecimiento superiores a las medias nacionales (CIDER, cit.: 131).
Es interesante anotar que el CIDER encontró en esta subregión la mayor y más estable
proporción de relación salarial dentro del departamento, mientras que la subregión del
Pacífico presenta el índice más bajo (CIDER, cit.), reflejo del cambio en las relaciones
sociales que desplaza a los nativos indios y negros y sus modelos tradicionales. Incluso la
subregión del San Juan aparece con empleo más estable y consolidado que la Subregión
Central, pero ambas en una condición inferior a la de Urabá. En pocas palabras, allí se
encuentra el mayor motor de la expansión de las relaciones salariales, bien en torno a la
ganadería, bien a los aserríos. Los enclaves antiguos, El Carmen y San José del Palmar no
tienen ya, al parecer, la dinámica del Urabá chocoano.
No obstante lo anterior, en términos de estabilidad laboral es la Subregión Central la que
tiene casi el doble de empleados ocupados más de nueve meses cada año, explicable por el
predominio del sector servicios en ésta, lo que seguramente está relacionado con un mayor
nivel de ingresos para la población ocupada.
Según el DANE en esta subregión apenas el 0.8% de las viviendas cuentan con los
servicios de acueducto, alcantarillado y energía. De hecho el 57.7% de las viviendas carece
de todos los servicios públicos; de las viviendas localizadas en la cabecera, apenas el 1.3%
cuenta con los servicios básicos. La mayoría de las viviendas no tiene ningún servicio
público, al tiempo que el 0.8% los tiene todos (DANE, 1985).
Pero, sobre todo, los responsables institucionales otorgan poca importancia a los procesos
de daño ecológico en la subregión, ocasionados por las compañías explotadoras de madera
y la tala cotidiana del pequeño aserrador.
La minería intensiva es menos frecuente en la zona, pero cuenta con las nuevas tecnologías
(draguetas, motobombas) que ocasionan deterioro de ríos, quebradas y caños.
En el Urabá Chocoano 72.000 km2 pertenecen a los parques naturales de los Catíos y las
Teresitas, que podrían servir de base para proyectos de ecoturismo y etnoeducación con las
comunidades locales.
El Urabá está más relacionado en términos de flujos comerciales y de población con la
Costa Atlántica y el Urabá antioqueño, mientras está pobremente articulado con la
Subregión Central. Pero si bien el efecto de su dinámica sobre los mercados
departamentales es débil, el efecto ecológico, social y político sobre el conjunto
departamental es amplio. El proceso de colonización, con sus consecuencias sobre la
población nativa, sobre los sistemas naturales y sus recursos de fauna y flora, está
acompañado de conflictos que se extienden y se unen con los provocados alrededor de
actividades ilícitas varias, que erosionan al Chocó en su conjunto, donde las diferencias
socio-raciales se resolvían por medios no violentos.
El paisaje ganadero, que implica potreros limpios, ha devorado ya miles de hectáreas del
otrora temible tapón del Darién. La punta colonizadora que avanza desde Córdoba se une
con los aserríos y las talas de las empresas madereras; el Urabá chocoano se asemeja cada
vez más a su vecino, con su carga de conflictos sociales y deterioro ambiental.
La actividad comercial que se generó en torno al abastecimiento de las minas del sur, y
posteriormente en relación con la explotación maderera, contribuyó a la consolidación de
un núcleo de poblamiento donde se organizaron las actividades político-administrativas
más importantes.
Las cuencas alta y media del río Atrato le dan a esta subregión una configuración ambiental
específica, en la que se destaca una vastísima área de bosque intervenido por agricultura
migratoria, especialmente en la vega de los ríos.
La rotación de pequeños cultivos de plátano, maíz, caña de azúcar, distantes entre sí,
trabajados con apoyo de una densa red familiar y de lazos de compadrazgo, guarda
marcadas similitudes con los modelos emberá y wanana. Los diferencia, sin embargo, la
composición del grupo de parientes y la minería del oro que los indígenas no practican,
mientras, dice Tomás Torres, "la minería ha estado presente en toda la vida de mi pueblo"
(Torres, T., .1989: 30).
En los cascos urbanos, sobre todo en Quibdó, se concentró la población blanca, siempre
minoritaria. A Quibdó llegaron a finales del siglo pasado refugiados de las guerras civiles,
provenientes especialmente de la Costa Atlántica. Los lazos político-administrativos con el
Cauca también atrajeron familias de ese origen.
En las primeras décadas del siglo Quibdó recibió inmigrantes de procedencia siria y
libanesa; la mayoría llegaron directamente de sus países de origen, pero otros vinieron de la
Costa Atlántica. Con el auge del oro y el platino en los años 20, algunos como el ya
mencionado Félix Meluk, logran conformar poderosas empresas comerciales que
importaban bienes por mar desde Jamaica y Panamá, a través de una flotilla de buques que
remontaban el Atrato.
Así, entre los años 20 y los 50 de este siglo, la región mantuvo vínculos comerciales más
fuertes hacia el exterior que con el interior del país. Con éste, los lazos principales eran de
orden administrativo y político y débiles en lo económico.
Vale la pena destacar que los blancos en la región no sumaban más de 14 grandes familias a
mediados de los años 50. De éstas, sólo permanecen tres. Unas pocas lograron acumulación
significativa de capital, que no se reinvirtió en la zona. El ideal social desde finales de los
años cincuenta fue emigrar a una ciudad mayor, que ofreciera mejores servicios y
oportunidades. Así, la presencia de una élite tradicional blanca se debilitó y fue
parcialmente sustituida por migrantes prósperos, especialmente paisas, vinculados al
comercio.
Estos cambios han repercutido en el funcionamiento del aparato institucional local en las
últimas décadas, visto como una de las pocas fuentes de empleo y aun de acumulación
personal. La lucha por cada empleo es ardua, y es controlada por jefes políticos en un
circuito de favores y protecciones. Las decisiones sobre inversión pública pasan también
por consideraciones de conveniencia política y sin duda han tenido su parte en la carencia
de servicios públicos.
La población blanca de Quibdó, si bien desarrolló y mantuvo hasta casi los años sesenta
mecanismos de segregación racial en la vida diaria, en el acceso a la educación, en las
actividades festivas y aun en el uso de ciertos espacios públicos (4) , adoptó, probablemente
sin darse cuenta, elementos culturales de los nativos negros, como se hizo referencia en el
capítulo tercero
CUADRO N° 15
POBLACION SUBREGION CENTRAL, 1993
Area mpal.
Municipios Total Cabecera Resto
Km2
Quibdó 105.172 67.649 37.523 6.164
Bojayá 7.904 690 7.214 3.693
Lloró 9.622 1.666 7.956 905
Bagadó 13.938 3.654 10.284 979
El Carmen 6.169 1.743 4.426 1.017
TOTAL 132.805 75.402 67.403 12.758
El total de población de la subregión para 1985, era de 99.447 habitantes sobre un área de
12.758 km; para 1993, fue de 132.805. Representa el 26% del territorio y cerca de la mitad
de la población departamental (ver Gráficos 1 y 2).
En el lapso entre 1973 y 1985, Bagadó experimentó una tasa negativa de crecimiento; pero
en el último período intercensal aumentó de manera apreciable la población en la zona
rural, en parte debido a la influencia de la carretera Bagadó-Cértegui-vía Panamericana.
Las actividades comerciales en la subregión son más intensas que en cualquier otra, pero en
cambio sus relaciones con otras, son débiles. Esta subregión es, sin embargo, la que
presenta los niveles más altos de articulación interna. Con la del San Juan mantiene
vínculos muy estrechos, geográficos, viales, administrativos y comerciales.
La dinámica de la población en la subregión, según los datos del DANE, gira en torno a la
urbanización de Quibdó, que es un receptor de importantes flujos intrarregionales. "Puede
pensarse que Quibdó ocupa una doble función, como receptor de población rural y de
otras cabeceras de la misma subregión y como estación de paso de la migración de fuera
del Departamento." (CIDER-SIP, cit.: 45). Un dato que puede ser significativo para la
subregión es que, mientras en el período intercensal 73-85, cuatro de los cinco municipios
de la subregión perdieron población, en el anterior todos aumentaron, aunque con tasas
diferenciales. Este aumento, aunque poco apreciable en términos relativos, en datos
absolutos de población es importante y puede actuar como presión desestabilizadora de la
relación sociedad-ambiente natural.
Según el estudio del CIDER (ver Cuadro N° 2), es notable el hecho de que en esta
subregión casi el 40% de la población urbana, concentrada en Quibdó, no nació en el
municipio donde fue censado en 1985, aunque sí en el departamento; un porcentaje mayor
de mujeres que de hombres está en esta situación, lo que parece mostrar mayor afluencia
femenina desde la zona rural. De hecho, se observa el traslado a Quibdó de mujeres en
busca de educación para sus hijos, mientras los hombres se suelen quedar en el campo.
Un 20% de la población rural no nació en el municipio donde reside, cifra que indica
movilidad inter-rural en la subregión. En conjunto, esta subregión es receptora de
población.
La región central tiene también índices muy elevados de necesidades básicas insatisfechas,
que sobrepasan el 90% en los municipios de Lloró y Bagadó, alcanzan el 80% en Quibdó, y
descienden al 60% en El Carmen de Atrato.
Esta región cuenta con el mayor número de viviendas y de estas apenas el 9% tiene todos
los servicios públicos y el 45% carece de todos ellos.
Quibdó, como epicentro regional, condensa los problemas que llegan con los cambios
sociales; en Quibdó ya es apreciable el deterioro ambiental urbano, como el caso de las
viviendas asentadas en las quebradas La Yesca, Las Consentidas, Las Margaritas y La
Cascorva; allí la discusión sobre recuperación ambiental y arquitectónica apenas se inicia,
con no pocos conflictos con la población allí asentada, que no ve garantizados sus derechos
en las propuestas urbanísticas. Otros sitios con impactos ambientales adversos, son el río
Cabí, donde se encuentra la bocatoma para el acueducto de Quibdó y el mismo río Atrato, o
el basurero superficial de la ciudad.
La ciudad ha sido completamente desbordada por los inmigrantes rurales, pues no sólo se
agotaron sus limitados servicios públicos, sino también la planificación urbana. El paisaje
urbano de otras décadas apenas se deja adivinar en unas cuantas casonas de madera, poco
valoradas localmente, amenazadas de ruina, y uno que otro edificio público de arquitectura
republicana. La arquitectura estrecha y gris del interior se ha acoplado a la construcción por
etapas de los nuevos habitantes.
1 . Ver Plan de Desarrollo del Chocó para los años 1958-59 y Plan de Acción Chocó 1988-
92, CIDER-SIP, 1991, trabajos que con varias décadas de diferencia sugieren similares
sub-unidades regionales. (Regresar)
La Serranía del Baudó delimita buena parte la subregión con su relieve muy quebrado, de
afloramientos rocosos en las partes altas y menos escarpado hacia el norte (Abdón Cortés,
en CIDER, 1991).
En general los suelos son muy pobres, con una vocación de uso exclusivamente forestal.
Los bosques son heterogéneos en especies, lo que hace muy difícil y costoso su
aprovechamiento. Pero en algunos sitios favorables, ya se han establecido aserríos.
Juradó, Bahía Solano, Alto Baudó y Bajo Baudó, son las unidades municipales de esta
region (5) .
Una tercera corriente de colonos mestizos del interior fue impulsada entre 1925 y 1940 por
el gobierno de Abadía Méndez y terminó en el fracaso colonizador (Aprile, J., 1991).
Como parte de ella en 1935 se instaló entre Cupica y Utría una colonia agrícola
denominada Ciudad Mutis, que atrajo colonos del interior del país, pero su éxito pronto
decayó.
En la segunda mitad de los años 60 se consolidó Bahía Solano como centro administrativo
subregional y Juradó, Nuquí, Puerto Pizarro (Bajo Baudó), como núcleos urbanos de menor
importancia, creando una demanda local por productos agropecuarios. Aparte de estos
centros urbanos, ninguno de los cuales llegaba a 2.000 habitantes para el censo de 1985, se
encuentran pequeñas aldeas playeras (100 a 200 personas) que siguen el patrón de
asentamiento y utilización territorial de las aldeas lineales ribereñas, características del
Chocó.
Según el censo de 1993, los municipios de esta subregión aumentan su población dentro de
las mismas tendencias anteriores, con dos fenómenos dignos de destacar. El municipio de
Alto Baudó duplicó su población rural entre 1985 y la fecha, en parte tal vez debido a la
influencia de la carretera Panamericana, asociada a procesos de tala de madera y
deforestación. En ese lapso la población de ese municipio pasó de 9.634 en 1985, a 17.019
en el año noventa y tres.
Entre 1973 y 1985, Bahía Solano y Nuquí tuvieron tasas de crecimiento ligeramente
superiores al 2%; mientras Juradó (1.2%) y Alto Baudó (0.4%) las tuvieron inferiores a las
vegetativas.
CUADRO N° 16
POBLACION SUBREGION DEL PACIFICO, 1993
Area mpal.
Municipios Total Cabecera Resto
Km2
Juradó 4.038 1.753 2.285 992
Bahía Solano 6.894 2.665 4.229 1.150
Nuquí 5.252 2.842 2.610 956
Alto Baudó 17.019 1.569 15.450 2.195
Bajo Baudó 15.930 5.229 10.701 4.840
TOTAL 49.133 14.058 35.275 10.133
El hábitat, dice Aprile, sigue las pautas tradicionales que los colonos conocían en las
regiones fluviales de origen: el trazado lineal sobre la playa, arteria de relaciones y
comunicaciones. En la parte posterior de las viviendas un huerto limita con la selva. Se
practica una agricultura itinerante, con rotación continua de cultivos de plátano, batata,
yuca, ñame. En el caserío se ignora la propiedad amojonada, basta con la tradición oral
(April, J., 1991: 256).
La Subregión hace parte de la reserva forestal del Pacífico, de manera que los derechos
territoriales se transmiten por reglas de posesión familiar tradicionales. Sin embargo, el
decreto de creación de la colonia agrícola en 1935 dio algunos títulos a colonos del interior,
pese a las protestas de los nativos, indígenas y negros, pues tomaron como baldíos tierras
de uso tradicional. La creación de la reserva forestal detuvo la titulación, pero en los
últimos años se han sustraído miles de hectáreas, de las cuales la población negra e
indígena ha sido desplazada. Por lo general, empresarios, comerciantes o individuos en
busca de fincas de recreo, compran las mejoras cercanas a las playas por poco precio e
inician luego el proceso de titulación, sin mayores trabas jurídicas.
En la zona del litoral, la actividad pesquera artesanal se ve afectada por el barrido de los
barcos de la empresa Vikingos y los de otros empresarios de Japón y Estados Unidos. La
faena pesquera artesanal se realiza en sitios cercanos a los poblados (ver Pesca Artesanal),
pero las explotaciones intensivas de la pesca comercial y los costos de combustibles,
aparejos y motores fuera de borda, tienden a dificultar esta actividad. Los pescadores deben
salir cada día más lejos, con mayores riesgos.
En el litoral, los dueños de cavas, cuartos fríos y máquinas productoras de hielo son los
intermediarios del pescado, quienes imponen precios bajos al pescador artesanal. Los
intentos tanto de CODECHOCO, como de los mismos pescadores para adelantar
programas de apoyo a la pesca artesanal todavía no se consolidan.
Allí el turismo constituye una actividad que podría producir excedentes financieros a la
población, pero se encuentra en manos de empresarios de fuera, quienes en épocas de alta
temporada atraen turistas especialmente del Valle del Cauca, Antioquia y el eje cafetero. La
afluencia de turistas ha traído un aumento en los costos de alimentación, servicios y
transportes que crean una compleja situación para la población nativa de Bahía Solano y
Nuquí.
En materia de servicios de salud, la subregión cuenta con un hospital local en Bahía Solano
y centros de salud en Nuquí, Juradó, Bajo y Alto Baudó. Su precariedad se suple con los
agentes tradicionales. El tonguero, el curandero, la partera y el jaibaná, son los oficiantes
del ritual de vida que invocan a diario los pescadores, agricultores y aserradores del litoral
Pacífico chocoano.
La zona costera tiene una mayor presión de población foránea, en especial en busca de
fincas de recreo y aserríos. Desde el mar los grandes pesqueros compiten desigualmente
con la pesca artesanal y los puertos previstos sobre varias bahías, pueden desplazar aún más
la población nativa. El Parque Natural Utría puede tener un papel de importancia en la
contención del movimiento que se extiende por las playas y las privatiza, en desmedro de
toda norma o consideración social.
"Condoto es un pueblo de calles retorcidas con enormes casas de madera en las que hace
veinte años se comía en vajillas importadas directamente de China y hoy parecen restos de
un naufragio."
La región del San Juan, Istmina, Tadó, Condoto, Nóvita, Sipí sintetiza el hilo central de la
historia del Chocó: la extracción aurífera. En Condoto y en el San Juan, no sólo se ven los
"restos de un naufragio", se sienten los efectos de la explotación intensiva de la minería
sobre el ecosistema y sobre las descendencias indígenas y negras, que un día usaron el
metal en los rituales de la vida y la muerte (ver Los Procesos Económicos Principales, La
Minería).
Los recursos mineros del Chocó fueron mencionados por los primeros cronistas; ya Balboa
habló de la riqueza del río Opogodó (municipio de Condoto) desde la provincia nativa de
Abanumaqui, en carta dirigida al Rey en el año de 1513. Cieza de León escribió:"Son muy
riquísimos los indios del San Juan y los ríos llevan abundancia de oro" (citado en
Echavarría, J., 1986: 22).
Desde 1511 los españoles abundaron en la búsqueda del oro en el Chocó y en 1536 los
expedicionarios españoles al mando de Pascual de Andagoya llegaron al río San Juan, pero
la resistencia y el clima aunados, los llevaron al fracaso (ver Arocha y Friedemann, cit., y
Colmenares, 1975).
"La tercera sublevación del denominado Cantón del San Juan", dice J. Echavarría, fue ya
"durante la nueva República, contra el Decreto Ejecutivo N° 30 de marzo de 1825
promulgado por Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la Nueva Granada. El
movimiento se extendió a Nóvita y a las parroquias de San Agustín, Noanamá, Baudó,
Tadó." (Echavarría, J, cit.: 16).
El derrumbe demográfico indígena, pues se pasó de 60.000 indígenas a comienzos del siglo
XVII, a 15.000 a finales del siglo XVIII, fue solucionado con los esclavos. En 1704 el
Chocó contaba con 600 esclavos importados y en 1782 ya representaban casi el 75% de la
población de un total aproximado de 35.000 habitantes. Como se mencionó en el primer
capítulo, los blancos eran dueños o supervisores de las minas, oficiales de la corona, curas
o comerciantes, pero no fueron colonos (ver Arocha y Friedemann, cit.: 191-192 y Wade,
P., 1989).
Desde el punto de vista físico-natural, el valle del río San Juan se encuentra encerrado por
la Serranía del Baudó, la Cordillera Occidental, el Macizo de los Farallones de Cali y el
Océano Pacífico. Es una zona de transición de alta lluviosidad y quietud; su morfología es
bien distinta a ambos lados del río. Posee una vegetación selvática casi cerrada pero muy
variable en sí, típica de los bosques tropicales lluviosos (Guhl, E., 1974).
La llanura del río San Juan, cuya longitud es de 190 km, forma suelos aluviales que
contienen ricos yacimientos de minerales muy variados, metálicos y no metálicos. Sin
embargo, la minería se ha dedicado prioritariamente a la explotación del oro y platino y
recientemente al cobre, carbón y calizas.
Los bosques son ricos en maderas de muy buena calidad, porque su intervención no es tan
marcada como en otras áreas del departamento. Pero en las riberas del río San Juan, donde
el objetivo no ha sido primordialmente la explotación forestal sino la minería, se aprecia en
los últimos años el descuaje del bosque, tanto para uso comercial como doméstico.
Area mpal.
Municipio Total Cabecera Resto
Km2
Istmina 32.667 11.344 21.323 6.814
Tadó 19.056 6.932 12.124 878
Condoto 13.952 8.307 5.645 890
Nóvita 6.486 1.466 5.020 1.184
Sipí 2.831 229 2.602 1.561
San José del Palmar 6.258 2.009 4.249 776
TOTAL 80.251 30.287 63.087 12.093
Los municipios de Istmina, Tadó y Condoto representan más de las tres cuartas partes de la
población de la subregión. En 1985 la mayoría de la población se localizó en las áreas
rurales. Condoto decrecía en 1985 a tasas elevadas de -1.2%, mientras que Istmina, Tadó y
San José del Palmar no crecían en absoluto o decrecían a tasas moderadas (CIDER, 1991:
37). Para 1993, Nóvita acentuó su decrecimiento de población y perdió más de la mitad de
su población en la cabecera. Condoto, en cambio, aumentó mucho en su cabecera e Istmina
lo hizo en forma moderada. De seguir esta tendencia, Condoto puede reemplazar a Istmina
como centro regional.
La comparación de los censos de 1973 y 1985 revela los bajos índices de crecimiento,
incluso decrecimiento de todos los municipios de la subregión, y la expulsión de población.
Pero en la década del ochenta al noventa afluye población en torno a la minería, desde el
viejo Caldas, Antioquia y otras zonas, manteniendo una nueva población, alguna flotante.
Esta es más significativa por su actividad económica, que por su valor numérico. El
crecimiento de las cabeceras según censo de 1993, excepto Nóvita, y el decrecimiento de
las áreas rurales es otra constante para todos los municipios de la subregión.
La organización del trabajo minero tradicional en el Chocó está determinada por el sistema
amplio de parentesco denominado de troncos o ramaje, ya descrito.
Es de importancia insistir en los impactos causados por la actividad minera en el San Juan,
con base en estudio realizado por SER Consultores, para CODECHOCO.
Sin embargo, el auge del trabajo con motobomba modifica sustancialmente las condiciones
técnicas y la organización del trabajo, y aumenta la capacidad de impacto de la pequeña
minería, que deja de ser artesanal para seguir un patrón de miniempresa. La tecnificación
de este tipo de minería ha beneficiado marginalmente la estructura del ingreso familiar.
La minería industrial durante un largo período (ver La Minería), funcionó como una
economía de enclave, con las características de baja reinversión local y gran impacto
ambiental. Desde la nacionalización, la empresa Metales Preciosos del Chocó se encuentra
en una semiparálisis, con efectos depresivos especialmente sobre la población de
Andagoya. El dragado, la disposición de lodos y la separación del mercurio han ocasionado
ya efectos devastadores.
Otro campo de conflictos gira alrededor de la tierra, en la medida en que es frecuente que
los nativos se vean expropiados por la carencia de títulos de propiedad. Adicionalmente, el
daño causado a las tierras explotadas en arriendo obliga a una dispendiosa adecuación.
La estructura ocupacional documentada por el censo de 1985, ha cambiado. Hoy día los
obreros con más de 9 meses en Tadó y Condoto son casi el 4% de las categorías, mientras
en 1985 no alcanzaban el 0.25%. En 1985 sólo se alcanzaba esa cifra en San José del
Palmar, con un 6.4%. Otra categoría que se ha incrementado, es la de patrono con más de 9
meses en la zona.
En general, en la subregión del San Juan, de las 14.213 viviendas registradas en 1990,
apenas el 5.5% tenía todos los servicios (acueducto, alcantarillado y energía). En esta
subregión se encuentra el municipio de Sipí, que tiene uno de los índices más altos del país
en necesidades básicas insatisfechas, 97.8%.
Lo más destacado de la subregión del San Juan es el vasto impacto de la minería sobre los
bosques de las riberas, sobre los cauces, la flora, la fauna y la vida cultural asociada a ellos.
Se requieren con prioridad proyectos de desarrollo sostenido que no multipliquen más, "los
restos de un naufragio ".
AL INICIO del libro se planteó cómo las regiones son ante todo
construcciones socio-históricas sobre fundamentos físico
naturales. La significación del entorno natural que realiza la
cultura es interactiva e implica ajustes y adaptación, pero también
intervención y modificación, a veces reñidas con ese entorno. Las
formas específicas de éstos dependen de balances relativos a las
condiciones históricas, tanto de la región misma, como de su
relación con conjuntos mayores. Se sabe que las condiciones
regionales no pueden explicarse sólo con referencia a sus
características internas, sino también en relación con su articulación externa, que se
modifica históricamente.
¿Qué papel puede cumplir la diversidad cultural en esa construcción simbólica y material
del Chocó como región?
Por una parte, desde fechas tempranas, la zona se relaciona como periferia de otros centros.
Periferia que, sin embargo, alimenta de oro la sociedad colonial, esencial para la economía
de la época. Se signa así una primera gran línea. Las culturas locales, las nativas y las
hechas a la fuerza nativas, se ven sometidas a alimentar la relación extractivista. Pero
florecen a su sombra modelos nuevos, reacomodos lentos de las culturas amerindias y
afroamericanas. Las minorías blancas son poco estables en el largo plazo, sin acumulación
significativa y con lazos de subordinación con quienes logran el gran lucro de la extracción,
sean estos la Chocó Pacífico o Maderas del Darién. Sin embargo, durante la mitad de este
siglo, quienes permanecieron recibieron la influencia múltiple de los modelos afro y
amerindio, aun a pesar de la presencia de formas abiertas y veladas de discriminación o
segregación racial y cultural. Los intercambios entre población y medio natural produjeron
complejos culturales con los cuales desarrollaron, cada uno a su manera y muchas veces en
forma similar o asimilada, un manejo ambiental con equilibrios específicos. Es decir, la
diversidad cultural logró desarrollar alternativas de adaptación y utilización de la selva
húmeda que permitieron su existencia hasta el presente, selva que la economía extractiva
intervino de manera focalizada. Pero la diversidad cultural construida y reconstruida, fue
ignorada y aun devaluada dentro de la imagen regional.
En esta dinámica, el Chocó existe dentro del conjunto nacional como zona marginada,
fundamentalmente negra, con riqueza minera, supeditada al centro político y económico.
La contraposición ideológica región versus nación, aquí oculta y silencia la diversidad
cultural dentro de la región genérica denominada Chocó. Se ignoran o desprecian las
culturas indias y negras y su relación con las selvas húmedas, en favor de una noción
genérica de regionalidad chocoana. Y esa forma de concebir la región no es sólo central;
tiene arraigo local estable. Atrasada frente al modelo deseable es espejo sin luz del
desarrollo.
Así, en la segunda línea de dinámica, la diversidad interna tiene recibo dentro de ciertas
tendencias generales e incluso se le asigna un papel protector no pocas veces exagerado e
idealizado. De manera simultánea, empero, avanzan los procesos que erosionan los
fundamentos de la reproducción de los modelos culturales diversificados. La diversidad
cultural tiene un espacio inicial en la reconstrucción simbólica de la regionalidad y dentro
de la ideología de identidad nacional. Pero es aún incierto si este espacio de
representaciones logrará detener los procesos materiales que socavan las bases que les dan
existencia y desplazar a quienes en el centro, y desde la misma región, auspician un modelo
homogeneizante.
Sobre la tenencia de las casi cinco millones de hectáreas del Chocó, y pese a la ley que
declara buena parte de ellas como reserva forestal, existe una polémica que ha venido
cobrando fuerza. El resultado de la misma tendrá un impacto cierto sobre los recursos
bióticos del Chocó y sus actuales pobladores.
La polémica tiene como fuentes por una parte, la Ley Segunda de 1959 y por la otra, los
usos y formas tradicionales de tenencia de la tierra. Se le suman otros frentes de conflicto
territorial en zonas diversas del departamento.
La región parece extensa en relación con su población por lo cual no se percibió por mucho
tiempo la urgencia de solución del problema de tierras. La forma de utilización cíclica y
estacional del territorio, tanto de indígenas como de negros, no hizo necesaria otra
legislación por largo tiempo.
Las presiones surgidas de los núcleos colonizadores desde los años sesenta hasta el
presente han motivado la sustracción de un total de 129.103 hectáreas de la reserva, que
adoptan la forma de propiedad privada.
En todas estas áreas sustraídas (Mapa Nº 5), se han otorgado en todo el departamento 4.613
títulos de propiedad sobre 129.103 ha (Según información de INCORA, Quibdó, 1992).
Además de estas sustracciones se han adjudicado cerca de 60 resguardos indígenas,
especialmente a partir de la década de los 80, que cubrían, hasta 1992, 922.000 ha (ver
Cuadros Nos. 10 y 11 y Mapa N° 6).
La tendencia a sustraer áreas de la reserva se ha aminorado en los últimos años ante sus
resultados sobre las condiciones ecológicas y de los suelos (Hernández, Humberto, 1986a)
y por la presión de las organizaciones de pobladores. Pero si al área total del Chocó,
aproximadamente 4’700.000 ha, le restamos las tierras otorgadas como resguardos, la
adjudicación de baldíos y los parques naturales, quedan aproximadamente 3’500.000 ha.
De éstas el 75% son selvas, cuyo potencial económico es el maderable. Y dadas las
limitaciones agrológicas y climáticas la supervivencia del ecosistema del Chocó reside en
el modelo de explotación fluvio-forestal, de nativos indios y negros.
La solución general que ha dado el INCORA, es sanear los resguardos, lo que consiste en
pagarles las mejoras a los nativos negros para que se ubiquen en otro sitio. Este proceso,
sin embargo, ha sido lento y dispendioso, además de costoso. Algunos están dispuestos a
dejar los terrenos a cambio del pago de sus mejoras, pero otros aducen una larga
permanencia, respaldada por pólizas y piden otras soluciones territoriales.
Pero los colonos blanco-mestizos son agricultores pobres en busca de tierra y compiten con
los habitantes nativos, negros e indios. Desconocen las reglas de apropiación territorial
tradicionales y buscan la titulación de su parcela, que les permita acceso al crédito. En
ciertas zonas, siguiendo una tendencia general de la colonización, se ha conformado ya un
nuevo proceso de concentración territorial. Un gran número de pequeños colonos proviene
del departamento de Córdoba. Se les denomina chilapos. En menor cantidad se encuentran
antioqueños, risaraldenses y vallunos, migración que ha aumentado desde que se abrió la
carretera Quibdó-Risaralda.
Dado que los suelos aptos para cultivar se suelen encontrar en una franja de 30 metros
desde la orilla del río hacia el fondo y detrás se encuentran ciénagas y sitios anegables
aptos para caza, pesca y recursos madereros, ACIA propone una propiedad familiar a las
orillas; esta tendría 30 metros de profundidad y derechos colectivos hacia el interior (Ver
Diagrama 2). Esta iniciativa está respaldada por otras organizaciones locales, tales como
OBAPO (Organización de Barrios Populares), OREWA (Organización Regional Waunana-
Emberá) y ACADESAN (Asociación de Agricultores del San Juan).
Frente a los conflictos con comunidades negras, la OREWA plantea que las entidades
estatales apoyen acuerdos, convenios, contratos, entre las distintas partes, para llegar a una
solución justa. Para ellos es importante continuar con la titulación de resguardos y el
saneamiento de los mismos y apoyan la titulación comunitaria para las comunidades
negras. Sin embargo, el punto de discrepancia son los asentamientos negros y de otros
pobladores dentro de los resguardos.
El problema de titulación de tierras en el sector urbano difiere por su propia naturaleza del
de las zonas rurales y vale la pena detenerse en él.
Por otra parte, desde que el municipio se encargó de los baldíos urbanos, muchas personas,
especialmente políticos, compraron extensiones de tierra en el casco urbano, a precios muy
bajos. En 1985, por Acuerdo N° 10 de 1985, se regularon los precios de los ejidos
municipales, se establecieron los valores del metro cuadrado según su ubicación dentro del
casco urbano, se dictaminó también que no se podrían vender predios mayores a 300 m y se
prohibió la venta de lotes de esa extensión a quienes los posean. Sin embargo, la puesta en
práctica de la reglamentación se ha dificultado, por carencia de información y distintas
presiones.
Por otro lado, desde los años ochenta han llegado mineros, empresarios pequeños y
medianos que buscan el buen precio del oro y la calma de la zona. Los derechos sobre las
minas de las familias negras campesinas, basados en la ubicación de las mismas dentro de
un terreno familiar, son ignorados y se convierten en centro de abusos y disputas. En el
caso indígena, fue especialmente divulgado hace algunos años el desalojo sangriento de
familias emberá-catío en el alto Andágueda, por antioqueños que pretendieron apoderarse
de una mina de oro.
En los últimos diez años han llegado a las playas paisas (3) (de Antioquia, Risaralda y el
Valle del Cauca) con un interés turístico de comercio del turismo. Estos nuevos habitantes
han traído innumerables problemas, se han adueñado de lotes baldíos; de morros de uso
público; han destruido manglares para liberar playas para el turismo, entre otros,
rompiendo así el entramado bio-cultura del nativo negro (Informe de campo de Patricia
Vargas y Germár Ferro, 1993: 29).
El estudio de CORPOS para el medio Atrato muestra cómo, para las comunidades rurales
negras, la propiedad se orienta a buscar el espacio para desarrollar las actividades agrícolas
de rotación, la minería, la pesca y el uso del bosque. El conocimiento de la tradición de
propiedad descansa en los mayores y se reconoce en los cultivos. Cada familia tiene una
propiedad ribereña delimitada, que cubre terrenos en reserva para los descendientes. Posee
lotes en distintas riberas, en distintas fases del ciclo productivo. Cada joven recibe su
derecho de herencia al independizarse y puede también abrir nuevos terrenos, en general
cerca a otros parientes. El cabeza de familia ostenta el título grande (CORPOS, 1991).
Además de los lotes de cultivo, el uso del bosque (maderas, bejucos, etc.) y de las ciénagas,
es abierto para los miembros de la comunidad local a través de normas consuetudinarias.
Como lo plantea CORPOS, si bien estas zonas no tienen apropiación privada, no pueden
considerarse baldíos y permiten el mantenimiento y reproducción del bosque, con
utilización humana (Ibid).
Así, el núcleo social es el denominado tronco familiar, compuesto por una red de parientes
consanguíneos y afines. Por la pertenencia a un tronco familiar se hereda un derecho de
explotación territorial. Un individuo hereda derechos sobre una orilla, en sus propias
palabras, tanto de la familia de la madre como del padre. Estos derechos, por lo general,
están esparcidos por las riberas y se hacen efectivos cuando el individuo precisa cultivar o
explotar una mina. Los derechos no se pierden y después de varios años es posible
reclamarlos a los otros parientes que en el entretanto los han usufructuado.
Por su parte los emberá, dicen Arocha y Friedemann, "viven de sus huertos sobre riberas
de los ríos (...) donde cultivan plátano, bananos, caña de azúcar, frutales y hierbas
medicinales, que crecen en canastos colocados sobre plataformas cerca de los tambos.
Complementan su alimentación con caza y pesca. La agricultura de los negros es similar,
ambos usan el sistema de tumba y descomposición." Este patrón permite adecuar el número
de habitantes que vive en cada río a la intensidad de sus cultivos y a las posesiones
territoriales. "Cuando la producción disminuye a causa del agotamiento del suelo, las
gentes se marchan" (Arocha y Friedemann, 1982: 202).
La titulación individual por la cual presionan los colonos, trastrueca este sistema
reproductivo y con él la supervivencia de los recursos bióticos.
Los modelos culturales rurales nativos arrojan una apropiación discontinua espacio-
temporal del territorio que entra en conflicto con otras formas de apropiación, por ejemplo,
con la delimitación de áreas de colonización con títulos de propiedad, la minería de
empresarios de fuera y aun con la delimitación de reservas indígenas.
Es posible plantear que los modelos tradicionales de tenencia y uso territorial, tanto de
blanco-mestizos como de nativos indios y negros, entraron progresivamente en crisis a
partir de la colonización agrícola de Urabá y otros sitios desde los años sesenta, de la
inmigración de medianos empresarios mineros y madereros, de la apropiación de las playas
por los paisas y de la delimitación de zonas de resguardo para los indígenas desde la midad
de los años setenta.
En la medida en que la economía del Chocó se ha orientado hacia una economía extractiva
de enclave, con núcleos rurales relativamente cerrados, la legislación colombiana ha estado
más preocupada por legislar sobre las reservas forestales y las concesiones para
explotaciones extractivas (mineras, forestales), que en resolver los problemas de tenencia
de tierras de una población relativamente pequeña. La ley 70 de 1993 que legitima la
propiedad de las comunidades negras rurales, abre para el Chocó otra etapa del proceso
adaptativo de sus gentes.
Ahora, el interés se dirige a lo que aún se conserva de diversidad biótica y cultural que
valorizan de forma nueva al Chocó. Pero sobre esa revalorización no existe un
interpretación única, sino varias paralelas y contrastadas, pues para algunos actores locales
y nacionales significa la recuperación simultánea de la etnicidad ligada a la diversidad
cultural; pero para otros actores locales y nacionales, es la oportunidad para aprovechar los
recursos en un esquema desarrollista, es la oportunidad para salir del atraso. Cada
interpretación es, a su vez, internamente polivalente; desarrollo y conservación, diversidad
y homogeneización, centro y periferia las atraviesan y producen oscilaciones entre unas y
otras y también tensiones y enfrentamientos entre ellas. Cada una puede dar contenidos
específicos y contrastados a la revalorización del Chocó, a su paso de espejo sin luz a
espejo de futuro.
3 . Todo aquel que no es negro ni cholo; definición dada por los nativos negros e indios
de la región. (Regresar)
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